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DISCURSO DE SABER, COMUNIDAD DE SABIOS Para el sentido común, es decir para la mayoría de los miembros de la comunidad científica, los géneros del discurso científico son cómodos “medios” mediante los cuales un grupo o algunos individuos que pertenecen a un campo disciplinar “expresan” sus pensamientos, trasladan los resultados de sus investigaciones al conocimiento del público. De hecho, esa es una concepción reduccionista; es más pertinente razonar en términos de “institución discursiva”, es decir, hacer jugar la relación en ambos sentidos: por un lado, los géneros discursivos en uso en las comunidades científicas son instituciones discursivas, dispositivos de comunicación verbal institucionalizados, pero por otro lado permiten que esas comunidades se constituyan como tales: los géneros discursivos específicos de esas instituciones no surgen como un “suplemento” que expresaría de la manera más apropiada los contenidos de pensamiento preexistentes de agentes ya constituidos; son a la vez el producto de esos agentes y la condición de su identidad. No se puede disociar las normas de organización de los discursos y las normas de organización de los hombres. […] [Cuando] se consideran las condiciones efectivas de producción y de circulación de los discursos de saber 1 , ello permite prestar atención a ciertos aspectos de la comunicación científica que suelen pasar desapercibidos o que son indebidamente minimizados por los lingüistas. Me refiero en particular a la cuestión de las comunidades de expertos que están asociadas a ese tipo de publicaciones, y más precisamente a las revistas, que constituyen el vector esencial de la producción textual científica. Poco importa aquí que esas revistas sean en papel o electrónicas. Además de las revistas identitarias, que publican sobre todo textos que se encuadran en un determinado “posicionamiento” teórico, existen revistas que podríamos denominar compartidas, las más prestigiosas, en las que publican miembros de todo el espectro de la disciplina. Es a través de estas últimas que la disciplina exhibe y reactualiza sin cesar su identidad. Como se ve, hemos operado una doble reducción de la perspectiva: de los hombres de saber a las comunidades asociadas a las 1 Empleo este término más que el de “ciencia”, que en francés [y en español] no suele incluir a las ciencias humanas y sociales, y menos aún a la filosofía o los estudios literarios. Sí utilizaré en ocasiones el adjetivo “científico” también en este sentido amplio. 1

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DISCURSO DE SABER, COMUNIDAD DE SABIOS

Para el sentido común, es decir para la mayoría de los miembros de la comunidad científica, los géneros del discurso científico son cómodos “medios” mediante los cuales un grupo o algunos individuos que pertenecen a un campo disciplinar “expresan” sus pensamientos, trasladan los resultados de sus investigaciones al conocimiento del público. De hecho, esa es una concepción reduccionista; es más pertinente razonar en términos de “institución discursiva”, es decir, hacer jugar la relación en ambos sentidos: por un lado, los géneros discursivos en uso en las comunidades científicas son instituciones discursivas, dispositivos de comunicación verbal institucionalizados, pero por otro lado permiten que esas comunidades se constituyan como tales: los géneros discursivos específicos de esas instituciones no surgen como un “suplemento” que expresaría de la manera más apropiada los contenidos de pensamiento preexistentes de agentes ya constituidos; son a la vez el producto de esos agentes y la condición de su identidad. No se puede disociar las normas de organización de los discursos y las normas de organización de los hombres.[…]

[Cuando] se consideran las condiciones efectivas de producción y de circulación de los discursos de saber1, ello permite prestar atención a ciertos aspectos de la comunicación científica que suelen pasar desapercibidos o que son indebidamente minimizados por los lingüistas. Me refiero en particular a la cuestión de las comunidades de expertos que están asociadas a ese tipo de publicaciones, y más precisamente a las revistas, que constituyen el vector esencial de la producción textual científica. Poco importa aquí que esas revistas sean en papel o electrónicas. Además de las revistas identitarias, que

1 Empleo este término más que el de “ciencia”, que en francés [y en español] no suele incluir a las ciencias humanas y sociales, y menos aún a la filosofía o los estudios literarios. Sí utilizaré en ocasiones el adjetivo “científico” también en este sentido amplio.

publican sobre todo textos que se encuadran en un determinado “posicionamiento” teórico, existen revistas que podríamos denominar compartidas, las más prestigiosas, en las que publican miembros de todo el espectro de la disciplina. Es a través de estas últimas que la disciplina exhibe y reactualiza sin cesar su identidad.

