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t : LEON BRUNSCHVICG LAS EDADES DE LA INTELIGENCIA BIBLIOTECA HACHETTE DE FILOSOFIA

Las Edades de La Inteligencia

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Page 1: Las Edades de La Inteligencia

t :

LEON BRUNSCHVICG

LAS EDADES DE LA

INTELIGENCIA

BIBLIOTECA HACHETTE DE FILOSOFIA

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Título del original francés: LEs AGES DE L'INTELLIGENCE

Traducido de la ]<' edición (1947) por: AMPARO ALBAJAR

Notas y adiciones bibliográficas de: GREGORIO WEINBERG

Publicado por convenio exclusivo con Presses Universitaires de France'

Copyright by Librería Hachette, S. A. Hecho el depósito que previene la Ley NQ 11.723

IMPRESO EN ARGENllNA-PRINTED IN ARGENTINE

Los CAPÍTuLos de la presente obra resumen lecciones dadas en la Sorbonne durante el invierno de 1932 a 1933. Tenían como oyentes a jóvenes que sabemos interesa-dos y amenazados por el desorden de la sociedad en que entran. Razón tienen en querer que mañana no se pa-rezca a hoy,. pero la misma justificación tenemos para anhelar que pasado mañana no se parezca a anteayer. Jamás ha sido tan fácil ni tan peligroso como en nuestra época vestirse ricamente con los supuestos de la verdad. La cuestión reside en saber si no le corresponde a la his-toria, ratificando la perspectiva de las palabras y de las cosas, poner remedio a los males que ella misma ha pro-ducido por la proyección intempestiva del pasado (de todos los pasados) en el presente. Más de una vez ha-bría sido salvado el mundo si la calidad de las almas pudiese dispensar de la calidad de las ideas. Sin duda es de lamentar, pero no ciertamente de desconocer, que la primera virtud sea de orden estrictamente intelectual, que consista en superar el orgullo dogmático de donde proce-den los privilegios imaginarios de una persona o de un pueblo, de un culto 0. de l,lna generación ..

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INTRODUCCIÓN

1\1ADUREZ O DECREPITUD

EL PROBLEMA de las edades de la inteligencia se planteó con toda su claridad en cuanto la constitución de una física verdadera hubo puesto de evidencia la vanidad de lo que hasta entonces pasaba por conocimiento racional de la naturaleza. En el curso de sus preciosas indagaciones sobre L.a Formation du Systeme cartésien et la Critique des Formes substantielles observa M. Gilson: "La física aristotélica de la escolástica descansa por entero en la hi-pótesis de que el universo del niño es el universo real, nos describe precisamente lo que sería el universo si nues-tras impresiones sensibles y afectivas fuesen cosas, con-sagra y estabiliza definitivamente el error de nuestros pri-meros años al suponer la existencia de formas o de cuali-dades reales, que no son nada más que las impresiones confusas de nuestra inteligencia nombradas, descritas y clasificadas como otras tantas realidades" 1.

El Díscours de la Méthode conserva el recuerdo de la estupefacción a que el estudiante de La FU:che había sido lanzado por maestros ciertamente respetables, pero cuyos cabellos se habían puesto blancos sin que su espíritu hu-biese madurado. Especies de "autómatas" a quienes se les había enseñado a repetir como un eco las lecciones

1 Études sur le Role de la Pensée médiévale dans la Formation du Systeme cartésien, 1930, pág. 170.

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de antaño, se vanagloriaban de comprender el ser a tra-vés de un juego de generalidades verbales, encantándose a sí mismos con una perpetua petición de principios.

Cosa curiosa: si Descartes hubiese vuelto a abrir los libros de aquel Aristóteles a quien involuntariamente le habían enseñado a desdeñar, habría visto que ya al co-mienzo de su Física declaraba Aristóteles contra sí mis-mo. Nada subraya mejor el carácter vago y confuso, esencialmente pueril, de un saber conceptualista. "Los niños llaman primeramente a todos los hombres padres y madres a todas las mujeres; sólo más tarde distinguen a los unos de los otros" 2. Pero la antigüedad no logró comprender ni el alcance exacto de las relaciones mate-máticas ni los métodos precisos de la experiencia cientí-fica. Aristóteles no podía pasar del plano de la percep-ción y de la denominación, de los cuales solicita los me-dios para acabar el edificio de su filosofía sin sacar par-tido de una observación que, desde el punto de vista de la filosofía moderna, es sin embargo decisiva para discer-nir los diferentes tipos de la representación del mundo y apreciar su valor.

Esta ruptura entre los dos ritmos de duración (tiempo biológico que es envejecimiento inevitable y decadencia final, tiempo espiritual que es reparación incesante, pro-greso continuo) la despejó BIas Pascal en un Fragmento póstumo de Préface, donde desarrolla con inolvidable vi-gor el aforismo baconiano Antiquitas saeculi, juventus mzmdi 3. "Los que nosotros llamamos Antiguos eran ver-

2 I, 1; 184 b 12, traducción Carteron, 1926, pág. 30. [Hay varias versiones castellanas, entre ellas, la de Edmundo González-Blanco, Librería Bergua, Madrid, 1935; ninguna satisfactoria desde el punto de vista científico. Una supuesta edición de las Obrar Completas de ARISTÓTELES, Anaconda, Buenos Aires, 1947, no incluye la Física.]

<1 De Dignitate et Augmentis Scientiarum, J, 38. [Hay edición cas-tellana: Del Adelanto y Progreso de la Ciencia Divina y Humana, traducción, prólogo y notas de F. Jorge Castilla, Editorial Lautaro, Buenos Aires, 1947.] Cf. Novum Orgl11lum, I, 84. [Hay versiones caste-

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daderamente nuevos en todas las cosas y formaban la in-fancia de los hombres propiamente dicha, y como noso-tros juntamos a sus conocimientos la experiencia de los siglos que los siguieron, es en nosotros donde se puede ha-llar esa antigüedad que en los otros reverenciamos" 4.

Sin duda Pascal restringe al dominio profano la nece-sidad del progreso para ese "hombre universal" que cons-tituye a sus ojos la especie entera considerada en el con-junto de sus edades sucesivas. En lo que atañe a la re-ligión profesa, al contrario, siguiendo la enseñanza del Evangelio, que "la Sabiduría nos envía a la infancia" 5.

Pero el siglo XVIII, que recibe a través de Malebranche y Fontenelle el pensamiento de Pascal, la extiende a la unidad indivisible de la civilización, y al mismo tiempo la precisa. El movimiento por el cual escapa el espíritu hu-mano a la fatalidad de desgaste y de caducidad que pesa sobre toda vida individual, consiste, no sólo en una acu-mulación cuantitativa de descubrimientos, sino en una transformación de calidad, en un sentido cada vez más escrupuloso y aguzado de las condiciones de la verdad. A este respecto la página clásica de T urgot lleva lo más lejos posible el análisis de la historia: "Antes de conocer la conexión de los efectos físicos entre sí, nada hubo más natural que suponer que eran producidos por seres

llanas de Cristóbal Litrán, prólogo de Teixeira Bastos, Bib. Econ. Filos., Sociedad General de Librería, Madrid; de Francisco Gallach Palés, Nva. Bib. Filos. Espasa-Calpe. Madrid, 1933; y la mejor: traducción directa del latín por Clemente Hernando Balmori, con Estudio Pre-liminar y Notas de Risieri Frondizi, Ed. Losada, Buenos Aires, 1949.]

4 Oeuvres completes, Edición Hachette, t. n, 1908, pág. 141. 5 Pensées, fl} 165, fragmento 271, con remisión a Mat. XVIII, 5.

[Además de las antiguas versiones de Andrés Boggiero, Madrid, 1805, y Ramón Onega y Frías, Madrid, 1879, hay múltiples ediciones re-cientes en castellano, entre otras: Edmundo González-Blanco, Librería Bergua, Madrid, 1933; J. Xubiri, Ed. Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1950; Eugenio D'Qts, Ed. El Ateneo, Buenos Aires, 1948. No obstante, todavía se hace desear la traducción crÍtica a realizarse sobre la edición de Brunschvicg.]

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inteligentes, invisibles y parecidos a nosotros, porque ¿a qué, si no, se habrían parecido? ... Cuando los filósof06 reconocieron lo absurdo de esas fábulas, sin haber adqui-rido, no obstante, luces verdaderas sobre la historia na-tural, imaginaron explicar las causas de los fenómenos por expresiones abstractas, como esencias y facultades; expresiones que sin embargo no explicaban nada. .. Sólo mucho más tarde, observando la acción mecánica que tienen los cuerpos los unos sobre los otros, se sacaron de esa mecánica otras hipótesis que los matemáticos pudieron desarrollar y la experiencia verificar" 6.

Nos veríamos tentados a decir que Comte, al procla-mar la Ley de los tres Estados (teológico, metafísico, po-sitivo), no agregó nada a las opiniones fundamentales de Turgot, si, preocupado en realidad más de acción social que de verdad especulativa, no hubiese introducido en el sistema al que dió el nombre de positivismo ideas de origen y de orientación muy diferentes, a riesgo de lan-zar una confusión casi inextricable sobre el problema de las edades de la inteligencia, claramente definido por los siglos precedentes. De ahí la utilidad de precauciones de vocabulario y de método, sobre las cuales convendrá insistir si queremos dar a nuestro estudio una base sólida y una fuerza demostrativa. . La doctrina del progreso, tal como la habían popu-larizado los Enciclopedistas y Condorcet, ya no será en Comte más que una fachada tras la cual se disimula la adhesión al movimiento romántico que, tanto en Francia como en Inglaterra y en Alemania, tendía a hacer volver hacia la Edad Media al pensamiento del siglo XIX. Y esta yuxtaposición de tesis heteróclitas bajo la uniformidad in-tencionada del lenguaje no se concebiría en un escritor

e Oeuvres de Turgot, Edición Schelle, t. J, 1913, pág. 315.

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tan "enérgico" y tan reflexivo, si no supiésemos que se inspira en una especie de consigna recibida en la escuela de Saint-Simon y que Comte va a ejecutar a la letra sin nombrar por otra parte, al Dr. Burdin, que sin embargo es el responsable. En 1813 (cuando el que debía fundar el positivismo no tenía más que quince años), Saint-Simon hace públicos los temas que Burdin le había proporcio-nado y cuya dualidad debía dominar la evolución de la carrera seguida por Augusto Comte y determinar el sen-tido de su influencia. El primero de esos temas está to-mado de Turgot: "Todas las ciencias comenzaron siendo conjeturales; el gran orden de las cosas las llamó a con-vertirse en positivas", y Burdin agregaba: "La fisiolo-gía no merece aún ser clasificada en el número de las ciencias positivas, pero no tiene más que dar un solo paso para elevarse completamente por encima- del orden de las ciencias conjeturales" 7, Ahora bien; por un vi-raje singular, ese paso único y decisivo debía ser dado, según el deseo de Burdin, no hacia adelante sino hacia atrás. Dicho de otra manera: la fisiología del porvenir volverá resueltamente la espalda a los procedimientos que hicieron salir a las otras disciplinas del estado "con-jetural". Es de toda evidencia que si podemos hablar de una astronomía o de una química positivas es porque ahí nos conformamos estrictamente al método de análisis, que según frase soberana de Condillac, "no descubre verdad que no demuestre" 8; es porque desde entonces los asertos de los sabios se hallan substraídos a lo arbitrario de las ideas generales, de las síntesis anticipadas, que sólo tra-ducen el genio original o excéntrico de su autor. Y el segundo tema de Burdin consistirá en el rechazo siste-

7 Apud Mémoire sur la Science de I'H011l'me: VoelLVre de Saint-Si11lon, por BouGLÉ, 1925, pág. 60 y sigts.

8 Traité des Systhnes, 1749, cap_ XVII; Oeuvres, P edición, t. lIt 1787, pág. 297.

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mático del análisis, en una especie de nostálgica inclina-ción por la subjetividad de la síntesis.

No le bastará creer en la existencia de una "fuerza vital" que "como la de afinidad y la de atracción está universalmente admitida" 9; será preciso que en nombre de esa creencia abrume con virulentas invectivas a los "matemáticos" que "están a la cabeza del Instituto; Bru-teros infinitesimales, algebristas y aritméticos, ¿qué de-rechos son los vuestros para ocupar el puesto de van-guardia científica? La ciencia del hombre es la única que puede conducir al descubrimiento de los medios de con-ciliar los intereses de los pueblos, y vosotros no estudiáis esa ciencia... Dejad la presidencia; nosotros vamos a ocuparla en vuestro lugar" l0. La elocuencia de este após-trofe, que más tarde se contentará con parafrasear, debió de conmover a Comte tanto más profundamente cuanto que, bajo una apariencia de precisión técnica Burdin re-flejaba las tendencias en que entonces se inspiraba la biología "organicista" de los metafísicos alemanes, y daba así el medio para alcanzar el dogmatismo teocrático de los publicistas franceses, que Comte debía confesar como inspiradores directos de su sistema de sociología.

Negando la unidad de la ciencia humana, orquestando sucesivamente los dos temas del Dr. Burdin para inme-diatamente hacer suceder, como si la cosa se siguiese de por sí, la fantasía romántica de la síntesis al escrúpulo clásico del análisis, Comte contradice el principio del progreso, que el siglo XVIII había sentado, con la Ley de los tres Estados; quiebra el impulso de espiritualidad que se halla en la fuente de la civilización moderna. En las antípodas del positivismo de razón, que hace conciencia en el hombre de no afirmar como verdadero nada que

9 Cf. Le Progres de la Conscience dans la philosopbie occidentaJe, § 255, t. n, pág. 538, nota.

lO [bid., pág. 537.

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no esté en condiciones de verificar objetivamente y que Littré recoge en la herencia de Comte como legado de Fontenelle y de Turgot, hay un positivismo de Iglesia fundado por entero en el sentimiento de confianza que un hombre experimenta (y hace compartir) en el valor único de su pensamiento y donde apura la ilusión de poder crear el método y dictar por anticipado los resul-tados de disciplinas que todavía no están constituídas en el estado de ciencia. La necesidad psicológica que hace que el presunto profeta no pueda sacar su figuración del porvenir sino de las sombras del pasado condena a Augus-to Comte a recorrer, pero en sentido inverso, en marcha atrás, todas las edades de la historia, hasta que de para-doja en paradoja, de prejuicio en prejuicio, resucita el estado teológico bajo la forma más grosera del fetichismo. Finalmente, su obra vuelve a expresar en un lenguaje úni-co dos representaciones del mundo, dos conceptos de la vida que son diametralmente opuestos.

y aun no habría podido tomar de manera tan brusca esa actitud dogmática y retrógrada en el terreno de la sociología, si no le hubiera acontecido ya faltar al es-píritu positivo en su interpretación de las ciencias posi-tivas. Es curioso tener que consignarlo: el pensador que más felizmente ha insistido sobre la importancia primor-dial de la historia de las ciencias para interpretar legíti-mamente la evolución de la humanidad, parece haber estado (igual que Hegel y porque también él es un teó-logo ambicioso de someter la sucesión de los tiempos a la ley de un sistema preconcebido), privado del sentido de lo que de radicalmente histórico hay en la historia, lo que de irreductible hay en las generalidades concep-tuales cuyo marco se pretende imponerle. El examen de los fundamentos y de los recursos de la matemática y de la física se convierte en Comte en un pretexto para reducir el horizonte del saber humano. No quiere mirar

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(y quisiera que nadie mirase) más allá de los límites que su educación o su deliberado propósito le han trazado.

No tenemos por qué insistir aquí acerca de las exco-muniones pomposas, de los anatemas ridículos que dirige contra la precisión de la técnica experimental, sospecho-sa de amenazar la simplicidad de fórmulas como la ley de Mariotte, o contra el cálculo de probabilidades, aun cuando Condorcet había demostrado su interés capital para el estudio de los fenómenos sociales y Laplace había determinado su aplicación desde el punto de vista mate-mático. Sólo cabe retener advertencias adecuadas para poner término a la ambigüedad que viciaría desde su ori-gen toda nuestra indagación. No bastará que nos guar-demos de aventurarnos fuera de las disciplinas que ahora se hallan en posesión indiscutible de un método positivo; convendrá aún, en la consideración de esos métodos mis-mos, respetar la continuidad de duración y de progreso que es el distintivo de la inteligencia. Si la filosofía cien-tífica del positivismo estaba desde su aparición en retraso en relación con el curso efectivo del saber racional, no era en forma alguna porque Comte se hubiera vanagloria-do de romper con el realismo de sentido común o con la metafísica de la edad pre-cientÍfica sino, muy al con-trario, porque se detuvo a mitad de camino en su em-presa, porque en él la noción de hecho generala la fór-mula abstracta de la ley llevan todavía la huella del vo-cabulario escolástico. Los defectos demasiado visibles del comtismo no se corregirán con una adaptación más es-trecha del "espíritu positivo" al progreso de las ciencias.

El esfuerzo del filósofo por seguir en su sutil comple-jidad la obra de los hombres que marchan a la cabeza del cuerpo de exploración de la naturaleza entraña cierto riesgo. "El que quiere saber y no tener la apariencia de

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saber", observa Emile Chartier, "pasará diez años en la geometría y la mecánica, descubriendo por su cuenta toda clase de verdades conocidas, pero el vanidoso corre hacia el último espejismo de la física" 11. Convendrá no perder de vista la observación y no dejarse, sin embargo, intimidar por ella hasta retroceder ante una necesidad que está inscrita en la naturaleza del mundo. El espíritu anhelaría, sin duda, que la ciencia no cesase de desarro-llarse en línea recta a partir de las proposiciones más cla-ras, y que pudiese limitarse a sacar de principios indis-cutidos consecuencias aún no percibidas, sin tener que mo-dificar el orden de los elementos. Sólo que lo cierto es que no es aSÍ; la historia del, individuo y la historia de la especie no presentan el mismo ritmo. Ha acontecido que cada descubrimiento decisivo, no sólo en física sino en matemáticas, provocó un rodeo de reflexión que tuvo por resultado transformar el carácter de los elementos y de los principios precipitadamente erigidos como rea-lidades últimas y como evidencias absolutas. Por más que D'Alembert proclamase que la "verdad es simple", en cuanto tuvo que formular "la definición y las propieda-des de la línea recta así como de las líneas paralelas" lo vemos confesar que para los Ele'lJlentos de la Geometría había ahí un "escollo y, por decirlo aSÍ, un escándalo" 1:?,

y hoy comprendernos por qué. Si cada niño debe pasar por la geometría de Euclides antes de abordar la geome-tría de Lobatschewski o de Riemann, la constitución de las geometrías no euclidianas ha debido intervenir para que los hombres consiguiesen situar en su perspectiva de verdad la geometría de Euclides, comprender exacta-mente la significación de sus postulados y de sus defini-

11 Libres propos d'Alain (N ouvelle Revue Franfaise, 1(1 de marzo de 1933, pág. 505).

12 Éléments de philosophie, Éclaircissements, § 11. Oeuvres, edición 1767, t. V, pág. 296.

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ciones, hacerse una idea sutil y justa de su capacidad demostrativa. Aun en el dominio del análisis, donde la inteligencia se apartó de toda materia exterior para no tener que contar más que con su propia libertad, hay una naturaleza que viene a humillar el orgullo del a priori, que nos obliga a persuadirnos de que es igualmente vano pretender juzgar del mundo por sus apariencias más in-mediatas o de la razón por sus actos más elementales.

Nada a este respecto es tan perentorio com"o las pági-nas en que Jacques Hadamard recuerda cómo se llevó a cabo con Cardan y Descartes la introducción de los imaginarios. "Esta introducción por la cual parecen franqueadas las barreras que separan a la lógica de la sinrazón", sirvió "para iluminar con una luz cada día más brillante la marcha de la ciencia del siglo XVII al XIX, y se ha podido decir que el camino más corto entre dos verdades del dominio real pasa a menudo por el dominio imaginario. .. A Cauchy", escribe aún, "es a quien de-bemos el haber iluminado con entera claridad la noción de las functiones continuae o, como decimos hoy, de las funciones analíticas. Todo lo que permanecía misterioso mientras nos limitábamos a considerar los puntos reales de la curva, se ilumina, al contrario, con Cauchy, cuando no se teme agregar los puntos imaginarios" 13.

Simplificar el equipaje a la partida sólo tendría una apariencia de economía y de prudencia si el viaje tornarse más penoso y finalmente más oneroso por la insuficiencia y la pobreza del equipo. Las bases del sis-tema heliocéntrico que exige una inversión de la pers-pectiva sensible, son seguramente más paradójicas y com-plicadas que las del sistema geocéntrico que está inme-diatamente apoyado en los datos del sentido común. Sólo que una vez admitidas esas bases será mucho más fácil

13 La pensée franfaise dans l'évolu#on des scienees exaetes (France et Monde, 20 de marzo de 1923, págs. 326 y 336).

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ir al encuentro de los fenómenos. Desde el punto de vista de un conocimiento superior, en un grado más elevado de verdad, como enseñó admirablemente Spinoza, el error se comprueba como tal, al mismo tiempo que se justifica como momento necesario en el progreso de la razón hu-mana. A la luz de Einstein comprendemos a N ewton, en qué triunfaba y por qué estaba detenido, mejor de lo que pudo hacerlo él mismo cuando componía sus Prin-cipios. Del orden pedagógico de la adquisición del saber sería, pues, presuntuoso deducir el orden filosófico de la reflexión sobre el saber. La superstición de los principios evidentes y de los elementos absolutos, falsa fidelidad del hombre al niño, indica un temperamento más obstinado que razonable.

Si el estudio de las edades de la inteligencia puede provocar alguna inquietud, será más bien en espíritus inclinados a alarmarse por el crédito de una metafísica que se haría imprudentemente solidaria de cierta época de la historia en la que ellos imaginan que la búsqueda de la verdad ha debido cristalizarse y perfeccionarse. Las últimas líneas de las Gifford Lectures que Gilson hizo recientemente en la Universidad de Aberdeen son sig-nificativas: "¡Triste vejez la que pierde la memoria! Si fuese cierto, como se dice, que Santo Tomás fué un niño y Descartes un hombre, estaríamos muy cerca de la de-crepitud" 14. La actualidad de nuestro problema no po-dría precisarse mejor sin que pudiésemos, en el umbral de nuestra indagación, prejuzgar la respuesta que los he-chos han de suministrarle. Contentémonos con observar que de Aristóteles a Descartes el intervalo es de veinte siglos. En cambio, apenas han transcurrido trescientos años desde que la física entró en posesión de un método

14 L'Esprit de la pbilosophie médiévale, t. I1, 1932, págs. 226. [Hay versión castellana: El Espíritu de la filosofía medieval, trad. de Ricar-do Anaya, Emecé Editores, Buenos Aires, 1952.]

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que la pone en condiciones de satisfacer francamente la exigencia de la razón y de la verdad. La decadencia, cuyo pronóstico amargo y siniestro nos trae Gilson, se-ría singularmente rápida. Ahora bien; a primera vista por lo menos nos parece excesivo pretender que el tiem-po haya sido tan mal empleado, que la generación de Einstein y de Louis de Broglie se presente con las manos vacías en el séquito de las maravillosas victorias de in-teligencia que hicieron más profundo y rectificaron nues-tro conocimiento del mundo. Habría que ser muy mal-humorado para no compartir el entusiasmo que expresa Couderc en el curso de su exposición sobre la Arquitec-tura del Universo: "El momento más emocionante de nuestra raza ¿no es el que vivimos, en que el hombre tiene la revelación súbita y no progresiva de la profundidad de los abismos en que se hunde su mirada? Hoy explora, presa de cierto vértigo, la inmensidad" 15.

Por otra parte, refiriéndonos a los criterios mismos de Gilson, que interesan particularmente a nuestro objeto, ¿es seguro que seamos tan viejos? La pérdida de memo-ria, el olvido del pasado en que él señalaría signos de decadencia, ¿no son los últimos de los reproches que nuestra época ha podido merecer? Mucho más dispuestos estaremos a compadecerla como víctima de los excesos y de los abusos de la historia. y ciertamente sería ridícu-lo abrumar a Aristóteles y a sus comentaristas bajo un montón de descubrimientos en que personalmente no te-nemos nada que ver. Mas compárese la imago mundi de la Edad Media con el horizonte de los astrónomos de nuestros días. y más prodigioso aún, más literalmente inverosímil es el contraste entre la cronología mezquina de la creación según Moisés y las perspectivas de que somos deudores, aunque sólo sea para la tierra, a las con-quistas de la geología, de la antropología y de la arqueo-

15 1930, pág. 96.

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logÍa. A lo cual conviene agregar que no se trata de una extensión simplemente cuantitativa de nuestra memoria colectiva; repitámoslo una vez más, el progreso cualita-tivo debe retener nuestra atención. Conocer los mitos no es solamente hallarse en disposición de repetir su con-tenido, es comprender lo que son los mitos. Igualmente, para los recuerdos de infancia hay que adquirir la sen-sación de que vienen del niño, a fin de transportarlos a su fecha y medirlos en su valor. En efecto, ¿no con-sistiría la decrepitud verdadera en volver a 'caer en un estado pueril de inconsciencia, en pensar, o por lo me-nos en hablar como en el siglo XIII, cuando la humanidad tenía los nueve años de Aristóteles, mientras que respi-ramos y nos expresamos en el siglo XX?

La memoria (Bergson insistió en ello en particular, de la manera más profunda y más persuasiva) sólo es per-fecta si permanece inseparable del Índice temporal, des-de el momento en que el recuerdo tiene su vínculo y que constituirá de una vez por todas su sabor original. Ahora bien; tomando por este camino, precisamente, es como psicólogos y sociólogos llegan a discernir planos de duración en la evolución del pensamiento humano, a determinar por ella misma, sin referencia arbitraria que la desnaturalice, los rasgos constitutivos de lo que llama-mos mentalidad primitiva y que la emparentan de ma-nera tan llamativa con la mentalidad del niño. Sus traba-jos responden muy exactamente al anhelo de Gilson. y porque nos preservan del peligro de decrepitud, son factores esenciales a considerar por quien emprende la tarea de resolver un problema tal como el de precisar, siguiendo un método imparcial y objetivo, la edad de la inteligencia humana antes y después de Descartes.

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CAPíTULO 1

EL PREJUICIO DE LO INTELIGIBLE

EN LA Logique, que es sin duda su obra maestra, escri-bió Condillac: "El camino que el análisis nos traza está marcado por una serie de observaciones bien hechas" 1.

Pero eso no significa que él lo haya seguido por su pro, pia cuenta. Igual que Rousseau, no supo defenderse con· tra la tentación de imaginar un estado primitivo en que los hombres se habrían hallado en posesión de las ver· dades inmediatas que la psicología debía más tarde sao car a la luz de la conciencia. ((Al salir de las manos del autor de la naturaleza, aunque buscasen sin saber lo que buscaban, buscaban bien y a menudo hallaban sin darse cuenta de que habían buscado 2. La buena metafísica", dice también, "comenzó antes que las lenguas" 3. Este empirismo a priori no nos parece, en realidad, menos utó' pico y contradictorio que el racionalismo Cl priori. Y si no podemos decir que las "observaciones bien hechas"

1 11, V. [Hay varias versiones castellanas, entre ellas Ja de Vicente de Foronda, Lógica puesta en diálogo, por,.. y adicionada con un pequeño tratado sobre toda clase de argumentos y de sofismas, Madrid, 1794; la de Bernardo María de Calzada: Lógica o los primeros elemen-tos del arte de pensar, traducido por., " Madrid, 1784, 1788 Y muy reeditada posteriormente. Una de las más recientes es la traducida p.or A. Hidalgo de Mobellán, "Biblioteca Econ6mica Filos6fica", So-Cledad General de Librería, Madrid, 1887.]

2 Ibídem. 8 II, IV.

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hayan faltado desde que el descubrimiento de América pUSO a las poblaciones de Europa en contacto con "so-ciedades inferiores", hubo que esperar aún casi un siglo después de Condillac para ver a los datos de la prehisto-ria y de la etnografía alcanzar el grado de precisión que permite organizarlos en un cuerpo de doctrina substraí· do a la interpretación subjetiva, independiente de todo sistema preconcebido.

El primer paso que orienta hacia el estado pOSItIvO a esta rama de la antropología, consiste en purgar de su comprensión original el concepto de lo primitivo. Ya no se tratará de "racionalizar" la génesis de la inteligen-cia imaginando el punto de partida de acuerdo a lo que para nosotros es el punto de llegada, según nuestro con-cepto actual del universo, y trazando del uno al otro la línea más recta posible. El pensamiento del no-civili· zado, como el pensamiento del niño, debe ser contem-plado, no en función del nuestro, sino por sí mismo en su comportamiento intrínseco; es decir, que la mentali-dad primitiva designará únicamente el campo más allá del cual nuestros medios de investigación no nos permi-ten penetrar, lo mismo que la substancia simple del quí-mico significa lo que todavía no hemos logrado descom-poner. No diremos nada absoluto cuando hablemos de la primera edad de la inteligencia. E inmediatamente estamos en presencia de la expresión que Lévy-Bruhl debió elegir como más adecuada para ponernos en guar-dia contra el demonio de la analogía, que altera de an-temano y falsea el cuadro que se trata de reproducir: la mentalidad primitiva es prelógica. Pero nunca cesó de recomendar que se evite forzar el sentido del término que su autoridad hizo clásico, y sacar de él cualquier in-ferencia en lo que concierne a las sociedades llamadas civilizadas, como si se pudiera suponer demostrado, o aun simplemente admitido, que los que no son primiti-

EL PREJUICIO DE LO INTELIGIBLE 25

vos siguen, efectivamente, cuando piensan las reglas de la lógica, o que están al corriente de esas reglas, o, en fin, que esas reglas son los principios legítimos de la in-teligencia, no sólo necesarios, sino suficientes. Todos estos puntos son discutibles, en todo caso discutidos. "Al contrario de lo que se podría pensar, es muy difícil de-finir con precisión el dominio y la tarea de la Lógica. Debería ser la mejor establecida de todas las ciencias y no existe ninguna cuyos fundamentos sean más discuti-dos. El hecho es extraño" (agrega Arnold Reymond), "puesto que decir de una verdad que está lógicamente demostrada es decir que ha alcanzado el máximum de ri-gor posible" 4. Y además Lévy-Bruhl, en la "Introduc-ción" a las Funciones mentales en las sociedades infe-riores, había recordado cómo "la Logique des Senti-ments, de Ribot, y la Psycbologie des emotionalen Den-kens, del Prof. Heinrich Maier, para no citar más que esas dos obras, hacen estallar los marcos demasiado es-trechos en que la psicología tradicional, bajo la influen-cia de la lógica formal, pretendía encerrar la vida del pensamiento" 5. Hablar de la mentalidad prelógica no querrá, pues, decir que convenga caracterizar la men-talidad primitiva de acuerdo a las leyes lógicas, ni tam-poco que vaya en contra de esas leyes, sino solamente que no se preocupa por ellas. Los ingenieros llamados a decidir el trazado de un canal tienen el cuidado de descubrir el camino más corto, pero ¿no es el más peli-groso y el más tenaz de los prejuicios imaginar la cau-salidad del río por el modelo de la finalidad del canal?

