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Actas XIV Congreso AIH (Vol. III). Vsévolod BAGNÓ. La imagen y el mito de San Petersburgo ... - La imagen y el mito de San Petersburgo en la literatura española V sévolod Bagnó ACADEMIA DE CIENCIAS, SAN PETERSBURGO MIJAÍL LOTMAN EN su ensayo «Símbolos de Petersburgo y problemas de semiótica urbana» caracteriza a San Petersburgo como un fenómeno cultural que desde el primer momento se alejó de la interpretación clara y única, que se enriquecía de sentidos con una rapidez increíble. 1 El mito nacía poco a poco y, al igual que la propia ciudad, se ensanchaba abigarrado y multifacial, acumulando, sin sustituirlas unas por otras, todas las admiraciones y maldiciones. El mito sobre la ciudad menos rusa de Rusia, invitada, como antiguamente el varego Rurik, a gobernar y poner orden. Según la expresión precisa y mordaz de Herzen, Petersburgo es la niña bonita del zar que renunció a su país por su bien, un país al que oprimía en nombre del europeísmo y de la civilización. La belleza y el precio de esa belleza. La arbitrariedad capaz de hacer milagros, pero milagros a su semejanza, con pujos totalitarios. Y cuanto más acabada se hacía esa belleza, al tiempo que se reducía el frenesí y se apagaban los entusiasmos, oficiales o totalmente sinceros, tanto más los rusos que pensaban y sentían descubrían con precisión los rasgos de la ciudad más intencionada del mundo, según la autorizada expresión de Dostoyevski. Una de las versiones más arraigadas del mito es la imagen de Petersburgo como ciudad geométrica, trazada con regla, una escenografía tanto como una ciudad uniformada, una ciudad-sargento. Las reflexiones sobre el contraste insuperable de la belleza perfecta y de la imperfecta naturaleza humana son uno de los motivos claves del mito de Petersburgo. En Petersburgo se percibe, con más claridad tal vez que en cualquier otro sitio, cómo la arquitectura perfecta, neoclásica de la ciudad, su belleza, elegante e ideal, entran en contradicción flagrante con la imperfección natural y lógica de cada individuo, de su naturaleza perecedera y la fragilidad de su destino vulgar. Una de las imágenes dominantes del mito, entrañable y maldito, de Petersburgo, de la Petersburgo de Pushkin, de Gógol, de Dostoyevski, de los simbolistas, es la imagen 1 V. Lotman Yu. M., «Símbolos de Petersburgo y problemas de semiótica urbana» Revista de Occidente, Madrid, 1994, 155, 22. 75 -t .. Centro Virtual Cervantes

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La imagen y el mito de San Petersburgo en la literatura española

V sévolod Bagnó ACADEMIA DE CIENCIAS, SAN PETERSBURGO

MIJAÍL LOTMAN EN su ensayo «Símbolos de Petersburgo y problemas de semiótica urbana» caracteriza a San Petersburgo como un fenómeno cultural que desde el primer momento se alejó de la interpretación clara y única, que se enriquecía de sentidos con una rapidez increíble. 1

El mito nacía poco a poco y, al igual que la propia ciudad, se ensanchaba abigarrado y multifacial, acumulando, sin sustituirlas unas por otras, todas las admiraciones y maldiciones. El mito sobre la ciudad menos rusa de Rusia, invitada, como antiguamente el varego Rurik, a gobernar y poner orden.

Según la expresión precisa y mordaz de Herzen, Petersburgo es la niña bonita del zar que renunció a su país por su bien, un país al que oprimía en nombre del europeísmo y de la civilización. La belleza y el precio de esa belleza. La arbitrariedad capaz de hacer milagros, pero milagros a su semejanza, con pujos totalitarios. Y cuanto más acabada se hacía esa belleza, al tiempo que se reducía el frenesí y se apagaban los entusiasmos, oficiales o totalmente sinceros, tanto más los rusos que pensaban y sentían descubrían con precisión los rasgos de la ciudad más intencionada del mundo, según la autorizada expresión de Dostoyevski.

Una de las versiones más arraigadas del mito es la imagen de Petersburgo como ciudad geométrica, trazada con regla, una escenografía tanto como una ciudad uniformada, una ciudad-sargento.

