55
1 Lapislázuli Juan Grompone Viernes por la noche –Este lugar es el escenario perfecto para una novela policial inglesa. Un hotel en un balneario pero en invierno, solitario, cuatro personas aisladas, elegidas con un criterio desconocido. Un gran maestro, Edmundo Canaglia el editor, que mueve todos los hilos y una historiadora que le ha dado un misterio como tema, Ivette Troglione. Una noche de tormenta, algunos invitados misteriosos... Juan Grannaso se interrumpió porque quedó mudo con imposible belleza de la rubia que había entrado al salón comedor. Tenía unos ojos de esmalte azul que le hizo pensar inmediatamente en “lapislázuli” y allí se perdieron sus pensamientos. –Buenas noches a todos, yo soy la encargada de asistirlos durante este fin de semana –dijo Lapislázuli, con ese tono cortés que las mozas de Punta del Este empleaban, solamente en temporada, con los turistas porteños. En ese momento se oyeron unos ladridos fuertes e insistentes. –Sólo esto nos faltaba para tener la ambientación perfecta: el ladrido del perro –dijo Juan. Los restantes comensales se miraron entre sí

Lapislázuli - grompone.org · 1 Lapislázuli Juan Grompone Viernes por la noche –Este lugar es el escenario perfecto para una novela policial inglesa. Un hotel en un balneario

  • Upload
    hahanh

  • View
    220

  • Download
    0

Embed Size (px)

Citation preview

1

LapislázuliJuan Grompone

Viernes por la noche

–Este lugar es el escenario perfecto para unanovela policial inglesa. Un hotel en un balneariopero en invierno, solitario, cuatro personasaisladas, elegidas con un criterio desconocido. Ungran maestro, Edmundo Canaglia el editor, quemueve todos los hilos y una historiadora que leha dado un misterio como tema, Ivette Troglione.Una noche de tormenta, algunos invitadosmisteriosos...

Juan Grannaso se interrumpió porque quedómudo con imposible belleza de la rubia que habíaentrado al salón comedor. Tenía unos ojos deesmalte azul que le hizo pensar inmediatamenteen “lapislázuli” y allí se perdieron suspensamientos.

–Buenas noches a todos, yo soy la encargadade asistirlos durante este fin de semana –dijoLapislázuli, con ese tono cortés que las mozas dePunta del Este empleaban, solamente entemporada, con los turistas porteños.

En ese momento se oyeron unos ladridosfuertes e insistentes.

–Sólo esto nos faltaba para tener laambientación perfecta: el ladrido del perro –dijoJuan.

Los restantes comensales se miraron entre sí

2

como buscando una explicación. EdmundoCanaglia se sintió obligado a explicar:

–Es su muletilla favorita. Sherlock Holmes en“El sabueso de los Baskerville” habla del curiosoladrido del perro que es curioso, precisamente,porque no ladró.

–Mi querido Edmundo –intervino CarlosMagiore– es en “Silver Blaze” en realidad. Muchasveces se cita equivocadamente este pasajeporque el título de “Baskerville” habla de perros,pero no es así. Nuestro escritor de novelaspoliciales lo puede confirmar.

Juan asintió con una amplia sonrisa defelicitación. Entró en ese momento un hombrecorpulento, abrigado con un saco marinero demarca y una bolsa de mano en cuero por todoequipaje.

–No le ha molestado el perro, ¿verdad? Shelleyes muy ladrador con los desconocidos, pero nohace más de ladrar. Es como la campanilla de LaCapilla. Perro que ladra... ya conoce –aclaróLapislázuli.

El recién llegado se presentó como GuillermoFox. Buscaba alojamiento para el fin de semana.Tenía unos asuntos pendientes que arreglar enPunta de Este. Era argentino y lo parecía.Hablaba solamente lo indispensable y se diría quetenía una gran preocupación. Canaglia intentóexplicarle que el hotel estaba reservado para losescritores–en–capilla, que no estaban preparadospara recibir público, que era un convenioespecial, que no había cena, pero Fox insistía enque necesitaba alojamiento, que este lugar

3

quedaba muy cerca de sus preocupaciones, queera una noche tempestuosa. Las razones fueron yvinieron, pero finalmente Fox dio un argumentoirrebatible:

–¿La joven que está sentada en aquella mesa,no es alguien alojado en el hotel? ¿También es desu grupo?

No lo era, nadie había advertido de supresencia hasta el momento. Canaglia no tuvomás remedio que ceder y aceptar a Guillermo Foxcomo invitado. Superado la interrupción de Fox,Canaglia reanudó su exposición.

–He contratado a esta eficiente asistente paraque los atienda todo el fin de semana. Yo no mequedaré en el hotel porque no quiero interferircon el trabajo de mis escritores. Creo que seránbien atendidos –explicó Edmundo.

Un mozo sirvió una copa de vino blanco parabrindar por el éxito de los escritores–en–capilla.Carlos Magiore brindó con agua, jamás bebíaalcohol.

–¿Nuestra eficiente y hermosa asistente tienenombre? –preguntó Juan con cierta picardía–porque si no lo tiene o lo quiere ocultar, yo lallamaré Lapislázuli.

Lapislázuli sonrió complacida y asintió con lacabeza. Todos a una corearon el nombre que eramuy apropiado al color de sus ojos.

–Los dejo, buena suerte –dijo EdmundoCanaglia y, saludando a cada uno, fue devoradopor la noche de tormenta de fines de junio.

Los escritores–en–capilla eran cuatro. CarlosMagiore, ensayista de reconocida pluma; Luis

4

Nipote, guionista y director de cine,ocasionalmente novelista y productor rural;Susana Caprifoglio, novelista, maestra, filósofa yJuan Grannaso, ocasional escritor de novelaspoliciales, hijo de papá.

El tema que los convocaba era la historia delpresunto tesoro de las hermanas Masilotti, quehizo bastante ruido durante veinte años hacia lamitad del siglo XX en Montevideo. Había libertadde elegir el género y el tema, pero tenía quetener alguna relación con el caso elegido porIvette Troglione. Para esto tendrían un fin desemana encerrados en La Capilla, en Punta delEste.

*El hotel no tenía otros pasajeros ese fin desemana. A la tormenta desatada y una lluviamolesta que no invitaba a pasar un fin de semanaen Punta del Este, se agregaba que Edmundo asílo había convenido con el hotel. El océano,embravecido y color pardo, solamente interesabaa los pescadores de brótolas que aprovechaban elmar revuelto.

Esa noche, además de la mesa de losescritores, presidida por Lapislázuli, había otrasdos mesas ocupadas: la mesa de Fox y lasolitaria pasajera. El salón comedor, con unadocena de mesas, lucía demasiado vacío con tresmesas ocupadas. Lapislázuli invitó a los dossolitarios a que se sentaran en la mesa del grupo,así no debían cenar solos. Fox no aceptó lainvitación y continuó masticando sus

5

pensamientos. La mujer alta y altanera, degestos decididos, castaña de ojos celeste, aceptóreunirse con todos para deleite del volátil Juan.

–Me llamo Gabriella Credente, soy de SanCarlos y estoy en aquí este fin de semana paraarreglar unos asuntos de mi campo y concretarunos negocios. No me viene mal un poco decompañía en estos malos tiempos –dijo a modode introducción mientras tomaba asiento en laotra cabecera de la mesa.

El primer plato era una sopa de tomates,sorprendentemente bien hecha, con sabor fresco,cuidadosamente espesada, con perfectoscroûtons en forma de cubos tal como indica latradición. La conversación giró entre temasinsignificantes. No había demasiada confianzaentre los seis comensales y esto se reflejaba enla cautela sobre los temas. El tannat rojo, amedida que descendía aumentaba el espesor dela conversación.

El segundo plato fue una sorpresa agradable.Una lasagna de masa verde cuyo rellenoalternaba ricotta con un puré de alcauciles. Apesar de que los alcauciles estaban fuera deestación, conservaban intactos su sabor. Juan lepreguntó al mozo por el secreto y dijo que lacocinera siempre guardaba corazones dealcauciles congelados para usar en el otoño ycomienzos del invierno.

–¿Estás aquí por negocios? –preguntó Juan,deseoso de cambiar la dirección de laconversación hacia la rubia o la castaña, la querespondiera– según he creído entender.

6

Gabriella cortó un trozo pequeño de lasagna ylo llevó a la boca. Hizo un gesto de disgusto.“Alcauciles” dijo y llamó con un gesto autoritarioal mozo.

–Llévese esto, no puedo soportar a losalcauciles. Tráigame unos tallarines, unosravioles, unos fideos, lo que tenga, pero lléveseesto lo más lejos posible.

El mozo, obediente, pidiendo disculpasinnecesarias, desapareció con el plato delasagnas y regresó en minutos con unosspaghetti cubiertos por una salsa roja que parecíacatsup. Gabriella la saboreó y expresó susatisfacción. Sin embargo era catsup.

–Estoy aquí porque tengo que vender miscampos, los campos de mi padre. He pasado todami vida en San Carlos y ahora, con esta malditapolítica y con la prédica de algunos presentes queno quiero nombrar –era evidente que había unaalusión personal allí– el ganado ya no es negocioen este país. Ahora sólo vale la soja que es laúnica que puede sobrevivir al dólar atrasado quehay hoy y que seguirá, según anuncian.

Se creó un silencio incómodo que solamenteCarlos intentó romper.

–Así es la economía capitalista, mi estimada.Hoy los chinos comen y compran soja, la carneroja no les interesa. He leído que una hectárea desoja produce 850 dólares por año en tanto queuna de ganado fino produce la décima parte. Noun poco menos, se trata de la décima parte.¿Quién puede querer criar ganado?

Los escritores–en–capilla asintieron conven-

7

cidos por el argumento de Carlos. Pero Gabriellano se calló y atacó nuevamente.

