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1 LOS FANTASMAS DE TARRAGONA por Michael Riche-Villmont Autor Michael Riche-Villmont. Copyright© 2015. Copyright© 2015. Todos los derechos registrados y protegidos pertenecen al autor. LULU/ISBN #: 978-1-329-86177-0 Smashwords ISBN 9781310968372 Amazon ASIN: B01B6CD98A www.michaelvillmont.eu Agradecimientos a mi esposa Cornelia, por el apoyo que me ha dado para escribir este libro, y a Brice por las alegrías que nos ha traído.

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LOS FANTASMAS DE TARRAGONA

por Michael Riche-Villmont

Autor Michael Riche-Villmont. Copyright© 2015. Copyright© 2015. Todos los derechos registrados y

protegidos pertenecen al autor.

LULU/ISBN #: 978-1-329-86177-0 Smashwords ISBN 9781310968372 Amazon ASIN: B01B6CD98A www.michaelvillmont.eu

Agradecimientos a mi esposa Cornelia, por el apoyo que me ha dado para escribir este libro, y a Brice por las alegrías que nos ha traído.

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INDICE Capítulo1. La fiesta de Saint Jordi en Tarragona…….......... 4 Capítulo 2. El dominio Vetéro…………………………………24 Capítulo 3. Provincia Almería, año 1147.……………………76 Capítulo 4. La conquista de la fortaleza Tortosa, noviembre 1148……………………………………..129 Capítulo 5. Los fantasmas de Tarragona, año 1150…....…164 Capítulo 6. El tesoro de Tortosa……………………………….205 Epílogo……………………………………………………………244 Capitulo 2. El dominio Vetero La primavera del año 1129, Provincia Tarragona El dominio del Castillo Vetero se extendía en la cuesta del Este de las Montañas de Prades, cuesta suave, cubierta en varios lugares de bosque denso, propicio a la cazeria. Superficies de terreno pedregoso, estéril, alternaban con claros cubiertos con hierba recia, gruesa, buena para los animales de las manadas del señor. Las superficies propicies para agricultura eran también, bastante extensas, así que el verde claro de la cebada y de la avena, crecido bastante bien, encantaba no solamente la mirada del dueño del dominio, sino también la de los viajeros. Pero, el orgullo del señor eran las plantaciones con olivos, extendidos sobre cientos de hectáreas. Según él mismo decía, pero también muchos de sus vecinos, de sus plantaciones se cosechaban las mejores aceitunas y, luego, se obtenía el mejor aceite, buscado también por los nobles de Barcelona. Comenzando desde el castillo del señor, levantado sobre la cumbre de la colina de una de las cuestas suaves de las montañas , el camino, cubierto con piedra quebrada, bajaba en caminos serpenteados casi una legua, luego en línea recta hasta un valle amplio . Desde allá, seguía el curso del rio hacia Sureste y subía despacio una vez más la colina hasta la pequeña población de Reus. La población había sido fundada según dicen los señores del lugar, aun desde los tiempos de antes del nacimiento de Jesus, por romanos, precisamente en la encrucijada de los caminos principales. El

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dominio Vetero no pertenecía de Reus y, cualquier feudo, guardaba su autonomía.Tenia solamente unas superficies de terreno arable, que pertenecían a la antigua población de Reus. Hasta llegar en el valle, gran parte el camino colindaba con el bosque, luego con los claros con cuesta suave, sobre cuales se veían a lo lejos, cumbres montañosas, revestidas. Aunque te hubieras apresurado, no podrías pasar sin observar la belleza de los lugares, la calma absoluta, completados con el olor inconfundible del bosque. Las flores multicolores que cubrían los claros, extendidas desde el margen del camino hacia el valle, se veían como unos lugares del paraíso, tal como mucha gente se imaginaba que se veía el lugar divino. Los dueños del dominio Vetéro, pero también dueños de unas superficies de Reus, eran Don Rodrigo y Doña Isolda, su esposa. El papá de Don Rodrigo, noble, caballero hidalgo, ha recibido el dominio como donación del Don Ramón Berenguer II, conde de Barcelona, jefe del comité de la provincia y de las comarcas llamadas Catalonis. La donación había sido hecha como agradecimiento por la valentía de Don José Rodrigo y de sus soldados en las batallas llevadas contra los conquistadores moros. Esas batallas han tenido como resultado la recuperación de una parte de los territorios del Sur de la provincia Catalonis, por la satisfacción del conde. Don José Rodrigo ha aceptado la donación y ha prometido que participará activamente a la defensa de la frontera de Sur de la provincia, frontera que se encontraba a solamente quince leguas de su dominio. Después de la muerte heroica de su papá, Don Rodrigo hijo ha continuado poseer y gobernar el dominio. De casi medio año, al castillo también vivían el hijo del señor, Don Eduardo de Vetero, junto con su prometida, Doña Silvia de Gadára. Hace tiempo atrás, Don Eduardo ha luchado en el reino de Aragón, como mensajero del conde de Barcelona. En los pocos años desde que poseía el dominio Vetéro, Don Rodrigo ha logrado poblar los tres lugares que se encontraban sobre el dominio, Vetéro, Reus y Salbria, trayendo campesinos del Norte de la Península Ibérica. Ha traído de nuevo, con buenas promesas también una parte de los habitantes que se habían refugiado de la zona por miedo a los moros. Por medio de la repoblación del dominio y pagando bien los trabajadores, a algunos haciéndolos propietarios, el señor ha logrado desarrollar el dominio y traer bienestar a todos los habitantes. El ejemplo del señor ha sido seguido también por otros nobles del lugar, de esta manera que en toda la zona han empezado verse los signos del bienestar. Con todos los peligros que existían debido a unas incursiones hechas por los moros del Sur, los comerciantes han empezado ellos también circular por los caminos de la región, trayendo mercancías del Norte, de Provenza y llevando hacia estas zonas productos agrícolas de la provincia Tarragona. De esta manera se han remediado muchos de los caminos de la provincia, la vida de los habitantes desarrollándose casi normalmente, aunque todos eran adiestrados para la defensa en cualquier momento. Poco antes del mediodía de un día de abril, del año 1129, en el camino que bajaba la cuesta de la montaña, desde el castillo Vetero, iba un grupo numeroso de jinetes, caballeros y soldados, bien armados. Eran casi sesenta personas, al frente de los cuales se encontraban dos jóvenes. Uno de ellos, apenas salido de la infancia, tenia como dieciséis años, era de estatura media, con un cuerpo de atleta y su cara ovalada ponía en relieve la nariz aguileña, de romano. El cabello castaño, abundante, lo tenía corto hasta los hombros. Llevaban ropa cómoda, pantalón marrón de lana, pegado en la pierna y botas de piel de cabra, una camisa blanca, sobre cual tenían camisola de piel de búfalo. Como armas, tenia solamente la espada y el escudo. Era el joven vizconde Ramón Berenguer de Barcelona, hijo del conde Ramón III, el líder del condado de Barcelona y de algunas más provincias, llamadas Catalonis. El otro joven, un poco más grande que el vizconde, tenía unos veinte años. También él de estatura media, corpulento, con el cabello negro corto. La barba bien rasurada dejaba a la vista la cara casi ovalada, con la tez aceitunada .El bigote abundante le daba un aspecto decidido, duro, pero los ojos azules desmentían la dureza de la cara, mostrando un temperamento alegre, sociable. Éste era Don Eduardo de Vetero, hijo del señor Don Rodrigo. También él estaba vestido cómodo. La

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comodidad de las prendas de los dos jóvenes contrastaba con la ropa de los soldados acompañantes, bien armados, listos como para la lucha. Desde la salida del castillo, los jóvenes han hablado de varias cosas, de tal forma que el tiempo pasaba muy rápido. El camino bajaba hacia un valle ancho, y luego como una legua encajaba derecho y comenzaba subir hacia la población de Reus. El campo abierto hizo a los soldados caminar más relajados, cualquier acercamiento de algunos destacamentos de moros hubiera sido notado con tiempo. - Don Eduardo, se sigue viendo, en el semblante de Su Señoría, que es usted un hombre feliz, le dijo el vizconde Ramón, mirándolo alegre, sonriente. Me alegro que me haya invitado estar al lado de Su Señoría y de Doña Silvia, al lado de la honrada familia, en estos momentos felices. -Don Ramón, no olvide usted que gracias a Su Señoría le debo la felicidad de conocer a Silvia de Gadára. Por lo consiguiente, era natural que Su Señoría sea nuestro testigo de honor, el padrino ¿verdad? - Tienes razón, pero tampoco Su Señoría no olvide que haya prometido que bautizaré el primer hijo que tendrá. - ¿Dios mío, como poder olvidar semejante cosa, Don Ramón? Con una semana atrás, al Castillo Vetéro del dominio, se ha celebrado el casamiento de Don Eduardo de Vetéro con la joven y la hermosa Silvia de Gadára, padrino siendo el hijo del conde de Barcelona, Don Ramón. El dichoso acontecimiento ha sido honrado con la presencia de muchos de los nobles del lugar, pero también de algunos de la Corte del Rey de Aragón, Ramiro. Otros han venido de la Corte de Barcelona, acompañando a Don Ramón. La fiesta duró una semana entera, por la alegría de los participantes, pero también de los súbditos del dominio, cuales han tenido su fiesta. Se han organizado mesas amplias también para los habitantes, dependientes o campesinos libres, el señor mostrando de esta forma que toda su preocupación era para todos los que vivían y trabajaban sobre su dominio. Para entretener a los nobles han sido traídos artistas de circo y menestrales de Barcelona, de Pirineos, y aun de Provenza. Ha organizado también un torneo, y a los habitantes, dos compañías de circo han tenido espectáculos cada día. La historia de amor entre Don Eduardo y Doña Silvia ha comenzado hace más de un año atrás. El Rey Alfonso de Castilla y León estaba en conflicto, por razones territoriales, con el reino de Aragón y Pamplona, gobernado por Alfonso I. Encontrándose en una situación militar difícil, el Rey Alfonso I de Aragón ha pedido ayuda al conde Ramón Berenguer III de Barcelona, gobernador de las provincias Barcelona, Girona, Ausona, Besalú y Cerdanya. Éste ha aceptado apoyar a su vecino con varios destacamentos de caballeros, dirigidos por el vizconde Ramón, para luchar contra el ejército de Alfonso de Castilla. Del Sur de Cataluña, como eran denominadas, aun desde ese tiempo, estas provincias, han venido un poco más de cien caballeros y soldados experimentados, reunidos en la fortaleza Tarragona, por Don Eduardo de Vetero. La campaña ha durado casi seis meses y se ha acabado a consecuencia de una batalla sangrienta que ha tenido lugar cerca de la población Estella, al Sur de Pamplona. En esa batalla, han sido heridos Don Eduardo, bastante gravemente, pero también Don Ramón, el vizconde de Barcelona. Han sido lastimados también otros soldados que debían de ser atendidos. En el camino de regreso, tuvieron que detenerse al castillo Gadára, cerca de Zaragoza. El estado de salud del joven Eduardo se empeoraba cada vez más y su vida corría peligro, así que han pedido ayuda al señor, Don Oreíro de Gadára. Le han suplicado al señor, de la manera más atenta que han podido, para hospedarlo hasta que pueda continuar su camino, hacia su dominio. El castillo Gadára era levantado sobre la cumbre de una colina bastante grande, rodeada por las aguas de un rio de la montaña, tumultuoso, cual nunca secaba. Alrededor de la colina, con cuestas algo más abruptas, se extendía a lo lejos, una depresión que lindaba con colinas con cuestas suaves, cubiertas con bosque y arboles frutales. La depresión era una llanura fértil, bañada por las aguas del rio Gadára, cual se extendía sobre más de cinco leguas. Aunque tenía tierras amplias, el dominio no parecía muy abundante. Todo ello, porque muchos de los habitantes de la zona habían huido de los

