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Los caminos del inmenso desierto y de la mar FRANCISCO BRÁNDLE (Madrid) Las dimensiones espacio-temporales en las que se desarrolla el hombre nos permiten comprender su vida bajo expresiones ligadas al tiempo y al espacio. Metas en el tiempo o en el espacio, hacen de determinados momentos o de señalados lugares puntos de referencia para encaminar hacia ellos la vida de los hombres. Pero, sobre todo, cuando espacio y tiempo dejan de comprender- se en su dimensión sensible, la que nos llega por los sentidos, y se trascienden éstos, espacio y tiempo se convierten en referencia de la vida humana en sus dimensiones últimas, las realidades espacio- temporales pasan a ser preciosas metáforas y símbolos de la realida- des humanas. Comprender la vida como un camino es algo muy común. Ligar el camino de la vida al desierto o al mar, ya no lo es tanto, pero Juan de la Cruz lo ha hecho para evocar el discurrir de los hombres hacia Dios y también el de Dios hacia los hombres. Trataremos de presentar estas dos realidades espaciales, convertidas en evocaciones de la vida humana en el pensamiento sanjuanista: desierto y mar, para recordar, después, cómo son los caminos que por ellas se hacen. 1. EL DESIERTO Para un viajero del talante de San Juan de la Cruz son muchos los paisajes que en sus frecuentes y largos viajes se le ofrecieron a REVISTA DE ESPIRITUALIDAD (58) (1999), 523-538

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Los caminos del inmenso desierto y de la mar

FRANCISCO BRÁNDLE

(Madrid)

Las dimensiones espacio-temporales en las que se desarrolla el hombre nos permiten comprender su vida bajo expresiones ligadas al tiempo y al espacio. Metas en el tiempo o en el espacio, hacen de determinados momentos o de señalados lugares puntos de referencia para encaminar hacia ellos la vida de los hombres.

Pero, sobre todo, cuando espacio y tiempo dejan de comprender­se en su dimensión sensible, la que nos llega por los sentidos, y se trascienden éstos, espacio y tiempo se convierten en referencia de la vida humana en sus dimensiones últimas, las realidades espacio­temporales pasan a ser preciosas metáforas y símbolos de la realida­des humanas. Comprender la vida como un camino es algo muy común. Ligar el camino de la vida al desierto o al mar, ya no lo es tanto, pero Juan de la Cruz lo ha hecho para evocar el discurrir de los hombres hacia Dios y también el de Dios hacia los hombres. Trataremos de presentar estas dos realidades espaciales, convertidas en evocaciones de la vida humana en el pensamiento sanjuanista: desierto y mar, para recordar, después, cómo son los caminos que por ellas se hacen.

1. EL DESIERTO

Para un viajero del talante de San Juan de la Cruz son muchos los paisajes que en sus frecuentes y largos viajes se le ofrecieron a REVISTA DE ESPIRITUALIDAD (58) (1999), 523-538

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la vista I y muchos también los parajes en los que pudo sentir el recreo que la naturaleza le ofrecía a los sentidos, y, sobre todo, en su caso la ocasión para elevar su espíritu. Los testigos nos recuerdan cómo solía tomar motivo de las cosas del campo, de los ríos, mon­tes, valles, del cielo anchuroso y claro para tratar de las cosas celes­tiales y divinas 2. Su experiencia se traduce en doctrina a la hora de proponer al hombre que busca a Dios la ayuda que ha de encontrar en el entorno natural.

1.1. El desierto de los sentidos

Entre los motivos de los que Dios se vale para mover al hombre a venir a encontrarse con él está la disposición de las tierras, con sus árboles y demás elementos, la quietud y el sosiego que en ellos se halla. Sin embargo, el encuentro con Dios no se da de modo inme­diato, la disposición de las tierras y el ambiente sosegado, que de por sí pueden ser motivo para allegarse a Dios, corren el riesgo de quedarse en mera recreación de los sentidos. Las indicaciones del Santo son claras: si procuran recrear el apetito y sacar jugo sensiti­vo, antes hallará sequedad de espíritu y distracción espiritua1 3

• En esta misma línea, para evitar el peligro, recuerda como en los an­chísimos y graciosísimos desiertos los anacoretas y santos ermitaños escogían un pequeño recinto. Tan pequeño como puede ser una cueva o celda, tan restringido como puede ser el espacio al que se alcanza estando atado a una cuerda 4.