–Este gobierno no entiende lo que es producir.Hoy la soja es un éxito, pero mañana no laquerrá nadie. Los chinos compran porque, alretirar gente de los campos agrícolas, se hanquedado cortos de alimentos. En poco tiempovolverán a ser autosuficientes y no compraránmás. En cambio, siempre se seguirá comiendocarne de buena calidad.

–El fenómeno de Malthus –acotó Juan, peronadie se interesó por su comentario, de modoque prefirió no insistir.

–Es posible que tengas razón –concedióCarlos– pero no son los chinos ni el dólar lo quete trae a mal, es la tecnología, la falta demodernización de la producción.

–Eso –agregó Juan, esperando que ahora fueseescuchado– el Uruguay Tecnológico. Lo quenecesitamos es incorporar más y más tecnología.Computadoras arriba de los tractores para arardía y noche. Computadoras en los tambos, paraordeñar y clasificar la leche. Computadoras pararegistrar la historia de cada animal del campomediante caravanas…

Gabriella enrojeció de evidente disgusto y nopudo contenerse.

–Ya hemos oídos sus historias tecnológicas. Austed (remarcó la palabra) le falta mucho barroen los zapatos y le sobran computadoras. Esacarne que come frecuentemente es una carnenatural, producida en este país, con paisanosreales que andan a caballo y que apenas tienen

8

luz eléctrica. ¿Dónde está la tecnología en un paísque no está terminado de electrificar? O si loestá, hay que esperar a que llueva. O si llueve,entonces no funcionan los teléfonos. O si losteléfonos funcionan, Internet no. O si Internetfunciona en mi campo, entonces es muy, muycara. Sabe dónde puede meterse su UruguayTecnológico…

Lapislázuli intentó calmar los ánimos, perotanto Gabriella como Juan continuaron ladiscusión sin importarle los demás comensalesque los miraban con asombro. Ni Carlos, que suvoz apaciguaba las discusiones, o la tarte tatinque lucía apetitosa, pudo parar la discusión.Finalmente, enojada, Gabriella se levantó de lamesa y se perdió entre los corredores de LaCapilla gritando “algún día se arrepentirá”.

*Terminada la cena, el grupo se dispersó. Lamayoría prefería trabajar en sus habitaciones.Juan había elegido como mesa de trabajo unacerca del ventanal que miraba hacia el patiointerior para disfrutar de la vista del prado verde,porque era una de las pocas que tenían untomacorriente para encender la computadora. Sesentó a escribir, pero esa noche inicial no estabaparticularmente inspirado. Decidió que una copano le vendría mal y se acercó al bar. Allí estabaFox, taciturno, bebiendo lo que parecía cognac.

–¿Es bueno ese cognac? –preguntó Juan, máspara iniciar una conversación que para obtenerun resultado de cata.

9

–No es XO –respondió Fox lacónico.Seguramente no había cognac XO en el bar del

hotel, esto era por demás evidente. Punta delEste es una ciudad de whisky, especialmente el“etiqueta”. Aquella palabra condensaba el sentirporteño acerca del whisky y quería decir“etiqueta negra” como si fuese una clase dewhisky lujoso y no meramente una mercacomercial.

–No estamos en temporada y éste es un barde hotel, no una cava de licores. Nada de cognacfino, Armagnac ni sueñe, mucho menosChartreuse vert o Calvados viejo. Vivimos en lazona del whisky y los grandes licores francesesno son ni populares ni conocidos –respondió Juanen un intento por encontrar un punto para iniciaruna conversación.

–Comprendo –dijo brevemente Fox.–¿Es su primera vez en Punta del Este? –

exploró Juan, ya que las bebidas no habían tenidoéxito.

–Ojalá lo fuera, ojalá nunca hubiera conocidoeste lugar, ojalá pudiera olvidar este lugar y todasu gente.

Fox había dejado una puerta abierta. Juan, queera curioso de alma, intentó ingresar en estahistoria que había sugerido. Punta del Este es unsitio de negocios o de touch & go. Intentóimaginar cuál sería la historia. Fox vestía enforma elegante, algo deportiva, de marca. Teníauna posición acomodada, sin duda. Su relojtambién lo confirmaba. Beber cognac y conocersu clasificación lo situaba, tal vez, en la capa alta

10

de la sociedad porteña. No tenía el acento italianodel porteño popular y esto también loconfirmaba. Pero sus respuestas no permitíanavanzar mucho más. Razonó Juan que no tenía elaspecto de hombre que viene por negocios, notraía maletín de mano y el invierno o el lugar noeran los más apropiados. Se inclinó entonces poruna aventura pasajera. ¿Acaso no deseaba quedesaparecieran todos los habitantes de Punta delEste? Arriesgó una hipótesis: Guillermo Fox habíavivido una aventura infeliz en Punta del Este yregresaba a completarla. Entonces se aventuró.

–¿Quién era ella?La reacción de Fox fue inesperada. Bebió de un

trago el resto de su copa y por señas pidió otra.También la bebió de un trago. Cuando bajó lacabeza para pedir la tercera, unas lágrimascorrían por sus mejillas. Pero no dijo ningunapalabra, como aceptando el melodrama. Juanpermaneció en silencio y pidió también su copade cognac. Continuaron bebiendo en silencio,copa tras copa, porque aquel diálogo eraimposible. Cerca de la medianoche, Juan intentóregresar a su computadora para escribir algo,pero ha quedado mareado e impresionado con lahistoria –o la no historia– de Fox. No podíatrabajar y mejor era irse a dormir.

Sábado por la noche

Todo el sábado continuó lluvioso y frío, comopara demostrar que el mes de junio –que suele

11

ser el más inclemente del año– no se andaba conbromas. Nadie pudo salir a caminar. Losescritores–en–capilla debieron trabajar todo eldía, con las únicas interrupciones cuidado-samente programadas por Lapislázuli: desayunoa las 9:30, almuerzo a las 13:00 y cena a las20:00, todo en puntualidad alemana que hacíacumplir con rigor.

La rubia no parecía alemana, tampocoabandonaba su fría cortesía. Juan intentó en másde una ocasión romper el hielo, pero Lapislázulisiempre encontraba una manera de evadir susintentos. No la logró conmover con su té verdeen el desayuno. Juan se había traído un pote deté chino y convidó, pero todos rechazaroncortésmente su invitación, algunos con un gestode desagrado.

En la cena, Juan se sentó a su lado, pero larubia mantuvo la cortés indiferencia que habíamantenido hasta el momento. Lapislázuli, comotoda respuesta, engulló la ensalada de hongosfrescos, parmesano y rucola que se ofrecía enuna tulipe también de parmesano, pero no ledirigió la palabra, apenas una sonrisa antes decada bocado. Juan pidió una botella de un buenMalbec mendocino y la invitó a catarlo. Lapislázulile hizo todos los honores al vino con estudiadamaestría: aerealo, girarlo, ver caer la lágrima,olfatearlo, contemplar su color y, finalmenteprobar un sorbo minúsculo para asentir con unasonrisa al mozo que la contemplaba extasiado.

El segundo plato fue un chasco para los planesdel galante Juan: una brótola –hija de la

12

tormenta– con hierbas frescas, laurel, tomillo yeneldo en justas proporciones, acompañada delonjas casi transparentes de papa. El plato noaceptaba el rigor del Malbec. Lapislázuli ordenóuna botella de torrontés del Norte argentino y, amodo de cumplido, invitó a Juan a catarlo, con laadvertencia “un hombre debe ser muy varonilpara apreciar este vino insistentementeconsiderado para damas”. Juan lo cató y loencontró demasiado dulce, muy frutado, “un vinopara damas”, pensó, pero hizo todo el ritual comosi la apreciara. Carlos captó la ironía de lasituación y esbozó una sonrisa que pocoscomensales advirtieron. Como postre ofrecieronunas guayabas en almíbar, evidentementecaseras, y un gran pote de crema batida.

Juan intentó nuevamente el juego del té, ahoracon Assam, pero tampoco tuvo éxito: Lapislázulitomaba café. Terminada la cena, Lapislázulisaludó a los presentes y se retiró. Tenía algunosasuntos que completar para organizar la jornadadel domingo y ya estaba algo atrasada.

En la sobremesa Juan comentó que estabaescribiendo un cuento policial sobre el tesoro delas Masilotti pero no quería entrar en másdetalles. Esta confesión provocó otras. Carlosescribía un ensayo sobre la formación de losconsensos y los medios de comunicación. Suejemplo eran las hermanas Masilotti que lograronconvencer al país feliz de 1951 de que existía untesoro a descubrir. Susana escribía sobre lashermanas Masilotti y su peripecia en un paísdesconocido, un idioma desconocido y una

13

burocracia difícil de mover. Le interesaba lahistoria humana de aquellas indómitas mujeres.Luis sorprendió diciendo que prepara un guión decine –o algo parecido– ambientado en California,pero no explicó ni el alcance ni su vinculación conla historia de las Masilotti en cuestión. Luego delos cafés y tés resolvieron que debían volver atrabajar o descansar y se dispersaron.

Más tarde, sentado Juan en su rincón del salónpara trabajar más confortablemente que en suhabitación, la vio pasar más de una vez, pero nologró abordarla. Tal vez, si invitaban Lapislázulicon algo más fuerte que el vino, la situaciónmejorara. Realmente no sabía qué hacía la rubiacon su tiempo, se imaginaba que teníaconferencias con Edmundo para informarle lamarcha de los escritores–en–capilla, pero erasolamente una conjetura.

*Luego de haber fracasado todas su tentativas deaproximarse a Lapislázuli, Juan optó por beberuna copa en el bar. Nuevamente allí estaba Fox,bebiendo cognac. A modo de aproximación Juancomentó, en forma críptica, su frustración conLapislázuli.

–¿Qué misterio son las mujeres? No haymanera de comprenderlas. Has visto a la rubia, lade nuestra mesa, es la organizadora de esteevento. Es todo sonrisas y amabilidad. Te miracomo si fueras el centro del Universo y lo másimportante para ella, sin embargo no hay manerade acercase. Giro en círculos y estoy siempre a la

14

misma distancia de ella.–¿Estás de conquista? Yo creía que era un

evento literario –dijo Fox, lacónico.–Es un evento literario y siempre estamos de

conquista. Geometría y pasión, decía un buenhombre, divagó Juan.

