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LA CARIDAD COMO FUENTE DE LA MISION, EN LA PRIMERA ENCICLICA DE BENEDICTO XVI Juan Esquerda Bifet Sumario: Introducción: El objetivo misionero de la encíclica 1. Naturaleza misionera de la Iglesia: Ser expresión de la caridad de Dios Amor para toda la humanidad 2. La dinámica misionera de la caridad: de la experiencia del amor de Dios en Cristo, al anuncio de este amor a todos los hermanos 3. La misión sin fronteras vivida por los santos pioneros de la caridad A modo de conclusión: El sentido de la vida cristiana como caridad recibida y comunicada * * * Introducción: El objetivo misionero de la encíclica Repetidas veces, en su primera encíclica (Deus caritas est), el Papa Benedicto XVI manifiesta explícitamente el objetivo a que apunta en este documento. Se trata de presentar el mensaje del amor, a la luz de la revelación cristiana, en vistas a que toda la Iglesia se comprometa a ser mensajera del amor: “Deseo hablar del amor, del cual Dios nos colma, y que nosotros debemos comunicar a los demás” (DCe, 1). “Vivir el amor y, 1

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LA CARIDAD COMO FUENTE DE LA MISION, EN LA PRIMERA ENCICLICA DE

BENEDICTO XVI

Juan Esquerda Bifet

Sumario:

Introducción: El objetivo misionero de la encíclica

1. Naturaleza misionera de la Iglesia: Ser expresión de la caridad de Dios Amor para toda la

humanidad

2. La dinámica misionera de la caridad: de la experiencia del amor de Dios en Cristo, al

anuncio de este amor a todos los hermanos

3. La misión sin fronteras vivida por los santos pioneros de la caridad

A modo de conclusión: El sentido de la vida cristiana como caridad recibida y comunicada

* * *

Introducción: El objetivo misionero de la encíclica

Repetidas veces, en su primera encíclica (Deus caritas est), el Papa Benedicto XVI manifiesta

explícitamente el objetivo a que apunta en este documento. Se trata de presentar el mensaje del

amor, a la luz de la revelación cristiana, en vistas a que toda la Iglesia se comprometa a ser

mensajera del amor: “Deseo hablar del amor, del cual Dios nos colma, y que nosotros

debemos comunicar a los demás” (DCe, 1). “Vivir el amor y, así, llevar la luz de Dios al

mundo: a esto quisiera invitar con esta encíclica” (DCe 39).1

Precisamente en esta línea de dejarse sorprender por el amor y de convertirse en mensajero del

amor para toda la humanidad, el cristiano encuentra la cosmovisión y el sentido de la vida.

Efectivamente, la propia existencia, personal y comunitaria, se convierte en misión orientada

1 Citamos la encíclica con la sigla DCe. Otras siglas más conocidas de documentos con contenido misionológico: LG (Lumen Gentium), AG (Ad Gentes), EN (Evangelii Nuntiandi), RMi (Redemptoris Missio), RMa (Redemptoris mater), etc.

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por el amor y hacia el amor: “Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que

habla Juan (cfr. 19, 37), ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta

encíclica: « Dios es amor » (1 Jn 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta

verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el

cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar” (DCe 12).

Tal vez, en una primera lectura apresurada, el lector tendrá la impresión de que la encíclica

habla poco o casi nada de la misión “ad gentes”, pero, más allá de la terminología técnica, los

contenidos de la encíclica indican la pista de una misión de caridad, “más allá de las fronteras de

la fe cristiana” (DCe 31). Al contagiarse de la “mirada” de Jesús, el creyente aprende a “mirar”

al mundo y a toda la humanidad con su misma mirada de compasión y amor (cfr. DCe 12, 18).

La expresión “más allá” (cfr. DCe 31) cuestiona muchos planteamientos misionológicos

actuales, que necesitan revisión, puesto que la misión no es sólo ni principalmente de ámbito

geográfico (“las misiones”), sino también cultural y sociológico. Las “fronteras de la fe” no

pueden ceñirse a los límites de espacio geográfico (cfr. RMi 37-38).

Al mismo tiempo, la encíclica refleja una actitud y un proceso de inculturación en las cuestiones

sociológicas actuales, como son las que derivan de los conceptos de “amor” y de “justicia”, para

orientarlos a la luz del evangelio.

Para hacer que la caridad cristiana llegue a todos los niveles de la sociedad actual, es necesario

que, sin perder su peculiaridad, se inserte en las expresiones culturales y en las situaciones

sociológicas. Sólo así podrá mostrarse como es en sí misma y no como una variante más de

otras ayudas caritativas o de solidaridad.2

La fuente de la misión no es directamente sociológica, sino "teológica" en el sentido más

profundo. Esta fuente está en Dios Amor. Por esto, a partir del amor de Dios, creemos que

2 Ver el tema de la inculturación en diversos documentos magisteriales, como proceso de inserción del evangelio en las culturas: LG 13,17; GS 44; AG 3,10-11,22; EN 20,53,63; RH 12; SA (todo el documento); RMi 52-54; CA 24,50,51; PDV 55; CEC 1204-1206; VC 79-80; EA 62.

