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LA CALLE OSCURA

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RENATO OZORES

LACALLE OSCURA

(NOVELA)

Tercer Premio en el Concurso Nacional deLiteratura "RICARDO MIRO", 1954 .

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PANAMÁ, 1966IMPRENTA NACIONAL

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Es propiedad del autor .

Queda hecho el depósitoque señala la ley.

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PROLOGO

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E ESTA es la historia de una calle . Estambién la historia de un niño, y deotras gentes .

La calle es la mía ; es decir, la calleen que yo vivo desde hace muchos años; desdeque llegué del interior . Es una calle cualquiera;una calle oscura, corta, angosta, con aceras ro-tas y desiguales, con varios huecos en el pavi-mento y algunos desperdicios de esos que haysiempre en estas calles . Tinacos volcados, pape-les, trapos, chupones de naranja, pellejos de fruta y esas cosas

.Es una calle de gentes humildes, sencillas y buenas.Porque, en general, todosdos son buenos, aunque algunos hayan estado

presos varias veces, y ahora mismo sigan delin-quiendo un poco . Viven mal; claro está . Y elvivir mal, trae el mal vivir; ya se comprende.

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RENATO OZORES .

Por eso mi calle tiene historia. Si fuera unacalle de Bellavista, o de la Exposición, creo queno habría nada que decir de ella ; nada que con-tar, porque sería una calle feliz ; una calle respe-table . Allá, tan lejos y tan cerca, entre el ru-mor de las altas palmeras y de los árboles fron-dosos -laureles, acacias, guayacanes-- con lafresca brisa que llega desde el malecón, no debehaber problemas. Todo es claro y luminoso .Brillantes automóviles, pinturas alegres, mucha

chas bonitas y muy blancas, jardines cuidados.Y, en la noche, mucha luz en todas partes ; tragos, risas, partidas de canasta . No. Las callesde Bellavista no tienen historia . Al menos, nola sé. Paso poco por allí, y casi siempre enautobús .

En esta calle mía todo es diferente. Aquí to-dos somos pobres . Unos más y otros menos, cla-ro está, pues los que viven en el frente, sobretodo abajo, en las rejillas, están mucho mejor yhasta despiertan un poco la envidia de nosotros,los del patio. Pero, la verdad es que en estacalle todos somos pobres y de piel morena . To-dos . Hasta el griego que vende frutas frescasy maíz tostado ; el turco de la tienda de telas dela esquina ; el judío de la refresquería ; el chinodel "Chop Suey" y el español de la cantina . To-

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PROLOGO

dos se han puesto morenos. Tal vez sea la po-breza, o el aire de la calle, pues cuando Tina,la nicaragüense, vino a vivir por aquí cerca, te-nía rubio el cabello y ahora ya no .

Mi calle es una calle oscura y pobre, con unnombre sonoro y antiguo que nada importa anadie, pues ni siquiera el Municipio se acordónunca de cambiárselo. Queda cerca de la Zonay por eso pasan muchos gringos . Las gringassuelen pasar por la mañana. Trajes escotadospor el mucho calor, el pelo fulo, o blanco, y sandalias o alpargatas por todo calzado . Las viejas,que suelen ser la mayoría, son flacas y muy feas .Altas, desgarbadas, con anteojos muchas de ellas,y espaldas muy huesudas y pecosas . Las bonitasson pocas, y casi siempre jóvenes . Colegialas,seguramente . Yo veo mucho a las gringas cuan-do se paran en mi calle a comprar chances olotería, o cuando entran donde el italiano quevende joyas falsas y unos relojes baratos quese dañan siempre . Les gusta esto. Les gustatambién tomar fotografías de rincones sucios,de niños desnudos y de balcones carcomidos.Luego, las mandarán allá, a sus pequeñospueblos, para que amigos y vecinos se sorpren-

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dan mucho. Las que toman más fotografías sonlas recién llegadas. Después ya se acostumbrany no les interesa .

También pasan muchos soldados, sobre todoen la tarde. Siempre muy limpios y muy almi-donados . Son soldados nuevos, sin estrenar .Luego, se emborrachan y se arrugan, hasta pa-recer usados. Y muchos marineros, más lim-pios aún, con sus corbatas negras, tan estrafa-larias, y sus anchos pantalones blancos . Blancoel uniforme, blanca la sonrisa y blanca la con-ciencia. Son muchachos, claro está . Cuando nose sabe nada de lo que pasa en el mundo ; cuan-do en la cartera hay varios dólares y el retratode una joven rubia que dice "with love" antesde la firma ; cuando no hay angustia ni remor-dimientos, el alma está en reposo .

En mi calle se ven muchos soldados y muchosmarineros. A veces, se detienen un momento,quebrando la línea recta. Una chola les propo-ne algo, o sienten, de repente, la atracción de lacantina. Entonces entran al instante y em-piezan a sonar las máquinas que tocan discos .Ya están contentos . Son Jim, Joe, Tommy, Bob .Los mismos de siempre, un año y otro año . Elmismo uniforme, la misma sonrisa y los mismos

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hábitos . Son soldados y tienen derecho a di-vertirse y a gastar esos dólares que giran loca-mente alrededor del mundo . Más tarde, rígi-dos, erguidos, más planchados todavía, apare-cen los MP. Andan siempre por parejas . Untolete reluciente, una pistola y unas carteras negras, sujetas en el cinturón . Después pasan losSP. Con sus cortas polainas y sus gorros de ni-ño, son menos solemnes; pero las armas soniguales y el propósito idéntico . Cuidan el orden .Y lo hacen bien. En ocasiones, a su lado, comouna mancha oscura, va un guardia de los nues-tros. El uniforme es más modesto ; pero el to-lete es más grande, y más largas las correas conlas que gusta entretenerse . El guardia puedeser de Antón, o chiricano . Pero habla inglés, asu manera, y los gringos le entienden, hastacuando les relata un chiste . Esto me satisfacemucho . Nuestro guardia, moreno y pequeñito,pequeñito al lado de la talla de todos los MP,ha logrado expresarse en otro idioma y dice consoltura "Hello, boys" . Los gringos no puedenhacerlo . Si pudieran, seguramente no seríanMP.

