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La zarevna muerta y los siete guerreros. Сказка о мёртвой царевне и семи богатырях, Alexander Pushkin (1799- 1837) El zar se despidió de la zarina, marchó de viaje y ella se sentó sola, junto a la ventana, para esperar su vuelta. Lo esperaba todo el día hasta que llegaba la noche, mirando siempre al camino. Cansáronse sus ojos de tanto mirar. Pero su esposo no volvía. Desencadenóse entonces una tempestad de nieve, y toda la tierra se cubrió de un blanco manto. Transcurrieron así muchos meses, durante los cuales la zarina no se apartó de la ventana ni dejó de mirar al camino. Y la víspera de la fiesta de Navidad por la noche, Dios mandó una hijita a la zarina. Por la mañana del mismo día regresó finalmente de su largo viaje el tan esperado zar y padre. Miróle la zarina, suspiró y fue tanta la emoción que le causaba la alegría, que murió de pronto, en el momento en que empezaba la misa. Por mucho tiempo no logró consolarse el zar. Pero ¡qué hacer! Era un pecador como los demás mortales; por lo que, transcurrido un año, se casó con otra mujer. Hay que decir la verdad; su nueva esposa era joven, alta, esbelta, hermosa e inteligente, una zarina de verdad. Pero por desgracia era orgullosa, hipócrita, de un carácter insoportable y, sobre todo, celosa hasta lo increíble. Recibió como regalo de boda un espejito que tenía una cualidad notable; el don de la palabra. Y la zarina, al poco tiempo, sólo con su espejo llegó a hablar confiadamente; sólo al hablar con él se sentía de buen humor. Y le decía bromeando: —¡Oh, espejito precioso! Habíame, pero diciéndome toda la verdad: ¿Hay alguna mujer en el mundo que pueda rivalizar conmigo en belleza y cuyo cutis sonrosado pueda compararse al mío?

La Zarevna Muerta y Los Siete Guerreros

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Page 1: La Zarevna Muerta y Los Siete Guerreros

La zarevna muerta y los siete guerreros.

Сказка о мёртвой царевне и семи богатырях, Alexander Pushkin (1799-1837)

El zar se despidió de la zarina, marchó de viaje y ella se sentó sola, junto a la ventana, para esperar su vuelta. Lo esperaba todo el día hasta que llegaba la noche, mirando siempre al camino. Cansáronse sus ojos de tanto mirar. Pero su esposo no volvía. Desencadenóse entonces una tempestad de nieve, y toda la tierra se cubrió de un blanco manto. Transcurrieron así muchos meses, durante los cuales la zarina no se apartó de la ventana ni dejó de mirar al camino.

Y la víspera de la fiesta de Navidad por la noche, Dios mandó una hijita a la zarina. Por la mañana del mismo día regresó finalmente de su largo viaje el tan esperado zar y padre. Miróle la zarina, suspiró y fue tanta la emoción que le causaba la alegría, que murió de pronto, en el momento en que empezaba la misa. Por mucho tiempo no logró consolarse el zar. Pero ¡qué hacer! Era un pecador como los demás mortales; por lo que, transcurrido un año, se casó con otra mujer. Hay que decir la verdad; su nueva esposa era joven, alta, esbelta, hermosa e inteligente, una zarina de verdad. Pero por desgracia era orgullosa, hipócrita, de un carácter insoportable y, sobre todo, celosa hasta lo increíble.

Recibió como regalo de boda un espejito que tenía una cualidad notable; el don de la palabra. Y la zarina, al poco tiempo, sólo con su espejo llegó a hablar confiadamente; sólo al hablar con él se sentía de buen humor. Y le decía bromeando:

—¡Oh, espejito precioso! Habíame, pero diciéndome toda la verdad: ¿Hay alguna mujer en el mundo que pueda rivalizar conmigo en belleza y cuyo cutis sonrosado pueda compararse al mío?

Y el espejo le contestaba:

—Claro que no. Sin duda eres tú, zarina, la más hermosa, y tu cutis es el más sonrosado que haya tenido jamás una mujer.

La zarina empezaba entonces a reír a carcajadas, a mover los hombros, a hacer contorsiones, a guiñar los ojos y a hacer chasquear los dedos. Y, poniéndose en jarras, se miraba satisfecha y orgullosa en el espejo. Mientras tanto, crecía y florecía la joven zarevna, y llegó por fin a ser una belleza de ojos negros, blanco cutis y carácter bondadoso. Y se encontró en seguida para ella un prometido, el príncipe Elisey. Llegó el ca samiento. Y el padre de la muchacha dio su consentimiento. La dote estaba preparada ya, y consistía en siete ciudades comerciales y ciento cuarenta palacios. La zarina, cuando se vestía para ir a celebrar el acontecimiento, se miró al espejo y habló así con él:

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—Dime con franqueza la verdad: ¿Existe una mujer más hermosa que yo, más gentil y de cutis más sonrosado?

Y el espejo le contestó:

—Eres en verdad muy hermosa, pero todavía es más hermosa la zarevna.

La zarina, indignada, levantó la mano, dio un golpe al espejo, tirándolo al suelo, y lo pisoteó.

—¡Maldito pedazo de vidrio! Esto me lo dices para irritarme. ¿Cómo es posible que la zarevna sea más hermosa que yo? ¡Pues sabrá quien soy yo!... ¡Vaya una tonta! ¿No sabe acaso que si es tan blanca es porque su madre no apartaba la vista de la nieve?... En cuanto a ser más hermosa que yo... no lo veo. ¡No, no! ¡Debes reconocer, espejo, que ni en nuestro reino ni en el mundo entero hay mujer más hermosa que yo! ¿Es así o no?

Pero el espejo insistió:

—¡Pienses lo que pienses, la zarevna es la mujer más gentil y la más hermosa del mundo!

