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Los siete cerrojos Advierte Camino que -para guardar el corazón- hacen falta siete cerrojos. Es fácil de comprender que se trata de un modo gráfico de señalar la necesidad de guardarlo con muchas precauciones. Por esta vez, sin embargo, vamos a tomar esos siete cerrojos en sentido literal, sabiendo que igual que siete podrían ser cinco o cincuenta las advertencias en las que se agruparan las cautelas para custodiar la efectividad y el amor. El primer cerrojo ha de servir no tanto para evitar que entre en el alma un amor que no sea bueno, corno para evitar que se apague y se escape el amor que ha de haber. El corazón tiene necesidad de amar, y si no siente satisfecha esa ansia, se venga buscando otros amores, suele advertir Mons. Escrivá de Balaquer. En otras palabras podríamos expresar la misma idea diciendo que, para no enamorarse de quien no se debe, el corazón no ha de dejar de estar enamorado de quien debe: de Dios siempre, y de la criatura que -en su caso- Dios haya querido asociarse en el sacramento del matrimonio. Bien entendido, naturalmente, que el amor -sea el divino, sea el humano- no debe darse por supuesto, sino que ha de conservarse, aumentarse y fortalecerse cada día; como reza una frase que se ha hecho ya conocida, hemos de querer siempre más que ayer y menos que mañana; más aún: mejor que ayer y peor que mañana, porque el amor ha de crecer en intensidad y en calidad. El segundo cerrojo son los sentidos: para amar, hay que conocer; y para conocer necesitamos los sentidos, especialmente la vista... «¡Cuántas experiencias a lo David! ... Si guardáis la vista habréis asegurado a guarda de vuestro corazón."'. De ahí que en este punto nunca sea excesiva la vigilancia. Por supuesto, no se trata de no ver -porque necesitamos la vista para trabajar, y andar y relacionarnos...-, sino de no mirar lo que no se ha de mirar. Es como si el sentido común y el sentido sobrenatural pusieran un filtro delante de los ojos: al ir por la calle, en el ambiente de trabajo, en las relaciones sociales ... Se suele decir que los enamorados se comen con los ojos; pues

Los Siete Cerrojos

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Capítulo de “El noveno mandamiento” Folleto 111 de Mundo Cristano Madrid 1970 de José Luis Soria

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Los siete cerrojos Advierte Camino que -para guardar el corazn- hacen falta siete cerrojos. Es fcil de comprender que se trata de un modo grfico de sealar la necesidad de guardarlo con muchas precauciones. Por esta vez, sin embargo, vamos a tomar esos siete cerrojos en sentido literal, sabiendo que igual que siete podran ser cinco o cincuenta las advertencias en las que se agruparan las cautelas para custodiar la efectividad y el amor. El primer cerrojo ha de servir no tanto para evitar que entre en el alma un amor que no sea bueno, corno para evitar que se apague y se escape el amor que ha de haber. El corazn tiene necesidad de amar, y si no siente satisfecha esa ansia, se venga buscando otros amores, suele advertir Mons. Escriv de Balaquer. En otras palabras podramos expresar la misma idea diciendo que, para no enamorarse de quien no se debe, el corazn no ha de dejar de estar enamorado de quien debe: de Dios siempre, y de la criatura que -en su caso- Dios haya querido asociarse en el sacramento del matrimonio. Bien entendido, naturalmente, que el amor -sea el divino, sea el humano- no debe darse por supuesto, sino que ha de conservarse, aumentarse y fortalecerse cada da; como reza una frase que se ha hecho ya conocida, hemos de querer siempre ms que ayer y menos que maana; ms an: mejor que ayer y peor que maana, porque el amor ha de crecer en intensidad y en calidad. El segundo cerrojo son los sentidos: para amar, hay que conocer; y para conocer necesitamos los sentidos, especialmente la vista... Cuntas experiencias a lo David! ... Si guardis la vista habris asegurado a guarda de vuestro corazn."'. De ah que en este punto nunca sea excesiva la vigilancia. Por supuesto, no se trata de no ver -porque necesitamos la vista para trabajar, y andar y relacionarnos...-, sino de no mirar lo que no se ha de mirar. Es como si el sentido comn y el sentido sobrenatural pusieran un filtro delante de los ojos: al ir por la calle, en el ambiente de trabajo, en las relaciones sociales ... Se suele decir que los enamorados se comen con los ojos; pues eso es precisa mente lo que no hay que hacer para guardar el corazn: no aprenderse de memoria las facciones, los rasgos, los gestos de quien no se debe. El tercer cerrojo est muy cerca de segundo, y se le parece. Porque si para conocer necesitamos los sentidos, para que el amor nazca y se desarrolle se requie- re el trato. Por eso, el tercer cerrojo es la distancia: una distancia fsica. Es sabido que el cario mueve a estar cerca de la persona a la que se quiere: para guar- dar el corazn hay que resistir esa tendencia instintiva a buscar la cercana. Para correr el cerrojo, que quiz se haba entreabierto, hay que poner tierra por medio. Para evitar que ms tarde sea muy difcil el corte, hay que ser duro con uno mismo, en cuanto se notan los primeros sntomas de que

