Los Problemas Actuales de La Democracia - Pierre Manent

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    Los problemas actualesde la democracia

    Pierre Manent*

    P ara adentrarnos en este gran tema de la democracia contempornea y darnos agunos medios de evaluarla con serenidad en el momento de su triunfo un triunfdemasiado completo como para que no suscite las preocupaciones del que observel transcurrir ordinario de las cosas humanas, les propongo, como primer enfoqconsiderar la historia de la democracia, y ms precisamente la cronologa de sus inrrogantes sobre s misma, las grandes etapas, la sucesin de los grandes temas demsica democrtica una historia que no es la de las ideologas dominantes, sisi se me permite la expresin, la de los cuestionamientos dominantes. Ahora biecul cronologa? Acaso la eleccin de la fechas no presupone ya una interprecin de la democracia, una concepcin de lo que es o de lo que debera ser? Eses quiz lo que dira un epistemlogo riguroso. No fingir que practico una virtuque tiene el inconveniente de ser, adems de difcil, intil, y por ende perjudiciaNo, tengmosle al menos alguna confianza a la densidad, a la fuerza que llevacuestas la atmsfera social, es decir a las fechas que los ciudadanos, sin seguir rdenes de quien fuera, han registrado como significativas. Los sabios, y los filsoque los imitan, fingen no saber nada para empezar. Les propongo comenzar nuest

    reflexin con lo que todos sabemos.1848Y1968

    Las dos fechas ms universalmente registradas, me parece, para escandir el desrrollo de la democracia moderna, estn separados por ms de un siglo, y hacen rim1848, 1968.

    * Traduccin de Arturo Vzquez Barrn.

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    1848: es el Manifiesto del Partido Comunista, son las sangrientas jornadas de ju-nio en Pars, cuando la guardia nacional aplasta a los obreros insurrectos despus

    del cierre de los talleres nacionales. Resumiendo, es la explosin inaugural de lacuestin social, la declaracin de la guerra de clases, el establecimiento de la lu-cha de clases.

    1968: Acurdense Asistimos a la ltima llamarada y en el caso de muchosde nosotros, participamos en ella del fuego encendido en 1848. Acurdense elunanimismo marxista, el burgus de nueva cuenta a las puertas de las fbricas, lasmanos blancas otra vez en el taller, el sombrero inclinado ante la gorra, de rodillasfrente al obrero, Sartre subido en su barril1 Y Aron, al abofetear el motn, ponefrente a la Revolucin inencontrable el espejo de La educacin sentimental .

    1848-1968: me parece que aqu tenemos el eje central de nuestra historia mo-derna, cuandoel problema de la democracia se llamala cuestin social. Y por su-puesto, es Marx quien plantea esta cuestin de la manera ms amplia y radical.

    UNA NUEVA DESIGUALDAD DE CONDICIONES

    La democracia, sin embargo, no surgi en 1848. Ya corra a borbotones desde losaos veinte del siglo. El libro ms grande jams escrito sobre la democracia se publicen 1835 y 1840. Uno de los ejes de la Democracia en Amricaqueda constituido poruna comparacin entre la democracia francesa y la democracia norteamericana, oentre la Revolucin francesa y la Revolucin norteamericana; y el otro por una comparacin entre la democracia en general y lo que Tocqueville llama aristocracia. Seraatinado que este periodo tocquevilliano lo hiciramos comenzar al mismo tiem-po que la Revolucin norteamericana, es decir en 1776, fecha de la Declaracinde Independencia. Cmo definirlo de manera sinttica? El problema es entoncesel de la actualizacin, el de la institucionalizacin del nuevo principio de legitimi-

    1 Alusin a una clebre imagen de Jean-Paul Sartre, que Michel Contat describe en su artculo LIdiot dela famille, publicado en Le Monde del 17 de marzo de 2001: Pero Sartre es antes que nada un intelectual, noun poltico [] Para l, uno de los medios de prefigurar al nuevo intelectual, vinculado a las masas, fue unirsea las luchas obreristas de la izquierda proletaria [] Frente a las fbricas Renault de Billancourt, trepado en unbarril, dijo a los obreros : Ahora hay que volver a constituir la unin de los intelectuales y del pueblo, que en el pasado

    ya ha dado buenos resultados . [N. delT.]