Sin saber qué hacer, la zarina, rabiando de celos, tiró el espejo debajo de un banco, llamó a su sirvienta Cherniavka y le ordenó, como criada suya que era, llevar a la zarevna al interior de un bosque, atarla a un pino y dejarla allí para que la devorasen los lobos. ¡Con una mujer iracunda nada podría ni el propio diablo! ¡No hay manera de discutir con ella! Así pues, Cherniavka tuvo que llevarse a la zarevna al bosque, y la condujo tan lejos que la jovencita se dio cuenta de ello, se asustó y empezó a suplicar a la sirvienta:

—Dime querida, ¿qué he hecho yo? ¡No seas la causante de mi perdición! Cuando sea zarina no te olvidaré y te recompensaré con esplendidez.

La criada, que la quería mucho, no la mató ni la ató al árbol, y la dejó marchar diciéndole:

—¡No te preocupes y anda con Dios!

Y regresó pausadamente a casa.

—¿Qué? ¿Lo has hecho? —le preguntó la zarina—. ¿Dónde has dejado a nuestra hermosa zarevna?

—La he dejado en el bosque; y allí deberá de estar ahora, sola y atada al árbol... ¡Ojalá caiga pronto en las garras de cualquier animal salvaje! De este modo moriría y no sufriría tanto.

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Pronto se enteraron todos de la desaparición de la hija del zar. El desdichado padre se puso muy triste, y el príncipe Elisey, después de haber rogado fervorosamente a Dios que le ayudara, se preparó para viajar en busca de su tan joven y hermosa prometida. Pero la zarevna, al quedarse sola, se adentró más y más en el bosque, hasta que dio con un palacio. Había un perro, que cuando la vio acercarse empezó a ladrar; pero no tardó en recibirla meneando la cola y acariciándola. La zarevna subió la escalinata y soltó la aldaba de las grandes puertas. Se abrieron éstas silenciosamente y la doncella entró en una soleada estancia. A lo largo de las paredes se veían varios bancos cubiertos de ricos tapices, debajo de los iconos había una gran mesa de roble y en un rincón una estufa de azulejos. La muchacha comprendió en seguida que vivía allí gente buena y que no le harían ningún daño.

Pero parecía no haber nadie en la casa. La zarevna la examinó de arriba abajo, lo puso todo en orden y encendió un cirio ante la imagen del Señor. Encendió también la estufa, subió a la cama y se acostó tranquilamente.

Acercábase la hora de comer, cuando se oyeron pisadas de caballos en el patio, y no tardaron en entrar siete guerreros, mancebos todos, que lucían grandes bigotes. El mayor de ellos dijo:

—¡Qué raro es esto! ¿Cómo es que todo está limpio y ordenado? Alguien debe haberlo puesto en orden, mientras esperaba la llegada de los dueños... ¡Eh! ¿Quién hay aquí? ¡Ven acá! Sal y preséntate sin temor ante nosotros; si eres anciano, serás nuestro superior; si una anciana, nuestra madre serás y madre te llamaremos; y si eres una doncella hermosa, serás para nosotros una hermana.

Bajó entonces la zarevna del lecho y compareció ante ellos saludándolos con respeto; y, ruborizándose, les pidió perdón con mil excusas por haber entrado sin ser invitada. Los demás adivinaron en seguida, por su modo de hablar, que era una zarevna. La invitaron a sentarse en un rincón y le ofrecieron un pastel y una copa de vino, todo en una bandeja. La doncella se negó a beber el vino, pero tomó un bocado del pastel; y, excusándose por estar muy cansada a causa del viaje, expresó su deseo de dormir. Los guerreros la condujeron al piso superior y le señalaron una habitación soleada, tras lo cual la dejaron sola, pues estaba quedándose dormida.

Corrían los días uno tras otro, y la joven zarevna seguía en el bosque, en casa de los siete guerreros, entre los cuales pasaba el tiempo sin aburrirse. Todos los días, al rayar el alba, los siete hermanos salían al campo, tanto para cazar patos como —si se presentaba la ocasión— para soltar la mano derribando del caballo a un forajido, para cortar la cabeza a un tártaro de anchos hombros o para matar a algún cherqués caucasiano que se hubiese escondido en el bosque. La muchacha, corno ama de casa que era, quedábase sola allí arreglando las cosas y preparando la mesa. Y así iban viviendo; ella nos les contradecía, ellos no la molestaban y los días se sucedían uno tras otro.

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Los hermanos empezaron a querer mucho a la doncella. Así es que cierto día, al salir el sol, comparecieron los siete en su habitación, y el mayor de ellos habló así:

—¡Oh, doncella! Muy bien sabes que todos nosotros te consideramos una hermanita... Pero todos nos hemos enamorado de ti... Cualquiera de nosotros se sentiría dichoso si pudiera casarse contigo... Pero como que esto no es posible, te rogamos, por el amor de Dios, que decidas por ti misma este asunto; y así la paz continuará reinando entre nosotros. Escoge, pues, a quien desees por marido, que para los demás seguirás siendo una hermana querida... ¿Qué haces? ¿Por qué mueves negativamente la cabeza? ¿Es que no te gusta la proposición, o quizá te parecemos poco para ti?

—¡Honrados mancebos y hermanos queridos! —les contestó la zarevna-. ¡Que Dios me castigue matándome en el acto si no os digo la verdad! ¿Qué puedo hacer si ya estoy prometida? A todos vosotros os quiero mucho; todos sois jóvenes valerosos e inteligentes... pero estoy prometida para siempre a otro... que es el príncipe Elisey.

Los hermanos permanecieron silenciosos y se rascaron la cabeza.

—Preguntar no es pecado. ¡Perdónanos, pues! —dijo el mayor saludándola—. Y si es así, no se hable ya más de ello.

—No me enfado —dijo ella quedamente—. Tampoco yo tengo la culpa de contestaros de este modo.