Por consiguiente (para repetir los términos de Abel Rey, que encontró el mismo problema en sus investiga-ciones sobre los comienzos de la ciencia oriental), "la

4 Les Principes de la logique et la Critique contemporaine, 1932, Avertisse11lent.

5 1910, pág. 3. [Véase nota 12.]

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prelógica es efectivamente una prelógictl y no una iló-gica. Y nuestra lógica de la contradicción y de la im-plicación conserva tal vez mucho más de lo que creemos de la participación. Ha habido una evolución lenta, in-dudablemente continua. En tanto podemos pensar en prehistoria y emplear palabras que entre nosotros tienen un sentido preciso, el mito es una satisfacción del espí-ritu, por confusa, por huidiza, por inestable que nos la representamos. Llena, por así decirlo, toda la capacidad de ese espíritu. Si desconcierta es porque se han tornado incoherentes antiguas coherencias, ininteligibles antiguos inteligibles. y es aventurado creer, porque ya no com-prendemos, que jamás se haya comprendido o creído com-prender, lo cual para el estado psicológico es equivalente. Así, la certidumbre del error es psicológicamente aná-loga a la certidumbre de la verdad. Pero el error no supone otra lógica que la verdad; supone solamente una aplicación distinta de la misma organización lógica. En ese sentido vemos ya quizá en el pensamiento mítico algo del orden de esa inteligibilidad que será la condición de la ciencia, una pre-inteligibilidad" 6.

Si la inteligibilidad se define por la satisfacción que se experimenta en creer que se comprende, es indiscutible que el primitivo, tan adentro de cuya mentalidad nos hacen penetrar las investigaciones de Lévy-Bruhl, habita un universo infinitamente más inteligible a sus ojos de lo que puede serlo nuestro universo para un sabio del siglo xx. Por ejemplo, "en una tribu de California, los maidu, hallamos una mitología admirable por su carác-ter sintético y ya altamente explicativo. Es una teogo-nía, pero que bajo nuestras miradas se transforma en cos-mología. La historia de los dioses es al mismo tiempo una creación. Todo está sacado de un primer elemento: el agua. El demiurgo, hacedor de la tierra o iniciado de

6 Le Science orientale avcmt les Grecs, 1930, pág. 34,

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la tierra, hace el mundo y los hombres. El coyote (perro, principio del mal) trae la muerte y el mal. La lucha entre el demiurgo, principio del bien, y el coyote, prin-cipio del mal, continúa. El último crea monstruos, que en seguida son exterminados por el primero o por sus ayudantes. Algunos hombres son cambiados en animales durante la lucha, y ése es el origen de las especies ani-males. No es necesario insistir. Vemos aquí desarrollarse las tentativas de explicación de todo lo que el hombre recuerda ya del mundo exterior; la idea de explicabilidad, la necesidad de dar cuenta y de darse cuenta están ahí prontas, si las circunstancias sociales son favorables, a orientarse hacia lo que podrá convertirse en el plan cien-tífico, cediendo paso el mito progresivamente al conoci-miento. Y bajo esos tres términos que más tarde se con-vertirán en las necesidades latentes de toda ciencia: ob-jetividad, inteligibilidad, explicabilidad (hablamos aquí solamente de nociones capitales), vemos surgir un úl-timo que también volverá a hallarse en todo esfuerzo científico: la idea de un substrato de lo dado, de algo que bajo las apariencias da razón de ello. El desdobla-miento se hace muy mal, indudablemente, en el mito. De las nociones capitales de la ciencia ésta es la que se desprende de la manera más dificultosa, más lenta, más vaga. Pero sin embargo se esboza o se adivina, por in-consciente que sea, en el esfuerzo en que se anuncia. Lo manifiesto inmediato no es, en efecto, más que una con-secuencia de algo más profundo, de donde toma su ori-gen y que lo domina" 7.

El ejemplo es tan feliz que dispensa de recordar la multiplicidad de las leyendas, sagradas para unos, profa-nas para otros, que proceden del mismo tipo fundamental y que encontramos todo alrededor de la cuenca del Me-

7 lb íd., pág. 38, con referencia a R. B. DIXON, Maidu myths (Bulletin of the American Museum of Natural history, vol. XVII, t. II, pág. 39).

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diterráneo en las diversas formas de tradiciones mitoló-gicas o religiosas a las cuales están todavía de lo más di-rectamente ligadas nuestras representaciones colectivas. En particular, no es necesario hacer observar que los mo-tivos dominantes del Génesis californiano (motivo del agua o motivo del combate) inspiran igualmente las opi-niones sintéticas de pensadores que ya no son simplemen-te teólogos, que entran ya en la historia de la especula-ción filosófica: Tales de Mileto, Heráclito, Empédocles. La prehistoria y la etnografía, que Fontenelle, antes que Tylor, Sir James Frazer y Comford, había presentido que se iluminaban y se completaban la una a la otra 8,

son dependencia de un mismo plano de mentalidad.

Cuando lo calificamos de preinteligible traducimos aún nuestra inquietud y nuestras reservas ante la seguridad dogmática del pensamiento primitivo. En verdad, el pri-mitivo, como el niño, es realista sin reservas y sin pen-samiento oculto. Se adhiere con entera fe al objeto que ocupa su espíritu, aunque ese objeto no sea más que una palabra; porque todo aquello de que se habla existe por el hecho mismo de que se habla de ello. y puesto que es privilegio del creyente el tener "la impresión de com-prender lo incomprensible" 9, podremos decir que la men-talidad primitiva es una mística de lo inteligible, de un inteligible que, por supuesto, no tiene nada que ver con lo que nosotros consideramos como función propia, como actividad verdadera de la inteligencia. ¿No basta remi-tirse a la experiencia de las teologías y de las metafísicas para darse cuenta de que cuanto menos se conoce el mun-

8 "Mostraría, si preciso fuera, una conformidad asombrosa entre las fábulas de los americanos y las de los griegos." De ['origine des fables, 1724, edición J. R. Carré, 1930, pág. 30, y CARRÉ, La Philosophie de Fontenelle, 1930, pág. 143.

9 DELACROIX, La Religion et la Foi, 1922, pág. 178.

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do más fácilmente se lo explica, no padeciendo el prin-cipio explicativo mismo de ninguna necesidad de expli-cación?

De esta suerte, desde el comienzo de nuestro estudio nos encontramos con la paradoja de un vocabulario que los siglos han estirado en los más diversos sentidos. La imaginación de un mundo inteligible que sería trascen-dente a la inteligencia está asociada en la historia de la filosofía con los nombres de Platón y de Kant, lo cual no quiere decir que sea legítimo atribuírsela. No se pue-de asegurar que Aristóteles, tan aplicado a recoger las lecciones de la Academia, no haya acentuado el realismo de las Ideas para hacer más cómoda su refutación. E in-dudablemente es hacer una injuria a la sutileza del espí-ritu platónico tomar al pie de la letra la metáfora del

y hacer de ello el objeto de una contem-plación pasiva que sería simétrica de la percepción sen-sible. Lo mismo con Kant; si no aparta el fantasma del nóumeno, si la noción equívoca o por lo menos mixta de la fe racional le permite conservar a la cosa en sí una cierta manera de trascendencia, no hay que olvidar la cuestión, de igual modo capital, de que la Crítica, en lo que constituye la profundidad original de su propósito, está dirigida contra la ontología de Leibniz y de \V olff, que el dogmatismo del mundo inteligible es un sueño de metafísico iluminado irónicamente por las visiones fantásticas y pueriles de un Swedemborg para quien los arcanos del cielo y el comportamiento de los ángeles no tienen secretos.

La responsabilidad personal de Platón y de Kant está, pues, grandemente atenuada en la comparación entre la representación brutalmente realista de un mundo inteli-gible y los caracteres específicos de eso que llamamos mentalidad primitiva. Sin embargo es curioso comprobar que esa comparación, si no se impuso, por lo menos se

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propuso por sí misma a los primeros etnógrafos, como atestiguan los textos recogidos por Tylor 10. Ya antes de que finalizase el siglo XVI un jesuíta español, José de Acosta, al describir la doctrina de los indios del Perú, declara que en cierta medida recuerda la teoría platóni-ca de las ideas. El presidente de Brosses menciona la creencia de los iroqueses tal como la refiere Laffiteau en sus Costumbres de los salvajes americanos: "Cada especie animal, según ellos, tiene su modelo primitivo en el país de las almas; lo cual equivale a las ideas de Platón" 11. No hay, pues, por qué asombrarse de que Lévy-Bruhl, en su análisis del pensamiento prelógíco, se haya visto llevado a la terminología que había sido consagrada por Platón y que Malebranche tomó de él, de que haya hablado de participación. Pero mientras la participación en Platón y en Malebranche consiste en fijar las condiciones ra-cionales, matemáticamente determinables, de las relacio-nes ideales, la participación entendida en el sentido de la mentalidad primitiva corresponde a un estado de indi-visión y de plasticidad mental que hace pensar en los bO'lJleomerías de Anaxágoras o en la panmixia de los estoicos. Todo lo que es insólito, lo que provoca el cboque de la admiración, según la expresión cartesiana, y con mayor razón todo lo que afecta al interés y la sensibilidad, se convierte en algo que pide ser explicado aparte, que exige una causa especialmente ajustada a ese efecto. He aquí que un indígena de las Nuevas Hébridas pasa por un camino; ve una serpiente que cae de un árbol encima de él y a la semana siguiente se entera de que su hijo ha muerto en Australia. Como esos dos he-chos ocupan a la vez su pensamiento no puede repre-

10 La Civilisation primitive, trad. Barbier, t. il, 1878, págs. 317-318 11 TH. GOMPERZ, Les Penseurs de la Grece, trad. Aug. Raymond,

t. 11, 1905, págs. 414-415. [Hay edición castellana: trad. de Carlos Gui-llermo K6rner (t. 1, 1951); Pedro von Haselberg (t. I1, 1952) Y J. R. Bumantel (t. I1I, 1952), Editorial Guarania, Buenos Aires.}

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sentársel.os c.omo independientes el un.o del otr.o 12.

T.odo es contingente, sin duda; per.o "nada es fortui-to" 13 porque nada es indiferente. No hay, pues, azar, o más exactamente la apariencia del azar encubre una cau-salidad supra-raci.onal, supra-sensible; es el reflej.o de un no sé qué que se interesa p.or la suerte de los individu.os .o por el curs.o de los acontecimientos, eso que nuestras teorías de predestinación incriminan o bendicen baj.o los nombres de destino o de Pr.ovidencia. Por 1.0 tanto, es cierto que así para el primitivo c.omo para Hume algo se as.ocia en el pensamient.o c.on algo; per.o mientras Hume saca argumentos de la c.ontingencia de la relación de causalidad para restringirla al plano fen.omenal, cada uno de los términos que el primitiv.o hace entrar en la rela-ción de causalidad se le aparece com.o un vehículo de p.oderes eficaces que tienen su fuente en un depósito universal, algo así como la Fuerza mayúscula de Spencer, realidad en sí de la cual la fuerza, en el sentid.o cuotidiano de la palabra, es una simple manifestación.

La técnica se duplica inmediatamente con la mística. "Sean cuales sean los instrumentos, armas, herramientas o procedimient.os emplead.os, l.os primitiv.os jamás piensan que el buen éxito sea segur.o ni siquiera p.osible si sól.o de ellos se dispone, si no está asegurad.o el c.oncurso de las p.otencias invisibles" 14. Apenas se puede decir, p.or otra parte, que ese pensamient.o proceda por inducción: "El mundo visible y el mund.o invisible f.orman sólo uno ... 15 El conjunto de l.os seres invisibles es insepa-rabIe. " del c.onjunt.o de los seres visibles, no está menos

12 Les Fonctions mentales, pág. 72. [Hay versión castellana: Las funciones mentales en las sociedades inferiores, trad. y advertencia pre-liminar de Gregorio Weinberg, Editorial Lautaro, Buenos Aires, 1947.J

13 La Mentalité primitive, 1922, pág. 231. [Hay versión castellana: La mentalidad primitiva, trad. y prólogo de Gregario Weinberg, Edi-torial Lautaro, Buenos Aires, 1945.]

14 lb íd., pág. 392. 15 lbíd., pág. 9S.

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inmediatamente presente que el otro, es más activo y más temible" 16. La tradición pánica, el contagio del mie-do substituyen al razonamiento e impiden que la creen-cia se someta a prueba. Puede uno no temer a los tigres y a las serpientes que se ven: se dispara contra ellos y se los mata; pero el indígena más valiente se siente des-armado ante "los tigres artificiales" y las "serpientes es-pirituales", ante los fantasmas "sagrados" con que la edu-cación pobló su cerebro 17.

La mentalidad primitiva se presenta, pues, como espi-ritualista en el sentido 'metafísico de la palabra. Para re-petir una fórmula de miss Kingsley que Lévy-Bruhl gusta de citar, "realmente, cuando se trata de ella es cuando se puede decir que el mundo que la rodea es un len-guaje que los espíritus hablan a los espíritus" 18. Para precisar lo que hay que entender por espíritu, por otra parte, se nos da a escoger: serán los encantos o sortilegios que emanan de los hechiceros, los espíritus de los muer-tos, o también, en el sentido más amplio, los espíritus que animan los ríos, las rocas, el mar, las montañas, los ob-jetos fabricados 19. Desde este punto de vista ]a experien-cia de los primitivos debe parecer más compleja y más rica que la nuestra: "dispone de una dimensión suple-mentaria ... ; no una dimensión del espacio, precisamen-te, sino una dimensión de la experiencia en su conjun-to" 2Q, trascendente en cierto modo al plano terrestre, Uextra-espacial, extra-temporal" ::n.

Así como las lenguas arcaicas están más cargadas de desinencias y de flexiones que los idiomas que las suce-

16 Ibíd., pág. 50. 17 eL LÉvv-BRUHL, Le Surnaturel et la Natul'e dam la Mentalité

pri11litive, 1931, pág. XXXV. 18 La Mentalité pri11litive, pág. 49; d. pág. 484. 19 Ibíd., pág. 51. 20 lbíd., pág. 87. 21 lbíd., pág. 88.

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dieron, la investigación del pensamiento primitivo no nos pone de ninguna manera en presencia de esos elementos simples a los cuales había pretendido conducir el análisis ideológico. No vamos de lo menos a lo más. Lo que por el contrario llama la atención en esa edad de la inteligen-cia humana es que jamás se nos muestra deficiente o si-quiera vacilante. Para los primitivos, igual que para los adivinos y profetas de antaño, el mundo es enteramente transparente; no experimentan incertidumbre alguna acer-ca de las intenciones secretas de que depende el desenlace de los acontecimientos. Sin duda ha de objetarse que en el punto de partida de esas representaciones y de esas creencias, por fantásticas que nos parezcan, no puede de-jar de haber la sensación positiva de una ligazón entre los antecedentes y los consecuentes, entre los medios y el fin, sensación envuelta en la actividad que despliegan las so-ciedades inferiores para defenderse contra las fieras, nu-trirse, guarecerse, vestirse. Pero precisamente en ese terre-no de la técnica se han planteado cuestiones a las cuales la consideración de la técnica no les permitía responder. Para eso habría sido precisa una atención a las maneras de hacer, no sólo más reflexiva y minuciosa, sino menos im-paciente e interesada, mientras que la técnica va directa-mente al éxito sin permitirse el retroceso indispensable para medir la distancia a que uno ha quedado de la meta, sin volver atrás por el camino recorrido. Pero conviene ir más lejos. Admitiremos que los primitivos no sean ex-traños al razonamiento experimental según las reglas del método de diferencia que los manuales enseñaron durante tanto tiempo de acuerdo a Bacon y a John Stuart Mill; bastará que nos refiramos al estado que actualmente ha alcanzado nuestro saber para comprender que la búsque-da del antecedente causal, proseguida sistemáticamente tanto como se quiera, no podía dejar de engañar a la inteligencia primitiva y de extraviarla. Bajo su forma

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clásica, los cánones de la inducción están destinados a descubrir la causa por una selección metódica, por un procedimiento regular de eliminación; deben su valor aparente a la suposición implícita de que los antecedentes del fenómeno están ya presentes todos juntos para el ob-servador, siendo susceptibles de ser comprendidos en la escala humana; suposición natural que teóricamente no admite ninguna dificultad, pero que por desdicha resulta falsa. La experiencia hace sufrir un revés a los postula-dos del empirismo. El secreto de la causalidad en el uni-verso está más allá de las posibilidades de los sentidos; reside allí donde la observación vulgar no permitía sos-pecharlo, en el dominio de lo infinitamente pequeño. El análisis desde Leibniz, la biología desde Pasteur y, en fin, la ciencia físico-química desde Jean Perrin nos enseñaron a descubrir allí los factores decisivos de los fenómenos. Dicho de otra manera: la experimentación verdadera exi-ge un método de diferenciación y no de diferencia 22.

Si reflexionamos acerca de esto nos asombraremos me-nos del espectáculo que ofrecen las sociedades inferiores. No le vuelven la espalda a la experiencia causal, sino que es esa experiencia misma la que los abandona a mitad de camino. Por la conciencia que adquieren tanto de sus éxitos como de sus fracasos, la experiencia los conduce a dejarla atrás para ponerse a resguardo de los incesantes mentís que inflige a nuestra esperanza, para aplicar con toda seguridad el principio de lógica que quiere que las mismas causas produzcan los mismos efectos, mientras que no hay nada que la observación cuotidiana contra-diga más directamente. La pesca y la caza no son igual-mente felices, ni siquiera en condiciones parecidísimas o con prácticas idénticas. Dos heridas que tienen la mis-ma apariencia no evolucionan de la misma manera, y el

22 Ce. L'Experience bumaine et la Causalité pbysique, 1922, § 54, pág. 112.

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pnmlt1vo se ha dado cuenta de ello: no todos los que tocan a un leproso adquieren la lepra Sólo que lo que los caracteriza es la incapacidad para soportar que no haya respuesta a sus preguntas, habituado como está a considerarse en un mundo que su inquietud y su espe-ranza saturaron de causalidad. Luego, inevitablemente, a efecto de la causa positiva, que no puede por menos de escaparle porque reside en un mecanismo demasiado sutil de la naturaleza, en un juego de factores que (nos-otros lo sabemos desde hace menos de cien años) son de un orden de pequeñez increíblemente por debajo del umbral del dato sensible, imagina una causa que no en-gañará porque trasciende por su carácter de la verifica-ción de la experiencia. Tal es el proceso de pensamiento que Lévy-Bruhl aclara con precisión: "Las causas que ocasionan infaliblemente la muerte de un hombre en un número de años que no puede pasar de ciertos límites, el desgaste de los órganos, la degeneración senil, el amorti-guamiento de las funciones, no están necesariamente liga-das a la muerte. ¿No vemos ancianos decrépitos que si-guen viviendo? .Por lo tanto, si en un momento dado sobreviene la muerte es porque una fuerza mística ha entrado en juego ... En resumen", agrega Lévy-BruhI, "si el primitivo no presta ninguna atención a las causas de la muerte es porque ya sabe porqué se produjo la muerte, y sabiendo ese porqué le es indiferente el cómo. Nos hallamos en presencia de una especie de a priori en el cual la experiencia no tiene asidero" 24. El análisis es singularmente instructivo; no es que el porqué oculte el CÓ711O, sino que puesto que el cómo se esquiva el por-qué se inventa. Un determinismo que descansa única-mente sobre la base del mundo percibido no puede dejar de traicionar a cada instante la previsión que lógicamente

23 Cf. LÉvy-BRUHL, Le SurnatureJ et la Nature, págs. 64-66. 24 La Mentalité primitive, págs. 20-21.

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estuviese mejor fundada. De donde resulta que el ins-tinto de causalidad no ha hecho más que salir derrotado; no ha encontrado satisfacción plena y definitiva más que en el vuelo de lo que con Bacon debemos llamar el intellectus sibi permissus, es decir, la imaginación seduc-tora de un universo de causas situado más allá del plano horizontal, inaccesible y por consiguiente "impermeable", a la experiencia común.

La atmósfera del pensamiento primitivo es aquella con que nos familiarizan la llíada o la Tetralogía, en que el hombre terrestre no vive más que "el revés de un des-tino" que se juega y se decide por encima de su cabeza y de su conciencia. Lo que se desarrolla a través del es-pacio y el tiempo no tiene sus condiciones verdaderas en el vínculo espacio-temporal. "No se muere de una corriente de aire, eso no tiene importancia; se cae en-fermo y se muere tan sólo por obra de un hechi-cero" C!i;).

Una representación semejante del mundo y de la vida parece designarse a sí misma como mística y sobrena-tural. Sin embargo, aplicadas a las sociedades inferiores esas expresiones no podrían ser mantenidas sin las adver-tencias que Lévy-Bruhl tuvo la precaución de multipli-car. En efecto, entre nosotros están definidas de una manera precisa por su correlación con un término de an-títesis. Sabemos, por ejemplo, en qué momento tras-pasamos el sentido aritmético de un número para agre-garle un valor supra-racional; sabemos con qué derecho hablamos de milagro al considerar el prodigio de que nos hablan los testigos como irreductible y contradic-torio a las condiciones de la relación causal. Esta oposi-

25 W. H. BENTLEY, Pioneering Of the Congo} tomo JI, pág. 247, apud La Mentalité primitive, pág. 19.

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clOn necesana para que adquiramos efectivamente con-ciencia de ese momento de tránsito, para que podamos calificar a un fenómeno de místico o de sobrenatural, no tiene lugar en el espíritu de los primitivos. Entre ellos el número es a la vez, por una implicación incons-ciente y por lo tanto indisoluble, aritmético y místico. El instrumento de cálculo y el vehículo de poderes ocul-tos son indivisibles, debido a la magia de la palabra. Dicho de otra manera: en la mentalidad arcaica, esa capacidad discriminativa del juicio no se da cuenta de que separa los planos, y cualquiera que deba ser, por otra parte, la respuesta, permitirá por lo menos despejar el sentido de la cuestión. La mentalidad primitiva es esencialmente precrítica, designando aquÍ la palabra crí-tica no a una doctrina en particular, sino la entrada en juego del "instrumento juzgante", que hace aparecer una función nueva, una edad diferente de la inteligencia.

Los primitivos no están en condiciones de interro-garse acerca de la existencia y menos aún de la posibili-dad de lo sobrenatural, que para ellos, en todos los ins-tantes, está mezclado al curso ordinario de las cosas, que rige y explica. Por lo tanto, ya invoquemos con Durk-heim la primacía de las representaciones colectivas, o con Lévy-Bruhl nos refiramos a una especie de categoría afectiva, el sistema se cierra sobre sí mismo sin ofrecer asidero a la duda. Una causa trascendente, imaginaria como toda trascendencia, es por definición una causa infalible. Si buscamos sobre la tierra las fuentes del Nilo, será preciso que remontemos el río para "ir a ver". Pero si como los antiguos egipcios creemos que el agua del río proviene del llanto de una diosa, entonces todo se resuelve por sí mismo. Con mayor razón cuando la cau-salidad trascendente se halla completada por una finali-dad que responde, término por término, a nuestros temo-res o a nuestras esperanzas. En el estado de infancia in-

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telectual no concebimos ningún acontecimiento que no sea calificado con relación a nuestro deseo, porque no imaginamos que lo que nos interesa deje indiferente al universo. Para los contemporáneos de Virgilio el cielo y la tierra se alteran y se conmueven a la muerte de un César o de un Dios. Las sociedades inferiores aparecen como más democráticas. Cualquiera de sus miembros pasa los días y las noches como en una casa encantada, en un bosque maravilloso preñado de encantos maléficos o salvadores. Una derrota es una venganza, una enfer-medad un castigo. Se cura o se triunfa gracias a una pro-tección que nos esforzaremos por conseguir por medio de la práctica de un rito ortodoxo o mágico; lo cual no quiere decir que la representación primitiva del mundo y de la vida sea solamente egoísta y utilitaria. Los facto-res sentimentales intervienen; es creencia popular que las "disposiciones" no son abstracciones como para nos-otros; tienen una virtud eficaz: un "deseo" puede tor-narse fatal sin que haya sido siquiera "un anhelo cons-ciente, definido y formulado" (26).

En el momento en que Melisenda deja caer el anillo que Golaud le ha dado, él es derribado bajo su caballo. Lo mismo en Samoa, "el hecho de que el jefe estuviese iracundo o que la mujer de un pescador se enfadase o disputase con alguien en ausencia de su marido, bastaba simplemente para que él no lograse pescado; entre los dayaks una pendencia de los padres pone en peligro la vida del hijo" (27).

Así un mundo en que las relaciones de causalidad fí-sica se complican con relaciones de causalidad moral, satis-face al ideal de una explicación armoniosa y total; en el sentido más considerable de la palabra, tanto en extensión

26 La Mentalité primitive, pág. 395. ef. Nouvelles études sur l'ame primitive. (Revue des Deux-Mondes, l Q de julio de 1932, pág. 187.)

27 Le Surnaturel et la Nature, pág. 44.

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como en comprensión, es el mundo inteligible, es decir, el que se extiende más allá del horizonte que la inteligen-cia positiva recorre y conquista. Es, pues, de presumir que esta formación de mentalidad arcaica no haya des-aparecido por completo de nuestros cerebros. Seguimos impregnados de ella, aunque no sea más que por los cuen-tos que provocaron nuestras primeras admiraciones de niños, y al hallarnos de nuevo y bruscamente en su pre-sencia no podemos dejar de experimentar una especie de nostálgico atractivo que nos hará creer en una revelación. En 1930 publicaba Formichi esta declaración cuyo ha-llazgo es afortunado para el aficionado a la geología mental: "La ley de causalidad domina, pues, el mundo, y no sólo el mundo físico sino también el mundo moral. Ése es el punto sobre el cual la India nos dice la palabra nueva. Nuestra ciencia se limita a admitir la ley de cau-salidad en el mundo físico y en él proscribe el mílagro en el sentido de que todo obedece rigurosamente a una causa y de que no es admitido lo arbitrario. La India transporta igualmente la ley de causalidad al mundo mo-ral y razona así: todo pensamiento, toda palabra, toda acción del hombre es una causa que fatalmente produce un efecto; es una simiente de la cual, por una necesidad ineluctable, provendrá un fruto. Muchos de esos frutos son recogidos durante la vida presente, pero muchos otros, mediante la muerte, ¿cuándo y cómo serán recogidos? Pensar que no seguirán madurando y que no serán reco-gidos significaría que se admite la posibilidad de una interrupción y de una limitación de la ley de causalidad; lo cual es absurdo, porque tal ley inflexible y soberana no conoce interrupción ni límite" 28.

Toda la prehistoria y toda la etnografía protestan, sin embargo, contra la apariencia de "novedad". Si la rela-ción causal se presenta en la humanidad arcaica con más

28 Scientia, septiembre de 1930, trad. franc., pág. 70.

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amplitud que en la humanidad reflexiva, es precisamente porque la primera tendencia del espíritu consiste en ge-neralizar y extrapolar según el orden de su deseo, que traspasa orgullosamente el orden del mundo. La sabidu-ría está en una cura metódica de enflaquecimiento o, di-cho en estilo más noble, en un voto sincero de pobreza. Lo que parece "absurdo" desde un punto de vista es-trictamente racional es, en realidad, apartar la causalidad de las condiciones en que se aplica de manera segura y transformarla en ley imperativa, en principio absoluto, sin otro fundamento que el arbitrario de un decreto hu-mano. Esta prescripción de humildad saludable, esa exi-gencia de verdad incorruptible habían sido formuladas por Jules Lachelier, precisamente a propósito de la cau-salidad trascendente, en el pasaje de su Curso de Ló-gica en que ponía de evidencia lo vano del argumento del primer motor: "Si pretendo inferir la existencia de Dios de la consideración del universo, a ejemplo del fí-sico que del efecto deduce la causa, cometo un paralo-gismo. Sin duda todo efecto supone una causa, pero una causa del mismo orden que él; esto es, por lo menos, todo lo que tenemos derecho a afirmar de acuerdo a las leyes de nuestro entendimiento" 29. Una vez descubierto el paralogismo no podremos fingir que no lo vemos, ce-rrando los ojos a la evidencia; nos refugiaremos tras un supuesto "sentido común" del cual, sin embargo, sabe-mos que es el residuo de las ilusiones del género humano, el lugar geométrico de sus prejuicios. Con lo cual nos parece que no se consigue nada, salvo clasificarse a sí mismo según el partido que se tome en la única alterna-tiva en que se oponen primitivos y civilizados, Edad Me-dia y tiempos modernos, Oriente y Occidente.

29 Fragmento de la. Lección XV, citado por GABRmL SÉAILLES, apud La Philosophie de Jules Lachelier, 1920, pág. 129. n. 2.