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caminos de los ejércitos musulmanes, y los pocos campesinos que se habían quedado juntos al señor y su familia, no podían trabajar la tierra de toda la llanura. Don Oreíro, de unos cuarenta y cinco años de edad, alto por encima de la ltura media, moreno, sólido, era un serrano cruel, con un temperamento duro, con un temple escondido, desconfiado, debido a la vida dura que la ha tenido desde niño. Los pequeños nobles, han trabajado duramente el dominio, defendiéndolo contra los musulmanes, como también contra los grupos de mercenarios que recorrían la provincia. Su temperamento prudente lo ha ayudado escapar de muchas situaciones peligrosas y que defienda a su familia como el más preciado bien. La señora Vanessa de Gadára, su esposa, tenía como treinta y cinco, treinta y ocho años de edad, era de estatura media, delgada y tenía un temperamento abierto, que contrastaba con el temperamento de su esposo. Cara ovalada, clara, ojos negros y el cabello del color de la espiga de la cebada, mostraban la belleza y la nobleza de la señora del castillo. Tanto el señor, como también la señora, llevaban ropa sencilla, como cualquier serrano, y quien no los conocía, podría fácilmente confundirlos con simples trabajadores del dominio. Esto le ha pasado también a Don Ramón, quien encontró a Don Oreíro en la puerta del castillo. Viendo el grupo de soldados que se acercaba al castillo, Don Oreíro reunió sus soldados y los súbditos del castillo, armados y les ha ordenado ocuparse cada uno sus lugares, sobre los muros y en la puerta. Se preparaban para defenderse de los posibles enemigos que se acercaban a ellos. Cuando Don Ramón se ha acercado solo a la puerta del castillo, Don Oreíro le a salido al encuentro, aterrador, listo para correr al huésped inesperado. Con toda la diplomacia y la cortesía de cual era capaz, Don Ramón se ha presentado frente al señor, le ha dicho quienes eran sus acompañantes y le ha descrito la situación en cual se encontraban. Apenas se convenció con sus propios ojos, Don Oreíro les permitió pasar el puente y entrar a la corte, luego ordenó que los heridos sean traídos en una de las salas del castillo. Una vez acostados los heridos en las camas, ha venido también el doctor del castillo, quien les ha limpiado las heridas y se las ha vendado con pedazos de tela limpia. Según su opinión, todos los heridos podían irse a sus tierras, salvo al joven caballero, herido gravemente y cual no podía ser transportado. Éste había sido herido al pecho y parecía que la llaga se le había infectado. Tenía escasos momentos cuando abría los ojos, en la mayoría del tiempo estaba sin conciencia. Desde el primer día desde que había sido traído el herido, la señora Gadára se ha interesado sobre el herido y sobre el estado en cual se encontraba, encargándose de atenderlo. Y no era la única cual mostraba su bondad hacia el caballero que estaba sufriendo. Su hija, Silvia, la acompañaba cada vez y se quedaba a un costado de la cama del joven herido. Silvia de Gadára tenía dieciocho años y era idéntica a su mamá, tanto al temperamento como también al semblante. De estatura media, delgada, tenía el temperamento abierto como su mamá y estaba lista en cualquier momento a ayudar a los que se encontraban en pena. Silvia le ayudaba cada vez al doctor a cambiar las vendas del herido y le secaba la cara sudada, susurrándole palabras de ánimo. Después de casi una semana, parecía que el doctor había salido vencedor en la lucha con la enfermedad del joven herido, para la felicidad de los señores del castillo. Pero, verdaderamente feliz era Silvia, quien no ha escondido este sentimiento que tenia. El herido, Don Eduardo, en el momento en que ha empezado volverse en si y ha abierto los ojos, la primera cosa que ha visto, ha sido la cara de un ángel. “Dios mío, ¿será que estoy soñado? ¿Han bajado los ángeles a la tierra para mí? ¿Dónde me encuentro?” Con la voz baja, apenas perceptible, puso esa pregunta:” ¿Dónde me encuentro?” El doctor le ha explicado donde se encontraba y como había llegado al castillo Gadára. Le ha descrito el estado en cual se encontraba y la perspectiva de quedarse al castillo por lo menos unas tres semanas más. Con el tiempo, las tres semanas se hicieron tres meses, Doña Silvia no teniendo el valor de dejar al herido irse. Estaba en peligro, según decía ella, de que se le reabrieran las llagas. Después de las primeras dos semanas, Don Oreíro ha empezado sospechar lo que para su esposa era evidentemente: los dos jóvenes se habían enamorado uno del otro, su hija teniendo casi

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siempre la iniciativa. Los paseos cortos alrededor del castillo, después cada vez más largos, no dejaban ningún rastro de duda con respeto a los sentimientos de los jóvenes. En este tiempo, han venido, extremadamente intranquilos, Don Rodrigo y Doña Isolda de Vetero, quienes han quedado en Gadára casi un mes. La primera parte de la novela de amor entre Don Eduardo y Doña Silvia se ha concluido después de un año, cuando los dos se han casado en el castillo Vetéro. Como regalo de boda, Don Eduardo ha recibido también el titulo de Señor de Gadára. Esto ha sido el dichoso evento a cual han participado muchos de los nobles de la zona, pero también los nobles que habían venido desde lejos, entre los cuales también el vizconde Ramón de Barcelona. Han sido, como se ha dicho, también nobles de la corte del Rey de Aragón, nobles que han venido también con otro pensamiento, otro que el de festejar el dichoso evento. Querían conocer mejor a Don Ramón, cosa no revelada a los forasteros del reino. No revelada ha quedado también la razón por cual querían conocerlo. No sabiendo que estaba perseguido, Don Ramón se ha comportado tal como acostumbraba, abierto, benévolo con toda la gente, pero también con su dignidad nativa. Con una o dos excepciones, cuando el vino bueno del señor de Vetero, vino de Reus, hizo a los jóvenes demasiado alegres. - Don Eduardo, ni se como ha pasado tan rápido toda la semana. Te agradezco por esta hermosa semana, pero también por la amistad de Su Señoría, de cual me siento honrado. Luego, sin dejarle tiempo de contestar a sus amables palabras, ha agregado: ahora, vamos a pensar en los deberes del condado, que de otra manera no se puede. - Así es, Don Ramón, le ha contestado el joven Eduardo, mirando el olivar, que se extendía comenzando con la margen del camino, sobre las cuestas de la colina. Para él, los deberes del condado eran los deberes del dominio paternal. Era la preocupación por su familia, por el señor, por los habitantes, a quienes tenía que defender contra los moros. También era la preocupación por laborar la tierra y obtener los productos tan necesarios para la vida de todos los habitantes.De los productos que obtenían de las tierras del dominio, pagaban la contribución debida al condado, necesaria para la manutención del ejército. Y sin esta contribución, de parte de ellos y de parte de otros nobles, el condado e implícitamente sus dominios, no existirían. - Me alegran estos pensamientos de Su Señoría, Don Eduardo, le dijo Don Ramón, después de que lo ha escuchado atentamente. Si Dios me ayudará ser, algún día, conde de Barcelona, quisiera que me ayudara a la gobernación de la provincia. Muchos caballeros valientes tiene nuestra nación, pero yo quiero aconsejadores sabios, quienes me ayuden con sus consejos. - Me honran estas palabras, pero no las merezco. Estos pensamientos no son míos, los he tomado de Don Rodrigo, mi padre. Los he encontrado muchas veces en las palabras de Don Oreíro, lo que significa que la nación tiene bastantes hombres sabios, como dice Su Señoría.

– ¿No quiere que vayamos mas rápido, Don Ramón? Nos esperan en Tarragona, cambió de tema Eduardo. - Está bien, vámonos más rápido, le contestó Don Ramón, dando espuelazos al caballo. El dominio de Tarragona, una verdadera provincia cual se extendía hacia el Oeste hasta más allá de los límites del dominio Vetéro, tenía un estado especial, autónomo, en el Este de la Península Ibérica. La provincia abarcaba Tarragona y varias otras localidades más pequeñas, feudos con las tierras aferentes. La autonomía de la región se debía al privilegio de ser una provincia eclesiástica, perteneciendo al arzobispado de Tarragona. Era una provincia monacal, propiedad de la Iglesia, cual también la administraba.

En esos principios del año 1129, el Monseñor Oleguer, arzobispo de Tarragona, con la aprobación del cónclave, ha dado la provincia en la administración del noble normando Roberto. Éste era un valiente caballero, que ha luchado también en el ejército del reino de Aragón, aliado de Cataluña. El noble Roberto ha jurado sumisión a la Iglesia, para él y sus sucesores, obligándose a repoblar la provincia, traer el bienestar a los habitantes y también a defenderla contra los musulmanes del Sur. Sus intenciones han sido elogiadas, y el arzobispo las ha creído.

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En ese día de la mitad del mes de marzo, los dos jóvenes, quienes se habían ido del castillo Vetéro, se apresuraban para llegar a Tarragona para participar a la festividad del otorgamiento del titulo de Príncipe de Tarragona, al noble Roberto. Era un placer para ellos a honrar con la presencia a Roberto, sobre todo que lo conocían desde hace unos años, precisamente habían luchado juntos en la ultima batalla. Después de esa festividad, Don Ramón se iba a Barcelona, y Don Eduardo, se regresaba al castillo. Y las cosas han pasado exactamente como han pensado ellos. La primavera del año 1130, Provincia Tarragona Después de un año desde el casamiento de los jóvenes Don Eduardo y Doña Silvia, nació Melissa, la criatura de su amor. Los habitantes del dominio de Vetero, pero también los de Reus han celebrado el evento con una alegría y fastuosidad que no se habían visto antes en la provincia. Los abuelos de Gadára han venido con una gran comitiva de su provincia. Pero, como les pareció que no era normal dejar sin invitar a los nobles cercanos del reino, han invitado también a los vecinos de Aragón quienes, durante días enteros, han venido al Castillo de Vetero. La gran sorpresa fue la llegada de cinco nobles del reino de Castilla y León, como señal de conciliación, después de las batallas de los años pasados. Todos eran españoles, y su enemigo común, el imperio moro, no podría desunirlos. Era el núcleo de la unidad peninsular. Desde luego, el padrino de bautizo, Don Ramón de Barcelona, él también había llegado al castillo, con unos dos días antes del bautizo, lo que alegró mucho a los generosos anfitriones. El bautizo de la pequeña Melissa se ha desarrollado en la presencia del Monseñor Arzobispo de Tarragona, Oleguer, lo que trajo más esplendor, pero también vivencia emocional del momento de la cristianización de la niña. Cuando el sacerdote de la iglesia terminó el breve discurso, en cual mostraba la significación del bautizo de la pequeña Melissa de Vetero y Gadára, se escuchó la voz de Don Rodrigo de Vetero: - Monseñor, Su Santidad, Honrados Nobles, Señores y Señoras, nuestra noble nieta se llamará de hoy en adelante, Melissa de Salou. Ella es la dueña del dominio de Salou que justo hoy lo he comprado a su nombre, del Arzobispado de Tarragona, con la benevolencia de su Santidad el Monseñor Oleguer y del Príncipe Roberto. Hicimos el anuncio, en la santa iglesia de Reus, conforme a la costumbre, que toda la provincia sea a su nuevo señor de Salou. - Benditos sean la Provincia, el dominio y el señor, dijo el sacerdote, haciendo el signo de la cruz sobre todos los presentes en la iglesia. La iglesia de la localidad Reus, donde se hizo el bautizo, era reducida, la multitud de los habitantes ansiosos de estar en frente, se extendía también en las calles circundantes. Parecía que nunca habían estado reunidos tantos nobles en el pequeño establecimiento. Y como expresión de alegría de estos y agradecimiento para el honor de ser invitados por Don Rodrigo, los nobles han decidido apoyar con dinero la construcción de una nueva iglesia, más grande que la ya existente. En esos años, el asentamiento de Reus tenia como cien casas, pequeñas, bajas, algunas hechas de troncos de arboles, otras con paredes de piedra, cubiertas con tablas pequeñas talladas, o con hierba seca. Bastantes casas estaban a punto de arruinarse, abandonadas por los habitantes, quienes se habían ido por miedo a los moros, igual que muchos otros habitantes de las localidades ubicadas a la frontera con el imperio Almohad. Y aun así, Reus era un importante asentamiento, situado en depresión, con colinas altas, repobladas alrededor. Allá, en la llanura rodeada por bosques, se cruzaban los caminos comerciales, y las primeras construcciones, a lo mejor con cientos de años atrás, han sido la venta y la capilla. Se dice que los romanos, en los tiempos que poseían estas

