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R E V I S T A D E P S I C O A N Á L I S I S 174 T ANIA R OELENS E n un reciente viaje a Buenos Aires, me sorprendió el énfasis que los psicoana- listas argentinos implicados con la comunidad, ponían en el trabajo sobre la memoria como eje central de sus propuestas de trabajo. En los hospitales, en las escuelas, en los lugares de trabajo y en las calles, atienden duelos, pérdi- das, conflictos, traumas, buscando hacer eco, escucha, tratamiento simbólico y reinscripción en lo colectivo a los impasses del terror político, de la injusticia social, de la violencia, de la impunidad. Al mismo tiempo se multiplican las manifestaciones en pro de la verdad, contra la impunidad: en la plaza de Mayo, frente al Palacio de Justicia, los dolientes de desaparecidos, torturados, víctimas de atentados, realizan semanalmente sus decididas marchas de protesta y rememoración. Cierta perpleji- dad me resultó del contraste con el consabido diagnóstico de “amnesia histórica” que afecta a Colombia, a la par de la ausencia de los psicoanalistas en el “campo psicosocial”. ¿Cómo estos dos países de una misma lengua, de un mismo continente, de experiencias comparables de colonización y violencias políticas, pueden producir dos posiciones tan distantes con respecto a la memoria colectiva? ¿Qué hace que, por un lado, una colectividad se empeñe en recordar y nombrar lo perdido, en prote- ger al sujeto ante toda manifestación de su angustia y que, por otro lado, otra colec- tividad acostumbre renunciar a todo decir, todo recordar, como apostando por la vida, a prueba de todas las pruebas, inventando sobre ellas otros tipos de vínculos e iden- tidad? ¿Será entonces la memoria el paradigma de lo que valoramos como historia, o más bien debemos sensibilizarnos a otros elementos en juego en su construcción, no tan objetivables como narración lineal? Al terminar mi visita a Buenos Aires, hallé un eco de este dilema en la película “Los rubios” de una joven cineasta, hija de desapa- recidos: como conclusión de un vano documental sobre las huellas definitivamente perdidas de sus padres y hermana, de aquellos rubios –tales como apenas alcanzaron La memoria: ¿un deber?

La Memoria. Un Deber

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la memoria un deber desde la teoría de J. Lacan

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  • R E V I S T A D E P S I C O A N L I S I S174

    T A N I A R O E L E N S

    En un reciente viaje a Buenos Aires, me sorprendi el nfasis que los psicoana-listas argentinos implicados con la comunidad, ponan en el trabajo sobre lamemoria como eje central de sus propuestas de trabajo. En los hospitales, enlas escuelas, en los lugares de trabajo y en las calles, atienden duelos, prdi-das, conflictos, traumas, buscando hacer eco, escucha, tratamiento simblico yreinscripcin en lo colectivo a los impasses del terror poltico, de la injusticia social,de la violencia, de la impunidad. Al mismo tiempo se multiplican las manifestacionesen pro de la verdad, contra la impunidad: en la plaza de Mayo, frente al Palacio deJusticia, los dolientes de desaparecidos, torturados, vctimas de atentados, realizansemanalmente sus decididas marchas de protesta y rememoracin. Cierta perpleji-dad me result del contraste con el consabido diagnstico de amnesia histrica queafecta a Colombia, a la par de la ausencia de los psicoanalistas en el campopsicosocial. Cmo estos dos pases de una misma lengua, de un mismo continente,de experiencias comparables de colonizacin y violencias polticas, pueden producirdos posiciones tan distantes con respecto a la memoria colectiva? Qu hace que,por un lado, una colectividad se empee en recordar y nombrar lo perdido, en prote-ger al sujeto ante toda manifestacin de su angustia y que, por otro lado, otra colec-tividad acostumbre renunciar a todo decir, todo recordar, como apostando por la vida,a prueba de todas las pruebas, inventando sobre ellas otros tipos de vnculos e iden-tidad? Ser entonces la memoria el paradigma de lo que valoramos como historia, oms bien debemos sensibilizarnos a otros elementos en juego en su construccin, notan objetivables como narracin lineal? Al terminar mi visita a Buenos Aires, hall uneco de este dilema en la pelcula Los rubios de una joven cineasta, hija de desapa-recidos: como conclusin de un vano documental sobre las huellas definitivamenteperdidas de sus padres y hermana, de aquellos rubios tales como apenas alcanzaron

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    a recordar unos vecinos nos muestra la imagen de sus compaeros de rodaje, cami-nando abrazados con ella por una carretera en campo abierto, los cuatro con unapeluca amarilla en la cabeza... Un guio de irona creativa que nos ofrece el cine antelo imposible.

