5
LA PREHISTORIA DE LA NOVELA NEG Francesc González Ledesma P erdonen, pero no estoy de acuerdo con lo de «novela negra». Claro que, como periodista, no debería esta en contra de las etiquetas, pues las etiquetas nos - cilitan la tarea y nos permiten definir la noticia y dársela al lector. Escribimos, por ejem- plo, «el mundo libre» cuando no está nada claro a qué naciones libres, o tal vez esclavas, nos es- tamos refiriendo; «el mundo socialista» para se- ñalar a los países comunistas; y «Hollywood» para tratar del cine americano, cuando en el cine americano existen otras escuelas importantes, como por ejemplo la de Nueva York. Pero la gente nos entiende, y eso es ndamental en un periódico. De modo que vamos tirando. Y sin embargo sigo estando en contra de que se etiquete una parte de la literatura y sin más se la llame «novela negra». 10 Me parece una rmula demasiado cil -es decir periodística- para definir un cierto tipo de novela actual, urbana, crítica con el poder o en su entorno y que tenga una intriga policiaca y un contenido político o social. Realmente dema- siadas cosas para definirlas con sólo dos pala- bras. Pero ya que lo que queremos es entender- nos, aceptaré este camino de la etiqueta pe- riodística y seguiré por él no sin antes levantar ante ustedes mi balbuciente, tímida y desde lue- go inútil protesta. Dicho esto, y habiendo esbozado una posible definición de la novela negra (que, como se ve, podría abarcar casi el cincuenta por ciento de la literatura actual) voy a hablarles de una parte de sus orígenes, la que yo conocí «en vivo». En es- te mismo número tratan del tema especialistas mucho más prondos que yo, pero quizá nin- guno de ellos conoció personalmente a tantos autores de los que plantaron los cimientos de la «novela negra». Este es mi privilegio y mi única justificación para atreverme a escribir este traba- jo. En secreto les diré que durante muchos años e también mi pesadilla, pues tales escritores me persiguieron sañudamente y sin piedad. Ló- gico, por que yo era el encargado de pagarles los anticipos. Pero empecemos. LA RESACA DE LA GUERRA Ante todo situémonos en los años 40 y proce- damos a recoger los restos del nauagio. Des- pués de la guerra civil, una parte de la intelec- tualidad española estaba en el exilio, pero otra parte no menos importante había suido en el interior la «depuración» y la cárcel, lo que signi- ficaba en el mejor de los casos, lta de oportu- nidad�s para ganarse el pan de cada día. Eso hi- zo que personas que a veces habían desempeña- do importantes cargos durante la República pa- saran a desempeñar pequeños cargos en edito- riales que luchaban por la supervivencia. Co- rrectores de estilo, asesores literarios, guionistas y por supuesto, escritores de novelas por pasi- ll�s estrechos a cuyo ndo había un editor y - lo más importante- una oficina de Caja. Sin ellos no hubiera podido darse la modea novela popular, que creó unos prosionales y unas bases para lo que hoy llamamos «novela negra». Las personas dedicadas a este menester, que entonces consideraban transitorio, pero que en muchos casos duró todo el resto de sus vidas, se dividían en tres grandes apartados: a) los que es- cribían novelas rosas, cuyo arquetipo podría ser Corín Tellado, que Corín Tellado no era enton- ces una represaliada, sino una chica jovencísima que luchaba para que la tomasen en serio; b) los que escribían novelas del Oeste, cuyo arquetipo podría ser Marcial Laente Estenía, quien sí que era un represaliado e incluso había estado a punto de ser convenientemente pasado por las armas; c) los que escribían novelas policíacas, y

LA PREHISTORIA DE Me parece una fórmula demasiado fácil -es LA … · 2019-06-21 · LA PREHISTORIA DE LA NOVELA NEGRA Francesc González Ledesma P erdonen, pero no estoy de acuerdo