Los pretendientes volvieron a saludarla y se despidieron. Y continuaron viviendo como antes. Mientras tanto la zarina —malísima mujer— seguía acordándose de la zarevna sin poder perdonarla. Hacía mucho tiempo que estaba enojada contra su espejo; pero un buen día se acordó de él y, al encontrarlo, volvió a contemplarse olvidándose de su enfado. Y dijo sonriendo:

—Buenos días, espejito. Bien. ¿Qué me dirás ahora? ¿Soy o no soy la mujer más hermosa del mundo?

Y el espejo le contestó:

—Eres, sin duda, muy hermosa; pero existe otra mujer, que vive, sin que nadie lo sepa, en casa de los siete guerreros y en el interior de un verde bosque; y aquella mujer es más gentil y hermosa que tú.

Al oír esto la zarina llamó a Cherniavka y prorrumpió en denuestos, gritando:

—¿Cómo te has atrevido a desobedecerme? ¿Por qué me engañaste?

La sirvienta se lo confesó todo, explicándole como había ocurrido. Entonces la zarina, amenazándola con un palo, juró hacer desaparecer a la zarevna, so pena de morir ella misma.

Estaba una vez la joven zarevna hilando sentada junto a la ventana, mientras aguardaba el regreso de los siete hermanos guerreros. Oye de pronto ladrar al perro en la puerta. La muchacha mira y ve que por el patio pasea una mendiga, que intenta alejar al animal con su largo bastón.

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—¡Espera, abuelita! —le grita la zarevna desde la ventana—. ¡Espera! Yo misma alejaré al perro y, de paso, te daré algo. Y la mendiga le contesta: —¡Oh, guapa mía, hijita querida! Este maldito perro ha estado a punto de morderme. ¡Mira, mira que furioso se pone! ¡Date prisa en bajar!

La zarevna cogió un trozo de pan y quiso bajar al patio, pero el perro volvió a ladrar echándose a sus pies, impidiéndole acercarse a la vieja y al propio tiempo amenazando a ésta, con el aspecto amenazador de una fiera del bosque.

—¡Qué raro es esto! —exclamó la muchacha—. Probablemente el perro no debe de haber dormido bien y por eso está de mal humor. ¡Toma, pues, abuelita!

Vuela el pan y la vieja lo coge.

—¡Te lo agradezco! —dice—. ¡Que Dios te lo pague! ¡Y tú toma esta manzana, que es madura y sabrosa!

Y vuela hasta la muchacha una manzana de oro. Al ver esto, el perro se enfurece aún más. Ladra, aúlla y salta. Pero la zarevna tiene ya la manzana en sus manos.

—¡Cómetela y así no te aburrirás tanto, hijita mía! ¡Y gracias por el pan! —dijo la vieja.

Saludóla y desapareció.

La muchacha volvió a la casa subiendo la escalinata. El perro la sigue y fija inquietamente la mirada en sus ojos, como queriendo decirle: "tírala". La zarevna procura calmarlo y lo acaricia con su mano suave.

—¿Qué tienes, Sokolka? ¡Quieto! ¡Tranquilízate!

Sube a su habitación, cierra la puerta y se sienta junto a la ventana para hilar, aguardando a los hermanos, pero sin perder de vista la manzana. Le parece que ha de ser muy buena. ¡Es madura, jugosa, fresca, aromática, sonrosada y como llena de miel! Es tan transparente que se le ven las semillas. Aunque su intención es comérsela después de la cena, no puede resistir más. La coge, se la lleva a los labios, la muerde y hasta se come un pedacito... De pronto se tambalea, deja caer sus blancas manos; apenas respira; y, soltando la manzana, cierra los ojos, se tumba en el banco debajo de los iconos y queda inmóvil. Regresaron en aquel momento los hermanos de una de sus audaces hazañas. El perro salió a su encuentro, ladrando fuertemente, y les señaló el camino del patio.

—¡Esto es de mal augurio! —dijeron los hermanos—. ¡Por lo visto nos espera una mala noticia!

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Se apresuraron a entrar. Entran, y ¿qué ven? Al meterse el perro en la habitación de la zarevna se abalanzó sobre la manzana, la cogió con rabia, la mordió y se la tragó. Pero acto seguido de habérsela tragado cayó muerto. La manzana estaba, sin duda alguna, envenenada. Al ver muerta a la zarevna, los hermanos, sumidos en la más profunda tristeza, permanecieron ante ella con la cabeza caída sobre el pecho. Se levantaron luego murmurando plegarias, la vistieron y se prepararon para enterrarla. Pero no llegaron a hacerlo, pues la zarevna parecía viva y hubiérase dicho que dormía plácidamente; lo único que ocurría era que no respiraba... Esperaron así tres días más; pero ella no despertaba de su sueño. Entonces, después del ritual obligado, la colocaron en un ataúd de cristal y, al llegar la medianoche, la llevaron a una cueva que había en la montaña.

Una vez allí levantaron seis postes, en los cuales sujetaron con cadenas el ataúd, haciéndolo con el mayor cuidado; y cerraron la cueva con una puerta enrejada. Y se inclinaron ante la muerta.

—¡Descansa en paz! —dijo el mayor de los hermanos—. ¡Qué triste es que se haya extinguido tan pronto tu belleza! Pero tu alma será bien recibida en el Cielo. Mucho te queríamos, y te guardábamos, sin embargo, para tu prometido; pero ahora sólo la muerte te posee, nadie más.

Aquel mismo día la zarina, en espera de buenas noticias, sacó el espejo y volvió a hacerle su pregunta acostumbrada:

—Dime: ¿soy la mujer más hermosa del mundo?

Y el espejo le contestó:

—Eres, sin duda, la mujer más gentil y más hermosa.

