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LA INTERPRETACION SOCIALISTA DEL TRABAJO Y EL FUTURO DE LA EMPRESA LEONARDO POLO C U A D E R N O S EMPRESA Y HUMANISMO I N S T I T U T O 2

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LA INTERPRETACION SOCIALISTA DEL TRABAJOY EL FUTURO DE LA EMPRESA

LEONARDOPOLO

C U A D E R N O S

EMPRESA Y HUMANISMOI N S T I T U T O

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INDICE

I. EL SOCIALISMO II. EL FUTURO DE LA EMPRESA

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I. EL SOCIALISMO

La palabra “socialismo” no es unívoca. Lospaíses del Este que se llaman socialistas, doctri-nalmente son marxistas ortodoxos y sugobierno, monolítico y totalitario, es ejercidopor el partido comunista. La inspiración socia-lista, tal como hoy se da en Occidente, sobretodo en Europa (que es la patria del socia-lismo), obedece a un intento de diferenciaciónque se produjo en la Segunda Internacional(que los leninistas llaman Internacional ama-rilla). A su vez, los socialistas occidentalesofrecen variantes: hay un socialismo ideo-lógico, todavía próximo al marxismo; otraversión se suele llamar social-democracia(también hay aquí un cambio de denomi-nación, porque los socialdemócratas alemanesde los tiempos de Marx eran marxistas exage-rados a los que el mismo Marx dirigió algunasobservaciones críticas: el llamado manifiestode Gotha; en cambio, los partidos socialdemó-cratas actuales son la fracción de la izquierdaeconómica más alejada del marxismo).

¿En qué se distingue el socialismo del comu-nismo? Fundamentalmente, en los siguientespuntos: primero, por la distinta dependencia

del sindicato respecto del partido: los socia-listas y los socialdemócratas son políticos conbase sindical; el partido está en cierto modo alservicio del sindicato, o bien, el sindicato nodepende por completo del partido. Segundo:los socialistas aceptan lo que suelen llamar lademocracia formal, es decir, el régimen parla-mentario. Admiten que su presencia en las ins-tancias representantes “burguesas” es útilpara los intereses de los obreros, y se erigen enrepresentantes de ellos tanto en dichas ins-tancias como en los sindicatos. Este dualismoda lugar a cierta ambigüedad. Si se acentúa elpapel de los políticos en la defensa de las rei-vindicaciones obreras (más que el proleta-riado, hoy serían los niveles inferiores de laclase media) y la necesidad de frenar en supropio terreno el darwinismo económico quetrae consigo la política liberal, se debilita latradición sindicalista del socialismo. Por eso losviejos socialistas consideran a la social-demo-cracia como un giro a la derecha, justamenteporque hace más hincapié en el aspectopolítico y sustituye la acción directa de lasmasas por medidas tecnocráticas, cuya baseteórica es una interpretación estatista deKeynes. Por otra parte, los políticos socialistas

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se atienen a regañadientes a la legalidadformal (constitucional) de la democracia repre-sentativa.

La experiencia parece mostrar que enaquellos países en los que no hay un partidocomunista fuerte se produce normalmente laconversión del socialismo ideológico en social-democracia y no existe, por lo mismo, unidadsindical, o el sindicato está separado de lapolítica. En cambio, en los países en que hayun partido comunista suficientemente influ-yente la ambigüedad aludida no acaba dedecantarse. En fin, el socialismo viene a ser unizquierdismo con una dosis marxista aguada,que se distingue M comunismo no tanto porconceder poca importancia a las modifica-ciones estructurales, cuanto por pensar que lasreivindicaciones obreras pueden satisfacersesin tener que hacer una revolución, la cual, ensu versión soviética, ha puesto de manifiestoque no sirve a los intereses de los obreros.Desde el punto de vista electoral el socialismose alimenta, por un lado, del descrédito delcomunismo y, por otro, del recelo de los traba-jadores hacia la patronal. Dicho recelo es pro-ducido por cierta incomunicación y por la per-

cepción de los intereses respectivos como con-trapuestos.

Sin embargo, el socialismo encara hoy unacrisis. En última instancia, la crisis del socia-lismo consiste en su incapacidad de hacersecargo del futuro. Esta es la crisis del izquier-dismo como tal. En efecto, el izquierdismo sedefine como la versión enteramente secular dela esperanza. Hoy este tipo de esperanza se haagotado, esto es, se ha hecho insostenible.Paralelamente, la base electoral del socialismoes engrosada por individuos que no sólo expe-rimentan una marginación histórica, sino quela aceptan y aspiran a constituirla comonormal.

El diagnóstico que acabo de proponer esdemasiado condensado. Para desarrollarlo,partiré de un libro de Alan Touraine (unsociólogo claramente izquierdista) que setitula El postsocialismo. Touraine ofrece unresumen de lo que ha sido el socialismo, ydespués muestra cómo las dimensiones inte-grantes del socialismo están perdiendo actua-lidad (se abandonan o se revelan inservibles).Con ello el socialismo se reduce a un movi-miento de conquista de poder, es decir, a lo

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que podemos llamar su dimensión tilítica, ydeja de lado tanto su enraizamiento en losocial como su carácter ideológico. Ahora bien,lo político del izquierdismo no puede mante-nerse aislado, porque la esencia del modelosocialista es un análisis social (eso sería suteoría del trabajo) que se fundamenta en laidea de progreso (eso sería la versión de laesperanza).

