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La Silicíada Published on Centro Onelio (http://www.centronelio.cult.cu) La Silicíada Por: Carlos Rivero Silva [1] Como estaba resuelto a perderme las sirenas no cantaron para mí I Solo yo conozco el secreto que se esconde detrás del canto de las sirenas, pero no me es dado revelarlo. ¿Cuántos arcanos de la historia no se han ido para siempre a descansar a la tumba de una sola persona? La Historia más cruel es aquella que surge de las sumas de esos silencios. Nadie tiene derecho a marcharse con tanto, es cierto, pero no he sido yo quien lo ha dispuesto así. Si pudiera hablar, pediría que me recuerden, porque he de morir pronto y temo lo que cualquier persona teme antes de morir. Quisiera que mi epitafio fuera: “Aquí yace Sandro Funes quien escuchó el canto de las sirenas y vivió para describirlo en lengua digna”. Pero no puedo escribir, no puedo hablar, no recuerdo cómo funcionan las palabras, pero sí puedo recordarlo todo con la certeza justa como para darme cuenta de que conozco una verdad inútil. Pero ya que se me ha prohibido dar testimonio cierto, puedo decir las maneras en las cuales nada de esto ocurrió: Silicia no es la lámpara mágica de Aladino. No cumple deseos: los produce. Pero saber esto no fue suficiente para disuadirme de buscarla. Apareció por vez primera en un sueño lúcido en los que, llegado a un punto, eres consciente de que quien te persigue no te alcanzará, o que no morirás al culminar la caída libre o que no te avergonzarás por quedar desnudo frente a todos. Al cabo, maldices el momento en que te diste cuenta. Te aferras a esa gran metáfora que es el mundo onírico y dices: “¡qué importa que esto no sea real!”. En aquellas noches adquirí el don que me condujo a quedarme sordo y afásico. En las películas, la incapacidad del protagonista se le recompensa con un don, pero a mí me sucedió lo inverso: el don me atrajo una incapacidad. Como sinestésico supe que el gusto salado era esdrújulo y agudo el dulce, que el susurro era violáceo, y que la puerta al cerrarse contra su marco amarillaba el cuarto como todos los ruidos de percusión, quizá un poco frío, casi un ocre. Percibir el sol era un martillazo ensordecedor que me aturdía de claridades hasta despertarme. Un gran don sin dudas. Pero una noche, de repente (porque como dice Chejov, en las historias siempre sale a relucir un “de repente”), soñé que era una chica de pelo corto y ojos felinos que se convertía en una estatua de silicio en frente de todos en una biblioteca. Sentí cómo mis huesos se quebraban y un sonido muy agudo quisiera ensancharse dentro de mis oídos hasta hacerlos estallar; pero nada de dolor. Grité. Entonces todos se voltearon hacia mí, pusieron su dedo índice sobre sus labios y emitieron un ¡shshsh! Un hombre calvo se quitó los audífonos y como pretexto para flirtear con la rubia de enfrente le dijo en voz baja: —¿Y a ella qué le pasa? —Parece que se está convirtiendo en una piedra de silicio —respondió la rubia y dejó ver los aritos de ortodoncia mientras tomaba un sorbo de agua de una de esas botellas plásticas con absorbente. Entonces el calvo se remangó la camisa como si fuera a cambiar los neumáticos de un auto. Tomó su laptop y se sentó en la mesa de la rubia que ensayó una sonrisa severa, pero que alivió de inmediato en una expresión tibia y crujiente como un croissant. —Un espectáculo maravilloso. ¡Qué lástima que haga tanto ruido! ¿Quieres pedir un deseo? —Yo no creo en esas cosas. Sin embargo, sí me parece algo bello; vamos, que no soy de piedra —repuso ella y ambos rieron. —Pues entonces te la voy a regalar. Me tomó tiempo recuperar la calma. El silicio había cubierto mi cuerpo nuevo hasta la cabeza, al punto de que a través de ella la luz de la bombilla proyectaba en el suelo un arco irisado. Alguien que parecía conocerme me hizo una señal desde el pasillo que conformaban varias parejas de anaqueles. Era un joven contrahecho, de nariz abultada; llevaba un pullover negro con una pipa marrón y un gran letrero que decía: Ceci n'est pas un rêve. Se acercó y puso un volumen sobre la mesa, extrajo un sándwich de un envoltorio de aluminio y comenzó a comer como si no temiera ser amonestado. Yo, aunque inmóvil, pude ver de qué se trataba: era un índex de citas sobre lugares perdidos. El joven me observó hasta mientras terminaba de comer. Luego me dijo: Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. La Habana, Cuba. Desarrollador web: Juan Rey Hernández Cabrera . © Todos los derechos reservados. 2015. deneme Page 1 of 6