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“Jesús vino a traer la salvación integral” para toda la humanidad (Enc. Redemptoris missio

11).3

1. Naturaleza misionera de la Iglesia: Ser expresión de la caridad de Dios Amor para toda la

humanidad

La doctrina conciliar del Vaticano II nos ha acostumbrado a la dimensión cristológica y

eclesiológica de la misión, en la perspectiva de una Iglesia “sacramento”, es decir, “señal e

instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1). La

Iglesia tiene la misión de ser “comunión” y de construir la “comunión” universal como reflejo

de Dios Amor, revelado por Cristo.4

La eclesiología de “comuión”, como base de los documentos conciliares y postconciliares,

indica una realidad cristológica: Cristo presente en la fraternidad eclesial, en vistas a la misión.

Es, pues, un “misterio” de “comunión” “misionera”. En el grado en que la Iglesia sea

“comunión”, dejará entrever el misterio de Cristo resucitado presente, que debe ser testimoniado

y anunciado a todos los pueblos.

La encíclica Deus Caritas est indica repetidas veces un horizonte universal en la práctica de la

caridad. Se trata de “la universalidad del amor” (DCe 25). Efectivamente, “la acción caritativa

puede y debe abarcar hoy a todos los hombres y a todas sus necesidades” (DCe 30). Además de

3 Benedicto XVI, en sus diversas intervenciones, ha subrayado la importancia de la misión universalista de la Iglesia, especialmente en: Homilía de la fiesta del Corpus Christi (26 mayo 2005); Discurso a la Curia Romana (22 diciembre 2005); Homilía de Epifanía (6 enero 2006); Mensaje para la Cuaresma de 2006, etc. Será interesante analizar su próximo mensaje misionero con ocasión del domingo mundial de las misiones (para octubre de 2006).

4 El decreto conciliar Ad Gentes lo expresa con estos términos: “La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser "el sacramento universal de la salvación", obedeciendo el mandato de su Fundador (cfr. Mc 16,15), por exigencias íntimas de su misma catolicidad, se esfuerza en anunciar el Evangelio a todos los hombres” (AG 1). Otra explicación de la Lumen Gentium: “Cristo levantado en alto sobre la tierra atrajo hacia sí a todos los hombres (cfr. Jn 12,32); resucitando de entre los muertos (cfr. Rom 6,9) envió a su Espíritu vivificador sobre sus discípulos y por El constituyó a su Cuerpo que es la Iglesia, como Sacramento universal de salvación” (LG 48).

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la comunidad cristiana, hay que “servir también a cuantos fuera de ella necesitan ayuda” (DCe

32).

La peculiaridad del ejercicio de la caridad cristiana se identifica con la acción evangelizadora de

la Iglesia misionera a nivel universal. Por esto, la Iglesia queda invitada a “establecer un

acertado nexo entre evangelización y obras de caridad” (DCe 30). “Es muy importante que la

actividad caritativa de la Iglesia mantenga todo su esplendor y no se diluya en una

organización asistencial genérica, convirtiéndose simplemente en una de sus variantes” (DCe

31).

Esta peculiaridad de la caridad cristiana se inspira en la oblación de Cristo muerto en cruz

para la salvación integral de toda la humanidad. En el ejercicio auténtico de la caridad

cristiana, se hace manifiesto el misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor.5

Esta misión universalista se concreta, además del “servicio de la Palabra y los sacramentos”,

también en el “ejercicio de la caridad”, que corresponde a “una actividad de la Iglesia como tal y

que forma parte esencial de su misión originaria” (DCe 32).

La misión que realizó Jesús y que encomendó a su Iglesia, es una exigencia de la caridad divina.

La fuente de la misión es Dios Amor: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para

que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16). Por esto, la

experiencia del amor de Dios, comporta “llevar la luz de Dios al mundo” (DCe 39).

Los textos bíblicos principales, en que se inspira Benedicto XVI, son los de la primera carta de

San Juan, especialmente el texto central: "Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios

nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En

esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos

envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4,8-10).6

5 En la encíclica se invita con cierta frecuencia a adoptar una actitud contemplativa de “mirar” el costado abierto de Cristo, muerto en cruz, de donde brotan los “torrentes de agua viva”, para dejarse cuestionar por su amor y sentirse misionado para anunciarlo (cfr. DCe 7, 12, 42).

6 Ver los contenidos bíblicos (según S. Juan) y teológicos de la caridad en: A. FEUILLET, La

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Es una experiencia de fe vivida: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y

hemos creído en él. Dios es Amor” (1 Jn 4,16). De esta experiencia se pasa a la misión como

anuncio y testimonio: “Nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su

Hijo, como Salvador del mundo” (1 Jn 4,14).

Los contenidos misionológicos de la encíclica Deus Caritas est (aunque no es encíclica

directamente misionológica) se encuadran en la misma perspectiva de los documentos

anteriores: Lumen Gentium y Ad Gentes (Vaticano II), Evangelio Nuntiandi (Pablo VI),

Redemptoris Missio (Juan Pablo II).

