Los Restos de La Corte - Irina Hauser-Revista Anfibia

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    Los jueces de la Corte Suprema tienen la costumbre de hacer un pequeño festejo cuando alguno de ellos cumple años. Comen saladitos y se

    regalan libros, llaveros u otras chucherías. En febrero de 2005 el agasajado era Carlos Fayt, siempre reacio a las celebraciones. Recién llegado al

    cargo, Ricardo Lorenzetti intentó ser ameno y sacarle conversación: “¿Cuántos cumple doctor?”. Catedrático, el decano de los jueces supremos le

    contestó con su teoría del paso del tiempo: “No lo olvide, un hombre tiene la edad de la mujer que acaricia”. Su esposa, Margarita Escribano, hija

    de un amigo suyo, tiene treinta años menos que él, que cumplió 97. Fayt, el más remoto de los jueces, y Lorenzetti, el más joven y nuevo, son las

    caras notorias y controvertidas de lo que queda de un tribunal sin el esplendor que lo hizo único, quizá el mejor.

     La mesa de la sala de acuerdos de la Corte, sobre la que se firman los fallos, es un decágono de madera lustrada. Fue adquirida durante el

    gobierno de Carlos Menem, cuando se amplió de cinco a nueve el número de jueces tras una votación escandalosa en la que nadie constató qué

    diputados levantaban la mano. De las diez sillas que la rodean, una estaba originalmente destinada al Procurador General –hoy Alejandra Gils

    Carbó– a quien ya no se convoca a ningún encuentro; apenas si se le mandan causas para que opine. En 2006, cuando se aprobó una nueva ley

    de reducción del tribunal, había siete jueces. Es decir, tres lugares vacíos. El año pasado, con el fallecimiento de Carmen Argibay y Enrique

    Petracchi, más la renuncia de Raúl Zaffaroni al cumplir los 75 años, quedaron más huecos que jueces. Nadie quiso volver a sentarse en el lugar de

    los muertos, ni en el de otros que se fueron, expulsados o jubilados.

    Hasta entonces los ministros se ubicaban, en sentido de las agujas del reloj: Lorenzetti, Elena Highton de Nolasco, Fayt, Petracchi, Juan Carlos

    Maqueda, Zaffaroni y Argibay. Las sillas parecen sillones por su tamaño. Son redondas, bajas, y presentan un problema de equilibrio: el que se

    sienta muy adelante, cerca del borde, se cae. Como le pasó al ex juez del Opus Dei Antonio Boggiano, quien se fue de cola al piso al grito de

    “¡Esto debe ser una premonición!”. Al poco tiempo el Senado lo destituyó. Corría septiembre de 2005 y él era el último sobreviviente de la mayoríaautomática del menemismo.

     

    Hay algo fantasmagórico en esa sala versallesca. Todavía flota el recuerdo de la nube de humo que generaban los cigarrillos de Argibay y Zaffaroni

    más los habanos de Petracchi, y que atravesaba el histórico ordenanza, Julio Aguirre, un moreno que camina inclinado, bandeja en mano. Aguirre

    llegó con el ex supremo Eduardo Moliné O’Connor, quien lo trajo de la Cámara Civil. Su padre también era ordenanza. Así como se ha conformado

    la familia judicial, con parientes y amigos, hay familia de ordenanzas, cuyo oficio se transmite por generaciones.

    Los ministros toman café con galletitas de agua. Fayt acostumbraba hundirlas en la taza llena; lo hace cada vez menos. La ausencia de Fayt se

    volvió costumbre desde que se pronunció su deterioro físico, sus dificultades para caminar sin bastón y para sostener una conversación por más de

    un par de minutos. Desde hace más de tres años, el juez no concurre a Tribunales durante los inviernos para evitar los gérmenes y virus. En los

    pasillos de la Corte lo apodaron “oso hormiguero”. 

    Los 97 años de Fayt se sienten en su voz, apagada, disfónica. El juez acostumbraba a soltar largos monólogos ante sus pares, colaboradores o

    periodistas. Cuando comenzaba a hablar no permitía preguntas ni interrupciones y sus digresiones pasaban por la república, la división de

    poderes, la constitución y sobre sí mismo. Lo hacía incluso durante los acuerdos de la Corte. Petracchi solía irritarse cuando Fayt, en lugar de tratar

    el caso que estaban discutiendo, monologaba sobre cualquier tema. En los últimos años el juez repetía el mismo parlamento por varios días,

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    incluso ante un mismo interlocutor. No son pocos los que comenzaron a preguntarse si este comportamiento se debía a un acting del juez o algún

    deterioro propio de la edad.

     

    La situación es inquietante. En una Corte que hoy por ley tiene cinco miembros hay una vacante que la oposición política y la incapacidad

    negociadora del Gobierno impiden llenar. Un juez casi ausente y tres que concentran las decisiones (que antes tomaban siete) y que lo convidan a

    firmar. Lo necesitan a Fayt, no sólo para evitar empates si no llegan a un acuerdo. Lo necesitó Lorenzetti para su reelección anticipada como

    presidente del tribunal para un cuarto mandato que comenzará en enero de 2016 y se extenderá hasta 2019. Si el juez nonagenario no lo votaba,

    se tenía que votar a sí mismo, al estilo Julio Nazareno, que prefirió evitar. Si dejaba pasar más tiempo, la Corte podría tener otros miembros, otra

    estructura. Y quién sabe en qué andaría Fayt.

