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La violencia política popular en las "Grandes Alamedas" La violencia en Chile 1947-1987 (Una perspectiva histórico popular) GABREL SALAZAR

La violencia politica popular en las grandes Alamedas (prefacio + introduccion) - Gabriel Salazar

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La violencia política popular en las "Grandes Alamedas"

La violencia en Chile 1947-1987 (Una perspectiva histórico popular)

GABREL SALAZAR

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GABRIEL SALAZAR

La violencia política popular en las "Grandes Alamedas"

La Violencia en Chile 1947-1987

(Una perspectiva histórico-popular)

LOM

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L O M PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA S O L

©LOM Ediciones Segunda edición 2006 I.S.B.N: 956-282-826-3

Registro de Propiedad Intelectual N": 155.802

Primera edición: Ediciones Sur, 1990

Imagen de portada: Paulo Slachevsky

A cargo de esta colección: Julio Pinto

Diseño, Composición y Diagramación: Editorial LOM. Concha y Toro 23, Santiago Fono: (56-2) 688 52 73 Fax: (56-2) 696 63 88

Impreso en los talleres de LOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal

Fonos: 716 9684 - 716 9695 / Fax: 716 8304 web: www.lom.cl

e-mail: [email protected]

Impreso en Santiago de Chile

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PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN

Reposicionando las críticas

1. Los tiempos de la crítica: dispersiones de derrota y propuestas de reagrupación

El acto de 'criticar' puede consistir en; a) hacer un juicio evaluativo acerca de la forma o procedimiento con que se llevó o lleva a cabo un ejercicio intelectual (como la crítica de Inmanuel Kant a los procedimientos utilizados en los actos de conocimiento), o bien, b) construir un juicio evaluativo sobre el estado o situación en que se encuentra, en términos de ¡uncionalidad social, un organismo o estructu­ra dada (como la crítica de Karl Marx al modo de producción capitalista industrial).

La crítica en el primer sentido (Kant) es una evaluación necesaria que puede anteceder {a priori) al ejercicio en cuestión (para asegurar su corrección metodo­lógica en términos de concluir o producir el hecho que se quiere) o bien sucedería después de realizada (o no realizada). I.a crítica en el segundo sentido (Marx), en cambio, tiende a realizarse casi siempre u posteriori, en presencia de una estructu­ra objetiva ya existente, y, probablemente, en una situación de 'crisis' (es decir, cuando contiene disfunciones sociales, contradicciones crecientes o una decaden­cia final). Se comprende que la crítica en el segundo sentido -que va dirigida a la situación global de un 'objeto' que tiene relevancia estratégica para la vida social y no a un mero 'procedimiento'- conduce naturalmente a plantear la crítica en el primer sentido, en tanto la crítica objetiva conlleva el imperativo de evaluar tanto la consistencia de los conocimientos objetivos lo mismo que de las acciones socia­les destinadas a producir el cambio eficiente de la estructura sometida a crítica.

Naturalmente, la crítica gnoseológica y metodológica (Kant) puede realizarse con independencia de la crítica objetiva (Marx) y, por tanto, libre del imperativo de 'acción' que normalmente esta segunda crítica lleva éticamente atada. Puede, por tanto, ser un ejercicio académico, sin conexión estratégica con la historicidad de los sujetos y las estructuras. En otras palabras, puede ser un ejercicio con bajos índices de historicidad y socialización. Por el contrario, la crítica objetiva contiene de suyo el imperativo (ético, político y por tanto histórico) de 'actuar' frente a las anomalías que detecta en la estructura o situación que examina. No tiene legitimidad ética, ni

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social, ni práctica criticar una estructura social, económica o política como un ejerci­cio que se agota en lo académico, sin intervenir en las anomalías que con ese ejercicio se detectan. La verdad científica sobre una situación social de crisis, una vez esta­blecida, obliga.

Ahora bien, la acción histórica que se deriva de la crítica objetiva a una estruc­tura social dada (como la que han emprendido en distintas épocas los seguidores de Karl Marx), puede incluir errores que concluyen en la derrota o fracaso históri­cos del cometido. Tales derrotas o fracasos -que pueden tener un altísimo costo en vidas y esperanzas- exigen, por razones de ética histórica: a) una evaluación re­trospectiva de lo hecho, b) una reevaluación objetiva de las estructuras anteriormente criticadas, y c) una evaluación prospectiva (metodológica) de los nuevos cursos de acción histórica a seguir.

La crítica en general -pero en particular la 'objetiva'-, no puede desentender­se de la situación histórica en que se ha desenvuelto y en la que deberá seguir desenvolviéndose. Tiene una historicidad que, en contraste con las pretensiones 'autonomistas' del chovinismo escolástico, le es inherente, inmanente y, por lo mismo, irrenunciable. Y en ese sentido, en tanto factor de los procesos históricos, la crítica objetiva puede vivir momentos de triunfo, momentos de vida vegetativa y momentos de derrota. Si es de triunfo, probablemente la energía crítica entrará en reposo o alimentará un hagiográfico discurso oficial. Si es de vida vegetativa, lo normal será que reavive sus tradiciones clásicas e instale su inlemporaiidad aca­démica. Si es de derrota, entonces, con seguridad, deberá criticarse a sí misma, reexaminar el estado de las estructuras vivas e iniciar los preparativos para una nueva odisea histórica. Lo que significa que ha entrado en una fase de 'crisis'. Que es, precisamente, su máximo momento de vida.

No es fácil, por lo dicho, reconstruir y revilalizar adecuadamente la crítica ob­jetiva después de una derrota grave. Una derrota grave -como la experimentada por el movimiento popular y la Izquierda chilenos después de 1973- trae consigo una poderosa resaca sicológica que desordena y revuelve la subjetividad de los afec­tados por ella. Una derrota que implica muerte, torturas, cárcel, extrañamiento, desempleo, persecución, miedo, individuación, orfandad, etc., produce desorienta­ción de las emociones y dispersión de los caminos. La búsqueda de refugios reemplaza a la definición de objetivos. Y los refugios nunca son homogéneos, ni están entre sí -cuando menos al comienzo- comunicados. Los escondrijos tienen una intimidad introvertida, ciega, cercada. Si esa resaca sicológica se extiende en el tiempo, puede llegar a engendrar identidades múltiples, desencontradas, que, a su vez, pueden dar inicio a manifestaciones críticas sin orientación histórica co­mún. Es decir: sin sentido valedero. O pueden llegar a constituir rompecabezas críticos, archipiélagos intelectuales que monologan disparando los unos contra los

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otros, sin comunicarse, y que requieren, por lo mismo, de un arduo trabajo de inte­gración dialéctica para delectar la dirección útil que puedan contener.

De ese marasmo, algunos procesos críticos salen por la brecha pragmática de aprovechar las oportunidades mínimas que ofrecen los vencedores (caso de los intelectuales que construyeron el criticismo cómplice de la transición pactada con Pinochet), salida que hace sentir a algunos que, al salir, deben criticar y disparar hacia el lado y hada atrás, para evitar que 'otros' procesos críticos les ganen la delantera (por ejemplo, hacia los que levantaban la crítica dura que, desde 1985, conducía a la democracia social).

Otros, acaso más desorientados o menos comprometidos, optaron por desaho­gar su frustración o su miedo practicando, con más ira que sapiencia, la crítica escolástica a los 'procedimientos' de los otros (para no criticar su propio escapis­mo), sin considerar su contenido objetivo, social e histórico.

Considerando lo anterior, tras la derrota de 1973 y años siguientes, pueden distinguirse, en el caso chileno, cuando menos tres modulaciones críticas.

a) Los "escépticos del sentido"

Este tipo de crítica fue magistralmentc caracterizada por el filósofo Eduardo Devés en un libro publicado en 1984'. Se refiere a una crítica que se fundó origi­nalmente en la sensibilidad cristiana post-conciliar, para nutrirse luego de variantes modernas del marxismo, para, posteriormente, "irse extraviando en los laberintos de las ideas, de la historia y hasta del inconsciente (después de 1973)". El extravío ha conducido a una suerte de escepticismo generalizado, que desplaza la crítica contra la mera existencia de otras propuestas intelectuales, razón por la cual no acepta lo tradicional ni lo dogmático, pero tampoco las propuestas nuevas que no tienen respaldo en la ciencia o la teoría tradicionales. No llega, por eso mismo, a concebir propuestas propias, de fondo, y solo deja abierto el camino para la adap­tación a lo vigente (y dominante). Se duda de todo y la duda misma prueba su (inocua) existencia.

"De esta manera fuimos saltando de una pregunta a otra; se fue radicalizando la duda, y más fuerte y dolorosa fue haciéndose cuanto más grandes seguían mos­trándose las derrotas nuestras y los triunfos del enemigo... Así fue creciendo el ámbito de las realidades sobre las que se dudaba, como fue correlativamente agran­dándose el grupo de los que dudaban"-.

Escépticos del sentido (Santiago, 1984. Nuestra América Ediciones). Ibidem, p. 15.

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Resultado de ello es que "los escépticos del sentido" dejaron de lado todo lo que pareciera "esquema teórico", para acercarse a la realidad concreta como a la única verdad verdadera. "Nos hicimos algo empiricistas". Y así fueron aparecien­do los "grupos de estudio, después los talleres, los centros, los institutos y hasta las universidades nuevas"'. La teoría, que antes de 1973 iluminaba el sentido de la historia y de las cosas, se convirtió, para estos escépticos, en una anteojera que impedía ver. Al desecharla, se arrojó también la búsqueda consistente del 'senti­do'. Y después de eso, el empirismo los dejó ciegos. Pero videntes (o autómatas) para la realidad actual. Y así nació, algo tortuosamente, el cariño a la 'democracia' en general, tanto a la de antes como a la de ahora. La "práctica" (o acción), que antes estaba guiada por el sentido (teórico), ahora la atrapaba, con realismo total, la democracia vigente. Donde se convertía en pragmatismo vacío de sentido.

¿Quiénes son, de hecho, los escépticos del sentido? "...los que siguen leyendo a Lenin, pero ya no como epopeya sino como simple comedia;... los que la DINA jodio definitivamente y los que la DINA no pudo (o al menos todavía no ha podido) joder;... los que están convencidos que aun vivimos en la era del rock de Elvis;... los que olvidaron eso que nunca debe olvidarse: la lucha de clases;... los que viven como si nada hubiera ocurrido u todo siguiera igual; ... los que sueñan con ser presidentes de la república o al menos candida­tos;... los quecamhiaron a Marx por Krishna;... los que trabajan como ejecutivos en las empresas del prosaico capitalismo más dependiente que nunca; ...los que trabajan en fundaciones suecas;... los que terminaron por sentarse a la vera del camino; ... los que andan por la vida sin saber qué mierda hacer; ... los que en alguna institución alternativa realizan algún estudio para alguna fundación del mundo desarrollado; ...los que viven de la solidaridad internacional;., los que ter­minaron por decidirse a fijar su residencia en París;... los que esperan el momento propicio para reincorporarse a la vida pública;... los que han fundado pequeñas sectas herméticas; ...los que sobre todo en el mundo cuidan la propia pega, mucho más que la propia dignidad;... los que partieron sin rumbo cierto, pero en todo caso huyendo...'"'.

La crítica, en este caso, no se ha ejercido sistemáticamente sobre las conductas pasadas que fueron derrotadas^ Es la derrota en sí la que refutó e,sas conductas o las dejó como tales: como prácticas inútiles. No ha habido aquí una segunda reflexión

Ibidem, p. 20. E. Devés: Escépticos..., op.cit., pp. 141-144. Es extremadamente ilustrativo también, en este sentido, el articulo de Eugenio Tironi: "Sólo ayer éra­mos dioses", publicado originalmente en la revista Análisis N° 30 (Santiago, 1979) y en el libro La Torre de Babel Ensayos de Crítica y Renovación Política (Santiago, 1984. Ediciones SUR), del mismo autor.

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sobre el pasado. Tampoco un análisis profundo del presente instalado por los vence­dores. Los escépticos del sentido son, en primer lugar, escépticos de su propia capacidad (intelectual y ética) para criticar objetivamente el sistema triunfante y para actuar inteligentemente contra él. Critican todo lo que parezca erigirse con perfiles 'definitivos', tanto contra la derrota, como contra el triunfo de los vencedo­res. Pero no critican científica o teóricamente, sino por mero descarte: eso (lo tradicional) no; esto (lo nuevo) tampoco.

I,a crítica de estos escépticos no es más que la (cansada) aceptación de la de­rrota, y la adaptación, por mera inercia, al sistema vencedor.

b) La crítica 'renovada' La crítica 'renovada' es aquella que quiere trabajar de modo sistemático -al

revés de los "escépticos", que solo critican por medio de un cansado descarte prác­tico- pero de un modo incompleto y parcial: se critican (solo) las prácticas derrotadas del pasado, (solo) los procedimientos epistemológicos de la crítica emergente (de 'otros'), y se elaboran (solo) las propuestas que apuntan a perfec­cionar el sistema vencedor. Se excluye de modo notorio, en este caso, la crítica objetiva al sistema vencedor y, por lo mismo, la propuesta de una vía alternativa a ese sistema.

Cabe citar, como ejemplo de este tipo de crítica, en primer lugar, la labor reali­zada por los intelectuales que instalaron la "teoría de la transición pactada a la democracia" (que legitimó la Constitución dictatorial de 1980 y el modelo neoli­beral) y, en segundo lugar, los que, después de eso, han estado asestando una crítica epistemológica y discursiva (a lo Kant) a los que proponen vías alternativas al modelo neoliberal. Se trata, en ambos casos, de una crítica profesional que, por carecer de perspectivas de 'sentido', de crítica 'objetiva' y de propuesta 'alternati­va' (es decir: de una crítica a lo Marx), se ha especializado en disparar sus dardos, unilateralmente, hacia el lado y hacia atrás. Razón por la que ha funcionado, más que nada, como una cómoda guerra escolástica fraternal (contra camaradas). En este sentido, ambas constituyen casos flagrantes de crítica desde tiempos y áni­mos de derrota, no desde tiempos y voluntad de reagrupación.

El trabajo crítico de los intelectuales que promovieron la 'transición pactada' se orientó, fundamentalmente, a demostrar que la 'obra' del gobierno militar se inscribía en procesos de cambio y transformación de largo plazo (que se habrían iniciado con los gobiernos radicales en 1938), en consonancia y correspondencia con los procesos mundiales de modernización y post-modernización. Con ello se rescató el sello modernizador de la dictadura, legitimándola por este medio, al paso que se desplazaba a un segundo plano sus rasgos genocidas. Esto abría cami­no para condenar a Pinochet como el gran culpable y, a la vez, salvar intacto el

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modelo neoliberal, dejándolo impoluto y libre de toda culpa''. En segundo lugar, el trabajo de estos intelectuales tendió a demostrar que, con la revolución neolibe­ral, en Chile la estructura de clases había sido alterada de tal modo que, prácticamente, el conflicto entre clases había desaparecido, con lo cual se cancela­ba todo intento por repetir el movimiento revolucionario anterior a 1973'. En tercer lugar, como corolario de lo anterior, se consideró que toda forma de violencia polí­tica popular era extemporánea e inútil, razón por la que se condenó la orientación revolucionaria de las jornadas populares de protesta del período 1983-19871 En cuarto lugar, se consideró que la tendencia de los pobladores y de la juventud popular a desarrollar lazos comunitarios para sobrevivir y luchar contra la dicta­dura constituía una involución anómica, un retorno a fases pre-modernas, razón por la que el neo-comunitarismo no podía ser útil al proceso estratégico de la "gran transformación" (modernizadora), debiendo, por tanto, ser políticamente desecha­do''. En quinto lugar, en cuanto el intento de restaurar el movimiento popular sobre una línea de cambio social era, de un modo u otro, un intento hecho en la línea del 'sentido', del 'gran relato' y de un movimiento social regido por 'metas' de desarro­llo (por tanto, en conformidad a una lógica moderna), la crítica al modernismo de izquierda (alternativa) solo podía hacerse desde una trinchera post-moderna, que pusiese énfasis en la imagen, no en la palabra; en el discurso, no en la praxis; en la epistemología, no en el análisis objetivo del modelo neoliberal; en los equilibrios macroeconómicos, no en los indicadores de desarrollo humano, etc. La crítica post­modernista, por todo ello, ha conducido inevitablemente a conclusiones vagas, sombrías, inciertas (muy similares a la psicología de los "escépticos del sentido")'".

Los 'teóricos' de la transición, en suma, rescataron el carácter progresista de la modernidad, en tanto régimen político formal (la democracia) y en tanto la con-certación mundial de las democracias (mercado capitalista) aseguraba la globalizacion de ese progreso (material). Al mismo tiempo, refutaron y desecharon el carácter progresista de la modernización social y popular (revolución). Eln este

Ver de Javier Martínez y Alvaro Díaz: Chile: the Great Transformation (Harrisontiurg, Virginia, 1996. Tiie Broolíing.s Institutions & UNRISI). United States of America), passim. Javier Martinez & Eugenio Tironi: Las clases sociales en Cliile: cambio y estratificación, J970-J980 (Santia­go, Í%S. Editorial SUR), passim. Como eco de esa crítica,Tomás Moulian: "¿Historicismo o esencialismo?" (critica al libro de Gabriel Salazar; Violencia política popular en las 'grandes alamedas'), en Proposiciones N° 20 (Santiago, 1991. Edi­ciones SUR). Eduardo Valenzuela: La rebelión de los jóvenes (un estudio sobre anomia social) (Santiago, 1984. Editorial SUR). Un ejemplo en Eduardo Sabrosky; "Socialismo, modernidad, futuro; tiempos difíciles", en FORO 2000, N°3(Santiago, 1991), pp. 11-13.

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sentido, la crítica de estos intelectuales ha sido y es una crítica conservadora. Lo revela el hecho de que privilegian la gobcrnabilidad del sistema sobre la partici­pación popular; la paz y equilibrios del presente más que el devenir histórico; la competitividad más que la soberanía popular, etc.". De hecho, le han dado al mo­delo neoliberal lo que nunca, ni el general Pinochet ni su alto mando pudieron darle: legitimidad teórica.

En cuanto a la crítica formal, epistemológica y discursivista que se ha desarro­llado en algunas universidades chilenas después de 1990 (reconociendo como modelo la filosofía francesa post-moderna), cabe decir que, en los hechos, ha ope­rado como un brazo crítico 'académico' asociado a los teóricos 'políticos' de la transición, en cuanto han actuado desarmando (o de-construyendo) las propuestas alternativas (jue han tendido a brotar de las prácticas sociales y profesionales de la Educación Popular, del Trabajo Social, de la Psicología Comunitaria y de la His­toria Social, principalmente. La crítica se ha concentrado, de hecho, sobre la posibilidad de que los movimientos sociales de nuevo tipo puedan, en Chile, hora­dar y trascender, con un proyecto popular, la gran fortaleza neoliberal globalizada.

La crítica a la posibilidad de que en Chile se desarrollen movimientos sociales de nuevo tipo (distintos a los movimientos 'de masas' de los años 50s y 60s) se ha escindido en dos variantes: una que tiende a negar teóricamente su existencia en Chile (pese a su existencia factual) a título de crítica 'objetiva', y otra que cuestio­na o refuta la lógica histórica o discursiva con la que se propone su existencia y desarrollo como vía alternativa, a título de crítica 'epistemológica'.

La crítica que niega la existencia en Chile de 'movimientos sociales' se basa en la tesis de que en este país no hay clases o actores sociales plenamente constitui­dos (modernos), porque se han debilitado las identidades estructurales, las organizaciones sociales de nivel nacional, las dirigencias políticas de masa y los programas sectoriales que estén en condiciones de 'negociar' racionalmente con el sistema. Se implica que los movimientos sociales deben ser orgánicos, modernos, jerárquicos y con capacidad de negociar con el sistema, como si fueran un partido político parlamentario. De no ser de ese modo, no existen. Esta tesis se basa en buena medida en las propuestas de Alain Touraine para América Latina". A partir de esto, diversos sociólogos y dentistas políticos difundieron el aserto de que en Chile no hay movimientos sociales (pese a que, en ese mismo tiempo, estallaron

Una visión global de este problema en G. Salazar: "Historiografía y dictadura en Chile: búsqueda, dispersión, identidad", en ídem: La historia desde abajo y desde dentro (Santiago, 2003. Facultad de Artes. Universidad de Chile), especialmente pp. 129-135. Una versión resumida, nítida y simplificada de esas propuestas en A. Touraine: "América Latina: de la modernización a la modernidad", en Convergencia (Santiago, 1990), marzo.

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entre 1983 y 1987 veintidós jornadas nacionales de protesta)". Naturalmente, esta tesis permitió a la intelligentsia chilena y a la dirigencia política de centro-izquier­da negociar la transición política de 1988-1990, sin considerar al movimiento popular.

La crítica que toma por asalto la lógica epistemológica y discursiva de las pro­puestas movimientistas (que han surgido, como se dijo, de las prácticas en terreno de la Educación Popular, del Trabajo Social, de la Psicología Comunitaria y de la Historia Social) se caracteriza por ser un ejercicio intelectual que tiende: 1) a desmontar esas propuestas desenterrando la arqueología discursiva de las mismas (desnudando los supuestos ontológicos o de otro tipo de los cuales partieron); 2) a consumar esa de-construcción sin vincular esas propuestas a la crítica objetiva y a la realidad contextual en que 'consisten' las mismas, 3) sin vincularla tampoco a la praxis real de los sujetos y actores que las promueven en terreno y en el debate social (o comunitario) de las ideas. Un cuarto rasgo adicional de esta crítica es que sus cultores no toman posición, ni social, ni histórica, ni política con respecto al sistema dominante (neoliberal globalizado) dentro del cual y bajo el cual se vive y se discute. Su crítica se hace desde una supuesta atalaya de 'crítica pura', como si el crítico no habitara el mundo histórico, sino una entelequia científica a-histórica y a-social. O sea: desde ninguna parte. Y quinto rasgo: la crítica de este tipo tiende a trabajar las propuestas alternativas no como provenientes de autores o sujetos sociales de carne y hueso, sino de formas discursivas que tienen existencia propia, razón por la que no se considera pertinente 'entrevistar' a los autores, ni debatir en su 'presencia viva' las propuestas que se critican. Si llegaran a estar presentes, se les demuestra que son apenas títeres del 'discurso general' que, sin plena con­ciencia, suscriben. Este tipo de crítica termina siendo, por ello, una especie de 'desarmaduría' de propuestas, cuyo trabajo no reconoce ni se sustenta en ninguna crítica objetiva, ni en ninguna propuesta reconocible. Se trata de asesinatos se­mánticos profesionalmente perpetrados.