En estos documentos anteriores a la encíclica Deus Caritas est, prevalece el tono de Iglesia

“sacramneto”, como signo transparente y eficaz de la evangelización (especialmente la Lumen

Gentium). La acción prevalentemente universalista y “a todos los pueblos”, es el objetivo del

decreto conciliar Ad Gentes. La exhortación apostólica Evangellii Nuntiandi afronta la

evangelización en las situaciones actuales (de los años “setenta” y siguientes). La encíclica

Redemptoris missio es una llamada acuciante a no infravalorar la importancia y urgencia de la

evangelización “ad gentes”, aclarando conceptos (“Reino”, “salvación”, “semillas del Verbo”,

etc.) e invitando a afrontar, por parte de todos, los nuevos “areópagos” de la evangelización. La

primera encíclica de Benedicto XVI se encuadra especialmente en la Iglesia como “comunión”,

es decir, expresión de Dios Amor ante la entera comunidad humana.

Si la Iglesia es misionera por su misma naturaleza, ello significa que existe para evangelizar. Su

vocación es misión, que tiene su origen o fuente en el amor de Dios: "La Iglesia peregrinante es

misionera por su naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu

Santo, según el designio de Dios Padre. Pero este designio dimana del «amor fontal» o de la

caridad de Dios Padre" (AG 2).

La definición de Iglesia que se encuentra en los textos conciliares, tiene esta connotación de ser

mission de l'amour divin dans la théologie johannique (Paris, Gabalda, 1972); S. RAMIREZ, La esencia de la caridad (Salamanca, San Esteban, 1978); R. RYBKA, Il ruolo della carità nella società politica secondo san Tommaso d'Aquino: Angelicum 82 (2005) 19-54.

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“unidad” o “comunión” que refleja la realidad de Dios Amor, uno y trino: “Toda la Iglesia

como "una muchedumbre reunida por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (LG

4)7.

La Iglesia es misionera por ser Iglesia de la Trinidad. Todo servicio en la Iglesia tiene esta

connotación trinitaria y misionera. Por esto, "el primado de la cátedra de Pedro preside a la

asamblea universal de la caridad" (AG 22).

Amor y misión son un binomio irrescindible. De hecho, se relacionan estrechamente los textos

joánicos de la misión, que Jesús realiza y que transmite a los suyos, con sus afirmaciones sobre

el amor. Jesús invita a entrar en su amor y en el amor del Padre, para comprender y vivir su

misma misión: "Como el Padre me ha amado a mí, yo os he amado. Permaneced en mi amor"

(Jn 15,9). "Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo" (Jn 17,18).

"Tú me has enviado y los has amado como me has amado a mi" (Jn 17,23). "Como el Padre me

ha enviado, así os envío yo" (Jn 20,21).

La encíclica Deus Caritas est se coloca, pues, en esta dimensión misionera que deriva del amor

de Dios. “El Espíritu es la fuerza que transforma el corazón de la comunidad eclesial para

que sea en el mundo testigo del amor del Padre, que quiere hacer de la humanidad, en su

Hijo, una sola familia” (DCe 19).8

Recibir el Espíritu Santo, que es Espíritu de amor, incluye como consecuencia la misión de

comunicar a los demás esta “agua viva” o “torrentes de agua viva”, que brotan del costado de 7 La definición está tomada de S. Cipriano: De oratione dominica 23: PL 4,553.

8 El tema de la caridad como fuente de la misión eclesial, ha sido materia de estudio, especialmente a la luz del magisterio conciliar y postconciliar, siempre en relación con la revelación de Dios Amor. Además de los estudios citados anteriormente, ver: H. U. von BALTHASAR, Sólo el amor es digno de fe (Salamanca, Sígueme, 1971); J. LAFRANCE, Mi vocación es el amor (Madrid, Edit. Espiritualidad, 1985); J. LOEWE, Perfil del apóstol de hoy (Estella, Verbo Divino, 1966); J. OMAECHEVARRIA, La caridad en la teología misionera: Missionalia Hispanica 7 (1951) 525-589; G. PASINI, La carità, dimensione essenziale della missione della Chiesa: Lateranum 51 (1985) 41-59; M. PEINADO, Solicitud pastoral (Barcelona, Flors, 1967; A. SEUMOIS, L'anima dell'apostolato missionario (Bologna, EMI, 1971; C. SPIC, Agape en el Nuevo Testamento (Madrid, Cares, 1977); P. XARDEL, La flamme qui dévore le berger (Paris, Cerf, 1969).

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Cristo muerto en cruz (cfr. DCe 7, 12, 42). De este modo, se comunica a los demás el mismo

amor recibido de Dios. "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el

Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rom 5,5).

El gesto de Jesús en la cruz, de dar la vida por amor, “entregó su espíritu” (Jn 19,30; cfr. 10,15-

18; 15,13), es como el “preludio del don del Espíritu Santo que otorgaría después de su

resurrección (cfr. Jn 20, 22)” (DCe 19). Es su entrega oblativa por amor (como expresión de

Dios Amor) la que fundamenta la misión (cfr. Jn 20,21).

