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6. A la busca del lenguaje perfecto 177 teoría de los nombres de Kripke, Que en su momento estudiaremos. Es de notar, por cierto, que cuando MiU caracteriza los nombres individua- les afirma, como vimos, que un nombre de este tipo no se apl.ica a más de un objeto en el mismo sentido (loe. cit., secc. 3). Esto podría hacer pen- sar que Mill atribuye sentido a los nombres propios. En realidad, él mismo se encarga de deshacer de inmediato el posible equÍvoco: un nombre propio, como «Juao» o «Toledo», no se aplica a un objeto en ningún sentido, y por consiguiente, cuando se aplica a varíos objetos, no puede d ec irse que se aplique en el mismo sentido, al contrario de lo que ocurre cuando lla- mamos a varios objetos «hombre» o «ciudad», nombres que, por ser ge- nerales, habremos de aplicar en el mismo sentido a todos los objetos a los que sean aplicables. La obvia objeción es, naturalmente, que si un nombre propio carece de sentido, entonces no puede afirmarse, como hace Mill, que el nombre propio se aplique en el mismo sentido sólo a un objeco, pues si no tiene sentido, entonces no podemos entender qué quiere decir en este contexto «en el mismo sentido). La afirmación de Mill únicamente sería aceptable para los nombres individuales que tienen sentido, a saber, las descripciones definidas. Hay aquí, sin duda, una forma defectuosa de ex- presión por parte de Mill. La teoría de los nombres propios no recibirá una formulación rigurosa hasta nuestros días, con Kripke, aunque la doc- trina de este último tenga sus dificultades propias, como ya veremos. Lo único relevante ahora es avisar que tan reciente doctrina entronca directa- mente con estas páginas de Stuart MilI. 6.3 Sentido y referencia En su artículo de -1892, «Sobre el sentido y la referencia», Frege formu la en esbozo una teoría del significado que habría de ser muy influ- yente en los autores posteriores, de modo particular en Russell, Wittgens- tein y eamap. Frege introduce sus conceptos a propósito de un planteamiento de la llamada «paradoja de la identidad». Si decimos que x es idémico a y, ¿en qué medida difiere esco de afirmar que x es idéntico a x o que y es idéntico a y? Por ejemplo: si decimos que el autor de la Eti ca a Nicómaco fue el preceptor de Alejandro Magno. quer.emos decir que las expresiones «el autor de la Etica a Nicómaco) y «el preceptor de Alejandro Magno» designan o denotan el mismo individuo, y en consecuencia podremos em- plear cualquiera de ambas expresiones para referirnos a él, así como sus- tituir una por otra sin que varíe la verdad o falsedad de nuestras afirma· ciones. Pero si esto es así, entonces, a partir de la. afirmación: (1) El autor de la Etica a Nicómaco es el pteceptor de Alejandro Magno podremos obtener por sustitución esta otra: (2) El preceptot de Alejandro Magno es el preceptor de Alejandro Magno

libro grande verde - biblio3.url.edu.gtbiblio3.url.edu.gt/Libros/gran_ver/9.3.pdf · En su artículo de -1892, «Sobre el sentido y la referencia», Frege formula en esbozo una teoría

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6. A la busca del lenguaje perfecto 177

teoría de los nombres de Kripke , Que en su momento estudiaremos. Es de notar, por cierto, que cuando MiU caracteriza los nombres individua­les afirma , como vimos, que un nombre de este tipo no se apl.ica a más de un objeto en el mismo sentido (loe. cit., secc. 3). Esto podría hacer pen­sar que Mill atribuye sentido a los nombres propios. En realidad, él mismo se encarga de deshacer de inmediato el posible equÍvoco: un nombre propio, como «Juao» o «Toledo», no se aplica a un objeto en ningún sentido, y por consigu iente, cuando se aplica a varíos objetos, no puede decirse que se aplique en el mismo sentido, al contrario de lo que ocurre cuando lla­mamos a varios objetos «hombre» o «ciudad», nombres que, por ser ge­nerales, habremos de aplicar en el mismo sentido a todos los objetos a los que sean aplicables. La obvia objeción es, naturalmente, que si un nombre propio carece de sentido, entonces no puede afirmarse, como hace Mill , que el nombre propio se aplique en el mismo sentido sólo a un objeco, pues si no tiene sentido, entonces no podemos entender qué quiere decir en este contexto «en el mismo sentido). La afirmación de Mill únicamente sería aceptable para los nombres individuales que sí tienen sentido, a saber, las descripciones definidas. Hay aquí, sin duda, una forma defectuosa de ex­presión por parte de Mill . La teoría de los nombres propios no recibirá una formulación rigurosa hasta nuestros días, con Kripke, aunque la doc­trina de este último tenga sus dificultades propias, como ya veremos. Lo único relevante ahora es avisar que tan reciente doctrina entronca directa­mente con estas páginas de Stuart MilI.

6.3 Sentido y referencia

En su artículo de -1892, «Sobre el sentido y la referencia», Frege formu la en esbozo una teoría del significado que habría de ser muy influ­yente en los autores posteriores, de modo particular en Russell, Wittgens­tein y eamap.