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    ciales se borran o se reducen, entre gobernantes y gobernados es el fin de la alturagaullista, entre profesores y alumnos es el fin, en los liceos, de la disciplina na-

    polenica, etc.. Algunos dicen que incluso las distancias entre los sexos, mal quebien mantenidas hasta entonces, se vieron reducidas de repente.

    Si estas observaciones tienen alguna validez, entonces hay que decir que el ejecentral marxista, el de la cuestin social, est precedido y seguido por una gruesay poderosa capa tocquevilliana permtanme servirme de este trmino geolgico,est envuelto en ella, de manera que despus del 68 la democracia volvi a encontrarsu plena legitimidad, o ms bien logr llegar a un grado de legitimidad indito: pocodespus del 68 empezar el reino del unanimismo democrtico, unanimismo tancomunicativo que el comunismo mismo, por boca de Miajl Gorbachov, se declarinexistente.

    Todava estamos viviendo en este periodo tocquevilliano? Aqu es donde final-mente llego a la cuestin que se me pidi abordar. Y para recuperar el tiempo perdido,respondo con cierta violencia: no! Estamos abandonando el periodo tocquevillia-no. Se abri en 1776. Podemos cerrarlo en una fecha que para los Estados Unidostambin resulta de primera importancia, es decir el 11 de septiembre de 2001.

    Qu es lo que define a este nuevo periodo? Cada vez va apareciendo con ma-yor nitidez lo que al final del milenio precedente se fue preparando bajo el veloy a travs de la unanimidad democrtica, es decir el cuestionamiento, por parte dela democracia misma, o por parte del efecto de la democracia llevada a sus extremolmites, de las condiciones de posibilidad de la democracia; es decir, por un ladoel Estado soberano, y por el otro el pueblo constituido, mejor conocido con el nom-bre de nacin. (Tocqueville vea que la democracia lo conmocionaba todo, lo ho-mogeneizaba todo, al interior del Estado-nacin, pero que a este marco lo dejabaesencialmente intacto. Hoy puede parecer que la democracia cuestiona el marcomismo. Tocqueville conserva toda su pertinencia como analista de la vida demo-crtica, pero quizs hemos entrado en un periodo a la vez pre y postocquevlliano.)As que abordar de manera sucesiva estos dos puntos del Estado y de la nacin.Dado que los desarrollos que voy a considerar conciernen sobre todo a los paseseuropeos, mucho menos o para nada a los Estados Unidos de Amrica, dedicaruna breve tercera parte a una comparacin de los dos lados del Atlntico. Conclu-

    sin de forma tocquevilliana para una tercera tesis contraria a la de Tocqueville.

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    ste vea que la democracia acercaba a los dos continentes, dado que sus diversespecies se encontraban bajo el poder de un gnero tan fuertemente caracteriza

    do. A los ojos de Tocqueville, el movimiento democrtico haca que Europa y lEstados Unidos se acercaran y se parecieran. A los nuestros, los hace alejarse y vverse cada vez ms diferentes una del otro.

    LA CUESTIN DEL ESTADO SOBERANO

    Este es un punto que Philippe Raynaud ha subrayado de manera juiciosa y enrgicla concepcin original, fundadora, del Estado moderno, vinculaba estrechamente consideracin de los derechos individuales a la del poder, o del podero pblico2En la situacin actual, los derechos han invadido todo el campo de la reflexin por as decirlo, de la conciencia; han roto su alianza con el podero, del que incluse han vuelto implacables enemigos. De la alianza entre derecho y poder se ha psado al reclamo de un poder del derecho, del que el poder de los jueces no sera ms que la manifestacin emprica o fenomenal. Aqu encontramos sin duuno de los principales problemas de la democracia contempornea.