    HISTORIAS DE VIDA Y NECESARIO OLVIDODesde la cotidianidad constatamos que es necesario olvidar para vivir en el presente,para no morir, para ser fiel..., que un Funes memorioso no tiene nada qu envidiar.La flor es el olvido de la semilla, nos recuerda Marc Aug, al osar tambin estafrmula: dime lo que olvidas, te dir quin eres, que sugiere valiosas implicacionestanto en la identidad cultural como en la subjetividad. Las culturas manejan formasdiferentes de relacin con el tiempo, como promesa o como tiniebla, lo mismo conla muerte, y si bien el cristianismo instal la muerte por delante, alabando o negandoel pasado segn las pocas, las culturas tradicionales la mantienen atrs, con sus otrasvidas, sus espritus y fantasmas, con la recomendacin de espantarlos. De all, elantroplogo nos propone considerar las prcticas y ritos colectivos de un necesarioolvido que se conjuga en el pasado, en el presente y en el futuro: el retorno (por ej.la posesin), el suspenso (por ej. la inversin) y el comienzo (por ej. el viaje). As, noslo el olvido es la fuerza de la memoria y el recuerdo slo uno de sus productos,sino que hay figuras del olvido que tienen una virtud narrativa, es decir, que ayudana vivir el tiempo como una historia. Podemos observar cmo estas tres figuras seencuentran asociadas en formas culturales tan distintas como pueden ser los mitosamerindios, las creaciones artsticas, los carnavales, la rumba... o a nivel individual,en el llamado trabajo psquico del duelo que es fundamentalmente una creacincon base en un cambio de relacin con el objeto perdido.

    Como ciudadanos e intelectuales, celebramos los intentos por recuperar lamemoria como una proyeccin ms responsable hacia el futuro, una posicin menosciega y menos pasiva ante los hechos, la posibilidad de un mejor criterio ante losimpasses recurrentes en el lazo social, la garanta de una inscripcin en una enseanzavlida para una comunidad y cada uno de sus miembros. Celebramos las investigacio-nes y programas institucionales que se preocupan por la atencin a las personas ygrupos vulnerados por los acontecimientos sociales violentos y lo hacen en la pers-pectiva de su historia singular: el desplazamiento forzado, las catstrofes, la exclusinsocial, las guerras hacen perder un gran bagaje humano y simblico, fragmentos valio-sos de la cultura y de las vivencias, el patrimonio de una nacin, la pertenencia alterritorio y a las culturas, formas mismas del lenguaje. Estos trabajos, citemos porejemplo los testimonios transmitidos por las obras de Alfredo Molano, son parte de

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    una resistencia activa contra el desprecio de las castas dirigentes hacia los sectoresrelegados de las decisiones y de la identidad, contra la violencia de los interesesinmediatistas o contra la negacin de la subjetividad en el trato de ciertas prcticascientficas, as se llamen humanas.

    Sin embargo los caminos no aparecen tan lineales si consideramos, desde losmismos historiadores, la bsqueda de vas para una alquimia del pasado; entre losautores que promueven en Colombia la tarea cultural de un relato del pas a partir desus voces y lenguajes silenciados, vemos el recurso de la ficcin para trascender laspartes censuradas por la historia oficial, como lo plantean William Ospina o Jess Mar-tn-Barbero en ensayos publicados en la revista Nmero, y el necesario reconocimientode que los muertos mandan, que el terror obliga al silencio y al olvido, que es hora deexigir una reconciliacin creativa y festiva con los muertos, nuevos escenarios colec-tivos para restablecer la prohibicin de matar.

    Estas hiptesis son extremadamente valiosas para evitar que la apuesta cultu-ral y poltica del deber de memoria, corra el riesgo de volverse un producto fetichizadorpidamente asimilable por la burocracia. As mismo las valiosas historias de vida sepueden reducir a indicadores, pautas y cronogramas, confundindose con un manda-to para sacar a todo costo el recuento positivado del pasado. Qu significa obligar aun ejercicio consciente de memoria cuando precisamente el sujeto ha sido excluidodel acontecimiento y no puede rememorar, cuando la relacin misma con la Historiase constituye a menudo de ignorancia y espantos? No ser un atropello contra lapersona, contra las comunidades? Es hora de aprender que lo simblico no se inyec-ta, como lo comentaba recientemente Charles Melman, y a escuchar las manifesta-ciones de un sujeto que nos grita desde su marginalidad, su exilio, su trauma: Noquiero hablar de mi pasado ni que me lo esculquen, o de otros que se niegan asentirse vctimas, desplazados, a respetar y apreciar las diversas expresiones, silencio-sas, paradjicas o exacerbadas, con las que un sujeto logra encubrir la pena, la prdi-da, la exclusin o el terror, a asumir el reto que sugieren estas figuras como nicasrespuestas posibles a lo que no se ha podido ni pensar ni nombrar.