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La SilicíadaPublished on Centro Onelio (http://www.centronelio.cult.cu)

La Silicíada Por: Carlos Rivero Silva [1]

Como estaba resuelto a perderme las sirenas no cantaron para mí

ISolo yo conozco el secreto que se esconde detrás del canto de las sirenas, pero no me es dadorevelarlo. ¿Cuántos arcanos de la historia no se han ido para siempre a descansar a la tumba de unasola persona? La Historia más cruel es aquella que surge de las sumas de esos silencios. Nadie tienederecho a marcharse con tanto, es cierto, pero no he sido yo quien lo ha dispuesto así. Si pudierahablar, pediría que me recuerden, porque he de morir pronto y temo lo que cualquier persona temeantes de morir. Quisiera que mi epitafio fuera: “Aquí yace Sandro Funes quien escuchó el canto delas sirenas y vivió para describirlo en lengua digna”. Pero no puedo escribir, no puedo hablar, norecuerdo cómo funcionan las palabras, pero sí puedo recordarlo todo con la certeza justa como paradarme cuenta de que conozco una verdad inútil. Pero ya que se me ha prohibido dar testimoniocierto, puedo decir las maneras en las cuales nada de esto ocurrió:Silicia no es la lámpara mágica de Aladino. No cumple deseos: los produce. Pero saber esto no fuesuficiente para disuadirme de buscarla. Apareció por vez primera en un sueño lúcido en los que,llegado a un punto, eres consciente de que quien te persigue no te alcanzará, o que no morirás alculminar la caída libre o que no te avergonzarás por quedar desnudo frente a todos. Al cabo,maldices el momento en que te diste cuenta. Te aferras a esa gran metáfora que es el mundo oníricoy dices: “¡qué importa que esto no sea real!”. En aquellas noches adquirí el don que me condujo aquedarme sordo y afásico. En las películas, la incapacidad del protagonista se le recompensa con undon, pero a mí me sucedió lo inverso: el don me atrajo una incapacidad. Como sinestésico supe queel gusto salado era esdrújulo y agudo el dulce, que el susurro era violáceo, y que la puerta alcerrarse contra su marco amarillaba el cuarto como todos los ruidos de percusión, quizá un poco frío,casi un ocre. Percibir el sol era un martillazo ensordecedor que me aturdía de claridades hastadespertarme. Un gran don sin dudas.Pero una noche, de repente (porque como dice Chejov, en las historias siempre sale a relucir un “derepente”), soñé que era una chica de pelo corto y ojos felinos que se convertía en una estatua desilicio en frente de todos en una biblioteca. Sentí cómo mis huesos se quebraban y un sonido muyagudo quisiera ensancharse dentro de mis oídos hasta hacerlos estallar; pero nada de dolor. Grité.Entonces todos se voltearon hacia mí, pusieron su dedo índice sobre sus labios y emitieron un ¡shshsh! Un hombre calvo se quitó los audífonos y como pretexto para flirtear con la rubia deenfrente le dijo en voz baja:—¿Y a ella qué le pasa?—Parece que se está convirtiendo en una piedra de silicio —respondió la rubia y dejó ver los aritosde ortodoncia mientras tomaba un sorbo de agua de una de esas botellas plásticas con absorbente.Entonces el calvo se remangó la camisa como si fuera a cambiar los neumáticos de un auto. Tomósu laptop y se sentó en la mesa de la rubia que ensayó una sonrisa severa, pero que alivió deinmediato en una expresión tibia y crujiente como un croissant.—Un espectáculo maravilloso. ¡Qué lástima que haga tanto ruido! ¿Quieres pedir un deseo?—Yo no creo en esas cosas. Sin embargo, sí me parece algo bello; vamos, que no soy de piedra—repuso ella y ambos rieron.—Pues entonces te la voy a regalar.Me tomó tiempo recuperar la calma. El silicio había cubierto mi cuerpo nuevo hasta la cabeza, alpunto de que a través de ella la luz de la bombilla proyectaba en el suelo un arco irisado. Alguienque parecía conocerme me hizo una señal desde el pasillo que conformaban varias parejas deanaqueles. Era un joven contrahecho, de nariz abultada; llevaba un pullover negro con una pipamarrón y un gran letrero que decía: Ceci n'est pas un rêve. Se acercó y puso un volumen sobre lamesa, extrajo un sándwich de un envoltorio de aluminio y comenzó a comer como si no temiera seramonestado. Yo, aunque inmóvil, pude ver de qué se trataba: era un índex de citas sobre lugaresperdidos. El joven me observó hasta mientras terminaba de comer. Luego me dijo:Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. La Habana, Cuba.Desarrollador web: Juan Rey Hernández Cabrera. © Todos los derechos reservados. 2015.

