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Muchas gracias por descargareste libro y por todo su apoyo!Espero que lo disfruten y que

tengan unas muy felices fiestasde fin de ano.

feliz cumple, victor! espero quenos sigamos leyendo por muchos anos mas!

con mucho carino,sofia olguin

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 Detrás de las cortinas de la mansión Mignorance, la ciudad de

Tympanus dormitaba en trémulo silencio. Los señores ya se habíanacostado, y en sus sueños reptaban fantasmas de gloria y fortuna.Las doncellas permanecían en vela, aguardando junto al temblorosoresplandor azul de las lámparas, que sus enamorados arrojaran unapiedrecilla a su ventana. Los sirvientes terminaban de asear cocinas,salones y establos. Y en los callejones más impíos y turbios de la

ciudad, las prostitutas, el opio y las profecías se vendían a los mejorespostores.Sin embargo, cortinas adentro, el señor Mignorance no dormía. En

su habitación, que él gustaba de mantener iluminada con velas decera, todavía podían oírse el tibio rumor del fuego y el acero.Cuando el señor Mignorance acabó su creación de aquella noche,

la luna ya se había colocado sobre el alféizar del balcón y espiaba,

atentamente, las pintorescas ocurrencias de aquel excéntricocaballero.—Esto es para ti, querido —susurró, acercándose al lecho con el

obsequio en las manos.Descorrió las cortinas. Lilium se arrebujó entre las sábanas y

bostezó. Su larga cabellera rubia se despeñó por la almohada y se volcó sobre la pálida seda rosa de su camisón como una lluvia de

oro. El joven se frotó los ojos y contempló, adormilado, la recientecreación de su amo.

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—Es un ruiseñor. Tal como el que viste en tus sueños… —susurróel señor Mignorance suavemente, atento a la reacción del joven.Lilium abrió los ojos al máximo y el hombre se regocijó al ver que,

otra vez, su ingenio superaba con creces la imaginación de su pupilo.No era difícil complacer a Lilium. Día tras día, noches tras noche,Charles Mignorance colocaba entre sus manos un nuevo juguete quehacía las delicias del joven. Una mariposa mecánica de plata, unapecera con diminutos peces de metal que brillaban en la oscuridad,una bola de cristal como las de las adivinas, cuyo humo de coloresemitía un zumbido suave, quejumbroso, como el de un fantasmaque arrastra los pies sobre su tumba.Lilium se incorporó, ansioso, y un bretel de su camisón se deslizó

delicadamente por su hombro pálido. Charles Mignorance sonrió.Con los dedos índice y pulgar de la mano izquierda (el noble inventorera zurdo) le dio cuerda al ruiseñor. En menos de un parpadeo, elavecilla escapó volando de su mano, desplegó unas largas alas de

color azul zafiro y se posó en lo alto del armario. Luego, agitó subrillante cabeza hacia los lados y nuevamente remontó vuelo. Rodeóel tocador de Lilium, pasó junto a la enorme pecera donde un pulpomecánico dormitaba, rodeado de su séquito de pececillos, y se posóen el balcón, junto a la gárgola-reloj.Lilium frunció los labios y Charles Mignorance sonrió, divertido.—Claro que canta, Lil —aseguró, adivinando sus pensamientos—. Pero

es tarde. —Y le señaló con un gesto la gárgola-reloj, que marcaba las tresde la madrugada.

Como siempre, Lilium se levantó primero que su amo. Se deslizósuavemente del lecho y apoyó sus pequeños pies sobre el suelo demadera. Se irguió y agitó la cabeza para desperezarse. Sus largos

rizos dorados captaron los primeros rayos del sol, que a esas horasde la mañana recién comenzaban a resbalar por entre las cortinas

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del dormitorio. Lilium se volteó y se contempló al espejo. Suspiró.Su reflejo no le decía nada en absoluto. No sabía de quién habíaheredado el oro de su cabello, ni a qué cielo le habían robado el azulde sus ojos. Charles solía decirle que su boca era el paraíso, ¿de allíprovenía él, entonces? ¿Lilium había nacido en el paraíso?Oh, seguramente era un bonito invento para ocultar la absurda

realidad de que era un huérfano. Quizá lo había dejado allí mismo,en la entrada de la juguetería del famoso Charles Mignorance, comoburlándose del futuro que el pequeño jamás podría tener.Lilium salió del dormitorio y entró en el baño. Canturreando una

melodía que no recordaba dónde había oído, se lavó el cabello, sefrotó las rodillas, refregó su espalda y luego, relajado por el vaporperfumado, dejó que la bañera se llenara de agua. Se quedó un ratoallí, flotando sobre el agua fragante a jazmín, y repasó mentalmentelas tareas del día.—Hoy no tenemos mucho que hacer —dijo en voz alta, y su

cantarina voz rebotó por los azulejos, se deslizó entre las bocasde las gárgolas, flotó entre los pétalos de las flores artificiales queadornaban la ventana y cayó al agua, moribunda, como el suspirode una ninfa herida.Lilium salió del agua, sacó el tapón de la bañera y comenzó a

secarse el cabello. Tibios y luminosos sueños se entretejían ensus pensamientos, mientras el secador soplaba sobre su melena

un viento caliente con aroma a fresas. Con un gruñido gutural, elsecador escupió entre sus rizos una desagradable masa color rosa.Lilium soltó una grosería y arrancó aquella pegajosa porquería desu cabello. Miró el dorado secador con un profundo desagrado,como un niño mira a otro niño que le ha arrebatado su juguetefavorito. Un invento de la competencia, por supuesto, de lacompañía del taimado Jules Moon Fitzgerald. Si Charles hubiese

fabricado aquel secador, jamás habría dejado que el aparatejoensuciara su cabello.