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provincias, han construido una venta, donde descansaban sus soldados que se habían ido a pacificar a los celtas. De hecho, aun el nombre del asentamiento viene de los celtas, quienes llamaban el lugar reddis, encrucijada de caminos. El asentamiento y la mayor parte de las tierras, llanura y bosque, pertenecían al arzobispado de Tarragona, cual, hasta entonces, las administraba tal como podía. Algunas, por Don Rodrigo. Otras, han sido dadas al príncipe Roberto. En cuanto a la protección del dominio y de los habitantes contra los hurtos musulmanes, se podían apoyar solamente en los pequeños nobles del lugar, quienes defendían sus propios feudos, y de esta manera beneficiaban de cierta quietud también los de Reus. Sobre todo, de la quietud defendida por Don Rodrigo, quien ha tomado hacia administración varios lotes de tierra del arzobispado y cuidaba de la vida de los habitantes. De esta manera se explicaba también el hecho de que el bautizo de su nieta se hizo en la antigua iglesia de Reus, al castillo teniendo solamente una capilla. Pero la pequeña Melissa no era la única niña bautizada en ese día a la iglesia de Reus. También se ha bautizado un niño, a quien sus padrinos, Don Eduardo y Doña Silvia, le pusieron el nombre de López. Con un mes antes de que naciera Melissa, la joven y hermosa criada del castillo, Conchita, ha dado a luz a un niño. Por bondadosa que era, Doña Silvia ha convencido a Don Eduardo que bauticen al niño, como padrinos, al mismo tiempo con Melissa, y posteriormente encargarse de la educación de éste. También Don Eduardo ha estado de acuerdo de inmediato, sabía él la verdadera razón. La joven criada, avergonzada que su niño no tenia un padre conocido, ha pedido permiso de retirarse a un convento, cosa que le ha sido negada por Doña Silvia. Esta le ha ordenado a la joven criada que se mude en un cuarto cerca del apartamento de los dueños y que se encargue del cuidado de los dos niños. De esta manera, los recién nacidos Melissa y López han sido cuidados y protegidos mejor que cualesquiera otros niños del dominio. Desde la iglesia, los participantes al bautizo se han regresado al castillo, donde las mesas vastas, las diversiones y los juegos caballerescos han durado más de una semana. El bautizo de los dos niños ha traído alegría a los habitantes, quienes han tenido sus fiestas, organizadas por la benevolencia del señor Don Rodrigo. El gesto de los señores, de bautizar a un niño nacido fuera de matrimonio, ha llegado a los corazones de los habitantes, quienes sabían como honrar una semejante nobleza. - Don Eduardo, le ha dicho el líder de los campesinos del dominio, nosotros, los campesinos libres, no tenemos como agradecerle tanto como se debería para su benevolencia que nos mostró. Sea que el bautizo y los hechos de la bendita Melissa que entren en las leyendas del lugar, para la bondad y la sabiduría de la familia de Su Señoría. - Que así sea, señor Moreno. Pero esto porque nuestras tierras son bendecidas por Dios, no por la bondad de sus dueños. Otoño del año 1134, Provincia Tarragona Los habitantes de la ciudad de Tarragona han gozado del bonito clima, de esos días de la última semana de octubre, preparando tal como pedían las costumbres del lugar, la recepción de la fiesta de Todos los Santos. El Monseñor Oleguer, Arzobispo de Tarragona, además de muchas otras obligaciones que debía cumplir, ha tenido una más, en esa misma semana. No con mucho tiempo atrás, el Monseñor se ha ofrecido a hospedar en su arzobispado, el encuentro en secreto entre un grupo de nobles aragoneses y el conde Ramón Berenguer IV de Barcelona, o de Cataluña, como se le decía cada vez más seguido en las provincias del noreste de la península. El encuentro en secreto se hizo a la petición de los nobles de Aragón, para importantes asuntos del reino y del condado, y de las decisiones que se tenían que tomar por estos, dependía el futuro de las dos provincias, respectivamente el reino y el condado.

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De esta manera, al encuentro han venido, además de los cuatro nobles aragoneses, el señor de Gadára, el Monseñor de Tarragona, Oleguer, el conde Ramón y los dos señores de Vetéro, Don Rodrigo y Eduardo. - Don Ramón, Señores, ha comenzado la conversación Don Pérez de Gramuño, recibíd nuestros agradecimientos, del rey de Aragón y de los nobles aquí presentes, porque nos hayan mostrado permanentemente amistad, sobre todo en los momentos difíciles por los cuales ha cruzado nuestro reino. - Don Pérez, nos alegran las palabras de Su Señoría y nos expresamos nuevamente, toda nuestra amistad, le ha contestado Don Ramón. Se encontraban todos en la pequeña sala de los caballeros del castillo Tarragona, sentados a una mesa de madera, sobre cual se encontraban muchos de los manjares locales: carne ahumada de carnero, jamón serano, otros guisos tapas y el vino que nunca falta sangría, con ese sabor inconfundible de canela y hierbabuena. - Significa, Don Ramón, que no nos hemos equivocado en lo que le concierne. Por consiguiente, nuestro rey y algunos de nosotros, los grandes nobles, hemos pensado a una cierta unión entre el reino de Aragón y el condado de Barcelona, o de Cataluña, como le dicen Sus Señorías. - Me parece ser una propuesta que, en caso de realizarse, cambiará la situación de los reinos de la península y el curso de la Reconquista, Señores, ha intervenido el Monseñor Oleguer, Arzobispo de Tarragona. Y la Iglesia está muy interesada en conocer estos planes, por eso os escucho con mucha atención. - Bien dices, Monseñor, ha continuado Don Pérez. Según ya sabéis, el bueno y valiente nuestro rey Alfonso I, El Batallador, se ha ido con Dios, el mes pasado, en septiembre, después de un glorioso reinado. Hace exactamente veinte años, ha reinado sobre todos los reinos españoles unidos, Castilla, León, Aragón, Navarra y Toledo, y nosotros lo hemos llamado el unificador. La unidad nos trajo poder ante los invasores. El Rey nos ha dado grandes esperanzas en nuestra lucha contra los moros y se nos han cumplido muchos de los pensamientos de reconquista bajo su reinado. Aunque el rey ha dejado todo el reino de Aragón y Navarra a los nobles caballeros de Santiago, nosotros lo hemos escogido como rey a su hermano, Ramiro II, El Monje, quien ha aceptado este honor. Por desgracia, los nobles de Navarra lo han escogido como rey a Ramírez García, quien ha separado el reino de Navarra del reino de Aragón. De esta manera, el poder de nuestro reino se ha reducido y apenas podemos defender nuestros confines. - Después de la coronación de nuestro rey Ramiro, que ha tenido lugar en Zaragoza, hace unos días, todos los nobles nos han aconsejado como hacer para aumentar el poder del reino. Así hemos llegado todos a la conclusión que nuestro más cercano aliado es el condado de Barcelona. - Aquí tienes razón, Don Pérez, le ha contestado el conde Ramón. Mi padre también ha sido aliado seguro del reino, y después de su muerte, en 1131, hemos continuado las mismas alianzas, para el bien de todos. - Nosotros hemos pensando, Monseñor y Don Ramón, que esta alianza continúe y que lleguemos tarde o temprano a una clase de unión entre reino y condado. Ahora, queremos tener solamente una alianza como entre dos hermanos que pertenecen a la misma familia, con autonomía total y dos gobernadores. El tiempo nos mostrará como será mejor para nuestras tierras. - Nosotros, Don Pérez, no tenemos nada en contra, le ha contestado Don Ramón pensativo. Nos vamos a encontrar con el Rey Ramiro y vamos a hablar sobre esta cosa. Ahora, puedes decirle que nos honran sus propuestas y que le seremos amigos verdaderos. - Monseñor, volteó el conde hacia el noble anfitrión, parece que esta bendita fiesta nos trae suerte. Hemos fundado las bases de una apropiada alianza entre dos provincias, verdaderas hermanas españolas. Estamos pensando que esto tendrá una gran importancia en toda la Península y ayudará nuestra Reconquista. - Con la bendición de la Iglesia, Don Ramón, quiso el Monseñor expresar su acuerdo, pero también la posición importante que tenia el Arzobispado en la zona. En lo que tiene que ver con la santa fiesta que la estamos esperando, no nos trae solamente suerte, sino también la sabiduría