Las reflexiones sobre el contraste insuperable de la belleza perfecta y de la imperfecta naturaleza humana son uno de los motivos claves del mito de Petersburgo. En Petersburgo se percibe, con más claridad tal vez que en cualquier otro sitio, cómo la arquitectura perfecta, neoclásica de la ciudad, su belleza, elegante e ideal, entran en contradicción flagrante con la imperfección natural y lógica de cada individuo, de su naturaleza perecedera y la fragilidad de su destino vulgar.

Una de las imágenes dominantes del mito, entrañable y maldito, de Petersburgo, de la Petersburgo de Pushkin, de Gógol, de Dostoyevski, de los simbolistas, es la imagen

1 V. Lotman Yu. M., «Símbolos de Petersburgo y problemas de semiótica urbana» Revista de Occidente, Madrid, 1994, 155, 22.

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apocalíptica de una ciudad que desaparece hundida en las aguas. Ese mito, un espejismo, un sueño soñado por alguien, visto como a través del prisma de «La vida es sueño» de Calderón, sin duda hunde sus raíces en la imagen que de la ciudad tienen los viejos creyentes.

La más difundida imagen, nacida en el siglo pasado, de San Petersburgo como ciudad «germana», antagónica del Moscú auténticamente ruso, es falsa, aunque no carezca de fundamento, como toda imagen generalmente aceptada. Cualquier rivalidad entre las dos capitales, la vieja y la nueva, inevitablemente lleva a semejante idea. No se debe olvidar que en este caso, por cuanto nos referimos al siglo pasado, la capital «triunfadora», la coronada con premura y sin méritos, fue Petersburgo, no Moscú. Petersburgo también tendrá sus cuentas pendientes con la capital «bolchevique», pero eso ya ocurrirá en el siglo XX. En la contraposición de Moscú, guardián de las tradiciones, y Petersburgo cosmopolita, también se reflejó, por supuesto, el escarnecido mesianismo de Moscú, la tercera Roma, llamada a salvar y preservar los valores zaheridos de la auténtica cristiandad de Europa.

Es difícil encontrar a un escritor o pensador ruso que no intentara dar una interpretación propia a esa pugna, que dice poco a un extranjero, pero que tan importante es para Rusia.

San Petersburgo solía despertar en los extranjeros únicamente curiosidad o, a lo más, les hacía reflexionar sobre lo eterno y lo humano; para los rusos, en cambio, se convirtió en piedra de toque del destino nacional.

A diferencia de la poderosa colonia alemana (casi todos los panaderos eran alemanes), y de las bastante numerosas colonias sueca, inglesa y francesa, en Petersburgo no había colonia española. Pero podemos hablar del Petersburgo del compositor Vicente Martín y Soler, del estadista José de Rivas, del ingeniero Agustín de Betancourt, del militar Juan Van Halen, españoles que dejaron profunda huella en la historia o en la cultura rusa, y para los cuales a veces Rusia fue una segunda patria.

En el aspecto interior y exterior de San Petersburgo junto con la aportación italiana, alemana o francesa, por supuesto mucho más valiosa que la española, se hereda la aportación de José de Ribas, de Vicente Martín y Soler, de Agustín de Betancourt en el ambiente liberal y cosmopolita de la antigua capital de Rusia. Lo mismo se puede decir del aspecto exterior de San Petersburgo, que se nota más por los viajeros, pero incluso en la ciudad misma. Hace tiempo los ciudadanos y los extranjeros apreciaban los puentes proyectados y construidos por Betancourt, los cuales desgraciadamente han desaparecido, y en nuestros días aprecian el edificio del Instituto de Vías y Comunica-ciones o la famosa catedral de San lsaak, uno de los símbolos de la ciudad; es bien sabida la decisiva intervención de Betancourt como ingeniero en esta obra, que tuvo que resolver problemas de gran envergadura, desde los cimientos hasta los andamios y mecanismos de elevación que colocaron en su lugar las gigantescas columnas que sostienen el frontón. No hay que olvidar que gracias al poderoso cargo de Betancourt en el curso de varios años-Administrador General del Departamento de Vías de Comunicación-y su amistad con el emperador Alejandro 1, de su opinión y de sus gustos dependía mucho en todo el imperio y, en particular, la fisionomía arquitectónica

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de la capital. En la carta dirigida a su hermana, Betancourt confesaba: «Bajo mi dirección están todos los caminos y canales del Imperio, la navegación de todos los ríos, todos los edificios de la ciudad de San Petersburgo, tres colegios para la instrucción de los ingenieros, etc. Este año tengo a mi disposición, para emplear en obras, más de sesenta millones de reales».

