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Relato original de Diana Bacalla (Dianchi)Diana Bacalla (Dianchi)Diana Bacalla (Dianchi)Diana Bacalla (Dianchi) Lágrimas de una noche de otoñoLágrimas de una noche de otoñoLágrimas de una noche de otoñoLágrimas de una noche de otoño Lima, Perú – Febrero 2015
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Portada: Portada: Portada: Portada: No encontré al dueño de la portada, pero todos los derechos son para esa persona. Solo tomé la imagen para adecuarla a la portada. Gracias. La distribución de este libro, impresión, reproducción y alojamiento en hosts diferentes del host de origen están permitidos mientras se conserve el nombre del autor original y este no sea cambiado bajo ninguna excusa. Por favor, seamos conscientes que este material es gratis pero, es producto de nuestro esfuerzo y por ello vale demasiado para nosotros. Así mismo la descarga de estos relatos es gratis como se mencionó arriba, pero, está terminantemente prohibido utilizar este escrito con fines comerciales sin el permiso y acuerdo previo con la autora.
La primera vez que la vio fue una solitaria noche de otoño, cuando regresaba a
casa después de una larga jornada de trabajos en la universidad. El autobús la
dejó en aquel triste paradero como de costumbre y se alejó rápidamente por ser
su último recorrido. Sofía se quedó sola. Eran más de las once de la noche y si
no apresuraba el paso, de seguro su tía empezaría con su largo y aburrido
sermón acerca de los peligros de la calle. Ella sabía que podía ser víctima de
un asalto o quizás algo peor ya que, la zona no era tan bonita que digamos.
Sofía contempló la vieja y sucia calle de la avenida Tacna con una mueca de
disgusto; cerca estaba la iglesia Santa Rosa y más allá, el puente con el mismo
nombre. Todo ubicado en el corazón de Lima, la capital del Perú.
Odiaba ese lugar porque todo parecía estar a punto de derrumbarse. Extrañaba
demasiado su antiguo distrito. Sofía sentía que aquellas imágenes de parques
muy bien cuidados, centros lujosos de recreación, tiendas comerciales y casas
enormes se iban borrando de su cabeza gracias a ese fétido olor que percibió al
doblar la esquina. Realmente, daría lo que fuese por recuperar su vida anterior,
estando acostumbrada al lujo y a las comodidades, sentía ese cambio como el
peor de los castigos.
Todo había sido culpa de aquel maldito accidente de tránsito. Sentía una rabia
muy intensa cuando recordaba cómo sus padres habían muerto de aquella
manera tan patética, todo por un hombre borracho que iba al volante. La ira se
apoderaba de ella, solo había sido un accidente más, una pequeña nota en
los periódicos baratos, que todo el mundo olvidó en pocos días.
Realmente las cosas habían cambiado mucho en su vida, demasiado quizás.
Pero el dolor y el odio hicieron que se convirtiese en una joven fría, libre
de esas emociones tontas como ella las llamaba. Siempre había sido altanera y
orgullosa, por eso, aquel accidente le parecía de lo más humillante. Sofía no
derramó ni una lágrima por sus padres en el funeral, le importó un comino
los comentarios de esos parientes que no conocía. De todos modos, ellos
pasaban por su lado sin darle las condolencias del caso, solo se dedicaban a
murmurar cosas desagradables para variar. Sofía era una simple espectadora de
todo lo que estaba sucediendo, y era mejor de esa manera, ser invisible para
todos era lo que más deseaba en esos momentos.
La joven era hermosa, con ojos azules y cabello tan negro como el ébano,
pero, no llegaba a ser más que una muñeca de porcelana sin sentimientos.
Sin embargo, aquella noche podría asustar hasta a una persona como ella.
Algunos restos de papel periódico, bolsas rotas y envolturas de golosinas eran
arrastrados por el viento nocturno haciendo un sonido irritante; así que,
intentando ignorar esta sensación que le producía ligeros escalofríos, empezó a
caminar con pasos largos.
