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La Opinión Nº4

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Cuarto número de la revista trimestral político-cultural de la asamblea de Almensilla

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EDITORIAL

Cuando el Régimen del general Franco lanzaba al aire sus últimos estertores, aquí, en Almensilla, un grupo de jóvenes de distinto sexo y diversas edades orga-nizábamos por primera vez una célula del PCE (Partido Comunista de España).

Después de poco tiempo esta reducida célula formada por un puñado de militantes se había desarrollado notablemente convirtiéndose en lo que sería una agrupación local fuerte y comprometida que funcionaba con un plan de trabajo cuyos punto

básico era la lucha por la cultura y las libertades democráticas. Han pasado los años y, a pesar de las dificultades y los contratiempos, aquello que comenzó siendo una iniciativa joven con ribetes de aventura romántica ha llegado a convertirse en un colectivo local que disfruta en la actualidad de una potente y

sólida organización con una fuerte implantación social en nuestro pueblo, que ca-da año viene desarrollando un programa de actividades con el firme propósito de

influir positivamente en la mejora de la convivencia y la calidad de vida en nuestro municipio.

Y, en estos tiempos que corren, conviene recordar y subrayar que una de las claves ha sido funcionar desde el comienzo poniendo en práctica un principio democráti-co fundamental: basar la organización sobre una base asamblearia, el análisis, el debate y el respeto escrupuloso a las decisiones adoptadas por mayoría en la asam-

blea. Es decir, en una asamblea se analizan y se debate con toda libertad todas las apor-taciones en forma de ideas o sugerencias que se presenten, ya sea individual o co-lectivamente, para someter a votación las distintas propuestas objeto de debate. Y una vez aprobadas, las elegidas pasan a conformar nuestro programa de acción

que intentamos llevar a la práctica con la mayor fidelidad a las conclusiones de la asamblea.

A partir de aquí todo aquello que se salga de los acuerdos asamblearios o los con-tradiga en la práctica, y pretenda explícita o implícitamente erigirse en sustitutivo personalista/s de la mayoría no puede ser aceptado, de hecho no lo es de ningún

modo desde una perspectiva democrática, y de operatividad y eficacia. Porque sería injusto y porque, además, degeneraría en una anarquía reaccionaria que a la larga sólo serviría quizás para alimentar determinados egos políticos, y sin duda alguna para deteriorar y destruir el trabajo que durante tantos años hemos venido reali-

zando. Por ello, desde esta revista que es en sí misma una actividad más dentro del progra-

ma de IZQUIERDA UNIDA en ALMENSILLA, nos vemos en la necesidad de hacer un severo llamamiento a la continuidad de una práctica democrática cuya base, irrenunciable, ha de ser necesariamente el RESPETO A LOS ACUERDOS MAYORITARIAMENTE ELEGIDOS POR VOTACIÓN EN LA ASAMBLEA.

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“Caminante, no hay camino; se hace camino al andar, escribió Machado. Y Dis-ney, en cambio, canta otros versitos: Cami-nante, sólo hay caminos; no te eches a an-dar”. De esta forma tan llamativa comienza uno de los capítulos de un libro que, después de ser leído, podría cambiar la concepción que una persona tiene sobre uno de los iconos de la infancia de cualquiera: los personajes de la factoría Disney. Un libro clave en la lite-ratura política de los años 70, que intenta echar abajo el mito de Walt Disney como creador de un mundo exclusivo de entreteni-miento e ilusión. PARA LEER AL PATO DONALD. CO-MUNICACIÓN DE MASA Y NACIONA-LISMO; ensayo escrito por los reputados sociólogos y teóricos de la comunicación de masas Ariel Dorfman y Armand Matte-lart ; y publicado en Chile en 1972, durante el gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular. Un texto que me dio a conocer en 2007 el por entonces Decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Se-villa, Francisco “Paco” Sierra, en sus clases de Teoría de la Información; que leí al com-pleto por primera vez hace unos tres años, al poco de terminar la carrera de Periodismo, y que hace pocas fechas pude adquirir en pro-piedad gracias a la Casa del Libro. En él, desde una perspectiva eminentemente marxista/comunista, ambos critican el papel desempeñado por Walt Disney como pro-motor, de manera suave y sibilina, de la di-fusión del “american way of life” en litera-tura de masas (principalmente dirigida a “la base”, los niños, claro), y también del “control de los sueños”, las pautas de com-portamiento exigidas por los Estados Uni-dos a los países más modestos. Su tesis prin-cipal es que las historietas publicadas en su

revista Disneylandia (dirigida especial-mente a la América latina) no sólo son un reflejo de la ideología anteriormente men-cionada, sino que, además, Disney debería ser considerado como cómplice activo y consciente a la hora de difundirla.