  • Upload
    others

  • View
    0

  • Download
    0

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: LA PREHISTORIA DE Me parece una fórmula demasiado fácil -es LA … · 2019-06-21 · LA PREHISTORIA DE LA NOVELA NEGRA Francesc González Ledesma P erdonen, pero no estoy de acuerdo

LA PREHISTORIA DE

LA NOVELA NEGRA

Francesc González Ledesma

P erdonen, pero no estoy de acuerdo con lo de «novela negra». Claro que, como periodista, no debería esta en contra de las etiquetas, pues las etiquetas nos fa­cilitan la tarea y nos permiten definir la

noticia y dársela al lector. Escribimos, por ejem­plo, «el mundo libre» cuando no está nada claro a qué naciones libres, o tal vez esclavas, nos es­tamos refiriendo; «el mundo socialista» para se­ñalar a los países comunistas; y «Hollywood» para tratar del cine americano, cuando en el cine americano existen otras escuelas importantes, como por ejemplo la de Nueva York. Pero la gente nos entiende, y eso es fundamental en un periódico. De modo que vamos tirando.

Y sin embargo sigo estando en contra de que se etiquete una parte de la literatura y sin más se la llame «novela negra».

10

Me parece una fórmula demasiado fácil -es decir periodística- para definir un cierto tipo de novela actual, urbana, crítica con el poder o en su entorno y que tenga una intriga policiaca y un contenido político o social. Realmente dema­siadas cosas para definirlas con sólo dos pala­bras. Pero ya que lo que queremos es entender­nos, aceptaré este camino de la etiqueta pe­riodística y seguiré por él no sin antes levantar ante ustedes mi balbuciente, tímida y desde lue­go inútil protesta.

Dicho esto, y habiendo esbozado una posible definición de la novela negra ( que, como se ve, podría abarcar casi el cincuenta por ciento de la literatura actual) voy a hablarles de una parte de sus orígenes, la que yo conocí «en vivo». En es­te mismo número tratan del tema especialistas mucho más profundos que yo, pero quizá nin­guno de ellos conoció personalmente a tantos autores de los que plantaron los cimientos de la «novela negra». Este es mi privilegio y mi única justificación para atreverme a escribir este traba­jo. En secreto les diré que durante muchos años fue también mi pesadilla, pues tales escritores me persiguieron sañudamente y sin piedad. Ló­gico, por que yo era el encargado de pagarles los anticipos.

Pero empecemos.

LA RESACA DE LA GUERRA

Ante todo situémonos en los años 40 y proce­damos a recoger los restos del naufragio. Des­pués de la guerra civil, una parte de la intelec­tualidad española estaba en el exilio, pero otra parte no menos importante había sufrido en el interior la «depuración» y la cárcel, lo que signi­ficaba en el mejor de los casos, falta de oportu­nidad�s para ganarse el pan de cada día. Eso hi­zo que personas que a veces habían desempeña­do importantes cargos durante la República pa­saran a desempeñar pequeños cargos en edito­riales que luchaban por la supervivencia. Co­rrectores de estilo, asesores literarios, guionistas y por supuesto, escritores de novelas por pasi­ll�s estrechos a cuyo fondo había un editor y - lo más importante- una oficina de Caja. Sin ellos no hubiera podido darse la moderna novela popular, que creó unos profesionales y unas bases para lo que hoy llamamos «novela negra».

Las personas dedicadas a este menester, que entonces consideraban transitorio, pero que en muchos casos duró todo el resto de sus vidas, se dividían en tres grandes apartados: a) los que es­cribían novelas rosas, cuyo arquetipo podría ser Corín Tellado, que Corín Tellado no era enton­ces una represaliada, sino una chica jovencísima que luchaba para que la tomasen en serio; b) los que escribían novelas del Oeste, cuyo arquetipo podría ser Marcial Lafuente Estefanía, quien sí que era un represaliado e incluso había estado a punto de ser convenientemente pasado por las armas; c) los que escribían novelas policíacas, y

Page 2: LA PREHISTORIA DE Me parece una fórmula demasiado fácil -es LA … · 2019-06-21 · LA PREHISTORIA DE LA NOVELA NEGRA Francesc González Ledesma P erdonen, pero no estoy de acuerdo

que crearon una base profesional sin la que en España no hubiera llegado a desarrollarse la lite­ratura de que estamos tratando.