Este tipo de crítica fue practicado, principalmente, en lo que fue el Taller de Epistemología de la Universidad ARCIS y por algunos otros intelectuales'''. En el

La negación de estos movimientos es patente en Guillermo Campero (Ed.): Los movimientos sociales v la lucha democrática en Chile (Santiago, 1986. CLACSO, ILET, UNU); del mismo autor: "Luchas y movi­mientos sociales en la crisis: ¿se constituyen movimientos sociales en Chile?", en Fernando Calderón (Comp.): Los movimientos sociales ante ¡a crisis (Buenos Aires, 1986. UNU, CLACSO, ¡ISUNAM), pp. 289-307, ver también la revista Proposiciones N° 14 (Santiago, 1987. Ediciones SUR), todos los artículos. Es un tipo de crítica que pretende ser lapidaria. Como ejemplo: Sergio Villalobos Ruminot; "Su­jeto, historia y experiencia", en Carlos Casanova y Sergio Villalobos Ruminot: "Política y moder­nidad en Chile: discursos y posí-dicladura", Tesis de Licenciatura en Sociología (Santiago, 1996.

(Continúa en la página signiente)

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mismo sentido podría clasificarse la crítica a los supuestos y prácticas de la Edu­cación Popular en Chile'\

c) La crítica del "humanismo crítico" Este tipo de crítica fue sistematizada por el filósofo Martín Hopenhayn en 1993,

en términos de un ''campo de saberes sociales" nuevo, aparecido en Chile, algo en dispersión, principalmente, durante la década de 1980, Se trataría de una "nueva sensibilidad", que habría surgido, no desde la institucionalidad académica misma, sino de una "desconfianza" social colectiva respecto a la eficacia histórica concreta de los productos cognitivos de la institucionalidad académica tradicional y, por el contrario, de una confianza creciente en el tipo de saber acumulado en la experien­cia social"'. Dado este origen, "sus adherentes se resisten parcialmente a la institucionalización del conocimiento que producen, y a sospechar de todo aquellos saberes que sean... utilizados para un determinado agente político"''. Esto les lleva a alejarse por igual del marxismo convencional y de la investigación positivista tra­dicional, lo cual genera un vacío epistémico, que, en este caso, es llenado por una opción "humanista" en un sentido amplio, pero al mismo tiempo por una auto-críti­ca permanente de las opciones que surjan de esa gran placenta humanista. En general, la crítica apunta de desmontar todas las formas de alienación humana que los siste­mas dominantes producen en los sujetos (independientemente de sus 'intenciones'), a cuyo efecto la "comunidad humanista crítica" (CIIC, en adelante) despliega un arsenal multi-disciplinario de herramientas. La crítica despeja así el objetivo de este paradigma: "el despliegue de sujetos libres y conscientes", unidos por una de­mocracia social y participativa. Hopenhayn señala que la CHC ha desarrollado la crítica humanista en gran escala y con gran fuerza, pero que esto no ha sido equili­brado y potenciado con una propuesta de cambio social o de sociedad de igual calibre"*. Lo más parecido a una propuesta de ese tipo es su tendencia a exigir una

Universidad ARCIS). En menor medida, Miguel Valderrama; ver, entre otros trabajos, su "I.a cuestión del liumanismo iiistoriográfico en la nueva historia popular de Chile: historiografía marxista y nueva histuria", Alamedas N° 3 (Santiago, 1997), pp.63-88. Sobre todo, Sergio Martinic {¥A.): Profesionales en acción (Santiago, 1988. CIDE), que transcribe diver­sas ponencias críticas expuestas en el Seminario Internacional de Educación Popular que tuvo lugar en Santiago en 1987. Martín Hopenhayn: "El humanismo crítico como campo de saberes sociales en Chile", en José Joa­quín Brunner et ai.: Paradigmas de conocimientu y práctica social en ChUe (Santiago, 1993. FLACSO), p. 204 et seq. M. Hopenhayn, loe. cit., p. 20,S. Ibidem, pp. 214-216.

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"democratización exhaustiva", entendida, en lo esencial, como un proceso abierto con fuertes referencias a 'lo comunitario', y desde aquí, a lo local, lo comunal y lo regional. La "utopía democratizadora" pone énfasis, por lo mismo, en la potenciación de "lo cultural", en un sentido social más que académico.

Martín Hopenhayn concluye que se trata de un paradigma incipiente, en estado más bien larvario, pero que tendría mucho que decir en determinados ámbitos, como, por ejemplo, en las relaciones e intersecciones entre lo privado y lo piiblico'"'.

El autor reseñado aquí entiende la CHC como un "campo de .saberes" que está en vías de desarrollo por la acción convergente pero no concertado de un cierto número de "dentistas sociales", a cuyo conjunto él denomina "comunidad".

Algunos años antes que el texto de Hopenhayn (que es de 1993), el autor de estas líneas planteó, en el libro cuya segunda edición aquí se prologa (la primera es de 1990), la necesidad de que la experiencia popular acumulada durante el período KSQ-1987 (y aun de antes) se constituyera en un campo de saberes organizado de modo sistemático, precisamente para potenciar la eficiencia de su acción histórica. Sobre todo, ante la dispersión de hecho del marxismo teórico y la derrota rotunda del marxis­mo práctico. A este efecto se propuso la necesidad de desarrollar -de un modo que cabía discutir- esa experiencia como "ciencia popular"^". De hecho, el desarrollo de la educación popular, la aparición de diversos centros culturales poblacionales, la irrup­ción de las historias barriales o locales escritas por sus propios actores, la multiplicación de metodologías cualitativas en torno a los talleres de memoria o capacitación ciuda­dana (de mujeres, sobre todo), el trabajo de miles de intelectuales de ONGs dentro de las redes populares, particularmente entre 1977 y 1993, permitió plantear que estaba en desarrollo no solo una nueva sensibilidad (Hopenhayn) o una comunidad de den­tistas sociales inspirados por ella (la CHC), sino un nuevo paradigma cognitivo, que tendía a legitimarse por abajo y a competir, de algún modo, con el paradigma cognitivo tradicional (de la universidad) y con los paradigmas consultorial (adscrito al mercado neoliberal) y estatal (basado en la producción 'cognitiva' de decretos, leyes y normas de todo tipo)^'. Se trataba de un paradigma cognitivo social, basado no sólo en la memo­ria colectiva, sino también en sus redes comunicacionales (orales y de otro tipo) y la cultura derivada de la autoconstrucción de identidades en el margen (sobre todo de las mujeres y los jóvenes del mundo poblacional)--.

Ibidem, pp. 271-277. La propuesta puede leerse en la Introducción de este libro. G. Salazar: "Las avenidas del espacio público y el avance de la educación ciudadana", en Documento de Trabajo del Centro de Investigaciortes Sociales (CIS) N° 8 (Santiago, 1996. Universidad ARCIS). Una versión preliminar en Última Década N° 4 (Viña del Mar, 1996. CIDPA). Un desarrollo de estas ideas en G. Salazar: Los pobres, los intelectuales y el poder (Santiago, 1995. PAS).

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Ciertamente, ese paradigma fue activado por la acción relativamente autónoma de las ONGs durante la década de los '80 (que se auto-asumieron en ese período como agentes de desarrollo de la 'sociedad civil') y por un movimiento popular movi­lizado contra la dictadura. Esta situación cambió después de 1993 (cuando se cerró por primera vez la transición política), con la retirada de las agencias internaciona­les, la crisis de las ONGs y la tendencia de las que sobrevivieron a trabajar para el Estado neoliberal-'. Sin embargo, la necesidad de que la memoria social y el "saber a ras de tierra" se desarrollara siguió latente, razón por la cual, ante la crisis de la educación popular de ÜNG, se aparecieron a fines de los '90 los "cordones populares de educación" y otras prácticas de creación culturaP'. Esto correspondió a la acción cultural de jóvenes universitarios y de población, quienes, a partir del saber y la cultura populares, apuntan a potenciar los actores locales, a generar células de mo­vimiento social y a buscar fórmulas de politización desde abajo. Es ya evidente, hacia el año 2006, que la posibilidad de un movimiento social capaz de generar un proyecto alternativo de sociedad está dependiendo casi enteramente de la capaci­dad de esas células para crear una cultura cívica por el cambio social. Y, por tanto, de esfuerzos dirigidos hacia la "auto-educación popular".

Actualmente, esos procesos están tratando de potenciar el paradigma cognili-vo social o popular sobre la base de 'socializar' (o comunalizar) las investigaciones sociales que se realizan en las universidades (sobre todo las alternativas y algunas tradicionales), tanto por académicos como por tesistas, como también aquellas disciplinas que son más afines a esos objetivos (la Historia Social, la Sicología Comunitaria, la Sociología y la Pedagogía, principalmente)'^^ De hecho, el paradig­ma cognitivo social ha madurado no solo en estos esfuerzos, sino también en una "cultura de la calle" que opera como un incómodo contrapeso para el desenvolvi­miento escolar de la cultura oficial. Esto, sin duda, multiplica los desafíos para los cordones populares de educación. Todo ello obliga a los propios académicos a com-patibilizar su trabajo científico con la demanda específica que surge desde la sociedad civil y del paradigma cognitivo popular-''.

ídem: "La larga y angosta historia de la solidaridad social liajo régimen liberal (Chile, siglos XIX y XX)", en Cuadernos de Historia N° 23 (Santiago, 2003. Universidad de Chile). Texto original en ACCIÓN (Hd.): Congreso Nacional de las ONGs de Desarrollo (Santiago, 2001), vol. I. Ver de Edgardo Alvarez Puga (Ed.): Movilizando sueños. Encuentro Nacional de Educación Popular (San­tiago, 2005. ECO, PIIE, Canelo de Nos, Caleta Sur). Ver la interesante publicación de los Estudiantes de Historia de la Universidad de Chile: Nuestra Historia 1:1 (Santiago, 2006. Universidad de Chile). G. Salazar: La Historia desde abajo y desde dentro (Santiago, 2003. Facultad de Artes. Universidad de Chile).

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En suma, cabe señalar que la 'crítica' en Chile dictatorial y post-dictatorial ha estado fuertemente determinada por el hecho rotundo de la derrota (como lo reve­la el paradigma de los "escépticos del sentido" y de la "crítica renovada"), y que aquella que efectivamente ha asumido la necesidad de reagrupación y confluen­cia de los grupos disidentes (en vista a un potencial movimiento social de nuevo tipo), como es el caso de lo que Hopenhayn llamó "comunidad de humanismo crí­tico" y los que nosotros hemos llamado paradigma cognitivo popular (o "ciencia popular"), se ha encontrado con el gran desafío de levantar una propuesta de cam­bio inédita, desde bases escasamente institucionalizadas y apostando a una inestable alianza entre académicos, estudiantes y grupos poblaciones productores de cultura identitaria. Todo ello bajo el fuego graneado lateral de parte de aque­llos que siguen sosteniendo posturas críticas tradicionales y conservadoras, tanto de izquierda, como de centro y de derecha.

No hay duda de que, en esta situación, es preciso apostar a las tendencias mo-vimientistas que surgen de la propia base social. Donde la movilización reciente de los estudiantes secundarios es solo una muestra.

2. Las críticas al libro

Violencia política popular en las 'Grarides Alamedas' El libro cuya segunda edición aquí se prologa se escribió en acuerdo a la nece­

sidad de reagrupación y proyección marcada por las 22 jornadas nacionales de protesta popular del período 1983-1987. E intentó fundarse en el saber social que inspiró la decidida acción popular a lo largo de esas jornadas. Porque era además evidente que tal tipo de movilización entroncaba coherentemente con los brotes de 'poder popular' que aparecieron en las postrimerías de la democracia populista (1969-1973, sobre todo)". Brotes que, a su vez, respondían al saber social que se acumuló en relación a la poca eficiencia real de la vía parlamentarista de desarro­llo seguida desde 1936 por la izquierda chilena. No se puede negar que tanto las jornadas de protesta de los '80 como los brotes de poder popular de los '70 se sustentaron más en la acumulación de experiencia popular (o saber social) que en las elucubraciones ideológicas y programáticas de los partidos. De ahí que el libro se planteó la necesidad de desarrollar ese saber de un modo sistemático, en térmi­nos de un específico paradigma cognitivo (con alta legitimidad popular) que no

El mejor estudio de esas manifestaciones sigue siendo el de Hugo Cancino Troncoso: Chile: la proble­mática del Poder Popular en el proceso de la vía chilena al socialismo (1970-1973) (Aariius, 1988. Aarlius University Press. Denmark).

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podía partir sino de las 'particularidades' de lo social, no de las 'abstracciones universales' que utilizan los sistemas dominantes para legitimarse. Y esto, sin duda, llevaba a privilegiar la historia social por sobre otras disciplinas. Lo que, en cierto modo, ¡levaba a revalidar el materialismo histórico, sobre todo de los escritos filo­sóficos de Marx'**.

Naturalmente, tal opción implicaba (como bien señaló Hopenhayn) dejar de lado, por el momento, no solo el paradigma marxista vulgar (demasiado centrado en lo económico en el caso del parlamentarismo reformista, o en la lucha armada en el caso del izquierdismo revolucionario), sino también la teoría de la transición pactada elaborada por los intelectuales de la "crítica renovada" y los dogmas más formales del tradicional academicismo positivista; todos los cuales se formulaban y enseñaban a partir de conceptos generales, casi siempre abstractos. No es extra­ño que el planteamiento del libro fuera criticado desde todas esas perspectivas.

Está, en primer lugar, la frecuentemente citada crítica de Tomás Moulian". Esta crítica tuvo un contexto, implicó una lectura, una argumentación y un tono. El contex­to era la transición pactada a la democracia (año 1991), proceso liderado entonces por intelectuales "renovados" de FLACSO (era el caso del Tomás Moulian de entonces), del ILIÍT (donde trabajaba Guillermo Campero) y SUR (donde operaban Eugenio Ti-roni, Javier Martínez y Carlos Vergara, artífices de la transición, y este autor, crítico de aquélla), a lo que se sumaba el interés de la Fundación Ford (que financió el proyecto) en saber hasta qué punto el movimiento popular chileno podría optar por la violencia y por un proyecto socialista en la coyuntura de la transición (1987-1991). Era evidente que los involucrados en el proceso de la transición pactada necesitaban destruir lo que implicaba el libro sobre la violencia política popular (VPP en adelante): seguir un camino distinto a esa transición. Se trataba de la primera colisión teórica y política entre el paradigma cognitivo "renovado" y el del "humanismo crítico". La decisión institucional fue realizar esa destrucción en el lanzamiento del libro, lo que se hizo en un evento cerrado, con solo invitados seleccionados (el autor solo pudo invitar a cinco personas). La tarea se realizó por texto y voz de Tomás Moulian.

Implicó también un tipo de lectura. Es evidente que Moulian basó su crítica, de modo notorio y exclusivo, en algunos aspectos de la Introducción, demostran­do no haber leído las 400 páginas restantes, que refutan con hechos y números sus aseveraciones'".

Sobre este punto, G. Salazar: "Transformaciones del sujeto social revolucionario; desbandes y emer­gencias", en Actuel Marx ¡mervenciones N° 1 (Santiago, 2003. Universidad ARCIS). Publicada, a sugerencia de este autor, en Proposiciones N" 20 (Santiago, 1991) pp. 287-290. Esta lectura deficitaria fue de inmediato hecha notar por algunos asistentes al lanzamiento, como fue el caso del teólogo Manuel Ossa, que había leido el texto completo.

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La argumentación crítica de Moulian no es histórica (el libro es histórico) sino más bien conceptual, aunque con una dialéctica débil y confusa. Critica el "anti-institucionalismo de que se hace gala en el texto" (iestábamos bajo dictadura!), que se proponga desarrollar una ciencia popular porque "eso... es crear un nuevo régimen de saber" (las universidades las regían los generales), que "pareciera que los universales caminaran solos por la historia" (en el texto se demuestra que esos universales habían salido a lo largo de siglos por boca de la clase política civil, que en ese tiempo salían por boca de los dictadores y, en añadidura, por los discursos de los que proponían la transición pactada), que proponer una ciencia popular basada en la experiencia concreta de los pobres equivalía a realizar una "transmu­tación de universales", y que asumir el movimiento popular como actor central en el período de la transición equivalía a investirlo con "la categoría de sujeto tras­cendental y preconstituido, depositario de la Historia". Sostuvo luego que el Estado real existente (en la época, era el Estado legado por la dictadura) se había interna­lizado simbólicamente en el pueblo, formando dentro de él una "cultura de Estado", la cual era prueba de su legitimación. "Esa legitimación -agrega, con toda serie­dad- incorpora el Estado en el alma y en el espíritu del pueblo", razón por la cual no puede verse ese Estado como una "pura otredad... pura dominación". Siendo esa la situación -según Moulian- "el camino del cambio eficaz ha sido las reformas y no las rebeliones". De ahí la importancia de los mecanismos de "negociación política". Por tanto, era necesario leer la historia del movimiento popular anterior a 1973 como un proceso exitoso, porque se ganó en 1938 y en 1970, y no como un proceso que terminó en la derrota y la castración. Reconoce también por qué se debía destruir el libro:

"Diría que este libro, especialmente su introducción teórica, acumula armas pre­cisamente para el rechazo del camino actual, plagado de obsesiones que a Salazar le disgustan: ingeniería política, cálculo, compromisos, preocupación por la go-bernabilidad, ausencia de cambios sociales profundos, falla de protagonismo popular"^^.

Concluyó que la opción planteada en el libro por el movimiento popular en la coyuntura de 1990 equivalía a quedar atrapados en "el esencialismo del sujeto: el Pueblo", lo que era una conclusión a la que se llegaba por "otros razonamientos que los del marxismo" (¿la transición pactada era marxista?). Que la eventual cien­cia popular, si quería ser ciencia, debía ser institucional ("porque toda ciencia es una institución... además ¿qué es una ciencia de la particularidad si el puro acto de nombrar implica una abstracción generalizante?"), (la Historia, ciencia de lo

T. Moulian; "¿Historicismo o esencialismo?", Proposiciones N° 20 (Santiago, 1991), p. 289.

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particular en movimiento ¿es ciencia de las abstracciones?). Señaló que el plan­teamiento del libro podía ser seductor, pero que era "finalmente esencialista", lo que no daba espacio para una "democracia plural y para una cultura diferenciada y tolerante". Declaró luego que los ejes estratégicos de la actualidad eran y de­bían ser los de "una democracia en la diversidad y la desigualdad".

En cuanto al tono, como él mismo lo confesó en el texto, respondió a una irrita­ción condicionada, en buena media, subjetivamente.

No hay duda que la crítica de Moulian al libro sobre la VPP era una crítica "renovada" que necesitaba destruir la opción por el movimiento popular en la co­yuntura de 1987-1991, lo que realizó procurando demostrar que esa opción surgía de un reduccionismo esencialista (no de los hechos reales que aturdieron la dicta­dura entre 1983 y 1987), de la ilusión de proponer un tipo de saber surgido fuera de la institucionalidad (lo que le parecía un imposible categórico) y del intento puramente "voluntarista" de asumir que el Estado podía ser un sistema de domi­nación (de una clase) sobre las masas populares, dado que, por la "cultura estatalista" existente en Chile, ese sistema estaba ya instalado para siempre en el "alma del pueblo"^-.

Esta crítica ha sido recogida por otros autores, fundamentalmente el juicio de que en el libro .se practica un "reduccionismo esencialista". No es necesario casi recordar que, en el libro, la 'clase popular' está desagregada en función de los miíltiples y desiguales actores sociales que salieron a la calle para desarrollar dis­tintas formas de VPP contra el sistema de dominación entre 1947 y 1987 en la ciudad de Santiago. Precisamente se usó la expresión 'clase popular' (o pueblo, simplemente) para recoger la heterogeneidad de actores que salieron a la calle en­tre las fechas señaladas y las distintas conductas que algunos de ellos siguieron entre 1983 y 1987, pero también para hallar un denominador comiin a la multipli­cación enorme de las acciones VPP, sobre todo bajo la dictadura. Con todo, al parecer, los analistas convencidos de que la transición que consen-ó el modelo económico y la Constitución dictatorial de 1980 fue y es la única opción política racional y 'correcta', no tienen otro camino teórico para negar el derecho de la 'clase popu­lar' a buscar su propio camino histórico que anular ese derecho a pretexto de que esa cla.se no es más que una hipóstasis semántica, una reducción esencialista o un acto de reificación o cosificación ontológica de lo que no es más que una abstrac­ción. En este mismo sentido se planteó también Cristina Moyano en su Tesis de

Con posterioridad a 1993, Moulian tendió a cambiar de posición, de modo que asumió que su crítica al libro VPP fue dictada por presiones coyunturaies. Por tal razón, pidió a este autor que presentara su libro La jorja de ilusiones. El sistema de partidos en Chile, 1932-1973 (Santiago, 1993), para que 'com­pensara' sus criticas de 1991. Naturalmente, no nos tomamos el desquite.