Todo ello a través de teorías como, por ejemplo: 1) La desaparición de la figura de los progenitores. En las aventuras de los per-sonajes Disney apenas si hay padres, sólo tíos y sobrinos a excepción del Lobo Feroz (padre sumamente estúpido) y de su hijo Lobito; y además, los pequeños suelen ser siempre más inteligentes que los mayores. Así, en la vida real, los padres no se oponen a que los niños lean las revistas porque no

Otras “lecturas” del Pato Donald

Víctor Díaz

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temen que se les “rebelen”: en las mismas, los “peques” siempre terminan sobreponién-dose a los “titos”, no a los “papis”. Consecuentemente, la mujer joven y procli-ve a ser cortejada (véase a Minnie y a Dai-sy, las novias de Mickey y el Pato Donald) se queda simplemente en eso, en un mero objeto de porte encantador y notable belleza física, destinado únicamente a recibir piro-pos y a encandilar a los hombres, sin prácti-camente ninguna otra misión en este mundo. 2) El consumismo y la “ociosidad del tra-bajo” . Éste no es algo que haga falta, sino una actividad ociosa, un mero consumir del tiempo libre. Para ello, Dorfman y Mattelart ponen el ejemplo de una historieta en la que el Lobo Feroz termina atrapando a los tres cerditos, pero el Cerdito Práctico (el listo, para que nos entendamos) acaba por con-vencerle para que los suelte, con el siguiente argumento: “¿En qué te vas a divertir ahora que nos tienes atrapados? No tendrás nada que hacer, fuera de estar sentado, enveje-ciendo antes de tiempo”. En resumen, el Lo-bo Feroz termina por pensar sobre su trabajo que eso es lo que le entretiene más que na-da. Además, la preocupación por conseguir un empleo no viene por la necesidad de afron-tar gastos de primer orden como, por ejem-plo, pagar el alquiler de un piso o de una casa, o los recibos de la luz, el gas o el agua; sino sobre todo por el deseo de comprar ca-prichos o de hacer regalos. Es decir, consu-mismo puro y duro. 3) El tratamiento del “buen salvaje”, es decir, el habitante de los países más o me-nos dependientes de los Estados Unidos (como México), trasladados a la época de las colonizaciones y el imperialismo (frecuentemente reflejada en las historietas de Disneylandia). Según el libro, la

“naturaleza Disney” utiliza a cada una de estas naciones para que cumplan una fun-ción modelo dentro de este proceso de inva-sión “inocente”. Sus luchas revolucionarias terminan por ser banalizadas, otorgándoles un estatus de subdesarrollados. Ambos autores meten a todos los persona-jes en el mismo saco, pero se centran sobre todo en la familia de los patos: Donald, los sobrinitos y el Tío Gilito (o Tío Rico, como también le llaman), porque son ellos los máximos exponentes y encargados de la difusión de la ideología estadounidense en América Latina, donde el Pato Donald es el personaje más popular. El libro es muy interesante, más allá de si se está de acuerdo o no. Objetivamente, Dorfman y Mattelart tienen toda la razón del mundo en la mayoría de las cosas que afirman, pero a veces se pasan un poco. Los que bien me conocen saben que yo no soy sospechoso de ir a favor de lo americano; pero lo cierto es que desde niño he disfruta-do como un enano (mucho más en produc-ciones animadas que en la propia revista) con las aventuras de Mickey, Donald, Goo-fy (Tribilín en Latinoamérica) y compañía, y siempre he tenido la cabeza muy bien amueblada, sin dejarme influenciar. Quizás, tanto los autores en su momento como quienes puedan estar de acuerdo con lo que ellos afirman deberían pensar que igual la culpa de que los niños puedan lle-gar a pensar de esa forma no está ni en Walt Disney –actualmente sus herederos- ni en sus revistas; sino en los propios padres al descuidar la educación proporcionada a sus vástagos desde antes de que éstos co-miencen a adquirir el más mínimo uso de razón. Justo lo que mis señores padres han hecho tanto conmigo como con mis herma-nos.

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“Yesterday…” (3)

“El niño que no quería ir a la escuela” (Fragmento) “… Pero cada mañana el niño se siente solo; en un enorme y profundo vacío, difí-cilmente comprendido por los adultos, que hace años ya que dejaron de ser niños, y han enterrado ahora, bajo una costra de seguridad mal entendida, en la que subya-

ce ese vacío, que ellos tuvieron también cuando niños, los titubeos infantiles. En ese vacío el niño sufre y padece esa sole-dad que se convierte en desamparo cuando sólo se tienen pocos años; una soledad que posiblemente lo dejará marcado y lo impul-sará, sin él saberlo, a buscar a esos padres que tanto lo quieren durante toda su vida.

Por eso, cada mañana, el niño, con su llanto cansino y desconsolado, quiere transmitir, a su manera, junto a la deses-peración que le produce la certeza infantil de su derrota, que no quiere ir a la escue-la. Mas de nada le vale. Todas las mañanas, de lunes a viernes, cualquiera que pase cerca de la puerta del cuarto que le sirve de aula con ribetes de postguerra, segura-mente podrá oír un coro de vocecitas can-tando al compás amorosamente marcado por la maestra; y, sentado en un banquito, al lado del poyete de entrada con la puer-ta entornada, el pequeño que cada maña-na reitera con su desconsolado llanto su desesperanzada protesta, está completa-mente quieto, absorto en sus pensamien-tos, con las manitas en las rodillas. Ya no llora, pero sus ojos, plenamente in-vadidos por la tristeza, permanecen fijos en la nada, esperando que alguien, quizás él mismo cuando se haga adulto, le tienda la mano y lo libere de esa cárcel escolar, para jugar con todos los niños del mundo, a través de los siglos, durante una peren-ne infancia.” (“TAHONA”. Revista sociocultural y lite-raria. Almensilla. Año I, nº 1, marzo de 1997) Francisco Díaz.