Entretanto, el príncipe Elisey corre por el mundo en busca de su prometida. Pero no la encuentra en parte alguna. El desdichado prorrumpe en llanto y a todos hace la misma pregunta. Por fin el príncipe se dirige al Sol:

—¡Oh, Sol esplendoroso! Tú que recorres durante el año todo el cielo; tú que opones al invierno la primavera; tú que nos contemplas a todos desde las alturas: ¿Te negarás a decirme si has visto por algún lugar del mundo a la joven zarevna? Soy su prometido.

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—¡Oh, valeroso príncipe! —contestó el Sol—. No he visto a la zarevna. Quizá no se cuente entre los vivos. Pero mejor será que se lo preguntes a mi vecina la Luna; quizá ella la haya visto, o haya visto sus huellas por algún camino.

Elisey aguardó ansiosamente le llegada de la noche y, al aparecer la Luna, le hizo la misma pregunta:

—¡Oh, Luna mía, la de los cuernos de oro! ¡Tú que te levantas en la oscuridad! ¡Tú, a quien admiran todas las estrellas a causa de esta buena costumbre! Estoy seguro de que no te negarás a contestar a mi pregunta. ¿Has visto por ventura, en algún lugar del mundo, a la joven zarevna? Soy su prometido.

—¡Oh, querido hermanito! Yo sólo veo lo que pasa ante mis ojos durante mi turno. La zarevna debió de pasar sin duda cuando yo me hallaba ausente.

—¡Qué lástima! —exclamó el príncipe.

Pero la Luna prosiguió:

—¡Espera! Quizá sepa algo el Viento acerca de ella y nos ayude. Habla ahora mismo con él y no te preocupes. ¡Adiós!

El príncipe, esperanzado y más tranquilo, se dirigió al Viento:

—¡Oh, Viento! ¡Tú que con tanta fuerza haces correr las nubes y agitas los mares azulados; tú que vagas libremente por todas partes sin temer a nadie, excepto a Dios! Creo que no te negarás a contestarme: ¿Has visto, por ventura, en algún lugar del mundo, a la joven zarevna? Soy su prometido.

Y el Viento contestó:

—Espera. Allí, detrás de aquel río de aguas apacibles, hay una montaña, y en ella una profunda cueva. En aquella cueva triste y sombría se balancea un ataúd de cristal sujeto a unos postes con cadenas. El lugar es desierto y no se ven huellas en derredor. Allí está tu prometida.

El Viento se alejó veloz y el príncipe se puso a sollozar. Encaminóse luego directamente a aquel lugar desierto para ver por última vez a su hermosa prometida. Así iba caminando, hasta que dio con una montaña escarpada. El lugar era desierto. En la base de la montaña se veía una entrada oscura. El príncipe se encaminó hacia allí... Y en la triste oscuridad se ofreció a sus ojos un ataúd de cristal que oscilaba entre seis postes. En aquel ataúd dormía la joven zarevna su sueño de muerte. El príncipe, desesperado, cayó ante ella y dio un fuerte e involuntario golpe al ataúd, que se hizo pedazos.

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Y he aquí que la princesa se despertó. Miró sorprendida en torno suyo y, balanceándose en las cadenas, respiró profundamente y dijo:

—¡Oh! ¡Cuánto tiempo hace que estoy durmiendo!...

Levantóse entonces y saltó al suelo... Lanzó un grito de sorpresa... Y ambos empezaron a llorar de alegría. El príncipe la cogió en brazos y la sacó a la luz del sol. Y emprendieron el viaje de regreso conversando animadamente. Y todo el pueblo se enteró de lo acontecido, y exclamó:

—¡La hija del zar está viva!

La perversa madrastra estaba sentada, en aquel momento sin hacer nada, ante el espejo y le preguntaba como siempre:

—Dime: ¿soy la mujer más gentil y más hermosa del mundo?

Y el espejo le contestó:

—Eres, en verdad, muy gentil y muy hermosa... pero la zarevna lo es todavía más.

Entonces la madrastra tiró el espejo, que se rompió en mil pedazos, y se precipitó hacia la puerta, en la que encontró a la zarevna. Y al verla, fue tan grande la desesperación de la madrastra, que murió de repente. Inmediatamente después de haberla enterrado se organizó un gran festín y el príncipe Elisey se casó con la zarevna. Y nadie, desde la creación del mundo, asistió a un festín como aquél.

Y yo estuve allí; me ofrecieron cerveza, vino y miel, que me pasaron muy cerca de la boca y sólo me mojaron el bigote.

Alexander Pushkin (1799-1837)

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Fuente de la imagen

Cuento breve recomendado: “La zarevna muerta y los siete guerreros”, de Alexander Pushkin

“La zarevna muerta y los siete guerreros” (1833) de Pushkin es una versión de “Blancanieves” (“Schneewittchen”), el famoso cuento de los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, publicado en el primer volumen de sus Cuentos de la infancia y del hogar (Kinder und Hausmärchen) en 1812. El autor ruso poseía un libro en francés titulado Vieux contes pour l’amusement des grands et des petits enfants, editado en 1824, que recogía, además de “Blancanieves”, varios de los más célebres cuentos de los Grimm.

En el cuento de Pushkin, aunque se mantiene en lo esencial la misma historia, hay algunas variantes -una de las más evidentes es el cambio del título y el de los siete enanitos en siete guerreros- pero lo que sí hace el autor ruso es adaptar con sumo cuidado el cuento de los hermanos Grimm al lenguaje, los nombres, las costumbres y los más profundos aspectos del alma rusa, hasta conseguir la apariencia de un cuento maravilloso como aquellos recogidos por Afanásiev del verdadero folklore eslavo.