Como se ve, hemos operado una doble reducción de la perspectiva: de los hombres de saber a las comunidades asociadas a las disciplinas, del discurso de saber a uno de sus géneros, la revista “compartida”. Doble reducción que se propone dar cuenta del funcionamiento efectivo de esta producción: los individuos solo pueden intervenir en su propio nombre si están inscriptos en las comunidades que los legitiman, a ellos y a sus enunciados, y la investigación pasa esencialmente por un determinado tipo de publicación. Como lo recordaba Michel de Certeau al comienzo de los años 1970: “cada disciplina guarda su ambivalencia de ser la ley de un grupo y la ley de una investigación científica” (1975: 69); debemos entonces pensar “la relación entre un lugar (una agrupación, un ámbito, una ocupación, etc.), unos procedimientos de análisis (una disciplina) y la construcción de un texto (una bibliografía) (1975: 64).

Partiré de una distinción habitual en el análisis del discurso francófono: la distinción entre discursos cerrados y discursos abiertos (Maingueneau 1992: 120). En efecto, podemos distribuir los géneros discursivos entre dos polos2: los géneros “cerrados” en los que los locutores y los destinatarios tienden a coincidir cuantitativa y cualitativamente; esa es en particular la situación de la mayor parte de los géneros del discurso científico, para los cuales el público es de hecho el grupo de aquellos que escriben textos de los mismos géneros. Para los discursos “abiertos”, en cambio, existe una enorme diferencia cualitativa y cuantitativa entre la población de los productores y la población de los receptores. El caso de la prensa masiva o del discurso político son claros ejemplos de esto: las poblaciones de productores son grupos muy restringidos y con una identidad fuerte, que se dirigen a

2 No me refiero aquí a las conversaciones, que quedan fuera de esta problemática. 1

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poblaciones muy amplias de receptores, cuya caracterización social es en general muy distante de la suya. Esta distinción se refiere a los géneros más que a los tipos de discurso (político, científico...). Hay, por ejemplo, géneros del discurso filosófico que se dirigen a un público de no-filósofos, por ejemplo los manuales de escuela secundaria. En lo que concierne al discurso de saber propiamente dicho, el carácter más cerrado es característico de las ciencias exactas y naturales; y esto es menor cuando se abordan las ciencias sociales. Pero hay que desconfiar de todo reduccionismo: incluso dentro de las ciencias denominadas “blandas” puede haber textos “cerrados”, que se dirigen exclusivamente a lectores-potenciales autores.

Una disciplina de saber, en la que los géneros son en su mayor parte “cerrados”, se asocia a lo que denomino (Maingueneau 1984) una “comunidad discursiva” específica, término que se aplica sobre todo a los productores de textos encuadrados en “posicionamientos” ideológicos (un periódico, un partido político, una escuela científica...) que coexisten en un mismo campo. Los miembros de esas comunidades comparten un cierto modo de vida y adhieren a las mismas normas3. Esta noción tiene ciertos puntos en común con la noción de “discourse community” introducida por John Swales (1990), en la que se incluirían típicamente las comunidades vinculadas con las diversas disciplinas científicas. Las “discourse communities” se distinguen de las “speech communities”4 (Hymes 1974), en que reclutan a sus miembros a través

3. Desde mi concepción (Maingueneau 1984, 1987) la noción de “comunidad discursiva”» es solidaria de la de “formación discursiva”. La hipótesis subyacente es en efecto que no podemos contentarnos con oponer las formaciones discursivas en términos puramente de contenidos ideológicos o de estructuración textual: los modos de organización de los hombres y de sus discursos son indisociables, las doctrinas son inseparables de las instituciones que las hacen emerger y las mantienen. 4. Para Hymes, “una comunidad de habla se define, tautológica pero radicalmente, como una comunidad que comparte el conocimiento de las reglas para la realización y la interpretación del habla. Se comparte el conocimiento de al menos una forma de habla, y también de sus patrones de uso. Ambas condiciones son necesarias.”  (1974: 51).