Mi calle es una calle olvidada, aunque aquí vi-va mucha gente . No sé, siquiera, si estará enel plano de la ciudad, porque nunca vi ninguno .

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Ni siquiera se la menciona en los periódicos,pues nunca pasa nada de importancia ; es la ver-dad . Borracheras, pequeñas pendencias, disgus-tos domésticos, algunos accidentes . Total, nada .Ni cuando la criatura aquella cayó al patio des-de el corredor se lastimó mucho, siquiera . No sépor qué será . Siempre es lo mismo . Un día yotro día . Carretillas de carbón y fruta ; el ca-mión del hielo, con su madera verde, chorreandoagua y su aliento frío, el de reparto de las so-das, y, a veces, la camioneta negra; de ese ne-gro triste y deslustrado, que se lleva a nuestrosmuertos . Los que aquí morimos solos y en si-lencio, y nos entierran sin escolta .

Así es esta calle, cuya existencia parece igno-rar la ciudad . Con sus aceras estrechas y suextraño trazado, con sus casas de cuartos y suspatios miserables, fué hecha a toda prisa, conprecipitación, provisionalmente . Hace un siglo,más o menos, la ciudad de Panamá vivía acurru-cada y encogida detrás de las murallas, a la som-bra de la catedral y gobernada por sus campa-narios. Santa Ana era el límite de la civiliza-ción y de los señores graves con levita y bigo-tes de altas puntas, liberales o conservadores .Del revellín para acá, era el arrabal . Crecía layerba donde quiera y, en la noche, todo parecía

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siniestro . Los de adentro, eran los de adentro,y allí se quedaban con sus pequeñas ambiciones,sus intrigas políticas y sus esperanzas, elevadashasta Bogotá . Pero llegó el ferrocarril, el vértigo de la California, y la ciudad se hinchó . Nofué un proceso lento de natural crecimiento .Fue como una repentina inflamación urbana ; uncaso de hipertrofia brusca causada por el dólar .Luego, el canal . Había que hacer casas ; muchascasas ; campamentos, como quiera, pero a prisa .El trazado de las calles no importaba a nadie, ya nadie preocupaba la condición de las vivien-das . Muchos cuartos; eso sí, porque el terrenovalía mucho. Todo era provisional, naturalmen-te . Más tarde se podrían hacer las casas deotro modo, con higiene, con ventilación, con ba-ños abundantes. Pero las calles se pavimenta-ron y quedaron así . Como la mía . Angosta,breve, oscura y triste. Porque hasta son tristesesas rígidas banderas de latón pintado con co-lores vivos que anuncian cigarrillos, sodas, o al-guna marca de leche en polvo .

Hace poco, cuando el cincuentenario, se pin-taron las fachadas, y como la política no empe-zó todavía, no hay carteles aún por las paredes .Además, hay algunas tiendas, como el comisa-riato y la sastrería del chombo, que tienen hasta

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un poco de mármol y vidrios con letreros a loslados de la entrada. Lo malo son los tinacos,cuando llenan las aceras y los muchos niños quesalen en tropel, desnudos, a bañarse, cada vezque llueve mucho. Es una lástima que las grin-gas no hayan podido retratarlos así, apelotona-dos, recibiendo jubilosos el chorro de algún ca-nalón.

Adentro están los patios, ocultos detrás de lasfachadas tristes de pintura oscura. A los pa-tios no llegó el cincuentenario . Los patios na-die los ve, más que nosotros, los vecinos. Na-die . Ni siquiera el administrador, porque nomira . El patio de mi casa es grande ; lo co-nozco bien, después de tantos años. Puedo ca-minar por él de noche sin tropezar ni una vezen las muchas grietas del cemento donde se al-macena el agua, ni cortarme el cuello en losalambres que lo cruzan para colgar ropa a se-car. Conozco bien el patio ; mi paisaje cotidia-no, y conozco a todos los vecinos . Los conozcotanto, que hasta cuando llora un niño, como pa-sa siempre, sé cual es. Son niños flacos y tri-pudos, muchos de ellos, que gritan sin cesar yse revuelcan en los charcos disputándoselo to-do. Un pedazo de papel, un trozo de cuerda,una lata de betún vacía, una caja de fósforos,

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o la tapa de una soda . Son sus únicos juguetes,y los niños tienen que jugar, con lo que sea; lomismo que tienen que gritar, que tirarse porel suelo y que pelear dándose golpes. Tambiénríen algunas veces, con sus blancas dentadurasque hacen contrapunto con los ojos de porcela-na limpia; lo único que conservan limpio en me-dio de tanta miseria y de tanta mugre . Los ojos .La mirada . Cuando crezcan y sean mecánicos,o carretilleros, u obreros de la Zona, tendránotras ambiciones, lucharán por otras cosas ; pe-ro sus ojos no serán tan claros, ni su risa tanblanca .