Si consideramos básica la idea de progreso,el socialismo histórico es una variante de otrascorrientes modernas que, aunque opo-niéndose entre sí en otros planos, coinciden enaceptar que el progreso es el hilo de la his-toria. Ahora bien, en el socialismo la idea deprogreso sustenta, en concreto, el análisissocial crítico, el cual, a su vez, se centra en lamejora de las relaciones sociales a que da lugarel trabajo, es decir, en la cuestión de la organi-zación del trabajo. El protagonismo político esuna consecuencia, pero no la base ni aquellodirectamente fundado por ella. La diferenciaentre socialistas y social-demócratas es unamuestra de un bascular que altera la impor-tancia relativa de las dimensiones citadas.Dicha alteración lleva consigo una tergiver-

sación o una anulación de las mismas. La con-quista del Estado con detrimento de las orga-nizaciones obreras deja en suspenso elesfuerzo por resolver los problemas de la orga-nización del trabajo. La cuestión de la organi-zación del trabajo define estrictamente la acti-vidad sindical pura. El socialismo político omiteel análisis social y enfoca la sociedad desde elpunto de vista formal, o construye un poderexterno a ella. Sin embargo, tampoco la orga-nización M trabajo es lo básico del socialismo,ya que depende de la idea de progreso. Sin laaceptación del progreso como un procesolineal parece muy difícil que se pueda sosteneren su integridad un modelo óptimo de organi-zación social futura. Con otras palabras, si nose acepta el progreso como tendencia cons-tante de la historia, el análisis social se haceabstracto, asunto académico o burocrático. Porconsiguiente, tampoco una relación entre elpartido y los sindicatos con primacía de éstospuede considerarse suficiente, por cuanto elsindicalismo puede albergar una esperanzamenguada, y es susceptible de adoptar unaactitud netamente conservadora. Más conser-vadora incluso que el capitalismo, por lo queveremos enseguida. Desde luego, el capita-

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lismo promueve transformaciones sociales enla organización del trabajo. En cambio, la con-solidación de la marginación histórica a quealudí renuncia al progreso.

Tomando el asunto en sentido amplio,también los comunistas son progresistas,aunque para ellos la marcha del progresorevista características muy especiales, puestoque tiene que pasar por fases negativas (el ins-trumento de análisis histórico social que Marxintroduce es la dialéctica). Esto equivale a laomisión de factores sin los cuáles el progresoes imposible (con otras palabras, tales factoresno son dialécticos, sino más bien cumulativos).Por eso, el comunismo termina superpo-niéndose a la historia y la colapsa en vez deguiarla. Repito: lo diferencial del comunismoes la anulación de los factores del progreso his-tórico, los cuáles son incompatibles con la dia-léctica. Esto quiere decir que la relación entrelo social y lo histórico supone en Marx unaidentificación entre ambos, según la cual lohistórico se malentiende.

Comunismo, socialismo y liberalismo capita-lista son, cada uno a su modo, izquierda espe-ranzada, o sea, versiones secularizadas de la

esperanza. También, cada uno a su modo,afronta actualmente una crisis. El liberalismoadmite el progreso. El socialismo incluye juntoal progreso material el análisis de la organi-zación del trabajo, es decir, pretende exten-derlo a todos por igual. Insisto: el socialismo norenuncia al progreso tal y como lo piensa unliberal (el progreso material técnico, etc.) peroañade que es menester que alcance a todos.Para los liberales, en cambio, este punto no estan importante porque resaltan otro aspectode la cuestión que los socialistas no alcanzan aver, a saber: socialmente hay que examinar lascondiciones de reproducción de la organi-zación del trabajo. Asegurar dicha repro-ducción es imprescindible para no compro-meter desde la sociedad la historia (el progresomismo). La reproducción de la organización esun requisito mínimo pero inexcusable del pro-greso. Tratar de modificar dicha organizaciónal modo socialista puede comprometer al pro-greso por hacer imposible la reproducciónorganizativa. Y como es claro que la dialécticano está hecha para pensar la reproducciónsocial, el comunismo destruye el progreso.

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Es evidente que considerar lo social (enorden a la historia) en términos de repro-ducción, es admitir que el progreso recibe suimpulso desde fuera de la organización (capi-talista) del trabajo. Ese impulso viene de lainvestigación científica. O lo que es igual: laorganización (capitalista) del trabajo es larenuncia a la organización (capitalista) de lainvestigación, es decir, del saber sin cuya pro-ducción no es posible el progreso. La organi-zación (capitalista) del trabajo usa el saber, nolo produce. Es la idea de libertad de investi-gación. De acuerdo con ella, el capitalismogarantiza la reproducción social con técnicaconstante y al aplicar la ciencia ejerce práctica-mente el progreso cuyo origen es exterior altrabajo que el capital organiza. Según esto, lamodificación socialista de la organización deltrabajo es irracional o atenta contra el pro-greso. Además, en un país sin investigación elprogreso es nulo. También el comunismo es unobstáculo para el progreso porque rechaza elcarácter básico de la investigación. Desde elpunto de vista del capitalismo, la teoríageneral de Keynes sirve para integrar el sin-dicato en la reproducción de su organización,no para progresar.

