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La exclusión social J. Francisco Morales Antonio Bustillos López

La Exclusión Social

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La exclusión social

J. Francisco Morales Antonio Bustillos López

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Una de las características básicas de la exclusión so­cial es que se da en diferentes niveles de abstracción (Abrams, Hogg y Marques, 2005). El nivel más elevado es el que recoge las grandes diferencias religiosas o étni­cas que, con mucha frecuencia, llevan a negar radical­mente los Derechos Humanos a secciones enteras de la comunidad global. Como ejemplos relevantes se pueden citar el colonialismo o la esclavitud, practicados, y ple­namente aceptados, por muchas sociedades del pasado. El siguiente nivel es el «transnacional», donde los blan­cos de exclusión son las personas o grupos de otras nacionalidades, de otras culturas o de otros países, gene­ralmente de menor desarrollo económico. El trato dispen­sado en muchos lugares de Occidente a los musulmanes o a personas que proceden de países del tercer mundo cons­tituye un buen ejemplo de este segundo nivel.

Los niveles de exclusión que se caracterizan por una abstracción elevada se basan en ideologías ampliamente compartidas que, con frecuencia, van acompañadas por una serie de principios y sus correspondientes conven­ciones morales. En estas ideologías se basan los juicios que declaran ciertos actos fuera de las fronteras morales y justifican la exclusión de sus autores. En los niveles de abstracción algo inferiores lo que determina la exclu­sión son más bien ciertas representaciones sociales y cognitivas, como la deshumanización. Deshumanizar a ciertos grupos y personas parece ser una condición nece­saria y suficiente de su exclusión.

A medida que los niveles de exclusión se hacen más concretos, las formas de exclusión pasan a ser más espe­cíficas. Un ejemplo sería la segregación física, que puede

Hay efectos directos e indirectos de exclusión (véase Stangor, Swim, Sechrest, DeCoster, Van Allen y Otten­breit, 2003). Por ejemplo, en el ámbito de la vivienda un efecto directo sería la existencia de pólizas más elevadas de seguro (de alquileres más caros, de un mayor coste de las hipotecas) para los afroamericanos que para los

llegar a estar institucionalizada y a afectar a una socie­dad en su conjunto, como sucedió en el pasado con el Apartheid sudafricano o el muro de Berlín, o puede que­dar limitada a una segregación de tipo interpersonal, co­mo una valla o la distancia a la que se hace sentar a las personas en una habitación. También se consideran for­mas concretas de exclusión ciertas prácticas de comuni­cación, formas de hablar y acciones no verbales. En principio, se diría que las formas concretas de exclusión son más fáciles de detectar y de prevenir que las abs­tractas. Sin embargo, todos los niveles de exclusión es­tán, en realidad, conectados entre sí. Como señalan Abrams et al. (2005), a menudo las manifestaciones más concretas son, probablemente, la punta del «iceberg» de la exclusión, es decir, una pequeña muestra de la exclu­sión que se genera en los niveles más abstractos. Por ello, poco importaría que la punta se derrita, ya que, más tarde o más temprano el iceberg tenderá a volver a la superficie con una forma solo ligeramente alterada.

Una buena prueba de ello es que las relaciones de exclusión de larga duración tienden a estar representadas en los niveles más abstractos, es decir, aparecen codifi­éadas en leyes o principios jurídicos, o son producto de reglas de moral religiosa. La existencia de castas en la India es un claro ejemplo de esta forma de consolidar la exclusión (una práctica social se convierte en institu­,ción con el paso del tiempo) y muestra, a la vez, cómo

{el cambio en los niveles más abstractos influye en que se produzcan cambios en los niveles más bajos o con­cretos (cuando se promulga una ley que prohíbe las cas­tas, muchas personas de esa sociedad, que no aceptan tal prohibición, elaboran estrategias para burlar dicha ley).

blancos en Estados Unidos. En este país se han constata­do efectos directos de exclusión en otros muchos ámbi­tos, como el empleo, el salario, la vivienda, la educación y el cuidado médico. Con respecto a este último, Stan­gor et al. (2003, p. 278) señalan que los afroamericanos con frecuencia no reciben los tratamientos necesarios y

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están más expuestos (que los blancos) a retrasos en los diagnósticos y a fallos en el tratamiento de sus enferme­dades crónicas. También es más alta su tasa de mortali­dad en ocho de las diez causas más frecuentes de muer­te. En este sentido, el estudio desarrollado por Williams y Chung (1999) indica claramente que afroamericanos poseen en Estados Unidos una menor esperanza de vida que sus compatriotas blancos. Sin embargo, el resultado más importante de esta investigación es que demuestra que esta menor esperanza de vida se mantiene cuando se comparan afroamericanos y americanos blancos por gru­pos del mismo sexo y estatus económico.

Lo peculiar de los efectos directos es que se pueden presentar sin que la persona sepa que está siendo vÍcti­

!

La distinción introducida por Stangor et al. (2003) entre efectos directos e indirectos de la exclusión se corres­ponde estrechamente con la clásica distinción entre ex­clusión «objetiva» y exclusión «subjetiva».

Una clara ilustración de exclusión «objetiva» lo ofrece el trabajo de Mullen y Rice (2003) sobre el trato recibi­do por los emigrantes europeos en Estados Unidos. La escala de distancia social de Bogardus es la base de sus medidas «objetivas» de exclusión, ya que permite medir conductas concretas de exclusión y evita tener que recu­rrir a autoinformes.

34.;3:T.l..Rrim~rín<:JicE?obj~ti\lO: ~·.exclusiónen~16I"Y)bifo

. de lafaroiliay:roatrimonip

El establecimiento de matrimonios entre inmigrantes ét­nicos (en el estudio de Mullen y Rice, los europeos) y miembros de la sociedad de acogida (en el mismo estu­dio, los estadounidenses) constituye un caso muy claro

Capítulo 34.

ma de discriminación. En el ejemplo anterior, el afro a­mericano que recibe un peor cuidado de salud no siem­pre será consciente de ello. Más en general, y puesto que muchos casos de discriminación son acontecimien­tos que ocurren una sola vez, es fácil que las víctimas no caigan en la cuenta de que están siendo discrimina­das. En cambio, se habla de efectos indirectos cuando la víctima percibe discriminación. Es decir, hay efectos in­directos cuando una persona individual percibe que está siendo o ha sido víctima de discriminación.

Para comprender los efectos indirectos es importante saber cómo y cuándo las personas inicialmente perciben la discriminación y hacen atribuciones sobre ella (Stan­gor et al., 2003, pp. 281-282).

de conducta de inclusión. A la inversa, la ausencia de matrimonios entre inmigrantes étnicos y miembros de la sociedad de acogida es una clara conducta de exclusión.

Índice objetivo de exclusión: tasas de matrimonio cruzado, es decir, porcentaje de matrimonios entre per­sonas del grupo inmigrante y personas de la sociedad de acogida.

34.3.1.2,;SegUAq9>ín8iC~Objetiv9: Pyrf~8E3ncjaclº'Glrrios y.~ºrnuQigtatles de, \jecin9s multiétnicos··· .... ..