Sí. Conozco bien a todos los vecinos . Alviejo Don Marcelo, el ciego, que ya no sale decasa y que se pasa el día regañando, porque es-tá solo casi siempre . Y conozco a su hija Chon,la lavandera, que ahora tiene las piernas conllagas, como gangrenadas, por la mucha hume-dad y el estar de pie durante tanto tiempo . Conozco a Lou, el jamaicano, que trabaja cerca, enun taller de carros, y a Ruby, su hermana; aCelso, que es camarero en un jardín de SanFrancisco ; a Felisa, la modista gorda y a Encar

nita, la sobrina; a la niña Chana, que hace lascarimañolas y el chicheme ; al cojo Mendizábal;

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a Víctor, que como no tiene empleo, lava autospor las calles y vende algo de fruta del país ;a Carmen, "La Pichona", que hace abortos, echacartas y fabrica ungüentos; a todos. Los veocuando andan por el patio ; cuando llegan ; cuan-do salen; cuando riñen y cuando se alegran, quees muy pocas veces. Los veo cuando caminanpor este corredor de tablas carcomidas y baran-da rota; cuando suben por las escaleras de pel-daños hundidos y gastados y cuando se encierranen sus cuartos que tienen, como el mío, una ca-ma y un cajón que sirve para todo, y un par detablas como estantería, además de muchas cu-carachas grandes, voladoras, que anidan fácil-mente en todas las rendijas . Porque yo sé cómoson todos los cuartos . Algunos tienen una mesa y una estufa de kerosín o de carbón, y hastauna hamaca; pero estos son pocos. Lo sé, por-que todos nos visitamos en algunas ocasiones .Cuando hay algún enfermo grave, o un velorioy se reparte café y ron, o cuando se hacefiesta por el cumpleaños de algún joven. En-tonces, también hay aguardiente, y una alegríade ocasión, forzada, casi oficial, de puro com-promiso.

Conozco bien a todos los vecinos y por eso

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puedo contar esta historia . Los veo iniciar eldía; los días iguales y monótonos, cuando hacensu aparición en la mañana con gesto de fatigay rostro ajado para bañarse en la regadera úni-ca que hay en la esquina ; con las bacinillas y laspalanganas ; cuando gritan y regañan; cuandolos maridos pegan y las mujeres lloran o alboro-tan; cuando los niños inician sus peleas y cuan-do las muchachas se acicalan y se pintan delan-te de un trozo de espejo ; del mismo espejo queun día reflejó su cara virgen y que hoy devuel-ve una mirada amarga, cínica y decepcionada .Los conozco bien a todos, como conozco a los

vecinos de las demás calles oscuras . Y sé quesomos todos gentes con un común destino . Vi-vir aquí, mientras vivamos ; comprar chances olotería; vagar un poco por ahí para oír chismesy cuentos ; tomar algunos tragos y esperar eldía siguiente con la compañía de las cucarachas,sin elaborar quimeras ya . Porque aquí hay po-cos proyectos, fuera de los inmediatos y másapremiantes . Los que trabajan, esperar el sá-bado para cobrar . Pagar al administrador, pa-gar la luz, pagar al chino y guardar algo paralos chances, aunque se compran sin fe . Ni si-quiera "La Pichona" gana la lotería, a pesar desus rezos y de sus cábalas de bruja .

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De aquí do sale nadie, más que para el cemen-terio o para el hospital . Algunos han ido a lacárcel; por poco tiempo ; eso sí. Sólo Lola decidió volver al interior, allá a Las Tablas, con sushijos, cuando el marido murió . Pero eso es otrahistoria que do podré contar ahora. Si lo menciono es porque cuando a Lencho lo enterrarony Lola se marchó, quedó vacío el cuarto . Fueentonces cuando vinieron a vivir aquí con losmuchachos, Pancho y Rosa . Con ellos vinoYe yo .

Yeyo es un niño . Su edad, do la se, porqueél también la ignora . Yeyo do existe legalmen-te . A pesar de ser un niño que vende periódi-cos y ayuda a Víctor a lavar los carros, su na-cimiento do fue registrado en parte alguna, y dinombre tiene . Porque Yeyo, dada más que Yeyo, do es bastadte nombre . Y él do sabe más .Los padres, tampoco . Porque los padres, el hom-bre y la mujer con quienes vive, no son, en reali-dad, sus padres . El se llama Pancho y es deDolega. Madeja una chiva que do es de él, quese llama `La Chirriada", y estuvo en eso de lahuelga que duró unos días. Gana poco, y a ve-ces bebe mucho; pero es trabajador y honrado .Ella, la mujer, es Rosa . Es joven todavía y

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muy atractiva, cuando se viste bien para ir alcine, al "Hispano", o al "Edisón". Rosa es cho-rrerana y tiene lindo pelo . Antes de llegar aquicon Rosa, Pancho vivió en el Marañón con unajoven de Aguadulce que había tenido un hijo,Dios sabe con quien . Ella nunca le habló de ello,ni Pancho le preguntó . El niño era Yeyo, muypequeño entonces . La aguadulceña estaba tísicay un día se quedó en la carea, porque no podíalevantarse por la fiebre y por la debilidad . Nose levantó más . Pancho la llevó al hospital ymurió después de vomitar la sangre que le que-daba y algunos trozos de pulmón herido . YPancho se quedó con Yeyo, porque un niño esun niño u Pancho es buen hombre . CuandoPancho se encontró con Rosa en un toldo, paraCarnaval, y vino a vivir aquí con ella, trajo alniño. Por eso nadie sabe los años que tiene, nisu nombre verdadero . Ye yo, nada más . Paramí, es bastante .