El socialismo contempla la versión izquier-dista de la esperanza (que es limitada por serexclusivamente mundana o material) comoprogreso en la cantidad de placer que la orga-nización proporciona al hombre. A lo largo dela historia, el hombre ha tenido más penas yesfuerzos que placeres o momentos de bie-nestar; el progreso a que el socialismo aspiraes la minimización del dolor humano y la maxi-malízación del placer. Esto explica, por otraparte, su atractivo para las gentes que sesienten en situación de descalificación o deexplotación. Pero este hedonismo de prin-cipios es un quid pro quo. La humana capa-cidad de placer es escasa, inferior a su capa-cidad activa: la compensación entre ambas noes posible y compromete el futuro, ya queexperimentar el placer en futuro es un contra-sentido.

Así pues, que el socialismo esté en crisis noquiere decir que haya desaparecido, sino que(sin abandonarla) sospecha de la sociologíaque le es peculiar, pues se va haciendo patentesu incapacidad para hacerse cargo de la repro-ducción de la organización social. Además, suinterpretación del progreso actualmente

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parece desfasada, o desmentida por el hedo-nismo de fondo. Tampoco el izquierdismodecimonónico en general, es decir, las ten-dencias que magnifican la esperanzamundana, se libra de la crisis: en nuestros díasya no se piensa que el progreso sea una cons-tante histórica lineal. Incluso se desvaloriza laidea de progreso histórico. Basta recordar elterror ante la catástrofe nuclear y la reivindi-cación de lo natural frente a la técnica quemantiene el ecologismo,

Aquí interesa resaltar la dificultad deconectar la filosofía social y la filosofía de lahistoria. ¿El avanzar de la historia es el pro-greso? ¿Cómo entender la sociedad en tantoque agente del progreso histórico y benefi-ciaria de él? ¿Es siquiera posible pensar elfuturo? ¿No sería mejor tratar de evitarlo,puesto que la previsión ofrece rasgos nega-tivos? ¿No implica esta nueva forma de laactitud conservadora un control -sobre todopolítico- de la investigación? ¿Anteponemos laseguridad a la libertad de pensar? Estas pre-guntas no pueden responderse desde elizquierdismo porque una tal respuesta sería laextrapolación de una situación improrrogable.

Más en concreto: la situación actual está empe-zando a dibujar un futuro que no puede ser lapura continuación de la fase histórica que per-mitía la incidencia del factor de progreso en laindustria como organización reproducible. Elindustrialismo es una fase pasada; pero lasociedad postindustrial no es la que piensaGalbraith, porque nada tiene que ver con loque permite aventurar la interpretación linealde la historia acerca del futuro: el futuro no sesatisface con la simple reproducción de laorganización del trabajo y menos aún con lamodificación socialista de las relaciones labo-rales. Por eso, el pensamiento social actual estáseparado de la filosofía de la historia.Historia ysociedad ya no son aunables de acuerdo con laidea de progreso sedimentado en la industria.

La esperanza de la izquierda se está desva-neciendo. Mucha gente que se niega a votar aun partido conservador, vota al socialismo nose sabe si como ideología o como partido,puesto que lo hace de una manera resignada.La situación de ánimo que refleja el electoradosocialista muestra que no espera que el socia-lismo sea el protagonista que aporte los com-plementos del saber con que el progreso bene-

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ficia a la organización del trabajo. Mantener alprogreso sin incremento del saber es el «pro-gresismo”, postura irracional de fuerte carizsofístico: algo así como una negativa arenunciar a la esperanza secularizada desman-telada por el fracaso del comunismo y por lareducción del socialismo a un esqueletopolítico, es decir, a un partido sin contacto conlas modificaciones sociales que llevan de lasociedad industrial a otra postindustrial. Lossociólogos occidentales expresan, incluso deun modo exagerado, esta situación alarmante:el socialismo es una reliquia del pasado que semantiene en términos de gestión adminis-trativa. Esta es la impresión que se tiene enEuropa y Norteamérica. El pensamiento social-demócrata en los Estados Unidos se recluye engrupos marginales. Por otra parte, el grado deadhesión sindical es bajo, y ya no se tiende alos grandes sindicatos, sino a la agrupaciónprofesional, entre otras cosas, porque el gransindicato no puede gestionar los intereses degrupos humanos cada vez más diferenciados.