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CAPiTULO II

EL FANTASMA DE LO IRRACIONAL

EL MUNDO, tal como el espíritu humano lo constituye en el más elemental nivel a que actualmente tenemos acceso, es el mundo del conformismo sociológico. El primitivo es refractario a lo que traspasa las fronteras de su grupo; adora y reza a la divinidad, no porque en efecto sea di-vina, sino porque pertenece a la jurisdicción de la pa-rroquia. Para decir verdad, cuando se trata de dar razón de sus "representaciones colectivas" nos hallamos tan embarazados como para abordar la génesis del instinto, por lo menos cuando nos negamos a postular un milagro de generación espontánea. No podemos siquiera decidir si las sociedades inferiores, cuyos hábitos y costumbres describen los etnógrafos, supieron conservar la tradición de sus antepasados, si no se han producido fenómenos de degeneración. Ni tampoco nuestras informaciones bastan para establecer entre ellas una jerarquía intelec-tual, para comprenderlas basándonos en el hecho de ten-dencias inventivas o innovadoras. Sin embargo, parece natural admitir que, tanto para el pensamiento primi-tivo como para el instinto, la apariencia de inmutabilidad no es más que un efecto de conjunto, una aproxima-ción de síntesis confusa.

No obstante, remitiéndonos a lo que nos han dado a conocer los descubrimientos recientemente acumulados

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por la arqueología pre-helénica, parece que si el com-portamiento técnico implica de manera manifiesta una práctica de la causalidad, no fué ese comportamiento el que debió llevar a cabo el paso entre la imaginación de la causa primera y el descubrimiento positivo de las cau-sas segundas. El prejuicio de la educación, el consensus social dan demasiada fuerza a las "pre-relaciones místi-cas", a las visiones sobrenaturales, para que éstas se dejen disolver por las observaciones de un dudador de genio, como los que señala Knud Rasmussen "hasta entre los es-quimales más primitivos" 1. Los mentís de la experiencia conducirían más bien a provocar la inagotable ingenio-sidad de las exégesis ortodoxas, a desarrollar la sutileza sin fin de la obstinación apologética. Recordemos sola-mente el ejemplo de Priestley, que tan obstinado debía mostrarse contra la química de Lavoisier y que sin em-bargo había escrito: "Cuanto más ingenio tiene un hom-bre más fuertemente apegado está a sus errores, no sir-viendo su ingenio más que para engañarlo, dándole me-dios para eludir la fuerza de la verdad" 2.

En realidad, en la historia, no fué en el terreno de la actividad concreta donde la humanidad consiguió libe-rarse de las "representaciones colectivas"; al contrario, fué manejando ideas que pasan por ser las más abstractas de todas y cuyo objeto parece, por así decirlo, inasible: ideas de medida y de cálculo. Mucho antes del desarrollo de la civilización los pueblos de Asia habían sacado a luz algunas de las proposiciones elementales que constituyen la base de las ciencias exactas: aritmética, geometría, astronomía. Pero esos conocimientos perma-necieron envueltos y como incrustados en un sistema de creencias místicas y de virtudes mágicas. "La astrono-mía caldea no está separada de la astrología, pero es se-

1 Cf. LÉVY-BRUHL, Le Surnatural et la Nature, pág. XV. 2 Cf. MATIGNON, Rewe scientifique, 8 de ju,lio de 1933, pág. 393 b,

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parable de ella, y en sí misma ya no constituye adivina-ción sino ciencia" 3. Ahora bien; lo que tenemos que determinar, puesto que eso es lo que va a corresponder a una nueva edad de la inteligencia, es el momento en que esa capacidad de separación se tornó efectiva, en que el pensamiento adquirió conciencia de su vocación y de su dignidad, destrabando una forma de juicio que sólo a sí misma debe la norma de su certeza. La satisfacción del espíritu cambia entonces de sentido. Ya no viene del ex-terior, ya no está ligada a las fantasías de la tradición, a la subjetividad de un asentimiento colectivo. Es Íntima y al mismo tiempo universal, por obra de la aptitud que la razón se descubre para definir y para organizar en método las condiciones de una demostración in-discutible.

Esta revolución que yergue al hombre definitivamente de cara a la verdad, sin que podamos precisar en detalle circunstancias históricas, sabemos que tuvo lugar en la Escuela Pitagórica, hacia el siglo VI antes de Jesucristo. Allí, en efecto, las propiedades internas de los números, sus combinaciones, tal como se representaban en las fi-guras espaciales o tal como traducían la estructura de las constelaciones celestes, o también tal como correspon-dían a la armonía de los sonidos de la gama, fueron ob-jeto de un estudio desinteresado y sistemático. Así un número está dado naturalmente como un conjunto de puntos; si consideramos cada una de las representaciones en puntos correspondientes a la serie de los números im-pares, 1, 3, 5, 7, y si las encuadramos sucesivamente en la serie de los puntos que las siguen inmediatamente se engendra la serie de los números cuadrados: 4,9, 16, 25; ley simple, relación necesaria con respecto a la cual la

<1 L'Astrobiologie et la pensée de I'Asie, Essai sur les orzgmes des sciences et des théories morales. (Revue de Métapby sique, 1932, pág. 209.)

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44 LAS EDADES DE LA JNTELIGRNCIA

expreslOn belleza acude como por sí misma a ponerse bajo la pluma de los historiadores y de los sabios que señalan su descubrimiento.

Más que cualquier otro el pitagorismo fué sensible al aspecto estético de la ciencia; aplicó el lenguaje de la ca-lidad no sólo a los principios de la acústica y de la as-tronomía, llegando hasta combinarlos en la imaginación de un concierto armonioso de cuerpos celestes, sino a la teoría misma de los números. Se los llamaba perfectos cuando se les descubría una estructura idéntica conside-rándolos desde el punto de vista de la adición y desde el punto de vista de la multiplicación; para 28, por ejemplo, la suma de las partes y la suma de los divisores son igual-mente 1, 2, 4, 7, 14. Cuando la suma de los divisores del uno forma la suma de las partes del otro, dos números serán amigos; tales 220 y 284 (220 = 1 + 2 + 4 + 71 + 142, Y 284= 1 + 2 + 4 + 5 + 10 + 11 + 20 + 22 +44+ 55 + 110).

Por el hecho de haberse constituído tales especulacio-nes, apartadas de todo interés práctico, concebidas (co-mo se debía decir precisamente de la teoría de los nú-meros) únicamente "para honor del espíritu humano", existen las matemáticas, "sistema de conocimientos cien-tíficos estrechamente ligados los unos a los otros, funda-dos en nociones que se hallan en todos los espíritus, que descansan en verdades rigurosas que la razón es capaz de descubrir sin ayuda de la experiencia y que sin em-bargo siempre pueden confirmarse por medio de la expe-riencia dentro de los límites de aproximación que la ex-periencia supone. Gracias a ese doble carácter que nin-guna otra ciencia ofrece, las matemáticas, así apoyadas sobre una y otra base del conocimiento humano, se im-ponen irresistiblemente tanto a los espíritus más prácti-cos como a los genios más especulativos. Justifican el nombre que llevan y que indica a las ciencias por exce-

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EL FANTASMA DE LO IRRACIONAL 45

lencia, a las ciencias eminentes entre todas las demás por el rigor de sus teorías, por la importancia y la seguridad de sus aplicaciones" 4.

¿Qué repercusión puede tener sobre el progreso de la inteligencia el advenimiento de un conocimiento verda-dero? Bergson planteó admirablemente el problema en el curso de una conferencia pronunciada el 28 de mayo de 1913 en la Society for psychical Research de Londres. ((Las matemáticas se remontan a la antigüedad griega; la física tiene ya tres o cuatrocientos años de existencia; la química apareció en el siglo XVIII; la biología es casi tan vieja; pero la psicología data de ayer y la investigación psíquica es aún más reciente. ¿Hay que lamentar ese re-traso? Algunas veces me he preguntado lo que habría pasado si la ciencia moderna, en lugar de partir de las matemáticas para orientarse en la dirección de la mecá-nica, de la astronomía, de la física y de la química, en lugar de hacer convergir todos sus esfuerzos en el estudio de la materia, hubiese comenzado por la consideración del espíritu; si Kepler, Galileo y Newton, por ejemplo, hubieran sido psicólogos. Seguramente habríamos teni-do una psicología de la cual hoy no podemos formarnos ninguna idea, como no se hubiera podido imaginar antes de Galileo lo que sería nuestra física; esa psicología pro-bablemente hubiera sido a nuestra picología actual lo que es nuestra física a la de Aristóteles. Extraña a toda idea mecanicista, la ciencia habría recogido diligente, en lugar de descartarlos a priori, fenómenos como los que vosotros estudiáis; tal vez la investigación psíquica habría figurado entre sus principales preocupaciones. U na vez descubier-tas las leyes más generales de la actividad espiritual (co-

4 COURNOT, De I'Origine et des Limites de la corresjJondcmce entre l'Algebre et la Géometrie) 1847. cap. XVI, pág. 355.

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46 LAS EDADES DE LA INTELIGENCIA

mo lo fueron de hecho los principios fundamentales de la mecánica) se habría pasado del espíritu puro a la vi-da" 5. Y esta página está comentada por la conclusión de las Dos Fuentes, donde se evoca la inmensidad de esa terra inco gnita que comienza a explorar la ciencia pSÍ-quica. "Supongamos que llegase hasta nosotros, visible para los ojos del cuerpo, un resplandor de ese mundo desconocido. ¡Qué transformación en una humanidad ge-neralmente habituada, diga lo que diga, a no aceptar como existente nada más que lo que ve y lo que toca!" G.

Al porvenir corresponderá constituir ese saber positivo llamado a hacer contraste con el ideal de ciencia que, desde Pitágoras y Arquímedes, parecía habernos impues-to la primacía de las matemáticas. Sería, pues, temerario anticipar lo que todavía permanece velado a nuestra mi-rada y prefigurar el mapa de una terra incognita. Sin embargo, si interrogamos a los que se han entregado por entero a la práctica de las investigaciones psíquicas y de ellas han sacado su concepto del mundo y de la vida; si consultamos, en particular, al pensador que desde ese punto de vista ejerció mayor influencia a fines del siglo XIX y al que se refiere Bergson en más de un pasaje de su obra, a "VVilliam James, la cuestión no deja de variar de aspecto. Frecuentemente se ha señalado la conclusión de la Experiencia religiosa donde James caracteriza el contenido de su doctrina con los términos de supernatu-ralis11lo Rrosero 7, terminando, a ejemplo de Augusto Comte, por desviar el carácter positivo de la ciencia en el sentido de un retorno a lo primitivo. Las investigacio-

r. Fantomes de vivants et Recberche psychique, apud I'Énergie spirituelle, 1913, pág. 85.

G Les Deux Sources de la Morale et de la Religion, 1932, pág. 342. [Hay versión castellana: Las dos fuentes de la rnoral y de la religión, trad. de Miguel González Fernández e Introducción de José Ferrater Mora, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1946.]

7 Trad. Abauzit, edición, 1931, pág. 432.

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EL FANTASMA DE LO IRRACIONAL 47

nes psíquicas o metapsíquicas, tal como las comprendía James, más que mirar al porvenir nos llevarían de vuelta a ese fondo arcaico de representaciones frente al cual la humanidad se hallaba situada en tiempos del pitagorismo, cuando constituyó la metodología racional, y que nueva-mente se irguió ante ella cuando al salir de la Edad 1Vledia recuperó su impulso la civilización. Lo que Bergson es-pera de la experiencia "psíquica", ¿no es, por otra parte, que vaya a "convertir en realidad viviente y actuante una creencia en el más allá que parece encontrarse en la mayoría de los hombres, pero que con la mayor frecuen-cia no pasa de ser verbal, abstracta, ineficaz?" 8. Ahora bien: una creencia así caracterizada, a la vez general y débil, se presenta bastante naturalmente como el eco de una tradición secular, y de esta suerte el cuadro que Bergson había imaginado sólo por juego podría invocar el apoyo de la historia tal como efectivamente se desarro-lló. El período matemático o mecanicista parece haber sucedido a una fase durante la cual la explicación de la naturaleza y en particular de la naturaleza viva había sido tomada del mundo de los "espíritus", por rudimenta-ria que pueda parecernos su representación. y en efecto, si no se tuviesen en cuenta esas formas de espiritualidad que el análisis de la mentalidad primitiva nos ha permi-tido abordar directamente, nos sería muy difícil com-prender el fenómeno más singular, pero al mismo tiempo el más característico, de la marcha de las ideas en Oc-cidente: el eclipse entre Platón y Descartes de los valores racionales que el pitagorismo había establecido en el or-den de la aritmética y de la geometría. Ahora bien: esa pérdida de luz, esa precipitación en la noche mística son producto del mismo pitagorismo. Consagrando, como doctrina positiva, por el rigor de su metodología, el ad-venimiento de una segunda edad de la inteligencia, se vió

8 LeS" Deux Sources, pág. 342.

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48 LAS EDADES DE LA INTELIGENCIA

comprometido y finalmente traicionado por su éX1to, y ello por dos motivos diferentes, si no contradictorios, pero que, indudablemente, debían concurrir a un mismo resultado.

El triunfo que la doctrina pitagórica logró en el do-minio del número entero lo condujo a extender la co-rrespondencia de los números y de las cosas, verificada por las combinaciones de grupos espaciales o de sonidos, al conjunto del mundo moral y religioso, a querer que la justicia, por ejemplo, se simbolizase con un número que sería el 4 ó bien el 9, Y a partir de entonces ya no habría límite a la fantasía de esa seudo-inteligibilidad. Cuando oímos hablar de Eurito, que tomaba guijarros para obte-ner el dibujo de un hombre o de un caballo, que luego los contaba y definía así la constitución aritmética del hom-bre o del caballo 9, quisiéramos creer que se divertía ca-ricaturizando la doctrina, y sin embargo parece que no hizo más que poner de manifiesto el fondo irreductible de imaginación realista que impedía a los pitagóricos con-siderar al número como un simple instrumento de la razón, que lo incorporaba a la representación espacial para erigirlo como objeto absoluto. El pitagorismo pare-cía destinado a librar por fin a la humanidad de la men-talidad primitiva, pero ha de estar a punto de hundirlo en ella para siempre. El rigor de la demostración, la vir-tud de la verdad iban a valerle un prestigio que ha de verse explotado en favor de extrapolaciones fantásticas, que acabó por prolongar el crédito de los dogmas y de las supersticiones que Grecia había recibido al mismo tiempo que las primeras nociones de la geometría y de la astronomía. Novalis, el más romántico de los román-

9 Met. N. 5; 1092 b 10. Cf. Étapes de la Philosophie mathématique, 1912, párrafo 18, pág. 35. [Hay versión castellana: Las etapas de la filosofía matemática, trad. de Cora Ratto de Sadoski, Editorial Lau" taro, Buenos Aires, 1945.]

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EL FANTASMA DE LO IRRACIONAL 49

ticos alemanes, el maestro del idealismo mágico, escribió: "En Oriente la verdadera matemática se halla en su casa. En Europa se la cultiva sólo por la simple técnica" 10.

ASÍ, pues, el pitagorismo no sería europeo sino por acci-dente. Cierto es que rozó la esfera pura de la inteligencia, pero no supo aplicarse a la claridad por la claridad. Se complació en hacer surgir de las combinaciones numé-ricas una floración maravillosa de propiedades místicas. y así, en el interior de su tradición, para apoyo de un sistema que desbordaba de la zona luminosa, lo vemos fundarse en relaciones verdaderas a fin de postular la adhesión a creencias que no estaban verificadas ni eran verificables. En el mismo sentido Pascal, oponiendo los pasajes misteriosos de la Biblia a los pasajes misteriosos del Corán, dirá que en los primeros hay una "claridad que merece que se reverencien sus obscuridades" 11; propo-sición cuya inversa encontramos exactamente en el Trac-tatus Theologico-Politicus: "He mostrado" (declara Spi-noza) "que por la manera como trato la Escritura consigo impedir que. los pasajes claros y puros sean perjudicados, corrompidos por los pasajes mendaces con los cuales se los quiere conciliar" 12. Alcanzamos aquÍ la cima de una línea de división donde surge bruscamente un relám-pago que obliga al lector a volverse hacia sí mismo para tomar la medida de su espíritu, para definir su ideal entre el conformismo maquinal de un eco y la actividad autó-noma del pensamiento. Acerca de lo cual no podemos desconocer que los pitagóricos tuvieron el más claro sen-tir, puesto que sabemos que en cierto momento de su

lO Fragments inédits, apud Journal intime, etc. Trad. Mme. G. Claretie, 1927, pág. 151.

11 Pensées, f9 465. Ed. Hachette, fr. 518. 12 Cap. X, trad. Appuhn, pág. 231. [Hay edición castellana: Tratado

teológico-político, trad. de Julián de Vargas y Antonio Zozaya, revi-sada y corregida por Pedro Daniel Mendoza, Prólogo del doctor León Dujovne, Editorial Lautaro, Buenos Aires, 1946.]

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50 LAS EDADES DE LA INTELIGENCIA

historia 13 se dividieron ellos mismos en matemáticos y acusmáticos, hombres de la ciencia racional y hombres de la fe oral; fides ex auditu, dirá más tarde San Pablo 14.

En el actual estado de nuestra información nos es di-fícil decidir si esa separación significó dentro de una misma Escuela la jerarquía de dos grupos que estaban formados, el primero de exotéricos y el segundo de ini-ciados, o si fué el cisma de dos Iglesias, la una ortodoxa y secreta, la otra liberal y pública; y tal vez uno de los caracteres de la querella fuese incluso el de tolerar esa doble interpretación, planteando así el problema de una inversión de valor entre la vór¡cnr;- y la entre la in-teligencia y la credulidad. En todo caso, la consecuencia debía ser la de inclinar cada vez más al grueso de los pitagóricos hacia el misticismo primitivo, paralelamente a la corriente surgida de Platón y que por otra parte se confunde cada vez más con el pitagorismo. Desde antes de que Europa se hubiera orientalizado definitivamente por su conversión al cristianismo, la reflexión metódica de los matemáticos estaba subordinada a Jos dogmas de los acusmáticos.

En esta guerra intestina, la paradoja suprema es que los matemáticos fueron desarmados en el terreno mismo de su ciencia, tomados literalmente estúpidos a sus pro-pios ojos por el descubrimiento que mejor atestigua su profundo genio de racionalidad; a saber: la demostración de la inconmensurabilidad de la diagonal en relación con el lado del cuadrado tomado como unidad. Esta demos-tración, admirable de inteligencia y de rigor, se remonta

13 Cf. ROBlN, La Pensée grecque et les Origines de l'Esprit scienti-fique, pág. 223, pág. 67. rEdición castellana: El pensamiento griego y los orígenes del espíritu científico, trad. de J. Xirau Palau, Fditorial Cervantes, Barcelona, 1926.]

14 Rom., 1,17.

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bastante lejos, puesto que la conocemos por un texto de Aristóteles 1

1

5. Si la diagonal es conmensurable con el lado del cuadrado, la relación puede expresarse con la forma

de una fracción irreductible !!; el teorema de Pitágoras c d'1 = 2 c2 muestra inmediatamente que d es par, de donde se deduciría, puesto que d y c son primos entre sí, que c es impar. Pero la calidad de par de d permite expre-

sar el teorema en la forma siguiente: = 2 c2, Ó

2 = c2, lo cual acarrearía la condición de par de c. Si d y c se han supuesto conmensurables, resulta de la hipótesis que c es a la vez impar y par.

Geométricamente no hay por qué discutir la existen-cia de esa diagonal que podrá ser trazada de la manera más simple, sin que sin embargo satisfaga la exigencia de una representación aritmética, puesto que no se la podría expresar por un número entero o fracciona-rio. Por consiguiente, cuando miramos las cosas con nues-tros ojos de hoy, vemos ahí naturalmente una manifiesta de la razón, un instrumento nuevo para la ex-ploración y la penetración del universo; la humanidad se ha hecho dueña del movimiento por la resolución in-telectual de lo continuo. Y si a nuestra vez partiésemos de ese punto decisivo para evocar una historia que no se produjo realmente, veríamos los resultados memorables que Arquímedes obtuvo en el terreno de la aritmética y de la geometría, de la mecánica y de la hidrostática, enunciándose directamente en términos de análisis infini-tesimal, anticipando en veinte siglos la constitución de la física matemática gracias a la cual alcanzaron la verdad del mundo los modernos. La obra de Fermat y de Cava-

15 Primeros Analíticos, l, 23; 41 a 26.

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52 LAS EDADES DE LA INTELIGENCIA

lieri, la de Galileo y Torricelli podía seguir inmediata-mente. El sueño de la U cronía, la economía de una Edad Media, habría sido realizado.

Mas no sucedió eso. En la historia real el programa del método chocó con la resistencia del sistema; lo que hubiera debido ser (para hablar con el lenguaje de Pierre Janet) ocasión de triunfo acabó en una conducta de fra-caso. El descubrimiento más bello de los pitagóricos quedé) como una "escandalosa excepción" 16, de la cual eran los primeros en avergonzarse. Se ha conservado el himno de su reconocimiento a la justicia divina por haber hecho perecer en un naufragio al autor de la teoría de los inconmensurables: "Así castigó el cielo al que había expresado lo inexpresable, representado lo no figurable, descubierto lo que hubiera debido permanecer oculto" 17.

Por lo tanto, es preciso decir, con Émile Bréhier, que la "ciencia pitagórica hallaba sus límites desde su comien-zo" 18. La ruptura de la correspondencia entre las rela-ciones numéricas y las magnitudes geométricas, lejos de abrir nuevas perspectivas al genio creador de los mate-máticos, limitó el horizonte de sus indagaciones; las pri-vó de toda repercusión inmediata sobre la filosofía, fa-voreciendo así la corriente de reacción mitológica y mÍs-tica a que debían abandonarse igualmente la posteridad de Pitágoras y la de Platón. El mismo fenómeno ha de reproducirse: los pensadores más osados y más fecundos de los tiempos modernos, un Descartes, un Leibniz, un Kant, nos darán oportunidad de verificar la profundidad de la observación que debemos a Émile Boutroux. "Todo

16 G. MILHAUD, Les Philosophes-géonu}tres de la Grece, Plafon et ses prédécesseurs, 1900, pág. 161.

17 P. BOUTROUX, L'ldéal scientifique des mathématiciens, 1920, pág. 48.

18 Histoire générale de la Philosophie, t. 1, 1926. pág. 54. [Hay ver-sión castellana: Historia de la Filosofía, trad. de Demetrio Náñez y prólogo de José Ortega y Gasset¡ Editorial Sudamericana, Buenos Ai-res, 1942. Hay reediciones posteriores.]

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EL FANTASMA DE LO IRRAClON AL 53

método nuevo es empleado primero para demostrar los dogmas recibidos. Pero pronto nos damos cuenta de que el dogma es refractario a la demostración que de él se da, y el nuevo método conduce poco a poco a una nueva doctrina. En general, es de esta manera como se llevan a cabo las revoluciones del espíritu humano" 19. Sólo que en lo que atañe a la civilización antigua, la huída del pitagorismo ante su sombra, esa especie de suicidio espi-ritual, tuvo consecuencias duraderas y ruinosas. Ahí, en efecto, intervenía un elemento, contingente sin duda, pero cuyo alcance debía ser decisivo porque interesa a las capas profundas del cerebro, porque gobierna el me-canismo inconsciente del espíritu: la ambigüedad radical de la palabra que designa el cálculo en la lengua helénica y que significaba igualmente razón y lenguaje. En el espíritu de un pueblo que no hablaba más que su propia lengua, que por consiguiente estaba desprovisto de todo punto de apoyo para disociar el nombre y la idea, la identidad del nombre debía acarrear forzosamen-te una confusión de ideas contra la cual se hallaba sin defensa: lo inconmensurable es lo inexpresable y es tam-bién lo irracional.

Juego de palabras bastante miserable. Mas para darse cuenta de hasta qué punto ha pesado y pesa todavía sobre el Ebre desarrollo de la reflexión filosófica, conviene ob-servar que nos hace remontar hasta la fuente de lo que constituye el juego de palabras; vuelve a hundirnos en ese realismo instintivo que no sabe distinguir las mane-ras de hablar de las maneras de pensar, que se niega a comprender nada que esté fuera de los marcos precon-cebidos y preestablecidos del lenguaje. Y el que tal realismo, arraigándose en el pensamiento de cada niño sea así de todos los tiempos hasta poder pasar como rasgo

19 La Philosophie allemande du XVlle siecle (Cours de 1887-1888). Cap. IX, 1929, pág. 100.

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permanente del espíritu humano, es lo que demuestra la fortuna de los argumentos de Zenón de Elea, o más exactamente del contrasentido secular al cual sirvieron de pretexto. En efecto, el valor de esos argumentos así co-mo el de la apuesta de Pascal, no se podría determinar correctamente si primero no se toma la precaución de remitirlos a las condiciones precisas del problema. y des-de ese punto de vista la exacta interpretación de la dia-léctica eleática no ofrece duda. "Aplicación particular de los métodos matemáticos de los pitagóricos, consistía precisamente en deducir de una hipótesis las consecuen-cias que tolera; pero era siempre para demoler la hipó-tesis por el desacuerdo de las consecuencias entre sí y con la hipótesis" 20.

Si tomamos como suposición inicial la doctrina pita-górica que hace del número aritmético un elemento ab-soluto de las cosas, se hace imposible comprender el mo-vimiento. Nos hallamos, en efecto, encerrados en una alternativa: o ese elemento es a buscar, y el movimiento se perderá en una "dimidiación" que estamos obligados a proseguir hasta el infinito, o, al contrario, el elemento está dado fijo e inmutable, de donde el movimiento no podrá escapaTSe para constituirse. Haciendo abstracción de la hipótesis en que descansa la economía de la prueba, el sentido del razonamiento se trastorna: Zenón se con-vierte en un sofista que toma por su cuenta la represen-tación estática, la realidad espacial del número, que de ahí argumenta para negar la existencia del movimiento, v la autoridad de su demostración tendrá como conse-

rechazar fuera del dominio de la razón todo lo que en la matemática misma, desde Leibniz y Newton, s6iala el dominio victorioso del espíritu sobre lo continuo y sobre lo infinito. En pleno siglo XIX resucitará Renou-

20 ROBIN, Pbédon, edición de la Co.lección Budé, 1926, pág. LII.

t EL FANTASMA DE LO IRRACIONAL 55 :¡; vier el fantasma pitagórico de lo irracional, como si desde

>I'¿ el punto de vista crítico en que pretendió situarse estu-.: viese permitido erigir a lo irracional, tomado como tal,

en concepto absoluto, en cosa en sí. ¿No es evidentísi-mo que lo irracional es un término esencialmente relativo, una determinación segunda, contrapartida de una defini-ción previa y anterior al juicio de la razón? Y toda de-finición de facultad que se hace a priori, es necesaria-

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mente nominal; sólo sirve para marcar el límite de un cerebro que dogmatiza, así como la elección del nombre de bautismo que lleva un niño es simplemente el indicio de las convicciones o de los gustos de sus padres.

La restricción arbitraria del dominio de la razón de-bía dejar el campo libre a las fantasías de la síntesis. Tam-bién en esto bastaría tomar como testigo a Renouvier, su complacencia creciente para los "mitos" cosmogóni-cos y escatológicos, su papel dominante en la génesis del pragmatismo de James. Mas para remontarnos hasta el origen tenemos que insistir sobre la triple ambigüedad que era inherente al uso del "lagos" helénico: cálculo, razón, lenguaje. En efecto, desde el momento que el "lagos" cálculo se reconocía incapaz de ir hasta el límite de su tarea y de cubrir el campo de la realidad, era necesario que el "lagos" razón fuese rechazado del lado del "lagos" discurso y que buscase allí su apoyo. Ya la teología es-toica deja percibir, en la turbia noción de U7rEp-

¡.LaTt)(Ór;, la tendencia a pasar por encima de la distin-ción sin embargo explícita y profunda entre los dos as-pectos del Logos: razón interior y razón proferida, M'}'or;

y Aóyor; 7r(JOlPOpt)(ór; 21. Con el advenimiento del cristianismo se acentúa esta tendencia y conduce a un gran acontecimiento de la historia europea. Nada más instructivo a este respecto que la consideración del pro-

21 ef. Le Progres de la conscience dans la Philosophie occidentale, § 7 y 45, pág. XXII y 71.

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blema frente al cual se encontraron los latinos cuando tuvieron que traducir el término ((lagos". Recientemen-te M. Y on consagró a esto una parte de una notable tesis sobre Ratio et les mots de la famille de reor. "No habrá que asombrarse si habiéndose oratio en algunos casos, en el lugar de ratio, convertido en lo correspon-diente a '(lagos", se pudo un día, y en condiciones es-pecialísimas preferir verbum a él... La necesidad de conciliar el mesianismo hebraico con la filosofía de los griegos y de establecer, entre la divinidad y el mundo material con el cual no tiene contacto directo, interme-diarios que le permiten ejercer sobre él una acción sin modificar su propia naturaleza, hizo atribuir a "logos" un papel particular que sugería el doble sentido de la pa-labra. Es a la vez la Razón divina que siempre ha exis-tido en el seno de Dios y su manifestación en cierta for-ma en determinado momento: la Palabra. Pero ratio no tenía ese doble sentido; por eso en la traducción del Evangelio de Juan está reemplazado por verbum (1, 1).

'Eu ñu o In principio erat verbum" 22.

Así se establecerá sobre un equívoco fundamental la ordenanza dogmática del culto a través del cual prose-guirá su destino religioso el mundo occidental. Y la fi-losofía, que habría debido tener como misión la de tra-bajar por disipar ese equívoco, lo favoreció, por el con-trario, por lo menos en la época situada entre Aristóteles y Descartes, reemplazando en el interior mismo del ra-cionalismo la consideración del pensamiento matemático por la primacía de la expresión lógica.

2:! 1933. págs. 216 y 236.