Yeyo vende periódicos por ahí, por la ciudad .Aquí, en la calle, no vende ninguno, porque anadie le interesan las noticias, ni las tiras có-micas, ni los editoriales, ni nada . Aquí sólo al-gunos se preocupan por esas novelas que "LaPichona" escucha en la radio ; y los periódicosdicen otras cosas .

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Esta es la historia de una calle ; una historiabreve, dura y muy amarga -como es nuestravida- que comienza ahora y llega a la ceniza .Es también la historia de un niño, y de otrasgentes.

El niño es Yeyo .

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I

C COMO todos los días, como todas lasmañanas, Yeyo se despierta solo . Sefrota los ojos en la oscuridad del cuartoto y se rasca la cabeza para ahuyentar

el sueño. Es algo como un rito inconsciente, comocomo una oración . En seguida, le da tos . Haceun esfuerzo y la reprime, apretándose la boca yrespirando con mucho cuidado . Tiene miedo deque le regañen si hace ruido. Por eso se levan-ta con sigilo para no despertar a Pancho, cuyagruesa respiración, acostado allí, al lado de Ro-

Rosa, parece inundar el cuarto. Para no despertardespertartar a los muchachos, que duermen también. Elmás pequeño en la cama, y las niñas en el suelo .Tienen un petate casi nuevo y una almohada pa-

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ra las dos . Una almohada de lona rayada, yamugrienta, que anda siempre por cualquier rin-cón tirada y que a veces, en la noche, se empa-pa de orines.

Orientándose en la débil claridad que entrapor el estrecho montante, Yeyo busca a tientasel dinero en la cajita de cartón que Rosa guar-da en una estantería . Rosa siempre se lo tienelisto, porque Rosa es buena . Allí está la plata .Yeyo pasa las monedas de una mano a otra ycuenta varias veces . Doce reales . Sesenta cen-tavos . Total, veinte periódicos . Es poco, por-que veinte periódicos se venden en seguida y, aveces, tiene que regresar corriendo a la impren-ta desde lejos a buscar más . Pero cuando Ro-sa le dejó esta plata es que no pudo dejarle más .Pancho llegó temprano por la tarde con la chi-va dañada y luego fue a tomar cerveza hastala noche. Y cuando llegó a cenar estaba enfuego . Además, hubo que comprar la medici-na aquella para los granos de la niña, y com-prar manteca y kerosín y pagar los chances aTomasa .

Yeyo recuerda muy bien todo esto, y pensan-do en sus veinte periódicos se encamina hacia lapuerta con los viejos zapatos de lona en la ma-

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no . Tiene un leve sobresalto al escuchar el re-bullir de las niñas que están en el suelo, y sedetiene . Por un momento ve a Pancho con laropa levantada y a Rosa, boca arriba, con unseno desnudo y un brazo sobre la frente, comopara no estorbar a la criatura, que duerme asu lado .

Aquietadas las niñas, Yeyo sale al corredor .A esta hora no hay nadie todavía en la regade-ra y el patio está solo y en silencio . Hay unresplandor lejano, no se sabe de donde, que sequiebra en los charcos de agua sucia, empozadaen las grietas y en las depresiones que tiene elcemento . Unas ropas, colgadas a secar, semueven un poco por la brisa del alba .

El agua está fría . A Yeyo le gusta así . Legusta que caiga con fuerza, y mira complacidolos arroyos que se forman sobre la fina piel mo-rena brillando con la luz de la bombilla que ardesobre su cabeza . Busca a tientas sobre el mar-co de la puerta y encuentra un poco de jabón .Abre más la llave de la regadera, pero la cañe-ría vibra y empieza a sonar de un modo extraño .Siempre pasa eso en las mañanas. Es una bu-lla fuerte, sonora, como un quejido prolongado,y el viejo Don Marcelo, el ciego, que casi nunca

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duerme, empieza a protestar a voces y dandogolpes en la pared de madera con su grueso bas-tón . Yeyo piensa en el anciano ciego que nopuede dormir, que no puede ver el sol, ni losárboles, ni la gente, y corrige la posición de lapluma. El agua sigue saliendo sin ruido, man-samente, como una lluvia tierna, para caer so-bre la resbalosa plancha de zinc que cubre elsuelo. Al otro lado del tabique de madera, DonMarcelo no protesta, pero tose, se agita en su ca-mastro y murmura alguna cosa .

Yeyo se vuelve a vestir la misma ropa que de-jó en un clavo . Unos pantalones cortos, muyzurzidos, y una camiseta verde con un letrero ennegro, anuncio de una gasolina, desteñido por lasmuchas lavadas. Se calza los zapatos y com-prueba la presencia en el bolsillo de los docereales. Piensa en Rosa otra vez ; en la cajita decartón, donde siempre le deja la plata de los pe-riódicos, y en los niños que duermen en el cuar-to. Recuerda los granos, tan grandes y tanfeos, que la niña mayor tiene en las piernas yen el vientre, y en la medicina aquella que costócasi tres pesos ; pero aligera el paso para llegarpronto a la calle, con el pensamiento resumidoen Rosa y en los doce reales. Porque Rosa esbuena . Rosa lo trata bien. Le pega algunas

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LA CALLE OSCURA

veces, cuando llega tarde para hacer algún re-cado, cuando se mancha la ropa, o cuando estáde mal humor, porque las cosas son así . Perole pasa igual a todos los muchachos que conoce .Y Pancho no le pega nunca . Pancho no le mi-ra casi ; casi no le ve ; casi no le habla . Pan-cho habla muy poco, al menos en casa . A ve-ces juega un momento con el pequeño ; un mo-mento nada más . Lo levanta de la cama, o lolevanta del suelo, lo contempla un instante y lovuelve a dejar para lavarse y salir a la cantina,o volver a la chiva. Y cuando regresa borracho,se acuesta sin decir una palabra, sin mirar si-quiera a nadie . Algunas veces discute con Ro-sa . Porque el arroz está quemado, o el pláta-no duro, o porque no alcanza el dinero paracomprar alguna cosa que puede hacer falta . Esoes lo que más enoja a Pancho, que muchas ve-ces está más de doce horas sentado en la chi-va corriendo hacia Pueblo Nuevo y volviendoal Mercado . Pero estas discusiones son siem-pre muy secas, con muy pocas palabras y ter-minan pronto .