Frege introduce sus conceptos a propósito de un planteamiento de la llamada «paradoja de la identidad». Si decimos que x es idémico a y, ¿en qué medida difiere esco de afirmar que x es idéntico a x o que y es idéntico a y? Por ejemplo: si decimos que el autor de la Etica a Nicómaco fue el preceptor de Alejandro Magno. quer.emos decir que las expresiones «el autor de la Etica a Nicómaco) y «el preceptor de Alejandro Magno» designan o denotan el mismo individuo, y en consecuencia podremos em­plear cualquiera de ambas expresiones para referirnos a él, así como sus­tituir una por otra sin que varíe la verdad o falsedad de nuestras afirma· ciones. Pero si esto es así, entonces, a partir de la. afirmación:

(1) El autor de la Etica a Nicómaco es el pteceptor de Alejandro Magno

podremos obtener por sustitución esta otra: (2) El preceptot de Alejandro Magno es el preceptor de Alejandro

Magno

178 Principios de Filosofía del Lenguaje ~

La cuestión es que, mientras que (l) es una afirmación informativa, que, en principio, podría ser falsa, y que, en la medida en que es verdade­l.l, a muchas personas les puede enseñar algo sobre Aristóteles, la afirma­ción (2), en cambio, no parece que pueda ser fa lsa, no transmite informa­ción alguna y no nos enseña absolutamente nada sobre Aristóteles ni sobre nadie . Mientras que (l) es una verdad empírica, de hecho, cuya constatación enriquece nues tro conocimiento histórico de cierto personaje griego, (2) es una verdad independiente de los hechos, ajena a nuestra experiencia, a nuestros conocimientos históricos, o, como¡ otros dirían, una verdad necesaria, o analítica . ¿Cómo es posible que de una afirmación empírica obtengamos una verdad analítica empleando expresiones que de­notan, en ambas oraciones, el mismo objeto?

A esto responderá Frege: porque las expresiones utiBzadas no se limitan a designar algo, sino que lo designan de un modo determinado, y es el modo de designar lo que las hace diferentes; pues si dos expresio­nes x e y no sólo designaran 10 mismo, sino que además lo designaran de la misma manera, entonces el valor cognoscitivo de «x es idéntico a y» sería esencialmente igual al de «x es idéntico a x» o «y es idéntico a y» (en el supuesto, claro está, de que «x es idéntico a y» fuera verdadero). Tenemos , pues, que expresiones que denotan el mismo objeto o individuo pueden distinguirse por la manera como lo denotan. «El autor de la Etica a Nic6maco» denota la misma persona que «El preceptor de Alejandro Magno», pero la denota de modo diferente, así como el punto de intersec­ción de tres rectas, A, B Y e, puede ser denotado indistintamente por las expresiones «inters.ección de A y B», «intersección de B y e», o «intersec­ción de A y e», aun cuando cada .una de ellas 10 denote de un modo leve­mente distinto.

A 10 designado por una expresión, Frege lo llama «referencia» (Be­deutung), y esto lo distingue de 10 que llama «sentido» (Sinn), «en el cual se halla contenido el modo de darse» la referencia. Esta última expli­citación del concepto de sentido es, sin duda, oscura; de momento, y para nuestros efectos , consideraremos el sentido como el modo o manera de designar que tiene una expresión. Hay, en los términos que emplea Frege, un pequeño problema de traducción que se debe mencionar. El término Sinn no parece que plantee problemas, pero sí el de Bedeutung. Una tra­ducción ordinaria de este término debería dar como equivalente «signifi­cado», con lo que resultaría que Frege estaría distinguiendo entre ~entido y significado de las expresiofíes. Estando perfectamente claro por sus afirmaciones que Frege entiende por significado o Bedeutung lo designado o · denotado por una expresión, parece más aconsejable hacer fuerza al término original traduciéndolo como ~ referencia» que dificultar la com­prensi6n de la -doctrina de Frege traduciéndolo literalmente como «signi­ficado». Esta es, por otra parte, la forma usual de traducir dicho término. Geach y Black traducen en inglés reference (Translations from the Philoso­phical Writings 01 Gottlob Frege), que es sin duda la traducción más extendida para el término de Frege en esa lengua, aunque Church 10 ha

6. A la busca del lenguaje perfecto 179

traducido como denotation (Introduction to Mathematical Logic, secc. 01) y Carnap, más rebuscadamente, como nominatum (Meaning and Necessity~ secc. 28), pero ninguna de estas traducciones ha hecho tanta fortuna , a pesar de que denotation es ya un término ucilizado por Russell. La mejor traducción castellana de escritos de Frege que conozco, traduce también Bedeutung por ~referencia» (Frege, Estudios sobre semántica, traducidos por UIises Moulines), aunque en una importante antología de textos de semántica se traduce como «denotacióm> (Semántica filosófica: problemas y discusiones, recopilación de Thomas Moro Simpson, traducción que este último ya había usado, siguiendo a Church, en Formas lógicas, realidad y significado). Hay, finalmente, otra recopilación de escritos de Frege que se aparta extrañamente de las traducciones anteriores para traducir Bedeu­tung, literalmente, como «significado» (Frege, Escritos lógico-semánticos). Puesto que esta traducción puede resultar muy confunden te, y no se ve qué ventajas tenga, aquí seguiremos usando el término ~referencia», que es el más extendido, aunque para el verbo emplearemos con frecuencia «de­notar» .

Frege aplica su distinción, en primer lugar, a las expresiones que de­notan un objeto único, las cuales considera, en sentido amplio, nombres propios . Incluyen tanto lo que en el discurso ordinario se llama estricta­mente «nombre propio» como lo que, desde Russell , se llamará «descrip­ción definida». Es un nombre propio «Aristóteles» , y una descripción definida «El preceptor de Alejandro Magno» (en la cual, por cierto, está contenido otro nombre propio, «Alejandro Magno»). Son descripciones definidas las expresiones «el lu.cero vespertino» y «el lucero matutino», pero es un nombre propio, que designa el mismo objeto que aquellas, «Venus}).

