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Los zopilotes y su segunda muerte

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Cuentos, ediciones del pensativo

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LOS ZOPILOTESy

SU SEGUNDA MUERTECuentos

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Luis de Lión

LOS ZOPILOTESy

SU SEGUNDA MUERTECuentos

Ediciones del PensativoColección Zahorines

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© Herederos de Luis de Lión

Primera edición© Los zopilotes, junio 1966. Editorial Landívar© Su segunda muerte, octubre 1970.

Segunda edición, 2009© Ediciones del Pensativo, 20095a. Avenida Norte No. 29 Antigua GuatemalaGuatemala, CentroaméricaTeléfono: (502) 7832-0729 Fax: 7832-1477

ISBN 978-99922-65-31-4

Correo electrónico: [email protected]ágina web: www.delpensativo.com

Cuidado de edición: Cristóbal PachecoDiagramación y diseño portada: Hanna C. Godoy C.Foto portada: © Santiago Albert Pons

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ÍNDICE

Presentación IX

LOS ZOPILOTES

Los zopilotes 17

Sábado 23

El quinto sacramento 29

Xolí 41

Hambre 47

SU SEGUNDA MUERTE

La busca 55

El niño de los ojos de agua 65

El aprendiz 75

Doña autoridad 87

Con el tiempo a cuestas 99

Su segunda muerte 107

El caitudo 117

Los funerales de un pájaro 131

El escombro del escombro 143

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IX

José Luis de León Díaz

Encontré al forjador de estos cuentos con olor de madrugada, en un recodo de esta época escabrosa, como si fuera un brujo en sigilosa espera o en íntegra entrega al desarrollo de su rito. Su cara misma me parece verla unida a los legítimos rasgos de nuestra raza poseída de innúmeros misterios. Sin embargo su estar callado y quieto ha sido un motivo esencial para captar los movimientos y pasiones de la gente que hoy levanta la cabeza en cada uno de sus breves relatos, los cuales incesantemente pugnan por decir a pulmón lleno lo que aquellos personajes no han podido exteriorizar en el momento justo, debido a la amenaza del fusil y el grito. José Luis de León Díaz hace su primer intento. Pensar que el mañana tal vez no se realice en una pesadilla. Y entonces queda el surco de plomo de la imprenta sobre el que van cayendo palabras de distinta altura. La agilidad, la experiencia y el entero cuidado de este joven autor pueden salvar escollos que son fruto del interés en prodigar su encendido mensaje. Considero que esta entrega merece el justo estímulo, puesto que permite sopesar el laborioso afán de José Luís de León por expresarse en

palabras se espera en su talento.

Francisco Morales Guatemala, 10 de junio de 1966

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XI

Prólogo a esta edición

Si Luis de Lión viviera, desplegaría una carcajada desde las faldas del volcán de Agua hasta el valle de Panchoy, luego de oír las opiniones que cada día generan su novela, sus cuentos y sus poemas, su pertenencia o no pertenencia al mundo indígena, el habla de sus personajes, la escogencia del nombre literario, etc., etc., debido a que, como dice Arturo Arias, “la literatura centroamericana siempre ha carecido de atención crítica”. Se dice, por ejemplo, que escribió “exclusivamente en castellano y no en kaqchikel, ya que el sistema de educación no apoyaba el alfabetismo en idiomas indígenas, y por eso hubiera tenido pocos lectores”. Es cierto que por aquellos años la tendencia educativa era la castellanización, pero creer que si hubiera escrito en kaqchikel, el número de sus lectores habría sido escaso es una visión determinista. En alguna parte leo que “desde sus inicios se destacan en De Lión: el lenguaje indígena” (quien escribió esto no sé que entienda por lenguaje indígena). También se habla de “ludismo” al hacer referencia a la adopción del término Lión para su nombre literario, o los alias José del Día o Pedro Sicay, o que la novela El tiempo principia en Xibalbá es una respuesta indígena a la obra de Asturias; sobre lo primero sólo ha faltado que alguien lo “clasifique” como un escritor indigenista, de los que impostaban la voz para supuestamente

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hablar por el otro. La explicación, sin embargo, es muy simple: en el habla popular es muy común cambiar una vocal por otra, tal el caso de León por Lión y en cuanto a los seudónimos José del Día o Pedro Sicay, los utilizó, dada la situación imperante en los años del conflicto armado interno, para publicar poemas o textos en revistas y periódicos clandestinos, como lo hiciera el salvadoreño Roque Dalton. Cuando está por publicar Los zopilotes (1966) el mundo recorrido por Luis de Lión es su natal San Juan del Obispo, una aldea donde no pasa mayor cosa, como no sean las señoras que bajan a pie a vender los productos del campo al mercado antigüeño, mientras los hombres en su mayoría se ocupan ya sea de trabajos agrícolas, unos cuantos aprenden la talla en madera y el dorado de retablos en iglesias como la de San Francisco El Grande, alguno es diestro en tocar el pito y el tambor y un grueso número de pobladores de la aldea son terciarios franciscanos. Entonces, pues, los cuentos cortos de este opúsculo nos hablan de días ordinarios, a veces grises, y vidas sencillas. Conllevan la denuncia sobre la miseria y el olvido. En lo formal, son cuentos escritos de manera llana, sin rebuscamientos, y sobre todo, en un español a medias, que no es extraño en un habitante del ámbito rural, aun cuando tenga contacto con la gente de la ciudad. Los zopilotes es punto de partida, atisbo

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de lo que habría de desvelar a su autor durante el tiempo que vivió: su preocupación por los desposeídos.