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Lilium abrió una ventana y se asomó apenas. Tympanus estabacubierta por una densa niebla que parecía azúcar glasé. Liliumsonrió. Se imaginó alargando un dedo hasta la brillante catedral,arrancando sus torrecillas de chocolate y llevándoselas a la boca. No,hacía demasiado frío para bajar a la tienda con el cabello húmedo.Algo más animado, sacó de un cajón el frasco de perfume y lo vertióen el secador.—Me han contado una historia… —cantó, con los ojos cerrados

y el cabello flotando a su alrededor como un encantamiento—, denubes de algodón y cenizas de mar. Me han contado que el cielosuspira, si la luna se deja besar…Frunciendo su delicado ceño, Lilium tomó con la punta de los dedos

un carmín rosa con sabor a miel. Con dos pinceladas, dio color a suboca y sonrió complacido al observar el resultado.—Oh, debo vestirme rápido. ¡Tengo que abrir la tienda! —Lilium

tenía la extraña costumbre de hablar consigo mismo.

Apresurado, tomó el vestido que había escogido para ese día y sedeslizó rápidamente entre sus pliegues. De color rosa, tal como aCharles le gustaba. Casi todos los vestidos de Lilium eran rosados. Seacomodó los volados, los encajes, se colocó las medias y, finalmente,se calzó los zapatos y los guantes.El espejo del baño le devolvió su reflejo: una esbelta adolescente de

ojos azules y cabello rubio, sospechosamente pálida, sospechosamente

hermosa. Algo extraño había en ella, pero… ¿qué?Lilium bajó las escaleras a toda prisa. Los relojes de toda la mansión

cantaban al mismo tiempo: eran las nueve de la mañana. Los viejoscucús salían de sus nidos y revoloteaban por los techos, llenandolas alfombras de plumas. Uno de los pajarillos se posó en la cabezade Lilium y, él asustado, lo apartó de un violento manotazo. El avecayó al suelo y allí se deshizo, con un último chillido agónico, entre

plumas y tuercas. Apenado, Lilium lo tomó entre sus manos, le dioun beso y lo guardó en el interior de su vestido.

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JUGUETERIA EL MARAVILLOSO MUNDO DE

MIGNORANCE El Paraíso de la Magia y la Aventura

Mascotas – Muñecos – Juegos de Mesa – Rodados – Voladores –Navíos y submarinos

Horario de Atención: Lunes a Sábados de 9 a 18 hs.Atendido por sus dueños

 Con una risita divertida, Lilium cambió el cartel de «Cerrado» a

«Abierto». Se volteó. Ante él, una jungla de luces y colores brillaba,parpadeaba, susurraba y se escondía entre ojos de vidrio y plumasde pavo real. Allí arriba, sobre una montaña de cajas, dormitaban losmuñecos de tamaño natural, con la cabeza caída sobre el hombro y

un silbido ronco saliendo por entre sus labios de cereza. Sus vientresabultados subían y bajaban, y algunos, seguramente los que teníanla facultad de soñar, sacudían apenas sus manos y piernas.—¡A despertarse, dormilones! —chilló Lilium a todo pulmón.Los gatos abrieron los ojos y agitaron malhumorados sus colas de

metal y pelo sintético. Los papagayos de plata comenzaron a batirsus alas, las bicicletas hicieron girar sus ruedas y las cajas musicales

llenaron el salón de cientos de melodías distintas. Lilium se cubriólas orejas con las manos.—¡Sileeeeencio! —gritó.Todas las mañanas eran lo mismo. Los monos trepaban por las

 ventanas y Lilium tuvo que subirse a una escalera para obligar a unode ellos a bajar. Lo llevó hasta la acera, donde lo dejó en penitencia,haciendo malabares y piruetas para atraer a los niños que pasaban

por allí de la mano de sus padres o institutrices. En sus ratos libres, lehabía enseñado al mono a hacer reverencias, y las damas se sostenían

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el pecho con las manos cuando el juguete se quitaba su pequeñobonete y se inclinaba ante ellas.Miró la hora. Justo a la nueve y cuarto, entró la muchacha de la

cafetería de la esquina trayendo la bandeja de su desayuno. Unenjambre de pequeños zeppelines la siguió y uno de los monos lehizo una pomposa reverencia.—Su desayuno, señorita Mignorance —dijo la muchacha, apoyando

la bandeja sobre el mostrador.—Su desayuno, señorita Mignorance, su desayuno señorita

