Los mantenidos - Walter Lezcano - Funesiana - versión PDF

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    Los

    mantenidos

    Walter

    Lezcanonovela *

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    [*

    * Okupas | Captulo 6

    Cagnantes,ahora

    soyel

    porongams

    porongadel

    barrio.

    [Ricardo

    Quers que vayamosa dar una vuelta?Una vuelta dnde.

    Por mi pasado.

    E s t a m o se c h a n d oraces, loco.

    hiqui

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    Los mantenidos

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    Este libro integra la coleccinEl futn de Alfio Basilea cargo de Lucas Oliveira

    Diseo de logo:Matas Laje

    Contacto con la editorialeditorialfunesiana@gmail.comeditorialfunesiana.blogspot.com

    copie, reenvepreste, fotocopiecomente, corrija

    tache y vuelva a copiarcitando todas las fuentes

    * chequee *http://creativecommons.org/licenses/by/2.5/ar/

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    p r i m e r a p a r t e

    SOLeD Da

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    nadie las razones que la llevaron a tomar esa decisin. A m tampoco.Yo jams le pregunt. Pienso que hay cosas que no se preguntan.

    El que no aparece en esas fotos es mi viejo.

    Me recib de Profesor de Lengua y Literatura. Es rara la vida. Lenguaera una materia que detestaba. Gran parte de ese sentimiento lo tenapor la aversin, propia de la edad, a cualquier tipo de responsabilidad.Pero tambin era por la profesora que padecimos los tres ltimos aosdel secundario. Hay gente que deja huellas imborrables en nuestra vida.Silva era su apellido. Era una mujer que pareca haber recibido durasgolpizas metafsicas, de esas que dejan moretones internos y, a la vez,visibles. Tena el rostro demacrado, la mirada siempre ida, en viaje per-manente. Daba la impresin de que una parte suya se haba quedado

    extraviada en algn instante de su vida. Se corra un rumor sobre ella,esa clase de rumores infundados que en muy poco tiempo se conviertenen verdades irrefutables. Haba perdido a su marido y eso la desequili-br. Fue una muerte repentina, inesperada: paro cardaco. Ella volvade hacer las compras en el almacn y el tipo estaba sentado en el silln,pareca dormido. Quiso despertarlo y nada. Luego de unos minutos dedesesperacin se dio cuenta de que su vida haba cambiado para siem-pre. Vivan los dos solos. No tenan hijos. Esa inesperada soledad quepoblaba su casa la puso en el estante de los perdidos.

    Eso se deca.Se tom una licencia psiquitrica de ms de dos aos. Cuando vol-

    vi se encontr con nuestro curso. Lo cierto es que divagaba, perda elhilo de lo que estaba diciendo y cada clase la empezaba preguntandoqu habamos hecho en la anterior. Mis compaeros la humillaban yella pareca no darse cuenta, o los dejaba, o quizs no le importaba. Esaactitud me molestaba. Esa pasividad frente a la maldad incansable detreinta pendejos con muchas ganas de ver sangre. Sobre todo si perci-ban debilidad.

    Fueron tres aos perdidos, sin retorno. Lo supieron todos los quecrean pasarla bien y despus fueron descartados en los exmenes deingreso a la facultad.

    Cuando termin la secundaria no saba qu hacer con mi vida. Vi-va con mi vieja y crea que tena todo el tiempo del mundo para de-cidirme. No trabajaba y tampoco buscaba. No me pareca importantetener un laburo. Total, mam me mantena. As era mi vida por enton-ces. Ninguna perspectiva interesante en el horizonte. Miraba mucho

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    Las cosas no estaban tal mal despus de todo.Estaba muy poco preparado para la vida. No tena la menor idea de

    cmo me las iba a arreglar. Lo primero que tena que hacer era conse-

    guir un trabajo. Pronto. El tema era que no saba hacer absolutamentenada. Era un intil y me vea pagando las consecuencias. Imaginabaque en muy poquito tiempo estara muerto de hambre, mendigando,sucio y sentado en alguna vereda con la mano extendida rogando quealguno me tire una moneda.

    La mam de mi amigo, Silvia, era una seora muy creyente. Cristia-na apostlica romana. Se haba metido en la religin porque necesitabaun lugar seguro para las horas difciles. La iglesia le daba esperanzas y latranquilizaba. La vida de Silvia era muy inestable. A su marido le gus-

    taba demasiado el juego, al punto de que se apostaba todo el sueldo dela curtiembre ni bien lo cobraba. Entonces ella deba andar pidiendoguita prestada y haciendo malabares para llegar a fin de mes. A veces, sino consegua quin le preste, limpiaba casas por horas. Algo que odiabahacer porque se senta humillada.

    Y mi amigo aportaba lo suyo para ensanchar esa ruta de tristezapor la que ella transitaba desde haca un buen tiempo. Que Julinse drogara era un golpe duro para Silvia, un problema que no sabacmo encarar. Primero quiso que el padre hiciese algo, pero no supo

    cmo abordar el tema con un hijo que todo el tiempo le recrimina-ba su propio comportamiento y le echaba en cara sus heridas viejas.Despus intent con el dilogo, con los gritos y con algn que otrosopapo. Pero no logr nada. Julin era indomable en el ring. Silvia,resignada, tir los guantes y lo dej en paz. Ella saba todo lo queconsuma su hijo. Y cundo lo haca. Era obvio, con solo verlo sedaba cuenta. A Silvia le dola verlo as las pocas veces que se cruza-ban, y se encerraba en la pieza o en la iglesia. Yo crea que el berretnde Julin no era nada grave. S, el pibe le daba al porro y a la mercasin medir consecuencias, pero tambin segua dando vueltas en larbita familiar, iba al colegio (pasaba de ao!) y volva a dormir casitodas las noches a su mugrosa habitacin. En estado lamentable, perovolva. Julin me dijo una noche que era importante tener un hogar,algo muy diferente a tener una casa, un lugar donde volver y sentirsea salvo. Y ese espacio que comparta con su viejo, al que despreciaba,y con su mam, a la que respetaba por los esfuerzos que haca, era elnico sitio al que consideraba su Hogar.

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    A la segunda noche en la casilla, Silvia me dijo que dejara un platode comida en la cocina de su casa para que cene. Me emocion que mediera esa mano. Alguien me tena en cuenta. Me sent querido.

    Entonces entraba todas las noches, con cierto aire delictivo, por lapuerta de atrs y agarraba mi plato servido, me lo llevaba a la casilla yle daba con todas las ganas. Muchas de las comidas no me gustaban,mucho guiso sobre todo. Pero yo los coma para no ser desagradecidoy tambin porque era mi nica comida del da. A veces, en esos viajesde subsistencia, la encontraba y hablbamos de cualquier cosa, nadaimportante. Era una mujer muy agradable, sencilla en apariencia, perocon el tiempo entend que saba un montn. No tena una vida fcil, yestaba entera. Nunca me pregunt nada incmodo, ni me hizo sentir

    un extrao. Fue pura entrega sin esperar ninguna recompensa.Ella me dio mi primer mueble: una cama de una plaza y el colchn.

    Cuando llegu una tarde y lo vi, no lo poda creer. Tampoco entendabien por qu me emocionaba tanto por un simple mueble, pero as fue.Se notaba a simple vista que era usado. No me import, me parecimaravilloso.

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    Pocos das despus consegu un trabajo por intermedio de Julin.Mi primer laburo: ayudante de albail. Trabajara para un tipo llamadongel. l saba de mi situacin, que me haba ido de casa y que era un

    inservible, y decidi darme una ayuda por razones personales. Sabalo que era estar solo y lejos de la familia. Cuando vino de Bolivia su-fri el desarraigo y el desempleo. Supongo que quera ganarse el cieloconmigo porque se vea reflejado. Exageraba un poco cuando hablabade mi desarraigo. A mi vieja la tena cerca y la poda ir a ver cuandoquisiera. La cuestin era, justamente, que no quera. Estaba convenci-do de que deba, y sobre todo poda, salir adelante solo, aunque luegolo comprend: eso es imposible. Adems, la ltima vez que haba ido avisitarla me haba contado sus planes de casamiento. Fing alegrarme y

    le dije que era una gran noticia. La abrac y hasta la felicit.Estaba para el Oscar.ngel se prest a ensearme su oficio. Era un trabajo duro. Tuve

    que empezar de abajo, pagar derecho de piso. Cargu sobre el hombrolas bolsas de cemento que pesaban cincuenta kilos, mis piernas al prin-cipio temblaban, y las de cal, que pesaban treinta. Acomod la arena.Apil los ladrillos. Llev las herramientas. Todo tena una manera es-pecfica de hacerse. Normas internas que no estaban escritas pero eran

    III

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    sabidas, transmitidas oralmente, a la vieja usanza. Y no se cuestionabanpor que personas como ngel llevaban muchos aos levantando cons-trucciones hermosas con materiales rudimentarios.

    Adems fue un aprendizaje lxico: hacer pastones, preparar mez-clas, levantar paredes, hacer revoques, pasar el fino, usar la plomada.Etctera. Qu carajo era eso? Palabras que jams haba escuchado depronto se convirtieron en las ms importantes para hacer bien mi tra-bajo. Era un turista conociendo un mundo nuevo. Yo era duro, a micabeza le costaba retener cierta informacin, pero ngel tuvo pacienciay me deca todo con calma. Era un hombre con gran temple. Siempreespecfico y firme, sin ser autoritario. Estaba claro que la mejor formade hacer el trabajo era la suya. Yo no estaba en condiciones de cuestio-

    narlo, tampoco me importaba demasiado. Deca a todo que s y trataba,sin suerte, de copiarlo. Haca lo justo y necesario. Ese era un buen lugarpara ocupar. Me gustaba.

    Cuando parbamos para comer al medioda a veces se quedaba pen-sativo y se alejaba para estar solo. No era cerrado ni nada de eso, solonecesitaba mantener su espacio. De a poco fuimos tomando confianzaconmigo y me cont cmo fueron sus primeros das en Buenos Aires.

    Cuando lleg de Bolivia, al principio, la pas fiero. No conoca anadie y tampoco tena mucha plata, el cambio de moneda lo jodi.

    As que cuando esos billetes volaron, la calle le dio techo y comida.Poca, pero le daba como para caminar buscando el filo. Daba vueltaspor Capital Federal, que no le pareci gran cosa, y perciba el despre-cio de la gente. No le llam mucho la atencin. Ya le haban contadoque en Argentina el racismo es ms fuerte que la buena onda y quela palabra boliviano era un insulto. Una vez escuch a unos chicoscon guardapolvo blanco, recin salidos de la escuela, insultndose alos gritos. And, boliviano de mierda, se decan. Y fue sentir que undolorcito se le meta por la nuca, le haca cosquillas en el pecho y sequed ah por un buen tiempo.

    ngel trataba de procesar esa experiencia en un almuerzo:Es muy fcil convertirse en un resentido. Una palabra chiquita

    noms alcanza. En ese momento estuve seguro de algo que ya venapensando: para una persona como yo, sera muy difcil vivir en estepas. Sobre todo porque lo que dijeron pareca de lo ms normal. Esosnios iban con sus madres y ellas no los retaron ni nada, sabes? O sea,imagnate, lo que yo era pareca ser un problema para esta gente.

