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Ficha de Cátedra Psicología Laboral - 2009 La evolución del concepto de trabajo a lo largo de la historia María Julia López García Versión libre de Neffa, Julio C. (2003), “Grandes rasgos de la evolución del concepto de trabajo desde la antigüedad hasta fines del XIX” El concepto de trabajo. Su trayectoria histórica. El concepto de trabajo ha sido objeto de múltiples definiciones en los últimos años. De manera preliminar podemos definir el trabajo como “un conjunto coherente de operaciones humanas que se llevan a cabo sobre la materia o sobre bienes inmateriales como la información, con el apoyo de herramientas y diversos medios de trabajo, utilizando ciertas técnicas que se orientan a producir los medios materiales y servicios necesarios a la existencia humana.” (Neffa, 2003:12). Lo que las sociedades han denominado, representado y valorado como trabajo ha cambiado a lo largo de la historia, ya que se vio influenciado por las cosmovisiones que regían en cada tiempo. Las diferentes representaciones han sido congruentes con las circunstancias históricas, filosóficas, políticas, culturales, económicas y psicosociales propias de cada cultura y época. Pasaremos ahora a caracterizar brevemente como fue representado el trabajo en diferentes cortes histórico/sociales según lo desarrollado en Neffa, J. (2003) El trabajo para las civilizaciones griega y romana Las civilizaciones griega y romana se caracterizan por el modo de producción esclavista. En la Grecia clásica, el trabajo es 1

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Ficha de Cátedra Psicología Laboral - 2009

La evolución del concepto de trabajo a lo largo de la historia María Julia López García

Versión libre de Neffa, Julio C. (2003),

“Grandes rasgos de la evolución del

concepto de trabajo desde la antigüedad

hasta fines del XIX”

El concepto de trabajo. Su trayectoria histórica.

El concepto de trabajo ha sido objeto de múltiples definiciones en los últimos años.

De manera preliminar podemos definir el trabajo como “un conjunto coherente de

operaciones humanas que se llevan a cabo sobre la materia o sobre bienes inmateriales

como la información, con el apoyo de herramientas y diversos medios de trabajo, utilizando

ciertas técnicas que se orientan a producir los medios materiales y servicios necesarios a la

existencia humana.” (Neffa, 2003:12).

Lo que las sociedades han denominado, representado y valorado como trabajo ha

cambiado a lo largo de la historia, ya que se vio influenciado por las cosmovisiones que

regían en cada tiempo. Las diferentes representaciones han sido congruentes con las

circunstancias históricas, filosóficas, políticas, culturales, económicas y psicosociales

propias de cada cultura y época. Pasaremos ahora a caracterizar brevemente como fue

representado el trabajo en diferentes cortes histórico/sociales según lo desarrollado en

Neffa, J. (2003)

El trabajo para las civilizaciones griega y romana

Las civilizaciones griega y romana se caracterizan por el modo de producción

esclavista. En la Grecia clásica, el trabajo es considerado como una maldición. Los antiguos

griegos consideraban el trabajo diario como una deshonra, especialmente el trabajo físico,

que era percibido como una tarea rutinaria despreciable y propia de esclavos. Los filósofos

griegos afirman permanentemente esta cosmovisión, al plantear que la filosofía es la

actividad reservada para ciudadanos que son seres libres y ociosos, y que por lo tanto no

deben verse obligados a trabajar para subsistir.

Al valorar como actividades propias de los hombres libres el desarrollo del

pensamiento y razonamiento, a la actividad ética o praxis y a la política, se hace necesario

disponer de tiempo para el ocio, por lo cual, los ciudadanos libres deberán mantenerse

desocupados de los afanes materiales que comprometían el uso del cuerpo y requerían la

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fuerza física. El trabajo manual es el único reconocido como tal y está a cargo casi

exclusivamente de los esclavos.

Para Platón, la libertad y el carácter de ciudadanos están vedados a los esclavos,

comerciantes y artesanos, porque ellos dependían de los demás y de las condiciones

materiales para poder sobrevivir, al estar obligados a trabajar. “Los esclavos no eran

considerados personas, es decir seres racionales y libres; eran instrumentos animados,

“cosas” que se movían y hablaban, pero su existencia se justificaba porque su trabajo físico,

al proporcionar los bienes necesarios para la reproducción de la vida, hacía posible que los

hombres libres, por su parte, se dedicaran a la teoría” (Neffa, 2003:39)

Aristóteles, por su parte, divide la ciudad entre gobernantes – militares, estadistas,

magistados, sacerdotes- y gobernados –agricultores, campesinos y artesanos-. La base de

la ciudad sigue siendo la esclavitud, ya que muchos individuos eran esclavos “por

naturaleza”. Existe, para esta civilización, un “orden natural” que determina quienes deben

dedicarse al trabajo manual para que otros puedan dedicarse a la contemplación.