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CAPÍTULO III

EL UNIVERSO DEL DISCURSO

DE PLATÓN conservamos tan sólo su obra literaria. Aho-ra bien: si no por su estructura interna por lo menos por su destino histórico, esa obra parece acentuar la antítesis entre la matemática y la acusmática, al mismo tiempo que vuelve a ponerla en discusión. Ser platónico querrá decir primeramente que se somete uno a la disciplina incorruptible de la geometría para apartar todo lo que no participe de la luz de lo verdadero, que se apoya uno en la razón, celosamente defendida contra los engañosos poderes de la imaginación y del sentimiento, para elevarse al mundo dialéctico de las Ideas en la pureza de su uni-dad. El autor de la República condenaba como atenta-toria contra el principio mismo del Estado, a la "función fabuladora", sobre la cual los poetas y los sacerdotes ha-bían asentado la autoridad de la religión. En la jerarquía de los géneros de conocimiento la fe está en el grado más bajo de la escala, es la sombra de una sombra. El papel de intermediario que el Banquete atribuye al entusiasmo místico del amor preludia a la transparencia intelectual del que es el único que colmará plenamente la aspiración del iniciado. Sin embargo, los que son desig-nados con el nombre de platónicos tomaron en serio los mitos y los dogmas, desde la finalidad antropomórfica del Demiurgo hasta el juicio de las almas y su inmortalidad

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58 LAS EDADES DE LA INTELIGENCIA

póstuma; o bien abandonaron los procedimientos propia-mente humanos de pensamiento y de demostración para vanagloriarse de arrobamientos extraordinarios que les proporcionaban la visión de un universo misterioso y trascendente, si no hicieron del platonismo la antecá-mara del escepticismo. En verdad, no es fácil decidir quién traicionó más el espíritu del maestro, si la Antigua Academia, la Nueva o la Escuela de Alejandría.

Pero la ironía de la historia llega más lejos todavía: la enseñanza platónica dará nacimiento directamente a la doctrina que echará por tierra el ideal de intelección co-mún a Pitágoras y a Platón. La empresa de la Metafísica está dirigida expresamente contra la confusión de las ma-temáticas y la filosofía 1; es decir, que Aristóteles co-mienza por "poner entre paréntesis" la sola ciencia que en la antigüedad haya estado constituída en el estado po-sitivo. No solicita el conocimiento de las cosas más que de la percepción sensible, que trae consigo la certeza in-mediata de su objeto, y al lenguaje, o dicho más exacta-mente a la lengua que él hablaba y cuyas particularida-des erige inconscientemente como condiciones necesa-rias y universales del pensamiento. Sobre esas dos bases de la percepción y del lenguaje elabora un método lógico y un sistema metafísico que a su parecer resuelve los pro-blemas con que se veía embarazada la dialéctica plató-nica, y su éxito fué tal que durante veinte siglos el adve-nimiento del aristotelismo pareció señalar la edad defini-tiva de la inteligencia humana. Ni siquiera se puede de-cir que el renacimiento del saber positivo y la reflexión sobre su progreso hayan borrado por entero esta impre-

1 '}'f'}'OVE rd TOÍr; PUP ({),'Ao(1orpia Met. A, 9; 992, a 32. [Hay muchas ediciones castellanas, ninguna de ellas satisfactoria des-de el punto de vista científico y el estado de los estudios aristotélicos. Citamos la más difundida: traducción de Patricio de Azcárate, edi-torial Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1943; reeditada en varias oportu-nidades.]

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sión. Pascal, Leibniz y Kant, es decir, los genios mismos cuya obra puso mejor de manifiesto la vanidad de una lógica conceptual, siguieron, casi a pesar suyo, fascina-dos por el ideal deductivo del Organon. y aun hoy el ardor con que se prosiguen los trabajos de logística y de axiomatización, que tan prodigiosamente ampliaron el horizonte de los Primeros Analíticos, no deja de testimo-niar que detrás de esas búsquedas de orden técnico y de profesión aJ!JZóstica (según frase de Jacques Herbrand 2) subsiste la esperanza secreta de alcanzar principios capa-ces de sostener a priori, no sólo el "universo del discur-so", sino el mundo tal como lo conocemos, el mundo del matemático e incluso tal vez el del físico.

A este respecto Aristóteles habrá tenido el mérito in-discutible de haber mostrado que entre las relaciones matemáticas y los conceptos lógicos forzosamente había que elegir, que el defecto del platonismo era haber segui-do una tras otra las dos pistas 3, dejándonos finalmente en la incertidumbre. La cosmología del Timeo, degra-dando la dialéctica al plano del mito, yuxtapone y entrc-mezcla temas que son radicalmente heterogéneos, esbozo de un mecanismo geométrico, retorno deliberado a la finalidad antropomórfica. Por otra parte, en el Sofista, diálogo contemporáneo del Tceteto y que como él tiene por objeto profundizar en el juicio de relación, Platón comienza insistiendo largamente en un paso intelectnal que proccde de un concepto absolutamente distinto del "encantamiento" del pensamiento, que más bien se rela-cionaría con las prácticas de inducción que Sócrates pre-conizaba en sus ejercicios de mayéutica a fin de llegar el un acuerdo sobre la comprensión precisa de una cualidad moral; es el método de división, que parte de la noción

2 Les Bases de la Logique bilbertienne. (Revue de Métapbysique, abril-junio de 1930, pág. 253.)

3 Métaphysique, M. 8; 1084 b 23.

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60 LAS EDADES DE LA INTELIGENCIA

más extensa y, a través de una serie de intermediarios ordenados, avanza al encuentro del término que se trata de definir. Ahora bien, observa Aristóteles: la división es un razonamiento impotente \ es evidente que del gé-nero a la especie no puede existir paso necesario. A cada grado de descenso el Sócrates platónico se limita a colo-car a su interlocutor frente a una alternativa, y debe dejarle el cuidado de zanjarla a su gusto. Para que un razonamiento adquiera una virtud de apremio será pre-ciso que esté constituído en un sistema orgánico en cuyo interior el pensamiento tenga que moverse en una direc-ción única, hacia una conclusión a la cual tendrá la sen-sación de estar sujeto por sus compromisos anteriores, hacia la cual habrá contraído como un deber intelectual 5.

Esta exigencia de necesidad es la que el razonamiento verdadero, el silogismo propiamente dicho llena bajo la forma directa y perfecta en que lo presenta primera-mente Aristóteles, llegando hasta llamarlo científico 6,

Por ejemplo, al expresar que mortal se afirma de hombre y hombre de Calias, enuncio dos proposiciones que con-tienen un término común, que es en la primera o mayor el sujeto de quien se afirma, en la segunda o menor el predicado de la afirmación; y la función mediadora de este término común engendra una tercera proposición cuya verdad no puede dejar de ser reconocida si la ver-dad de las premisas fué previamente sentada; a saber: que mortal se afirma de Calias o dicho de otra forma, el predicado de la mayor conviene al sujeto de la menor. En esta observación va a injertarse una segunda: consi-

4 Primeros Analíticos, 1, 31; 46 a 33. 5 Cf. LALANDE, Le F ormalisrne et les Valeurs logiques, Proceedings

of the Seventh lnternational Congress of Philosophy (Oxford, 1930), pág. 130.

6 Segundos Analíticos, II, 2; 90 a 14.

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derada desde el punto de vista gramatical en que todavía se sitúa hoy lo que llamamos el análisis "lógico", la na-turaleza del juicio predicativo es tal que los papeles del sujeto y del predicado pueden ser trastocados. El adje-tivo se convertirá en substantivo y el substantivo en ad-jetivo; si es cierto que mortal se afirma de hO'lnbre, hom-bre se afirmará lógicamente de 'JllOrtal, a condición de que nos guardemos atentamente de atribuir a la proposi-ción un alcance universal; hombre se afirma solamente de algunos de los mortales. Las reglas clásicas de "con-versión" permitirán una derivación de silogismos llama-dos "imperfectos", en que el término medio ya no ocupa el lugar del centro; será, en las dos premisas del razona-miento, o dos veces sujeto o dos veces predicado. Aris-tóteles sentó con seguridad las leyes de un mecanismo formal que debía impresionar a los siglos. El arte de manejar las figuras y los modos se convierte en la Edad J\1edia en algo así como un diploma de educación liberal. De nada sirve que Montaigne y Pascal se burlen después de Baroca y Baralipton, "sus secuaces enlodados y ahu-mados"; la Lógica de Port-Royal, yendo por otra parte contra su intención, dará un retoñar de juventud a la pe-dagogía escolástica.

La consideración, no ya privilegiada sino exclusiva, del juicio predicativo, va a permitir el paso de los Primeros Analíticos a los Segundos Analíticos, de una técnica for-mal a una metaffsica deductiva; pero es preciso compren-der bien a qué precio: deteniendo el pensamiento de Aristóteles en el nivel intelectual que, frente a la psico-logía contemporánea, es el de un niño de ocho a nueve años. Y en efecto, tanto para el uno como para el otro, el peso, el calor y la humedad no son relaciones; son cualidades dadas inmediatamente como objetivas, incrus-tadas como están en los pliegues del lenguaje primitivo. Las cosas no son más pesadas o más leves; son pesadas con

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una pesadez absoluta, leves con una levedad absoluta 1.

Lo caliente y lo frío, la humedad y lo seco constituyen parejas de oposiciones, sus conflictos explican la estruc-tura y el devenir del mundo, siguiendo el modelo trans-mitido por las cosmogonías arcaicas a los Fisiólogos, cuya metafísica peripatética reanuda la tradición, disimulada bajo la apariencia abstracta y seudo-científica de la termi-nología. Sólo que (y Aristóteles se vanagloriaba por eso de efectuar un progreso decisivo con relación a la teoría de las Ideas que él interpreta, para apartarla más descon-sideradamente, en un sentido de ontología trascendente) él no admitía que esas parejas de contrarios pudiesen existir aparte de los seres en que se manifiestan; no hay más existencia en la plena acepción de la palabra, más substancia extensa sin equívoco y sin restricción que aque-lla cuyas cualidades naturalmente se afirman y que ella misma no se afirma de nada sino del individuo Calias o Bucéfalo.

Por consiguiente, y puesto que Aristóteles seguirá fiel a esta opinión directriz, la substancia no se deducirá de la cualidad, lo absoluto de lo relativo. El silogismo lla-mado científico tendrá simplemente por función poner de manifiesto los grados de una clasificación: Calias per-tenece a la especie de los hombres, la cual entra en el género de los mortales. Si el razonamiento no fuese in-terpretado en extensión cesaría de ser correcto. El pre-dicado de la mayor contiene al sujeto de la mayor, que a su vez, en cuanto predicado de la menor contiene al su-jeto de la menor. Por eso en la terminología de Aris-tóteles, el predicado de la may or es el gran término y el sujeto de la menor es el término pequeño 8.

7 JEAN PIAGET, Le Jllgement et le Raisonnement chez l'Enfant, 1924, pág. 291. lHay versión castellana: El juicio y el razonamiento en el niño, trad. de D. Barnés, Espasa-Calpe S. A., Madrid, 1929.]

8 Cf. HAMELlN, Le Systérne d'Aristote (Curso de 1904-1905), 1920, pág. 172. [Hay versión castellana: El sistema de Aristóteles, trad. de

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U na vez sentado esto, se deriva evidentemente una consecuencia: no nos hallaremos en condiciones de des-cender los peldaños de la jerarquía si previamente no los hemos trepado. El silogismo, del cual parece que Aris-tóteles hubiese querido hacer el instrumento por excelen-cia de la actividad intelectual, se limitará pues a "amo-nedar", a dejar que se degrade una energía de verdad que hubo que adquirir por otra vía. Esta otra vía (por otra parte no dej ó de describirla) es la vía ascendente de la inducción, y conviene entender por esto, siguiendo la exigencia estricta de la lógica 9, el método de enumera-ción que iguala al género la suma exacta de sus especies.

Pero entonces va a surgir otra dificultad no menos evidente; ese procedimiento de inducción puede propor-cionar las [premisas] mayores del silogismo perfecto, pero ya no se aplicará a las menores. Nos veríamos obligados a renunciar a la determinación de la especie si fuese necesa-rio agotar por "enumeración completa" la totalidad de los individuos que la componen, aunque sólo sea en el pre-sente. Aristóteles, sin haber abordado sistemáticamente la dificultad, la resuelve de hecho recurriendo a una in-ducción intuitiva cuyo carácter inmediato subraya asi-milándola a la sensación, y que le proporciona la fuerza ascensional de que ahora necesita: "Hay un<l sensación de lo universal, sensación del hombre y no de Calias hombre" 10. Será posible decir que el silogismo está lógi-camente fundado. Pero en tanto es interpretado así en extensión, sólo consistirá en reproducir en el orden in-verso el trabajo de clasificación que el espíritu había rea-Adolfo Enrique ]ascalevich, prólogo y notas del doctor Miguel Angel Virasoro, Editorial Estuario, Buenos Aires, 1946.]

9 CE. la tesis póstuma de JEAN NIOOD sobre Le Probleme de logique de l'induction (1924), donde "se esfuerza por hacer ver que la induc-ción por enumeración es un modo de prueba fundamental y que todos aquellos que creyeron poder prescindir de él sólo lo hicieron con ayuda de sofismas" (Prefacio de André Lalande, pág. V).

10 Segundos analíticos, n, 13; 100 a 16.

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liza do primero. Para que aparezca susceptible de recibir un valor original, un alcance independiente, será preciso que consigamos desligarlo de esas condiciones de gene-ración lógica, que cortemos en cierta forma el cordón umbilical que ataba el proceso deductivo a la ascensión inductiva.

La operación lleva consigo todo el destino de su Meta-física, y si Aristóteles la logró es porque hizo jugar una vez más la ambigüedad de sentido que tolera la estructura gramatical del juicio predicativo, a fin de trastocar de nuevo la perspectiva lógica del silogismo, de substituir el punto de vista de la extensión por el de la comprensión. El término medio ya no será solamente la especie en su doble relación con la abstracción más amplia del género y con la realidad substancial del individuo; será lo que hace que cada individuo sea él mismo en su determina-ción íntima. Decir que Calias es hombre es una cosa completamente distinta a clasificarlo a título de indivi-duo entre otros seres semejantes; es comprender que en él está la humanidad, que ella es el principio por el cual se ha convertido en lo que es desde su nacimiento a su madurez, naturalmente en el sentido dinámico de la pa-labra (¡pÚo-tr;) , es decir crecimiento y desarrollo, forma que se ejercita sobre la materia, acto en el cual se ha realizado la potencia. Así transpuesto, el silogismo tiene toda la apariencia de un organismo independiente y ori-ginal; la cuestión responde allí perfectamente a la cues-tión. Involuntariamente (debemos creerlo) pero de la manera más feliz Aristóteles puso de manifiesto el ca-rácter enteramente verbal de su ontología, y sin duda de toda ontología, cuando para expresar la promoción me-tafísica del término medio que de especie se ha conver-tido en causa volvió a echar mano del complejo grama-tical que traduce la ignorancia y la interrogación, hacién-dolo preceder, simplemente, por el artículo indicativo.

EL UNIVERSO DEL DISCURSO 65

Pregunta uno qué es una cosa; se considerará satisfecho al oír que le dicen: es exactamente el lo que es o el es lo que era ser; TL Eo-n o TO Ti Elvat, en latín quid?; a lo cual el discípulo papagayo hará eco: quidditas; y así du-rará siglos.

Aun no es esto todo. La satisfacción que Aristóteles se ha proporcionado en el nombre y en el plano del len-guaje, la completa con un último recurso a las propie-dades de la proposición predicativa. Hombre y caballo

,el no son sólo predicados en un juicio del cual es sujeto ,1: Calias o Bucéfalo; pueden figurar como sujetos en pro-

posiciones que afirmen del hombre o del caballo la mor-talidad. Analogía que sólo depende de la sintaxis, pero de la cual sacará Aristóteles, como si cayera de su peso, una asimilación en el orden del ser; hace participar a la forma específica del privilegio de substancialidad que había comenzado por reservar al ser individual y que pa-recía inseparable de él. La substancia, la realidad del ser, oV(Jía , sufre, pues, una especie de desdoblamiento lingüístico tan ingenioso como ingenuo 11. Calias o Bu-céfalo era la substancia substantiva, el substrato, V7rOXE-

lILEUOU, sin el cual no hay existencia; la humanidad o la caballidad será la substancia adjetiva, forma substancial o esencia. Y tanto a los ojos de Aristóteles como a los de su posteridad, la metafísica, ((ciencia del ser en cuanto

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11 En un artículo de la Revue néo-scolastique de Philosophie sobre el Sens des Apories métaphysiques de Teofrasto (febrero de 1931, págs. 40 y sigts.), el P. A. A. FESTUGIERE recuerda con qué fuerza insistió M. Robin sobre esa "anfibología en el uso aristotélico de la palabra substancia, que toca el fondo mismo del pensamiento" (La Théorie platonicienne des idées et des nombres, 1908, pág. 102). Y el P. Festugiere agrega que la Metafísica nos presenta "el término oV(JLa aplicado ora al individuo concreto, realidad primera, 7rPWT1J ovaía y que en verdad es la única que merece propiamente el nombre de substancia, ora a lo universal abstracto, primer inteligible, el cual, también provisto del nombre de ovaLa , con el sentido primero de esencia, no parece estar menos mirado como substancia, objeto pro-pio de la metafísica".

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ser'\ no tiene más que pedir: 7"8 7"L €lvat r, ÉXáa-TOV ova-La 12. "Para Aristóteles", escribe M. Robin, "todo está explicado en cuanto se ha pasado de la virtud secreta que tiene la esencia de realizarse al efecto reali-zado de esa virtud" 13. Aprendemos a conocer el acto partiendo de la potencia; pero es el punto de llegada, el acto, el que da cuenta de la potencia. El hombre en acto es el que hace del hombre en potencia un hombre 14.

Por mucho que admiremos esas proezas de estilo, no comprenderíamos cómo se detuvo Aristóteles en artifi-cios tales, cómo hubieran podido deducir la gravedad de los doctores escolásticos, si no decubriesen, con la apa-riencia de apoyarla, esa visión finalista de las cosas, esa tradición arcaica de mitología que el pitagorismo y el platonismo habían superpuesto a sus esbozos de inteli-gencia matemática, y a las cuales confiere Aristóteles un aire impersonal, laico, por así decirlo. El mundo se or-dena en una jerarquía de formas que se dominan las unas a las otras, recibiendo con eficacia causal de una aspi-ración común al acto puro, energía sin materia y sin movimiento, que es la fuente eterna de la animación uni-versal 15.

Por ahí, en efecto, se presenta el sistema en equilibrio para perpetuar el prejuicio de lo inteligible, para sumi-nistrar los marcos de una teología con pretensión de ra-cional y que preludia a la fe en la revelación mosaica o en el mensaje del Evangelio. Y así, desde el punto de vista medieval, según el cual la ciencia del filósofo con-siste por entero en el arte de la disputa, estaremos auto-rizados a decir que la lengua de Aristóteles, por desdicha-

12 Metafísica, Z, 7; 1031 a 18. 13 Projet d'article sur Aristote (Revue de Syntbese, octubre 1932,

pág. 83). 14 Física, III, 2; 202 a 11. 15 Cf. L' Expérience humaine et la Causalité physique, § 74, págs.

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da que sea su estructura a los ojos de los lingüistas 16, es "una lengua bien hecha" 17, precisamente por cuanto "tor-na explícita cierta metafísica espontánea de la lengua grie-ga" 18. La impregnación inconsciente que los niños indo-europeos contrajeron provoca un fenómeno de "falso reconocimiento", que les da la ilusión de volver a hallar en los marcos generales de su lenguaje los caracteres de una necesidad natural, de una inmediación radical. Pero también a causa de eso este sistema supuesto de sentido común no puede precisarse sin ofrecer al espíritu incer-tidumbres y contrariedades que descaminan de lo ver-dadero sin duda, pero que tienen la ventaja social de ali-mentar la controversia. Los doctores peripatéticos ten-drán la seguridad profesional de poder girar eternamente a la redonda, dialogando y discutiendo sobre la primacía de la comprensión y la primacía de la extensión, así como sobre la individuación por la forma o la individuación por la materia. y al mismo tiempo estarán dispuestos a hacer frente contra el enemigo común, puesto que dis-ponen de los dos cuadros, siempre en condiciones de re-

16 Cf. VENDRYES, Le Langage [hay verSlOn castellana: El lenguaje. Introducción lingüística a la historia, trad. de Manuel de Montoliu y José 1\'1. Casas, Editorial Cervantes, Barcelona, 1943], 1921, pág. 144: "Los lógicos discípulos de Aristóteles descompusieron la frase verbal de modo de introducir en ella el verbo substantivo, el caballo corre = el caballo es corredor. Pocos errores han sido tan tenaces; éste fué for-tificado por las ideas metafísicas que a él se ligaban. Filósofos enga-ñados por el nombre del verbo substantivo opusieron la substancia representada por el verbo a los accidentes que expresaban los atribu-tos. Toda una Jógica se construyó sobre la existencia primordial del verbo ser, lazo necesario entre los dos términos de toda proposición, expresión de toda afirmación, fundamento de todo silogismo. Pero la lingüística, lejos de apoyar esta construcción escolástica, la destruye por la base. Según el testimonio de la mayoría de las lenguas, la frase verbal no tiene nada que ver con el verbo ser, y ese mismo verbo sólo bastante tarde ocupó un lugar en Ja frase nominal como cópula."

17 GILSON, L'Esprit de la philosophie médiévale, t. l, 1932, pág. 69. 18 SERRUS, Le Parallélisme logico-grammatical, 1933, pág. 386.

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plicar a los argumentos sacados de determinada interpre-tación recurriendo a la interpretación opuesta.

Sólo que se plantea una pregunta importuna: si el mun-do de los filósofos está entregado a la "disputa", ¿no será porque es víctima de un "genio maligno" que sólo el escrúpulo humano de verdad podrá exorcizar? Contra la seudo-inteligibilidad del dogmatismo escolástico libra Descartes el combate de la inteligencia. Con sus prime-ros pasos hace justicia, tanto a la petición pueril de prin-cipio que implica la ontología del dogmatismo deducti-vo como a la imaginación analógica que transporta ar-bitrariamente la finalidad fuera de la conciencia para ex-plicar las cosas y los acontecimientos. "No es difícil edi-ficar principios absurdos de los cuales se puedan dedu-cir verdades que se han aprendido por otra parte: omnis equus est rationalis, omnis homo est equus, omnis honzo est rationalis" 19. Tal era, además, la enseñanza de Aris-tóteles, desconocida o desdeñada por sus discípulos: "De premisas verdaderas no se puede sacar por silogismo una conclusión falsa; pero premisas falsas pueden conducir a una conclusión verdadera, no a una conclusión que se refiera al porqué d5úm, sino una conclusión que se re-fiera al hecho ÓT" 2Q.

Para que la lógica deductiva, según el sueño de los peripatéticos, pudiese convertirse en el instrumento uni-versal de la razón, sería necesario que el punto de partida se substrajese a las contiendas de la duda, y no hay nin-guna fórmula que se imponga por su enunciación misma, salvo la fórmula de la identidad. V olveremos, pues, a AntÍstenes, a quien Aristóteles había acusado de "nece-

19 Lettre ti Mersenne, del 18 de marzo de 1641. Edit. Adam-Tanne-ry, t. III, pág. 339.

20 Primeros Analíticos, 11, 11; 53 b 7.

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dad" porque puso de manifiesto la imposibilidad de sacar del juicio predicativo otra cosa que una perpetua y es-téril repetición de sí 2:1. Sobre ese punto, que es capital, afirma Descartes con tanta claridad como lo hace en nuestros días M. Wittgenstein en la escuela misma de Bertrand Russell, el carácter radicalmente tautológico de la deducción a priori. "Se puede decir que imp'Ossibile est idem simul esse et non esse es un principio y que pue-de generalmente servir, no exactamente para hacer cono-cer la existencia de cosa alguna, sino solamente para ha-cer que cuando se la conoce se confirme su verdad con un razonamiento semejante: Es imposible que lo que es no sea; ahora bien, yo sé que tal cosa es; por lo tanto sé que es imposible que no sea. Lo cual es de muy poca importancia y no nos hace más sabios en nada" 22.

La evolución de la logística contemporánea, a partir del "realismo analítico" que había inspirado la doctrina de los Principies of Mathematics, no hizo, pues, otra cosa que tornar definitiva la victoria de la crítica nominalista, desarrollada por los estoicos y por los terministas, con-sagradas ya por el racionalismo clásico del siglo XVII. Pero entonces nuestro problema se convierte en éste: ¿Cómo ha sucedido que desde el Discurso del Método al Trac-tatus logico-philosophicus, durante casi tres siglos, pensa-dores que cuentan entre ellos a matemáticos del genio más profundo y más original se hayan obstinado en la empresa en que Aristóteles había encallado, pretendien-do forzar el paso de los Primeros Analíticos a los Segun-dos Analíticos, que hayan buscado en el formalismo ló-gico el método de un conocimiento real y universal?

A este respecto el ejemplo de Pascal y de Leibniz es

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21 Metafísica, 30; 1024 b 32. Cf. ÉMILE MEYERSON, Le Cheminement de la pensée, 1931, t. 1, pág. 264; Y el R. P. A. FESTUGIERE, Amisthenica (Revue des Sciences philosophiques et théologiques, 1932, pág. 346).

22 Lettre a Clerselier, de junio o julio de 1646. Editorial Adam-Tannery, t. IV, pág. 444 .

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particularmente significativo. A continuaclOn de Mon-taigne 23, Pascal comprendió que la razón se ríe de la lógica. Pero mientras l\10ntaigne sigue "ignorante" y escéptico, Pascal está en condiciones de invocar los tra-bajos mismos vor los cuales adquirió un lugar brillante en la renovacion de los valores espirituales que señala la aurora de nuestra civilización. Desde sus Experiencias so-bTe el Vacío el P. Noel, que había sido maestro de Descar-tes, se ofrece para proporcionarle la ocasión de denunciar el verbalismo de donde procede el dogmatismo escolástico: "Creyó que yo aseguré la existencia real del Vacío por los términos mismos con que lo definí. Sé que quienes no están acostumbrados a ver las cosas tratadas en el or-den verdadero, se figuran que no se puede definir una cosa sin estar seguro de su ser" 24. Por otra parte, en Roberval, que es sin embargo uno de aquellos con quien más de cerca emparentada está su carrera, nota el ridícu-lo del geómetra "que no es más que geómetra", obstinado en demostrar los axiomas, refractario a la invención del cálculo de las probabilidades por la cual se realiza victo-riosamente "la sorprendente alianza de la geometría y del azar" 25.

Sin embargo ese mismo Pascal, prevenido por prejuicio de familia contra el análisis cartesiano, no sólo toma como apoyo de sus Reflexiones sobre el espíritu geométrico el formalismo de la deducción euclidiana, modelada por el

23 "¿Quién ha adquirido entendimiento en la lógica?. . ¿Vemos más faramalla en el cacareo de las vendedoras de arenques que en las disputas públicas de los hombres de esta profesión? (Essais, III, VIII, edición de Burdeos, t. III, 1919, pág. 181.) [Hay versión castellana: Ensayos, trad. de Constantino Román y Salamero, Editorial Garnier, París, si a., reeditada posteriormente por Editorial Losada, Buenos Aires, 1945 y; sigts.; y también por El Ateneo, Buenos Aires, 1949, sin men-ción esta última de traductor.]

24 Lettre ti M. Le Pail/euT, febrero o marzo de 1648. Oeuvres. Édi-tion des Grands Écri-vains de la France, t. n, pág. 184.

25 ef. Le Génie de Pascal, 3ª edición, 1934, pág. 46.

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silogismo de Aristóteles, sino que además se complace en extenderla fuera de sus condiciones naturales y necesa-rias para sacar de ella la idea de un "verdadero método que fonnaría las demostraciones en la más alta excelen-cia, si fuese posible llegar a eso". Este método "consisti-ría en dos cosas principales: la una no emplear ningún término cuyo sentido no se hubiese explicado primero claramente, la otra no adelantar jamás ninguna proposi-ción que no se demostrase por verdades ya conocidas; es decir, en una palabra, definir todos los ténninos y pro-bar todas las proposiciones" 26. Esto no significa sin em-bargo que Pascal pueda ser confundido con el P. Noel o con RobervaI. En él la sutileza recupera inmediata-mente sus derechos: "Es evidente que los primeros tér-minos que se quisieran definir supondrían precedentes que sirviesen para su explicación, y que igualmente las pri-meras proporciones que se quisieran probar supondrían otras que las precediesen, y así está claro que jamás lle-garíamos a las primerasH 27.

Dentro de su concisión perentoria esa observación bas-ta para establecer que el realismo lógico, en razón de la concepción misma de su problema, choca con una con-tradicción insalvable, sean cuales fueran, por otra parte, la riqueza y la sutileza de los recursos que el genio de cier-tos logísticos haya podido poner un momento a su ser-vicio, a cualquier grado de perfección a que haya sido llevado el arte de disimular la petición de principio. Era, pues, de presumir que Pascal abandonase el ideal de un método que se anunciaba "verdadero" y que desde su proposición misma se revela tan absurdo en derecho co-mo imposible es en el hecho. Pero he aquí que el geó-metra y el sagaz se eclipsan ante el pirrónico y el cris-tiano, y la conclusión que saca Pascal a guisa de mo-

26 Ed. cit., t. IX, pág. 242. 27 Ibíd., pág. 246.

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raleja es "que los hombres se hallan en una impotencia natural e inmutable para tratar cualquier ciencia que sea en un orden absolutamente cabal" 28.

Leibniz toma a pechos aceptar el desafío, y su caso es aún más curioso quizá y más paradójico que el de Pascal. Lejos de ser extraño al análisis cartesiano, Leibniz ex-tiende su método a la geometría infinitesimal de Pascal con la invención del cálculo diferencial. Nada da más la sensación de que la inteligencia, comprendida tal como es efectivamente, deberá caracterizarse por su dinamismo interno, por su continuidad radical, de que hace saltar los marcos de la representación donde se perdía como en un "laberinto" la imaginación realista de los pitagóricos y de los eleatas. "Leibniz y Newton fundaron el análisis porque definieron la integración y la derivación ... Para que las funciones puedan servir para algo, para que se pueda calcular con ellas es preciso haber definido las operaciones funcionales que a ellas se aplican" 29. Y esta observación va a reunirse con la reflexión profunda con que Gino Loria subraya el contraste entre la matemática antigua y la matemática moderna, considerada en su des-arrollo desde la geometría analítica hasta las teorías de los grupos y de los conjuntos. "Los antiguos habían pro-porcionado los substantivos, mientras que los modernos les agregaron los verbos; lo que era rígido y fijo adqui-rió, por consiguiente, una movilidad ilimitada; la aritmé-tica de estática se hizo dinámica" 30.

