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La Vieja, una quebrada con un millón de amigos Por Myriam Bautista, para la Revista Diners. Fotografías de Andrés Plazas. Septiembre de 2013

La vieja, una quebrada con un millón de amigos

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Artículo escrito, para la Revista Diners, por la periodista y Amiga de la Montaña Myriam Bautista sobre la experiencia de subir a caminar en la cuenca de la Quebrada La Vieja, en los Cerros Orientales de Bogotá, Colombia.

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La Vieja, una quebrada con un millón de amigos

Por Myriam Bautista, para la Revista Diners. Fotografías de Andrés Plazas. Septiembre de 2013

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Por Myriam Bautista, para la Revista Diners. Fotografías de Andrés Plazas. Septiembre de 2013

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Una quebrada en medio de la capital es el oasis perfecto para

cientos de personas que la recorren a diario con el fin de

recargarse de la energía que les roba la ciudad.

Gozo y deleite. Tal vez sean estas dos palabras las que

expresen mejor la sensación que experimentamos quienes

subimos a diario a la quebrada de La Vieja, y digo tal vez

porque no se encuentra verbo ni sustantivo ni calificativo que

describa, en toda su magnitud, esa impresión. En palabras

de Arturo Guerrero, columnista de El Colombiano, “en la

montaña estoy frente a la historia del planeta. Allá están los

originales pájaros, piedras, aguas, árboles, aromas. De vez

en cuando cruza Eva”.

Las bromelias exuberantes, los hongos de colores

impensables y de todos los tamaños, los colibrís con las

mariposas sorprendiendo por doquier, los pájaros carpinteros

abriendo y cerrando puertas, el sonido del agua brotando con

furia en días lluviosos y de manera suave y acompasada en

los calurosos, la vista de una ciudad lejana y estática y,

muchas veces, hasta las cumbres blancas de los nevados

cercanos. Todo esto y mucho más es lo que encuentra el

caminante que llega a la quebrada de La Vieja, en la calle 70

con avenida Circunvalar de Bogotá.

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Con el correr de los años –la camino desde el 2001–

aumentan los deportistas que la suben trotando y que bajan

cubiertos de sudor, jadeantes y felices de su fortaleza física.

Pero estos son los menos. Los demás son decenas de

hombres y mujeres, de todas las edades, que la han

convertido en el ideal para iniciar un nuevo día: la caminan

con tranquilidad, la huelen, la miran, la tocan con respeto y,

por sobre todo, se la gozan. Liliana Morales, propietaria de la

tienda ecológica Clorofila es una de ellas. “Es callar los pitos

con el golpe de agua a tres pasos de entrar en la montaña”,

explica. O la oftalmóloga y profesora de la Universidad de El

Bosque, Lucía Moncada: “Es mi sensación de plenitud. Mi

espacio de reflexión reposada y la posibilidad de salir de

Bogotá en pocos minutos”.

La primera vez que locales o foráneos la conocen es muy

similar. No se lo creen, lanzan gritos de emoción, ríen y, en

muchas oportunidades, los muy sensibles, hasta lloran de

felicidad. Los ornitólogos llegan, en excursión desde distintos

lugares de Colombia y hasta del extranjero, a avistar pájaros

diversos y caminantes expertos la visitan cada vez que

pueden porque las elevaciones son las justas para poner a

prueba su resistencia.

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Cantantes, políticos, funcionarios, consultores privados,

artistas, periodistas, escritores, estudiantes, empresarios,

diplomáticos, todos suben de lunes a viernes, acompañados

de sus mascotas, con sus guardaespaldas o con sus amores,

pero también en soledad. Un sendero denominado “camino

social” y que llega hasta el llamado “claro de luna”, es el

predilecto para quienes gustan sentirse acompañados.

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Puede ser el final de toda la caminata o solo la primera etapa.

Más arriba se encuentra “La Virgen”, meta de los más recios.

Y desde allí otros senderos, otras rutas para los más

aventureros.

Los sábados llegan, casi siempre, hordas de caminantes

variopintos que hacen ejercicio cada ocho días. Son grupos

bulliciosos, con comiso incluido, que poco a poco se conectan

con el lugar, por obra de la naturaleza que sosiega, pero que

por venir de sitios lejanos de la ciudad no pueden hacerse

asiduos. Lo quisieran y lo intentan, pero no logran empatar

sus obligaciones con sus deseos.

Haciendo caso a quienes me repetían que por ser fumadora

debería hacer ejercicio, di los primeros pasos por esta

montaña en compañía de un amigo periodista y de una artista

con genio que nos enseñó a perderles el miedo a las alturas,

a incursionar por parajes desiertos y a hacer de la máxima

“todo lo que sube, baja”, una convicción. Al año deserté de

su compañía y comencé a subir en solitario lo que día tras día

me da grandes satisfacciones y me hace más independiente

y libre. Prefiero los senderos solitarios para hacer un poco de

yoga y meditación y nunca he sentido miedo ni angustia. He

encontrado seres maravillosos como un anciano, un ángel

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digo yo, que me brindó un banano y su conocimiento para

encontrar el camino. O un recolector de eucalipto que me

aconsejó no demostrar miedo ante extraños, como él, porque

podría ser sujeto fácil de robos. O un caminante aterido de

frío que me pidió le subiera la cremallera de su pantalón

porque se había metido a la quebrada helada y tenía sus

manos encalambradas. O unos jóvenes que al verme un día

hincada en el suelo, preocupados, se decían uno al otro:

“Marica, pobre esa señora que está tirada, qué hacemos”.

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Levanté la cabeza y les di parte de tranquilidad. Se fueron

contentos.

No somos un grupo, pero a fuerza de toparnos a diario nos

hemos vuelto cercanos. Y, por eso, uno de nosotros se ha

encargado de censarnos, enterarnos de muertes y

enfermedades de los asiduos, de los objetos perdidos y

recuperados, de brindar seguridad por medio de jóvenes

policías que hacen guardia diaria por todo el recorrido y hasta

nos ha dotado con un botón que nos identifica como “Amigos

de la Montaña”. Él es Andrés Plazas, nuestro “Jefe”, guía y

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timonel por ese lugar único que amamos y respetamos.

Ingeniero civil e industrial en uso de buen retiro lo dice con

claridad: “Subir a caminar a la montaña significa

reencontrarme con la vida, encontrarme con el otro y

conmigo mismo. Y con esos encuentros la posibilidad de

construir una Bogotá más feliz para todos”.

*Myriam Bautista: Periodista independiente. Caminante.

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