    Desde el punto de vista conceptual y poltico, la proteccin, y primero el reconocimiento, de derechos humanos iguales se encuentra estrechamente vinculada la construccin del Estado soberano vinculada como lo est el fin moral a su mepoltico. O para decirlo de otra manera, el Estado soberano es la condicin necesade la igualdad de condiciones. Soberano significa aqu que su legitimidad es cuatativa, intrnseca o incondicionalmente superior a cualquier legitimidad que aparezca en el conjunto social. Es esencialmente superior a todas las superioridadesociales, sin importar que estn fundadas en el nacimiento, la riqueza, la comptencia intelectual o espiritual, etctera. En pocas palabras, el Estado soberano hacque se produzca este plano de igualdad de la igualdad de condiciones, o de la igual-dad implicada enla condicin humana, sin el cual ninguno de nosotros, seamos loque seamos y sean cuales fueren nuestros desacuerdos, podra concebir una vidcomn decente.

    2 Vase sobre todo Philippe Raynaud, Le droit, la libert et la puissance. Porte et limites de la juridici

    sation de lordre politique, en Revue europenne des sciences sociales, t.XXXVIII, 2000, nm. 118, pp. 75-82.

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    Entonces se plantea la cuestin de saber por qu, desde hace aproximadamenteuna media generacin, nos hemos vuelto contra este valioso paladin. Entre otras

    razones posibles, mencionar tres.Desde los inicios de la elaboracin, conceptual y poltica, del Estado moderno,

    pareci ser que este instrumento irremplazable de nuestra igual libertad poda vol-verse en su contra con tanta ms fuerza cuanto que se haba concentrado en l todala legitimidad. Haba que protegerse de nuestro protector. Esto se logr median-te la elaboracin de dispositivos propiamente liberales, entre los cuales estabaen primer lugar la separacin de poderes. En este sentido, el desarrollo actual puedeaparecer como la radicalizacin de la desconfianza liberal, que por fortuna ha acompaado al Estado soberano desde sus orgenes.

    Acabo de decir que el Estado soberano era el instrumento de nuestra igual li-bertad. Pero podemos, y en suma debemos, deshacernos de un instrumento unavez que ha cumplido sus funciones como de un andamiaje una vez terminado eledificio. El Estado soberano nos ha obligado y forzado a adoptar las costumbresde la igualdad democrtica. Estas costumbres ahora han quedado asimiladas, interio-rizadas, desde hace varias generaciones. Se han vuelto en nuestros pases como una

    segunda naturaleza. Al estar gobernados por las costumbres segn la expresinempleada por Montesquieu para caracterizar polticamente a la Europa de su tiem-po, ya no nos resulta necesario, pensamos, el instrumento desproporcionado quees el Estado soberano.

    La tercera razn es hoy para nosotros la ms pertinente. No es slo que la demo-cracia deje tras de s su instrumento preferido, o que se aparte de l con ingratitudy menosprecio, es tambin, y antes que nada, que en lo sucesivo se vuelve agresi-vamente en sucontra. Aqu puede generalizarse la observacin que haca yo a pro-psito de la altura gaullista y del desvanecimiento o reduccin de las distanciasen 1968. La democracia como sentimiento, y sentimiento ahora agresivo, tal vez msagresivo que nunca, del parecido humano se vuelve contra la ltima diferencia, quees tambin la primera, dado que esta diferencia es la condicin de la igualdad y delparecido. Cierta crtica, liberal o conservadora, vea en el Estado moderno el ins-trumento del nivelado democrtico. Pues bien, ha llegado el momento en el queel nivelador se encuentra a su vez nivelado. Ninguna eminencia, salvo quiz la ms

    modesta, debe romper la suave monotona del plano pas que es el nuestro.

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    cada uno es el nico juez, el juez soberano, de la legtima defensa. Tal es la si-tuacin original que hay que tener presente.

