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Luis González- Otra Invitacion a la Microhistoria

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Luis GonzalezOTRA INVITACIÓN 

A LA MICROHISTORIA

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LUIS GONZÁLEZ

Otra invitación a la microhistoria

FONDO 2000dMtwmípaBmoidbs 

FONDO DE CULTURA ECONÓMICAMÉXICO

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González, LuisOtra invitación a la microhistoria / Luis González. ■

México : FCE, 199787 p. ; 14 X 11 cm. — (Colee. Fondo 2000)ISBN 968-16-5188-X

1. Historia 2. Historiografía I. Ser II. t.

LC F1224 G652 1997 Dewey 972.009 G643o

Fragmento deNueva invitación a la microhistoria 

Primera edición, 1997Primera reimpresión, 2003

Comentarios y sugerencias: [email protected] Conozca nuestro catálogo:

www.fondodeculturaeconomica.com

D. R. © 1997, Fo n d o  d e C u l t u r a Ec o n ó m i c a  

Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14200 México, D. F.

ISBN 968-16-5188-X

Impreso en México • Printed in Mexico 

La obra  de Luis González se ha convertido en  una referencia indispensable para todo aficiona- 

do o profesional de la historia. En particular, sus  aportaciones a la historiografía mexicana, su lar- 

ga trayectoria como profesor e investigador y la  

 popularidad de sus artículos y conferencias lo ha- cen uno de los historiadores mexicanos más im- 

 portantes de este siglo. Se le reconoce no sólo como  uno de los discípulos más destacados de Daniel  Cosío Villegas y uno de los seguidores más distin- 

guidos de la escuela de los Armales de Femando  Braudel, sino también como maestro del oficio de  historiar, a cuya sombra se han forjado no pocas  generaciones de historiadores mexicanos en la se- 

gunda mitad de este siglo.Nacido en San José de Gracia, Michoacán, en  

1925, Luis González estudió en el Instituto de Cien- 

cias de Guadalajara, Jalisco, y form ó parte de las   primeras generaciones de historiadores que se fo r- 

maron en El Colegio de México. Realizó estudios de   3

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 posgrado en París, y en los archivos históricos de  España realizó una encomiable labor, poco reco- 

nocida: además de llevar a cabo sus propias in- 

vestigaciones, Luis González investigó legajos, fojas  y tesoros documentales para algunos maestros es- 

 pañoles, cuyo exilio en México les impedía revisi- 

tar los acervos de su form ación intelectual 

A su regreso a México, González participó en la  magna Historia mcxlema de México, dirigida por  Cosío Villegas, inició una fructífera labor autoral  en diversas publicaciones y una importante labor  académica en El Colegio de México. En 1979pro- 

 paso la iniciativa de crear El Colegio de Michoa  cán, primera institución a imagen del Colmex ca- 

 pitalino y a la cual han seguido otros planteles en  el interior de la república mexicana.

Con motivo de un año sabático, Luis González  regresó a su pueblo natal. Resultado de ese viaje  fue  el libro Pueblo en vilo. Microhistoria de San José deGracia, que es la historia universal de un minúscu- 

lo lugar de la geografía mexicana, pero cuya his- 

toria sé vuelve paralelo mayúsculo de toda comu- 

nidad, de cualquier pretérito y de toda latitud. Así k> demuestra el hecho de que en ip i l la Ame- 

rican Historical Association le haya concedido el  

 premio Haring y que la edición francesa titulada  Les barrières de la solitude lleve varias ediciones.

A la propuesta práctica de realizar una micro  historia, Luis González agregó en 1973 una pro- 

 puesta teórica que, bajo el título de Invitación a la4  microhistoria, sería la form alización no sólo de la 

historia regional, parroquial, petite histoire, localhistory o microhistoria del terruño o matria, sino  también la declaración  — más allá de los carta- 

bones de la academia y de la pedantería intelec- 

tual  —  de una form a de historiar más humana,  franca y abierta a todos los recovecos del pretéri- 

to. Esta propuesta teórica fu e reiterada en 1984  

con la publicación de la Nueva invitación a la mi-crohistoria, donde Luis González reunió otra serie  de artículos que corroboran su particular  form a de  abordar el oficio de historiar y los beneficios im- 

 plícitos en su forma de investigar.

PONDO 2000  se honra en presentar Otra invitación a la microhistoria, una reunión de artículos en  la que el lector confirmará que las letras de Luis  González lo revelan no sólo como uno de los  

historiadores de nuestro pasado más lúcidos, sino  como uno de los mejores narradores de nuestro  

 presente. Quedan muchos pliegués de la historia   por descubrir y muchos espacios del variado  mosaico de México por investigar. Se reitera aquí  la invitación a conocerlos.

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El arte de la microhistoria*

ADESUNDE

.unque  acepté con gusto la invitación depresentar una ponencia sobre teoría y método de la microhistoria, me acerco a ustedes con temor. Mi práctica microhistóricaes breve y no he tenido tiempo de suplir

las escasas horas de vuelo con muchas lecturas. Me atemoriza enfrentarme a un auditorio donde hay sabios que han consagrado lo más de su vida a la investigación desu “tierra”. No sé cómo se atreve a deciralgo quien sólo se dedicó un año a historiarsu pueblo, que desde hace veinticinco añosvive en la capital metido en cosas ajenas ala problemática provinciana. Está fíiera del

alcance del ponente expedir conceptos ypreceptos de buena ley sobre una materia

♦ Ponencia presentada al Primer Encuentro deHistoriadores de Provincia, San Luis Potosí, 26 de ju

lio de 1972. 7

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con la que no está familiarizado y sobre la cual seríatiempo perdido el dar consejos generales, porquecree con Leuilliot y Ariés que “los principios de lahistoria local son autónomos y aun opuestos a losde la historia general”. “La historia particular es muydistinta de la historia total y colectiva. ”i

La teoría histórica común apenas afecta la con

ducta del microhistoriador, pues, como dice Braudel, “no existe una historia, un oficio de historiador,sino oficios, historias, una suma de curiosidades,de puntos de vista, de posibilidades”.^ El punto devista, el tema y los recursos de la microhistoriadifieren del enfoque, la materia y el instrumentalde las historias que tratan del mundo, de una nación o de un individuo. Nadie ha puesto en dudala distinción entre la meta y el método microhis-

tóricos y el fin y los medios de la macrohistoria yla biografía. Como es sabido, aparte de los tratados generales acerca del saber y el hacer históricos, existen estudios sobre el conocimiento y lahechura de historias universales, historias patrias

 y biografías. , ^En punto a microhikoria hay poco escrito. Aun

que la especie es tan antigua como las otras dos,no cuenta aún con los teóricos y metodólogos que

 ya tienen la historia general y la biografía. El he-

>Paul Leuilliot, “Défense et illustration de l’histoire locale”,en Annales, Colin (enero-febrero, 1967), p. 155; Philippe Ariès,Le temps de l ’histoire, Monaco, Éditions du Rocher, 1954, p. 317.2 Fernand Braudel, la historia y las ciencias sociales, Ma-

°  drid, Alianza Editorial, 1968, p. 107.

cho puede explicarse por el desdén académico conque fue mirada durante siglos y siglos. Hoy que lagran historia, siguiendo el ejemplo de las cienciashumanas sistemáticas, tiende cada vez más a laabstracción, y que la biografía corre hacia el chisme puro, la microhistoria ocupa un sitio decorosoen la república de la historia y ya nada justifica el

que no sea objeto de un tratado de teoría y práctica que debiera hacerse, por lo disímbolo de lamateria, con colaboración internacional. Los traba

 jos de Douch, Finberg, Goubert, Stone, Powell,Hoskins, Pugh, Leuilliot y otros son apuntes parala obra grande, pero todavía no la gran guía de lainvestigación microhistórica.3

3 Robert Douch, “Local History”, en Martin Ballaid (ed.), New  Movements in the Study and Teaching o f History, Blooming

ton, University Press, 1970, pp. 105-113; Robert Douch, A  Handbook o f Local History: Dorset, University o f Bristol, 1962;H. P. R. Finbeig, “Local History”, en H. P. R. Finberg (ed.).Approaches to History, Toronto, University of Toronto Press,1962, pp. 111-125; H. P. R. Finberg, The Local Historian and  his Theme, Leicester, University Press, 1952; Pierre Goubert,“Local History”, en Daedalus (invierno, 1971). pp. 113-127; W. C.Hoskins, Local History in England, Longmans. 1959; PaulLeuilliot, “Défense et illustration de I’hikoire locale”, en Annales,

Paris, Colin (enero-febrero. 1967), pp. 154-177; W. R. Powell.“Local History in Tlieory and Practice”, en BuUeHn o f the Insti- 

tute o f Historical Research (xxxi. 1958). pp. 41-48; LawrenceStone. “English and United States Local History”, en Daedalus  (invierno, 1971). pp. 128-132. Algunos tratadistas de teoría ymétodo de la historia dedican apartados especiales a los problemas de la microhistoria, entre ellos; Guillermo Bauer. Intro- 

ducción al estudio de ¡a historia, Barcelona. Bosch, 1957.626pp.; Ludwig Beutin, Introducción a la historia económica, 9 

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La escasez de estudios acerca del asunto quenos reúne en este Primer Encuentro de Historiadores de Provincia es sin duda un obstáculo parallegar a conclusiones en firme, pero es también unestímulo para la reflexión. Lo que se nos ocurraen este debate puede cx)ntribuir a la guía espera-

Buenos Aires, Sur, 1966; Fernand Braudel, la historia y las  ciencias sociales, Madrid, Alianza Editorial, 1968, 221 pp.; EricDaidel, L'histoire, science du concret, Paris, Presses Universitaires de France, 1946, 141 pp.; Homer Carey Hockett, The  Critical Method in Historical Research and Writing, NuevaYork, The MacmUlan Company, I960, 330 pp.; Friedrich Nietzsche, De la utilidad y de los inconvenientes de los estudios  históricos para la vida, Buenos Aires, Bajel, 1945, 90 pp.;

 Theodor Schiedet, La historia como ciencia, Buenos Aires, Sur,1970 165 pp.; León Halkin, Initiation a la critique historique, París’, Armand Colin, 1963, 221 pp.; Benedetto Croce, La histo- 

ria como hazaña de la libertad, México, Fondo de CulturaEconómica. 1942, 369 pp. También se ocupan de la microhistoria algunos autores de didáctica, como Marcel Reinhard,L’enseignement de l ’histoire et sesprobièmes, Paris, Presses Universitaires de France, 1957, 144 pp.; A. L. Rowse, We Use of  History, Londres, The English Universities Press, 1963, 213 pp.;Louis Verniers, Metodología de la historia, Buenos Aires, Editorial Losada, 1968, 107 pp. En las historias de la historiografíase pueden espigar notas sobre el aspecto sistemático del oficiomicrohistórico, como botones de muestra: Matthew Fitzsimmons(et al.), The Development of Historiography, Harrisburg, The

Stacpole Co,, 1954, 471 pp.; E. Fueter, Historia de la historio- grafía moderna, Buenos Aires, Editorial Nova, 1953, 2 vols.;G. P. Gooch, Historia e historiadores en el siglo xa, México.Fondo de Cultura Económica, 1942; Ángel de Gubematis, His- 

toria de la historiografía universal, Buenos Aires, c e p a , 1943,316 pp.; J. W. Thompson. A History of Historical Wrtíing, Nue-

10  va York, Macmillan, 1958, 2 vols.

da. No vamos a recorrer un camino hecho, y porlo mismo, es posible ayudar a construirlo.

Como principio de cuentas, todavía cabe ser padrino de la criatura. La he venido llamando micro-historia, pero ni este nombre ni otros con los quese la designa son universalmente aceptados. EnFrancia, Inglaterra y los Estados Unidos la llaman

historia local. Es de suponer que han convenidoen este nombre, no porque sea llano, fácil y aunsabroso, sino por tratarse de un conocimiento entretenido la mayoría de las veces en la vida humana municipal o provincial, por oposición a lageneral o nacional. Con todo, la denominación sepresta a equívocos y dice poco de la característicamayor de la especie. Una Wstoria del Vaticano puede ser llamada local por el estrecho ámbito de que

se trata, pero la gran mayoría de las historias vaticanas difieren, por el modo de ser, de las llamadashistorias locales. Un estudio acerca de los gruposde mat^hualenses dispersos en varios puntos deMéxico y los Estados Unidos no se constriñe a unespacio municipal o provincial, y, pese a eso, puede ser una historia de las llamadas locales. Y es queaquí lo importante no es el tamaño de la sede donde se desarrolla sino la pequeñez y cohesión del

grupo que se estudia, lo minúsculo de las cosasque se cuentan acerca de él y la miopía con quese las enfoca.

El título de petite histoire, acuñado por los franceses, podría ser un buen nombre, si por eso nose entendiera un género de muy mala reputación.

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Los lectores saben que la petite histoire que circula en el mercado refiere vidas íntimas, crímenes yejercicios de alcoba de personajes célebres. Lo quehá llevado el rótulo de petite histoire y se ha traducido al español como historia menuda, no se parece a nuestra disciplina; es más bien un subproducto de la biografía hecho para divertir a un públicofrívolo.

Ciertamente hay microhistorias que por afánexhaustivo recogen multitud de hechos insignificantes, y que por este vicio o flaqueza han merecido el apelativo de historias anecdóticas, pero lamayoría de las microhistorias no caen en la minucia sin cola y, sobre todo, no son un simple catálogo de pormenores sueltos, sin liga. Un repertorio de anécdotas puede, en un caso dado, servir

de fíjente a un microhistoriador pero nunca se confundirá con un buen libro de microhistoria.^

Según Bauer,5 en los países de lengua alemanase usan más o menos indistintamente los términos de historia regional, historia urbana y aun elde geografía histórica para denominar a la especieaquí llamada microhistoria. El primer término tiene las mismas desventajas que el de historia local

 y algunas otras; El segundo toma la parte por el

todo. Aun cuando cualquier historia urbana fuese microhistoria, muchas de las microhistorias no

*  Benedetto Croce, La historia como hazaña de la libertad, México, Fondo de Cultufa Económica, 1942, pp. 131-140.

’ W. Bauer, Introducción al estudio de la historia, 3a. ed.,12 Barcelona, Bosch, 1957, pp. 164-169.

son historias urbanas. Por otra parte, algunas historias de ciudades, especialmente cuaiido tratan delorigen histórico-jurídico o de la proyección nacional o internacional de la ciudad, no están tratadasmicrohistóricamente. La inadecuación del tercerrótulo, el de geografía histórica, salta á la vista y nomerece discutirse.

Nietzsche distinguió tres tipos de historia: la monumental, la crítica y la anticuaría o arqueológica.A esta última la definió como la que “con fidelidad y amor vuelve sus miradas al solar natal” y gustade lo pequeño, restringido, antiguo, arqueológico.'’ ¿Acaso no es a esto a lo que le buscamos nombre?Entonces ¿por qué no designarla con los calificativos de Nietzsche? La denominación de historiaanticuaria no sería injusta sí la palabra anticuario

en español no fuera despectiva o no nos remitieraal qüe colecciona antiguallas y negocia con ellas.Por otros motivos, tampoco nos sirven los membretes de historia arqueológica y arqueología. Esosnombres ya le corresponden por derecho de primer ocupante a la ciencia que tiene por objeto lasformas tangibles y visibles que conservan la huellade una actividad humana.