Su casa quedaba a dos cuadras de distancia del paradero y todo se veía
tranquilo hasta el momento. No había visto a nadie sospechoso, pero eso
no quería decir que no estuviese pendiente por si algo sucedía. No podía
bajar la guardia.
De pronto, escuchó unos lamentos. Unos sollozos que parecían viajar
con el viento helado, y por más que se detuvo e intentó descifrar de dónde
provenían, le fue imposible saberlo. El sonido parecía provenir de todos
lados, un llanto escalofriante que por momentos se hacía fuerte y cuando
creía haber descubierto su origen, disminuía considerablemente.
Después de un rato, Sofía creyó que solo había sido su imaginación jugándole
una mala broma. Después de todo, había pasado la tarde sentada frente a
una computadora y no había tenido oportunidad de comer algo decente, así que
razonaba que se trataba solo de eso.
La joven retomó su camino, quería llegar a casa y dejarse caer sobre su cama,
quizás cenar algo y después dormir todo lo que pudiese, ya que, tenía que
levantarse muy temprano al día siguiente.
No obstante, aquellos molestos sonidos empezaron nuevamente, haciendo que
sus escalofríos aumentasen. Sofía pasó las manos por sus brazos para darse algo
de calor, y se percató que su temperatura había disminuido repentinamente.
Estaba a punto de echarse a correr. Cuando al doblar lentamente otra esquina,
pudo ver a una mujer no muy lejos. Estaba parada de espaldas e iba totalmente
vestida de negro. Al verla, la joven se detuvo petrificada, sintiendo cómo las
piernas le empezaban a temblar y el corazón se le aceleraba. Jamás la había
visto desde que se mudó, no parecía ser alguna de sus vecinas. Esta mujer era
alta y esbelta, con abundantes y sedosos cabellos negros. A pesar del largo
vestido que llevaba y el chal que cubría parte de su cabeza y hombros, sabía que
no se trataba de una anciana. Aquella imagen parecía salida de uno de sus libros
de historia, y bien podría tratarse de una persona que regresaba de una fiesta de
disfraces al estilo colonial.
Sofía se sintió tonta al haberse dejado impresionar tan rápido, pero, cuando
quiso seguir su camino algo hizo que se detuviera de nuevo. ¿Curiosidad? Tal
vez, pero años más tarde se arrepentiría por completo de haberse detenido
aquella noche. Sofía pensó en pasar desapercibida por aquella misteriosa
mujer. Pero, al escuchar un nuevo lamento, se dio cuenta que había
encontrado sin querer a la dueña de aquella espantosa voz. La joven se
paralizó, sabía que no debería estar ahí y menos viéndola de aquella manera.
Cuando recuperó el control de su cuerpo fue demasiado tarde, aquella extraña
mujer había sentido su mirada fija y comenzó a girar lentamente. Sofía tenía la
respiración agitada, sentía que se ahogaba; por algunos segundos el
movimiento de la mujer le pareció eterno, pero, cuando finalmente estuvo
frente a ella, la sorpresa fue tal que por poco su corazón se detiene por la
impresión.
Al principio Sofía estaba convencida de que se trataba de un ser humano,
pero lo primero que hizo que abandonara esta idea, fue al ver que la
desconocida no tenía pies. Ella flotaba en el aire con los brazos extendidos y las
manos abiertas. Si bien poseía una figura femenina, se trataba de una aparición
con una piel demasiado pálida, cabellos negros, manos delgadas y uñas largas.
Las cuencas de sus ojos estaban vacías, pero eran como las mismas puertas del
infierno por la manera en como ardían en llamas y deslumbraban en la
oscuridad. Las lágrimas que caían por sus mejillas eran gotas de sangre, dándole
a su rostro un aspecto repugnante. No obstante, por la manera en como
agachaba la cabeza y el constante llanto, Sofía notó que este ser estaba
profundamente sumido en la tristeza y el odio.
Por algunos segundos, la imagen aterradora la miró fijamente de pies a cabeza.
- Tú - fue lo único que pronunció con una voz débil y ahogada.