Compartir la residencia con grupos étnicos diferentes y, sobre todo, poder vivir en barrios donde habitan nume­rosas personas de la sociedad de acogida posibilita la formación de asociaciones informales en colegios y es­cuelas, en grupos deportivos y de juegos, y en espacios públicos. Entre 1961 y 1970 el inmigrante típico en Es­tados Unidos vivía en una comunidad que era el 15,3% inmigrante, aunque solo el 4,8% de la población había nacido fuera del país.

Índice objetivo de exclusión: tasa de segregación re­sidencial.

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34.3.1.3 .... Tero~ríndicé()bjetiyo: . re.laciorreSQ0rrCompañeros de trabajo de la sociedad de acogida

Es difícil obtener registros directos de la exclusión del empleo de los grupos étnicos de inmigrantes. Sin embar­go, hay registros del confinamiento de los grupos étni­cos de inmigrantes en los peores tipos de trabajos. En este sentido, se ha señalado que las sociedades occiden­tales condenan a los trabajadores extranjeros a trabajos «peligrosos, sucios y duros» (las célebres «tres Ks» de Japón).

Índice objetivo de exclusión: porcentaje de personas inmigrantes que tienen que desempeñar los puestos de­sechados por los trabajadores de la sociedad de acogida.

34.3. r.4 .... CuG:lrtoíndj(~eobjetivo: aceptación como cJwdGoano de pleno derecho en la sociedad dé"acogida

La naturalización es el término que se utiliza en Estados Unidos para referirse a la situación en que se concede la ciudadanía a los inmigrantes. La naturalización trae con­sigo la mayor parte de las ventajas de la ciudadanía de los nativos, entre ellos el derecho de votar y de ser ele­gido para cargos públicos, acceso a los programas de asistencia social y a la posibilidad de reclamar a los fa­miliares que quieran emigrar a su vez.

Índice objetivo de exclusión: tasas de naturalización.

34.3.1.5. Quinto índice objetivo: aceptación como inmigrante en la sociedad de acogida

La prohibición de inmigrar a un país es una de las con­ductas de exclusión más evidentes.

Índice objetivo de exclusión: cuotas de inmigración.

Los índices «objetivos» de exclusión tienen la ven­taja de referirse a hechos concretos y contrastables, y

como pone de manifiesto el trabajo de Mullen y Rice (2003), se puede comprobar fácilmente su ·validez .

Otras aproximaciones a índices objetivos serían los que resumen la conducta o la actitud global de la pobla­ción de acogida hacia los inmigrantes. Así, en la serie de estudios realizados por Díez Nicolás y Ramírez Lafi­ta (2001), el índice de xenofobia es el resultado de la elaboración de la respuesta de las personas de la pobla­ción de acogida (en este caso, los españoles) a 14 pre­guntas diferentes relativas a la aceptación de los inmi­grantes. De forma similar, el estudio realizado por el equipo lOE (Actis, De Prada y Pereda, 1995), en el que se analizaban los discursos sobre la inmigración en Es­paña, se constató que una gran parte de los discursos de la mayoría de los grupos entrevistados respondían a la lógica de «exclusión nacionalista».

En un estudio realizado por Basabe, Zlobina y Páez (2005) se planteaba a los inmigrantes la siguiente pre­gunta: «¿Ha tenido alguna dificultad en su trato con los españoles? Describa lo más detalladamente posible la si­tuación. ¿Qué hizo la otra persona u otras personas? ¿Qué hizo usted? ¿Cómo se sintió usted?

A continuación se transcribe la respuesta de una in­migrante de nacionalidad rusa:

«Sí, recuerdo un caso en que sentí una dificultad en ~l trato con españoles. Antes de mi matrimonio con mi ¡marido (español), durante la cena familiar uno de sus . tíos dijo que esperaba que nuestro matrimonio se basase en el amor y no en mis intereses económicos, ya que ha­bía oído muchas historias desagradables sobre precisa­mente las mujeres rusas que buscaban mejorar su situa­ción económica. Aunque lo dijera de forma educada y franca (lo que valoro mucho), me sentí ofendida y le contesté que él mismo vería con el tiempo que se equi­vocaba».

Otro ejemplo de exclusión «subjetiva» procede de un estudio realizado por Magallares (2006, comunica­ción personal) en el que se pedía a pacientes obesos de la consulta de un endocrinólogo que relatasen un episodio en el que se habían sentido excluidos por parte del perso­nal sanitario. Una paciente ofreció la respuesta siguiente:

«Recuerdo que cuando fui al hospital para hacerme los análisis previos a la cirugía para la reducción de es­tómago, el cirujano se negó a que se me hicieran. Me

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dijo: "nadie que quiere dejar de fumar viene al hospital para que le quiten los pulmones. No puedo comprender cómo se atreve usted a venir aquí con la pretensión de que se le reduzca el estómago"».

La diferenciación entre exclusión «objetiva» y «subjeti­va» abre el camino a la consideración de las distintas perspectivas existentes sobre la exclusión.

Esto se aprecia con claridad en la interpretación que hace E. Aronson (2000) de los polémicos «sucesos de Columbine», es decir, la masacre ocurrida el 20 de abril de 1999, en la que 11 escolares y un profesor fueron asesinados por dos alumnos que posteriormente se suici­daron. Como señala Aronson, las autoridades del centro escolar, al igual que la prensa, adoptaron una perspecti­va psiquiátrica y defendían que los autores de la masa­cre eran simples psicópatas. No era eso, en cambio, lo que pensaban otras muchas personas. De hecho, una búsqueda de Internet, realizada poco después de la ma­sacre (véase Aronson, 2000, p. 81), reveló que muchos adolescentes de distintas partes de Estados Unidos creían que la masacre era la respuesta a las repetidas experiencias de rechazo y exclusión que habían sufrido sus autores. En los mensajes enviados por estos adoles­centes, sin aprobar la conducta de los autores de la ma­sacre, daban muestras de empatía y comprensión hacia ellos.

La interpretación del propio Aronson (2000) pivota sobre la comparación entre tres perspectivas. La primera es la de los victimarios, los alumnos protegidos por las autoridades del centro, que justifican sus acciones de ex­clusión. La segunda es la de las propias autoridades, que se abstuvieron de intervenir cuando la exclusión se producía y niegan que se haya producido. La tercera es la de los adolescentes estadounidenses que, al identifi­carse con las víctimas y ponerse en su lugar, empatizan con ellas y reviven, hasta cierto punto y de manera simbólica, sus experiencias de exclusión. La existencia de esta se confirmó en la investigación llevada a cabo en el centro escolar por Aronson poco después de los sucesos.

Capítulo 34. • En estos ejemplos las víctimas de la exclusión relatan

su experiencia. Se trata de exclusión «subjetiva». Dado el carácter privado de la experiencia, resulta, por lo general, difícil contrastar su validez como índice de exclusión.