Después de haber examinado las ventajas y los

inconvenientes de media docena de nombres, medecidí por el uso de microhistoria en el subtítulo y

‘ Friedrich Nietzsche, De la utilidad y los inconvenientes  de los estudios históricos para la vida, Buenos Aires, Baiel1945, p. 25. 13

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en el prólogo de Pueblo en vilo?  A don DanielCosío Villegas la palabra le pareció pedante.® Fer-nand Braudel la usa para designar la “narración deacontecimientos que se inscriben en el tiempo corto”.!' Es un término que recuerda los de microso-ciología y microeconomía, y que, por lo mismo,no es tan inoportuno ni tan pedante. Pese al valor

que le dé Braudel, es un vocablo inédito o casi, todavía sin significación concreta reconocida, y sino bello, sí eficaz para designar una historia generalmente tachonada de minucias, devota de lo vetusto y de la patria chica, y que comprende dentrode sus dominios a dos oficios tan viejos como loson la historia urbana y la pueblerina.

No hay que echar en saco roto, sin embargo, laobjeción de algunos colegas asistentes al Congre

so de Historia del Noreste de México, reunido enMonterrey a la salida del verano de 1971. Allí se dijoque el término microhistoria huele a desdeñoso.Si es así, menos se puede recomendar el membrete de minihistoria que además de eso sería híbrido. Quizá sea más incontrovertible aunque menos precisa la denominación de historia concretapara un oficio ocupado en un mundo de relaciones personales inrriediatas.

¿Y porqué no darie a la criatura un nombre que^ Luis González, Pueblo en vtio. Microhistoria de San José de  

Gracia, México, El Colegio de México, 1968; 2a. ed.: 1972.» Lui.s González, La tierra donde estamos, México, Banco de

Zamora, 1971. Wd. “Presentación” por Daniel Cosío Villegas.

14 Braudel, op. cit., p. 123.

nadie ha usado? A primera vista lo insólito cae mal.La idea de llamarle historia patria a la del ancho, poderoso, varonil y racional mundo del padre quizáfii^ mal recibida en los comienzos. Patria y patriota ya son palabras de uso común. Matria y matriotapodrían serlo. Matria, en contraposición a patria,designaría el mundo pequeño, débil, femenino,sentimental de la madre; es decir, la familia, el terruño, la llamada hasta ahora patria chica. Si nosatrevemos a romper con la tradición lingüística, eltérmino de historia matria le viene como anillo aldedo a la mentada microhistoria. El vocablo dehistoria matria puede resolver el problema de ladenominación.

 También, en plan de aventura, podríamos adoptar el nombre de historia yin. ¿Quién no sabe que

en el taoísmo el aliento yin es el femenino, conservador, telúrico, suave, oscuro y doloroso? Historia matria, historia yin, metrohistoria, microhistoria,historia parroquial, pero no una palabrota comomicrohistoriografía. Tampoco es necesario paraseguir adelante dar con el nombre justo. Sin él seha ejercido la especie durante dos mil años.

HISTORIA

Como la mayoría de las especies del género histórico, la que nos ocupa nació en Grecia. En Alfonso Reyes se lee que en la época alejandrina hubo“un tipo intermedio, el de los anticuarios”, que a ^

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veces recopiló tradiciones locales y otras investigóla literatura “para esclarecer la historia o su escenario geográfico. Tales fueron, en el siglo u, Pole-món de Ilión, Demetrio de Escepsis y Apolodo-ro Ateniense”.“ También los latinos, una vez queaprendieron de los griegos a escribir historia, seaplicaron, según Dionisio de Halicamaso, a cultivar la crónica local. Pero ni los griegos ni losromanos supieron hacer grandes historias de temas pequeños. Preocupados por los destinos delimperio, se desentendieron del pasado de la tierranativa.Después de las invasiones de los bárbaros, en laépoca carolingia, hubo anales de monasterios yobispados, escritos colectivamente por monjes, y nodel todo distantes de la microhistoria. Destruido el

imperio de Carlomagno, Europa vivió un periodode predominio de la vida local y monástica, levemente contrapesado por el ideal ecuménico delcristianismo. En la Europa dispersa de los siglos xal XII, la crónica fabricada en el castillo o en elconvento “se hizo menuda y particular”.“ “Lamayor parte de los cronistas limitaron su atencióna la zona donde ellos vivían.”12 Sean botones demuestra la Historia Remensis Ecclesiae de Flodoar-

Alfonso Reyes, Obras completas, México, Fondo de Cultura Económica, 1955, vol. xviii, p. 396.11Ángel de Gubematis, Historia de la historiografía univer- 

sal, Buenos Aires, Ediciones'c e p a , 1943, p. 156.12J. W. Hiompson, History o f Historical Writing, Nueva

16 York, MacmiUan, 1958, vol. i, p. 224.

do, la Historia Dunelmensis Ecclesiae de Florencio de Worcester, el Chronicon Aquitanicum deAdemar de Chabannes, la Chronique de Guinnes  et d ’Ardre de Làmbert, y de Silvestre Giraldo unaTopographia Hibemia que trata de la región, sugente, sus gestas y sus milagros.Desde 1200, en Italia, Alemania e Inglaterra, mu

chas ciudades crecieron rápidamente en población, energía y entusiasmo, y generaron frailes y jurisconsultos autores de historias urbanas. Desdela revolución burguesa de Lombardia en el siglo xnhasta el Renacimiento del siglo xv los burguesesdel norte de Italia le dieron un enorme impulso alos anales locales: Anales de Milán, Crónica de  Cremona, Crónica dei veneziane de Martino Canale, Anales de Genova de Cafaros, y para no ha

cer una lista muy larga, ya sólo los Anales de Lodi  de Otto de Murena, “el primer historiador italianodueño de una mente constructiva”. En Inglaterra,Amald Fitz Thedmar (1201-1275) compuso unacrónica de Londres. En Alemania, desde la caídade Rodolfo de Habsburgo, hubo crónicas de ciudades.España produjo en el siglo xni De preconiis  civitatis Numantine que “ostenta ya los caracteresque han de predominar en el género de historiaslocales, tan colmadas de ordinario de amor a la ciudad natal como ayunas de verdadera investigacióncientífica”.!'* .

•3 Thompson, op. cit., pp. 284 y ss.B. Sánchez Alonso, Historia de la historiografía española. 17

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El Renacimiento es el siglo de oro de la historiaurbana. El iniciador fiie Leonardo Bruni, el Areti-“no (1369-1444), autor de las Historiarum Florenti  narum que desecha fábulas, leyendas, milagros yotros prodigios; emprende una explicación porcausas naturales, y por apego a la retórica clásica,repudia el tema económico, acoge con entusiasmo

hechos efímeros y batallas y mantiene la forma deanales. Al cabo de una generación, según Fueter,“todo Estado italiano produjo una historia en elnuevo estilo” de Bruni, “promovida pof iniciativagubernamental”. Muchos de los imitadores de Bruni “fueron literatos errantes que acabaron por serpimples voceros de quienes les pagaban” . ? Sabelli-cus escribió Rerum Venetarum ab urbe condita; Bembo, Rerum Venetarum Historiae; Corio, unahistoria milanesa, y Platina, Historia Urbis Mantuae. La influencia del humanismo italiano se extendióa Suiza, como lo atestiguan la Crónica de Berna, de Anshelm, la Crónica de la abadía de Sankt  Gallen, de Vadianus, y Les Chroniques de Genève, de Bonivard; y a la región alemana, según se ve enlas historias de Sajonia, Vandalia y Dania, de Krantz,en los anales de Baviera, de Aventinus, y en laChronographia de Ausburgo y la Crónica de Nu- 

remberg, de Mesterlin. Los dos dioses mayores del

Renacimiento hicieron microhistoria; Guicciardini,

2a. ed., Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1947, vol. I, pp. 270-271.

>5E. Fueter, Historia de la historiografía moderna, Buenosl 8 Aires, Editorial Nova, 1953, pp. 30-35, 37 y ss.

la Storia Fiorentina, y Maquiavelo, Istoroe fioren   tine, que renuncia al orden de los anales y acude aexplicaciones naturalistas. Por su parte, Maquiavelo genera discípulos (Nerii, Segni, Nardi, Varchi)que cultivan la historia de Florencia, y como sumaestro, aunque con menos maestría, imitan a Sue-tonio y Tito Livio, reducen al mínimo los temas

eclesiásticos, se centran en la vida política, usanuna información abundante y someten los documentos al tribunal de la crítica, a un tribunal todavía no muy exigente.

Mientras florecía en Europa la microhistoria desello humanístico, en Mesoamérica se daba algoparecido en moldes diferentes, en dramas y epopeyas orales apoyados en pictogi^as. “Nuestrosindígenas —escribe Jiménez Moreno— carecían

del concepto de historia general y en lápidas o encódices consignaban sucesos relativos a su comunidad, rebasando este estrecho marco sólo cuando se trataba de conquistas efectuadas en lugaresmás o menos distantes, o cuando se aludía a lejanos puntos de donde procedían. La historia precolombina es, pues, casi siempre, microhistoria” ,'®de la que conocemos sus versiones poshispánicas.

A fines del Renacimiento, en el siglo de la erudición, se hacen buenas historias de Bretaña yLanguedoc junto a historias rurales plagadas de lis-

Wigberto Jiménez Moreno, “Historia de tema regional yparroquial, comentario”, en Investigaciones contemporáneas  sobre historia de México, México, El Colegio de México, 1971,página 265. 19

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tas de nobles, castillos, feudos, abadías e iglesias,o historias urbanas que exhiben cartas, privilegios,poderosos y benefactores. Ambas mucho más pobres que las renacentistas aunque con mayor sentimiento regional. Ninguna, fuera de pocos casos,benedictina o erudita al modo de Mabillon.

 Tampoco el siglo de las luces hizo microhistoria

de primer orden. Los ilustrados creyeron que elúnico asunto digno de estudio era la historia mundial, Pero, a pesar del desprecio con que fueronvistas, datan de entonces historias locales tan vastas y célebres como las Memorias históricas sobre  la marina, el comercio y las artes de la antigua  ciudad de Barcelona, de don Antonio Capmany yde Montpalau; una documentada narración de Nueva Inglaterra, con la que el clérigo Prince inaugura

la historia local en los Estados Unidos, y variashistorias de ciudades hispanoamericanas.Aunque vivió en el siglo xvin (1720-1794), Jus

tus Möser funda la microhistoria romántica con suOsnabrückischen Geschichte donde, para esclarecer la historia patria, mezcla lo particular con logeneral y lo político con lo culto.i» Comoquiera,los más potentes focos de una microhistoria romántica, enamorada del color local y el derramamiento de lágrimas, se encendieron en Italia, tierrade Manzoni, el autor de Los noviosy de una serie deestudios de historia lombarda, y en Francia, tierra

30Fueter, qp. cit., t. ii, p. 12.

1» Bauer, op. cit., p. 165.

de Barante, autor de la Histoire de ducs de Bour  gogne. Pero son las historias nacionales y no lasabundantes microhistorias las que le dan sabor a laépoca romántica. La busca de la unidad nacional,obsesión de los hombres occidentales de los dosprimeros tercios del siglo xix, se opuso al particularismo histórico regional. Excepción: el federalismo que convivió con el nacionalismo en algunasrepúblicas americanas produjo un fruto perenne:la historia de estados o entidades federativas.i9

En la era del positivismo, la microhistoria, la menos distinguida de las especies historiográficas, tuvomuchos cultivadores (magistrados, notarios, sacerdotes, rentistas, maestros y miembros de la nobleza menor) que, agrupados en sociedades sabias,hicieron alguna vez obra en equipo como The  Victorian History o f the Counties ofEngland; llevaron su curiosidad al medio geográfico y a losaconteceres económicos y sociales; aplicaron procedimientos estrictamente científicos al establecerlos hechos, y descuidaron las operaciones arquitectónica y estilística llegada la ocasión de trasmitirlos. Sería imposible incluir aquí la nómina delos eruditos regionalistas de la segunda mitad delsiglo xix, pues en el lapso de tres generaciones se

generaron más microhistorias que en el milenioanterior con sus treinta generaciones.

Luis González, “Historia regional y parroquial", en Inves- 

tigaciones contemporáneas sobre historia de México, pp.249-253. 21

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En el presente siglo, la producción continúa enalza. La mayoría sigue moldes añejos de índolepositivista o romántica. Lo novedoso se produceen unos diez o doce países; los más sonados: Estados Unidos, Inglaterra y Francia. El nuevo estilonorteamericano “se emparenta con las ideas de

 Turner, pues la palabra ‘frontera’ le dio significadoa la historia de cada pueblo, concejo, territorio yestado”.2o De Turner para acá han proliferado enEstados Unidos asociaciones promotoras de historia matria, centros universitarios de investigaciónlocal, ayudas pecuniarias de fundaciones, encuentros, mesas redondas y revistas especializadas enmicrohistoria y ciencias conexas. Desde 1888 sepublica elJournal o f American FolkLore. En 1940,la North Carolina Historical Commission estructu

ra la American Association for State and Local History. En 1941, la asociación lanzó al mercado laAmerican Heritage, revista trimestral. Las actividades de los numerosos microhistoriadores usa no sepueden despachar de un plumazo. Baste aludir,antes de hacer el vuelo trasatlántico, al grupode Nueva Inglaterra, pastoreado por el profesor deHarvard Bernard Bailyn y metido en los temasde organización familiar, conflictos entre oligarquía

 y democracia y desarrollo económico. En esto último, los de Nueva Inglaterra se emparentan con laescuela de Leicester, lo más lucido de la microhis-

22 “ Homer C. Hockett, The Critical Method in Historical  

Research and Writing, Nueva York, MacMillan, I960, p. 238.

toria inglesa. En la primera mitad del siglo, las universidades británicas veían como al pardear a los“local historians”. Incluso los distinguidos J. R.Green, F. W. Maitland y A. L. Rowse cultivaron laplanta a escondidas. El auge reciente comenzó después de la Segunda Guerra. En 1947 se fundó elDepartment o f English Local History at University

College, de Leicester. Los primeros directores delflamante departamento fueron Hoskins y Finberg.Desde. 1952 ¡se publica periódicamente The Local  Historian?^ Según Goubert, en Francia, donde suenan los nombres de Meyer, Boutruche, Poitrineau,Deyon y Baehrel, en la Francia posbélica, ha crecido y fructificado una microhistoria preocupadapor la masa del pueblo, los gobernados y los fieles, una investigación microinteresada en todos los

humildes y todos los aspectos de la vida, y muy interesada en los aspectos demográficos.22

EL MICROmSTORIADOR

En el periodo que comienza alrededor de 1945 elnúmero de cultivadores de la historia matria haaumentado sensiblemente. Explicar ese aumento

no es tarea fácil. Decir que se debe a la revoluciónregionalista de nuestros días no basta. Seguramente

21Lawrence Stone, “English and United States Local History”,en ZJaedfl/us (invierno, 1971), pp. 129-131.22 Pierre Goubert, “Local History”, en Daedalus (invierno,

1971), p. 120. 23

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muchos se han inscrito en el arte para aportar elementos a la venganza de las regiones contra sus metrópolis. Otros habrán entrado para evadirse delinfierno de las urbes y aspirar las delicias del mundo preindustrial y preurbano. No debe descartarsela posibilidad del despistado que haya caído en lamicrohistoria por razones tan poco nobles como

las de ganar dinero, poder y fama, pero la gran ma yoría se habrá metido por simple nostalgia y amora la familia y al terruño. Los más de los microhis-toriadores del momento presente son oríginariosdel villorrio, la villa o la ciudad objeto de sus estudios. La actitud romántica sigue siendo el motorprincipal de la microhistoria.^s

Muchos de los microhistoriadores actuales reciben su pan de los institutos de alta cultura, son fu ll  

time de centros universitarios; no padecen penurias económicas; disponen, si no de todo, sí debástante tiempo para la investigación; pero no sonrepresentativos del gremio. La estrechez económica sigue predominando entre los colegas. Sin dudahay ricos ociosos que la practican como hobby. Los más son pobres que distraen a sus quehacereshabituales partículas de tiempo para darse el gusto de investigar. Aumentan los que a cambio de

una remuneración proveniente de una persona ode una institución oficial o semioficial bailan alson que les toquen. La infraestructura económica

25 Ludwig Beutin, Introducción a la historia económica, 24 Buenos Aires, Sur, 1966, p. 144.

de los miles de microhistoriadores que actualmentepululan en el mundo no es uniforme, es casi siempre movediza y muchas veces enajenante.