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necesaria para un buen entendimiento entre hermanos. Nos alegramos que os tengamos como huéspedes también durante la fiesta, señores. - Os agradecemos, Monseñor. Yo me apuraría llegar a la fortaleza de Barcelona, donde persignarnos a Dios en la santa fiesta. - Deberíamos de irnos también, Monseñor, le dijo Don Pérez. Nuestro rey, Su Majestad Ramiro El Monje, nos espera con ansia para enterarse del resultado de nuestro encuentro, y nosotros nos apresuramos para decirle sobre la benevolencia y la sabiduría del conde Ramón. Estábamos pensando quedarnos aquí una semana, pero con semejante respuesta del conde, nos apresuramos hacerle conocido esto al Rey. - Su voluntad Sus Señorías, nobles caballeros, les ha contestado el Monseñor. Os entendemos y os aprobamos la partida apresurada. - Yo me quedaré hasta mañana, cuando nuestros ahijados, Don Eduardo, Doña Silvia, y Melissa, llegaran aquí. Desde hace mucho tiempo quería llamarlos a que se queden también con nosotros, a Barcelona, y ahora es una buena oportunidad de irnos juntos, ha contestado Don Ramón. - Nos vamos esta noche al castillo Vetero, dijo Don Eduardo y mañana en la mañana llegaremos aquí, y luego continuaremos nuestro camino hacia Barcelona. Con su permiso, Don Ramón. El día esperado con ansia por Melissa de Salou por fin ha llegado. La pequeña se ha dormido con la preocupación de despertase el otro día, temprano, para que se pueda preparar para la salida. El miedo de retrasarse y de que la dejen al castillo, la aterraba. Hace como un mes, a mediados del mes de septiembre del año 1134, el padrino de esta, el conde Ramón de Barcelona, los ha invitado a Don Eduardo y a su familia, pasar un tiempo juntos, un mes o dos, en la hermosa Barcelona, ubicada justo a la orilla del mar. La invitación ha contentado muchísimo a la niña de cuatro años cual se había hecho todo tipo de planes como pasar mejor los días junto con sus padres y su padrino, a quienes amaba tanto .Con estos planes en la mente, llena de esperanza, se ha dormido profundamente. * Acercándose el mediodía hizo al General Al Mandur buscar con la mirada un lugar adecuado donde su destacamento de jinetes pueda parar y descansar. Se encontraba, junto con los doscientos jinetes, en el camino que relacionaba la ciudad de Lleida con la fortaleza de Valencia y precisamente había bajado la cuesta del Este de la montaña, al Sur del castillo Vetéro. Toda la zona desértica, las cuestas bastante abruptas, en partes rocosas de las Montañas de Prades, utilizadas en otros tiempos por las grandes manadas de animales, eran abandonadas por los habitantes por miedo a los moros. Unos dos pequeños asentamientos montañosos, eran también abandonados, y el bosque se ha extendido sobre estos. Por eso el general escogió ese camino para la retirada de Lleida, donde el ejército moro ha sido vencido por los caballeros del reino de Aragón. Los doscientos soldados bárbaros eran todos lo que se habían quedado con vida de los defensores del fuerte de Lleida. Los caballos tenían hierba y agua fresca de los muchos manantiales de la zona montañosa, pero la gente, no muy bien arropada, sentía el frio del bosque, frio que dominaba la montaña. El General Al Mandur ha sido el gobernador de la ciudad y de la comarca Lleida, una verdadera fortaleza que pertenecía al imperio Almohad. Su nombramiento, del general, en este cargo hace tres años atrás, ha significado un gran aprecio de parte del atabeg Yassin. Era un reconocimiento de su valentía mostrada en los campos de batalla contra los cristianos ibéricos. En ese año, 1134, los cristianos han comenzado la ofensiva en contra de los musulmanes, aún desde el verano. Muchos más y mejor preparados para la lucha, los cristianos han conquistado algunos fuertes poderosos y han obligado a los bárbaros a retirarse hacia el Sur. Y ahora, Al Mandur iba hacia Valencia, luego a Alacant, para presentarse delante del todopoderoso atabeg Yassin.

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Y uno de los ricos generales gobernadores, se ha marchado acompañado, además de los soldados que han escapado con vida del fuerte, también por los soldados del destacamento de guardia de la tesorería de la provincia y suya personal. Treinta caballos y diez carruajes llevaban cinco de sus esposas, los cocineros, el doctor, los criados, de tal manera que su comodidad sea asegurada lo mejor posible, en cualquier parte se pararía en el camino. Mirando a sus soldados, pensó nuevamente a las oportunidades que le podría ofrecer la guerra contra los cristianos. „Creo que para los preparativos de esta guerra de defensa contra los cristianos me está llamando el iluminado atabeg. A lo mejor me nombrará en un rango más alto que un simple gobernador, porque le he mostrado lealtad en las disputas que las tiene con los emires del imperio. Y el gran atabeg necesita hombres leales, porque en el interior del imperio, entre los emires bárbaros y los árabes, se llevan batallas recónditas para el poder, de vida o muerte. Todo ello los impide a ayudarse entre ellos contra los cristianos. Y los cristianos están unidos entre ellos para defenderse contra nosotros, sus enemigos y ello los hace mucho más fuertes.” - Su Excelencia, le ha interrumpido los pensamientos uno de los oficiales, los espías nos han dicho que un destacamento cristiano de unos treinta soldados se dirigía hacia Reus, en el camino desde el Este del castillo Vetéro. ¿Qué orden nos da? - Hasta allá son como unas dos leguas. Si nos apuramos, los sorprendemos antes de llegar al pueblo. - Los sorprendemos dentro de una hora, Su Excelencia y podemos pedir bastante dinero como rescate. - Tienes razón, nunca sobra más dinero, como también los esclavos. La caravana de mi comitiva continúe su camino hacia el Sur, la vamos a alcanzar. ¡Vámonos! Ha ordenado el general. El destacamento de soldados cristianos sobre cual hablaba el general Al Mandur, iba desde la fortaleza Vetéro hacia la ciudad Tarragona. Casi treinta soldados los acompañaba a Don Eduardo y a su esposa, Doña Silvia, en su viaje. Allá, en Tarragona, el conde Ramón de Barcelona tenía la alegría de esperarlos para irse juntos a su corte, donde se quedarían un tiempo. Hermosa, rubia, con la cara sonrojada, la pequeña Melissa, que se encontraba sobre el caballo de su padre, en una silla de madera, hecha como una prolongación de la silla de montar, ha volteado su cabeza hacia éste, riendo. A sus cuatro años, estaba ansiosa de ver nuevos lugares, gozar del camino y de lo que estaba viendo durante el viaje. - Papá, me has prometido que nos vamos a pasear con el bote sobre el mar. Estoy ansiosa de irnos al mar, lejos, lejos. - Vamos a ir, tal como te lo he prometido, le ha contestado el papá, sonriendo. - ¿También mamá va con nosotros, sí? ha preguntado Melissa, mirando contenta hacia el carruaje en el que estaba viajando esta. - Por supuesto, ¿cómo van a ir sin mi? Iremos con un bote grande, junto con Don Ramón. - Así está mejor, rió feliz Melissa. Delante de ellos, un soldado se ha acercado galopando, señal de gran prisa. El señor Eduardo ha esperado curioso el acercamiento del jinete, de buen humor por la conversación tenida con su preciosa hija. - Su Alteza, le ha contestado el jinete, parándose a su lado, un destacamento turco, compuesto por unos cien jinetes, nos espera en el camino hacia Reus, a una media legua de aquí. - ¿Moros en nuestras tierras? ¿Haciendo qué aquí? Los espías del dominio no nos han avisado que los moros habían entrado. - Nos han bloqueado el camino hacia el pueblo, Su Alteza ,y están preparados para el combate. - Rodeamos las colinas por el Este y vamos directamente a Tarragona, porque atrás, subiendo hacia el castillo, avanzamos más difícil. Señor García, ha volteado el señor hacia el oficial que lo acompañaba, tráenos un caballo para mi esposa y manda dos mensajeros al conde Ramón, por ayuda. Nosotros nos vamos ahora mismo hacia el Este. - Entendí, Su Alteza, le ha contestado el oficial y gritó los órdenes hacia el grupo de soldados.

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El señor Eduardo, Doña Silvia y los soldados que los acompañaban se han marchado galopando hacia Tarragona, cruzando las cuestas cubiertas con hierba. Pero, por desgracia, después de media hora, los moros los han alcanzado y han empezado un combate terrible. - Corre con la Señora y la niña hacia la ciudad, Su Alteza, porque nosotros nos paramos aquí, gritó el oficial García, teniendo la espada levantada, listo para el combate. - Rescate a la niña, señor. Pero Don Eduardo ya no ha tenido tiempo para correr, los jinetes moros ya habían rodeado el pequeño destacamento de soldados cristianos. Eduardo luchaba con desesperación, intentando defender a su esposa y a su hija, contra los atacantes desencadenados, que los querían saquear. Eran muchos, demasiados para el pequeño grupo de soldados cristianos. Su esperanza era en Don Ramón, que llegue más rápido con las ayudas. Eduardo, manejando la espada, miraba cada vez más seguido hacia la colina de donde tenían que llegar las ayudas. “¡Que resistamos, que resistamos lo más que podamos!” ha gritado él hacia los soldados, dándoles ánimo. Después, sintió una quemadura en la espalda, y luego, algo húmedo y caliente debajo de la camisa. Agarró a su hija en los brazos, cayéndose los dos del caballo. Después de unas dos horas, cuando el conde Ramón, al frente de doscientos soldados, ha llegado del otro lado del valle del rio, vio con pavor los cuerpos de los soldados cristianos, algunos muertos, otros heridos. Eran también unos más de cincuenta cuerpos de los soldados moros, muertos en el combate. Han recorrido el pequeño campo de batalle docenas de veces buscando el cuerpo de la pequeña Melissa, pero en vano. Apenas después de caer la noche, cuando han terminado de enterar los muertos, han llevado a los heridos y han regresado a la ciudad de Tarragona, afligidos y dominados por el deseo de venganza. Molesto, afligido, Don Ramón y una parte de los heridos se han ido el otro día hacia Vetéro. Querían decidir lo que tenían que hacer para la búsqueda de la pequeña Melissa. Su vida había sido, nuevamente, marcada por otro episodio de la enemistad y de la lucha entre el Imperio Almohad y los habitantes de los reinos cristianos, obligados a defender sus tierras y sus familias. Enemistad que los dominaba a todos los habitantes y a los soldados, indistinto los rangos que tenían, nobles, caballeros o simples soldados, influenciándoles la vida de cada uno en parte. * Yéndose del castillo Vetéro, Melissa se alegraba de todo lo que veía alrededor de ella, de los bosques del alrededor, de los pájaros que hablaban y cantaban en su idioma, del hecho de que estaba junto con la mamá y con su padre. Después de un tiempo, vio que uno de los soldados que los acompañaba, se ha acercado a todo correr del caballo a su padre y le ha dicho algo sobre unos moros. Sintió que la inquietud y el temor se ha apoderado de su padre y de sus acompañantes. A su mamá le ha traído un caballo, a cual esta lo ha montado y se ha acercado a ellos, luego se han marchado galopando por el campo. Han dejado el camino del lado derecho, dirigiéndose hacia el bosque que se encontraba cerca. Los treinta soldados que los acompañaban, los han seguido, algunos caminaban en frente de ellos, otros atrás. El papá la tenía muy pegada a él y parecía que estaba volando sobre el campo accidentado. Levantó su mirada hacia su padre y le vio la cara fruncida, pero sus ojos parecían que lanzaban llamas. Le daban ganas de llorar, pero tenía miedo de no molestar a su valiente papá. Del lado derecho, soldados vestidos con ropa diferente que la de ellos, se han acercado con las espadas teniendolas amenazadoras y ha comenzado la batalla. Los bramidos y las caras muecas han espantado tanto a la pequeña Melissa, que se ha desmayado. Después de un tiempo, ha abierto, despacio, los ojos. Se balanceaba suave debido a la marcha del caballo.”Corrimos en el campo. ¿Papá sigue ceñudo y molesto?” Ha levantado su mirada y se ha