    En semejante situacin, en la que cada uno es juez de su legtima defensa, prontose acaba en la guerra de todos contra todos. El estado de naturaleza desembocapor fuerza en el estado de guerra, si no es que se confunde con l. Para salir deeste estado de guerra, que desde luego resulta insoportable, se necesita, y con esoes suficiente, que cada uno de nosotros confiera, o deje, a un tercero, a un superiorlegtimo se vuelve legtimo por ese mismo acto, finalmente al Estado soberano,el derecho exclusivo de ser el ejecutor de la ley de naturaleza. La frmula de MaxWeber eternamente citada el Estado moderno se caracteriza por el monopoliode la violencia legtima hace eco del anlisis y las propuestas de Hobbes y deLocke. En el estado de naturaleza que es en esencia estado de guerra, la pena demuerte es omnipresente. (Nos basta con pensar hoy en las aproximaciones del estadode naturaleza que fueron o que son Lbano entre 1975 y 1990, Colombia, SierraLeona, etc.) En el estado civil, la pena de muerte, reservada al Estado, se volvihomeoptica, para emplear la expresin de ese gran lector de Hobbes que fueMichael Oakeshott. Se cura la enfermedad mortal con una pequesima dosis del

    mismo mal. As era, pues, nuestra justicia poltica.Ahora bien, en estos ltimos aos, por as decirlo, todos los pases europeos hanabolido la pena de muerte. Por qu? Dejo de lado una vez ms todas las conside-raciones morales, religiosas, sociales y penales. Me atengo a los trminos polticodel problema tal y como los acabo de presentar. El argumento, en realidad el nicoargumento de justicia poltica, o en trminos de la justicia poltica, contra la penade muerte puede formularse de la siguiente manera: dar muerte a un ser humanono se justifica ms que en el caso de la legtima defensa; ahora bien, esta justifica-cin no podra ser vlida para el Estado, sobre todo el Estado soberano moderno,que es una enorme institucin colectiva cuya vida no ponen en peligro los crmenesy delitos que debe juzgar y castigar; en consecuencia, el Estado no tiene derechoa dar muerte a ninguno de los miembros de la sociedad, sea cual fuere el criminalen cuestin.

    El argumento es de peso. Desde el punto de vista emprico y lgico parece irre-futable. Sin embargo, para m contiene una dificultad profunda, quiero decir una

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    dificultad situada profundamente en el nudo vital y moral de donde el contratosocial extrae su validez y su energa. Normalmente, el Estado no se encuentra e

    situacin de legtima defensa en el sentido estricto del trmino, de acuerdo. Al mimo tiempo me pide, exige de m, que no slo no me haga justicia por mi propmano, sino incluso que renuncie a la legtima defensa, salvo en casos muy estritamente delimitados. Me pide que acepte un riesgo de muerte que no aceptaraen el estado de naturaleza. Le pide a cada uno de nosotros que nos abstengamode cierto nmero de actos, o de procedimientos de defensa que, en el estado denaturaleza, se nos ocurriran de manera natural y legtima. Su accin represivapunitiva tiene por finalidad sustituir todas nuestras abstenciones, o ms bien compensarlas. Al renunciar a la pena de muerte, el Estado, en cierto modo, nos traciona, traiciona el contrato social en lo que ste tiene de ms ntimo, de ms prxima la vida: nos ha pedido, ha exigido de nosotros que nos desprendamos de nuestderecho natural a defendernos a nosotros mismos, a ser los ejecutores de la ley dnaturaleza, con la promesa de sustituirnos y de ejercer este derecho en nuestro lugy a nuestro favor. Y resulta que nos hace falta, que no cumple su parte del contraal declinar poner en marcha homeopticamente esta pena de muerte que, en e

    estado de naturaleza, es la sancin de la ley de naturaleza, que cada uno de nosotren el estado de naturaleza tiene derecho a infligir en caso de legtima defensa. Ecuanto al riesgo de muerte, que es el riesgo natural ms grande de la vida sociaal que cada uno de los miembros de la sociedad se expone desde que viene al mundo, resulta que el Estado, que dice representar a los miembros de la sociedad, mediante una decisin de principio dispensa de l precisamente y en forma exclusiva aquellos miembros de la sociedad que han roto de la manera ms cruel el contrasocial dando muerte a otros ciudadanos.