el corazn se est desbo- cando. Si en medio de un grupo de personas hay alguna que empieza a descollar y hacerse el centro de nuestros pensamientos... malo! Si al ir de un lado para otro se elige como por casualidad un itinerario que permite hacerse el encontradizo con esa misma persona... malo! Si se buscan preguntas que hacer, consultas que formular, pretextos -en una palabra- para charlar un rato, sin que resulte demasiado chocante... malo tambin! Como se ve, se trata de sntomas que pueden ser inocentes, porque no son necesariamente exclusivos de estas situaciones peligrosas, pero casi siempre un sincero examen de conciencia hace sospechar o, por lo menos, intuir que algo no va bien en esta materia. Suelen ser cosas que tienen como comn denominador una constante e impalpable falta de rectitud de intencin o, mejor dicho, una aparente rectitud, que encubre una intencin doble: lo que parece quererse y lo que en realidad se busca. Santa Catalina de Siena pona en boca del Seor unas palabras que pueden dar luz a ms de un alma: Con el mismo amor con que me amis, debis amar vuestro prjimo... Sabes en qu se conoce cundo no es perfecto este amor espiritual? En que se aflige cuando cree que la criatura a la que ama no corresponde a su amor con la misma fuerza que l cree poner en el suyo o cuando se ve privado de su trato, del consuelo que le proporcionaba o ve que ama a otros ms que a l. En esto y en muchas otras cosas podr percatarse de que este amor es imperfecto para conmigo y para con el prjimo, como bebido en un vaso fuera de la fuente, aun cuando haya sido un amor que haya sido sacado de m-". El cuarto cerrojo tiene que ver tambin con la distancia, pero esta vez se trata de la distancia moral, espiritual, afectiva, etc. Confidencias indebidas, desahogos, peticiones de ayuda espiritual, manifestaciones de penas o disgustos... pueden ser a veces los golpes que descorran el cerrojo-, en otras ocasiones, el cerrojo est en el usted y se descorre si se pasa al t. Siempre, en una palabra, se habr de resistir el impulso a confiar la intimidad -que es algo precioso- a quien no se deba, aun cuando aparentemente el objeto o el contenido de ese intercambio de sentimientos se refiera a cosas bien espirituales. las amistades que atan -suelen repetir algunos sacerdotes con rica experiencia de almas- son como el Credo: empiezan por -creo en Dios Padre. y terminan... con la resurreccin de la carne. A propsito de este cuarto cerrojo: una precaucin elemental de prudencia es no manifestar a la persona interesada, bajo ningn pretexto, ni con palabras ni de otro modo, absolutamente nada de los sentimientos que se estn incubando en el corazn. Y esto por diversos motivos: para evitar tentaciones de vanidad al prjimo, para no suscitar o fomentar sentimientos semejantes en correspondencia-, para que -en la hiptesis de que esos sentimientos sean correspondidos- se evite la catstrofe a la que una confesin de esos sentimientos podra conducir.