Por lo que respecta a los nombres, o térm.inos de individuos, los con­ceptos de sentido y referencia funcionan de forma semejante a como fun­cionan los de connotaci6n y denotación de Mill, pero con una importante diferencia que, en diversas formas, estará presente en autores posteriores. Mili -como hemos visto- había afirmado que los nombres propios del lenguaje ordinario poseen denotación pero carecen de connotación, o más exactamente, que no tienen por qué connotar nada para funcionar como nombres propios, y por la. tanto, que cuando tienen connotación esto es sólo una característica accidental a su condición de nombres propios. Frege, por el contrario, se aparta de la posición de Mill. Para Frege, todo el que conoce un lenguaje conoce el sentido de los nombres que hay en él, y esto se aplica igualmente a los nombres propios. La cuestión es ésta: puede ser relativamente fácil llegar a un acuerdo sobre el sentido de una descrip­ci6n definida como ~el lucero matutino» o «el preceptor dé Alejandro Magno», pero ¿cuál es el sentido de un nombre propio como «Aristóteles}), «Venus» o «Alejandro Magno»? Frege responderá en la segunda nota de :,u artículo que se trata de algo sobre lo que puede haber opiniones di· vergentes. Así, para algunos, el sentido de «Aristóteles» puede venir dado por la expresi6n «El preceptor de Alejandro Magno» ; para otros, por ~El

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filósofo griego nacido en Estagira»; para otros más, por «El autor de la Etiea a Nieómaeo», etc. Pero mientras la referencia no varíe -dirá Frege­estas diferencias de sentido son tolerables, aunque no deberían aparecer en un lengua;e perfecto.

Esta manera de hablar del sentido de los nombres propios puede inducir a cierta confusión sobre la noción de sentido . Parece claro que Frege admite que el sentido que demos a un nombre propio dependerá de nuestros conocimientos sobre el objeto o individuo designado por tal nombre. Mas esto no debe hacer pensar que el sentido consista en, o se confunda con, nuestra representación del objeto. La representación (Vor­stellung) que cada cual se haga de un objeto, será algo individual y subje­tivo , propio de uno mismo y fundado en sus experiencias cognoscitivas y en su memoria. El sentido (de un nombre propio o de una descripción) a través del cual la expresión se refiere al objeto, no es subjetivo ni indivi­dual, antes bien , es perfectamente objetivo, en cuanto perteneciente a una realidad objetiva e independiente de la mente individual como es el len­guaje. Pienso que puede afirmarse con exactitud que, para Frege, el sen­tido es, en definitiva , condición necesaria para que el lenguaje tenga refe­rencia. En esto se distingue claramente de Mill, pues para éste la connota­ción no es condición para que haya denotación.

Condición necesaria, pero no suficiente. Puesto que una expresión puede poseer sentido. pero carecer de referencia. ¿Por qué? Porque una expresión tiene senrido en cuanto que expresa un modo de designación de un objeto, pero. nada se opone a que tengamos maneras múltiples de designar , a las cuales no corresponda en la realidad objeto alguno. La expresión «El asesino de Aristóteles» tiene sentido porque expresa una forma de designar Lln posible objeto, en este caso, una persona, pero no tiene referencia puesto que, según nuestros conocimientos históricos, nadie asesinó a Aristóteles. Parece, pt.:es, que el ámbito del sentido crea el ámbito para la posibilidad de la referencia. La efectiva determinación de la referencia, sin embargo, es cuestión extralingüística: requiere ir a la rea­lidad 'y comprobar si hay los objetos a los que nuestros modos de designa­ción aluden. Aquí podemos aprovechar para hacer una importante pun­tualización sobre lo que Frege entiende por «objeto) en su teoría del sig­nificado. No son objetos solamente las realidades físicas, como los orga­nismos, las personas, las cosas, o sus componentes físico-químicos, sino que también son objetos las entidades matemáticas, corno los puntos, líneas, figuras, las diferentes clases de número, etc. Incluso la verdad y la false­dad, entendidas como luego veremos, son objetos. Frege contrasta los ob­jetos con las funciones. Los objetos constituyen la referencia de los nom­bres, y los nombres (en el sentido amplio propio de Frege) son expresiones completas que incorporan un sentido, esto es, una manera de darse la refe­rencia , el objeto. Las funciones, por el contrario, son designadas por ex­presiones incompletas, o como dice Frege, no saturadas; las funciones in­cluyen los conceptos y las relaciones (véanse sus artículos «Función y

6. A la busca del lenguaje perfecto 181

concepto» y «Sobre concepto y objeto», incluidos, igual que «Sobre sentido y referencia), en Estudios sobre semántica).

Otro aspecto en el que puede advertirse la insuficiencia del sentido para la determinación de la referencia es el siguiente. Hasta ahora hemos visto casos en los que distintas expresione"s determinaban, a través de sus respec­tivos sentidos, la misma referencia. Pero ocurre que una misma expresión con un único sentido puede designar objetos distintos, como es el caso de aquellas expresiones que modifican su referencia de acuerdo con el con­texto extralingüístico, como por ejemplo : «El abajo firmante), «El que ahora está hablando), etc.