1 Una bella presentación de esta faceta de San Juan de la Cruz la encon­tramos en: F. Ruiz, Dios habla en la noche. Vida, palabra y ambiente de San Juan de la Cruz. Madrid, 1990, pp.253-284.

2 Cfr. JERÓNIMO DE SAN JOSÉ, Historia del Venerable Fr. Juan de la Cruz. Madrid, 1641, Libro V, c. IV, p. 493. Citado por E. Orozco Díaz, Estudios sobre San Juan de la Cruz y la mística del Barroco 1, Universidad de Granada, 1994, p. 536. Se ha reeditado últimamente esta vida del Santo: JERÓNIMO DE SAN JOSÉ, Historia del Venerable Padre Fr. Juan de la Cruz (edición preparada por J. Viceute Rodríguez) Salamanca, Junta de Castilla y León, 1993, 2 vols, 994 pp.

3 Cfr. 3S 42,1 (en las citas del Santo seguimos la edición: S. JUAN DE LA CRUZ, Obras completas. S.ed. J. V. Rodríguez-F.Ruiz, EDE, Madrid, 1993).

4 Cfr. 3S 42,2.

T I

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No se trata de huir del lugar desierto, que en la acepción de San Juan de la Cruz es lugar despoblado, pero ameno y agradable; se trata de entrar desde el primer momento en el camino que nos ha de llevar a su disfrute más allá de los sentidos, provocados, eso sí, por el contacto con este espacio natural a la búsqueda de Dios, entendi­do como el Amado que pasó por ellos. Se entra en el camino por la negación del apego al disfrute sensible de los mismos, dejando sólo que de modo pasivo aquel lugar nos despierte a la comunión con el Dios escondido.

En definitiva no hace otra cosa que conformar su doctrina con la tradición evangélica que nos recuerda como el Señor se retiraba en la quietud de la noche a los lugares solitarios y desiertos a orar.

La soledad del desierto, su llamada a la purificación del sentido, se contrapone a la limitada y pobre búsqueda de Dios que pretende hacerse en momentos y lugares de bullicio donde los hombres se reúnen en romerías y fiestas de las que más se saca distracción que recogimiento interior 6

En definitiva, la disposición de los parajes naturales está tanto más ordenada a proporcionar al hombre la llamada a buscar a Dios, cuanto más se acerca a ellos en soledad y desnudez. Desde el desier­to de los sentidos ha de venir a descubrir a Dios en el desierto del espíritu.

1.2. El desierto del espíritu

Aquí no se va, le llevan a uno. En el proceso de la purificación que entraña la noche sanjuanista el hombre acaba siendo conducido «a una profundísima y anchísima soledad donde no puede llegar alguna humana criatura» 7. Esta soledad es comparable a un inmenso desierto que por ninguna parte tiene fin.

Perdura la imagen del desierto, pero adquiere unas dimensiones espaciales singulares, puesto que el horizonte es totalmente abierto. El deleite, sabor y amor que este desierto del espíritu proporciona al

5 efr. Mt,14,23; Le 6,12 en 3S 44,4. 6 efr. 3S 36,3. 7 efr. 2N 17,6.

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hombre sobrepasa toda medida sensible. La percepción del mismo, va más allá de aquellas consideraciones que invitan al hombre a buscar, para después gozar, el paraíso perdido. La trayectoria que lleva del desierto del sentido al desierto del espíritu no es la de la mera renuncia al placer sensible para después alcanzar de nuevo, como premio, un nuevo desierto sensible, entendido como paraíso perdido. El camino, que más adelante detallaremos, se recone a oscuras en la compañía y con la guía del único mozo de ciego que puede conducirnos, Dios mismo 8.

El espacio desde el que se contempla la creación es ahora ese espacio abierto, donde las cosas no oprimen ni atan, porque se sien­ten alejadas y remotas, al tiempo que se perciben en el misterio de amor y deleite divinos. La negación primera, el paso de la noche, permite alcanzar una nueva forma de estar en el mundo que nos permite descubrir la entrañable soledad del ancho desierto.

1.3. La entrañable soledad del ancho desierto.

Juan de la Cruz escoge al final de su vida disfrutar de aquella soledad que ya expresa la madurez del estado en que vive, y que ha dejado reflejada en sus escritos. Sus biógrafos nos recuerdan que ante el temor de ser enviado de nuevo como superior a Segovia, escribe a la M. Ana de Jesús (Jimena) que ruegue al Señor le con­ceda verse libre de ello 9'. Le destinan a AndaluCÍa. Allí, sin exigir nada, le dice al Provincial que en la soledad de La Peñuela se en­cuentra muy contento.