    La manera ms breve de presentar el argumento podra ser en estos trminoscmo podra el Estado, sin injusticia extrema y ofensiva, pedirme que arriesgumi vida para defenderlo despus de haber planteado como un principio constitucinal que el peor criminal nunca pondr en riesgo su vida a manos del Estado? Plo dems, dado que todos nosotros tenemos una oscura conciencia del vnculo entestas dos cuestiones, el Estado que ha abolido la pena de muerte no tarda en abolel servicio militar obligatorio, el reclutamiento.

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    LA PENA DE MUERTE Y LA IGLESIA CATLICA

    Es en este contexto en el que la nueva doctrina de la Iglesia catlica respecto dela pena de muerte tal vez podra encontrar una til aclaracin. El principio ltimode la enseanza romana no ha cambiado nunca: reside en la obediencia, que ha deser sin reservas, al mandamiento divino No matars. Por ello la Iglesia, inclusoen los periodos en los que ejerca sin el menor recato su poder sobre las almas ylos cuerpos, siempre rehus dar muerte por s misma a aquellos que juzgaba dignosde morir: los remita al brazo secular procedimiento exquisito que suscitaba to-dava en Jos de Maistre lgrimas de enternecimiento. As que reconoca la legiti-midad de principio de lo que ella misma se prohiba hacer, cuando el autor del hechoera la autoridad poltica legtima. Era una manera de reconocer la integridad de lainstitucin poltica cosa nicamente humana, que reinaba sobre y para los cuerposy poda por lo tanto infligir la muerte del cuerpo, igual que la Iglesia reinaba so-bre y para las almas, y poda por lo tanto infligir la muerte del alma, ya que lo quehaba unido en la Tierra permanecera unido en el Cielo.

    Por qu razn en este punto la Iglesia ha modificado, hace apenas muy poco,

    si no su enseanza misma, al menos las reglas de su aplicacin, y se ha puesto areclamar con insistencia, e incluso con vehemencia, que los Estados renuncien aun derecho que les haba reconocido durante dos mil aos? No es difcil encontrarrazones de comunicacin, en particular el deseo de hacer ms fcil de presentarechando por la borda la distincin entre vida inocente y vida culpable la condenasobre el aborto. No obstante, me parece que tambin hay que considerar una raznde alta poltica. La Iglesia no puede renunciar por completo al ejercicio de su poderindirecto sobre el orden poltico. En el Concilio Vaticano II acept el principiode la libertad religiosa. Desde entonces, los medios de su poder indirecto debenhacerse, en efecto, cada vez ms indirectos. Y si la Iglesia ya no se reconoce el de-recho de actuar positivamente sobre los Estados en nombre de su autoridad divina,le queda la posibilidad de erosionar la legitimidad espiritual de esos cuerpos polticosa los cuales, en el transcurso de los siglos, los hombres se consagraron al punto depreferir la salvacin de stos a la salvacin de su alma. Ciertamente, no se consagrara un Estado que se juzga indigno de pedirles el sacrificio de la vida, y que se reh-

    sa a suprimir de su cuerpo a los miembros criminales. No quisiera sugerir que la

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    Iglesia de Roma, al condenar como lo hace en la actualidad la pena de muerte, nico que est haciendo es proseguir la lucha del sacerdocio y del imperio en nuev

    condiciones. Al mismo tiempo, habra que ser muy insensible al juego de masespirituales como para no medir cunto cambia de color, y tal vez de sentido, secularizacin para la Iglesia, cuando alcanza ahora a los cuerpos polticos la misma medida, o ms, que a s misma.