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Licenciatura al referirse a los vendedores ambulantes de Santiago entre 1850-1880. En esta tesis se critican algunos trabajos de este autor señalando que, cuando se ha hablado de "proyecto popular alternativo" al dominante, se reduce la heteroge­neidad de la clase popular a un "sujeto popular incontaminado por el capitalismo", y la lucha de clases a "un agobiante reduccionismo entre dominados y dominado­res, libres y oprimidos, patrones y obreros. La vida es más compleja que esta oposición"^'. Asume también la idea de Moulian sobre que el Estado está instala­do en "la cultura nacional y popular... y en las identidades colectivas". La autora propone, en su trabajo, "desencializar" a los sujetos populares, y a ese efecto con­cluye, como Moulian, que debe haber una "alianza en la que hegemónicos y subalternos pactan prestaciones recíprocas"".

La crítica renovada tiende, pues, a negar el conflicto y a anonadar las identida­des populares y su eventual proyecto histórico aplicando la idea de 'heterogeneidad', que implicaría dispersión (o bien, "anomia"), en tanto la subjetivación cultural de la idea de Estado permitiría establecer un puente entre "hegemónicos y subalter­nos", una alianza por la cual podrían transitar cómodamente (hacia arriba) los intelectuales y políticos renovados'". Otro aspecto de este tipo de crítica tiene que ver con la idea de que la opción por las particularidades de los sujetos populares (y por su saber social) implica entrar en una "vinculación conflictiva con la moder­nidad", al paso que enfatizar el historicismo de las "formas de vida" (Dilthey) equivaldría a suscribir un "romanticismo anti-ilustrado", propio de la "escuela conservadora". Y también sería conflictivo sostener que el Estado es sobre todo un "fenómeno super-estructural". Y como la política "por definición es sístémica", si el movimiento popular no hace política moderna (o sea, aceptando el sistema vi­gente) e intenta hacer política desde sus "formas de vida", entonces, simplemente, ni es un sujeto político ni hace política. El ser político exige ser 'moderno', y ser moderno es actuar con acuerdo al sistema*.

No son pocos los intelectuales que critican las variantes del "humanismo crítico" recurriendo a los conceptos estructurales típicos de la "modernidad". Para muchos de ellos, la gran crisis de 1982 (que ha sido generalmente leída como una crisis

Nada de esto puede ob.servarse en libros como Labradores, peones u proletarios (Santiago, 1985) o en Historia contemporánea de Chile (Santiago, 1999 y siguientes) escrito ton .fulio Pinto. C. Moyano: "Los vendedores ambulantes en la ciudad horrorizada: el eterno pregón. Santiago, 1850-1880. Cambios en la identidad popular" (Santiago, 2000. Universidad de Santiago. Tesis de Licencia­tura en Educación en Historia y Geografía. La tesis fue dirigida por el profesor Pedro Milos. Alfredo Jocelyn-Holt podría decir que ésta es, precisamente, la ideología típica de los militantes del MAPU. Es el pensamiento del teólogo Juan Ormeño Karzulovic, en El discurso teórico sobre 'modernidad' en Chile. Un estado de la cuestión (Talca, 1995. Universidad Católica del Maule), pp. 27-36.

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significativa de la modernidad, sobre todo respecto a las clases sociales y a los gran­des relatos de liberación) no cuenta, o cuenta poco. Al desconsiderar los grandes cambios ocurridos en el mundo después de esa crisis y adoptar conceptos 'moder­nos' para criticar es, en cierto modo, instalarse en posturas conservadoras o iradicionalistas, que no engranan bien con los fenómenos propios de la post-moder-nidad (por ejemplo, el peso abrumador de las "redes y tribus urbanas" y el eclipse de los "movimientos de masas"). En este sentido, los dentistas sociales que propo­nen que los actores sociales de hoy deben politizarse, tienden a entender eso al modo 'moderno'; es decir: la política como ese ámbito específico que rodea y consti­tuye el Estado (moderno). Tal opción, en tanto referida a la realidad de hoy, remite al Estado neoliberal triunfante en el mundo desde 1982 (y en Chile desde 1973) y a la "cultura estatalista" que se deriva de la dominación de ese tipo de Estado y se inyec­ta en "el alma del pueblo". Lo que, en el caso de Chile, tiene el agregado de que el Estado 'democrático' es producto directo de una dictadura genocida que aplastó el proyecto revolucionario popular ¿Cómo recomendar que los actores populares se politicen por referencia continua (por vía electoral y reivindicativa, como antaño) a ese tipo de Estado? ¿Cómo conciliar eso con las encuestas nacionales que señalan que, en la opinión pública, las instituciones estatales neoliberales tienen un insigni­ficante grado de confiabilidad y credibilidad; el Gobierno 31,0 % (en una escala de 1 a 100), los Tribunales de Justicia 17,2 %, el Congreso Nacional 13,1 %, y los Parti­dos Políticos 7,1 %?''. ¿Cómo reducir el concepto de 'política' a la política neoliberal parlamentaria si estamos dentro de una notoria crisis de representatividad, según la encuesta UDP? ¿Se está poniendo en un mismo pie teórico la democracia populista del período 1938-1973 con la democracia neoliberal del período 1973-2006? ¿O se piensa que 'la' política es igual a sí misma en toda época y circunstancia?

Es evidente que la gran derrota de 1973, refrendada por la transición pactada en 1990, exige examinar la realidad social, cultural y política de la clase popular chilena de una manera algo más cercana al sentir verdadero de 'la gente', sobre todo si el PNUD anunció a todos los vientos que los chilenos vivimos con un grave "malestar interior" bajo el modelo neoliberal. Esto implica preocuparse de los sujetos reales de carne y hueso, para reconstituir en ellos, desde sus relaciones sociales, desde su propia memoria, una práctica más auté?itica de la política. Desde 1973 y luego desde 1992 los chilenos sentimos que la política

Encuesta realizada por la Universidad Diego Portales en agosto de 200S. Ver C.Salinas: "Encuesta UDP: clima optimista favorece a Bachelet", en El Mercurio 2/09/2005, C6. Significativamente, el título del reportaje ignora el contenido real del mismo. La empresa El Mercurio Opina S.A. liabía obtenido resultados similares dos meses antes: P. Aravena: "Mala nota a la justicia chilena", ibidem, kjlO/07/ 2005, D6-8.

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debe ser reconstituida desde nosotros mismos, desde los sujetos sociales y desde la misma vida cotidiana. La política de los alienados o marginados nace o renace en el momento preciso en que ellos inician por sí y en sí mismos la desalienación o la desmarginalización. La desalienación y la liberación constituyen, sin duda, el elemento central del "poder histórico" de todos los tiempos'". La política popular, en tanto construcción de poder social, no puede sino iniciarse en los sujetos y en las asociaciones de sujetos, para, una vez consolidado eso como 'movimiento', ir hacia la construcción del Estado popular. La política, como esfera auto-contenida y situada fuera y por encima de los sujetos sociales, es un concepto modernista que, usualmente, hace referencia al sistema de dominación capitalista (hoy día, neoliberal). La Historia Social y el trabajo de todas las ciencias sociales afines, en el sentido de estudiar la realidad de los sujetos y la potencialidad de sus redes asociativas y culturales, no tiene como fin "escapar de la política" para quedarse en el mundo de los "bárbaros", sino no escapar de la realidad concreta de los sujetos populares para construir desde esa realidad su poder concreto y la verdadera política (que es aquella donde efectivamente se ejerce la soberanía popular y ciudadana)''^

El gran desarrollo de los estudios históricos, sociológicos, antropológicos, sicológi­cos y de trabajo social sobre los 'sujetos populares' (hombres, mujeres y niños), sobre todo a partir de 1983-1984 (en coincidencia con el inicio de las jornadas nacionales de protesta popular), revela que ha existido una necesidad real de avanzar desde los suje­tos hacia la reconstrucción de la política (popular). El aporte en este sentido de historiadores como Julio Pinto, Mario Garcés, Sergio Grez, Pablo Artaza, María Angéli­ca Dlanes, Igor Goicovic y otros, ha sido notable. Desde que Eduardo Devés describió el paradigma de los "escépticos del sentido" (1984) y Martín Hopenhayn describiera los inicios del paradigma "humanista crítico" (1993), ha habido un enorme desarrollo en la línea de los sujetos y los movimientos sociales, sobre todo hisloriográfico, y eso es demasiado contundente como para ignorarlo de un plumazo y proclamar por sobre ese acumulado un concepto modernista que, si es vigente, es por la lógica neoliberal y el apoyo de sus seguidores, y si no lo es, no lo es por la crisis modernista de 1982.

Karl Marx señaló que la revolución comienza cuando los sujetos alienados se autotransforman en sujetos revolucionarios. Ver de G. Salazar: "La transformación del sujeto revolucionario...", loe. cit. Atisbos de este enfoque modernista tradicional puede hallarse en el articulo del profesor Sergio Grez Toso: "Escribir la historia de los sectores populares ¿con o sin política incluida?", en Revista Po/tíicflN° 44(Santiago, 2005), pp. 17-31. En este trabajo se critica el libro Labradores, peones y proleta­rios por no considerar las conductas políticas del bajo pueblo en el siglo XIX. Debe recordarse, en todo caso, que en el Prefacio de ese libro se define la política propia de la acumulación de poder (popular) y se anuncia que en el tomo II de ese trabajo se incluyen ambas dimensiones de la política, lo que también se ha expuesto en otros trabajos nuestros (el dicho tomo II está aun inédito).

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Otro tipo de crítica sustentado en conceptos de modernidad es la que planteó Sergio Villalobos Ruminot al concepto de "ciencia popular" que se propuso en el libro de la Violencia política popula?- en las grandes alamedas*'. El objetivo explícito de su análisis es "distanciarse de los presupuestos de la historia social" implicada en ese libro, dada la "serie interminable de propósitos y despropósitos que alber­ga la obra". Se centra primero en el concepto de "experiencia" (popular), señalando (|ue el autor no da una definición específicamente popular porque, al mismo tiem­po, esa experiencia está "coqueteando con el mundo académico", donde éste, en definitiva, elaboraría el discurso público de la misma, perdiéndose su contenido verdaderamente popular". Por tanto, hablar de esa experiencia es hablar simultá­neamente de su "catástrofe". Pero eslima que construir la 'ciencia popular' es construir 'ciencia' a secas, razón por la cual considera que el autor no está al tanto de la "filosofía de la ciencia" y de los aportes que en este sentido habría hecho Karl Popper, los que deberían ser incluidos para trabajar sistemáticamente la ex­periencia popular. Por tanto, no habiendo arreglado cuentas con el "cientifismo fundacional", esa sistematización no sería posible. Concluye que intentar desarro­llar una ciencia popular es subsumir y anonadar la experiencia popular en el "meollo de la actividad científica". Por tanto, no se funda nada nuevo. Sobre este análisis, concluye ironizando que "este sujeto histórico popular carga el embrión de un paraíso que, por fuera de la historia, arremete constantemente en el presen­te bajo la figura de 'reventones históricos'... un embrión de paraíso que amenaza al presente con hacerse presente".

Es evidente que este análisis habla desde el "cientifismo fundacional", critica desde los conceptos formalizados de la vieja filosofía de la ciencia, discute confor­me una lógica mecanicista (con incongruencias), esgrime a Karl Popper como referente máximo y, tras practicar semejante de-construcción, ironiza motejando las razones que mueven a los sectores populares a luchar por su liberación, des­alienación y autonomizacion como un "embrión de paraíso" situado fuera de la historia. También es evidente que el autor, o no vivió la derrota y la tortura en carne propia, o nunca percibió la "nueva sensibilidad social" (Hopenhayn) que dudó de los productos pretenciosos de la institucionalidad académica, o jamás supo que la "educación popular" tuvo un enorme desarrollo en los años '80s, que ha tenido un segundo renacimiento hacia el año 2000, y que ese tipo de educación opera con métodos, epistemologías y técnicas propias para trabajar sistemática­mente la experiencia popular como poder popular. El desprecio por el saber social y popular, tan antiguo como el desprecio de la episteme griega por la doxa, o de la luz

S.Villalobos R.: "Sujeto, historia y experiencia", lot. cil., passim. Ibidem, sin número de página.

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filosófica de Platón sobre las sombras de los pobres hombres encadenados en el fondo de una caverna, o de las vanguardias iluminadas sobre el pueblo ignorante, aparece aquí del mismo modo que siempre.

La crítica planteada por Enrique Fernández Darraz es en cierto modo similar a la de Villalobos: se asume que la propuesta de ciencia popular es la de levantar otra 'ciencia', de modo que se le deben exigir las formalidades propias de la cien­cia académica, y si, por el contrario, se la pretende contraponer críticamente a aquélla, entonces estaría combatiéndose a sí misma, razón por la que no tiene 'posibilidad'. Dice: "la ciencia popular nació condenada... por un error El error de querer convertirse en algo que combate, de ocupar el lugar que ahora ocupa su enemigo, solo que con un proyecto distinto'"-. Una vez más se ignora el hecho de que 'la ciencia' académica no es una esencia platónica perfecta, sino una actividad social que vive momentos de alza y momentos de crisis, legitimada a veces en la base social y deslegitimada en otras, y que dentro de ella hay intelectuales en lucha permanente de unos contra otros. Y que la ciencia social ha tenido grandes fracasos históricos y políticos. Y se ignora el hecho de que, precisamente por esas mutaciones, fracasos e incertidumbres, la experiencia popular se atiborra cada vez, para terminar confiando, principalmente, en sí misma. Tal como los chilenos después de su derrota de 1973 y bajo la dictadura militar más feroz de su historia. Tal como los chilenos que viven hoy bajo la democracia neoliberal, que experimen­tan en carne propia sus desigualdades y que retienen en su memoria el verdadero origen de la misma.

Es preciso que la crítica 'profesional' tome conciencia de que su actividad crí­tica no tiene otro referente real ni otra legitimidad (independientemente de las lógicas y los métodos que use) que el "malestar privado" que se anida al interior de la experiencia... popular. Que, por eso mismo, no tiene más útero originario que ése. Porque en sí y por sí misma, no es nada.

La Reina, septiembre 28 de 2006.

E. Fernández D.: "Entre el abandono de las genealogías y el olvido de la ciencia política popular", en Mapocho N" 41 (Santiago, 1997), p. 145.

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PRESENTACIÓN

Enlre 1987 y 1988 se llevó a cabo en SUR un estudio sobre "Orientación a la violencia de los grupos marginales urbanos en escenarios de transición a la demo­cracia", para el cual se dispuso del apoyo de la Fundación Ford. Me correspondió coordinar esa investigación, en la (jue participaron Gabriel Salazar, Javier Martí­nez y líugenia VVeinslein. Fl presente volumen expone los resultados más relevantes del estudio histórico de los hechos de violencia popular en el período 1947-87. En un segundo volumen se explora en el análisis sociológico de esos hechos y su evo­lución, y se presentan los resultados de un estudio psicosocial sobre la disposición a la violencia de los grupos marginales, realizado en 1987. Es importante señalar que en estos estudios no se examinaron de modo específico las acciones estatales (jue, dentro del período señalado, pudieran también computarse como 'violencia política'. F,sas acciones serán objeto de una futura investigación.

Desde el pionero estudio de Duff & Mac Cammant publicado en 1976* -que toma el período 19.S0-70, situando a Chile entre los tres países con el menor índice de violencia en América Latina-, no se realizaban estudios sobre la propensión a la violencia en Chile. No obstante, el tema de la violencia ha estado en el centro del debate público a lo menos durante los últimos veinte años. Para no ir más lejos, basta recordar la discusión de mediados de los ochenta acerca del llamado "potencial de violencia" de los grupos marginales urbanos, o la polémica que tie­ne lugar hoy en día a raíz del conocimiento público de violaciones a los derechos humanos, fenómeno que para algunos sectores no sería sino un síntoma más de un largo proceso de acumulación de violencia en Chile.

Nuestro estudio indica que la violencia no es ni ha sido nunca en Chile un fenómeno social fuera de control; al contrario, ella aparece asociada a opciones ideológicas y a debilidades en la capacidad de integración del sistema político. Cabe suponer, por lo tanto, que el afianzamiento y ampliación de la democracia

E. Duff & J. Mac Cammant, Violence and repression in Latin America (New York and London; The Free

Press, 1976),

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conduzcan a la minimización de la violencia. En cualquier caso, tenemos la espe­ranza de que los antecedentes que aporta esta investigación permitan reducir los niveles de emocionalidad e incrementar los grados de racionalidad en el debate público sobre la violencia, de modo que éste contribuya a la paz de Chile y no se transforme en un estímulo a la perpetuación de los antagonismos.

EuClíNIO TlRONI

Santiago de Chile, octubre 1990

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INTRODUCCIÓN

a. Epistemología ahistórica de la Nación, epistemología histórica del "bajo pueblo"

Ocurre a menudo en los procesos de modernización: lo que es importante es presentado en el mercado ciudadano entremezclado y confundido con lo que no lo es. Aquello que más tarde o más temprano necesita revestirse de mercancía, pier­de gran parte de su aristocracia diferencial, quedando atrapado en la masificada democracia de los valores de cambio. Y en los paneles de un quiosco, por ejemplo, junto a intrascendentes comics de personajes fabulosos pero inexistentes, puede hallarse un trascendental ensayo teórico acerca del destino histórico de Chile. Y en la pantalla de TV, entre spots publicitarios, un debate filosófico acerca de cómo debería ser la democracia en este país. Y en alguna página de algún voluminoso diario dominical, una epigramática entrevista -en profundidad- en la que las en­trañas de la sociedad chilena son disectadas hasta la última célula del último cáncer social reconocido.

¿Signo inequívoco de que la modernización de la política ha llegado a nivel de las masas? ¿O es que -como diría J. Ortega y Gasset- la bárbara democracia de las mercancías ha impuesto por doquier, incluso a lo que es realmente importante, la masividad de lo intrascendente?

Sea por ésa (la modernización) o por alguna otra razón, cuando los políticos y analistas se han sentido compelidos a interpretar el sentido profundo de los últi­mos y agitados decenios de la sociedad chilena, normalmente han acometido esa operación intelectual asumiendo una postura fácil de intrascendencia epistemoló­gica. A veces como si se tratara de una ya probada actitud de marketing\ Otras,

"La verdad determina a la larga nuestra adhesión; lo agradable consigne lo mismo en menos tiempo. Las ideas vienen a organizarse en torno de lo que la comunidad en su conjunto o determinados públicos consideran aceptable porque les es agradable. Y así como el científico en su laboratorio se dedica a descubrir verdades científicas, del mismo modo el escritor a sueldo y el encargado de la publicidad se preocupan de identificar lo aceptable... si cosechan aplausos, estos artesanos adquie-

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como si la ciencia consistiera en un gesto libre de vida natural. O, más pragmática­mente, como una actualización internacional del sentido común civilizado. Con la misma naturalidad han asumido luego que las conclusiones o resultados de esa operación constituyen verdades científicas o, si se prefiere, directivas políticas. Y resulta notable constatar que, con un espíritu inlrascendental parecido, un por­centaje importante de las masas ciudadanas internaliza esas verdades y directivas como nortes históricos por seguir. Cuando menos, en la coyuntura. Para salir del paso, y a falta de una visión más ensanchada.

Por supuesto, nada de eso constituiría problema si esas operaciones intelectua­les de marketing y de sentido común -o sea, las "interpretaciones" de la sociedad chilena- se limitaran a las contingencias cotidianas de la vida política o cultural de las élites y la ciudadanía; .si reconocieran su pertenencia orgánica a la coyuntu­ra histórica de turno; si su proyección se restringiera a los problemas simples de funcionamiento de una sociedad que ya haya alcanzado (supuestamente) un grado aceptable de ajuste interno y desarrollo global (vale decir, de "modernidad" real, no ideal). Si, por último, su alegre intrascendencia no sustituyera ni eclipsara las prácticas intelectuales que, alejadas de la gravitación mercantil -o electoral-, apun­ten a las cuestiones de mayor trascendencia de la sociedad nacional.

Porque todo lo anterior resulta distinto cuando se toma en cuenta que la socie­dad de que se trata no es ni plenamente desarrollada ni completamente ajustada, sino integrada a medias y desarrollada a ratos; cuando se hace conciencia de que se trata de Chile y no de otro país. Es decir, cuando se trata de una sociedad que aún tiene pendiente la resolución de problemas, la toma de decisiones y la ejecu­ción de tareas de orden estratégico, que pueden modificar significativamente su curso histórico presente y futuro. Ni la epistemología de mercado ni la del sentido co­mún civilizado -dominadas como están ambas por el coyunturalismo y la intrascendencia- pueden ser eficientes a ese tipo de problemas, decisiones y ta­reas. Lo que la sociedad chilena requiere de modo cada vez más compulsivo, según lo revela el dramatismo de sus ajustes recientes, no es una nueva reedición de esas prácticas epistemológicas, sino la constitución de una verdadera y orgánica Cien­cia Política-.

ren prestigio profesional. Si no, han fracasado... Un 'huen' liberal... es aquel tuya conducta puede ser prevista adecuadamente. Ello quiere decir que renuncia a cualquier esfuerzo original... Se otorga una gran importancia a la habilidad para expresar una vieja verdad en una forma nueva... las ideas aceptadas se elaboran cada vez con mayor elegancia..." J. K. Galbraith, La sociedad opulenta, T ed. (Barcelona, 1963), pp. 29 y 31. Los editores de Laítn American Annotated Bibliography of Paperback Books (Library of Congress, Washington D.C., 1967) plantearon en 1967 que "Chile es un pais inadecuadamente estudiado"

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A decir verdad, la interpretación de una sociedad -es decir, el diagnóstico his­tórico, económico, social y político de su estructura, su coyuntura y su proyección a largo plazo- no es una operación intelectual ni simple ni intrascendente. Tanto más si se trata de una sociedad con tareas históricas pendientes, como la chilena, i.a inconclusión de las tareas y la transicionalidad de las estructuras -rasgos típi­cos del acontecer nacional en las liltimas décadas- hacen que los procesos políticos permanezcan estratégicamente abiertos, sensibles a cualquier presión sectorial, orientables en direcciones diversas, sin cristalizar en formas estables y definidas. I',s el desafío de la historicidad viva. Y ello, sin duda, constituye una complicación y un desafío terminal para el análisis, lín estos casos, la realidad busca el pensa­miento de un modo tal que la interpretación de marketing y sentido común civilizado resultan prescindibles. Se requiere, como se dijo, la constitución de una Ciencia Política orgánica; esto es, no la interpretación solista -genial o no- de algún inte­lectual o político de nota, sino el surgimiento de una o más generaciones de intelectuales que investiguen trascendentemente el proceso histórico en que se debate la sociedad nacional, y la constitución social de actitudes epistemológicas que superen las intrascendencias del modernismo intelectual. Mientras no alcan­ce el desarrollo y la integración plenas, Chile necesitará pensarse a sí mismo a iravés de -¿premodernas?- escuelas y generaciones de pensamiento científico.