–Yo no estoy de acuerdo. El amor esconstancia, es fidelidad, es sacrificio, es vivir parael otro –contrastó Fox. No se puede tomar a laligera.

–Eso sólo es geometría, le falta la pasión. Esedestello que hoy recibe una y mañana, otra. Elamor es un amor precedido por una sucesión deamores. La pasión es una pasión precedida poruna sucesión de pasiones. El cognac es una copaprecedida por una sucesión de copas de cognac.Un número es un número precedido por unasucesión de números.

–¿Nunca has pensado en el dolor y lasfrustraciones que dejas por el camino con estavolátil filosofía? –Fox dijo esto, serio desolemnidad.

–La recursión mueve al mundo –afirmó Juanbebiendo hasta el fondo su copa. ¿Qué otra cosahizo Borges que escribir, una y otra vez la mismahistoria recursiva, autorreferencial?

–Aún la recursión necesita un punto de apoyo,un comienzo firme como la palanca deArquímedes –Fox bebió su copa de un trago– ytambién tiene un fin. Algún día tú encontrarás tufin.

–Está muy lejano –dijo Juan, bebiendocopiosamente.

15

–Nunca se sabe… –respondió Fox, dejó debeber, saludó con la mano y se perdió en lasgalerías. ¡Ciao, caro!

Domingo por la mañana

La mañana del domingo estaba despejada. Habíaun raro sol de junio que había disipado los dosdías de lluvia cerrada. Luis, ahora tambiénhombre de campo, se despertó como todos losdías de trabajo y salió a caminar para aprovecharel día hermoso que se anunciaba.

Recorrió la capilla vecina a La Capilla y notópor primera vez que la figura de la entrada eraun ángel pescador y no una imagen de Jesúscomo creyó a primera vista. O, al menos, así lointerpretó. La piedra gris y la enormerepresentación de lo que asemejaba a una grancarpa japonesa no parecía decirle nada, así comotampoco el aviso de la misa de 11. Decidiócaminar hasta la costa. En el camino habíaárboles caídos por el fuerte viento del sábado. Sibien la arena había absorbido casi toda el aguacon esa sed insaciable que poseen los médanosde Punta del Este, por las calles de asfalto corríanríos en dirección al mar.

La mañana estaba fresca, pero no exigía másque un abrigo liviano. El calor de la caminatahacía el resto y Luis pudo resistir el viento de lacosta sin mayores sobresaltos. El mar continuababravo, pero ya no era color de león –comorecordaba de Lugones– sino que recuperaba

16

paulatinamente el color verde claro que leprestaba la arena revuelta. El perfil de la PlayaBrava hacia la península presentaba una brumaque borraba los contornos, demasiado civilizadospara su gusto, de la Punta del Este que edificaronlos argentinos.

En el medio del horizonte, como siempre,imperturbable, aparecía la Isla de Lobos, esa rocaen medio del océano que, a la distancia, nomuestra signos de vida. El faro, un falo blancoerecto, le recordó inmediatamente a Naná. Añosatrás había comenzado un guión para unapelícula a mitad de camino entre una documentaly la ficción. El prostíbulo de Naná, de famainternacional, era un tema de evidente interés yla propia Naná –retratada en varios libros y enentrevistas de la televisión– era más dama quemadama, más sexóloga que empresaria. En unabreve entrevista que le concedió pero que, porrazones de pacatería suya tal vez, ocurrió en unamañana soleada como aquella, en la desoladacosta de primavera. Allí se enteró de tantas ytales cosas que desistió de inmediato delproyecto. Ahora tal vez él y el país estarían máspreparados para una aventura semejante, enaquel entonces no. Con esta idea adormeció lasensación de que no fue, una de las másdesoladoras de las experiencias humanas.

Caminó bastante más de una hora y cuandoconsultó el reloj vio que debía apurar el pasopara llegar a la hora de encuentro del desayuno.Carlos Magiore, gran madrugador, fue el primeroen llegar a desayunar. Para su sorpresa, estaba

17

Edmundo sentado en la mesa. Luis llegó a tiempoy casi simultáneamente con Susana.

–¿No era que no vendrías en todo el fin desemana? –interrogó Luis, sorprendido como todoslos demás.

–En realidad he venido porque tenemos unapequeña emergencia. Me han avisado estamañana que Lapislázuli –como le llaman– no estápara organizar el último día, tal como estabaprevisto. Su habitación está vacía, se ha llevadotodo, se fue –dijo Edmundo a modo deexplicación de su presencia allí.

–Anoche, cuando me retiré a mi habitación –comentó Susana– ella quedó conversando conJuan. Recuerdo que yo pensé “lo consiguió, logróromper el hielo de la rubia”. Yo no lo conocía aJuan, pero sí conocía su fama de seductor. Unaamiga mía, que no debo nombrar, me advirtióque Juan tenía el encanto de las víboras quehipnotizan, algo que no se puede describir, peroque encanta. A pesar de que es un hombre sinningún atractivo físico.

–Pues Juan se demora, creo que se ha dormidotarde, o bien tu interpretación, Susana, esacertada y algo ha sucedido entre ellos –dijoEdmundo, con una cierta inquietud que no podíadisimular.

–Ya comienzo a preocuparme –dijo Susana–,es mi instinto maternal como dice Carlos, creoque habría que llamarlo o hacer algo.

Edmundo, como obedeciendo la idea deSusana, se levantó y se dirigió a la galería. Laspiedras lajas del suelo todavía estaban húmedas

18

y resbaladizas por la lluvia del día anterior.Golpeó en la habitación 119 pero nadierespondió. Volvió a golpear y tampoco tuvorespuesta. Algo preocupado se dirigió a larecepción. Desde la mesa del desayuno lointerrogaron, pero Edmundo prefirió ignorarlos.Le explicó al encargado que necesitaba una llavemaestra porque estaba preocupado. JuanGrannaso parecía haberse dormido más de lacuenta y la situación era rara, era un hombreorgulloso de su puntualidad y lo blasonaba todoel tiempo. El encargado lo acompañó siguiendolos pasos nerviosos de Edmundo. Abrieron lapuerta de la habitación 119 y lo encontraron. Un“¡puta madre!” se escapó del encargado. Juan,sentado en su silla, tenía la cabeza apoyadasobre la mesa y la computadora. La máquinatodavía estaba encendida. Juan estaba muerto.

Sobre la improvisada mesa de trabajo habíavarios papeles impresos y algunas notasmanuscritas. Tal parecía que Juan estabatrabajado y había sucedido algo. A su lado, enuno de los vasos de la habitación, había un restode una bebida ambarina. Otro vaso estaba sobrela mesa de luz, también con un resto de bebida.Sobre la mesa había una botella de Camus XO,abierta, a la que faltaba un par de copas, nadamás.

–Hay que llamar a la policía inmediatamente,dijo Edmundo y el encargado asintió nervio-samente.

El hombre intentó regresar a su mostrador,pero Edmundo lo detuvo mientras cerraba la

19

puerta con llave.–Llame inmediatamente. ¿Conoce el número?

–le dijo Edmundo– Por el momento debemosmantener la calma y evitar que alguien entre aesta habitación. Todo debe quedar como estápara la “técnica”.

El hombre balbuceó un número e hizo lallamada. En breves palabras explicó la situación ypidió la inmediata intervención de la policía. Lerespondieron que en diez minutos estarían allí.Cuando Edmundo se reunió con los restantesescritores–en–capilla y les comunicó la noticia, nopodía dar crédito a lo sucedido. ¿Cómo sucedió?¿Qué ha pasado? ¿Cuándo fue? ¿Era cardíaco? ypreguntas similares que no se podían responder.Habría que esperar a la policía.

La parroquia vecina a La Capilla abrió suspuertas. Una pequeña muchedumbre salió de lamisa de 11. Subieron a sus automóviles y seperdieron en la mañana de Punta del Este. Unamujer joven montó en su bicicleta y se fuepedaleando. La vida terrestre continuaba,indiferente a la muerte de uno de los escritores–en–capilla.

*

El inspector Alejandro Cotelo era alto, delgado,de cabello muy corto y negro. Usaba todo eltiempo lentes oscuros, aún en la penumbra de lashabitaciones. Vestía de negro de pies a cabeza.Un bigote militar infaltable terminaba de ocultarsu rostro. No impresionaba como policía, pero tal

20

vez así eran los policías de Maldonado. A ladistancia parecía una hormiga gigante de unapelícula clase B.

–Me imagino que nadie ha tocado nada –dijo elcomisario al entrar a la habitación 119– Todo,hasta el más mínimo detalle, puede ocultar unapista en un caso policial.

A continuación revisó minuciosamente lahabitación, husmeó los vasos y murmuró“cognac”. Agregó luego para sí, al ver la botellade Camus XO, “y es del bueno”. Con un pañuelo–para evitar contaminar huellas digitales imaginóEdmundo que miraba su accionar desde lapuerta– examinó someramente la pantalla de lacomputadora. Luego, con la habilidad de unexperto, la apagó, la plegó cuidadosamente y lacolocó en su estuche. Pidió a uno de los policíasque lo acompañaban algunas bolsas depolietileno y guardó allí los vasos y la botella.Hizo algo inesperado: tiró el contenido de losvasos en la pileta del baño. A modo deexplicación dijo:

–La “técnica” examinará los restos de lascopas, no es necesario más. Si hay trazas dealgo, las encontrará.

La “técnica” se hizo presente una horadespués. La dirigía una persona con cara deborrachín y de haber trasnochado. ¿Quién puedeexigir algo en Punta del Este la noche del sábado,aún en invierno? Revisó someramente lahabitación, en una forma que los escritores–en–capilla –que procuraban no perder detalle de loque acontecía, detrás de lo que el voluminoso

21

cuerpo de Edmundo les dejaba ver– les pareciódemasiado ligera para una muerte. Perofinalmente, con un gesto cansado se retiró y dioa entender que ya nada nuevo podría obtener deallí.