La clara valoración y supremacía del trabajo intelectual es lo que justifica el

desprecio a las “artes mecánicas”, y por consiguiente, a las personas que hacen dichas

tareas. Los esclavos no poseían la plenitud de la libertad y de la razón, por eso no podrían

tener vida moral propia, dado que el hombre moral liberaba sus manos y su alma.

En la civilización romana, también regidos por un modo de producción esclavista, se

observa que el número de esclavos era pequeño, no eran maltratados y se los consideraba

un bien de producción del amo. Los ciudadanos romanos no menospreciaban en la misma

medida que los griegos al trabajo manual, no obstante, quienes ejercen este trabajo no son

considerados ciudadanos libres. La esclavitud sigue siendo la base de la sociedad.

La civilización romana aporta conceptualizaciones entorno al derecho de propiedad

privada. El esclavo es considerado “una cosa”, sin personalidad jurídica, cuyo dueño tiene

total potestad para castigarlo o quitarle la vida, o poder alquilarlo a otros, sembrando un

posible antecedente a la actual modalidad de “contrato de locación de servicios”.

“La decadencia del imperio romano trajo como consecuencia una menor presión

sobre el trabajo de los esclavos, y con el correr del tiempo, se fueron dividiendo los

latifundios que pertenecían a los senadores romanos y eran trabajados por esclavos, para

dar nacimiento al modo de producción feudal, donde se establecerá otra relación laboral,

entre el señor feudal y el siervo de la gleba” (Neffa, 2003:45)

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Los cambios operados durante feudalismo y en las corporaciones de oficio

Durante la Edad Media se produce un giro en cuanto a las representaciones del

trabajo, ya que la tradición judeo-cristiana transmite valores positivos en la génesis del

mismo, no sin ciertas ambivalencias. En algunos pasajes bíblicos se hace referencia al

trabajo como un resultado del pecado original y un modo de expiar los pecados; y por otro

lado, como un llamado de los seres humanos para transformar, crear y humanizar la

creación.

El trabajo deja de ser visto exclusivamente como un castigo penoso y generador de

fatiga, una suerte de expiación de la culpa original, para convertirse en una actividad que

puede dar lugar a la alegría. Sin embargo, el trabajo humano no deja de ser considerado un

medio sometido a una finalidad superior.

Como un cambio importante se observa en este período la legitimación del trabajo

manual como algo positivo, si bien con una menor jerarquía que el trabajo intelectual y la

vida contemplativa. Por otra parte, el avance de la idea de igualdad de todos los seres

humanos reduce las distancias entre amos y esclavos, sin que se condene de manera

explícita la esclavitud. El trabajo se ve como un sufrimiento, resultado de un castigo, pero ya

no se lo considera un obstáculo para la vida espiritual, pues en la ascética predominante

“puede ser un medio para ganar el cielo”. Durante la Edad Media se va construyendo

progresivamente un valor moral y religioso del trabajo.

A nivel socio-económico, las transformaciones agrícolas y el desarrollo de ciertas

obras de infraestructura, el aumento de la productividad y de los excedentes como resultado

de la aplicación de ciertas tecnologías, dieron origen en las ciudades a los oficios y con ellos

a una institución y organización social, -las corporaciones de oficio-, protectoras y

reguladoras del trabajo libre de los artesanos.

Los gremios o corporaciones de artesanos ejercían el monopolio de la profesión y

tenían una estructura jerárquica y vertical, establecieron colectivamente normas a las cuales

debían atenerse todos sus miembros, en materia de días de trabajo y descanso, de jornada

laboral, de remuneraciones, de promoción profesional y ascensos, basada en el mérito y el

aprendizaje, regulando al mismo tiempo el comercio y el funcionamiento del incipiente

mercado de trabajo, instaurando mediante las sociedades mutuales las bases de un sistema

de asistencia y de seguridad social.

Las corporaciones de oficio permitieron al mismo tiempo la construcción de una

identidad, generando lealtades hacia el colectivo de trabajo y el conjunto del gremio. Hacia

el final de la Edad Media se logran progresos y desarrollo del comercio internacional, por lo

que se estimula el espíritu de iniciativa y los riesgos en los negocios.