Ahora bien: acontece que Leibniz no cesa de trabajar en sentido inverso al progreso que había llevado a cabo, y con él el espíritu humano. Sacrificará el juicio de re-lación al juicio de predicación. Y sobre el postulado de

28 lbíd. 29 H. LEBESGUE, Notice sur ses travaux scíentifiques, 1922, pág. 17.

30 La Loi d'évolution propre aux mathématiques, "Scientia", mayo de 1927, trad. franc., pág. 132.

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una ontología quimenca y caduca, sobre la inherencia del predicado al sujeto, del atributo a la substancia, hará descansar la ambición de una metafísica que levanta al hombre de la impotencia a que el pesimismo pascaliano terminaba por condenar a nuestra especie. Para Leibniz "todo en el mundo debe ser inteligible y demostrable lógicamente por puros conceptos, y el único método de las ciencias es la deducción. Para caracterizar esta me-tafísica con una sola palabra", agrega Couturat, "es un pünlogismo" 31.

No tenemos necesidad de decir a qué distancia de su ideal ha quedado Leibniz. Bien vemos que afirma en fórmulas tajantes la reducción de toda proposición a un axioma idéntico; pero eso no es más que una apariencia porque la reducción es virtual, y sigue siendo incapaz de resolver en acto esa vjnualidad. Finalmente juega al buen apóstol, descarga sobre Dios el cuidado de justifi-car el sistema pasando por encima de la oposición, insal-vable para el hombre, entre las verdades necesarias y las verdades contingentes que reclaman un análisis llevado hasta el infinito 32.

Hoyes superfluo recordar que Bertrand Russell volvió a tomar por su cuenta el sueño de Leibniz en sus prime-ras tentativas de logística, en la confluencia de las gran-des corrientes de pensamiento que habían acabado en las álgebras de la lógica en BooIe, Schr6der y Frege, en el formulario de Peana, en las teorías de Dubois Reymond y de Georg Cantor 33. Ya está lejana la época en que la reducción de las matemáticas a la Lógica simbólica, "considerada como uno de los grandes acontecimientos de nuestra época" 3\ debía servir para resucitar la onto-

31 La Logique de Leibniz, 1901, pág. XI. 32 Cf. Spinoza et ses Contemporains, 3o¡. ed., 1923, pág. 397, n. 2. 33 Les Étapes de la Philosophie mathématique, § 231, pág. 391. 34 The PrincipIes of Mathematics, 1903, pág. 5.

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logía del mundo inteligible, calcada, según la tradición del platonismo vulgar, de la representación del mundo sensible: "En la percepción pura no hallamos más que el conocimiento de los hechos particulares; en la matemá-tica pura no hallamos más que el conocimiento de las verdades lógicas .. Para que tal conocimiento sea posible, es necesario que haya verdades lógicas que sean eviden-tes; es decir, verdades que sean conocidas sin demostra-ción. Son esas verdades las premisas de la matemática pura, así como del elemento deductivo en toda demos-tración sobre cualquier sujeto ... Las categorías de Kant son los anteojos coloreados del espíritu ... Desde el mo-mento en que nos damos cuenta de las consecuencias de la hipótesis de Kant, se torna evidente que las verdades generales y a priori deben tener la misma objetividad, la misma independencia del espíritu que poseen los hechos particulares del mundo físico" 35,

Ya se aborden los problemas de la logística partiendo de los Principia Mathematica de Russell y Whitehead, ya se sigan los procedimientos de formalización a que Hilbert consagró el esfuerzo de su genio, el progreso mismo de la indagación conduce igualmente a la logís-tica a comprender cada vez mejor lo que le impide conq uistar e integrar sus propios postulados, a consecuen-cia de conferir por sí misma a un sistema puramente deductivo la autonomía que el realismo lógico le había atribuído atolondradamente. A medida que el método de axiomatización se precisa y cubre las diferentes ramas del saber, el término axioma se despoja de la implicación de evidencia que constituía el interés de la idea desde el punto de vista epistemológico y filosófico. Se ha conser-

35 L'lmportance philosoPhique de la Logistique (conferencia del 22 de marzo de 1911). Revue de Métaphysique, 1911, pág. 289.

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vado el nombre suprimiendo la cosa, como se da el caso d d " f/''' f ' A e ven er y tomar ca e sm ca ema. menos, pues, que nos dejemos engañar por gusto con las palabras, es absolutamente preciso llegar a adquirir conciencia de que el enunciado de los axiomas, así como el desarrollo del proceso deductivo que de él se suspende, deja intacto el problema de la calidad del saber, que se plantea fuera de sus fronteras. El juicio decisivo de verdad sobre el cual se concentra la reflexión del filósofo, consiste en la elec-ción de la hipótesis axiomática y en la similitud de sus consecuencias con el detalle de lo real; juicio que escapa a las posibilidades de una técnica puramente formalista.

La piedra que nos parece caer del cielo viene, de todas maneras, de alguna parte. Un proble!Da no se plantea por sí mismo como ecuación. Cuando el espíritu humano pasó del grupo euclidiano al grupo no euclidiano, de la transformación de Galileo a la transformación de Lo-rentz, no fué seguramente para dotar de una sala nueva a un museo de símbolos ideales. U na epistemología que se niegue a dejarse mutilar por una preocupación de ele-gancia abstracta y escolástica deberá, ante todo, no per-der de vista la tentativa de análisis, el proceso de induc-ción que permitió aligerar los principios y que no podría ser eliminado de la arquitectura del conocimiento sin que la objetividad quede comprometida. El establecimiento de las teorías deductivas que dan al cuerpo de las ciencias su expresión más homogénea y más clara, es una condi-ción indudablemente necesaria de la lealtad para consigo mismo, pero no basta en forma alguna para darnos el derecho a llegar a la conclusión de la legitimidad de una deducción absoluta. No es ser injusto con el trabajo de formalización y de axiomatización que se lleva a cabo ante nuestros ojos con tan feliz ardor, ver en él una prueba

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más bien que una doctrina 36. Una disciplina da testimo-nio de su valor efectivo con la resistencia que es capaz de oponerse a sí misma; el mejor signo de humildad sin-cera en la búsqueda de lo verdadero es la separación cre-ciente entre lo que se presumía en el punto de partida y lo que se descubre en el punto de llegada, entre el rea-lismo del sentido común y el nominalismo del buen sentido.

Hace poco escribía 1\1aritain: "Para Santo Tomás, y es una consecuencia lógica de la naturaleza abstractiva de nuestra inteligencia, el único objeto absolutamente prime-ro alcanzado por ésta es el ser en general" il7. Y Gilson señala la misma confusión de lo real y lo abstracto en Ouns Escoto, cuya escolástica, por otra parte, opone al empirismo tomista: "Cuando Ouns Escoto dice que el ser es la primera cosa que cae bajo las posibilidades del intelecto, ya no entiende, como Santo Tomás, la natu-raleza del ser sensible en cuanto tal, sino la existencia en sí, sin ninguna determinación generalmente, cualquie-ra que sea, y tomada en su pura inteligibilidad" 38. Aho-ra bien: el menor esfuerzo de atención a la ordenación del universo del discurso muestra que se traiciona a la lógica y a la inteligencia cuando por una identificación, que será según las edades y los tiempos un indicio de candor pueril o una confesión de orgullo obstinado, per-mite uno coincidir en su cerebro el vacío del máximum de extensión con el lleno del máximum de comprensión. El ser en cuanto ser es el tipo de frase que no puede ser más que una frase. Sólo que es cierto que las maneras de hablar tienen tal poder de "prevención", que el apa-

nG Cf. ]ORGEN JÓRGENSEN, A Treatise of Formal Logic, 3 vol., 1931, y Ueber die Ziele und Probleme der Logistik, "Erkenntnis", 1932, págs. 73 y sigts.

37 Trois Réfor11lateurs, 1925, pág. 103. [Hay versión castellana de Isabelino Fernández Camejo, Editorial Excelsa, Buenos Aires, 1945.J

3S L' Esprit de la philosoph'Íe médiévale, t. 11, pág. 60.

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rato deductivo ha recibido de la tradición tal prestigio que los sofismas de una ontología inconsciente se descu-bren con una lentitud casi increíble. Se necesitaron más de veinte siglos para que MacColl se atreviese a levantar el velo del realismo que sostenía la construcción lógica de Aristóteles y a descubrir el vicio de un silogismo, correc-to según la doctrina de los Primeros Analíticos, pero en el cual la proposición particular se arrogaba implícita-mente un alcance existencial: Todo dragón es una cosa que al respirar lanza llamas. Todo dragón es una ser-piente. Luego alguna serpiente al respirar lanza lla-

39 mas . Hay más: la afirmación más simple considerada en la

pureza. de su enunciado se destruirá a sí misma si está separada de su raíz en la inteligencia. Precisamente por-que Bertrand Russell, después de Leibniz y W olff, había determinado abrirse el acceso a un mundo de esencias que no debía nada a la "noción totalmente incongrua (irrelevant) del espíritu", su formidable edificio, ligado en apariencia a toda la amplitud y a todo el refinamien-to de la matemática moderna, se dislocó como por efecto de la pinchadura de un alfiler en un globo enorme y mal protegido. Sucedió que Russell recordó de repente la fra-se de Epiménides: yo miento, y el universo del discurso se derrumbó. El Verbo-razón enloquece ante la pers-pectiva de no encontrar ya en el Verbo-lenguaje el cré-dito que había descontado. No hay, sin embargo, caso menos embarazoso que el de la mentira. El lógico que ha sabido volver a hallar en las figuras del silogismo los pasos vivos del espíritu disimulados por el mecanismo ciego de la conversión, Jules Lachelicr, tuvo oportunidad de elucidarlo a propósito de la palabra "Recurrencia" del V ocabulaire technique et critique de Lalande. "Cuando

39 El descubrimiento fué publicado en los Proceedings of the Ma-thematical Society of London (sesión del 13 de junio de 1878), pág. 184.

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digo mentior (o más exactamente !/tevóóp.at, afirmo lo falso, interiormente o exteriormente, de buena o de mala fe) no hay en ello ninguna contradicción interna. Eso significa: lo que acabo de afirmar hace un instante, to-cante a un objeto cualquiera, no era verdadero, y afirmo como verdadero que aquello no era verdadero, lo cual no tiene nada de contradictorio. Pero si luego me doy cuenta de que mi primera afirmación era verdadera, afir-maré, siempre como verdadero, que me equivocaba ¡:tI creer que me había equivocado. Mis afirmaciones po-drán, así, sucederse hasta el infinito, cada una de ellas desmintiendo a la precedente, pero sin contradecirse ja-más a sí misma" 40. En definitiva, Russell tuvo que re-currir a un orden de sucesión en los enunciados en apa-riencia contradictorios del juicio, cuando introdujo la teoría de los tipos que prohibe a ciertas proposiciones, como precisamente el yo miento, ser afirmativas de su propia verdad, predicativas de sÍ. Sólo que cuando trans-pone así en una terminología abstracta lo que referido a la actividad misma de la inteligencia no padece de obs-curidad alguna, Russell debe admitir la hipótesis de un orden sin sucesión, que no sólo está condenado a presen-tarse a sí mismo como un expediente para salvar a cual-quier precio la lógica 41 sino que acusa también la impo-tencia de una teoría de la deducción pura para consti-tuirse por sus solos recursos. "La noción del orden es-capa al dominio de la lógica, puesto que una demostra-ción consiste precisamente en construir cierto orden que vaya de las premisas hacia las consecuencias" 42.

<10 Vocabulaire, en la palabra "Récurrence", t. n, pág. 688, Y Oeuvres de ¡ules Lacbelier, 1933, t. 11, pág. 211. [Hay versión castellana: Vo-cabulario técnico y crítico de la filosofía, trad. hecha bajo la dirección de Luis Alfonso, revisada por Vicente Quintero. Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 1953.J

4l Cf. Réponse a M. Koyré. (Revue de Métaphysique, 1912, pág. 726.)

42 GoNSETH, Les Fondements des Mathématiques, 1926, pág. 207.

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Dicho de otra forma, una deducóón que pretenda bastarse a sí misma no podrá responder legítimamente más que a las preguntas modeladas de acuerdo al ejemplo clásico: ¿De qué color era el caballo blanco de Enrique IV? Todo lo más, para imponer al pueblo, agregaría que si es verdad que es blanco, es falso que sea no blanco y verdadero que es no-no-blanco. Pero aun ahí, cuando hacemos que los valores de lo verdadero o de lo falso entren a integrar el algoritmo de la lógica formal, con-viene tener cuidado (según el excelente consejo de Schiller 43) de no exagerar el valor de los símbolos para protegernos de la ambigüedad. lVli entras no haya tenido por otro lado información auténtica sobre el color del caballo que Enrique IV ha podido montar en talo cual circunstancia cuyo recuerdo haya podido conservar la historia, la logística no hará más que constreñirse a dar vueltas, en todos los aspectos que le confieren los recur-sos del lenguaje simbólico, a la alternativa de lo blanco y lo no blanco, amplificando la trivial observación de que uno de los términos es verdadero y el otro falso, pero sin saber cuál es verdadero y cuál es falso; lo que, para repetir la expresión misma de Descartes, es de muy poca importancia y no nos hace más sabios en nada <14,

pero que sería de naturaleza tal de hacemos correr el riesgo mortal de alterar la idea que la razón, una vez li-bre del prejuicio de la deducción absoluta, puede adqui-rir de la verdad. Es evidente que la forma de verdad no implica un valor de verdad, como expresa de manera ex-celente René Poirier: "Verdad y falsedad son en lógica seudo-conceptos que introducen seudo-problemas y con-ducen a paradojas cuando pretendemos aplicarles princi-

43 The Value of tbe formal Logic. Mind., enero de 1932, pág. 66. 44 Como dice Wittgenstein en una de sus fórmulas que a cada ins-

tante rozan el fondo del problema: "Yo no sé nada acerca del tiempo cuando sé solamente esto: llueve o no llueve." Tractatus logico-philo-sophicus, 4. 461, Londres, 1922, págs. 98-99.

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pios admitidos por las nociones físicas o metafísicas de igual nombre" 45.

Podemos, pues, llegar a esta conclusión: la ciencia no se apartó del realismo sensible para seguir siendo vasalla del realismo lógico. Hay que comprender que no ha sido afectada en forma alguna por el éxito de la crítica nominalista, ya manifiesto en la evolución de la escolás-tica occidental; al contrario, como la consideración del lenguaje, afinada precisamente por el progreso de la tra-ducción simbólica, permite separar al pensamiento mismo de lo que es tan sólo su revestimiento, del accidente "et-nográfico" según la frase de Brouwer 46, nos ofrece, una base sólida para el discernimiento de las edades de la inte-ligencia. El paso del juicio de predicación al juicio de relación exige del espíritu un esfuerzo del cual el niño no es inmediatamente capaz. "Se le pregunta al niño: ¿Tie-nes un ,hermano? Supongamos que responde: Sí, Pablo. Proseguimos entonces: ¿Y Pablo tiene un hermano? Has-ta los nueve años los niños responden casi invariablemen-te: No. Un chiquillo nos dijo: "Sólo yo tengo un her-manO' en la familia" 47. Son visibles las huellas de ese pe-ríodo pre-racional en nuestra Edad Media, cuando el concepto de los antípodas era tachado de impiedad, y hasta la época de Galileo, testigo el celo ridículo de los graves doctores que condenaron como sacrilegio el sis-tema heliocéntrico cuya realidad positiva había puesto, sin embargo, fuera de duda el descubrimiento de las fases de Venus.

En ese momento comienza una nueva representación del mundo que entraña un concepto muy distinto del

45 Essa; sur que/ques caracteres des notions d'espace et de temps, 1931, pág. 158.

46 Cf. R. WAVRE, Logique formelle et Logique empiriste (Revue de Métaphysique, 1926, pág. 70).

41 }EAN PIAGET, La Pensée symbolique et la pensée de l'enfant (Ar--chh'es de Psychologie, t. XVII, ni? 72, mayo de 1923, pág. 289).

EL UNIVERSO DEL DISCURSO 81

espíritu y de la verdad. "La Escuela colocaba en primera línea las nociones o los términos cuyo origen y forma-ción pedía, por otra parte, a una abstracción generali-zadora perfectamente estéril, y entonces derivaba de ellos una teoría del juicio y del razonamiento que dió las prue-bas históricas de su insignificancia. Descartes hizo lo contrario. Lo que él coloca en primera línea es el juicio, es la operación que, una vez sentado un primer término, por otra parte absolutamente estéril por sí mismo, le da un complemento y una fecundidad por la relación, que es el alma del juicio" 48. Al mismo tiempo la invención fortuita de los vidrios de anteojos ponía al servicio de la razón reconquistada y recomprendida un instrumento de técnica experimental, gracias al cual la humanidad entra en posesión de ese conocimiento del mundo que escapaba a las disertaciones abstractas del aristotelismo. La frase de Hamlet a Horacio: Hay en el cielo y en la tierra más cosas de lo que sueña vuestra filosofía, va a perder su significación escéptica y mística. Lo que subs-tituye a la filosofía entendida en el sentido medieval, tri-ple fantasía de principios, de esencias y de categorías por la cual el universo del discurso revestía la ilusión de una realidad metafísica, es un método de exploración es-crupulosa y paciente que debía descubrir, en el dominio de lo inmensamente grande o de lo extremadamente pe-queño, perspectivas más maravillosas a medida que la co-nexión del cálculo y de la experiencia las tomaba más ciertas.

48 A. HANNEQUIN, La Méthode de Descartes apud Études d'Histoire des Sciences et de la PbiJosophie, 1908, t. 1, pág. 227.

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CAPÍTULO IV

EL UNIVERSO DE LA RAZÓN

No SE destruye más que lo que se reemplaza. Al instru-mento universal que tenía la ambición de constituir el Organon de Aristóteles, así como el N OV'lmz Organum de Francisco Bacon, opone Descartes, en el Discurso de introducción a sus Ensayos de 1637, un método que ya no tiene nada que ver con la ontología de la deducción o con el empirismo de la inducción; que se ilumina entera-mente (él nos lo advierte) por la revolución que su Geo-metría lleva a cabo en el interior mismo de la matemática: "Sólo traté, por la Dióptrica y por los Meteoros, de per-suadir de que mi método es mejor que el ordinario, pero pretendo haberlo demostrado con mi Geometría" 1. Ya en las Regulae ad Directionem lngenii había adquirido Descartes conciencia del carácter propio de la inteligen-cia, tal como se manifiesta por una teoría de las propor-ciones y de las progresiones vuelta totalmente indepen-diente de la figuración espacial, y que consiste (según una fórmula memorable, porque es la clave de la ciencia moderna y de nuestra civilización) en el 'l11Ovimie1lto con-tinuo y no interrumpido en parte alguna del pensamien-to 2. De esta transparencia del espíritu a sí mismo se de-

1 Lettre ti Menenne, de finales de diciembre de 1637. Edit. Adam-Tannery, t. 1, pág. 479. t; 2 Reg. l/. Edic. Adam-Tannery, t. X, pág. 369. [Hay versión castc-t- llana: Reglas para la dirección del espíritu, trad. del latín de rvIanuel Mindán, Ed. Revista de Occidente, Madrid, 1935.]

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duce "ese conocimiento de la naturaleza de las ecuacio-nes que jamás, que yo sepa (escribe Descartes) fué explicado así en ninguna otra parte que no sea el tercer libro de mi Geometría" 3.

La ciencia pitagórica, después de haberse apoyado en lo absoluto de una determinación numérica, había tro-pezado .con ella como con un límite infranqueable. La matemática sólo había rodeado el obstáculo recurriendo a la representación del espacio como instrumento de ge-neralización. Descartes aparta definitivamente al álgebra de la consideración de las líneas y de las figuras; así se eleva por encima de Pitágoras y de Euclides, a quienes reconcilia en la intuición clara y distinta de la relación intelectual, sin ninguna imaginación del soporte exterior. Una relación como x = 2 ó x = 3 es enteramente sim-ple; enteramente evidente es la operación por la cual multiplico esas dos ecuaciones reducidas a su forma ca-nónica x - 2 = 0, x - 3 = 0, para obtener la ecuación de segundo grado X2 - 5 x + 6 = 0, cuyas raíces son 2 y 3, inscritas en cierta forma en la génesis de su cons-titución 4.

He aquí, pues, que se abre la edad de la humanidad en que la inteligencia es restablecida definitivamente en el goce pleno de su derecho a la verdad, fundado en el sen-timiento inmediato, en la experiencia Íntima de su dina-mismo; lo cual acarrea una inversión total en la inter-pretación de su relación con su objeto. Con Descartes la sabiduría humana ya no espera del exterior la luz, como hace el ojo con el sol. Ella misma es el foco de la ilumi-nación. La calidad del saber ya no está proporcionada a la inteligibilidad del objeto; con igual título que el mis-

3 Lettre a Mersenne, de enero de 1638. Edic. Adam-Tannery, t. 1, pág. 490.

4 La Géométrie, III, Edic. Adam-Tannery, t. VI, pág. 444. [Hay versión castellana: La Geometría, trad. de Pedro Rosell Soler, Editorial Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1947.]

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EL UNIVERSO DE LA RAZÓN 85

mo sol permanece una e idéntica, sea cual sea la cosa sobre la cual se dirigen sus rayos ti.

A partir de entonces la geometría se vuelve a colocar en su puesto. Deja de ser una disciplina primordial para aparecer como la primera aplicación del método. Detrás de la representación estática del espacio se tratará de encontrar un dinamismo creador, de "explicar la línea por el movimiento de un punto y la superficie por el de una línea" 6. Esta correspondencia entre el movimiento constitutivo del pensamiento y el movimiento generador del espacio constituye la base de la oposición radical entre la Geometría de Descartes y la geometría de Eu-clides. Si el tratamiento algebraico del problema de Pap-pus da una idea clara y distinta del método nuevo, es porque ahí vemos de lleno la separación de esos dos mo-mentos; primer momento, en que el problema es planteado como ecuación gracias al uso de coordenadas que permite reducir a relaciones algebraicas las relaciones entre los diferentes puntos de la curva; segundo momento, en que el problema es resuelto por los procedimientos del álge-bra que proporcionan las raíces comunes a las ecuacio-nes o, dicho de otra forma, los puntos de intersección de las curvas. En ninguno de esos momentos hay nada que recurra a una cosa tal como los universales de la escolás-tica aristotélica o las "formas puras" de la epistemología baconiana. Por lo tanto, si el análisis de Descartes es-capa a las dificultades que promueven las lógicas de la deducción y de la inducción, es por la reciprocidad de los dos momentos complementarios que lo constituyen, por la relatividad esencial que implica y que también Descartes subrayó en la expresión misma de las reglas del Discurso: dividir cada una de las dificultades que he de

5 Reg. l. Edic. Adam-Tannery, t. X, pág. 360. 6 Le Monde ou le Traité de la lumiere. Edic. Adam-Tannery, t. XI,

pág. 39.

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exanzinar en ta1Ztas partículas como se pueda y como se requeriría para mejor resolverlas: conducir por orden mis pensamientos, comenzando por los objetos más sim-ples y más fáciles de conocer 7.

La manera como Descartes aplica el álgebra a la geo-metría y que atestiguaba a sus propios ojos la originalidad de su genio así como la excelencia de su método, ilumina a su vez el "sesgo" én que encara la aplicación del aná-lisis a la física. Todos los fenómenos de la naturaleza dependen de la matemática universal, a condición de que los libere de una relación con el sujeto que los hacía aparecer como cualidades de una substancia, para no re-tener más que el aspecto en que son capaces de dimen-sión. Y (precisa Descartes en una sorprendente página de las Regulae) "no sólo la longitud, el ancho y la pro-fundidad son dimensiones, sino que además la pesantez es la dimensión según la cual son pesadas las cosas, la ve-locidad es la dimensión del movimiento, y así para una infinidad de cosas semejantes" 8. Desde el enunciado de su programa, la física matemática (y Descartes publica-ba a continuación del Discurso del Método una brillante muestra de ella, el Ensayo de Dióptrica donde enuncia la ley de los senos) se anuncia a sí misma la promesa de una fecundidad ilimitada. y sabemos que mantuvo su palabra, en cuanto evitó precisamente toda "preven-ción" y toda "precipitación"; que se mostró más pru-dente que el mismo Descartes, a quien tenemos derecho a reprochar que fijase por anticipado la fórmula de las cuestiones que el espíritu plantea a la naturaleza por una estimación demasiado estrecha de los recursos del análi-sis matemático, y el marco de las respuestas que debemos esperar de la experiencia por una anticipación ambiciosa de la estructura del universo. Pero, en el hecho, tratar

7 Edic. Adam-Tannery, t. VI, pág. 18. 8 Reg. XII. Edic. Adam-Tannery, t. X, pág. 447.

EL UNIVERSO DE LA RAZÓN 87

la pesantez o la velocidad como una dimensión del espa-cio no significa de ninguna manera que nos proponga-mos reducirlas a no ser más que una dimensión espacial, como no se confundirán dos enfermedades porque dé la casualidad de que tengan un mismo régimen terapéutico. En ese sentido la física matemática, cuyo eje consti-tuye la noción de dimensión generalizada, aparece tan independiente del mecanismo en que Descartes encerra-rá su cosmología como su geometría misma era indepen-diente de la geometría euclidiana. Hay que ir incluso más lejos; hay que considerar que la geometría analítica sirvió de prototipo a la mecánica analítica de Lagrange, mecánica "sin figuras" 9, así como a la "termología" ana-lítica de Fourier, física sin mecanismo previo, y que su-pone la más admirable renovación de la matemática mis-ma 10. Por eso en nuestros días se relacionan con ella la cosmología de Einstein, que construye el sistema del mundo sin recurrir a la ontología de la fuerza "gravífica" o a la seudo-intuición de un espacio euclidiano, y la mecánica micro-física, que elimina definitivamente de la atomística el realismo del átomo.

A partir del siglo XVII el desarrollo del análisis y la primacía que se le reconoce tanto sobre la física como sobre la geometría permiten vencer la ambigüedad en que se había perdido el pitagorismo y que había dado ocasión al episodio estéril del aristotelismo. Las "malas doctrinas", según la expresión de Descartes 11, promesas de un Alquimista, predicciones de un Astrólogo, impos-

9 Les ÉtClpes de la philosopbie matbématique, § 172, pág. 286. 10 L'Expérience bumaine et la Causalité physique, § 156, pág. 332. 11 Discours de la Méthode, 1<1 parte. Edic. Adam-Tannery, t. VI,

pág. 9. [Hay numerosas ediciones castellanas, entre otras las de M. GarcÍa Morente, Manuel Machado, J. de Vargas, Angélica Mendoza de Montero, A. Rodríguez Huéscar; además una reciente y muy valio-sa: Edición bilingüe, traducción, estudio preliminar y notas de Risieri Frondizi, Ediciones de la Universidad de Puerto Rico-Revista de Occi-dente, Madrid, 1954.J

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turas de un Mago, artificios o jactancias de alguno de esos que bacen profesión de saber más de lo que saben, todo aquello que se veía rodar incesantemente en torno a las revelaciones teológicas o a los dogmas metafísicos, está ahora separado de sus raíces. Ya no se tratará de superponer al mundo de los datos sensibles un mundo llamado inteligible que, aun cuando se presenta bajo la apariencia de entidades puramente lógicas sigue tradu-ciendo la finalidad antropomórfica de que ha saturado al universo la mentalidad primitiva. No es seguir la ra-zón transformar los objetos de nuestra curiosidad en su-jetos cuyos movimientos interpretamos por la invención de voluntades análogas a la nuestra. La función especí-fica de la inteligencia, su esfuerzo ahora seguro de la victoria, consiste en rechazar el prejuicio de lo inteligible para sub-tender a ese mundo de los datos sensibles una red continua de relaciones. De ahí obtendremos el se-creto de su aparición, incoherente y desconcertante para una mirada simplemente superficial, y en ello se apoyará una industria como en Descartes la construcción de los vidrios de anteojos, inmediatamente ligada a las fórmulas de la Dióptrica. A la contemplación ilusoria y estéril de las formas y de las esencias substituye un saber racional cuya verdad misma nos hará "dueños y poseedores de la naturaleza" 12.

Demoliendo el sistema de analogías que implicaba en el equívoco de la finalidad la inextricable confusión de los valores materiales y de los valores espirituales, para no poner confianza más que en la estricta coordinación de las relaciones matemáticas y de los resultados expe-rimentales, el siglo XVII inauguró, o si se prefiere consa-gró la edad de la inteligencia verdadera. "En todas las épocas", escribe Coumot, "el género humano había sen-

12 Discours de la Méthode, VI parte. Edic. Adam-Tannery, t. VI, pág. 61.

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tido la necesidad de observaciones bien o mal conducidas, relacionadas bien o mal con teorías; pero de la experien-cia precisa, numérica, cuantitativa, y sobre todo de la experiencia indirecta que utiliza las relaciones matemá-ticas para medir, con ayuda de las magnitudes que están dentro de las posibilidades de nuestros sentidos y de nuestros instrumentos, otras magnitudes inasibles a causa de su grandor extremo o de su extrema pequeñez, es algo de lo que no tenían idea los más doctos. Se aplicaba la geometría y el cálculo a algunos fenómenos como los de la reflexión de la luz, donde la ley matemática es evidente; no se pensaba en dirigir sistemáticamente la experiencia, de modo de forzar a la naturaleza a entregar su secreto, a descubrir la ley matemática simple y fundamental que escapa a la debilidad de nuestros sentidos o que la compli-cación de los fenómenos oculta" 13.