En la memoria de Yeyo está borrosa la ima-gen de Pancho cuando lo vió por primera vez .Entonces vivía con su mamá en el Marañón,cerca del mar ; de ese mar urbano, aprisionado,

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triste y sucio, que cuando recuerda su poder yse enfurece por unos minutos, penetra por loscuartos pobres rompiendo tablas viejas y derri-bando las vigas podridas. Eso dura poco. Enseguida el mar se retira arrepentido, lejos, unpoco avergonzado, dejando sobre el limo las pe-queñas pangas, los barquitos y los chingos yun hedor de cloaca. Yeyo recuerda algunas ve-ces el escenario aquel de sus primeros años,cuando jugaba en los zaguanes en los días delluvia y corría mucho por las calles sin sabernunca hacia donde ; cuando vigilaba atento lallegada del camión del hielo para recoger delsuelo un pedacito y chuparlo ávidamente ; cuandobebía con fruición los restos de una soda dejadapor algún cliente en la abarrotería de la viuda ;en aquella abarrotería que tenía al lado de lacalle una gran caja de vidrio repleta de naranjas ya peladas y muy frías, a las que Yeyo nunca tuvo acceso, y sobre la puerta un cartel me-tálico de colores brillantes con una mujer fu-mando, una mujer muy hermosa, como no seven, tan distinta de su mamá. Su mamá llo-raba cuando Pancho no estaba en casa. Eramuy delgada y tosía mucho. Tosía tanto, quea veces se doblaba rendida de dolor y de fatigay tenía que acostarse. Yeyo veía entonces sus

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ojos muy grandes, muy brillantes y muy tristes,y un cabello largo, negro y cholo, mientras elpecho, enflaquecido, se agitaba por la fiebre y larespiración anhelante . La mamá de Yeyo tenía un lindo pelo . Rosa también, aunque lotiene cortado . Y Rosa es bonita cuando ríe ycuando duerme. Además, Rosa es buena y notiene tos, Y quiere a Yeyo, como si fuera hijosuyo . Y Pancho también. Serio, grande, cor-pulento. con sus brazos fuertes y velludos, sucuello poderoso y sus recias espaldas .

Yeyo ha llegado al callejón que comunica patio y calle, después de haber bajado a saltos laescalera . Allí, en el sitio de siempre, cubiertaapenas por una holgada blusa gris sobre la fal-da negra, flaca y prieta, está Chana, la viejasanmigueleña, atizando la candela . Rodeada decajones y (le latas, se mueve diligente en buscade carbón y más papeles ; y al soplar en la hor-nilla, el fuego pone temblorosos resplandoresfantasmales en el arrugado rostro de la ancianay en el apretado vellón blanco amarillento desu pelo cus-cus .

Chapa se levanta, la primera, para prepararel chicheme que vende durante el día, y la co-mida de los obreros de la Zona que tiene de

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clientes. Unos son vecinos, como Ernesto, Ra-mos y Joaquín, y otros son de por aquí, quevienen a buscar temprano, donde Chana, lo quevan a comer a medio día. Todos tienen unastarteritas muy pequeñas que enfundan en la chácara, y algunos tienen termos

. Luego, se vanapresurados a la Zona para hacinarse en los ca-miones, o en los vagones del tren y seguir al tra-bajo. Hasta la draga grande, hasta los muelles,hasta las esclusas, hasta los cortes de limpiezao el cerro "Contratista" que se quería desmoro-nar. No importa donde vayan. Sus manos sonfuertes, duras y callosas y su piel morena . Rolde plata . Tienen capataces gringos ; unos buenosy otros malos . Depende de la suerte . Chanales hace la comida, que ellos comen a la sombra,si hay un palo en algún lado. Arroz, siempre,y plátano también. A veces yuca y bacalao, ocarne ; o pescado frito ; sierra, o mero. Por esomadruga la vieja sanmigueleña, con sus muchosaños, que le doblaron ya la espalda, con una hi-ja epiléptica que se cae al suelo y patalea y gri-ta y se muerde la lengua, y un hijo que andano se sabe donde. Pero antes de hacer la co-mida para los obreros y antes del chicheme,cuela su café . Y siempre queda algo paraYeyo .

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-Buenos días, niña Chana .

A la anciana le gusta mucho eso de la niñaChana, y como nada cuesta decírselo, Yeyo se lodice y la complace . Además, le va a dar elcafé . Es una totumita chica, pero está calien-te y tiene, además, mucha raspadura .-Va a llover .-Sí.

-¿Se jumó Pancho ayer?-No sé. Gracias, niña Chana .

Yeyo ya aprendió a callar, que vale tanto,por lo menos, como saber hablar. Recordandosu leve mentira, se sonríe. Y en la parte másoscura del oscuro callejón brilla su sonrisablanca .