Si buscamos un origen anterior a la “Blancanieves” de los hermanos Grimm nos encontraríamos con una versión (con muchas diferencias) incluida en un libro del escritor napolitano Gianbattista Basile, una recopilación de cuentos de tradición oral cuyo título original es Lo cunto de li cunti overo lo trattenemiento de peccerille (El cuento de los cuentos o el entretenimiento de los pequeños) más conocido con el nombre de Pentamerón (Il Pentamerone), publicado póstumamente en dos volúmenes, entre 1634 y 1936. Un libro muy importante y no demasiado conocido, definido por Benedetto Croce como “el más antiguo, el más rico y el más artístico de todos los libros de fábulas populares” y por Italo Calvino como “el sueño de un Shakespeare napolitano”;

Pues bien, en este libro se encuentran ya algunos de los cuentos que más tarde recogería Perrault y, en lo que ahora más nos concierne, aparece la historia de Lisa, una niña que con siete años se clava un peine mágico y queda inconsciente. Su familia la da por muerta y la colocan en un ataúd de cristal. Con el paso de los años va creciendo hasta convertirse en una bellísima muchacha. Una prima lejana, celosa de la belleza de Lisa, decide acabar con ella, rompe el ataúd y, al coger a Lisa por el pelo, sin querer, le arranca el peine, y la joven retorna a la vida. Aunque en esta versión faltan muchos de los elementos del cuento “Blancanieves” de los Grimm, parece ser que fue fuente de inspiración de versiones posteriores, sin olvidar que el cuento de Basile no es original ya que él como Perrault, los hermanos Grimm y el mismo Pushkin son los eslabones que integran una larga tradición de recopiladores de relatos orales populares.

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Pero hay más. Según las investigaciones de un historiador alemán, existió realmente una especie de Blancanieves llamada Maria Sophia Margaretha Catharina von Erthal, nacida el 15 de junio de 1729, en un pueblecito llamado Lohr, al lado del río Meno, en la Franconia alemana, en cuya vida aparecen muchas coincidencias con la protagonista del famoso cuento.

En definitiva, con o sin base real, la historia de Blancanieves se encuentra muy arraigada en la tradición europea y, aunque en las diversas tradiciones folklóricas los elementos circunstanciales se modifican, lo esencial se mantiene intacto, como es el caso de “La zarevna muerta y los siete guerreros”, tal vez la más hermosa versión de este famoso cuento al que el propio Pushkin consideraba como un bello poema y en el que había fundido localismo y universalidad en síntesis perfecta.

Miguel Díez R.

LA ZAREVNA MUERTA Y LOS SIETE GUERREROS

(cuento)

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Fuente de la imagen

Cuento breve recomendado: “La zarevna muerta y los siete guerreros”, de Alexander Pushkin

“La zarevna muerta y los siete guerreros” (1833) de Pushkin es una versión de “Blancanieves” (“Schneewittchen”), el famoso cuento de los hermanos Jacob y

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Wilhelm Grimm, publicado en el primer volumen de sus Cuentos de la infancia y del hogar (Kinder und Hausmärchen) en 1812. El autor ruso poseía un libro en francés titulado Vieux contes pour l’amusement des grands et des petits enfants, editado en 1824, que recogía, además de “Blancanieves”, varios de los más célebres cuentos de los Grimm.

En el cuento de Pushkin, aunque se mantiene en lo esencial la misma historia, hay algunas variantes -una de las más evidentes es el cambio del título y el de los siete enanitos en siete guerreros- pero lo que sí hace el autor ruso es adaptar con sumo cuidado el cuento de los hermanos Grimm al lenguaje, los nombres, las costumbres y los más profundos aspectos del alma rusa, hasta conseguir la apariencia de un cuento maravilloso como aquellos recogidos por Afanásiev del verdadero folklore eslavo.

Si buscamos un origen anterior a la “Blancanieves” de los hermanos Grimm nos encontraríamos con una versión (con muchas diferencias) incluida en un libro del escritor napolitano Gianbattista Basile, una recopilación de cuentos de tradición oral cuyo título original es Lo cunto de li cunti overo lo trattenemiento de peccerille (El cuento de los cuentos o el entretenimiento de los pequeños) más conocido con el nombre de Pentamerón (Il Pentamerone), publicado póstumamente en dos volúmenes, entre 1634 y 1936. Un libro muy importante y no demasiado conocido, definido por Benedetto Croce como “el más antiguo, el más rico y el más artístico de todos los libros de fábulas populares” y por Italo Calvino como “el sueño de un Shakespeare napolitano”;

Pues bien, en este libro se encuentran ya algunos de los cuentos que más tarde recogería Perrault y, en lo que ahora más nos concierne, aparece la historia de Lisa, una niña que con siete años se clava un peine mágico y  queda inconsciente. Su familia la da por muerta y la colocan en un ataúd de cristal. Con el paso de los años va creciendo hasta convertirse en una bellísima muchacha. Una prima lejana, celosa de la belleza de Lisa, decide acabar con ella, rompe el ataúd y, al coger  a Lisa por el pelo, sin querer, le arranca el peine, y la joven retorna a la vida. Aunque en esta versión faltan muchos de los elementos del cuento “Blancanieves” de los Grimm, parece ser que fue fuente de inspiración de versiones posteriores, sin olvidar que el cuento de Basile no es original ya que él como Perrault, los hermanos Grimm y el mismo Pushkin son los eslabones que integran una larga tradición de recopiladores  de relatos orales populares.

Pero hay más. Según las investigaciones de un historiador alemán, existió realmente una especie de Blancanieves llamada Maria Sophia Margaretha Catharina von Erthal, nacida el 15 de junio de 1729, en un pueblecito llamado

Page 12: La Zarevna Muerta y Los Siete Guerreros

Lohr, al lado del río Meno, en la Franconia alemana, en cuya vida aparecen muchas coincidencias con la protagonista del famoso cuento.