“Caracoles” “Olivos, azadones, sudor. Aceitunas, macacos, frío. Candela. Tajo. Era. Tri-llo. Sopeao. Marea. Grano. Zalema. Lagar. Taranguela. Espárragos, tagar-ninas, espinaca. Caracoles, cabrillas, burgajos. Romero. Tomillo. Hinojo. Cardos. Tronchos del campo. Pino ma-noleto. Habas, lechugas, pimientos, to-

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mates, melones, sandías, habichuelas, berenjenas, coliflores, patatas, guisan-tes, rábanos, naranjas y limones, cala-bazas. Aceitunas. Jaramagos, amapolas y lirios. Pancochos, malvas, dengues. Triga-les. Girasoles. Olivos. Caminos. Polvo. Charcos. Barro. Todas las palabras nombradas portan, una a una, juntas y con otras mu-chas que también flotan en el aire, la memoria rural de este pueblo. Conforman, todas, como puntos de luz que alumbran nuestra historia. Manifestaba, en otro escrito, la satisfacción íntima al pasear por las calles; el tropel de recuerdos se agolpa en la mente, en algunos ca-sos; la visión, clara, de un futuro pueblo nuevo, ya aquí, aparece en otros. Pero es otra cosa. El campo es otra cosa. Así, la retahíla de palabras del co-mienzo nos evocan recuerdos de un pasa-do no lejano y vivencias de un presente que se ofrece, sinceramente, a veces luju-rioso. El campo y el pueblo. Dos realidades distintas. A su vez interactivas. Formando un todo, un único ente. La dura, necesa-ria, relación de antaño ha dado paso a otra más, digamos, bucólica, de ocio. Am-bas, para mí, fundamentales cada una en su momento, aunque puestas en valor siempre a destiempo. Quedémonos en el presente, rota ya la dependencia del trabajo en el campo, sobredimensionada aún por la necesidad burocrática de las peonadas. Hoy, aquí, en

su tiempo, siempre, en algunas casas, en los mercados, por las calles pregonados: los melones, las sandías, las habas, las patatas…Costumbres. Historia. Espárragos y tagarninas. Siempre hay alguien que te los ofrece al llegar la primavera. Qué regalo más bonito, si no, un manojo de espárragos del campo.

Y los caracoles. Cada pa-seo, por los caminos, en estas fechas, se convierte en una oportunidad, la mayoría de las veces aprovechada, para coger unos poquitos, un guiso a veces, de caracoles. Cada casa es, lue-go, un mundo en su prepara-ción. Hablo de mí. Los caraco-les, como las migas y las espina-cas, son un motivo para relacio-narse con la familia. Cuando se cocina una buena olla de cara-coles, todos los hermanos y otros familiares y vecinos reci-

ben su correspondiente ración. Manera, bastante apetitosa, de mantener unido los lazos. Ahora mismo parece que huelo el caldo de los caracoles. Hasta ahora, la relación del campo con el pueblo la he establecido sólo a través de la palabra. Cosas de comer. Aunque, de pasada, he hablado de los ca-minos, de los paseos. Sí, además, hay otras cosas en nues-tras vidas. Hoy, muy en boga, adquirien-do cada vez más importancia, el ocio. Qué mejor forma de disfrutar de nuestro ocio que paseando, paseando por los caminos de nuestro pueblo. Así lo entiende mucha gente, que, todas tardes, mueven las pier-nas, y el corazón por nuestros alrededo-res. Disfrutando del sosiego y la tranquili-dad que trasmite la naturaleza. Por eso las amapolas y los pancochos (las marga-

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ritas) al comienzo del escrito. No he hablado de las andronas y las veras para los esparragueros. De dónde las tagarninas. De las espinacas de la vena co-lorá. No, no he hablado. Mejor dejarlo ahí, apuntado. Tampoco de los herbicidas. Qué horror ver el campo, en primavera, seco. Los espárragos retorcidos y deformados. No, mejor tampoco hablar hoy de eso. Casi mejor quedarse con… -¡Caracoles! ¡Caracoles y los avíos! ¡Caracoles de La Isla! …Ya mismo, un año más, el pregón, volverá a regalarnos los oídos. (“TAHONA”. Revista Socio Cultural y Li-teraria. Año VII. Nº 22. Mayo de 2003. AL-MENSILLA. Pepe Díaz

“ Bonjour, monsieur Courbet”

Vivimos, para bien o para mal, en un pueblo que ha empezado a desperezarse repentinamente, que de la noche a la ma-ñana ha encontrado doblada su extensión urbana y puede que dentro de muy poco vea multiplicado su número de habitantes por un coeficiente que todavía ni siquiera nos atrevemos a precisar. Este hecho, a priori, no tiene por qué ser ni bueno ni ma-lo; simplemente resulta inevitable.

En esta simbiosis que necesaria-mente se tiene que producir, entre lo nuevo y lo de aquí, sería maravilloso que se ab-sorbiera todo lo bueno que viene de fuera, máxime en un pueblo tan endogámico cul-turalmente como es éste, y se retuviera, y al mismo tiempo se propagara entre los nue-vos residentes, todo aquel sustrato de cos-tumbres positivas que se han atesorado a lo largo de los años.

Viene esta reflexión a cuento de que últimamente apreciamos, sobre todo entre la población más joven, aunque no única-

mente entre ella, la desaparición progresi-va de algo tan emblemático en un pueblo como es el ritual del saludo cuando dos vecinos se cruzan por la calle.

Quizá no llegamos a comprender que los buenos días que se desean “desde por la mañana” como gustaban de decir los antiguos, implican algo más que la pu-ra cortesía propia de una sociedad más o menos hipócrita; y que, de alguna mane-ra, suponen un principio de solidaridad. Solidaridad en la que siempre se basaron las comunidades campesinas y que las grandes ciudades fueron apartando poco a poco de su esencia consuetudinaria por mor de la aceleración de la vida, el indivi-dualismo autosuficiente y egoísta o sim-plemente la ignorancia.