Mignorance —la imitaron los papagayos desde sus jaulas.Lilium le sonrió, le dio el dinero y le dijo que se quedara con el

cambio. La muchacha salió de la juguetería a toda prisa.A las diez en punto, la campanilla de la tienda volvió a sonar. Lilium

asomó los ojos por encima del libro que estaba leyendo, Las rarezasdel cuerpo humano, y esbozó una sonrisa.La elegante dama buscaba un regalo para agasajar a su sobrina

en su décimo cumpleaños. Lilium la guió por entre los laberintosllenos de muñecas rubias y ojos grandes como perlas, le mostrómariposas a cuerda que volaban hasta lo alto del techo, y peludosy simpáticos osos parlanchines, que bailaban agitando sus gordostraseros y batiendo palmas. Nada convencía a la refinada dama.Observaba todo con alborozado deleite, pero nada le parecía losuficientemente bueno. Se llevaba las gafas a su empolvado rostro,

alargaba el cuello hasta la cabeza de los muñecos, y fruncía loslabios, indecisa.Lilium comenzaba a ponerse nervioso. No le gustaban esa clase de

clientes. Usualmente, eran los niños los que decidían. Correteabanentre las galerías como torbellinos y deseaban llevarse absolutamentetodo. Que un tigre en miniatura. Que un rompecabezas mágico. Quela casa encantada de la princesa Vivianne. Los padres sudaban bajo

sus altísimas galeras y Lilium sonreía con cortesía cuando alargabanhacia su enguantada mano el fajo de billetes.

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—Verás, querida —suspiró la dama, abatida—. Los juguetes detu tío son maravillosos —la gente creía que Lilium era la sobrina deCharles Mignorance—, pero me parece que él ha olvidado que existenniños que… oh… cómo explicarlo, querida… niños que… —Liliumse inclinó hacia la dama y ella estiró su cuello de jirafa hacia él—: niñosque han nacido sin la buena fortuna de poder observar  estos prodigios.Lilium ahogó un delicado gemido de consternación. Sonrió,

apenado, bajando la mirada. Luego, alzó su rubia cabeza y susurróeducadamente:—Haberlo dicho antes, mi querida señora.Lilium llevó a la dama hasta el rincón de los libros. Eligió un enorme

 volumen forrado en piel y lo soltó a la altura de su pecho. El libroquedó flotando en el aire y Lilium tomó la mano de la señora, paramostrarle cómo funcionaba el producto.—Es El Maravilloso Libro de Kolkanor —explicó Lilium y antes de

abrirlo, susurró—: Le sugiero que cierre los ojos.

Hizo que la señora acariciara la cubierta: el libro ronroneó y seagitó, como un gato satisfecho. Cuando lo abrió, un coro de pajarilloscomenzó a cantar y un aroma a pasto húmedo y flores silvestresrodeó a la dama como un misterioso velo.—En una aldea perdida en los valles de Kolkanor, siempre era

 primavera…  —comenzó a narrar el libro con una suave voz que,extrañamente, era muy similar a la de Lilium.

Unos minutos más tarde, la dama salía de la tienda feliz ycomplacida. Lilium la observó subirse a su coche, darle la orden a suchófer y contemplar la fachada de la juguetería con una agradecidasonrisa.Los minutos se sucedieron como un collar de perlas y de la tienda

entraron y salieron varias personas; salieron, obviamente, con losbolsillos mucho menos abultados. Lilium vendió una caja musical,

una muñeca bailarina, dos monos mecánicos, una bicicleta y unaenorme cometa que simulaba ser un terrorífico murciélago.

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Al mediodía bajó a la tienda el creador de todos aquellos prodigios,tal como había dicho la dama. Sorprendió a Lilium mientras hacíael inventario de los juguetes voladores: lo tomó por los hombros y el joven ahogó un grito y casi se desbarrancó escaleras abajo.

—¡Charlie! —se quejó Lilium, agitando sus puños sobre la camisade su amo—. ¡No hagas eso!El señor Mignorance rió, divertido con su reacción. Aferró a Lilium

de la cintura y lo estrechó contra su cuerpo. Escondidos detrás deuna torre de osos de peluche, ningún transeúnte que pasaba por lacalle los vio mientras se besaban. Charles enredó entre sus dedoslos rizos de Lilium y deslizó las manos por entre los pliegues de su vestido. Acarició con fruición la suave piel de sus muslos y el jovenexhaló un débil suspiro de anhelo.—¿Has almorzado, cariño? —le preguntó Charles.Pidieron un exquisito plato hindú y bebieron vino blanco. Luego

tomaron café y saborearon bombones de chocolate. Afortunadamente,

ningún cliente interrumpió su almuerzo.—Charlie, mi secador de pelo se ha estropeado —dijo Lilium,mientras el caballero levantaba los platos.El hombre hizo un gesto de desagrado. No le gustaba meter en su

mansión los productos de la competencia, pero él sencillamentecarecía del talento para crear cosas útiles. Su pasión era elentretenimiento, la diversión, la magia, la maravilla, hacer realidad

los sueños más alocados de los niños… o incluso de algunos adultos,pensó observando a Lilium.—Veré si puedo repararlo más tarde, cielo… ¿Has revisado el

correo?Oh, Lilium lo había olvidado. A media mañana había llegado una

dama muy elegante a buscar un juguete para su sobrina. Detalle decolor: la criatura era ciega y la dama no lo había mencionado. Lilium

le mostraba osos, muñecas, bailarinas a cuerda, títeres de madera,ranas saltarinas, carruseles musicales, gatitos que maullaban… nada

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la complacía. Hasta que Lilium le mostró aquel libro de cuentos…ese que…—¿Charlie, me estás oyendo?Charles estaba de pie en medio de la juguetería y un silencio

sepulcral parecía haber arropado a todos los juguetes, que siempreestaban armando alboroto.—Me han elegido, Lil —susurró el señor Mignorance con un hilo

de voz. Entre sus manos temblorosas se agitaba una hoja de papel.Lilium agitó sus largas pestañas, sin comprender.—¡Me han elegido para diseñar el parque de diversiones de

Tympanus!