En definitiva, con o sin base real, la historia de Blancanieves se encuentra muy arraigada en la tradición europea y, aunque en las diversas tradiciones folklóricas los elementos circunstanciales se modifican, lo esencial se mantiene intacto, como es el caso de  “La zarevna muerta y los siete guerreros”, tal vez la más hermosa versión de este famoso cuento al que el propio Pushkin consideraba como un bello poema y en el que había fundido localismo y universalidad en síntesis perfecta.

Miguel Díez R.

 

LA ZAREVNA MUERTA Y LOS SIETE GUERREROS

(cuento)

Alexander Pushkin (Rusia, 1799-1837)

El Zar se despidió de la Zarina. Emprendía un largo viaje. La Zarina se sentó junto a la ventana a esperar el regreso de su amado esposo. Así pasaban todos los días.

Se cansaron sus ojos de tanto mirar. Sólo veía caer la nieve sobre la blanca llanura. Transcurrieron nueve meses. La víspera de navidad Dios le concedió una hija. Por fin, en la mañana del mismo día llegó el Zar, el viajero tan esperado día y noche. Le miró la Zarina y fue tanta su emoción que, dando un suspiro, murió.

Durante  mucho  tiempo  el  Zar  estuvo  inconsolable.

¿Qué iba a hacer? Después de todo, sólo era u n hombre. Transcurrió un año tan rápido como un sueño pasajero. Entonces el Rey volvió a casarse. A decir verdad, la novia se parecía muchísimo a la Zarina. Era alta y delgada, muy blanca, muy inteligente, y poseía valiosas cualidades. Por desgracia, sin embargo, era vana, caprichosa y envidiosa.

Como regalo de boda recibió un espejito que poseía el don de la palabra. La Zarina sólo cuando hablaba con el espejo estaba amable y alegre. Bromeaba con él, y se sentía de buen humor. Solía decirle:

Page 13: La Zarevna Muerta y Los Siete Guerreros

-Luz de mis ojos, dime toda la verdad. ¿No soy, acaso, la más bella, la más gentil y la más encantadora del mundo?

-Por supuesto, Zarina -contestaba el espejo-. Eres la más bella, la más gentil y la más encantadora del mundo.

La Zarina se echaba a reír, empezaba a mover los hombros, a contonearse y chasqueaba los dedos. Luego, con las manos puestas en las caderas daba vueltas en torno del espejo, admirando su propia imagen.

Mientras tanto la hija del Zar crecía y florecía. Era blanca como la nieve. Sus cejas eran negras. Era encantadora. El Príncipe Elissei envió un mensajero para pedir su mano. El Zar dio su consentimiento y se preparó la dote: siete ciudades comerciales y ciento cuarenta palacios.

El día antes de la boda, la Zarina, mientras se vestía, se miró en el espejo y le preguntó:

-¿No soy, acaso, la más bella, la más gentil y la más encantadora del mundo?

-Por supuesto que eres bella -repuso el espejo-, pero la más bella, la más gentil y la más encantadora del mundo es la Princesa.

La Zarina, indignada, levantó la mano y golpeó el espejo y lo pisoteó.

-¡No eres más que un miserable pedazo de vidrio! -gritó-. Mientes, únicamente para humillarme. ¿Cómo puede compararse conmigo la hija del Zar? Yo la pondré en su sitio. ¿No sabe, acaso, que si es tan blanca es porque su madre, durante todo el embarazo, no dejó de mirar la nieve? Dime, ¿cómo es posible que la compares conmigo? Créeme, yo soy la más hermosa. Busca por todo el Reino, busca en todo el universo, y no encontrarás una mujer semejante a mí. ¿Acaso no es cierto?

-Sin embargo -repuso el espejo-, la Zarevna es la más hermosa, la más gentil y la más encantadora de todas las mujeres.

Rabiando de celos, la Zarina arrojó el espejo al suelo. Llamó a su doncella Cherniavka y le ordenó que llevase a la Princesa al bosque, que la atara a un árbol, y que la dejara allí para que se la comiesen los lobos.

Ni el propio demonio podría hacer frente a la ira de aquella mujer. Era inútil. Cherniavka llevó a la Princesa al bosque y la espesura salvaje hizo que la pobre Princesa  adivinase su destino.

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-Amiga mía, dime, ¿qué he hecho yo? -decía aterrorizada, gimiendo, a la sirvienta-. ¡No me dejes morir! Cuando sea Zarina te recompensaré con esplendidez.

Cherniavka, que quería mucho a la Zarevna, no la ató al árbol, sino que la dejó libre, diciéndole:

-¡No te preocupes y que Dios te proteja!

Cherniavka regresó a palacio.

-¿Dónde está la Princesa? -le preguntó la Zarina.

-Se ha quedado sola en lo más profundo del bosque -respondió-. Permanece atada a un árbol. Cuando los lobos feroces la encuentren, no sufrirá mucho.

Pronto corrió la voz de que la Zarevna había desaparecido. El Zar derramó abundantes lágrimas. El Príncipe Elissei rogó fervientemente a Dios que le ayudara, y emprendió el camino en busca de su amada prometida.

Al anochecer del  siguiente día, cuando trataba de abrirse camino en el bosque, la Zarevna llegó a una casita. Un perro que había allí empezó a ladrar, pero cesó en cuanto la vio de cerca. Ella empujó la puerta de la casa y se encontró en un patio. El perro la seguía, meneando la cola y acariciándola.

La Zarevna abrió otra puerta que conducía a una gran estancia, con una estufa de azulejos, una mesa de roble, y varios bancos cubiertos de tapices. Había sagrados iconos en las paredes. La desventurada joven comprendió enseguida que allí vivía gente buena y que estaría a salvo. Pero, ¿por qué estaba la casa vacía?

Recorrió toda la casa, poniendo todo en orden. Luego encendió un cirio ante la imagen del Señor. También encendió la estufa. Y se acostó bajo techado.