El lenguaje mismo lleva la huella de la revolución que se produjo en el pensamiento. Un conocimiento del mun-do que satisface las condiciones de la inteligencia humana excluye la imaginación de inteligencias que trabajan en el interior de las cosas para dirigir su curso. Uno de los rasgos característicos del espiritualismo cristiano, tal como Malebranche lo opone al paganismo de la metafísica aris-totélica, es que "no se necesita inteligencia en los cielos para regular sus movimientos" 14. Y con Newton se con-suma la derrota de esa tradición "astrobiológica" (según expresión de René Berthelot), que a través de la Edad Media y hasta Kepler refleja la dominación del Oriente sobre el pensamiento occidental. "Ahora vemos", le es-cribe Leibniz a Bayle, "que los planetas no están dirigi-dos por inteligencias" 15.

13 Considérations sur la Marche des Idées et des Événements, 1872, t. 1, pág. 282.

14 Méditations chrétiennes, VII, 9. 15 Die Philosophischen Schriften. Ed. Gerhardt, t. IV, pág. 561.

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y sin embargo, por clara que haya sido en el siglo XVII la sensación de una línea decisiva de división entre los tipos de inteligencia, entre las edades de civilización, esa línea no pudo ser cruzada sin que el espíritu experimen-tase la tentación de volver atrás, naturalmente obsesio-nado por esa imagen de un más allá que sigue siendo inherente a la representación tradicional del mundo in-teligible. Descartes fué el primero en sufrir su tiranía. Arrastrado por el impulso y por el éxito mismo de su método, traspasa sus resultados, fuerza sus resortes, opo-niendo sistema a sistema, como si de una vez hubiese al-canzado los límites de la razón humana, unido definitiva-mente el punto de llegada con el punto de partida.

En la matemática misma da a entender que su teoría de las ecuaciones toleraba un procedimiento infalible y universal para su resolución algebraica, el que desarro-llará más tarde Tschirnaus, mientras que sabemos por los trabajos de Lagrange, de Abe! y de Galois que seme-jante ambición es incompatible con el comportamiento profundo de las relaciones algebraicas 16. Y por otra parte se aventura hasta encerrar en las fronteras del ál-gebra de lo finito la correspondencia de las ecuaciones y de las curvas; declara dejar de lado las "líneas que pa-recen cuerdas, es decir que ora se hacen rectas ora curvas, a causa de que como la proporción que existe entre las rectas y las curvas no es conocida, e incluso, creo yo, no puede ser conocida por los hombres, no se podría dedu-Cir de ahí nada que fuese exacto y seguro" 17. ¿No se expone a la crítica, que un Leibniz tendrá derecho a dirigirle, de haber medido "las fuerzas de la posteridad por las suyas"? 18.

16 Les Étapes de la philosopbie mathématique, § 350, págs. 551 y sigts.

17 Géométrie, lib. 119• Edic. Adam-Tannery, t. VI, pág. 412. 18 Lettre ti Pbilippi, de enero de 1680. Edic. Gerhardt de los Écrits

philosopbiques, t. IV, pág. 286.

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Descartes físico peca todavía más contra el genio de su método. Se hace sombra a sí mismo por la seguridad dogmática con que, en su sistema de cosmología, se va-nagloria de establecer los principios últimos del conoci-miento y del ser, a fin de deducir de ellos a priori el modo de explicación que conviene a los fenómenos de la na-turaleza. Para gozo e ironía de Pascal defiende la tesis escolástica de la imposibilidad a priori del vacío, como para gozo e ironía de V oltaire se confiesa dispuesto a abandonar toda su filosofía si se comprobase que la trans-misión de la luz no era instantánea 10. En forma gene-ral, lo que en Descartes sobrevive del realismo que su educación le había inculcado se revela en el texto de su juicio sobre Galileo: "Encuentro en general que filosofa mucho mejor que el vulgo en cuanto abandona lo más que puede los errores de la Escuela y trata de examinar las materias físicas por medio de razones matemáticas. En eso estoy en entero acuerdo con él y opino que no existen otros medios para hallar la verdad. Pero me pa-rece que yerra mucho en cuanto hace continuamente digresiones y no se detiene a explicar enteramente una materia; lo cual muestra que no las ha examinado por orden y que, sin haber considerado las primeras causas de la naturaleza, sólo buscó las razones de algunos efec-tos particulares, y es así que edificó sin fundamento" 20.

¿La superioridad que Descartes se atribuye correspon-de efectivamente a un progreso de la inteligencia? ¿No indicaría, más bien, que el método de análisis estricto vuelve sobre sí mismo y se contradice so pretexto de superarse? Sacrifica el relativismo por el cual adquiría su valor de positividad al espejismo de una extrapolación imaginaria. y de ahí va a resultar, a través de todo el

19 Lettre du 22 aout 1634. Edic. Adam-Tannery, t. 1, pág. 307. 2Q Lettre ti Mersenne, del 11 de octubre de 1638. Edic. Adam-Tan-

nery, t. n, pág. 380.

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92 LAS EDADES DE LA INTELIGENCIA

siglo XVII, una regresión paradójica hacia los prejuicios y los impedimentos de la edad metafísica, incluso de la edad teológica. Los Principios de la Filosofía no en-cierran cálculo; no se trata de plantear el problema del mundo en una ecuación siguiendo el modelo que la nueva geometría propuso cuando se liberó de la representación maciza del espacio para hacer expresar los grados cre-cientes de las ecuaciones por las propiedades cada vez más complejas de las curvas. Descartes querrá que el concepto mecanicista de la física se ligue a algo que pueda ser sentado como un absoluto; por eso, volviendo a encontrar en el umbral de su exploración "el objeto de las especulaciones geométricas", lo eleva a la dignidad de substancia. Las tres dimensiones del espacio deberán bastar para constituir la materia. Ahora bien: es claro que esta intuición necesariamente estática de la extensión está condenada a agotarse en el instante en que es dada. No sólo el movimiento se le convierte en extraño sino que el paso mismo de una parte de la duración a otra, la sucesión de los tiempos, se le escapa. Desde los primeros principios de su sistema, Descartes se halla prisionero de un postulado de evidencia que sobreañade arbitrariamen-te al doble proceso por el cual caracteriza el método de análisis y que no puede formular sino de una manera negativa: no comprender en mis juicios nada más que lo que se presentase tcm clara y tan distintamente a mi espíritu que no tuviese ocasión alguna de ponerlo en duda 21.

Ahora bien; para que el hombre se libere así de la duda, para que supere la obsesión del genio maligno que le representa el círculo vicioso que implica la afinnación inmediata de la realidad de su conocimiento, será preciso que descubra en el fondo de su pensamiento algo que

21 Discours de la Méthode. II parte. Edic. Adam-Tannery, t. VI, pág. 18.

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ya no es del todo humano, la idea simple de una perfec-ción infinita, sabiduría cabal y potencia absoluta, de la cual suspenderá la transparencia intelectual de un uni-verso físico y de donde deducirá la legitimidad de una cosmología a priori. La psicología del Dios inmutable en sus designios pennite señalar el movimiento de la re-latividad que parecía ser uno de sus caracteres esencia-les, conferir una significación absoluta a la ley de su conservación así como a su prolongación espontánea en línea recta y con una velocidad unifonne. N o es esto todo. En el límite inferior de la física, cuando llegue el momento de verificar los principios gracias a la confron-tación de sus consecuencias con los resultados suminis-trados por la experiencia, la exigencia de perfección sis-temática tendrá como efecto dar al análisis puro la sen-sación de su impotencia. Como la regla de la evidencia, la regla de la enumeración completa sólo es susceptible de expresión negativa: hacer doquiera enumeraciones tan enteras y revistas tcm generales que estuviese seguro de no omitir nada 22.

Sólo que el recurso de la veracidad divina, si bien per-mitió al filósofo rechazar fuera del dominio de la cien-cia, "mandar a paseo" (como decía Platón) la apariencia de las cualidades sensibles, plantea ahora el problema de saber cómo una divinidad que por definición no podría ser engañadora dejó, sin embargo, subsistir la natural de-cepción que es inseparable de esa apariencia. Y si Des-cartes responde, es a condición de suponer en Dios otra cosa que la comunión espiritual en la unidad de la razón, y por consiguiente de volver a caer, con la última de las Meditaciones metafísicas, en la finalidad antropomór-fica que dominaba la ordenación de la cosmología esco-lástica. De nuevo nos hallamos en presencia de la dua-lidad irreductible entre la teoría racional y la teología

:!:2 lbíd.) pág. I().

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revelada, y su conflicto decidirá el destino de la escuela cartesiana.

Malebranche tacha a Spinoza de ateo porque la dia-léctica de los géneros de conocimiento resuelve la repre-sentación estática y abstracta del espacio en la intelec-ción de un atributo uno e indivisible, que expresa la fecundidad infinitamente infinita de la substancia divi-na 23. Y Antaine Arnauld, a su vez, discierne una simien-te de ateísmo en el idealismo matemático que, más allá de las modalidades de la extensión material, nos lleva a concebir una extensión inteligible, hecha por entero de relaciones analíticas, y que invoca su espiritualidad ra-dical para establecer una comunicación natural y directa entre el hombre y Dios. Cartesianos ambos y ambos agustinianos, Arnauld y Malebranche gastarán sus fuer-zas en una controversia sin fin y sin salida, que tendrá como consecuencia inmediata debilitar el crédito del pen-samiento católico, aun antes de que la querella de Fe-nelón y de Bossuet oponga el impulso místico de la reli-gión y la disciplina ortodoxa del culto 24.

El siglo XVII se había considerado humilde recurriendo a Dios y pidiéndole en cierta forma que resolviese en su lugar las dificultades que le había descubierto el adveni-miento mismo de la ciencia. Ahora bien: de esa luz que el hombre creyó encontrar en lo más profundo de sí mismo como guía el más seguro de su propio intelecto, del cual esperaba una promesa de certidumbre y de apaciguamiento, de esa luz que sólo se reputaba supra-humana a fin de que apareciese íntegramente racional, indudablemente no se puede decir que se substraiga, sino que se divide, testimoniando así de que participa, a pesar de la esperanza y el genio de sus intérpretes, de los ca-

23 Cf. Spinoza et ses Conte'l1lporains, 1923, pág. 349. 24 Cf. Le Pro gres de la conscience dans la pbilosop/.1ie occidenta/e, 111, t. 1, págs. 210 y sigts.

EL UNIVERSO DE LA RAZÓN 95

racteres de la condición humana. y el espectáculo se renueva, fuera de la Iglesia católica, cuando se amplían y se rompen los marcos de la matemática y de la física cartesianas. Leibnizianos y newtonianos van (también ellos) a transponer al terreno de la teología sus divergen-cias en cuanto a la manera de plantear el sistema del mun-do. La célebre correspondencia entre Clarke y Leibniz agitará en vano la cuestión de saber cuál es la ciencia que conduce efectivamente a Dios, si la que saca sus argumentos de la armonía eterna y de la estabilidad fun-damental de las leyes de la naturaleza para deducir la perfección de su Autor, o al contrario, la que lo hace intervenir desde el exterior a fin de remediar el desequi-librio y la irregularidad de la máquina, manifestando así la necesidad de su presencia y de su acción 2:>.

El beneficio de la revolución cartesiana para la marcha general del espíritu humano parece dos veces perdido. De donde una regresión que tiene para el objeto de nues-tro estudio un interés considerable; nos hará compren-der a la vez en qué condiciones tuvo que desplegarse el genio de Kant para liberar nuevamente a la razón de la dominación de la ontología, para devolverle la concien-cia de su función propia, y cómo, por la manera misma como estaba planteada la cuestión, el alcance de la crí-tica kantiana debía permanecer ambiguo como lo había sido el del pitagorismo y el del cartesianismo. Lej os de contribuir con su influencia inmediata a un concepto más claro y más distinto de lo que es la inteligencia, el kantismo, si se lo considera desde un punto de vista es-trictamente cronológico, no representará en la historia del pensamiento alemán más que un corto intervalo entre dos épocas en que dominan las escolásticas conceptuales

25 ef. L'Expérience humaine et 111 CaZlSalité pbysique, § lUí, pág. 247.

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1;

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de un Wolff y de un Hegel. Y, sin embargo, hacia la interpretación que propone del dinamismo de la razón en su relación con la experiencia se orientó en el curso del siglo XIX el desarrollo de la ciencia positiva; por ella, por la crítica kantiana, está permitido abordar en sus términos más precisos y más exactos el problema de la verdad.

Para dar cuenta de esta aparente contradicción hay que comenzar recordando que los dos maestros a quie-nes debe Kant su formación filosófica simbolizan los per-sonajes tradicionales del Dogmático y del Académico, el Pancrace y el Marphurius de Moliere. Wolff y Hume encarnan la alternativa que Descartes ya había encontrado y superado antes. Pero de la matemática cartesiana, del método de análisis que en ella se apoyaba y que los ló-gicos del siglo XVIII, como Condillac, oponían a la deduc-ción wolffiana, nada parece haber llegado, ni directa ni indirectamente, a conocimiento de Kant, de manera que su reflexión se practica sobre la base única de la geo-metría euclidiana. Por la paradoja de los objetos simé-tricos (un guante de la mano derecha y un guante de la mano izquierda, compuestos de elementos idénticos y sin embargo imposibles de superponer) es como descubre que hay en el espacio de tres dimensiones un no sé qué que es irreductible al orden de la lógica pura, sin que eso impida hacer descansar sobre la consideración del espa-cio un conjunto de demostraciones necesarias y univer-sales en que Kant ve el modelo de una ciencia entera-mente a priori. De ahí una dificultad, cuya solución resulta proporcionando Newton a Kant, sin saberlo. Para poner en equilibrio el sistema del mundo invocaba Newton un espacio y paralelamente un tiempo que se-rían los órganos gracias a los cuales Dios percibía las cosas de que es autor. Bastó a Kant reducir ese concep-to, del plano trascendente, que es evidentemente ima-

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ginario, al plano humano en el cual se ongma. Cuando desarrollamos la geometría partiendo del espacio, o la arit-mética partiendo del tiempo, adquirimos conciencia de que poseemos un poder de creación que se apoya, no ya

,'", "', en la substancia del universo, cierto es, sino en las con-';I;! \ diciones que nos permiten conocerlo.

} Los objetos que percibimos efectivamente deben apa-,i recérse,nos yux,taponiéndose. en espacio y sucediéndose

a traves del tIempo; la eXIstencIa para nosotros de un ' mundo sensible implica, pues, la presencia previa de for-

mas que serán muy otra cosa que entidades lógicas, que constituyen el marco en el cual está destinado a fundirse el contenido de la intuición, ya sea externa, ya interna. De esta manera, sin tener necesidad de recurrir a las par-ticularidades contingentes de lo sensible, conservando su carácter de ciencia puramente racional, geometría y arit-mética están seguras de hallar en la experiencia su apli-cación y su confirmación. Kant puede así responder a Hume y a Wolff por la reforma simultánea de las no-ciones de razón y de experiencia. Lo posible en sí, defi-nido por el solo criterio lógico de la ausencia de con-tradicción, no es realmente posible. Le falta precisa-mente, para salir del universo del discurso, para alcanzar la esfera donde se llevará a cabo el paso a lo real, esa consideración de las formas de espacio y de tiempo a través de las cuales deben necesariamente ser aprehen-didas las cosas a fin de que se tornen objeto de percep-ción. y la misma doctrina ilumina el defecto del empi-rismo: ha erigido la percepción en dato a la vez inmedia-to y último sin reparar en las condiciones que gobiernan su ejercicio y a partir de las cuales se tratará de seguir el progreso realizado por la inteligencia cuando se eleva de un juicio de percepción, registrando la sucesión sim-ple de las sensaciones: el sol brilla y la piedra está ca-liente, al juicio de experiencia: el sol calienta la piedra,

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gracias al cual se establece y se verifica la conexión Ín-tima de los fenómenos, la objetividad de las leyes de la naturaleza 26.

Kant vuelve a hallar, por una vía nueva, lo que cons-tituía la base del racionalismo clásico, tal como estaba constituído en la Escuela cartesiana, pero cuyo menor resplandor le había ocultado su educación leibnizo-wolf-fiana. Disipa el doble fantasma de una razón que se obs-tinaba en no jugar sino con conceptos huecos, con esen-cias facticias, y de una experiencia que se imaginaba tam-bién ella, a priori, al margen de todo contacto con la ac-tividad del espíritu. Lejos de pretender aislarse e igno-rarse, razón y experiencia se vuelven la una hacia la otra; se juntan y se estrechan, para substituir tanto el universo de la percepción como el universo del discurso por el universo de la ciencia que es el mundo verdadero.

Esta conversión de la razón y de la experiencia a su relatividad recíproca la expresa Kant en un lenguaje de una precisión técnica que habría debido abreviar muchas controversias y poner coto a muchos contrasentidos cuan-do definió su doctrina como la solidaridad de un idea-lisnlO trascendental y de un realismo empírico 27. Esta solidaridad aparecerá cada vez más profunda, a medida que se sigue el desarrollo de la Crítica. En la Estética trascendental, las formas a priori de la sensibilidad casi no son otra cosa que una manera de hablar; la distinción

26 Prolégomenes a toute métaphysique future qui pourra se présen-ter comme science, § 20. Trad. Gibelin, 1930, pág. 70, n. 1. [Hay ver-sión casteijana: Prolegómenos a toda metafísica del porvenir que haya de poder presentarse como una ciencia, trad. y prólogo de Julián Besteiro, Editorial Jorro, Madrid, 1912; hay reediciones posteriores.]

27 Critique de la Raison pure, 1l}. edición. Trad. franco de Treme-saygues, 1905, pág. 347. [Hay versión castellana: Crítica de la razón pura, trad. de M. Fernández Núñez, librería Bergua, Madrid, 1934; posteriormente reeditada por Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 1950. Manuel GarcÍa Morente, Suárez, Madrid, 1928; José del Perojo, Suá-rez, Madrid, 1883; reeditada por Editorial Losada, Buenos Aires, 1938, y reimpresa varias veces posteriormente.]

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de la materia y de la forma es un recuerdo del vocabula-rio de Aristóteles, a la cual sería tanto más difícil hacer corresponder una noción decididamente clara y franca, por cuanto Kant rechaza toda interpretación psicológica del a priori, por cuanto las fOffius no afloran en la con-ciencia sino después de haberse rellenado de sensaciones. Así, pues, no sólo cuando Kant habla del espacio "re-presentado dado como una magnitud infinita" 28 no tene-mos que preocuparnos por tomar la expresión al pie de la letra, sino que es evidentísimo que al aplicar la misma fórmula al tiempo por razón de simetría 29 el filósofo va en sentido contrario a su propio pensamiento. Para un ser que goza de las propiedades que Newton atribuye a su Dios, lo sucesivo, visto en cierta forma desde lo alto de la eternidad, se transformará sin ningún trabajo en simultáneo; pero la característica del hombre es estar sometido a la doble necesidad de un espacio y de un tiempo que son específicamente irreductibles. y preci-samente de esa irreductibilidad que se descubre detrás de su paralelismo superficial, de la diversidad de los servicios que en el curso de la Crítica están llamados a prestarse mutuamente, derivan las partes de la doctrina que más alcance tienen en la historia de la inteligencia humana.

Si encarado del lado del dato sensible el espacio pudo ser representado como un marco de recepción que es-taría "dado" de golpe, es, al contrario, para la ciencia una fuente de determinaciones que ella hará surgir poco a poco; la geometría se constituye y se desarrolla recu-rriendo al tiempo, lo mismo que la aritmética, para en-trar en posesión de su objeto, debe evidentemente no dejar escapar las unidades a medida que las recorre; trans-pone la serie de los números en esquema espacial. La fonna del sentido exterior envía de nuevo a la forma del

28 Critique, trad. cit., pág. 67. lbíd., pág. 73.

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sentido interno, y recíprocamente; lo cual ya permite entrever cómo, por la mediación de esas formas, la ac-tividad intelectual es capaz de comprender bajo sus leyes el orden de los fenómenos, y por consiguiente la unidad del mundo, tal corno la ciencia lo conoce. Pero ese or-den, a su vez, no sería más que el reflejo de una existen-cia absolutamente subjetiva, no pertenecería a la natura-leza si no fuese preciso ver en el tiempo nada más que una forma a priori, enteramente desligada de su conteni-do, indiferente a su propio curso. y es aquí donde, por el análisis directo de las condiciones que presiden la in-teligencia del cambio, el idealismo crítico alcanza la per-fección del método demostrativo.

Todo cambio es el cambio de algo idéntico. y en efecto, un cambio absoluto donde nada permitiese ligar lo que sigue con lo que precede no sería comprendido como cambio; es, pues, necesario establecer un sujeto del cambio, necesidad del espíritu a la cual proporcionará satisfacción la categoría de substancia, solamente con tal de que no sea realizada en su propia abstracción, que se tenga la prudencia de limitarse a sacar de ella un prin-cipio de relación sintética para los fenómenos que se su-ceden a través del tiempo 30. Es, pues, en el interior de la categoría y por su aplicación a las formas de la in-tuición sensible, donde se realiza el paso de la imagina-ción del soporte a la inteligencia de la relación, siendo este paso paradójico sólo para un espíritu que todavía esté engañado por la tradición del lenguaje metafísico. La relatividad que hace del principio de permanencia una verdad de razón, adquiere forma positiva por la relación de masa tal como la recogió Kant de la enseñanza new-toniana, y sobre la cual, en la época misma de la elabora-ción crítica, hizo descansar Lavoisier el advenimiento de la química como ciencia.

:in lb íd., pág. 206.

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Una vez determinados los límites entre los cuales se comprende que exista cambio, queda por dar razón del cambio mismo. La categoría de substancia se completa por la categoría de causalidad, que para traducirse en principio de verdad toma al mismo tiempo la objetividad de un encadenamiento que no se deja reducir a un orden arbitrario de sucesión en la aprehensión de los fenóme-nos. El ejemplo dado por Kant es célebre. Podemos describir una casa partiendo indiferentemente de lo alto o de lo bajo, mientras que el curso de un río tiene un río arriba y un río abajo que no son al gusto del geó-grafo 31. La causalidad física tiene su raíz en un carácter de irre'l,;'ersibilidad que desborda del concepto de un tiem-po formal, modelado sobre la representación estática del espacio, y es por ese carácter que se reconoce la textura íntima de la realidad temporal, la originalidad radical de su flujo.

La doble demostración por la cual estableció Kant las dos primeras Analogías de la Experiencia es uno de los raros ejemplos que nos ofrece la historia de una antici-pación filosófica de la ciencia. El principio de perma-nencia y el principio de causalidad volverán a hallarse, tomados exactamente bajo el aspecto que el análisis de la crítica precisó, en las dos leyes de la termodinámica: ley de la conservación de la energía, ley de la degrada-ción. Así, ya a finales del siglo XVIII estaban claramente elucidados los fundamentos de una disciplina que se cons-tituyó en el siglo XIX. Por consiguiente, si los sabios hu-bieran estado suficientemente ejercitados en la reflexión idealista, desde el comienzo habrían sido disipados los pre-juicios que hicieron desconocer, ya la relatividad de la energía, ya la racionalidad de la entropía. ¿No es la fór-mula misma de Kant que no hay nada científico en nues-tro conocimiento de la naturaleza sino lo que es matemá-

31 lbíd., pág. 214.

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tico? 3::J La energía no es otra cosa que una expresión analítica, y a ciencia cierta falsearíamos su sentido y su alcance si no nos pusiéramos en guardia contra el juego de imágenes que es como inherente al empleo de la palabra. "Cuando el físico dice que ha dado una explicación me-cánica de los hechos del calor, de la electricidad o de la óptica, cuando anuncia que la noción de la energía, crea-da por los solos hechos mecánicos, ha podido ser exten-dida a todos los hechos físicos, quien no sepa toda la distancia que separa las explicaciones mecánicas de las de Boltzmann o de Bohr y las alteraciones que se hicie-ron al concepto antiguo de la energía para generalizarlo, tiene perfecto derecho a creer que puesto que la palabra no ha cambiado la cosa siguió siendo la misma" 33. Y de la misma manera el progreso del análisis matemático puso de manifiesto la racionalidad de la ley de degradación. "El punto de partida del principio de Carnot no tiene nada de misterioso; es, por el contrario, una afinnación de carácter puramente racional, basada en evaluaciones de probabilidad racional, que rechazan prácticamente la hi-pótesis de una orientación espontánea de la agitación mo-lecular capaz de hacer pasar una cantidad apreciable de energía cinética de la escala de magnitud térmica a la es-cala de magnitud mecánica. Este resultado básico nos está impuesto por las leyes mismas de la razón humana" 34.

Según la filosofía kantiana, que se une aquí con la idea directriz del método cartesiano, el análisis podrá, pues, ser el instrumento del conocimiento del mundo, sin tener

32 Premiers principes méthaphysiques de la science de la nature, trad. franco Andler-Chavannes, 1891, pág. 6. [Hay traducción castella-na: Principios metafísicos de las ciencias naturales, trad. de Ed. Ovejero y Maury, Editorial Reus, 1921.]

33 CHARLES BRUNOLD, La Sarahande éternelle, 1929, pág. 234. 34 JEAN VILLEY, Sur l'analyse thermodyncrmique des forces électro-

motrices (/ouma! de Physique, enero de 1933, pág. 19).

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necesariamente que pasar por el intermediario de un me-canismo geométrico que ha sido, en la historia, un apoyo para el desarrollo de la física matemática, que se con-vertiría en un obstáculo si se pretendiese imponerlo como condición a priori de inteligibilidad. Pero, igual que Des-cartes, Kant no logró mantenerse fielmente en la línea de lo que, a los ojos de la posteridad, traduce la inspira-ción maestra de su obra y expresa su beneficio. El Kant matemático creció lenta y trabajosamente a la sombra de un Kant acusrnático contra el cual, cierto es, reaccionó vigorosamente en los pasajes decisivos de la Crítica, don-de desenmascara de manera irrefutable el juego dialéctico de las esencias y de las categorías, pero que era el que debía decir la última palabra; prueba: la declaración famo-sa del "Prefacio" de la Segunda edición: Debía suprimir el saber para hacerle un lugar a la creencia 3il.

Y en efecto, si hemos podido aislar la fórmula de las dos primeras Analogías de la Experiencia, de acuerdo con los principios de la termodinámica del siglo XIX, no es menos cierto que en Kant permanencia y causalidad menos aparecen como correlativas y complementarias que como opuestas, llamadas una y otra a entrar en la síntesis que sostiene el principio newtoniano de la igualdad entre la acción y la reacción. Y más allá de Newton las des-tina Kant a llenar los marcos de una metafísica de la naturaleza que se vanagloria de construir a priori sobre la base del cuadro exhaustivo de los juicios, tales como se los proporcionaba la consideración escolástica de la lógica formal.

Hay más: a partir del enunciado del problema general de la Crítica, por la división en juicios analíticos y sin-téticos, el conjunto de las relaciones intelectuales que constituyen el universo de la ciencia está subordinado al universo del discurso, a la primacía de la proposición

35 Critique, trad. cit., pág. 22.

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predicativa que en otros tiempos había acarreado la on-tología de la substancia, el realismo de la cosa en sí. Ape-nas es necesario decir qué obscuridades, qué incertidum-bres resultan en Kant de este anacronismo firme, en qué callejón sin salida ha estado a punto de meter a la espe-culación del siglo XIX. La Crítica de la razón pura en-tremezcla dos lenguajes que no son del mismo nivel mental, de la misma edad de civilización. Kant ha com-prendido como nadie que desde el punto de vista propia-mente científico el acto característico de la inteligencia consiste en la afirmación de verdad, pero por la más ex-traña contradicción permanece desde el punto de vista dialéctico fiel a una psicología del espíritu calcada de las articulaciones del discurso. El concepto, en lugar de expresar en el sentido alemán del begriff, la función uni-ficante del juicio, no es más que una parte de la propo-sición, un término del juicio; y el juicio, a su vez, es una parte del razonamiento 36. Lo peor es que Kant ha-llaba en la tradición escolástica el medio de perpetuar el equívoco y de cristalizar en cierta forma la contradic-ción. A su disposición estaban dos palabras para de-signar la inteligencia humana: entendimiento (Verstand) y razón (V ernunft),. desdoblamiento que tiene su fuente en la distinción platónica entre oLávOLa y VÓr¡O'Lr;-, pero que transpone los planos del dinamismo espiritual en un realismo casi materialista de las facultades. La lógica trascendental va, pues, a dividirse en Analítica del enten-dimiento y Dialéctica de la razón. Ahora bien: la prime-ra es Lógica de la verdad, mientras que la segunda es Lógica de la ilusión 37; por una parte, en efecto, la inter-vención de las formas a priori de la sensibilidad confiere la unidad a la experiencia y constituye el universo de la

36 La Technique des Antinomies kantiennes (Revue d'Histoire de /a Philosophie, enero-marzo de 1928, pág. 54).

37 Gf. Critique, trad. cit., pág. 294.

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ciencia matemática y física; por otra parte, el juego de las categorías, al margen de toda referencia al espacio y al tiempo, no puede tener objeto que no sea imaginario, puesto que el hombre está desprovisto de todo otro gé-nero de intuición que no sea la intuición sensible. Cuan-do Kant propone a la razón como lugar específico de su aplicación el orden inteligible de las cosas en sí, se con-dena él mismo a la paradoja de "que lo inteligible, es decir el propio objeto de nuestra inteligencia, es precisa-mente lo que escapa a todas las posibilidades de nuestra inteligencia" 38.

La resolución de la paradoja habría debido parecerle fácil: ¿no está gobernada por esa actitud de sumisión sin-cera con respecto de la verdad, que se halla en el origen de la revolucióncríticar Desde el momento en que ningún sistema efectivo corresponde a la idea de un mundo inte-ligible, no podría ser sino el lugar de cita de los sofismas, paralogismos y antinomias que constituyen el tejido de la dialéctica trascendental. Conclusión evidente, que sin embargo Kant no tuvo el valor de aceptar por su propia cuenta: "Cuando se emancipó de la influencia de la es-cuela wolffiana comenzó por reconocer que el hecho de la experiencia y el becho de la vida moral deben ser to-mados en consideración por sí mismos y ser restituídos en todo su sentido; pero habiendo admitido luego que esos dos hechos obtienen su verdad de la razón que en-vuelven, ligó esa razón a la Razón absoluta sobre la cual se habían fundado los metafísicos. ¿Cuál fué en este en-lace (pregunta Victor Delbos) la parte de influencia de la Razón trascendente sobre la razón inmanente, o a la inversa, de la razón inmanente sobre la Razón trascen-dente?" 39. En vano buscaríamos una respuesta franca y

as JULES LACHELlER, Vocabulaire de M. La/ande, en la palabra "Raison", t. 11, pág. 671, Y Oeuvres, t. 11, pág. 310.