Minutos después el inspector Cotelo ordenabaretirar el cadáver y todo el contenido de lahabitación 119. Una mucama del hotel no lohabría hecho mejor, la habitación estabanuevamente inmaculada como si allí nadahubiese sucedido.

*

Los escritores–en–capilla no salían de suasombro. Uno de ellos había muerto, las causasse desconocían, pero la policía era un síntomaintranquilizador. Otro mal síntoma era ladesaparición de Lapislázuli. Ya eran las once de lamañana pasadas y continuaba sin aparecer.Comenzaron a murmurar.

Regresó el inspector Cotelo y los reunió en unamesa del comedor, con mantel blanco para mejorclaridad de los hechos. El Sol intentaba asomarsey hacía que la vegetación que bordeaba al salóncomenzara a resplandecer de color.

–Señora y señores –comenzó el inspector–creo que nos encontramos delante de unasesinato. El forense todavía no se ha expedidopero, por mi experiencia, creo que Grannaso hamuerto envenenado por la bebida que hatomado. Según lo que he averiguado en larecepción de La Capilla, esta noche había seis

22

pasajeros en el hotel: los cuatro escritores, larubia –que nadie sabe cómo se llama, pero que ledicen Lápiz Azul por iniciativa del muerto, y queha desaparecido– y un argentino que se llamaFox, que todavía duerme en su habitación. Hayun hecho importante que he averiguado ya ytiene que ver con el ladrido del perro Shell delhotel.

“Otra vez el ladrido” –pensó Carlos– “ya nohay ideas originales y las viejas aburren”.

–Shelley –dijo Luis, para romper el hielo quehabía creado el inspector.

–Shelli, Shell, Texaco, no me importa. El hechoimportante es que el perro anoche no ladró. Estoquiere decir que ninguna persona entró a LaCapilla durante la noche. Entonces, si alguienasesinó a Grannaso como lo sospechamos –estolo confirmará en forense en algunas horas– fueuno de ustedes: los escritores–en–capilla; o elargentino Guillermo Fox que lo tenemos bienvigilado en su habitación con un oficial en lapuerta de su habitación; Gabriella Credente quehe mandado buscar o la rubia que hadesaparecido, ésa que llama Lápiz Azul.

–Lapislázuli –se atrevió Luis a decir– es elnombre que le puso el pobre Juan.

–Como diga, me tiene sin cuidado. El hecho esque ha desaparecido y esto la conviertesospechosa principal. De todos modosprocedamos con la rutina. ¿Dónde estaba ustedanoche? –dijo dirigiéndose a Luis.

–Estaba escribiendo en mi habitación.–¿Tiene testigos?

23

–No tengo, a menos que tome a lacomputadora como testigo. Ella tiene la hora aque dejé de escribir y luego me dormí.

–Una computadora no es un testigo, ustedpuede cambiar la hora como le convenga. ¿Yusted? –dijo dirigiéndose a Susana.

–Yo soy una maestra inocente, ¿no se me veen la cara? –dijo Susana con evidente malicia quenacía de su nerviosidad.

–Le creo –dijo el inspector convencido que eraverdad– y usted, que es una persona importante–dirigiéndose a Carlos con algún rencor.

–Inspector, yo no tengo ningún testigo niningún argumento, pero soy inocente y creo queesto se me ve en la cara y en mi candor con elcual enfrento a todas las circunstancias de lavida. Soy una persona simple y transparente.

–Abogado pico de oro, ¿no es verdad? –repitióel inspector– lo escuchamos los viernes en laradio. Sí, sabemos quién es usted, pero no puedodescartarlo de la lista de los sospechosos todavía.¡Oficial! ¿El señor Fox no se ha levantadotodavía? Esto casi es sospechoso, pero más lo esla rubia escapada. Investigue estos casos,¿quiere?

El oficial salió presuroso hacia ninguna parte.El inspector continuó con su encuesta.

–Yo arresté a Juan Grannaso en 1973 ypermaneció bajo mi custodia unas semanas. Loliberamos porque no teníamos mayores pruebas.Era sospechoso pero su familia tenía muchodinero y se las ingenió para que lo liberáramos.Si hubiese sido en 1975 lo habríamos encerrado

24

por varios años, con pruebas o sin ellas. Él se lacobró sin embargo, me puso en alguna de susnovelas. No en forma clara, pero yo mereconozco. El que la hace la paga y yo aceptopagarla así, es casi gratis. Ahora me toca el turnode investigar su muerte. Ironías de la vida. Perojuro que encontraré al culpable. Es algo que ledebo y que puedo pagar ahora. En resumen,cualquiera de ustedes puede ser culpable. ¿Hayotras personas alojadas en el hotel?

Canaglia, como organizador, le explicó alinspector que se trataba de un fin de semanamuy especial, le contaron las líneas generales del“encierro” y de la razón por la cual no había máspasajeros que Guillermo Fox, al cual se habíaaceptado como una excepción por su llegadanocturna en una noche muy fea de invierno yGabriella Credente, que no se sabía bien cómohabía logrado alojarse en La Capilla.

–Bien, los interrogaré, pero creo que todoapunta a la rubia –sentenció el inspector.

*El inspector Cotelo recibió el informe de la policíatécnica. Juan Grannaso había muerto envenenadocon el cognac de la copa que se encontró a sulado. Ni la botella ni la otra copa tenían rastrosde veneno. La hora de la muerte era posterior alas 12:43, porque ésta era la última horaregistrada en los documentos de la computadora.La prueba no era concluyente, pero daba unareferencia razonable. Era un asesinatopremeditado según toda la evidencia. Al hotel no

25

había entrado nadie esta noche, lo asegurabanlos funcionarios de la recepción pero además loconfirmaba el perro, que no había ladrado enningún momento. El asesino era uno de lospasajeros sin lugar a dudas.

“Entonces la rubia desaparecida es la principalsospechosa, siempre que podamos encontrar unmotivo” se dijo el inspector para sí, pero de todasmaneras la rutina policial exigía interrogar atodos los involucrados. Gabriella fue la primera.

–Explíqueme primero ¿qué hace alojada aquíya que tiene un caserón en San Carlos y cómoconsiguió alojamiento en este sitio reservadopara los escritores?

–Es asunto mío y no le importa –respondióGabriella con un todo casi insolente.

–¿Qué tiene que decir del día de ayer? –elinspector ignoró la respuesta anterior.

–Yo estuve todo el día sábado en San Carlos.Como ya he dicho varias veces, tengo asuntosque arreglar para vender mi establecimiento ytrabajé todo el día allí. Cualquiera de misempleados lo puede confirmar. Mire el barro demi camioneta, creo que es una evidenciaconcluyente. Llegué cuando era noche cerrada.Me duché, miré algo de televisión. Como estabamedio tensa, pedí a mi habitación un whiskydoble, sin hielo. Es seguro que en lobby lorecuerdan y tienen anotada hasta la hora en quefue. Luego me dormí. Es todo lo que tengo quedeclarar. Soy una vecina de San Carlos de toda lavida, no tengo nada que ocultar.

Cotelo confirmó punto por punto lo dicho por

26

Gabriella Credente y no vio motivos paracontinuar con ella. En su opinión era inocente, notenía motivos y tampoco parecía teneroportunidad. Había pedido su bebida a las 11:15y era creíble que en menos de media hora, entrela bebida y el cansancio, estuviese dormida. Elinspector tomó su dirección, teléfono y manerade localizarla y le dijo que podía marcharsecuando quisiera.

El segundo interrogado fue Guillermo Fox. Secomprobó que tenía documentación argentina, unpasaje aéreo Buenos Aires – Punta del Este. Eraun perfecto desconocido para todos, no teníamotivo plausible, pero era la última persona quehabía visto a Grannaso.

–Efectivamente, estuvimos bebiendo cognacen el bar, igual que el viernes de noche.Hablamos de temas perdidos, discutimos sobre elamor y otros pesares. Luego nos fuimos a dormir.Era cerca de medianoche, tal vez las 12 menoscuarto.

–¿Qué hace este fin de semana en Punta delEste? –interrogó– y no le aceptaré que es un“asunto personal”, hablamos de un asesinato...

–Usted me considerará un sentimental, no meimporta. Tengo un mal recuerdo del veranopasado en Punta del Este. Estuvimos en LaCapilla, mi mujer y yo, no quiero entrar endetalles íntimos. Vine a ver si podía neutralizareste mal recuerdo. Usted me puede creer opuede no hacerlo y acusarme de algo.

–¿Usted vio llegar a Gabriella Credenteanoche? –preguntó el inspector.

27

–Sí, claro. Llegó tarde. Después de las 10,pero no puedo precisarle la hora. Venía delcampo, tenía las botas embarradas y parecíacansada. Ni Grannaso ni yo hablamos con ella.

El inspector tampoco encontraba motivos enFox para un asesinato. Tomó sus datos y lo dejómarchar, cosa que Fox hizo de inmediato.Minutos después cerró su cuenta, saludó alinspector Cotelo y se marchó de La Capilla.

Los tres escritores–en–capilla no tenían muchopara declarar. Magiore, gran madrugador, luegode la cena, se retiró a su habitación, leyó algunaslíneas y se durmió. Tal vez serían las 10:30, nopodía precisar la hora. Hizo un comentarioconvincente: “Mi habitación está en el extremode la galería, si yo hubiese ido a la habitación deJuan, el empleado de la recepción me habríavisto, no hay manera de evitarlo”. Habíamaneras, el inspector ya lo había pensado, peroCarlos Magiore era tan inocente que su rostro deabuelo bondadoso lo proclamaba sin ninguna otraprueba.

Luis Nipote, hombre corpulento, hombre decampo y de acción –había algún antecedente queel inspector conocía que lo mostraba– no podríaser un asesino de veneno, tendría que serasesino de cuchillo o de revólver. No encajaba enla escena, no tenía motivos. De todas maneras elinspector lo interrogó.