Francisco Morales Santos

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A la memoria de mi dulce abuela maternaA mis padres y a mi esposa

A la Guatemala proletaria y campesina, en su dolor y esperanza.

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LOS ZOPILOTES

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Los zopilotes

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Corría, el sudor le bajaba en la cara a manera de pequeños ríos. Paró un momento.

Las piernas le temblaban. Jadeaba. Pero la angustia lo impulsó a seguir. Ya faltaba poco. Ya se veían las luces de los ranchos. Cambió el ritmo y avanzó a pasos largos y presurosos. Estaba cansado. Pero la angustia lo aguijoneó nuevamente y mejor corrió. Un esfuerzo más…otro poco…otro… -¡Alto, amigo! Un hombre armado le salió al paso. Quiso salir corriendo, pero lo detuvo el tono agresivo de otro hombre salido de la sombra: -¡No huya porque se muere! ¿Quién vive? No pudo contestar. No sabía que contestar -Haber, ¡soltá el machete y subí las manos! Obedeció sin entender nada de lo que ocurría. El temor le entorpeció más el resuello. Un sudor helado helado le bañaba todo el cuerpo. -¡Regístrenlo! Buscaron a saber qué en su chaqueta, en su camisa, en su pantalón. -No tiene nada. -Haber, ¿ónde está tu salvoconducto? Otra vez no sabía qué contestar. Miró y miró a los dos hombres como respondiéndoles con los ojos. -No sabés que hay toque de queda y por eso para andar a estas horas de la noche en los caminos hay que cargar un permiso especial

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que se llama así: ¡sal-vo-con-duc-to! ¿Me oíste? ¿Lo tenés, vos? -No, siñor. Yo no sabía ese, siñor. Perdonáme, señor. -¡Perdonáme! –remedóle con ironía. -Haber tus demás papeles. -¿Qué papeles, siñor? -¡Ah, indio bruto! Tu cédula, tu boleto, en

Papeles, cédula, boleta, salvoconducto, generales, qué raro. ¿Qué era todo eso? -No tengue, siñor. Uno miró al otro. -Mmm… ¿cómo te llamás? -Julian Coroy. -¿Onde vivís? -En un ranchite. -Pero por ónde, en qué lugar. -Poray nomás. -¿Cuántos años tenés? -A saber, siñor. -¿Sos casado? -Nomás vive junte con mi mujer la Chepe Chicojay -¿Tenés hijos? -No, siñor. Pere ya agorita va nacer une, siñor. -¿Y qué andas haciendo aquí a estas horas? -Vengue al pueble a trer al siñor Chinte la comagrane. -Mmm…esas son babosadas. Vos con seguridá sos guerrillero comunista. A mi no

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me engañas– Y dirigiéndose a su compañero: -Condúzcalo. Y si opone, culatéyelo. Y si trata de huir, ya sabe. -Caminá adelante- le ordenaron Obedeció contra su voluntad. El gusanito de una angustia distinta carcomía su mente. Empezó dando pasos lentos. El que lo conduce murmuró palabras soeces y le dio un culatazo. Dejaron la aldehuela y tomaron otro camino, una carretera. A lo lejos brillaban las luces de la ciudad… ¿Media hora o una hora? Con lo que llevaba de marcha ya hubiera vuelto acompañado de la comadrona y atendido a la parturienta. El cielo se nublaba. Un soplo helado sacudió su cuerpo. Que no fuera a llover porque entonces sería peor para la Chepa. ¿Quién por lo menos la sacaría del rancho viejo que amenazaba caerse para pasarla al nuevo, aún no terminado pero seguro?... Que no fuera a llover, pero de pronto, una recia tormenta con fuertes vientos y agresivos rayos azotó la tierra y en pocos minutos ahuyentó la escasa claridad. Instintivamente se tiró al suelo y se ocultó detrás de una gran piedra. -¡Indio cabrón, ónde estás! ¡Contestá o disparo! Sintió miedo, pero el gusanito de una angustia distinta seguía carcomiendo su mente. Se deslizó a gatas rápidamente y cuando creyó estar a regular distancia echó a correr. -¡Ajá, ya te vi! ¡Alto o disparo!

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Ni oyó la detonación, ni sintió el chorrito caliente que manaba de su espalda. Cayó de bruces, golpeadamente como aguacate maduro, muerto.

***

A los pocos días, una espiral de zopilotes, caracol de luto, descendía del cielo, penetraba entre el monte y se posaba sobre un aplastado rancho, para iniciar el festín de la carne podrida de una mujer joven y un niño, unidos por el cordón umbilical.

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Sábado