No es eso todo, sin embargo. En el cascajo áspero de los hechos históricos, Chi­le ha demostrado ya suficientemente que se trata de una nación que avanza con un significativo desgarramiento social interno, que ha arrastrado a lo largo de siglo y medio o más. Por ello, siente, diagnostica y tiende a resolver sus problemas estra-légicos desde perspectivas diferenciadas y opuestas, que no por ser más de una y no por ser opuestas son menos reales. Los estereotipos que sostienen la idea, la necesidad (y a menudo, solo el mito) de la 'unidad nacional' pueden ser, y de hecho son, menos reales que esas perspectivas. No lo son más las premisas teóricas que, a su vez, derivan en la propuesta de un 'sistema único y autónomo de relaciones sociales', capaz de anular la antigüedad del conflicto y la premodernidad de los

(p. 5S). En 1960 el sociólng» Kalmari Silvert sostuvo que, en Chile, la falta de buenos estudios sobre el pais restó eficacia a la acción de su clase dirigente. En 1962 el mismo autor señalaba gue, hacia 1954, "ni la estructura partidaria ni muchos de sus dirigentes políticos han demostrado eficacia... e! programa de desarrollo económico seguia su propio curso, sin grandes ni nuevas ideas". La sociedad problema (Buenos Aires, 1962), p. 87. Similar opinión sostuvieron W. P. McGreeveiy, en "Recent Research on the Economic llistorj' of Latin America", Latin America Research Review 3, N° 2 (1967); S. Stein & W. Hunt, en "Principal Currents in the Economic Historiography of Latin America",yowrnalo/Eco/iomic History 31, N" 1 (1971); y P. O'Brien, "A Critique of Latin American Theories of Dependency", Occasiouci! Papers (Glasgow University, 1974), entre otros.

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actores sociales sin estatura nacional. La sociedad chilena se ha movido por déca­das, es cierto, a lo largo de un mismo proceso factual, pero no constituye por sí un solo sujeto histórico, sino un abigarrado conjunto de actores sociales en pugna. Y esto no es un mito, sino un hecho indesmentible'. El reconocimiento de los hechos históricos lleva a reconocer la fuerza de un hecho epistemológico: que, frente a los problemas trascendentes de la sociedad nacional, se han constituido y valen no solo una, sino diversas actitudes epistemológicas abocadas a los problemas tras­cendentes de Chile, que coexisten en tensión dentro de ella.

Sería un error fundar una Ciencia Política orgánica exclusivamente sobre la ne­cesidad de asegurar la gobernabilidad del conjunto o la actualización de su ajusfe internacional. Ello implicaría negar -por opción ética y conveniencia pragmática- la existencia histórica del conflicto, dando por verificada a priori la hipótesis de que la sociedad chilena constituye un solo y homogéneo actor histórico y que, superada la etapa convulsa de la 'modernización' (obra coronada por el general Pinochet), está en condiciones de dar el salto a la etapa superior de la modernidad. Como si la única perspectiva epistemológica admisible fuera la nacionalista, en desmedro de las des­encontradas pero reales perspectivas socialistas. En Chile se ha llegado, probablemente, a la fase en que las masas ciudadanas han puesto sobre las autorida­des una acrecentada demanda de productividad, esto es, de soluciones efectivas a problemas de arrastre. Pero, al mismo tiempo, esas masas no están dispuestas a ano­nadar su histórica condición de actores sociales premodernos. Por tal razón, la política de productividad no logrará niveles de eficiencia si solo se funda en hipótesis de conveniencia (teórica o coyuntural) y no en hipótesis de realidad; si, como en el pasado, se insiste en la ética general (abstracta) del deber ser nacional y no en las fuerzas valóricas que mueven su historia (social) real. Negar o ignorar un conflicto que tiene ciento cincuenta años de vida no parece una buena base epistemológica, para construir una política de efectiva productividad. Entre otras razones, porque la negación ética del conflicto no mata en éste su historicidad, sino que, a menudo, la revive, de seguro incontroladamente.

De consiguiente, la fundación de una Ciencia Política orgánica, en un país como Chile, necesita partir del reconocimiento de que coexisten en él diversas episte­mologías reales y, por ende, válidas. Más aún, que, para los efectos de implementar no solo políticas de productividad por 'conveniencia sincrónica', sino también de

De la pugna interior han dado cuenta los estudios de A. Edwards, La fronda aristocrática (Santiago, 1927); M. Zeitlin, Vie Civil Wars in 19th-century Chile (Urbana, 10., 1988); A. Angelí, Politics and the Labour Movement in Chile (London, 1972); B. Loveman, Struggle in the Countryside. Politics and Rural Labor in Chile. 1919-1973 (Indiana, 1976); R. Santana, Paysans domines: lutte sociale dans les campagnes chiliennes (1920-1970) (Paris, 1980).

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alta probabilidad por 'eficiencia en la historia', se requiere de algún modo optar lógica y consecuentemente por alguna de esas epistemologías reales.

Con respecto al caso de Chile, hay cuando menos dos actitudes epistemológi-(as (o paradigmas, si se prefiere) que expresan mejor que otras el carácter .(bigarrado y diverso del sujeto histórico nacional. Esas actitudes son:

(l)La que se sitúa preferentemente en las particularidades concretas de la sociedad chilena, en su diversidad interior, y sobre los movimientos sociales espe­cíficos que apuntan a su modernización y transformación en el tiempo'';

(2) La que se sitúa principalmente sobre los parámetros generales de su ser o su deber ser estructural, en tanto éstos definen valores o funciones superiores, I ales como los de unidad nacional y/o estabilidad institucional"';

Ambas actitudes epistemológicas son homologables en cuanto constituyen apres-los para trabajar un mismo problema: cómo se constituye históricamente el sujeto denominable 'sociedad nacional'. Pero se diferencian y contraponen desde que una, la primera, constituye el dicho sujeto asumiendo en todo momento las bajas y varia­das perspectivas sociales, económicas y culturales de los chilenos de carne y hueso; y desde que la segunda lo constituye operando sobre las líneas altas y globalizantes de la nación políticamente concebida como un todo. Esta diferenciación es lo sufi­cientemente polar como para que esas actitudes se sitúen frente al intérprete como un ineludible dilema epistemológico (jue debe ser resuelto antes de entrar de lleno a la interpretación, y con tanta mayor razón si esa interpretación va a referirse a los problemas trascendentes de la sociedad nacional. Ignorar ese dilema y la necesidad metodológica de resolverlo podría significar incurrir, inoportunamente, en las des­gastadas e ineficientes prácticas de epistemología intrascendente, justo cuando la ciudadanía está preparada para reclamar, de la clase política, productividad.

En rigor, el dilema señalado se refiere a la necesidad de optar entre dos pers­pectivas teóricas: la histórica y la ahistórica. Ambas perspectivas (o actitudes, o

Esla actitud arranca de los historiadores clásicos y de la teoria liistoricista en general (véase traba­jos de 11. Rickert, W. Windelband, W. Dillhey, etc.). En Chile, junto a los autores citados en la nota 3, han procurado situarse en esta perspectiva (con poco éxito) historiadores marxistas tales como J. C. Jobet, 11. Ramirez, M. Segall y L. Vitale, entre otros. Esta actitud es transparente en el discurso político e historiográfico de los dirigentes de estirpe portaliana, de los economistas de prosapia librecambista, de los sociólogos de perspectiva estructuralista y de los historiadores generales de la Nación, el Estado y la Patria. Su expresión .suprema parece haber .sido alcanzada por Enrique Mac Iver, en 1901, con su célebre y multicitado discurso sobre la "crisis moral de la república".

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paradigmas) han trazado líneas diversas de tradición política en Chile''. Tanto es así que -como luego se verá- la opción entre ellas no es ni ha sido un problema puramente académico, sino bastante más.

b. Estratificación factual de las actitudes epistemológicas: razones y conse­cuencias

Aunque dilemáticamente relacionados entre sí, los dos paradigmas señalados tienen la misma validez y estatus epistemológico. Pues, en verdad, es tan válido y legítimo acometer el conocimiento de la sociedad chilena sobre el lado de su 'par­ticularidad y cambio' (historicidad), como sobre el lado de su 'generalidad y permanencia' (ahistoricidad). La alta complejidad y mutabilidad de una sociedad modernizante, como la chilena, permite la validación de ambos paradigmas. De modo que entre ellos no podría darse o postularse una contradicción excluyente (como sería, por ejemplo, afirmar uno negando al mismo tiempo, militantemente, el otro); al menos, desde el punto de vista estrictamente lógico-formal.

No obstante esa compartida validación formal y la no contradicción excluyente que se deriva de eso, la actitud epistemológica de tipo histórico se ha hallado, en cierto terreno, en franca oposición a la de tipo ahistórico, como si efectivamente existiera entre ellas una contradicción excluyente. Ese terreno ha sido, en Chile, el de los hechos concretos. Pues ha sido en la práctica social y política -es decir, en la historia misma- donde esas actitudes, pese a su equivalencia epistemológica, han pesado de modo decisivamente desigual; donde, de hecho, se han estratifica­do; y donde han concluido por trazar historias diferentes, asociadas a actores sociales distintos, y en conexión a lógicas políticas factualmente contradictorias entre sí.

¿Qué ha ocurrido? En primer lugar, que, en los hechos, la actitud epistemológica ahistórica ha

tendido a identificarse estrechamente con las prácticas de liderazgo político na­cional, por donde ha concluido normalmente asociada a la clase dirigente.

La tradición 'aiiistórica' lia enlazado movimientos tales como el de los "pelucones", el de los "conser­vadores", el de los "oteros", la "coalición conservadora", el "desarrollismo", el "monetarismo", el "nacionalismo", el "liberalismo" y ahora el "neoliberalismo". La tradición social-historicista, por el contrario, se ha entretejido sobre movimientos como el de los "pipiólos", los "liberales rojos de 1850", los "demócratas" de 1900, los "mutualistas" y todas las variedades del "frente de trabajado­res". Es instructivo conocer la definición ahistórica (conservadora) de un militante historicista del siglo XIX: "Ese liberal eterno/ Que furioso noche y día/ Combate la tiranía/ Ladrando contra el go­bierno;/ Que maldice la opresión/Truena contra el despotismo/Y al margen de un negro abismo/ Mira siempre a la nación/ ¿Queréis que lo aplauda todo/ Que contrito se desdiga/ Que se postre i os bendi­ga?/ -Sí; -Pues dadle un acomodo". En: La Estrella de Chile 2, N° 82 (1869): 446-47.

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I'.n segundo lugar, que, también en los hechos, la actitud epistemológica histó­rica ha tendido a identificarse con las prácticas de desarrollo del movimiento social popular, razón por la que suele aparecer asociada a la clase subordinada.

\Ln tercer lugar, que, según lo demuestran los mismos hechos, la abrumadora mayoría de los políticos y dentistas sociales chilenos ha tendido y tiende a asumir l.i actitud epistemológica ahistórica, sea desde el bando oficialista, sea desde la oposición. De aquí se ha derivado que esta actitud específica ha ejercido una he-l',emonía de jacto no solo sobre el ámbito del quehacer científico, sino también sohre el plano de los movimientos sociales y políticos. Correspondientemente, el ejercicio y desarrollo de los paradigmas históricos (o sea, propios del movimiento popular) se han visto bloqueados, cuando no censurados.

El problema radica, pues, en que una de las actitudes epistemológicas reales y válidas ha predominado en los hechos, agostando y debilitando a su gemela. La construcción de una ciencia, un pensamiento y un discurso político oficiales se ha realizado en Chile a costa de la marginación y deslegitimación factual de otros paradigmas epistemológicos de validez formal y social. Ello no tendría importan­cia -ni académica ni histórica- si el paradigma oficializado asumiera eficientemente los intereses sociales que se encarnaban en los paradigmas desplazados. Es decir, si las actitudes epistemológicas ahistoricistas hubieran conducido al desarrollo de políticas de productividad capaces de anular las demandas sociales (populares, mayoritariamente) que se canalizaban a través del paradigma histórico. Pero, en los hechos -otra vez-, no ha sido así. De modo que la hegemonía del paradigma ahistórico ha creado condiciones concretas para que el movimiento popular chile­no -identificado fuertemente con el paradigma subordinado y desplazado- no pueda formalizar adecuadamente su proyecto social, estancándose así como un actor masivo, territorialmente inundante, pero premoderno y sin estatura nacional por sus actuaciones.

El problema de cómo una equivalencia epistemológica de dos paradigmas com­plementarios se transforma en los hechos en una desigualdad de comportamiento social medida históricamente, no es, como puede apreciarse, un problema nimio ni puramente académico. Fácilmente tiene que ver con un problema trascendente y estratégico de la sociedad chilena, como es la historicidad de su considerable mo­vimiento popular.

c. La hegemonía de las constelaciones 'G': algunos hechos relevantes

En Chile, el predominio de las actitudes epistemológicas ahistóricas se ha ca­racterizado, entre otros aspectos, por el discreto afán de las élites dirigentes por monopolizar la administración pública de los términos y conceptos relativos a las (estratégicas) ideas de 'totalidad' y de lo 'general' (ideas 'G', en adelante). Tan

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discreto afán resulta comprensible, dado el hecho de que esas ideas usualmente han encarnado o representado valores máximos o absolutos sociales que, por su preeminencia genérica, han subordinado al resto de los valores o símbolos de la sociedad y permitido, en consecuencia, levantar sobre ellos el sistema político nacional. La administración y control de las ideas 'G' resulta, por lo tanto, una tarea ineludible para quien o quienes aspiren a dominar ese sistema.

Con todo, no ha sido suficiente conquistar el dicho monopolio para obtener el esperado efecto de dominación. lia sido necesario, también, administrarlo de ma­nera tal que las ideas 'G' (o sea, los valores superiores que articulan políticamente la Nación) sean públicamente concebidas, internalizadas y preservadas como tota­lidades homogéneas, indivisibles, únicas e inalterables. Es decir, se ha requerido que los ciudadanos asuman esas ideas, en la práctica, como si fueran estructuras ahistóricas permanentes, a la manera de las ideas platónicas. Pues, sin la consoli­dación de ideas generales permanentes que lo apoyen, el fenómeno de la dominación no llega a constituirse como sistema nacional capaz de sostenerse a sí mismo. La ahistoricidad es una condición de la perpetuación de los sistemas.

La compulsiva fuerza con que, para preservarse, el sistema político nacional ha demandado el respaldo de una constelación de ideas 'G', ha generado, en comple­mento, el desarrollo de una fuerza centrífuga o repelente, de rechazo hacia las conductas sociales y políticas que eventualmenle atenten contra los principios de totalidad e inalterabilidad (ahistoricidad) de las ideas 'G' que lo fundamentan. Es decir, contra aquellos que asuman su (o una) particularidad contra la generalidad de esas ideas, o/y el cambio contra su inalterabilidad. La sostenida dominación de las constelaciones 'G' dentro del sistema nacional ha concluido, a la larga, por transfor­mar la historicidad (particularidad y cambio) en un cuasidelito fundamental.

Véase lo anterior en los hechos concretos de la historia de Chile. En las etapas iniciales del proceso nacional, por ejemplo (siglos XVI y XVII, sobre

todo), dominó una constelación 'G' asociada al sistema mundial del Imperio y la Cato­licidad (o Cristiandad). En consecuencia, los principios articuladores de la sociedad colonial chilena no fueron otros que los de un Estado Universal, que se fundaba más en el derecho divino de los reyes absolutistas que en el derecho local de las naciones y los pueblos. La idea suprema de Dios trascendía, fundando, de arriba a abajo, todo el sistema social hispánico. Esta constelación admitía y en cierto modo requería que la Iglesia y el Estado se asociaran (de mancomún et insolidum) para administrar y contro­lar el desarrollo de lo que, en el fondo, se entendía como una variante de la CivitasDei'.

véase M, Góngora, El Estado en el Derecho Indiano (Santiago, 1951), y N. Meza, La conciencia ¡wlitica chilena durante la monarquía (Santiago, 1958).

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Dentro de ese sistema, la práctica política concreta no se fundaba tanto en las contingencias de la vida ciudadana como en las definiciones filosóficas atingentes a las relaciones entre lo natural y lo sobrenatural. La capacidad política, en conse­cuencia, se adquiría preferentemente -y en estatus de minoría privilegiada- en las facultades de Teología y Derecho de las universidades imperiales. La Ley -como los principios de la ciencia- descendía a la Ciudad desde los ámbitos tras­cendentes, para educar y formar allí a los pueblos. Teólogos y jurisconsultos, en asociación orgánica, devinieron en los iniciados reconocidos y en los custodios naturales de las ideas 'G'. Pero también, y por lo mismo, en los fiscalizadores de la conducta pública y privada, funcionarla y social, y en la verdadera clase política del Imperio y sus Provincias". En contraposición, los militares (la espada), aunque conquistaron continentes, no tuvieron otra función política que la de operar como el brazo armado de las ideas de totalidad que teólogos y jurisconsultos promulga­ban como compulsivamente válidas (la cruz).

En pocas etapas de la historia de Chile se ha dado una constelación de ideas '(;' tan trascendental, dominante y rígida como en el período colonial. Y en ningu­na otra etapa el imperio de esas ideas fundamentó una represión tan drástica contra los que osaron levantar posiciones de particularidad y cambio contra ese imperio. Los que lo hicieron -tildados habitualmente de "cismáticos", "herejes", "indivi­duos sin Dios ni Ley", "insurgentes", etc.- fueron quemados vivos, colgados, descuartizados y últimamente fusilados. El movimiento patriótico de 1810 se des­envolvió como una flagrante rebelión cismática y particularista contra la constelación imperial de ideas 'G', razón por la que fue drásticamente combatido. Solo que sin éxito. El particularismo patriótico de 1810 demostró con hechos que el delito historicista podía ser, también, una virtud. Al menos, por algún tiempo''.

Y no por mucho tiempo, sin embargo. La irrupción del llamado "régimen porta-liano" (1830-61 en su fase clásica; 1861-1925 en su fase decadente) significó un reajuste importante en la constelación hegemónica de ideas 'G'. Como varios obser­vadores pensaron contemporáneamente, el reajuste estatal portaliano no fue sino una restauración nacional-laicista de la vieja constelación católico-imperial. Porque, en la práctica, el ajuste principal introducido desde 1830 se redujo al reemplazo de las ideas de Imperio e Iglesia Católica por la de Nación, sin alterar la concepción universalista de Estado y sin renunciar al revestimiento sacral y ritual que había

M. Salinas, Historio del pueblo de Dios en Chile (Santiago, 1987), capítulos I y II; también G. Salazar, Labradores, peones y proletarios (Santiago, 198,S), capítulo I, passim. La historiografía acumulada sobre este movimiento cismático ha sido abundante y, a la vez, unánime­mente laudatorio. Para un enfoque externo, S. Collier, Ideas and Politics o¡ Chilean Independence. 180S-1833 (Cambridge, U.K., 1967).

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caracterizado la vigencia de las ideas reemplazadas. En Chile, la emergencia de la moderna idea de Nación fue acompañada por la institucionalización simultánea del "ritual de la Patria". Y éste, no bien fue instaurado, ya demandó de parte de todos los habitantes del territorio nacional (patricios, rotos e indígenas), un acendrado "espíritu patriótico" y una entrega trascendentalista ("dar la vida si fuere necesa­rio") a sus valores generales, símbolos y "aras". La sacralidad de los valores públicos -legado de la era Imperial a la República- venía en la misma sangre de las modernas ideas de Nación y Patria, y benefició a fin de cuentas al sistema político nacional que la coalición portaliana construyó a partir del 'cambio' de 1829-30. De este modo, casi insensiblemente, los grandes "héroes de la Patria" (B. O'IIiggins, J. M. Carrera, J. San Martín, M. Rodríguez, etc.) vinieron a entremezclarse, en un mismo parnaso nacional, con los 'héroes del Estado' (D. Portales, M. Montt, A. Varas, M. Ruines, etc.). Y así como en el pasado colonial los distintos tipos de "subditos" se alinearon e institucionalizaron a los pies de las "aras divinales" del Imperio y la Cristiandad, así en el siglo XIX todas las variedades de "patriotas" (rotos como patricios) tuvieron que hacer lo propio tras la égida de las "aras nacionales".

Las ideas 'G' pueden ser remecidas y aun transformadas por las olas historicis-tas que revientan a sus pies, pero no pierden por ello ni su universalidad ni su majestad. Ni, por lo tanto, su posición de 'autoridad'.