39 La Philosophie pratique de Kant, pág. 61.

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decisiva a esta pregunta. Cuando Kant habla de las re-laciones entre el mundo fenomenal y el mundo nóumencrl nos hace pensar, a pesar nuestro, en un fotógrafo aturdi-do que hubiera mezclado sus clisés y no lograse decir cuál es el positivo y cuál el negativo.

Nada tan significativo a este respecto como el espec-táculo de las antinomias. En las tesis y en las antítesis, con el contraste de las psicologías que las inspiran, dos edades del pensamiento están bien enfrente la una de la otra. De un lado el realismo de la inteligencia, la visión arcaica de un mundo dado como finito en el espacio y en el tiempo, compuesto de elementos indivisibles y ab-solutos, suspendido a la acción trascendente de una cau-sa primera. Y del otro el idealismo de la inteligencia, que sin cesar prosigue la obra de coordinación analítica, que impide romper el encadenamiento de antecedentes y de consecuentes gracias al cual nuestro mundo es un mundo. Pero aquí es donde a través de la ruina de la Psicología y de la Teología racionales, los artificios sola-pados de la acusnzátic,a acaban por consumir y cansar el genio del matemático. Sugieren a Kant la maniobra me-tafísica más inesperada y más insostenible. Mientras que los enunciados de los problemas son exactamente para-lelos en los cuatro órdenes de categorías, las soluciones propuestas por los dos primeros y por los dos últimos van a convertirse en antinómicas entre sí. Kant había comenzado por seguir hasta el extremo la exigencia de la crítica, tal como él mismo la había definido en su estricto rigor, poniendo coto a toda tentativa de trans-poner a lo absoluto nuestras representaciones de lo finito o de lo infinito, de lo simple o de lo compuesto. Cuando llega a la tercera antino:..nia pretexta el carácter "diná-mico" que le atribuye para romper la cadena del idealis-mo trascendental. La causalidad va a evadirse fuera del tiempo que era lo único que le aseguraba un asiento ver-

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dadero, y prestará una apariencia de consistencia a la ficción de una libertad que el hombre habría ejercido mientras su conciencia permanecería extraña a ella. Por ese desvío se vuelve la Crítica contra sí misma, y el sis-tema termina en una reintegración oblicua, en claroscuro fideísta de los dogmas que estaban implicados en el pasa-do metafísico y teológico de su autor.

Tal inversión de ideas debía provocar una brusca so-lución de continuidad, si no en la marcha de las ideas filosóficas por lo menos en la perspectiva de las edades de la inteligencia. Sucedió que el pensador más alejado del romanticismo favoreció directamente la corriente de regresión que marca el fin del siglo XVIII. U na coinci-dencia bastante curiosa hace que Lévy-Bruhl, antes de consagrarse a la investigación de la mentalidad primitiva, en una de sus primeras obras haya estudiado a Jacobi, el contemporáneo de Kant sobre quien más había hecho presa la "categoría afectiva de lo sobrenatural" y que tuvo un papel predominante en la evolución de la meta-física alemana. En el curso de su larga carrera jamás cesó Jacobi de ser el adversario resuelto del pensamiento del siglo XVIII en cuanto éste apela efectivamente a la razón. Ahora bien: la lectura de la Crítica de la razón pura le revela qué partido puede sacarse contra el ra-cionalismo de la distinción entre Verstand y Vernunft. Bajo la influencia de Kant cambia, no de doctrina, sino de terminología... "Jacobi sigue combatiendo con la misma vivacidad la filosofía de las luces. Sólo que en lugar de reprochar a esa filosofía que dé demasiada im-portancia a la razón, la censurará en adelante por darle demasiada poca" 40. Lo que no tiene nada de extraño, puesto que la razón se dejará definir en el futuro como

40 LÉvy-BRUHL, La Philosophie de JacobiJ

1894, pág. 57.

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la "facultad que nos hace creer en lo incomprensible, aun si contradice lo que comprendemos" 41.

Hegel llevará, en fin, al colmo la confusión verbal, haciendo que la contradicción entre a formar parte inte-grante del proceso de la lógica. A consecuencia de esto se tornará literalmente imposible discernir el sentido efec-tivo de sus especulaciones. Serán esto a menos que no sean aquello. Kroner, uno de sus más autorizados intér-pretes, dirá de la dialéctica hegeliana que puede consi-derarse como irracional tanto como racional 42. Y J ean \Vahl, a su vez, se pregunta "si, no siendo Vernunft la razón ordinaria, el filósofo de la Vernunft es un racio-nalista o un irracionalista". Y agrega: "Además, ¿no pro-viene una parte del atractivo de Hegel de esa especie de esfuerzo filosófico por el cual hizo entrar a lo irracional en la razón y dió satisfacción a la vez a la necesidad de irracional y a la necesidad de racional, viniendo lo uno a fundirse en lo otro por la magia misma del filósofo?" 43

Pero nosotros sabemos demasiado bien de qué lontanan-za, más teológica aún que metafísica, procede la fusión mágica de los contrarios. El fantasma de lo irracional es inseparable del prejuicio de lo inteligible, destinado a desvanecerse con él en cuanto la razón dialéctica, la V er-nunft inevitablemente ilusoria de Kant, cesa de proyec-tar su nombre sobre la razón analítica, sobre el Verstand de verdad, gracias al cual el hombre penetra cada vez más adelante en el conocimiento del mundo.

Una vez más nos volveremos hacia la historia, que nos dejará el camino libre para seguir, entre el formalismo del concepto y el empirismo de la intuición, el progreso de la ciencia positiva. En la herencia que nos viene de

41 Ibíd., pág. 87, con referencia a la edición de las Oeuvres com-pletes, 1812-1825, t. I1I, pág. 403.

42 Von Kant bis Hegel, t. 11, 1924, pág. 271. 43 Revue pbilosophique, noviembre-diciembre de 1931, pág. 451.

EL UNIVERSO DE LA RAZÓN 109

un Descartes y de un Kant, tenemos que hacer la sepa-ración del método y del sistema, haciendo el balance de sus créditos sobre el porvenir y de sus deudas con el pasado. Liberemos al uno del realismo que explica su deliberado propósito mecanicista, al otro del apriorismo que lo hace prisionero tanto de Newton como de Aris-tóteles, y he aquí que recuperan el aire de la juventud para ir al encuentro de la inteligencia, tal como en efec-to se reveló desde su época, cada vez más poderosa en la creación de tipos de coordinación, de grupos de trans-formación, más escrupulosa en su ajuste a los datos de una experiencia cada vez más minuciosa, cada vez más refinada.

A este respecto el paso decisivo está en la constitu-ción de geometrías que recurren a postulados diferen-tes de los postulados de Euclides. Esas geometrías "se apoyan en otros hechos matemáticos que las geometrías ordinarias. Yesos hechos primero nos sorprenden un poco, porque no habíamos sabido descubrirlos por in-tuición directa y porque nos cuesta algún trabajo imaginarlos. Pero en las matemáticas modernas hay muchas otras teorías que dejan atrás a nuestra imagi-nación y donde sólo la intuición más emancipada de los sentidos es capaz de progresar, con ayuda de la lógica. Lo (lUe es particular a las teorías no-euclidianas es que en ellas se emplean en un sentido inusitado pa-labras consagradas por un uso milenario (recta, círcu-lo, etc.). Es una cuestión de vocabulario" 44. Pero agre-guemos: no sólo de vocabulario. Conviene que miremos como provisional el aspecto de negación bajo el cual se presentaron primeramente los geómetras no-euclidia-nos. En la filosofía de la ciencia clásica el espacio era el mediador único y necesario gracias al cual la razón desembocaba en la realidad. Una vez rota su conexión,

44 PlERRE BOUTROUX, Les Matbé1l1atiques, 1922, pág. 75.

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la matemática debía parecer rechazada del lado del formalismo abstracto. La libertad misma con que el espíritu creaba grupos de relación que son específica-mente geométricos sin no obstante implicar representa-ción correspondiente, se interpretaba como si en la ciencia el espíritu se hiciese simplemente eco a sí mismo, no firmando "convención" más que consigo mismo y en el solo interés de su "comodidad". Así Henri Poin-caré no vacilaba en predecir que la geometría euclidiana, en virtud de su privilegio de simplicidad que hará que siempre se la prefiera a toda otra, "no tiene nada que temer de experiencias nuevas" 45. Pero esta presunción fué desmentida por las teorías de la relatividad genera-lizada. El espíritu hace participar a la naturaleza de la libertad reconquistada frente al espacio, le proporciona el medio para que decida ella misma entre los tipos de coordinación analítica que el matemático le propone y revele así el secreto de su estructura. En el momento mismo en que desesperaba de ello, esas teorías dan al sabio la preciosa seguridad de que no se limita a hacer hablar al universo como la humanidad de antaño hacía hablar a Dios, con la ilusión de escucharlo.

Recurriendo a las propiedades del continuum no-euclidiano para estrechar a la experiencia más de cerca de lo que había podido hacerlo la mecánica newtoniana, la teoría relativista de la gravitación responde de una manera victoriosa a la inquietud intelectual que no había cesado de suscitar desde el siglo XVII la introducción enigmática de la acción a distancia. El sistema einste-niano del mundo es una cosmometría en que la coordi-nación analítica se amolda directamente a los datos de la observación, en función de los coeficientes que éstos proporcionan, sin interponer relaciones abstractas como

45 La ScicJ?c( et I'Hypotbese, pág. 93.

I EL UNIVERSO DE LA RAZON 111

las que expresaba la fórmula newtoniana de la ley 46.

En la medida del espacio está implicada la consideración de la materia que lo ocupa y que hace su realidad. La imposibilidad de separar forma y contenido resuelve así la dificultad en que había quedado enredado Kant cuando afirmó teóricamente, sin poder no obstante ni demostrarla ni siquiera precisarla, la conexión de una razón y de una experiencia que no se definen en la Crítica sino excluyéndose mutuamente.

y he aquí lo que es todavía más notable: mientras que la Estética trascendental edifica la doctrina del tiempo sobre el modelo de la doctrina del espacio, Einstein consiguió hacernos concebir esa intimidad sor-prendente de la forma matemática y del contenido empírico pasando por el desvío del tiempo. La relati-vidad del tiempo, tal como la comprendía la mecánica del siglo XIX, parecía revelar una deficiencia del saber humano. Mach escribía: "Nos encontramos en la impo-sibilidad absoluta de medir por el tiempo las variaciones de las cosas. El tiempo es más bien una abstracción a la cual llegamos por esas variaciones mismas, gracias al hecho de que no estamos forzados a ninguna medida determinada, puesto que todas dependen las unas de las otras" 47. Desde este punto de vista, considerado el tiempo como un instrumento de medida, si no arbitrario por lo menos absolutamente ideal, como una relación matemática que sería posible aplicar indiferentemente a los fenómenos sin tocar a la manera en que se ma-nifiestan, era de esperar que gracias a un dispositivo conveniente nos encontrásemos en condiciones de apre-ciar, en relación con la velocidad de la luz, lo que

46 L'Expérience humaine et la Causalité physique, § 191, págs. 429-430.

47 La Mécanique, trad. Em. Bertrand, 1904, pág. 217. [Hay versión castellana: Desarrollo histórico-crítico de la mecánica, trad. del ing. José Babini, Editorial Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1949.]

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deberemos, según los casos, agregar o rebajar para llevar cuenta del movimiento de la tierra. La esperanza quedó frustrada por los resultados negativos de la experiencia Michelson-Morley. Tropezó con la resistencia del mun-do; fracaso aparente de donde salió la más profunda de las enseñanzas para la ciencia y para la filosofía.

La interpretación de Einstein de las ecuaciones de Lorentz hace evidente que el hombre no puede obtener del universo un conocimiento verdadero sin haber refle-xionado sobre su posición de sujeto con respecto al objeto. Esta reflexión deja de ser una simple opinión de metafísica, que no tendría ninguna repercusión sobre el tratamiento científico del problema. En el grado de precisión que el refinamiento de la técnica experimental ha permitido alcanzar, ya no podemos plantear correcta-mente el problema si no disponemos de un patrón temporal que esté dotado de realidad física, homogéneo a lo que debe medir, siendo él mismo una realidad fí-sica. Partiendo de la velocidad constante de la luz como de un hecho-límite más allá del cual no puede remontar el análisis, sirviéndose por consiguiente de la señal luminosa como de un vehículo de simultanei-dad, se torna posible comprender el lazo que hay entre las diferentes perspectivas que los observadores en reposo o en movimiento los unos en relación con los otros tie-nen de los acontecimientos, sin dar privilegio a ninguna de ellas. La relatividad completamente subjetiva de Mach y de Poincaré ha cedido lugar a un proceso de "relativización" objetiva que, gracias a Minkowsky y a su concepto del espacio-tiempo, se transporta de la teo-ría de la luz a la teoría de la gravitación. "La relatividad echa definitivamente abajo la idea de cualidades primeras e intuitivas a la vez como la extensión de Descartes. Ya no hay invariantes intuitivos en la explicación del uni-verso, a menos que se espere llegar algún día a la

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EL UNIVERSO DE LA RAZÓN 113

intuición del espacio-tiempo (si verdaderamente es una realidad no sólo matemática). Sin duda los filósofos lo sabían desde hacía mucho tiempo", agrega René Poi-rier 48. y sin embargo fué preciso que lo aprendiesen de nuevo, tan perpetuamente traicionada estaba su in-tención por la indigencia del lenguaje que, a causa del nivel mental a que debe su nacimiento, sigue siendo incapaz de expresar la verdad de un idealismo cuidadoso de no sacrificar el conocimiento del mundo a la gene-ralidad de las formas lógicas o a los datos de la intuición sensible.

De esta correlación entre el sujeto y el objeto, conside-rados no ya en la abstracción de sus conceptos sino en su realidad de factores epistemológicos 49, se puede decir que hizo descender al idealismo del plano de la filosofía al plano de la ciencia. y apenas es necesario insistir en la confirmación no menos sorprendente de que es deu-dora la crítica filosófica al impulso prodigioso de la atomística. También aquí la victoria del buen sentido procedió de la derrota que infligió la experiencia a las creencias implícitas del sentido común. Hasta el siglo XIX el átomo era un puro concepto del espíritu, fragmento de espacio imaginado indivisible y establecido en el ser; con este título pasó por un principio de explicación. Ahora bien: desde el momento en que la técnica expe-rimental nos proporcionó el acceso a lo que se llamaba lo infinitamente pequeño, el átomo ha sido depuesto de su poder explicativo; se convirtió, absolutamente al con-trario, en algo extremadamente difícil de comprender. La inteligencia tuvo que liberarse de todo prejuicio, no sólo. de simplicidad sino de representación, para recurrir

48 Journal de Psychologie, 15 de mayo de 1926, pág. 596. 49 Cf. ]ORGEN ]ORGENSEN, Some remarks concerning the principal

metaphy sica! implicatíons of recent phy sical theories and Points of view. Proceedings of the seventh international Congress of Philoso-phy (Oxford, 1930), pág. 7.

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simultáneamente a modos de coordinación que, conside-rados en lo absoluto, parecían incompatibles. Sobre la teoría de los quanta, que parecía restablecer el reinado de lo discontinuo, se injertó una física nueva que "des-materializa" los átomos como la teoría de la relatividad general había "desmaterializado" el éter, que llega hasta desindividualizarlos, bañándolos en una onda de proba-bilidades. "La idea de partida de la mecánica ondulatoria es considerar el punto material de las antiguas teorías no como una entidad aislada que ocupa un dominio Ín-fimo del espacio, sino como una singularidad en el seno de un fenómeno periódico extenso que ocupa toda una parte del espacio" 50; un espacio que los físicos ven apar-tarse cada vez más de la figuración espacial.

Simultáneamente, las relaciones de incertidumbre o de imprevisión formuladas por Heisenberg nos obligaban a complicar el concepto ordinario del determinismo. Se hizo imposible limitarlo a la relación entre fenómenos observados, abstracción hecha del fenómeno de observa-ción que en la escala micro-física ya no se deja desdeñar. Condición objetiva y condición subjetiva interfieren de una manera a la vez inevitable e inextricable, igual que el estudio de los hechos bio-psicológicos exige que no separemos lo que de ellos conocemos desde el exterior y aquello de que somos advertidos por el interior, sin que nos encontremos en condiciones de aislar material-mente los doS' órdenes de informaciones, de concebir siquiera la frontera donde se encontrarían 51. Y el sabio no está, por cierto, al cabo de sus sorpresas, es decir, de sus dificultades y de sus triunfos. "Lo que determina la necesidad de substituir las leyes clásicas por las leyes

50 LoUIS DE BRCK;LIE, La Mécanique ondulatoire (Mémorial des Sciences physiques, fase. I, 1928, pág. 1).

51 Physique indéterministe et Parallélisme psycho-physiologique (Revue de Synthese, octubre de 1931, pág. 32.)

EL UNIVERSO DE LA RAZÓN 115

cuánticas es el cambio de dimensiones de los objetos estudiados, al pasar de las dimensiones ordinarias a las dimensiones atómicas. Pasando del estudio de la física atómica al de la física nuclear nos hallamos ante un nuevo cambio de escala de los fenómenos. " La expe-riencia de todo lo que sucedió en el caso de los átomos nos hace suponer que las leyes que regulan la manera como se conducen los corpúsculos que constituyen el átomo ya no son aplicables sin modificaciones profundas al estudio de la manera como se conducen corpúsculos que constituyen el núcleo atómico" 52.

De modo que somos maravillados testigos de un espectáculo sobre el cual se puede dudar, con M. Ba-chelard, que los filósofos hayan "reflexionado bastante: una eliminación automática de lo arbitrario, una consti-tución natural y progresiva del racionalismo físico" 5a.

En la doble vía, cada vez más precisa y más segura, que conduce de las estrellas a los átomos y que vuelve a llevar de los átomos a las estrellas, la ciencia se pre-ocujJa cada vez menos de cerrar sobre un sistema capaz de satisfacer ese ideal de explicación perfecta, de inte-ligibilidad absoluta, que fué sin embargo el móvil inicial de la investigación científica. La virtud característica de la inteligencia en la madurez de su edad, es mantenerse dispuesta a corregirse perpetuamente a sí misma, creando medios imprevistos para adaptarse a la complejidad des-concertante de un mundo que el hombre, tanto en sus partes como en su todo, debe dejar de imaginar a su misma proporción. Por eso la ambición que fué la del filósofo positivista en el sentido literalmente comtiano de la palabra: fijar el curso de la ciencia y de él sacar

52 ENRIOQ FERMI, État actuel de la physique du nOYau ato'lllique. Congres international d'Électricité, París, 1932, 1" sección, informe 22, págs. 1 y 2.

53 Les lntuitions atomistiques] 1932, pág. 98.

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116 LAS EDADES DE LA INTELIGENCIA

generalidades cuyo especialista sería, se manifiesta tan engañosa. Las generalidades de pretensiones definitivas son precisamente aquellas de que el sabio debe desconfiar y deshacerse, sea cual sea el genio que históricamente tengan derecho a reivindicar, Descartes o Leibniz, New-ton o Maxwell. El espíritu de una verdadera filosofía positiva lo hallamos notablemente expresado en 11 con-clusión de un discurso pronunciado por Charles F abry en honor de Fresnel: "Un siglo ha transcurrido desde la muerte de Fresnel; la perspectiva es bastante grande para que podamos preguntarnos qué hizo el tiempo de su obra. ¿Podemos decir que su obra permaneció inmu-table, que encaramos la teoría de la luz en la misma forma en que él la había dejado? Ciertamente no. y además, ¿sería hacer un gran elogio de una obra cien-tífica decir que ha sido imposible agregarle nada? La ciencia jamás está acabada, y decir de un descubrimiento que ha sido imposible agregarle algo, ¿no sería decir que condujo a un ·callejón sin salida?" 34.

54 Séance cO'lmnémorative del 27 de octubre de 1927 (pág. 35 del fascículo académico).

CONCLUSIÓN

SUBSTRATO y NORMA

EL PROGRESO de la filosofía poSItlva que nos hemos esforzado por despejar por medio de la consideración de las edades de la inteligencia, tropieza con una co-rriente de especulación metafísica que de buena gana toma la contraria del saber racional y que prosigue desde comienzos del siglo XIX. Escribe Émile Bréhier: "Vemos en el acceso de romanticismo que hizo estragos por entonces, no un fenómeno mórbido, sino un ejemplo particularmente claro de esa ley de oscilación en la evolución del pensamiento que señaló Cazamian a pro-pósito de la historia de la literatura inglesa; cuando la reflexión y el análisis crítico han sido las facultades dominantes de una época, la época siguiente da muestras de predilección por el sentimiento, por la intuición in-mediata, por el gusto de la acción y del ensueño, por la aspiración a la síntesis universal" 1. Ahora bien: una ley de alternación tal, si bien da razón admirablemente de los cambios de la moda en el mundo literario, de los saltos de humor a que es debido el éxito, no se aplica directamente más que a una manera de filosofar sobre

1 Histoire générale de la Philosophie, t. 11, 1932, pág. 578, con re-ferencia a las primeras páginas de la Évolution psycbologique et la Littérature en Angleterre, por L. CAZAMIAN (1920), cap. 1, Rythme psychologique et influences sociales.

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118 LAS EDADES DE LA INTELIGENCIA

la cual no tiene asidero la exigencia de una investigación metódica, que refleja sobre todo, a las miradas del his-toriador, las aspiraciones divergentes, las angustias polí-ticas y las dificultades materiales de un país o de una generación. El problema residirá, pues, en saber si la filosofía no es también y si no es sobre todo otra cosa: una disciplina que se establece en vista de la verdad, que por consiguiente aparecerá igualmente indiferente al conformismo sociológico o a la rebelión individualista, una filosofía inmanente e impersonal cuyo desarrollo a través de los siglos de nuestra civilización debe servir para juzgar a los filósofos.

Considerando desde el exterior las obras de una misma época, de la nuestra en particular, forman una masa extravagante y confusa, como comparsas de abigarrados trajes que se mezclan entre los bastidores de un teatro antes de entrar en escena para realizar un desfile retrospectivo según el orden de la cronología. Mas pierden su aspecto superficial y falsamente contemporá-neo cuando el análisis de los elementos que encierran, de su orientación y de sus consecuencias permite precisar la fecha de su concepción original, que no coincide con la de su aparición o de su reaparición. Si se ha conseguido determinar la edad de inteligencia que suponen, se las ve referirse a planos sucesivos, a niveles diferentes, y formar parte integrante de un movimiento de conjunto.

Bergson puso de manifiesto con profundidad el vicio de un racionalismo estático que se deja arrastrar por el prejuicio de lo inmutable hasta transponer lo sucesivo a simultáneo. La crítica idealista discierne los tiempos y restablece los planos. Indudablemente, en cada época se establece una especie de síntesis que parecerá fijar las leyes del pensamiento a la manera en que los diversos idiomas parecen haber estabilizado para siempre su voca-bulario y su sintaxis. Pero precisamente la lingüística

CONCLUSIÓN / SUBSTRATO Y NORMA 119

moderna muestra cómo evolucionan las lenguas, por ejemplo del latín a las que de él han derivado: italiano, francés, español, rumano, etc. En esta evolución se dis-cierne la influencia de dos factores: norma ideal del latín y substrato que variaba de una provincia a otra 2. Los mismos elementos entran en contacto y en conflicto en el plano superior del conocimiento, por el paso de la representación sensible a la ciencia racional. En nuestro estudio de las edades de la inteligencia volvemos a hallar, en cada estado del saber y de la reflexión, el substrato, es decir, el fondo de hábitos mentales que constituye la infraestructura biológica y social del espíritu, y la norma, es decir, el impulso de la razón liberándose del realismo de la imaginación para crear combinaciones de relaciones en conexión cada vez más estrecha con los resultados de la técnica experimental. Entre ese substrato y esa norma, los grandes sistemas sobre los cuales se ejercita aun hoy la meditación de la humanidad corresponden a una tentativa de equilibrio y de armonía: pero la armo-nía será sólo aparente y precaria, sin embargo el equilibrio está condenado a seguir inestable y ruinoso a menos que la naturaleza y el papel respectivo de los dos factores hayan sido enteramente aclarados y radicalmente discernidos.

Con la metodología de la aritmética pitagórica se des-pejó la norma de lo verdadero; pero los pitagóricos qui-sieron hacer de ella un substrato. Su realismo corrompió el sentido de su racionalismo, hasta el punto de que en su admirable descubrimiento no supieron reconocer la forma auténtica de la inteligencia. El equívoco de lo irracional les sirvió de pretexto para volver a las supers-ticiones y a las prácticas más alejadas de la sabiduría a que se había consagrado la Escuela. Y parece que no sucedió otra cosa con Platón, por lo menos si debemos

2 MEILLET, Les Langues dans l'Europe nouvelte, 2<.1 ed., 1928, pág. 88.

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juzgarlo por la interpretación que da Aristóteles de su enseñanza y que para la posteridad es de fe. En todo caso, la oposición del Liceo y de la Academia nos mues-tra a Aristóteles volviendo al realismo matemático en provecho de un realismo metafisico en que el substrato es tomado como norma. La relación de la inteligencia con su objeto, la esencia inteligible, es imaginada por el modelo de la relación de Aristóteles que admite implíci-tamente entre la sensación y la cosa sensible, como si esta cosa pudiese estar dada en derecbo antes de estar dada en becho, por una especie de preintuición que ten-dría el privilegio de ser ontológicamente superior al acto mismo del sentir. El círculo vicioso es de una evidencia cegadora; pero lo propio del sentido común es disimularse a sí mismo, en afirmaciones de apariencia espontánea, ese residuo inconsciente de idolatría natural, de dogma-tismo instintivo que el análisis descubre en el fondo de la mentalidad primitiva. Por otra parte, una crítica de la percepción no podía adquirir significación positiva más que desde un punto de vista más elevado que la percepción, y la humanidad debía alcanzarlo sólo con la constitución de la ciencia racional. Hasta entonces, hasta el siglo XVII, si la realidad del mundo sensible era puesta en duda, lo era en beneficio de un escepticismo que resultaba difícil, en efecto, tomar en serio.

y no sólo eso; mientras no estuvo destrabada la dis-ciplina que por la intervención del cálculo supo erigir a la experiencia en método de interrogación activa y de verificación precisa y, por consiguiente, mientras el con-tacto con la realidad del mundo se hizo únicamente por los datos de los sentidos, el filósofo estuvo obligado a trazarse un cuadro de la inteligencia absolutamente contrario al que la ciencia debía presentarnos. La razón no era entonces más que la facultad de los conceptos, y por los conceptos Platón (es decir, aquí, el Platón

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OONCLUSIÓN / SUBSTRATO Y NORMA 121

de la tradición escolástica, el maestro del mundo inte-ligible) "podía imaginar que adquiría la idea de cosas superiores a la realidad. Es, al contrario" (replica jus-tamente Émile Boutroux), "la realidad empobrecida, des-carnada, reducida al estado de esqueleto" 3. De ahí que se produjera un quid pro qua fundamental, de donde deriva la "querella" perpetuamente renaciente de las "generaciones", el atractivo que tiene para los jóvenes de hoy lo que ellos llaman lo concreto, su repulsión (amantes ebrios de carne) frente a un idealismo que con gusto califican de exangüe. Tal vez puedan sacar provecho de una anécdota que cuenta un excelente hu-morista, M. de La Fouchardiere, y que nos lanza en pleno corazón de nuestro problema. "Hace mucho tiempo conocí en provincias a un viejo burgués muy avaro y que no carecía de psicología, a juzgar por este rasgo. En ocasión de un 1 Q de enero o de un aniversario se vió una vez obligado a hacerle un regalo a su joven sobrino, de tres años de edad. Sonriendo, ante una familia estupefacta ante tanta generosidad, sacó de su portamonedas un billete de cincuenta francos y se lo tendió al niño. Pero al mismo tiempo, con la otra mano, sacaba de su bolsillo una soberbia naranja, fruta bastante rara en aquella región y en aquella época. ¡Elige!, le dijo el tío al sobrino. El niño no vaciló ... y el viejo avaro, con un suspiro de satisfacción, volvió a guardar el billete en la cartera."

Frente a las variaciones innumerables sobre el tema de lo concreto, a que se entregan nuestros jóvenes contem-poráneos, medítese ahora sobre la frase profunda de los Nuevos Ensayos: no siendo tal lo concreto más que por lo abstracto \ y nos convenceremos de que la razón

3 La Contingence des lois de la nature, J? ed., 1898, pág. 49. [Hay versión castellana: Las leyes naturales, trad. y prólogo de Diego Ruiz, F. Granada y Cía. Editores, Barcelona, 1906.]

4 Libro n, cap. IV.

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considerada en dos edades diferentes de la inteligencia, partiendo de la percep'ción sensible y partiendo de la ciencia positiva, no ofrece de común nada más que el nombre. Para Aristóteles, como para el niño, lo que existe son los objetos particulares revelados por las cua-lidades cuyo substrato constituyen. y a medida que la razón se alejase de lo particular iría hacia lo abstracto y hacia el vacío. Por el contrario, los seres que Aristóteles y el niño imaginan dados así aparte los unos de los otros, formando cada uno sistema único y cerrado, son para la ciencia moderna abstractos; lo que existe realmente es el haz de las relaciones intelectuales que permiten situar al individuo en el espacio universal con sus dimensiones ciertas y que gobiernan las circunstancias de su historia. Somos víctimas del engaño de un lenguaje pueril e in-exacto cuando decimos de un cuerpo que es pesado o que respira; puesto que el peso y la respiración son muy otra cosa que los predicados de un sujeto, una conse-cuencia de la vecindad de la masa terrestre, una función de cambio químico con el medio. En resumen: desde el punto de vista de la razón verdadera, que está en las antípodas de una razón escolástica, "el ser no consiste en una pura abstracción, sino en el hecho de que cada parte del todo reacciona sobre el todo" 5.