Sofía cerró los ojos fuertemente para evitar que el contacto visual continuara y
se llevó ambas manos a los oídos. Sus pies parecían estar pegados sobre el frío
piso de concreto, pero al liberarse de su presencia por algunos segundos,
sintió que recuperaba el control sobre ellos. Tomando todo el valor que tenía,
salió corriendo lo más rápido que pudo hacia su casa. No se detuvo hasta que
hubo entrado y cerrado bien la puerta con doble seguro. Sofía subió las escaleras
torpemente y sin hacer caso a los llamados de su tía, cerró sus ventanas y
cortinas al mismo tiempo, para finalmente tenderse boca abajo sobre su cama,
mientras sentía cómo su respiración salía con dificultad de sus labios a grandes
bocanadas.
No podía creer lo que había visto. Estaba asustada y tan confundida que tuvo
que refugiarse debajo de las cobijas para obligarse a dormir y así recuperar la
cordura. A la mañana siguiente olvidaría todo, al menos eso era lo que esperaba,
ya que las clases en la universidad eran lo suficientemente pesadas como para
tener algo más en que preocuparse.
Y, fue el sonido de un auto lo que la despertó al amanecer, junto a voces
que murmuraban cosas que no podía entender.
Sofía se levantó de la cama y se asomó a la ventana. Aún estaba medio dormida
cuando lo hizo y casi se cae al piso por aquellos pasos torpes que daba. Lo
primero que distinguió fue la figura obesa de su tía corriendo a la cerca que
estaba en frente de su casa, luego vio a un pequeño grupo de gente
reunida, la mayoría eran vecinos y otros, solo curiosos que pasaban por ahí,
todos observando algo en la puerta principal de aquella casa.
De pronto, la señora Inés, la única persona decente que había conocido desde
que llegó a esa polvorienta calle, salió de su casa entre gritos y un llanto
amargo. Sofía abrió la ventana y se asomó lo más que pudo para escuchar mejor
y enterarse de lo que había sucedido; sin embargo, con ver a una ambulancia
llegar en esos momentos y que los paramédicos sacasen en una camilla un
cuerpo cubierto por sábanas, se dio cuenta de todo. El esposo de la señora Inés,
quién había estado enfermo por meses, había muerto de un paro cardiaco en
plena noche, quizás a pocas horas después de su llegada a casa.
En ese instante, ya repuesta de su somnolencia y con sus pensamientos
volviendo a seguir su lógica habitual, Sofía recordó la escalofriante aparición.
Lentamente retrocedió y cerró las ventanas, para abatida, caer sentada en el
borde de la cama. La imagen estaba claramente grabada en su memoria, estaba
casi segura que la presencia de ese ser extraño en el vecindario había sido la
causa de la muerte de aquel hombre.
Sabía muy bien que ese señor había estado enfermo desde hacía cierto
tiempo, sin embargo, tal coincidencia la intrigaba demasiado. Había escuchado
de boca de sus padres que aquellas viejas calles de Lima estaban repletos de
fantasmas y apariciones sobrenaturales, peor aún, su tía le había contado
algunas historias que parecían tan fantasiosas que jamás pensó que alguna de
ellas fuese real.
Sofía no quería dejarse llevar por cuentos urbanos sin explicación aparente.
Para ella todo tenía un porqué, junto a una explicación científica. Por eso, no
estaría de más buscar información en la Internet y averiguar qué cosa era aquello
que había visto la noche anterior. Solo para aliviar su curiosidad y preocupación.
Sofía se cambió de ropa rápidamente, luego de ello se puso en frente del espejo
para peinar su corta cabellera que parecía acomodarse sola. Contempló
vagamente su delgada figura y arqueó las cejas en señal de fastidio cuando
bajó la mirada hasta esos pechos que parecían que jamás se terminarían de
desarrollar. Una tabla tenía más curvas que ella y a pesar de las delicadas
facciones de su rostro, Sofía estaba muy insatisfecha con su apariencia. La joven
decidió no perder más el tiempo y sujetando sus cosas salió sin desayunar,
ya que con tanto barullo frente a su casa y después de ver el levantamiento
del cadáver, aunado todo a los recuerdos de aquella mujer fantasmal, el hambre
se le había ido por completo.