Como acabamos de ver, los conceptos son designados por cierto tipo de expresiones incompletas, a saber, por aquellas expresiones que funcio­nan como predicados en la oración. También a estas expresiones extiende Frege la distinción entre sentido y referencia (no habla de ello en el ar­tículo principal, que estamos comentando, pero sí en «Sobre concepto y objeto», del mismo año, 1892, y más todavía en un artículo inmediata­mente posterior, «Consideraciones sobre sentido y referencia), que se hallaba inédito y ha sido publicado en 1969 en un volumen de escritos póstumos, hallándose incluidos en b'studios sobre semántica). La idea de Frege es que una oración asertórica o declarativa puede, según el aná lisis tradicional, descomponerse en dos partes, sujeto y predicado, y que estas dos porciones se distinguen en que la primera es completa en sí misma, J la segunda, el predicado, incompleta o no saturada. Esto quiere decir que el sujeto, un nombre, tiene sentido completo por sí mismo; el predica­do, en cambio, lleva consigo un lugar vacío, y sólo cuando un nombre ocupe ese lugar adquirirá un sentido completo. El concepto designado por el predicado es, por ello, una función que tiene como argumento el objeto designado por el sujeto, y que adquiere como valores los dos valores verí­tativos, verdad y fa lsedad . Frege suminist ra el siguiente ejemplo (<<Función v concepto», p. 32 de Estudios sobre semántica).

César conquistó las Galias

El sujeto es «César», nombre que tiene una referencia (histórica) y un cierto sentido (acerca del cual puede haber divergencias, como vimos a propósito de «Aristóteles»). El predicado es «conquistó las Galias», ex· presión que designa o tiene como referencia un cierto concepto. Este con­cepto es una funci6n que, teniendo como ar~umento el objeto designado por el nombre «César», adquiere el valor verdad. Si tuviera como argu­mento un objeto distinto, por ejemplo, el personaje romano denotado por el nombre «Marco Amonio», la función adquiriría el valor falsedad.

Con esto queda dicho cuál es la referencia de un predicado o término conceptual : es un concepto. Y un concepto es una función de un argumento cuyo valor es un valor veritativo. Pero ¿cuál es el sentido de un predicado? Frege ha dejado este punto sumido .en la oscuridad. Por analogía con el sentido de un nombre, podríamos pensar que PI sentido de un término con·

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ceptual es el criterio que nos permite decidir si el término puede prerucarse con verdad o no de cierto objeto. Dicho de ami forma: el criterio que nos permite decidir si, para un argumento determinado, la función designada por el término posee el valor verdad o el valor fa lsedad . Con relación al ejem­plo mencionado, el sentido del predicado «conquistó las Galias» sería el criterio que nos permita decidir que para el nombre «César» la oración es verdadera y para el nombre «Marco Antonio» es falsa. Esto tal vez no sea mucho decir , pero Frege no ha aportado más c1aridad a esta cuestión.

En qué medida la clasificación semántica de las expresiones y la apli­cación de los conceptos de sentido y referencia dependen, para Frege, de la forma de las expresiones y de que funcionen en la oración como sujetos o como predicados, puede comprobarse por una complicación ulterior que Frege no duda en introducir en su doctrina . Acabamos de ver que un con­cepto es la referencia de un predicado . Así r la referencia del término pre­dicativo «triángulo» es el concepto de triángulo. Pero ¿cuál es la referen­cia de la expresión «el concepto de triángulo»? Seg'.Ín Frege, no un con­cepto, sino un objeto (<<Sobre concepto y objeto», p. 109 de Estudios sobre semántica).

y no puede ser de otro modo puesto que la expresión «el concepto de triángulm) no es una expresión predicativa, no funciona como predicado en una oración, sino que funciona como sujeto, y su propia forma lingüísti­ca, ese comienzo con «el», indica que no designa una función . Por consi­guiente, al hacer una afirmación sobre el concepto de triángulo, al decir , por ejemplo, «El concepto de triángulo es muy sencillo», predicamos algo, la sencillez en est~ caso, de un objeto de cierto tipo peculiar. Al llegar aquí, uno puede preguntarse impaci~nte : Y bien, pero ¿qué es un objeto? A 10 cual , Frege sólo puede responder apelando de nuevo al criterio lin­güístico. Un objeto es algo· que pertenece a una categoría última del análi­sis, y que, en consecuencia, no puede ser ulteriormente analizado ni admite descomposición lógica. y por tanto no puede ser definido (<<Función y concepto», p. 33 en op. cit .). Lo l.Ínico que puede decirse es que objeto es todo aquello que, a di ferencia de una función. es designado por una ex­presión completa, por una expresión que no muestra ningún lugar vacío, po: una expresión que funciona como sujeto en una oración. Y éste es ciertamente el caso de cualquier expresión de ]a forma «El concepto de F».

H emos visto, pues, en qué consiste el sentido y la . referencia tanto para el sujeto de la oración) los nombres, como para el predicado, los términos conceptuales. Pero Frege se pregunta, además, por el sentido y la referencia de la oración, como taL A ello dedicará la segunda mitad de su trabajo «Sobre el sentido y la referencia».

Lo primero que hay que observar aquí, es que las oraciones cuyo sujeto carece de referencia no por eso dejan de ser inteligibles, o de expresar algo. En la afirmación «Don Quijote arremetió contra los molinos de viento», es claro que el nombre que hace de sujeto no tiene referencia (tal y como Frege ha entendido la referencia), y sólo por esto hay que negar que la oración , como tal y en conjunto, la tenga. Pero es una afirmación

6. A la busca del lenguaje perfecto 183

que entendemos. Sabemos lo que quiere decir , e incluso, sobre la base de ot ras afirmaciones que conocemos sobre ese personaje, podemos represen­tarnos, mental o gráficamente, el conten ido de esa ' oración, aun cuando a tal contenido nunca haya correspondido nada en la realidad del mundo. La oración tiene un sentido. El sent ido consiste -según Frege- en el pensamiento que expresa, teniendo en cuenta que llama «pensam iento», no al acto subjetivo de representarse el contenido de la oración, sino a este contenido que diferentes personas en diferentes momentos pueden repre­sentarse en acontecimientos mentales distintos.