–Yo escribo en mi habitación y soy ave de pocodormir. Me quedé trabajando hasta las dos o lastres, no me fijé en la hora. Empecé a navegar enIntenet y se me pasaron las horas. Usted debe

28

saber cómo es, una cosa lleva a otra y no setermina nunca. Avancé poco con mi manuscrito,pero me enteré de muchas cosas que no teníannada que ver con el tema de las Masilotti.

Su declaración era limpia, no pretendíademostrar nada y esto terminó de convencer alinspector Cotelo que el hombre era inocente.Interrogó a Susana Caprifoglio para obedecer alos procedimientos, nada más. El veneno es armade mujer, pero aquella mujer maternal –comohabía podido comprobar por los restantestestimonios– no solamente no tenía motivos, sinoque no encajaba en el perfil de una asesina.Cortésmente escuchó su declaración yamablemente la despidió.

Domingo al mediodía

El almuerzo del domingo tuvo un tema deconversación obligatorio: el asesinato de Juan.No había manera de evitarlo. Una y otra vez ellugar vacío les recordaba el hecho. La apariciónde una morocha grande con delantal a cuadros,los trajo de inmediato a otra realidad.

–Yo soy la cocinera. Hoy es domingo y estatarde se marchan. Ha sido un gusto servirles yme he tomado el atrevimiento de venir apreguntarles algo. Es día de pasta y queríaprepararles algo especial: ravioles tradicionales.Son de seso y ustedes saben... (todos sabían quelas reses uruguayas no tienen “vaca loca” porqueya no tienen sesos). Si alguno no se anima,

29

también corté unos tallarines.–¡Encantados! –dijo Carlos creyendo asumir la

representación de todos los escritores–en–capilla– hace años que soportamos esta vedahipócrita. Traiga unos buenos platos de esosexcelentes ravioles.

La criolla, animada con las palabras de Carlos,envió como entrada una perdices en escabeche.Más de la veda. Ante aquel manjar –que estabaen su punto perfecto, nada de exceso de vinagre,las rodajas de zanahoria, la cebolla, la pimientanegra, todo exacto– el tema del asesinato pasó asegundo plano.

–Hay algo que debo hacer –dijo Susanamientras se levantaba y recorría los platos deCarlos, Edmundo y Luis– y es quitar el “huesito”.En mi familia circula la historia de alguien que seatragantó con un “huesito” de perdiz y nonecesitamos otra tragedia hoy.

Con maternal solicitud y con la experiencia dequien ha vivido mucho tiempo en el campo,Susana recogió cada una de las “U” que lasperdices guardan en su gañote para vengar, en eldistraído comensal, su muerte violenta. Una vezque los cuatro huesos estuvieron en el borde desu plato, sonrió y dijo “comamos”. A las perdicessiguió un enorme plato de ravioles rellenos deseso y espinaca, acompañados con un ragúoscuro de carne, hecho a la criolla. Se hizo elsolemne silencio que acompaña a toda excelenciagastronómica. Solo unos minutos de descansopermitieron que los escritores–en–capilla, ahoraescritores cebados, pudiesen acomodar sus

30

panzas –otro nombre no podrían tener– cuandollegaron los flanes caseros y el café.

–Hemos comido opíparamente, esta ha sido elalmuerzo de duelo como se estila en algunoslugares de Europa –dijo Nipote, el primero enrecuperar el habla.

Carlos Magiore había estado toda la mañanabuscando una explicación del asesinato de Juan yéste era el momento de comenzar a exponerla yaque Luis, actuando como involuntario maestro deceremonias, había empezado a hablar dando final almuerzo.

–La regla uno de la investigación de unasesinato es, como todos saben, cherchez lafemme. Yo la encontré y creo que Gabriella lohizo. Me parece una ligereza de este inspector deprovincias haberle permitido irse. Los hechos sonclaros –sentenció Carlos.

–¿Cómo claros? En esta historia hay de todomenos claridad –protestó Susana–, explícanosesa teoría tan clara.

–Primero tenemos que retroceder a la nochedel viernes.

–Por favor, no regreses al ladrido del perrootra vez –se quejó aparatosamente Luis.

–En mi historia hay mugidos y no ladridos.¿Recuerdan la conversación con Gabriella? Juan,como siempre, repitió su idea del UruguayTecnológico. Esto no le gustó nada a la estancieraque se estaba arruinando por la cotización deldólar y las deudas de su campo. Y venía esteintelectual urbano, especialista en computadoras,que no necesita trabajar para vivir, a decirle que

31

el futuro era precisamente las computadoras, suárea de dominio. Se armó una discusión bastanteacalorada. Recuerdan que siguieron discutiendode voz en cuello en una mesa aparte. Yo creí queen un momento Gabriella lo abofetearía, de tanenojada que estaba.

–Es cierto, Carlos, ahora que lo recuerdas, yotambién pensé que la discusión se había ido detono –agregó Susana–, pero ¿te parece que unadiscusión retórica lleva a matar a alguien?

–No era retórica, era una lucha de dosconcepciones diferentes. Es el mundoagropecuario, que ha controlado en mayor omenor grado a este país durante 400 años y queahora deja de hacerlo. ¿Saben cuánto es el PBIagrícola de Uruguay? –Carlos no esperó larespuesta porque se imaginaba que no lo sabían–el siete por ciento, repito para que lo oigan bien,el siete por ciento de todo cuanto se produce.Cómo quieren estos buenos señores vivir comoen tiempos de Artigas, cuando el mundo hacambiado varias veces desde ese entonces.

–Yo oí que Gabriella le dijo a Juan en unmomento: “las personas como usted hay quequitarlas del medio para que no hagan más daño”pero lo tomé como una exageración del momento–agregó Luis– Nadie que tenga intenciones seriasde hacer algo así, lo dice en público.

–Sí, eso es cierto, pero nunca se sabe cuántohay vivido y escondido en cada alma humana –comentó Susana para sí.

–Tenemos entonces una estanciera que noentiende al capitalismo y un intelectual de

32

izquierda que dice a quien lo quiera oír que esmarxista y que el futuro es la tecnología. En otrotiempo esto se llamaba “lucha de clases”, unmini–lucha.

–No me parece que pueda llegar a tanto –agregó Luis.

–Sin embargo yo vi a Gabriella desesperada,agobiada por la pérdida de su patrimonio. Es unempresario que no entiende el capitalismo. Nuncahubiera podido sobrevivir, ni aún en los tiemposde la Patria Vieja en que sería del grupo de losque traicionaron a Artigas. Las furias del interéspersonal no conocen límites. Yo creo quevolvieron a discutir pero esta vez con unaestrategia diferente. Me imagino a Gabriellagolpeando en la habitación de Juan, con unasonrisa y una botella de cognac en la mano,dispuesta a hacer las paces. Pero una cosa llevó aotra, el nivel de discusión aumentó comoaumentó la otra noche y finalizó en tragedia.

–Carlos, Carlos, no exageremos –dijo Luis–¿De dónde sacó el veneno? ¿Quién anda por elmundo con una botella de cognac y un frasco deveneno? ¿Lo llevaba cuando iba a hacer laspaces? Tu teoría tiene dos fallas: el motivo y laocasión. No hay nada que la apoye.

–Muy bien, ¿cuál es tu versión de los hechosentonces? Seguramente tendrás una mejor teoría–respondió Carlos con bonhomía.

–Claro que la tengo y me parece bastanteobvia –respondió Luis. Tenemos una rubiamisteriosa que ha desaparecido. Esta es la mejormuestra de culpabilidad. Hasta el inspector

33

sospecha de ella. ¿Qué mejor culpable que el queconfiesa?

–¿Y los motivos? –agregó Carlos. Una muertedebe tener motivos.

–Creo que el motivo es obvio. Juan la persiguiódesde el primer momento. Es posible que la hayainvitado a su habitación, la convidó con cognac.“Cuando las mujeres beben, disfrutan loshombres”, dice un proverbio francés. Juansiempre tuvo fama de mujeriego y conquistador.Es un playboy típico, excepto que tiene el hobbyde escribir novelas policiales. Entonces quisoaprovechar la oportunidad y a ella no le gustó lacosa y se defendió.

–Objeción, la misma que me hiciste. ¿Por quéLapislázuli traía veneno? –respondió Carlos. Noconozco a nadie que vaya a una cita galante conun frasco de veneno.

–La historia puede ser más complicada. ¿Porqué la rubia no puede ser una amantedespechada? La rubia aceptó la invitación porqueera una ocasión para vengarse, por eso traíaveneno, era un asesinato premeditado. Creo quefue ella misma la que trajo el cognac cuando Juanla invitó a su habitación. Ya se imaginaba comoseguiría todo.

–Luis, si era una amante despechada, ¿cómofue que Juan no la reconoció? –agregó Carlos conaire de sorna. Uno no olvida así nomás a susamantes, ni aún en el caso en que fueronabandonadas.

–No sabemos si no la reconoció. Tal vez noquiso decirlo, tal vez pensó que era una

34

oportunidad de una aventura del fin de semanapara recordar viejos tiempos. No te olvides quefue él quien la bautizó Lapislázuli desde el primermomento y ella no objetó nada. Tal vez ésta seala prueba que la conocía y que Lapislázuli era susobrenombre en la intimidad.

–Era una mujer muy joven, 22 a 24 años, ¿quéharía con un veterano como Juan? –objetónuevamente Carlos.

–Eso no –dijo Susana– hay cientos de historiasasí. No seas antiguo Carlos, las edades ya hansido abolidas y en la variedad está el gusto.Además, ¿por qué no podría ser la madre deLapislázuli la despechada y ella solamente unahija vengadora que llega del pasado?

–También podría ser así –se defendió Luis–¿por qué no?