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    La voz de ngel tena una meloda hermosa, cadencia y ritmo. Eraun don natural. Y su diccin era perfecta. Cuando contaba la ancdotano haba nada de resentimiento en sus palabras. El tipo pudo atravesar

    el fuego y mantener su alma a salvo. Le quedaban heridas, claro que s,pero todas superficiales.Dej la Capital y se fue a Temperley por un dato. Se estaba hacien-

    do una construccin grande. Cuando lleg al lugar y pidi trabajo, lotomaron enseguida, todo lo contrario a los otros lugares en donde sehaba ofrecido. ngel era albail desde sus once aos, no tena ttuloni nada, lo que saba lo llevaba en el cuerpo, como la sangre y los aos.

    Se estaba edificando una iglesia. Entr de pen, uno ms entre to-dos. Al poco tiempo de ver cmo se mova, con ese conocimiento abso-

    luto que tena de su oficio, lo ascendieron. La decisin la haba tomadola persona que estaba pagando la construccin. Augusto, el cura.

    Un medioda en una sobremesa ngel le cont su situacin a Au-gusto: estaba parando en una pensin y no lo trataban muy bien. Fueun dilogo sin intencin de pedir nada. Al otro da, Augusto le dijoque haba pensado lo que haban hablado y le propuso construirse unapieza para quedarse a vivir y, de paso, hacer de sereno y cuidar la iglesia.A ngel la idea le encant. Pero haba un inconveniente, no crea enDios. Augusto se cag de risa y le dijo que ese no era ningn problema,

    no haca falta ser creyente para ser un excelente trabajador como erangel. Por eso se lo propona.

    Entonces acept pensando que su suerte por fin estaba cambiando.Y, s, claro que era mejor tener un techo sobre su cabeza y unas pare-

    des que lo sostengan y, bueno, vivir en la casa de un Dios en el que nose crea tena su gracia. Igual, eso de estar en contacto todo el tiempocon lo religioso le hizo poner en duda sus convicciones.

    Para ngel, lo mejor era estar cerca de Augusto. Era l quien haballevado adelante la aventura de construir una iglesia y tena algo muyespecial. Una personalidad que cautivaba a todos. Algo que la gente nopoda dejar de percibir pero de ninguna manera explicar. Por supuesto,haba una historia de cmo Augusto haba llegado a ser cura. Una Re-demption song.

    En su vida anterior haba sido empresario. Tena una cadena decarniceras repartidas en toda zona Sur. Le iba bien, muy bien. La jun-taba en pala y poda hacer lo que se le cantaba. No tena muy claro quhacer con semejante tranquilidad. Y se le dio por el alcohol y las putas.

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    Se puede encontrar cualquier cosa que uno imagine. Desde li-bros carsimos a precios irrisorios hasta piezas ortopdicas. Todopor unos pocos mangos. Y llegan desde todos lados para comprar

    estas ofertas imposibles.Una vez peligr la continuidad de la feria. Se haba hecho un infor-me para un programa de televisin que conduca uno que despus semat o lo mataron, no est resuelta la cuestin. El tipo investigaba eltema de las autopartes. Haba unos cuntos puestos que las vendan.Se acercaba a ellos con la cmara encendida y les preguntaba si tenanboleta de la mercadera. Nadie tena forma de explicar dnde y cmo lahaba conseguido. Era todo robado, por supuesto. A nadie le importa-ba ms que el precio, por eso iba a comprar ah. Se arm un quilombo

    que traspas la pantalla. La polica fue a la feria y montaron un circopara las cmaras. Desarmaron los puestos y se llevaron todo decomisa-do. Actuaban de agentes de la ley para la tele. Despus volvieron, lospuesteros. El conductor se haba matado o lo haban tirado del balcnde su casa, as que nadie haca informes molestos. Los oficiales, una vezque las cmaras enfocaron para otro lado, siguieron como antes: pidien-do su parte y dejando laburar a los muchachos.

    En el barrio de Temperley que rodeaba a la iglesia eran sobre todo,viejos acomodados. Augusto haba ubicado muy bien su boliche. Gente

    que estaba cerca del Gran Momento, no? Uno caminaba a cualquierhora del da y era todo tan silencioso como un sarcfago. Era un prelu-dio, en realidad.

    Se vean casas grandes, terminaditas, con todos los chiches: techo detejas, ladrillos a la vista, un jardn amplio, perro de raza y mucama deuniforme haciendo juego. Nada que ver con mi barrio. Ese era nuestrocentro de operaciones, donde nos movamos. Muy pocas veces salamosde ese radio perfectamente delimitado. Te dabas cuenta de que estabasen otro barrio por las casas. Un par de cuadras y todo estaba a un soplode derrumbarse.

    A veces, ngel me dejaba ir solo a los trabajos ms simples, parapoder avanzar cuando se nos amontonaban los pedidos. Algo habaaprendido. Una de esas veces ocurri algo impensado. Consegu miprimer libro importante.

    Fue el comienzo.Antes ya haba ledo algn que otro libro, nada importante. Y, so-

    bre todo, nunca fuera del colegio. Leer? Para qu. Siempre haba otras

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    cosas, cualquier cosa, mejor que hacer. Yo pensaba que la lectura erauna prdida de tiempo total. Es increble cmo ciertas ideas se aferrana nosotros y no las cuestionamos en absoluto.

    Llegu a la casa donde iba a realizar el trabajo. Toqu timbre y meatendi una seora mayor, le dije que iba de parte de ngel y me hizopasar amablemente. Me llev hasta el bao y me mostr lo que habaque hacer. Era sencillo: poner unas cermicas.

    Mientras preparaba todo como para empezar pens que era unacasa demasiado grande como para que viviera una persona como ella.Antes de arrancar, la seora me trajo el desayuno. Me vino bien por-que haba salido tarde de casa y no tena nada en la panza. Tom elcaf con leche y arranqu.

    Trabajaba tranquilo, sin apurarme. Estaba algo haragn as que co-locaba un par de cermicas y miraba por la ventana o fichaba la biblio-teca que estaba cerca del bao. La observaba con cierta curiosidad. Eragrande. Muchos libros en esos estantes. En la que era mi casa solo habarevistas de famosos. Y, a pesar de que no estaba interesado en la lectura,me gust ver esos lomos juntos, ordenados, apilados, uno al lado delotro como si fuera un ejrcito de papel. Impona respeto tamaa canti-dad de textos. Le daba a la casa un aire diferente a las otras en las quehaba trabajado. Volv al laburo y mientras pegaba una cermica me

    entraron ganas de tener uno de esos libros. No s muy bien por qu. Sedio as. A medida que pasaba el tiempo ese deseo fue acrecentndose.Mir otra vez la biblioteca y escuch que la seora me dijo:

    Son de mi marido.Se ve que le gusta.Le gustaba. Falleci hace tres aos.Uh, disculpe.Se sentaba en ese silln que est all, ves? Y se quedaba hasta las

    tres, cuatro de la maana leyendo. A veces ni dorma. Sufra de insom-nio y en la lectura encontr una buena forma de pasar las noches. Estabiblioteca era lo que ms quera. Pensaba en la literatura como una delas pocas cosas buenas que haba hecho el hombre. A vos te gusta leer?

    No mucho.S, a m tampoco. Y a sta la tengo todava vos me vas decir que

    soy una vieja loca pero es como si algo de l se mantuviera vivo en todosestos libros. Esta biblioteca era su patria. Entonces es como si yo pisara,en cada libro, cada uno de los lugares que visit. Le estoy siguiendo la

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    de su manera de ver las cosas. Era hora de tomar mis propias decisio-nes. Cuando termin el trabajo y sal del lugar llevaba un librito negroen mi bolsito. Estaba agitado. Salud a la seora y ella me dio unos

    pastelitos para merendar y mand saludos para ngel.Ya arriba del colectivo, me asalt la duda de si me estaba alejando delo que era ser una buena persona. Pero inmediatamente me dije que no.

    Cuando estuve dentro de la casilla me sent seguro para abrir elbolsito, sacar el libro y ver cul era. Haba agarrado uno al voleo. Eratan pequeo que caba en mi mano. Todo negro, tena una luminosaimagen en la tapa que contrastaba con esa oscuridad. Haba una mujerfantasmal caminando por una playa, vista desde una ventana abierta.Arriba estaba el nombre del autor: Ernesto Sbato. Abajo el ttulo: El

    tnel. Lo abr, pas sin mirar la introduccin y le:

    Bastar decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mat aMara Iribarne.

    Eran ms o menos las seis de la tarde. Tipo doce de la noche lea laltima oracin:

    Y los muros de este infierno sern, as, cada da ms hermticos.

    No recordaba haber estado tan concentrado por ninguna otra cosa.Esas pginas me tiraron al colchn y no me dejaron ni siquiera ir abuscar el morfi. Era una sensacin nueva, hermosa. Me qued pensan-do, mientras miraba el techo, en ese placer recin descubierto, qu loproduca. Tal vez era por no tener televisin ni equipo de msica. Nohaba distracciones entre el texto y yo.

    Me sent en la cama. Como fue muy de golpe me mare un poco.Me par y sal. Todo estaba muy calmo. Demasiado para un barrio endonde todas las noches se cagaban a tiros. Mi casilla mostraba pruebas

    de eso en sus paredes. Mir el cielo, las estrellas, y tuve ganas de tomar-me una cerveza para bajar un poco esa emocin extraa. Fui a buscaralgn kiosquito abierto y, mientras caminaba las calles de tierra, nosent miedo, como me pasaba antes si la noche me encontraba afuera.Uno conoce realmente su barrio cuando lo recorre de madrugada.A esa hora se revela lo que el da oculta. Casas que nunca lograbanterminarse (revoques por la mitad, ladrillos desnudos, esqueletos au-sentes de toda pared), hogares descuidados (los jardines muertos, un

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    nada. Las primeras veces me preguntaron si necesitaba algo, cuando sedieron cuenta de que solo iba a mirar me dejaban tranquilo.

    Deambulaba perdido hasta que me detuve en una de las mesas de

    saldo y vi uno que se llamaba Cmo desaparecer completamente deMariana Enrquez. Me pareci un ttulo genial. Met la mano en elbolsillo y not que ni para eso me alcanzaba. Levant la mirada y vi unaoportunidad. Nadie me estaba mirando, el local estaba lleno. Sin pen-sarlo demasiado lo agarr y me lo puse adentro del pantaln. Algo mepateaba el pecho. Lata fuerte. Sal sin mirar atrs. Llegu a la esquinay nadie me sigui. Dobl y segu ms aliviado. Dos cuadras despus mesent en el piso y respir profundo para llenarme los pulmones de tran-quilidad. Estaba a salvo. Cuando me sent mejor, camin hasta la casilla

    pensando que esta era una buena manera de conseguir libros.*

    Mi vieja se cas por civil un hermoso da soleado a fines de no-viembre. Sonrea como en los viejos tiempos cuando sali esposada delbrazo de Mauricio, solo que esa expresin era mucho ms vital ya queestos eran los nuevos tiempos. Parecan dos muecos de torta con unlindo baile por delante.