Naturalmente voy a referirme a estos últimos, pero antes permítanme ustedes que destine unas líneas, aunque sean puramente sentimen­tales, a los escritores de los otros géneros, para que quede constancia histórica de su trabajo. Cuando mi memoria se pierda, es posible que se pierda también la memoria de personas que, pe­se a todo, fueron grandes escritores. En el grupo de la novela rosa me parece indispensable citar, al margen de Corín Tellado, a Juan Lozano Ri­co, que firmaba con el seudónimo de «Carlos de Santander», y a Miguel Cussó Giralt, que firma­ba con el seudónimo de «Sergio Duval». El pri­mero era marino mercante y el segundo era re­lojero. No tenían una preparación especial para la literatura, pero ambos eran escritores de raza. Algunas de las novelas que se vendían entonces a precio ínfimo eran trabajos mejor construidos que muchas de las obras de relumbrón que hoy se publican y se traducen, y lo digo cuando han pasado muchos años y por tanto estoy libre de toda pasión. Lo que ocurría era que el tema mandaba y la Censura también. Todo tenía que ser un «chico busca chica» que se encuentran y se pelean de mil modos distintos hasta que coin­cidan en la iglesia, donde serán santificados con toda diligencia. De Juan Lozano hicieron furor en aquella época las novelas «Te mirarán mis ojos» y «Vivir cuesta dinero», y de Miguel Cus­só la que le consagró ante el público femenino: «Por unos ojos negros». Eran títulos, por su­puesto, en los que el editor exigía que privase la comercialidad.

Corín Tellado fue un caso aparte, porque con­siguió el éxito casi en seguida con unas novelas tan directas y decididas como ingenuas. Cuando se le extendieron los primeros contratos de la época -mil quinientas o dos mil por original en

11

los años cuarenta, pagaderas en dos plazos- era a mi entender una escritora mediocre, que ni si­quiera hacía concordar los verbos bien, pero lue­go aprendió y se convirtió en una escritora real­mente muy buena, como es hoy. Curiosamente fue al escribir mucho mejor cuando empezó a perder en parte el favor del público, demostran­do eso tan viejo de que el novelista nunca sabe cuándo acierta. Tampoco lo sabe el editor, que fuera de algunos autores que ofrecen unas cier­tas garantías, corre más aventuras de lo que la gente cree; lo que el editor espera es que los éxitos inesperados compensen los fracasos no menos inesperados. Conocí uno que apostaba siempre por la estupidez del público, y para de­sesperación de su asesor literario, cuando éste le presentaba una lista de diez obras para posible traducción, compraba siempre, de las diez, la peor informada. El pobre asesor literario aún vi­ve, pero le ha quedado para siempre una especie de mancha triste en la cara. Desde luego, tam­bién tuvieron que operarle de úlcera de esto­mago.

La fauna de los que escribían novelas del Oes­te era más variada. Estefanía era un hombre cul­to (abogado, ingeniero e hijo de un magistrado del Supremo) y gracias a sus conocimientos ma­temáticos ocupó altos puestos en la Artillería ro­ja. Estuvieron a punto de fusilarle, y él mismo me explicó una vez que le salvó una señora de la vida, es decir, y para que nos entendamos, una señora puta. Estaba esperando turno para el pi­quete, en una de las ejecuciones masivas de la época, cuando la señora en cuestión le dijo al oficial que dirigía la matanza: «Venga, hombre, a esos los dejas para mañana y mientras tanto nos pasamos una noche estupenda». Por fortu­na, «mañana» llegó un oficial con más grado y más sentido común, que prohibió la continua-

Page 3: LA PREHISTORIA DE Me parece una fórmula demasiado fácil -es LA … · 2019-06-21 · LA PREHISTORIA DE LA NOVELA NEGRA Francesc González Ledesma P erdonen, pero no estoy de acuerdo

c10n de las ejecuciones. Estefanía me explicó también que años más tarde había encontrado a la importantísima señora en Madrid. No sé más.