    CONSTRUCCIN Y VERDAD HISTRICADe hecho, desde el psicoanlisis, la rememoracin, como recoleccin positiva derecuerdos conscientes, como historia lineal, como biografa, ya muy poco entra a serelemento de una cura; al contrario, el recuento consciente de su historia resulta serparte de los desconocimientos del yo. Una cura no es ms que la historia de ladesconstruccin de las certezas y recuerdos pantalla, a punta de olvidos, lagunas ydesmentidas, de significantes inditos que insisten y producen nuevas asociaciones,

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    de objetos y letras que aparecen y caen, de fantasas, a punta de inventos y hallazgos.Esta historia que el sujeto enuncia en la transferencia, viene a escribir un nuevo texto.

    Hay una enseanza que nos es particularmente valiosa y es la de los ausentesde la memoria, aqullos cuya ausencia ocupa el lugar del recuerdo. Esta clnica explo-rada en los efectos del traumatismo y en formas de la psicosis, manifiesta con silencio,manifestaciones somticas, holofrases, alteraciones del estado de conciencia, delirio, lainscripcin en lo real de una vivencia no simbolizada, de la cual el sujeto ha sidoexcluido. Son huellas que asedian al sujeto sin dar cuenta de un tiempo, un lugar o unhecho. Qu hacer cuando han faltado los significantes para poder pensar y metaforizar,cuando no hay asociacin libre para memorizar, para enunciar, ni siquiera para nom-brar? Algunos autores han llamado resiliencia a este recurso del sujeto para restable-cer vnculo y sentido donde no existen, otros destacan el papel de testigo ms que deintrprete del analista que puede apoyar la construccin de un nuevo texto, en elque el real puesto en juego se expresa en una lengua que est todava por constituirse.Nos sirve referirnos al artculo Construcciones en el anlisis, escrito por S. Freud en1937, en el momento de auge del nazismo y al final de su obra, texto que demuestramagistralmente la equivalencia, en trminos de efecto teraputico, entre el delirio, laconstruccin en anlisis y la recuperacin de la verdad histrica por medio del recuer-do, revelando un giro con respecto a lo planteado al principio de su obra, cuandoescriba con Breuer a propsito de la histeria, que el enfermo sufra de reminiscen-cias. Ms que levantar los mecanismos de censura de la memoria, se trata entoncesde una reescritura en otro escenario, de una invencin. As se puede escribir lahistoria en el presente y los actos, palabras, expresiones del cuerpo que parecencongelados en una significacin nica o incomprensible, pueden funcionar comoentidades de lenguaje; as se abren vas para que estos trozos de real que irrumpenen el discurso inscriban lo imposible de pensar y de representar, asemejndose aficciones, oximorones, creaciones artsticas que permiten enganchar con el origenmismo del lenguaje, formar un nuevo comienzo, un nuevo texto, una realidad anima-da y lcida del acontecimiento inasible.

    LA ACOGIDA DE LO TRAUMTICOLos testimonios de los sobrevivientes que han sido sometidos por razones polticas alterror, a la represin, la tortura o al exilio forzado, nos dicen a menudo cmo viven enacuerdo con su realidad, bien sea con la lucidez de su delirio o cualquier otra figura queencubre el real de la prdida, una realidad que es el espejo de la poca. El psicoanalistauruguayo Marcelo Viar ha llamado la atencin sobre el riesgo actual que asedia almundo, la constitucin de una entidad psicopatolgica especial del traumatizado, sos-

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    tenido por el frenes de las clasificaciones y por la humanitarera, como la llamabaLacan, que crea una nueva forma de segregacin entre la persona sana y la afectada,en este caso la vctima. Puede ser tranquilizador decir que el horror de la violenciatraumtica se halla en el cuerpo y en el alma de otros, pero la pregunta es: a quinpertenece el horror: a las vctimas o al gnero humano? Existe siempre la trampa deuna inclinacin voyerista ante la abyeccin sufrida por el que padece la violencia polti-ca, el desastre, el exilio forzado, la exclusin, y sta va de la mano con la ilusin de unaliberacin catrtica del horror esperada de una palabra abreactiva que desenmascararauna verdad sepultada en la memoria. No se trata de hacer la autopsia de un pasadopor superar. Hay que encontrar una instancia tercera entre el doliente y quien loatiende: ste lograr atender lo traumtico slo cuando acepte su ambivalencia y per-plejidad, entre huida y fascinacin, cuando sabr aprender algo de este otro y as con-tribuir a abrirle un lugar. Lo que est en cuestin all, es el sentimiento mismo depertenecer a la especie humana, la dignidad humana, una enfermedad del lazo socialque hace que un hombre deje de reconocerse en el rostro de sus semejantes, y quetransforma su semejante en enemigo. Para no hacernos cmplices de estos avatares delgoce omnipotente del Otro que abona la prdida de la humanidad y su consecuenteamnesia, es preciso trabajar con la posibilidad de transcribir en el presente, en la actua-lidad, un destino y una herencia cultural por transmitir, una huella que abarque tantola secuela como la elaboracin creadora. Un trabajo largo que ataa a varias generacio-nes y har que sus, nuestros, descendientes no queden mudos.

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