Se acercaba la hora de comer. Se oyó un ruido de pisadas de caballo en el patio. Siete aguerridos caballeros que lucían grandes bigotes entraron en la casa. El mayor de ellos dijo:

-¡Qué maravilloso! ¡Qué limpio está todo y qué ordenado! ¿Quién habrá estado aquí mientras estábamos fuera? Sal de tu escondite y serás nuestro amigo. ¡Oh, cuidadoso extranjero! ¡Si eres mayor, serás nuestro

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tío; si eres un joven, serás nuestro hermano! ¡Si eres una anciana, serás nuestra madre! ¡Y si eres una joven, serás nuestra hermana!

La Zarevna bajó, entonces, de su lecho. Saludó cortésmente a los siete guerreros y, ruborizándose, les pidió perdón por haber entrado sin su permiso.

Los siete guerreros adivinaron que era una Zarevna. La invitaron a sentarse en el sitio de honor, bajo los iconos. Luego le ofrecieron  un pastel y un vaso de vino. Ella se negó a beber vino, pero partió un trozo de pastel. Como estaba muy cansada, les pidió permiso para irse a dormir. Los guerreros la condujeron al piso superior y le dieron una hermosa habitación y la dejaron sola, porque estaba medio dormida.

El tiempo transcurría. La Zarevna seguía viviendo en la casa de los siete guerreros, donde nunca se aburría. Por la mañana, al rayar el día, los siete hermanos salían alegremente a cazar patos. Algunas veces cortaban de un tajo con su espada la cabeza de un tártaro y otras veces perseguían a través del bosque a algunos circasianos de Piatigorsk.

Como buena ama de casa, la Zarevna nunca abandonaba el hogar. Cuidaba de todo. Lo preparaba todo. Los siete guerreros aprobaban lo que hacía. Y el tiempo transcurría así.

Entretanto, los siete guerreros se habían enamorado de la joven. Un día, al atardecer, comparecieron en su habitación. Haciendo una inclinación, el mayor le dijo:

-Como bien sabes, encantadora doncella, te consideramos como nuestra hermana. Somos siete y todos estamos enamorados de ti. Cada uno de nosotros sería feliz si pudiese casarse contigo. Pero como esto no puede ser, en el nombre de Dios, te pedimos que escojas. ¡Sé la prometida de uno de nosotros! ¡Sé la hermana de los demás! ¿Por qué mueves la cabeza? ¿Por qué te niegas a hacerlo? ¿Es que la mercancía desagrada al comprador?

-¡Nobles caballeros!  -respondió-.  ¡Hermanos míos, que Dios me castigue si miento! ¡No puedo complaceros! ¡Ya estoy comprometida! No puedo escoger entre vosotros. A mis ojos, todos sois valerosos e inteligentes. Os quiero mucho a todos. Pero estoy prometida para siempre a otro. Pertenezco al Príncipe Elissei, al que amo más que a nadie en el mundo.

Los siete hermanos permanecieron silenciosos. Se rascaron la cabeza embarazados. El mayor, inclinándose, dijo:

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-Expresar un deseo no es un pecado. Dada la situación, ya no se hable más del asunto.

-Os agradezco mucho todo -respondió amablemente la Princesa- . No puedo aceptar vuestro ofrecimiento, no me guardéis ningún resentimiento.

Los siete caballeros abandonaron la estancia en silencio. La armonía volvió a reinar, como antes, en la casita.

Mientras tanto, la malvada Zarina seguía pensando en la Zarevna. No podía perdonarla. Estaba enojada con el espejo, y a menudo lo insultaba. Pero un buen día, decidió volver a consultarlo. Lo cogió y poniéndoselo delante del rostro, le preguntó con una sonrisa:

-¡Espejito, yo te saludo! Dime la verdad. ¿No soy yo, acaso, la más hermosa, la más gentil y la más encantadora del mundo?

-Por supuesto que eres bella -repuso el espejo-, pero aquella que vive oculta en el tupido bosque, en casa de los siete guerreros, es aún más bella que tú.

La Zarina se puso furiosa con Cherniavka.

-¿Cómo te has atrevido a desobedecerme? ¡Cuéntamelo todo!

Y la sirvienta lo confesó todo. Entonces la Zarina la amenazó con un terrible castigo si no encontraba el modo de hacer desaparecer a la Zarevna de una vez.

Un día, estaba la Zarevna hilando junto a la ventana, y esperaba el regreso de sus queridos hermanos.

De pronto, el perro se puso a ladrar. Una mendiga, que atravesaba el patio, intentaba alejar al animal con su bastón.

-¡Espera, abuela, espera! -gritó la Zarevna-. Yo alejaré al perro y de paso te daré algo.

-¡Oh, hija mía, ha estado a punto de comerme viva! -gimió la vieja-. Estoy agotada de luchar con él. ¡Mírale, mírale! ¡Vuelve a atacarme! ¡Ven pronto!

La joven se apresuró a ir junto a ella, pero apenas cruzó el umbral, el perro se acercó a ella y le impidió avanzar.

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La mendiga trató de acercarse a la Zarevna. El perro, más feroz que antes, detuvo sus pasos.

-¡Qué raro es esto! -dijo la joven-. Debe de haber dormido mal.

Echó un pedazo de pan a la vieja, diciendo:

-¡Toma!

-Gracias -dijo la vieja mendiga-. ¡Que Dios te bendiga! Toma esta manzana, ¿quieres?

Le tiró una manzana de oro a la Princesa. El perro empezó a ladrar. La Zarevna dio vueltas varias veces en su mano a la manzana de oro.

-Puedes comértela, si quieres, hermosa mía -le gritó la vieja-. Y gracias por el pan.

Al decir esto, desapareció. El perro miró inquieto a la joven. Se puso a gemir. Parecía decirle:

-¡Tira esa manzana, tírala!

Ella acarició al perro suavemente.

