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LA GRACIA DE DIOS SE RECOBRA ARREPINTIÉNDOSE DE LOS PECADOS Y CONFESÁNDOSE. En el sacramento de la penitencia se perdonan todos los pecados cometidos

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LA GRACIA DE DIOS SE RECOBRA ARREPINTIÉNDOSE DE LOS PECADOS Y

CONFESÁNDOSE.

En el sacramento de la penitencia se perdonan todos los pecados cometidos después del

bautismo.

CONFESARSE ES DECIRLE, CON ARREPENTIMIENTO AL CONFESOR, TODOS

LOS PECADOS COMETIDOS DESDE LA ÚLTIMA CONFESIÓN BIEN HECHA.

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La confesión es una manifestación externa del arrepentimiento de nuestros pecados y de nuestra reconciliación

con la Iglesia.

Para un cristiano, el sacramento de la

penitencia es el único modo ordinario de

obtener el perdón de sus pecados graves,

cometidos después del bautismo.

EL SACRAMENTO DE LA CONFESIÓN FUE INSTITUIDO

POR JESUCRISTO.

Quizás hayas oído alguna vez de labios indocumentados: «la

confesión es un invento de los curas». Esto es falso.

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Se conoce el inventor de la imprenta (Guttemberg); del termómetro de mercurio (Fahrenheit); del pararrayos

(Franklin); de la pila eléctrica (Volta); del teléfono (Bell); de la radio (Marconi); del submarino (Peral); de la

penicilina (Fleming); etc., etc.

Ahora bien, qué «cura» inventó la confesión.

No se puede saber porque no ha existido y si la hubiera inventado un hombre, no la hubiera inventado gratis.

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Porque es inconcebible que un hombre invente una cosa tan desagradable para el sacerdote

-que tiene que estar encajonado horas y horas oyendo siempre lo mismo- tan perjudicial para la salud, tan fácil de contagiarse de enfermedades, etc., etc., y todo esto sin cobrar

un céntimo.

Lo normal es que quien hace un servicio lo cobre.

El sacramento de la confesión fue instituido por Jesucristo, cuando se apareció a sus Apóstoles reunidos en el cenáculo, y

les dio facultad para perdonar los pecados diciéndoles: «A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; y a

quienes se los retengáis, les serán retenidos».

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Por estas palabras de Cristo, se comunicó a los Apóstoles y a sus legítimos sucesores la potestad de perdonar y retener los pecados.

Cristo instituyó los sacramentos para que la Iglesia los

administrase hasta el final de los tiempos.

Es esencial la presencia real de confesor y penitente, por lo tanto es inválida la confesión por carta, teléfono, radio o

televisión, pues, además de no existir presencia real, pone en peligro el secreto sacramental.

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Pecado es toda acción u omisión voluntaria contra la ley de Dios, que consiste en decir,

hacer, pensar o desear algo contra los mandamientos de la ley de Dios o de la

Iglesia, o faltar al cumplimiento del propio deber y a las obligaciones particulares.

«En sus juicios acerca de valores morales, el hombre no puede proceder según su personal

arbitrio. En lo más profundo de su conciencia, descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero

a la cual debe obedecer...

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Tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya

obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente».

El bofetón de su niñito no le hace daño a una madre, pero sí

le da pena.

Ella prefiere un cariñoso beso.

Es cuestión de amor.

El pecado no afecta a la naturaleza divina, que es

inmutable; pero sí afecta al Corazón del Padre que se ve rechazado por el hijo a quien

Él tanto ama.

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Si el pecado no ofendiera a Dios, sería porque Dios

no nos quiere.

Si Dios nos ama, es lógico que le duela mi falta de

amor.

Lo mismo que le agradaría mi amor, le

desagrada mi desprecio.

La inmutabilidad de Dios no significa indiferencia.

La inmutabilidad se refiere a la esfera

ontológica, pero no a la afectiva.

Dios no es un peñasco: es un corazón.

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La Filosofía no puede cambiar la

Revelación.

El pecado es, ante todo, ofensa a Dios.

El pecado está en la no aceptación de la

voluntad de Dios, más que en la transgresión material de la ley. Por

eso, puede haber pecado sin

transgresión material de la ley, si existe el

NO a Dios en la intención; mientras

que puede haber transgresión de la ley sin pecado, si no se ha

dado el NO a Dios voluntariamente.

Hay, además otros pecados de

omisión: los pecados

cometidos por los que no hicieron ningún mal..., más que el mal

de no atreverse a hacer el bien que

estaba a su alcance.

Jesucristo condena al

infierno a los que dejaron de hacer el bien; a

veces, hay obligación de

hacer el bien, y el no hacerlo, es

pecado de omisión.

El Dios del evangelio es Padre.

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Las cosas que principalmente nos incitan y tientan a pecar son: el mundo (criterios relajados, costumbres corruptoras, ambientes

pervertidos) con sus atractivos, que tienen fuerza seductora para los incautos que se dejan llevar por él; el demonio con sus tentaciones;

y la carne con sus inclinaciones al pecado.

Muchas veces el demonio se vale de los mismos hombres para hacernos pecar. Unas veces con su mal ejemplo.

Otras, también con sus palabras.

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No podemos vencer las tentaciones nosotros solos; pero tenemos la ayuda de Dios, su gracia, que la tenemos a nuestra disposición si la buscamos con la oración y los

sacramentos.

La felicidad es un don de Dios, y es imposible lograrlo de espaldas a Él.

Por eso, es frecuente que el pecador sea en el fondo una persona triste, aburrida, cansada, todo le fastidia, nada le

ilusiona...

En cambio, después de hacer una buena confesión, es verdad que se siente un alivio y un consuelo especial.

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La felicidad de la tranquilidad de conciencia no puede compararse a la amargura que deja detrás de

sí el pecado.

El pecado es el peor de los males.

Peor que la misma muerte, que sólo es un mal, si nos sorprende en pecado.

La muerte en paz con Dios es el paso a una eternidad feliz.

Todos los demás males se acaban con esta vida.

Sólo el pecado atormenta en la otra.

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Jesús , al condenar el pecado, quería hacer una llamada a la

dignidad del hombre.

El hombre, por el pecado, además de rechazar a Dios, se hace esclavo de las cosas que

valen menos que él.

Hay personas que han perdido el sentido del pecado y

rechazan la doctrina de la Iglesia cuando señala que algo

es pecado.

Dicen: “Yo no veo que eso sea pecado; además lo hace todo el

mundo”.

Eso no prueba nada.

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Las cosas no se convierten en buenas por ser frecuentes: drogas, terrorismo, violaciones, etc.

Además, la opinión de la mayoría no cambia la realidad observada por un entendido.

La moral no puede cambiar con las modas de cada época.

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Dice San Juan Crisóstomo:

-Cuando te veo vivir de modo contrario a la razón, cómo te llamaré: hombre o bestia».

-Cuando te veo arrebatar las cosas de los demás, cómo te llamaré: hombre o lobo».

-Cuando te veo engañar a los demás, cómo te llamaré: hombre o serpiente»

-Cuando te veo obrar neciamente, cómo te llamaré: hombre o asno».

-Cuando te veo sumergido en la lujuria, cómo te llamaré: hombre o puerco».

-Peor todavía. Porque cada bestia tiene un solo vicio: el lobo es ladrón, la serpiente mentirosa, el puerco sucio;

pero el hombre puede reunir los vicios de todos los brutos.

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La Autoridad de la Iglesia, que es objetiva e independiente, señala lo que es bueno o

malo.

S.S. Benedicto XVI