La condición social del microhistoriador es, comola de cualquier intelectual, de dependencia. Nopertenece ni por origen ni por estado al nivel dela espuma. Antes muchos provenían de las altas esferas del poder y el dinero; hoy abundan los oriundos de la clase media y aun los de origen proletario. En el conjunto de la sociedad se les localiza

. junto a los intelectuales, en el rincón de los rechazados. En el seno de la república de las letras todavía no ocupan los pisos de arriba, aunque ya, enel gremio de los historiadores, empiezan a dejarde ser los patitos feos. Día a día ganan casta social, pero aún están muy lejos de volver a la altura

alcanzada en el Renacimiento, y más todavía a tener el stattts que se merecen como memorialistasde las comunidades.

Hasta hace poco cada quien se rascaba con suspropias uñas, se caracterizaba por su aislamiento, por su ausencia de comunicación con los otroshistoriadores, por vivir arrinconado. Ahora las barreras de la soledad empiezan a deshacerse. Todavía la mayoría no se relaciona con sUs colegas,

no pertenece a ninguna asociación o secta académica, aunque son cada día más los inscrítos encomunidades de especialistas que se frecuentanperiódicamente, que discuten métodos e intercambian experiencias. Hay cada vez más asociaciones nacionales de historiadores locales, pero 5

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no existe todavía, que yo sepa, una agrupación internacional.

Por supuesto que los microhistoriadores requieren menos del intercambio intelectual que otrosespecialistas, pero quizá el motivo mayor del aislamiento sea, aparte del de la dispersión geográfica y de intereses, el de la desigualdad de cultura.

A la mies de la microhistoria siguen concurriendooperarios provenientes de todos los campos delsaber y la ignorancia: maestros y alumnos, médicos, abogados, sacerdotes, poetas, políticos, burócratas de todos los niveles, fotógrafos, artesanos ymeros memoristas sin oficio. Aquí acuden letradose iletrados de toda laya que difícilmente puedenconvivir y menos entenderse.

Es deseable mantener la diversidad cultural de

los operarios. Es muy fructífera la participaciónde sacerdotes, médicos y maestros en la tarea derevivir el pasado del terruño. Conviene que los disímbolos obreros lo sean de tiempo parcial. Ni losrecursos de los lugares pequeños son suficientespara sostener un cronista sólo dedicado a serlo, niayuda a la confección de una crónica local el aislarse de los quehaceres comunales y volverse ratade biblioteca. La microhistoria gana con la concu

rrencia de individuos de distinta formación y de diferentes posibilidades, pero pierde cuando no hayun denominador común entre los operarios queno sólo sea la pura afición a la microhistoria.

El microhistoriador requiere un mínimo de dotes y bienes culturales. Por lo pronto, necesita de una

buena dosis de esprit de finesse como el macrohis-toriador. Debe ser un hombre de ciencia, pero noal modo burdo del geómetra. También es hombre al agua si no tiene a su alcance archivos y bibliotecas. Y está fuera de toda posibilidad de competir en el mercado intelectual si no posee un buenarte del oficio. En Bauer se lee: “La historia regional cae en descrédito por el diletantismo con quefrecuentemente se cultiva’’. -*

Si en el uso de la técnica de investigación y otrosaspectos del oficio hay una mayor torpeza en elmicro que en el macrohistoriador, en el terreno dela vocación se cambian los papeles. Aquél no sóloes aficionado por falta de oficio sino también porsobra de afición y simpatía por su tema. Otra diferencia se da en el nivel del talante. Mientras los

historiadores metropolitanos de alcance nacionalo mundial viven como azogados, en stress, nerviosos, compulsivos, ávidos de asistir a congresos yreuniones y ansiosos de reconocimiento, los provincianos pasan la vida sin desasosiegos, viven sinel veneno de la fatiga y sin los acosos de la ambición sin límites.

Una ventaja más del mini con respecto al maxies la de que aquél escribe habitualmente de lo

que conoce por experiencia propia; de lo que conoce y ama; tiene alma de anciano y muy frecuentemente lo es. De hecho no podría ejercer la historia matria antes de llegar a la edad madura. Al

Bauer, op. cit., p. 166. 2 7

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historiador matrio, según el dicho de Nietzsche,“le conviene una ocupación de viejos, mirar atrás,pasar revista, hacer un balance, buscar consueloen los acaeceres de otras épocas, evocar recuer-dos”.25 En plan de encasillar al microhistoriadoren un casillero psicológico, habría que ponerlo enel grupo de los sentimentales o EnAS de la clasificación de Rene Le Senne^«^ porque es un tipo másemotivo, más amante de la naturaleza y su terruño,menos dinámico y jolgorioso, más solitario, conservador, tímido y triste y menos deportista que elpromedio de los hombres.

Los microhistoriadores se hermanan entre sí porel carácter que no por la ética profesional. En cuanto a conductas e ideales, son distinguibles tres tipos: el primero procede como la hormiga; el se

gundo, como la araña, y el último, como la abeja.El microhistoriador hormiga lleva y trae papeles;

extrae, según el dicho de don Arturo Amáiz y Freg,noticias de la tumba de los archivos para trasladarlas, reunidas en forma de libro, a la tumba de lasbibliotecas; ejerce de acuerdo con una ética positivista cuyos principios son: V  el buen historiadorno es de ningún país y de ningún tiempo; 2)  procede a su trabajo sin ideas previas ni prejuicios;

3 ) se come sus amores y sus odios; 4) no es calle jero, gusta de lo oscuro y arrinconado, es rata de

28

25Nietzsche, op. cit., p. 61,“ René Le Senne, Traité de caractérologie, Paris, p u f  , 1952,

pp. 209-291.

gabinete, archivo y biblioteca;  5)  no se cuida decomponer y escribir bien, le basta con cortar, pegar y expedir mamotretos de tijeras y engrudo. Elbuen microhistoriador positivista es de hecho uncompilador disfrazado, un acarreador de materiales, una hormiga laboriosa.

La soberbia del microhistoriador-araña contrasta

con la humildad del microhistoriador-hormiga. Sedeclara a voz en cuello hijo orgulloso de su matria y de su época; no le importa ser hombre de pre juicios; no oculta sus simpatías y diferencias; le darienda suelta a la emotividad y a la loca de la casa.Le concede más importancia a la imaginación quea la investigación y a la expresión del propio modode ser que a la comunicación de conocimientos.Las obras del sabio-araña no son ni más ni menosque telarañas emitidas de sí mismo que no trasmitidas de algo, cosas sutiles o insignificantes que notejidos fuertes y duraderos. El ideal arácnido produce intérpretes brillantes que no historiadores deverdad.

El tercer tipo imita la conducta de la abeja querecoge, digiere y toma miel de los jugos de multitud de flores. El que aspira a comportarse comoabeja no teme amar al pasado y al terruño; procura ser consciente de sus ideas previas, simpatías y

antipatías y está dispuesto a cambiarlas si los resultados de la investigación se lo piden. No estácasado con sus prejuicios como el hombre-araña,ni con los útiles como el hombre-hormiga. Alternativamente pelea y simpatiza con sus instrumen- 9

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tos de trabajo; es crítico riguroso y hermenéuticocompasivo. Busca ser hombre de ciencia a la horade establecer los hechos, y se convierte en artistaen el momento de trasmitirlos.

Los tres (hormigas, arañas y abejas) nacen de impulsos parecidos. Un hombre que ve a su terruñocomo se ve a sí mismo, un buen día es asaltado porla curiosidad, dizque por haberse topado con unaruina, ora por haber dado oídos al cuento de algúnviejo, ya por alguna lectura. De la curiosidad saltaa las cuestiones vagas: ¿Qué fue aquello? ¿Cómose pasó de aquello a esto? Desde aquí el nacientemicrohistoriador se embarca hacia el pasado perono sin antes hacer los preparativos del viaje: limitar la meta, hacerse hipótesis y otras cosas por elestilo.

LO MICROHISTÓRICO

Cada disciplina del saber recorta del conjunto dela realidad un dominio o campo propio para esclarecerlo a su manera. Sólo en términos generalespuede decirse que el dominio de la microhistoriaes el pasado humano, recuperable, irreversible, influyente o trascendente o típico. Dentro del enorme universo del pasado historiable es posible aislar

la parcela que le corresponde a la microhistoria;es decir, el espacio, el tiempo, la gente y las acciones que le preocupan.

El espacio es la patria chica o matria, definida di-30 ferentemente según los mirajes de los definidores.

Para Miguel de Unamuno es “la que podemosabarcar de una mirada como se puede abarcar Bilbao desde muchas alturas”. 7 Con todo, algunaspatrias chicas no se pueden abarcar de una ojeada. Los hombres que se sienten entre sí oriundosde la misma matriz pueden estar dispersos en unaextensión terrestre inabarcable a simple vista. Por

lo mismo, otra definición de terruño, aparentemente más vága, es más justa. Matria es la realidad porla que algunos hombres hacen lo que deberían hacer por la patria: arriesgarse, padecer y derramarsangre. La patria chica es la realización de la grande, es la unidad tribal culturalmente autónoma yeconómicamente autosuficiente, es el pueblo entendido como conjunto de familias ligadas al suelo, es la ciudad menuda en la que todavía los vecinos se reconocen entre sí, es el barrio de la urbecon gente agrupada alrededor de una parroquia oespiritualmente unida de alguna manera, es la colonia de inmigrados a la gran ciudad, es la naciónminúscula como Andorra, San Marino o Naurú, esel gremio, el monasterio y la hacienda, es el pequeño mundo de relaciones personales y sin intermediario.

El tiempo y los tiempos dp la microhistoria también tienen su peculiaridad. Un estudioso de la

nación o del mundo pocas veces se interesa por elorigen, la vida total y el término de una nación;

27 Cf. Luis González, “Historia perdida”, en Diálogos (julio-agosto, 1970), núm. 34, p. 3. 31

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acota generalmente un trozo del principio, delmedio o del fin. Un microhistoriador rara vez dejade partir de los tiempos más remotos, recorrerlotodo, y pararse en el presente de su pequeño mundo. El asunto de la microhistoria suele ser de espacio angosto y de tiempo largo, y de ritmo muylento. De otra manera: los tempos microhistóricosson el larguísimo y pachorrudo de la geografía yel nada violento de la costumbre.

Aunque a veces derrama su atención en menudencias, la microhistoria, por lo general, sólo seocupa de acciones humanas importantes por influyentes, por trascendentes y sobre todo por típicas; separa los episodios significativos de los insignificantes; selecciona los acontecimientos quelevantaron ámpula en su época, o los que siendolodos, acabaron en polvos, o los representativos de

la vida diaria, los botones de muestra. Lo normal,sin embargo, es que la historia de índole monumental recoja los sucesos influyentes; la de índolecrítica, los sucesos trascendentes, y la anticuaríalos sucesos típicos. La primera persigue al gritode Dolores, la batalla de Waterloo, la derrota de laArmada Invencible; la segunda anda detrás de loque retoma: crisis agrícolas, curvas de precios, formas artísticas que se hacen, se deshacen y vuelven

a hacerse; lo más o menos repetitivo o no del todoirrepetible. A la microhistoria le interesa, más quelo que influye o renace, lo que es en cada momento, la tradición o hábito de la familia, lo que resiste

32 al deterioro temporal, lo modesto y pueblerino.

A pesar de que la imcroiu^oria no se detiene enlos sucesos que levantan polvareda, su asuntosuele ser itós comprensivo <te la vida humana queel de la macrohistoria. Segíin &UKr es caracteife-tico de esta especie historiográfica el proyectar“sobre una región estrictamente delimitada el en-trecruzamiento de los puntos de vista geográfico,

económico, histórico-constitucional y administrativo con los de la técnica, el arte, los usos y costumbres, kw hechos populares y las modalidadeslingüísticas". Y en gñieia l es vox pqpu/í que unade bs justificaciones de la microhi^cMia reside enque abarca la vida integralmente, pues lecc^ia anivel local la fanilia, tos grupos, d lenguaje, la li-teralura, el arté, la concia, la r e l ^ ^ d bienratar yel malestar, el deredio, el poder, el folklore; esto

es, todos los aspectos <ie la vida humana y aunalgunos de la vidanattual.Las macrohistorias pueden prescindir en mayor

o menor grado de! ambiente ffeico. Una crónicalocal, no. Helbok esoib&i en 1924: “El lugar recibesu vida inmediatamente del suelo; la nación sólomediatamente, de se^mdá mano. La nación o Estado se asienta sobre la aristocracia, la I^<^ia, lasdudactes... La historia local delñera serio de aque

lla simbiosis pnxU^osa entre tierra y pud>lo, queconduce a cada localidad a resultados distìniòs”. »En la rnicrohistoria pocas veces se olvida la intro-ducdón geográfica: relieve, clin», sudo, reoirsos

“ Bauer, tp, cíf, p. 166.33 

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34 

hidráulicos, vestidura vegetal y fauna. Tampocose prescinde de las calamidades públicas (sismos,inundaciones, sequías, endemias y epidemias) y delas transformaciones impuestas por los lugareñosal paisaje.