-Ven, Sokolka -dijo-. Échate aquí.

Y regresó a su estancia para esperar a sus hermanos. Miraba de vez en cuando la manzana que tenía a su lado. Estaba madura y jugosa. Era dorada y fragante. Era tan transparente que podían verse las pepitas, porque su piel parecía un ala de mariposa.

La Zarevna no quería comerse la manzana antes del almuerzo, pero no pudo resistir la tentación y se la llevó a los labios y la mordió. Acto seguido se desvaneció, sin vida. La manzana rodó por el suelo.

Su cabeza descansaba en el banco, bajo los iconos.

La joven estaba como muerta.

Los siete guerreros estaban de regreso a la casa después de una de sus audaces campañas, y vieron al perrito, que corrió hacia ellos, ladrando furiosamente.

-Es un mal augurio -pensaron- . Algo malo ha sucedido.

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Subieron a la estancia. ¡Allí gimieron y todo fueron lloros! El perro mordió la manzana y cayó muerto.

Los siete guerreros, sumidos en la más profunda tristeza, rodearon a la Zarevna muerta. Recitaron una oración, levantaron a su hermana y empezaron a vestirla para el entierro. De pronto, cambiaron de opinión, pues su rostro estaba tranquilo. Parecía como si estuviera en los brazos protectores del sueño. Pero no respiraba.

Esperaron tres días. No se despertó. Y entonces decidieron poner a la Zarevna en un ataúd de cristal. La transportaron a hombros a media noche a lo más alto de una montaña, a una cueva, y allí la dejaron.

Tomaron la precaución de atar el ataúd con cadenas a seis fuertes columnas. Hecho esto, descubrieron sus cabezas y el mayor dijo:

-Duerme, hermanita. Has sido víctima de una cobarde trama. Tu belleza se habrá extinguido en la tierra, pero en el cielo tu alma continuará siendo hermosa. Seguimos queriéndote. Continuarás siendo de tu prometido. Ahora sólo la muerte te posee.

Aquel mismo día la malvada Zarina estaba en espera de buenas noticias. Sacó el espejo y le preguntó:

-¿No soy, acaso, la más hermosa, la más gentil y la más encantadora del mundo?

-Sí -respondió el  espejo-,  eres  la  más  hermosa, la más gentil y la más encantadora del mundo.

El Príncipe Elissei recorrió el mundo en busca de su prometida. Pero no la encontraba. Lloraba y preguntaba a todos los que veía si sabían dónde estaba. Algunos encontraban extrañas sus preguntas. Otros pocos se reían. Algunos le volvían la espalda.

Finalmente se dirigió al Sol.

-¡Oh, Sol! -exclamó-, tú que cruzas el cielo, que haces que la primavera siga al invierno, tú que nos ves a todos, ¿quieres darme una respuesta? ¿Quieres decirme si has  visto a la Zarevna que busco? Yo soy su prometido.

-Amigo mío -respondió el Sol-. No he visto a la Zarevna que buscas. Quizá se haya muerto. Quizá la Luna, mi vecina, la haya visto.

Elissei esperó que llegase la noche. Por fin apareció la Luna en el cielo.

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-¡Oh, Luna, amiga mía! -exclamó-, compañera de las estrellas, ¿puedes darme una respuesta? Estoy buscando a mi prometida. ¿La has visto?

-Hermano mío -respondió la Luna-. No la he visto. De todos modos, yo no estoy siempre en el firmamento. Quizá tu prometida está tan pálida que no la puedo ver…

-¡Ay de mí! -murmuró  el Príncipe.

La Luna habló de nuevo.

-Pregunta al Viento. ¿Quién sabe? Él tal vez podrá contestarte. Ten  valor.  ¡Adiós!

Elissei gritó al Viento:

-¡Oh tú, que eres tan fuerte, tú que puedes domar las nubes e irritar el mar, tú que sólo temes a Dios…! Dime, ¿has visto a mi amada Zarevna? Yo soy su prometido.

         – Escucha -respondió  el  Viento-. Allá lejos, más lejos de aquel río apacible, encontrarás una montaña. Sobre la montaña hay una cueva oscura. Dentro de la cueva hay un ataúd de cristal, rodeado de columnas. Allí está encadenado el ataúd de tu prometida.

El Viento se alejó veloz y el Príncipe volvió a cabalgar, sollozando. Se encaminó directamente a la montaña que describió el Viento. Cuando la vio, subió apresuradamente. Llegó a la entrada de la cueva. Le fallaba el valor, pero pronto se rehízo. Se encaminó a través de la oscuridad de la cueva. ¡De pronto vio la sombra del ataúd de cristal y la faz radiante de la Zarevna! Tropezó con el ataúd y rompió el cristal. La joven se despertó. Miró en torno suyo y dijo con un suspiro:

-He dormido mucho tiempo.

Se enderezó y descendió del ataúd. Ambos se abrazaron llorando.

Elissei cogió en brazos a su amada y la sacó a la luz del sol. ¿Qué creéis que se dijeron el uno al otro?

La buena nueva voló como el fuego.

-¡La hija del Zar no ha muerto!

La malvada Zarina estaba sentada frente al espejo y repitió su pregunta:

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-¿No soy yo, acaso, la más hermosa, la más gentil y la más encantadora del mundo?

-Por supuesto que eres bella -respondió el espejo-, pero la Zarevna es aún más hermosa que tú.

Entonces rompió el espejo, lo tiró al suelo y se precipitó hacia la puerta, que en aquel preciso instante se había abierto. Vio a la Zarevna y cayó muerta de rabia.

La boda de Elissei y de la Zarevna se celebró inmediatamente después del funeral de la Zarina muerta, y celebraron el festín más grande del mundo. Yo estuve allí, me ofrecieron cerveza, vino e hidromiel, bebí, y se me mojaron los bigotes.

1833