Naturalmente, cae de su peso que no me refiero ahora al caso de un noviazgo limpio o de un matrimonio legtimo. El quinto cerrojo ha de guardar la manifestacin de los sentimientos, ha de filtrar la ternura, debe velar a veces el corazn, con prudencia y por prudencia. Quiere decir'esto que no se trata de anular cualquier manifestacin cordial, sino de encauzarla. Lo contrario suele ser muestra de inmadurez; como es inmaduro el adolescente que se resiste a dar un beso a su madre o a sus hermanos porque le parece que -eso no es cosa de hombres.. Es ste un cerrojo que sirve para el hombre y para la mujer, pero especialmente en esta ltima no es raro encontrar deformaciones de lo que ha de ser una defensa eficaz de corazn, pero llena de naturalidad: casi por las mismas razones que llevan a una chiquilla de doce aos a pasar, seria, tiesa y aparentemente imperturbable, por delante del grupo de chicos en que se encuentra el dueo de su corazn. Se trata de relaciones habituales que parecen opuestas a todo sentimiento cordial; son modos de conducta en los que parece imperar una disciplina quasi-militar o la brusquedad privada de cualquier ternura. Son gritos, gestos desabridos-. No se trata siempre de personas en las que la afectividad cuenta menos o no exista, sino que pre cisamente se trata a menudo de todo lo contrario. Tambin detrs de esa mscara hosca late el corazn, pero esta vez disimulado por un mecanismo de autodefensa, ahogado en germen para evitar que los motivos sentimentales arrollen a la razn. Reaccin noble, ciertamente, pero que puede ser el motivo para dificultar la convivencia entre hermanas, entre compaeras, entre amigas sinceras. Se pretende poner una distancia de seguridad entre los dos corazones y se cae sin querer -o ms bien queriendo, pero sin medir sus inconvenientes- en el extremo opuesto: la dureza exterior, la incomunicabilidad, una aparente indiferencia o un artificial despego. Para evitar el desbordarse de la afectividad -ya lo hemos insinuado- no hay que suprimir el corazn: simplemente, hay que orientarlo y guardarlo, llenndolo de un amor fuerte y limpio que lo defienda de afectos que no agraden a Dios. As no cabe el miedo al apegamiento, que es cadena, ni el temor al envaramiento y a la rigidez, que son esterilidad: -si eres de Cristo -todo de Cristo!-, para todos tendrs tambin de Cristo- fuego, luz y calor- ". El sexto cerrojo hay que ponerlo en la memoria para rechazar la tendencia a recordar escenas, dilogos, imgenes que reaviven el afecto que se trata de evitar. Mucho saben de ese cerrojo la corteza de los rboles de bosques y paseos, las paredes, los cuadernos de los estudiantes... Tanto corazn atravesado por una flecha, tantos nombres entrecuzados son el fruto de] recuerdo de enamorado, que quiere perpetuar en su memoria lo mismo que graba en el rbol, y al revs. Pues -sacan- do consecuencias- quien no deba enamorarse,

porque otro amor ya no lo consiente, que sepa no rumiar en su interior los recuerdos que son capaces de encender rescoldos de afectividad. El sptrno cerrojo es de fondo, como el primero. Es un cerrojo que ha de abrir la vida hacia la realidad co- tidiana y cerrarla a los ensueos intiles de la fantasa. Ms que un cerrojo es un lastre en los pies ... para no estar siempre en la luna. Es el cerrojo que impide el paso a lo que en el apartado que sigue llamamos el Jardn de Buen Retiro. El Jardn del Buen Retiro Este es el nombre de ms popular y conocido de los, parques madrileos: lo que corrientemente llamamos, el Retiro. Pues si esa maravilla de jardn sirve de refugio en medio de trfico urbano de la capital de Espaa, conviene no olvidar que cada uno de nosotros -vivamos donde vivamos- est en la permanente tentacin de edificarse un Retiro- personal, a donde huir cuando la realidad cotidiana aprieta y se hace difcil. Es un jardn hecho de idealzaciones y fantasas, de ojals, de -si fuera as...-; sus muros son invisibles, lo mismo ,que sus rboles y sus habitantes, pero en ese jardn el alma se sabe aislar de lo que le rodea, hay sombras agradabilsimas y la gente que all se encuentra es el dechado de toda perfeccin. All no se conocen los de- fectos, ni se avinagran las respuestas, ni hay rifias que valgan. All, a ese jardn fantstico, se va la imaginacin con gusto porque all el yo es el centro, el rey, la reina... All todo existe alrededor de la propia vanidad y en funcin suya. Cuando hemos tenido una actuacin desacertado, cuando la respuesta a lo que nos han dicho no ha sido brillante, cuando -en una palabra- la realidad de la vida nos ha hecho quedar mal, un paseo por el parque del -cmo podra haber sido., nos compensa del dis- gusto sufrido cuando me dijeron esa frase, yo poda haber contestado con esta otra; cuando sucedi eso, yo tendra que haber reaccionado de esta manera... Y teje que teje, la fantasa nos devuelve la honra. Si en la realidad de la vida me parece que no me tienen en cuenta o que se olvidan de m, he aqu que en el -Retiro. la fantasa construye una persona que no tiene ms quehacer que estar pendiente de mis necesidades, que se dedica solcita a mi cuidado, que me mima, que me contempla. Si durante una temporada el corazn est ms sensible y necesitado de afecto, no ser difcil que, en esa ocasin, por los paseos de ese Retiro de que venimos hablando vayan y vengan las notas de una sinfona de cario que, personas reales o imaginarias, entonan en honor nuestro. Son momentos en los que merecamos que nos dijeran al odo, pero sin contemplaciones: .Por qu abocarte a beber en las