Esa tarde cerraron la tienda un rato antes. Charles quería festejarel evento y destapó su mejor champaña. A la medianoche, todas lasluces de la mansión Mignorance estaban apagadas… todas menos

las velas de cera de los aposentos de sus residentes.—¡Te ves tan bonito! —farfulló Charles, pintándole a Lilium losmofletes de un fuerte color rojo.Lilium se miró al espejo y estalló en carcajadas. Tenía el cabello

revuelto y el vestido a medio sacar. Su broche de corazón estabaen el suelo, uno de sus zapatos dormía en el balcón y el otro, en unlugar inverosímil: flotaba en el retrete como un pez muerto en un

lago. Y Charles no estaba mejor: tenía las mejillas encendidas porel alcohol, el moño de la corbata coronándole la cabeza y la camisamanchada con mouse de chocolate. Sin duda, aquella pintorescapareja sabía festejar.Lilium se subió a la cama e hizo una reverencia muy parecida a la

de los monos de juguete. Charles aplaudió y le tironeó del vestido.Lilium cayó pesadamente sobre el colchón y de un manotazo

arrancó de cuajo las cortinas del dosel. Estallaron en una risaescandalosa.

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—Ven acá… —susurró Charles, agitando los brazos para alcanzara Lilium.Lo arrinconó contra la pared y le subió el vestido. El joven echó la

cabeza hacia atrás y Charles acarició con la punta de los dedos ladelicada y blanca piel de su cuello.—Deberemos cerrar la tienda este fin de semana —le dijo Charles

al oído—. Iremos a visitar el sitio donde se construirá el parque dediversiones, tenemos dos boletos de tren reservados para el viernespor la noche…—Charles… ¿qué sueñas para el futuro? —le preguntó Lilium más

tarde, cuando acabaron de hacer el amor.El señor Mignorance frunció el ceño. La leve borrachera ya se había

disipado y ahora observaban en silencio el techo de la cama. Lacortina rota estaba en el suelo y los pequeños artilugios de Charlesemitían débiles destellos en medio de la penumbra. El ruiseñorestaba en el balcón, parado sobre la gárgola-reloj, mirando hacia la

ciudad como si se avergonzara de llevar sus mecánicos ojos hacia laspersonas que descansaban sobre el lecho.—¿A qué te refieres, Lil? Tengo todo lo que quiero. No puedo desear

nada más.Lilium se volteó y lo miró a los ojos. Charles le sonrió y lo besó.

Luego, apagó las velas y lo rodeó con los brazos, dispuesto a dormirse.Lilium permaneció despierto largo rato.

—Tú sabes a lo que me refiero, amor mío —le dijo con tristeza,antes de caer dormido.

La reunión con los propietarios de El Mágico Mundo de Tympanusresultó todo un éxito. Luego de dos horas de amena charla eintercambio de ideas, el contrato que legaba a Charles Edmond

Mignorance el diseño de las atracciones del parque de Tympanus sefirmó sin ningún contratiempo. Eran hombres exigentes y deseaban

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que la ciudad tuviera un parque de diversiones a su altura. Por esohabían elegido a tal noble artista del juguete para crear su maravillomundo de fantasía. A sus órdenes quedaría un distinguido y reputadoequipo de ingenieros, quienes se encargarían de la fabricación decarruseles, unicornios voladores, montañas rusas y demás fantásticascreaciones de Charles Mignorance.Los caballeros adularon el incomparable talento de Charles y no

se recataron al revelar que siempre compraban regalos para sushijos en su juguetería. ¿Quién era la hermosa y cortés doncella queatendía a los clientes? El señor era demasiado joven para ser padrede una muchacha de su edad, ¿o acaso el caballero había decididointernarse en la noble y espinosa tarea de la paternidad cuando eraapenas un adolescente?—Oh, no, Lilium es mi sobrina, mi sobrina… —se había apresurado

a mentir Charles, incómodo y nervioso.—Lilium, qué nombre tan delicioso para una flor tan exquisita

—había exclamado Jules Moon Fitzgerald alzando una de suspuntiagudas cejas. Aparta tus sucios pensamientos de mi Lilium, bastardo, pensóCharles, sin dejar caer la sonrisa…Lilium bostezó y alargó los brazos, desperezándose. Corrió las

cortinas y observó el paisaje. Ya estaban llegando al centro deTympanus. El tren atravesaba el puente Stramonium, que unía el

despampanante centro de la ciudad con la no tan glamorosa periferia.Lilium abrió la ventanilla y observó con los ojos entornados cómolas lujosas mansiones y centros comerciales resplandecían comoluciérnagas. Esbozó una sonrisa divertida: a lo lejos se podía veruno de los dirigibles de Charles. El globo flotaba remolonamentesobre las terrazas de las cafeterías e invitaba a cualquiera que osaramirarlo a visitar El Maravilloso Mundo de Mignorance, Paraíso de

la Magia y la Aventura. Aunque había mucha niebla, desde el tren sepodía leer bastante bien el mensaje del globo.