La reajustada constelación de ideas 'G' que llegó a ser dominante en Chile después de 1830 no tuvo como estrellas centrales, sin embargo, ni la idea de Na­ción ni la de Modernización, sino la de Estado. En la constelación portaliana, el Estado jugó un rol incontrarrestablemente hegemónico. ¿Residuo de la idea tras­cendente de Imperio? ¿El poder de las fuerzas destructoras inherentes a la modernización? ¿Supervivencia del concepto trascendentalista de Ley? ¿Autorita­rismo de una clase mercantil en expansión hacia afuera?'" Sea lo que haya sido, lo cierto fue que, durante el período portaliano, la idea de Nación -valórica y retóri­camente preeminente en la fase independentista- fue utilizada sobre todo como una idea 'G' de tipo instrumental, llegando a operar en el discurso político corrien­te como un legitimante del Gobierno y del Estado en general. Pues la Nación no fue entendida entonces como un conjunto de diversos estratos y grupos sociales unidos tras un proyecto común (las élites portalianas trabajaron con proyectos diferenciados para cada clase social, lo que redundó en prácticas discriminatorias, como ocurrió con sus políticas educacionales), sino como una entidad superior, metafísicamente similar a la idea ritual y moralizante de Patria.

Acerca del rol destructivo del modernismo y los orígenes del autoritarismo, M. Berman, Todo lo sólido se desvanece en el aire: la experiencia de la modernidad, 21° ed. (México, 1989), capítulo II; y B, Moore, Los orígenes sociales de la dictadura y la democracia, 21° ed. (Barcelona, 1976), III Parte.

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Del mismo modo, la idea de Modernización no llegó a ser hegemónica en el orden portaliano, ni desde dentro de ni sobre la de Estado. En Chile, durante el si¡;l() XIX y gran parte del XX, la modernización se circunscribió a la internaciona-li/ación mercantil de los negocios, las costumbres, los intereses nacionales y I amblen, a veces, de los asuntos de Estado, todo ello bajo el liderazgo indiscutido (le los mercaderes ingleses, franceses y más tarde alemanes, lo que aseguró al librecambismo, como teoría y práctica, una larga vida en el país. Siendo, como fue, una modernización mercanlilista, no se planteó como una modernización neta de las fuerzas productivas. En Chile, el primer tipo de modernización (que aseguró larga vida al librecambismo junto al E^stado) aplastó al segundo tipo (que alejó el social-productivismo de ese Estado), lo que aseguró a la crisis económica, al des­empleo y al descontento social una larga vida junto al "bajo pueblo"". El Estado portaliano incluyó de modo incompleto, en los hechos, la idea total de 'moderniza-(iiin'. Asumió lo que fue útil y conveniente para las élites mercantil-financieras y asociados menores que predominaban en la coalición portaliana, pero integró mal, cuando no desechó, lo que no era útil para ellas. De todo eso resultó una moderni­zación superficial, exógena y por arriba, que llevó por abajo al surgimiento de incontables oleajes particularistas e historicistas, que fueron erosionando, a lo largo de las décadas, la construcción política de Portales.

No siendo hegemónicas ni la idea social de Nación ni la productivista de mo­dernización, la idea '(V de Estado Nacional devino en una construcción política superestructura! y autorrcferida. lis decir, devino en un sistema que desenvolvió la política como una actividad específica (capaz de reproducirse y de producir las condiciones de su existencia): pues era nacional por definición, pero de hecho divorciada de lo social; modernizante por conveniencia sincrónica, pero de hecho escindida del productivismo. La política fue encerrada en un círculo tautológico -pero con cuerpo institucional-, envuelta en la cola de su propia especificidad. Sobre estas bases, el Estado portaliano se instaló en el cielo ciudadano como un sol de rnediodía: supremo, solitario y pesado como un absoluto, fertilizante para las élites especulativas, pero agostante para las mayorías productoras. Siguió sien­do una idea 'G' de tipo colonial, trascendente a la contingencia.

Desde esa altura, el Estado portaliano reprimió a los opositores social-produc-livistas casi con el mismo draconismo utilizado por el viejo Estado Imperial contra sus opositores cismáticos. Una tras otra, las oleadas social-productivistas del siglo

Sobre la modernización mercantil del siglo XIX, G. Salazar, "Algunos aspectos fundamentales del desarrollo del capitalismo en Chile" (Santiago, Tres Álamos, 1976; y SUR-EPS, 1987); y "El empresariado industrial en Chile: conducta histórica y liderazgo nacional (1820-1938)", 2 vols. (Infor­me de Investigación, Fondecyt, Santiago, 1989), vol. 1.

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XIX y de comienzos del XX se estrellaron contra la espada blandida desde esa nueva cruz. Primero cayeron los "anarquistas pipiólos", con sus banderas de desa­rrollo regional y comunal. Luego cayeron los "liberales rojos, o girondinos chilenos", con sus arengas antimonopolistas y antiautoritarias. A fines de siglo fue el turno de "demócratas y radicales", como también de los emergentes "balmacedistas", con sus llamados al proteccionismo y la industrialización. Y a comienzos de siglo caían por miles los nuevos "anarquistas, subversivos y socialistas". La espada de los estadistas portalianos no cesó de trabajar, pero la fuerza social y la tozudez política del particularismo y del historicismo chilenos aprendieron también el arte de la 'reproducción'. Los movimientos de base erosionaron los pilares terrestres del trascendente Estado portaliano, debilitado ya por las incon.sistcncias de su propia constelación de ideas 'G'. Así, hacia 1920 los movimientos social-producti-vistas lograron hacer lo que el movimiento social-patriota había hecho en 1810: convertir el delito historicista en una virtud, e imponer un nuevo reajuste en los universales dominantes. Al menos, por algún tiempo'l

El colapso de los universales portalianos no puso fin a la hegemonía de las ideas 'G' en Chile. La obra maestra de los políticos civiles y militares del período 1920-32 fue haber preservado, por sobre la agitación de la sociedad, la hegemonía del universal Estado, sobre la base de redefinir la idea fundante de Nación. Como se dijo, en la constelación portaliana el concepto de Nación designaba un objeto más metafísico que antropológico ("el alma de los pueblos"), más litúrgico ("los altares de la Patria") y sacrificial ("morir por la Patria"), que social (un tenso conglomerado de ricos y pobres). Era una idea spengleriana, mejor dotada para la retórica de una arenga militar o el razonamiento de un filósofo de la historia, que al pragmatismo requerido desde el interior de un proceso efectivo de moderniza­ción. En cambio, en la constelación de ideas universales ajustada por los políticos de la década de 1920, la Nación no era sino el conjunto de la ciudadanía (es como de hecho operó esta idea); la masa electoral del país; los chilenos cívicamente respon­sables de la estabilidad del sistema institucional que los regía. Lo que tampoco era una definición sociológica o histórica de Nación, sino una específicamente político-constitucional".

Desde 1919, aproximadamente, los movimientos sociales chilenos incrementaron su presión sobre el Estado oligárquico-mercantil, llegando a proponer, en 1925, su propio proyecto de Constitución socio-política del Estado. El caudillo liberal Arturo Alessandri desatendió la propuesta popular e impuso un proyecto tradicional de Constitución. Véase de G. Salazar: "Grandes coyunturas políticas en la historia de Chile: ganadores (previsibles), y perdedores (habituales)", Proposiciones (Santiago) 17 (1989). Revisar, del Ministerio del Interior, Actas Oficiales del nuevo proyecto de Constitución Política de la Nación (Santiago, 1926), También, de E. Bello Codesido, Memorias políticas (Santiago, 19S4).

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El sesgo introducido, claramente político, tenía una justificación: permitía aso-(iar la idea fundante de Nación (un universal con tradición y tabú) con la emergente ulca 'G' de Democracia Electoral. La emergencia de esta última, con fuerza com­pulsiva desde 1912, había transformado esa asociación en una solución ideológica inescapable para todos los grupos involucrados en la crisis del capitalismo mer­cantil y en la del Estado portaliano. Con cuánta mayor razón, cuanto esa asociación era la única fórmula capaz de frenar y recanalizar los 'reventones historicistas' (|uc, por todas partes, hallaban la luz verde de la crisis global. Era la fórmula de control y estabilidad apta para enfrentar la probabilidad de descontrol historicis-la. Se comprende que la definición de Nación por asociación con la idea de Democracia Electoral tenía por fin, en último análisis, la refundamentación de la idea (siempre suprema) de Estado Nacional, De aquí que, en el nuevo reajuste de universales, no fue la emergente idea de Democracia la que ocupó la posición cen-Iral, sino, de nuevo, la (portaliana) idea de Estado. Las nuevas ideas no valoraron .idecuadamente la situación particularista y pro-historicista de las masas ciudada­nas -de haberlo hecho, habrían quedado a la vista las tensiones que las desgarraban-, sino sus derechos y deberes frente a la estabilidad del sistema polí-lico nacional. La idea 'C de Democracia que se asoció en 1925 a la de Estado no lenía, como la de Nación en el siglo anterior, contenidos económico-sociales, sino pura y específicamente políticos. En rigor, se trataba de una idea instrumental, abocada a la tarea de relegitimar el sistema cuando fuese menester. Los construc­tores directos del Estado de 192S no recibieron, por tanto, el rango de "héroes" -como los constructores del de 1833-, sino solo el de "caudillos" o "constituciona-listas"; esto es: de estabilizadores de masas.

De esa manera, el Estado, como universal específicamente político, continuó hegemonizando el conjunto de la constelación 'G' e instrumentalizando, para ase­gurar su perpetuación, los nuevos universales, con lo cual ni la definición social de Democracia ni la definición productivista de Modernización salieron de su margi-nalidad subordinada. Las nuevas generaciones de políticos -la de 1920 tanto como hi de 1938 e incluso la de 1968-, formados y disciplinados en la advocación al Estado, frenaron sus propios impulsos productivistas de modernización y socialis­tas de desarrollo en el momento preciso en que fue necesario asegurar la estabilidad del sistema político nacional y el adecuado gobierno de la sociedad. A lo largo de todo el período 1925-73, la "defensa de la Democracia" -nervio estratégico de la política epocal- no fue otra cosa que una formal defensa del Estado frente a los embates historicistas de la sociedad. Como un eco de las definiciones que estaban en juego, todos los grandes historiadores chilenos de ese período hicieron de la idea suprema e inalterable de Estado el argumento central de sus investigaciones y reflexiones históricas, denunciando de paso los -según ellos- desmoralizantes

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movimientos de masas que brotaron, de tiempo en tiempo, del oscuro interior del universal accesorio: la Democracia, y de su trasfondo económico-social". Así se reforzó el círculo.

Dada la peculiar estratificación que se produjo en la constelación de ideas 'G' que entró a dominar desde 1925, los universales nuevos no hallaron cabida en ella sino en escalones inferiores y subordinados. Tal fue el caso de la idea de Desarro­llo, que no fue concebida como una particularizada dinámica de bases, sino como un plan general destinado al conjunto de la Nación y administrado por el Estado. Fue el caso también de la idea de Participación, que fue asumida como 'acompaña­miento ciudadano' -dentro de roles legalmente diseñados al efecto- a los planes nacionales (y estatales) de desarrollo global o/y de reforma estructural. Todas las ideas nuevas fueron asumidas como ideas 'G', y además .subordinadas a la idea suprema de Estado Nacional. Las novedades e innovaciones (o modernizaciones, si se prefiere) fueron rápidamente desocializadas, desparticularizadas y, en definiti­va, deshistorizadas. La constelación dominante (democrática) de ideas 'G' fagocito toda la 'historia' que halló a su paso. La clase política civil, en concordancia, res­pondió clientelizando, a nombre de e.sas ideas, grupo tras grupo, al conjunto de la sociedad chilena'l

Fue así como las masas populares comenzaron a oscilar entre el clientelismo inconsciente y la inconsciencia particularista e historicista; entre la hegemonía centenaria de las constelaciones 'G' y las punzadas violentas de las rebeliones intuitivas. Los delitos historicistas comenzaron de nuevo a reventar desde abajo, y a ser drásticamente reprimidos desde arriba. Y fueron cayendo, al principio, los "rojos bolcheviques"; más tarde, los "extremistas' de todo tipo; luego los lla­mados "upelientos"; y, más recientemente, los 'antisociales y subversivos" de toda estirpe. Como antes, los derechos humanos de los militantes que reconocie­ron filas en la particularidad social y en el cambio histórico fueron desconocidos. Pues, en la perspectiva de las constelaciones 'G', los que luchan por la particula­ridad se apartan y abandonan todo 'G': sus derechos se anulan, los universales ya nos los amparan. Para ellos se instituye entonces el antivalor y el antiderecho como universales de oportunidad (en los sistemas 'G' el antiderecho no se halla­rá como un principio universal explícito, sino como una factualidad histórica).

Es el caso de Edwards, La fronda aristocrática; M. Góngora, Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chik durante los siglos XIX y XX (Santiago, 1981); y G. Vial, Historia de Chile (Santiago, desde 1979). Sobre clientelismo y caciquismo, A. Valenzuela, Political Brokers in Chile: Local Government in a Centralized Polity (Durham, N.C., 1977). El autor de este trabajo se encuentra realizando actualmente una investiga­ción sobre "La dase política civil en Chile: conducta histórica y movimiento social", que tiende a probar lo señalado.

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I»c modo que los rebeldes fueron, de nuevo, literalmente, aplastados"". Esta vez les decir, después de 1986) las viejas constelaciones dominantes han dejado poco espacio (o ninguno) para que las masas ciudadanas hagan, por su propia acción, del delito historicista una virtud. ¿Rs el "fin de la historia"?''

I'.sta rápida inspección por la trayectoria factual de las ideas 'G' en Chile per-mile fijar varios rasgos generales, que son de importancia:

(1) La capacidad de reproducción cíclica de la constelación 'G', que le ha per-mil ido asimilar y superar las crisis provocadas por los reventones historicistas.

(2) Pese a su reproductividad, las ideas 'G' han experimentado crisis de fragmen-Iación o partición, que les han significado vivir un proceso de particularización relativa. Así, la emergencia de la idea de Nación quebró la de Imperio, la de Demo-(racia particularizó la de Nación, etc. De este modo, su referente territorial ha ihsminuido desde la mundialidad del Imperio hasta la valorización de las comunas y distritos (como lo hacen las campañas electorales en preservación de la idea supra-(omunal de Kstado), pero en compensación, manteniendo a través de la perduración del librecambismo junto al listado, la vigencia dominante de la internacionalidad.

(3) Las reproducciones y particiones no han alterado, sin embargo, la capaci-il.id de las constelaciones 'G' para mantener en condiciones de subordinación los brotes particularistas y proclives al cambio. Es decir, el historicismo social. Esto significa que esas constelaciones han continuado siendo depositarías de los valo­res máximos y los absolutos sociales, desde donde se articulan y legitiman los sistemas políticos nacionales, y también se niegan, eventualmente, los derechos universales de la historicidad social.

(4) En las constelaciones 'G' que han sido dominantes en Chile, el rol central lia estado permanentemente ocupado por la idea trascendentalista de Estado. Esto ha significado que el poder se haya concentrado, principalmente, en la pre­servación de su propio sistema, ocupación a la que ha arrastrado, a la larga, a la actividad política en general. Ideas 'G' con mayor contenido historicista, como

Acerca de las violaciones a los dereclios humanos de la militancia historicista y los crímenes cometi­dos a nomhre de las supremas ideas 'G', véase de G. Kaempffer, Así sucedió: 1850-1925. Sangrientos episodios de la lucha obrera en C/H'/Í? (Santiago, 1962); E. Devés, Los que van a morir te saludan (Santiago, 1988); E. Ahumada et al.. Chite. Memoria prohibida (Santiago, 1989, 3 vols.); y P. Verdugo, Los zarpazos del puma (Santiago, 1989). F. Ful(uyama, "El fin de la historia", Esn«/¡os Públicos (Santiago, Verano, 1990). El autor sostiene que el mercado capitalista liberal y la democracia liberal han triunfado definitivamente sobre el socialismo. Ello equivale también, en cierto sentido, a sostener el fin de la historicidad para los movimientos popu­lares de liberación.

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Modernización, Desarrollo, Democracia Social, Participación, etc., no han sido hegemónicas en la constelación, sino instrumentales, coyunturales o marginales. Los que se han propuesto utilizar la idea de Estado Nacional para implementar algunas de esas ideas, han encontrado siempre insalvables dificultades de tipo estructural en el mismo Estado"*.

En suma, cabe decir que, en Chile, el Estado y el poder -como constelación de ideas y valores- se han constituido normalmente como verticalidad descendente, pese a las particiones y particularizaciones ocurridas en su horizontalidad territo­rial, y a las ilusiones democráticas generadas por la administración verlicalista de ideas como las de Desarrollo y Participación. Es preciso reconocer, en la historia de las ideas 'G', que ellas han amparado una particular definición de poder y Esta­do, que no es necesariamente ni la más válida ni la más eficiente, pero sí la más concurrencial entre las élites dirigentes. Es por ello que se ha hecho concurrencia] también una idea refleja: la que considera a los movimientos sociales (especial­mente populares) como esencialmente desestabilizadores, políticamente peligrosos o, peor aún, como inexistentes a la inspección teórica. Se acepta el principio ('G') de la "soberanía popular", pero no la idea o el proceso que permita a esos movi­mientos definir a su modo el poder, y construir a su modo el Estado'''. Es indudable que esta teoría refleja no solo constituye un halo de la constelación 'G' dominante, sino también una introducción teórica al desarrollo histórico de los antivalores y del antiderecho que esa constelación exuda, en períodos de desestabilización, con­tra sus opositores. Pues, si se va "a los hechos" -como fulminaba Leopold von Ranke-, la historia del sistema político nacional muestra la necesidad de que exis­ta una pre-teoría que, de algún modo, autorice su endémica tendencia a encerrar represivamente los movimientos sociales historicistas en las particularizadas e indeseables celdillas de su identidad estructural inferior ('P', en adelante).

d. El pensamiento realizándose en la realidad: el caso de la ciencia 'oficial'

Al revisar la literatura que, en principio, puede ser enrolada como Ciencia Po­lítica en Chile, se constata que está compuesta de dos ramas principales que

Desde 1952 y hasta 1973, los presidentes constitucionales fracasaron en sus intentos de realizar reformas de tipo estructural en el Estado chileno. La simple implementación de sus programas de gobierno fue, para ellos, también una dificultad mayor. A este respecto, P. Cleaves, Bureaucratic Pulitia and Administration in Cíiiíe (Berkeley, Cal., 1974). Sobre esta teoría, CLACSO-UNU, Los movimientos sociales u la lucha democrática en Chile (Santiago, 1985); G. Arriagada, "Negociación política y movilización social: la crítica de las protestas". Materiales de Discu­sión (Santiago: CED, 1987); G. Campero, "Organizaciones de pobladores bajo el régimen militar", Propo­siciones lA (1987), entre otros. Véase de G.Salazar, "Historiografía y dictadura en Chile: búsqueda, iden­tidad, dispersión (1973-90)", Cuadernos Iberoamericanos (1990).

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,u ranean de un tronco común. Una de esas ramas puede denominarse 'ensayista', y la otra, 'testimonial'.

La rama ensayista es de antigua data, y ha crecido sobre la base de la periódica .iparición de "ensayos interpretativos" acerca de la estructura, coyuntura y proyec-(iíin de la sociedad nacional, especialmente en los momentos de crisis. En sustancia, lia constituido un juicio acerca del presente histórico -por lo común, negativo-, que se formula por referencia a un doble trasfondo: uno de tipo filosófico, que exalta ciertos valores universales (orden, libertad, legalidad, moralidad, desarrollo, etc.), y (tiro de tipo histórico (etapa pretérita en que esos valores fueron realizados; o país donde lo fueron). Aunque en un comienzo el género ensayístico exaltó conservadora-mente los valores trascendentalistas del período colonial, más tarde reflejó .igresivamenle los patrones modernizantes de la "cultura occidental", para tender hoy a la propuesta de sistemas políticos autosustentados que encarnen o materiali­cen el concepto puro de "modernidad". Habiendo sido, en el fondo, discursos de la razón política pura, han utilizado la información empírica más como material ilus-I rativo de las tesis que se proponen, que como fundamentacion inductiva. La Historia i'S aquí convocada solo como una suerte de taxonomía temporal, cuando se toman los largos plazos; o bien como mera sincronía del tiempo presente (el famoso "Chile, hoy", más un entorno de diez años), cuando prima el análisis de coyuntura. Más cómodos que el material histórico resultan, para el "ensayista", los cuadros estadís-licos con series menores a diez años. Casi en la totalidad de los casos, los "ensayos" lio han involucrado una investigación empírica ad hoc. De cualquier modo, la mayo­ría de ellos ha alcanzado el rango de best sellers, siendo los únicos libros de análisis (|ue en el país han superado la primera edición.

La rama testimonial es más voluminosa. Ha crecido por la profusa edición de las "memorias", "autobiografías", "discursos parlamentarios", "escritos de prensa y otros ensayos" -realizados por los mismos individuos de élite-, y también de las "historias de partido" y "biografías y semblanzas", escritas por sus hagiógrafos. i'.n sustancia, esta literatura ha sido y es una variante desmenuzada y anecdotaria del mismo género ensayístico, pues no incorpora un índice superior de investiga­ción o fundamentacion empírica -salvo excepciones-, aunque sin duda tiene un valor apreciable como "fuente primaria". Su importancia radica en que es una literatura que transmite y difunde el 'verbo', palabra u opinión de dirigentes y caudillos. Podría decirse que la constelación hegemónica 'G' habla cotidianamen-le por estas bocas. Primero de modo oral, en directo; luego, reproducida y aun latiendo, en periódicos, panfletos y revistas; por último, recopilada y clasificada en libros 'testimoniales'.

De cada una de esas ramas originarias han surgido brotes nuevos, modernos, pero dependientes. Uno de ellos ha sido lo que podría llamarse el análisis inter-

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nacionalista, que ha consistido en actualizar el pensamiento político local, in­yectándole las modernizaciones prácticas o teóricas ocurridas o sugeridas en otra parte. A menudo se ha tomado este análisis como la única vía válida de modernización de la política. Este es un brote de antigua data. El otro brote, en cambio, es de origen más reciente, y su desarrollo -explosivo en los liltimos dos años- se ha vinculado a la creciente necesidad política de medir el impacto que en la opinión pública tienen la palabra y acciones de los grupos dirigentes, cons­tituyendo una versión relámpago del ciclo político completo recorrido por la literatura testimonial. Más conocida como "encuestas de opinión pública", esta disciplina ha tendido a jugar un rol histórico específico: lubricar las relaciones (verticales) de coyuntura entre la constelación 'G' dominante, la clase política que la representa y realiza, y la base ciudadana electoralmente considerada'". Un rol claramente sincrónico.