Ya estando en la universidad, la joven ignoró las primeras clases para
dirigirse a la sala de computación. A esa hora solo estaba el encargado que la
vio asomarse por la puerta y luego sentarse rápidamente frente a una de las
computadoras que estaban en la primera fila. Sofía hizo caso omiso a sus
miradas y empezó a buscar la información que necesitaba sin importarle los
esfuerzos de aquel chico por llamar su atención. Sus dedos teclearon
rápidamente las palabras: leyendas urbanas en Lima, y aparecieron miles de
páginas que contenían relatos, fotos y hasta videos de estos supuestos
fantasmas. Sofía ingresó a algunos sitios web al azar, leyendo muchas historias
de supuestos testigos que habían sido víctimas de acosos y apariciones.
Todos los relatos tenían un punto en común. La mayoría hablaba de espíritus y
cómo estos, llamaban la atención de los vivos de diferentes maneras. Las
descripciones de aquellas misteriosas entidades eran similares, pero ninguna
exactamente igual a lo que vio la noche anterior. A la conclusión que llegó Sofía
fue que se trataba de un fantasma burlón y que para su desgracia era la única
testigo de aquella escalofriante aparición.
La joven pensó en dejar las cosas ahí, ya que aparte de la muerte de su
vecino no había sucedido nada más. No podía echarle la culpa a ese ente,
porque el hombre había estado con un pie en la tumba hace mucho tiempo.
Sofía se agachó para recoger la mochila que había dejado en el suelo, cuando en
eso sintió las miradas de aquel chico sobre ella de nuevo.
Empezaba a perder la paciencia. Sofía se colocó la mochila en el hombro y se
puso de pie, aun de espaldas para evitar cualquier contacto visual con aquel
jovencito. De repente, una mano sujetó su hombro con brusquedad. Sofía la
sintió tan helada como un pedazo de hielo, aquellas uñas se empezaban a clavar
en su piel. Sofía estaba a punto de lanzarle los peores insultos a aquel
desconocido por su atrevimiento, cuando en eso al girar la cabeza hacia la
derecha, vio una esquelética mano de largos dedos y garras amenazadoras. La
chica se quedó en silencio, el pecho le empezó a doler por el rápido latir de su
corazón. Intentó respirar por la boca pero sentía el aire contaminado por aquel
espantoso olor que desprendía.
Sofía odiaba mostrar esa cobardía, era demasiado orgullosa para eso. No
obstante se sentía asustada y deseaba gritar con todas sus fuerzas para que aquel
horrible ente se largara de una vez. La joven inhaló el poco oxígeno que había
en el ambiente y decidió girar por completo para enfrentarse a lo que fuese
aquello.
De acuerdo a lo que había leído en la Internet, si lo hacía, esta dejaría de
molestarla. Lamentablemente, cuando estuvo frente a ella y contempló aquel
rostro demacrado y esos ojos envueltos en llamas de nuevo, el poco valor
que había reunido se esfumó por completo. Con la luz del día se veía más
aterradora que nunca. Y, cuando empezó a llorar con aquellas lágrimas de
sangre y esos sonidos irritantes salieron de sus labios secos, Sofía sintió que
sus piernas empezaban a debilitarse.
La aparición aun la tenía fuertemente agarrada del hombro. La mujer infernal
llevó la otra mano hacia el rostro de Sofía y empezó a acariciarla de una manera
suave. El pánico se había apoderado por completo de la joven, empezó a rogar
mentalmente para que aquella tortura terminara. Por algunos segundos pensó
en rezar, pero como jamás había creído en estas cosas, dudaba mucho que le
fuese de ayuda alguna.
Entonces, el ente pronunció una frase que jamás podría olvidar:
- Tú serás la siguiente -
Fue en esos momentos cuando en un abrir y cerrar de ojos, la presencia
desapareció. No obstante, todo empezó a darle vueltas y la joven se desmayó sin
poder evitarlo.