La historia universal y las historias nacionalesestán pobladas de gente “importante”: estadistas

 y milites famosos por sus matanzas, explotadores ilustres o intelectuales soberbios y cobardes.Los actores de la vida menuda rara vez merecen losapelativos de sabios, héroes, santos y apóstoles.Los innovadores locales siempre van a la zaga: descubren un pedernal para producir lumbre cuando

 ya se han descubierto los fósforos. Los héroes dela patria chica rara vez superan el nivel de bravucones y pocas veces acaban en mártires. Cuando

están a punto de ser ejecutados con la debida solemnidad, se mueren de gripe. Los santos tambiénsuelen ser de risa. En los éxtasis no falta quien lesclave una aguja y los haga despertar y proferirblasfemias. Los benefactores son difuntos que handejado una modesta fortuna para ponerle piso demosaico al templo. Los hombres de la microhisto-ria son cabezas de ratón y ciudadanos-número dela macro que en la micro se convierten en ciuda-dartos-nombre. Muchas veces en la historia grandese habla del rebaño, pero como rebaño; se enfocan ios reflectores sobre el mazacote de la burguesía, sobre la masa del proletariado, que no sobrelos burgueses y los humildes llamados fulanito yzutanito.

La microhistoria no ha eliminado el tí:ma guerrero. La vida militar —el tema de antes de toda historia— ha sufrido injustamente el descrédito de lahistoria-batalla. “Pero la historia militar— como dice

 Jean Meyer— es mucho más que los combates.Por un lado es un aspecto del fenómeno social dela violencia, y por otro, el campo de acción de esos

grupos sociales que son los ejércitos.”» Además“cada región tiene una guerra muy propia” que leCorresponde esclarecer al microhistoriador. La viejahistoria de generales y bandoleros, cañones y fusiles, batallas y combates no amerita ser jubiladasimplemente por ser vieja.

La vida económica —el asunto del día— y lacuestión social concomitante son los temas de ma

 yor interés para las tres escuelas de la vanguardia

microhistórica actual. La razón es clara: los sucesoseconómicos suelen ser los más cotidianos. En laszagas locales menudean las noticias sobre maneras de trabajar libres, asalariadas y serviles, sobreformas forzadas de perder el tiempo en viajes obligados y trámites oficinescos, sobre estructuras agrarias y modos de apropiación de la tierra, sistemasde cultivo, avances agrícolas, quehaceres artesanales, costumbres de compra y venta, paso del auto-

consumo a la economía de mercado e incorporación de los grupos cultural y económicamentemarginales al mundo moderno. En fin, la economía

» Meyer, “Historia de la vida social”, en Investigaciones con- temporáneas sobre historia de México, p. 387. 35

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 y la sociedad con enfoque más cualitativo quecuantitativo.3® Aunque todo mundo dedica la ma

 yor parte de su tiempo al descanso y la diversión,la macrohistoria se empefia casi siempre en verúnicamente los aspectos penosos del ser humano. Sólo la microhikoria, y no siempre, toma comoasimto el ocio y la fiesta; formas de liberación, as

tucias eróticas, intercambio de mujeres, modos deproliferación de la vida, vida infantil, juegos de niños, fiestas caseras, nacimientos, bautizos, primerascomuniones, santos, bodas, días de campo, c a n ^   ing, caza, fiestas dvicas, festividades religiosas,turismo, deporte, juegos de salón, costura, artespopulares, corridos, canciones, leyendas, imdos,músicas, danzas, todos los momentos de descanso

 y expansión y producción artística, espectáculos,

pasatiempos, regocijos, solaces, distracciones, devaneos, desahogos, jolgorios, juergas, jaleos, festines, saraos, mitotes, ciros, charreada, gira política,discursos, desfiles, títeres, castillos, toritos de fuego, lunadas, sereriatas y veloric«.

Foster, en su libro sobre Tzintzuntzán,^^ hablade la importancia que tiene en la vida comunal lallamada “visión del mundo” u “orientación cognoscitiva" y cree que es un tema imprescindible de

30Paul Leuilliot, “Défaise et illustfation áe l’histólrc locale”,en Annaks (Año 22, enero-febrero, 1967), p. 157; “La historialocal es cualitativa, no cuantitativa...

A escala local las ciñas pierden su significación*.Georges Foster, TirMzwntziiSn, México, Fbrxlo de Cuitara

3 Económica, 1972, p. 7.

cualquier estudio sobre la vida social menuda. Esacosmovisión engloba un conjunto mayor o menorde creencias religiosas que el microhistoriador nopuede ignorar. Y como el dogma religioso se traduce en prácticas litúrgicas y morales, también seocupa de ellas. Las demás historias han ido siendocada vez menos sagradas y más profanas; la

matria sigue concediéndole un sitio distinguido alas creencias, las ideas, las devociones y los sentimientos religiosos.

Existen y han existido algunas minicomunidades sin relaciones exteriores, replegadas sobre símismas. En las zonas cerriles, lo normal eran lospoblados sin comunicación con otros poblados.Pero nunca la incomunicación ha sido lo comúnentre ciudades medianas y chicas y entre simples

congregaciones minúsculas de las zonas lisas yarchipobladas. Sólo excepcionalmente el micro-historiador no se enfrentará al tema de los contactos que se establecen en un pueblo con otrospueblos, “o en una región con otras regiones;contactos de mercado, contactos por peregrinaciones, por leva, por emigración definitiva o simplemente estacional”.^^ Así es como el asunto dela historia local sobrepasa algunas veces lo lugareño. El otro modo de salirse del terruño es comparándolo con la tierra en que está inscrito. “Lahistoria local es una historia diferencial. Trata demedir la distancia entre la evolución general y la

» Meyer, cU., p. 375. 37

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evolución particular de las localidades; la distancia y el ritmo. ”33

La microhistoria se interesa por el hombre entoda su redondez y por la cultura en todas sus facetas. El dominio del conjunto de las minis es amplísimo e inabarcable para cualquier investigadoro equipo de investigadores. El dominio de cada

minihistoria es reducido y, por lo mismo, comprensible para un solo hombre si sabe extraerle suverdad mediante el uso adecuado de un métodocientífico.

EL ANÁLISIS MICROmSTÓRICO

El descubrimiento del pasado sólo es posible conprocederes científicos. Y si hubiera otro modo deenteramos de la vida y la acción de los difuntos,

ahora no lo pondríamos en práctica porque vivimos en plena hegemonía de la ciencia. En el viajede ida hacia atrás, el microhistoriador que se estíme y quierá ser estimado en el mundo de hoy,debe ejecutar cuatro series de operaciones connombre enrevesado: problemática, heurística, crítica y hermenéutíca.

Escogido por el investigador el pequeño mundoque quiere esclarecer, se impone el deslinde y sub

división del tema y un plan de operaciones. En microhistoria el uso de un plan no es tan ui^nte comoen otras ciencias humanas, pero tampoco es prescindible. En Marrou, se lee: “El conocimiento de un

58  33 Leuilliot, op. cU., p. 161.

tema histórico puede ser peligrosamente deformado o empobrecido por la mala orientación con quese le aborde desde el principio”.*^ Aun en los supuestos de que el asunto elegido sea abarcable ensu totalidad por ser la costumbre de una aldea, ouna villa, o un barrio, y de que sea susceptible deestudio porque se den las suficientes condiciones

subjetivas y objetivas, se requieren una definiciónclara y precisa de lo que se busca, un bosquejo delos temas mayores y menores a tratar y un horario ycalendario del trabajo. La definición incluye el sefia-lamiento del espacio y la longitud temporal deltema, la importancia del mismo, los métodos y técnicas que se emplearán en su estudio y el público alque va destinado. El esquema o bosquejo es uncuestionario o un preíndice según adopte una for

ma interrogativa o expositiva. Se dice que debe serclaro, realista, minucioso y flexible. Un manual detécnicas de investigación, como el de Ario GarzaMercado, propone algunas maneras de hacerio.35

El investigador^ con la red de su cuestionariopreliminar, reúne testimonios sobre el trozo delpasado que desea revivir. “La historia se hace contestimonios lo mismo que el motor de explosiónfunciona con carburantes. ”3®Su objeto no está antelos ojos; se ve a través de la mirada ajena y de las

H. I. Mairou, El conocimiento histórico, Barcelona, Labor,-1968, p. 50.

M Ario Garza Mercado, Manual de técnicas de tnvesti  gación, México, El Colegio de México, 1970, pp. 17-41.

36Marrou, cp: cit., p. 54. 39 

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reliquias. De hecho, según CoUingwood, “cualquiercosa puede llegar a ser un documento o pruebapara cualquier cuestión”. ^ La nácrohistQria, porregla general, no suele contar con tantas pruebascomo la macrohistoria. Tratándose de comunidades rústicas, son mi^ raros los testimonios directos

 y las fuentes literarias. La micro, además de docu

mentos, emplea corno testinranios marcas terrestres, aerofotos, construcciones y ajuares, onontós-ticos, supervivencias y tradición oral

La vida del hombre produce desfiguros y cicatrices en el suelo que la investigación utiliza comopruebas a falta de otras más patentes. A veces descubre huellas geógráñcas a simple vista y sobrela marcha; otras, acude al recurso de la foto desde aviones. Mediante ia interpretación de sba  dotvmarks o somlaas, cnpmarks o cortaduras ysoílmarks o manchas en las fotos aéreas tomadasdesde alturas ^timas, se reconstruyen algunos signos del pasado que a simple vista son inexistentes: viejos caminos, pozos, cultivos, ruinas.»

En mayor o menor grado, se necesita subir alcielo y bajar al subsuelo. En muchos casos la ex- 

cavación se hace necesaria, pero para hacerla provechosa se requiere la colaboración de un especialista. Generalmente ningún microhistoriador es,

por lo difícil del c^do, un arqueólogo competen-

R. G. CoUingwood, La idea de la historia, México, Fondode Cuhura Económica, 1952, p. 301.

“ Ch. Samaran (ed.), Vbistofre et sa métbode, París, ww,40 1961, pp. 191-196. '

te, y ejercer la arqueó le^ sin la necesaria cc«npe-tenda se considera pecado gordo y aun irrepara-láe. Aquí, muchas veces el dilofna es irresoluble porque no se dispone de la ayuda arqueológica y unono se puede desdoblar en arque^ogo. Y no es elúnico caso en que el cronista local debe resignarse a no hacer una investigación por su cuenta

 y riesgo.Casi siempre los actores o pascMiajes aborda

dos por la microhistoria son iletrados y no generanescritos prol^torios de su vida y virtudes. A vecessu pensamiento y su conducta sólo son recuperables por lo que se acuerda la gente y por la tradición oral. El africanólogo Jan Vansina escribe: “Lastradidones orales son fuentes históricas cuyo carácter propio está determinado por 1a forma que

revisten: son orales o no escritas y tienen la particularidad de que se cimentan de generadón engeneración”. » É microhistoriador, a fuerza de entrevistas, charlas con la gente del común y cuestionarios, puede resolver pit^lemas difíciles y redbirnotidas valiosas. Induso los relatos de apariendamítica suelen contener verdades. Las técnicas dela encuesta ponen al investigador en contacto conun mundo pleno de voces y ecos, poblado de fórmulas didácticas y litúrgicas, listas de toponímicos

 y onomásticos, comentarios «cplicativos y ocasionales, relatos históricos de índole universal, local,

» Jan Vansina, la tradición oral, Barcekxta, Labor, 1966,página 13. 41

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familiar, mítica, esotérica o producto puro de recuerdos personales, y por último, que no al último,con la llamada poesía popular o iletrada que recoge no sólo sucesos efímeros cuando es narrativa,sino el pensamiento y los sentimientos de otrasépocas. Quizá únicamente a través de corridos yotros poemas tan ingenuos y toscos como ellos

sea posible penetrar en el espíritu anterior de lagran masa del pueblo.Y sin embargo nada suple ni supera a las fuen

tes escritas, a las precarias y humildes fuentes de lamicrohistoria. El macrohistoriador rara vez acudea papeles tan escuetos como son los registros; parael microhistoriador las listas de bautizos, matrimonios y entierros son testimonios de primer orden,aunque generalmente no muy antiguos. El registro

inglés remonta hasta las instrucciones eclesiásticasde Thomas Cromwell en 1538. Las disposiciones deVillers-Cutterets (1539) y Blois (1579) introducenen Francia el asentamiento de bautizados, casados y difuntos. En Suecia se regulariza en 1686; enEuropa central no antes del siglo xdc y en los Estados Unidos más acá. En México se practica desde hace cuatrocientos años. En 1559, el primerConcilio Provincial Mexicano dispuso registrarbautizos y matrimonios de indígenas y el TercerConcilio, en 1585, ordenó que se anotaran los bautizos, las confirmaciones, los matrimonios y losentierros de todos los fieles conforme a lo mandado por el Concilio Tridentino. Por supuesto quelos libros parroquiales de México (y los de otras

partes) deben escogerse y emplearse con prudencia, porque son obra de personal no siempre muyacucioso y porque a veces no anotan todo lo quedebían anotar (como los difuntos en tiempo deepidemias); pero son, con todo, de un alto valor,^que no los únicos testimonios manuscritos de lavida municipal y espesa. Tan valiosas como los re

gistros civiles suelen ser las actas notariales, y si seda con ellos, todavía pueden ser más rendidoreslos libros de contabilidad de individuos, casas y firmas y los epistolarios familiares, cada vez más difíciles de encontrar.

Los censos son otra fuente de información parael pasado inmediato, pero casi nunca para el remoto. Francia censó por primera vez en 1697; Estados Unidos en 1789; Gran Bretaña en 1801; Bélgica

en 1846; Italia en 1861; Alemania en 1871; India en1881, y Rusia en 1897. México hizo diversos pininos desde las “relaciones geográficas” de finalesdel XVI hasta el padrón de Revillagigedo en el ocaso del siglo xvni; pero como todo mundo sabe, loscensos se regularizaron e hicieron cada década alfinal del siglo xdc, durante el imperio de Díaz.

No se olvide que censos y demás fuentes estadísticas no son tan útiles en el quehacer micro-histórico porque éste es cualitativo y no cuantitati-,vo, y porque las estadísticas no son muy dignas

Claude Morin, “Los libros parroquiales”, en Historia Mexi- cana, México, El Colegio de México (enero-marzo, 1972), vol.XXI, núm. 3, p. 417. 43

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de fe a escala menuda. Por ejemplo, en la historia de una villa “las cifras de natalidad o de mortalidad tienen menos importancia que el examen delas causas de la morbilidad, la subalimentación, lafalta de higiene,-los padecimientos llamados profesionales, las fiebres intermitente!?” y otras.^i Además, en mucho cásc», las dfiras s cm i iiKscactas. Usted

sabe que las de tantos menús económicos sobrenuestra producción rural, basadas en declaraciones-temerosas de rancheros, están muy por deba

 jo de las verídicas.Los periódicos son un buen arsenal de pruebas

para la historia urbana y algunas veces sus noticiassirven a la crónica pueblerina. Sin embargo, comoel periodismo es un fenómeno apenas bisecular noayuda en la investigación de lo antiguo. Las otras

fuentes (leyes, actas e informes gubernamentales,narraciones autobiográficas, biografías e historias,tratados científicos y filosóficos, poesías, novelas ypiezas de teatro y muchas más manifestacionesescritas) suelen arrojar bastante luz sobre la existencia urbana y poca sobre la rural.«

 Tratándose de la vida campesina, la literáturahistórica es muy escasa. En cambio, no es insólitoque el historiador de ciudades se tope con precursores. Para el microhistoriador es ima gran ventajacontar con historias previas, aunque seguramentelos cronistas de antes no se plantearon las mismas

« LeuilUot, op. cit., p. 159.44  «/ tód,p. 158.

preguntas que el cronista actual. La selección dehechos es diferente en una obra de entonces y enuna de ahora. Con todo, las historias anteriores dela ciudad suelen ser la füente máxima de la micro-historiografía urbana, aun en esta época de idoii-zación del docimiento inédito.