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—Puedes hablar, no tienes que permanecer así petrificada todo el día. Si la información te sirve dealgo, estamos en un sueño. Seguro me querrás preguntar por qué he venido a buscarte y yo teresponderé con gusto, pero por lo pronto no me gustaría hablar con una piedra.Lancé un gemido estéril, anémico, tan bajo que apenas hizo vibrar la masa de silicio.—Intenta hablar más alto pero no te despiertes —dijo el joven, con el envoltorio de aluminio hizo unapequeña pelota para lanzarla al cesto de basura. Entonces volví a intentarlo con todas mis fuerzas yde inmediato se oscureció toda la biblioteca. Me desperté gimiendo sobre la cama y un hilo largo desaliva se tendió entre mi boca y mi almohada, pero me tomó mucho esfuerzo desperezarme y elsueño volvió casi intacto.—Ya me di cuenta que estaba soñando. Me siento raro en este cuerpo de chica pero tengocuriosidad por saber qué significa todo esto. Para empezar… ¿Cuál es su nombre?—No tengo nombre, pero me puedes llamar como quieras, porque serás la única que lo haga. Asípues, selecciona un nombre que puedas recordar bien porque en los sueños es muy difícil recordar.—¿René te gusta? Te llamaré René, como el pintor de esa pipa que llevas en tu pullover.—¿Y qué sabor tiene mi nombre?—Ni idea. Después de todo parece que no soy Sandro Funes. Tengo sus recuerdos pero no sushabilidades. No sé si decir si me siento extraño o si me siento extraña. ¿Nunca te has sentido comosi hubieras sido creado hace algunos instantes con los recuerdos de hace decenas de años?—No lo siento, tengo la certeza. Soy una criatura de los sueños, soy un silicio. Todos podemos serotra persona alguna vez. Las metáforas existen porque manifiestan una verdad que no queremoscreer. Una situación puede ser expresada en términos de otra situación porque puedenintercambiarse realmente —dijo el joven y abrió el libro en cuyo domo había dibujada una sirena—.Tu país es ahora este. Aquí es a donde realmente perteneces —repuso con voz solemne y guardósilencio por unos segundos—. Se llama Silicia y no me preguntes por qué, pues yo no lo puedo sabertodo.—Pero eso no es real.—Es tan real como todos tus deseos. Y los deseos son muy reales, al punto que gobiernan sobre lavida y sobre la muerte. Silicia no es exactamente un lugar, es más bien una conjunción de esosdeseos. Allí es a donde se crean y se modifican, y allí van a parar todos las fantasías frustradas delos hombres. La Atlántida, La isla de los bienaventurados, el Valhalla o el Edén son solo proyeccionesliterarias de este gran almacén. Silicia es tan real como yo, que también soy un silicio. Tú tambiéneres un deseo, el de ser tú mismo, el de aferrarte a la vida y rechazar que en el fondo solo seas unpersonaje de algún sueño ajeno.—Tú eres una imagen en un sueño extraño, nada más que eso. Yo no, acabo de despertarme y hasdesaparecido. Si quisiera, podría hacerte desaparecer de nuevo.—Pero no quieres, porque yo soy uno de esos deseos también, acaso uno de los más vehementespues me has dado carne y un magnifico pullover de René Magritte. He desaparecido para ti porquetú también lo has hecho para mí. Pero aquí han transcurrido 3 días y ya es lunes, así que vayamos algrano antes que los demás nos descubran y sepan que solo son un relleno en el sueño de otro. Miraaquí: hay varias fuentes que hablan del país de los Silicios.Durante varios minutos René estuvo mostrándome citas de diversos autores. Muchos la hacíancoincidir con la Tierra de los bienaventurados o se referían a la capacidad de sus habitantes paraescuchar libremente el canto de las sirenas gracias a su fe en la fuerza de la meditación y lasabstenciones. Así continuó el libro durante varias páginas hasta que, en una de ellas, mi nombreapareció escrito con una referencia a un extenso poema en dáctilos llamado la Silicíada. Sin darmetiempo para sorpresas el joven del pullover negro me dijo:—Esa es la razón por la que he venido a buscarte. Las sirenas, madres de los deseos y señoras deSilicia, te han escogido a ti como la persona que cantará en lengua digna la suerte de su raza. Perono podrás contarle a nadie, aunque quieras, pues cuando atravieses el límite del país de las sirenashabrás de olvidar tu lengua castellana. Desprovisto de lápiz o papel, la epopeya ha de ser escritasolo con tu memoria. Tienes un gran don, pero también un gran destino del que no puedes escapar.Nadie escoge ni cuestiona lo que desea, solo lo hace. Tú quieres escribir este poema épico y haceralgo memorable. Para cumplir tu destino debes venir conmigo a Silicia, pero al entrar aquí,abandónese toda esperanza.