Al recobrar la consciencia, Sofía se vio rodeada de muchos curiosos. Estando
aun atontada por el desmayo se levantó como pudo y se puso de pie. Entre
aquella pequeña multitud se encontraban sus compañeros de clase, quienes la
miraban con lástima. Sofía ignoró por completo las preguntas del profesor que
había estado reanimándola con alcohol empapado en un pedazo de algodón.
Simplemente recogió sus cosas y salió con cierto desdén, empujando a
algunos presentes sin importarle sus comentarios.
Aquel encuentro había arruinado por completo su mañana y la expuso ante
todos como una chica débil y rara. Poco le importaba lo que pensaran de ella,
pero no podía soportar que su nombre estuviese en boca de todos, y más
cuando sentía que estaba a punto de volverse loca. No sabía si aquello era real o
estaba alucinando cosas. Esa tarde cuando regresó a casa y vio una nota de su
tía pegada en el refrigerador, indicando que el almuerzo estaba listo y solo
debía calentarlo en el microondas, subió a su habitación para recostarse un
rato y luego avanzar con sus deberes. El día siguiente era sábado, pero se
había atrasado mucho por estar investigando a esa aparición, y ahora
después de lo sucedido, no podía dejar las cosas así. Sofía quería más que nunca
una explicación a todo ello, por lo que al día siguiente iría a la biblioteca a
buscar información en los libros más viejos.
Esa noche solo quería descansar, Sofía se recostó sobre su cama y se
quedó dormida. Sin embargo, un confuso sueño impidió que su mente pudiese
encontrar la tranquilidad que deseaba. Al principio, todo le parecía un sueño
ordinario: imágenes sin sentido, colores extravagantes y situaciones imposibles,
pero poco a poco la escena de su sueño fue cambiando. Sofía empezó a
escuchar gritos y ver cadáveres tirados por doquier. Se encontraba en un
horrible callejón que parecía no tener salida. La joven no entendía qué hacía ahí,
así que empezó a correr buscando algún lugar más familiar, pero siempre
regresaba al mismo sitio. Finalmente se detuvo cansada, respirando
agitadamente y se dio cuenta que en el piso había tirado un espejo. Sofía se
acercó lentamente hasta el objeto y cuando observó su reflejo pudo ver su
imagen distorsionada por el cristal roto. En eso, sintió como sus manos
estaban pegadas al marco del espejo y no podía soltarlo, ella empezó a
desesperarse. Lo peor fue cuando el duro suelo de concreto se transformó en
algo gelatinoso, empezando a hundirse en medio de la calle. Sofía quiso gritar
pero descubrió aterrada que sus labios estaban cosidos con hilos negros, aun
sostenía el espejo y no podía detener aquel descenso, pronto aquella oscura
masa gelatinosa la devoraría.
Sofía empezó a llorar con amargura, no podía emitir gemido alguno pero,
mentalmente pedía a gritos ayuda. El pánico se apoderó de ella y este se triplicó
cuando observó en el espejo una sombra que se acercaba por su espalda
con un enorme cuchillo en la mano. Sofía intentó liberarse de aquella
asquerosa masa, forzar sus labios para que expulsen un grito, hacer lo que sea
para evitar su propio asesinato. Pero en esos momentos, sintió el metal
clavándose en su piel seguido a un dolor insoportable, un ardor que
parecía quemarla. El cuchillo iba incrustándose dentro de ella mientras sentía la
sangre caer por montones, resbalando hasta sus caderas y cayendo por sus
delgados brazos desnudos.
Sofía estuvo a punto de desmayarse. El espejo le reveló la identidad de su
atacante, aquella mujer diabólica que sonreía sin piedad alguna. La presencia
se inclinó hacia ella y mientras sujetaba fuertemente con una mano el cuchillo
con la intensión de partirla en dos, con la otra empezó a recorrer su piel como
la última vez. La joven sentía como la vida se le escapaba rápidamente, para el
ente era solo una diversión, ya que, empezó a manosearla tocando
bruscamente sus pechos y bajando hasta su vientre ensangrentado. Este
repugnante acto solo la excitaba, la sonrisa que se convirtió en grandes
carcajadas, eran la prueba de ello.