    El 21 de abril los jueces votaron la reelección de Lorenzetti. La elección fue cuestionada no sólo porque se adelantó ocho meses sino porque eltexto original decía que reunido con los supremos “en la sala de acuerdos”, Fayt había avalado la nueva postulación del presidente y había

    propuesto por sí mismo la candidatura de la Highton a vicepresidenta. Pero Fayt estaba en su domicilio en Recoleta, de donde el secretario

    Cristian Abritta se llevó su firma temblorosa.

    ***

    Poco queda de aquella Corte de oro que impulsó Néstor Kirchner. Elogiada por su alta calidad e independencia, buceó e hizo escuela en la

    ampliación derechos y las garantías individuales, además de abrir camino al juzgamiento de los crímenes de lesa humanidad. Lo que permanece

    apenas son los fallos cruciales y algunas estructuras de vanguardia como la Oficina de la Mujer y la de Violencia Doméstica.

     

    Aquella Corte está casi desintegrada, en el estricto sentido de la palabra. Ahora, en su mínima expresión, se encuentra embarcada en decisiones

    autorreferenciales, que acentúan su “contrapoder”. En esa línea, busca dar señales de fortaleza con fallos desafiantes. Se ha generado un espiral

    de enfrentamiento con el Poder Ejecutivo, que a la vez no para de doblarle la apuesta. Después de la re-re-reelección, el oficialismo pidió una

    evaluación de la capacidad psicofísica de Fayt en la Comisión de Juicio Político de la Cámara de Diputados. 

    Nombrado en 1983 por Raúl Alfonsín, a quien decía no conocer para mostrarse independiente, Fayt enfrentó, y sobrevivió, al tema de su edad el

    19 de agosto de 1999: consiguió que todos sus colegas excepto Petracchi (que no votó) declararan la nulidad del artículo de la Constitución (99

    inciso 4) que en la reforma constitucional de 1994 fijó el límite de 75 años para los jueces del alto tribunal. Gracias a su antigüedad, el supremo

    tiene hoy el salario más alto de la Corte: 221.700 pesos por mes.

     

    “El ministro”, como impone que lo llamen en vez de “doctor”, tiene la costumbre de repetir frases como axiomas a quienes lo rodean. El tema del

    paso del tiempo siempre fue una obsesión sobre la que ironizó, para justificar no sólo su perpetuidad sino la de los expedientes “cajoneados”: “el

    tiempo se venga inexorablemente de lo que se hace sin su auxilio”, solía decir. También bautizó como “cronoterapia” al arte judicial de dejar pasar

    meses o años ante ciertos casos.

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     Fayt solía ser quien hacía los comentarios mundanos, cholulos, incómodos. A Argibay, a quien apreciaba, le daba los buenos días: “¿Cómo está la

    reina de los hoyuelos?”. A Highton, cada tanto, le elogiaba el vestuario. A Zaffaroni, cuando viajaba por premios y conferencias, le preguntaba

    delante de todos: “¿Qué aeropuerto del mundo gozó de su presencia? ¿De qué ciudad nos puede hablar hoy?”. Un día hasta comentó que tenía

    “piel de valija”. El penalista le devolvió las gentilezas con una guayabera que le trajo de México, de regalo.

     

    Nadie que conozca bien a Fayt puede imaginarlo en otro lado que no sea la Corte. “Quiere que lo entierren acá, en medio del Palacio”, dice uno

    de sus antiguos colaboradores. Para algunos de ellos, el juez habla con coherencia y no se lo ve perdido.

     

    El 9 de mayo, después de días en que se dudaba sobre el estado de salud de Fayt, la voz entrecortada del juez se escuchó por radio. “Me

    encuentro bien, estoy trabajando como siempre y seguiré así mientras Dios me dé fuerza, vida y plenitud”, dijo. La entrevista fue grabada. Fayt leyó

    buena parte de lo que dijo, lo cual revela dos cosas: el juez puede leer un texto de cierta extensión, pero no puede mantener ese discurso por símismo.

    Cuatro días más tarde Fayt reapareció en la Corte después de un mes de ausencia. Fue para un plenario extraordinario: los supremos se juntaron

    para ratificar la reelección de Lorenzetti. Un testigo de la reunión recuerda este diálogo:

     

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    —Doctor, esto que está haciendo el Gobierno con usted es una barbaridad —le dijo Highton de Nolasco en referencia a la investigación

    parlamentaria sobre su condición.

     

    —Está bien Elena, gracias. Igual usted está muy oficialista —le contestó Fayt.

     

    Socialista de origen, autodefinido discípulo de Alfredo Palacios, Fayt no ha ocultado su antipatía por el Gobierno, y en particular por Cristina

    Kirchner.

     

    —Ahora se tiñe el pelo de caoba—dijo una vez ante sus pares.

     —Siempre se tiñó de caoba —retrucó Petracchi, quien desdeñaba todo comentario de Fayt. El encono, cargado de divismo, era mutuo y de larga

    data.

     

    Highton se sumó y miró fijo al decano:

     

    —¿Y usted de qué color se tiñe?