San Petersburgo no fue para los extranjeros lo mismo que para los rusos: el mito, clave del destino nacional. No obstante, este mito ausente en las descripciones que de Petersburgo hicieron los extranjeros, incluidos los españoles, puede ser reconstruido a partir de ellos. En las notas de viaje, en cartas de los visitantes españoles, se repite la imagen de San Petersburgo como una obra de arte, como un monumento arquitectónico único. Surge así la imagen de una ciudad que no es algo vivo, que crece y madura, como un árbol o cualquier otro fenómeno de la naturaleza, sino de algo creado, hecho por las manos del hombre en mayor medida que cualquier otra ciudad. San Petersburgo aparece como un monumento al talento creador del hombre.

San Petersburgo despertaba la admiración de los viajeros españoles, principalmente por el hecho de que veían en él la quintaesencia de «toda» la civilización occidental, la idea misma de la civilización llevada hasta su límite lógico y materializada mediante el esfuerzo común en una especie de zona de pruebas. Como una torre de Babel al fin construida, firme, inspirada en la idea paneuropea de la armonía, la racionalidad y el progreso, San Petersburgo representaba la apertura a lo eterno, lo extratemporal y lo universal.

Los españoles que visitaron en alguna ocasión la ciudad de los zares, pagaron sin saberlo un tributo a algunos elementos del mito de San Petersburgo. Máximo Laguna Villanueva, miembro de la Academia de Ciencias que estuvo en San Petersburgo en 1864, escribe con gran entusiasmo sobre la ciudad de San Pedro como la prueba del genio creador humano: «La impresión que las bellezas de Petersburgo producen en el ánimo, crece y se hace inmensa en el hombre reflexivo al pensar que, hace poco más de un siglo, aquellos campos, donde hoy florece la Palmira del Norte, no eran más que tristes y solitarios pantanos convertidos después por la enérgica voluntad de un hombre en una de las más grandes y opulentas ciudades del mundo».2 Otro aspecto importante del mito subrayó Rafael de Llanzá y de Valls en el año 1813 en un relato de extraordina-rio interés: «Sin embargo, esta gran ciudad tiene un defecto, y tal que queda el extranjero como incómodo: cuando se halla en medio de aquellas dilatadas plazas y calles y apenas se ve transitar la gente, se le figura a uno que aquel gran pueblo está desierto, que sus inmensos palacios no están habitados y últimamente que no está animada como otras grandes ciudades de Europa. Con todo, Petersbourg es la ciudad más hermosa que he visto y quizá exista en el mundo».3

Son sumamente interesantes e importantes para el mejor conocimiento de la historia europea de los medianos del siglo XVIII el Diario y las cartas de Jacobo Fitz James

2 Laguna Villanueva M., Excursión forestal por los Imperios de Austria y Rusia, verificada de R.O. en el verano de 1864, Madrid, 1866, 86.

3 Véase: Sauz Guitián P., Viajeros españoles en Rusia, Madrid, 1995, 95.

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Stuart, el Duque de Liria, nombrado por Felipe V Embajador de España en Rusia. En sus descripciones de San Petersburgo aparece la nueva capital rusa de la primera etapa de su existencia: «La ciudad de San Petersburgo ocupa más terreno que ninguna de Europa, y pudiera ser una de las más hermosas; su situación es admirable, sobre el río Neva, que bajando del lago de Ladoga, va a echarse en el mar Báltico a Cronstadt, plaza fuerte, adonde está la mayor parte de la marina del Czar/ .. ./No se puede ver cosa más hermosa que la ribera del río del lado de la slobode. Son todos edificios muy buenos y casi iguales, y cuando se sube el río en barca, la vista es perfectísima / .. ./ Dejando aparte los edificios de la ribera del Neva, Petersbourg parece un campo adonde ha acampado un ejército tanto tiempo, que en lugar de las tiendas se han hecho barracas / .. ./ Los grandes señores rusos tienen casi todos palacios allí; pero con todo esto no gustan sino de estar en Moscou».4