El denominador común de todas esas ramas y brotes ha sido -por sobre las diferencias de lenguaje, retórica y color literario- la advocación y refrendación de un 'universal supremo': la gobernabilidad de la Nación y la estabilidad hege-monizante del Estado; luego, la denuncia y crítica de los procesos que han atentado y atentan contra la vigencia de ese universal; y finalmente, la propues­ta de reformas políticas de tipo estructural, enmarcadas dentro y no fuera del orden general históricamente dominante en Chile. Nunca se ha abierto debate político sobre los universales mismos (sobre ellos, más bien, se han tejido las concordancias), pero sí, y a menudo, sobre las responsabilidades detrás de las crisis que han abierto camino a las avalanchas historicistas, y sobre el modo de aplicar genéricamente la modernización y el análisis internacionalista, para re­parar el daño dejado por las dichas avalanchas. El tronco común ha sido, a fin de cuentas, un modo convencional de practicar un mismo tipo de ciencia: la ciencia 'oficial'.

Lo propio de la ciencia oficial es que su producción intelectual juega un rol re­productivo dentro del sistema dominante, sin establecer, como norma, una distancia cognoscitiva respecto de ese sistema, y sin generar tampoco, como resultado, el desa­rrollo de un efectivo poder político e histórico sobre él. De ello deriva que la ciencia oficial no está en condiciones estructurales de entregar respuestas adecuadas frente al problema de los reventones historicistas, como no sea -ya al promediar la crisis-la típica propuesta autoritarista de reprimir a los subversivos, negando, en razón de la "seguridad interna del Estado", los derechos universales de aquéllos. Lo que equi­vale a negar la cientificidad. O los mismos valores generales.

Acerca del rol jugado por este tipo de disciplina en la reciente transición chilena a la democracia liberal, E.Tironi, La invisible victoria (Santiago, 1990).

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El examen de los "ensayos interpretativos" revela que su rol teórico y práctico lio ha sido otro que el de establecer, confirmar y restablecer, a un ritmo más bien cíclico, la constelación de universales dominante. El examen de los "ensayos testi­moniales", por su parte, revela que han actuado en un piano más contingente y L'xperiencial, abriendo debate, promoviendo acuerdos y señalando formas de im-|)lementación respecto de esos mismos universales. En cuanto a los brotes nuevos pero dependientes -el análisis internacionalista y las encuestas de opinión-, han operado en torno a los ajustes coyunturales entre los actores de nivel nacional y los de nivel particular dentro del proceso político funcional. El conjunto de este edificio puede no ser, al final, verdadera ciencia, pero puede ser presentado como si lo fuera, que, para los efectos a nivel de la masa ciudadana, puede dar lo mismo. Es lo que ha sucedido. Y es por lo que, a la larga, en Chile el prestigio de 'lo cien-tífico' -fenómeno generalmente explícito-, se ha unido al prestigio de i o hegemónico' -fenómeno por lo común críptico-, lo que ha dado vida a una atrayen-le corriente ideológica estereotipada y oficialista, que ha arrastrado consigo a la mayoría de los pensadores políticos chilenos. Más aún: de centro, de izquierda, y de derecha. Como si todos hubieran contraído, a la larga, el contagio de una común inhibición frente a la suprema 'estabilidad del sistema establecido', y de una co­mún compulsión a velar civilizadoramente el sueño de esa estabilidad.

Es significativo, en este sentido, el hecho de que ese contagio haya sido contraí-(h), también, por los pensadores políticos de tipo contestatario, incluido el movimiento ideológico denominado "el marxismo chileno". En este caso, la activi­dad propiamente intelectual se ha concentrado fundamentalmente en la denuncia y crítica del fenómeno local de la dominación como otro caso del fenómeno gene­ral de la dominación capitalista (imperialista). A este efecto, se ha invocado sustantivamente la teoría "clásica" del desarrollo capitalista (K. Marx y F. Engels, sobre todo), retocada aquí y allá con ideas latinoamericanas 'G' acerca de la teoría nacional-estructuralista sobre desarrollo y dependencia. La repetida práctica de esa invocación dio como resultado la marginacion de la investigación abocada a las particularidades locales y a los procesos reales y concretos de cambio social; es decir, se optó de hecho por arrojar sobre la borda nada más y nada menos que el paradigma historicista. Lo que equivalía, en más que en menos, a adoptar el para­digma ahistoricista. La denuncia y crítica de la constelación 'G' dominante en Chile se realizó, en consecuencia, más sobre la base de contradefiniciones 'G' de las ideas dominantes, que sobre efectivas propuestas 'P' (basadas en la particularidad y propensión real al cambio del movimiento popular chileno)-'. En cuanto a la

G. Salazar, "Movimiento teórico sobre desarrollo y dependencia en Chile. 1950-1975", Nueua Historia 1,N°4(1982).

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actividad propiamente político-contingente, el "marxismo chileno" ha recurrido ideológicamente a una (u otra) doble invocación: a las teorías 'victoriosas' del Par­tido y la Revolución (corporizadas en el pensamiento, por ejemplo, de V. Lenin, J. Stalin o F. Castro), y a las normas 'vigentes' de la Constitución Política del Estado (de 1925 y 1980, principalmente). Es obvio que, en el plano de la política contin­gente, el "marxismo chileno" se ha movido invocando universales que estaban y están en relación recíproca de flagrante antagonismo, mientras, de otro lado, asen­taba la política popular de proyección y cambio (o de 'revolución', para ciertas fases) sobre una versión apenas disimulada de 'la política como verticalidad des­cendente' (ya comentada). De modo que, en el largo plazo histórico, y cualquiera haya sido su volición de antagonizar el sistema político dominante en el país, el "marxismo criollo" se ha movido ideológicamente en la política local por los bor­des mismos de la constelación de ideas 'G', solo que en adscripción dialéctica (o sea, incongruentemente) y sobre órbitas más bien excéntricas. Un indicador fac­tual de ello es que este movimiento tardó más de treinta años en iniciar la investigación histórica de la realidad chilena, y tardara apenas diez en abandonar-W^. El fracaso -ahora notorio- del marxismo chileno en cuanto a desarrollar y legitimar, frente a la ciencia oficial, un paradigma epistemológico de tipo históri­co, da cuenta de la enorme fuerza gravitacional de la constelación 'G', y de las dificultades ambientales que enfrenta un intelectual que se aventura fuera de las órbitas reconocidas de la ciencia oficial.

Se llega así a una aparente paradoja: un intelectual medio, en Chile, ha podido situarse en una actitud de conformismo y defensa del orden establecido, o bien, inversamente, en una posición de rebeldía y desacato frente a ese orden, y en ambos casos, servirse, para manifestar su actitud, de un mismo tipo genérico de ciencia y de un mismo paradigma epistemológico. La lógica 'G' permite el desarrollo de alucinacio­nes políticas de derecha, de centro y de izquierda, aunque solo es real y eficiente como factor de reproducción de la constelación esencial a la que orgánicamente pertenece. Es lo que, también, permite a numerosos intelectuales ir de una alucina­ción a otra, fluidamente, sin crisis de identidad y sin perder ni su prestigio intelectual

La recepción del marxismo en Chile data, aproximadamente, de comienzos del siglo XX. La historiografía marxista chilena se inicia, sin embargo, en 1949, con los primeros trabajos de J. C. Jobet. Doce o quince años más tarde, la investigación histórico-marxista tendía a desaparecer (con excepción, tal vez, de los esfuerzos de L. Vítale) bajo el peso de las teorías económicas y sociológicas sobre la dependencia. En 1972, el economista S. Ramos escribió en un célebre ensayo: "En lo funda­mental... no recurriremos al tradicional y trabajoso estudio histórico que 'explica' el presente... no nos parece útil -sino definitivamente inútil- la larga y tradicional peregrinación hasta las formas económicas del Chile colonial para entender lo fundamental del Chile de nuestros días". Cfíiie, ¿una economía de transidón? (Santiago, 1972), p. 43, texto y nota.

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ni su posición de hegemonía. Pues, a nivel de las constelaciones 'G', las derechas y his izquierdas no se oponen a través de abismos de diferencias específicas, sino que I icnden a homologarse en función de sus identidades genéricas.

El centenario predominio del paradigma ahistórico ha centrado la Ciencia Políti­ca chilena en las capacidades intelectuales y en los métodos que son congruentes ion ese paradigma. Se ha sobreimpueslo, por ejemplo, la reflexión filosófica, el razo­namiento deductivo-tautológico y el analogismo internacionalista; cuando no, el simple discurso impresionista. ¥A análisis empírico-inductivo se ha reservado para los brotes secundarios (estudios electorales, especialmente). El concepto en abstrac­ción y la gráfica cuantitativa (sobre todo porcentualista), en su formulación estática o sincrónica, ha predominado sobre las representaciones concretas y las dinámicas cualitativas de mediano y largo plazo. Como resultado, en su ciclaje y reciclaje cien-lífico, la política chilena ha sido frecuentemente desconcretizada y desocializada. 1,0 que es casi tanto como ser deshistorizada. Es cierto que, a menudo, lo concreto y lo histórico han sido considerados para producir lo biográfico, lo anecdótico o lo heroico, pero esto ha sucedido cuando se ha expuesto la vida y obra de los grandes héroes y caudillos. lian sido éstos los únicos fenómenos políticos que han recibido, de parte de la ciencia oficial, un tratamiento parecido al histórico. Pero solo en tanto (jue pro-hombres de la constelación 'G' -en cuyo servicio se han destacado y sacrifi­cado-, razón por la cual su cotidianidad alcanza el rango de relevancia científica. El resto de la sociedad, en tanto que chilenos de carne y hueso que no encarnan o no encarnan en nivel heroico los valores 'G', no han sido tratados historiográficamente; su cotidianidad biográfica o anecdótica carece de importancia general, y si la tuvie­ra, sería porque corresponde a la cotidianidad estadística de los chilenos previa y convenientemente entendidos y conceptualizados como 'masa'. El carácter de masa ha venido a ser, en la perspectiva 'G', el único modo 'G' de ser para los pobres del campo y la ciudad (y es bien sabido que, para esa perspectiva, las masas no son ni actores sociales ni sujetos históricos). Lo que significa que la única vía lógica y co­rrecta de entrada de las masas a la historia ha sido, según lo anterior, no como sujeto histórico viviente, sino como concepto o fonema, articuladas o empaquetadas en los discursos y proyectos políticos de la élite dirigente nacional. Pues biográfica o auto­biográficamente no valen^l

En resumen, cabe decir que, en Chile, el pensamiento tipo 'G' ha estado reali­zándose en la historia a través de múltiples afluentes y variantes, imponiendo un

La historiografía marxista chilena no ha examinado el movimiento social popular como tal, sino como movimiento político. Y no de la base, sino de las ciipulas sindicales o partidarias. Y no con respecto a sí mismo, sino por referencia constante al Estado. La ideología, el programa partidario, la represión estatal, la explotación capitalista y el poder del imperialismo han sido sus principales objetos de análisis histórico.

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tipo oficial de ciencia. La hegemonía de la ciencia oficial, a su vez, ha hecho abor­tar o bloqueado el desarrollo de otros tipos válidos de Ciencia Política, lo que ha afectado especialmente al paradigma histórico y a aquellos que necesitan operar a través de él. De este modo, se ha impuesto una fórmula científica y una forma de interpretar el proceso político que puede resumirse del siguiente modo: es permi­tido el tránsito lógico y político desde 'G' hasta 'P', pero queda prohibido o restringido el paso inverso desde 'P' con vistas a 'G'. El predominio de esta fórmu­la ha impedido hacer uso científico y político suficiente del campo intermedio que se extiende entre los instintos historicistas de la base social y el bastión superordi-nante de la gobernabilidad. Sustrae sociabilidad e historicismo a las estructuras 'G', de un lado, y de otro, decapita teórica y políticamente las potencialidades 'G' contenidas en 'P'; con lo cual anula el campo y las vías 'P-G', que son, en verdad, las áreas por donde suelen desplazarse los procesos históricos.

Lo anterior pone de relieve la necesidad de desarrollar una Ciencia Política que, primero, considere seriamente el tránsito lógico y político inverso (desde 'P' hasta 'G'), para, luego, preocuparse del campo y las vías concretas 'P-G'.

e. La realidad en busca del pensamiento: el caso de la ciencia 'reclusa'

Sin duda es un fenómeno notable que, en la historia de Chile, el "bajo pueblo" (es decir, la clase popular), pese a que ha constituido durante dos siglos la masa absolutamente mayoritaria (tres cuartos) de la sociedad nacional, jamás haya sido considerado, ni teórica ni factualmente, como el corpus social central de la Nación, sino tan solo como una mera parte de ella, como un sector entre otros. Lo normal ha sido que se lo considere como una particularidad; o peor, como una pléyade de particularidades. En el extremo, se lo ha tomado como un estrato social atomizado o pulverizado, nonato; vale decir, como una masa históricamente inerte. Como si fuera un incómodo satélite social de arrastre^^

En concordancia con tales definiciones, el "bajo pueblo" chileno -se suele afir­mar- no es un actor nacional con capacidad para moverse sobre los escenarios 'G'. Es

Un ejemplo de ello es el siguiente texto, del siglo XIX: "Escuchad esas vociferaciones, ved esos rebaños de hombres andrajosos que arroja el fango de los arrabales: es el motín que pasa. Ha apestado el aire. He aquí 'el pueblo'... ¡el pueblo soberano!... esas frentes estúpidas i embadurna­das de vino -¿eso es el pueblo?- ¡Vaya pues! Eso es lodo humano... impuro cardumen que aulla i que degüella". E Fernández, "Variedades", Revista de Santiago 2, N" 3 (1848): 279. Otro ejemplo, ahora del siglo XX, es el que sigue: "Esta descripción retórica sobre la lucha heroica de las masas, combatiendo a la dictadura más militarizada de América del Sur con 'neumáticos encendidos, destrozando semáforos', atacando con 'hondas y miguelitos' y derribando postes de alumbrado público 'con cinceles y combos', no era más que una palabrería hueca y sin sentido. Nada de eso

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un actor de segunda categoría, que se constituye como tal solo, y tan solo, cuando deviene 'beneficiado' en la mira de las políticas sociales de Estado, 'soberanía' en ios ciclos de reposición electoral de las autoridades, o bien 'representación' en la mente de los intermediarios políticos institucionalizados o en vías de serlo (parla­mentarios, dirigentes de partido, intelectuales, dirigentes nacionales de base, etc.). 1.a identidad del "bajo pueblo" consiste en habitar y residir, estructuralmente, en su situación económica, social y cultural particular ('P'). Y allí, por siglos, ha permane­cido, aherrojado por la prohibición lógica de transitar desde 'P' a 'G', o de postular la validez de una posible estructura 'P-G'. La ciencia que, eventualmente, hubiera po­dido trabajar la posición 'P' valiéndose del paradigma histórico y obviando la dicha prohibición, ha enfrentado una montaña de aspecto irremontable: el cúmulo de prin­cipios de identidad estructural (el principio aristotélico de identidad, invocado incesantemente desde la lógica 'G', incrementa su adscripción a lo estático y lo sin­crónico, por su asociación a un sistema político nacional que necesita asegurar frecuentemente su perpetuación), y la misma institucionalidad en que aquellos prin­cipios se encarnan-"'. El difícil remonte de tales montañas no solo profundiza la permanencia del "bajo pueblo" en sus vallecitos 'P', sino que, además, la hace polí­ticamente más estéril. Esa esterilidad puede apreciarse también en el hecho de que la apabullante realidad económica y social en la que, por siglos, se ha debatido ese "bajo pueblo" en Chile, no ha sido nunca consecuentemente asumida como un pro­blema estratégico del sistema político nacional, sino, con mucha frecuencia, solo como un problema del mismo "bajo pueblo". Durante un primer siglo (1830-1925), la "cuestión social" no fue definida como un problema en sí, sino como un epifenóme­no resultante de la no aplicación integral del librecambismo; o bien, como consecuencia de la inmoralidad y desidia del mismo pueblo^''. De consiguiente.

pi)día afectar al régimen... Las protestas, que habían sido posibles debido a una pérdida del miedo al Estado... era sustituido por el miedo a la sociedad; por el miedo a las propias tendencias autodestructivas de la sociedad civil... ese miedo no sólo alcanzaba a las clases altas y medias..." En-. Arriagada, "Negociación política...", pp. 22-3. La descalificación -cuando no exoneración- ha sido usual en el trato dado por los personeros del establishment liberal a los intelectuales que asumen con alguna organicidad el paradigma histórico-popular (véase nota anterior). Sobre el paradigma histórico mismo, véase C. Cardoso & H. Pérez, Los métodos de la historia, 6" ed. (Barcelona, 1986), capítulos VII y IX; también K. Kosik, Dialéctica de lo concreto (México, 1963), passim. La creencia de que la miseria popular era consustantiva con la inmoralidad popular llevó, en el siglo XIX chileno, a desarrollar la "educación popular" (alfabetización y cristianización) como única política para erradicar esa inmoralidad tanto como esa miseria. El enjuiciamiento moral de la miseria se puede hallar fácilmente en los discursos de tribunos tales como M. Montt, Z. Rodríguez, E. Mac Iver, R. Espinoza y A. Ross, entre otros. Véase G. Salazar, "Los dilemas de la autoeducación popular en Chile: ¿integración o autonomía relativa?", Proposiciones 15 (1987).

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durante el medio siglo posterior (1925-90) fue natural no haber intentado nunca, directamente, erigir un Estado Económico-Social -pese a que las masas lo demanda­ron más de una vez-, sino tan solo promulgar un heterogéneo, costoso e ineficaz paquete de políticas sociales. Es decir, no un Estado fundado y reproducido sobre las realidades 'P', sino un conjunto de políticas 'G' destinadas a resolver el problema sectorial 'P', con lo cual no se ha favorecido el desarrollo histórico de una Democra­cia Social de Bases, sino más bien reforzado los circuitos específicamente políticos que reproducen la Democracia Liberal Neo-Portaliana, y reciclan la clase política civil y militar conforme ese tipo de Estado. Lo social se ha mantenido cuidadosa­mente separado de lo político, lo político unido a lo nacional (y lo general), el cambio subordinado a lo permanente, lo concreto diluido en lo abstracto y, no lo menos, los dirigentes elevados sobre las masas. Y así, la Ciencia Política oficial se ha divorciado del paradigma epistemológico de tipo histórico y no ha tomado en serio -es decir, no ha tomado el atajo epistemológico pertinente- el movimiento popular 'P', limitán­dose a realizar estudios a distancia (cuantitativos o geográficos), que han satisfecho una conciencia científica general y otra moral tradicional, e ilustrado un discurso político de naturaleza 'G'. Los intereses del "bajo pueblo", con todo ello, no han logrado alcanzar el rango de 'intereses generales de la Nación'.

Ese rango, sin embargo, lo han alcanzado regularmente -y sin mediación de ninguna dramática lucha historicista- los llamados "recursos económicos de la Nación". Para nadie es un misterio que, en la historia de Chile, esos recursos han sido siempre, de algún modo, "privados"; o sea, pertenecientes a algunos parti­culares. No obstante ese carácter, hacia 1837, por ejemplo, los intereses privados de los exportadores de trigo y cobre fueron considerados, suficientemente, como intereses nacionales, al extremo de involucrar al conjunto del país (y a los rotos del "bajo pueblo", en particular) en una guerra exterior En 1879, los intereses de las compañías salitreras fueron asumidos, también, como intereses naciona­les, al grado suficiente como para involucrar al conjunto del país (y a los rotos del "bajo pueblo", en particular) en otra cruenta guerra exterior Y en el siglo XX, los recursos de la Nación y/o los del Estado han sido repetidamente reserva­dos para el financiamiento de los planes nacionales y generales de desarrollo global, o bien sociaimente congelados a efectos de lograr o mantener el indis­pensable "equilibrio macroeconómico", postergándose la solución a los problemas de la clase popular y haciendo pagar a ésa un elevado "costo social" (siempre incalculable). Guste o no, el balance histórico neto a este respecto es contunden­te: los "recursos" son priori tar iamente obligaciones políticas 'G'; las "necesidades" de la mayoría social, solo una pasiva y secundaria realidad '? ' . Cuando algunos han intentado perpetrar una valoración política inversa, han pagado ellos y han hecho pagar a sus seguidores un altísimo precio, cuando no se

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Iiiin arrepentido a tiempo conveniente. Ninguna argumentación lógico-estructu-liil, ni justificación tecnocrático-sincrónica, puede ni podrá refutar nunca este hecho histórico fundamental, que se revuelve soterrado en el subsuelo de la so­ciedad chilena.