En este desierto de La Peñuela le sorprendemos evocando en sus cartas la ancha soledad del desierto del espíritu que ha descrito en sus libros. «La anchura del desierto ayuda mucho al alma y al cuer-

8 Cfr. LB 3,29. 9 Cfr. CRISÓGONO DE JESÚS, Vida de San Juan de la Cruz. en Obras comple­

tas, 6.ed. ed. Matías del N. Jesús y L. Ruano, Madrid, 1972, p. 311. F. RUIZ (dir.) Dios habla en la noche, p. 354-355. En la carta a la M. Ana de Jesús (Jimena) escribe: «Lo que le ruego, hija, es que ruegue al Señor que de todas maneras me lleve esta merced adelante, porque todavía temo me han de hacer ir a Segovia y no dejarme tan libre del todo, aunque yo haré lo que pudiere por librarme también de esto» (Madrid, 6 de julio de 1591).

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po, aunque el alma pobre anda. Debe querer el Señor que el alma también tenga su desierto espiritual» 10.

Su desierto espiritual se hace ejercicio admirable. La creación y la historia se contemplan desde la nueva vida que hace posible el amor purificado. «Pondrá amor donde no hay amor», como había escrito momentos antes de llegar a La Peñuela 11, Y descubrirá en la creación, liberada de la percepción cerrada de los sentidos, las gra­cias derramadas del Amado 12, que a su vez es evocado cómo mon­tañas, valles, ínsulas extrañas, ríos sonorosos y silbo de aires amo­rosos 13.

2. EL MAR

En la primavera del año 1585 es convocado Juan de la Cruz al Capítulo Provincial de los Descalzos que tendrá lugar en Lisboa. Allí podrá contemplar el mar. Suele acercarse a la orilla, y solo, de cara a la inmensidad de Atlántico, lee y se entrega a sus místicas contemplaciones 14.

El P. Gracián, que preside en ausencia del Provincial elegido las sesiones capitulares, habla de sus proyectos misioneros. Expone a los capitulares, entre los que se encuentra San Juan de la Cruz, cómo ha dado permiso al P. Juan de la Madre de Dios para que pase con cua­tro compañeros a Méjico. Al fin se logra la aprobación del Definito­rio elegido, que contando con el parecer favorable de Felipe II que se ha enterado del deseo de los descalzos y de la provisión concedida por el Consejo de Indias, no sólo se limitará a dar el permiso para cuatro, sino que lo extiende a doce. Gracián lo juzgará providencia de Dios, pues de haber estado presente el nuevo Provincial no se habría logrado la aprobación del envío de los misioneros 15.

!O Cfr. Cta. 28 a Dña. Ana de Peñalosa, La Peñuela, 19 de agosto de 159l. II Cfr. Cta. 26, a la Madre María de la Encarnación. Madrid, 6 de julio de

159l. 12 Cfr. CE c.5. 13 Cfr. CE ce. 14-15. 14 Cfr. CRISÓGONO DE JESÚS, o.cit., p. 258. 15 Cfr. F. RUIZ, o.cit., p.264-265.

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La contemplación del mar y las conversaciones en torno al envío de los misioneros ofrecen a Juan de la Cruz valiosos símbolos espa­ciales en los que verter su experiencia espiritual. No había dejado de tener noticia de las realidades marinas por sus lecturas, sobre todo bíblicas, y, tampoco sería extraño hablar de viajes marinos en aque­lla época en la que a Sevilla llegaban los barcos procedentes de Las Indias, sería, no obstante faltarle esta experiencia directa, la mar y sus viajes lo que le permitiría hacer del mar y sus caminos uno de los símbolos más sugerentes en su exposición doctrinal.

Nos movemos dentro de las coordenadas del espacio, pero una vez más se trasciende el elemento sensible, y el universo, la plenitud de la realidad, es un mar de amor en el que el hombre se ve engol­fado. La liberación del sentido hace posible que este mar no tenga término ni fin, no hay horizonte cerrado para el amor, que es en sí inacabable. Vertido el amor en el corazón del espíritu del hombre, se traduce en una nueva percepción de todo lo creado. El amor se percibe como mares de fuego amoroso que abarca lo alto y lo pro­fundo de la creación. Es la plenitud del amor en todo, simbolizado en ese mar de amor en el que es posible engolfarse 16.