IICuando comencé a escribir la Silicíada las palabras chocaron entre ellas frente a mis ojos y arrojaronchispas metálicas, produjeron metáforas fosforescentes y artísticas conjunciones. Dispuestas todassobre el cielo, yo las contaba. Cada una fue todas las palabras, y como las constelaciones, cada unaCentro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. La Habana, Cuba.Desarrollador web: Juan Rey Hernández Cabrera. © Todos los derechos reservados. 2015.

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era todas las figuras. Solo se debía observar con cuidado.En las mañanas intentaba memorizar los versos que escribía por las noches en los sueños. Cuandouno pierde la memoria verbal va perdiendo de a poco la inteligencia y el orden de las ideas. Almenos eso era lo que pensaban todos los que advirtieron que ya no podía hablar ni escribir encastellano. Si mi historia debiera ser contada por quienes solo me veían en la vigilia, habríancometido una injusticia al decir que padezco de afasia. Si fueran buenos describiendo, compararíanmi afasia con la amnesia de los espejos, los cuales reflejan pero no pueden ver, o quizá con una grancaja donde están todas las palabras amontonadas unas sobre las otras, de donde yo las extraigo ylas muestro al azar. Tampoco sospecho qué narrador escogerían. Quizás lo más apropiado sería unmonólogo interior a lo Joyce o a lo Faulkner, pero desconocen lo que me sucede en realidad. Sinembargo, una tercera persona tampoco es apropiado porque se perdería todo el drama: este yaceatrapado entre mi cerebro y mi lengua. Definitivamente, una tercera persona no va, porque quedaríafrívolo y distante, más o menos así: Los hombres sinestésicos existen: En Dolores había uno que se llamaba Sandro Funes y que nocobraba las consultas. Nadie hubiera creído en alguien que pudiera ver los sonidos o escuchar lossabores, pero era del agrado de todos presenciar cómo Sandro podía dibujar el gusto de un mango oescuchar a qué sabía el nombre de cada cual. Roberto, el mensajero del periódico, supo que el suyosabía a canela mojada. La vecina de al lado, cuyo nombre era Ana y a quien los dulces le quedabanmuy dulces, Sandro Funes le dijo que aunque fuera corto, su nombre sabía a sudor y que preferíallamarla Betty o Yolanda. Un día, a alguien del barrio se le ocurrió tomarle el pelo: preparó unamasijo de distintos sabores en un jarro de aluminio al cual se le fotografió con una cámara decelular. Después, llevaron múltiples fotos de la mezcla a casa del viejo Sandro Funes y lepreguntaron cuáles eran los ingredientes. Para sorpresa de todos, el sinestésico respondió conacierto y de manera prolija. No tardó en transformarse en el orgullo del barrio de Dolores, porque losbarrios pequeños se enorgullecen de todo aquel que los ponga en el mapa. Todo iba bien con sudon, hasta que una mañana comenzó a hablar en una jerigonza extraña y ya no pudo contar más delo que sabía. Los médicos le diagnosticaron afasia como una consecuencia de demencia. Su hijo,advertido de lo que les sucede a los ancianos dementes, lo ató a un taburete frente al televisor de lasala para evitar que se marchara de casa. Como no quiso amordazarle la boca para evitar el ruido delos gritos, prefirió ponerse tapones en sus oídos. Amarrado a su taburete, Sandro Funes pasójornadas completas entre la repetición de palabras extrañas y letanías como esta:De sábala, sarga, de sábala, capa, Silicia.Cote áucea polenda caranda li bian carecín¿lon tírone al fonque um suelven las mipas de Licia?¿um suelven las mipas, sur andes brimande lusín?On calas lauceria si cainte lon siemboke recia,Ke recia lon siembo de tercha tempá palasín.

III—¿Eh, Nadith, tú crees que la música puede hacer que la gente cambie? —Dijo Constantino mientrasregresaba de la cafetería con dos perros calientes.—¿Por qué preguntas eso? ¿Qué estabas escuchando?Constantino extendió la mano con un audífono y lo colocó en el oído de su amiga.—Es Schubert, la sonata No 27.—Al menos hasta aquí me parece un poco caótica, pero sin dudas muy compleja. ¿No crees?—Murmuró Nadith.—Aun no comprendo que tiene de interesante, pero me atrapa un poco. Creo que estoysugestionado por la novela de Murakami que prestaste.—¿Kafka en la orilla?—Exacto. Allí la música es una protagonista silenciosa al punto que la señorita Saeki viajó hacia otrarealidad para conseguir los dos acordes de la canción.—Constantino, se te está derramando el cátchup —dijo ella y le quitó el bolso para buscar algúnpasaje del libro.—Lo dejé en mi casa porque ya lo terminé, aquí solo traje las cosas para el trabajo de curso.—¿Y lo trajiste todo?—Sí. Al menos todo lo que me facilitó el hijo de Sandro Funes. El testimonio creo que está completo,pero las traducciones no. El resto no vale la pena, créeme, apenas se puede comprender unapalabra. El médico diagnosticó afasia al viejo Funes: así que ya te puedes imaginar la jerigonza.Nadith comprobó el contenido de la información que trajo su amigo. Pudo advertirlo: solo había unCentro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. La Habana, Cuba.Desarrollador web: Juan Rey Hernández Cabrera. © Todos los derechos reservados. 2015.