    LA PENA DE MUERTE EN LOS ESTADOS UNIDOS

    Es momento de regresar a las cuestiones propiamente polticas. Encontraremos unnotable confirmacin, me parece, de nuestro anlisis poltico sobre la abolicin la pena de muerte en el contraste entre Europa y los Estados Unidos que hoy etan comentado. Este contraste es ininteligible en los trminos del anlisis tocquevlliano. ste explica los avances de la suavidad democrtica mediante el sentimieto creciente del parecido humano, tanto dentro de las naciones como entre ellasNo hay ninguna razn democrtica, si puedo permitirme decirlo de esta manerpara que los Estados Unidos y Europa se encuentren situados en puntos muy ale

    jados del gradiente de la compasin. Cmo explicar lo que nos parece un alto los avances de la suavidad democrtica, incluso un retroceso de la misma, en estEstados Unidos que son la tierra madre de la democracia?4 Y esto incluso cuandoese pas, por lo dems, sigue estando a la vanguardia de las naciones en todo concerniente a la sensibilidad democrtica ms esmerada. Por qu esta nica ecepcin excepcin entre los pases democrticos y excepcin al interior de la videmocrtica norteamericana, constituida por la pena de muerte, y, de manera mgeneral, por la petulancia, o hasta el jbilo punitivo? Ciertamente, pueden invocardiversos argumentos histricos, sociolgicos, culturalistas, etctera. La principrazn remite a una capa geolgica pretocquevilliana, a una capa lockiana o roseauista: en los Estados Unidos todava no se rompe el contrato social que ha qu

    4 Aqu supongo que la abolicin de la pena de muerte significa un avance de la suavidad y de la compasin. Tales afectos exigiran un cuidadoso anlisis: rechazan la pena de muerte, pero aceptan sin problemperiodos de veinte aos o ms en las secciones de alta seguridad de las prisiones. Parece que lo que nos resuinsoportable lo nico que puede resultarnos insoportable es el atentado visible a la integridad del cuerp

    Incluso en los Estados Unidos, la muerte por inyeccin permite reducir al mximo este atentado.

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    dado roto en las naciones de Europa, todava no se rechaza la justicia poltica quearticulaba los derechos y los deberes, el poder del Estado sobre los derechos na-

    turales de los individuos.5

    Tal y como los acontecimientos recientes lo han recor-dado, los Estados Unidos son todava una nacin, un Estado-nacin (federal), loque los Estados-naciones europeos son cada vez menos. Esto me conduce al se-gundo punto.

    LA CUESTIN DEL PUEBLO INSTITUIDO: LA NACIN

    La nacin poltica se encuentra hoy atenazada entre las dos nicas comunidadesque nos parecen legtimas, porque nos parecen las nicas naturales (no hemos ab- jurado por completo del derecho natural, despus de todo), a saber:

    La tribu, la etnia en la que uno tiene sus races y que confiere identi-dad. A menudo es hoy en nuestros pases la regin. Es de hecho la nacin enel sentido etimolgico del trmino: la comunidad de nacimiento. Por supuesto, lasnaciones etimolgicas pueden hacer esfuerzos por volverse naciones polticas, taly como se ve en Crcega o en el Pas Vasco.

    La especie humana, la humanidad, cuya expresin poltica est constituidapor las instituciones internacionales: laONU, la Corte de Justicia Internacional,etctera.

    Por qu interviene ahora este fenmeno? Normalmente se invocan, y con razn,dos razones principales, una de ellas negativa y la otra positiva: la razn negativaes el descrdito profundo de la nacin despus de las guerras del sigloXX; la raznpositiva podra formularse de esta manera: la nacin poltica ha llevado a cabo sulabor, a saber: la formacin de la nacin democrtica, precisamente, marco de losavances de la igualdad y del parecido democrtico. Fue como poloneses, o italianoso franceses, que nuestros padres se volvieron iguales.