Algunos se preguntan por el tipo demutación que habría de experimentar el socia-lismo para superar la pérdida de su sustancia y

de sus objetivos (el socialismo del momentocarece de instrumentos de análisis y los queutiliza funcionan en el vacío, etc.) y, conse-cuentemente, la inercia que supone la meraagrupación de aspirantes al poder, junto con elaumento de la burocracia y el clientelismopolítico, que afecta a los mismos intelectualesy los reduce a eclécticos que cumplen sufunción de un modo mecánico. No meincumbe responder a esta cuestión. Con todo,es claro que esta situación lamentable planteaun reto. El hombre no puede perder la espe-ranza. Si el socialismo ha quedado reducido aun instrumento adjetivo que puede, a lo sumo,intentar reducir el déficit fiscal que él mismogenera, o administrar un poco mejor, cosa parala cual no es muy capaz, su pervivencia dalugar a una situación de empantanamientosurcada por esporádicas agitaciones y man-tenida por la propaganda electoral. Estapérdida de contacto con la realidad lleva a lainoperancia práctica y obtura el camino haciael futuro. Esto es, insisto, la consecuencia ine-vitable de una versión problemática de la espe-ranza centrada en el hedonismo. Esta formu-lación trivial de la aspiración a una sociedad

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más justa es un factor de confusión intro-ducido en esa misma aspiración.

En este sentido la pervivencia del socialismoen crisis nos afecta a todos; no es, a mi modode ver, un acontecimiento que pueda producirsatisfacción, si no es a un liberal que com-prueba el desvanecimiento de la razón de serde un adversario. Pero el problema es otro, asaber: cómo dirigirnos hacia el futuro supe-rando la situación de pesimismo que conllevala pérdida de la calidad de la esperanza. Elmantenimiento del status quo es hoy la aspi-ración, o el reflejo psicológico más genera-lizado: no cambiemos, mantengamos la quehay, porque cualquier cambio es a peor. Si cual-quier cambio es a peor, si el futuro es el lugargeométrico de todos los males, de amenazastremendas, el objetivo se reduce a sobrevivir.La desaparición de la esperanza sume alhombre en una situación desgraciada. Ya no setrata de la distinción entre dolores y placeres(una esperanza hedonista no es una buenaesperanza), sino de la diferencia entre unhombre íntimamente desgraciado, desa-nimado, desesperado, y un hombre animosoque confía en la fecundidad de su actividad. La

diferencia, precisamente, la marca la espe-ranza.

El problema que el socialismo plantea es lanecesidad de dar razón de la esperanza, esdecir, de sustituir su esperanza alguedónicapor otra de mayor alcance y más recia. Esomismo nos obliga a buscar nuevas formas deorganización.

Vista la cuestión a escala planetaria, podríaalegarse que el socialismo es útil en unasociedad subdesarrollada. No es así, pormuchas razones. Ante todo, el exceso de laburocracia es contraproducente si no se hallegado a ser una sociedad industrial. A mimodo de ver, no se puede decir que los que seautodenominan socialistas lo sean si pro-pugnan la descentralización y rechazan elclientelismo político. Es evidente que enEuropa y lo mismo ocurre en Norteamérica, elsocialismo es objeto de una crítica interna muyfuerte. El socialismo no puede ser un partido ynada más. Si lo pretende, se contradice a símismo. Pero como no se ha renovado y la his-toria ha desgastado sus supuestos ideológicos,el socialismo se reduce a política.

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Bien, ¿pero qué pasa cuando no hay todavíaindustria y no se quiere ser un esqueletopolítico? Pienso que en tales condiciones hayque elaborar un análisis social adecuado yrechazar el progresismo.

No sé si en América Latina es posible unaizquierda esperanzada, es decir, una esperanzaenteramente secularizada porque en ese con-tinente la secularización no ha llegado alpueblo y el elemento secularizado es más bienliberal. El análisis social es un mimetismo dis-frazado de algunos planteamientos europeos.Desde el punto de vista histórico, Europa estáatrasada porque todavía la base industrial esdemasiado fuerte y el paso a la postindustrialno se ha dado con el mismo vigor con que seestá dando en otros sitios (por eso, el Atlánticoestá dejando de ser el centro de la economíamundial). Europa puede considerarse como unresiduo histórico más o menos ilustre que tratade sobrevivir; si acepta otra vez el papel deguía, tiene que asumir rápidamente modifica-ciones esenciales de la visión del hombre.

En Latinoamérica, de modo especial,aumentar la capacidad industrial significacolmar un defecto que en este momento se da,

pero no es un futuro histórico. No debe per-derse de vista que por ese camino no seencuentra ninguna esperanza: es una fase porla que hay que pasar si, efectivamente, no setiene industria, pero no es la clave del porveniramericano.

Repito que el socialismo sostiene que lacapacidad humana de placeres mayor que sucapacidad de trabajar; esa es su versión de laesperanza secularizada: una esperanza hedo-nista. Pues bien, eso es falso: la capacidad deplacer del hombre es muy limitada. El hombrese puede “autopremiar” prácticamente poco.Desde este punto de vista, es un ser desequili-brado, es decir, tiene más capacidad de ejer-cicio de actos que de recuperación del fruto desus actos. Por lo mismo, cualquier intento dedeterminar su fin en términos de goce cor-póreo, cultural, estético, es una equivocación.La prueba es que la humanidad no hainventado nuevos placeres: la capacidad deplacer que tenía el hombre hace dos mil añoses la misma que tiene ahora; la capacidad detrabajo del hombre actual es muy distinta. Talvez, solamente hemos descubierto un nuevoplacer que es la velocidad. Pero, en cambio, si

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se compara lo que un hombre es capaz dehacer hoy con lo que hacía en el pasado ladiferencia es notable. Esperar de un mayorempleo de energía humana una compensaciónequivalente en términos de placer es ilusorio;el hombre no está hecho así.