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CD, que con mucha suerte, podía tener información valiosa. Luego caminó unos metros por elparque hasta un asiento bajo la sombra de un framboyán y allí extrajo de su bolso de cuero unabanico y una laptop donde introdujo el CD. Examinó cuidadosamente su contenido mientras seabanicaba. Era una de esas tardes en las que, aunque el cielo se tornara plomizo y al occidente elsol pudiera asfixiarse entre las nubes y el horizonte, la inminencia de la lluvia multiplicaba el calor. Elpetricor, cada vez más próximo, anunciaba la caricia de la lluvia en el polvo visceral de la avenidaque conduce a la biblioteca nacional. Costantino había olvidado su paraguas y hacía notar suimpaciencia agitando su pie derecho y siendo tan lacónico como su amiga.—¿Si ya lo tenemos todo, por qué nos hemos encontrado aquí, frente a la biblioteca?—Porque he tenido un sueño muy extraño donde aparecían algunas citas de un libro que quierocomprobar si está allí —dijo Nadith mientras se frotaba el lóbulo de la oreja y su boca se abríalentamente hasta dibujar un discreto óvalo horizontal—. Quizá recuerde más de mi sueño sientramos, aquí afuera nos vamos a asfixiar del calor. Además creo que en la sala dos hay aireacondicionado. Desde las roncas sístoles y diástoles de almendrones, hasta el efímero y reticente fragor de lasventanillas de los ómnibus, o el apenas perceptible, tántara tan tan tara ta tán de los pasos adestiempo de los transeúntes, hacían del paisaje sonoro de la avenida Boyeros una sinfonía anti-schubertiana. El rumor de la calle exigía un lugar más tranquilo, pues poseía el ritmo de las olas y lapersistencia de un remordimiento. Constantino y Nadith caminaron al ritmo de la ciudad hacia aquelgran templo del silencio.En los umbrales de la biblioteca, antes de llegar al guardabolsos, Constantino se apresuró con elsándwich, pero eso no fue suficiente para evitar ser amonestado por llevar gorra. Un tanto asustado—porque los empleados de las bibliotecas normalmente asustan—, se despojó de su gorra y dejó versu calvicie que simbólicamente adelantaba su calavera.Justo como ella pensaba, enseguida supo hacia dónde debían dirigirse, y para su mala fortuna, eraen la sala uno y sin aire acondicionado. La sorpresa de Constantino aumentó más cuando percibióque ella recordaba el título y la ficha sin consultar el catálogo. Cuando la bibliotecaria lo puso en susmanos, marcharon hacia una mesa bajo la claridad natural y el fresco que entraba por una ventana.—¿Y qué más recuerdas del sueño? –dijo Constantino en espera de ser impresionado otra vez por loque él pensaba que había sido una casualidad.