Aislado en la miríada de particularidades 'P', fragmentado de hecho y de concepto, V prohibido el tránsito lógico de 'P' a 'G', el 'bajo pueblo" ha tendido, pese a todo, a ri'accionar y moverse por instinto propio. En flagrante contradicción con la lógica 'G' (|iie niega la existencia o prominencia del movimiento popular alegando su atomiza­

ción-los millones de corpúsculos populares han realizado, en su aparente dispersión, una serie de sorprendentes movimientos históricos. Reventones de historicidad, que han jalonado -pese a ios anatemas teóricos en su contra- la historia social y subpolíti-ca de Chile desde fines del siglo XVm hasta, cuando menos, fines del siglo XX '̂. Surgidos (le instintos pre-, sub-, o quizá transpolíticos de rebelión (que a veces han tenido mu­cho de desesperación), esos movimientos rara vez han respetado la institucionalidad vigente. Por eso han desencadenado, en cada oportunidad, el contramovimiento repre­sivo del Estado (portahano, en todas sus versiones), al punto de obligarlo a violar las definiciones 'G' relativas a las "garantías constitucionales" y a los "derechos huma­nos", como única táctica capaz de devolver la 'fiera historicista' (popular) a su jaula en 'I". Los hechos muestran que la táctica anti-'G' implementada desde la misma conste­lación 'G' ha sido eficiente: normalmente, el movimiento popular chileno ha sido barrido (le "las grandes alamedas" donde pudo haberse transformado en una constelación social dominante, y permanece, aún, aherrojado en su situación estructural de siem­pre. Allí, por largos períodos, ha languidecido, debilitado por su crisis económico-social y su subordinación política. Allí ha rezumado y acumulado esos típicos cerrillos folkló­ricos llamados de conjunto "cultura popular" (o estática de la pobreza), ornamento lateral de la gran vía del 'desarrollo general', y testimonio auténtico de que la socie­dad nacional marcha en orden y progreso. Pero, también allí, el "bajo pueblo" ha acumulado frustración sobre frustración, hambre de humanización, rabia historicista, y necesidad de contar con una ciencia social propia. Ha sido allí donde ha crecido la compulsión y la práctica autoeducativa, y el tanteo que palpa a ciegas las categorías básicas de una ciencia 'de salida'-l

Existe abundante literatura histórica al respecto: M. Góngora, "Vagabundaje y sociedad fronteriza en Ciiiie. Siglos XVII a XIX" (Santiago, 1966). Véase también trabajos citados de Loveman, Kaempffer, Angelí, y de K Espinoza, Para una historia de los pobres de la ciudad (Santiago, 1988). Son importantes también los estudios de A. Illanes, J. Pinto y A. Daitsman sobre la lucha desarrollada por el peonaje minero, los culies chinos y los bandidos rurales, en Proposiciones 19 ("Chile, Historia y 'Bajo Pue­blo'"). Sobre educación popular, Salazar, "Los dilemas de la autoeducación..."; sobre cultura popular, K. Aman, ed., The Popular Culture in Chile (Montdair State College, N.J., 1990).

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EI movimiento popular necesita una ciencia que ilumine la celdilla estructu­ral, la ruptura del encierro y el camino hacia las "grandes alamedas". Que ordene lógica y eficientemente la rabia popular. Que planifique la longitudinal de los instintos. Que se centre, de un lado, en la valorización categorial y metodológica de las particularidades (o diversidades o fragmentaciones); y de otro, en la valori­zación de las rupturas, proyecciones y procesos. Una ciencia de la dinámica social de humanización, no solo de las normas de funcionamiento de un sistema estable­cido de equilibrio social. Es decir, que trabaje sobre el sendero prohibido que, centrado en 'P', lleva hasta 'P-G'.

¿Existe actualmente alguna ciencia que, de modo aproximativo, esté en condi­ciones de responder a ese movimiento en que una realidad busca su pensamiento?

Aparentemente, hay una mejor que otras: la Historia. Esta ciencia -a la que muchos 'generalistas' solo han considerado como un arte menor- ha sido y es, por antonomasia, la ciencia de lo particular y del cambio. Es decir, la que estudia los procesos y dinámicas reales que comúnmente sobrepasan y desarticulan los prin­cipios (y construcciones) estáticos y tautológicos de identidad, y los sistemas generales de dominación que reposan sobre ellos. En su sentido más auténtico, la Historia es la ciencia de los movimientos 'P', y de sus efectos destructivos o cons­tructivos sobre las estructuras 'G'. No es ni puede ser una ciencia centrada en la descripción del modo de funcionamiento de un dado sistema 'G', a menos que esa descripción constituya el apéndice de un estudio de cómo ese sistema fue cons­truido a través de un específico y concreto movimiento 'P' (todos los sistemas 'G' no son sino construcciones históricas originadas en movimientos 'P' que han sido triunfantes). No es la ciencia del ser en su instantánea identidad 'es', sino en el contradictorio movimiento de su identidad 'siendo'; en la longitud cambiante de su existir temporaP'.

Con todo, siendo ésa su vocación central, a menudo la Historia ha sido despla­zada a un rol secundario de disciplina auxiliar (y a menudo servil) dentro del sistema de ciencias oficiales. Que los historiadores describan el funcionamiento sincróni­co del Estado portaliano de 1833 o el de 1925. Que exalten los valores que lo fundamentan (esto es, la parusía de las ideas 'G' en las batallas electorales, deba­tes parlamentarios, leyes progresistas, obras realizadas, etc.) y condenen los antivalores que lo desquician (la historicidad de las masas). Que hagan una pre­sentación hagiográfica y epopéyica de los héroes de la Patria y del Estado, para que las nuevas generaciones crezcan en conciencia y responsabilidad cívicas. Que muestren cómo se han conquistado y acumulado (no gastado) los "recursos de la

A. Schaff, Historia y Verdad, 2' ed. (Barcelona, 1974), primera parte; y Ch. Tilly, As Sociology Meets History (Orlando, FI., 1981), ch. 1.

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Niición". Que, en fin, se aboquen a investigar el pasado como pasado, o que, alterna-(¡Vilmente, acopien "antecedentes" para iluminar la coyuntura política presente*. Construida de ese modo su celdilla estructural 'P', la Historia de Chile ha vegeta­do más cerca de los monumentos nacionales (los grandes historiadores ya lo son) (|ue de los desgarros internos de la Nación, o dentro de los "potreros y conventillos V de la muerte" donde se ha revuelto inquieta la 'fiera histórica' de Chile. De este modo, la Historia Nacional se ha desarrollado espuriamente, en relación defectiva respecto de su paradigma epistemológico, concluyendo por desertar a la trinchera de su paradigma antagónico, en cuya periferia -y con razón- ha girado en círculos esiructurales, oficiales, ahistóricos.

Kstando la Historia acampada en órbitas ajenas, el movimiento popular no ha contado, pese a constituir un movimiento 'P' en grado superlativo, con otra ciencia (|ue sus propios instintos históricos; apenas su propia experiencia contingente, local y concreta; su compulsiva búsqueda de educación, pensamiento, teoría; la íriistración acumulada que ha resultado de la imposibilidad de formalizar políti­camente (en apropiado lenguaje 'P-G') sus repetidos reventones historicistas, o de imponer al sistema dominante su perspectiva procesal de la realidad, o de politi­zar adecuadamente su afán de humanización. El acervo ideológico apretujado dentro de 'P' es apenas una pitanza, sin duda, si se lo compara con las majestuosas construcciones lógicas 'G' o con las publicaciones de la ciencia oficial. Pero es, en el sentido más concreto de la expresión, una 'ciencia reclusa'; un gran trozo de realidad viva en busca de un pensamiento propio.

/. De los caminos del "bajo pueblo" en Chile: la inconclusa historia de las "agitaciones sociales"

La tendencia del "bajo pueblo" a romper el cerco y forzar una salida humani-zadora no ha sido ni es computable como uno o varios episodios de tipo coyuntural. Sería un error procesarla como una reacción "dependiente" ante el aumento del nivel de precios, o como eco mecánico de las insinuaciones o provocaciones opor­tunistas de caudillos, partidos o agitadores profesionales ("hordas comunistas"). Las "salidas" de la clase popular chilena han tenido, desde el siglo XVIH, la mis­ma recurrencia tectónica que las "insurrecciones y malocas" mapuches frente a la dominación hispánica. Como la épica "Guerra de Arauco" para la sociedad colo­nial, así también las salidas populares de su encierro estructural en 'P' se han

Esta visión ha sido compartida por igual por los grandes liistoriadores que estudiaron la ruptura de la 'unidad nacional' (o la fase crepuscular del arquetipo estatal portaliano) y los grandes teóricos del desarrollo, de la dependencia y de los macroequilibrios neoliberales. La actitud de S. Ramos ante la Historia (citada más arriba) no ha sido un caso aislado.

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configurado -solo que no épicamente- como un problema estratégico para la so­ciedad global; y si no como un interlocutor gubernamental, de rango 'G' -los mapuches tampoco lo fueron-, al menos como un interlocutor hoy por hoy insosla­yable en los hechos concretos de la historia. Quiérase o no, esa tendencia ha terminado por constituir el subsuelo volcánico del paisaje político nacional.

Baste un rápido recuento para fijar la imagen. Durante el largo período que se extendió entre 1750 y 1900, las acciones

perpetradas por el "vagabundaje" criollo pusieron en jaque la seguridad del sistema social y propietarial de la sociedad en su conjunto, rebasando la ca­pacidad protectora del aparato policial de entonces. En lo esencial, ese movimiento no fue otra cosa que la repulsa y desacatos de la juventud popu­lar a las identidades estructurales (servidumbre doméstica o trabajo forzado con salario nominal) que el sistema mercantil cernía sobre sus cabezas, y la búsqueda paralela de una identidad humanizante, que debía ser labrada por mano propia en otros espacios". Si esa "agitación social" ya era mucho, lo fue más aún con el ubicuo desarrollo del "bandidaje popular", brazo armado espontáneo y fragmentado que no solo acompañó por doquier al joven vaga­bundo, sino también a los desórdenes políticos provocados por las élites de oposición y por las primeras huelgas de artesanos y obreros^^ Pese a su enor­me compulsividad, este movimiento tendió a extinguirse tras la seguidilla de masacres del período 1903-7".

Entre 1850 y 1930, el movimiento popular de tipo productivista (sobre todo su rama manufacturera) desencadenó, por su parte, otros oleajes de "agitación social". Atrincherados en su amenazada actividad productiva independiente, los gremios "industriales" (populares) de ese período desafiaron a los monopolios mercantiles y a la legalidad portaliana que los amparaba. En el interior de sus celdillas 'P' (todavía con retazos de independencia), esos gremios cultivaron gér­menes de democracia local, de bases; de periodismo popular; de política social mancomunada; de literatura y teatro populares; etc. Es decir, desarrollaron los fundamentos particulares de una ciencia y de una política popular autónomas. Montados ya sobre tales fundamentos, promovieron las impactantes "marchas del hambre" de los años 1919 y 1920 -arrastrando hacia ellas tanto al proletaria­do industrial como a los grupos medios-, y la Asamblea Popular Constituyente

j i Véase trabajos citados de M. Góngora, A. Illanes y J. Pinto. También, G. Salazar, "La rebelión históri­ca del peonaje. Siglo XIX", Tomo II de Labradores... (en preparación). Ibidem. También Daitsman, loe. cit. Hay varias tesis de licenciatura en preparación sobre este tema. Sobre esta seguidilla de masacres, véase Kaempffer,/líísucedió; 1850-1925...; y Devés, Los que van a morir...

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lie l')25'''. Este movimiento, de clara connotación sociocrática, comenzó, sin em-liiuno, a extinguirse tras la doble contraofensiva de la clase política nacional; |H iinero, la de su contingente civil (conducción: A. Alessandri; producto: la Cons-liiiición Política del Estado, de 1925), y poco después, de su contingente militar (londucción: C. Ibáñez; producto: el Código del Trabajo, de 1931). Naturalmente, Ills masacres de la fase 1903-7, así como la represión a los "subversivos y anar-(|MÍsias' del ciclo 1918-31, aportaron también su grano de arena a esa extinción.

l'>ntre 1932 y 1973, las "agitaciones sociales" asumieron, predominantemente, iMuí forma "reivindicativa". Es decir, de petición por conducto regular a los directo-li's de la Empresa y del Estado, con respeto a la Constitución y al Código del Trabajo; V de integración, con responsabilidad cívica, al sistema democrático instaurado en 1925. Era, sin duda, el tipo de comportamiento esperado por los legisladores que se inspiraban en la constelación de ideas 'G'. Y fue lo que ocurrió en los hechos. Solo (|iic, en los hechos también, se detectaron variantes inesperadas. Pues, esperándose (|iie los movimientos social-populares salieran ordenadamente de 'P' para depositar y diluir sus peticiones en los aparatos 'G' destinados a ello, lo que en definitiva sucedió fue que los movimientos populares comenzaron, o bien a desordenarse en la misma 'salida', o bien a marchar ordenadamente para intentar tomarse los aparatos '("•'. Eso, sin duda, no era lo esperado. Eso violaba en dos puntos nodales -la 'salida' y la 'disolución de la salida'- la lógica que prohibía transformar 'P' en 'G'. El "nacio­nal-populismo" inaugurado en 1925 -que utilizó el voto popular para avalar un (lesarrollismo estructuralista-, democratizó las prácticas parlamentarias y dio rango estatal a las políticas sociales (antes eran solo accesos caritativos de inspiración i'clesial), pero no logró paralizar o congelar la tendencia historicista del movimiento popular a cavar contra viento y llovizna su proyecto secular de tránsito libre desde 'P' hasta 'G'. Las políticas sociales del Estado de 1925 dieron un paso importante al construir, en el centro de los viejos 'potreros de la muerte", un conjunto de moderni­zaciones mínimas para la pobreza, pero no lograron erradicar la sensación de apestamiento que el "bajo pueblo" tenía encerrado en 'P', ni su repulsa al encierro. Porque 'P' continuó siendo, en lo fundamental, el 'P' de siempre. De modo que las salidas populares continuaron su tarea volcánica con más eruptividad que siempre, ayudadas por la retórica democrática y liberal que rodeó las 'modernizaciones míni­mas'. Solo el Golpe Militar de 1973 y la represión que lo siguió, lograron devolver -a

Las "marchas del hambre" han sido estudiadas por R. González y A. Daire en "Los paros nacionales en Chile. 1919-73", Documentos de Trabajo 1 (Santiago: Cedal, 1984); y por C. Pizarro, La huelga obrera en Chile (Santiago, 1986). Sobre la Asamblea Nacional constituyente por Gabriel Salazar: "Movimien­to Social y Construcción de Estado: la Asamblea constituyente Popular de 1925". Documento de trabajo Sur Profesionales, 133 (1992); también en Página Abierta 50 y 51 (1991). Nota del Editor.

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gran costo- el movimiento popular a sus estaciones estructurales.'^ Al menos, por una década.

Este rápido recuento permite fijar algunas constataciones de interés: (a) la compulsiva tendencia popular a transformar su identidad estructural 'P' (expresa­da en sus incontables "agitaciones sociales"), ha sido tan general y estratégica como la tendencia sistémica a velar y preservar la inalterabilidad de su identidad y hegemonía; (b) el problema estratégico nacional que esa polarización ha determi­nado, es definible y operacionalizable, por lo tanto, por sus dos entradas o polos, y no tan solo por una (como se ha practicado de hecho en las esferas políticas); y (e) que, por último, la propuesta actual de que una nueva modernización de la conste­lación 'G' en Chile (en el sentido de su actualización internacionalista) es suficiente para resolver el 'problema estratégico nacional', simplemente reitera la tradición política premoderna del país, puesto que ignora la segunda clave que da acceso a la tensión real del problema. Y esto constituiría un error de consecuencias ya ex­perimentadas (a alto costo).

La tendencia histórico-estructural del "bajo pueblo" a transformar su identi­dad 'P' revela también otra cosa: su aptitud para sentir y resentir, en carne propia, el problema estratégico en el que se debate. Tal vez no ha operado nunca con con­cepto formado respecto de ese problema, pero sí ha tenido sentimientos. Y de ese fondo de sentimientos han brotado, a través de sus "agitaciones sociales", actitu­des y acciones de proyección estratégica. Tales actitudes y acciones no se han traducido en programas y peticiones intelectual y jurídicamente ajustados a un nivel profesional, ni se han tramitado como un formal proyecto de ley, puesto que se han expresado, mayoritariamente, solo en actitudes de protesta y en acciones directas*. El "bajo pueblo" se expresa políticamente más y mejor en los hechos históricos que en el funcionamiento institucional, de modo que su estrategia no es fácilmente rastreable en los circuitos 'G' (donde no se la hallará como tal), sino en la dirección general de sus movimientos 'P'. La tendencia del movimiento popular a mantenerse en el terreno historicista, sin proyectarse de lleno al terreno institu-cionalista, ¿es responsabilidad del mismo "bajo pueblo"? ¿Efecto de su 'incapacidad innata' para articular un discurso teórico que formalice y torne nacionalmente inteligibles sus sentimientos, actitudes y acciones estratégicas? ¿O, también, ha sido responsabilidad de los intelectuales y políticos que, por las razones que fue­ren, no han explorado seriamente la entrada 'P' al problema estratégico nacional,

Sobre el costo pagado, Ahumada et al., Chile. Memoria...; y sobre la política de enjaulamiento, A. Cavallo et al, La historia secreta del régimen militar (Santiago, 1989). Una visión más directa del problema en ECO, Informe del Taller de Análisis de Movimietttos Sociales, números 1 a 5 (1988 a 1990).

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ni asumido la tarea solidaria de formalizar las actitudes y acciones estratégicas (|iie, incesantemente, asumen las masas populares? ¿Qué rol ha jugado en todo csio el carácter recluso de la 'ciencia popular'?

Las repetidas oleadas de "agitación social" arrojadas por el "bajo pueblo" des­de su encierro estructural se han disuelto, aproximadamente, frente a una misma hnea de rompiente: aquella marcada por los momentos en que las actitudes y ac­ciones perpetradas por las masas comienzan a buscar, con urgencia, el pensamiento, i'l discurso formal, la teoría que sean capaces de viabilizar políticamente su pro­yecto historicista. Ha sido sobre esa línea donde ha penado, por ausencia, la ciencia reclusa; y por omnipresencia, el hechizo ideológico oficial que mantiene maniata­do al paradigma histórico. Ha sido sobre esa misma línea donde, habitualmente, se lian posado los críticos de inspiración 'G' para negar la existencia del movimiento popular, o para restarle categoría protagónica. Y ha sido también contra ella que han sido exonerados o ajusticiados los intelectuales "pipiólos", "liberales rojos", "mancomunalistas", "anarquistas", "revolucionarios", etc., cuando no los simples "hasistas", provocando con su caída el eclipse del "periodismo obrero", el desfon-ihimiento del "teatro popular", el olvido de la "democracia mutualista", la folklorización de la "cultura popular" y, no lo menos, el sepultamiento de la fuerza vital de la lógica que transita desde 'P', confiadamente, hasta 'G'. Finalmente, so-hre esa misma línea de arenas movedizas ha levantado su edificio la modernidad intemacionalista.

¿Es posible, hoy, resucitar esa fuerza vital y formalizar de una vez por todas la higica del tránsito prohibido?

De ser posible -todo es posible en historia-, sería, en todo caso, una tarea difí­cil. Las dificultades son muchas. Se enumeran algunas de ellas:

(1) La lógica histórica se mueve en transversal respecto de la lógica convencio­nal dominante, que está basada en los principios (estatizantes) de identidad. La ciencia oficial razona, en todo lo esencial, con tiempo detenido, o concentrada en los cortos plazos. Por el contrario, el "bajo pueblo" no puede discutir su destino sino con el tiempo en movimiento, y concentrado en los cortos tanto como en los largos plazos. De imponer su lógica, el "bajo pueblo" tendría que asumir la tarea (le reeducar a la sociedad (y a su clase política), para hacerla pensar a su compás, históricamente.

(2) De lo anterior se deriva otra dificultad lógico-práctica: el "bajo pueblo" necesita rectificar la definición de los universales fundamentales. La idea de 'to-(alidad', por ejemplo, no podría continuar reducida al 'conjunto de la iiistitucionalidad vigente', o a la noción vaga de 'modernidad', o a la ficción 'siste­ma autónomo de relaciones sociales'. Para el "bajo pueblo", la totalidad no es sino

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un proceso social de realizaciones concretas, desenvuelto en el tiempo (no sobre él), de sustanciación factual de un específico proyecto histórico-social. Frente a los sistemas autónomos, de evidente conjugación abstracta, opone sus redes locales de relaciones vivas, a menudo solidarias, de autodesarrollo. Frente al concepto de 'totalidad autosuficiente', que confunde la participación de las bases con la ano­nadación de su protagonismo efectivo, el 'bajo pueblo" opone sus 'paquetes protagónicos' en expansión, que redondean hacia afuera (no hacia adentro) los límites móviles de las totalidades concretas. Todo lo cual sugiere que el "bajo pue­blo", para moverse eficazmente en la línea de su proyecto histórico, tiende a refundar la sociedad nacional sobre una relación distinta entre 'G' y 'P': no la relación polarizada con hegemonía en 'G', sino el corpus dinámico 'P-G', que de­manda fuertemente una definición social e historicista de la 'totalidad'.

(3) Del mismo modo, el "bajo pueblo" necesita centrar la ciencia, la teoría y la política, no sobre sujetos abstractos (como el sujeto cognoscente de tipo cartesia­no, con mente en blanco y conciencia pura, que rige la gnoseología oficial), ni sobre ciudadanos 'modernos', cibernetizados (con protagonismo político progra­mado para que deposite votos y emita opiniones de encuesta), sino sobre 'sujetos humanos vivos'. Es decir, sobre chilenos de carne y hueso que, en respeto a su propia humanidad, repelan la identidad "hombre-masa" (que muchos confunden con "hombre moderno"), y quieran legitimar y protagonizar sus potencialidades concretas, materiales y espirituales, por más complejas, cualitativas y contradicto­rias (o premodernas) que ellas puedan aparecer. El "bajo pueblo", compulsivamente orientado a caminar por senderos de humanización -que desarrollen al 'hombre integral'-, es refractario a toda definición o/y práctica de homunculización o ra-quitización de los sujetos, cualquiera sea la razón de Estado dada para ello: sea por necesidad estructural de fragmentación funcional, o por simple sincroniza­ción teorética. Sin 'sujetos integrales', no podrá haber nunca 'democracias integrales'. La imposición de una definición concreta e integralista del sujeto cog­noscente, social y político, por sobre la pléyade de definiciones fragmentarias, es una tarea popular de enorme trascendencia, y de una también enorme dificultad práctica.