¿Cuál es la consecuencia de que el sujeto de esa oración no tenga referencia? Que no podemos preguntarnos si el concepto designado por el predicado «arremetió contra los molinos de viento» se aplica correcta­mente o no al objeto designado por el sujeto (pues to que tal objeto, que sería la referencia, no existe). Dicho en los términos técnicos de Frege: que la función designada por 'el predicado carece de argumento, y por consiguiente, también de valor . Y puesto que los valores posibles de esa función serían los dos valores veritativos, esto significa que no podemos preguntarnos por la verdad o la falsedad de esa oración. Una oración cuyo sujeto carezca de referencia no es ni verdadera ni falsa. Es, por tanto, la re­ferencia del sujeto la que nos permite asignar un valor veritat ivo a la ora­ción, y es, sin duda, esta conexión entre aquella referencia y dichos valores, la que conduce a Frege a completar su teoría del significado estableciendo que la referencia de una oración es precisamente su valor veritativo. Pues, 'como escribe: «¿ Por qué queremos que cada nombre tenga no sólo un sen­tido sino también una referencia? ¿Por qué no es suficiente el pensamien­to? Porque, y en la medida en que, 10 que nos interesa es el valor verita­tivo». (<<Sobre sentido y referencia», p. 59 de Estudios sobre semántica).

La consecuencia es extraña, pero, dentro de su teoría, armónica. Ya que la referencia de una oración es su valor veritativo, todas las oraciones verdaderas tendrán la misma referencia, la verdad; y todas las oraciones falsas poseerán asimismo referencia idéntica, la fa lsedad. Y puesto que la referencia es, para el sujeto de la oración, el objeto designado por el nombre, Frege no dudará en dar el siguiente paso: los valores veritativos son obje­tos, y las oraciones son sus nombres. Todas las oraciones verdaderas son nombres de lo verdadero, y todas las oradones fa lsas son nombres de lo falso. Pero ¿en qué consisten la verdad y la falsedad como objetos? ¿Qué es un valor veritativo? Frege aquí se limitará a decir: el valor veritativo de una oración es la circunstancia de que sea verdadera o falsa (op. cit ., pá­gina 60). Y ciertamente esto no es aclarar mucho.

Frege se ocupa de subrayar que su posición cumple con el principio leibniziano de poder sustituir, en una oración, una expresión por otra con la misma referencia, sin que varíe la referencia de la oración, esto es, su valor veritativo. No cambia la verdad de la afirmación «El preceptor de Aleajndro Magno escribió la Etiea a Nie6maeo» , si en su lugar decimos «El filósofo griego nacido en Estagi ra escribió la Etiea a Nieómaeo». La sustituibilidad de expresiones salva veritate suministra, así, un apoyo in-

184 Pn'ncipios de Filosofia del Lenguaje

directo a la doctrina de Frege. Puesto que el valor veritativo de una ora­ción no varía al sustituir sus expresiones por otras que posean la misma referencia, esto parece confirmar que es correcto considerar el valor veri­tativo como la referencia de la oración.

Hay, sin embargo, un caso en el que las' oraciones no tienen como re­ferencia su valor veritativo: cuando aparecen como oraciones subordinadas en el estilo indirecto. Consideremos el ejemplo de Frege (op. cit., p. 65):

(3) Copérnico creía que las órbitas de los planetas son circulares

Según Frege, la oración subordinada comenida aquí, esto es, la oración:

(4) Las órbitas de los planetas son circulares

no se refiere , tal y como aparece en (3), a su valor veritativo, y .1a razón es que la verdad o falsedad de la oración conjunta (3) es independiente del valor veritativo de la subordinada, es decir , de (4). Es verdadero o fa lso que Copérnico creía eso, con independencia de que sea verdadero o falso el contenido de su creencia. Por ello, la sus titución de la oración subordinada por otra con el mismo valor veritativo no garantiza que la oración con­¡unta conserve su valor veritarivo. Para Frege, una oración, en su uso indirecto o subordinado, adquiere como referencia el pensamiento que expresa, de manera que lo que es su sentido en el uso directo o principal, pasa a ser su referencia en el uso indirecto . En el ejemplo anterior, la referencia de la subordinada en (3) es el sentido que esta propia oración tie­ne cuando se utiliza fuera de un contexto indirecto, como en (4). ¿Y cuál es su sent ido cuando está en un contexto indirecto como (3)? Lo que dice Frege es oscuro: el sentido de una oración en el es tilo indirecto no es un pensamiento, sino el sentido de las palabras «el pensamiento de que ... », frase que no contiene un pensamiento, puesto que no constituye una oración.