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—La compañía Skull & DaVinci ha anunciado hoy… —comenzóa leer Charles, agitando con pompa las hojas del periódico. Liliumsacudió los hombros con coquetería y se inclinó hacia Charlespara oírlo mejor—, que el famoso fabricante de juguetes CharlesMignorance, conocido internacionalmente por ser el mejor creadorde mascotas mecánicas, será el encargado de diseñar las atraccionesdel parque de diversiones de Tympanus. Asimismo, el talentoso JulesMoon Fitzgerald… —Charles frunció la nariz—…proporcionarámáquinas de refrescos, cafeteras, televisores…Charles aventó el periódico al suelo y Lilium sonrió con cautela.—Bueno, querido —suspiró el caballero, contemplando la densa

niebla que rodeaba los picos de la catedral—. Supongo que a estosabe la gloria.

Pero cuando llegaron a la mansión, los esperaba, sin duda, un

trago demasiado amargo. Un coche de la policía de Tympanusestaba aparcado junto a la tienda y había despertado a casi todoslos juguetes. Los monos aplastaban sus hocicos contra el vidrio,asustados por la luz del coche patrulla; los zeppelines daban vueltasy vueltas en el techo, persiguiéndose; y las muñecas de tamañonatural estaban escondidas detrás de las pilas de osos de peluche.Los soldaditos se habían formado y apuntaban hacia el frente sus

diminutos rifles.Un gordo y petiso policía contemplaba el panorama con evidente

aprensión, mientras otro, alto y desgarbado, miraba fascinadoa las princesas que le lanzaban besos desde el interior de suscastillos.—Parecen niñas de verdad, jefe —dijo el policía alto.—Dios me guarde… —exclamó el otro, santiguándose.

Charles Mignorance le pagó al taxista, le dijo que se quedara con elcambio, y se bajó del coche de un salto.

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—¿En qué puedo servirles, caballeros? ¿Desean algún juguete demi tienda? Está cerrada, pero desde luego puedo permitirme abrirun momento para tan honrados servidores de la ley.—Señor Mignorance —saludaron los policías al mismo tiempo,

sacándose sus boinas—. Señorita…Lilium inclinó la cabeza torpemente, nerviosa. Sus grandes ojos

azules centelleaban como chispas bajo las farolas de la calle.—Lamentamos importunarlo en tan altas horas de la noche, sepa

que no los habríamos molestado si no se tratara de una emergencia…El motivo de nuestra visita es…En ese momento, uno de los monos mecánicos golpeó el vidrio con

la mano. Todos se giraron hacia él, sobresaltados. El policía gordo sebalanceó sobre sus cortas piernas.—Sí —exclamó—. Exactamente.

Invitaron a los policías a entrar. Lilium se apresuró a llenar la teterade agua, hebras de té negro y azúcar   (otra útil creación de MoonFitzgerald) y sacó del aparador de la cocina una caja de galletas de jengibre. Minutos más tarde, la tetera comenzó a emitir un agudosilbido. Una fragancia a tierras exóticas salía por el pico, dibujandoen el aire tibios arabescos de vapor.—Muchas gracias, señorita —agradecieron los policías, cuando

Lilium sirvió el té. El policía gordo, que se había presentado comoLang, alargó la mano hasta la caja de galletas. Charles carraspeó coneducación.—Señor Mignorance —dijo el policía delgado, que se había

presentado como Twink—. ¿Qué puede decirnos sobre sus monosmecánicos?Charles alzó las cejas, sorprendido.

—Pensé que no deseaban uno de mis juguetes…Lilium miraba a los tres hombres, intermitentemente.

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—Verá, señor Mignorance —intervino el jefe Lang, luego de tragarla galleta—. Ayer por la noche tuvo lugar un crimen…—Terrible —finalizó Twink.—La hija de la distinguida Lady Noelia de Montrelance fue asesinada

y… casualmente, el único testigo del hecho es uno de sus monosmecánicos.Lilium ahogó un pequeño grito. Charles Mignorance frunció el

ceño y abrió la boca, incapaz de articular palabra.—Quisiéramos saber si acaso sus monos poseen alguna facultad…

similar a la memoria… ya que lucen bastante…—Inteligentes —acabó Twink, otra vez.Charles Mignorance tomó un sorbo de té y se repantigó en su sofá,

abatido. Suspiró.—La niña fue apuñalada y sabemos, por lo dicho por su madre, que

era muy aficionada a ese…—Juguete.

Charles chasqueó la lengua. El jefe Lang extrajo de su chaqueta unpar de fotografías. Charles las contempló con horror y Lilium apartóla mirada, impresionado. En las fotos, el cuerpo de la desdichadaniña yacía descuartizado sobre una alfombra persa. Sus órganosinternos estaban desparramados sobre los volados de su vestido. Y enel fondo de la habitación, el mono mecánico, inmóvil, contemplabala terrible escena con sus ojos vacíos.