    Se cumpli con el ritual y les tiraron arroz a la salida del registro

    civil, se sacaron fotos y todos contentos. Yo los miraba desde lejos.Se hizo un festejo en la que era mi casa y mi vieja dijo que me estuvobuscando como loca para que nos sacramos unas fotos los tres juntos:Mauricio, ella y yo.

    Sabs que no me gustan las fotos le dije.Ya lo s, pero esta es una situacin especial, no te parece? no

    respond nada. No poda ser ms elocuente. Y me larg Tanto odisa Mauricio?

    No, no es eso. Me levant, le di el beso ms falso de la historia y

    me fui.Ese viernes a la noche, Julin, el que me consigui casa y trabajo,

    entr a la casilla como haca a veces, sin golpear, y me vio tirado en lacama, de capa cada. Me invit a salir. Acept porque al otro da notrabajaba. Nos tomamos el 263, cartel rojo, y fuimos hasta la estacinde Burzaco. Cruzamos la placita, la calle y camos en el El To Bizarro.

    Entramos gratis porque Julin conoca a uno de la puerta.

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    El lugar era pequeo y tena una onda tremenda. Miraba todo en-cantado y vea vinilos y tapas de discos pegados en las paredes (LondonCalling, Gulp, Pornography, Ziggy Stardus, Raw Power, uno de Violado-

    res, y algunos ms), poquitas mesas muy juntas, una barra en forma deele (la birra barata), un escenario diminuto y una pantalla que proyecta-ba pelculas que nunca haba visto. Tan ntimo que apestaba. Y estabala msica tambin. Un sabor encantador que nunca haba escuchado yle daba a mi paladar gustos nuevos. A cada rato le preguntaba a Julinqu banda sonaba y l conoca a la mayora. De algunas hasta tena cas-settes grabados, deca que me los iba a prestar. Cosa que nunca ocurri.

    El boliche tena una doble vida, me cont Julin. De da era un barcomo cualquier otro, pero a la noche se converta en ese tugurio de

    mala muerte que estbamos viendo. Mster Hyde mostrando su mejorperfil para atraer a chicos con problemas para bancarse la vida en lapuerta de la casa. Ah estbamos, buscando diversin. Indagando lasposibilidades de la oscuridad en lugares cerrados.

    Pedimos dos cervezas para arrancar y Julin fue al bao a darse unsaque. Yo era un careta, no me gustaba ms que el alcohol. Para serpreciso, la cerveza, y nicamente rubia. Los dos tenamos un vicio quenos haca la vida ms fcil.

    Mir alrededor, muchos actuaban como conocidos. Seguramente

    eran habitus, como Julin. l conoca a todos en ese pequeo mundo.Mientras buscbamos una mesa el tipo reparti besos y abrazos. Un parme saludaron a m pero se not que era por compromiso. Al fin nos sen-tamos en una de las pocas mesas libres. Charlamos un montn. Bueyesperdidos y esas cuestiones. Se termin la cerveza y fui a buscar otra, volvy Julin se estaba chamuyando a una que estaba en la mesa de al lado.Le gustaba hacer rendir la noche, sacarle jugo. Provocar esa aventura quems le gustaba: levantar minas. Le sala con tanta naturalidad acercrse-les que las mujeres respondan a su simpata. Me volv para tomar soloen la barra. No quera estar en el medio de su conquista.

    Esa manera de actuar me incomodaba. Sobre todo porque yo nopoda articular dos oraciones coherentes si estaba frente a una mujerlinda. Julin deca cualquiera y caa bien. Era algo propio de l, a m esedon ni me rozaba. Lo tuvo desde siempre. Cuando nos hicimos amigos,en la secundaria, me vea tropezar con ese problema todo el tiempo y,para ayudarme, deca:

    No tens que hacerte tanto la cabeza.

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    Qu quers decir?Te preocups demasiado por lo que van a pensar ellas de vos.No es eso. No me sale tan fcil eso de pasar vergenza y hacerme el

    galn. Julin sonri. Se dio cuenta de que lo quise herir por algo quea l no le costaba nada y yo ni pagando consegua.Mir, Seba, no me gusta pasar vergenza y no me hago el lindo,

    sabs? Y no te cago a trompadas porque no tengo ganas. Lo que te estoyqueriendo decir es que si te gusta una mina decselo y punto. Si rebotsno pasa nada, nadie se va a morir. El NO ya lo tens.

    Ese era su lema. Esas palabras me persiguieron durante aos comosi fuera un gualicho perverso que lo nico que me produca era miedoy parlisis. Yo a veces me las repeta una y otra vez como para darme

    valor, y no haba caso. El NO ya lo tens. Como si fuera un juego, unaruleta de avances fortuitos sin fijarse en dnde se apostaba. La cantidadmarcaba la pauta. Esa cosa de macho, me pareci con el tiempo, tenaun sonido rancio y mostraba una liviandad y un desinters que oculta-ba inseguridad. Qu s yo, vea una mina que me gustaba y enseguidatodo se me complicaba.

    Cuando estaba por servirme el segundo vaso de cerveza, sorpresi-vamente Julin me lo saca. Pensaba que lo haba perdido hasta el dasiguiente, cuando contara cmo haba terminado todo. Esos finales

    eran sabidos. Pero no, me dijo que no era noche de caza, solo le habasacado el telfono.

    Compramos otra? sta est caliente.Por supuesto.Una banda empez a tocar y no nos gust. El volumen era muy alto,

    as que salimos para seguir hablando.La noche preciosa nos mostraba, en la placita, del otro lado de la

    calle, unos pibes que se estaban agarrando a trompadas. Cuando mi-ramos bien, notamos que eran unos cuantos contra uno que estaba enel piso. Nada del otro mundo. Julin se qued mirando hacia el todos-contra-uno y me dijo, antes de salir disparando para all, que el del pisoera amigo suyo.

    Una hora despus estbamos en una ambulancia.Cuando lo vi por primera vez, Julin estaba en el piso del patio del

    colegio debajo de un compaero recibiendo pias secas. Las baldosasfuncionaban de resorte. Su cara volva una y otra vez para encontrarsecon esa mano cerrada imposible de esquivar. Una situacin incmoda.

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    los dientes de adelante. Su amigo, al que yo no conoca, estaba igualque l, pero a m no me importaba. Fui corriendo al bar a decirle aalguien si poda llamar a una ambulancia. Mi amigo est tirado y no

    reacciona, supliqu.Antes de eso, vi cmo Julin quiso ayudar a un eri a zafar de unaferoz golpiza. No pudo hacer mucho. Eran demasiados. Entre varios lovoltearon y le mostraron lo que son capaces de hacer seis tipos incle-mentes. Hicieron lo suyo y se fueron caminando tranquilos, satisfechos,saciados. Me sorprendi ver ese final porque yo lo haba visto muchasveces a Julin bajar un par de monos que lo doblaban en altura, conesos brazos esculidos que tena. Era dueo de una fuerza desproporcio-nada para su fsico. Eso era algo que tena a favor y le daba confianza.

    Quizs demasiada. Cuando lo vean a Julin, uno que nunca conoci lacobarda y dijo avanti a cualquier mano a mano, se confiaban. De dn-de sacaba esa fuerza un muchacho que pareca tener serios problemasalimenticios? Pero esta vez nada sali como siempre, algo sali mal. Yah estaba entonces: en el piso. Como la primera vez que lo vi.

    Una hora despus estbamos en una ambulancia.Al hospital Dr. Oativia le dicen doa Tibia. En los aos noventa,

    cuando se inaugur, fueron el Gobernador de la provincia y el Presi-dente a hacer acto de presencia, mostrarse como superhroes y decir

    unas pocas palabras. Era el primer hospital de Calzada.Al fin.Queda a unas cuadras de una Iglesia preciosa, inmensa. Creo que

    califica como catedral, pero no estoy seguro. Est al lado del Estrada,una escuela religiosa y cara.

    La proximidad debi estar contemplada cuando le buscaron unaubicacin al hospital. Esa planificacin no es inocente. Son lugares quese relacionan. La ciencia y la fe no trabajan juntas, pero a las personasles gusta tener cubiertos todos los flancos posibles a la hora de cuidarsede la desgracia. Tener a un familiar internado al cuidado de los mdicosno alcanza. Se sabe lo falible que es el ser humano; esa certeza inquieta.Entonces se busca el respaldo de alguien grande, poderoso. La religinda la posibilidad de encontrarse, por un par de rezos, con ese aliadoque puede dar una mano grosa si fallan los de guardapolvo.

    Julin, a pesar de estar inconsciente, arm lindo bardo cuando llega la guardia del Oativia. Madrugada de domingo, el ambiente agitad-simo, todos corran de un lado para otro. Un verdadero loquero. Por

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    ac la sangre sobra. Se vea por todos lados. Los sbados a la noche lagente sale de sus cuevas a pedir atencin y se siente inmortal. Con elcorrer de las horas se dan cuenta, de la manera ms violenta, que es-

    taban equivocados. Es mentira que la msica calma a las fieras. Todolo contrario. A estas fieras no las calma nada. Esa guardia, llena hastalas manos, mostraba la posta. Metieron a Julin a un cuarto y fuerona buscar a alguien para que lo viera. La prioridad la daba el estadovisible del paciente. Mi amigo estaba muy mal. Se lo llevaron a Trau-matologa para hacerle unas radiografas. Queran ver si su interiorse encontraba como su desolador cuadro exterior. No lo vi por unashoras. En eso llegaron, desesperados, los padres de Julin. Sobre todoSilvia, se puso a exigir que alguien le explicara cmo estaba su hijo. Se

    calm sola porque nadie le llev el apunte, estaba insoportable. Eramomento de masticarse los reclamos y esperar.

    Y al fin llegaron las noticias. El paciente se encontraba inconscientee iba a quedar en sala de terapia intensiva con un coma farmacolgico.Hay palabras cargadas de un peso insoportable. Cuando escuchamoscoma sentimos a la muerte metindonos la mano en el bolsillo. Silviase puso a llorar. El mdico dijo que no nos preocupramos. El comafarmacolgico era para mantenerlo sedado para que el paciente no sin-tiera tanto el dolor. Haba que esperar su evolucin. Julin presentaba

    politraumatismos graves en todo el cuerpo y en la cabeza. Y tena com-prometidos el pulmn y el estmago.

    Evolucion bien. Estuvo solo cinco das en terapia intensiva. Y no-sotros con l.