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asustado terriblemente de nuevo. Era cargada en los brazos por uno de los soldados vestidos con ropa extraña y la cabeza cubierta con un pañuelo blanco. Viéndole la cara repugnante, se ha desmayado nuevamente. Algo más tarde, se ha despertado columpiada con movimientos despacios, agradables. Estaba acostada sobre una manta, en un carruaje. Una señora, con la cara cubierta con velo, estaba a su lado. Melissa la miraba asustada: “¿Dónde estoy? ¿Dónde están mamá y papá?” Su voz era débil, casi murmurada. Se sentía cansada, agotada. - ¡Papá, mamá! dijo Melissa igual de despacio, llorando apagado. La señora con la cara cubierta le hizo señal con el dedo a la boca, para que se callara y luego le dijo algo en un idioma desconocido. Viendo que no entiende, le hizo señal para que se durmiera. Los gestos de la mujer eran delicados, tranquilos, así que Melissa ha cerrado los ojos y se ha dormido. Se despertó, después de un tiempo, cuando alguien la ha tomado en los brazos. Abrió los ojos, asustada. La señora que estaba con ella, la tomó en los brazos y la bajó del carruaje. Melissa miró alrededor de ella, asustada, buscando a mamá y a papá, pero no vio más que mujeres y hombres vestidos con ropa árabe. Las mujeres estaban sentadas sobre mantas y todas tenían velos que escondían sus caras, cosa inusual para ella, niña cristiana, criada según otras reglas. Después de que la mujer que la cargaba en los brazos la sentó sobre la manta, una de las otras mujeres que se encontraban allá, se acercó a ella y le dijo algo a la señora que la trajo. La señora le ha tendido a Melissa una bandeja pequeña de madera, sobre cual habían higos y solamente viéndolos, la pequeña sintió que le daba hambre. Comió con ganas los higos, luego bebió agua de un pequeño odre, bajo los ojos de la señora que la vigilaba con cuidado. “¿Donde estoy? ¿Que hago yo acá? ¿Donde están mamá y papá?” Más curiosa que asustada, miró alrededor de ella con atención, intentando comprender que le estaba pasando. Cerca del camino, al margen de un pequeño bosque, habían dos tiendas no muy grandes, y entre las tiendas habían tendidas varias mantas. Ella, Melissa, estaba sentada sobre una de esas mantas, junto con tres mujeres, y sobre otras dos mantas había sentadas unas cinco, seis mujeres. Todas llevaban velo sobre la cabeza y sobre la cara. Separadamente, sobre otras mantas, estaban sentados unos hombres armados, y las criadas pasaban entre los grupos de gente, llevando tazones y bandejas con comida. Más lejos, se veía una manada de caballos, cuales comían hierba y muchos soldados sentados a la sombra del lindero. - ¿Dónde estamos? ¿Dónde están mamá y papá? Melissa repitió unas cuantas veces las preguntas, pero la mujer que la cuidaba no la entendió. Después de una breve conversación con las otras mujeres, una de estas se ha levantado y se ha acercado Melissa. - Chiquita, le dijo la mujer, ella también teniendo la cara cubierta con velo, yo también hablo poquito de tu dialecto. ¿Preguntas por mamá? - Si, deberían de estar aquí conmigo, mamá y papá. ¿Porque estoy sola con vosotras? - Mamá y papá se han ido al gran Alah, sin despedirse de ti. Han dicho que te quedaras en nuestro cuidado. - No creo. ¿Pero nuestro padrino? ¿Por qué no me ha llevado su Majestad? - Él también se ha ido con el Señor, como dicen los cristianos. - ¿Y qué haré yo acá con vosotras? Quiero a casa, al castillo. - De ahora en adelante, con nosotras es tu casa y vamos a ir al castillo donde vivirás junto con nosotras. Te vamos a cuidar como si fueras nuestra hija. Así hubiera querido mamá. Melissa la miró desconfiada, luego, cuando se dio cuenta que ya nunca más volverá a ver a sus queridos mamá y papá, rompió a llorar. Escondió su cara en sus palmas chiquitas y los sollozos casi la han ahogado. - Pobre niña, se conmovió la señora que la cuidaba, pasará por un periodo difícil para ella. Con el tiempo, se acostumbrará, pero hasta entonces será muy difícil para ella. A lo mejor se quedará con los demás niños de su Alteza Al Mandur y será más fácil para ella. Pero está demasiado pequeña y no entiende lo que le está pasando.

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Las otras mujeres miraban con lastima a la niña, sin decir nada. ¿A lo mejor recordaban de su infancia? ¿O de las otras niñas del harén, a cuales habían conocido? El General Al Mandur, que se encontraba en una de las tiendas, escuchó el llanto de la niña y, resentido, llamó a uno de los criados, Manuk, el jefe de los eunucos, a cual había mandado a ver lo que estaba pasando. - Su Alteza, le dijo el eunuco después de unos minutos, la niña raptada está llorando, llamando a sus padres. Está asustada ahora, pero se calmará. - Que sea llevada más lejos, para no escucharle el llanto. Ella es el único prisionero que hice, murmuró el general nervioso .Los otros ibéricos han preferido morir que irse en esclavitud. Luego, se le dirigió en voz alta a Manuk: - La he encomendado a mi esposa, Karima haseki, cual cuidará a la niña y la va a preparar para convertirse en una buena odalisca. - Pero, Iluminado señor, haseki dará a luz a su hijo, ¿puede cuidar también a la niña? - Si, será ayudada por las otras concubinas .Es la más lista de ellas y quiero que ella eduque a la niña. Ello, si no la regalo al atabeg Yassin. - Muy bien, Su Alteza, transmitiré las órdenes. Llevará puesto el velo empezando desde hoy. - Que esté bien atendida y cuidada, para que sea una buena y hermosa musulmana. Manuk se inclinó frente al general y salió con la espalda hacia la puerta de la tienda. “Su Alteza está furioso por culpa del fracaso de la expedición. Tengo que prevenir a las concubinas que no cometan ningún error. En el estado en que se encuentra, el general podría ordenar quitarle la cabeza a la que se equivoque.” Estos pensamientos lo hicieron a él también que sea más precavido, hasta que el general se calmara un poco. Así se portaban todos, soldados o criados, cerca del general, porque nunca se sabía en que estado se encontraba y manifestaba su crueldad hacia los súbditos. Precisamente esto distinguía al general de otros nobles moros, según bien sabía el eunuco. La inclemencia y la crueldad hacia sus súbditos. Los primeros días en su nueva familia han sido terribles para la pequeña Melissa. Estaba traumatizada por lo que le había pasado, por la separación súbita de sus padres y la adaptación difícil a las nuevas reglas y costumbres musulmanas. Pero, el hecho de que no volverá a ver nunca a sus queridos padres, la trajo en un estado de total apatía. No quería comer y bebía agua solamente entonces cuando ya no resistía la sed. El estado de la niña, de apatía y debilidad física, ha asustado a las concubinas y a los súbditos del general Al Mandur. Y esto, tanto por la compasión hacia la chiquita como también por temor a los castigos que recibiría de parte del general por el descuido de la niña. O, más grave, por la muerte de esta, caso en que los castigos hubieran sido más severos, a lo mejor hasta perder la cabeza. Casi noche tras noche, Melissa ha soñado a mamá y a papá, al abuelo, y a la abuela. Los soñaba y lloraba en el sueño y también cuando se despertaba. En una de las noches, Melissa ha soñado a su querido López, su compañero de juego, su hermano. Ha hablado con él como si hubiera estado frente a ella, así de claramente lo ha visto. En el sueño, éste la ha preguntado donde está, pero ella, la pequeña, no ha sabido contestarle, no ha sabido decirle el lugar en donde la han llevado esos extraños. Se ha enterado, con alegría, pero también con gran dolor, que sus queridos padres no se habían ido al Señor, sino que habían quedado al castillo. Esto ya no entendía, ¿cómo se hacia que se han quedado al castillo y no han venido por ella? Pero López le ha prometido que si ella no viene sola al castillo, vendrá él por ella, ahora o cuando crecerá grande .Y le creyó. Cuando se despertó, estaba llorando. No sabia si resistirá entre extraños, porque extrañaba mucho a sus padres, abuelos y a López. Extrañaba la vida hermosa que ha tenido junto a los que amaba .Y se sentía más desesperada, enferma de añoranza. El cuerpo débil la hacia quedarse más acostada, sin ganas de comer. - Karima haseki, le ha dicho el eunuco jefe, baş Hadim Manuk a la primera esposa del general, yo ya no aguanto el peligro al que estamos sujetos. Le diré al señor que la niña está enferma y ya no tiene muchos días de vida. De esta manera pensará que no ha sido bien atendida. - Que no hagas esto, Manuk effendi, que no te va a creer. Espera unos dos, tres días. Yo digo que le demos decocciones de plantas, según las recetas de las regiones de Persia. Sé hacer

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decocciones para el fortalecimiento del cuerpo, pero también para la tranquilidad de la mente y del alma. Déjame intentarlo desde hoy mismo. - Inténtalo, esposa del señor, haseki, a lo mejor tenemos suerte. Pero que sepas que Alah está con nosotros. El señor ha recibido mensajero del atabeg, quien le ha ordenado que vaya al palacio acompañado por diez soldados, los demás acompañantes y la comitiva que esperen al señor a la fortaleza Alacant. - Alah es grande y nos ayuda guardar nuestra cabeza. Pero que no hables con nadie. Se encontraban al margen de la ciudad Valencia, donde han levantado un campamento de descanso. El pequeño olivar les aseguraba buena sombra durante el día, y los manantiales con agua de la cercanía eran una verdadera bendición. - Manuk, Manuk, se escuchó la voz tronante del general, cual se encontraba en frente de la tienda, colorado de la cara por enojo. - Aquí estoy, señor, corrió a toda prisa baş Hadim, el eunuco jefe, a arrodillarse en frente de Al Mandur. - Que cuides de mi harén y de mi servidumbre, holgazán que eres. Los soldados del destacamento se quedarán aquí para que os protegan.¿Qué pasa con la niña?Una de las concubinas me ha dicho que se está muriendo. - Está enferma, cierto, pero la vamos a curar, señor. - Que hagáis así, de otra forma os corto a todos la cabeza. Si aun le hubieran vivido los padres, hubiera pedido rescate, pero así, debo mantenerla en vida, para venderla cuando crezca un poco más. - Eres sabio como siempre, señor. Permíteme irme. Manuk ha quedado con el corazón lleno de miedo, y al señal del general, se ha ido lo más rápido que pudo.”Ha tenido razón la señora, hanim Karima, tenemos que hacer cualquier cosa para mantener con vida a la niña. Decía que la puede salvar, no la deja ella que se vaya a Allah”. Y de todo esto Manuk se ha convencido en unos días. Con las decocciones de plantas, frutas frescas y comida exquisita, Melissa ha comenzado reponerse, pero su estado de apatía no le ha pasado en totalidad. Con su intuición de niña, ha entendido bastante rápido las reglas y las costumbres de la vida musulmana y ha comenzado aprender las primeras palabras del dialecto barbero, el de los moros. Una vez aprendidas esas reglas y costumbres, ya no le han parecido tan malas, al contrario. Todo era bien organizado y la ayudaban vivir más fácil. Después del establecimiento del general Al Mandur y de su pequeño ejército en el castillo Alacant, a cual había recibido en posesión del atabeg Yassin, la vida de Melissa se ha cambiado en totalidad. Ella ha entendido que si no hace lo que le pide la mamá adoptiva y el eunuco espantoso, será castigada duramente. Ha recibido también otro nombre, Mehrim, empezando acostumbrarse poco a poco con su nueva identidad. En el castillo Alacant, una verdadera fortaleza que dominaba toda la ciudad, el eunuco jefe Manuk cuidaba al harén, ubicado entre dos grandes apartamentos. Allá vivían las dos esposas principales de Al Mandur, Zubair, quien criaba a los tres hijos de éste y Karima, quien iba a dar a luz dentro de unos mese. Zubair tenía a cargo también a otro hijo del señor, de unos seis años. En el harén también vivían las odaliscas, cinco muchachas de diferentes nacionalidades, cuales se encargaban también de atender a las esposas del general. Melissa, de ahora llamada Mehrim, vivía junto con su mamá adoptiva Karima, pero se veía en permanencia con los otros cuatro hijos que se criaban en el harén. Estos, una niña de unos nueve años y dos muchachos de siete y cinco años, como también un muchacho de seis años, buscaban su compañía, curiosos de conocer una niña traída del mundo cristiano. Habían escuchado cosas espantosas sobre cristianos y no entendían, con su mente de niños, como ha podido vivir en ese mundo feo, una niña tan hermosa, callada y modesta. Con el tiempo, la presencia de estos niños y de la niña que ha conocido Karima, ha sido la salvación de la pequeña Melissa-Mehrim. Ellos, los niños musulmanes, la han ayudado a entender el mundo musulmán y que se adapte casi en totalidad. Aun así, a veces soñaba las tierras montañosas y los campos enverdecidos del dominio Vetéro. Soñaba a mamá y a papá, partidos ya con Allah, como llamaban los musulmanes a su Dios, y en la mañana se despertaba con los ojos en lagrimas por