    ***

    Elena Highton nunca fue una opositora –por lo menos acérrima– al gobierno kirchnerista. Traía una carrera iniciada en 1973 con un empujoncito de

    su tío político, el escritor Arturo Jauretche. Su postulación suprema, cuando todavía era camarista civil, conocida como fundadora de la Asociación

    de Mujeres Jueces, fue promovida por el entonces jefe de gabinete Alberto Fernández. Tiene, además, una buena relación con el secretario Legal y

    Técnico de la Presidencia, Carlos Zannini. El yerno de Highton, Rómulo Chiesa, dirige la Unidad de Planificación y Gestión de la Administración

    de Aviación Civil. 

    El despacho de Highton es espacioso. Al entrar, apenas un perchero y al fondo, cerca de una ventana que mira a la calle Uruguay, el escritorio de

    la secretaria. En su sala de reuniones tiene una mesa redonda; allí, cada media hora suena un reloj antiguo de pie. Suele quedarse hasta el

    anochecer, cuando se va a nadar.

     

    En el oficialismo veían en ella a una exponente de la familia judicial, identificada con la tradicional Asociación de Magistrados, capaz de tensionar

    el vínculo estrecho entre el corporativismo tribunalicio y las corporaciones económicas. Sus votos han tendido a amortiguar efectos negativos para

    el Estado, aunque este año se sumó a las decisiones provocativas al apoyar presidencia de Lorenzetti y anular la lista de conjueces (jueces

    suplentes para la Corte) que había aprobado el Poder Ejecutivo. También apoyó una sentencia diseñada por Lorenzetti en la que se afirma que

    cualquier ciudadano está legitimado para denunciar reformas en la que entrevea una amenaza al sistema republicano y la división de poderes. En el

    texto, el presidente de la Corte dejó asentada una máxima que repite en sus últimos discursos: el “Poder Judicial debe poner límites” a los otros

    poderes.***

    Las actitudes y fallos de Lorenzetti han descolocado al Gobierno y a algunos de sus pares. Cuando llegó al Palacio, a fines de 2004, nadie sabía

    bien quién era. Lo mencionaban como un abogado civilista, profesor de la Universidad del Litoral, experto en contratos, oriundo de Rafaela, Santa

    Fe, donde tenía uno de los estudios más exitosos. En Buenos Aires también llevaba algunos casos, en dupla con su viejo amigo Alfredo Kraut, a

    quien nombraría después secretario general en la Corte.

     

    Lorenzetti tejió sus primeros vínculos en el Senado de la Nación. Ante los senadores dio algunas charlas y llamó la atención de la entonces

    senadora Cristina Fernández de Kirchner. En una oportunidad organizó un congreso de derecho ambiental –otra de sus especialidades—y contactó

    a Zannini a través de su esposa, Patricia Alzua, también ambientalista.

     

    El presidente de la Corte no tenía carrera judicial. De joven simpatizó con el peronismo y era amigo del ex senador kirchnerista Nicolás Fernández,

    un santafecino que vivió muchos años en Santa Cruz. La red de contactos, construida con paciencia durante el inicio del kirchnerismo, lo catapultóprimero como postulante a representar al Senado en el Jurado de Enjuiciamiento del Ministerio Público Fiscal. Poco tiempo después fue nominado

    para el máximo tribunal. Cuando Kirchner le ofreció el cargo le preguntó dos cosas: qué hacer con los depósitos atrapados por el corralito de

    2001 y qué pensaba sobre las leyes de punto final y obediencia debida. La respuesta quedó en esas cuatro paredes, pero se materializaría en el

    fallo que ordenó devolver los depósitos en pesos y en el que invalidó las leyes de impunidad, luego los indultos.

     

    En la audiencia pública en el Senado que debía evaluar su postulación, dijo: “Voy a perder plata, porque voy a ganar menos que en la actividad

    privada. Voy a perder tranquilidad, por la exposición que significa para mí y para mi familia. Y voy a perder libertad, porque tendría que mudarme a

    Buenos Aires y no voy a poder seguir dando conferencias en el exterior”. Recibió pocas impugnaciones. La que más lo afectó fue una de la

    Asociación de Médicos del departamento santafesino de Castellanos, que lo vinculaba con negocios de gerenciadoras del PAMI.

     

    http://www.cij.gov.ar/nota-15612-La-Corte-reconoci--el-derecho-de-todas-las-personas-a-demandar-en-defensa-de-disposiciones-constitucionales-que-hacen-a-la-esencia-de-la-forma-republicana-de-gobierno.html

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    En sus primeros plenarios en la Corte daba la imagen de alguien tímido. El presidente era Petracchi, criticado por sus colegas por su modo

    autocrático. Lorenzetti empezó a cosechar simpatías corporativas cuando organizó la primera “Conferencia Nacional de Jueces” en su provincia, en

    marzo de 2006. Desde entonces, la reunión se repite cada dos años. Entre charlas y buena comida, los magistrados encontraron un espacio para

    hacer catarsis y sentirse “unidos”, palabra que les inoculó Lorenzetti. También el Gobierno le tenía gran estima: lo consideraba de su riñón. Con

    una exposición más alta, Lorenzetti hizo cambios en su aspecto físico, empezando por el bigote: como hizo Mauricio Macri, se lo afeitó para

    parecer más joven. También se puso a dieta y tomó como regla vestir sólo trajes oscuros y camisas blancas, todo sugerido y supervisado por la jefa

    de prensa de la Corte y directora del Centro de Información Judicial, María Bourdin.