Para la mayoría de los eruditos la heurística se

reduce al uso de bibliografías y ca tìlo^s de fiien-tes. Para los microhistoriadores la tarea de reospilarfuentes es bien dura. Las bibliografías y hemero-grafías aprovechables para la tradición local escasean, y los catálogos de archivos locales y prívadbsson una especie {xxx> menos que inexistente. ;Sini siquiera hay un archivo clasificado la mayoríade las veces! Los macrohistcaiadores cuentan conlos buenos servidos de las llamadas dendas auxi

liares (arqueología, numismática, sigilografía, heráldica, epigrafía, paleografía, 'crisografìa, diplomática, cronología, geografía, cnomástica y no sécuantas más) mientras la historia local, y especialmente la pueblerina, se hace la mayoría de las veces sin apoyos externos. La operadón de reunirmateriales sigue siendo la etapa dura «tonde sehunden muchísimos neófitos escasos de padenda

 y malicia. Y la heurística es apenas la segundaestación del viacruds.

Si se quiere que res{x>ndan con verdad a laspreguntas, las fuentes deben ser maltratadas, atormentadas, aporreadas, estrujadas, hedías diillar irie-diante las operadones criticas. Para obtener material resistente en la reconstrucción del pasado se 45

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necesita hacer pasar las pruebas históricas por laspruebas que permiten establecer su integridad,autoría, fecha, lugar, sinceridad y competencia.

 Todavía más: los testimonios para la microhistoria,sin someterlos al tamiz de la crítica, ayudan muypoco o nada. Por lo que toca a la prueba verbal, escribe R. A. Hamilton: “La tradición oral jamás débe

ser utilizada sola y sin soportes. Debe ser puestaen relación con las estructuras políticas y socialesde los pueblos que la conservan, comparada conlas tradiciones de los pueblos vecinos y vinculadaa las indicaciones cronológicas de las genealogías

 y de los ciclos graduados de los años, a las conexiones documentadas por escrito de los pueblosletrados, a los fenómenos naturales de fecha conocida, como hambres y eclipses, y con los hallazgos

arqueológicos”.'*^ La tradición trasmitida de bocaen boca sufre pérdidas y alteraciones y sólo da conocimientos válidos si se la trata críticamente. Elmicrohistoriador rara vez puede confiarse; deberíaestar diciéndose con alguna frecuencia: “Supongoque las huellas, las reliquias y los documentos meengañan ora porque no son lo que aparentan, oraporque sus autores fueron engañados, ora porquequisieron engañarme, y por lo tanto, no debo prescindir del rigor crítico, del trato duro, de la malicia

 y el odio”.Pero los golpes deben ser seguidos por las cari

cias y el apapache. Aquí sí es útil la conducta de

4^  •‘3Cf. Vansina, op. cit., p. 19.

Burro de Oro, un hacendado decimonónico delnoroeste de Michoacán que tras de propináflespuntapiés a sus peones les daba un puñado de monedas por cada golpe. Una vez sacudidos, los testigos requieren un trato amoroso. San Agustín decía: “No se puede conocer a nadie si no es por laamistad”.“* En la etapa hermenéutica o de psico

análisis de los documentos, el estudioso debe salirde sí mismo para ir al encuentro del otto. La determinación del sentido literal e ideal de las fuentes,la comprensión de ideas y conductas debe hacerse con muchas vivencias, larga reflexión, culturavariada y con el máximo de Simpatía. Quien esincapaz de sentir los sentimientos ajenos y pensarlos pensamientos de los otros nunca llegará a hacerinteligibles las obras humanas sin la elaboraciónde regularidades causales y, en definitiva, nuncallegará a la comprensión más o menos cabal deninguna verdad histórica.

Las operaciones analíticas sólo pueden tener unfin: la verdad. Recuérdese el aforismo del doctor

 Johnson: “El valor de toda historia depende de suverdad. Una historia es la pintura, o bien de un individuo, o de la naturaleza humana en conjunto.Si ella es infiel, no es la pintura de nada”.'*? Losconocimientos alcanzados por los historiadores

**  Marrou, op. ctt., p. 74: “et nemo nisi per amicltiaincognoscitur” (San Agustín, Sobre ochenta y tres cuestiones  diversas, 71, 5).

« (y. André Mauroi^ Aspects de la bif^rapbie, París, Gras-set, 1928, p. 28. 47

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que proceden d^tíñcamente son tan 'validos,aunque no sean verificables, como los saberes defísicos y b ió lo ^ .

IA dMTESK MICROmST( DCA

Establecidas las acdones, el microhistoriador emprende el camino de vuelta; avanza de la confusióndd análisis al orden cte bi sótiiesis. En su viaje al pasado usó del método dentífíco; en su regreso alpresente se servirá de los recursos dd arte. La microhistoria es denda en la m pa reoolectora,- depuradora y comprensi\^ de las acdoiKS dei pasa<k>humano, y es arte en la etapa de la reconstoiccióno resurrecdón de un trozo de la humanidad quefile. Todas las operadones engidas por el público

consumidor al que confeoáona un libro, un artículo o ima conferencia con notidas del pasado estánteñidas de emodón artística. Así la expiicadón, lacomposidón, la redacdón y la edidó^ Sracheysolía decir: “Los hechos f»^d os, si son reunidossin arte, son meras compiladones, y las compilaciones sin duda pueden ser útiles, pero fK> son historia, así como la simple adición mantequilla,huevos, patatas y perejil no es una

En las dencias de la naturaleza y en las dendassistemáticas del hombre la expiicadón es una tarea científica; en la Wstoria, y prindpalmente en lamicro, es más que nada una taiea artMca y prradn-

4* «Jferf,,p:102.

dible. La vida humana, por contingente, es pocosistematizable. En la antigüedad hubo una épocaen que se hideron depender las acciones de loshombres del capricho de los dioses y otra en quese repitió el decir de Polibio: “Donde sea posibleencontrar la causa natural de lo que ocurre, no debe recurrirse a los dioses”.‘‘7 En la Edad Media se

recayó en la expiicadón providendalista, y en lahora actual lo in es englobar fenómenos particulares en leyes de desarrollo. Los máximos historiadores, y no sólo los filósofos, están de acuerdo enla subjetiNádad de la expiicadón. Meinecke escribe; “La búsqueda de causalidades en la historia esimposible sin la referencia a los valores”. E. H. Can-dice: “La interpretadón en la historia viene siempre ligada a juidos valprativos”.'“ En microhistoria

no vale la pena teorizar y abstraer.Para Nietzsche no es posible la auténtica expli

cación porque el espíritu anticuario “no puedepercibir las generalidades, y lo poco que ve se leaparece demasiado cerca y de utia manera aisla-da” .-«’ Según Trevelyan ningún historiador estáobligado a entrar en explicaciones porque “en lahistoria nos interesan los hechos particulares y norólo las reladones causales".» Con todo, los auto-

« G/. Edward Hallet Carr, VfUntt is History?, Londres, MacMillan, 1961, p. 6a

« AW , p. 69. Nietzsche, o/». cU., p. 27.

» George Macaulay Trevelyan, L’blsMre et fe lecteur, Ittuse-las, L’office de Publicité, 1946. 45)

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res de historias muy pocas veces renuncian al intento de explicar ya por causas eficientes, ya porcausas formales, las acciones del pasado, aun delpasado concreto.

La composición sí es ineludible. No es necesario ajustarse a ninguno de los modelos arquitectónicos que circulan por ahí. Lo importante es seguir

el aforismo de Gaos: “A la composición historio-gráfica parecen esenciales las divisiones y subdivisiones de la materia histórica. Mas el historiadorha de cuidarse de que los marcos en que encuadresu materia no los imponga a ésta desde un antemano extrínseco a ella. Sino que sean los sugeridos por la articulación con que ló histórico mismose presenta”.5i También debe tomarse en serio a lahora de componer la costumbre de añadir al cuer

po de la obra un par de aperitivos (el prólogo y laintroducción), unos tentempiés (notas de referencia yaclaratorias) y, no siempre, un digestivo (epílogo o conclusiones).

Dentro del cuerpo de la obra el orden natural dedistribución es el cronológico. Esto no quiere decirque ha de caerse en el colmo del diario, los anales

 y las décadas, pero sí evitar el rompimiento absoluto con el orden temporal y descender al extremo del diccionario. El repartir temporalmente losdatos cae dentro del complicado arte de la perio-

5' José Gaos, “Notas sobre la historiogiafia'', en Historia Me- xicana, México, El Colegio de México (abril-junio, 1960), vol.

50  IX, núm. 4, p. 501.

dización. Hay que escoger una manera de periodi-zar. Como ustedes saben, las hay de dos tipos:ideográfico y nomotético. Aquél se subdivide enexocultural y endocultural, y éste en cíclico e isocrónico. Parece más cercano a la realidad histórica el tipo ideográfico, subtipo endocultural. Laperiodización basada en leyes es muy discutible;

con todo, actualmente se emplean a pasto lasperiodizaciones apoyadas en el tipo nomotético,subtipo isocrónico. Así, el sistema de dividir eltiempo por generaciones culturales (es decir, dequince en quince años) y por ciclos económicos(es decir, de once en once años o de treinta y tresen treinta y tres, según se adopten ciclos cortos olargos).52

Supeditada a la cronológica, se hace la división

por temas. Aquí tampoco la libertad es absoluta.En los tiempos que corren, se usa mucho la división en cuatro sectores: económico-social, político,espiritual y de relaciones con el exterior. A su vez,cada uno de estos sectores siiele fraccionarse. Lamateria que se va a exponer en cada periodo determinará si conviene‘ comenzar con el aspectoeconómico o algún otro de los tres restantes. Loideal es que el orden de la obra se ajuste lo más

posible al orden de la realidad. La resurrección oreconstrucción del pasado exige el apego a la forma como éste se dio. Exige también el manejo

» Vid.]. H. J. van der Pot, “La division de l’histoire en périodes”, en L'homme et l ’histoire, Paris, Presses Universitaires deFrance, 1952, pp. 47-49. 51

cación de humanístico que es como el del ensayo

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eficaz del cemento: no pasar bruscamente de untema a otro ni tampoco bonar a tal ^ d o las líneas divisorias que no se sepa dónde concluye unasunto y da comienzo el siguiente. También escontraindicado adelantar las conclusiones y ponerpunto final sin antes despedirse.

La historia concreta por la que lucha Eric Dardel

“pertenece a la narración como el cuento y la epopeya. Exponer la historia concreta es siempre dealgún modo contar historias”. » No hay por quéavergonzarse al confesado; la microhistoria y la literatura son hermanas gentelas. El temor no se justifica: la microhistoria, convertida en rama de laliteratura, no está obligad a deshacerse de ningúnadarme de verdad, menos de la verdad entera.

 Todo es según y cómo. No se trata de volver a la

exposición versificada, tan útil en los pueblos ágra-fos. La prosa es el medio de expresión de los pueblos con escritura. Tampoco se trata de acudir alos medios expresivos de la novela y el drama. Lamejor manera de resucitar el pasado no la dan losestilos lírico, épico, oratorio y dramático que tienen una función sobresalienteínente expresiva, niel coloquial por su desaliño y su momificación,ni el litúrgico por su rigidez ejrtrema, ni el científico que tiene una función sólo comunicativa y estátan momificado como el coloquial. A la microhistoria le viene bien el lenguaje que admite la califi-

M Eric Oardel, L'bistoire, Science du concret, París, Presses5 2 Univereitaires de Ftance, 1946. p. 99.

cación de humanístico que es como el del ensayo,no como el de las ciencias humanas.

El modo humanístico tiene una finalidad teóricacomo el literario o el científico. Su principal misiónes ja de comunicar ideas, pero no la única, comosucede con el lenguaje de la cienda. En el humanístico se da también la fundón de expresar sentimientos aunque no en tan altas dosis como en ellenguaje literario. En la expresión humanística lacompostura gramatical se impone con más vigorque en las letras, aunque no en fomia tan absolutacomo en las ciendas. En éstas no se admiten ni laoriginalidad ni la intendón estética, mientras en lashumanidades sí son válidos dertos retozos y algunos efectos literarios. Los estilos coloquial, dentí-fico y litúrgico se pueden aprender con la práctica.Se supone que el orador y el literato traen en la

sangre el don del estilo. El humanista parcialmente nace y parcialmente se hace.5< El microhistoriador, en el peor de los casos, puede llegar a expresarse con soltura.

Una variante del hablar humanístico es el histórico. Según Theodor Schieder “el lenguaje de lamoderna historia se ha configurado en un puntomedio entre filosofía, creación poética, denda jurídica y publicismo político’ .* De la propaganda

pc^tica, y del empaque de la oratoria, los micro-

« Vid. Alfonso Reyes, El dedinde, México, El Colegio deMéxico, 1944. pp. 172-238.

» Theodor Schieder, La historia como denda. BuenosAires, Sur, 1970, p. 124. 53

historiadores de la vieja guardia suelen beber en poco mercado que tiene conserva su valor de

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historiadores de la vieja guardia suelen beber endemasía. El estilo debe curarse del vicio de la solemnidad. Evoca mucho mejor la vida pasada delcomún de la gente el habla sencilla que el hablaoratoria. Es preferible ser tenido por chabacano atener el prestigio de pomposo; es mejor tambiénser acusado de irreverente a convertirse en boto

nes. Los alfilerazos en las nalgas de gobernantes yobispos son saludables.La prosa barnizada es encubridora. Encubre

nuestras deficiencias de información, pensamiento y emotividad. Ciertamente el lenguaje emperifollado que confunde a los lúcidos, deslumbra alos pendejos. A pesar de todo lo que se ha dichocontra la manera enigmática de escribir, muchos“tienden a creer con mejor voluntad las cosasoscuras”, según la expresión de Tácito. En cambio,según Nietzsche, “la desgracia dé los escritorespenetrantes y claros es que se les toma por superficiales, y por consiguiente, nadie muestra interéspor ellos”. Y sin embargo, el mismo Nietzsche asegura: “El mejor autor será aquel a quien le dévergüenza ser hombre de letras”. Y Pascal habíadicho: “Cuando uno se encuentra con un estilonatural, se queda asombrado y encantado, porqueesperaba hallarse con un autor y se encuentra con

un hombre”.5<> En fin, escribir con naturalidad ysencillez, no obstante el trabajo que cuesta y el

^ Cf. Ernesto Sàbato, Heterodoxia, Buenos Aires, Emecé,54  1970, pp 40 y 43.

poco mercado que tiene, conserva su valor debuen consejo. Pero la fórmula más segura es la deque cada cual siga su gusto sin salirse del precepto de no escribir de más.