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extrañarlos. Había empezado convencerse, de un tiempo para acá, que sus padres se habían ido a Allah, de otra manera hubieran venido por ella. “Yo sé que me he portado bien, Dios, ¿por qué he sido castigada de esta manera? ¿Por qué mamá y papá se han ido contigo y me han dejado sola entre extraños tan diferentes a nosotros?” La respuesta a estas preguntas, que se hacia a si misma Melissa-Mehrim no le podía dar nadie, y ella, sola y necesitada, parecía que flotaba en un mar de incertidumbres, desconcierto y frustración. Los niños del harén del señor tenían madres, y ella, Mehrim, no tenía a nadie, no amaba a nadie y nadie la amaba. Solamente que estaba atendida y protegida, pero ella sola tenía que evitar errores y castigos. Demasiado grande era la diferencia de vida que había llevado al castillo y la vida a cual era obligada vivirla, precisamente castigada a vivirla allá, en el harén del señor. Muchas veces ha soñado a papá y mamá, jugándose juntos o montando el caballo en los campos enverdecidos del dominio, gritando su felicidad de niña, felicidad que vean las flores de los claros, las mariposas y las aves del cielo. Había empezado ya no preguntarse donde estaban sus padres, porque de todas formas no entendía nada. López le ha dicho, en el sueño, que estos vivían, ¿pero por qué no venían por ella? Era la pregunta que la obsesionaba. Ha soñado muchas veces también a López, un verdadero hermano, carácter alegre y juguetón. A su casa, juntos han hecho todo tipo de travesuras, escondiéndose en el castillo como en un mundo fantástico, donde solamente los niños pueden entrar. Ha soñado también a la buena Conchita, la mamá de López, cual amaba a los niños como la luz de sus ojos. ¿Dónde estará la buena Conchita? ¿Por qué no la ha llevado a ella también? ¿Y dónde estaban los abuelos, sus abuelos queridos? Cada noche oraba a Dios en su dialecto, el dialecto que sabia de mamá. Era una modalidad de mantener el contacto con su pasado feliz, con mamá y papá, con López, porque esa era su verdadera vida, no la de ahora. Rezaba para que su Dios la oyera mejor y entendíera su dialecto en que hablaban en la casa del castillo. * En el castillo Vetéro, el dolor se ha apoderado de todos los que vivían allá, señores, soldados y súbditos. La noticia sobre el ataque de los moros sobre la comitiva del joven señor Don Eduardo de Vetero y Gadára y de la Doña Silvia, ataque soldado con la muerte de estos y la desaparición de la pequeña Melissa, se ha difundido con rapidez en el Condado de Barcelona y aun en el reino de Aragón. Docenas de caballeros hidalgos y caballeros villanos han jurado venganza por el acto malvado de los soldados moros. Muchos de estos caballeros han venido a Vetero para participar a expediciones de búsqueda de la niña en los territorios ocupados por moros y para castigar a los que eran culpables de su rapto. Precisamente un destacamento de veinte caballeros y sargentos templarios de la comandancia Tarragona, han ido hacia Valencia para buscar a Melissa. Después de la primera semana de búsquedas en vano, el conde Ramón Berenguer ha regresado a la fortaleza Barcelona, donde los deberes del condado esperaban su resolución. Pero el pensamiento y su corazón han quedado con la familia afligida de Vetéro y con la pequeña Melissa. Como rector catalanicus, jefe de los catalanes, como ha sido nombrado también su padre, sabía como cumplir el deseo de venganza y de castigar a los culpables moros por la desaparición de Melissa. Esta modalidad era la organización de una gran expedición contra los enemigos. Con este objeto ha mandado mensajeros a las cortes reales ibéricas, para la organización de una ofensiva común contra el ejército de los almohades. “Esta cosa no se podía hacer de inmediato, pero con perseverancia, vamos a convencer a los reyes cristianos de la península. Si no, organizaré yo y el rey de Aragón una ofensiva contra los moros”. Y su decisión ha sido de una firmeza que ha asombrado a muchos de los caballeros de su corte. Al castillo continuaban, las próximas semanas, llegar caballeros y soldados simples, todos decididos de encontrar a Melissa. Los destacamentos de soldados atacaban continuadamente los territorios dominados por los moros, los fuertes de defensa, preguntando sobre el grupo de moros que había atacado a los cristianos, pero nadie les podía dar ninguna respuesta.

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Los abuelos Don Rodrigo y Doña Isolda, la esposa de éste, con los corazones afligidos por el dolor, no sabían como tranquilizar sus almas. El padre Ramos, el confesor cisterciano, no se despegaba de ellos, acompañándolos en todas partes e intentando traerles un poco de consuelo. Pero también el padre era superado por la dramática situación. Aunque hubiera querido él también irse en la búsqueda de la pequeña Melissa, Don Rodrigo, suplicado por su esposa, Doña Isolda, tuvo que renunciar a la intención , conformándose con apoyar a los caballeros que se iban en las expediciones militares. Doña Isolda tenía también otras cosas que hacer. Día y noche se quedaba en una de las salas de dormir del castillo, sala en cual habían sido puestas tres camas. En una de las camas dormía Conchita, la mamá de López y niñera de Melissa. En las otras dos camas, estaban acostados, como si estarían dormidos, una joven señora y un joven señor. Los dos estaban lastimados, vendados con tiras limpias de tela, y los dos doctores del castillo vigilaban atentos. - Tenemos que hacer algo para despertarlos, señor doctor, le ha dicho el más joven, a su compañero. Llevan días inconscientes. - Nosotros hemos intentado, hicimos todo lo que pudimos para hacerlos reaccionar. Ahora, solamente Dios los puede ayudar. Su coma profundo será irreversible y tengo miedo de perder al señor y a la señora. Los heridos eran Don Eduardo y Doña Silvia, traídos al castillo con heridas graves y en estado de coma. - Dios es grande, dijo Conchita, acercándose a los doctores. Vamos a orar para la curación de sus Señorías y Dios nos va a escuchar, dijo ella con los ojos en lágrimas. Dios es grande y bueno. Los que han conocido a Conchita, hasta hace una semana, con dificultad hubieran podido reconocerla después de la desaparición de la pequeña Melissa. La cara se le ha obscurecido por el dolor, los ojos han perdido su brillo, secos de lagrimas, y la espalda se le ha encorvado como apretada por un gran peso a cual la joven criada era obligada llevarlo. Su salvación, la de Conchita, según ella misma ha reconocido, era López, cual no se despegaba de ella. El pequeño López estaba asustado por el dolor que sentía agobiando a los señores y a su mamá, por la presencia de tantos soldados ceñudos, apresurados, pero también por la ausencia de su querida hermana Melissa. No sabia lo que estaba pasando en el castillo, porque toda la gente estaba callada, porque la vida del castillo estaba trastornada, cambiada y sentía con su instinto de niño, que algo malo, peligroso flotaba en el aire. Su mamá tenía casi siempre los ojos en lágrimas y la ha sorprendido varias veces llorando a sollozos, lo que hizo a él también llorar cada vez. Ya nadie lo acariciaba, ya nadie hablaba con él, y sobre todo en la noche, la mamá lo apretaba al pecho hasta la sofocación.

En la tercera noche, ya no ha resistido más. Se ha ido hacia la capilla y, viendo que no había nadie, ha entrado y se ha hincado frente al altar, como hacia cada domingo, junto con los grandes. “Dios mío, no tengo con quien hablar, solamente Contigo, que eres mi Padre. He entendido que una gran desgracia ha caído sobre nuestros señores y sobre nosotros. No se lo que está pasando, pero he entendido que mi querida hermanita Melissa ha sido raptada y se ha ido lejos. Todos la estamos buscando, aun los soldados. No sé si es mi culpa, porque ya nadie está hablando conmigo. Y mamá llora siempre, pero yo no la he molestado. Nuestros señores los jóvenes están dormidos todo el tiempo en la cama y no se despiertan, y los doctores y los señores grandes se quedan junto a ellos. . Enséñame Tú, Dios mío, que tengo que hacer para traerles alegría. Dime, Dios mío, ¿dónde está mi hermana? Porque estoy muy enojado y asustado. El padre ha dicho que Tú, Dios mío, eres nuestro defensor y por eso vengo hacia Ti, para que me protegas, para no irme yo también como Melissa, dejando a mi mamá sola”. Lo invadió el llanto solo con pensar que él hubiera podido ser llevado lejos de la casa y lejos de las personas queridas. Después de un tiempo, se ha tranquilizado y, a la luz de las velas, ha mirado los iconos, luego se ha acercado a la cruz grande, donde estaba crucificado Jesús. Se ha hincado, orando con los ojos cerrados. “Dios mío, protégeme de los que quieren robarme y dime donde está mi hermana. ¿Volverá con nosotros?” Sintió como lo invadió un estado agradable profundo de tranquilidad. Con los ojos cerrados, se dejó llevado por ese estado, en cual, ligero como un copo,