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Una nueva clase social busca la riqueza por sí misma -consistente en la propiedad

inmobiliaria y en bienes de consumo y de producción- y la posesión de bienes deja de ser

considerada un obstáculo para alcanzar la vida eterna. El poder social y el prestigio de la

burguesía mercantil hizo que más tarde el préstamo a interés dejara de considerarse usura,

cuando con el dinero prestado se trata de invertir, para obtener más dinero, o cuando el

interés compensaba las demoras en la devolución del préstamo. Para León Battista Alberti,

progresivamente se va forjando el moderno concepto de trabajo, basado en la iniciativa

individual, en la disciplina laboral y en la coordinación de los esfuerzos y los medios de

producción, asignándose a la dimensión temporal un papel relevante. (De Ruggiero, 1973,

citado en Neffa, 2003:53)

Las transformaciones del trabajo humano resultante de los cambios culturales, la

revolución industrial y la instauración del modo de producción capitalista.

Desde el Renacimiento y la Reforma el trabajo pasa a ser más apreciado por sí

mismo, porque permite obtener riquezas y no por los valores culturales que encierra. Esta

consideración lleva a buscar una productividad sin tregua, a ser severos con el descanso, el

ocio y la pereza. Por eso se promueve tanto el ahorro y se lo valora, ya que es una prueba

de ascetismo. El trabajo deviene así un ascetismo útil al alma y el amor al trabajo significa el

amor a una vida seria y disciplinada.

El advenimiento del capital financiero introdujo una nueva dinámica en la economía,

requería un uso más estricto del tiempo para producir la valorización del capital. Se busca

hacer una mayor economía de tiempo y se comienza a considerar “virtuosos” a los

empresarios racionalizadores, audaces, emprendedores y exitosos. El espíritu de empresa

consistirá así en el intento de dominar la naturaleza para extraer los recursos y

manufacturarlos, con el propósito de obtener beneficios, mediante la ciencia y la tecnología.

“Para Martín Lutero, el trabajo constituía una necesidad para ganarse el sustento,

significaba responder a una vocación, ejercer una profesión de la manera más perfecta

posible, y por esa causa propugnó la abolición de la mendicidad, considerada como un mal

social, aconsejando en su lugar “hacer trabajar” a esas personas” (Neffa, 2003:58)

El nuevo concepto de hombre emergente es el de un trabajador, un ser

eminentemente activo, que mediante sus obras debe generar riquezas “para la mayor honra

y gloria de Dios”.

Según Max Weber, es a partir de esos cambios culturales que comienza a

practicarse una “ética del trabajo”, que valoriza la vida de los seres humanos en este mundo,

justifica el beneficio económico resultante del trabajo y del comercio, convierte en virtudes la

austeridad en el consumo y la propensión al ahorro llevando al extremo esa lógica; se pasa

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así progresivamente de “trabajar para vivir” a “vivir para trabajar”. La posesión de riquezas

como resultado del trabajo intenso es vista como algo positivo, un signo de predestinación, a

condición de hacer un uso productivo de ellas. El trabajo pasa a ser percibido como algo

importante en la vida terrenal, dado que su resultado constituye la fuente de la riqueza y del

ahorro (Weber, 1990)

La revolución industrial trajo aparejado el despliegue de herramientas y máquinas

sofisticadas, tendientes descubrir los secretos de la naturaleza, dominarlos y utilizarlos para

crear un universo nuevo. Con la consolidación del modo de producción capitalista, las

actividades por excelencia son la producción y circulación de mercancías y capitales. El

trabajo queda subordinado en el proceso de acumulación.

Poco a poco en el contexto del desarrollo capitalista industrial de los siglos XVIII y

XIX va apareciendo la noción del trabajo abstracto, que tiene como finalidad la de servir

como medio objetivo para un intercambio, para obtener en contrapartida del uso de la fuerza

de trabajo un ingreso salarial.

A partir de la instauración del modo de producción capitalista el estatus de salariado

significó un sensible progreso comparando con la situación anterior propia de los modos de

producción esclavista y feudal, pues permitió que los trabajadores asalariados dejaran de

ser un simple objeto -como los esclavos- perteneciente a otra persona dotada de poder y de

riqueza, o un siervo sometido a la autoridad y disciplina de su señor, para devenir un sujeto

y adquirir una mayor libertad y dominio de sí mismo frente a los capitalistas, al contrario de

sus antecesores con respecto a los amos y los señores feudales (Benarrosh, 1999).

Por otro lado, la revolución industrial produjo un fuerte deterioro de las condiciones y

medio ambiente de trabajo y en su primera etapa generó un elevado desempleo, creando

las condiciones para el surgimiento del movimiento obrero. Hacia fines del siglo XVIII se

había generalizado la existencia de desocupados y vagabundos o mendigos, pero además

se había incrementado la cantidad de personas que no tenían un estatuto derivado de la

pertenencia a una corporación de oficio.