La crítica más fuerte a la esperanza secula-rizada es ésta: el hombre sin Dios no puede serfeliz, su capacidad de felicidad en cuanto quehombre es muy escasa; sin Dios prácticamentenula al lado de la inmensa tensión de sudotación activa. San Agustín advierte que si elhombre quiere incrementar demasiado elplacer, el resultado final es el estragamiento.El hombre no puede abusar sin estrago delplacer, y comprueba que, si se extralimita, seestropea. En tales condiciones, la sociedaddirige mal su dinámica histórica, pues elhombre estragado compromete su capacidadde hacer.

Marx, glosando el pensamiento hegeliano,hablaba de recuperación del producto deltrabajo (teoría del valor trabajo) o, en otrocaso, de alienación; pero el intento de esta-blecer un equilibrio entre placer y acción chocacon un imposible. El hombre no puede recu-

perar de forma felicitaria más que una partede sus obras, y en eso consiste su grandezaporque el equilibrio humano no es hedonistasino donal.

II. EL FUTURO DE LA EMPRESA

La oportunidad que la situación actualofrece es, en síntesis, la siguiente: sustituir lanoción de progreso por una esperanza mejory, paralelamente, afrontar de un modo nuevola organización del trabajo, dejando atrás elplanteamiento liberal (que se centra en el pro-blema de la reproducción de la organización) ysus críticos socialistas (modificaciones internasde las relaciones laborales a partir de un igua-litarismo hedonista que puede afectar a lareproducción social) y comunistas (formulacióndialéctica de las relaciones sociales y postu-lación de la sociedad sin clases, es decir, sinorganización del trabajo).

A mi modo de ver, el postindustrialismo sig-nifica dos cosas: en primer lugar, que lainvención técnica se suelde directamente conla actividad productiva económica (en el indus-trialismo no era así, sino que la economía

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recibía la técnica de la investigación, la cual seproducía en otras instancias). Hoy no esutópico pensar que la organización socialpuede aunar el saber y la actividad productivade modo más estrecho que en el pasado, y deforma diferente. Como he dicho, la caracte-rística central de la organización industrial esque el saber y la organización social deltrabajo son instancias separadas, justamentepor eso era posible la crítica ideológica, esdecir, la figura del sociólogo que a partir de unreduccionismo antropológico proponía formu-laciones de la producción social del saber ina-decuadas para la actividad económica (porejemplo, la noción marxiana de Ueberbau) yque al incidir en ella la estorbaban en vez decontribuir a su mejora. Desde luego, no todoel saber teórico es útil para la práctica: buenaparte de él está separado de cualquier apli-cación a la economía; pero la razón prácticaexiste y es válida en el campo de la acción, Lasociología aludida es perjudicial, o falsa, encuanto razón práctica.

En segundo lugar, el postindustrialismorequiere una mayor riqueza de las relacionesentre los agentes económicos. Ello se sigue de

la indicada reunión de los factores sapiencialesy activos en su forma de organización (lo quepermite también abrir la cuestión de la repro-ducción organizativa al futuro histórico de unmodo explícito).

Para aclarar este punto me serviré de unasentencia de Aristóteles, según la cual mandara esclavos carece de interés. La razón está enque mandar significa emitir una orden; ahorabien, una orden es, ante todo, una instrucción,un contenido comprensible. Según esto, elemisor intenta fijar el tipo de conducta que elreceptor ha de ejercer para que la orden secumpla (el receptor de la orden es su ejecutor).Entre hombres libres el mando no es de índolevoluntarista o despótica. El momento centralde la orden no es el imperio, sino que unaorden es fundamentalmente un mensaje cuyocontenido se transmite a aquél que tiene quellevarlo a cabo. Así pues, la orden dependeintrínsecamente de su ejecución, la cual correa cargo de un sujeto distinto. No tiene sentidodar órdenes a una piedra. En el caso de unanimal domesticado, la orden no se ejecuta deacuerdo con una intención inteligente delanimal mismo, sino en la medida de la movi-

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lidad del animal (controlada por reflejos con-dicionados). Por el contrario, la sociedadhumana es, en último término, una estructurade comunicación. Lo que hay que asegurar,ante todo, es la comprensión de la orden; poreso, mandar a esclavos no tiene interés: el con-tenido informativo de la orden se reduce a lacapacidad de ejecución del esclavo, la cual esescasa y nunca igual a la que el hombre libretiene.