Por todo ello, nos gustaría que este pequeño editorial se convirtiera en piedra de toque, o si lo prefieren en modesta lla-mada de atención, para que reflexionemos sobre la importancia que sigue teniendo el saludo en una comunidad como la nuestra y lo interesante que sería, para todos noso-tros, saber distinguir el grano de la paja en nuestras inveteradas costumbres. (“TAHONA”. Revista Socio Cultural y Li-teraria. Año II. Nº7. Octubre de 1998. Edi-torial, Juan José Díaz)

“Bonjour, Monsieur Courbet”, de Gustave Courbet

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“ Un sistema que genera la desigualdad” (Resumen) “ Desde que la burguesía, allá por el si-glo XVIII, consiguió acceder al poder y pudo implantar su sistema económico, político y social prácticamente en todo el planeta, la ley de la oferta y la de-manda y el culto despiadado y absoluto al beneficio económico, cuánto más, han sido santo y seña que hoy, dos si-glos después, y a pesar de su putrefac-ción y su degeneración, sigue estando vigente: el capitalismo. El capitalismo, a través de sus múltiples formas, impregna todas y cada una de las facetas de esta sociedad dentro de la que nos ha tocado vivir, y no sólo impo-ne su ley en el campo económico, social o político, sino que produce, básicamen-te para seguir manteniendo sus estruc-turas, una educación y una cultura, ab-solutamente ideologizadas, que promue-ven el egoísmo, la insolidaridad y la fal-ta de respeto por la dignidad del ser humano. Un sistema económico que se basa fun-damentalmente en la explotación de unos seres humanos por otros, en el que una minoría se enriquece hasta límites lujuriosos, a costa del trabajo de unos y de la miseria y la penuria de otros, no tiene más remedio que alumbrar una sociedad injusta e inhumana y generar la desigualdad entre las personas. …Y nuestro país, que está obviamente inmerso en la órbita capitalista, con el

firme deseo de nuestros gobernantes de introducirse cada vez más en ella, no podía ser una excepción. No solamente se trata ya de la lamentable situación en la que se encuentra esa lacra que es el problema del desempleo que ataca a amplias capas de la población, o de los pequeños y medianos comercios, cada vez más oprimidos, o el campo, cada vez más olvidado. Es que en nuestro país existen centena-res de miles de seres humanos que vi-ven en la indigencia y en la mayor de las miserias, que como en los EEUU o cualquier país de los denominados co-mo “desarrollados” carecen de un te-cho en donde cobijarse y de una comi-da caliente que llevarse al estómago… …Sería iluso pensar que la solución pueda venir de los poderosos. La res-puesta han de darla los sectores más concienciados de la sociedad y los pro-pios sectores marginados, a través de la solidaridad y la lucha diaria y coordi-nada... …Es imprescindible unirse y utilizar la inteligencia y la imaginación indivi-duales y colectivas para buscar alterna-tivas a este sistema capitalista que cada vez se hunde y se pudre más en sus mi-serias, arrastrando con él a toda la humanidad.” (“LA OPINIÓN DE IU – Hoja Informa-tiva. Año IX. Nº94. Marzo de 1997. Consejo Local. ALMENSILLA)

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“La situación laboral del pe-queño y mediano comer-cio” (Fragmento) “… Es otro pilar que sustenta nuestra so-ciedad como una producción de riquezas. Junto con la economía y lo social es uno de los factores de la producción.

En este tipo de actividad comercial

van íntimamente ligados el trabajo, la eco-nomía y lo social, pues todo se suele dar en la misma persona, si hablamos del peque-ño autónomo. Él trabaja, él crea economía y él hace sociedad.

Cuando hablaba en la vida social de

que había que analizar el pequeño y me-diano comercio desde distintos puntos de vista, también en la vida laboral habría que hacerlo, pues aunque existe en la gran mayoría un elemento común como es el trabajo (es decir, el propio dueño es uno más a la hora de dedicarse a una tarea), sin embargo habría que distinguir entre quienes además tienen personal contratado y ya existen unas relaciones laborales em-presa-trabajador; hay unas condiciones reguladas como son: contrato, salario, horario, descanso, vacaciones, seguridad social, etc; y parte de los beneficios de la producción van al trabajador por cuenta ajena. Se está repartiendo riqueza fuera den entorno familiar del propio comercio.

Hay que distinguir, también, los que tienen personal contratado, pero son miembros de la unidad familiar y, aunque existen las mismas condiciones de contra-to, sin embargo, como suele decirse, todo queda en casa. Es una empresa netamente formada por la unidad familiar, es decir, matrimonio e hijos. No sólo existen unas relaciones laborales, sino que también son

familia. Y, por último, existe el pequeño co-

merciante que se dedica él solo a una acti-vidad como función propia, y no tiene per-sonal laboral a su cargo. Es el único que oficialmente realiza la actividad y sus in-gresos son los que sirven para el sustento familiar.

Este es el caso de la mayoría de los

pequeños comercios que se dan en nues-tros pueblos y que se pueden equiparar, más o menos económicamente, al trabaja-dor por cuenta ajena, aunque con unos pequeños matices diferenciados. Es el pe-queño autónomo, es el pequeño trabajador por cuenta propia y sus ganancias suelen ser equiparadas a las de cualquier trabaja-dor por cuenta ajena. Es decir, es un suel-do lo que saca de ese trabajo por cuenta propia y que sirve para el sustento de la familia.