    Durante esos das nos fuimos turnando, con Silvia, para acompa-arlo. Yo me preguntaba cunta responsabilidad tena en toda esa si-tuacin. Enfrentar mi cobarda me dola como la puta madre. Julinhaba hecho todo por m y yo simplemente me haba quedado paraliza-do, como un espectador privilegiado de su cada. Qu clase de amigoera yo, entonces? Qu clase de persona era? Trataba de evitar las res-puestas. Pero no iba a poder escaparme nunca de eso. Cada vez que memirara al espejo estara enfrentndome con lo que era.

    Fui todos los das despus del trabajo a verlo en el horario de visita.Nos disfrazbamos con una cofia, un delantal, un pantaln y algo paracubrirnos los pies. Era para cuidarlo y no contagiarle nada. Lo mirabay pareca muerto. No puede estar con vida una persona que ya no tienenada reconocible. Ese cambio me dio una tristeza profunda. Dnde

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    estaba Julin? S, ya saba: estaba ah, sobre una camilla, cableado y au-sente. Eso era lo que nos haba quedado de l.

    Despert una tarde, cuando ya estaba en sala intermedia con otros

    tres pacientes. Confuso, desorientado, pregunt dnde estaba. Ests enun lugar de mierda, Julin, pens. Pero le dije que estaba en un lugartranquilo donde lo estaban cuidando.

    Ests en el Oativia le cont. Justo l, que nunca haba pasadoni cerca de ah. Quiso saber qu le haba pasado. Te cagaron a trom-padas, Capo.

    Me duele todo.Ms vale. Estuviste mal en serio. Pero eso ya pas, ahora descans

    que ya vas a estar mejor.

    La cabeza me recontra duele. No me puedo acordar qu pas.En el To Bizarro, no te acords? Te quisiste hacer el justiciero

    y ayudar a un amigo tuyo al que le estaban dando en la plaza. Pero tefajaron mal y terminaste ac.

    No me acuerdo de nada.Descans, Julin.Ya estaba algo mejor pero se tena que recuperar mucho ms, toda-

    va. Poco a poco volva su semblante compadrito, sus facciones. Julinera dueo de una jeta atractiva, poderosa. No digo que era lindo como

    Brad Pitt. Ms bien era como un Sean Penn suburbano o un Gary Old-man de cotilln.

    Tambin le faltaba soldar huesos, restaurar rganos, recobrar espri-tu y vitalidad. Volver a ser una persona.

    Tena un mes por delante en esa habitacin. Julin se aburra mu-cho. No haba televisin cerca, ni msica, ni nada que lo sacara men-talmente de esa situacin. Eso sin contar la falopa y lo dems, que letiraba la corbata. Estaba solo con su cabeza y sus dolores. Solo, con unacama y las paredes. Y, sin querer, fue una desintoxicacin glida y sinsufrimientos por la abstinencia. A m nunca me pidi que le trajeraninguno de sus chiches predilectos. Se la banc muy bien.

    Estaban tambin los compaeritos de pieza. Dos viejos operados yuna piba preciosa que, nos enteramos por lo que le decan las visitas,intent suicidarse con pastillas. Yo me preguntaba qu la haba llevadoa tomar esa decisin tan comn. En el poco tiempo que estuvo en la ha-bitacin la fueron a visitar nada ms que amigos. En ningn momentopintaron familiares, y ella no los peda. Tampoco su silencio. Sus amigos

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    Al otro da ya no estaba en el cuarto. Un tiempito despus, Julintambin dejaba la habitacin. As que todos, por suerte, abandonba-mos el hospital.

    Julin sigui la recuperacin en su pieza. Fue un cambio estimulan-te volver a su santuario privado. Se senta a gusto y a salvo. Ah tenatodo lo que le daba felicidad o, por lo menos, alegra, que no era poco.Silvia era su enfermera amateur y lo cuidaba con amor y dedicacin,era lo nico que necesitaba para hacer bien lo suyo. Como no trabaja-ba en ese momento, tena todo el tiempo del mundo para atenderlo ymalcriarlo. Se notaba que haba comenzado a forjarse un nuevo vnculoentre ellos. Recuperaron algo que haban perdido: esa relacin que noera solo familiar, sino afecto genuino. Yo, cuando volva del trabajo, me

    daba una vuelta y los encontraba hablando o riendo y no quera cortareso, no haba lugar para nadie ms. Entonces volva a mi ranchito sinhablar con l.

    Una tarde se apareci sorpresivamente en mi casilla como si nadahubiese pasado. De pie, entero, bajo el marco de la puerta pregun-tndome:

    Qu onda, Negro?Lo mir de arriba abajo, contento y sorprendido de verlo como siem-

    pre. Yo tena un libro en la mano que dej sin culpa:

    Nada, ac meandole dije. Nos pusimos a hablar como la vez quenos habamos reencontrado: recuperando desaforadamente el tiempoperdido. Empec a notar que haba zonas despobladas en su memoria,desabastecidas. Le costaba recordar detalles. Al principio no le di im-portancia, cre que era por el tiempo que haba pasado en el hospital.Como esa confusin que te agarra cuando te desperts de un sueo lar-go. Me pregunt otra vez por esa noche que lo mand a terapia inten-siva. Le cont cmo pasaron las cosas y escuchaba atento como si fueraun relato fascinante. No se pensaba como el protagonista de la historia,sino como el espectador de un gran espectculo.

    No te acords de eso? En serio me decs?S, posta. No me acuerdo un carajo me contest sin hacerse pro-

    blema, como si fuera algo divertido. Sonrea.Con Julin pasamos ms horas juntos. Cuando yo llegaba del trabajo

    a la tarde, se internaba en mi casilla y nos largbamos a la conversa hastala medianoche. Quera que le contara esas partes perdidas de su vida.Eran momentos que habamos vivido juntos. Deseaba recuperarlos,

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    Ensear.Fue eso.El comienzo de todo.

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    Fui al puesto de diarios de Donato y San Martn, cerca de la casilla.Me arrim para ver si me prestaban el Popular. Ah salan clasificados deQuilmes, Ezpeleta y Solano. Era la primera vez que buscaba trabajo de esa

    manera. Julin me haba tirado esa idea y no me pareci mal intentarlo.Quera encontrar uno que no estuviese lejos de casa. Para ir cami-nando o, como mucho, tomarme un bondi. Haca una semana que es-taba tirado en la cama, contando los pliegues de las chapas del techo oreleyendo algunos libros. Masturbndome. Pensando en muy pocas co-sas y esperando para anotarme en el profesorado. Para eso faltaba. Nomucho, pero faltaba. La plata que tena guardada, unos pesos noms,estaban llegando a su fin as que era necesario encontrar una forma debancarme los gastos.

    En el puesto de diarios haba un viejo. Le di como sesenta aos, porah. Tena un pucho en la boca y una barba larga, tipo Marx. Delgado.Miraba un diario y rezongaba. Se lo vea molesto por lo que lea.

    Qu pas de mierda dijo. Levant la vista Qu necesits?Sent vergenza de tener que pedirle algo a un desconocido.Le qued Popular?No, ya no, nene. Tens que venir ms temprano si quers conse-

    guir diarios. mir la hora en su muecaYa son las doce, qu quers

    V

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    conseguir a esta hora?Se fij qu le qued lo nico que tengo esPgina /12. Lo quers?

    No, era para ver los

    Y, sme interrumpi quin va a querer llevar el mejor diarioy sigui diciendo algo que no escuch porque vi al lado de su cabeza uncartelito que deca Se necesita repartidor.

    Disculpe, pero le quera preguntar por el cartelito.S, qu pasa con eso?No nada, quera saber del trabajo. Para qu es?Es para ac, nene. Para repartir los diarios y encargos a la maana

    y hacer esquina. Qu quera decir con hacer esquina? Es para vos?S.

    Cuntos aos tens?Veinte.Parecs ms chico. En realidad este laburo es para los pibes, para

    que se hagan una moneda. Me mir, pareca evaluarme. Cmo tellams?

    Sebastin Ledesma.Si quers arrancs maana, hace tres das que estoy solo con mi

    mujer. Y yo ya no soy guacho, los aos pesan, viste? A qu hora vengo?

    Venite a las seis esa hora me doli trabajamos hasta las docems o menos. Maana hablamos mejor de la guita. Tens bicicleta?

    No.Uy, qu cagada. Bueno, lo vas a tener que hacer caminando.El despertador son a las cinco y media. Me despert con todo el

    odio que es capaz de sentir una persona. Abr los ojos y la oscuridadme hizo dudar de la hora que mostraba el reloj cuadrado, verde y di-minuto que haba comprado a dos pesos en la calle y estaba al ladode las patas de la cama. Apoy los pies en el piso para que el colchnno me abrazara con todo su encanto y me pas las manos por la caracomo quien busca encontrar su verdadera mscara. Me desperec yluego puti con desgano. El calorcito lo haca todo un poco ms fcil.Estaba cayendo despacio y sin pausa a la realidad, indefectiblementemalhumorado. Me vest con lo primero que encontr, me mand unpiyo y sal para mi nuevo trabajo. Eran unas cuadras noms, pero a esahora, con el sol apenas dando rastros de vida, fue una caminata a Lujn.Antes de llegar al puesto empez a dolerme la panza por no desayunar.

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    Cuando llegu, el puesto estaba cerrado. Me caus gracia. Era laprimera vez en mi vida que llegaba primero a algo. Haba que esperar,entonces. Bostec.

    Me distraje mirando la poca gente que circulaba. Mir esas caras,cmo arrastraban los pies, y supe que estbamos en la misma. Enfrentehaba unas personas que esperaban el 148 letras G o I o el 263 cartelrojo. Me entretuve pensando cul tomara cada uno.

    Como el puesto quedaba en una esquina no saba de dnde vendrael viejo. As que miraba para todos lados. No saba cunto tiempo habapasado hasta que cre verlo. S, era l, y no vena slo. Traa una bicicle-ta con canasto en las manos y al lado suyo, contrastando con lo flacoque era, alguien que caminaba como si recin se hubiese bajado del

    caballo. De un paso a la vez, los brazos haciendo equilibrio, su cuerpodesbordante de carne movindose al comps de la caminata. Tena elpelo ms corto que l y llevaba anteojos. Serio, le dijo:

    Este es el pibe del que te habl.Ella no me salud. Me sent un fantasma. El viejo se acerc y me dio

    la mano:Cmo ests, nene? Me la apret fuerte y sent que me la con-

    virti en un mun. Trat de no mostrar ninguna sensacin pero medola como la puta madre. Sonri. Le dese una muerte violenta, que

    sufriera mucho, el viejo de mierda.Bien le dije cuando cre que poda hablar.Ah, no te dije, me llamo ErnestoY ella Cristina. La mujer es-

    taba sacando los candados de una caja grande que estaba pegada alpuesto. Ah dejaban los diarios. Ernesto la ayud a sacar los fardos y losdej en el piso. Despus abri el puesto. Yo miraba sin saber qu hacer.