Los enfoques psicosociales más conocidos sobre la exclusión tienden a adoptar una u otra perspectiva. El enfoque de Opotow (1990), que hace hincapié sobre todo en los «síntomas de exclusión», adopta la perspec­tiva del victimario. Así, la «deshumanización», uno de los síntomas básicos y más habituales, se produce cuan­do el victimario niega que la víctima posea sentimientos humanos; la «culpabilización de la víctima» (otro sínto­ma básico) ocurre cuando el victimario, para justificar su conducta de exclusión, alega conductas o propiedades inaceptables de la víctima, y así sucesivamente.

El enfoque de Bandura (1999) se centra en la «des­vinculación», también denominada «desconexión», pro­ceso que el causante de la exclusión pone en marcha para exculpar la exclusión o, por lo menos, su participa­ción en ella. Se compone de un sistema de justificacio­nes muy variadas, que coinciden en el intento del victi­mario de alejarse (<<desvincularse») de la exclusión, de argumentar que no tiene nada que ver con su causación, o que, si tiene algo que ver, se trata de una conducta plenamente justificada. Una de las formas más comunes utilizadas por los victimarios para «desvincularse» de un acto de exclusión es reinterpretar la conducta de exclu­sión como una conducta necesaria, exigida por la situa­ción o por la necesidad de alcanzar elevados objetivos, como luchar contra un invasor y defender la patria, entre otros.

En cambio, el enfoque de Major, que se centra en el proceso de exclusión generado por la estigmatización (véase, por ejemplo, Major y Eccleston, 2006), adopta la perspectiva de la víctima. El hecho de ser víctima de la exclusión afecta negativamente al bienestar físico y emocional de los excluidos, y tiende a traducirse en ni­veles bajos de auto estima, aunque las víctimas consi­guen, en ocasiones, desarrollar formas de resistencia frente a ello. El enfoque de Major se estudia detenida­mente en otros capítulos de este volumen.

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A la vista de lo expuesto en los apartados anteriores, hay un elevado número de características de la exclusión social, lo que impide que se hable de esta como algo monolítico. Está más justificado, y es más cercano a la realidad, afirmar que la exclusión social es intrínseca­mente compleja. Existe como algo abstracto, algo que abarca a grandes categorías de personas, pero a la vez se concreta en situaciones específicas y se aplica a perso­nas individuales. Sus efectos son a veces directos y a veces indirectos, hasta el punto de que pueden llegar a pasar desapercibidos para sus víctimas. Sin embargo, se dan casos en los que las personas se consideran víctimas de exclusión sin que observadores externos neutrales crean que hay base objetiva para ello. En ocasiones resul­ta factible presentar índices objetivos de exclusión. En otras, por el contrario, la única evidencia de exclusión es el informe que ofrece la víctima de su experiencia.

Todas estas características de la exclusión contri­buyen a generar su complejidad interna. A ellas hay que añadir las diferentes perspectivas desde las que se la contempla. Además de la perspectiva del victimario y de la víctima, están también la de los espectadores, cada uno con su aproximación particular, la de los medios de comunicación, la de las instituciones estatales, la de las grandes corporaciones y otras muchas que se podrían se­guir enumerando.

Nivel de abstracción, tipo de efectos y de índices, y perspectivas divergentes son todos aspectos de la exclu­sión social a tener en cuenta a la hora de abordar su es­tudio. Pero todavía queda otro aspecto a considerar: la gravedad de la exclusión, a la que se refieren explícita­mente Stangor et al. (2003, p. 278) cuando afirman: «En un polo del continuo (de exclusión) están la hostilidad manifiesta, la violencia y el genocidio. En el otro polo están las molestias cotidianas que, aunque son menos importantes, se acumulan con el paso del tiempo. Inclu­so ~stas formas cotidianas y menos importantes de dis­criminación pueden ser problemáticas, porque pueden producir cólera y ansiedad entre los miembros de grupos estigmatizados. Además, a largo plazo, estas molestias, al igual que otras molestias cotidianas, pueden provocar otros problemas psicológicos».

Sin embargo, la existencia de estos numerosos y di­versos aspectos de la exclusión no implica la ausencia de un núcleo central. Bierbrauer (1999) lo expresa de

forma sucinta: la exclusión social tiene que ver con el trazado de una frontera moral, una línea que sirve para agrupar a los que tienen reconocidos todos sus derechos y cuyo destino es motivo de preocupación, y para sepa­rarlos de quienes no tienen derechos, porque se les nie­gan y, además, son abandonados a su suerte sin que ello provoque preocupación alguna.

La exclusión gira, por tanto, en tomo a principios de justicia y reconocimiento de derechos. Guarda relación con otros muchos conceptos de las ciencias sociales, co­mo la discriminación, los prejuicios y la marginación, entre otros, pero presenta perfiles que le son únicos: su relación con la justicia y el reconocimiento de derechos. El antecedente más claro del concepto de exclusión es, sin duda, el concepto sociológico de «etnocentrismo», que se debe a Sumner (1906) y que se define de la si­guiente forma: «Los miembros de un grupo de pertenen­cia mantienen entre sí relaciones de paz, orden, ley, go­bierno y trabajo. Su relación con todos los no miembros o con los otros- grupos es de guerra y saqueo ... Se gene­ran sentimientos acordes con este hecho. La lealtad al grupo, el sacrificio por el grupo, el odio y desprecio ha­cia los no miembros, la fraternidad con los de dentro del grupo, la hostilidad hacia los de fuera, todos estos as­pectos van unidos, son productos comunes de la misma situación» .

Vincular la exclusión al no reconocimiento de derechos exige definir cuáles son esos derechos. Según Rodríguez Cabrero (2004, pp. 285-287), hay tres tipos de derechos cuyo no reconocimiento genera exclusión. Son los eco­nómicos, los políticos y los sociales. Ejemplos de los primeros serían los que definen el concepto de pobreza en sus múltiples formas, de los segundos el derecho a voto, el derecho a asociación, a ser elegido para cargos públicos, y a manifestación, y de los terceros el derecho a la vivienda, al cuidado de la salud y, más en general, al pleno desarrollo personal. Por tanto, según este autor, «la exclusión es una quiebra en la participación de un ciudadano en las formas de vida y protección comparti­das por la mayoría de los miembros de una sociedad» (2004, p. 285).

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Es habitual en muchos estudios de exclusión referir­se a los grupos sociales excluidos, como los sin techo, los pobres, los discapacitados, los inmigrantes, los afec­tados por VIH, los parados de larga duración y otros muchos. En efecto, todos y cada uno de esos grupos constituyen casos claros de exclusión en la medida en que ven recortados o no reconocidos algunos de sus de­rechos (en ocasiones, muchos de ellos). También se sue­le afirmar que en la actualidad corre riesgo de exclusión cualquier grupo estigmatizado. Y el estigma, como se señala en otros capítulos de este volumen (especial­mente en el de Quiles y Morera) puede fluctuar en fun­ción del contexto temporal. Un buen ejemplo en este sentido es el de los estadounidenses de origen japonés, que, pese a estar perfectamente integrados en la socie­dad estadounidense, se convirtieron en sospechosos des­pués del ataque de la aviación japonesa a Pearl Harbor

Tradicionalmente la investigación en exclusión social ha estado relacionada con el estudio de la pobreza, la pri­vación relativa y la falta de ingresos de determinados in­dividuos. Sin embargo, esta perspectiva econométrica centrada en indicadores económicosociales (por ejem­plo, ingresos familiares, nivel educativo de las personas en el umbral de pobreza) y estructurales (por ejemplo, acceso a educación o a la sanidad) se ha ido abandonan­do poco a poco por excesivamente simplista y por los problemas relativos a su falta de poder predictivo. En definitiva, la mera atención a ciertos indicadores de ex­clusión, dejando de lado otros aspectos del fenómeno, es insuficiente.