Es, pues, importantísima, bien de

una forma bien de otra, la labor que reali-zan estos tipos de comercio ya que produ-cen una gran cantidad de mano de obra y por tanto de producción y riqueza para nuestros hogares.

Hasta aquí, el desarrollo de los tres

aspectos fundamentales de todo pequeño y mediano comercio, y que son los que dan vida a todo ese entramado comercial.

Sin embargo, a pesar de la impor-

tancia de esas actividades comerciales en el entramado social, económico y laboral de todos nuestros pueblos, nos encontra-mos con la dificultad que tienen hoy en día para poder subsistir, debido por una parte a la gran presión impositiva de las distintas administraciones, sin que esto conlleve alguna prestación beneficiosa o apoyo para poder seguir adelante en estos

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tiempos difíciles; sin embargo, sí se hace mucho, en la mayoría de las veces, para destruir puestos de trabajo, con las grandes empresas. Recordemos que la destrucción de estos pequeños comercios, y son mu-chos, no sólo supone la destrucción de un solo puesto de trabajo, sino también la de toda una familia que depende únicamente de esos ingresos; por otra, a la prolifera-ción de las grandes superficies.

Otras causas son la proliferación de

las grandes superficies, que ejercen una gran competencia en sus precios debido al menor coste en sus compras; la falta de asociacionismo y en todo caso a la inefica-cia para la adaptación a las nuevas reali-dades de hoy en día; y también, por qué no decirlo, que nosotros los consumidores, unas veces con razón y otras guiados por la fiebre de la publicidad, preferimos hacer las compras en las grandes superficies y no

en los comercios de nuestro entorno o de nuestros pueblos.

Esto último va poco a poco en detri-

mento de los pequeños comercios y va pro-duciendo un empobrecimiento que no sólo afecta a ellos en sí mismos, sino también a todo el entramado social y económico de los propios pueblos. Es decir, cuando se produce un empobrecimiento de nuestros comercios, no creamos que sólo se empo-brecen dichos comercios, sino también en cierto modo todos los que vivimos en di-chos pueblos. Recordemos, como decía an-teriormente, que un pueblo sin vida es un pueblo muerto. Es, pues, responsabilidad de todos el empeorar o mejorar nuestro sistema de vida.

Quizás deberíamos pensar qué pa-

saría si esos millones de pesetas que deja-mos todos en las grandes superficies du-rante el año los dejásemos en los pequeños comercios de nuestros pueblos. Podríamos ser partícipes de mejorar sus economías, de mejorar y ampliar establecimientos, de exigir y conseguir mejores precios, de au-mentar y crear nuevos puestos de trabajo. En definitiva, y como consecuencia, de mejorar el nivel de nuestras propias vidas, la de nuestras familias y la de todo nuestro entorno.

Como colofón, sí quisiera decir que, apo-yando a nuestros pequeños y medianos comercios, apoyando a nuestras pequeñas y medianas empresas, estaremos colabo-rando en la mejora de nuestras propias vidas, y estaremos apoyándonos a nosotros mismos. Por tanto, pasemos del dicho al hecho y aportemos ese granito de arena necesario para un mejor desarrollo social, económico y laboral de nuestro pueblo. (“TAHONA”. Revista Socio Cultural y Li-teraria. Año I. Nº2. Junio de 1997. José Rodríguez)

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OBRA: POR LOS PELOS AUTOR: Paul Pörtner COMPAÑÍA: Producciones Marcelo Casas REPARTO: Marcelo Casas, Eva García-Vacas, Juanjo Pérez Yuste, Jesús Cabrero, Pilar Barrera y Pablo Paz. VERSIÓN/DIRECCIÓN: Marilyn Abrams y Bruce Jordan/Cesáreo Estébanez LUGAR: Teatro Quintero (Sevilla) AFORO: Casi completo DURACIÓN: 2 horas y 15 minutos (duración variable), con un descanso de 10 minutos CALIFICACIÓN: * * * * (Sobre 5) “Los aficionados al teatro debemos estar agradecidos a seis personas: de una parte al dramaturgo alemán Paul Pörtner, por haber creado en 1963 la obra Scherensch-nitt oder Der Mörder sind Sie; de otra, a los señores Marilyn Abrams y Bruce Jordan, por traducirla al inglés y adaptarla bajo el nombre de Shear Madness, para difundirla por los Estados Unidos -y luego por el resto del mundo-; también a Marcelo Casas, pro-ductor y protagonista principal de este montaje, por el éxito -justificado- que está teniendo allá donde lo está llevando; a Cesáreo Estébanez, el popular "Romerales" de Farmacia de guardia, por la excepcional dirección escénica; y, por último, a Jesús Quintero, popularmente conocido como el "Loco de la Colina", por haber traído la obra a Sevilla. ¿Por qué debe justificarse tal agradeci-miento? Pues por el buen nivel tanto de la trama como de los actores... pero sobre to-do, por dar rienda suelta de forma excelente a la participación de los espectadores. Y es que la interactividad entre público y actores

se convierte en la peculiar y principal ca-racterística de esta obra que ha gozado de diez meses de éxito ininterrumpido en Ma-drid, y que mañana culmina un bagaje si-milar de tres semanas en el Teatro Quinte-ro, el recinto de la céntrica calle Cuna.