 Tan importante como saber decir es saber lanzar lo dicho al ancho mundo. En lo que mira a publicidad la microhistoria está en la prehistoria. Locomún en nuestro medio es que el autor publiquesus libros por su cuenta o la de sus amigos, en ediciones cortas, mal diseñadas y bien surtidas deerrores tipográficos.

En los países sub o en desarrollo, la circulaciónde trabajos de microhistoria anda tan mal comolas ediciones. Conviene recordar lo que dijo el padre Montejano y Aguíñaga en Monterrey, en septiembre del 71: “Cuanto se escribe y publica en elinterior es obra inédita o semünédita que muchas

veces no llega siquiera a los especialistas”.?^ Loslibros de los historiadores locales se quedan confinados al círculo de los amigos, o se aburren en losescaparates de las librerías de provincia, o se empolvan en los rincones oscuros de las bibliotecas.

LOS CONSUMIDORES DE MICROHISTORIA

En los pueblos de poco vigor económico y cultural la oferta de minihistorias no está a la alturade la demanda. En los últimos años, la apetencia

57Ponencia presentada en el Congreso de Historia del Noreste, Monterrey, 17 de septiembre de 1971. 55

de nuestros productos se ha anillado muchísimo. el joven Claude Morin escribe: “La visión macros

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pYa no puede haber torre de marñl. Tanto la república de las letras como el pueblo raso están exigiendohistorias matrias. Dentro del círculo académico laspiden micro y macrohistoriadores, sociólogos y antropólogos, economistas y científicos de la política,educadores y educandos. Dentro del cárculopopular la solicitan misoneista» y revolucionarios, sedentes

 y andantes.Los más asiduos consumidores de microhistoria

son los que la hacen. Si se trata de un trabajo que serefiera a su patria chica por nada dejarán de leerlo.Si es un estudio que se ocupa de otro terruño lesinteresará cuando menos por el método utilizado.En el interior del mundo académico, el lectoriomás asiduo de obras microhistóricas lo constitu

 yen todavía los colegas próximos, como es natural.

Las macrohistoriadores son una clientela reciente de la microhistoria. Como ésta, gradas al mayorcontacto con los hechos, está capacitada para destruir o modificar muchos dichés de la gran historia, se la ve con atención, ya no con despredo. Elpatriarca Lucien Febvre dijo: “Nunca he conoddo,

 y aún no conozco, más que un medio para comprender bien, para situar bien la historia ^ande.Este medio consiste en poseer a fondo, en todo su

desarrollo, la ^storia de una región, de uña pro-vinda”.58 Un descendiente espiritual del patriarca,

56» Lucien Febvie, Autour d'une btbüotbeque (Pages offertes  

a M. Otarles Oursá), Dijcm, 1942.

el joven Claude Morin, escribe: “La visión macroscópica mejorará gradas a la ayuda que le prestarán las monografías locales o regionales”. » Enotra latitud, Leonardo Griñán Peralta dictamina: “lahistoria de Cuba sólo podrá escribirse, con aciertosiquiera relativo, cuando sean mejor conoddas lashistorias de nuestras dudades más antiguas”.®>

Las generalizadones que hacen sodólogos yantropólogos también necesitan del sustento de lamicrohistoria, ya porque ésta mira a las arrír>n^típicas, ya porque permite las comparadones deestilos de vida a un buen nivel. En Foster se lee:“Lo que es verdad para Tzintzuntzán parece serlotambién para las comunidades camp>esinas <fe otraspartes del mundo” .6» Aunque la antropo lo^, alcontrario de la historia, se orioita y se complaceen la elaboradón de teorias, todos los antropólogos, “induso los antropólogos estructuralistas másextremados”, requieren de los servicios del crtKiis-

ta* local según el autorizado decir de L M. Lewis.*^Por supuesto que los ^mtropólogos de la pelea pasada, los que se disputan el campo bajo las opuestas banderas del evoludonismo y el difusionismo,coinciden en su interés por la microhistoria. Antropólogos y microhistoriadores concuerdan en el

» Morin, (p . cit., p. 418.“ Leonaido Griñán Poaka, Ensayos y conferencias, Saittia-

go de Cuba. 1964, p. 3.Foster, qp. ctt., p. 23.Lewis, Histarla y anirnpohgüt, Barcelooa, Seix Bairal,

1972, p. 19. 57

amor por el conocimiento de lo local En fin el velyan * Y según los pedagogos de hoy en día la

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amor por el conocimiento de lo local. En fin, elclub de los antropólogos sociales aporta una clientela segura y creciente a la producción microhistórica.

Los practicantes de la sociología suelen ser másdados a la teoría y a las generalizaciones que el antropólogo común y corriente. Con todo, la especie

microhistórica ya tiene una clientela sociológicaque promueve Henri Lefebvre con los dichosde que la sociología rural no debe prescindir de lascontribuciones de la microhistoria y de que “todotrabajo de conjunto debe apoyarse en el mayornúmero posible de monografías locales y regio-nales”.<>5

 También los economistas se han dado cuenta deque “la economía regional necesita mucho de lahistoria local”, según dice Leuilliot.* Algo semejante pasa con los demás científicos sociales. Todos auna proclaman con Beutin: “La historia de una hacienda, de un poblado, de una ciudad puede serejemplar para muchos casos semejantes — ^aunquetodos no estén igualmente estructurados— y servir de tipo” o ilustración de amplios sectores de lavida humana.*’?

Lord Acton y George M. Trevelyan insistieronen el valor educativo de la historia. Ésta “debe ser

la base de la educación humanista”, escribió Tre-

« Henri Lefebvie, De ¡o rural a lo urbano, Barcelona, Ediciones Península, 1971, p. 71.

Leuilliot, op. cit., p. 156.¡8 65Beutin, op. cit., p, 143.

velyan.* Y según los pedagogos de hoy en día, lamicrohistoria debe ser la base de esa base. Al esparcirse las ideas de Pestalozzi, Froebel y Deweysobre la importancia pedagógica de los ejemplosconcretos y de la actividad de los alumnos, la historia local se situó en un primer plano en la educación básica. En Inglaterra, desde 1905, se inclu

 yó en la enseñanza primaria. Los miembros de laHistorical Association consideraron entonces quela microhistoria en la escuela “era un almacénde lo vivo y una ilustración fecunda del curso dela historia nacional”. N o sólo en la Gran Bretaña,también en otros países de fiaste, se despierta lacuriosidad histórica por medio de narraciones parroquiales porque, desde el punto de vista pedagógico, el interés sobre el pasado se vuelve másespontáneo cuando se refiere a los antecedentesde lo que se conoce, del grupo a que se pertenece.“Reconozcamos —escribe Louis Vemíers— que elamor a la patria chica está hincado en el corazónhumano con proftindas raíces, múltiples y resistentes. En consecuencia, se impone al educador lanecesidad de servirse de él como de una palancaen la enseñanza de la historia.”® En opinión deHalkin: “Es indispensable dotar a la enseñanza de la

“ Trevelyan, op. cit., p. 34: “El valor principal de la historiaes educativo; sus efectos se manifiestan en el espíritu del estudiante en historia y sobre el espíritu del público”.

67Douch, op. cit., p. 105.6" Louis Verniers, Metodología de ¡a historia, Buenos Aires,

Editorial Losada, 1968, p. 77. 59

historia de una base que no sea aitiñdal, una base ven excavadones entrenan a sus alumnos en la

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historia de una base que no sea aitiñdal, una baseque sea fädlmente inteligible, concreta al máximo”. Esa base sólo puede proporaonarla niiestramercancía. “La enseñanza de la historia empezarápues por una historia de la provincia, y se elevaráprogresivamente hasta la historia de la nadón, ydespués a los problemas más generales de la his

toria universal.” ''Hemos conquistado en el presente siglo un vasto círculo de criaturas; es decir, toda la niñez esclavizada en las escuelas primarias. Y no sólo eso.Estamos llegando también al mundo de los adolescentes. En la. educación fnedia francesa, segúnReinhard, tras de esparcir entre los alumnos datossueltos sobre la vida propia, se pasa a un estudiocompleto de historia regional y a ejerdtarse enella.To A Lafont le parece muy pertinente que, “almai^n de cijalquier conservadurismo, se enseñenlas culturas regionales... porque tal enseñanza es laencargada de condensar una conciencia en géne-sis”.7i E>e hecho, en varios países de la vanguardia, lá microhistoria se ha metido a la enseñanzamedia y de manera activa. En Europa, es frecuente ver a maestros de la nueva onda que promue-

Halkin, op. c<C P- 53.

 ™ Marcel Reinhard, l'enseignemml de 1‘bistoire et ses pro- blèmes, Paris, Presses Universttaiies de Ftance, 1957, p. 91. En laedad de la secundaria el muchacho no sólo es consumkior demicrohistoria, también está capacttado para producirla.

Robeit lafcMt, la revolución regkmaltsta, Baicekna, Ariel,6o  1971,p. 192.

ven excavadones, entrenan a sus alumnos en labúsqueda de antiguallas, en el uso de archivos familiares y en la práctica de la encuesta. ,

Louis Vemiets pregunta si. en la escuela normalde maestros “la enseñanza de la historia habrá deapoyarse en el estudio de la localidad y la región”, y responde con un*sr. En la nomial debe estudiar

se “aunque en menor medida que en la escuelaprimaria”. En seguida agrega; “La historia local y re-gional ofrece un campo de acdón muy propicio ala aplicación del método activo"

Si en la gran mayoría de las universidades delmundo no hay todavía sitio para la microhistoria,en otras se abren nuevas cátedras para impartirla auniversitarios, y sobre todo a los aspirantes a historiadores. Constantemente aumentan los conven

cidos de que para formar profesionales cte la historia lo mejor es la práctica microhistórica. Ésta,como ninguna otra, exige aplicadón de todas lastécnicas heurísticas, críticas, interpretativas, etioió-gicas, arquitectónicas y de estilo; es la mejor manera de ejercitar todos los pormenores del método;es, en fin, un estupendo gimnasio donde se pueden desarrollar los músculos de los estudiantes dehistoria.

En el círculo popular, la microhistoria tambiéngana terreno sin peider su antigua parcela. Un público importante de cualquier libro localista siguesiendo el vecindario de aUí mismo. La razón es

71 Verniers, eip. cit., p. 96. €

clara “Reiteradamente nos atrae — según dice villas se dan juntas la pureza del arte y la mora

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clara. Reiteradamente nos atrae según diceBauer— la cuestión de cómo ha llegado a ser el lugar de nuestro nacimiento, nuestra patria chica; paraqué sirvió esta o aquella edificación, de dóndeprocede este o aquel nombre, esta o la otra manera de hablar; cualquier obra plástica reconocidacomo símbolo, ya sea una columna, una torre o

una medalla. ”75 Un propósito nostálgico mantieneadictos a los lugareños a la crónica de su propiolugar. Propósitos de otra índole atraen a los forasteros a quienes les interesa la especie porque elestudio de los grupos estrechos, donde cada individuo es observable, donde la vida es más pareja,permite definir con mayor seguridad la vida humana y sus relaciones. En otras palabras, uno de losatractivos de la microhistoria reside en que contiene más verdad que la macrohistoria, pues esindudable que se alcanza una mejor aproximaciónal hombre viéndolo desde su propia estatura quetrepado en una elevada torre o en un avión de re-troimpulso.

Además de la sed intelectual de conocimiento,la microhistoria que va saliendo a la plaza públicasatisface un vasto surtido de urgencias. Entre la nueva clientela sobresaleii los moralistas. Desde lostiempos clásicos, los abanderados de la moralidad

pública han sostenido que la vida de aldea es ungran repositorio de los valores y las virtudes populares que la vida urbana destruye. En los pueblos y

62  73Bauer, op. cit., p. 164.

villas se dan juntas la pureza del arte y la moralidad de las costumbres, un sentido del humor respetuoso de las grandes tradiciones, el gozo de vivirsin brincarse las trancas, el espíritu de independencia sin dejar de ser en algún modo dependiente.Los libros, pues, que recogen la vida provincianamoralizadora tienen un considerable apoyo en

los moralistas conservadores. .Nietzsche lo había anticipado: “La historia anticuaría no tiende más que a conservar la vida, y noa engendrar otra nueva”. El filósofo alemán previóque la rnicrohistoria sería pasto de los moralistas ysus rebaños, pero se empecinó en una idea falsa.“La anticuaria -dijo— impide la firme decisión enpro de lo que es nuevo, paraliza al hombre dinámico, que siendo hombre de acción se rebelarásiempre contra cualquier clase de piedad. ”74

Contra lo dicho por el filósofo profeta, una creciente partida de revolucionarios, los cornbatientes enla revolución regionalista contra las metrópolis,usan como arma de combate a la microhistoria.

 También es frecuente que algunos acudan a la crónica de lo que fue su comunidad o la patria chicade sus padres con un propósito liberador, para librarse del peso del pasado mediante la compren

sión de él, a manera de cura psicoanalítica.El autor de libros microhistóricos está en pleno

amanecer; sus productos se venden cada día me-

74Nietzsche, op. ctt., p. 28. 65

jor; lo estimula un círculo creciente de lectores Microhistoria y ciencias sociales*

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 jor; lo estimula un círculo creciente de lectoresentre los que debemos contar a los veraneantes.El turismo ve con ternura, y quizá con nostalgia, lavida regional, subdesarrollada y simple, que duerme, come, reza, labora y se divierte como los niños, y no es por lo mismo reacio a la lectura demicrohistorias. Si no siempre las lee, es porque no

existen para él lugar donde vacaciona, o no estána la venta, o son ilegibles.En el mundo actual hay un público, crecientementevasto y variado, afecto a las historias locales. Lamoda de la mini se derrama, y los microhistoriadores deben prepararse para surtir mercancías debuen ver y en número suficiente. Es el momentode tomar una serie de medidas prácticas para queel boom no nos agarre sin confesión y sin la ayudaprometida para la resurrección de los huesos:“He aquí que infiandiré en ustedes el espíritu yvivirán".75

64 ” Ezequiel, xxxvii, 5-9.