—Recuerdo que yo era Sandro Funes, un sinestésico que debía traducir en poesía sensible laepopeya de un gran pueblo: los silicios. Pero me fue vedado contar lo que allí pude ver so pena deconvertirme en una gran piedra de silicio. Escribí todo lo que pude observar, me puse algo parataparme los oídos e intenté grabar a las sirenas mientras cantaban. Por supuesto que se dieroncuenta y, sin embargo, ese no fue exactamente el castigo que recibí, sino que cantaron tan alto queme aturdieron y quedé imposibilitado para expresarme y comencé a hablar con jitanjáforas.Al escuchar eso, Constantino comenzó a reír y a recitar sarcásticamente algunos versos del poetacubano Mariano Brull:—Filiflama alabe cundre ala olalúnea alífera. Al menos tienes que admitir que todo lo de los silicioses falso y que no existe una tierra llamada Silicia, ni hay pruebas de que Sandro Funes haya viajadoalguna vez —dijo mientras secaba con el exterior de su mano las gotas de sudor que perlaban sufrente.—¿Existe alguna prueba de que Dante haya viajado al Infierno? En el medio del camino de nuestravida me encontré por una selva oscura —citó Nadith con aquel tono solemne que tanto molestaba aConstantino— No da ninguna pista del lugar, ni lo necesita tampoco, porque es una metáfora… solodeja entrever que, de repente, porque todas las historias tienen un “de repente”, incipit vitamnovam, que significa comienza una vida nueva: La historia que merece ser contada. Sin embargo,aquel mundo no se limitó a las pruebas y a la verosimilitud. Si así hubiese sucedido no existieran enla literatura pasajes como el de Paolo y Francesca o el castigo de Ugolino. En efecto, el viaje deDante fue un viaje espiritual, como el viaje de Sandro Funes. En sus memorias también desborda lapoesía y es por eso que es un tema excelente para la investigación. Silicia no es exactamente unlugar, más bien es una situación o una conjunción de situaciones, o como dice el mismo SandroFunes: una metáfora de los sentidos. ¿A quién le importa ahora la situación geográfica del Infiernoque describió Dante? Agradecemos que exista y basta, lo que ha inspirado y lo que pudotransformar. Silicia tampoco yace en algún espacio, más bien es un viaje al interior.—Como La matrix—Como Kafka en la orilla —dijo Nadith que aún no había abierto el libro que había solicitado. El viajede la señora Saeki es también un viaje interior, el cual es solo posible porque existe la metáfora. Ellaes la prueba en el lenguaje de que en la realidad dos situaciones pueden ser intercambiadas. ParaCentro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. La Habana, Cuba.Desarrollador web: Juan Rey Hernández Cabrera. © Todos los derechos reservados. 2015.