de la persuasión y, frecuentemente, por una formación apropiada o por la obtención de diplomas; ponen en relación a personas distantes en el espacio y desarrollan su propio vocabulario (Swales habla de “sociorhetorical grouping”). A diferencia de Swales, la comunidad discursiva es, desde mi punto de vista, antes que nada un grupo de productores de textos, y no solamente un conjunto de individuos que mantienen un lazo social a través de los textos, es decir, abonándose a una misma revista e intercambiando mensajes; es por eso que, desde mi perspectiva, el ejemplo prototípico que estudia Swales -los 320 miembros del “Hong Kong Study Circle” (un grupo de aficionados a las estampillas de Hong Kong repartidos por el mundo entero)- no constituye un ejemplo de comunidad discursiva.5 Ubiquémonos en una situación en que todas las disciplinas serían transnacionales y sus revistas más prestigiosas fueran anglófonas. Ese prestigio se traduce para los autores en términos de aumento de notoriedad6 que, al acrecentar la visibilidad de sus

5. En el planteo de Jean-Claude Beacco (1999: 14) la noción de comunidad discursiva también es menos restrictiva que la mía; en efecto, él distingue: a) Las comunidades discursivas con dominante económica (empresas, administraciones…). No todos sus miembros tienen el derecho de producir ciertos géneros de texto; la distinción entre comunicaciones interna y externa es aquí patente. b) Las comunidades discursivas “con dominante ideológica que son productoras de valores, opiniones y creencias” (partidos políticos, asociaciones…). Producen numerosos textos proselitistas. c) Las comunidades del espacio mediático, que difunden y confrontan conocimientos, opiniones, valores, organizando un mercado de textos; están fundamentalmente vueltas hacia su exterior y comparten rasgos tanto de las comunidades ideológicas como de las económicas. d) Las comunidades con dominante científica y técnica que producen conocimientos, productoras de textos “cerrados”. Sin embargo, me parece preferible restringir la comunidad discursiva a los grupos cuya finalidad esencial es producir textos: desde ese punto de vista, una empresa o una administración no serían una comunidad discursiva, pero el mundo de la televisión sí. Ya no retomaré más adelante esta discusión, que no es decisiva para este artículo. 6. En los años ’60, W. O. Hagstrom desarrolló una interesante teoría de la actividad científica que se apoya en el postulado de que los investigadores están gobernados por el deseo de notoriedad, deseo que es explotado por la propia comunidad científica para sus propios fines de acrecentar el conocimiento. En este vasto “mercado” los

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investigaciones, favorecen su carrera. La comunidad de lectores/productores de una disciplina o de una sub-disciplina se ha mundializado, es decir que su público lector está constituido por individuos con pertenencias lingüísticas, religiosas y étnicas, y tradiciones intelectuales... de lo más diversas. Se puede suponer sin temor a equivocarse que los lectores de una revista mundial tenderán a no tener otro background de conocimientos compartidos más que el conocimiento de las producciones y de la historia de la disciplina misma a la que pertenecen.

En la medida en que se trata de revistas científicas “compartidas”, las más prestigiosas, es sobre ellas que se ejerce con mayor fuerza el control colectivo: los autores están entonces en posición de debilidad si pretenden imponer por la fuerza un desvío de las normas de las revistas. Para escribir sus artículos, deben construir la figura de un lector modelo que podríamos llamar “mundial”, figura que también está interiorizada en el “editor” y los miembros del “advisory board”, cuya función es evaluar los textos a publicar. Cada miembro del comité de lectura interioriza la imagen de ese lector modelo poco especificado que le sirve de punto de referencia para sus críticas. Como, por lo demás, pertenecer al comité de lectura es fuente de notoriedad y de poder, y sus miembros lo saben, deben legitimar ese lugar que ocupan identificándose con un sobredestinatario particularmente exigente.