- ¿¡Quién eres tú!? ¿¡Por qué no me dejas tranquila!? ¿¡Por qué me estás
haciendo esto!? ¡Quiero despertar de esta maldita pesadilla! ¡Quiero que
desaparezcas! – fue el grito con el cual no solo se despertó Sofía, si no que
hizo que su tía saliera corriendo de su habitación y subiera las escaleras para ver
que le había sucedido. Sofía se dio cuenta que todo eso solo había sido una
horrible pesadilla, pero aun así el corazón le latía rápidamente dentro de su
pecho. Su gorda tía entró al cuarto pero por más preguntas que le hizo, su
sobrina no dijo palabra alguna.
La mujer mortificada por aquel escándalo y más por el comportamiento
antipático de Sofía, salió de la habitación dándose por vencida.
Esto solo aumentaba el odio de la joven. Detestaba aquella casa,
despreciaba la vida pobre que llevaba y a aquella mujer que nunca le agradó
por ser tan conformista. No obstante, la culpa recaía en sus padres, si ellos no
hubiesen muerto en aquel ridículo accidente ella jamás hubiese tenido que
mudarse, ni sería víctima de ese fantasma demoniaco. Sofía se quedó recostada
boca arriba sobre la cama, no podía cerrar los ojos porque aquellas macabras
imágenes se le venían a la mente.
Cuando buscó su celular a tientas sobre la mesa de noche y lo hubo encendido
para ver la hora, se dio cuenta que apenas eran las cinco de la mañana. Las cosas
estaban poniéndose demasiado intensas e insoportables. Sofía podía sentir las
gotas de sudor resbalando por su frente y su cuerpo temblando sin poder
tener control sobre eso. Tenía que haber una razón para que aquella mujer
fantasmal se hubiese obsesionado con ella. Sofía sentía que algo muy oscuro se
escondía detrás de todo aquello.
Y, sin esperar que amaneciera, se cambió rápidamente de ropa. No podía
permanecer en esa casa por un minuto más, así que guardando algunas
monedas en el bolsillo trasero de sus jeans, salió a la calle sintiendo como el
viento de la mañana azotaba su rostro por sus pasos apresurados. Sofía se
dirigió a la biblioteca nacional ubicada en pleno corazón de la avenida Abancay,
atravesando las silenciosas calles para cortar camino.
Por su rápido andar llegó muy temprano y tuvo que sentarse en los escalones de
la entrada hasta que abriesen. Los carros que pasaban hacían mucho ruido con
sus claxon y contaminaban el aire, pero esto hizo que pudiese calmarse un poco.
El contacto con la realidad era el mejor remedio después de una pesadilla como
la que tuvo. Y, después de un par de horas cuando la biblioteca hubo abierto;
Sofía entró, mostró su carnet y se dirigió a la sala de literatura ubicada en
el sótano, tenía la esperanza de encontrar alguna novela o relatos antiguos que
hablasen de espíritus amenazadores como esa mujer.
- Mierda, no encuentro nada – dijo en voz baja horas después.
Sofía había buscado información en varios libros, pero todo lo que
encontraban solo parecían cuentos para asustar a los niños. Había perdido un
día entero por culpa de ese maldito ser.
Cuando salió de la biblioteca eran las seis de la tarde y el estómago le reclamaba
la falta de comida. Iba a contar sus monedas para ver si le alcanzaba para
comprarse algo decente, pero en eso su celular empezó a sonar. Sofía vio que se
trataba de un número desconocido, quería ignorarlo pero ante la insistencia no
tuvo de otra que contestar a la llamada. La joven apretó el botón verde y puso el
teléfono a la altura de su oreja para escuchar, pero apenas hizo esto, unos
sollozos y lamentos escalofriantes se escucharon del otro lado del aparato.
Sofía reaccionó tirando bruscamente el celular al suelo, ocasionando que se
rompiera en pedazos. Las personas que pasaban por ahí la miraron, pero al
contemplar aquel odio reflejado en sus ojos, volteaban enseguida para seguir
con su camino.