     Una noche Zaffaroni, Lorenzetti y Maqueda se juntaron en una casa prestada a comer canapés y beber. Allí acordaron promover la salida de

    Petracchi de la presidencia. Maqueda, un hábil político y siempre aliado de José Manuel de la Sota, se quejaba de que Petracchi no les abría el

     juego. Zaffaroni propuso al cordobés como presidente, pero su respuesta fue negativa, con el argumento de que estaba muy pegado a la imagen

    de Eduardo Duhalde, quien lo designó en la Corte tras la caída del gobierno de la Alianza. Maqueda había sido senador, diputado y ministro de

    Educación de su provincia: tenía el músculo entrenado para negociar, tejer y construir poder. El cordobés le retribuyó los laureles a Zaffaroni y lo

    postuló. El penalista tampoco quiso: más que líder, lo seducía la idea de oficiar de contrapeso de sus compañeros. Todos huían de la

    administración de los fondos del Poder Judicial, de la exposición propia del cargo y de tener que lidiar con los jueces de todo el país.

     

    Lorenzetti, en cambio, se entusiasmó y encontró en la caja judicial la llave del manejo de salarios y contratos: una poderosa herramienta para dar y

    recibir favores y conseguir adeptos. Primero tuvo que convivir con la presencia del administrador Nicolás Reyes, un moreno ancho, de anteojos

    cuadrados de marco dorado, otrora protegido de Nazareno y considerado el hombre más poderoso de la Corte. Cuando, enfermo, Reyes ya nopudo ocuparse de los fondos, Lorenzetti trajo a Buenos Aires a su amigo de Rafaela y ex socio comercial, Héctor Daniel Marchi. A la vez, desplazó

    al equipo que allí había puesto Petracchi.

     

    Al consagrar a Lorenzetti comandante de la Corte por primera vez, los jueces pactaron que alternaría la presidencia con Highton. Eso nunca se

    concretó y el santafesino acumuló cada vez más poder. En sus reelecciones siguientes, el 18 de agosto de 2009 y el 16 de octubre de 2012,

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    Petracchi no lo votó.

     

    En sus comienzos Lorenzetti mantuvo un fuerte lazo con Cristina y línea directa con la Casa Rosada. Pero además, el ex jefe de operaciones de la

    Secretaría de Inteligencia, Antonio Horacio Stiuso, reportaba a Balcarce 50 información de las entrañas supremas. El ex agente mantenía al

    Gobierno en un estado de alarma permanente respecto de la Corte. Les advertía que les iban a anular todos los decretos de necesidad y urgencia,

    que les iban a tener que pagar millones a los jubilados y otro tanto a las provincias en carácter de deudas atrasadas. Alberto Fernández, aún en la

     jefatura de Gabinete, llamaba nervioso preguntando si era cierto. Una tarde, café de por medio, la Presidenta le preguntó a Zaffaroni por el cuadro

    de situación: “A vos te puso Néstor, pero con Ricardo la responsabilidad es mía”. El juez la tranquilizó y le dijo que ante el menor peligro para la

    gobernabilidad, le presentaría la renuncia.

    ***Una de las primeras medidas de Lorenzetti como presidente de la Corte fue suprimir el viejo ritual del “besamanos”: todos los finales de año los

     jueces supremos se ponían en fila y pasaban los empleados a darles la mano, uno por uno, en señal de pleitesía a la superioridad.

     

    Los primeros años de aquella “nueva Corte” fueron prolíficos en fallos novedosos, que revertían jurisprudencia conservadora. En los inicios,

    Lorenzetti presentó su gestión bajo la doctrina política de “gobierno abierto”, que supone una amplia participación de todos los sectores en las

    decisiones y mecanismos de transparencia. Recibió a múltiples sectores sociales y a los organismos de derechos humanos. Puertas adentro, el

     juez no tiene esa apertura. A sus secretarios letrados, aunque estén en las oficinas linderas, les encarga proyectos para los fallos pero rara vez los

    recibe personalmente. Todos se quejan por esa falta de contacto directo. El personal teme a los enojos de Lorenzetti. Cuentan que puede ser

    devastador con las palabras, y que no muestra el menor signo de culpa. Se cuidan de lo que dicen de él y de con quién hablan en el cuarto piso

    de tribunales: hay cámaras en todos los pasillos y salas de espera de la Corte.

    Los otros cortesanos profesan un estilo opuesto. Maqueda cede la mesa de su despacho para que los secretarios se instalen por horas, rodeadosde fotos de su jefe con varios presidentes: una con Kirchner en los glaciares, otra con Duhalde, y otra con Fernando de la Rúa. Zaffaroni también

    solía reunirse e incluso almorzar con sus colaboradores.

     

    El despacho de Fayt tiene alfombra roja, sillones verde oscuro y un timbre en una mesa de reuniones para llamar a sus secretarias privadas. Hubo

    un tiempo en que una de ellas le dibujaba a los secretarios letrados un planito con las instrucciones para cuando entraran a verlo: 1) Golpear la

    puerta. 2) Esperar. 3) Cuando se ingresa, doblar a la izquierda. 4) Pararse al lado de la mesa. 5) Esperar a que el ministro se acerque. 6) Tenderle

    la mano. 7) Decirle “buenos días”.

     

    Uno de los rituales que repetía Fayt siempre al recibir periodistas, políticos, académicos era regalarles uno o varios de sus libros: “La omnipotencia

    de la prensa”, “Los derechos humanos y el poder mediático, político y económico”, “Cuando seas abogado” o “El socialismo”.