    Ven que por ser la primera vez vas a armar los diarios conmigo.Igual siempre te voy a dar una mano. Haceme el favor de prestar aten-cin que no me gusta explicar las cosas diez mil veces. Pens que noera una buena hora para concentrarse. Igual no pareca tan difcil. Ha-ba que juntar los diarios con los suplementos. Eso era todo. Ernestotena anotado los repartos en pequeos cartones. Casi siempre era elmismo recorrido. Algunos das se sumaban clientes que pedan fasccu-los de enciclopedias o diccionarios que sacaban los diarios.

    Era martes.Ernesto le pidi a Cristina el bolso para que yo llevara los diarios.

    Ella lo busc unos segundos con la mirada, hizo un gesto con la mano y

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    larg un balbuceo que quera decir no lo encuentro. Se acerc l y lotrajo. Puse ah los diarios, me los colgu al hombro y salimos a repartir.

    Yo llevaba los diarios y Ernesto iba pedaleando tranquilo, se me

    adelantaba un poco. Lo que me haca apurar el paso. Le colgaba unpucho en la boca, sacaba el humo por la nariz. Serio, despus de hacertres cuadras, me dijo mientras arrojaba un diario debajo de una puerta:

    Este es el primer cliente. Yo te voy a pasar no, mejor te voy a copiarlos listados de todos para que los tengas y puedas hacer bien los recorri-dos. Para que no te pierdas. Este es el sostn de nuestro trabajo. Es conesta gente con la que hay que cumplir. Porque el boludo que viene unavez y no pasa ms, de qu te sirve? Con estos tens que estar ah, llueva otruene, entends? Ellos estn esperando su diario todos los das.

    Nos adentramos en los intestinos del barrio. Mientras todos salana trabajar nosotros nos metamos a buscar la moneda. bamos contrala corriente. Das antes haba llovido y el barro estaba por todos lados.Eran calles de tierra los das de sol, eso las asemejaba a cierto tiempoprimitivo, de origen, de cercana con la naturaleza, dejando de lado elartificio propio del progreso. Cuando el cielo largaba torrentes de agua,aquello se converta en un pantano casi intransitable. Nada escapaba asu magnetismo. Todos percibamos las huellas de la tierra mojada, eselodo que lo inundaba absolutamente todo.

    Cerca de las ocho ya habamos terminado y me dola la cabeza por-que mi panza no tena nada adentro. Cuando llegamos al puesto vi queCristina estaba tomando mate y tena una bolsita con pan al lado de lapava. Ese era mi oasis. Pero ni me mir, le alcanz uno a Ernesto y lme lo pas.

    Tom, quers un pedazo de pan? Lo agarr sin emocin visible.Lo com con un placer sanador que me dio fuerzas. Y los mates me die-ron una calma que me ubic de otra manera frente a lo que ocurra ami alrededor. Ya poda pensar en otra cosa.

    Agarrate unos cuantos diarios dijo Ernesto. Cristina me par conla mano y me los dio ella. Fuimos caminando con Ernesto a la esquinade San Martn y Donato. Me cont:

    Menos mal que no le hablaste a Cristina, no le gustan los desco-nocidos, y aparte no te iba a poder contestar. No dije nada. No meinteresaba saber por qu la vieja no me diriga la palabra. Pasa que notiene lengua. Ms adelante, si te queds con nosotros y le cas bien, ascomo sos de calladito vas por buen camino, por ah te muestra esa boca

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    a la que le falta un pedazo de carne. Y si cumpls con todo yo te cuentoqu paspareca un premio.

    Cuando llegamos a la esquina me inform:

    Mir, todos los canillitas ganan un veinte por ciento del precio detapa de los diarios, y de las revistas tambin. Nosotros trabajamos to-dos los das no lo saba y trat de no pensar en que deba cargar esosdiarios sin descanso, salvo el da del canillita, el primero de mayo,el veinticinco de diciembre y el primero de enero. En la semana vas aganar poco, pero los das de feria, los mircoles y sbados, hacs unamoneda ms. Y los domingos gans el doble, porque el recorrido esms grande. Intentaba hacer cuentas mentalmente, miraba la tapade los diarios para ver el precio. Pero no pude resolverlo, aparte segua

    hablando:Esta es tu esquina. Si por ah te canss un poco, pods caminar

    unas cuadras para all y seal a Pasco con su brazo delgado comoun escarbadientes. Te hacs unas cuadras y despus volvs. Pero esodespus de las nueve y media porque hasta esa hora pasa el grueso de lagente que te compra.

    Tena que tener el diario levantado, hacer bandera. Me senta untarado. Los autos paraban con el semforo en rojo, me hacan una seay yo trotaba hasta ellos. Me pedan un diario, sacaban el billete y yo te-

    na que darles el vuelto antes de que el semforo cambiara a verde. En-tonces sacaba las monedas del bolsillo y las contaba para darles bien elvuelto y se me caan al asfalto. Los tipos impacientes ponan tremendascaras de culo. Muchos, sin tiempo de esperar un puto segundo, acelera-ban protestando. Otros se rean complacientes y me largaban:

    Quedate con el cambio y eran centavos. Esos primeros das memolestaba todo, hasta que ya no me calent nada.

    La maana se haca larga mientras el sol pegaba de frente. No sabaqu hora era. Y apareci una mujer en un Gol blanco, con el cinturnde seguridad que le marcaba las tetas, fren y me pidi un Clarn. Susonrisa me salv el da. Encontrar belleza en esos momentos te haceolvidar la impiedad del mundo. Me dio dos pesos y me pregunt elnombre, se lo dije y me pregunt por Ernesto.

    Mandale saludos. Chau, Seba dijo. No pareca ser mucho ms gran-de que yo. Pero habitaba un planeta completamente diferente al mo.

    No era la ltima vez que la iba a ver.

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    siempre la haba visitado cuando ya todo estaba dispuesto. Ver eso eradescubrir el detrs de escena de tu obra favorita. S, la Feria de Solanoera una puesta fastuosa en su sencillez y sumamente variada en su pro-

    puesta. Haba para todos los gustos y todas las edades.Ni bien termin la entrega me plant en mi esquina para esperar ala mina del Gol. Y la vi venir de lejos, mientras se acercaba se notabasu sonrisa radiante, magnfica. Fren, me salud por el nombre y medesarm completamente. Quise articular algo medianamente coheren-te, algo sencillo y estpido como un comentario sobre el clima, perono pude ms que entregarle el vuelto y una mueca extraa que nadiehubiera dicho que era una sonrisa. Movi la mano como un abanicoa modo de saludo y aceler. Qu ganas de guardar ilusiones vanas que

    tena. En esas situaciones tener esperanzas es catastrfico. Yo saba queno haba nada que hiciese que nuestros caminos se cruzaran. Las condi-ciones en las que nos habamos conocido eran desiguales, yo para ellano era mucho ms que un semforo o un lomo de burro: algo que esta-ba camino al trabajo. Las cosas suceden as, repentina y violentamente.Como el fro o la lluvia, estados de naturaleza imposibles de controlar.

    Se iba de mi vida hasta el da siguiente.Dos semanas despus, Ernesto ya me prestaba su bicicleta. Fue as.

    Yo estaba arrancando para hacer el reparto y me fren:

    Qu hacs? pens, qu viejo del orto, pero respond:Voy hacer el reparto.Para qu tens la bicicleta? me lo larg retndome, como si ya

    me lo hubiese dicho. Me pareci bien. Era un avance que me facilitabalas cosas. Las poda hacer en un toque y, de paso, me quedaba haciendotiempo por ah.

    Yo nunca haba tenido una bicicleta, as que me pareci un lindojuguete nuevo. Pedalear me daba una emocin tan grande que sentaque todo estaba a mi alcance.

    Ese da, cuando volv, Ernesto me miraba. Saba que algo le pasaba.Me trataba diferente. Cuando fui para la esquina dej el Pgina/12que siempre lea, y le dijo a Cristina que me iba a acompaar. Ella nise inmut.

    Yo me preguntaba qu suceda. El viejo a mi lado, como el primerda, me pregunt:

    Te gusta este laburo, no?S.

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    Ella era empleada de limpieza en una casa de Palermo. Nacida enCorrientes, en la ciudad de Goya, viva con su hermana, a tres cuadrasde la casa de Ernesto. Haca tres meses que haba llegado a Buenos Ai-

    res. Que ella fuera de otra provincia lo hizo sentir superior a Ernesto,el bonaerense.La invit a salir, ella dijo que s con una sonrisa entre modesta y pca-

    ra. Haba deseo en ese silencio, en esa mirada. Esa noche nada sali mal.A los pocos das Ernesto se mand sin medir consecuencias y le pro-

    puso a Cristina irse a vivir juntos. El plan era acorralar la soledad, queella habitara la casa para que se rindiera esa sensacin de olvido y penaque recorra las paredes y los muebles. Ella le dijo una vez ms que s,pareca que no le poda responder otra cosa. Se estaban entendiendo.

    Eso era primordial para Ernesto. Lo dems poda venir o no, qu im-portaba? Vivir con alguien no era eso?

    La convivencia le trajo paz nuevamente, pudo dormir mejor y todo.Entonces l le propuso a Cristina que dejara su trabajo de mucama aspoda dedicarse ms tiempo a su casa. Esa expresin la llen de ale-gra, ahora ella tena algo que le perteneca. Surgi el tema del dinero,cmo iban a hacer con los gastos? Ernesto respondi que con su sueldoalcanzaba para los dos. No iban a tener problemas econmicos.

    La convivencia trajo de vuelta la ropa limpia, la compaa, los mates

    a la tarde y la cena de a dos.Pero el paraso no est en este mundo. Y esas porciones de felicidad

    que Ernesto haba recuperado se desestabilizaron cuando le llegaroncomentarios acerca del comportamiento de Cristina cuando l se ibaa trabajar. Hombres que entraban y salan, le dijeron. No supo biencmo reaccionar. Un tipo viejo que se enfrentaba a una situacin nue-va en su vida. No quera ni pensarlo, pero hay palabras que tienen elpoder de desatar tormentas en la mente.

    La descubri con dos tipos en la cama, en su cama. Y as como en-tr, sali de la habitacin. Lo inesperado lo dej vaco de pensamien-tos. Seco de cualquier posibilidad de explosin o algo por el estilo.A la noche volvi a su casa como cualquier animal de costumbre y laencontr con la cara marcada de rastros de un llanto que todava no ha-ba terminado. El silencio es temerario y hace que las personas larguenpalabras a modo de defensa. Cristina llenaba el silencio de Ernestocon excusas, lamentos y declaraciones de amor. l pensaba en lo pocoque le faltaba para jubilarse, pensamientos que se vean interrumpidos,

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    superior, como si tuviese una misin que cumplir o metas mucho msvaliosas que las de cualquiera de ellos.

    Dobl en la 898 para ir por la 845, una calle desierta y tranquila.

    Entr al profesorado y me puse en la cola. No haba muchas perso-nas. El movimiento de gente era constante, sobre todo de mujeres, loque fue una suerte de brisa encantadora corriendo por el aire, y vea loslibros y carpetas que cargaban, las posturas que adquiran para hablar,la ropa que llevaban y todo me pareca diferente. Definitivamente que-ra formar parte.