La dimensión pneumatológica de la misión ayudará a valorar los contenidos de la primera

encíclica de Benedicto XVI, todo ella orientada hacia en anuncio de la “caridad”. Al relacionar

los textos joánicos del Espíritu Santo (cfr. Jn 7,38-39; 19,30.34-37; 20,22), con la caridad hacia

los demás. La encíclica insta a profundizar esta dimensión penumatológica en sentido vivencial:

“El Espíritu es esa potencia interior que armoniza su corazón con el corazón de Cristo y los

mueve a amar a los hermanos como Él los ha amado, cuando se ha puesto a lavar los pies de

sus discípulos (cfr. Jn 13, 1-13) y, sobre todo, cuando ha entregado su vida por todos (cfr. Jn

13, 1; 15, 13)” (DCe 19).9

La acción del Espíritu Santo en culturas y religiones, va más allá de las estructuras visibles de la

Iglesia. Es él “quien esparce «las semillas de la Palabra» presentes en los ritos y culturas, y los

prepara para su madurez en Cristo” (RMi 28).

Precisamente por derivar del amor de Dios, que es Padre de todos, la misión va, pus, más allá de

una constatación estadística y de un éxito externo: “La fuerza del cristianismo se extiende

mucho más allá de las fronteras de la fe cristiana” (DCe 31).

La dicotomía entre la propia fe y la misión sería un absurdo teológico. La fe vivida incluye la

respuesta de donación a Dios y a los hermanos. Si no hubiera “unidad de vida” entre la fe vivida

y la acción apostólica, sería señal de que alguno de estos términos no ha se realizado rectamente.

9 La dimensión pneumatológica de la misión (en el contexto de la dimensión trinitaria) ha quedado muy acentuada en los documentos conciliares y postconciliares: LG 4,59; AG 4; DeV; EN 75; RMi III y 87; TMA 44-48; CEC 683-747, 1091-1109.

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Por esto, “la unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se

entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con

todos los que son suyos o lo serán” (DCe 14).10

2. La dinámica misionera de la caridad: de la experiencia del amor de Dios en Cristo, al

anuncio de este amor a todos los hermanos

La fe vivida es un conocimiento de Cristo que sintoniza con sus mismas vivencias. Entrar en la

lógica del amor incluye aceptar la lógica de la misión. En el mensaje para la cuaresma de

2006, dice Benedicto XVI: “Quien actúa según esta lógica evangélica vive la fe como

amistad con el Dios encarnado y, como Él, se preocupa por las necesidades materiales y

espirituales del prójimo”.

A partir de la experiencia de encuentro con Cristo, el apóstol puede hacerse un interlocutor

coherente con toda la humanidad, también en el diálogo intercultural e interreligioso. En efecto,

como decía Juan Pablo II en la encíclica Fides et Ratio, “en el origen de nuestro ser como

creyentes hay un encuentro, único en su género, en el que se manifiesta un misterio oculto en

los siglos (cfr 1 Cor 2, 7; Rom 16, 25-26), pero ahora revelado” (FR 7).

Para los primeros cristianos, “la primera y más urgente tarea era el anuncio de Cristo

resucitado mediante un encuentro personal capaz de llevar al interlocutor a la conversión del

corazón y a la petición del Bautismo” (FR 38).

Es la lógica del discípulo amado, cuando, al iniciar su primera carta (donde presenta a “Dios

Amor”), anuncia el mensaje evangélico sobre el “Verbo de la vida”, a partir de una experiencia

de encuentro personal con él: "Lo que hemos contemplado... os lo anunciamos también a

vosotros" (1 Jn 1,1.3).

10 La expresión “lo serán” indica todos aquellos seres humanos (de otras religiones o creencias) que todavía no han recibido la fe explícita, pero que son también redimidos por Cristo y que, por tanto, gracias a esta redención, tienen también la posibilidad de salvarse.

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La vida cristiana es, por su misma naturaleza, misión asumida como opción fundamental.

Cuando la fe es encuentro con Cristo, entonces la vida se encuadra en su verdadero horizonte de

donación, a imitación de Cristo: “Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el

cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión

ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da

un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DCe 1)

La misión cristiana, como anuncio de Dios Amor en Cristo, se abre a un horizonte universalista,

sin fronteras. No son sólo las fronteras de la geografía y de la cultura, sino las mismas fronteras

de la fe: “La parábola del buen Samaritano sigue siendo el criterio de comportamiento y

muestra la universalidad del amor” (DCe 25).

De este modo, es posible “establecer un acertado nexo entre evangelización y obras de

caridad” (DCe 30). La caridad cristiana no es una variante de unas obras de solidaridad y

ayuda, sino la consecuencia de haber experimentado la caridad de Dios Amor, manifestado

por Cristo.

Quien ha sido “tocado” por este amor de Dios, percibe que el proyecto del mismo Dios

todavía no se ha cumplido perfectamente. Por esto, cuando uno ha experimentado el amor, se

entrega al cumplimiento de los proyectos de Dios Amor sobre la humanidad. Esta era la

motivación que ya había dado el concilio Vaticano II: "La Iglesia, enviada por Cristo para

manifestar y comunicar la caridad de Dios a todos los hombres y pueblos, sabe que le queda por

hacer todavía una obra misionera ingente" (AG 10).

Es la misma urgencia que sentía el apóstol Pablo: "El amor de Cristo me apremia" (2Cor 5,14).

Es la urgencia que emana de contemplar el misterio pascual de Cristo, quien “murió por todos,

para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2Cor

5,15).