Hemos visto antes que los nombres pueden tener sentido y carecer de referencia. Lo propio aCOntece con las oraciones. Una oración declara­tiva cuyo s,ujeto no tenga refe rencia carecerá de valor veritativo, no será ní verdadera ni falsa, y en consecuencia, es tará falta de referencia. Pero esto no significa que no tenga sentido, pues puede muy bien, a pesar de su falta de valor veritativo, expresar un pensamiento. Es lo que ocurre en la ficción li teraria. No necesitamos, para comprender y gozar de una novela, poesía u obra teatral , que sus nombres posean referencia, que denoten personas, lugares o cosas existentes, y, por consiguiente, no nos plantea­mos si las afirmaciones contenidas en la obra liceraria son verdaderas o falsas. lo relevante para el goce estético es el sentido, más otras cosas, evidentemente más subjetivas, como lo que Frege llama alguna vez «la matización o coloración del sentido», que es algo en lo que pueden diferir varias expresiones que, sin embargo, posean idéntico sentido (véa­se la nota séptima de «Sobre concepto y objeto»). Oraciones que, como

6. A /a busca de/lenguaje perfecto 185

las citadas, carezcan de referencia , simplemente serán irrelevantes para la investigación científica así como para el cálculo lógico, pues en ambos casos es cuestión central la del valor verirativo de las oraciones que se manejan.

Pero hay otro caso más en el que nos tropezamos con oraciones sin re­ferencia, es to es, sin va lor veri tativo. A saber, cuando estamos ante oracio­nes que no son declarativas, ante oraciones que no pretenden decir nada sobre los hechos, los objetos, sus propiedades o sus re laciones, sino que po~een diferente función en el lenguaje. Es el caso de los imperativos . Los imperativos no expresan pensamientos, en el estr icto se'nfido que Frege ha dado a este último término . El sentido de un imperativo consiste en arra cosa: puede ser un ruego, una petición, un mandato, una prohibición ... Pero nada de esto es un pensamiento, porque no se trata de contenidos que puedan ser verdaderos o falsos (<<Sobre sentido y referencia», p. 67 de Estudios sobre semántica). Por esto añadirá Frege que un mandato, aunque no sea un pensamiento, está al mismo nivel que és te; pues, en efecto, un mandato es el sentido de un cierto tipo de oraciones, como un pensam ien­to constituye asimismo el sentido de otro tipo distinto de oraciones. Dicho de otra forma, que los sentidos de las oraciones pueden consistir en pen­samientos, ruegos , mandatos, etc. Huelga añadir que las oraciones cuyo sentido es de alguna de estas últimas clases (y tal es el caso de las oracio­nes imperativas), carecen de referencia, puesto que no pueden ser ni verdaderas ni falsas (véase también su posterior trabajo «Der Ged¡lnke», en Kleine Schriften).

Para que podamos preguntarnos por la ve rdad o falsedad de una oración debe, pues, tratarse de una oración declarativa en primer lugar , y segundo , debe ser una oración cuyo sujeto y predicado tengan referen­cia. El hecho de que en el lenguaje común se utilicen con frecuencia ora­ciones cuyo suje to no denota nada ,es considerado por Frege como una imperfección lógica que aleja al lenguaje ordinario de lo que sería un lenguaje lógicamente perfecto (<<Sobre sentido y referencia», op. cit .} pági­nas 69 y ss.). Pues un lenguaje lógicamente perfecto es un lenguaje en el que cada oración tiene un valor veritativo, y esto presupone que los nom­bres que aparecen en la oración tienen referencia. Dicho en palabras de Frege: «Un lenguaje lógicamente perfecto (conccptografía) debe cumpli r la condición de que toda expresión gramaticalmente bien construida como nombre a partir de signos ya introducidos, designe realmente un objeto, y que no se introduzca un nuevo signo como nombre sin que se le asegu re una referencia» (loe. cit.). Más adelante veremos la diferente solución que da Russell al problema de las expresiones sin referencia; muchos años después, criticando a Russell, Strawson mantendrá una posición semejante a la de Frege.

Al final del artículo que es tamos comentando, Frege vuelve sobre la paradoja de la identidad, con la que había iniciado su discurso. La solución resulta , ahora, en extremo simple. La afirmación «x es idéntico a Y» difie­re de «x es idéntico a x» en la medida en que expresan pensamientos dis­tintos, y esto último ocurre en tanto en cuanto «x» e «Y», aun teniendo

186 Principios de- Filosofia del Lenguaje

la misma reterencia, tengan sentido diverso. La diferencia entre ambos enunciados es una diferencia en lo que llama Frege «valor cognosci tivo»; es el cipo de diferencia que hay entre las oraciones que tomábamos como ejemplo al principie, a saber:

(1) El autor de la Etica a Nicómaco es el preceptor de Alejandro Magno y

(2) El preceptor de Alejandro Magno es el preceptor de Alejandro Magno

Ambas oraciones son verdaderas, pero la primera establece una identi­dad valiéndose de nombres que, aun cuando con referencia idéntica, tienen sentido distinto. No es lo mismo designar a una persona como autor de cierto libro de ética, que designarla como preceptor de determinado em­perador. En cambio, (2) establece la identidad sirviéndose de nombres con idéntica referencia e idéntico sentido, con 10 que se convierte en una ver­dad analítica o tautológica, a diferencia de la verdad empírica, de hecho, que aparece en (1). Esta es la diferencia de valor cognoscitivo a que alude Frege, y que procede de los diferentes pensamientos expresados en ambas proposiciones. Resultará patente, no obstante, que este pequeño problema no es sino una excusa para el desarrollo de unos conceptos, sentido y re­ferencia, cuya aplicación va mucho más allá de es tos límites, y cuya influen­cia vamos a comprobar en una gran parte de la teoría del significado a lo largo del siglo xx.