    Lleg mi turno, le alcanc mis papeles a una seora con una tensinque disimulaba cierta furia o hasto, como condenada a realizar unatarea insufrible. Le sonre cuando me mir para preguntarme algo pero

    baj la mirada molesta. Larg un murmullo que no pude or. Le quisepreguntar qu haba dicho pero me alcanz los papeles como diciendoya est, nene, tomatel.

    Al salir me sent diferente a como haba entrado.A unos metros del profesorado vi que vena caminando, en sen-

    tido contrario, la mujer del Gol blanco. De pronto todas las cosasque haban ocurrido, haca unos segundos nada ms, desaparecieron.Estaba tan hermosa que quise cruzarme de vereda para poder mirarlade lejos y seguir manteniendo mi lugar: el del pibe que le alcanzaba el

    diario y del que se olvidaba ni bien alcanzaba un semforo. Y fue loque hice. Ah estaba: caminando sin saber que parte de mi mundo eraverla cada maana para que el peso de la rutina no me volteara. Ellapareca estar dentro de una realidad distinta a la nuestra, cubierta porun manto imposible de atravesar. Iba en la suya. No se dio cuenta deque yo, como un nio cobarde que ve venir al monstruo que lo acosaen el patio del colegio, hu hacia la vereda de enfrente y camin ensu direccin. Molesto por lo que haba hecho, putendome por elmiedo que me haba ganado una vez ms, quise ver si poda hacer quela historia terminara de otra manera. Cmo poda llevar adelante se-mejante cosa? No era mejor dejar todo como estaba? Tal vez s, perola segu. Las ideas se amontonaban en mi cabeza buscando algunaposibilidad de acercarme a ella, me deca que no ante cada cosa quese me ocurra.

    Fueron varias cuadras descartando necedades y fantasas, hasta quepar frente a una puerta, sac unas llaves del bolso y entr sin miraratrs. Me acerqu a la puerta, no s para qu. Descubr que haba un

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    timbre. Lo mir como si fuera a darme alguna respuesta a una preguntaque ya no vala la pena hacerse. Ese era un final.

    Di unos pasos y desde la esquina se vea en un primer piso un patio

    con ropa colgada. Me qued esperando, bajo un rbol, que pasara algoy a los pocos minutos apareci. Lejana e imposible. Sac la ropa de lasoga y entr nuevamente.

    Eso fue todo. Ya no tena nada ms que hacer ah.

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    Mi vieja me propuso que alguna de las Fiestas la pasemos juntos,pero le dije, lo ms amable que pude, que ya haba arreglado con unosamigos. La verdad, no siempre ayuda. No quera entregar abrazos falsos

    ni mostrar sonrisas amargas. Me imaginaba esa cena como un territo-rio cargado de nervios y con miradas furtivas que uno deseara que seconvirtieran en cuchillos oxidados. Una reunin de tres con dos que seodiaban auguraba pocas alegras. Ella me dijo que era una pena porqueya tena mi regalo, de todas maneras me lo iba a dejar a los pies del ar-bolito. Yo ya saba que eran desodorantes o calzoncillos. Disfrutaba deestas cosas. Era una mujer que mantena algunas tradiciones.

    Para no ser completamente desconsiderado, fui el 24 al mediodapara almorzar y hacer un brindis con ella, era la nica por la que poda

    llevar adelante esa puesta en escena. Mauricio no estaba, eso lo tenamuy claro y fue la nica razn por la que atraves el portn de la quehaba sido mi casa. Comimos ms de lo que hablamos, en la tele toda-va se hablaba de las viejas violadas de Temperley:

    Qu feo eso. Pobres mujeres. No me quiero ni imaginar lo que ha-brn sufrido. Por eso yo no meto a nadie en casa. Hay que tener muchocuidado con esas cosas. dijo mam.

    Ni hablar.

    VII

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    Ojal que lo agarren.Ya pas mucho tiempo. And saber dnde est.S, no? En este pas entra cualquiera como si nada y hace un de-

    sastre. Sabs cmo deben estar esas familias.Me imagino.Est rico, no? Te gusta?S, ma.Mir el cielo, parece que hoy llueve.En la vereda nos despedimos y la vi con una emocin contenida

    en los ojos. Era la primera Navidad que pasbamos separados. Yotrat de terminar rpido para que ese sentimiento no me agarrara delpecho. Me volv caminando para ver si poda ordenar algunas ideas

    pero mis pensamientos eran errticos, inconexos, deshilachados, sinuna consecucin. Ms bien me fui poblando de imgenes y palabrasque no tenan mucho que ver entre s.

    Desde mi ventana, con una botella de cerveza en la mano, vi los co-hetes de Ao Nuevo que iluminaron el cielo. Luego me acost a dormir.Igual que en Navidad.

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    con la informacin y nos metimos al aula correspondiente. Entr conincomodidad por llegar tarde, ella detrs de m. La profesora, queestaba hablando, se call y nos observ molesta, ese silencio arm un

    suspenso berreta pero efectivo. Levant las cejas y chist decepciona-da. Si arrancamos as, dijo. Me vi parado y con la obligacin de pedirperdn. Ya estaban todos sentados, el aula llena, seran como treintapersonas, y me acerqu al primer banco libre que encontr. Haba jus-to dos sillas vacas as que me sent contra la pared como para dejarleel otro asiento a la chica, pero ella ya se haba sentado en otro lugar.

    Eran casi todas mujeres, solo tres varones desentonbamos con elpaisaje del curso. Trataba de escuchar lo que deca la profesora, unaseora grande, con la voz y el cuerpo frgil, el pelo muy corto y pocas

    ganas de estar all. Sin embargo, yo pensaba en el desplante de la mina.Qu ocurri para que hiciera ese movimiento rpido y despegara demi lado? Qu vio en m que la llev a actuar as? Qu no vio? Pensabaen esto y la miraba de reojo. Era una mujer de una cara normalita perocon un cuerpo que rajaba la tierra.

    No quera comerme la cabeza como haca siempre, entonces intentdejar de pensar en eso y mir a mis otras compaeras. Haba poca juven-tud. El saln estaba copado por personas mayores que seguramente ten-dran sus vidas a medio terminar, como si fueran una casa prefabricada

    soando tener una loza o unos ladrillos en las paredes para resistir mejor.El saln mostraba la misma decoracin que afuera. Todo preparado

    por y para chicos. Los bancos escritos con puteadas y mensajes paracompaeros de otro turno, las sillitas, los afiches con el abecedario,tablas de multiplicar, frascos con la germinacin de las plantas. Connuestro pasado en las narices me senta incmodo, usurpando un es-pacio que era para otra cosa. Salvo nosotros, no haba nada adultoen todo el colegio. Y ese panorama me hizo acordar a mis tiempos deprimaria, con toda esa parafernalia esttica bombardendote la cabeza,metindote ideas de cordura y disciplina. Ya haba pasado mucho tiem-po de eso. Pero pareca que seguamos en el mismo espacio.

    La profesora sigui hablando como si alguien le debiera algo, y antesdel recreo desalent a cualquiera que pretendiera encontrar en la carrerauna escuela de narradores o poetas. Se puso ms seria de lo que estaba, ymir a todos a los ojos, quizs buscando que sus palabras no fueran partedel aire sino que sean escuchadas como la primera y ms importante lec-cin que bamos a recibir; dijo con una voz firme y despiadada:

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    Ac no enseamos a escribir, se entiende? De entre ustedes alfinal de la carrera no va salir ningn Borges. Nosotros formamos do-centes. Repito: DOCENTES, no escritores. El que quiera aprender a

    escribir bien sus cositas que vaya a un taller o No s, pero ac no es sulugar si lo que quieren es saber cmo escribir una novela o un poemita.Qued claro esto que acabo de decir? Las manos apoyadas en la mesa,ligeramente inclinada hacia adelante y sus ojos como azotes cayendosobre nosotros. Todos respondimos que s como buenos alumnos. Perocreo que algunos se habrn sentido dolidos por escuchar esa noticia.

    Haba que aprobar el curso de ingreso para meterte en la carrera.Haca unos cuntos aos que no agarraba un libro de estudio, estabaoxidado. Eran tres semanas de clases de apoyo y despus el examen. Me

    compr el cuadernillo de fotocopias obligatorio que tena el material deestudio y actividades con las que bamos a trabajar hasta la evaluacin.Lo hoje un poco para ver los temas, y cuando vi oraciones para ana-lizar sintcticamente lo cerr, ya habra tiempo para comprender esosjeroglficos de la era escolar que nunca pude decodificar.

    En el recreo sub las escaleras para tener una mejor vista. Me gustabamirar a las personas, era una manera de aprender, tambin. Apoyadoen la baranda pretenda monitorear todo lo que ocurra en ese pequeohormiguero humano, hasta que escuch una voz pegndome de atrs:

    Cmo se enoj la vieja, no? me di vuelta. Era la chica que mehaba dejado de lado haca un rato noms. Esboc una sonrisa nervio-sa que me habr desfigurado el rostro dndome un semblante bien depelotudo.

    S, parece que s se acerc a mi lado. Se apoy tambin en la ba-randa y peg su codo al mo. Prendi un pucho.

    Hay que acostumbrarse porque la vamos a tener todo el curso.Qu garrn.S, un bajn. Cmo te llams?Sebastin. Vos?Sabrina. Te compraste el cuadernillo se lo pas. Lo mir un se-

    gundo y lo cerr Cunto sale? Le dije el precio Bueno, voy a com-prarlo as lo tengo sonri y se fue.

    Un nombre no deja de ser una puerta, una posibilidad. Ahora te-namos un conocimiento nfimo que compartamos. Sabamos algo delotro y podamos usarlo. Al menos eso crea. Cuando uno est solo mu-cho tiempo se come la croqueta con estas cosas. Un nombre, un codo

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    Vamos, dale sonaba como una orden. Yo no me acuerdo bienqu tena que hacer, un partido de ftbol o algo as, y recuerdo que ladesobedec y le contest que no, me esperan en casa o una cosa por el

    estilo.En serio no quers venir? y palme el asiento. Sonaba tentador,pero yo estaba ms emocionado por aquello que ahora no puedo recor-dar, me pareca algo ms interesante para hacer. Ante mi negativa laseo Griselda no insisti ms, cerr la puerta del auto, me salud conla mano y se fue.

    La primer semana fue un periodo de adaptacin y de ver si podaacercarme a Sabrina. Mi intento consista en no hacer absolutamentenada y esperar a que ella hiciera todo como para que terminemos sa-

    liendo. No era el mejor plan, pero no poda hacer otra cosa. Tena unmiedo atvico que no poda vencer. Razn y condena de mi soledad. Lavea llegar a Sabrina y yo me haca el desentendido en la puerta, espe-rndola. Y cuando ella llegaba me saludaba con un hola como el que ledaba a todos, al que yo le contestaba con cierta distancia para no poner-me en evidencia. La miraba alejarse, pareca que el suelo estaba hechode algodones o bajo sus pies hubiese una pasarela. Me quedaba un ratoms como para sostener mi actuacin unos minutos y luego ingresaba.