—Lo lamento, caballeros —dijo Charles—. Puede que mis monosluzcan inteligentes, pero no son más que máquinas, juguetes.—¿No podrían reconocer a quién mató a la niña? ¿Podrían servir

en una rueda de reconocimiento? —El jefe Lang se inclinó haciaCharles—. Se sospecha del jardinero del palacio Montrelance. Essabido que mantenía un…— Affaire…

—… con Lady Noelia. Creemos que pudo haber sido una venganza.Charles Mignorance les devolvió la mirada, apenado.

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—Son máquinas, mis queridos caballeros. No poseen inteligencia.Pueden saltar, caminar, bailar, repetir un par de palabras. Pero seríamuy descarado de mi parte decir que he creado un muñeco capaz depensar. Lo siento. Le enviaré mis condolencias a Lady Noelia, puesla pérdida de un hijo debe ser lo más parecido a la propia muerte.Lilium alzó la mirada hacia Charles. Con timidez, tomó una galleta

y la masticó en silencio.

Moría la tarde y en su taller, ubicado en lo alto de la mansión,Charles Mignorance observó complacido el boceto que acababade finalizar. Se trataba de un caballo alado, un pegaso, que seríaparte del carrusel principal del parque de diversiones. Sería de unbrillante metal azul claro, con ojos que pestañearían cuando losniños se subieran a su lomo, y con grandes alas de plumas blancas.Sonrió, con los ojos cerrados. Se imaginaba a Lilium arriba de uno

de ellos, aguardando que el aparato remontara vuelo… Luego,cuando el mecánico animal se elevara por los aires, su cabellorubio ondearía con el viento…Charles abrió los ojos, buscó su pipa (otra torpe creación de Moon

Fitzgerald) y colocó en su interior una pizquita de aquello queguardaba en un pequeño frasco de vidrio rojo. Apretó un botón, y lospequeños mecanismos de la pipa se pusieron en marcha. Comenzó a

fumar… Un vago sentimiento de bienestar muy parecido al que sentíadespués de hacer el amor comenzó a diluirse en su interior. Su bocase llenó de un sabor entre picante y amargo. Su mente se relajó y suspensamientos se hicieron más fluidos, más lánguidos, más líquidos.Como las sustancias de la pipa, sus pensamientos habían cambiado deestado. Mientras una agradable sensación de cosquilleo se iba abriendopaso por su cuerpo, como si miles de patitas de insecto masajearan su

piel, Charles olvidó el odio que sentía por Moon Fitzgerald (y el queMoon Fitzgerald sentía por él), olvidó el asesinato de la desdichada

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hija de Lady Noelia… incluso olvidó a Lilium, quien, a pesar del amorque le profesaba, no podía darle una hija…Se puso de pie y caminó hasta los amplios ventanales. Corrió las

cortinas. Faltaban un par de semanas para la Navidad y los escaparatesde las tiendas ya estaban adornados con guirnaldas de muérdago yacebo. Una fina capa de nieve se había depositado sobre los autosestacionados, como si una mano gigante los hubiera untado decrema batida. En la lejanía, Charles observó el rastro de humo quedejaba a su paso el tren de Tympanus.—Charlie… —interrumpió Lilium, asomando su rubia cabeza por

la puerta del taller.El caballero se giró, complacido por que Lilium lo hubiese

interrumpido en ese extraño momento de inexplicable melancolía.Miró la pipa con recelo. Luego, la arrojó al cesto de basura. No volvería a fumar en ningún vulgar aparatejo salido de la fábrica deMoon Fitzgerald. Encargaría una nueva pipa a China o la India, si

era necesario.—Cariño… Ven acá.Lilium corrió hasta sus brazos. Era domingo, la tienda estaba

cerrada, y Lilium se entretenía leyendo libros de biología o cuidandode las orquídeas del invernadero.—Olvidé mencionarlo —susurró Lilium, haciéndose lugar entre

los brazos de Charles—. Ayer vinieron las Abuelitas de la Caridad,

me preguntaron si podríamos donar juguetes viejos para los niñosdel orfanato.Distraído, Charles deslizó los dedos por el vientre de Lilium, que ese

día vestía un sencillo vestidito blanco, más parecido a un camisón.—Claro que sí, Lil —susurró, jugueteando con los lazos del

 vestido—. Elige tú. Lleva lo que te plazca…—Charlie, ¿te encuentras bien? Estás algo… ido.

Cuando el taller de Charles se llenaba de aquel humo de olornauseabundo, Lilium sabía que era mejor dejarlo solo.

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Bajó a la juguetería. No deseaba despertar a los juguetes, así quedecidió no encender las luces del salón. En su otra mano, Liliumarrastraba un carro con ruedas. Canturreaba entre dientes unamelodía que, casualmente, tampoco recordaba dónde había oído.Una princesa Vivianne, una caja de soldaditos, un mono mecánico…

Lilium fue tomando de las estanterías aquellos juguetes que yaestaban pasados de moda. Tampoco deseaba que la juguetería tuvierapérdidas importantes. Cuando hubo acabado, arrastró el carro hastala puerta y miró hacia el exterior. ¿Era muy tarde, acaso? Faltaba unrato para que anocheciera y la iglesia no estaba muy lejos de allí. Iríacaminando.Salió de la tienda pero, antes de que pudiera cerrar la puerta, uno

de los zeppelines lo golpeó en la cabeza.—¡Mierda! —chilló Lilium. Dándose cuenta de que había dicho

una grosería, se tapó la boca y miró a su alrededor.—¡Mierda, mierda! —repitieron los papagayos desde su jaula.