Durante la primera mitad del siglo, sin embargo, esa influencia fue im­plícita e indirecta; fundamentalmente se ejerció a través de Russell, y así está presente en Wittgenstein. Sólo después de 1940 se encuentran estu­dios detenidos sobre los conceptos semánticos de Frege, primero en Church, que fue quien resca~ó el artículo de Frege de su olvido, y luego en Carnap. Estas consideraciones han solido ir acompañadas de críticas cons­tantes, pero éstas han sido a veces extremadamente confusas. Así, la crítica que Russell le hace (en «On Denoting») resulta difícilmente inteligible, y probablemente encierra alguna confusión de fondo por parte de Russell (véase el cap. 2.2 de la obra de Thiel , Sentido y referencia en la lógica de Gottlob Frege) . Tampoco las críticas de Carnap (en la secc. 30 de Meaning and Necessily) parecen todas ellas justificadas, aunque acaso el método de análisis de Camap sea superior al de Frege ; esto lo veremos en su momento, y aquí no entraremos en detalle sobre estas críticas . Resumiré únicamente los aspectos que me parecen claramente más débiles en los conceptos de Frege.

Primero de todo, es claro que la referencia , tal y como aparece en mu­chas de las afirmaciones anteriores, no es propiamente parte del significado (tomado este término en un sentido amplio). Si la referencia de un nombre es un objeto, y la de un predicado, una función , esto son realidades extra­lingüísticas a las que conectamos el lenguaje, como lo serían los valores veritativos para la oración. De alguien que no conozca la referencia de un

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nombre o que no sepa si una cierta afirmación es verdadera o falsa, no diríamos que no sabe lo que quiere decir el nombre o la oración en cues­tión (v. Dummett, Frege. Philosophy o/ Language, pp. 84 Y 91). Se puede no saber a quién se refiere el nombre «el preceptor de Alejandro Magno», entendiendo perfectamente el significado de esta expresión. O se puede ignorar si es verdadera o falsa la oración «El preceptor de Alejandro Magno escribió la Etica a Nicómaco», sabiendo bien lo que ésta significa. Las entidades designadas por las expresiones lingüísticas, sean aquellas materia­les o intelectuales, concretas o abstractas, no son, en sentido propio, parte de lo que las expresiones significan. Lo que sí se puede tomar como parte de su significado es la función que cumplen las expresiones de remitir o referir a entidades extralingüísticas. Algunas de las afirmaciones de Frege pueden, probablemente, entenderse de esta forma, pero es patente que sus palabras ocultan, en general, la distinción que estoy apuntando. Se trata, simplemente, de la diferencia que hay entre la función denotativa o refe­rencial de las expresiones, y lo denotado en el cumplimiento de tal función. Yo preferiría reservar el término «referencia» o «denotación» para esa función, y llamar a las entidades designadas, objetos o lo que que quiera que sea, «lo denotado». Esto evitaría la dificultad que se acaba de apuntar sobre la terminología de Frege, pues ahora resulta obvio que lo denotado no es, ni puede ser, parte del significado de las expresiones, pero no hay por qué negar que 10 sea la función denotativa que éstas poseen. Se trata, en suma, de la distinción que, a otro propósito y dentro de la teoría semió­tica, hicimos en el capítulo segundo entre el significado de los signos y lo significado por los signos. Entonces, esta terminología nos bastaba para· nuestros fines. A partir de ahora, en que hemos entrado en posesión de los conceptos de Frege, debemos evitarla. En lugar de «lo significado» diga­mos «lo denotado». Y en el significado empecemos por distinguir ingre­dientes . De momento tenemos ya la función referencial o denotativa (abre­viadamente: la referc.:ncia) y el sentido.

Lo que contribuye a determinar la referencia, en mayor o menor me­dida según los casos, es el sentido . Es curioso, por ello, que este concepto quede tan confuso en la doctrina de Frege. Primero, resulta sumamente problemática su aplicación a los nombres propios en sentido estricto. Según lo que hemos visto, el sentido del nombre «Aristóteles» variará para las personas según lo que cada cual sepa de ese personaje, y de acuerdo con las características que elija para identificarlo como lo denotado por el nom­bre en cuestión. Que con esto se subjetiviza el sentido y se ]0 saca del ám­bito de lo lingüístico parece patente, a pesar de las intenciones de Frege. En su momento veremos algunos esfuerzos realizados por hacer más plau­sible la tesis de Frege; como ya explicaré entonces, pienso que sobre este punto hay que darle la razón a Mili, si se quiere ser fiel al modo como fun­cionan los nombres propios en el lenguaje ordinario. Que para identificar a la persona denotada por el nombre «(Aristóteles» cada cual recurra a lo que sepa de ella, se comprende. Preguntado sobre quién fue Aristóteles, uno puede decir: el discípulo de Platón nacido en Estagira; otro: el autor

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de la Etiea Nieomaquea; . un tercero: el filósofo preceptor de Alejandro Magno; etc. Y quien sepa lo suficiente elegirá, entre estas y otras muchas más, la identificación que más le guste. Pero ¿qué se soluciona o se aclara manteniendo que cualquiera de estas descripciones constituye el sentido del nombre «Aristóteles»? ¿Es que para un especialista en Aristóteles, este nombre posee varías miles de sentidos? ¿Acaso adquirió el nombre «Aris­tóteles» (o para ser más preciso: su equivalente griego) un sentido que antes no tenía cuando este filósofo hubo escrito el libro que conocemos como Etica Nicomaquea? Los problemas que plantea esta teoría son más que los que soluciona, y al dar entrada al sentido como ingrediente del significado de los nombres propios , se aparta decisivamente de la función que éstos cumplen en el lenguaje ordinario, que es la de denotar un objeto señalándolo entre los demás. La función de los nombres propios se agota en la referencia. Que muchos nombres propios tengan algún sentido o connoten alguna característica, muchas veces por razón de su etimología, es cierto, pero accidental. Así, por ejemplo. la mayoría de los nombres de pila que usamos en muchas lenguas connotan masculinidad o feminidad, puesto que se aplican a hombres o a mujeres pero no a ambos. Pero esto es tOtalmente accidental con respectO a la función del nombre, y aquellos nombres que se aplican indistintamente a hombres y mujeres no cumplen su función peor que los otros. Volveremos sobre esta cuestión con más detalle cuando, en un capítulo ulterior, estudiemos la teoría de Kripke.