Gana la calle, y avanza apresurado . Corre,casi, aunque ahora, no sabe bien por qué, nopuede hacerlo sin fatiga. Le duele el pecho, lefalta el aire y tiene que detenerse. Y entoncessuda y siente frío ; y las piernas, tan flacas,parecen vacilar . El café de Chana le confortaalgo y el agua de la regadera le da siemprenuevos bríos. Ahora puede correr un poco otra

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vez y hasta saltar alegremente sobre esas rayasblancas que cruzan el asfalto de las calles y delas que nadie hace caso .

Al llegar a la Avenida Central escucha el zum-bido lejano del camión de la basura . Luego, elretumbar de los tinacos, ya vacíos, sobre las ace-ras y después, por breve tiempo, el roncar delmotor . Un perro muy flaco, que es todo tem-blor, olfatea algunos desperdicios caídos en elsuelo y sigue su vagar incierto con rabo abati-do . Más allá, Santa Ana . Todavía está cerra-da la puerta de la iglesia y las enormes palme-ras, con sus pencas inmóviles, vigilan la torre .Un guardia bosteza aburrido debajo de los gui-ños luminosos de un anuncio inútil de neón ydos trasnochadores avanzan muy despacio haciala catedral, mirando al suelo, sin hablar . Puedencomprar un periódico y Yeyo apura el paso pen-sando qué día es. ¿Martes? ¿Jueves? ¿Por quétendrán los días esos nombres tan raros, cuan-do todos son iguales, menos los domingos? Lu-nes . . . miércoles . . . Pura. ociosidad . . . No .Todos los días no son iguales . Algunos díasllueve mucho, hasta desaparecer el cielo, con-vertido en una mancha casi negra, y otros díashace sol . Tanto, que el cemento quema y hayque caminar corriendo, o saltar a la sombra .

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Pero, los nombres que tienen los días no sirvenpara distinguirlos. Si los martes fueran todosdías de lluvia y los sábados radiantes . . . Haylunes buenos y lunes malos, y todos son lunes,sin embargo. Podrían distinguirse de otro mo-do . Días blancos ; días azules, los de sol ; díasamarillos, rojos, verdes, como cuando Panchoestá contento y llega pronto a casa y lleva aRosa al cine . O días con números, que es lomejor, porque los domingos se venden más pe-riódicos. La gente tiene más plata y más tiem-po para leer . Los viernes, menos . Pero, de-pende de lo que haya sucedido .Yeyo llega hasta la imprenta . Al lado del

taller de la prensa, en las aceras, hay mucha-chos acostados en el suelo . Se cubren con pape-les, o con nada. Parecen las víctimas de unagran catástrofe, amontonadas allí, de cualquiermodo, esperando que amanezca para mostrarsus heridas y sus rostros lívidos de cadáveresrecientes. De pronto, uno se mueve, o dice al-go, o enciende un fósforo, o tose . Y aquellamancha oscura, de ropas oscuras, de pieles oscu-ras, se agita viviente. Despiertan también laslumbres de los cigarrillos y florece alguna risa,adivinada por la mancha blanca de los dientes .-No empujes, mierda .

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Adentro hay mucha luz y algunas voces . Ye-yo mira . La máquina empieza a moverse len-tamente, como si despertara, y luego se detienecon un breve gemido . Después, otra vez, y otramás, mientras un hombre largo y flaco pulsaun botón misterioso . Al fin, la gran cinta depapel se hunde entre los hierros y la prensacanta jubilosa el alegre rodar de cilindros y bo-vinas. Empiezan a salir los periódicos y se vanhaciendo los paquetes . Paquetes de noticias, deesperanzas, sueños, frustraciones .

Frente a las ventanillas enrejadas se agolpanlos muchachos, ya todos en pie. Todos tienenprisa y se apretujan, se golpean, levantando losbrazos. Huele a tinta fresca y a papel, a orinesy a sudor . Sentado ante una máquina registra-dora hay un hombrecito que da los tiquetes .Diez periódicos ; quince ; veinte . . .

-¿Tú?

-Veinte .

Los sesenta centavos de Yeyo van rápidos ha-cia el cajón y el niño recibe un tiquete . Untiquete ya sucio y un poco gastado, que no sa-lió de la registradora, como otros. Pero, diceveinte, y para Yeyo es bastante . Ahora, a otraventanilla, a seguir forcejeando . A defenderse

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con los pies y con los brazos, metiendo la caray la mano provista del tiquete entre el torsode los mayores . Por un momento teme que ledigan que aquel tiquete viejo ya no sirve

; pero es sólo un instante. Piensa que aquel hom-brecito se ha quedado con sus doce reales, perono le importa .Ante aquel retablo de cabezas anhelantes se

repiten las preguntas . Y se repiten las res-puestas.-¿Tú?-Veinte .Con sus veinte periódicos sujetos bajo el bra-

zo, Yeyo se vuelve de cara a la ciudad dormida .Ahora es más difícil correr ; pero hay que ha-cerlo. Hay que adelantarse a los competido-res, que ya empiezan a dispersarse . Hasta loscabarets, hasta los parados, los choferes de lostaxis y la gente del "Venecia" . En Santa Anahay alguien siempre, y alguno se vende .-¡"Estrella"! ¡"Estrella"!Allí está el guardia otra vez . Pero los guar-

dias nunca compran los periódicos. ¿Para qué?Son guardias hoy, como lo fueron ayer, y comolo seguirán siendo mañana . Nada puede haber

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en un periódico que le interese al guardia . Alguardia le preocupa su mujer, y los chiquillos,y la renta de la casa, lo que debe en "El Paco",los chances y esas cosas, lo mismo que a todos .Siempre tiene que haber guardias. ¿Qué másda? Siempre tiene que haber guardias de uni-forme, con un revólver y un pito y un tolete,parados por las esquinas, con los pies cansa-dos y calientes, con esas botas tan pesadas . Losjefes, allá en el Cuartel, sí leen los periódicos .Los leen todos, para sonreír muy satisfechosde que las cosas vayan bien y para comentarel porvenir, donde hay siempre un ascenso .Además, se los regalan . Por eso hay siemprealgún radio-patrulla cerca de la prensa en mar-cha, y a veces otro guardia que monta en mo-tocicleta .