    5 Aqu est otra confirmacin de la validez de este marco de anlisis: el reconocimiento general de la legiti-midad de la pena de muerte, en los Estados Unidos, va de la mano con la reivindicacin muy extendida del de-recho que cada ciudadano tiene de armarse para su legtima defensa. Los dos aspectos parecen contradictorios,dado que en buena lgica hobbiana estamos renunciando a ejercer los derechos que le hemos concedido al Es-tado. Al mismo tiempo, los dos aspectos se enrazan tambin en la misma experiencia original, la del riesgo demuerte violenta a manos de los dems, la del estado de naturaleza. A diferencia de los europeos, los norteameri-

    canos consideran que este ltimo no puede nunca quedar superado por completo.

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    Entonces, parece que hoy la democracia se est separando de la nacin, la estabandonando como lo hace una serpiente con su piel, y est prosiguiendo sola s

    camino. Entonces, ya nos va quedando claro, triunfa la idea de una asociacin hmana que no necesita ni al Estado ni a la nacin para ser, la idea de una sociedacivil mundial, ya presente , bajo el enmaraamiento de los Estados y la mezcolanzade las naciones. En esta idea se juntan cierto liberalismo, que se dir extremo unilateral, y un socialismo que en suma ha regresado a su sentido original, a su pleconfianza en la capacidad de la sociedad para ser sin que requiera quedar instituda, constituida por el orden poltico.

    En semejante dispositivo, la situacin de Europa no es menos incmoda quela de la nacin poltica: al igual que esta ltima, Europa se encuentra atenazadentre la regin nativa y el gnero humano. El nico marco conveniente a esta sciedad civil que es tan popular, es el mundo, o el globo. Su nica lgica es la mudializacin, o la globalizacin. (Se encuentra uno con adoradores de la sociedad cque son al mismo tiempo feroces enemigos de la mundializacin: puede pedrseles con todo respeto que pongan orden en sus ideas.) El nico principio vivienten nombre del cual hoy se est construyendo Europa6 la sociedad civil ex-

    cluye la construccin de Europa, dado que, al quedar reducido a s mismo, exclutoda construccin poltica. La ilusin, por lo dems en vas de desgarrarse, se deal hecho de que lo que se llama construccin de Europa ha consistido cada vems en la deconstruccin de las naciones polticas europeas. Una deconstruccipoltica, convenientemente presentada, puede parecerse a una construccin polticEn ocasiones, cuando miramos a unos trabajadores ajetreados en un andamio, cueta trabajo decir si lo estn armando o desarmando.

    As pues, para nosotros se trata en primer lugar de hacernos conscientes de quno slo no se ha hecho nada en el sentido de una Europa poltica, sino incluso mnos que nada, ya que la Unin Europea pesa hoy polticamente menos en el mundde lo que pesaban hace treinta aos las principales naciones europeas en su conjun(No ser por esto, en primer lugar, que con cada avance de la construccin eur

    6 Este es en suma un desarrollo bastante reciente. En su impulso original, Europa fue la empresa comde algunas naciones, particularmente de Alemania y Francia. De este origen extrajo la grandeza y el sentido p

    lticos que estamos disipando.

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    pea el euro baja respecto del dlar? No ser que cada avance, al ser un avancede la deconstruccin, produce una disminucin poltica que el descenso de la mo-

    neda comn registra?) Sea lo que fuere, el problema que tenemos ante nosotros,despus de haber hecho conciencia de la inmensa engaifa que fue la construc-cin europea en su ltima fase, es elaborar los medios intelectuales para concebir,y los medios polticos para realizar, lo que sera por fin una verdadera Europa poltica

    Ya no se crean pueblos, deca, ya hace ms de dos siglos, un experto en materiade institucin de pueblos, Jean-Jacques Rousseau. No creo que estemos asistien-do a la creacin de un pueblo europeo. Podramos resumir nuestra situacin conla ayuda de una expresin de Sfocles. En el clebre stsimonde Antgona, el corodice que el hombre se ense a s mismo losastunomous orgas(v. 354-355), expresinque Castoriadis traduce de manera harto sugestiva por pasiones instituyentes.Tengo la impresin de que pasiones de esta naturaleza no estn muy presentes entrenosotros. Y no s cmo se fabrican.