(4) La 'ciencia popular' no trabaja en situaciones artificiales de laboratorio, o en planos enrarecidos de alta abstracción, sino en la propia carne popular y en el interior de un apretado proceso social a toda marcha. Se mueve en pleno tráfico de las vías (prohibidas) que confluyen a las "grandes alamedas". Es ciencia en movi­miento, del movimiento y para el movimiento. Para ella no rige, por lo tanto, el imperativo categórico de detenerse en seco para buscar "verdades objetivas" (esto es, intemporales). Sus científicos no tienen que hacerse asépticos y descontami­narse de toda partícula historicista por medio de arrellanarse en los sillones

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(diilemplativos de la observación pura para satisfacer los complicados requeri­mientos (o justificaciones) formales de la razón en estado de reposo histórico. La 'ciencia popular' debe hacer ciencia en el centro mismo de la contaminación. No llene que producir verdades descontaminadas desde su nacimiento, sino facilitar los procesos reales de descontaminación estructuralista, cuyo bloqueamiento ha ge­nerado y evidenciado -hasta la dolorosa náusea existencial, la demostración científica suprema para el "bajo pueblo"- la repelida contaminación concreta de his celdillas 'P'. La 'ciencia popular' tiene que trabajar, pues, para producir 'verda­des de realización y movimiento'. O sea, verdades de historicidad. Verdades ((instruidas a partir de la vitalización científica de la hasta ahora apozada "cultu­ra popular".

(5) Todo lo anterior significa que la eventual 'ciencia popular', para desarro­llarse, tiene que traficar a espaldas de la 'ciencia oficial'. Y esto es riesgoso, no porque eso equivalga a caminar por oteros no científicos, sino porque es lo mismo (|ue caminar por senderos sin mucha tradición en Chile, sin un profundo holla-iniento previo y, sobre todo, sin reconocimiento oficial. Equivale a merodear en I orno al encenagado paradigma historicista, donde de nada sirve invocar la simili-liid con la Historia oficial porque ésta -como se vio- está ocupada en pulir, a plena luz del día, la res gestae de la Nación. De consiguiente, quien intente cultivar siste­máticamente las intuiciones acumuladas de la ciencia reclusa se sitúa, si no en .iieas no-científicas, cuando menos en estratos donde el prestigio intelectual no llega sino por excepción. Y del desprestigio a la ilegitimización oficial hay solo un paso.

(6) Por último, y no es lo menos, practicar la lógica prohibida es tanto como impulsar las funciones históricas (de 'P') contra las funciones estructurales (de 'Ci'). O sea, presionar o atentar contra las leyes y valores positivos que sostienen el eiiuilibrio institucional de la Nación. No se puede negar que gran parte de la histo­ria que el "bajo pueblo" chileno ha tejido, teje y proyecta, se mueve sobre el filo (le la legalidad vigente, y a menudo contra ella. Es imposible ir de 'P' a 'G' sin estropear el ámbito 'G' en varios frentes; o mejor dicho, sin desmontar de algún modo las bases de su hegemonía y los carteles de sus prohibiciones. Por ello, la eventual 'ciencia popular' estará siempre bajo sospecha oficial. Y esto es, sin lugar a dudas, una complicada dificultad 'política'.

Las dificultades han sido y son, pues, muchas. Sin embargo, ninguna de ellas ha sido o es suficientemente lapidaria como para matar la historicidad que late, como su propia sangre, en el movimiento popular. Ni para exorcizar el fantasma de la ciencia popular en ella reclusa. Aquella historicidad y esta ciencia reclusa -el alma dual del movimiento popular chileno- se sostienen en una suerte de inmortalidad.

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que será tan perpetua como el sistema de dominación que le da vida. Y esto no es poco decir: equivale a que el movimiento popular monopolice, por largo tiempo, la historicidad estratégica de la Nación. Lo que no es un capital despreciable, para empezar una empresa de largo plazo.

Es eso, a final de cuentas: el temor a la irreductibilidad histórica del "bajo pueblo", lo que ha regido y sigue rigiendo la nerviosa vigilancia armada de las capas dirigentes sobre su monopolizado sistema 'G'. Es ese miedo, más que otros. Pues no es lo mismo monopolizar las estructuras y sistemas, que monopolizar la historia. La ciencia oficial puede remendar fácilmente las brechas lógicas y aun políticas que eventualmente se detecten dentro de los sistemas de dominación (la identidad estática y la tautología se corrigen por ajustes en su coherencia inte­rior), pero no pueden hacer mucho frente a las erupciones históricas que revientan de repente desde el bajo fondo externo (social) de los sistemas. Es el miedo a la historia, que, por mucho tiempo, ha estado retroalimentando las actitudes y accio­nes estratégicas de tipo ahistórico en Chile. Dentro de las cuales, la violencia represiva, más allá de todo valor y toda ley 'G', es la más digna de mención, no solo porque involucra actitudes y acciones sistémicamente contradictorias (anti-'G'), sino porque ha dado lugar a un fenómeno histórico-político interesante: el retorno desde las fases de violencia represiva ('G' contra sus 'principios'), a una fase de restauración de los 'principios de siempre'. Normalmente, este retorno ha estado acompañado de jubilosos abrazos de reconciliación nacional, fraternales elegías a los muertos que quedaron en el desvío, refrendación pública de las 'tradiciones nacionales' (ideas portalianas 'G', no otras) y sonriente reposición de los carteles que prohiben transitar de los (modernizados) callejones a las "grandes alamedas".

Las excentricidades del sistema (de alto costo social), se compensan con su re­centralización nacionalista (de alto significado valorico en clave 'G'). Son los sístoles y diastoles que logran hacer olvidar el miedo 'oficial' a la historia.

g. El opio del "bajo pueblo", o las suplantaciones de la 'ciencia popidar'

Al mantenerse el estado de reclusión de la ciencia popular, se han creado condiciones para que proliferen, en torno al "bajo pueblo", prácticas ideológi­cas de dudosa calidad científica y de alto costo social en su implementación. El que casi todas ellas hayan entrado en escena henchidas de buena voluntad y mística, animando procesos sentimentalmente respetables, no aminora el hecho subyacente de que, desde un punto de vista técnico, han sido sofisticadas impro­visaciones, a menudo irresponsables. Con el paso del tiempo, algunas de ellas han llegado a encarnarse profundamente en los montículos estáticos de la "cul­tura popular", como rescoldos que se resisten a desaparecer. Con todo, desde la perspectiva del paradigma histórico, no aparentan ser otra cosa que perversos

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íiiicedáneos o frustrantes suplantaciones de una ciencia popular que debería ser V que no es. O que es solo una ciencia reclusa.

lisas suplantaciones han sido, en Chile, de dos tipos: las que simplemente han ri'producido el 'profetismo popular', y las que han reproducido las formas 'G' de liiicer ciencia y política (nacional-populismo). Las primeras, en lo esencial, se han liinilado a justificar y activar ideológicamente los 'reventones historicistas' y las 'salidas desordenadas' del "bajo pueblo", recubriendo el instinto popular con un rápido (aunque vibrante) discurso teórico, compuesto, más a menudo que no, de ilustraciones historiográficas, versículos de ortodoxia clásica, consignes revolucio­narias y arengas axiológico-voluntaristas. Las segundas han operado, más bien, en el sentido de contribuir a la constitución y reproducción de una clase política de i/(|uierda que, de un lado, pueda conducir al "bajo pueblo" al copamiento popular del Estado Nacional; y de otro, pueda resolver todos los problemas populares des­di' el interior de los aparatos 'G' de Estado (convenientemente reformados); proyección y trayecto que se lubrica con un discurso técnicamente economicista, doctrinariamente político, precedido de una dosis mayor o menor de antecedentes históricos. En general, se puede observar que ambas suplantaciones operan sobre |)rocesos sociales y políticos de antigua data en Chile, sin apartarse demasiado de la dirección normal que aquéllos han tenido, lo que desnuda la verdadera natura­leza de esas suplantaciones: se trata de aditamentos ideológicos que funcionan como elementos de "agitación y propaganda", no como prácticas científicas abo­cadas a trabajar los problemas estratégicos de la sociedad chilena.

El profetismo popular, por ejemplo, ha sido un activo creador de mitos propa­gandísticos. Se pueden citar algunos: el de la "vuelta de tortilla" (la Revolución, la Huelga Insurreccional, la Toma del Poder, la Dictadura del Proletariado); el del advenimiento de la "prosperidad para todos" (fantasías religiosas de campesinos y mineros en el siglo XIX, demagogia electoral en el XX); el de los "caudillos-gallos de pelea" (J. Balmaceda, L. E. Recabarren, P. Aguirre, S. Allende, etc.); el de la "invencibilidad" (toda victoria es "definitiva" y toda derrota denota "honor y heroísmo"); etc. El profetismo es una ideología política que tiende a mitificar la realidad, rodeándola de eventos catastróficos, pero 'buenos', que advienen por sí mismos en algún tiempo indeterminado (no se los entiende como hechos social-mente construidos); de héroes situados por sobre los eventos, cuya habilidad y "muñeca" bastan -se cree- para el logro de los grandes objetivos, eximiendo a muchos de construir en lo cotidiano; de derrotas que devienen en heroificantes cultos a la muerte, no en procesos pragmáticos de superación del mero profetismo; etc. La reafirmación constante de esas realidades 'trascendentes' ha determinado (jue los militantes y seguidores involucrados en esta mentalidad política desarro­llen, por sobre todo, las virtudes propias no de la eficiencia pragmática, sino de la

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ortodoxia: fe en la victoria final, voluntad inquebrantable de lucha, entrega total a la causa, ascetismo político. El profetismo no pone énfasis en el estudio científico de 'P' y en las salidas desde 'P', sino en la moral del militante. En consecuencia, no necesita de una investigación estrictamente científica, sino más bien de una ade­cuada ejemplificación historíográfíca de los momentos heroicos de la lucha popular, fueren ellos de victoria o de derrota, locales o foráneos. Necesita elevar la moral combatiente, no conocer mejor la realidad social. Opera sobre los instintos histori-cistas puros del "bajo pueblo", no sobre la viabilidad de su proyecto histórico. De este modo, este tipo de suplantación tiende a la folklorización y a girar en círculos en torno a la (estática) "cultura popular", aumentando su gravidez circular''.

La suplantación nacional-populista ha operado, en cambio, fundamentalmente sobre órbitas de tipo 'G'. Como se dijo, este tipo de suplantación combina pragmáti­camente los conceptos generales del marxismo-leninismo sobre Capitalismo, Estado y Partido, con las normas generales de la Constitución Política (liberal) de Estado. Los conceptos marxista-leninistas han configurado, en este caso, una suerte de cons­telación general que, en la política contingente nacional, ha operado más como un conjunto de nortes orientadores o amenazadores (según el punto de vista), que como un conjunto de proyectos viables que estén en "la orden del día". En esa posición, han dado vida a una suerte de profetismo parlamentario de izquierda que, de un lado, se afirma en los programas de Partido (no de Gobierno); y de otro, en los discur­sos parlamentarios para masas (no legislativos). Se diferencia del profetismo popular en que éste se sustancia en acciones, mientras que el parlamentario lo hace, sobre todo, en discursos. En cuanto a las normas constitucionales, el nacional-populismo rige por ellas su conducta política, que sí está en "la orden del día"; por donde, mientras el discurso nacional-populista tiende a una radicalización profética, las acciones políticas concretas (históricas) del mismo tienden a la confirmación estruc-turalista de los aparatos 'G'. Obviamente, este tipo de suplantación teórica no está centrado en una moral militante de tipo heroicista, sino de tipo parlamentarista; es decir, no se exige entrega total a la causa, sino habilidad para maniobrar, negociar, moverse en dos o tres planos, cargando dos o tres identidades ideológicas. Como en el otro caso, aquí no se requiere investigación: primero, porque el marxismo-leninis­mo está tomado de un modo profético-parlamentario; y segundo, porque la normatividad constitucional impone las verdades objetivas 'G' a las acciones políti­cas concretas. El "bajo pueblo", enganchado desde la izquierda por la retórica

Varios autores consideran que en Chile se lia consolidado, en los estratos populares, una suerte de "cultura comunista". Sobre esa "cultura" surgen, de tiempo en tiempo, movimientos y reacciones políticas consistentemente izquierdistas, que no es posible ignorar.Véase intervenciones d e l Moulian en "Historiografía ciiilena: Balance y perspectivas" (Seminario), en Proposiciones 12 (1986).

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|H()lt'tica del marxismo (en 'G'), activa sus sueños proféticos instintivos (en 'P'), solo liiiia hallarse históricamente atrapado desde su derecha por la normativa constitu-(ioiial. Con lo cual, como siempre, sus sueños "sueños son". Pero los que conocen pidlcsionalmente los arcanos de las teorías generales (incluyendo sus revisiones (Diiiemporáneas) y dominan el arte de moverse entre los intersticios negociadores (le la normatividad, prosperan y se consolidan como grupo específico o estrato fun-(ional. Es la clase política populista. Esto, que el "bajo pueblo", tras el peso de sus sueños, de todos modos ve y recuerda, es lo que ha formado y desarrollado la conoci­da socarronería popular respecto de "los políticos" de todos los tiempos*.

No hay duda de que el marxismo chileno, más allá de lo que el marxismo en general ha representado en la historia de las luchas populares en el mundo y del respeto que merece su rol en las luchas populares locales, ha sido de hecho una suplantación de la ciencia popular chilena que se ha encarnado tanto en el profe-lismo popular (de clave 'P') como en el profetismo parlamentario del nacional-populismo (de clave 'G'). Esta doble encarnación profética ha magnifica­do ideológicamente, de una parte, su poder histórico real, más allá de lo que eficientemente ha sido; y de otra, lo ha eximido de sus tareas propiamente cientí­ficas, en desmedro de la ciencia reclusa". No es extraño, pues, que hoy no solo el "bajo pueblo", sino la misma clase política de izquierda, constituyan trozos diná­micos (en crisis) de realidad que están en búsqueda de 'un' (o 'su') pensamiento;

Esta visión crítica que la ciase popular tiene de la clase política civil es más antigua de lo que habitualmente se cree. A modo de ejemplo -entre muchos- véase el siguiente texto: "Se nos echa en cara nuestra ignorancia, nuestros vicios, y se nos llama chusma y plebe toda vez que intentamos salir de la nulidad a que estamos condenados... que sólo podemos habitar lugares apartados del resto de la sociedad: jente temible que pone en alarma a una población temerosa de ser saqueada por noso­tros. Tenemos todos estos temibles dictados si alguna vez mostramos tener voluntad y opinión propia. Todos estos defectos, todos estos insultos sólo cesan cuando estamos en víspera de una elección popular. Los que ayer nos infamaban, nos salen al encuentro: nos dan la mano: nos preguntan cómo nos va: si tenemos trabajo: nos halagan y nos ofrecen su protección y muchas veces dinero... Semejan­tes protectores, ¡oh, pueblo de mi patria! son mentidos. Os halagan en ese momento porque tienen las miras de arrancaros vuestro voto... Cuando haya concluido la votación, ya no os conocen..." En: Edito­rial de La Libertad. Órgano reconocido del pobre y del roto (Valparaiso) 1, N" 1 (1851); 2. Opiniones simi­lares se han vertido en el Taller de Movimientos Sociales de ECO (véase Informe. . . ). En una carta a K. Marx, F. Engles recordaba que "la concepción materialista de la historia también tiene ahora muchos amigos de esos para los cuales no es más que un pretexto para no estudiar la historia ... sir\'e a muchos escritores... como una simple frase para clasificar sin necesidad de más estudio todo lo habido y por haber; se pega esta etiqueta y se cree poder dar el asunto por concluido. Pero nuestra concepción de la historia es, sobre todo, una guía para el estudio y no una palanca para levantar construc­ciones a la manera del hegelianismo. Hay que estudiar de nuevo toda la historia, inve.stigar en detalle las condiciones de vida de las diversas formaciones sociales, antes de ponerse a derivar de ellas las ideas políticas..." (Citado por J.A. Ramos, Historia de la Nación Latinoamericana (Buenos Aires, 1968) p. 520.

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es decir, que formen parte sanguínea de la estancada pero siempre convulsa cien­cia reclusa""'. La crisis del marxismo chileno -independientemente de la crisis mundial del marxismo- tiene raíces locales. Y son éstas, sobre todo, las que deben ser examinadas.

La represión absurda que los aparatos estatales 'G' han desencadenado regu­larmente sobre los intelectuales y políticos de tipo profético (de ambas variantes), y en general contra todas las suplantaciones de la ciencia popular, aparte de ser desproporcionado (el profetismo popular ha sido regularmente ineficiente y, por esto mismo, menos peligroso de lo que se teme), ha fertilizado el suelo martirológi-co en el que esas suplantaciones han florecido y se han pasmado, reproduciendo en círculos tanto la violencia política popular como su propia ineficiencia históri­ca. Y con ello se ha mantenido viva, década tras década, la irracionalidad política global, de largo plazo. Sin duda es cierto que la persecución sistemática al "mar­xismo chileno" ha repuesto, tras cada 'reventón', el sistema dominante en su sitio de siempre; pero no ha hecho al "bajo pueblo" ni más racional en sus acciones, ni más científico en sus movimientos. Simplemente, ha prolongado la peligrosa efica­cia 'marginal' e irracional del "opio político" que lo obnubila.

h. Arrostrando ¡os riesgos del paradigma histórico

La investigación a la cual esta Introducción sirve de pórtico y propuesta, se refiere a los "hechos y procesos" de violencia política protagonizados por los sec­tores populares de la ciudad de Santiago entre 1947 y 1987. Es decir, se refiere a un cierto tipo de movimiento histórico desde 'P' que, a través de actitudes y accio­nes políticamente "violentas" (según catalogación oficial), atentaron de diversos modos y grados contra la normatividad constitucional establecida por entonces, lo que dio al período su carácter típico de crucialidad estratégica.

Durante ese período, las dos suplantaciones ideológicas dominantes en el movi­miento popular -descritas en la sección anterior- comandaron una salida a fondo de ese movimiento, tendencia que provocó una movilización general de los grupos y aparatos 'G' dominantes. El resultado -de todos conocido- fue el retorno forzado del "bajo pueblo" a su reclusión estructural, el fracaso teórico y político de las suplanta­ciones indicadas, y la restauración radical de las formas más puras de la dominación 'G'. El período 1947-87 encierra, pues, un ciclo histórico-estructural completo de las relaciones entre 'G' y 'P' que se han perfilado más arriba; relaciones que, de modo apropiado, podrían denominarse convencionalmente como de 'violencia política'.

Sobre la crisis de la izquierda chilena vista desde ios movimientos social-populares, ECO "Infor­me...", en Cal y Canto. La Revista de los Movimientos Sociales en Chile 1, N° 1 (1990).

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Como se señalara antes, esas relaciones componen un problema estratégico (|iic tiene dos entradas reales y dos paradigmas epistemológicos válidos. Este tra­il.ijo está abocado al estudio de ciertos aspectos de aquel problema y, por ende, |iodría optar entre tres paradigmas epistemológicos; (a) el de entrada en clave 'G'; (1)) el de entrada en clave T'; y (c) el llamado paradigma 'objetivo' (que tomaría simultáneamente ambas claves). Para este trabajo, el paradigma 'G' se descartó, piles su lógica conduciría inevitablemente a producir otra condenación ética del descontrol historicista del "bajo pueblo" y a suscribir otra o la vigente justifica­ción ética del sistema 'G' dominante, lo que, naturalmente, le restaría sentido histórico a esta investigación. En cuanto al paradigma 'objetivo', no podía ser to­mado como esquema central del trabajo, porque, de una parte, la forma en que iisiialmente se lo maneja (empírico-cuantitativa), es epistemológicamente coinci­dente con el paradigma ahistórico, y de otra, al no existir suficiente acumulación (le estudios en perspectiva 'P', el resultado de su aplicación sería igual coincidente con el paradigma 'G', sobre el cual hay sobreabundancia de estudios. Se llegó, pues, a la conclusión de que debía adoptarse el paradigma histórico enfocado a la entrada 'P', utilizando, entre otros, ciertos métodos del paradigma 'objetivo'.

Se optó, pues, por el paradigma riesgoso. El que se sitúa en el lado oscuro de la concepción de mundo y sociedad dominantes en Chile, y algo en el subsuelo de los prestigios científicos oficiales. Lo que equivale a navegar en lo que podría llamar­se la 'latitud Galileo' del planisferio científico-social: aquella posición u hondonada donde el sistema hegemónico, defendiendo su existencia, arroja sus temores, sus fobias e inhibiciones de todo tipo; hoyo negro que en Chile ha recibido diversos nombres; "anarquismo" en el pasado lejano, "marxismo" en el pasado reciente, "basismo" (tal vez) en el pasado-futuro (en suma, cualquier sinónimo político de Mo nefando'). Zona legendaria que muchos intelectuales evitan, porque atrae la sospecha de 'particularismo', 'acientifismo', 'historicismo', que no dan al involu­crado ni prestigio ni hegemonía (excepto la heroica), sino, más bien, relegación. Es zona de perdedores. Sin embargo, la latitud Galileo es la ruta y la ecología social ineludibles para el desarrollo de la ciencia popular Y es ésta la ruta elegida para este trabajo.

Dos puntualizaciones, antes de cerrar esta Introducción. La primera: el paradigma historiográfico objetivista (tradicional) recomienda

laxativamente, como garantía de seriedad científica, ir a los hechos y quedarse, descriptiva, cualitativa y cuantitativamente, entre ellos. Y solo allí. Sin embargo, esta recomendación envuelve un problema. Es que el objetivismo historiográfico involucra atenerse a los hechos puntuales, determinados por el aquí y el ahora de su consistencia coyuntural, con olvido o devaluación de los procesos mayores y de largo plazo. Pero los hechos históricos no son unidades fragmentadas o átomos

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