La conocidas coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre, en las que la vida del hombre se compara a los ríos que van a dar en la mar, que es el morir, tuvieron que llegar hasta Juan de la Cruz que va a hacer de ellas una nueva lectura. Para nuestro místico la vida del hombre que llega a su plenitud se transforma en ríos de amor, que parecen mares de amor, y entran en la mar, que es el morir de amor 17, por el que se nace a la vida.

El mar será el lugar del amor, donde la abundancia es tal que el gozo es perfecto, no cabiendo en tal estado mengua ni exceso. En clave de camino por la mar veremos más adelante como se describe la vía que une a Dios con el hombre y al hombre con Dios.

En clara antítesis con esta simbología, encontramos la del mar embravecido identificado con el corazón del hombre que no vence los apetitos 18.

16 Cfr. LB 2,10. 17 Cfr. LB 1,30. 18 Cfr. lS 6,6.

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El principio del mal está en el mismo ser desordenado del hom­bre. Hasta que el hombre no logra ordenar sus apetitos su vida es mar que hierve, mar tumultuoso en el que quien se engolfa muere de aquella muerte que nunca puede engendrar vida.

3. Los CAMINOS DEL DESIERTO

La descripción del desierto en su variada acepción sanjuanista nos obliga a presentar los caminos del desierto en sus distintas mo­dalidades. Unos son los que se han de emprender para no quedar atrapados en el desierto del sentido, otros los que nos permitan no rendirnos ante lo duro del desierto del espíritu, para acabar caminan­do por los caminos de libertad que recorren el anchísimo desierto de la vida que ha llegado al culmen de su realización.

3.1. Pasaré los fuertes y fronteras

El camino que arranca al hombre de aquel desierto engañoso de la propia satisfacción de sus gustos y apetitos no se puede empren­der sin la fuerza que para ello le brinda el amor del Esposo, «porque para vencer todos los apetitos y negar los gustos de todas las cosas .. era menester otra inflamación mayor de amor mejor, que es el de su Esposo ... y no solamente era menester para vencer la fuerza de los apetitos sensitivos tener amor de su esposo, sino estar inflamada de amor y con ansias» 19. Ha salido buscando sus amores. Sin salir de sí, muriendo a sus propios gustos y afecciones naturales, es imposi­ble venir a gozar de la verdadera vida y deleite espiritual, que el hombre encuentra en la comunión con Dios.

La vida viene simbolizada en el camino de la unión. Hay que saber discernir para encaminarse por él sin errar. Tal es el propósito de nuestro Santo, que ha sido testigo de muchos engaños, porque hay quienes piensan que les lleva Dios por este camino de la noche oscura de la purgación espiritual y lo que en verdad sucede es que

19 lS 14,2.

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van por el camino de sus propias imperfecciones. Como también sucede que lo que muchos piensan es estar alejados de Dios, sin oración ni consuelo, es estar en el centro de su humildad y perfec­tamente encaminado 20 •

. La doctrina que recoge en el primer libro de la Subida y que se complementa en la purificación de la voluntad tal y como la presenta en el tercer libro de la Subida, no son sino la explicitación de esa intuición genial que expresa en el dibujo del «Monte» a través de la imagen de los caminos errados. Es la misma imagen espacial del camino la que va dirigiendo su pensamiento al exponer doctrinal­mente su enseñanza. La vida viene, pues, simbolizada por un camino donde el hombre vive afectado por muchas cosas, que le hacen gozar, penar, esperar o temer, y unas procederán del espíritu de pelfección y otras de impelfección.

En su exposición doctrinal sólo se detiene en el gozo. El gozo en los bienes, sean de la tierra o del cielo, no es meta en la vida del hombre que busca a Dios como el Amado. Las sendas por las que se encamina el hombre para alcanzarlo son sendas sin meta, que acaban dejándole perdido. Encaminado por el amor se adentra en la senda de las nadas, después de haber logrado pasar los fuertes y fronteras. El amor de Dios, entendido desde la llamada a la comu­nión con El, hace posible que el sentido pueda desprenderse de las ataduras que le tienden sus gustos y apetitos sensibles, logrando al mismo tiempo no sucumbir a las fuerzas del mal, que buscan con gran fuerza impedir el progreso y la madurez del sujeto.