La noción de “sobredestinatario” fue introducida por Bachtin (1979/1984: 336-337) para designar a un tercero virtualmente presente en la interaccción verbal y que se superpone al destinatario: “el autor de un enunciado, de manera más o menos consciente, presupone un sobredestinatario superior (el tercero) a quien se le asigna una comprensión activa absolutamente exacta, ya sea ubicado a una distancia metafísica o en un tiempo histórico lejano […]. En diversas épocas, bajo una percepción del

sabios intercambiarían sus descubrimientos por notoriedad (Hagstrom, 1965).

mundo diversa, ese sobredestinatario […] toma una identidad ideológica concreta variable (Dios, la verdad absoluta, el juicio de la conciencia humana imparcial, el pueblo, el juicio de la Historia, la ciencia, etc.)”. En consecuencia, “un autor no puede jamás entregarse por completo y librar toda su producción verbal a la sola voluntad absoluta y definitiva de los destinatarios actuales o próximos […] y siempre presupone (con un grado mayor o menor de conciencia) una instancia de comprensión activa que puede ser diferida en diversas direcciones. Todo diálogo se desarrolla, podríamos decir, en presencia de un tercero, invisible, dotado de una comprensión activa y que se sitúa más allá de todos los participantes del diálogo (los interlocutores) (Bachtin 1979-1984: 337). Esta noción también permite evitar una reducción de la situación de enunciación a la situación de comunicación: el destinatario no se reduce a la persona empírica presente en la situación. Sophie Moirand (1988: 458) ha retrabajado precisamente este concepto para estudiar los discursos científicos: en su planteo, el tercero al que se refiere Bajtin aparece como una especie de arquetipo del especialista de la disciplina en la que se encuadra el autor o aquella de la que pretende formar parte.

Los escritores de las revistas mundiales están condicionados a redactar sus textos en función de ese sobredestinatario, ya que prevén que su manuscrito deberá recorrer una serie de obstáculos antes de alcanzar la publicación. Su interés es anticiparse a la evaluación que ellos piensan que realizarán los miembros del comité de lectura y adecuarse por adelantado a los usos que están en vigor en la revista, tal como se infieren de la lectura de los números ya publicados. De ello se desprende un cierto número de estrategias de defensa anticipadas, por ejemplo:

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- la introducción de un máximo de referencias a los autores de la disciplina y, si es posible, a aquellos que son más destacados –lo cual no hará sino fortalecer la posición eminente que estos ya ocupan. Así, al aportar un máximo de referencias autorizadas dentro de la disciplina, el escritor legitima su pertenencia o su ingreso al campo en cuestión; - la eliminación de los elementos de saber enciclopédico, evocados directa o indirectamente, que serían extraídos de un patrimonio cultural que, se supone, no será compartido por un público mundial; - la evitación de formas de escritura que se alejarían de las rutinas comúnmente aceptadas en la disciplina. Esto puede involucrar fenómenos muy locales, como los juegos de palabras [y] puede involucrar también los modos de organización textual.[…]

Esas estrategias de adecuación no son una cuestión de psicología individual; no son el resultado de espíritus rutinarios, sin originalidad: se desprenden de la manera misma en que funciona el dispositivo de producción y de puesta en circulación de los textos pertenecientes a este género discursivo. Ciertamente, sucede cada tanto que un autor se niega a someterse por adelantado y propone su texto sin preocuparse de las normas dominantes; pero se expone entonces a ser rechazado o a aceptar largas negociaciones, y no pocas transformaciones de su escrito. Lo que no deja de descorazonar a los audaces, que son de cualquier modo escasos: la relación de fuerzas no juega a favor del autor individual, ya que nadie por sí solo está en condiciones de influir sobre una revista mundial.

Referencias

Bachtin, Mikhail (1979/1984) Esthétique de la création verbale, trad. fr. Paris: Gallimard

Certeau, Michel de (1975) L’Ecriture de l’histoire. Paris: Gallimard

Hagstrom, Warren O. (1965) The Scientific Community. New York: Basic Books

Hymes, Dell (1974) Foundations in sociolinguistics: an ethnographic approach. Philadelphia: University of Pennsylvania Press

Maingueneau, Dominique (1984) Genèses du discours. Liège: Mardaga

Maingueneau, Dominique (1992) « Le tour ethnolinguistique de l’analyse du discours ». En: Langages n°105, 114-125

Moirand, Sophie (1988) Une histoire de discours. Paris: Hachette

Swales, John M. (1990) Genre analysis, English in academic and research settings. Cam-bridge: Cambridge University Press.

Traducido y adaptado de Maingueneau, Dominique (2002) « Discours de savoir, communautés de savants »

En : Konrad Ehlich (Hg.) Mehrsprachige Wissenschaft – europäische Perspektiven. Disponible en :

http://www.euro-sprachenjahr.de/Maingueneau.pdf

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