Todo comienza en el Salón de Estética Uni-sex Tony´s, la típica barbería/peluquería en la que, más incluso que atender a los clien-tes, los trabajadores se dedican a cotillear, marujear y desvariar hasta tal punto que su dueño, Tony Luján (Marcelo Casas) se "convierte" en una diva del cine delante mismo de su sorprendida y, por momentos, desesperada, clientela. De repente, se co-mete un asesinato, llega la policía y todos los allí presentes quedan retenidos como sospechosos del crimen. Y es ahí donde entramos en el juego los es-pectadores. Como únicos testigos, se nos pedirá la colaboración pertinente, pudien-do realizar todo tipo de preguntas al comi-sario encargado de la investigación (Juanjo Pérez Yuste) sobre los sospecho-sos, y decidiendo quién es el culpable, lo

POR LOS PELOS: La interactividad en el teatro, en estado puro

Víctor Díaz

El elenco de actores, en una de las escenas

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que hace que cada representación pueda desembocar en un final absolutamente dife-rente con respecto a la anterior. Como los lectores se pueden imaginar, otro de los puntos fuertes de la obra es la capa-cidad de improvisación de los actores -la mayoría rostros más o menos conocidos de la televisión, especialmente para los fans de la telenovela Amar en tiempos revueltos-, especialmente cuando el público entra en acción, para poder mantener la coherencia de las historias de cada personaje, y también para com-patibilizar de ma-nera adecuada con los espectadores con el objetivo de mantenerles per-manentemente con la carcajada en sus rostros. Y en eso Marcelo Casas, sin desme-recer a los demás, es el rey absoluto de la función, ganándose al público con su desparpajo y su peculiar forma de interpretar al extrovertido Tony, el peluquero homosexual y amanerado propie-tario del salón. Hasta tal punto es capaz de llegar su improvisación que en la función que servidor de ustedes fue a ver uno de sus gestos provocó, o al menos eso fue lo que pareció, lo que en cualquier otro tipo de obra habría sido un error imperdonable -que alguno(s) de los actores se descojone(n) en el escenario hasta el punto de tener que "parar" durante algunos minutos- pero que en ésta sirvió para que la gente congeniara un poco más si cabe con quienes estaban en el escenario. Claro que un montaje difícilmente se sostie-ne con un solo actor, por muy bueno que sea; y ahí a Casas le dan una excelente

réplica todos y cada uno de sus compañe-ros de escena, desde el comisario y su ayu-dante (Pablo Paz) hasta la señora rica y elegante, llamada "de la Mar Serena", in-terpretada por Pilar Barrera, pasando por el anticuario "yuppie de las Tres Mil" (Jesús Cabrero). Pero quizás la más destacada del resto sea Eva García-Vacas, capaz de llevar a un personaje, la señorita peluquera Alicia Martos, con un registro a lo Belén Esteban perfectamente mantenido durante toda la representación, y de darle

cuando se le decla-ra culpable -como se puede compro-bar ese fue el final que eligió el respe-table en el pase que estoy comentando- un tono dramático digno de una nota-ble actriz”.

En definitiva, para mí es una obra alta-mente recomenda-

ble como podéis comprobar en esta crítica publicada en mi blog personal a finales del último de octubre, cuando estos chicos visi-taron Sevilla por primera vez. Una opinión de la que me reafirmé por completo cuan-do, por gentileza de Marcelo Casas y Laura Santana –coproductores de la compañía-, pude acudir a verla una segunda vez –además de compartir unos minutos con los señores actores tras la misma- el pasado viernes 13 de febrero, en su regreso a la ciudad hispalense. Es complicado que ven-gan una tercera vez, pero si eso ocurriera os recomiendo que os acerquéis a las taquillas del Teatro Quintero y saquéis vuestras en-tradas. Difícilmente una cantidad de dinero destinada al entretenimiento personal aca-bará siendo tan bien rentabilizada.

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“La última mirada”

Aunque la canción que lanza al aire la mo-desta mini cadena ubicada en una pequeña rinconera suena a un considerable volu-men, no puede apagar en absoluto la gol-piza que el agua propina a los sufridos cristales de la ventana que alumbra la sala de estar. Es, nada menos, Milanés el que canta, pero esta endiablada lluvia que se descuelga con rabia en pleno mes de no-viembre, no está dispuesta a respetar nada; ni siquiera la prodigiosa voz de Pablo Mi-lanés. Mientras dentro de la casa la voz del genial cubano se va deslizando sinuosa-mente, ganando terreno e impregnando de una triste dulzura caribeña muebles y pa-redes, afuera llueve; llueve con furia, con encono, con violencia, con ... desespera-ción; llueve como si el hecho de llover no hubiera sucedido nunca, como si un misterioso impulso, in-controlable, hijo de la más perentoria ne-cesidad, obligara a la Naturaleza, en esa parcela de lugar y tiempo, a reunir todas sus fuerzas en el empeño, tenaz e imbati-ble, de descargar toda el agua de la atmós-fera sobre aquel lugar olvidado de la mano de Dios. Eso que está cayendo desde hace más de media hora ha dejado ya de ser lluvia para transformarse en catarata; una espesa y voluminosa catarata que parece tener vo-cación de perennidad, y amenaza seria-mente con rebasar las cotas de aquel míti-co diluvio universal, que lanzara, hace si-glos, a la fama al patriarca Noé con toda su familia, sus animales y su arca a cues-