–Por este camino llegaremos a un culebrón –seburló Carlos– en pocos minutos más llegaremos aque Lapislázuli era la hija desconocida de Juan y,por lo tanto, parricida como en una tragediagriega o un teleteatro colombiano. Pero te lo dejopasar, porque tengo un punto más fuerte queobjetar y es el cognac.

–¿Lo misterioso del ladrido del cognac? –seburló Edmundo, que había permanecido calladohasta este momento.

–Algo de eso –agregó, serio, Carlos. Yo ocupémi mañana en recorrer algunos comercios de laPenínsula y de la Parada 2. ¿Saben lo que hacía?Intentaba comprar una botella de cognac. Perono una botella cualquiera. Una botella idéntica ala que apareció en la habitación 119 del

35

asesinato.–¿Pero tú no bebes, Carlos? –interrogó

Susana– ¿para qué harías esto?–Para confirmar mi sospecha. Yo no bebo, pero

tengo educación en bebidas alcohólicas, ademásde saber consultar a Internet. Camus XO es uncognac raro, a tal punto que no se encuentra enel bar de La Capilla, ni en ningún comercio debebidas finas de Punta del Este, ni en lossupermercados, ni en el bar del Conrad donde meexplicaron muy amablemente que solamente lotenía en temporada o porque se compraba paraalgún cliente especial. En resumen, lo primero aexplicar es lo misterioso del cognac Camus en lahabitación que terminó siendo mortal para elpobre Juan.

El comentario de Carlos dejó mudos a todos.Su argumento tenía mucha fuerza, pero noexplicaba la reconstrucción que él mismo habíahecho del asesinato. Carlos dejó un momento desilencio para que descubrieran la laguna de surazonamiento, que era idéntica a la de Luis. ¿Dedónde había salido la botella que no se podíacomprar? Cuando a Luis se le iluminó el rostroporque había descubierto que la objeción deCarlos también se aplicaba a su teoría, oyó decir:

–¿Alguno de ustedes vio a Gabriella durante eldía sábado? –preguntó Carlos con inocencia.

–No te escurras, el problema es otro… –atacóLuis.

–Pues también he averiguado que Gabriella elsábado fue hasta su campo en San Carlos. Volviócon el auto embarrado como todos lo pudimos

36

ver. La casa de Gabriella está en una colina y esfamosa en la región. La llaman “la casa de laestrella de cine”. Tiene piscina cubierta,biblioteca, calefacción, generadores deelectricidad, polígono de tiro, todo lo que debetener un establecimiento rural para vivir mejorque en Montevideo, además de una cava famosaen todo Maldonado. Su padre era un granconocedor de bebidas y tenía una colecciónfamosa. –Carlos hizo una pausa teatral– Afirmoque simplemente fue a buscar una botella deCamus XO, de las que debe tener varias en sucava, luego que oyó la conversación entre Juan yFox y las largas libaciones de cognac quehicieron. Allí pensó que sería muy fácil insinuarseo, simplemente, mostrarle la botella de CamusXO y sugerirle beber en privado. Al vanidososeguramente le encantó la idea.

–¿Y el veneno? –preguntó sin convicción Luis,tal vez anticipando la respuesta.

–Cualquiera que conozca algo de campo sabeque en los galpones de una estancia hay todotipo de venenos –dijo Susana con firmeza.

Carlos sonrió complacido. Su teoría era la másfirme. Pero dejó que el resto de los comensales laasimilaran completamente en todos sus detalles.

–Un momento –se precipitó Luis–, también larubia podría conocer los gustos de Juan y elinterés inmediato que despertaría una botella deXO. ¿Acaso no estoy imaginando que era unaantigua amante o una hija? ¿Qué le impedíacomprar en Montevideo una botella y traerla,junto con el veneno, para su actuación del fin de

37

semana?Ahora fue Carlos el que calló. Lo que valía para

uno, también valía para el otro. Esta fue la pausaque aprovechó Susana para proponer su propiaversión del asesinato.

–Las dos teorías de ustedes tienen un vicio defondo –dijo Susana con resolución– Los dosacusan a mujeres y a mujeres que no estánpresentes. Me gustaría saber si dirían lo mismocon ellas delante. Además, aquí hay mayoría dehombres. Típico machismo. Los asesinos siempreson hombres, es un hecho.

Carlos y Luis protestaron airadamente, peroSusana no les hizo caso y continuó con su teoría.

–Yo creo que el asesino es Guillermo Fox.Como se han ocupado tanto del cognaccomenzaré por este punto. Fox viene de BuenosAires, luego pasó por un Free Shop. ¿Cuál es ellugar más seguro para comprar una bebida cara yrara sino allí? Los hombres lo hacen todo eltiempo. Yo estoy segura que Fox compró unabotella de Camus XO en Buenos Aires, en elAeroparque. Aquí no hay ningún problema paraaceptarlo.

–Concedido –dijeron los hombres a coro.–Tu problema, Susana, no es la botella –le

aclaró Carlos– que has explicado muy bien, sinoel motivo. ¿Por qué lo hizo? Todos suponemosque Fox y Juan no se conocían y esto apunta aque no existe motivo para matarlo.

–Más despacio –dijo Susana– ¿qué hacía Foxen Punta del Este?

–Dijo que tenía unos asuntos pendientes para

38

arreglar –recordó Luis.–Bien, tal vez hay algunos detalles que no

sepan. La noche del viernes, Fox y Juanestuvieron bebiendo cognac en el bar. Los vi alacercarme a buscar una botella de agua para lanoche. Pero esto no es todo, lo mismo sucedió elsábado por la noche, la víspera del asesinato. Yono escucho conversaciones ajenas, pero no pudeevitar oír fragmentos en ambos casos. El viernesFox dio a entender que la fuente de susproblemas era afectiva y que su mal residía enPunta del Este. El sábado, algo más elocuente,dio a entender que una mujer lo habíaabandonado luego de vivir una historia bastanteintensa. Ésta era la fuente de sus males y estabaallí para solucionarlo. Juan le preguntó el nombrede la mujer, pero Fox se negó una y otra vez adecirlo. Al otro día Juan estaba muerto,envenenado con un cognac. Fue algopremeditado por el uso del veneno y por lahistoria de Camus. No los aburriré con lo que yasaben.

–Todavía no nos has dado un motivo –objetóLuis.

–”Hombres necios que acusáis a la mujer sinrazón” –respondió Susana con una sonrisa quetambién era una mueca. Un mujeriego comoJuan, muere luego de tener dos largasconversaciones con un argentino –abandonadopor una uruguaya (presumiblemente) y dispuestoa solucionar sus males en Punta del Este– ¿quémás se necesita? Fox no mencionaba el nombrede su amada porque era Juan el responsable de

39

la separación. Otra de sus conquistas deserpiente hipnotizadora. Solamente que esta vezno le salió gratis, perdió la vida por su ligereza.

–Siendo mal pensado, también puede ser quela mujer en cuestión sea la propia esposa de Foxy que le resulte intolerable una aventura conJuan. Puede haber otras hipótesis. Bien, Susana,tu teoría es coherente, pero tiene un punto débil–dijo Carlos. Si la muerte de Juan es, en realidad,una venganza ¿cómo se enteró Fox que estaríaen La Capilla el fin de semana? ¿Cómo planeótodo? ¿Era adivino?

–O usaba la bola de cristal moderna: Google –respondió Susana con su mejor sonrisa.Edmundo, que no me deja mentir porque estápresente, ha publicitado a todo el mundo elencuentro en La Capilla. Llamó a la prensa,estuvo en la televisión, concedió entrevistas,envió correo. El viernes estuvieron los periodistasde Galería, ¿qué más quieren? Cualquiera quedesee vengarse de Juan podría saber una semanaatrás que este preciso fin de semana estaría enLa Capilla, simplemente Google le avisó en formaautomática. Hay un mecanismo de aviso, me handicho. Otro día cualquiera no era fácilmenteubicable, pero este encuentro le suministraba unaoportunidad única para estudiar de cerca a suenemigo, elegir el momento preciso para matarloy desaparecer sin despertar sospechas. Esto fuelo que hizo.

–Me has dejado mudo, respondió Luis.–Pero además –Susana quiso dar su golpe

final– algunas mujeres nunca rompen con un

40

viejo amante. Hasta es posible que haya sido ellala informante involuntaria que le comentó a Foxde la reunión en La Capilla. ¡Es insondable lanaturaleza humana!

Aquello dejó a todos helados. Susana habíadado argumentos y detalles que nunca habríanimaginado. Guardaron silencio y terminaron susplatos. Fue entonces cuando Carlos dijo:

–Nos falta tu teoría, Edmundo.–No tengo ni teoría, ni hipótesis ni tesis –

respondió Edmundo– prefiero leer primero elfragmento que Juan tenía escrito en sucomputadora y que el inspector se ha llevado. Talvez allí encontremos una pista. En cambio tengouna propuesta importante: ¡felicitemos a lacocinera! Toda persona se gratifica con unreconocimiento y ha trabajado en formaexcelente.

Todos aprobaron calurosamente la idea ypidieron por ella.

–Yo les agradezco que se hayan acordado demí. Disculpen el atrevimiento, pero se me ocurrióque después de la tragedia del señor Juan, unabuena comida criolla era mejor para ánimo detodos. Igual terminarán el libro, ¿verdad?

–Ahora más que nunca –respondió Edmundo.–Se acordarán de mí y ¿me mandarán uno? –

dijo con timidez la criolla.–Es más –agregó Edmundo– vendremos a La

Capilla a presentarlo y yo le entregarépersonalmente su ejemplar.

41

Domingo por la tarde

El domingo a las 18:00 horas se reunirían losescritores para terminar la jornada de La Capilla,pero la muerte de Juan había alterado toda lajornada. Edmundo aceptó que no se cumpliríaninguna formalidad y que le enviaran en el correrde la semana los documentos por correo. Sinembargo, los planes serían alterados nueva-mente.

A las 17:15 se hizo presente en La Capilla elinspector Cotelo y ordenó que todos se reunieranen el salón del fondo para tener la privacidadnecesaria. Venía serio y acompañado con variosagentes uniformados.