Movida por este amor, la Iglesia se dedica a las obras de caridad, manifestando en ellas el modo

peculiar de amar que deriva del Señor, es decir, dándose a sí mismo. “En efecto, se trata de

seres humanos, y los seres humanos necesitan siempre algo más que una atención sólo

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técnicamente correcta. Necesitan humanidad. Necesitan atención cordial” (DCe 31).

En este sentido se puede afirmar que “toda la actividad de la Iglesia es una expresión de un

amor que busca el bien integral del ser humano” (DCe 19). Pero este amor de oblación o de

darse a sí mismo, se aprende en la celebración eucarística: “La Eucaristía nos adentra en el acto

oblativo de Jesús” (DCe 13). Decía Juan Pablo II en la carta apostólica Mane nobiscum

Domine: “El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística,

suscita en la Iglesia y en cada cristiano la exigencia de evangelizar y dar testimonio… Entrar

en comunión con Cristo en el memorial de la Pascua significa experimentar al mismo tiempo el

deber de ser misioneros del acontecimiento actualizado en el rito” (MND 24).

Una de las expresiones que más se repiten en la encíclica Deus Caritas est, es la de “encuentro”,

que va acompañado de varios matices en relación con la misión como ejercicio de la caridad

fraterna: “Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios” (DCe 18).

“La actuación práctica resulta insuficiente si en ella no se puede percibir el amor por el

hombre, un amor que se alimenta en el encuentro con Cristo” (DCe 34). “El contacto vivo

con Cristo es la ayuda decisiva para continuar en el camino recto” (DCe 36).

Se nota en toda la encíclica la dinámica de pasar del encuentro con Dios Amor, manifestado en

Cristo, a la misión de invitar a todos a participar en este don. Este relación entre el encuentro

vivencial con Dios y la disponibilidad misionera, ayuda a superar las dicotomías y los

conceptos equivocados o restrictivos sobre la misión.11

Esta dinámica que va del encuentro vivencial con Cristo a la disponibilidad misionera, se

aprende en la oración, como prioridad pastoral: “La beata Teresa de Calcuta es un ejemplo

evidente de que el tiempo dedicado a Dios en la oración no sólo deja de ser un obstáculo para

la eficacia y la dedicación al amor al prójimo, sino que es en realidad una fuente inagotable

para ello” (DCe 36).

11 Esta dinámica (del encuentro, a la misión) es frecuente en los documentos de Juan Pablo II, como si fuera una característica de su “carisma”. Analizo esta dinámica en: El carisma misionero de Juan Pablo II: De la experiencia de encuentro con Cristo a la misión: Osservatore Romano (esp.), 17.7.2001, pp.8-11; Juan Pablo II, el carisma del encuentro con Cristo para la Misión: Omnis Terra (esp.) n.321 (2002) 234-248.

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El mismo creyente sabe que amar como el mismo Cristo nos ha amado, es posible, porque es un

don suyo: “Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cfr. 1 Jn 4, 10), ahora el amor

ya no es sólo un « mandamiento », sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a

nuestro encuentro” (DCe 1). “El « mandamiento » del amor es posible sólo porque no es una

mera exigencia: el amor puede ser « mandado » porque antes es dado” (DCe 14). “Él nos

ama y nos hace ver y experimentar su amor, y de este « antes » de Dios puede nacer también

en nosotros el amor como respuesta” (DCe 17).

La relación entre contemplación (como encuentro con Dios Amor en Cristo) y la misión (como

anuncio del misterio de Cristo), es uno de los temas que han quedado más acentuados en

Evangelii Nuntiandi (Pablo VI) y en Redemptoris Missio (Juan Pablo II). La sociedad

intercultural e interreligiosa de hoy, a nivel global, pide e incluso “exige a los evangelizadores

que le hablen de un Dios a quien ellos mismo conocen y tratan familiarmente, como si

estuvieran viendo al Invisible” (EN 76). Por esto, puede afirmarse que “el futuro de la misión

depende en gran parte de la contemplación. El misionero, sino es contemplativo, no puede

anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe

poder decir como los Apóstoles: « Lo que contemplamos… acerca de la Palabra de vida… os

lo anunciamos » (1 Jn 1,1-3)” (RMi 91).

3. La misión sin fronteras vivida por los santos pioneros de la caridad

La novedad de la salvación predicada por Cristo y por la Iglesia, sólo puede comprenderse a la

luz de Dios Amor, que nos ha enviado a su Hijo como “propiciación por nuestros pecados” y

“para que vivamos por él” (cfr. 1 Jn 4,8-10).

Jesús es el único y universal Salvador, porque sólo él puede asumir nuestros pecados en su

oblación y sólo él puede transmitir la vida divina, que es participación en la misma vida de Dios

Amor. Por esto, las cuestiones misionológicas debatidas (como el tema de la “salvación” y del

“Reino”) deben redimensionarse a la luz de Dios Amor.

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Dios Amor salva por medio de su Hijo, haciéndonos entrar en la filiación divina participada y

en la visión beatífica (1 Jn 3, 1-3, en relación con 1 Jn 4). El apóstol necesita claridad en estos

conceptos, para poder entregarse con alegría “pascual” y con generosidad, sin dudas ni titubeos,

a la misión universal “ad gentes”. En el proceso de hacerse oblación por la caridad, “Dios es

nuestra alegría” (DCe 17; cfr. Sal 73 – 72 -, 23-26).