El cambio de sentido entre 10 abstracto y lo concreto, según que el universo se contemple en el nivel animal de la percepción o en el nivel humano de la ciencia, hace comprender hasta qué punto es raro que las con-troversias de una época, incluso las más vivas y las más ruidosas, pongan en lucha a contemporáneos verdaderos. El proceso de la inteligencia, tal como aún lo vemos instituirse en nuestros días, no podría sostenerse si los

5 JULES LAGNEAU, Célebres LCfom, 1928, pág. 121.

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CONCLUSIÓN / SUBSTRATO y NORMA 123

que improvisadamente se constituyen en procuradores tuviesen que enseñar el estado civil de la facultad que censuran, su partida de nacimiento y también su acta de defunción. Pero dan por descontada la pobreza del len-guaje filosófico, los prejuicios y las confusiones que favorece su perpetuo anacronismo, y pasan de largo, lanzándose con elocuencia contra las abstracciones con-ceptuales cuya eliminación, en leal justicia, habría de-bido ser llevada al activo de la inteligencia comprendida caritativamente y, para expresarlo todo, inteligentemente.

Cuando Aristóteles proclamaba que en el mundo sub-lunar, por lo menos, no hay ciencia sino de lo general, se refería a cierta manera de pensar que de los objetos retenía tan sólo lo que proporcionaba los medios para repartirlos en especies y en géneros, dejando escapar las determinaciones que caracterizan al individuo como tal. Lo particular es un accidente y el conocimiento de las formas nos dispensa de detenernos en él. Por el con-trario, la ley (tomada en el uso especulativo de la cien-cia y apartando todo rastro del origen sociológico de la palabra) está vuelta hacia la realidad concreta de los individuos, que se trata de resolver íntegramente en el sistema de sus componentes, estando destinado el efecto de una ley a combinarse con los efectos de las demás leyes. Así pues, no sólo de la fórmula de una ley tomada aparte no se puede deducir el hecho singular, sino que esa fórmula, por su generalidad, corre el riesgo de no ser jamás otra cosa que una aproximación. Reclama enmiendas que el espíritu científico ordena aceptlr sin accesos infantiles de mal humor, como aquéllos con que Comte acogió hace tiempo las experiencias de Regnault que tendían a restringir la simplicidad de la ley de 1\1a-riotte, y que vimos renovarse por un instante cuando la verificación de las teorías de la relatividad demostró la

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necesidad de corregir la doctrina newtoniana de la gra-vitación.

La confusión, que tratamos de disipar, entre una cien-cia que tiende a encerrar a la realidad en una red de relaciones intelectuales sobre un plano horizontal y una metafísica que se separaba de ella a medida que pretendía elevarse más alto en la jerarquía de las esencias, domina el debate que aun hoy parece oponer al realismo y al idealismo. Los adversarios simulan responderse los unos a los otros. Sin embargo no se encuentran jamás; su cuestión no es la misma. El realismo se desarrolló sobre el terreno de la percepción en la era precientífica. Y, en efecto, el mundo de las cualidades sensibles se derrum-baría si no se refiriesen a un sujeto de existencia de la manera como se refiere gramaticalmente el adjetivo al substantivo. Sólo que si el substrato que define al ser a los ojos del realismo está dado en la forma del lenguaje, tal como es transmitido de generación en generación por las sociedades indoeuropeas, no está dado más que ahí, y el idealismo tiene buena oportunidad para denunciar la petición de principio. Victoria fácil, y que por ello no es más estéril. David Hume, que siguiendo el ejemplo de Berkeley no toma contacto con la ciencia de su época más que para "ponerla entre paréntesis", se ve lanzado por sus dudas escépticas a un "humor lúgubre" 6, cuyo peso apenas alivia la confianza del siglo en la bondad de la naturaleza. Contra esa depresión de origen metafísico se esforzó Reíd por reaccionar, con un candor del que él mismo ha dado testimonio. "Rechazó la teoría cartesia-na de las cualidades segundas porque temía, dejándose ir a ella, comprometer en alguna forma la existencia real

6 Traité de la N ature humaine. Libro 1. Conclusión. Trad. frane. de M. David de las CEuvres philosophiques ehoisies, t. 11, 1912, pág. 324. [Hay versión castellana: Tratado de la naturaleza humana, trad. de Vicente Viqueira, Editorial CaIpe, Madrid, 1923.]

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de sus padres, y privar de un alimento al respetuoso afec-to que por ellos sentía. A ese escrúpulo filial del jefe de la Escuela escocesa debemos el alegato más vigoroso que haya sido escrito después de Aristóteles en favor de la certeza de la percepción exterior" 7. Alegato que cier-tamente no tiene nada de demostración. Como observó Brown en páginas a menudo citadas, Reid se limita a repetir en un tono deliberadamente dogmático la pro-fesión de optimismo que sólo a medias tranquilizaba a Hume 8. "Según Reid, la sensación es un fenómeno to-talmente subjetivo, pero, al mismo tiempo que la sen-sación, se produce por la misteriosa medicación de ciertos órganos otra operación muy diferente: la percepción. Ésta comprende al objeto tal como es él mismo y sin que ningún intermediario de naturaleza representativa se interponga entre el espíritu y la cosa. Por ejemplo, la sensación de dureza no tiene nada de común con el es-tado del cuerpo exterior, pero al mismo tiempo que esta sensación tiene lugar, una operación inmediata y cierta establece el estado del cuerpo, por el concepto de un grado de cohesión entre las partes, que exige el empleo de cierta fuerza para trasladarlas" 9. Y si no nos conten-tamos con una profesión de fe pragmática, si el recurso al sentido común amenaza destruir todo respeto a la prueba, todo cuidado de la verdad, al realismo no le quedará otro recurso que restaurar la ontología de las esencias, renovar en pleno siglo xx la querella de los universales.

Ahora bien: una vez más será cierto que la filosofía

7 CHARLES WADDINGTON, La Pensée et l'Aetion, Séances et Travaux de l'Aeadémie des Scienees morales et politiques. Nueva serie, t. XLI, 1894, pág. 304.

8 Apud HAMILTON, Fragments de Pbilosopbie, trad. frane. de L. Peisse, 1840, pág. 181.

9 HAMELIN, Le Systeme de Renouvier (Cours de 1906-1907 J, pu-b,licado por P. Mouy, 1927, pág. 263.

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no sale del brete más que disipando la ilusión de una falsa alternativa. Tan vano es oponer al idealismo empírico el realismo del concepto como el realismo de la percep-ción. Sólo es capaz de "poner las cartas boca arriba", según la expresión de Kant, un idealismo que haya sa-bido situarse en un plano superior a lo sensible, apoyado en un saber que ligue su objetividad con el incesante cuidado de una verificación experimental. "Nuestro penl-samiento va a lo real; no parte de éf' 10. El sol verdade-ro no es un globo luminoso y caliente del cual nuestros ojos atestiguan que es de tamaño mediano y nos asegu-ran que sale todas las mañanas para ponerse todas las tardes; es algo que desafía a toda representación en la escala humana, que tiene un volumen y una masa medi-dos con precisión en un espacio que no se deja confun-dir con el espacio visible, y cuya construcción, y por lo tanto su población, son obra de los geómetras y de los astrónomos.

Que tal conclusión esté implicada en el advenimiento del sistema heliocéntrico que coincide con la aurora de la civilización moderna, es cosa que nos parece evi-dente hoy en día. Pero la ciencia es una cosa, la adqui-sición de conciencia es otra. N o se realizan en el mismo tiempo ni con el mismo ritmo, yeso es lo que tornó tan complicado el problema de las edades de la inteligencia. Cuando la ciencia comenzó a substituir el sol de la per-cepción por el sol del pensamiento, debía ser natural su-poner que éste debía ser dado como aquél había parecido estarlo hasta entonces, pretendiendo cada uno existir de por sí y oponiéndose radicalmente al otro. Descartes cedió a esa tentación, a juzgar por la página famosa de la Tercera Meditación: "Hallo en mi espíritu dos ideas del sol muy diversas: la una se origina en los sentidos y debe ser colocada en el género de aquellas que arriba he

10 BACHELARD, La Va/eur inductive de la relativíté, 1929, pág. 241.

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dicho que venían de afuera, y por la cual me parece extremadamente pequeño; la otra está sacada de las ra-zones de la astronomía, es decir de ciertas nociones naci-das conmigo o, en fin, está formada por mí mismo de cual-quier forma que pueda ser, y por la cual me parece varias veces más grande que toda la tierra. Cierto es que esas dos ideas que concibo del sol no pueden ser semejantes ambas al mismo sol, y la razón me hace creer que la que viene inmediatamente de su apariencia es la que le es más disímil" 11. Sólo que si lo que decididamente lleva el mundo no es un substrato de existencia sino una norma de verdad, promover a substancia a una u otra de esas ideas será una falta igual. No tendremos que elegir entre el sol en color en que se detiene el realismo de la cualidad sensible y el sol en cifras que "hipostasiaría" el realismo de la cantidad inteligible. En lugar de dejarse engañar por el espejismo de una simetría ilusoria, en lugar de cebir el universo de la ciencia por el modelo que propor-ciona una representación estática del universo percibido, conviene mucho más proyectar sobre el proceso incons-ciente de la percepción la luz que proporciona el análisis claro y distinto del desarrollo de la ciencia. Y aquí Des-cartes será nuestro guía. ¿No abrió él la vía que tan fecunda demostró ser para la psicología moderna, cuan-do pidió a sus contradictores escolásticos que reconocie-sen una operación de juicio en el hecho mismo de ad-mitir, a título de dato inmediato, la existencia de las cua-lidades sensibles? Les señala "el error de atribuir a los sentidos los juicios que acostumbramos a hacer desde nuestra infancia tocante a las cosas sensibles, en ocasión de las impresiones o movimientos que se hacen en los órganos de los sentidos ... E incluso", agrega, "hice ver en la Dióptrica que el tamaño, la distancia y la figura no se perciben sino por el razonamiento, deduciendo las

11 Edic. Adam-Tannery, t. IX, pág. 31.

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unas de las otras" 12. Desde entonces, entre la imagen del sol tal como resulta de las condiciones necesarias que descubre la óptica fisiológica y su idea tal como es com-prendida gracias a "esos ojos del espíritu que son las de-mostraciones" 13, se produce, no la ruptura decisiva que exigía el substancialismo cartesiano, sino la continuidad de progreso sobre la cual tan felizmente debía insistir Spinoza. La idea no excluye en derecho, así como no expulsa de hecho, a la imagen. Más bien la legitima re-lacionándola con las leyes que gobiernan las perspectivas orgánicas de la visión humana, al mismo tiempo que tras-pasa su horizonte por una coordinación de los fenómenos que ya no está referida al centro orgánico de la sensibi-lidad, y cuya universalidad garantiza su valor. Volvien-do en la Ética a echar mano del mismo ejemplo del sol para ilustrar su teoría de los géneros de conocimiento 1\ opone victoriosamente Spinoza, al realismo estático cuya tradición había seguido la física cartesiana, el idealismo dinámico que es el carácter distintivo de la filosofía mo-derna.

La oposición todavía se acentúa y se profundiza con Leibniz. Llevando más lejos la reflexión sobre el aná-lisis de Descartes, Leibniz deduce la resolución completa del espacio en la ley de las perspectivas propias a cada mónada, y al mismo tiempo muestra cómo la armonía de esas perspectivas recíprocas conduce a la unidad ob-jetiva del universo. "La dificultad que se nos presenta acerca de la comunicación del movimiento, cesa cuando consideramos que las cosas materiales y su movimiento

12 Réponse aux Sixihnes Objections aZLX Méditations. Edic. Adam-Tannery, t. IX, págs. 236-237.

13 SPINOZA, Éthique, Parto V, Théor. 23, Scolie. [Hay varias ver-siones castellanas de la Ética, entre ellas las de Manuel Machado, Edi-torial Garnier, París, s/fecha, varias veces reeditada; y la de Juan Carlos Bardé, Librería Perlado, Buenos Aires, 1940.]

14, Parto lI, Théor, 35, Scolie.

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no son más que fenómenos. Su realidad sólo está en el consentimiento de las apariencias de las mónadas. Si los sueños de una misma persona fuesen exactamente segui-dos y si los sueños de todas las almas concordasen, no necesitaríamos otra cosa para hacer de ellos cuerpos y materia" 15.

Divinización sorprendente que sólo satisfará de manera absolutamente precisa la ciencia de nuestra época, en que la verdad del universo se establece sobre la fórmula de una invaricmte gracias a la cual se coordinan las diferentes perspectivas de las món.adas en reposo o en movimiento las unas en relación con las otras. De Einstein y de Planck, de sus jóvenes émulos que nos enseñaron a des-cubrir la estructura del mundo en fórmulas analíticas, pudo decir Juvet que habían manifestado "como una ap-titud nueva para desenmarañar las leyes de la naturale-za" 16. "La relatividad se constituyó entonces como un franco sistema de la reIacióG. Violentando hábitos (tal vez leyes) del pensamiento, se aplicaron a comprender la relación independientemente de los términos relaciona-dos, a postular relaciones más bien que objetos, a no dar una significación a los miembros de una ecuación más que en virtud de esa ecuación, tomando así a los objetos como extrañas funciones de la función que los pone en re-lación" 17.

Las palabras de que aquí se sirve BacheIard ponen de manifiesto la profundidad de reflexión que fué necesa-ria para romper los marcos del lenguaje vulgar y dar por fin a la física matemática la plena conciencia de su psico-logía. Y podremos preguntarnos si Leibniz tuvo la au-dacia de llegar hasta el extremo de ese idealismo racio-

15 Nota de una Lettre ti Bourguet, deJ 22 de marzo de 1714. Edic. Gerhardt, t. III, pág. 567.

16 La Structure des Nouvelles Théories physiques, 1933, pág. 135. 17 BAcHELARD, La Valeur inductive de la Relativité, 1929, pág. 98.

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nal, de seguir sin desfallecimientos y sin desvíos el pro-ceso de "objetivación" que conduce a definir la realidad del mundo por la convergencia de sus expresiones racio-nales. En su fuero interno tal vez, pero ante sus con-temporáneos seguramente no. Una nota de su corres-pondencia con el P. des Bosses lo muestra lanzándose de nuevo bruscamente en un plano de trascendencia donde el objeto vuelve a ser (no para el hombre, sin duda, sino para Dios) lo dado de la imaginación espacial. "Si los cuerpos son fenómenos y si se juzga por la apariencia que de ellos tenemos, no serán reales, puesto que esas apariencias varían según las personas. La realidad de los cuerpos, del espacio, del movimiento y del tiempo parece, pues, consistir en que son los fenómenos de Dios, objetos de una ciencia de visión. Entre la manera cómo los cuer-pos se nos aparecen a nosotros por una parte y por la otra a Dios, la diferencia es en cierta forma la misma que entre las descripciones, ya sea de las perspectivas del ob-jeto ya del objeto mismo. Las imágenes en perspectiva se diversifican según la posición del espectador, mientras que la visión geométrica es única. Dios ve las cosas exac-tamente tales como son en su verdad geométrica, mien-tras sabe igualmente cómo cada cosa se aparece a éste o aquél, y de esta manera Dios contiene en sí eminente-mente todas las apariencias" 18.

El interés de este texto contradictorio reside en que pone de relieve el servicio decisivo que Kant rindió a la filosofía del espíritu con la refutación irrefutable de la ontología leibnizowolffiana. En lo sucesivo es evidente que toda pretensión al dogmatismo metafísico disimula un recurso a la primacía de lo espacial. A falta de ese apoyo implícito la noción de trascendencia ya no tiene nada a que el pensamiento pueda asirse, ni siquiera la va-nidad engaizosa de una metáfora; es la pura nada de in-

18 Febrero de 1712. Edic. Gerhardt, t. n, pág. 138.

CONCLUSIÓN I SUBSTRATO Y NORMA 131

teligencia, el nihil negativum de que hace la literatura mística uno de sus temas favoritos. En cambio, si Kant atribuía un alcance capital a la ciencia de Copérnico era porque demuele, junto con el realismo espacial, el an-tropocentrismo ingenuo del cual procedía la visión me-dieval del mundo, profano y sagrado. L.a verdad del uni-verso nos introduce a la verdad del espíritu. La sabiduría por la cual el sujeto pensante se aparta de su horizonte terrestre para tornarse capaz de comprender desde el punto de vista del sol la revolución de los planetas y de ahí de coordinar el sistema de los datos sensibles, revela todo el sentido del bomo duplex. Ella nos prohibe con-fundir el yo espiritual de la ciencia con el yo biológico de la percepción, que se fiaba cándidamente de su mirada y pretendía explicar los fenómenos del cielo según sus apariencias inmediatas.

Queda por vencer un último prejuicio. Esa progresión interior, esa conversión a la razón que acarrea una es-pecie de desdoblamiento en la perspectiva del yo sobre sí mismo, exige, para ser interpretada de manera correc-ta, que nos defendamos contra las asechanzas del lengua-je que, por la necesidad misma de la expresión, hace de la conciencia un objeto, de la norma un substrato. Tam-bién en esto fué Descartes el iniciador. Gassendi, siempre pronto a transponer, con una habilidad pérfida, el pensa-miento de su adversario a los marcos de la especulación precartesiana, cree atraparlo en falta con el recuerdo, del principio escolástico: ningún ser actúa sobre sí mismo. De donde deduce que el espíritu no será más capaz de percibirse que el ojo de verse a sí mismo sin la ayuda de un espejo 19. Ante lo cual Descartes confiesa que no le

19 Cinquiemes Objections contre la Troisieme Méditation. Edic. Adam-Tannery, t. VII, pág. 292.

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cuesta ningún trabajo responder: N o es el ojo el que ve el espejo igual que no se ve a sí mismo; sólo el espíritu conoce al espejo, aloJo y a si mismo 2'1). Y quizá no haya fórmula que haga resaltar con más lucidez la conexión Íntima de la crítica idealista y del espiritualismo verda-dero. "El Cogito " , escribe Jean Piaget, "es el resultado de la reflexión sobre las matemáticas. El titulado subje-tivismo kantiano es la adquisición de conciencia de la objetividad física. La interiorización en teoría del cono-cimiento es la expresión directa y necesaria de la objeti-vidad en ciencia. Sólo es subjetivista el realismo, que pro-yecta al exterior el contenido del espíritu. El idealismo, al contrario, s.e atiene a la expresión de la actividad científica auténtica, la cual consistió siempre en aplicar al dato bruto de la percepción física las conexiones ma-temáticas debidas al poder legislativo del espíritu. En resumen: interiorización y subjetividad no tienen nada que ver la una con la otra sino por parecido verbal. Hay tres y no dos términos entre los cuales se impone la elec-ción: la trascendencia, el yo y en último lugar el pen-samiento con s.us normas impersonales. Ahora bien: el inmanentismo equivale a identificar a Dios, no con el yo psicológico, sino con las normas del pensamiento" 21.

Es, pues, literalmente falso que el idealismo racional, fundamento de una ciencia objetiva, se confunda con un idealismo psicológico como el de Hume. Sin embargo escribe Gilson: "Nutrido de idealismo kantiano, el hom-bre moderno estima que la naturaleza es lo que de ella hacen las leyes del espíritu. Perdiendo su independencia de obras divinas, las cosas gravitan en adelante en torno al pensamiento humano del cual sacan sus leyes. .. Le-gislador de un mundo al que da nacimiento su propio

2'Il Cinquiemes Réponses, [bíd., pág. 366. 21 Apud Deux Types d'Attitude religieuse, hmncmence et Trans-

cendal1ce, 1928, pág. 35.

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CONCLUSló;sr / SUBSTRATO Y NORMA 133

pensamiento, el hombre es desde ese momento prisionero de su obra y ya no conseguirá evadirse de ella" 22. Ahora bien, es preciso insistir en ello: Kant es decididamente inocente de los contrasentidos que demasiado a menudo (no cabe duda) se cometieron en su nombre. "Por do-quiera se extiendan la percepción y lo que de ella de-pende, en virtud de las leyes empíricas, allí se extiende también nuestro conocimiento de la existencia de las co-sas. Si no partimos de la experiencia o si no procedemos de acuerdo con las leyes del encadenamiento empírico de los fenómenos, nos vanagloriaríamos en balde de querer adivinar y escudriñar la existencia de cualquier cosa."

Encima de lo cual, en la segunda edición de su obra y para forzar la mala voluntad de sus contemporáneos a la inteligencia de su pensamiento, agregará las páginas clá-sicas que anuncia en estos términos: "Pero el idealismo eleva una fuerte objeción contra esas reglas que prueban la existencia mediatamente, y es, pues, aquí donde es preciso naturalmente colocar su refutación" 23. Nadie ig-nora tampoco con qué decisiva claridad cuidó Kant en su Prefacio de 1787, de poner de relieve la insuficiencia del subjetivismo a que se pretendía reducir su doctrina: "La razón debe presentarse a la naturaleza llevando de una mano sus principios que son los únicos que pueden dar autoridad de ley al acuerdo mutuo de los fenómenos, y de la otra a la experimentación que ha imaginado de acuerdo a esos principios a fin de ser instruídos por ella, no sin embargo como un escolar que deja que le cuenten todo lo que le place al maestro, sino al contrario, como un juez en funciones que obliga a los testigos a respon-der a las preguntas que les hace" 24. Es una bonita broma cortarle a alguien un brazo para luego poder acusarlo de

22 L'Esprit de la Philosophie médiévale, t. n, pág. 40. 2J3 Crítica, trad. franco Pacaud-Tremesaygues, pág. 237. 24 [bid., pág. 20.

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manco. Sin embargo importa no dejarse engañar dema-siado por eso. Y por otra parte, si el autor del Espíritu de la Filosofía Medieval está fielmente apegado al realis-mo nominal que se traduce en la "metafísica" del Éxodo: Yo soy el que soy 25, y a la analogía antropomórfica que se disimula en el teocentrismo del Génesis: Hagamos al hombre a nuestra imagen 26, ¿no podemos presumir que estará un poco menos autorizado cuando se propone a sí mismo como un intérprete exacto y un juez imparcial del "hombre moderno"?

A nosotros nos parece que si el "hombre moderno" tuviese derecho a dirigirle un reproche a Kant, no sería ciertamente el de haber llevado demasiado lejos la hu-mildad de nuestra condición, sino más bien el de haber seguido sojuzgado por el prejuicio de una educación escolástica, el de haber conservado un papel en su sis-tema, por encima de la experiencia sin la cual nuestro saber ya no tendría ningún contenido, al ídolo "carco-mido" de la cosa en sí. De ahí la incertidumbre ruinosa de la Crítica cuando aborda el examen de la teología y de la psicología racionales. Se diría que Kant sólo ha de conocerlas por sus caricaturas. En él, tanto como en Leibniz, el juicio ontológico reviste la forma de una proposición predicativa, y lo mismo el espejismo d¿la substancia nóumenal se yergue ante la conciencia pro-funda del Yo pienso para impedir el paso al Yo soy. El acto por el cual el sujeto tendría derecho a afirmar su propia realidad, según esta posición divergente del problema no debería diferir de aquel por el cual yo tendría que considerarme desde el punto de vista de otro, como objeto de intuición externa. Fácil es ver a qué consecuencias conduce tal interversión: mientras me

25 Cf. t. 1, pág. 54. 26 Cf. t. 11, pág. 2.

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CONCLUSIÓN / SUBSTRATO Y NORMA 135

miro a mí mismo como si para mí fuese otro no puedo dejar de ser rechazado sobre el substrato de mi pasado, es decir, sobre ese punto que viene en mí de mi fondo bio-lógico, y sobre lo que agrega a las fatalidades del instinto la influencia de tradiciones que desde lo más lejano de la mentalidad primitiva arrastra consigo la sociedad, y que en cada individuo se cruzan y se enredan hasta crear por su complejidad misma la impresión de una naturaleza original, de un carácter innato.

Pero también en ese punto es donde el análisis idealista llevará a cabo una reparación saludable. Lo propio de la vida interior está, en efecto, en la capacidad de trans-formarse por la atención misma que dedica a sí. A medida que saque a la luz los factores ocultos en los bajos fondos de lo inconsciente y de los cuales dependen mis humo-res y mis gustos, mis sentimientos y mi conducta, libe-raré en mí esa actividad de reflexión que me permitió volver a hallar el hilo de mi historia. Y así al yo-persona, que el realismo toma como algo absoluto y que es un pro-ducto bio-social, se opone una potencia de expansión espiritual que por su racionalidad adquiere un valor uni-versal. Al cesar de mirarme como otro puede verme, he adquirido la aptitud para comprender a otro como me comprendo a mí mismo, y Dios se descubre en el rigor de su ecuación en la razón eterna, en el Verbo interior. Por ahí se rompe el falso equilibrio del eclecticismo, por ahí son eliminadas las fórmulas de síntesis equívoca (tan-to la del (f7r€PJla 'TLHÓr; como la del animal razonable), tras las cuales se disimula el antagonismo de movimien-tos de pensamiento orientados, el uno hacia la imagen del substrato -carnal, el otro hacia la norma de la inmanen-cia espiritual.

El problema práctico en que concluye hoy en día la consideración de las edades de la inteligencia recuerda, pues, el que planteaba al pitagorismo, en todo el esplen-

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dar de la civilización helénica, la separación de los ,acus-máticos y los matemáticos. Sólo que con el desarrollo extraordinario de las teorías científicas y de sus aplica-ciones prácticas, ahora es desmesurada la distancia entre la vanguardia humana que realmente tiene acceso a los secretos de la naturaleza y la masa a la cual le es negada la ciencia en cuanto instrumento de cultura interior, que está reducida a no ser rozada por ella salvo por la espe-ranza de un bienestar material o la amenaza de destruc-ción salvaje.

Así, pues, si bien la humanidad no cesa de madurar en la continuidad de su movimiento, es preciso que los hombres participen, necesaria y automáticamente, en el progreso de su especie. Esta tiene su edad y ellos tienen la suya, que no varía solamente según el grado de razón y de conciencia a que cada cual ha llegado, sino también, en el individuo mismo, según los momentos de su exis-tencia, según los dominios en que se ejercita su pensa-miento. Todos vivimos de herencias contradictorias. En los más grandes: Descartes y Leibniz, Kant y Augusto Comte, la nostalgia del "dogma recibido" contrarió al impulso del método positivo, hasta terminar por quebrar-lo. Y Pascal, por haberse preocupado por la superviven-cia de su ser personal, por la inmortalidad psíquica más que por el destino moral de la humanidad, permitió que en su obra se llevase a cabo la más paradójica y sin duda la más injusta de las contradanzas. Presenta al matemá-tico como un carnal y al acusmático como un espiritual, mientras que los Pensamientos, sin embargo, pusieron de manifiesto el criterio irrecusable e irreductible de lo que nos constituye en nuestra dignidad de hombre: "La auto-ridad. Haber oído decir una cosa está tan lejos de ser la regla de vuestra creencia, que no debéis creer nada sin poneros en la situación de que jamás lo hubieseis oído. El consenso de vosotros a vosotros mismos y la voz cons-

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tante de vuestra razón, y no de la de los demás, es lo que debe haceros creer. ¡Es tan importante creer! Cien con-tradicciones serían verdaderas. Si la antigüedad fuese la regla del crédito, ¿estaban entonces los antiguos sin re-gla? Si lo fuese el consenso general, ¿y si los hombres hubieran perecido? Falsa humildad, orgullo. Levantad el telón" 27.

¿Hasta qué punto se sentirá dispuesto el lector a tomar en cuenta para sí mismo esta imperiosa intimación? Im-plica una lentitud de reflexión, una austeridad de método contra las cuales parecía legítima la impaciencia en las épocas de humanidad trastornada, de civilización inesta-ble. Frente a aquellos a quienes la multitud venera como santos o aclama como héroes esperando de ellos que la protejan de sus propias flaquezas y logren hacerla escapar a las consecuencias de sus faltas, es impopular el sabio que se niega a dar la limosna de una promesa ilusoria de éxito, cuya caridad sólo les propone a los demás elevarlos a su nivel a fin de que se atrevan, como quería Sócrates, a profesar lo que han comprendido y a ignorar lo que no saben. Sólo que desde Sócrates la experiencia de los si-glos atestigua que la multiplicidad sublime de los sacri-ficios destinados a servir a la causa de una humanidad íntimamente reconciliada consigo misma no hizo, en de-finitiva, sino tornar más ardientes y más trágicos la opo-sición de las religiones que se excomulgan, el odio de los pueblos que se exterminan. Tal vez la mejor o la única posibilidad de salvación para los hombres será adquirir conciencia de que jamás podrán ser salvados desde afuera, de que por lo tanto no tienen que ceder en su esfuerzo por existir, cada cual por sí mismo, desarrollando lo que de efectivamente universal y divino poseen: el desinterés de una razón verdadera sobre el cual se funda la verdad de un amor que mira al alma y a la libertad del prójimo.

27 Pensées, fl? 273, pág. 260.

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El más profundo y el más piadoso de los intérpretes del pensamiento católico, Malebranche, fué quien nos advir-tió: "La fe pasará, pero la inteligencia subsistirá eterna-mente" 28.

28 Traité de Morale, parte 1, cap. II, § XI, con referencia a AGUSTÍN, en Lib. Arb., lib. II, cap. 2.

INDíCE

Introducción. - MADUREZ o DECREPITUD ••..••....•. 9

Capítulo

" " "

/. - EL PREJUICIO DE LO INTELIGIBLE •••••

l/. - EL FANTASMA DE LO IRRACIONAL ••••.•

l/l. - EL UNIVERSO DEL DISCURSO ••.••••••.

IV. - EL UNIVERSO DE LA RAZÓN ••••.••••

23

41

57 83

Conclusión. - SUBSTRATO y NORMA .•••••••••••••• 117

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