Todo eso le dio, supongo, un cierto escepti­cismo ante la vida y una confianza en el estilo brusco y directo. Sus novelas son famosas por dos razones fundamentales: porque pasan en ellas muchas cosas, sin ninguna galanura litera­ria, y porque en ellas muere más gente que en la II Guerra Mundial. Incluso a veces el autor se ahorraba el trámite de describir los tiroteos. Po­dría citar muchos ejemplos, pero me acuerdo de una obra que en este sentido es definitoria. Na­rraba Estefanía que dos audaces exploradores iban por el Oeste cuando distinguieron en una colina a tres indios. Punto y aparte.

Y el párrafo siguiente empezaba: «Una vez muertos los tres indios, los exploradores siguieron .. . etc ... etc» Estefanía te podía liquidar en ochenta páginas a todos los participantes en la batalla de Normandía. Y sin embargo era un hombre dulce, cariñoso, buenazo, del que inclu­so llegaron a abusar. Por razones puramente profesionales tuve algunas broncas con él, y des­pués de la discusión lo único que preguntaba era cuándo podíamos tomarnos una copa.

Pero todos estos son, por decirlo así, persona­jes marginales en la historia de la que estamos tratando. Permítanme que ahora les hable de las novelas puramente policíacas, garantizándoles que componen una fauna no menos llena de hu­manidad y por lo tanto no menos preocupante.

LA ESPAÑA PROHIBIDA

Entre las muchas características más o menos discutibles de la «novela negra» hay una que es indiscutible: describe una sociedad urbana con­creta en un momento concreto, generalmente a través de ambientes que son muy conocidos por el autor. En la época a que me estoy refiriendo (época que se extiende de hecho entre 1940 y 1975) eso era imposible, porque la Censura no permitía tratar con sentido crítico ambientes es­pañoles en los que actuaban policías españoles. El público, por descontado, tampoco lo hubiera aceptado bien. Para el público, la policía de en-tonces era la Brigada Social, la que encarcelaba a obreros y a estudiantes y aplicaba «in situ», so-

12

bre las costillas del interesado, una buena ración de la paz de España. Ya lo había dicho Unamu­no bastantes años antes: «tranquilidad viene de tranca».

Era inútil que algún comisario, como Gil Lla­mas, publicase un libro de experiencias titulado «Brigada Criminal», donde quedaba claro que también existía el pobre policía de servicio de esquina y macuto a la espalda. Fueron inútiles unas cuantas películas acogidas al crédito oficial en las que aparecían policías dedicados al bien público y con problemas para llegar al fin de mes. La gente de la calle no hubiera admitido inspectores Gómez ni criminales Rodriguez, ni calles conocidas que no excitaran sus sueños y sus ansias de viajar. Todo lo bueno sucedía en­tonces fuera de España, y las únicas policías con garantía de origen eran Scotland Y ard y el FBI, sobre todo este último. Muchos de ustedes re­cordarán el éxito clamoroso de una película de­dicada a explicar el FBI por dentro, y que se ti­tulaba «La calle sin nombre».