El informe desarrollado por la Comisión Europea (2002) Income poverty and social exclusion recalca la utilidad del término exclusión social frente al tradicional de pobreza. Para Shen (2000) la utilidad de este término se debe a que sitúa el énfasis tanto teórico como de in­vestigación en características relacionales en la priva­ción de capacidades y recursos, que tendrán consecuen­cias sobre la pobreza de los individuos (pp. 5).

Ser excluido de relaciones §ociales puede provoc<lI, una serIedecoiiseéÚéncÍas (privacÍones), por' ejemplo, provocar la pérdida de capacidad de encontrar empleo, así como incidir negativamente en el acceso a otros re­cursos que pueden tener impacto en el bienestar del in-

Capítulo 34.

durante la II Guerra Mundial y fueron confinados en campos de concentración. En una sola noche pasaron de ser ciudadanos respetados por todos a ciudadanos estig­matizados y perseguidos.

Resulta, por tanto, poco útil la pretensión de elaborar una lista exhaustiva de grupos sociales excluidos, por­que la exclusión se presenta muchas veces donde no se la espera. Nuevas formas de exclusión surgen todos los días, y otras formas ya establecidas sufren importantes modificaciones. Un buen ejemplo lo ofrece el acoso es­colar, que durante mucho tiempo no se consideró una forma de exclusión y en la actualidad es una de las más estudiadas e investigadas. Como se encargan de recordar a diario los medios de comunicación, está adquiriendo cada vez mayor intensidad una forma de acoso escolar a través de Internet. Algo similar sucede con otras expe­riencias sociales muy características de nuestra época.

dividuo (apoyo social). Es decir, la exclusión social es una parfécoñ'stÍtutlva:'de la privación y genera pérdidas en las capacidades del individuo. Sin embargo, es im­portante hacer hincapié en que las relaciones sociales y la interacción social impulsan la situación de margina­ción de algunas personas. Por ello, la integración (inclu­sión) en un grupo o sociedad no es una cuestión que de~ penda exclltsiyªm~nt~ de la falta ae recursos, ya que hay otras dos dimensiones a tener en cuenta: la participación en la sociedad y las relaciones sociales.

Como se ha apuntado antes, las personas con riesgo de padecer exclusión social abarcan un amplio espectro de individuos, desde enfermos de larga duración (enfer­medad mental, alcoholismo, sida, anorexia, sobrepeso o drogadicción) hasta mendigos o inmigrantes. Por lo que es negesano recordar que la exclusión social de1:>~_ ent~I1.-

I-~-'--- ,,-- -- -'"

í derse_c.olJlo lln producto social relacionado con las insti~ - tuciones, las jdeologÍ-ª§ qtle lfl_S!lS!~Il!al1--1ª§LQomQ,por. las decisiones que toman los individuos, las sociedades y los estados, y que se va a generar desde la esfera de las relaciones interpersonales, pasando por las institucio­nales hasta llegar incluso a las relaciones internacionales.

Las sucesivas encuestas realizadas en los países miembros de la UE (Comisión Europea, 2002) muestran los factores que promueven la exclusión social de de­terminados individuos y grupos. Cabe señalar que entre

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estos ~~lgJ~sk..ingLe~Jl:L~ UIl~ ~!!se9l-encias-deJJ:U~xcl!Jsiól1~o_ciªJ- y que la combi­nación de otrosJ~~!9!~.L~le~~atm:ªleza_psi<:ºSilciaLes la que produce las situaciones de exclusión. -~. _______ w_~_"'_

¿Por qué la pobreza o falta de ingresos no es un fac­tor determinante de la exclusión social, sino todo lo con­trario? Baste un ejemplo para contestar a esta pregunta. Una persona en una situación de ingresos relativamente baja y persistente en el tiempo no tiene por qué ser obje­to de exclusión social si dispone de otro tipo de posi-

bilidades de obtener recursos (pongamos por caso, fami­liares o institucionales). Por este motivo, una de las paradojas a la que se enfrenta la investigación socio­económica es que individuos y familias con menores re­cursos no eran objeto de exclusión, mientras que otras con un mayor número de ingresos sí lo eran. Es decir, el grado de integración delº~sjl!º!yi~Jlº~ en la sociedad en la-qüeSe encuentran, a distintos niyeT~-:§~lñteillY.iSOOal, SOCla:ry~porítico, -s~óífTos que van a determinar el estos seaü objeto o ~ no de exclusión. Véase urúilfustración gráIÍca ~e~ iaFigura . 34~ 1.

Posición en el mercado laboral (estabilidad,

desempleo

Estrato social atribuido: género,

edad, etnia ...

y condiciones laborales)

Forma de estratificación

tradicional: clase social, nivel educativo

y preparación

Recursos personales y asistenciales (redes

de apoyo social, acceso 1-----____ .:1 a recursos), salud

y bienestar

Historia de vida (actividades pasadas,

historia familiar, migraciones)

Exclusión social

0~e~

Una ilustración gráfica! de la dinámica de la exclusión social (adaptado de Income poverly arfd social exc/usion (2000, p. 20)).

?.,!~proc~s()_p§.kºlºg!fQ_911~~se .. ~!!fJ!yI!tt~.mLL~.b<l§~_!!~J~. ~~.f!ll§ió_ns().~i_al ~f!sel ~.e~~t!gmªtiza.ció1.l" En todas las sociedades crean estructuras y sistemas ideológicos que determinan lo que es apropiado y lo que es considerado como desviante, imponiendo valores positivos y negati­vos a determinadas características y conductas. El estig­ma hará alusión a algún atributo especial que produce un descrédito en el individuo (Goffman, 1963), por lo que relegará a la persona que lo posee a un rol de estig­matizado en oposición al normal.

Para Crocker, Major y Steele (1998, pp. 505) el es­tigma se crea en función de cualquier rasgo o atributo que la persona estigmatizada posea, o se cree que po­see, que devalúe su identidad social en un contexto es­pecífico. De esta forma, el que una persona o un grupo sea objeto de exclusión social depende del contexto so­cial, histórico o político, en el que se encuentra inmersa. Por ejemplo, en ciertas culturas ser epiléptico puede ser indeseable y desacreditar al individuo de por vida, mien­tras que en otras culturas las «convulsiones» pueden ser

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vistas como un atributo especial que confiere un estatus superior (Andermann, 1995; véase también Quiles y Mo­rera, en este volumen).

En cuanto a la construcción social del estigma los resultados de las distintas oleadas de encuestas sociales europeas nos indican qué proporción de personas son discriminadas en el conjunto de estados.