     

    Fayt tiene una especial preocupación por no parecer antisemita. El juez fue muy criticado por sostener a capa y espada la teoría de la implosión enel atentado a la Embajada de Israel el 17 de marzo de 1992. Su libro “Criminalidad del Terrorismo sagrado” es una defensa de la investigación que

    hizo la Corte, que no llegó a nada sustancial. No se sabe quién entró al país para cometer el atentado, ni quién adquirió y tuvo los días previos la

    camioneta Ford F-100 con la que se supone que se hizo, ni de dónde salieron los explosivos. Es más, en los primeros años se difundió que los

    muertos eran 29, cuando eran 22.

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    Fayt se reivindicó con la comunidad judía, en cierto modo, cuando logró, con un voto propio, que después del fallo del tribunal oral federal 3 que

    declaró la nulidad de la causa AMIA y absolvió a los acusados, se ordenara un nuevo juicio contra el desarmador de autos Carlos Telleldín por

    haber sido quien tuvo la Trafic que se usó en el ataque. El caso venía para ser cerrado definitivamente, pero lo convenció a Lorenzetti.

     

    Ante cada visitante a su despacho, Fayt llama a su secretaria para que despliegue sobre el escritorio una especie de pergamino que instituciones

     judías le dieron por sus trabajos sobre la discriminación de los judíos en Rusia.

     

    El crucifijo en una de las paredes solía despertar la pregunta de algunos que suponen a Fayt ateo. “Yo le exijo a Dios que exista”, pregonaba él. A

    los custodios solía mandarlos a estudiar la Constitución Nacional y después les tomaba lección. A cada nuevo empleado le hacía un interrogatoriosobre “recurso extraordinario”. Coqueto, recitador de piropos, recordaba los años en que daba clases en la facultad y las alumnas le dejaban flores

    sobre el capot del auto.

    ***

    Es raro que los jueces escriban sus propias sentencias, aunque a veces sucede. Por lo general, delegan. Tienen entre cinco y siete letrados cada

    uno. También hay un cuerpo de secretarios especializados en los fueros penal, civil, tributario, contencioso, de juicios originarios, laboral y

    previsional. Lorenzetti ha delegado no sólo en su círculo más cerrado de colaboradores –entre quienes está la hija homónima de Highton,

    “Elenita”— sino también, y especialmente, en Abritta, secretario general y de causas especiales. Abritta es una pieza clave en la Corte: gozó de la

    confianza de Nazareno, Fayt y Petracchi cuando fueron presidentes.

     

    El acto central de la Corte es la ceremonia del acuerdo comienza cuando se cita a los secretarios y se los hace esperar en una sala contigua a la

    de los plenarios. Se llama “Salón de té” y sus paredes están cubiertas por retratos al óleo de todos los cortesanos; a los más recientes, Argibay yPetracchi, se los recuerda con fotos. Luego los hacen pasar de a uno y los invitan a sentarse en alguna de las sillas vacías para que expliquen

    casos en análisis. Ni bien terminan de hablar, les piden que se retiren. Los supremos no quieren testigos de sus deliberaciones. Los expedientes,

    que suelen ser muchos, son llevados por los ordenanzas hasta la sala en unas carretillas verticales de metal parecidas a los carritos de

    supermercado, las mismas que se usan para trasladar el material de un despacho a otro. Los proyectos de fallos se deslizan sobre la mesa del

    plenario en unas carpetas de color amarillo patito que los jueces se van pasando entre sí.

     

    Hasta hace tres años, en el salón de té hacían los brindis con la prensa a fin de año y para el día del periodista, con los reporteros de judiciales.

    Pero Lorenzetti amplió la lista de invitados para incluir a empresarios de medios, columnistas y conductores de tevé. La gente ya no cabe y la

    celebración se mudó a un hall. Daniel Hadad, Luis Majul, Sergio Szpolski y Jorge Asís integran el elenco más reciente. En el último festejo se sumó

    Fernán Saguier, subdirector de La Nación. Tenía motivos para ir: en 2014, la Corte prolongó la medida cautelar que desde 2003 le impide a la

    AFIP ejecutar una deuda impositiva superior a los 300 millones de pesos al diario La Nación y a otras empresas periodísticas. Además de eximirlas

    de pagar, el tribunal declaró que no se las consideraba en mora.***

    En su despacho, Lorenzetti cuelga pergaminos, medallas, premios, fotos con los papas Benedicto XVI y Francisco, una foto de Argibay. Como

    presidente supremo centraliza la llegada de las causas al tribunal, elige casos y los distribuye en un orden que puede cambiar, pero que solía dejar

    a Fayt al final, en otros tiempos impredecible. Lorenzetti arma la agenda, instala temas, títulos, frases y decide cuándo se habla públicamente y de

    qué. Así lo hizo con grandes asuntos: los jubilados, el aborto no punible, la libertad sindical, los topes indemnizatorios, el hacinamiento carcelario.

    El día que se obsesionó con resolver la inconstitucionalidad de la penalización (castigo) de la tenencia de droga para consumo personal, llegó al

    punto de mandarle un secretario a Zaffaroni para que firmara la sentencia durante el velorio del último hermano de su madre.