    EL VIRAJE DE LA DIALCTICA TRASATLNTICA

    Hasta hace poco, la comunidad trasatlntica se orientaba y se vivificaba de acuer-do con las afinidades y los contrastes, o tensiones, entre las viejas naciones europeasdemocrticas o en vas de democratizacin, y la joven democracia norteamericanaExtraamente, en estos ltimos aos parece como si el dispositivo se hubiese re-vertido, o hubiese dado un giro de 180 grados. La comunidad trasatlntica siguedefinindose por las afinidades, claro est, pero ahora cada vez ms por las oposiciones entre la joven democracia europea, quiero decir la Unin Europea en vas dedespolitizacin, y la de ahora en adelante ya no tan joven nacin norteamericana.La antigua versin del dispositivo atlntico fue el marco y la causa de una dialcti-ca de civilizacin particularmente rica, y bastante benfica para las dos orillas deesto dan un testimonio clsico las novelas de Henry James. La nueva versin, esde temerse, no tendr la fecundidad de la antigua. Ya no se trata de una dialcti-ca de las virtudes de civilizacin (entre por ejemplo la energa norteamericanay el refinamiento europeo), sino de un malentendido creciente entre una nacinimperial, un cuerpo poltico que acepta ampliamente sus responsabilidades polticas

    Estados Unidos, y una zona en vas de despolitizacin, y antes que otra cosa de

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    desmilitarizacin, que, para decir las cosas como las percibo, se droga con lo humtario para olvidar que polticamente existe cada vez menos y, por lo tanto, tambi

    culturalmente. Hoy tenemos la impresin de que la mayor ambicin de los europeos es la de ser los inspectores de las crceles norteamericanas.

    Por supuesto, este es un dispositivo que no podra ser duradero. Rpidamentese volver insoportable en ambos lados del Atlntico. Las viejas naciones europepor muy poco que les quede de pasiones instituyentes, no pueden permitir quelas reduzcan a ser tan slo una vasta Cruz Roja, segn la expresin de Jean-ClauCasanova, o una enormeONG, como Canad ya se vanagloria de ser. Pero qumsquieren? Transformarn su moralismo desbordante, y cuyos costos casi siempcorren a cargo de los norteamericanos, en energa y resoluciones polticas? O bial comprobar elimpasse europeo, renunciarn, explcita o implcitamente, a la cons-truccin seria de una Europa poltica para relacionarse, de manera deliberada o mvergonzosa, a la nica nacin poltica democrtica que subsiste, aceptando sin codecoracin nacionalista ni engaifa europea su categora de provincias del impenorteamericano?

    Estas ltimas conjeturas, por ms plausibles que me parezcan, nos acercan pe

    ligrosamente alCaf du Commerce , o al Bar des Sports. As que me detendr aqu.Simplemente espero haber proporcionado argumentos dignos de tomarse en cuenta favor de la tesis de esta exposicin, segn la cual, para volver a decirlo, el desarllo de la democracia cuestiona en lo sucesivo lo que hasta este momento fue la tripcondicin de nuestra vida democrtica y, en realidad, de nuestra civilizacin: el Etado soberano, la nacin poltica y la comunidad atlntica. Por supuesto, si se afeesta capa profunda, si se afectan las condiciones de posibilidad democrtica, esignifica que estamos entrando en una zona de peligro. En caso de que las costumbres democrticas que todava nos gobiernan se erosionen, o se desgarren en algpunto, su reconstitucin corre el riesgo de resultar bastante difcil, ya que el moldpoltico de la democracia est a punto a romperse en Europa. Cmo preservar plargo tiempo una democracia que tiende a volverse, si se me permite la expresiun efecto sin causa?