Este es el objetivo “misionero” de la encíclica: “Vivir el amor y, así, llevar la luz de Dios al

mundo: a esto quisiera invitar con esta Encíclica” (DCe 39). Es la misma línea misionera que

presentaba Juan Pablo II en la encíclica Redemptionis Missio: "El amor, que es y sigue siendo la

fuerza de la misión, es también el único criterio según el cual todo debe hacerse y no hacerse,

cambiarse y no cambiarse. Es el principio que debe dirigir toda acción y el fin al que debe

tender. Actuando con caridad o inspirados por la caridad, nada es disconforme y todo es bueno"

(RMi 60).

La teología misionera más auténtica es la que han vivido los santos en el ejercicio de la

caridad. Es la imitación de la misma vida de Jesús: “A Jesús de Nazaret Dios le ungió con el

Espíritu Santo y pasó haciendo el bien” (Hech 10,38). Los santos pioneros de la caridad y de

la misión, se han inspirado en los amores o “sentimientos” del corazón de Cristo (cfr. Fil 2,5;

DCe 7, 17).

Son los santos “quienes han ejercido de modo ejemplar la caridad” (DCe 40), puesto que son

ellos quienes “han adquirido su capacidad de amar al prójimo de manera siempre renovada

gracias a su encuentro con el Señor eucarístico y, viceversa, este encuentro ha adquirido

realismo y profundidad precisamente en su servicio a los demás. Amor a Dios y amor al

prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene

de Dios, que nos ha amado primero” (DCe 18). Los santos saben por experiencia que “Jesús

se identifica con los pobres” (DCe 15).

La santidad, precisamente por ser la “perfección de la caridad” (LG 40), está estrechamente

relacionada con la misión. El ejemplo de los santos se expresa principalmente en los gestos

de caridad. M. Teresa de Calcuta, citada repetidamente en la encíclica Deus Caritas est, decía

que su carisma era el de poder hacer felices a los enfermos ya los más pobres porque habían

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encontrado a alguien que les amaba de verdad. En ese amor podría ver un destello de Dios

Amor.

La eficacia en el campo apostólico deriva de la gracia, que Dios distribuye según su voluntad.

Los signos eclesiales, como son los ministerios y especialmente los sacramentos, son signos

eficaces. Pero ello no ahorra la colaboración y le testimonio del apóstol. “La llamada a la

misión deriva de por sí de la llamada a la santidad… La santidad es un presupuesto

fundamental y una condición insustituible para realizar la misión salvífica de la Iglesia. La

vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la

misión” (RMi 90).

Es la caridad, cuya fuente está en Dios Amor y cuya manifestación más explícita aparece en

Cristo crucificado, la que puede motivar la misión eclesial, según la afirmación conciliar: "La

razón de esta actividad misional se basa en la voluntad de Dios, que «quiere que todos los

hombres sean salvos y vengas al conocimiento de la verdad» (1Tim 2,4)… Los miembros de la

Iglesia son impulsados para su consecución por la caridad con que aman a Dios, y con la que

desean comunicar con todos los hombres en los bienes espirituales propios, tanto de la vida

presente como de la venidera" (AG 7).

La caridad del Buen Pastor, expresada en su gesto de dar la vida, queda también explicada en

las parábolas del buen samaritano (cfr. Lc 10,30-37; DCe 25), así como en las parábolas de la

misericordia (cfr. Lc 15; DCe 12) y en la analogía del “grano de trigo” que muere en el surco

(cfr. Jn 12,24; DCe 6). De este modo, Jesús, “describe, partiendo de su sacrificio personal y

del amor que en éste llega a su plenitud, la esencia del amor y de la existencia humana en

general” (DCe 6).

Ahora bien, son los santos quienes han dado un testimonio coherente de pasar de la experiencia

del “encuentro íntimo con Dios” al compromiso misionero (DCe 18). La mirada

“contemplativa” de los santos, aprendida en la meditación de la Palabra y en la celebración y

adoración eucarística, es un reflejo de la misma mirada amorosa de Jesús: “Entonces aprendo a

mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de

Jesucristo. Su amigo es mi amigo. Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho

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más que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita” (DCe

18). En este perspectiva es posible el perdón sincero, a imitación de Jesús (cfr. DCe 10).

La caridad pastoral se aprende en la contemplación, como experiencia de amistad con Cristo.

Benedicto XVI, citando la Regla Pastoral del Papa S. Gregorio Magno, afirma: “El pastor

bueno debe estar anclado en la contemplación. En efecto, sólo de este modo le será posible

captar las necesidades de los demás en lo más profundo de su ser, para hacerlas suyas: « per

pietatis viscera in se infirmitatem caeterorum transferant »” (DCe 7).12

Esta caridad de los santos, aprendida en el encuentro íntimo con Cristo, sabe afrontar las

pruebas e incluso el martirio, sabiendo que la “cruz” es la verdad de la donación total.13

Con la analogía del granito de trigo, “Jesucristo describe su propio itinerario, que a través de la

cruz lo lleva a la resurrección” (DCe 6). Así se explica la disponibilidad para el sacrificio,

donde se manifiesta “el misterio de la cruz” (DCe 10). El camino del sacrificio y del

“anonadamiento” de Jesús, “está impregnado de amor y expresa el amor. La misión recorre

este mismo camino y tiene su punto de llegada a los pies de la cruz” (RMi 88).