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flotaba en la luz. Luego, vio viniendo, desde lo lejos, un pequeño ser, un niño y, cuando se acercó, vio una niña, vestida con ropa extraña, desconocida. Llevaba pantalones largos y una camisa larga encima de los pantalones. La cabeza y la cara las tenia escondidas debajo de un pañuelo, pero su corazón sabía que es Melissa. Como una confirmación, esta se quitó el pañuelo de la cara y le sonrió, entre las lágrimas que le caían sobre la mejilla. “¿Dónde estás, Melissa? murmuró López, como si la niña era real frente a él. “No sé, en alguna parte lejos, con personas desconocidas. Me han cuidado, porque mamá y papá se han ido con Dios”. “No es verdad, Melissa. Ellos están aquí, en el castillo, están dormidos desde hace tres días y los señores tratan de despertarlos. Yo presiento que se despertarán, así que ya ven a casa”. Melissa sacó un grito. “Quisiera tanto, pero no puedo, no me dejan estas personas. Y tampoco sé como llegar al castillo.” Un rayo ha pasado por el corazón de niño de López. “Que estés tranquila, Melissa. Nosotros todos te amamos. Si no regresas a casa hasta que yo esté grande, le pido a Dios que me ayude y que me guie para encontrarte. Juro que te vamos a encontrar.” “Te creo, López. Os voy a esperar”. El pequeño López se ha sobresaltado, asustado. Alguien le ha puesto una palma sobre la coronilla de la cabeza. “Pobre niño”, se escuchó una voz, a cual difícilmente la reconoció como siendo la del padre, el padre del castillo. Todavía se encontraba en ese estado de hipnosis, en cual ha visto a Melissa. - Perdóname padre, no supe con quien hablar y he venido aquí, a la casa de Dios. - Bien hiciste, López. Me alegra que pudiste hablar con nuestro Padre Celestial. - Si, padre. He hablado y me ha enseñado a Melissa. Se encuentra con unas personas desconocidas, cuales le han dicho que los señores, sus padres, se han ido con Dios. Yo le he contestado que los he visto en el castillo, están dormidos desde hace tres días. - ¿Has hablado con ella? ¿Cómo? El padre no podía creer lo que había escuchado del pequeño López. A solo los cuatro años que tenia éste, no podía inventar semejantes cosas. “Todas las personas recibimos señales, aprendizajes y consejos de parte de Dios, pero pocos se dan cuenta de esto y pocos los entienden. Los niños, en su ignorancia y su inocencia, reciben las señales divinas más fácilmente que los adultos, sin que les cambien el sentido y sin que les busquen sus significados. Reciben las señales tal como nos las da Dios, puras, directas y sin dudar de ellas.” - Le he rogado a Dios que me enseñe donde está Melissa. Ella apareció en frente de mis ojos y me dijo que vendría a casa, pero no sabe como llegar. Yo le pido a Dios que me ayude a encontrar a Melissa, si ella no viene hasta entonces. Pero ahora, cuando soy niño, no puedo ir a buscarla, cuando seré grande, la encontraré. Con la voluntad de Dios, padre. Ahora, estoy tranquilo y puedo decirle también a mamá Conchíta que he hablado con Dios y con Melissa. - Vamos juntos, niño, le dijo el padre, tomándolo de la mano. Porque yo te creo y quiero que también te crean todas las personas mayores. Después de un cuarto de hora desde ese acontecimiento de la capilla, el padre del castillo, teniendo de la mano a López, han entrado en la sala de dormir de los señores, despacio, para no molestar a los que estaban al lado del los heridos. Allá, en el recinto, se encontraban como siempre, Don Rodrigo y su esposa, Doña Isolda, los dos doctores y Conchita. - Ningún mejoramiento en el estado de los heridos, padre, le ha dicho uno de los doctores, contestando a la pregunta no pronunciada por éste, pregunta que se veía sobre su cara expresiva. Nos quedan solamente las oraciones, padre, porque Dios es el que cura las heridas del alma y del cuerpo. - Así es, doctor y, oramos día y noche para la curación de nuestros señores. - ¿López, querido mío, no quieres ir a la cocina a comer? Le preguntó Conchíta a su hijo. Luego, te vas a dormir. - Mamá, Dios me ha enseñado a Melissa. Su voz decidida, convencedora del pequeño López ha sorprendido a los adultos que se encontraban en el cuarto. Después de unos momentos, en cuales parecía que nadie había escuchado lo que el niño había dicho, se han sobresaltados todos y han volteado las miradas hacia éste. Miradas cuestionadoras, curioasas, sorprendidas.

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- ¿Qué dices, López? La voz de Conchita expresaba toda su sorpresa, pero también un profundo dolor. Hasta entonces no ha hablado nadie con López sobre la desaparición de Melissa, al contrario, evitaban este tema en su presencia. A sus poquitas preguntas sobre Melissa, su hermana querida, como la consideraba él, las respuestas han sido evasivas. Y aun así, parecía que lo que había pasado no ha podido ser ocultado a la mente curiosa del niño. - No entiendo, ¿cómo que Dios te ha enseñado a Melissa? continuó Conchíta. Doña Isolda hubiera querido preguntar ella también a López sobre su querida nieta pero, por la emoción, no podía hablar.Miró a Don Rodrigo con los ojos afligidos, luego volteó su cabeza hacia el pequeño López. Esperaba que éste le explicara lo que había querido decirle antes. - He ido a la capilla, continuó López con una voz natural, sincera, de niño y le he pedido a Dios que me diga donde está Melissa. La extraño y nadie habla conmigo. El niño hizo una pausa y levantó su mirada hacia el padre, y a la aprobación de éste, por una inclinación de la cabeza, continuó. - Se me ha mostrado Melissa, por la voluntad de Dios y me ha dicho que está con unos extraños, cuales la cuidan, porque los señores, el padre y su madre, se han ido con Dios. Para que no quede sola, estos extraños la han llevado con ellos.

La dolorosa sorpresa producida por las palabras del niño a los adultos, se ha sentido casi físicamente en el cuarto. Un silencio completo los ha rodeado, como si todos hubieran detenido su respiración .Y también los corazones. A lo mejor así pasó. Una sola voz, tranquila, de consuelo, se escuchó después de un tiempo: - Yo creo lo que está diciendo. Melissa no está perdida, la vamos a encontrar, con la voluntad de Dios. Era la voz del padre, serena como su fe. Las palabras del padre han sido seguidas por un suspiro ligero. Doña Isolda y Conchíta tenían lágrimas en los ojos, y Don Rodrigo tenia su cabeza inclinada, mirando hacia abajo, intentando refrenar su llanto. “Demasiado duro es este castigo, Dios mío. Yo lo puedo llevar,¿ pero Doña Isolda? ¿Con qué me he equivocado realmente?” Estos pensamientos lo atormentaban de tres días y no encontraba ninguna respuesta a sus preguntas. - La señora ya no duerme más, se ha despertado. Diciendo esto, López corrió a la cama donde estaba Doña Silvia y la agarró de la mano. La joven herida movía despacio los dedos e intentaba abrir los ojos. No podía, solamente las pestañas temblaban suavemente. Gritos de sorpresa y alegría han acompañado los movimientos de los doctores, cuales han empezado darle masaje ligeramente a la herida, tanto a las manos, como también a la cara. Después de mucha espera, Doña Silvia abrió los ojos, pero una neblina espesa le impedía ver lo que había alrededor de ella. Oía solamente una voz murmurada llamándola: “¡Doña Silvia, Doña Silvia!”, pero no la reconocía. Luego, después de un tiempo, ha reconocido las voces de su suegra, Doña Isolda y de Conchita. La neblina que tenia en sus ojos empezó a levantarse, lentamente y pudo verlos, aun abrumada, a los que estaban en el cuarto. Los labios le temblaban y con la voz despacio, perdida, ha murmurado: “Melissa, mamá”. La puerta se abrió de repente y en el cuarto entraron el señor Oreiro y la Señora Vanessa de Gadára. “ ¡Querida mía, hijita mía!”. Llorando, la señora se tiró hacia la cama, abrazándola. Doña Isolda, del otro lado de la cama, al lado de López, la tenia de la mano y le acariciaba la frente. - ¡Melissa, he escuchado de Melissa! Ha murmurado, nuevamente, la herida. ¿Dónde está, qué ha pasado con nosotros? - Vendrá ella también, querida mía. Estás herida, necesitas descansar. - ¿Eduardo? Se escuchó su voz, y luego perdió el conocimiento. - ¡Doctor! Las voces de las dos mujeres han resonado en el mismo tiempo, asustadas. - De ahora en adelante estará bien, les ha contestado el doctor. Se ha dormido, pero se recuperará. Dejémosla dormir en silencio. Nos vamos a quedar solamente nosotros, los doctores, para vigilar a los heridos. Sin decir una sola palabra, pero confiados en las palabras del doctor, los señores y las señoras han dejado el cuarto, quedando solamente el padre.

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- Yo rezaré por ella, señores. Rezaré a Dios que tenga piedad de los heridos, pero también de todos nosotros, les ha dicho el padre a los doctores. - Oramos nosotros también, padre, junto a Su Santidad, porque otra cosa no podemos hacer. Solamente rezar y esperar, le ha dicho el doctor. Cerca de la media noche, Doña Silvia abrió los ojos. “¡Tengo sed!”. Su voz lenta ha producido la mayor alegría de los doctores, era una señal que el cuerpo de la lesionada empezaba recuperarse. Su ánimo se ha recuperado desde hace mucho, por eso ha escuchado hoy, en estado de inconsciencia, el nombre de Melissa, pronunciado por López. Ha sido la palabra que ha determinado su ánimo a despertar su cuerpo herido. - ¿Melissa, Eduardo? - Don Eduardo está aquí, al lado de Su Señoría, lesionado él también, le ha contestado el otro doctor. - ¿Dónde, a mi lado? ¿Qué ha pasado con nosotros? ¿Cómo se hace de que estamos heridos? No me acuerdo nada. Sus ojos hermosos eran más claros, pero todavía no se había recuperado en su totalidad. Su estado de debilidad y somnolencia la dominaban, apenas podía mantener sus ojos abiertos. - Padre, Su Santidad sabe mejor lo que ha pasado, se ha esquivado el doctor. Nosotros le vamos a dar decocción de hierbas endulzada con miel de abeja. - Doña Silvia, se le ha dirigido el padre con su voz tranquila, ha ido, con Don Eduardo y Melissa, hacia Tarragona. - ¿Cuándo pasó esto? Doña Silvia ha preguntado sorbiendo ligeramente de la decocción caliente. El doctor le tenia, con cuidado, la cabeza levantada, para que pueda beber el licor bienhechor. - Hace tres días. En el camino, han sido atacados por un destacamento de soldados moros. Su Señoría y Don Eduardo han sido heridos, y Melissa está siendo buscada por los alrededores. - ¿La van a encontrar? - Seguramente, Señora. La van a encontrar porque Dios la protege de todo mal. Don Eduardo está aquí, en la otra cama, pero todavía no se ha recuperado. - Lleve mi cama cerca de la suya, padre, le ha rogado ella, después de que ha terminado de tomar la decocción. Con movimientos sosegados, los doctores han arrastrado las camas de los heridos una cerca de la otra, y Doña Silvia ha extendido su mano y le ha acariciado la frente, a su marido. Sus movimientos despacios estaban acompañados por palabras tiernas, de amor, sobre ellos dos y Melissa. Le ha hablado al esposo, hasta que sintió que se durmió, dejando su mano sobre su frente. Para gran asombro de los doctores, los gestos y las palabras de Doña Silvia han tenido efecto. Don Eduardo ha suspirado y ha abierto lentamente sus ojos. Quizo moverse, pero la herida del pecho le ha ocasionado un dolor que ha estremesido su cuerpo y lo hizo gemir. - ¡Silvia, Melissa! Han sido las únicas palabras que ha dicho murmullando y ha perdido el conocimiento. Pero no por mucho tiempo. La curación de los dos lesionados ha resultado lenta, las heridas que tenían eran profundas pero, después de dos semanas, podían salir al patio del castillo. Si los cuerpos se han curado, sus almas eran todavía enfermas, y el dolor no parecía desaparecer, con todos los esfuerzos hechos por el padre. Un pequeño consuelo les traía López, de la educación de cual han empezado ocuparse aún más, como de un hijo de ellos. Le debían, según han entendido del padre, el despertar del estado de inconsciencia y el regreso a la vida. * * Han pasado bastante difícil unos seis meses, desde cuando la pequeña Melissa-Mehrim vivía en el harén de Al Mandur, junto a los otros hijos de éste. Su estado de apatía se ha transformado paulatinamente en resignación, duplicada por la curiosidad de niño. Era receptiva a todo lo que le