Por lo que respecta al sentido de los términos conceptuales , la posición de Frege es, no ya objetable, sino -como hemos visto-- del todo oscura. Si el concepto es lo denotado por el término conceptual, ¿cuál es su senti­do? Frege no da una respuesta clara, y tampoco resulta fácil imaginarla.

Donde más claro resulta el sentido, aparte de las descripciones defini­das, es en las oraciones. Que el sentido de una oración sea el pensamiento expresado por elIa, o como se dirá posteriormente: la proposici6n conte­nida en ella, no parece presentar dificultades . Pero no resulta tan fácil de entender que las oraciones hayan de poseer también una función referencial propia, y menos aún que ésta consista en denotar un valor veritativo. Puesto que, como Frege ya ha aceptado, las oraciones no declarativas care­cen de referencia, y puesto que en el mismo caso están las oraciones cuyo sujeto no la tiene, ¿por qué empeñarse en hacer un caso aparte de las oraciones que son verdaderas o falsas? No se ve bien la necesidad de elIo, sobre todo si la consecuencia es convertir tales oraciones en nombres de esos extraños objetos que son los valores veritativos. Como vamos a ver, Wittgenstein empezó por negar que las oraciones sean nombres de algo, y Russell reconoce que fue aquel quien le convenció de ello.

Para acabar, subrayemos el interés de Frege por lo que llama un «lenguaje 16gicamente perfecto». Encontraremos de nuevo este interés en RusselL Y notemos que un lenguaje así es, para Frege, no ya un lenguaje que cumpla con determinadas reglas formales, sino, más aún, un lenguaje en el que todas sus expresiones tengan referencia, y' por tanto, un lenguaje

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conectado en todos sus puntos con la realidad. En consecuencia, un len­guaje cuyas oraciones serán todas o verdaderas o falsas.

6.4 El atomismo lógico

El propósito de Russell es semejante al de Frege, y análoga la justifica­ción de su interés por las condiciones que ha de cumplir un lenguaje para alcanzar la perfección lógica. Pero en Russell, la reflexión se da en un contexto filosófico más rico y logra un grado de elaboración más alto. En la doctrina de Rusell , tanto los supuestos epistemológicos como las conse­cuencias metafísicas poseen una riqueza y tienen una explicitación del todo ausentes en Frege. La teoría de Rusell es denominada por él, en virtud de las razones que mencionaremos, «atomismo lógico», y alcanza su ma­durez hacia 1918, año en que pronuncia las conferencias tituladas «La fi­losofía del atomismo lógico».

Aquí caracteriza su tema como de gramática filos6fica, y lo justifica así: «Creo que prácticamente toda la metafísica tradicional está llena de errores que se deben a la mala gramática, y que casi todos los problemas y (supuestos) resultados tradicionales de la metafísica se deben a no hacer, en lo que podemos llamar la gramática filosófica , el tipo de distinciones de las que nos hemos ocupado en estas conferencias (op. cit., conferen­cia VIII). Y unos años después, en un resumen de su teoría, escribiría: «Creo que la influencia del lenguaje en la filosofía ha sido profunda y casi no reconocida. Para que ·esta influencia no nos extravíe, es necesario que seamos conscientes de ella , y que deliberadamente nos preguntemos en qué medida es legítima. (. .. ) En este aspecto, el lenguaje nos extravía por su vocabulario y por su sintaxis. Debemos estar en guardia sobre ambas cosas para que nuestra lógica no nos conduzca a una falsa metafísica.» (<<El ato­mismo lógico», 1924, pp. 330-331 de Logic and Knowledge).

En cumplimiento de estas advertencias, Russell desarrollará un tipo de análisis del lenguaje que aspira a poner de manifiesto sus imperfeccio­nes lógicas, contras tándolas con las cualidades de un lenguaje lógicamente perfecto. ¿Cómo es un lenguaje de esta clase? Lo primero que Russell va a decir hace referencia no tanto al lenguaje en sí y a su estructura for­mal cuanto a la relación entre el lenguaje y la realidad. La primera condi­ción para que un lenguaje sea lógicamente perfccm es una condición semán­tica: que las palabras de cada proposición correspondan una por una a los componentes del hecho correspondiente. Se exceptúan palabras tales como «o», «no», «si. .. entonces», las cuales tienen una función diferente, es decir, las cuales carecen de conexión directa con la realidad; son las pala­bras que expresan modos de componer oraciones, y que pueden traducirse a functores lógicos, y que, naturalmente, están incluidas en lo que antes he­mos llamado «términos sincategoremáticos ~. Queda así establecido por Russell el principio de isomorfía semántica: «en un lenguaje lógicamente perfecto habrá una sola palabra para cada objeto simple, y. todo lo que no