Estas consideraciones permiten la gradaciónde la razón práctica, Su nivel mínimo corres-ponde a las técnicas aplicadas a cosas inertes.En este caso la actividad es informativamenteunilateral y su término una transformaciónmaterial. La sociología clásica denomina aestas actividades técnicas de primer nivel, odespóticas. En ellas no hay distinción subjetivaentre el que ordena y el que ejecuta (pues larelación operativa se establece entre elhombre y la cosa); por lo tanto, es incorrectoentender las relaciones humanas de acuerdocon este modelo (si se contraviene esta obser-vación, aparece lo que se llama manipulación).

Claro es que la economía termina en téc-nicas de primer nivel, por lo que se presta a

confundirla con ellas: es lo propio del econo-mismo. La extensión de las técnicas de primernivel a las relaciones humanas define la nociónde esclavo por naturaleza. Aunque la civili-zación occidental no admite esta noción, enbastantes sociedades no se han superado dehecho. Además, el totalitarismo moderno la harepuesto, y el hedonismo no puede justificarsu rechazo, El contenido informativo de laorden en este caso es ínfimo, lo cual afectatambién al que manda (es la noción de tirano).Cuando la orden no termina en esclavos, sinoen hombres inmaduros, la técnica correspon-diente es de segundo grado o pedagógica. Elpedagogo educa para la libertad: ayuda acrecer y pone en condiciones de emitir y eje-cutar órdenes en la sociedad de hombreslibres.

El hombre libre es el ejecutor capaz deentender la orden de otro hombre libre. El ren-dimiento que de tal conexión se sigue defineese nivel superior de la razón práctica queconstituye el ideal social. Pero entre hombreslibres sucede lo siguiente: en la misma medidaen que la eficacia de la orden depende de lainiciativa del sujeto receptor, éste puede

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entender (y ejecutar) la orden de una maneraque no era la prevista por el que la emitió. Enese mismo momento, la relación se invierte: elque ejecuta la orden de una manera no pre-vista se convierte ahora en emisor. En efecto,la diferencia entre lo previsto y el resultado esuna información que llega al primer emisorcomo orden que obliga a rectificar. Por esodice Aristóteles que no es señal de buena orde-nación social el hecho de que todos estén deacuerdo; al contrario, es señal de que lasociedad va mal, de ausencia de iniciativa y deinercia histórica. Según esto, la salud de unasociedad se mide por el hecho de que alterna-tivamente se mande y se obedezca. De no serasí (partimos del supuesto de una sociedad dehombres libres), la libertad se perdería y conella se detendría la marcha de la historia pordebilidad en la aportación de saber práctico,pues el saber práctico se acrecienta en tantoque la orden no es rígida. Si unos se dedicasenexclusivamente a obedecer (lo cual, por lodemás, es imposible porque en cuanto que unaorden es ejecutada por otro su valor infor-mativo es distinto del proyectado por el que laemitió), se comportarían como los materiales alos que se aplican las técnicas del primer nivel.

La diferencia entre lo esperado y lo alcanzadopor la ejecución constituye una nueva infor-mación y, por tanto, una nueva orden, puestoque las órdenes consisten esencialmente eninstrucciones. La tradición ética ha recogidoesta idea básica. De acuerdo con ella, la racio-nalidad de la práctica consiste en su corregibi-lidad. La razón teórica no es propiamentecorregible, sino demostrativa y necesaria, perola razón práctica es recta sólo si se corrige. Enlos libros de filosofía moral tradicional se hablade la recta razón; la recta razón significasiempre, respecto de la práctica, razóncorregida. Es constitutivo de la prácticahumana errar y aprender del error, de maneraque el hombre alcanza un actuar correcto pre-cisamente en forma de corrección; lo correctoes lo corregido; “a la primera” no sale. La ideade una ética enteramente determinada en susprincipios, y aplicable deductivamente, esmero racionalismo.

Con esta dinámica correctora se logra mejorel propósito inicial y se descubren nuevos obje-tivos posibles. El objetivo que se proponía elprimer sujeto emisor de la orden, se modificaenriqueciéndose con la aportación ajena. La

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orden puede no ser cumplida por no ser sufi-cientemente precisa, sabia u oportuna. Demanera que la diferencia entre lo que se pre-tende y lo que se logra no es motivo de deses-peranza, porque la razón práctica de ningunamanera es automática, sino intrínsecamentecibernética; sin realimentación no hay rectarazón.

Conviene añadir las siguientes precisiones:

1. Este modo de formular la razón prácticafue descubierto en una época que se prestabamenos que la actual a su aplicación. En dichaépoca la entraña ética del trabajo no estabaclara (es la noción de trabajo servil). Además,la incorporación del saber al trabajo era másdébil y la inventiva técnica más lenta que hoy.Por eso, los niveles del saber práctico estabanseparados (distinción de lo agible y lo factible,así como de la filosofía política y la sociología).En la actualidad, sin incurrir en confusión, espreciso destacar que están íntimamenteunidos, o bien que la ética es una dimensiónde la actividad productiva, la cual no puedeconsiderarse separada o centrada en el pro-ducto terminal sin amputarle su sentidohumano más genuino. La relación entre los

sentidos objetivo y subjetivo del trabajo pro-puesta por la Encíclica Laborem exercens deJuan Pablo II es un claro y autorizado testi-monio al respecto. Las actividades técnicasestán sustentadas por relaciones humanas quees imprescindible tener en cuenta. La reali-mentación característica de la corrección de larazón práctica ha de abrirse paso hasta la orga-nización del trabajo para dar efectivamenteentrada al sentido subjetivo del trabajo.