Microhistoria y ciencias sociales *

AEL PUEBLO TERRUÑO

í que me referí en primera persona si ustedes me lo permiten, del que salí a los doceaños de edad para incorporarme a la segunda urbe de la República Mexicana porsiete años, y a la ciudad hoy más poblada

del mundo por treinta y tres, era visto porla gente de corte urbano, como todas laspoblaciones chicas, con un dejo peyorativo. Los oriundos de la comunidad de San

 José de Gracia no escapaban a la regla deser objeto de desdenes y chistes. Yo lo fuial llegar tocado con gorra a una escuela deGuadalajara. en una época fanáticamentesinsombrerista y al hacer uso de vina len

gua paya, pueblerina.logré deshacerme del sombrero con ra-

• Ponencia presentada en el XLV Congreso deAmericanistas celebrado en Bogotá, Colcxnbia, del 1“al 6 de julio de 1985.

pidez y me hice de palabras y gestos gentiles que §an Diego de California, Maracaibo, Madrid, SanJ d P t Ri B tá Mí bl

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p y p y g g qme permitieron departir pasablemente con profesores, profesionistas, políticos y potentados de laurbe, y cuando ya iba muy adelantado en el camino de la urbanización, empecé a percibir que losvalores de la gente campesina dejaban de ser asunto de la humorística, eran cada vez menos el hazmerreír de los citadinos. Quizá hayan colaboradoa convertir en meritorio lo poco antes desdeñablelas películas pobladas de charros cantores y novias hacendosas, la radiodifusión de corridos y decanciones rancheras, las novelas de asurco ruralque culminan en Pedro Páramo de Juan Rulfo ylas actividades étnicas del inah y del ini, instituciones fundadas en 1939 y 1948 respectivamente.

Aunque las modas del cine de jinetes, la radiodifusión de canciones folclóricas y las novelas de

tema rústico pasaron relativamente pronto, los estudios académicos sobre la vida mexicana rústica ysemiurbana han se^id o multiplicándose. Son cadavez más numerosas las monografías de comunasindígenas hechas por antropólogos sociales. Soncadar vez más apreciadas las historias pueblerinasescritas pqr aficionados y mejor acogidos los historiadores profesionales que consideran historia-ble la trayectoria de los miles de microcosmos de

la República Mexicana. Por distintos conductos seproduce la revalorización académica de los pueblos. Mi pueblo, mi San José de Gracia, antes ignorado o visto peyorativamente llega a ser tema dedebate intelectual en universidades de México,

 Juan de Puerto Rico y Bogotá. Mí pueblo, en supapel de asunto, le ha acarreado miles de lectoresa Pueblo en vilo, el volumen que escribí en 1967,cuando todavía el interés por las minisociedadesno se volvía torrencial. Ahora lo es, y las preguntassobre la meta, el método y la situación microhisto-riográfica me son planteados con frecuencia. A las

preguntas respondo, para empezar, con la definición del microcosmos social objeto de la micro-historia. Suelo decir:

 Terruño, parroquia, municipio o simplementeminisociedad sólo sabría definirlos a partir de mipatria chica o matria. Desde esta perspectiva losveo como pequeños mundos que no cesan de perder, en estos tiempos de comunicaciones masivas

 y transportes rapidísimos, sus peculiaridades. Qui

zá desaparezcan en un futuro próximo, pese a )arevalorización de que son objeto. Ahora todavíaconforman a la mitad de los habitantes de la República Mexicana y a diez millones de mexicanosque han sufrido el doble destierro de sq matria y desu patria, de su terruño y de su nación, como losque trabajan en tierras estadunidenses. Hasta hacepoco, no más de treinta años, la gran mayoría dela gente mexicana provenía de sociedades pueble

rinas o terruños que ofrecían como característicasmás visibles y comunes las siguientes:Un espacio corto, abarcable de una sola mirada

hecha desde las torres de la iglesia pueblerina odesde la tumbre del cerro guardián.' Los terruños ^7 

de mi país son trozos de tierra de quinientos a milkilómetros cuadrados que suelen equivaler a un mu

cada uno suele tener su pueblo y sus rancherías;t d l l bl ió t il

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kilómetros cuadrados que suelen equivaler a un municipio o una parroquia. Este ámbito es unas diezveces más corto que una región y cincuenta vecesmás chico que el promedio de los estados de laRepública Mexicana. En ésta caben dos mil trescientos setenta y ocho patrias chicas o municipios,distinguibles entre sí pese a tener todos ellos mu

chos rasgos comunes.La población de la gran mayoría de los munici

pios mexicanos no suele ser numerosa. Para deciralgo, el noventa por ciento de los municipios de laRepública Mexicana rara vez pasa dé los quincemil o veinte mil habitantes; en parte juntos en elpueblo o la villa, y en parte dispersos en el campo,todos en estrecha relación con el ambiente físico,

 ya por prácticas agrícolas o ganaderas, ya por el

afecto. Los vecinos de una comunidad pequeña,parroquial, no sólo viven de actividades campestres, sin ruido de máquinas ni vistosos anunciosmercantiles. También se sienten emotivamente unidos a su tierra. Los lugareños hablan de ¡mi tierra!entre signos de admiración. En el destierro, la fijación afectiva al terruño es mayor. En cualquier tertulia de gente pueblerina que se ha ausentado desu pueblo se cae en la canción nostálgica y en la

conversa sobre el paisaje nativo y el deseo de volver al regazo maternal de la tierra propia, ya paramorir allí o ya para hacerla florecer de nuevo.

Cada municipio de la especie pequeña posee suslímites administrativos que lo separan de otros;

en todos pulula una población corta, unos milesde seres humanos que se conocen entre sí, que sellaman por su nombre y apellido o por su apodo.En sentido estricto, la sociedad municipal no es deninguna manera anónima como la de las urbes.En uno a uno de los pueblos cada quien conoce asu vecino y muchas veces lo unen a él vínculos de

sangre. Hay tierrucas, como la mía, donde todos losvecinos son parientes, donde va uno por la callediciéndoles a los que encuentra: “buenos días, tío”,“qui’hubo, primo”, “ándale, sobrino”... En ningúnterruño se da el caso extremo a que alude el aforismo (“entre sí parientes y enemigos todos”), perono son raras las enemistades entre parroquianosque desaparecen y se mudan en amistad cuandolos distanciados llegan a coincidir en el mismo des

tierro. En las comunidades pequeñas, las ligas deorden social son poco acusadas en el orden económico y mucho en el Qrden sanguíneo. En cuestión de discordias, la lucha entre familias le hacesombra a la lucha de clases.

No en todos los terruños mexicanos existe oha existido uii mandamás o cacique, pero sí en laenorme mayona. En pocos municipios el presidente municipal y los munícipes son las verdaderas

autoridades. Los ayuntamientos suelen ejecutarlas órdenes del líder comunitario que ha conseguido imponerse a sus coterráneos ora por ascendencia moral, como sucede con los curas caciques,ora por su poderío económico o su fuerza física, 69

como es el caso del don Perpetuo, el de las carit d Ri E l t ñ ( l á xico que es un mosaico multicolor suena a ver

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caturas de Rius. Es raro el terruño (y lo era más enel pasado inmediato) sin templo parroquial, sin palacio municipal y sin mandainás. Éste, por supuesto, casi siempre en buenas relaciones con una éliteen la que no faltan el todista, el mentiroso, los ricos y los viejos de la comuna mayor y de las rancherías.

Sería exagerado decir que en cada parroquia omunicipio imperan valores culturales totalmentepropios, una filosofía y una ética diferentes, o si sequiere, una distinta vósión del mundo. Con todo, entratándose de México, es posible escribir ampliamente de las culturas locales, de los valores que ledan sentido y cohesión a cada uno de los tres milde la República. Lo común es encontrar comunidades con sus propias maneras de dar gusto al

cuerpo, sus propios comestibles y fritangas. En lamayoría de estas células de la sociedad mexicanahay matices éticos o costumbres que las diferencian de sus vecinas. Cada terruño de México tienesu liturgia específica para mantener providente yamigo a su patrono celestial, a su santo patrono.Cada una de las miles de las fiestas patrorüiles quese celebran en México tiene su modo particularde ser. Lo mismo puede decirse de las artesanías

locales.Ignacio Ramírez, el hombre de la reforma liberalde México cuya perspicacia no se pone en duda,llegó a decir que México no era una nación sino un

70 conjunto de" naciones diferentes. Afirmar de Mé-

xico que es un mosaico multicolor suena a verdad de a kilo. No es necesario insistir en la osatura^ e a d a de México, en los miles de Méxicos, en“many mexicos”, en multiMéxico, en un país altamente plural desde antes de la conquista española

 y confirmado en su multicolorismo por esa conquista. Los españoles que forjaron la nacionalidad

mexicana provenían de un país que era sumade muchas particularidades, de muchos compartimientos estancos.

En México, y no sólo en él, el terruño (espacioabarcable de una sola mirada, población corta yrústica, mutuo conocimiento y parentesco entre k)spobladores, fijación afectiva al paisaje propio, régimen político patriarcal o caciquil, patrono celeste

 y fiesa del santo patrono, sistema de prejuicios no

exento de peculiaridades), también llamado mi tierra, el municipio, la parroquia, el pueblo y la tierru-ca, fiag en la época precapitalista, desde la dominación española hasta el ayer de los días delpresidente Cárdenas, una realidad insoslayable ytodavía lo es en menores proporciones. Los es- 

 fuerzos de la modernización no le han quitado aMéxico su naturaleza disímbola. Es un país de entrañas particularistas que revela muy poco de suser cuando se le mira como unidad nacional; hayque verlo microscópicamente, como suma de unidades locales, pero sin dejar de atender a esasotras unidades de análisis que son la régión, el estado y la zona. En pocos países del mundo, comoen México, se justifica el análisis microhistórico. '71

LA MICROHISTORIA por los muchos aficionados o “todistas” puebleri

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73

Cc«no método para dair con la clave de una nación,en 1971 propuse la microhistoria para el multi-México, y catorce años después sigue válida, a mimodo de ver, la propuesta, aunque con variantesen su formubidón. Entonces tenía vagos los con

ceptos de termño y microhistoria. No se me alcanzaba la diferencia entre la breve comunidad del terruño donde predominan los lazos de sangre y demutuo conodmiento y la mediana comunidad de laregión donde son particularmente importantes loslazos económicos. No distinguía a plenitud entre unpueblo, cabeza dé una tiertuca, y una ciudad mercado, núdeo de una re^ón. Por lo mismo, confundía la historia regional con la historia parroquial.A una y otra 1^ Ikuné microhistoria o historia matria.

El término de microhistoria —pienso hoy— habrá que reservarlo para el estudio históricq que sehaga de objetos de poca amplitud espacial. Es untérmino que debería aplicarse a la manera espontánea como guardan su pretérito los mexicanosmenos cultos, mediante la historia que se cuenta ose canta por los viejos en miles de terruños. Elpapá grande de la microhistoria que se postulaaquí es el papá grande de cada pueblo que narra

con sencillez, a veces en forma de candón o corrido, acaeceres de una minicomunidad donde todosse conocen y reconocen.

De la rnicrohistoria contada o cantada por los“viejitos” se suele pasar a la microhistoria escrita

nos. En México abundan las historias parroquialesescritas por gente de cultura general. Se trata demicrohistoriadores sin contacto con la vida universitaria, que sí en vigorosa comunicación con lavida lugareña. No frecuentan aulas, pero sí cafés ybares. Por lo demás, es difícil definirlos porque ala microhistórica acude gente de muy distinta condición. Y sin embargo, es posible rastrear en ellosalgunos rasgos comunes: la actitud romántica, entre otros.

Lo he repetido muchas veces y lo hago una más:“Emociones, que no razones, son las que inducenal quehacer microhistórico. Las microWstorias manan normalmente del amor a las raíces", el amora la madre. “Sin mayores obstáculos, el pequeñomundo que nos nutre y nos sostiene se transfigura

en la imagen de la madre... Por eso, a la llamadapatria chica le viene mejor el nombre de matria”, ya la narrativa que reconstruye su dimensión temporal puede decírsele, además de microhistoria,historia matria. En la gran mayoría de nuestroscronistas locales anida el “mamaísmo”, la “mamitis”, el amor impetuoso al ámbito maternal Elmicrohistoriador espontáneo trabaja “con el fin,seguramente morboso, de volver al tiempo ido, a

las raíces, al ilusorio edén, al claustro del vientrematerno”.

Con todo, al microhistoriador edipico no solíadesdeñársele por eso. Si los dentíficos sodales lohan mirado como al pardear es porque se ocupa 73

de nimiedades e hilvana sus relatos con poco ofii Q i á ól ó l i i Q i á f

hecho, ya se está haciendo una microhistoria decarácter científico guiada por el criterio de la ve

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cio. Quizá sólo cursó la primaria. Quizá sea profesionista, pero no historiador con título. Normal-merite le falta tesitura intelectual; nO posee la teoríade su práctica. “Con mucha frecuencia ignora lasñientes de conocimiento histórico” y no sabe haceracopio de fichas. También padece de mucha credulidad y pòca pericia crítica. Sus libros están generalmente hartos de amor al terruño y ayunos deinvestigación rigurosa. Por su poco oficio, cae confrecuencia en el vicio de la hybris, rebasa la medidade la razón. Según Leuilliot: “El microhistoriadortiende a desbordarse, en lugar de restringirse a untema. No dudará en meter una digresión, a menudo muy erudita, en una monografía aldeana; noeliminará, sistemáticamente, todo lo que puedaaparecer sin relación con su tema... Lo multidisci-

plinario se realiza vigorosamente en los cronistas”.Casi todos muestran una enorme capacidad parareferirse a todo y una soberana incapacidad de síntesis. Sus obras suelen ser verdaderos mazacotes;libros de todas las cosas y de algunas más.

Pero la historiografía parroquial o microhistoriano está comprometida con la impericia hasta el grado de no poder superarla. No es esencial en la microhistoria el ser simple enumeración de hechos y

el no saber esculpir imágenes interinas del pasado, acopiar pruebas, hacer crítica de monumentos

 y documentos, percibir las intenciones de la gente y realizar, como mandan los manuales de meto-

74  dología científica, las operaciones de síntesis. De

carácter científico, guiada por el criterio de la veracidad de Iqs hechos y la comprensión de los hacedores.

La nueva micfbhistoria sale al encuentro de supequeño mundo con un buen equipo de preguntas, programa, marco teórico, ideas previas y pre

 juicios y, en definitiva, con una imagen provisional

del pasado que se busca. El nuevo microhistoriador, el que ha recibido formación universitaria parainvestigar lo sido, se somete a rigores de métodomás penosos en algunas etapas del viaje, que lospadecidos por quienes practican las demás historias. En la etapa heurística, de aprendizaje para unomismo, de acopio de información, la especie microhistórica está sujeta a leyes más ásperas que lasdemás especies metidas en la averiguación del

pasado.La gente encopetada y los hechos de fiiste,

asunto de las macrohistorias tradicionales, han de jado muchos testimonios de su existencia, no asíla gente humilde y la vida cotidiana, objetos de lamicrohistoria. Por lo mismo, ésta se ve obligada aechar mano de pruebas vistas desdeñosamentepor la grande y general historia. La micro se agarrade luces tan mortecinas como las proporcionadas

por las cicatrices terrestres de origen humano; porlos utensilios y las construcciones que estudian losarqueólogos y por la tradición oral, cara a los etnólogos. Echa mano también de papeles de familia(cartas privadas y escrituras contractuales); regis- 75

tros eclesiásticos de bautizos, confirmaciones, matrimonios pago de diezmos y muertes; registros

en las cavernas de una problemática muy dura...E t h h h d d l tó M

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trimonios, pago de diezmos y muertes; registrosnotariales de compra-venta, dispo^ciones testamentarias y tantas cosas más; censos de población

 y de índole económica; informés de curas, alcaldes, gobemadores y otras personas que sirven deenlace entre el poder municipal y los poderesde mayor aliento. La microhistoria que se ha ve

nido haciendo en México en los últimos años sesirve también de libros de viajeros, de crónicas periodísticas y de las relaciones hechas por historiadores aficionados. El microhistoriador ha de hacergrandes caminatas o investigación pedestre, larguísimos sentones en archivos públicos y privados yen bibliotecas.