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parecía nuevo, o le traía una pequeña alegría y había empezado, tímidamente, participar aun al juego de los otros niños. La alegraban los momentos en que la dejaban quedarse con la niña recién nacida de la madre adoptiva Karima. Un día, los cuatro hijos jugaban junto y corrían en el apartamento donde vivían, de la misma manera que lo hacían diariamente, bajo la vigilancia de las mamas Karima y Zubaida. En cierto momento, en el apartamento entró Manuk, con un aire serio. - Señoras, el señor ha ordenado que hasta mañana estén listas para salir, junto con todos los niños y las criadas. Vendrán también unas criadas más para ayudarles a las preparaciónes para la salida. - ¿Se sabe dónde nos vamos, effendi? Le ha preguntado Karima. - Yo sé, pero no tengo permiso de decir. - Manuk effendi, se ha mimado Karima, has sido siempre nuestro protector, de las esposas del Iluminado señor, no nos puedes dejar en la obscuridad de la ignorancia, justo antes de la salida. - A su Señoría le diré, pero que no se enteren las odaliscas. - Puedes estar tranquilo de mi silencio. -Ţurţūšah, es todo lo que puedo decir. - Parece que he oído de esta ciudad, pero no se donde se encuentra. ¿Está lejos de aquí? ¿Es una ciudad grande? - Los cristianos ibéricos le dicen Tortosa. No es una ciudad grande, pero muy hermosa, según he oído. Tiene un puerto bastante grande, donde llegan mercancías del Oriente. Podéis encontrar allá todo lo que queréis tener y traer. Ropa y joyas, traídas de Damasco, Cairo y aun de Persia. - Que bueno, se alegró Karima. Ciudad con muchos lugares hermosos para las señoras. ¿Nos quedaremos mucho tiempo allá? - Si, el señor decía que nos podemos establecer allá. Ha sido avanzado al rango de gobernador. Karima se ha quedado callada, asombrada de esta noticia, que no la anticipaba. “No ha pasado mucho tiempo desde que hemos llegado en estos lugares y ya nos hemos acostumbrado. Tenemos también nuestros comerciantes cuales nos traen todo lo que deseamos. Pero me alegro que vayamos en una ciudad más grande”. Su hijita, de solamente tres meses de edad, crecerá en una ciudad, en una fortaleza de una hermosa ciudad-puerto, en seguridad entre los soldados. A lo mejor el señor traerá también otras odaliscas en el harén, si será avanzado. Sentía que entra en un estado de agitación, pensando en que llevarse a Ţurţušah. “Solamente las mejores cosas, porque allá encontraré también otras más hermosas. Y el señor, aunque violento e imprevisible, no es nada avaro.” Su estado de agitación se ha transmitido también a la otra esposa, Zubaida, a las odaliscas, pero también a los niños. - Karima valide, mamá, le ha preguntado la pequeña Mehrim, después de un tiempo, toda la gente se agita y las criadas juntan mis cosas.¿ Está pasando algo malo? - No, querida mía, solamente nos cambiamos a otra parte. Esto es bueno. - ¿También nosotros los niños vamos? - Sí, vamos todas las señoras, junto con todos los niños. Que te quedes a mi lado y no olvides, llevarás en permanencia el velo sobre la cara. - Yo soy obediente, porque solamente a Su Señoría la tengo, Karima valide. Tan profundas eran las palabras de Mehrim-Melissa, de modo que Karima la apretó al pecho, cosa que pasaba muy raras veces. Y aun así, semejantes gestos de amor y de ternura, tras cuales Melissa-Mehrim anhelaba, pasaban. Las lágrimas le corrían sobre la mejilla. Lágrimas de amor, de nostalgia. - Sé esto, Mehrim, y tú eres mi niña. No olvides, te amo y te defiendo, ser inocente! Se han quedado así, abrazadas, hasta cuando Karima ha sentido que la pequeña Mehrim se ha calmado. El general Al Mandur, se ha instalado sumamente contento en el fuerte del Este de la ciudad Tortosa, fuerte que había recibido en administración, como regalo de parte del atabeg, junto con toda la provincia. Cada vez que se recordaba de las palabras del atabeg, su orgullo y su soberbia lo hacían sentirse como el elegido de Allah para hechos grandiosos. Hechos como la conquista de nuevos

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territorios de los cristianos, hacia el Norte, cosa que lo hubiera hecho conocido en todo el imperio Almohad. Con este pensamiento escondido ha vivido desde que era un simple oficial. A medida que avanzaba en cargo, como consecuencia de sus meritos militares, el pensamiento se adueñaba de él y lo hacia más decidido de obtener el reconocimiento aun de parte del califa, si será posible, de sus grandes cualidades militares. Pero evitaba expresar sus pensamientos, por miedo de que el atabeg, o justo el emir, que no lo envidien y que lo manden en los territorios desérticos de Marruecos, o que le quiten la cabeza. - Al Mandur Aga, le ha dicho el atabeg cuando lo ha llamado a su palacio, has sido para mi siempre fiel y todas las conquistas que has hecho me las has ofrecido, como siendo mis meritos. A lo mejor así es. Por eso, te estoy nombrando Bey de la provincia Ţurţūšah, Tortosa, del Este de la península. Es una provincia grande y rica. Su Señoría mantendrá la más grande parte del ejército y vigilará que los demás gobernadores nos sean leales. Porque cada quien está sometido al error con el pensamiento y acción, y cuando uno de los gobernadores tiene pensamientos de gloria sin nuestro permiso, debemos echarle fuera esos pensamientos, una vez con la mente y la cabeza que los tiene. “Pero tengo que tener cuidado con Al Mandur, es el más cruel e indómito general. Es bueno solamente como un verdugo, a comparación de los demás generales y gobernadores, quienes saben que es la tolerancia y la diplomacia, algunos de ellos saben que es la bondad. Por consiguiente, tenerlo a Al Mandur lo más cerca posible, como el más peligroso y desalmado general. Y que nunca adivine mis pensamientos ,” se ha dicho a si mismo el atabeg. - Soy vuestro esclavo fiel, Iluminado señor, le ha contestado espantado Al Mandur, estando de rodillas ante el atabeg. Ha sentido la amenaza casi físicamente, una vez con la misión que le incumbía como bey. Vigilará y defenderá al atabeg no contra los enemigos del imperio, sino contra algunos de sus propios súbditos. – Lo voy a defender con mi propia vida, señor. “De esta manera defiendo también mi vida ”, continuó , en la mente, Al Mandur. El atabeg le intuyó el pensamiento y esto lo alegró. - Tienes todos los privilegios y los poderes del rango, y yo te apoyaré para que cumplas mis órdenes. Tienes en frente un futuro brillante, Al Mandur Bey, bajo mi orden. Sigue este futuro. Las palabras del atabeg y su nuevo cargo lo hicieron feliz, y este bello sentimiento lo ha derramado también sobre sus súbditos, empezando con su propia comitiva y el harén. Manuk, el eunuco jefe, ha recibido orden que traiga del puerto, innumerables comerciantes a las puertas del harén, de tal manera que las esposas y las odaliscas gozen ellas también de la nueva posición del señor. No han sido olvidados tampoco los niños, cuales han recibido muchos dulces y las más hermosas prendas. “Nuestra mudanza en Ţurţūšah ha comenzado bien, para todos. Es de buen augurio , pero ¿ cuánto durará nuestro bien?” Era el pensamiento que tenían las esposas y las concubinas del Bey, felices para ese comienzo de sus vidas en la hermosa ciudad. Para Mehrim, la mudanza del viejo apartamento en otro lugar no tenía ningún significado. El camino hacia Ţurţūšah-Tortosa, donde ha escuchado ella que se mudarán, la hizo llorar, recordándose de los momentos dramáticos cuando se ha despertado del desmayo en medio de los moros. Se había agarrado psíquicamente y sentimentalmente de Karima valide, mamá, el instinto diciéndole que su salvación venia solamente de parte de Karima. Un pensamiento que la perseguía en permanencia. “¿Por qué no me buscan los abuelos, mi padrino, el Conde? ¡Ellos son buenos y fuertes! Ellos tienen grandes poderes y no entiendo ¿por qué no me encuentran? ¿O no me van a encontrar?” La posición de Al Mandur Bey se consolidaba ante el atabeg Yassin, a medidas que el tiempo pasaba, debido a sus hechos de armas y debido a la lealtad comprobada en varias circunstancias.A unos cinco años después de que había recibido la provincia y el castillo La Suda de Tortosa, por medio de sus hombres bien colocados como espías a las cortes de otros Bey, se ha enterado de la conspiración contra el atabeg, preparada por Bey de Murcia. Junto con el atabeg, han tendido una trampa a los complotistas, a cuales los han capturado y castigado ejemplarmente. Esto le ha traído a Al Mandur fama a lo largo y a lo ancho de la península, convirtiéndose él mismo en un hombre poderoso, galanteado por de otros nobles y generales del califa.

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Nuevamente, las ventajas, los privilegios y las riquezas traídas por su fama se han derramado sobre la comitiva y el harén. El señor Al Mandur ha comprado cinco odaliscas de diferentes nacionalidades, jóvenes y hermosas y ha contratado unos tres más harem ağasi, eunucos nubianos. Manuk se había convertido en un verdadero baş Hadim, eunuco jefe, cual gobernaba el harén con determinación y exigencia, manteniendo, lo más que podía, la jerarquía y el respeto entre odaliscas, concubinas y las dos esposas. La pequeña Mehrim-Melissa ha crecido. A los nueve años era una niña hermosa y desarrollada en armonía, prefigurando una futura concubina o esposa, hermosa, llena de gracia y sabía. Se prefiguraba ser una conocedora de las reglas, pero también de las intrigas del harén y de la corte del poderoso Bey.Y Karima-valide, la mamá, era muy orgullosa de su hija adoptiva, tanto como aspecto, como también por todos los conocimientos que ha acumulado como futura esposa, para cualquiera de los grandes nobles musulmanes. Y aun así, para su capote, Melissa oraba a Dios, el cristiano como le decía ella, que la ayude y solamente cuando decía las oraciones con voz alta llamaba en ayuda a Allah. Continuaba soñar, muchas veces con los ojos abiertos, a las tierras del dominio donde ha nacido, soñaba a sus padres, a López y a los abuelos. Se imaginaba, en su ingenuidad de niña, el encuentro con estos, en el futuro, dentro de años, aunque a menudo creía que mamá y papá se habían ido con Dios. Pensaba que mamá y papá se habían ido en otro mundo, pero no tenia, para su capote, esta firme convicción. Varias veces los ha soñado llorando, buscándola por las tierras de los moros. Estos sueños, a lo mejor una expresión subconsciente de sus deseos ocultos, le traía entristecimiento, seguido después, de optimismo. Y, así, le conservaba la esperanza del regreso a su vida normal, cristiana. La vida libre, en las hermosas tierras del dominio del abuelo. No se veía nunca, en ninguno de sus sueños, viviendo cautiva en el harén del bey, por más que saciada hubiera estado su vida. Las dos esposas del señor, a quienes seguía con ojos de niña, no tenían el esplendor de su mamá, no tenían sueños y esperanzas. Se les había quitado el futuro y se conformaban con el mundo lujoso, pero limitado en cual vivían. “Quiero vivir así como ha vivido mamá, libre, hacer lo que yo quiera. Y jugar junto a López”. Sus hermanastros, los tres hijos del señor, mayores con dos, tres y cuatro años que Melissa, habían comenzado las clases de esgrima y lucha, con soldados-maestros, quienes venian en una sala anexa al harén. Después de cada clase, estos contaban a las muchachas, orgullosos de ellos, sobre lo que han aprendido para convertirse en buenos luchadores. - Karima valide, sé que es contra las reglas que una muchacha vaya junto a los muchachos, a los ejércicios militares, pero quisiera acompañar a mis hermanos, verlos como se instruyen y darles ánimo. Les tengo cariño y quiero estar con ellos. Veré cosas nuevas a estas clases, igual que ellos. Karima la miró divertida, era una novedad también para ella que una muchacha vaya a las clases de esgrima.¿Pero qué puede ser malo en esto? Les dará ánimo y estimulará a los muchachos para que aprendan con más atención lo que sus maestros los instruían.