—Vamos, sube —le dijo Lilium al zeppelín, que, contento, se lanzóal carro junto a los demás juguetes.

Las calles del centro de Tympanus siempre estaban plenamenteiluminadas. A veces, Lilium se escabullía de la mansión Mignorancecomo un fantasma y salía a recorrer las calles sin la compañía de

Charles. Sospechaba que Charlie se daba cuenta, sin embargo, nodecía ni preguntaba nada. Como fuera, Lilium no hacía ningunatravesura durante sus escapadas. En ocasiones, se compraba unaltísimo cucurucho de frambuesa y lo lamía mientras miraba pasarla gente por la calle. O llegaba hasta el Callejón de los Artistas ycontemplaba las obras de arte; y cuando algún taimado pintor leofrecía posar para él, encantado con su hermoso rostro de muñeca,

se negaba con cortesía, daba la media vuelta y emprendía el regresoa casa.

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Esa noche sería diferente, pues debía ir a la iglesia a dejar los juguetes. No obstante, en su camino se detuvo junto a la fuente de laplaza, sacó una moneda del interior de su abrigo y la lanzó al agua,con un deseo murmurado balanceándose entre sus labios. La sirenade la fuente inclinó la cabeza, agradecida.En la iglesia, las ancianas recibieron los juguetes con suma alegría.

Besaron a Lilium en ambas mejillas y le dijeron que Dios colmaría debendiciones a su tío Charles. Un tanto incómodo ante tal fanatismoreligioso (¿qué dirían aquellas señoras si vieran lo que Charlesguardaba en su frasco de vidrio rojo? ¿Y si se enteraban de eso quehacían ella y su tío por las noches?).Lilium se despidió de las Abuelitas de la Caridad y salió de la iglesia

a toda prisa.

El veinticuatro de diciembre, la juguetería permanecería abierta

todo el día. Padres, madres, tíos, padrinos, madrinas, hermanosy hermanas mayores… todos hacían fila en la puerta de la tiendapara comprar el juguete que colocarían bajo el árbol de Navidad.Charles había diseñado un árbol musical que cantaba villancicosy los zeppelines dejaban caer sobre los clientes finos copos denieve artificial, que se deshacían al hacer contacto con sus galerasy peinados. Obviamente, la fecha exigía que el propio Charles

Mignorance atendiera a los clientes en persona, no solo para quelos caballeros conocieran su rostro, sino porque el pobre Lilium nodaba abasto con todo.Princesas Vivianne fueron envueltas en brillante papel de regalo,

osos de peluche fueron encerrados en cajitas de cartón, castillosfueron desarmados para que las damas pudieran meterlos en suscoches… Sin embargo, nadie se llevaba los monos. El crimen de la

hija de Lady Noelia todavía seguía en boca de todos y, aunque losmonos mecánicos habían sido furor hacía tan solo un par de meses,

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ahora, los pobres primates de pelo y metal observaban, consternados,cómo los demás juguetes salían de la tienda para encontrar el arropode los brazos de un niño mientras ellos permanecían allí, solos ysin dueño. Si nadie los quería, serían una terrible pérdida para latienda, pensaba Lilium. Incluso podía oír a los clientes cuchichear ymirarlos con recelo:—Querían que el mono testificara, ¿quién puede ser tan idiota?—Dicen que la mató el jardinero, pero algunos piensan que fue su

propia madre…—Estaba abierta en canal y le faltaban algunos órganos…—Cielo —le susurró Charles en voz baja, cuando Lilium pasó junto

a él a toda velocidad arrastrando un caballito. Eran las ocho y cuartode la noche—. Anuncia que cerraremos en una hora, tenemos que vestirnos para ir a la fiesta.

Charles y Lilium habían sido invitados al baile de Navidad queofrecerían Skull & DaVinci. Si bien deberían encontrarse con el

detestable Jules Moon Fitzgerald y su séquito de besatraseros igualde detestables, Charles no podía permitirse ausentarse a tal evento.Habría sido una terrible descortesía.Charles se despidió del último cliente y le dijo a Lilium que iría

a darse una ducha rápida. Y Lilium estaba a punto de apagarla última luz del salón cuando vio a una muchacha parada allí,detrás de la puerta, contemplando los juguetes sin atreverse a

entrar.—¿Qué se le ofrece, señora? Estoy a punto de cerrar.Lilium observó que en realidad no era tan joven como parecía.

Llevaba un vestido raído y unos zapatos viejos que suplicaban porpasar a mejor vida. La mujer contempló a Lilium con evidentepena.—Oh… no… no, señorita. Solo miraba. —Sonrió con

pesadumbre—. Oh, quizá… ¿Quizá el señor Mignorance tienealgún juguete viejo…? ¿Algún muñeco pasado de moda?

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Lilium le dirigió a la muchacha una sonrisa de oreja a oreja. Losojos de la joven mujer se iluminaron como piedras preciosas al ver aLilium traer en brazos un gracioso mono mecánico.