tas. “¿Otro diluvio?”, musitó Pancho con cierto deje de ironía y un atisbo de sonrisa en sus labios, mientras recordaba con cierta emoción aquella primera vez que oyó contar, por boca de la señorita Mª del Carmen, “la señorita vieja”, la historia de aquel temible y cruelmente justiciero Di-luvio que “El Señor mandó para castigar todos los pecados de los hombres y muje-res que poblaban la Tierra”... Se trataba de un día parecido a éste, pero más temi-ble si cabe, porque, en su evocación. el viento y la lluvia estaban acompañados por una enfurecida tormenta que tronaba y lanzaba relámpagos de manera continua-da, causando el terror entre la chiquillería que se encontraba a la sazón en el humil-de cuarto. Y la entrañable maestra, como si fuera una maternal clueca, los reunió a todos bajo sus amorosas alas protectoras, junto a la pequeña estufa de picón situada en un rincón, y después de rezar a coro aquello de “Santa Bárbara bendita, / en el cielo se halla escrito / con papel y agua bendita ...”, que tenía la virtud de tranqui-lizar al personal cuando hacía tormenta, se dispuso a contarles “una maravillosa historia sagrada que nos dice cómo el Pa-triarca Noé y su familia consiguieron sal-varse del Diluvio Universal gracias a su piedad...”. En este momento, Pancho está tirado indolentemente en el viejo y castigado sofá que heredó de su tía Angustias, y sostiene entre los dedos de su mano dere-cha una foto, tamaño carnet, que no ha dejado de mirar desde hace ya un buen rato. Es de una mujer joven, con el pelo muy corto y los ojos azules, en cuyo ros-

Prosas de Peñaluna (Tranco tercero)

Francisco Díaz

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tro, más bien delgado y anguloso se dibuja el inicio de una sonrisa. Pancho mira, ab-sorto ese rostro, realmente bello, mientras su mirada refleja la angustia que en estos momentos oprime su corazón. La joven del retrato se llama Elena, y hasta el día

anterior, desde hacía año y medio, había compartido con él su casa y su cama, in-mersos en una apasionada relación, que ella había decidido cortar ayer, sin dar nin-guna explicación. Ese golpe ha sido demasiado duro, incluso tratándose de un fajador nato co-mo él, acostumbrado a caer y levantarse tantas veces a lo largo de su vida, que se le ha hecho ya tan natural como respirar. Sí, el golpe ha sido para él… demoledor, aun-que no lo reconoce, no quiere reconocerlo.

Pero desde que ayer Elena se lo dijera con aquella naturalidad tan suya, que no daba opción a réplica, Pancho no es el mismo, porque si lo fuera habría tomado concien-cia real del grado de afectación que lo do-mina. “Lo nuestro se acabó, Pancho.”, le había dicho ella de golpe y sin inmutarse. “Si quieres podemos seguir siendo ami-gos, pero lo de la cama, punto y final”, e hizo un gesto señalando de manera indo-lente con el pulgar para abajo. Después recogió las pocas pertenencias que tenía en aquella casa; varios discos de música celta, tres libros de García Márquez (El coronel no tiene quien le escriba, La Hojarasca y El amor en los tiempos del cólera), una bufanda larguísima de hilo negro, que siempre dejaba tirada sobre el espaldar de uno de los dos sofás cuando dejaba de usarla, y dos murales de Charles Chaplin a los que les tenía verdadero ape-go desde que los comprara en una Feria del Libro Antiguo, hacía ya algunos años. Ella se marchó, y él quedó tan des-hecho que aún no había llegado a tomar conciencia del grado de abatimiento que le invadía el cuerpo y el alma, desde que la puerta se cerrara tras la marcha de aquella mujer que había ocupado sus cin-cos sentidos desde que la conociera, año y medio antes, en una calurosa tarde de principios de otoño... Mientras hojeaba distraídamente una edición de bolsillo de Memorial del Convento, reparó casualmente en ella. Se hallaba de espaldas, al parecer absoluta-mente concentrada en una de las estanter-ías cercanas, y rápidamente llamó su aten-ción el leve pecho que se dejaba ver casi completo a través de la amplia abertura que ofrecía su camisa, de color burdeos, ampliamente desabrochada. “No lleva su-jetador”, pensó, y rápidamente se aver-gonzó de aquel pensamiento con ribetes de adolescencia que había surgido de ma-

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nera espontánea, que sin saber por qué, le hacía parecer ante sí mismo como un viejo verde y carcamal. “Joder, tampoco es para tanto; total sólo son diez lustros los que me contemplan”, bromeó mentalmente consigo mismo, tratando quizás de quitar hierro al asunto. Lo cierto fue que, desde ese momento, Saramago había pasado ya a un discretísimo segundo término; ¡y era uno de sus autores favoritos! Una y otra vez miraba de reojo a la mujer que, de manera tonta, lo había desestabili-zado, y seguía a hurtadillas todos sus mo-vimientos, con el corazón en vilo, como cuando era joven y se iban a mirar las ca-chas de Dolorcita, la sobrina del cura, que estaba buenísima, cuando se bañaba con otras chicas en la alberca de “El Abejaru-co” en el pueblo donde pasaba las vacacio-nes con su familia. El recuerdo de aquellos vistazos an-tológicos que siempre tenían la virtud de soliviantar su hombría y le obligaban a te-ner que achantarla varias veces al día, le distrajo por un momento y perdió de vista a su presa. “Seguramente se habrá marcha-do” pensó, mientras se sorprendía al perci-bir en su interior un sentimiento de contra-riedad que le pareció un tanto excesivo. Y cuando se disponía a devolver toda su atención al “Memorial”... “Perdone se-ñor”... Aquella voz, grave y cálida, sin lu-gar a dudas de mujer, que sonaba con una contenida dulzura a sus espalda, lo petri-ficó ... Como aquella noche, en el paseo, cuando se hallaban reunidos todos los de la pandilla, hablando de las chicas, y él se deshacía en elogios de los muslos de Do-lorcita, y los amigos callaban y lo mira-ban, algunos conteniendo una sonrisa llena de picardía, y él, enardecido hablaba y hablaba, incluso le dedicaba poemas más o menos picantes, hasta que oyó a sus espal-das la voz inconfundible de la sobrina del cura “La verdad Panchito, nunca pensé