De modo que por esas razones tan importan­tes nadie escribía novelas policiacas ambienta­das en las ciudades españolas y encima con sen­tido crítico, es decir lo que hoy llamaríamos ya «novela negra». Los argumentos se desarrolla­ban en Inglaterra, Estados Unidos y excepcio­nalmente Francia. En lugares oficialmente tan corruptos era posible situar grandes «gangs», policías que cobraban bajo mano, gobernantes venales y hasta alguna señorita que enseñaba el portaligas, si bien esa prenda íntima nunca pudo mencionarse de una forma expresa. El intrépido

Page 4: LA PREHISTORIA DE Me parece una fórmula demasiado fácil -es LA … · 2019-06-21 · LA PREHISTORIA DE LA NOVELA NEGRA Francesc González Ledesma P erdonen, pero no estoy de acuerdo

� .......

-----------1���'

autor llegaba al límite cuando escribía: «Ella le insinuó sus encantos». Punto.

lQué escritores llegaron a dar algún paso en esta especie de selva sin caminos? Citaré los más importantes, los que sin duda han leído to­dos los españoles que hoy escriben «novela ne­gra».

Uno de ellos, el más veterano, fue Pedro Víc­tor Debrigode Duggi, cuyo nombre ya empeza­ba por parecer un seudónimo. Escribió de todo y con seudónimos diversos, pero en las coleccio­nes policiales solía utilizar el de «Peter Debry». (Dicho sea de paso, los autores parecían tener una verdadera obsesión para que la gente los identificara a pesar del obligado seudónimo, ya que la gente no se hubiera tomado en serio en­tonces unas aventuras neoyorquinas escritas por un español. Así al margen de Peter Debry, Or­lando García firmaba «Orland Garr», Rafael Se­govia Ramos «Raf Segrram» o sea simples con­tracciones de sus nombres. Luis García Lecha,

13

queriendo hacer las cosas más a la manera anglo­sajona, utilizó el seudónimo de «Louis G. Milk».

Peter Debry había vivido intensamente, tanto que nunca se pudo saber con certeza lo que era historia y lo que era leyenda en su vida. Al pare­cer, había sido oficial franquista en la guerra civil, pero algún problema muy grave lo llevó a la pri­sión de San Marcos de Pamplona, de la que pudo huir. Hombre muy culto, pues hablaba varios idio­mas incluso en las variedades dialectales del ham­pa, fue precursor de los escritores de hoy en mu­chas cosas. La más importante consiste en que siempre estuvo cargado de deudas. Fue el clásico hombre de anticipos y problemas, y llegó a retra­sarse tanto en la entrega de los originales que a ve­ces tenía que dictarlos al linotipista, para que la obra saliera en la fecha prevista. Eso demostraba, por otra parte, su asombrosa capacidad para fabu­lar y sus dotes narrativas. Los correctores aprecia­ban mucho sus obras porque en ellas no había nin­guna falta, ninguna inexactitud, ningún fallo. De hecho, Debrigode les regalaba el dinero que él tan­to necesitaba.

Hoy, las novelas de Pedro Víctor Debrigode, co­mo casi todas las que Bruguera publicó en sus fa­mosas colecciones «Servicio Secreto» y «Punto ro­jo», no se reeditan, pero les aseguro que hay textos dignos de ser leídos. Debrigode pasó por infinitos apuros, pero al final, después de enviudar, parece que se casó con una joven preciosa que además era millonaria. En su vida todo tenía que ser in­creíble. En cuanto a su muerte, que se produjo algo después, me da por imaginar que tuvo lu­gar mientras removía un «gin-fizz» con el ca­ñón de una pistola al borde de una piscina pri­vada.

Otro escritor que consiguió interesar en la no­vela policiaca a miles y miles de lectores españo­les fue «Keith Luger». Se llamaba en realidad Miguel Oliveros Tovar, y era abogado y un res­petado funcionario del Ayuntamiento de Valen­cia. Pudo haber vivido de su cargo, pero no era hombre que se habituara a un sueldo fijo, de modo que abandonó la seguridad del funciona­riado y se hundió de pies y manos en el mar pro­celoso de la novela.