Para Santa Teresa de Lisieux, la identidad vocacional misionera consistía en el amor: "La

caridad me do la clave de mi vocación... Comprendí que la Iglesia tenía corazón... Comprendí

que el amor encerraba todas las vocaciones... Por fin he hallado mi vocación. ¡Mi vocación es el

amor!... En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor!".14

Para S. Francisco Javier, el amor era la clave de la misión: “¡Qué descanso vivir muriendo cada

día, por ir contra nuestro propio querer, buscando no los propios intereses, sino los de

12 Cita la Regla Pastoral de S. Gregorio Magno: II, 5: SCh 391, 196. Alude también, citando el mismo documento, al ejemplo de Pablo y de Moisés.13

? Ver el tema de la fecundad de la cruz o del dolor y del sacrificio, explicado frecuentemente en la encíclica, a la luz de la caridad: DCe 6, 10, 12, 17, 19, 35, 38-39, 41. Ver el significado del martirio de S. Lorenzo, en relación con la caridad hacia los pobres: DCe 23.14

? Autobiografía, cap. IX.

14

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Jesucristo”.15

El impulso misionero de S. Daniel Comboni sólo es explicable a la luz del costado abierto de

Cristo: "La caridad encendida con fuerza divina en la colina del Gólgota, ha brotado del costado

del Crucificado, para abrazar a toda la familia humana".16

A S Francisco de Asís le movía el constatar que “el Amor no es amado”. De él afirma San

Buenaventura: “El celo por la salvación de los hermanos, que

procede del horno de la caridad, de tal modo penetró como

espada aguda y llameante en el corazón de Francisco, que

parecía estar todo él inflamado por el ardor y deseo de salvar

almas… No se consideraba amigo de Cristo si no trataba de

ayudar a las almas que por él han sido redimidas”.17

A modo de conclusión: El sentido de la vida cristiana como caridad recibida y comunicada

La misión, por derivar de la caridad de Dios Amor, no tiene fronteras geográficas, culturales o

sociológicas. Quien ha recibido el don del amor, se siente capacitado y urgido a comunicar este

amor a todos los hermanos sin distinción. Saberse amado, querer amar y, al mismo tiempo,

disponerse para hacer amar al Amor, constituye la triple faceta de un amor indivisible. La

misión tiene, pues, su origen fontal en Dios Amor revelado por Jesús bajo la acción del Espíritu

Santo..

Las obras de caridad son misión eclesial cuando manifiestan el modo oblativo del amor de

Jesús, Dios hecho hombre. La misión es un don de este amor, como encargo para hacerlo llegar

a toda la humanidad. En el ejercicio de esta caridad cristiana, aparece el misterio de Cristo como

15 Carta, 30 noviembre 1542.

16 "Plan" o proyecto de S. Daniel Comboni, sobre le evangelización de Africa.

17 Leyenda minor 3,8.

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clave para entender el misterio del hombre: “El misterio del hombre sólo se esclarece en el

misterio del Verbo encarnado” (GS 22).18

El “nexo entre evangelización y obras de caridad” (DCe 30) estriba en el amor oblativo y

“pascual”, al estilo de Jesús, que “murió por todos”, para que todos vivan “para aquel que

murió y resucitó por ellos” (2Cor 5,15). Esta caridad cristiana llega al hombre concreto en toda

su integridad.

Cuando la caridad es auténtica, se concreta en compartir los mismos amores de Cristo. Es, pues,

caridad esponsal, pascual, oblativa, totalizante, universal, gozosa, comprometida, generosa,

audaz, llena de humildad y confianza… Del amor apasionado por Cristo, como manifestación

personal de Dios Amor, se pasa al anuncio apasionado de Cristo y de su mensaje.

La Iglesia vive la urgencia de la misión “ad gentes” insertándose en las realidades

socioculturales como expresión de la caridad de Dios. Así lo indicaba el decreto conciliar Ad

Gentes:: “La presencia de los fieles cristianos en los grupos humanos ha de estar animada por la

caridad con que Dios nos amó, que quiere que también nosotros nos amemos unos a otros...

Como Cristo recorría las ciudades y las aldeas curando todos los males y enfermedades, en

prueba de la llegada del Reino de Dios, así la Iglesia" (AG 12).

Esta caridad se aprende en la “contemplación” del misterio pascual de Cristo, muerto en cruz y

resucitado. La “mirada” contemplativa se convierte en reflejo de la misma mirada amorosa de

Cristo y da sentido a la vida cristiana: “Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta

verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el

cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar” (DCe 12).

El encargo o misión de comunicar el mensaje de Dios Amor a toda la humanidad, no es un

peso agobiante, sino una fuente de alegría y esperanza. Benedicto XVI recordó esta misión

18 La perspectiva antropológica y sociológica de la encíclica tiene sentido de salvar todo lo positivo del misterio del hombre a la luz de la redención (cfr. DCe 28-29, 31). Por esto el mismo amor humano (“eros”) queda purificado y salvado por el amor que viene de Dios (“agapé”; cfr. DCe 3-8). Esta concretización de la encíclica es un ejemplo de evangelización “inculturada” en la situación sociológica actual.