La microhistoria puede ofrecer una informaciónabundante y firme si los investigadores tienen la

paciencia del santo Job y la múltiple sabiduría delrey Salomón. El microhistoriador recibe ayuda deun numeroso ejército de archiveros, bibliógrafosnumismáticos, arqueólogos, sigilógrafos, lingüistas, filósofos, cronólogos y demás profesionales delas disciplinas auxiliares de la historia. El microhistoriador, en las jomadas de recolección y de crítica de documentos, se rasca generalmente con suspropias uñas; establece solo, o con pocos auxilios,

la autoría, la integridad, la sinceridad y la competencia de documentos y reliquias. Un buen micro-historiador, don Rafael Montejano y Aguíñaga,escribe: “Los historiadores de provincia [los ocupa-

7^ dos en historias locales] somos ermitaños reclusos

En nosotros se ha hecho verdad lo que cantó Machado: 'Caminante: no hay camino, se hace camino al andar* ”.

El microhistoriador llega a lo microhistórico através de un ardua viacrucis cuya última estaciónes la hermenéutica o comprehensión de los finesde los serea humanos. El historiador de grandes hazañas nacionales cumple si explica los hechos porcausalidad eficiente, y el que traza las líneas deldevenir del género humano satisface a sus lectores si acude a la explicación formal, si se saca dela manga leyes del desarrollo histórico. El micro-historiador, para cumplir con sus antepasados ycon los lectores de la comunidad que historia, requiere ser comprensivo; necesita comprender porsimpatía a hombres de otras épocas; se ve obliga

do'a someterios a juicio a partir de los ideales dela gente que estudia. La microhistoria, más que alsaber, aspira al conocer. El relato microhistóricocomporta, por definición, la comprensión de losactores.

La historia matria, más que por la fundación dela comunidad que estudia, se interesa en los ftin-dadores y el sentido que le dieron a su obra. En unnivel microscópico de historizadón cuentan sobre

todo los seres humanos y sus intendones. En unatarea que es parte del culto a los ancestros, es másimportante revivir difuntos que hacer la simpleenumeradón de sus conductas o el establecimientode las leyes de su devenir. El saber microhistórico 77

se dirige ai hombre de carne y hueso, a la resurreció d l t d i d l t d

cia, la ciencia política y las demás historias. Si lasciencias sistemáticas del hombre no son suscepti

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ción de los antepasados propios, de la gente decasa y sus maneras de pensar y vivir. Por otra par-

*te, la microhistoria se interesa en todos los aspectos de las minisociedades.

La historia sin más, y sobre todo en los tiemposque corren, pretende ser científica hasta en lasetapas de regreso del ftindo histórico. Mientras lamacro intenta descubrir leyes causales, la micro-historia se reduce al desentierro de hombres deestatura normal y de comunidades pequeñas. Paraconseguir la resurrección del mejor modo posible,no se requiere de ayuda científica y sí de los auxilios del arte. La micro se comporta como cienciacuando va hacia lo histórico y como arte a su regreso de lo histórico. La microhistoria no se ha academizado hasta el punto del aburrimiento. Exponer

la historia concreta es siempre de algún modo contar historias interesantes, narrar sucedidos a la manera como lo hacen de viva voz los cronistas delcomún. La microhistoria, cuyo principal cliente esel pueblo raso, ha de comunicarse en la lengua dela tribu, en el habla de los buenos conversadores.Por el uso de un lenguaje accesible y sabroso, la microhistoria no va a ser excluida de la república de

LAS CIENCIAS SOCIALES

A la que pertenece con igual derecho que la eco-7* nomía, la sociología, la demografía, la jurispruden-

ciencias sistemáticas del hombre no son susceptibles de expresiones tan cálidas e interesantes comolas de la narración microhistórica, no es porquesean más científicas, que sí menos humanas. Comoel quehacer microhistórico suele estar saturado deemoción, se expresa, de tnodo natural, en formagrata, artística, atrayente, no árida y fría como la

expresión de asuntos ajenos al prójimo; tampocoretórica, cursi, que es la manera de expresar la falsa emoción. La historia matria exige un modo dedecir hijo del sentimiento.

La microhistoria es la menos ciencia y la más humana de las ciencias del hombre. Su antípoda esla economía. Si no me equivoco, la economía sealeja cada vez a mayor velocidad del hombre decarne y hueso. La más joven de las ciencias huma

nas se fíie del hogar, concretamente de la cocina,antes que los otros saberes de pretensión humanística. Tras la ciencia económica marcha la socio-lo^a que ocupa un sitio intermedio entre la muymatematizada economía y la antropología social.Aunque éstate niega a permanecer én la simpledescripción de costumbres lugareñas o regionales, aún no se remonta al cielo de las teorías. Lareflexión política o politología también mantiene

los pies en la tierra.La historia local o del terruño, la microhistoria,es una ciencia de lo particular anterior a cualquiersíntesis. Es una disciplina que arremete contra lasexplicaciones al vapor. Es el aguafiestas de las fal- 1

sas generalizaciones. Siempre da lata. Siempre lebusca excepciones a la teoría que esgrimen las de

mejor procediendo a la síntesis de los conflictos ysucesos registrados en cada región” y en cada te^

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busca excepciones a la teoría que esgrimen las demás ciencias del hombre. Su principal ayuda a lafamilia de las humanidades es la de poner peros alas simplificaciones de economistas, sociólogos,antropólogos, politólogos y demás científicos de lohumano, de un asunto tan complejo que se prestapoco a generalizaciones. La microhistoria sirve an

tes que nada para señalar las lagunas en los territorios de las otras ciencias sociales.

 Tiene también una función desmitificadora cuando irrumpen en el mundo del conocimiento lasseudociencias. En México es muy frecuente la inclinación a sacralizar los mitos provenientes de lospaíses poderosos. Con bastante frecuencia esgrimimos filosofías que pretenden sustituir la observación. Mediante diversos trucos de propaganda se

nos da gato por liebre, ideología en vez de cienda.Para evitar ser víctima de los impostores, tambiénse recomienda, como preventivo, la microhistoria.

Y ya puesto en este plan de doctor pedante ysoporífero, diré que no sólo sirve para rectificar

 y desmentir. También nutre y no únicamente cura.Cuida de caer en la excesiva confianza a que conduce la ciencia, pero también proporciona conocimiento científico. Muchos científicos sociales le

conceden un valor ancilar; en primer término, losmicrohistoriadores. Don Alfonso Reyes le escribíaa don Daniel Cosío Villegas: “Es tiempo de volverlos ojos hacia nuestros cronistas e historiadores

8o  locales... Muchos casos nadonales se entenderían

sucesos registrados en cada región y en cada te^rruño. Al valor ancilar, de criada, de la microhistoria se refieren también diversos estudiosos de lanaturaleza humana. No f)ocos profesionales de lasdisciplinas que tienen por asunto al hombre juzganque la mejor manera de conseguir una imagen redonda de la grey humana en su conjunto es el estudio de principio a fin de una pequeña comunidad de hombres.

Luden Febvre escribe: “Nunca he conocido, yaún no conozco, más que un medio para comprender bien, para situar bien la historia grande. Estemedio consiste en poseer a fondo, en todo su desarrollo, la historia de una región”. Se ha llegado almomento de asimilar las minucias de los microhistoriadores en la construcdón de la gran historia.

Claude Morin, un historiógrafo canadiense de re-conodda seriedad, dice: “La visión macroscópicamejorará ^c ia s a la ayuda que' le prestarán lasmonografías locales”. En Foster se lee: “Lo que esverdad para Tzintzuntzán parece serlo tambiénpara las comunidades campesinas de otras partesdel mundo”. Según L M. Lewis, aun “los antropólogos estructuralistas más extremados” requieren delas aportaciones de los reporteros locales. Tam

bién “los antropólogos de la pelea pasada, los quese disputan el campo bajo las opuestas banderasdel evolucionismo y del dífijsionismo, co indd«i enel interés de la comente de investigadón micro-histórica”. 8

Los sociólogos que no rechazan el conocimiento histórico ven provechosa a la cenicienta de la

fos, politólogos, antropólogos e incluso de historiadores de espacios más anchos que el del terruño

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to histórico ven provechosa a la cenicienta de lafamilia Clío. Según Henri Lefebvre cualquier “traba

 jó de conjunto debe apoyarse en el mayor númeroposible de monografías terrúñicas y regionales”.Hasta los economistas acuden a los^ servicios delmicrohistoriador. Beutin sostiene que “la historiade una hacienda, de un pueblo, de una ciudad

puede ser ejemplar para muchos casos semejantes — aunque todos estén igualmente estructurados—  y servir de tipo” o ilustración de amplios sectoresde la vida económica. Las manifestaciones de loscientíficos sociales en pro de la microhistoria sonabundantísimas, pero no los voy a someter a undesfile mayor de citas. Lo cierto es que la relación de la microhistoria con la ciencia social crecea medida que se produce el distanciamiento con

la filosofía y la literatura, las antiguas aliadas delquehacer histórico.

Ya nadie duda'de la función de ancila de la historia matria. Ésta, según opiniones generalizadas,ejerce bien el papel de sferva de las otras manerasde historiar y de otros modos de aprehender lavida humana. Por dar respuestas a muchas interrogaciones de las ciencias sociales, según Chaunu,la microhistoria “es útil en el sentido más noble y

al mismo tiempo el más copcreto”. Para el historiador francés, la ciencia microhistórica, sobre todosi sigue el sendero cuantitativo, se convierte en “lainvestigación básica de las ciencias y las técnicas so-

*2 ciales”, el ama dé llaves de economistas, demógra-

dores de espacios más anchos que el del terruño.La microhistoria no padece por falta de defen

sores oriundos de lás ciencias sociales. Abundanlos abogados de fuera y de casa aunque éstos debieran ser más, pues en pocos lugares como México las disciplinas del pasado interesan a muchos.Los libros microhistóricos tienen ya una abundanteclientela en la comunidad de los científicos sociales, sólo superada por el atractivo que ejercen enel público común, en el pueblo raso. La rama microhistórica del saber histórico es todavía más lectura popular que sabia, más alimento de legos quede colegas, pero ése es otro cuento. Para la presente ponencia ya es hora de

LA CONCLUSIÓN

O epílogo. Concluyo con el resumen de lo dicho detres términos: terruño, microhistoria y ciencia social.

De las instancias que utiliza el mexicano en supresentación (nombre propio, apellido familiar, lamatria o el terruño donde nació, la región que loengloba, la entidad federativa o la patria) aquí hemos esbozado la del terruño, que podría llamarse

matria, pero que ordinariamente se denomina patria chica, parroquia, municipio y tierra. El terruñoes dueño de un espacio corto y un tiempo largo.El común en la República Mexicana empieza en elsiglo XVI con la política de congregaciones indias y *3

la fundación de comunidades españolas. Se tratade pocos kilómetros de superficie muchos años

ducidas por pestes, hambres y guerras. Le da mucha importancia a los lazos de parentesco y demás

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de pocos kilómetros de superficie, muchos años y poca gente. Las personas que ocupan sucesivamente un terruño se conocen entre sí. La luchade clases suele ser mínima, y de la familia, máxima.Las relaciones con el territorio propio tienden a seramorosas; con las comunas vecinas, de lucha, ycon la ciudad próxima, de ocios y negocios. Diez,doce o quince de estas minicomunidades conflu

 yen generalmente en una ciudad mercado, cabezade una región. En lo cultural, cada terruño manq'aun haz de prejuicios que rigen desde la mesa hastael altar, pasando por un código de honor, una cosmovisión, un andadito y uria manera de hacer arte.

El espejo ob\do del terruño es la microhistoriaque hasta fechas recientes fue ejercida por aficionados de memoria excepcional que la comunica

ban de viva voz en forma un tanto difusa y mítica.Comoquiera, en algunas comunidades se practicaba la crónica escrita desde el siglo xk , y por excepción, en la época novohispana. Varios terruños oparroquias de México han conseguido recientemente tener relatos microhistóricos plenos de dignidad científica y de valor artístíco. La nueva micro-historia procura hacer el fiel retrato de un puebloo comuna de cortas dimensiones desde su fun

dación hasta el presente. Con la composición delugar llena el primer capítulo. Toma muy en seriola geografía, los modos de producción y los frutosde su microcosmos. Se interesa en los aumentos de

^4  población y en las catástrofes demográficas pro

cha importancia a los lazos de parentesco y demásaspectos de la organización social. Se preocupa porrc¿>arle al olvido las acciones, sufrimientos e ideasde la gente municipal. Se asoma a la vida del pequeño mundo a través de multítud de reliquias ytestimonios. Ve, escucha y lee con sentido crítico.Hace serios esfuerzos de comprensión. Le importanpoco las relaciones causales y no disfraza el hablacorriente con terminajos a la moda. Le vendría bienla expresión audiovisual del cine y la tele.

La microhistoria es la menuda sabiduría que nosólo sirve a los sabios campanudos. Es principalmente autosapiencia popular con valor terapéutico,pues ayuda a la liberación de las minisociedades ya su cambio en un sentido de mejoria; proporcionaviejas fórmulas de buen vivir a los moralistas; pro

cura salud a los golpeados por el ajetreo y ha venido a ser recientemente sierva o anciia de las ciencias sistemáticas de la sociedad: destruye falsasgeneralizaciones y permite hacer generalizacionesválidas a los científicos sociales. Y por todas lasvirtudes anteriores, la práctica de la microhistoriabien vale el vaso de buen vino que pedía Berceo,

 justifica suficientemente una ocupación académica,un acomodo susceptible de atraer lucros menores,

de subir sin prisas en el mundUlo universitario y deconquistar fama en el breve contorno de la propiatierra, en el cenáculo de familiares y arnigos, en laquerida tierruca.

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LECTURAS COMPLEMENTARIAS

Enrique Florescano y Ricardo Pérez Monfort, Historia-dores de México en el siglo xx, f c e , 1996.

Luis González, Pueblo en vilo, f c e , 1996.--------, Invitación a la microhistoria, f c e , 1986.

86 

ÍNDICE

El arte de la microhistoria . . . .Microhistoria y ciencias sociales.

7

65

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Este libro se terminó de imprimir y encuader-nar en el mes de agosto de 2003 en Impreso-ra y Encuad ernadora Progreso, S. A. de C. V. 

( i epsa ) , Calz. de San Lorenzo, 244; 09830 

México, D. F. Se tiraron 2 000 ejemplares.