Sofía se dispuso regresar a casa. Estaba anocheciendo y la locura
empezaba a apoderarse de ella por completo. Sentía miradas con cada paso que
daba, escuchaba voces susurrando palabras inentendibles y las calles se
convirtieron en interminables laberintos. Pero esto no terminó ahí, al llegar a
casa encontró a sus vecinos reunidos frente a su puerta y un carro de la policía
estacionado muy cerca. Sofía corrió para ver qué había sucedido y con un
impulso nervioso empujó a aquellas personas dirigiéndose al interior de su casa.
La escena que encontró en la sala fue espantosa. Sofía se llevó una mano a la
nariz cuando sintió el insoportable aroma a muerte en el lugar.
Su tía yacía muerta boca abajo sobre el sofá, en su espalda había un
enorme cuchillo que la apuñaló muchas veces hasta quitarle la vida. Todo era
un baño de sangre y Sofía se horrorizó al darse cuenta que eso se
parecía mucho a la pesadilla que tuvo anoche.
Sintió ganas de vomitar. La mujer parecía haber sido asesinada hace muchos días
ya que, su cuerpo se encontraba en estado de descomposición y la sangre
empezaba a secarse. Pero, esto era imposible, Sofía la había visto con vida
hace algunas horas y era ilógico que el cadáver se encontrara en esas pésimas
condiciones. La joven se sentó sobre el sofá con la mirada hacia el suelo,
ya nada tenía sentido para ella, y de seguro pasaría toda la noche con los
policías para responder las preguntas de rutina.
Pero, algo muy extraño sucedió, los policías cubrieron el cuerpo con bolsas
y lo levantaron para sacarlo de la casa, y ninguno de ellos volteó a verla. Sofía
se puso de pie rápidamente y corrió para interponerse en su camino. Estaba
furiosa, si bien nunca había querido a esa mujer ¡era su tía a quien habían
asesinado! Aún era menor de edad y no podían dejarla sola en la casa. Sofía
empezó a gritarles e insultarles ante su indiferencia, pero ninguno le
dirigió palabra alguna, simplemente era como si no existiera. Sofía salió a la
calle para hablar con sus vecinos pero estos se habían retirado cuando el cuerpo
fue sacado del lugar. Gritó llamando a la señora Inés, pero, ella al igual que los
policías, parecía no escucharla.
- ¿Qué es lo que les sucede a todos? – se preguntó mentalmente mientras
entraba a la casa dispuesta a coger todo el dinero que encontrase y largarse de
ahí. – Solo son unos malditos curiosos, ojalá todos ellos murieran – terminó por
decirse a sí misma mientras subía las escaleras apresuradamente.
Sofía giró la manija de su habitación para coger sus cosas, pero cuando la puerta
se hubo abierto se encontró con un cuarto polvoriento y abandonado. La joven
no podía creer lo que veía. El piso de madera estaba en malas condiciones, las
cortinas desgarradas y la pintura de las paredes cayéndose a pedazos, estaba
claro que nadie había utilizado esa habitación hace mucho tiempo. Sofía empezó
a llorar y a gritar con todas las fuerzas que tenía. Cuando en eso escuchó
aquellos lamentos y gemidos sobrenaturales provenientes de la calle. Permaneció
en silencio por breves segundos y por la desesperación salió corriendo de la
casa para dirigirse al único lugar donde podría estar a salvo.
Sus piernas la llevaron directamente hasta las rejas de la iglesia Santa Rosa, la
puerta principal estaba cerrada pero misteriosamente ella pudo atravesarla con
facilidad. Aquel era el último recurso de Sofía por liberarse de aquella
maligna presencia, ya que según las leyendas populares los malos espíritus no
podían entrar a la iglesia, de lo contrario serían enviados directamente al
infierno. Siguiendo esta lógica llegó hasta el altar y se arrodilló abrazándose a sí
misma, todo estaba muy frío y rogaba por sentir un poco de calor.