En el estudio desarrollado 2002/2003 un 6,8% de los encuestados (n = 2.832) manifestaron ser discriminados en sus países de residencia. Cuatro años después, se en­contraron resultados similares: un 6,5% de la población (n = 2.007) manifestaba ser objeto de discriminación en su país. Sin embargo, si se observamos la Tabla 34.1, los motivos de discriminación son distintos en función del país al que atendamos.

Raza Nacio-

Religión Idioma Etnia nalidad

Reino Unido 44,17 32,96 41,49 14,07 16,52 Francia 31,02 18,16 20,9 13,33 16,75 Alemania 6,7 21,79 15,22 36,3 23,7 España 7,94 12,85 9,55 13,33 12,62 Polonia - 1,12 3,88 - 10,80 Suecia 0,99 1,40 1,49 2,96 2,51 Bulgaria 1,49 1,40 0,60 2,96 2,18 Eslovaquia 1,74 1,40 0,60 2,22 1,50 Portugal 2,23 1,68 0,90 - 3,01 Suiza 0,74 1,40 0,90 0,74 2,10 Finlandia 0,25 0,28 0,30 1,48 1,47 Estonia - 2,79 - 7,41 0,39 Dinamarca 0,50 0,56 0,90 0,74 1,48 Noruega 0,25 0,28 0,90 0,74 1,26 Eslovenia 0,25 - 0,30 - 0,58 Bélgica 1,74 1,96 2,09 3,70 2,94

Capítulo 34.

Estos datos ilustran la disparidad en los resultados, en función del contexto cultural considerado, a pesar de que los datos se agrupan en 10 dimensiones comunes a todos los países. Ello sugiere que la construcción social ~!estigma hacia_.3ertos colectivóS- ~l2osd~Reñde del contexto cultural. ---~- -----,,--~------"._ ..

La Tabla 34.1 muestra que los países con una mayor proporción total de personas que indicaron sufrir algún tipo de discriminación son Alemania, Reino Unido y Francia, donde un considerable número de personas re­conocieron que sufrían marginación en más de una de las alternativas. Ello explica que los totales acumulados superen el 100%.

Edad Género Orientación Disca-

Otros Total

sexual pacidad acumulado

50,92 34,93 44,63 27,75 16,6 324,03 13,92 21,58 27,27 17,34 16,3 196,56 6,23 12,33 15,7 12,72 23,85 174,53 0,73 10,96 4,96 4,62 12,75 90,32

10,26 5,14 - 21,39 10,7 63,28 2,56 6,51 1,65 2,89 2,53 25,49 4,03 1,37 - 2,31 2,27 18,61 2,2 1,71 - 1,73 1,53 14,63 2,56 - - 1,16 3,03 14,57 0,73 2,05 1,65 1,73 2,12 14,17 3,3 1,03 0,83 1,73 1,44 12,09 0,37 0,34 - - 0,39 11,69 0,37 0,34 0,83 0,58 1,49 7,78 0,37 1,03 0,83 0,58 1,26 7,48 0,37 0,34 - 1,16 0,58 3,57 1,10 0,34 1,65 2,31 2,94 2,76

* Las tamaños muestrales de los países fueron ponderados para hacerlos comparables. En algunos casos los participantes indicaron sufrir discriminación en más de una alternativa de respuesta.

Distintas teorías psicosociales se han ocupado de descri­bir los mecanismos subyacentes a la exclusión social; algunas de ellas se han centrado principalmente en las características que se atribuyen a la persona que es

excluida, como la teoría de la creencia en el mundo jus­to, otras considerarán conjuntamente los aspectos indivi­duales, grupales y del sistema en el proceso de exclu­sión, como la teoría de la justificación del sistema. En

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este apartado, se describen cuatro teorías que abordan di­rectamente la explicación del fenómeno de la exclusión: La teoría de la creencia en un mundo justo, la del manejo del terror, la teoría de la dominancia social y, finalmente, la teoría de la justificación del sistema.

Los supuestos básicos de la teoría del mundo justo (Ler­ner, 1980) se sustentan sobre dos principios fundamenta­les que explicarían, a nivel individual, de qué forma los seres humanos son capaces de justificar las situaciones de exclusión social. (1) La disonancia cognitiva (Festinger, 1959); (2) la propia creencia en un mundo justo.

La teoría asume que el ser humano está motivado a compOltarse de forma consistente con sus actitudes, sobre todo cuando las ha manifestado públicamente. Sin embar­go, añade a los principios de reducción de la disonancia la creencia de que el mundo es un lugar justo, en el que las personas obtienen y consiguen lo que merecen.

La creencia en un mundo justo se basa en la necesi­dad humana, de naturaleza universal, sobre el control del entorno para mantener un sentimiento «subjetivo» de seguridad. En un mundo justo, las personas buenas y honradas que se comportan adecuadamente obtendrán resultados positivos como consecuencia de dichas accio­nes. Sin embargo, para aquellos otros que no se compor­tan adecuadamente no habrá posibilidad de obtener este tipo de beneficios. Lerner (1980) postula que los indivi­duos mantienen confianza en el futuro y albergan un sentimiento «subjetivo» de seguridad al esperar obtener compensaciones por un comportamiento acorde con las normas sociales.

La investigación sobre la teoría del mundo justo se ha centrado en las estrategias de denigración, rechazo y distancia social de las víctimas, así como en la reduc­ción de la ansiedad y la indecisión que se pueden origi­nar cuando observamos situaciones de exclusión (Fur­nham y Gunter, 1984; Montada y Schneider, 1989; Rubin y Peplau, 1973).

El aspecto más relevante de la teoría en relación con el ámbito de la exclusión social ha sido el denominado pro­ceso de victimización secundaria (Brickman, Rabinowitz, Karuza, Coates, Cohen y Kidder, 1982). Este proceso

alude a un conjunto de reacciones hacia las víctimas de exclusión, como la minimización de su sufrimiento, su devaluación y la atribución de responsabilidad de su si­tuación. Todas estas reacciones empeoran la situación de exclusión en la que se encuentran (victimización pri­maria). Es decir, el proceso de victimización secundaria tiene como resultado una pérdida de apoyo social de los excluidos y, a la vez, permite a los observadores organi­zar sus cogniciones y hacerlas consistentes con la creen­cia en el mundo justo. La investigación desarrollada por Mohiyeddini y Montada (1998) muestra que en situacio­nes en los que no existe motivación o capacidad para cambiar la situación de las víctimas de exclusión, existe una mayor probabilidad de que se asuma que estas son responsables de su propia situación.

Junto a las creencias en un mundo justo, otros dos factores contribuyen al proceso de victimización secun­daria: el que la víctima sea inocente y que el sufrimiento sea persistente. Para el propio Lerner (1980, pp. 143) la situación que más amenaza la creencia en el mundo jus­to sucede cuando nos enfrentamos a víctimas inocentes cuyo sufrimiento no ha sido aliviado. Y es en estas si­tuaciones donde las personas con mayor creencia en un mundo justo tienden a embarcarse en procesos de victi­mización secundaria.