Juan de la Cruz, que para expresar lo que vive en su interior acude a los montes, a los valles, a los sotos y espesuras, a los ríos, a las riberas, a la fuente y a las flores, que se siente envuelto por la noche, la aurora y la alborada, aspirando los olores del huerto, es­cuchando el canto de la dulce filomena y percibiendo el correr y el silbo del aire 21, recorre el camino en la sequedad de la negación del gusto en todo ello y, sobre todo, educado por Dios en una noche en la que la noticia que de Dios le llega a través de lo creado se vuelve noticia oscura, general y amorosa, transformando la tosquedad del

20 lS Pról 6-7. 21 Cfr. E. OROZCO, o.cit., p. 562.

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sentido en nueva percepción de lo divino en la creación recibida como apertura desde el espíritu al nuevo camino que se hace en la hondura de las nadas.

3.2. El camino de las nadas

Se trata de caminar en esa condición nueva en la que lo que cuenta es el amor de Dios. De manera que lo que se busque sea Dios en sí, careciendo de eso y esotro, de todo por Dios, inclinándose no a lo que es gusto, sino a lo desabrido. Esa es la nada, muerte y aniquilación temporal, natural y espiritual en todo, por medio de una voluntad que en su estimación sólo se queda con Dios, negándose a toda otra cosa.

Es un camino nuevo, no conocido, para llegar a la cima del Monte nunca antes escalada. Es el camino para venir o llegar a lo que todavía no se gusta, no se sabe, no se posee, no se es, que se ha de hacer en la radical desposesión de algo en el gustar, saber, poseer o ser 22.

Es el mismo Dios quien lo dispone 23• Es el mozo de ciego que

la ha de guiar y conducir a dónde no sabe, pues ni su entendimiento, ni ninguna otra de sus facultades puede disponer el camino para llegar hasta el nuevo estado de plenitud que espera 24. Para tal nove­dad no caben guías humanos, su única misión es indicar la senda 25.

Aquel que se ve en ella, después de dejar las sendas erradas, las sendas que le marcaban los sentidos, no puede hacer otra cosa que dejarse guiar en total abandono. Cualquier seguridad que brotase de sus propios sentimientos podría impedir el ascenso. El único senti­miento que cabe es el de vacío y abandono. El elemento pasivo envuelve al caminante que avanza por el sendero de las nadas. Si lo

22 Juan de la Cruz lo ha expresado en esa poesía substancial que son sus sentencias colocadas al pie del Monte: «Para venir a gustarlo todo, no quieras gustar algo en nada ... , para venir a lo que nos gustas, has de ir por donde no gustas ... Porque «cuando reparas en algo, dejas de arrojarte al todo» ... y «para venir del todo al todo has de dejarte del todo en todo ... ».

23 Cfr. LB 3,46; 3,59. 24 Cfr. LB 3,29. 25 Cfr. LB 3,46.

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que ha de alcanzar es la novedad de un estado nunca vivido ni conocido necesariamente ha de dejar los viejos modos, como el que camina hacia tierras desconocidas que necesariamente ha de caminar por caminos no sabidos ni experimentados 26.

Estamos en la senda del Monte Camelo dibujado por San Juan de la Cruz, y en ella la célebre secuencia de nadas, hasta seis, que con­ducen al hombre a la auténtica experiencia del Monte. En las nadas no se expresa una metodología para el ascenso, lo que verdaderamen­te se expresa es la hondura que busca alcanzar aquel que penetra en las entrañas del Monte, claramente identificado con el ser de Dios: «sólo mora en este Monte honra y gloria de Dios» 27 Por el camino de las nadas se alcanza aquella experiencia en la que el camino se ensan­cha hasta traducirse en anchísimo y profundísimo desierto, es la ex­periencia del camino hecho libertad, pues para el que aquí llega ya no hay camino porque para el justo no hay ley, él para sí se es ley 28.

3.3. El camino de la libertad.

En la segunda redacción del Cántico Espiritual ha introducido San Juan de la Cruz al comienzo y al fin del mismo dos descripcio­nes concisas de la conciencia del sujeto en el distinto estado en que se encuentra.

Al comienzo es la conciencia llena de sabiduría del hombre que descubre el sin sentido de su vida si no la orienta a Dios que es su principio y su meta: «Cayendo el alma en la cuenta de lo que está obligada a hacer, viendo que la vida es breve ... , Conociendo la gran deuda que a Dios debe .. , en que se conoce obligada a Dios desde antes que naciese ... , para remediar tanto mal y daño, mayormente sintiendo a Dios muy enojado y escondido por haberse ella querido

26 Cfr. 2N 16,8. 27 Las ediciones de las obras del Santo suelen recoger fundamentalmente

dos dibujos, la copia notarial del dibujo entregado por el Santo a Magdalena del Espíritu Santo y la elaboración para la edición príncipe de Alcalá en el 1618 del mismo dibujo llevada a cabo por Diego de Astor. Suelen las ediciones transcribir las distintas sentencias del dibujo.