que fueras tan sinvergüenza”. Y él se quedó callado como un muerto deseando que se abriera la tierra en ese momento y se lo tragará para siempre, librándole así de aquel insoportable bochorno... Pero en-tonces sólo tenía quince años.... Se volvió; tardó más de lo que hubiera sido normal, pero se volvió. Y lo hizo, temiéndose lo peor, y al mismo tiempo... deseándolo... “Es ella”, pensó. Y efectivamente, era ella. Delante de sus na-rices se hallaba una mujer joven “Algo más de treinta”, calculó en un movimiento reflejo de su mente, de rostro anguloso y delgado, pelo corto, con un flequillo que le caía graciosamente hasta la altura de su ceja izquierda, y que lo miraba fijamente a los ojos con un destello de seguridad en la mirada que lo desconcertó, mientras con mucha naturalidad le preguntaba “¿Me deja verlo?... El libro de Saramago …” Y fue entonces cuando se sintió heri-do de amor en lo más profundo de su pe-cho, aunque nunca llegó a pensar que un día le fuera a producir el mayor disgusto de su vida. Lo de ellos había sido una pa-sión carnal y desbocada, visceral y animal en el más salvaje de su sentido. Pero era mucho lo que los diferenciaba en cuanto al concepto de relación de parejas. Entre los dos existía una contradicción insalva-ble que estaba predestinada de antemano a reventar, mandando al garete aquella con-vivencia. Él la ama de una forma exclusi-va y exclusivista, su cultura y su ideología habían llegado a convertirlo en un “progre de diseño” que se consideraba políticamente socialdemócrata y fiel cre-yente del posibilismo más conservador. Ella es ácrata, seguidora radical de Bakunin y practicante convencida del amor libre desde su más fresca juventud. Como decía Bécquer no pudo ser. Y hacía unos días, sin dar explicaciones (porque

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no tenía por qué darlas), ella cortó el rollo y se marchó. Por ese motivo, Pancho se encuentra ahora vencido, descangallado y fané, tira-do como un guiñapo sobre el viejo sofá, mientras la nostalgia se lo come a dente-lladas. Como un autómata se levanta y arras-trando los pies, sin fuerzas sube al soberao donde tiene un montón de libros arremoli-nados de mala manera desde que el mes pasado decidieron cambiarse de vivienda, escoge de entre ellos uno de José Luis Sampedro (“La vieja sirena”) que ya ha leído al menos dos veces y se dispone a bajar para seguir tirado en el sofá. Es entonces cuando empieza a sentir-se raro. Al principio no comprende bien qué es lo que le ocurre, hasta que repara en que la punzada de dolor que le atravie-sa el pecho no sólo no mengua, sino que aumenta con la pretensión de hacerse fija. Comienza a hacer su aparición el ahogo: primero, de una manera casi impercepti-ble, después comienza a ser agobiante. Empieza a preocuparse mientras va bajan-do con inseguridad la escalera con una mano apoyada en la baranda y la otra sos-teniendo el libro. Cuando por fin llega a la planta baja nota que está sudando copiosa-mente; un sudor frío y desagradable. La inquietud, transformada ya en temor se apodera de su ánimo. Tira el libro de Sam-pedro en el sofá donde ha estado recostado toda la mañana y, descontrolado, con grandes zancadas desincronizadas como si estuviera ebrio se dirige a la calle. Gira de un golpe el picaporte de la puerta metálica y sale. Cuando el frío viento de noviembre le golpea la cara parece sentir una leve sensación de mejoría, como si se estuviera

reanimando. Pero dura muy poco. De nue-vo el dolor y el ahogo hacen acto de pre-sencia, aunque en realidad nunca se han marchado. Ha dejado de llover y un cielo lumi-nosamente azul se alza sobre su cabeza. Se apoya sobre el enrejado del amplio ventanal que adorna la fachada y poco a poco se va deslizando hasta quedar com-pletamente tendido boca arriba sobre los restos de la lluvia que aún cubren la acera. Cree que es el fin, fija su mirada allá en lo alto y mientras va bajando los párpados lentamente piensa que un trozo de la gran bóveda azul se van transformando en los ojos de su amada que le dirige una mirada llena de dulzura: “su última mirada” – piensa – y se hace la oscuridad total.

Epílogo

Con pereza y haciendo un denodado esfuerzo va levantando los párpados. Una de las luces del techo le obliga a desviar la mirada hacia su derecha y de manera algo difusa cree contemplar el mismo tro-zo de cielo azul que viera antes de perder el conocimiento. Y ese trozo de cielo se va transformando como por arte de magia en unos hermosos ojos que lo miran con ternura a través del cristal de la UCI. ¡Es ella! Le gustaría exclamar en un grito des-esperado, pero no puede, y entonces sin saber cómo le viene a la memoria los últi-mos versos de la canción que Pablo Mi-lanés estaba cantando en el momento en que sufría la pesadilla del infarto: …”la prefiero compartida, / antes que vaciar mi vida, / no es perfecta, mas se acerca a lo que yo / simplemente soñé”.

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