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    En las causas pendientes es donde radica el gran poder de presión y negociación de los jueces con el poder político. El caso predilecto de

    Lorenzetti es el de los jubilaciones: si bien la Corte resolvió con el caso “Badaro” la actualización de los haberes para quienes ganaban más de

    1000 pesos entre 2002 y 2006, todavía no decidió el destino del resto del universo de los jubilados, aunados en una demanda colectiva del

    Defensor del Pueblo de la Nación. También tiene en la manga, sin sentencia, las demandas millonarias por coparticipación de Córdoba y Santa Fe.

    El fallo que le que dio trascendencia internacional a la Corte fue la declaración de la inconstitucionalidad de las leyes de punto final y obediencia

    debida y de los indultos, que obstaculizaban el juzgamiento de los represores por crímenes de lesa humanidad. Fueron fallos con votos separados

    -pero coincidentes- argumentados por cada juez, y alguno en disidencia. Carlos Fayt votó por sostener las leyes de impunidad y los indultos. En

    este segundo caso, lo mismo consideró Carmen Argibay.***

    Lorenzetti importó la idea de hacer un discurso de apertura de cada año judicial de Estados Unidos. Las filtraciones de Wikileaks demostraron los

    vínculos del cortesano con el país del norte: entre 2006 y 2010 se reunió al menos siete veces con el embajador Earl Anthony Wayne. De esos

    encuentros se llevó promesas de financiamiento para sus conferencias y expertos para modernizar el sistema informático.

     

    A fines de 2007, el embajador Wayne describió a Lorenzetti como “un servidor público de mente abierta, capaz, independiente y con un ambicioso

    plan para la Corte Suprema (…) La pregunta sigue siendo si tiene la autoridad, por no decir el apoyo político, para crear un poder judicial e

    independiente”.

     

    El contacto mermó cuando asumió la embajadora Vilma Socorro Martínez. A ella, en 2010, se encargó de contarle en qué andaba Lorenzetti la

    dirigente de PRO Gabriela Michetti. Según el informe de la embajadora, dijo que había un grupo de políticos opositores, jueces y empresarios que

    mantenían reuniones informales. “Este grupo informal, que por ahora elige permanecer confidencial, incluye al diputado nacional por la CoaliciónCívica, Alfonso Prat Gay; al gobernador peronista de Salta, Juan Manuel Urtubey; al presidente del partido radical, Ernesto Sanz, al presidente de

    la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti y a empresarios y banqueros…”. En 2013, Mauricio Macri los llamaría “el círculo rojo”.

     

    Cuando habla en público, Lorenzetti saca pecho. Tiene porte de deportista. Entrena con aparatos y corre, a veces por Puerto Madero -donde vive-

    o en el gimnasio. Sus discursos repiten cada año conceptos y frases para satisfacer a todos los oídos. En largas exposiciones en las que no

    titubea, pide diálogo entre los tres poderes y también que corresponde a la Corte marcar lo que no es constitucional.

     

    Convoca a los jueces a la cohesión, actuar con celeridad y ocuparse de cosas que le importan a lo que define como “la gente”. En los últimos dos

    años enfatizó que la “inseguridad” y el “narcotráfico” deben ser las grandes preocupaciones. Sus detractores critican la puesta en escena y el tono

    del discurso. Para garantizarse un auditorio lleno, Lorenzetti hace llamar uno por uno a la mayoría de los jueces. Muchos de ellos dan por sentado

    que hacer acto de presencia es el único modo de conseguir recursos para sus tribunales o soluciones a problemas básicos. Así lo cuenta un juez

    en estricto off the récord. Cuando el edificio del fuero de la seguridad social entró en peligro de derrumbe por el colapso de expedientes, algunosde sus miembros confesaron en una reunión de camaristas que habían ido a escuchar al supremo porque no encontraban otra forma de que les

    diera una audiencia para resolver ese escenario de alto riesgo.

    ***

    Durante los años noventa, la Oficina de Prensa de la Corte fue una fachada. Lo único que existía eran filtraciones de ciertos jueces supremos a

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    En 2010 empezaron a visitar a Lorenzetti empresarios potentados. Llegaban al Palacio de tribunales de incógnito, entraban por una puerta lateral

    que lleva a la Alcaidía, donde están los detenidos, en el subsuelo. De allí, tomaban el ascensor al cuarto piso. Lo alentaban a hacer política. El

    principal sponsor de esa idea fue Gerardo Werthein, ligado a Telecom, La Caja y los negocios agropecuarios. Pero la presencia de Héctor

    Magnetto, el CEO de Clarín, desnudó el lobby contra la “Ley de Medios”.

     

    Néstor Kirchner cuestionó las visitas de hombres de negocios, entre quienes también escrachó a Paolo Rocca de Techint, Luis Pagani de Arcor y

    Sebastián Bagó. Sólo algunos jueces federales (los que investigan corrupción, narcotráfico y derecho humanos) consiguen acceso tan fácil al

    despacho de Lorenzetti.

    El viernes 14 de junio de 2013 llegó a la Corte el expediente entero sobre la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Había que resolver

    sobre su validez. Venía con una lapidaria declaración de inconstitucionalidad de la Cámara en defensa del monopolio y el derecho de propiedad

    firmada por Francisco de las Carreras, Susana Najurieta y Ricardo Guarinoni. De las Carreras llamó por teléfono a su hijo Matías, secretario de Fayt.