De alguna parte se destaca un hombre des-peinado, con camisa abierta, sucia y arrugada .Salió de las sombras y, sin decir palabra, alar-ga un real. Una "Estrella" ; la primera. Des-pués, uno de los trasnochadores de antes, deregreso, solo, calle arriba, compra otro periódi-co . Yeyo se aligera y corre hacia la estación,cantando a media voz .

-¡"Estrella"! ¡"Estrella"!

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Detrás le siguen otros. No es el eco ; no. Conel grito de los vendedores y sus pisadas ágiles,la ciudad empieza a despertar y a oler a pancaliente.

Yeyo llega hasta las luces de colores de loscabarets . Aquí no huele a pan, sino a perfu-me, a gasolina y a humedad. Una mujer joveny algo gorda, enfundada en un brillante trajenegro, sale hasta la puerta acompañando a ungringo que está algo borracho . Lo deja en laacera, aturdido y confuso, bajo la mirada aguda de varios choferes. Le da unas palmaditasen la espalda y regresa a su trabajo . El golpeseco de la puerta que empuja un resorte, poneun punto final a la breve relación de algunashoras. La mujer es mexicana y debe estar agra-decida de aquel hombre que gastó unos dólaresy a quien tuvo que contar su vida con las frasesde costumbre. Pero ya no se acuerda de él, nide su nombre, ni de su rostro, ni de nada de loque han hablado . Sólo sabe que tiene variasfichas de color en su pequeño bolso y que iráa cambiarlas pronto por dinero. La mujer esmexicana y el gringo es gringo ; un vaporinoque lleva en el mar muchas semanas y que ma-ñana volverá a marchar sobre otras olas, paraentrar en otros cabarets, abrazar a otras mu-

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jeres y beber el mismo whisky . Y el dueño delcabaret es italiano. De un pequeño pueblecitode allá del Piamonte, tal vez de Sicilia, o quizáde Lombardía . No importa. Allá, tan lejos,está afincada su nostalgia, ya tenue y borrosa ;en la placita de la iglesia, con la fuente próxima, y en la gran finca del signore Luigi o delsignore Umberto, que ahora podría comprar, siquisiera, pagándola al contado . Ahora tienemuchos dólares, y muchas liras, ganadas honra-damente . Pero tiene también ya muchos añosy una úlcera de estómago, y en el pueblecitoaquel, nadie le conoce . Podría ir, sí . Volverallá y llevar un carro muy grande que no ca-bría por las calles y que asustaría a las ovejas .¿Para qué?

El dueño del cabaret es italiano y la mujerjoven y algo gorda que ahora cambia sus fichasen la caja, es mexicana. De un barrio pobrede aquella inmensa ciudad, que se llama Peralv

illo, aunque ella dice a todos, claro está, quevivía en Las Lomas de Chapultepec. El grin-go sigue en la calle lleno de whisky escocés . Laeconomía nacional se acaba de fortalecer conuna de esas exportaciones invisibles de que ha-blan los periódicos que Yeyo vende . Pero Ye-yo no lo sabe. El gringo tampoco . Yeyo sólo

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sabe que le quedan aún muchos periódicos yque no puede demorarse porque se le han anti-cipado. La vieja de luto que va hasta "La Es-trella" a buscar periódicos con un carro, ya em-pezó el reparto . Si Yeyo la esperara aquí, notendría que andar tanto ; pero la mujer vendelos periódicos a cuatro centavos .

El gringo compra una "Estrella" sin saberpor qué. Vino a gastar plata y la gasta, sim-plemente . Dólares, o reales . Un chofer le ha-ce señas y se mete en el taxi. Otro chofer, de-fraudado, también compra un periódico . Y otro,un camarero. Debe ser para el dueño . Al ita-liano ha de preocuparle la crisis mundial y lacrisis de Italia. La muerte de De Gasperi. Quesi Pella ; que si Scelba ; que si uno, que si otro .No hay orden ni tranquilidad en Italia, y estole mortifica . Debían aprender aquí. Si todoslos italianos tuvieran tantos dólares, y un ca-rro, habría orden. Pero, entonces, no habríanadie para trabajar en las fincas del signoreLuigi o del signore Umberto, que siguen necesitando muchos brazos para recoger la uva yel arroz, y todo eso . Es verdad .

Yeyo sigue hasta el Parado. El griego quevigila desde su elevado asiento tiene un perfil

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de moneda o de medalla antigua ; un magníficoperfil, que ofrece por nada . Siempre allí ; siem-pre avizor, mientras los sirvientes cholos, to-cados con gorros, se mueven diligentes . Por-que siempre hay gente en el Parado .

-Tres de chuleta, con todo, y dos cafés .

-Una sopa, ahí. Pronto .

-Un hamburgo sin cebolla .

-Un "jamonei" .