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eclesial en el inicio de su pontificado, glosando la llamada que hiciera Juan Pablo II en 1978:

"«¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!» El Papa (Juan

Pablo II) hablaba a los fuertes, a los poderosos del mundo, los cuales tenían miedo de que

Cristo pudiera quitarles algo de su poder, si lo hubieran dejado entrar y hubieran concedido la

libertad a la fe. Sí, él ciertamente les habría quitado algo: el dominio de la corrupción, del

quebrantamiento del derecho y de la arbitrariedad. Pero no les habría quitado nada de lo que

pertenece a la libertad del hombre, a su dignidad, a la edificación de una sociedad justa... Y

todavía el Papa quería decir: ¡no! quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada –

absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande... ¡No tengáis miedo de Cristo!

Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par

en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida".19

La misión de la Iglesia, realizada por todo creyente y por toda comunidad eclesial, consiste en

vivir y comunicar la alegría del amor de Dios por cada persona, por cada pueblo y cultura

religiosa. No siempre se puede constatar con estadísticas el éxito de esta empresa misionera,

pero la fe se traduce, para todo apóstol, en la convicción de que el cristianismo se está

construyendo “más allá de las fronteras de la fe cristiana” (DCe 31).

La caridad cristiana en un mundo “global” se inserta en todo proyecto económico y social, para

expresarse con “el don de uno mismo a los demás”. No basta con dar cosas, porque el

cristiano “sabe que quien no da a Dios, da demasiado poco; como decía a menudo la beata

Teresa de Calcuta: «la primera pobreza de los pueblos es no conocer a Cristo». Por esto es

preciso ayudar a descubrir a Dios en el rostro misericordioso de Cristo: sin esta perspectiva,

no se construye una civilización sobre bases sólidas”.20

María, “íntimamente penetrada por la Palabra de Dios” (DCe 41), es Madre del Verbo

encarnado y Madre nuestra, que “nos enseña qué es el amor y dónde tiene su origen, su

fuerza siempre nueva”. Por esto en ella la Iglesia descubre “su misión al servicio del amor”

(DCe 42).

19 BENEDICTO XVI, Homilía 24 abril 2005, en la Misa de inicio del Pontificado.

20 Idem, Mensaje para la cuaresma de 2006.

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Las naturaleza misionera de la Iglesia se vive en referencia al momento pentecostal y

mariano de los comienzos, cuando la comunidad naciente se sentía identificada con María

(cfr. Hech 1,14). En efecto, “fue en Pentecostés cuando empezaron "los hechos de los

Apóstoles", como había sido concebido Cristo al venir al Espíritu Santo sobre la Virgen María”

(AG 4). Por esto, “se puede afirmar que la Iglesia aprende también de María la propia

maternidad; reconoce la dimensión materna de su vocación, unida esencialmente a su naturaleza

sacramental” (RMa 43).21

La oración mariana final de la encíclica es un resumen de los contenidos misionológicos. Se

pide a María su ayuda materna para reconocer el amor de Dios, responder al mismo y darlo a

conocer al mundo: “Santa María, Madre de Dios, tú has dado al mundo la verdadera luz,

Jesús, tu Hijo, el Hijo de Dios… muéstranos a Jesús. Guíanos hacia Él. Enséñanos a

conocerlo y amarlo, para que también nosotros podamos llegar a ser capaces de un verdadero

amor y ser fuentes de agua viva en medio de un mundo sediento” (DCe 42).

La misión universal “ad gentes” es siempre un proceso inconcluso, como lo es el proceso de

transformar la vida personal y comunitaria en caridad (“agapé”). “Es un proceso que siempre

está en camino: el amor nunca se da por concluido y completado” (DCe 17).

La Iglesia, como comunidad basada en el amor, queda urgida, a partir de este mismo amor, a

transparentar y anunciar el misterio de Cristo a todos los pueblos. Todo apóstol, como Pablo,

encuentra sentido a la vida, comprometiéndose en hacer que Cristo “reine”, es decir, que sea

conocido y amado, porque “él debe reinar” (1Cor 15:25) en todos los corazones, insertando en

ellos el proyecto de Dios Amor. Es “la caridad”, experimentada en el encuentro con Crsito, la

que urge a la misión: "El amor de Cristo me apremia" (2Cor 5,14).

La misión eclesial, como la fe cristiana, no nace principalmente de una idea, sino del “encuentro

con una Persona (Cristo), que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación 21 Ver la relación entre la maternidad de María y la naturaleza misionera de la Iglesia: LG 59, 64-65; AG 4; RMi 92. Cfr. J. RATZINGER, Maria Chiesa nascente (Ediz. San Paolo, 1998). En su homilía con ocasión del 40º del concilio Vaticano (8 diciembre 2005), Benedicto XVI subraya la relación de María con la Iglesia (a modo de “Tipo”, figura o personificación).

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decisiva” (DCe 1). A la luz de Dios Amor, la vida es misión para anunciar a todos que, en

Cristo, “hemos conocido el amor” (1 Jn 4,16).

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