–Señora y señores, vayamos al asunto que nosocupa –comenzó el inspector. Me han informadoque durante el almuerzo han especulado acercadel asesinato de Juan Grannaso. Han sidoimaginativos, por eso son escritores.Lamentablemente el trabajo policial es mássimple y más directo. Comencemos por eldictamen del forense: Juan Grannaso ha muertoenvenenado con cianuro agregado a su copa debebida. Luego de varias copas, el aroma aalmendras amargas puede disimularse perfecta-mente entre los efluvios de una bebida espiritosay más si está tibia como se bebe el cognac. JuanGrannaso murió instantáneamente, sin podersedefender y sin darse cuenta que lo estabanenvenenado. Primer punto. Esto nos habla depremeditación, nadie anda con cianuro en elbolsillo, el culpable cuando entró a la habitación

42

119 estaba dispuesto a matar.–Segundo punto, en un asesinato lo primer

que hay que preguntarse es ¿quién se beneficia?Busquemos a esta persona y tendremos elasesino o estaremos muy cerca.

–Perdone, inspector –interrumpió Carlos– perotambién hay asesinatos por venganza, haypasionales y hay accidentes. ¿No simplificademasiado?

–La venganza es un motivo real –respondió elinspector–, pero las venganzas premeditadas soncrímenes de novela, no existen en el mundo real.La venganza siempre es directa, en el momento,al otro día. Nadie planea una venganza duranteaños excepto en un ajuste de cuentas que ocurreluego que el asesino ha estado muchos años a lasombra masticando la venganza. Lo mismosucede con los asesinatos pasionales, no sonpremeditados y este caso lo fue. Regresemos a lapregunta básica que nos hacíamos cuando elseñor Magiore tuvo a bien interrumpirme –dijodisgustado Cotelo. ¿Quién se beneficia cuando unescritor es asesinado durante un fin de semanaorganizado por un editor que los ha reunido paraescribir un libro? Señores... y señora, larespuesta es obvia: el editor.

Todos miraron a Edmundo, que conservaba lacalma. Apenas mostraba su emoción interna:encendió un cigarrillo, cosa que estaba prohibidaen todo lugar público cerrado.

–Señor Edmundo Canaglia –dijo el inspectorcon firmeza mientras hacía un gesto a susagentes– lo arresto por haber planificado esta

43

comedia, por haber decidido matar a JuanGrannaso de una manera alevosa (todoenvenenamiento es alevoso) con la finalidad deobtener una enorme publicidad gratis para ellibro de los escritores–en–capilla. Es seguro quetiene un contrato para publicarlo en el extranjeroy hasta me imagino que uno de ustedes, quehace cine, también puede formar parte de estecomplot y terminarán haciendo la película. Ahoraestá de moda hacer cine en Uruguay, ganarpremios y todo eso. Eso ya lo veremos. Agentes,procedan.

La edición del libro

Edmundo quedó en libertad, el lunes por lamañana, por falta de pruebas. El sábado por lanoche había ido al teatro en Montevideo y luego acenar. Tenía múltiples testigos. En su autoestaban los comprobantes de los peajes quemostraban que había llegado por la mañana deldomingo. El perro Shelley no había ladrado. Todojustificaba que no había estado en La Capilla enla noche del asesinato.

Lapislázuli fue descartada como culpableporque no se había podido comprobar ningúnmotivo real para matar a Juan Grannaso. Lasespeculaciones de los escritores–en–capilla noeran más que fantasía sin apoyo en hechos.

Los escritores–en–capilla lograron reponerseunos días después y enviaron sus manuscritoselectrónicos. El inspector Cotelo apareció en la

44

primera plana de los diarios de Montevideo yEdmundo Canaglia obtuvo más publicidad de loque nunca habría soñado para su libro. Sólofaltaba una cosa: hallar la persona culpable delasesinato. La prensa recogió las diversas teorías,pero nadie encontraba una causa para procesar aun culpable.

Carlos comentaría públicamente, días después,“en este país los culpables nunca aparecen y siaparecen, nunca son condenados”. IvetteTroglione, entrevistada por la revista Galería,negó que en una futura edición de “Cosecha desangre” aparecería lo que ya se conocía como “elasesino de La Capilla” o el “envenenador delcognac”.

En los primeros días de julio se reunieron lostres escritores–en–capilla, Ivette y Edmundo paradiscutir qué hacer con el libro. Se llegó al acuerdoque se debía publicar. Ivette Troglione agregaríaun segundo prólogo historiando someramente elasesinato en La Capilla.

–Yo tengo algo que consultarles –agregóEdmundo cuando la mayoría de los puntos estabaresueltos–. He recuperado la computadora deJuan y también su manuscrito. Es menosinteresante de lo que esperaba, pero lascircunstancias creo que hacen deseablepublicarlo.

Todos asintieron, parecía un homenajepóstumo.

–De todas maneras quiero leerlo aquí, en vozalta, para recordar a Juan y para que conozcan eltexto antes de publicarlo. Me tomará solamente

45

unos minutos. Edmundo comenzó a leer.

El oro de la legión

Ante todo debemos respondernos a dosinterrogantes: ¿cómo fuimos elegidos losescritores–en–capilla? ¿Por qué el tema elegidoes el tesoro de las Masilotti? He estadoinvestigado un poco y especulando mucho estasemana previa. Internet me ha sido de granutilidad, sin duda.

Una primera observación: todos en La Capillasomos descendientes de italianos, basta repasarlos apellidos. Aquí comenzamos a respondernosla primera pregunta. La búsqueda de estosapellidos no arroja ninguna vinculación regionalitaliana, vienen de todos los rincones de la Bota.Sin embargo hay un elemento común a todosellos, como he podido comprobar con los librosde Fernández Saldaña, Castellanos, Goldaracenay también Internet: todos nuestros antepasadosya estaban cuando estalló la Guerra Grande.Somos todos “italianos viejos”. Esto no puede seruna casualidad, tiene que ser la obra de IvetteTroglione. ¿Para qué acudiría Canaglia a unahistoriadora si simplemente deseaba tomar comotema el presunto tesoro de la Masilotti? ¿Acasono vivimos todos, a diferentes edades porsupuesto, la historia de la búsqueda? Es un casobien conocido. Además, no se trata de escribiruna novela histórica, la propuesta de Canaglia eslibre. ¿Será tan libre como dice?

46

Comencemos por analizar el papel deTroglione. ¿Era necesaria la presencia de unahistoriadora tan prestigiosa? Esta pregunta noslleva a otro punto: ¿Qué sostiene el informe quenos ha presentado? Quitándole todo lo accesorio,creo que el punto central de su argumento estáen este párrafo:

Según las denunciantes el tesoro habíapertenecido a un cardenal italiano, Juan MaríaMastai–Ferretti, que resolvió trasladarse anuestro país, en 1824, con toda su fortuna enjoyas, monedas y lingotes de oro. Al estallarla Guerra Grande, en 1839, este hombreparticipó del lado del gobierno colorado de laDefensa, luchó en la Legión Garibaldina y seenamoró de una uruguaya, con la que tuvoun hijo. Mastai–Ferretti escondió sus valiososbienes en el predio del camposanto, y volvióa Italia acompañado de su hijo –la madrehabía muerto en el parto– entregándolo a unafamilia amiga. En 1846, Mastai–Ferretti fuenombrado papa como Pío IX. Al morir, en1878, dejó a sus descendientes un planopreciso de la ubicación del tesoro.

Veamos sus argumentos uno por uno. Ivetteno te enojes por discrepar, pero también lahistoria del tesoro es opinable. Mastai–Ferrettiviajó a América del Sur en 1823, enviado comoayudante del nuncio apostólico Giovanni Musi aChile y Perú –notar que no era el Río de la Plata–.En esta misión estuvo hasta 1825, momento en

47

que regresó a Roma y pasó a dirigir el hospital deSan Michele. Nunca más salió de Italia. ¿Que nosdice Troglione? No solamente que en 1824 visitónuestro país –cosa que no es imposible, porqueestaba en América del Sur– pero que en 1839 nosolamente continuaba en Uruguay sino quetambién luchó en la Legión Garibaldina fundadaen 1843. Todo esto es muy curioso, porque en1827 Mastai–Ferretti era arzobispo de Spoleto yluego fue trasladado a Imola. En 1839 eracardenale in pectore de Gregorio XVI –curiosopara un alguien que estaba en Uruguay– y en1840 fue nombrado cardenal. Espero que Ivetteno se disguste conmigo por haber descubiertoeste pequeño fallo en su historia, pero yaveremos por qué lo hizo. No contento con todoesto, el conde Mastai–Ferretti se dio el lujo de sergaribaldino, legionario, combatiente, enamoradoy padre de familia. Todo muy eficiente paraalguien que dos o tres años después seríaconsagrado papa.

Dice Ivette que Mastai–Ferretti llevó a su hijo aItalia, muerta ya la madre. Pero veamos, ¿hay unhijo del papa en Italia y a nadie le preocupa?¿Será por eso que por eso el Emperador deAustria–Hungría se oponía y pensaba vetarlo enel cónclave cardenalicio?

¿Qué motivo hay para que un sacerdotesimple, proveniente de una familia rica, quecomienza su carrera en las jerarquías de laIglesia viajando al fin del mundo, América delSur, lleve consigo una cuantiosa fortuna? Mástodavía, regresó con su hijo, pero dejó su tesoro

48

enterrada en Montevideo. ¿Tiene lógica? Pionono, beato, infalible y papa de máxima

duración, cuando murió en 1878, según lapretendida historia de las Masilotti, dejó a su hijoun plano preciso del lugar donde había enterradosu tesoro –traído para el hijo que presuntamentetendría en América–. Según mis investigaciones,Mastai–Ferretti regresó a Italia en 1825; segúnlas de Ivette, nunca antes de 1843 –de otromodo no podría haber sido legionario deGaribaldi–. Luego, Pionono tenía buena memoriay fe en la inmutabilidad de las cosas parasuponer que 53 años después, según micronología o 35 según la de Ivette, el plano seríaválido y preciso. Sabemos por el testimonio deFernández Saldaña que el actual CementerioCentral existía durante la Guerra Grande, unalitografía inglesa titulada “Montevideo desde elCementerio” así lo asegura y los soldadosdibujados lo corroboran. También sabemos queen 1855 estaba en estado ruinoso de losdesastres de la guerra. Conclusión, es muy pocoprobable que Pionono tuviese un plano confiableo, siendo el hombre que era, no enviara a unagente a verificar el estado de las cosas comopodría hacer con sólo mover un dedo.