    “Ese tema ya va para allá”, le avisó. Guarinoni convocó a sus secretarios a tomar un trago en su despacho para celebrar que se habían sacado el

    tema de encima. Cuando por fin resolvió la Corte, Fayt fue el único que se opuso a votar la constitucionalidad.

    El fallo por la ley de medios mostró a una Corte pendiente de la coyuntura política. Era un año de elecciones legislativas. Lorenzetti llevaba el

    timing del expediente. Hasta que un día Petracchi estalló: “¡Es una vergüenza seguir postergando esto!”, le dijo, al borde del grito. Dos semanas

    después, a veinticuatro horas del cierre de los comicios, el presidente supremo ponía a circular su voto favorable a la vigencia de la ley, al que se

    sumaría Highton. Sus colegas lo recibieron de noche. A la mañana siguiente, la del 29 de octubre, salió la sentencia con una defensa de las

    medidas antimonopólicas y la afirmación de que no estaba afectada la sustentabilidad económica de Clarín. Maqueda y Argibay firmaron aparte.

    Zaffaroni compartió argumentos con Petracchi y agregó su pincelada al hablar de que la configuración cultural no puede quedar en manos demonopolios. Lorenzetti hizo un aporte de equilibrista, como guiño a las empresas, con un tema que nadie había planteado en la causa: pidió que

    el “reparto de publicidad u otros beneficios” “no se conviertan en instrumentos de apoyo a una corriente política determinada”. En otros fallos lo

    había obligado a ponerle publicidad a la editorial Perfil y al diario Río Negro.

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    Casi nada de las leyes reformadoras de la Justicia quedó en pie. Sobrevivió, por ejemplo, el ingreso por concurso, sin nombramientos a dedo, que

    el alto tribunal ni siquiera aplica.

     

    ***

    El máximo nivel de “concordancia” en los votos de los jueces supremos se dio entre Lorenzetti y Zaffaroni, en un 71,53 por ciento de casos, según

    un estudio del constitucionalista Gustavo Arballo en base al análisis de 526 casos que trató la Corte desde 1984 hasta 2014. Pero el alineamiento

    más frecuente en los últimos tres años fue entre Maqueda y Lorenzetti: 92,73 por ciento. El nivel de coincidencia más bajo lo tuvo Argibay, quien

    votó sola en un 40, 91 por ciento de casos récord. En los últimos diez años, Fayt tuvo como compañero más afín a Lorenzetti, con quien llegó a un

    nivel de coincidencias de 82 por ciento en el último trienio y de 88 por ciento en los casos relevantes de 2014. 

    Según Arballo, la Corte de la era Kirchner tuvo su primavera entre 2004 y 2010. “Fue la mejor de todos los tiempos, reparó injusticias históricas”,

    dice. Ahora la ve en un período de “amesetamiento”. “Más allá de los temas judiciales institucionales, nunca avanzó en fallos que pudieron haber

    hecho daño al Gobierno, con causas sobre retenciones impositivas o el cepo al dólar, por ejemplo. Hasta lo favoreció, en casos como el que dejó

    sin efecto el embargo contra Chevron (lo que habilitó a la empresa a ingresar en Vaca Muerta)”, explicó.

     

    Otro joven constitucionalista, Lucas Arrimada, profesor de Derecho de la UBA, sitúa las primeras desavenencias entre la Corte y el Gobierno en

    2008, a raíz del conflicto con el campo por las retenciones móviles a la soja. “Así como ese enfrentamiento generó que dirigentes allegados al

    oficialismo se distanciaran y pasaran a integrar la oposición, en la Corte se produjeron corrimientos similares y algunos fallos con alto impacto,

    como había sido el de Badaro con las jubilaciones, que se podían leer como dirigidos a darle argumentos a la oposición política y mediática”,

    señaló.

    El contacto asiduo que Lorenzetti tenía con la Presidenta se fue perdiendo. Ahora habla con el secretario de Justicia, Julián Alvarez. En privado secuida de criticar al gobierno. “A mí me gusta lo que hacen, pero Cristina está mal asesorada, gestiona mal”, dice. La imagen que actualmente

    cultiva ante la opinión pública, más allá de que ningún fallo haya puesto en riesgo la gobernabilidad, es la de un tribunal opositor, o que se mira a

    sí mismo y a su gente, los jueces, pero –además—concentrado en su figura.

     

    Una vez más, fue Fayt el que reforzó la teoría de una presunta carrera política de Lorenzetti. En noviembre de 2012, después de recibir un premio a

    la trayectoria en el Club del Progreso, le pidieron una opinión sobre él. “Hasta podría ser un excelente presidente de la Nación”, pronosticó. La

    relación entre ambos ha sido cordial, pero oscilante. Cuando la AFIP anunció que investigaba al presidente supremo y su familia por posible

    evasión, la Corte comunicó que pediría una reunión con el organismo, pese a que era un tema personal. Firmaron cinco jueces. Zaffaroni estaba

    ausente. Fayt se negó. A un secretario le dijo: “Solo pongo las manos en el fuego por dos o tres personas”.