2. La noción de reproducción de la organi-zación, en que se centra la concepción capita-lista de la industria, está fundada en la idea deprogreso lineal. También esta idea supone unaseparación neta entre la racionalidad queimpulsa la historia y su aplicación productiva;por consiguiente, reduce la racionalidad de losagentes económicos, a los que el capital ads-cribe por contrato y les confiere un papelpasivo que anula el feed-back social, esto es,los configura como meros ejecutores deórdenes unidireccionales. Así se desconoce elsentido subjetivo del trabajo y se extrema ladistinción entre la técnica de dirección y latécnica de primer nivel (el obrero se reduce aella): la burocratización de los cuadros direc-

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tivos de la gran empresa está implícita en taldistinción. La burocracia es poco permeable ala corrección de la orden y las que emite tienenescaso contenido informativo.

La situación actual se presta al modelo orga-nizativo clásico porque los problemas queplantea la sociedad industrial son insolubles deotra manera (la razón práctica permiteentender la sociedad postindustrial, comocorrección de la industrial). En una cadena demontaje taylorista, el feedback entre traba-jador y empresario no se establece: la cadenade montaje no lo incluye. Pero la situación delhombre en la empresa no está definida por supuesto en dicha cadena: si el empresario esinteligente y el obrero no es un simple consu-mista, se dan cuenta de las muchas dimen-siones humanas que están en juego en unpuesto de trabajo. Mejorar la organización deltrabajo no consiste esencialmente en elaumento de salario, sino en acercarse a unmodelo funcional en que los hombres mandeny obedezcan alternativamente. La clave estáen la corrección de la razón práctica, que laperfecciona e incrementa, y justamente no enel modo de un progreso lineal. La razón se

incorpora y anima a la praxis en la mismamedida en que la praxis se corrige.

3. El modelo clásico sólo es posible desde lalibertad. Aristóteles llama despóticas a las rela-ciones entre un agente y un término pasivo, ypolíticas a las relaciones entre ciudadanos(hombres libres) capaces de diálogo o inter-cambio de información (Babilonia, diceAristóteles, no es una polis porque su grantamaño impide el diálogo, sin el cual no haysociedad libre).

¿Porqué digo que la situación actual sepresta a este tipo de organización? Por lopronto, porque (si el hombre sabe usar ese tipode máquinas) la informática incluye el saber, laorden que cuenta con ella es una instrucción yno un “ordeno y mando”. La interpretaciónvoluntarista hace rígida la orden, impide elcontrol. Pero una praxis no rectificada terminaen la catástrofe. La infalibilidad práctica noexiste. Hemos llegado a notar que todo elsistema formal aplicado a la práctica (incluso sise trata de técnicas de primer nivel) no es axio-matizable. En especial, hoy construimosmáquinas que tienen posibilidades funcionalesno previstas por el ingeniero: no se sabe a

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priori todo lo que da de sí el aparato. Esto, quees verdad en los ordenadores, en rigor, esverdad siempre en la historia. De todo cuantoel hombre hace, surge una posibilidad quesirve de punto de partida para posibilidadesulteriores. La libertad ha de tener en cuentaesas posibilidades prácticas, justamente encuanto indeterminables a priori. Este es unaspecto del riesgo que no se puede omitir sincaer en la desorientación. El sentido queadquieren en su despliegue temporal las obrashumanas, trasciende el sentido que el hombrepreveía. Es claro que la práctica humana noestá definida por una ecuación de equivalenciaentre presente y futuro, sino por una curiosadescompensación que obliga a estar másatento y a ser más humilde. En el fondo de laactitud que pide garantías a ultranza, haysoberbia: las cosas van a ser como preveo queserán. No es así, y quien lo pretende (porejemplo, A. Comte) se queda corto: no secorregirá, no concederá a las cosas la atenciónque merecen. Es menester corregirse (lo cuales más que adaptarse), pero para ello hay queser libre.

4. El modelo clásico de sociedad no es com-

patible con el imperio de la propaganda.Efectivamente, fue propuesto por los grandesfilósofos socráticos contraponiéndolo a lasofística de su tiempo. Cabe definir la sofísticacomo aquel tipo de orden que pretende ase-gurar su cumplimiento aprovechando lo queen el hombre hay de condicionable y dejando,por tanto, al margen su intelecto y su libertad(Skinner habla de troquelado de la conducta).Es claro que el contenido informativo de laintervención sofística en la vida social eslimitado, o bien que reduce las relacionessociales a las técnicas de primer nivel (con-sidera al hombre como material maleable). Porlo mismo, el motivo de la orden sofística es laventaja exclusiva del emisor y la forma delmensaje es semejante a la usada en la doma deanimales: una combinación calculada dehalagos, gratificaciones y amenazas. La críticasofística es la descalificación adjetiva y su argu-mentación positiva busca la persuasión, no elasentimiento fundado en la comprensión. Laausencia del diálogo y de corrección racionalempobrece el lenguaje a pesar de la sobre-carga retórica. En el sofista la retórica se con-vierte en la sustancia del uso del lenguaje; conello el lenguaje pasa a ser un juego de suma

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cero: persuadir es vencer. Pero la retórica no eseso, sino un refuerzo del aspecto alusivo dellenguaje, refuerzo conveniente cuando lainformación se reduce a indicios, lo cualimplica que el retórico está obligado a recti-ficar si el indicio se aclara y desmiente a laalusión reforzada.