    La segunda semana ya me saludaba con un beso, como lo haca con

    todos. Ella era duea de una simpata amable, educada, medida. Ese eraun tema que me taladraba la nuca: me trataba igual que a cualquiera. Nos por qu esperaba algn tipo de trato especial, pero eso poda consi-derarse una evidencia. No significaba nada para ella. Hay pensamientosque tienen una violencia fsica que uno la siente y te deja con el nimobabeando en el piso. Julin me deca que otra vez haba cado en mi pro-pia realidad paralela. Pensamientos propios sin sentido y completamenteinfundados. Era un pozo en el que caa con mucha facilidad y me costabasalir. Terminando esa semana me enter, porque escuch que lo hablaronunos compaeros, que no tena novio. Era el tipo de noticia que conmo-va mi pequeo mundo hecho de migajas. Yo saba lo que tena que hacerentonces. Era fcil decirlo pero difcil de hacer.

    Cuando el curso estaba por terminar tuvimos la chance de hablarsin nadie alrededor. Segua sin novio, trabajaba atendiendo el local deropa del padre en Florencio Varela, lo que le daba horarios flexibles, yno estaba segura de la carrera que haba elegido.

    No te gusta?

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    nervioso como tirarse de un avin sin paracadas. Mejor no, mejor en-trar a ver lo ms rpido posible y que esto terminara o empezara deuna buena vez, me dije o pens o lo escribo ahora consciente de ese

    momento.Entr y fui hasta la pared donde estaban los resultados. Haba mu-cha gente mirando su nota. Casi todos estaban felices porque aparen-temente haban aprobado y pudieron entrar a la carrera. Me qued unpoco alejado a la espera de que la turba se alejara. Cuando se disper-saron me acerqu. Pas entre la gente, y vi la espalda de Sabrina en elcentro, la cabeza ligeramente levantada mirando su nota. Se dio vueltay me mir, nos encontramos. No quise preguntarle cmo le haba idoporque era evidente. La vi triste. Me salud, buscando ocultar con una

    sonrisa el mal trago que tuvo unos segundos antes y me dijo:Quers que te diga cmo te fue? De pronto pasaba que ya no me

    importaba nada de eso que nos rodeaba, el Profesorado, la carrera, laevaluacin, el pasado, nada. Quera que de su boca saliera ese nmeropero solo porque era ella y porque su voz me iba a llegar con una noticiaque nos importaba en la medida en que era un puente hacia otro lugar.

    Dale le dije.Aprobaste no poda dejar de mirar sus ojos. Eso era lo que real-

    mente me pona feliz. Esa mirada que nos pegamos y esa cercana de su

    cuerpo.En serio? todo era sorpresa a las seis de la tarde de un jueves.

    Igual no quera expresar mucha alegra delante suyo. Sabrina me queradecir la nota pero yo le dije que no haca falta, realmente no me impor-taba. Luego me enter que fue, de los que aprobaron, la nota ms baja.Ya est, lo logr, pens y no se lo dije porque me pareci de mal gusto.

    Fuimos juntos hasta la puerta sin decir una palabra. No saba quhaba estado pensando ella, pero yo maquinaba con que ya era hora deponerse las pilas y preguntarle si daba para salir o algo as. Esos pasos has-ta la puerta se hacan cortos y veloces y cuando me quise dar cuenta ya latena encima mo queriendo despedirse. Entonces fue todo muy precipi-tado, casi no pude ver lo que iba a decir, y le largu una pregunta sincera:

    Ya te vas?ella se sorprendi. Y me mir.S, tengo cosas que hacer.No quers ir a tomar algo?A festejar que no aprob? No saba qu contestarle. Pero saba

    que ella ya se haba dado cuenta de todo lo que pasaba. Mir hacia la

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    calle. Esper No, Seba, no te enojes, pero prefiero ir a mi casa. No mesiento muy bien.

    Con qu poco alcanza para hacer sentir mal a una persona. Me dio

    un beso y se fue. Antes se mand un nos vemos, ese cruel lugar comn.Pareca sentirse un poco mejor. No tena su telfono ni nada. Iba ser laltima vez que la vera.

    Decid no volver a mi casilla. Era una tarde hermosa, con un vien-to tan clido que daban ganas de callejear. Fui hasta un locutorio y lollam a Julin. Le dije que lo esperaba en la plaza Yapey para festejar.

    Tena sentimientos encontrados pujando por ganarme el nimo.Una buena y un palazo en la nuca. Pero luego me arrastr el pensamien-to de que las dos eran buenas. Vencer el temor y entrar al Profesorado.

    Cuando lo vi a Julin caminando con una sonrisa expectante haciael banco donde estaba sentado pens que solo tena buenas noticiaspara darle. Algo comenzaba a repuntar. Se sent y me pregunt ansioso:

    Qu vamos a festejar?

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    S e g u n D a p a r t e

    muLti

    Dut

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    A las siete de la maana, como todos los das, suena el despertadordel celular de Maira. Ella intenta abrir los ojos pero una fuerza de-moledora parece impedrselo. Sus prpados vuelven a caer. El sonido

    comienza a flamear con una monotona creciente. Escucha un gritoperezoso que proviene del otro lado de la puerta y le ordena que apagueese ruido. Esa orden tiene una contundencia mayor que la del desper-tador. Abre los ojos, esta vez completamente. Se queda un segundo re-moloneando sobre el colchn, desperezndose, bostezando, estirandolos brazos. El despertador contina martillando el silencio y comienzaa inundar todos los espacios del departamento. Vuelven a exigirle conun golpe en la puerta que apague esa mierda.

    El celular est lejos de ella. Es una manera que tiene Maira para

    obligarse a despegar, despabilarse, arrancar el da. Pero ahora tiene unamotivacin ms urgente. Su cama est un poco lejos del suelo. En unacama cucheta, ella duerme en la de arriba. Se incorpora. Haciendo fuer-za con sus brazos toma impulso y ese sonido seco que se escucha sonsus pies golpeando la cermica. Apaga el celular. Mira la hora. Son lassiete y dos minutos.

    Dale, levantate, le dice a su hermano menor que todava duerme enla cama de abajo. Como no reacciona lo zamarrea un poco. Se despierta

    I

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    y le dice par, ya est. Ella se va a vestir entonces Federico sabe lo quetiene que hacer: darse vuelta y mirar la pared. Escucha el susurro queemite la ropa cuando le acaricia la piel a Maira. Se calienta. Cuando

    termina, sale. Entonces Federico se sabe solo, con la mente llena deimgenes y, como todas las maanas, se masturba.Despus se limpia con la sbana y vence las ganas de quedarse un

    rato ms acariciando la almohada y se pasa las manos por el pelo comopara correr del todo ese velo onrico que lo cubre y lo tira para abajo.

    Maira va al bao. En el camino hay tres jvenes que duermen des-patarrados, dos en el piso y uno en el sof. Entra y traba la puerta. Semoja la cara, se lava los dientes y busca desodorante pero no lo encuen-tra. Sale y busca a Federico para que se apure. Lo ve mirando fascinado

    las armas que estn sobre la mesa. Dale, apurate que se nos hace tarde,le dice ella y le pega en la nuca. l se da vuelta desencajado, enfurecidoy ella inmutable se aproxima hasta tenerlo bien cerca y le dice:

    Vos vas a estudiar, gil. Sabs?Antes de salir, Maira le pregunta a Federico:Saludaste a mam?No, no quera despertarla a ella ni a los otros. Despus me ca-

    gan a pedo.Bajan las escaleras y se disponen a caminar las treinta cuadras hasta

    el colegio.*

    Andrea vuelca el mate sin querer. Su hija la mira y se re. Andrealimpia el lquido que ensucia el mantel nuevo, escurre el trapo en lapileta de la mesada y le da un cachetazo a Natalia. Natalia se acaricia elrostro. Al tacto lo siente tibio, aguanta el llanto. Se levanta para buscarsu mochila e ir para el colegio. Antes de salir su madre la llama:

    Tom, nena. Te olvids el boletn. Lo tiene en la mano. Cuan-

    do Natalia lo agarra, Andrea no lo suelta Escuchame, pibita, nuevematerias bajas tens Le aburre escuchar los sermones de la madre,que este ltimo tiempo, desde que su novio la dej, se multiplicarony se hicieron ms extensos. Busca en la pared esa foto del padre que lacalma en momentos como este. Se acuerda de cmo la defenda y sindarse cuenta una sonrisa le alegra la cara. Pero inmediatamente se laborran de un sopapo:

    De qu te res, me quers decir? Natalia se refugia en el piso.

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    Ah, no me vas a hablar. Est bien, olvidate lo del sbado, sabs? OL-VIDATE. Quin te cres? Se pregunta la hora, si tendr tiempo parafumarse un cigarrillo antes de entrar. Raj, dale. Tomatel.

    Natalia sale para el colegio con la certeza de que no le van a festejarsu cumpleaos nmero quince.No quiere ir. Tampoco quedarse. Su mam le deja el desayuno en

    la mesa y se va a trabajar. Recin volver a verla cuando caiga la noche.Mariela mira el vaso con chocolatada caliente y las vainillas que parecenmaniques amputados en el plato y escucha a su padre en la habitacinapretando el teclado. Hace meses que est sin trabajo. Ni bien se quedasolo agarra la computadora y no la suelta. Se pasa el da viendo pginaspornogrficas, de gente cojiendo, dice Mariela, y no le presta atencin

    a nadie. Ella lo espi y vio cmo se masturba frente al monitor. Desdehace un tiempo que lo ve como un extrao y un intil, palabra quesu madre usa para insultarlo cuando pelean. Ya no lo quiere ni esperanada de l. Le echa la culpa por dejar el colegio privado para cambiarsea esa escuela horrible a la que van todos los chicos del barrio, esos alos que ella nunca quiso acercarse. Ahora se vea acorralada por esosrostros que antes evitaba.