28 Cfr. Dibujo del Monte y lTim 1,9; Rom 2,14.

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olvidar de él entre las criaturas ... , renunciando todas las cosas, dan­do de mano todo negocio .. , con ansia y gemido salido del corazón comienza a invocar a su Amado» 29.

Al final nos evoca la conciencia del hombre que vive ya su plenitud en la unión con Dios: «Conociendo, pues, aquí la esposa [humanidad unida a Dios] que ya el apetito de su voluntad está desasido de todas las cosas y arrimado a su Dios con estrechísimo amor; y que la parte sensitiva del alma, con todas sus fuerzas, po­tencias y apetitos, está conformada con el espíritu, acabadas ya y sujetadas sus rebeldías; y que el demonio, por el vario y largo ejer­cicio y lucha espiritual, está ya vencido y apartado muy lejos; y que su alma está unida y transformada con abundancias de riquezas y dones celestiales ... » 30.

Para esta última experiencia encuentra Juan de la Cruz un pasaje bíblico en el Cantar de los Cantares que responde a esa conciencia de libertad y anchura a la que llega el hombre ya bien dispuesto y fuerte, es semejante a la esposa arrimada en su esposo que sube por el desierto de la muerte, abundando en deleites, vertiendo amor 31

Pocos autores se han detenido en este texto, tan curiosamente para­fraseado por Juan de la Cruz. Ya en su comentario Fray Luis de León había recordado lo que sabemos: desierto significa tanto como campo, y no sólo lugar yermo, espacio ancho y llano 32; Juan de la Cruz va más allá, ahora este desierto, al que llama el desierto de la

29 Cfr CB 1,1 (La abreviatura CB es ya común para indicar la segunda redacción del Cántico espiritual en los editores de las obras del Santo).

30 Cfr. CB 40,1. 31 Cfr. Cant 8,5 citado en CB 40,1 y LB 1,26. El texto del Cantar viene

parafraseado por San Juan de la Cruz. Aunque según Fray Luis este verso sería un paréntesis que refleja el pensamiento de quienes ven al Esposo y a la Esposa, ésta ya sobrepuesta, sin tener ya temor ni vergüenza, Juan de la Cruz lo asume como conciencia del alma ya totalmente enamorada. (Cfr. LUIs DE LEÓN, Obras completas castellanas. Madrid 1951, p. 187) El análisis de la canción última del Cántico, como apunta X. Pikaza, denota ya la paz en la que están los esposos, evocada desde fuera, pues quien habla no parece ni el espo­so, ni la esposa. Los amantes parecen resposar en silencio, habiendo comple­tado su camino (cfr El «Cántico Espiritual» de San Juan de la Cruz, Madrid, 1992, p. 398), sin embargo, en el comentario Juan de la Cruz lo pone en definitiva en boca de la esposa para que el Esposo concluya la obra que en ella se ha realizado. (Cfr. CB 40, 1).

32 Cfr. LUIS DE LEÓN, o.cit., p.189.

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muerte, se transforma en aquel desierto que alcanza el hombre que pasa por la de muerte de amor, que recuerda en Llama, donde sabe­mos vuelve a citar el texto.

El desierto es ahora el nuevo estado. Todo es ancho y sin fin 33.

Sabroso y deleitoso, por él se camina sin angostura alguna, no hay camino cerrado. Estamos ante el camino de libertad en el que la pro­pia realización del hombre en el amor se convierte en ley suprema.

4. Los CAMINOS DE LA MAR

No hay en la vida de San Juan de la Cruz testimonio alguno sobre singladuras marinas. En Lisboa llegó a sentarse a orillas del Atlántico, quizás con el pensamiento cruzase aquellas aguas, que por entonces, como recordamos, llegaron a cruzar algunos hermanos de hábito. Más tarde concluido el Capítulo de 1591 el mismo Juan de la Cruz es destinado a Méjico, pero nunca llegó a partir a tan lejanas tierras 34. Sin haber, pues, realizado viaje alguno, hay en sus obras alusiones directas a peripecias marinas, para traducir la experiencia de Dios y la vida del Espíritu.