En el salón del palacio DaVinci, el licor y la música fluían como deuna fuente encantada. Las risas escapaban de las bocas de las damascomo palomas asustadas, las propuestas indecentes resbalabanpor las barbas de los caballeros como astutos reptiles, las pipasquemaban resinas extraídas de plantas exóticas y las parejas seescabullían pasillos adentro, en busca de un lugar más cómododonde consumar su pasión. Charles estaba un tanto nervioso. No legustaba el ambiente de la fiesta, sentía que era un lugar inadecuadopara un ser tan puro y hermoso como Lilium. Sin embargo, allíestaban, en uno de los balcones del salón, e irse antes del amanecerhabría sido un insulto.Jules Moon Fitzgerald acechaba a las doncellas como una regordeta

abeja sobre un campo de violetas. Si el descarado se atrevía aacercarse a Lilium, Charles no estaba seguro de poder mantenerla compostura. Bebió de un trago toda la champaña al ver que elmaldito se acercaba hacia ellos, sonriendo como una hiena.—Oh, mi querido Charles, ¿cómo has estado últimamente? Me

contó una avecilla que recibiste una visita de la policía por culpa deuno de tus… juguetes.

Charles parpadeó, confundido.—Oh, mi bellísima dama, perdone mi descortesía —le dijo a

Lilium—, su hermosura debe de haberme cegado por un momento,¿cómo lo está pasando?

—Bien, hasta ahora, señor —exclamó Lilium, mordaz. Charlesahogó una risita. Moon Fitzgerald disimuló el temblor de su bigote.—Oh, pero tal hermosa dama puede pasarlo bien cuando quiera,

de eso no me cabe la menor duda… —Lilium frunció la nariz alsentir el fétido aroma a alcohol que despedía su aliento.

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—Deja a mi sobrina en paz o te meteré la pipa por el culo,Moon —amenazó Charles, que también estaba algo desinhibidopor las drogas y el alcohol.—¿Oh, sí? ¿Qué harás? ¿Enviarás uno de tus monos a matarme?Charles abrió los ojos hasta que le dolieron. Lilium soltó la copa de

champaña, que estalló en el suelo como una explosión.—¿Qué demo…?—Ajá… —Jules Moon Fitzgerald se acercó a ellos, con una malvada

sonrisa dibujada en el rostro—. Tengo el poder necesario para hacercorrer los rumores, Mignorance, no lo dudes. Y sabes que te ganasteun terrible enemigo cuando rechazaste trabajar para mí.Dicho eso, el hombre salió del balcón, dejando a la pareja muda de

espanto.—¡Atención, damas y caballeros! —exclamó una voz, desde el salón.Francis DaVinci estaba allí, junto a su socio, William Skull. Ambos

señores vestían sobrios trajes negro y sonreían a sus invitados con

los ojos brillantes por el alcohol y demás sustancias.—En primer lugar, quisiéramos agradecerles nuevamente supresencia en mi humilde morada. ¡Tenemos una excelente noticiapara darles! Como bien sabrán, hace unos meses firmamos conel talentoso Charles Mignorance, artista del juguete, el diseño delparque de diversiones de Tympanus. ¡Pues bien! Hace tan solounos días, nuestro querido Charles nos ha presentado el proyecto

terminado. Solo una palabra para describirlo, mis queridas señoras,mis honrados caballeros: ¡FABULOSO!Una oleada de aplausos sacudió el salón. Los escotes de las damas

se balancearon cuando ellas sacudían los brazos y algunos señores,seguramente los más alcoholizados, olvidaron que tenían la pipaentre las manos y estas cayeron al suelo, donde se transformaron enun montón de chispas y metal.

Charles y Lilium no reaccionaron a la ovación. Las palabras de JulesMoon Fitzgerald todavía resonaban en sus oídos.

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No era usual que Lilium fumara junto a Charles, pero a veces elcaballero consentía en que se colocaran juntos. Y sin duda, la amenazade aquel bastardo era motivo suficiente para esa noche. Sumergidosen la bañera repleta de agua perfumada, Lilium y Charles se pasabanla pipa y dejaban que las sustancias los arrastraran a sitios másamenos. El humo del opio se mezclaba con el vapor del agua. Cuandohubieron acabado, se quedaron inmóviles y en silencio. Ningunosabía qué decir. La superficie del agua estaba quieta como un espejo.Saboreando los restos de humo en su boca, Charles contempló losrizos mojados de Lilium, su cuello, su pecho sin pechos, su vientre…Oh, su vientre…Charles entornó los ojos. Lilium estaba a punto de quedarse

dormido. Cuando su cabeza cayó inerte sobre su hombro, Charlessalió del agua, lo tomó en brazos y se dirigió con él al taller. Lo colocósobre una mesa y justo cuando se disponía a secarlo, un ruido secose oyó desde la ventana.

—Vamos, entra —le dijo Charles al mono mecánico. Cerró la ventana de un golpe y miró hacia la calle. Nadie. Por suerte—. Damela bolsa, ¡dámela!Charles le arrancó al mono la bolsa de las manos. En su interior, una

masa de carne humana todavía caliente rezumaba sangre y sueñosperdidos.—Espero que esta vez no sea de una impúber —masculló, sacando

el útero de la bolsa.¿Qué tan difícil podría ser crear y ensamblar ese juguete? se preguntó

Charles Mignorance, contemplando al Lilium dormido.

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