Sofía podía escuchar claramente los gritos y lamentos de aquella mujer
fuera de la iglesia, al parecer le había ganado esta vez. No obstante, se sentía
mucho más asustada que antes, el corazón le golpeaba salvajemente el pecho y
casi le era imposible respirar. La joven levantó la cabeza lentamente, la escena
que presencio la dejó completamente muda.
- Los espíritus podridos como tú no pueden pisar aquel suelo sagrado – dijo la
voz de la mujer demoniaca desde el exterior, haciendo que las
paredes retumbasen.
Sofía se levantó y empezó a retroceder. Aquellos ojos brillantes estaban clavados
sobre ella, ojos de vidrio y cerámica de aquellas estatuas que habían cobrado
vida. Estatuas de santos y santas peruanos que habían girado sus cabezas y
levantaban sus brazos señalándola con desprecio. Sofía se pegó contra la pared,
sabía que no tenía escapatoria; si salía de la iglesia estaría en poder de aquella
mujer, y si permanecía en ella, aquellas viejas estatuas de santos limeños la
destruirían.
Ahora, podía recordar el accidente en donde murieron sus padres, las imágenes
aparecieron violentamente en su memoria. Todo había sido una simple ilusión, la
desesperación por querer aferrarse a una vida que ya no existía. Sofía había
creado todo y lo único real era aquel sentimiento de odio que la había devorado
en vida. Pero, a pesar de la cruda verdad que tenía enfrente le era imposible
aceptarla, no podía creer que todo lo que había vivido en esos meses hubiese
sido producto de su imaginación. Mucho menos, admitir que estaba muerta.
Sofía permaneció en la iglesia cuando esta empezó a temblar con fuerza.
Todas las estatuas explotaron haciéndose polvo, cayendo de sus respectivos
lugares, reuniéndose en el medio de la iglesia para formar un círculo. De repente
el suelo se desprendió, Sofía pudo escuchar voces demoniacas y gritos
desgarradores provenientes de aquel agujero en llamas. En eso, una fuerza muy
intensa empezó a jalarla, esas estatuas la mandarían al infierno y por más que
se sujetase del altar, esta era demasiado fuerte.
- ¡No puedo terminar así!, ¡que alguien me ayude! ¡No quiero irme al infierno! –
gritó Sofía hasta que la voz se le quebró por el esfuerzo -, La joven suplicaba
pero a ninguno de esos demonios que empezaron a salir y reptar por el suelo, le
interesaba escucharla. Sofía vio sus afiladas garras, sus colmillos ensangrentados,
sus ojos envueltos en llamas, ahogándose con el hedor que emanaban sus
cuerpos escamosos. Sofía se aferró al enorme crucifijo del altar, pero hasta Dios
parecía haberla olvidado por completo.
Los demonios estaban muy cerca de sus piernas, podía sentir sus alientos de
fuego sobre su piel. Pronto no sería nada, pronto tendría que enfrentarse a la
peor de sus pesadillas. Sofía levantó la mirada y rogó mentalmente por última
vez. Y cuando estaba a punto de resignarse, escuchó la voz de aquella maldita
mujer que aun custodiaba la iglesia desde el exterior.
- ¿Harías lo que sea para permanecer en la tierra? – preguntó el ente. Su voz
atravesaba las paredes de la iglesia
- ¡Sí! ¡Lo que sea!
- ¿Estás segura?
- ¡Completamente! ¡Haré lo que quieras! – gritó Sofía.
*~ * ~ *
Las calles de la avenida Tacna lucían tranquilas y silenciosas. Al igual que
aquellas dos tristes figuras que podían verse cerca del puente Santa Rosa,
sombras que se deslizaban sin hacer ruido alguno, avanzando por la calle a
espaldas de la iglesia.
La presencia más pequeña se aferraba a un chal gris que envolvía su cuerpo,
tenía los ojos envueltos en llamas por el odio y lágrimas de sangre resbalaban
por sus antes juveniles mejillas. Sus manos estaban atadas para siempre,
atadas y al servicio de aquella entidad mayor que caminaba algunos pasos
adelante que ella. La mujer la jalaba sin piedad alguna.
Y así sería hasta el fin de los tiempos…