4.1. Los caminos de la perdición

Camino sin meta, donde todo es cansancio, y cuyo término es la perdición es el que se hace en la mar alborotada. Las aguas agitadas por el viento, que levanta en ella olas incontrolables por el hombre, se convierten para Juan de la Cruz en la viva expresión metafórica del hombre a quien los vientos de sus apetitos cansan y fatigan. A la manera que el viento mueve y turba el agua, los apetitos alborotan al hombre sin dejarle sosegar en un lugar y cosa. En esas condiciones no hay camino posible. Todo es turbación y acaba en la perdición 35.

33 Cfr. 2N 17,6. 34 La noticia la dan todos sus biógrafos. Una breve y sucinta nota sobre la

presencia de los Carmelitas descalzos en tiempos de San Juan de la cruz en Méjico la ofrece S. GIORDANO, Méjico en el horizonte, en F. RUIZ, o.cit., p. 355.

35 Cfr. 1S 6,6.

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El mar agitado puede surcarse aligerando el peso, y abriendo camino a la esperanza en la ayuda de Dios, ya que nada puede hacer el hombre. La <<noche» del espíritu encuentra en Jonás, arrojado en lo profundo del corazón del mar, cercado por las aguas inmensas y bajo la furia de las olas, una bella expresión de la vida del hombre que en el camino de la perfección siente su ser anegado por la terrible prueba que supone la total transformación de su viejo ser 36

4.2. Los caminos de Dios son en la mar.

Para Juan de la Cruz la lejanía del ser de Dios respecto de las criaturas -y, por lo mismo, del modo de conocer del hombre que nunca podrá alcanzar a Dios-, propuesta en sus consideraciones doctrinales en el libro segundo de la Subida 37, se hace experiencia viva en las evocaciones del Cántico.

Dios, por «las grandes y admirables novedades y noticias extra­ñas alejadas del conocimiento común», es para el hombre «insulas extrañas».» Las ínsulas extrañas están ceñidas con la mar y allende de los mares, muy apartadas y ajenas de la comunicación de los hombres» 38. Nada extraña que el camino de Dios al hombre, del hombre a Dios, se haga por la mar. El camino que se hace por ella es secreto y oculto.

La contemplación que le lleva a estas ínsulas extrañas, o mejor aún, el modo y manera por el que Dios, que es para el hombre estas ínsulas extrañas, se infunde por la contemplación en el hombre, ha de ser necesariamente camino no sabido, y ha de recorrerse huma­namente no sabiendo y divinamente ignorando 39. La experiencia de Dios no llega sino a través de este «no saber», mientras se alcanza.

La alusión al camino que se hace en la mar nos permite com­prender mejor el sentido de este camino por el que se avanza no sabiendo, en la oscuridad del conocimiento. La mística contempla-

36 Cfr. 2N 6,3, 6,6. 31 Cfr. 2S 8,3. 38 Cfr. CB 14-15, 8. 39 Cfr. 2N 17,7.

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ción de las cosas divinas se hace en el no saber, como ya dice el profeta Baruc: «No hay quien pueda sacar sus vías ni pensar sus sendas» (Bar 3,31). Pero es David, profeta real, el que en uno de los salmos, entendido espiritualmente, nos describe con mayor precisión esta mística contemplación: «Tus ilustraciones lucieron y alumbra­ron a la redondez de la tiena, conmovióse y contremióse la tiena. En el mar está tu vía y tus sendas en muchas aguas, y tus pisadas no serán conocidas (Sal 76,19-20). La iluminación de las potencias del hombre, en la noche de la contemplación, se hace en secreto, ocultamente. Es comparable al camino que se lleva por la mar, que a los ojos del cuerpo no se conocen las sendas y pisadas hechas en él. «Que esta es la propiedad que tienen los pasos y pisadas que Dios va dando en las almas que Dios quiere llegar a sí.. .. , que no se conocen» 40.

Se comprende que el alma que ha ido por el camino del no saber, puede salir de sí y de todas las cosas para llegar a engolfarse en este mar de amor 41

• Allí cesa el hombre de ser dirigido en su actuar por los sentidos, que ahogados en el mar de la contemplación oscura42

,

se renuevan en el mar de amor que lo llena todo. La creación con­templada por el hombre cobra todo su sentido desde este nuevo estado. La ascesis que preside el comienzo del camino, por la que se trasnciende la mediación de la naturaleza, se convierte en sabrosa contemplación donde todo se descubre en el mar del amor.