charcas de los consuelos mundanos si puedes saciar tu sed en aguas que saltan hasta la vida eterna?.43. Si las personas con quienes convivimos no son per- fectas (y esto es lo que sucede en el 100 por 100 de los casos), una vuelta por el jardn de -buen retiro. lo arregla todo, porque all las cosas son distintas: o no hay defectos, como decamos antes, o -si los hay- los comprendemos magnficamente, los corregimos con una rectitud de conciencia insuperable o los fustigamos de un modo irrebatible y elocuentsimo. Si la timidez, la educacin, el sentido de responsabilidad o cualquier otra razn nos impiden contestar satisfactoriamente para el amor propio, el jardn del retiro imaginario es el lugar ms adecuado para cantar las cuarenta al lucero del alba, sea quien sea. Podamos seguir recordando situaciones semejantes. En todos los casos, cuando el alma cede a esa tentacin de huida, abre tan gran abismo entre la realidad y las fantasas, que con frecuencia llega a situaciones insoste- nibles, Otras veces, una tal ausencia de unidad de vida, una semejante divisin entre lo que se aparenta y lo que se desea y fomenta, conduce muy frecuentemente a fracturas interiores, como podan atestiguar muchas vi- das que se arrastran. Sin embargo, con ser esas conse- cuencias muy penosas, hay todava otra ms lamentable, porque la falsedad de una actitud de ese estilo conduce tambin a faltar contra los deberes de la propia voca- cin. Vocacin -no se olvide- que es llamada de Dios a la santidad (perfeccin humana, dentro de los lmites de nuestra personal condicin, y -sobre todo- perfeccin sobrenatural), y la santidad supone el cumpli- miento de unos deberes concretos, que se plasman en el desgranarse cotidiano de las cosas, informado por la caridad. Por eso es difcil -por no decir imposible- que un alma descontenta con su situacin, y dada a refugiarse en el -buen retiro, se santifique: porque no afrontar decididamente, con generosidad y con realis- rno, lo que le corresponde hacer en su situacin, per- sonalsima e irrepetible. Muy posiblemente, una vida as ser sobrenatural- mente estril o no dar los frutos que el Seor tiene derecho a pedir, porque no est en la realidad de una verdadera asctica cristiana, sino en una falsa mstica -que el Fundador de Opus De ha definido grfica- mente como mstica ojalatera-, y que est hecha -de sueos, de falsos idealismos, de fantasas, de eso que suelo llamar (dice Mons. Escriv de Balaquer) mstica ojalatera -ojal no me hubiera casado, ojal no tuviera esta profesin, ojal tuviera ms salud, ojal fuera joven, ojal fuera viejo!...De ah que el noveno mandamiento, que -al prohibir los deseos indebidos- podra ser llamado, junto al dcimo, el mandamiento que prohibe la mstica -ojalatera., sea una defensa, una estupenda ayuda divina, para ser lo que se debe ser, hacer lo que se debe hacer, y estar

en lo que se hace; en otras palabras: para san- tificarnos donde Dios quiera y no donde a nosotros nos gustara o donde se nos antoja que lograramos hacerio@ con relativa comodidad. .Acaso puede uno encender fuego en su seno, sin que sus vestidos se inflamen? O puede uno caminar sobre brasas sin que sus pies se quemen? As el que se acerque a la mujer de su prjimo. Palabras eternas, como todas las de la Escritura, que hemos de saber aplicar a nuestras circunstancias personales: acaso podr alguno vivir de fantasas, sin descuidar sus deberes?, cmo luchar contra sus defectos quien, en vez de afrontarlos con humildad y esperanza, los rehye y los vence slo con la imaginacin?; qu empeo pondr en el trabajo, qu delicado cuidado en la atencin de hogar; qu alegra en el sacrificio, qu unidad de vida tendr quien se pase la mayor parte del tiempo en el jardn de la fantasa? -En esta situacin (de desorientacin y de ansiedad, de desnimo y de tedio, cuando no se sabe a qu aten- der y no se atiende eficazmente a nada) el alma queda expuesta a la envidia, es fcil que la imaginacin se desate y busque un refugio en la fantasa que, alejando de la realidad, acaba adormeciendo la voluntad-. El sptimo cerrojo, el remedio de esa mstica -ojalatera -seguimos citando palabras de Mons. Escriv de Balaquer- -est en buscar el verdadero centro de la vida humana, lo que puede dar una jerarqua, un orden y un sentido a todo: el trato con Dios, mediante una vida interior autntica. Si, viviendo en Cristo, tenemos en El nuestro centro, descubrimos el sentido de la misin que se nos ha confiado, tenernos un ideal humano que se hace divino, nuevos horizontes de esperanza se abren ante nuestra vida, y llegamos a sacrificar gustosamente no ya tal o cual aspecto de nuestra actividad, sino la vida entera, dndole as, paradjicamente, su ms hon- do cumplimiento- Con unas disposiciones de este estilo y una oracin filial y confiada por parte nuestra, -la Virgen Santa Mara, Madre de Amor Hermoso, aquietar tu corazn, cuando te haga sentir que es de carne, si acudes a Ella con confianza . 47. Autor Jos Luis Soria De El noveno mandamiento Folleto 111 de Mundo Cristano Madrid 1970