También existe el Petersburgo de finos conocedores extranjeros como Teófilo Gautier o Juan Valera; que, sin permanecer allí mucho tiempo ni incorporarse a la ciudad para siempre, fueron como geniales diseñadores de modas, que adaptaron el lugar a sus gustos y a su talla. Valera vivió en Petersburgo en los años 1856-1857, formando parte de una misión diplomática. Desde Rusia envió cuarenta y cinco cartas particulares, la mayoría destinadas a Leopoldo Augusto de Cueto, y que sin duda se proponía publicar más tarde. Algunas de esas cartas fueron editadas por el destinatario, nada más recibidas. Cuando Valera regresó de Rusia a suelo español, supo que era famoso. Fueron por tanto las impresiones de Petersburgo las que le dieron fama de escritor y, hasta cierto punto, decidieron su destino y determinaron su vocación.

Las «Cartas desde Rusia» de Valera son sin duda lo mejor que un español escribió sobre el lejano país nevado. Sus impresiones son concretas al máximo. Las precisiones exactas y la imagen de Rusia que surge al leer las cartas es arbitrariamente musical y artística. En estas cartas algunas descripciones son asombrosamente auténticas, lo mismo si se habla de ríos y canales («Las orillas de cada uno de estos pequeños ríos, estériles y yermas cien años ha, y morada sólo de los lobos y de los osos, están ahora poblados de fronteros árboles, elegantes jardines y casas de campo, que, a menudo, presumen de palacios. Los árboles se extienden hasta el borde mismo del agua y sus verdes ramas se inclinan para mirarse y reflejarse en ella, que, libre de hielo, corre transparente, con un manso ruido, y permite que mil ligeros barquichuelos la surquen en todas direcciones») que si se ironiza sobre la crestomática afición de las aristócratas petersburguesas por todo lo extranjero y, concretamente, por España («Muchas señoras rusas fuman pajitas y hasta cigarros puros como francas, y dicen que imitan a las españolas. Acaso pretenden imitarlas también cuando fuman en pipa. Por lo demás, como estas señoras son tan románticas, adoran la España, país primitivo, como ellas dicen, donde quisieran ir para que las cogieran los ladrones y las violaran, y para correr otras aventuras de no menos gusto y provecho»).

Según Valera, San Petersburgo es la ciudad espléndida y grandiosa, la ciudad de los

4 Colección de documentos inéditos para la historia de España, Madrid, 1889, XCIII, 105-106.

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aristócratas y burócratas. Únicamente el mito de Petersburgo no tuvo cabida en estos apuntes entre entusiastas y sarcásticos.

El Leningrado de los niños de la guerra (algunos de los cuales pasaron allí, en su segunda patria, decenas de años, donde estudiaron, trabajaron, se casaron) es muy peculiar, muy íntimo y muy profundo. Bibliógrafo extraordinario y escritor de talento, José Femández Sánchez, recuerda en sus memorias que, a finales del año 1944 cuando ya se veía que la guerra iba a terminar pronto, había pasado una temporada en Leningrado estudiando en la Escuela Militar de Ingenieros en el famoso edificio que ahora se llama Castillo de Ingeniería, donde asesinaron al zar Pablo I y donde en otra época estudiaba el cadete Fiódor Dostoyevski. Precisamente en el dormitorio de Dostoyevski se instalaron los niños de la guerra, «niños españoles». Según el comentario muy emocionado de José Femández, lo que había quedado de los tiempos de Pablo I y de Dostoyevski quizá eran sólo las ratas: «Eran enormes como gatos y en una noche devoraron los galones, aprestados con engrudo, de todo el pelotón. Por la mañana, antes de calzamos, sacudíamos las botas, pues las ratas solían refugiarse dentro. En la habitación colocaron unas trampas hechas de grueso alambre. Durante la noche las ratas que se dejaban cazar, en un desesperado intento de escapar, arrastraban las trampas hasta la entrada de sus madrigueras».5