Para comprobar este fenómeno Correia y Vala (2003) presentaron la trascripción de una supuesta entrevista con una persona seropositiva, contagiada en una relación sexual. En la condición de «víctima no inocente» se in­dicaba que no había usado preservativo, mientras que en la condición de «víctima inocente» se decía que el pre­servativo se había roto. El grado de sufrimiento se mani­¡puló indicando que según los médicos no tenía esperan­! zas de sobrevivir o que con el tratamiento adecuado su vida no corría peligro. Pues bien, en aquellas condicio­nes amenazantes para la creencia en el mundo justo las víctimas inocentes con un alto sufrimiento eran rechaza­das en igual medida que aquellas otras no inocentes, pe­ro con bajo sufrimiento. Véase Figura 34.2.

Para estos autores la explicación de estos resultados reside en el hecho en que cuando se amenaza la creencia en el mundo justo, las víctimas inocentes con un alto su­frimiento y las no inocentes que sufren menos son las más amenazantes para la este tipo de creencias. Por este motivo, ambas serán más rechazadas. En otras palabras, tanto aquellos que se encuentran en una situación que no merecen (víctima inocente con alto sufrimiento) como aquellos otros que a pesar de su conducta no reciben un castigo acorde con la creencia en el mundo justo (víctima no inocente con bajo sufrimiento) serán los individuos más rechazados.

Page 11: La Exclusión Social

1,2

0,8

0,6

0,4

0,2

°

o Alto sufrimiento o Bajo sufrimiento ..

Inocente No inocente

Rechazo a la víctimas de exclusión en función del nivel de sufrimiento y su inocencia.

Dos son las críticas más contundentes que se han hé[­cho a este planteamiento. Quizá la principal, y la que el propio Lerner (1997) admite, es que es difícil encontrar un constructo de naturaleza psicosocial en el que se base la creencia en un mundo justo que sea independiente de los procesos de reducción de disonancia cognitiva. Es decir, es posible que la creencia en un mundo justo sea simplemente resultado del proceso de reducción de diso­nancia, y no posea una entidad específica tal y como asume la teoría.

Por otro lado, y en estrecha relación con la crítica anterior, desde los planteamientos de la teoría de la jus­tificación del sistema se ha puesto de manifiesto la im­posibilidad de predecir si la creencia en el mundo justo se encuentra motivada por creencias de justicia universal o se puede conceptualizar mejor como una mera forma de justificación de los sistemas sociales y políticos en los que los seres humanos se encuentran inmersos (para una revisión véase Jost y Hunyady, 2002).

En este mismo sentido, Glick y Fiske (2001) indican que las desigualdades de género suelen ser justificadas a través de alabanzas de superioridad moral de aquellas mujeres que aceptan el sistema de desigualdad.

A estas dos críticas podríamos añadir una tercera: la teoría no atiende al papel que juegan los excluidos en el propio proceso de exclusión social, ya que se centra es­pecíficamente en aquellos aspectos de justificación de la exclusión que elaboran los observadores de esta. Por ejemplo, las desigualdades económicas pueden ser justi­ficadas no solo atribuyendo la culpa de la desigualdad a los grupos excluidos, sino que entre los integrantes de grupos desfavorecidos puede darse la ilusión de que en su situación pueden ser incluso más felices que aquellos otros que e encuentran en una situación más favorecida (Kay y Jost, 2003).

Capítulo 34.

La teoría del manejo del terror (Greenberg, Pyszczynski y Solomon, 1986) aporta algo nuevo, ya que describe per­fectamente una relación entre un constructo psicológico y las creencias que sustentan la exclusión social. Desde este planteamiento teórico se propone que las personas sufrimos una ansiedad existencial debido a la certeza de que algún día debemos morir. Para amortiguar esta an­siedad, los individuos necesitan aferrarse a unos valores culturales que impongan un orden y un sentido a la vida, por lo que los individuos estarán motivados a defender y justificar su cultura, ya que estos valores culturales se­rán una representación absoluta de la realidad en la que viven los individuos.

Es decir, para poder manejar la ansiedad que provo­ca la certeza de la muerte, el ser humano ha desarrolla­do un sistema doble que mitiga sus efectos. Este sistema está compuesto por (1) las normas y valores culturales que dan un significado al entorno y (2) el sentimiento de autoestima derivado del cumplimiento de este tipo de valores culturales. De esta forma, los individuos ex­cluirán y denigrarán a aquellos otros que supongan una amenaza, ya sea real o simbólica, a su manera de enten­der la vida. Por ello se producirán respuestas defensivas tanto ante las amenazas a la autoestima, como al recuer­do de la propia mortalidad (Pyszczynski, Greenberg y Solomon, 1997).

Para demostrar la flexibilidad de las respuestas a las amenazas existenciales, los teóricos del manejo del te­rror han mostrado que cuando se hace saliente la morta­lidad del individuo no se promueve una respuesta unita­ria por parte de todos los integrantes de una sociedad. Es decir, ante la amenaza de la propia mortalidad en ta­reas experimentales se comprueba que:

Se disminuye la tolerancia ante aquellos que se des­vían de la norma cultural, dependiendo de la accesibi­lidad a la propia ideología. Es decir, a mayor fuerza de la ideología, menos se tolera a los que se considera desviantes (Greenberg, Simon, Pyszczynski Solomon y Chatel, 1992).

Se facilitará la identificación con aquellos que no mantienen el mismo conjunto de creencias ideológi­cas, si estos son percibidos como miembros del endo­grupo; pero se dará el efecto contrario si son percibi­dos como miembros de un exogrupo (Greenberg et al., 1992; Wisman y Koole, 2003).

Page 12: La Exclusión Social

Se producirán aumentos en la identificación grupal si el endogrupo mantiene un estatus elevado, pero no si posee un estatus bajo (Arndt, Greenberg, Schimel, Pyszczynski y Solomon, 2002; Dechesne, Greenberg, Arndt y S chimel , 2000; Harmon-J ones, Greenberg, Solomon, Simon, 1996).

Sin embargo, a pesar de que la teoría del manejo del terror es capaz de explicar la forma en que los indivi­duos responden ante las amenazas a su propia mortali­dad, el problema que sigue sin resolver es que no es ca­paz de señalar claramente un único determinante de las creencias ideológicas que sustentan la exclusión social (Greenberg y Jonas, 2003).

Por otro lado, al igual que sucedía con la teoría de la creencia en un mundo justo no toma en consideración cómo los integrantes de grupos excluidos y estigmatiza­dos pueden justificar y contribuir a su propia situación de exclusión social.

La teoría de la dominancia social (Pratto, Sidanius,· Stallworth y Malle, 1994) atiende como elemento funda­mental a la estructuración y jerarquización que se obser­va en todas las sociedades. Estas jerarquías se establece­rán, principalmente, a través de tres dimensiones: sexo, edad y etnia, en las que uno de los grupos se constituye como hegemónico. Dentro de la jerarquía, el grupo do­minante poseerá una valoración positiva con respecto al resto, lo que incide directamente en distintos aspectos como un mayor poder político, influencia y en un mayor acceso a los recursos como la vivienda, educación, sa­lud ...