La propaganda no es necesariamentesofística, pero su extensión desmesurada sí loes. Tal desmesura consiste en la ausencia deréplica. La ausencia de réplica es, asimismo,ausencia de libertad en el receptor. De estemodo impera la propaganda.

5. El modelo clásico de sociedad admite lanorma moral como principio de la conductapráctica. La norma moral es una orden cuyocontenido informativo cabe resumir del modosiguiente: tienes que hacer el bien; no debessubordinar la verdad a la utilidad, porque erescapaz de ambas pero si aceptas esa subordi-nación te haces incapaz de realizar el bien;tampoco debes subordinar a la utilidad aningún otro ser humano, porque él también escapaz de verdad; por tanto, tampoco debessometer a sanción al inocente en ningún caso.

La norma moral es el principio de la con-ducta práctica en cuanto corregible (no enotro sentido; por ejemplo, como principio psi-cológico o causal). Dicho de otro modo: sucumplimiento no es automático ni está ase-gurado a priori (en contra de lo que supone lamoral trascendental kantiana), sino que seencomienda a la conducta y rige en ella comoprincipio de corrección.

6. De acuerdo con este modelo, el fin delactuar social del hombre es la mejora de laspropias decisiones atendiendo a la diferenciaentre lo previsto y el resultado. Como los resul-tados requieren el ejercicio de la libertad deotros, la mejora de las decisiones ha de sercomún. Este perfeccionamiento permiteenfocar el futuro (sin futuro no sería posible)sin acudir a la idea de progreso lineal. Con ellose modifica el sentido moderno de la espe-ranza: la esperanza estriba en aprender adecidir, pues el hombre está perdido si no rec-tifica su práxis. Desde este punto de vista, laEdad Moderna aparece como una fase de acu-mulación de problemas insolubles desde sussupuestos, una época de gran esfuerzo einventiva que, contra lo que se pretendía, ha

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empobrecido al hombre. Esta pobreza pro-funda consiste en olvidar que el hombre es unfeed-back viviente. Por eso los grandes obje-tivos no se alcanzan en directo. En la sociedadactual ese olvido se disipa, incluso de modoviolento, al darnos cuenta de que trabajar esordenar y ejecutar, o bien, de que sin ejecuciónla orden se anula. El cumplimiento de la ordenha de encomendarse a otros sujetos y, por con-siguiente, implica un juego de libertades quehan de coordinarse. La sociedad no secompone de un grupo de miembros activos yde otro recluido en un asilo más o menos con-fortable. Hay que sacar a la gente del asilo, hayque incorporarla al orden de las decisiones.

PREGUNTA:

¿Cabría plantearse el desarrollo industrialque requiere una sociedad poco desarrolladaen términos de sociedad postindustrial?

R.: Esa es, en líneas generales, la gran opor-tunidad. Ahora bien, para incorporar a lagente al propio sistema de órdenes hay quetener en cuenta que uno no tiene derecho adar ninguna orden que el otro no sea capaz decumplir, es decir, de entender. Por tanto, elprogreso requiere una amplia actividad edu-

cativa porque la pobreza fundamental es lapobreza ejecutiva, lo que impide la plena utili-zación de los recursos humanos. Esto limita lasposibilidades de organización porque tambiénempobrece el contenido informativo que lasminorías dirigentes pueden transmitir. Sin des-cartar la industrialización, no me parece con-veniente detenerse en ella, pues se trata de untipo de posibilidades ya probadas.

Hoy se están haciendo serios esfuerzos eneste sentido, y muchos empresarios son cons-cientes de ello. En otra ocasión he aludido a lallamada analítica de costos, que es un modo dehacer llegar al ejecutor la información de loque cuesta. A esto se añade que la responsabi-lidad favorece la iniciativa y multiplica lasaportaciones individuales y la capacidadinventiva. Cuanta más gente se convenza deque tiene que tratar de mejorar la manera deejercer su actividad, más enriqueceremosnuestra sociedad.

En definitiva, el modelo clásico es dialógico.Se trata de ampliar el diálogo. Las tecnologíasde punta pueden ejercer un gran efecto sobretécnicas más antiguas. Lo importante no estanto construir aparatos sofisticados como el

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tipo de organización que las tecnologías depunta exigen. Esta es una de las razones porlas que el futuro no es para las grandesempresas sino para la organización horizontal

o la confederación de pequeñas empresas.

La baja capacidad de cumplir órdenes revelaescasez de comunicación.

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