Page 5: LA PREHISTORIA DE Me parece una fórmula demasiado fácil -es LA … · 2019-06-21 · LA PREHISTORIA DE LA NOVELA NEGRA Francesc González Ledesma P erdonen, pero no estoy de acuerdo

De todos los autores que se mencionan aquí, era el que tenía más ingenio y más habilidad na­rrativa. En todas sus obras había pinceladas de humor dignas de la mejor comedia británica. Resulta difícil, entre tanta producción, elegir un ejemplo, pero me inclino por el de una protago­nista que aparecía en el escenario de un teatro precipitadamente, tanto que había olvidado po­nerse la falda y las bragas. En esta situación le decía al galán, que la estaba esperando en el centro del tablado, la primera frase del diálogo: «Señor mío, hay muchas cosas que le he estado ocultando hasta este momento ... »

Oliveros también pasaba por tantos apuros co­mo Peter Debry porque era un hombre honra­do, pero desordenado en sus gastos. Pese a que se le pagaba mejor que a nadie, siempre andaba en apuros como en aquella época se suponía le debía ocurrir a todo buen escritor yanqui. Murió joven, de un derrame cerebral cuando iba a comprar el periódico. No me extraña que su ce­rebro estallase un día, porque fue uno de los hombres que más lo hicieron trabajar en Espa­ña, y proporcionó al país, como todos los auto­res de su clase, millones de dólares por las ex­portaciones de libros a América. Me parecería totalmente injusto que un día se le olvidase, aunque fuera piadosamente.

OTRAS FIRMAS IMPORTANTES

A mí entender, estos fueron los dos autores fundamentales del género, por la amplitud de su producción y la calidad media de la misma. Pero hubo otros que no desmerecen en absoluto a su lado, aunque la producción sea menor. Recuer­do a Antonio Martínez Torre, que escribió du-

e 14

J\J -

r ,

// 11 1\ () l.J.. 'I il'

n I

rante poco tiempo, y que creó, me parece que con su mujer, una pareja de investigadores tam­bién casados entre sí, que tenía mucha más hu­manidad e intriga que las actuales series ameri­canas de televisión. Si no recuerdo mal, firmaba como «Tony M. Tower», por lo cual resultaba más que identificable. Debo cita también a An­tonio Vera Ramírez, que solía firmar como «Lou Carrigan», Rafael Barberán (Ralph Barby) Fran­cisco Caudett (Frank Caudett) y Juan Gallardo Muñoz (Donald Curtis) todos ellos veteranos profesionales del género y que en mayor o me­nor proporción siguen escribiendo. Algún autor hoy muy prestigioso y conocido hizo sus prime­ras armas en la novela popular, como Cristóbal Zaragoza, que escribió varios originales sin de­masiada fortuna con los asesores literarios. Cris­tóbal Zaragoza estaba llamado a más altos me­nesteres, pero entonces debía necesitar dinero con urgencia porque había abandonado, llevado por su vocación, la seguridad del profesorado para emprender la aventura literaria.

Sin todos los mencionados no se hubiera lle­gado a crear, en años particularmente difíciles, un clima, una profesionalidad y una cierta es­cuela no sólo de escritores, sino también de lec­tores. Cuando España se asimiló al modo de vi­da y a las formas culturales de Occidente, existía ya una demanda latente para la novela negra. Claro que en cuanto a la situación económica y las costumbres de los autores no habían cambia­do demasiado las cosas desde los tiempos de Emili Vilanova, el autor de «Los misterios de Barcelona», y uno de los más antiguos precurso­res de la novela negra.

Emili Vilanova, que siempre andaba a las últi­mas, le pidió a su editor un anticipo de mil qui­nientas pesetas, que entonces era una gran su­ma. El editor se las negó diciéndole: «Bah ... si se las diera, le durarían quince días». Y ,..-.. Vilanova le contestó con los ojos ilumi- •�nados: �

-Sí...iPero qué quince días!