En el riquísimo panorama de las impresiones de San Petersburgo no se pierde la descripción de los monumentos arquitectónicos de la ciudad que pertenece a José Díaz de Villegas, Jefe del Estado Mayor de la División Azul, que estuvo en los arrabales de Leningrado adonde no pudo entrar y tuvo que conformarse con contemplar la ciudad bloqueada desde lejos: «Una enorme masa de construcciones. Fábricas gigantescas achataban el panorama, en el que apenas si surgían algunas líneas ágiles de la vieja arquitectura de Petersburgo. Las torres de San Pedro y San Pablo, la cúpula de la catedral, pero sobre todo las formas macizas de las fábricas de carros de combate Bolchevik o Kirow la de proyectiles Proletarski y Lamanosow, la de artillería Serdlow, los astilleros Putilow y Baltysky y el arrabal enorme de Kolpino». 6 Al contrario su compañero Geraldo Oroquieta Arbiol pudo entrar en Leningrado precisamente a través del propio Kolpino, aunque como prisionero: «Entramos en Kolpino, cuya localidad ofrecía una estampa verdaderamente dantesca: numerosos montones de cadáveres se hallaban apilados, para incinerarlos o transportarlos. Había muchos muertos aún sin regoger. Supimos que se hallaban entre ellos no pocos prisioneros rematados al no poder proseguir la marcha por la gravedad de sus heridas o por las congeladuras de sus miembros».7

De gran interés son las impresiones de José Femández Sánchez sobre Leningrado, que hace poco tiempo había sufrido la tragedia del bloqueo: «Desde el patio de la escuela día a día observábamos también el trabajo de unos alpinistas, que escalaban con

5 Femández Sánchez J., «El Castillo de Ingeniería. (Fragmento de un libro de memorias)», Revista de Occidente, Madrid, 1994, 155, 46.

6 Díaz de Villegas J., Lo que vi en Rusia, Madrid, 1950, 22. 7 Véase: Sanz Guitián P., Viajeros españoles en Rusia, Madrid, 1995, 448.

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cuerdas la aguja dorada que coronaba nuestro Castillo de Ingeniería. La operación era muy trabajosa. Consistía en despojar a la aguja de la lona con que al comenzar la guerra la habían cubierto por razones de camuflaje/ .. ./ Frente a las ventanas del Castillo, en el Jardín de Verano, las esculturas de mármol aún estaban casi todas dentro de sus cajas de madera, en las que habían permanecido hibernadas los cuatro años de asedio. Allí ya se afanaban los jardineros, que cuando cubrían las cajas y extraían las estatuas, tenían algo de profanadores de ataúdes. Mas en las veredas del Jardín no correteaban los niños. Leningrado era aún una ciudad sin niños/ .. ./ En la escuela había cinco o seis españoles mayores, que me doblaban la edad. Estaban solteros y las siempre breves horas de permiso de los domingos, que los demás empleábamos en la búsqueda de la escasa cerveza, ellos las emplearon en echarse novias/ .. ./ La comida que nos daban en el ejército era mucho mejor que la de la población civil, y ellos durante la semana hacían acopio de raciones de pan, que el domingo llevaban a sus novias, igual que otros llevan flores».

En general, los españoles han interpretado adversaria, perpleja o irónicamente el sentimiento religioso de los ortodoxos. Es muy comprensible el hecho de que los españoles se interesasen por la vida religiosa de Rusia y, concretamente, por la de los ciudadanos de San Petersburgo, mostrando la compasión de los católicos respecto a los ortodoxos o, al contrario, la simpatía respecto a sus hermanos cristianos durante la época soviética con su dura política antirreligiosa

La mayoría de los españoles han estado sólo en las capitales de Rusia, en Moscú y en San Petersburgo, por eso en los diarios de sus viajes casi siempre dedican su atención a la comparación de ambas capitales, como es lógico en la mayoría de los casos, en favor de San Petersburgo. Por ejemplo es muy típica la opinión de Juan Valera. Moscú, a su parecer, como una mezcla de lo occidental y lo bárbaro, sí que se parece a Roma, aunque a una Roma, que había sido capaz de fundar Atila, si de vuelta de su viaje por el Occidente se hubiera civilizado un poco y hubiera querido fundar una capital a semejanza de la de los Césares.