Desde finales del siglo XIX se fueron dictando en los países capitalistas

industrializados normas legales que reconocieran al menos parcialmente el valor y la

dignidad al trabajo humano.

La concepción del trabajo en los economistas clásicos y en K. Marx.

El economista clásico Adam Smith, en plena Revolución industrial, desarrolla los

fundamentos de la actual teoría del “valor trabajo”. Desde esta perspectiva, el valor de

cualquier bien, para la persona que lo posee y que no piense usarlo o consumirlo, sino

cambiarlo por otros, es igual a la cantidad de trabajo que pueda adquirir o de que pueda

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disponer por mediación suya. El trabajo por consiguiente, es la medida real del valor en

cambio de toda clase de bienes. Cantidades iguales de trabajo deben ser, en todo tiempo y

todo lugar, de un valor igual para el trabajador.

Smith hace especial hincapié en la división del trabajo, ya que la considera clave

para el incremento de la productividad de las sociedades y de los trabajadores, ya que

pueden adquirir mayor destreza y acumular experiencia, así como ahorrar tiempo, y

posibilitar innovaciones partiendo de la especialización. Influenciado por el “espíritu del

capitalismo”, para este economista, la riqueza es algo bueno, legítimo y deseable.

En esta teoría smithiana el trabajo es un esfuerzo, es sacrificio, sufrimiento, el trabajo

es también un factor de producción objetivo intercambiado por un salario, cuyo costo debe

tratar de reducirse igualmente como en el caso de los otros factores en aras de obtener una

rentabilidad. Pero en su concepción de la fuerza de trabajo, la subjetividad, las dimensiones

psíquicas y las mentales no se toman en cuenta de manera explícita.

Se trata de una concepción eminentemente física y mecánica del trabajo: algo que

puede ser separado de la persona del trabajador, cuantificable y objeto de un intercambio

mercantil. Todas las personas tendrían una fuerza de trabajo de la cual podrían disponer

libremente, y negociarían las condiciones de su venta discutiendo el salario con un

empleador hasta estipularlo en un contrato.

Años más tarde e inspirado por Smith, David Ricardo, reafirma y desarrolla este

pensamiento en el sentido de que los seres humanos, al trabajar, son la verdadera fuente de

la producción y de la riqueza.

Por su parte Karl Marx (1818-1883) define al trabajo como “el acto de auto-

elaboración o auto-objetivación del hombre” y luego “como conformador de valores de uso,

como trabajo útil, el trabajo es una condición de existencia del hombre independientemente

de todas las formas de sociedad, una necesidad natural, eterna, por cuya mediación es

posible el metabolismo entre hombre y naturaleza, es decir la vida humana” (Marx, 1976).

Afirma además que el trabajo no es solo un sacrificio ni fuente de valor, sino también, una

actividad positiva, creadora.

Para este pensador, la característica especial del modo de producción capitalista es

la instauración del mercado de trabajo, es decir la contratación del uso de la fuerza de

trabajo mediante un salario. En su carácter de mercancía, la fuerza de trabajo es de un tipo

particular, puesto que su valor de uso consiste en ser fuente de valor, en una proporción

superior a su costo de reproducción. Y esto se da regulado por una institución impuesta

desde afuera al trabajador, que es el contrato de trabajo, que da la idea de que es un

intercambio cosificado, entre poseedores de diferentes mercancías, de tipo libre, voluntario,

celebrado entre personas jurídicamente iguales. Pero la división social entre quienes son

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propietarios de los medios de producción y quienes sólo tienen la propiedad de su fuerza de

trabajo, genera una relación social asimétrica y muy particular, pues de hecho los

trabajadores pasan a ser un valor de uso para el capital.

En ese sentido, en el capitalismo, el trabajador queda reducido a la condición de una

simple mercancía, y queda alienado, posicionándose como un ser extraño ante los medios

de producción y el producto de su propio trabajo.

Desde Marx, el trabajo tiene un doble sentido de acuerdo a la posición que se ocupe:

para el trabajador es un medio, dada su necesidad de reproducir la fuerza de trabajo, y

para el capitalista es la condición necesaria para generar un excedente que asegure la

reproducción del capital.