Cortemos por lo sano, nos aconseja William ofOkham, quitemos todo lo que sobra de la historiadel tesoro y llegaremos a alguna parte.

El tesoro también estuvo relacionado conGaribaldi y la legión italiana, aún en la historiaMastai–Ferretti. Este es el punto donde lo casualse convierte en causal. Si el presunto tesoro

49

quedó en Uruguay, es evidente que Garibaldi nose lo llevó. No financió sus revoluciones italianascon oro sudamericano, está claro. ¿De dóndesalió y tesoro? Sabemos que Garibaldi fuerecompensado por Bento Gonçalves con algo dedinero de la revolución de los Farrapos por susacciones militares, pero este no es el origen deltesoro.

Veamos las andanzas de Garibaldi y su LegiónItaliana. En 1843 organizó la Legión. En 1845comenzó su campaña del litoral y en abril saqueóy tomó a Colonia del Sacramento, siguió luegocon Martín García y en septiembre saqueó aGualeguaychú. En octubre ocupó El Salto. El 8 defebrero de 1846 ocurre la batalla de San Antonioa corta distancia de la ciudad. ¿Cuál otro puedeser su origen del tesoro sino de los saqueos quela Legión hizo durante la campaña del litoral? Esuna regla de oro que el “pirata” Garibaldirepartiese parte del botín entre los legionariosmás destacados. Uno o varios, supongo, son losdueños de tesoro que buscaron las hermanasMasilotti.

Incidentalmente, no podemos comprobar si lasMasilotti también descendían de algún legionario,pues su apellido no aparece en la lista de SanAntonio. Creo que su historia es totalmenteinventada o falsa. Pero me anticipo.

El 24 de febrero de 1846 el Superior Gobiernode la Defensa decreta honores a la LegiónItaliana por triunfo en la batalla de San Antonio.En su tercer considerando dice: “Los nombres delos que combatieron ese día, después de la

50

separación de la caballería serán inscriptos en uncuadro que se colocará en la Casa de Gobiernofrente a las armas nacionales encabezando lalista los que allí murieron.” Sin embargo estecuadro jamás se pintó y solamente tenemosreferencias indirectas. En mi familia se conservaun manuscrito que se entregó, junto con otrosmateriales, a Gaetano Gallino el pintor genovésencargado de ejecutar el cuadro conmemorativoy también pariente de nuestra familia. Según lossecretos de familia, Gallino nunca realizó suencargo porque, encandilado por los ojos oscurosde Anita, a quien pintó el único retrato que seconoce de ella, nunca pudo salir del primer planoen aparecía ella, como enfermera, atendiendo alos caídos de la Legión. Por esta lista –que algunavez ha sido publicada y sin duda es la fuenteprincipal de Troglione para cumplir con lainvestigación que le encomendó Edmundo– séque todos somos “italianos viejos”, descendientesde los legionarios de Garibaldi.

Pero sé más aún y también debe saberloTroglione: somos los únicos descendientes porlínea paterna de los legionarios. Ningún otroapellido de la lista de San Antonio sobrevive hoy.Me cabe una duda, eso sí. ¿Lapislázuli no serátambién una descendiente y se completa así unasombroso cuadro? El color de sus ojos, este azulesmaltado, era el color de los ojos de mías tíassolteras. Podría jurar que también es parte de laidea secreta de Canaglia.

¿Qué tenemos entonces? Los últimosdescendientes de los legionarios de San Antonio

51

reunidos aquí y sabiendo desde antes quenuestro tema será, precisamente, el tesoro de laLegión. ¿Qué busca Canaglia con su pequeñaconspiración? En forma pública, anuncia a losescritores en La Capilla trabajando un fin desemana. En forma secreta, busca reunir a losdescendientes de los legionarios esperando quede este hecho surja nueva evidencia sobre eltesoro de la legión italiana…

*

–Aquí se interrumpe el documento. Siguensolamente notas de trabajo dispersas, sinconexión entre sí.

Con estas palabras, Edmundo Canagliaconcluyó la presentación del manuscrito de Juanencontrado en su computadora.

–Juan dijo que escribía una novela policial¿dónde está? –preguntó Luis.

Solo obtuvo un encogimiento general dehombros de los presentes. El texto no parecíaserlo y no había más explicación. Sin embargohabía un muerto y un misterio por aclarar.

–O tal vez sí –agregó Carlos–, la historia estáinconclusa o tal vez se borró una parte. Lascomputadoras pueden perder parte de lainformación y esta tal vez no fue apagada enforma correcta. Podría convertirse en un misteriopolicial en el cual uno de los presuntosdescendientes de los legionarios, nosotros,tuviésemos una información parcial sobre eltesoro y entonces habría un motivo para una

52

historia policial...

La presentación del libro

El día de la presentación del libro en Montevideoel auditorio estaba colmado de público y unabuena cantidad de personas intentaban entrarpara ver y oír lo que fuera posible. La revistaGalería, los diarios y la televisión se habíanocupado muchas veces del “asesinato en LaCapilla” como le llamaban algunos o el“asesinato–Masilotti” como decían otros.

Por esta razón Edmundo Canaglia, editor ycreador del encuentro de escritores, contó lahistoria del libro, sus alegrías y sus tristezas.Anunció que al finar se responderían preguntas.Luego Ivette Troglione presentó el material con elcual se trabajó y comentó brevemente cada unade las obras de los autores en capilla. Se detuvoespecialmente en el manuscrito inconcluso deJuan Grannaso

–Este manuscrito es el más curioso de todos.Declaró que escribiría un cuento policial, pero noaparece, no tiene final, no se ve cuál puede sersu orientación. El fragmento que conocemossolamente explora el posible origen del tesoro.No es historia, es relato. Parece sugerir que hayuna conspiración por parte de Edmundo parajuntar materiales inéditos sobre el tesoro de laMasilotti. Tal cosa no ha ocurrido, de más estádecirlo. La historia del tesoro sigue inconclusa.Ahora se ha agregado el misterio del asesinato de

53

Juan Grannaso, del cual tanto se ha ocupado laprensa.

Carlos Magiore, por acuerdo de todos, habló ennombre de los escritores–en–capilla.

–Amigos –comenzó Carlos– si dejamos de ladola trágica muerte de Juan Grannaso, laexperiencia intelectual ha sido magnífica. Creoque la idea de poner en capilla a un grupo deescritores es excelente. Por eso propongo que serepita la experiencia y se continúe con el tema delas Masilotti cada año, en las cercanías de lanoche de San Juan. Así podremos continuarexplorando este tema que no ha parecidoinacabable a todos. Lamentablemente se puedeagregar también como tema a la investigación delasesinato de nuestro pobre Juan a la lista de losmisterios. Me temo, sin embargo, que esteasesinato integrará la larga lista de los casos noresueltos.

–Espero –dijo Luis por lo bajo– que en cadarepetición del encuentro no muera un escritor...

–No digas eso, Luis, no seas malvado –lerespondió Susana por lo bajo.

Tomó la palabra nuevamente Edmundo e invitóal público a formular preguntas.

–¿Usted puede negar públicamente que noorganizó una conspiración, como sostuvo elinspector Cotelo, para hacer publicidad sobre ellibro y el evento? También lo sugiere elmanuscrito de Juan Grannaso.

–La pregunta es impertinente. La policía noencontró ninguna prueba de tal cosa.

–Se ha dicho que Juan Grannaso no ha

54

muerto, que todo fue una puesta en escena y queen cualquier momento aparecerá en Montevideo.¿Qué puede decirnos?

–Sin comentarios. Por favor señores, estamospresentando un libro. Los autores estánpresentes. ¿No hay preguntas sobre el libro? ¿Nohay preguntas a los autores?

–¿Usted puede afirma públicamente que elinspector Cotelo es real y no un actor quecontrató para la puesta en escena de La Capilla?

–Pregunta impertinente. Si usted es periodista,puede averiguarlo.

–¿Usted puede explicarnos por qué en un hotelreservado para los escritores–en–capilla habíados personas que no formaban parte del grupo?Me refiero a Fox y Credente. Los cuales, por raracoincidencia, parecen haber desaparecido. No loshemos podido encontrar.

–Señores, muchas gracias por su presencia ysu interés. Ahora los invito a pasar a la otra saladonde brindaremos con una copa por el éxito deeste libro –con estas palabras Edmundo Canagliadio por terminada la presentación del libro.

El público, en medio de rumores y protestas,fue saliendo del salón. La copas de vino blancohelado comenzaron a circular. Los murmullosaumentaron de volumen. Los temas deconversación pasaron rápidamente del asesinatode Juan Grannaso a muchos otros. Lapresentación del libro, a pesar de algunosimpertinentes, había sido un éxito.

Como broche final, Edmundo propuso unbrindis entre el reducido círculo de La Capilla.

55

Apareció Lapislázuli, disfrazada de moza, con unabandeja y media docena de copones de cognac.Le sirvió agua mineral a Carlos Magiore y a losdemás, el dorado caldo escanciado de una botellade Camus XO. Lapislázuli fue la encargada depresentar el brindis.

–¡Bebamos por el viaje que Juan disfruta entrelos dioses de Egipto y por su posible retorno delAmenti! Nunca un egipcio perdió la esperanza dela inmortalidad.

La Capilla, 2008.