En los apuntes de Pedro Segado que hizo su viaje a Rusia en el año 1935 junto con Max Aub y José Medina Echevarría se puede encontrar la versión bastante original de la confrontación entre dos capitales de Rusia. Se trata de la idea sobre la resistencia de la belleza de San Petersburgo al régimen soviético, la idea sobre el arte que a pesar del denso olor a marxismo se filtra irremisiblemente por la espesa red del comunismo.

Los intelectuales españoles del siglo XX han acentuado el ambiente peculiar de San Petersburgo ligado con su mito que se nota en la ciudad y se hereda en los famosos textos de tales típicos representantes de la literatura petersburguesa, como Pushkin, Gógol, Dostoyevski, Blok, Ajmátova, Mandelstam, Brodsky. La literatura de San Petersburgo, con toda su riqueza y diversidad, recoge claramente los factores «climáti-cos» (la lluvia, la nieve, la ventisca, la niebla, el aguanieve, la niebla, las inundaciones, los ocasos, las noches blancas), «paisajísticos» (el agua, los pantanos, las orillas del mar, las islas, la llanura, las posiciones extremas) y «emocionales» (las pesadillas, el horror, la soledad, la tristeza, el sueño, la energía salvaje, la ilusión). Y tales son los rasgos dominantes de lo petersburgués dentro de la literatura rusa, como ha demostrado de

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manera convincente Vladímir Toporov. El San Petersburgo de Montserrat Roig es la ciudad de los intelectuales españoles,

aficionados de la novela rusa del siglo XIX (Gógol, Dostoyevski) y de la poesía del siglo XX (Blok, Ajmátova, Mandelstam, Brodsky): «Lo primero que vi fue una aguja dorada que se alzaba al final de la calle. Ossip Mandelstam escribió que las casas que hay al lado de la estación son grises como los gatos. Me encontraba en la calle más lírica del mundo, según Alejandro Blok, y no me hacía a la idea/ .. ./ Cuando ves por primera vez una calle o una plaza que forma parte de tu propia leyenda literaria, casi nunca la reconoces. Como si tu memoria, hecha de papeles y palabras escritas, se negase a acoplarse al objeto real/ .. ./ El río Neva, sus afuentes---el Moika y el Fontanka-, los canales, los palacios que lamen los márgenes del agua estaban envueltos en la misma pátina. Veía, en mi primer día, el color que mejor definía a la ciudad»8

.

El rasgo primordial del ambiente petersburgués es su bagaje cultural, como correspondía a una ciudad cosmopolita, construida según los proyectos de arquitectos de toda Europa. U na ciudad abierta a todos los vientos. El notable pensador ruso Fiódor Stepún observó en una ocasión que si en Francia no existe una anti-Francia, ni en Italia una anti-Italia, ni en Inglaterra una anti-Inglaterra, en Rusia sí existe una anti-Rusia: San Petersburgo, la ciudad tan atractiva en este sentido a muchos de sus admiradores españoles.

Se puede mencionar como un ejemplo de la admiración sin reservas, estereotípica por lo menos para el siglo XIX de todo lo petersburgués, incluyendo el clima, las impresiones de José María López de Ecala. Según su opinión, San Petersburgo es la ciudad más grandiosa y bella de Europa, con las calles anchas perfectamente limpias, numerosas y dilatadas plazas embellecidas con estatuas, obeliscos y todo género de monumentos, los muros son extraordinariamente espesos, y todos los aposentos están provistos de un ingenioso sistema de calefacción.

Al contrario, muy emblemático rechazo de todo lo petersburgués y de todo lo ruso (el clima, la naturaleza, la religiosidad, los palacios) con el deseo irresistible de enfrentarlo con lo nativo lo encontramos en las notas de viaje de Jacint Verdaguer, que estuvo en San Petersburgo en 1884 /Leo la cita en la traducción al español/: «Dentro del templo santiguándose, inclinándose una u otra vez, besan el suelo, pasan el rato a veces y esto hace temer que la devoción es más de fuera que de dentro y que está más en los labios y en las manos que en el corazón, en donde, si es verdadera, reside en compañía del Amor Divino, de quien es hija/ .. ./Los palacios que adornan las orillas del Neva son docenas; pero no sé si por estar monótonamente en fila como soldados rusos, o si por estar dolorosamente castigados por la crudeza del clima, o por ser de arquitectura poco lucida, no producen el efecto que de ellos se espera/ .. ./ El Neva como los otros ríos de aquí al Norte, es inmenso, pero sus aguas se adormecen, emperezadas mientras caminan / .. ./El Llobregat nace y, pequeño como es, a cuatro pasos de la cuna mueve las muelas de un molino; el Neva muere sin haber dado movimiento a una fábrica». 9 Lo más