Para Marx, el trabajo constituye la esencia del hombre, porque el hombre no puede

existir sino trabajando, creando cosas artificiales, poniendo sus propias obras en lugar de la

naturaleza, imprimiendo sobre ella su marca de humanidad, para humanizar el mundo y

recrearlo a su imagen. Es una función social por excelencia, una función de naturaleza

colectiva. Tiene también una dimensión subjetiva, pues permite expresar la individualidad de

quien lo ejerce, mostrar a otro su singularidad y su pertenencia al género humano en el seno

del cual se realiza la verdadera sociabilidad

La oposición dialéctica planteada por Marx -y que atraviesa toda su obra- consiste en

que, dentro del capitalismo, por un lado está el trabajo, que sería verdaderamente la esencia

del hombre y, por otra parte el trabajo realmente existente en la vida cotidiana, que es un

trabajo heterónomo, subordinado, alienado, explotado.

Para Marx, la situación del trabajo asalariado tal como él la había estudiado podía

cambiar, cuando entrara en una crisis terminal el modo de producción capitalista, y

comenzara la transición a la sociedad comunista. Su visión prospectiva se expresa de la

manera siguiente: “Pero un día, cuando todas las fuerzas productivas estarán

suficientemente desarrolladas y las contradicciones volverán a ser muy fuertes, estarán

reunidas las condiciones para que el trabajo se haga adecuado a su esencia”. (Marx, citado

en Neffa:2003:87)

El trabajo está alienado porque no permite alcanzar el objetivo de desarrollar,

espiritualizar, humanizar la naturaleza; esto es así porque predomina la propiedad privada

de los medios de producción, porque el trabajo no se hace de manera voluntaria sino

obligada por la necesidad, y que el trabajo se ha convertido en una mercancía, que relaciona

al trabajador con la materia como algo extraño a sí mismo. Además el trabajador percibe a

cambio de su trabajo un salario que, a menudo, es insuficiente y produce algo que no será

suyo, sino de quien le paga el salario.

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Resumiendo

A partir del recorrido histórico que hemos realizado, advertimos como, a través de la

historia, el trabajo ha tenido diferentes conceptualizaciones, con una representación social

diferente según la cultura, religión y situación sociopolítica. El trabajo ha cambiado y se ha

ido modificando a lo largo de los años, tanto en su concepción como en sus formas y

contenidos.

El trabajo tuvo y tiene una naturaleza compleja, contradictoria y multifacética, lo que

conlleva el riesgo de que la conceptualización del mismo pueda sin dejar consideración

algunos aspectos relevantes. Es por esto que la perspectiva histórica permite comprender

con mayor amplitud las diferentes dimensiones que influyen y son influidas por el trabajo.

Coincidimos con Jacob (1992 y 1995) en que con el paso del tiempo, la carga de

afectividad negativa del concepto trabajo va disminuyendo progresivamente.

Los antiguos griegos destacan la dimensión del trabajo manual y lo asocian al

esfuerzo, al sacrificio y a una actividad despreciable. Al mismo tiempo, en la clara división de

tareas de quienes forman parte de esa sociedad –los ciudadanos libres deben pensar, los

esclavos garantizar la subsistencia-, vemos una incipiente división del trabajo, asumiendo

que “no todos están destinados a hacer las mismas tareas”.

La tradición judeo-cristiana introduce la posibilidad de conceptualizar al trabajo como

algo positivo en tanto permitiría la redención. Con el surgimiento de las corporaciones de

oficio se marca un cambio que también se considera de importancia, ya que éstas

permitieron la construcción de identidades en el mundo del trabajo.

La reforma protestante introduce un giro en la perspectiva religiosa del trabajo y de la

actividad económica, ya que lejos de ser visto como actividad despreciable, llega a ser

‘signo de virtud’ en la tierra. La revolución industrial contribuye a que el trabajo y la

generación de riquezas sean un fin en si mismo, una clave para poder pertenecer a la

sociedad capitalista. Si bien quedaron lejos trabajadores-esclavos; o trabajadores sometidos

a los designios de un señor feudal, y se comienzan a reconocer ciertas normas que protejan

a los trabajadores; es el momento en el que las condiciones y medio ambiente de trabajo,

así como las retribuciones a los trabajadores dejan a la luz fuertes desigualdades. Surgen

así pensadores como K. Marx dispuestos a cuestionar la lógica de la distribución de

riquezas en el capitalismo.

Bibliografía:

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Neffa, Julio C. (2003), “Grandes rasgos de la evolución del concepto de trabajo desde la

antigüedad hasta fines del XIX” en Neffa, Julio C., El trabajo humano. Contribuciones al

estudio de un valor que permanece. Buenos Aires: Ceil-Piette CONICET, Lumen, Asociación

Trabajo y Sociedad.

Bibliografía del curso DEBATE SOBRE LOS ESTUDIOS DEL TRABAJO - CAMPUS

VIRTUAL CLACSO- Diciembre 2007

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