    Ya no la llama nadie ni van a visitarla. Ni siquiera las que decanser sus mejores amigas. Reflexiona un poco sobre eso y reconoce que

    en realidad era ella la que siempre iba a visitarlas por que vivan en unbarrio mucho ms lindo que el suyo. Quisiera hablar con alguien de esopero no tiene a nadie. Tambin quiere contar lo mal que la pasa en elnuevo colegio. No se lleva con ninguno de sus compaeros. Y todos sonmuy diferentes a los que tena antes. Para empezar no visten uniformes,sino guardapolvos blancos, y los pocos que lo usan lo llevan sucio. Ypiensa en cmo hablan. Esas palabras que no comprende del todo, peroel tono en el que las pronuncian es agresivo. No tiene con quien des-cargar esa decepcin acumulada que le borra la sonrisa. A veces pasandas sin que su boca emita un sonido. Nadie lo nota. Sin embargo, losvarones s le hablan, no paran de hacerle preguntas y contarle cosas queno le interesan. Hace dos das, uno al que dicen Pera, le mand un pa-pelito que deca: ayer so con vos, so que vos eras rbol y yo vientoy te mova, te mova, te mova. Primero le caus gracia y despus males-tar. Ni siquiera saba quin era. Era de otro curso, de noveno, y cuandose lo sealaron en un recreo no le gust ni un poquito. Es morocho,como casi todos. Esa piel le provoca rechazo. Por esa cartita ahora las

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    puntaje, de mayor a menor. El tiempo corre y todos se inquietan por latardanza de algunas. Se escuchan murmullos pero nadie dice nada envoz alta. Avisan que se tomaron todos los cursos de Media y Polimo-

    dal y la mitad se va.Hay alguien del listado oficial? preguntan sin ganas y nadie res-ponde. Del listado A infine?, del 180 B? y entonces todos levantanla mano. Entre ellos Sebastin. La mujer pregunta el puntaje y le tocaa Sebastin porque tiene el ms alto. Le piden el documento y queelija entre los tres cursos que quedaron. Todos sptimos. Cul me con-viene?, piensa. No sabe dnde quedan las escuelas. Pregunta y nadieparece saber. No compr el listado de los colegios con sus direccionesy telfonos. Siente que ahora no da para pedrselo a los que estn ah.

    Gente de mierda, piensa. Los horarios se superponen, as que no pue-de tomar ms de un curso. Pregunta de vuelta si saben aunque sea unazona de referencia como para orientarse, pero no le contestan. Siguemirando los nmeros de los colegios y escucha:

    Si no sabs cul tomar, dej lugar a los dems, que s saben.Esas palabras lo ponen incmodo. Entonces toma cualquiera.En una oficina le dan la designacin que deber presentar en el

    colegio:Llam antes de ir, as saben que ests yendo le avisan. Pide el

    telfono y sale sabiendo que llega tarde a su primer da en esa escuela.Suena el timbre de cambio de hora. El profesor de Sociales deja

    el saln sin despedirse. No tuvo una buena clase. Todos guardan sustiles. Una alegra se desprende de manera generalizada entre los alum-nos, se sienten livianos. Se preparan para salir, mientras en el nicotelfono de la escuela, que lo utilizan tanto la primaria como la se-cundaria, reciben un llamado del suplente de Lengua que est yendopara all. La preceptora recibe el mensaje y va al aula para avisarles alos chicos que hoy no salen temprano. Los gritos de todos no la dejanseguir hablando. Espera a que se calmen un poco pero el descontentono cesa. Maira los hace callar con una par de gritos. Pide que escuchena la preceptora. Les dice:

    Hoy van a tener Lengua.Vuelve la vieja? pregunta Maira.No, es un suplente.Y quin es? pregunta alguien desde el fondoNo tengo idea.

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    *

    Fito sale de la comisara con su madre. Tiene pequeos crculosvioletas en la cara. Sonre y se alegra de tenerla al lado porque es incon-

    dicional. Chicha le mira esos moretones y dice:Ratis putos.Caminan a la parada del colectivo. Se cruzan con un kiosco y Fito

    pide un alfajor. Chicha le dice que no tiene plata, y aclara:No pidas, en un rato llegamos a casa y coms algo. Una vez arriba

    del colectivo Fito pregunta la hora. Chicha se fija el celular:Son casi las once. Tens algo que hacer?Quera ir a ver a alguien.A quin? Por qu no te queds en casa hoy, eh? Ya vas a volver a

    la calle? Justo en mi francoVos no aprends ms, eh.Es un toque noms, vieja dice mientras mira por la ventana una

    casa de la que le hablaron hace unos das, en una esquina. No le gustacontarle sus cosas. Se las guarda para cuidarla de cualquier molestia.Chicha sabe que su hijo tiene una nocin del tiempo diferente a lade ella. Un rato pueden ser unos minutos o das enteros. Depende demuchos factores, ms relacionados con el azar que con una decisinplanificada.

    *

    Sebastin toma el 266 con el cartel que dice Barrio Maribel en laestacin de Burzaco. Es el nico que lo deja cerca de la escuela. Precisa-mente en la esquina. Mientras avanza por la avenida Monteverde mirael anotador donde tiene toda la informacin de cmo llegar. El colec-tivo dobla por una calle desconocida. Sin embargo, sabe que est cercade la estacin de Claypole y los monoblocks de Don Orione. No sabeexactamente dnde, pero s que estn en los alrededores. Se pregunta siya se meti al Barrio Maribel. Quin habr sido esa mujer?, le viene laduda de pronto, qu hizo para merecer ese reconocimiento? Y dndequed su apellido?

    Le pidi al chofer que le avise cundo bajar, por eso est sentado de-trs de l. Observa los puntos de referencia para aprenderse el recorrido.Nota que la nica calle de asfalto es la que pisan las ruedas del colectivo.

    Mira las casas del barrio. A medida que pasan las cuadras adviertelo diferentes que son unas de otras. Algunas con paredes de material,otras se mantienen en pie con paredes de madera y resisten el cielo con

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    techos de cartn, y las menos ostentan lozas slidas. Es parecido al ba-rrio en el que haba vivido un tiempo en una casilla al fondo de la casade un amigo.

    El colectivo para en una esquina:La escuela est all seala el chofer. Sebastin agradece y baja.Camina apurado porque sabe que llega muy tarde. Entra, se presentacomo un suplente que va tomar un cargo y el portero dice que la Direc-cin est al final del pasillo. Llega y ve que no hay nadie. Al rato apareceuna mujer que le pregunta si es el suplente de Lengua. Responde ques. La mujer respira aliviada:

    Los chicos estn imbancables, te esperan hace un montn escu-cha Sebastin y le parece un reto.

    S, pasa que recin tom las horas y vine lo ms rpido que pudedice y ella avanza sin mirarlo. Llegan a un saln y la mujer le indicaque ese es el curso. Se escuchan gritos desde afuera. Cuando Sebastinentra, la puerta se cierra.

    Se queda parado esperando que aparezca el silencio. Se siente mo-lesto porque casi nadie percibe su presencia. Algunos lo miran curio-sos, pero la mayora contina mostrndole total indiferencia.

    Es evidente que su cuerpo no logra llamar la atencin. Intenta dejarde ser un fantasma alzando la voz para pedir silencio. No pasa nada.Lo intenta otra vez pero eleva un poco ms el tono y capta la mirada deunos cuantos. Entonces sigue esa estrategia, que su garganta haga notarsu existencia:

    PUEDEN CALLARSE DE UNA BUENA VEZ!Y lo sorprenden dos cosas; es la primera vez en su vida que pega un

    grito, y que todos lo estn mirando.Haba logrado llamar su atencin.No se escucha ms que el sonido que hacen los chicos cuando se

    callan. Sebastin siente que acaba de dar un primer paso. Sigue su in-tuicin frente a un grupo no muy numeroso, los cuenta y son veinte.Los observa con una expresin inflexible.

    Todos los varones tienen la gorra puesta bien cerca de los ojos comoqueriendo ocultar el rostro. Les pide que se las saquen, los pibes cum-plen tomndose su tiempo. Y dice, imponiendo una regla, que dentrodel aula sin gorras ni capuchas.

    Ahora puedo empezar la clase?

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    Nadie le responde. Logra vaciarlos de palabras y mantenerlos en susasientos. Mira a las chicas que estn sentadas en el fondo y murmuranalgo entre ellas. Siente que debe demostrar que es riguroso:

    Qu pasa en el fondo? encara.Nada le responde desafiante una chica que parece ms grandeque los dems.Por?Le sostiene la mirada.

    Esa no era la reaccin que esperaba.Cmo te llamas?Maira, con i latina aclara. Sebastin saca un cuaderno y anota ese

    nombre y lo subraya con dos lneas. Maira levanta el hombro. Algunoscompaeros se dan vuelta para mirarla y al ver su reaccin sonren. En-tonces Sebastin decide que lo mejor es arrancar la clase.

    Dice su nombre y apellido. Quiere escribirlo en el pizarrn perono hay tiza. Manda a la alumna ms cercana a buscar. Rpido, le avisa.Vuelve con las manos vacas:

    Dice la Prece que no hay ms.Bueno, no importa. Quiero conocerlos un poconi bien lo dice

    le suena absurdo, pero sigue adelante y que cada uno me diga sunombre, edad y la nota del primer y segundo trimestre. Y les pido quemientras alguien habla los dems escuchen. As vamos trabajando unpoco la oralidad y Eso.

    Le parece que pierde el hilo de lo que explica y espera que no se note.Los chicos dicen sus nombres y edades de mala gana. Hay muchos

    repetidores y a nadie le gusta la materia. Se lo dicen porque l los alien-ta. l quiere que se expresen con sinceridad y eso le sirve para armar lasclases, pero ellos ven una posibilidad de venganza, de revancha. Cadavez que alguien dice odio Lengua todos ren, son un volcn haciendoerupcin. Es como si fuera un momento largamente deseado.

    Mira el saln mientras camina entre las sillas y las mesas paraestar cerca de los que hablan. Las paredes estn sucias y escritas conputeadas de diversos trazos y colores, igual que las mesas. Tambinve dibujados por todos lados miembros masculinos, de todas lasformas y tamaos. Cmo les gustan las vergas a los pibes, piensaSebastin. Y se acuerda que de chico tena un cuaderno Gloria enel que solo dibujaba penes. Hojas y hojas en los que se esmerabapara hacerlos perfectos, reales. Despus vino la fascinacin con lospechos y las colas de mujeres que copiaba una y otra vez de la revistaGente, que su madre compraba cada semana. Una vez que las copia-

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    ba se masturbaba mirando la foto y le gustaba acabar sobre el dibujopara no arruinar la revista.

    De las dos ventanas que hay, solo una tiene vidrio. Con los ltimos

    coletazos del invierno todava hacindose sentir, Sebastin piensa debehacer un fro de cagarse a la maana. Luego ve la estufa. No anda desdehace diez das, le cuentan.

    Le toca hablar a Maira:Mi nombre ya te lo dije a Sebastin le sorprende el tuteo,y no

    me cabe la materia.No te gusta?S, no me cabe nada.Cmo te fue en los trimestres anteriores?

    Para atrs. No aprob ninguno.Cuntos aos tens?Quince le dice. Sebastin se haba dado cuenta, por el fsico, que

    era ms grande que sus compaeras.La ltima es una nia que se sienta sola. Cuando est por hablar la

    compaera de Maira grita:Esa no es de ac!Cmo era tu nombre? pregunta Sebastin.Natalia.

    Escuchame Natalia, vos ya hablaste, la pods dejar a ella ahora? lepregunta y Natalia no contesta, ni siquiera lo mira, le dice algo a Maira.

    Mariela es delicada, diferente a sus compaeras:Me llamo Mariela, tengo doce aos y me gusta la materia.Mirala a esta...! Qu te hacs, cheta! salta de nuevo Natalia.Qu te pasa, nena? pregunta Sebastin.Si est mintiendo.Por qu decs eso?Si se re hace es re chupamedias y tiene un hambre responde y se

    muerde el labio in