8 Véase: Sanz Guitián P., Viajeros españoles en Rusia, Madrid, 1995, 312-313. 9 Véase: Sanz Guitián P., Viajeros españoles en Rusia, Madrid, 1995, 78-79.

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interesante en esta imagen de San Petersburgo es el hecho de que en comparación con las demás interpretaciones de los rusos y los extranjeros, en lo general muy favorables respecto a la ciudad de los zares, la opinión de Verdaguer es la más cercana a las interpretaciones rusas de las cuales se reconstruye el mito de San Petersburgo.

Petersburgo, que acaparó toda la cultura europea, diríamos de rebote, a través de las impresiones petersburguesas de los viajeros europeos, se incorpora orgánicamente a la cultura europea, se refleja diversamente en la pintura, en la música y en la poesía, e incluso se descubre en una prosa que no parecía tener relación directa con la arquitectura y la atmósfera espiritual de Petersburgo. Por ejemplo, las asociaciones, reminiscencias y alusiones petersburguesas están presentes en el libro Misterios de las noches y días de Juan Eduardo Zúñiga. Es una combinación muy diestra de los motivos típicos, arquitectónicos o emocionales, del «texto petersburgués» (las esfinges egipcias en el malecón del río Neva, las estatuas en el Jardín del Verano, la vieja condesa y su joven pariente) con los temas que tradicionalmente se asocian con la novela rusa del siglo XIX y en general con la imagen de Rusia (los duelos, los gitanos, los húsares). Al mismo tiempo no hay que olvidar que desde el punto de vista del estilo el libro de relatos (que se parecen mucho a los poemas en prosa) incluyendo los títulos del escritor español, algunos de los cuales coinciden (La esfinge; La rosa) está ligado con los «Poemas en prosa» de Ivan Turguenev, escritor preferido de Zúñiga.

La dualidad de contrarios es caldo de cultivo de la cultura en general, especialmente en el caso de San Petersburgo, cuya esencia está definida por el enfrentamiento y el enriquecimiento mutuo del agua y la piedra, de las líneas horizontales y verticales. Tal vez con más precisión que en otras ciudades en San Petersburgo se manifiesta la confrontación entre esas horizontales tan armoniosamente ideadas y materializadas, y las verticales situadas en lugares rigurosamente determinados. Las grandes líneas horizontales de la ciudad son, probablemente, lo que primero asombra al visitante, aunque conozca la ciudad por las guías. La aireación y la «visibilidad» de San Petersburgo son consecuencia directa de sus avenidas, amplias, largas y rectas, que ocupan en la ciudad una posición clave, casi estratégica. Al mismo tiempo, San Petersburgo es inconcebible sin sus dominantes en altura, esas verticales hacia las cuales están orientadas las horizontales. Entre las verticales más altas de San Petersburgo, dominando cada uno de sus barrios principales, están las catedrales de San Pedro y San Pablo, San Isaac, Smolny, de la Trinidad, y la torre del Almirantazgo. No es de extrañar, que muchos de los versos de los españoles dedicados a San Petersburgo, una ciudad trazada con regla, llana como una plaza de armas, enaltezcan sus cúpulas y sus agujas, así como su destino histórico en el extremo de Europa y a la vez en el extremo de Rusia. De las poesías de los últimos años se puede mencionar los versos de de Julio Marínez Mesanza y de Claudia Rodríguez Fer.

Toda la politonía, especialmente impresionante cuando se confronta el Petersburgo visto por los distintos españoles, por supuesto que no es casual. Una ciudad absoluta-mente acabada en su aspecto arquitectónico, dio origen a un mito básicamente inacabado y abierto a nuevas interpretaciones.

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