Para esta teoría la influencia de las creencias legitima­das -por ejemplo, estereotipos, que justifican el siste­ma de desigualdad- variará de unos individuos a otros, por lo que se propone el constructo de orientación a la dominancia social (SDO) como el deseo de una persona de mantener la jerarquía social basada en grupos, y por extensión la subordinación de los grupos inferiores a los superiores (Sidanius y Pratto, 1999). La orientación a la dominancia social se constituye en el elemento central de la teoría (Pratto et al., 1994, Sidanius, Liu, Pratto y Shaw, 1994; Sidanius, Pratto y Bobo, 1994), ya que, gracias a ella, se tienden a reforzar las desigualdades en aquellos individuos favorables hacia este tipo de estruc­turas sociales.

Las situaciones de exclusión se realizarán a través de una discriminación sistemática, en la que participan las instituciones y los individuos, ya que tanto las primeras (independientemente de que sean públicas o privadas) como los segundos que poseen control sobre determina­dos recursos los van a destinar principalmente a los miembros de los grupos dominantes (p. e., prestigio o protección social) y procurando no facilitarlos a otros individuos o grupos. Esto tendrá consecuencias sociales negativas para los excluidos, entre ellas la exposición a situaciones laborales en condiciones peligrosas, una me­nor esperanza de vida o un mayor porcentaje de perso­nas en prisiones de ciertos colectivos (para una revisión véase Sidanius y Pratto, 1999, 2004).

La discriminación institucional será la que se con­vierta en una de las fuerzas más poderosas en el mante­nimiento de la estructura jerárquica. Esto es debido a que los individuos aceptarán esta distribución asimétrica de los recursos, principalmente, cuando sean resultado de un consenso social y sean impuestas por el grupo do­minante. Esta discriminaciQn ins!ituci2l}::j.l se va a regu­lar dentro de una sociedad a través de distintas creencias que reforzarán o debilitarán la desigualdad, proporcio­nando justificaciones morales dentro del sistema social. Concretamente, Pratto et al. (1994) proponen entre las distintas creencias el sexismo, racismo o nacionalismo. Por eje~~E.erspectiva s.':!giel~ gue personas den­tro-aeuna determina_da~ultULéL1l.ºg.:Qanveratos nii..klll~ 1)ros de grupos desfavorecidos como perezosos y con TáIfaaelnlclatrv~yaqUeeStaéreencia·justifica el papel 8Ue·uentrod-e -la sociedad desempeñan este grupo de personas, de tal manera que las diferencias de estatus se ;consideran legítimas, de forma similar a lo que proponía ¡la teoría de la creencia en un mundo justo.

En este sentido, los resultados ofrecidos por las en­cuestas sociales europeas (Tabla 1) indican que una de las principales causas de exclusión social en nuestro país es la raza o etnia. Pues bien, en relación con los supues­tos de la teoría de la dominancia social, la comparación de los datos obtenidos por los Barómetros del CIS reco­gidos en 1996 (n = 2.118) y 2004 (n = 2.496) indican un claro incremento de personas que demandan una po­lítica inmigratoria más restrictiva y un mayor control de la entrada de trabajadores inmigrantes, lo que es en defi­nitiva un aumento en el consenso por parte del grupo dominante en el reforzamiento de la estructura institu­cional. Véase Figura 34.3.

Por otro lado, uno de los aspectos más importantes de la teoría es que atiende al papel de los propios ex­cluidos dentro de la estructura jerárquica, en lo que se ha denominado asimetría comportamental. Esta defini-

Page 13: La Exclusión Social

63

20

I I 7

1996 2004 o Permitir la entrada de los trabajadores inmigrantes

sin ningún obstáculo legal

O Permitir la entrada solo a aquellos que tengan un contrato de trabajo

85

Nota: Porcentaje de personas que indican cada categoría de respuesta en 1996 (n = 2.118) Y 2004 (n = 2.496), Fuente: CIS, Boletín 36.

¿Qué política cree que sería más adecuada con respecto a los trabajadores inmigrantes? ,

ción se corresponde con las diferencias en la conducta manifiesta de personas que pertenecen á distintos grupos sociales dentro de la estructura jerárquica y que se va producir, como se ha apuntado antes, a través de un mayor etnocentrismo por parte de los individuos de gru­pos dominantes. Sin embago, en el caso de los grupos desfavorecidos se va a producir el efecto contrario: el favoritismo hacia el grupo dominante, a lo que se añade el comportamiento de estos individuos en contra de los propios intereses del endogrupo. En definitiva, lo que se propone es que aquellos individuos de grupos desfavore­cidos que son pasivos y cooperantes con su propia dis­crinUnación proporcionan al sistema jerárquico una mayor fuerza y estabilidad (Sidanius y Pratto, 2004).

Dos críticas se le han hecho a la teoría, principal­mente, (1) la ausencia de fundamentación teórica al constructo de SDO, ya que no se comprueba que sea un constructo de naturaleza universal aplicable a todos los grupos (Schmi1Í'y Branscombe, 2003) y (2) desde los planteamientos teóricos de la teoría de la justificación del sistema se comprueba que la medida de SDO se en­cuentra más relacionada como una forma de justifica­ción del sistema que como orientación individual a las jerarquías basadas en grupos (Jost y Burgess, 2000).

La teoría de la justificación del sistema (Jost y Banaji, 1994; Jost, Banaji y Nosek, 2004) mantiene que los in­dividuos se encuentran motivados a percibir el sistema social e ideológico circundante como algo justo, natural

Capítulo 34.

y legítimo, incluso cuando ello perjudica sus propios intereses personales y de grupo (Jost, Pelham, Sheldon y Sulivan, 2002; Jost y Thomspon 2000).

La teoría distingue tres motivos que pueden entrar en conflicto. (1) El motivo de justificación del yo hace alusión a la necesidad de los individuos de mantener una imagen positiva de uno mismo; (2) el motivo de justifi­cación del grupo se define como el deseo mantener una imagen favorable del propio grupo y de sus nUembros, y (3) la justificación del sistema que capturará las necesi­dades psicológicas y sociales de justificar el statu qua, considerándolo como algo bueno, justo, natural, inevita­ble y deseable.

De forma sinUlar a la teoría de la dominancia social, desde esta perspectiva se propone que los individuos van a justificar las desigualdades sociales a través de es­tereotipos y mecanismos ideológicos. Sin embargo, exis­ten dos diferencias fundamentales: (1) la teoría de la justificación del sistema propone que esto se va a produ­cir sobre todo en aquellas situaciones en las que el siste­ma social se ve amenazado, ya que la estabilidad de los sistemas sociales a lo largo de la historia es mucho más frecuente que la inestabWdad, y (2) al igual que la teoría de la creencia en un mundo justo, la teoría de la justifi­cación del sistema propone que las formas más extremas de justificación del sistema descansan en un mecanismo de disonancia cognitiva, mostrando cómo los individuos de grupos más desfavorecidos paradójicamente son los que presentan una mayor necesidad de justificar la situa­ción en la que se encuentran (Jost y Banaji, 1994). Sin embargo, la teoría no necesita recurrir a un constructo adicional, o creencia en el mundo justo, para explicar el proceso, ya que simplemente indica que cuando el pri­mer o segundo motivo entran en conflicto con el de jus­tificación del sistema, esta discrepancia se resolverá a través de un proceso tan básico como el de reduccÍón de disonancia cognitiva.