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mí, el protagonismo lo tiene la música, en tanto es la metáfora más efectiva para representar aldeseo. ¿Conoces el pasaje de cómo Ulises se libró de las sirenas y logró continuar su travesía?—Sí, claro. Es un episodio muy famoso. Le pide a su amigo Euríloco que lo ate al mástil y ordena quetoda la tripulación se tape los oídos.—Justo. Sin embargo, Odiseo oye las voces de las sirenas que lo convidan a aproximarse a disfrutarel canto, pero jamás logra estar lo suficientemente cerca gracias a sus amigos. El canto de lassirenas fue interpretado por los helenistas como una alegoría de la tentación que nos hace perder elrumbo. La música persuade sin argumentos, es por eso que ella es la mejor metáfora del deseo,porque este tampoco obedece razones.—Ya sé lo que me quieres decir —dijo Constantino, que parecía haber atraído la lluvia con sualumbramiento—. Estás intentando hacerme creer que la supuesta metamorfosis de Sandro Funesno es más que una metáfora del mito de Ulises atado al mástil. La verdad es que me parece un pococaricaturesco que Sandro Funes termine atado a su taburete, y que a su hijo no le había sucedidonada porque se había tapado los tímpanos para no escuchar los gritos de su padre enloquecido—entonces llovió más fuerte.—Exacto. Por eso quiero que transcribas las jitanjáforas de Sandro Funes que están grabadas en eseCD. Constantino se mudó hacia una mesa que tuviera cerca un tomacorriente para conectar la laptop.Mientras escuchaba el audio, Nadith encontró los pasajes que había soñado, el escudo de las sirenasy un poema épico escrito en dáctilos que comenzaba así: De sábala, sarga, de sábala, capa, Silicia…Constantino divisó una rubia con aritos de ortodoncia frente a su mesa. Nadith no tardó en darsecuenta que en breve se convertiría en una enrome mole de silicio.

Premio César Galeano - 2017 [2]

[3]

[4] PREMIOLa Silicíada [5]Por: Carlos Rivero Silva [1]

MENCIÓNSombras [6]Por: Manuel Alejandro Guerrero Cruz [7]

MENCIÓNEl viejo juego del naufragio [8]Por: Omar Almaguer Guerra [9]

Jurado: Sergio Cevedo Sosa [10]Hugo Luis Sánchez González [11]Milena Hidalgo [12]

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Links[1] http://www.centronelio.cult.cu/escritor/carlos-rivero-silva[2] http://www.centronelio.cult.cu/premio/cesar-galeano/2017[3] http://www.centronelio.cult.cu/print/4511[4] http://www.centronelio.cult.cu/printpdf/4511[5] http://www.centronelio.cult.cu/cuento/la-silic%C3%ADada[6] http://www.centronelio.cult.cu/cuento/sombras[7] http://www.centronelio.cult.cu/escritor/manuel-alejandro-guerrero-cruz[8] http://www.centronelio.cult.cu/cuento/el-viejo-juego-del-naufragio[9] http://www.centronelio.cult.cu/escritor/omar-almaguer-guerra[10] http://www.centronelio.cult.cu/escritor/sergio-cevedo-sosa[11] http://www.centronelio.cult.cu/escritor/hugo-luis-s%C3%A1nchez-gonz%C3%A1lez[12] http://www.centronelio.cult.cu/escritor/milena-hidalgo

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