     

    Zaffaroni se jubiló con una carta de despedida donde dice que discrepa con el carácter vitalicio de los cargos, más propios de una monarquía quede un sistema republicano. Lorenzetti, quien se apoya en la perpetuidad de Fayt, la recibió con desagrado. Al equipo que trabajaba con el

    penalista lo sacó casi íntegro de la Corte. Cuatro personas fueron a parar a la nueva Cámara de Casación ordinaria y el Instituto de Investigaciones

    que hace las estadísticas de homicidios estuvo tres meses en el limbo y aterrizó en el Consejo de la Magistratura. Una vez vaciado el despacho de

    Zaffaroni, inauguró allí su Oficina de Justicia Ambiental.

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    Cuando se desató la discusión por el reemplazante, Highton dijo que se debe completar el tribunal porque quedarían empatados en muchos

    temas. Si se suman sus problemas de salud, los de Maqueda y la edad de Fayt, el escenario no es de gran seguridad jurídica. Lorenzetti enfureció

    con la jueza: él intentaba instalar la idea de que la Corte puede funcionar con sólo cuatro miembros.

    En sintonía con su postura sobre el funcionamiento supremo, la oposición política decidió trabar el nombramiento de cualquier candidato que

    proponga el Ejecutivo. La postulación del penalista Roberto Carlés, cercano a Zaffaroni, no consigue los votos en el Senado.

     

    Durante sus 9 años como presidente de la Corte, Lorenzetti evitó modificar uno de los grandes privilegios judiciales: el que exime a jueces y

    funcionarios judiciales de pagar impuesto a las ganancias. Cuando fue postulado para el tribunal, había dicho que los jueces deberían tributar

    como cualquier hijo de vecino.***

    La solvencia discursiva de Lorenzetti tambaleó ante la comunidad judicial cuando, al inaugurar el año dijo erróneamente, para contestar a un

    reclamo de la Presidenta, que el atentado a la Embajada de Israel es “cosa juzgada”. El secretario penal a cargo de esa investigación, Esteban

    Canevari, le había armado un memo que explicaba por qué sigue abierta. El CIJ tuvo que publicar una aclaración. El juez había estado más

    concentrado en otra jugada: la proyección de un video sobre “tragedias” que mezcló con comentarios sobre la “impunidad”. Era una combinación

    de imágenes de centros clandestinos, víctimas como Angeles Rawson, Marita Verón, Mariano Ferreyra, Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, la

    AMIA y por último en un primer plano cada vez más grande aparecía Alberto Nisman, cuya muerte está en plena investigación. De fondo sonaba

    una versión del himno nacional. Había pantallas a ambos lados de la sala de audiencias. En las butacas, con reservas especiales para jueces

    federales y figuras de los medios, no había lugar para los familiares de víctimas de la AMIA que integran Memoria Activa.

     

    Los signos de decadencia se acentuaron en un último intento fallido de Lorenzetti por exhibir su poderío cuando convocó a un acto con la excusa

    del Día del Ambiente. Evitó hacerlo en la fecha verdadera, que era el viernes 5 de junio, porque en tribunales se trabaja a medias y los jueces delinterior difícilmente viajaran. Lo pasó para el 10 y lo pegó a un brindis por el día del periodista, para garantizar cobertura mediática. Para que no le

    criticaran que quedaba gente afuera, lo hizo en el Patio de Honor, al lado de la sala de audiencias. Hubo camaristas, jueces federales y de

    tribunales orales, pero Lorenzetti quedó casi solo en la tarima pidiendo al Poder Judicial, con las palabras de siempre, “unidad” e “independencia”.

    Sólo lo acompañaba Maqueda. Estaba el cartelito que indicaba la presencia de Highton, pero la silla estaba vacía. Luego alegó algún compromiso.

    Fayt, pese a los pedidos para que fuera, se quedó en su departamento.

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    Una de las últimas acordadas de la Corte la puso en el centro del debate político: la reelección de Lorenzetti, ocho meses antes de que finalizara

    su mandato. La acordada, breve, la redactó a las apuradas un secretario. Lorenzetti alegó que temía por el futuro de Fayt, pero eso no debía quedar

    en el texto. También se dijo consciente de que a futuro, sus pares le podrían revocar el mandato, como les pasó a Boggiano y José Severo

    Caballero.

     

    El secretario Abritta, habituado a llevarle a Fayt los fallos a su casa, le acercó el de la “re-re-re”. Fayt, sin preguntar nada, puso la firma.

     

    Lorenzetti echó a rodar la versión de que había renunciado a la presidencia desde el año que viene por “cansancio moral”. Al periodista Horacio

    Verbitsky –que suele dedicarle varios párrafos en sus columnas dominicales en Página/12- le escribió una carta diciéndole que ya mismo dejaría la

    presidencia. El operativo clamor funcionó. Maqueda le empezó a pedir por favor que no abandonara el barco, y ofreció reconfirmarlo por escrito.

    La esposa de Fayt, Margarita, una licenciada en Educación que lo aconseja en todo, llamó a Lorenzetti. “Le quería decir que el doctor está muy

    bien”, empezó la charla. “Y aguarde un momento que le va a hablar”. Fayt tomó el teléfono. Al día siguiente atravesó la marea de cámaras de

    televisión que había en la puerta de su casa, entró al Palacio por la Alcaidía, se sentó a la silla de la sala de acuerdos y ratificó la reelección, igual

    que el resto.

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    Para demostrar que su vitalidad es tan vitalicia como su cargo, Fayt solía llamar a los secretarios, les pide que abran las palmas de las manos y les

    da unos golpes de puño, con aires de Rocky. “Vamos a ver –los desafía—si ustedes llegan así, con esta energía”.