En relación con el proceso de exclusión social esta teoría facilita una explicación comprehensiva de las par­tes implicadas en el proceso. Es decir, la teoría atiende tanto a los individuos y grupos como a los sistemas ideológicos y políticos imperantes en una sociedad de­ternUnada. Uno de sus elementos centrales, y tal vez la principal ventaja que aporta, es explicar la estabilidad de los sistemas sociales a partir del fenómeno complemen­tario del favoritismo endogrupal de los grupos de alto estatus y favoritismo exogrupal de los individuos de grupos desfavorecidos, sin recurrir a una serie de cons­tructos psicológicos adicionales. Dicho favoritismo exo­grupal constituye el ejemplo más claro de la legitinUza­ció n de la desigualdad por parte de los individuos de grupos desfavorecidos.

Page 14: La Exclusión Social

Uno de las principales demostraciones de este fe­nómeno la proporcionan Jost, Banaji y Nosek (2004). Estos autores comprueban este patrón de favoritismo endogrupal y exogrupal a través de medidas implícitas en miembros de distintos grupos. En su investigación muestran cómo los americanos blancos (n = 15.110) manifestaron mayoritariamente favoritismo endogrupal, mientras que entre los afroamericanos (n = 2.011) exis­tía un porcentaje similar de participantes que mostraban favoritismo endogrupal y exogrupal (parte derecha de la Figura 34.4). Asimismo, en cuanto a los grupos de edad,

100

90

80 75,5

70

60

50

40

30

20

10 9,6

O Joven

72

Mayor

D Favoritismo exogrupal

D Favoritismo endogrupal

74,8

39,3 40,1

Blanco Negro

Nota: Porcentaje de personas que mostraron favoritismo endogrupal y exogrupal implícito evaluado a través de IAT. Adaptado de Jost, Banaji y Nosek (2004, pp. 898 Y 899).

Favoritismo endogrupal y exogrupal implícito en muestras de etnia y edad.

A lo largo de este capítulo se han puesto de manifiesto la importancia de la consideración del proceso de exclu­sión social desde una perspectiva psicosocial amplia, ya que esta afecta al bienestar de los individuos y grupos en distintos niveles abstracción. Es más, a pesar de la importancia de los indicadores objetivos de exclusión, para comprender adecuadamente la magnitud y comple­jidad del fenómeno, siempre será necesario atender a otro tipo de indicadores subjetivos (para una revisión véase Income poverty and social exclusion, Comisión Europea, 2002). En definitiva, la investigación deberá atender conjuntamente a ambas vertientes del proceso (exclusión social objetiva y subjetiva) para la elabora-

se encuentra el mismo patrón, el grupo de jóvenes (me­nores de 50 años, n = 12.610) exhiben favoritismo en­dogrupal, mientras que el de mayores (n = 815) mostró una cierta tendencia al favoritismo exogrupal (Figu­ra 34.4).

Hay que tener en cuenta que las medidas implícitas empleadas no se encuentran afectadas por la desebilidad social. Es decir, los participantes o no conocen el cons­tructo analizado o no pueden sesgar su respuesta como sucede en las medidas con cuestionarios. Los resultados aportados por Jost et al. (2004) se constituyen en una clara evidencia del favoritismo exogrupal que albergan los miembros de grupos desfavorecidos. En la Figu­ra 34.4 se observa un mayor porcentaje de personas que valoran más positivamente a los grupos que se encuen­tran en una mejor posición dentro de la jerarquía social que al propio grupo.

En definitiva, lo que se demuestra es que los miem­bros de grupos desfavorecidos no muestran un conflicto entre los motivos de justificación del grupo y del siste­ma. Ya que existe una mayor proporción de personas que exhiben una valoración más positiva de los grupos que, precisamente, son mejor valorados dentro del pro­pio sistema social (jóvenes y americanos blancos).

A modo de resumen, en la Tabla 34.2 se presen­tan las ventajas y limitaciones que presentan las cuatro teorías tratadas al abordar el fenómeno de la exclusión social.

ción de las intervenciones necesarias orientadas a paliar el fenómeno.

No se debe olvidar que la exclusión social ocurre desde el nivel individual de relaciones, como por ejem­plo sucede en situaciones de acoso escolar o laboral donde los individuos son excluidos por parte de su pro­pio grupo, hasta llegar a la esfera de las relaciones in­ternacionales, ya que se puede negar el acceso a los nacidos en un país específico a individuos con naciona­lidades concretas. Por ello siempre conviene considerar que el fenómeno es mucho más amplio de lo habitual­mente se entiende.

Page 15: La Exclusión Social

Capítulo 34.

Ventajas Limitaciones

Señala un tipo concreto de ideología que es capaz de No indica claramente en qué constructo psicológico explicar por qué se produce la exclusión social. se basa la creencia en un mundo justo, ya que puede

ser un producto del proceso de reducción de Teoría de la disonancia cognitiva.

creencia La creencia en un mundo justo no es la única en un mundo creencia que perpetúa la situación de exclusión de

justo otros grupos.

No atiende al papel que pueden jugar los excluidos en los procesos de exclusión.

Teoría El sistema ideológico en el que justifica la exclusión No explica el determinante de las creencias que se relaciona con la reducción de la ansieda<¡i sustentan la exclusión social.

del manejo existencial. del terror No atiende al papel que pueden jugar los excluidos

en los procesos de exclusión.

Indica cómo todos los seres humanos se encuentran La investigación indica que el constructo de

Teoría de la orientados hacia los sistemas jerárquicos donde unos orientación a la dominancia (SDO) no es de

dominancia grupos se sitúan en la parte superior de la jerarquía naturaleza universal sino que se encuentra

social social. contextualizado, por lo que una persona puede apoyar

Atiende al papel que pueden jugar los excluidos en la exclusión de un grupo social pero no de otro.

los procesos de exclusión.

Predice convenientemente que aquellas situaciones que más amenazan la estabilidad del sistema social

Teoría de la son las que más se justifican.

justificación No necesita recurrir a constructos psicológicos

del sistema adicionales (orientación a la dominancia social o creencia en un mundo justo) para explicar cómo se produce la justificación de la desigualdad y la exclusión social.

Finalmente, en cuanto a los efectos de la exclusión no se debe olvidar que esta no solo afecta a una serie de derechos «formales» de los individuos en un contexto so­cial específico, sino que mostrará su influencia en el bie­nestar psicológico como en el propio estado salud de la persona objeto de exclusión. De esta forma, la reducción de esperanza de vida independientemente de las diferen-

cias de estatus económico entre los afroamericanos (Wi­lliams y Chung, 1997) o la reducción en siete años y me­dio de la longevidad de las personas mayores que intemali­zan los estereotipos negativos de su grupo de edad (Levy, Slade, Kunkel y Klass, 2002) ponen de manifiesto la ex­tensión y magnitud de un fenómeno, que a primera vista puede parecernos algo más liviano y fácil de atajar.

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