5. EL CAMINO DE LA PERFECCIÓN

La tenninología del camino o vía para la conseCUClOn de la perfección en la virtud es clásica. El Diccionario de la lengua es­pañola admite, entre una de las acepciones a la voz via, ésta: «Entre los ascéticos, modo y orden de vida espiritual encaminada a la per­fección de la virtud, y que se divide en tres estados: vía purgativa, iluminativa y unitiva». Será la acepción que recoja Juan de la Cruz

40 Cfr. 2N 17,8. 4\ Cfr. LB 2,10. 42 Cfr. LB 3,38.

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en su presentación de los estados o vías en la segunda redacción del Cántico espiritual 43 •

Clásica es también la acepción de vía como medios de que se sirve Dios para conducir las cosa humanas, recogida igualmente en el Diccionario. Esta acepción es la que predomina en el uso que Juan de la Cruz hace en el libro segundo de la Subida. Denotando igual­mente el modo y la manera en que se recibe: vía natural, sobrena­tural, espritual, por la memoria, etc.

Es, sin embargo, en la <<noche» donde la vía, el modo o manera por el que Dios se acerca, se traduce en esa expresión espacial del que se mueve por la mar. La mera acepción ascética se hace llÚstica. La oscuridad y el secreto de la vía y camino cobran todo su relieve, al tiempo que tal búsqueda se hace en la inmensidad de un espacio abierto como es la mar. Curiosamente, en Juan de la Cruz, la bús­queda de Dios, que siguiendo a San Agustín, comienza refiriéndose a la interioridad: «mal te buscaba fuera, que estabas dentro» 44, se traduce en algo que trascendiendo el mundo de la interioridad, al igual que el mundo externo de los sentidos, encuentra en la simbo­logía del camino hecho por la mar su expresión más acertada.

El camino de la perfección acaba en Juan de la Cruz traducién­dose en el espacio libre del ancho desierto. No ha eludido la estre­chez de camino que lleva a la vida. Es la estrecha senda de la que habla el evangelio 45, Y que él refleja en el estrecho camino de las nadas al dibujar el Monte. La meta es el espacio libre. Allí ajena de toda criatura, se ve colocada en una contemplación nueva de todo aquello que el desierto ofrece.

La percepción espacial, mar y desierto, le permiten a Juan de la Cruz salir de la experiencia cerrada de la interioridad, tan propia del Castillo teresiano, a la inmensidad de la vida humana descubierta en comunión con Dios con esa capacidad de abarcarlo todo en la in­mensidad del amor.

43 Cfr. CB argo 2. Acepción que volverá a repetir en las alusiones a estos tres estados o vías: purgativa, iluminativa, unitiva.

44 CB 1,6. Ya en las ediciones se anota que la expresión atribuida a San Agustín es de un Pseudo-Augustinus.

45 Cfr. 2S 7. El título del capítulo ya hace referencia a esta estrecha senda.

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Con acierto ha anotado en sus estudios sanjuanistas E. Orozco, que si bien el alma que de veras busca a Dios ha de ascender el Monte de la perfección, por el duro y desierto camino de las nadas, y ha de sumergirse en la más oscura noche de todos los sentidos, sin encontrar en ninguna criatura medio para llegar a Dios, ello no es óbice para que las representaciones de Dios se hagan a través de las criaturas y goces de los sentidos 46. No son tan exactas sus indicacio­nes acerca de las sensaciones y gozos de los sentidos que pueden después, tras atravesar la noche, convertirse en impulso y medio para llevarle a Dios 47.

Inmenso desierto, anchísmo mar no son sino la simbología por la que el hombre saliéndose de sí percibe la realidad, desde su in­mersión en Dios, como algo totalmente nuevo. La lejanía de la crea­ción 48 no es en sí misma, puesto que ahora la siente despertar dentro de su seno en el Verbo que todo lo sustenta 49, sino en su percepción de la misma, muy lejos de aquella que le llega por los sentidos. La experiencia mística no lleva de nuevo a la percepción de la creación y de la historia en las mismas categorías sensibles que en un primer momento. Purificado el sentido, la noticia sensible se alcanza en ese inmenso mar de amor o en el inmenso desierto ajeno a todo otro sentir de criatura. Creación e historia se perciben desde la nueva dimensión espacio-temporal no ligada al sentido sino a la dimensión última del hombre, que camina por vías de eternidad dejados ya los caminos naturales de proceder en el trato con Dios 50, adentrado ya en la vida del espíritu.

46 E. OROZCO, o.cit., p.556. 47 ID., id., p.556. 48 Cfr 2N 17,6. 49 Cfr. LB 4,4. 50 Cfr. CB 29,11.