La máquina registradora marca sin cesar ale-grando al griego con su timbre de plata . Perono se inmuta, ni cambia en nada su perfil . Loha olvidado todo ; todo . Ha olvidado los sinuo-sos y difíciles contornos de su patria ; la siluetadel Olimpo y del Pentélico y el sabor de siglosde las mieles del Himeto . Sólo conserva su per-fil de friso, digno del cincel de Praxiteles, y só-lo sabe el precio de las cosas . Tres de chule-ta, con todo, noventa. Dos cafés . . . ¿ Con le-che? Veinte. La máquina registradora sube ybaja sus cartones y el timbre suena con el mis-mo acento para un real que para dos .

-Tres sodas de naranja .

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Un cholo tropieza ; hay un estallido de vasosy tazas y el griego murmura una interjecciónhelénica.

-¡Zoon! ¡Ti vlákas!

Un joven colombiano, de ojos irritados y fazgranujienta, pide sopa de tomate .-Bien caliente, por favor.

Es muy fino y educado. Ha dicho kali ñilrtasaludando al dueño, que le contestó con un gru-ñido, y de noche vende por ahí preservativos,postales pornográficas y frascos de tinta china,de efecto garantizado . También hace de alca-hueta . Ahora va a beber su sopa, y a dormir .Pero se lleva un periódico . Quiere ver qué hace el general Rojas Pinilla, y si Francia aprue-ba, al fin, el rearme de Alemania . El jovencolombiano es muy culto y, aparte de su nego-cio, le gusta mucho hablar de temas trascenden-tes con los otros huéspedes de la pensión, aquienes deslumbra con sus conocimientos .

Yeyo hace inventario. Le quedan por ven-der nueve periódicos . Tiene que seguir aprisa,aunque el pecho le empieza a doler y le ha vuel-to a dar algo de tos . Es una tos que sale de

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allá abajo, que pica en la garganta y que leimpide respirar, a veces . Pero Yeyo se enca-mina hacia el "Venecia" .

Es de noche, todavía. Un guardia, en unaesquina, conversa con una chola desgreñada yen chinelas que ha salido a comprar pan y uncuarto de mantequilla. La chola compra un pe-riódico también y ríe de algo que le dice elguardia. Se separan anudando una sonrisacómplice.

Yeyo echa a correr . Se detiene un momentopara vender un periódico a una mujer que con-duce un carro muy lujoso, y sigue hasta el "Ve-necia". Los clientes de costumbre empezaron allegar. Un hombre moreno de facciones durasy aspecto siniestro, con mirada fija, como defakir, bebe café solo. Más adentro, un cubanoy un argentino, agentes de artistas, muy peina-dos y olorosos, cenan con dos mujeres de largacabellera rubia y trajes muy ceñidos. Damián,el camarero, va y viene apresurado con órdenesde pollo frito, de huevos con jamón y platosde arroz. La máquina de hacer café deja es-capar un bufido y un aroma apetitoso, en tantoque Manolo juega con las llaves . El café goteaen espuma y Yeyo, que se acuerda de la niña

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Chana, se queda mirando. El argentino ríecon risa sonora y se atusa el pelo, coquetón,con una mano que destella de oros y brillan-tes . Displicente alarga un real a Yeyo y ojealas noticias con un gesto que parece que leolieran mal . Pero algo le llama la atención ydice a su vecino .

-Ché, vos. Fijáte en esto. ¡Es fenómeno!¡ Brutal !

Yeyo manosea la moneda que acaba de cogery se acerca al mostrador con un periódico .Manolo hurga debajo de su ajustado delantal de

tela blanca y saca un níquel . Mira atento laprimera página y mira a Yeyo . El niño nose ha movido .

-¿Me da un café, por favor?

-¿Con leche, lo quieres?

-Sí ; con leche.

Manolo manipula de nuevo las clavijas y lasllaves y pone delante de Yeyo un taza de café,la lata de leche crema y la azucarera . Después,se enfrasca en la lectura. Yeyo sopla y bebe.Siente el calor a través de su pequeño cuerpo,que se estremece un poco, agradecido . Estádulce y caliente ; muy caliente. Y recién hecho .

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Sabe mejor que el de Chana . Pero cuesta dosreales. Tiene que vender cinco periódicos parapagarlo .-Gracias.Yeyo se dirige hacia la calle .-¡Oye! Tu plata . . Coge ese dinero .El niño regresa . Regresa con sus piernas

flacas, sus rodillas prominentes, sus pantaloncitos remendados y su camiseta verde desteñida .Manolo está retirando el plato y la taza

vacía y pasando un trapo sobre el mostrador .Allí están los dos reales . Yeyo mira agrade-cido, con mirada clara . Es un instante nadamás. Manolo sigue otra vez con la lectura, ymás contento ; un poco más contento que antes.La mirada del niño le hizo bien. Un real, na-da más. Con leche, dos reales ; pero no im-porta. La limpia mirada agradecida de un ni-ño, vale mucho más

. Manolo se siente satisfecho y busca en el periódico algo sobre Francoy esas bases que los gringos están haciendo allá,en España, para defender la democracia . Por-que Manolo es español y republicano y fué soldado en la guerra civil . En algún sitio delfrente, cerca de Bilbao, le mataron a un herma-no, y luego los moros fusilaron a un cuñado .

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final, como un milagro, el sol y el mar, en unbarco muy grande. Ahora, Manolo vive en Pa-namá, y es feliz, porque puede discutir y ha-blar a gritos cuando quiere, y hablar mal deFranco y de los gringos que le dan dólares alCaudillo y que hacen bases en España para de-fender la democracia . Manolo se casó con unajoven muy bonita y hacendosa que se llama Ní

viaytiene ya tres hijos sanos, fuertesymorenos.Y tiene una casa, allá por Juan Díaz,

con algunas gallinas, unos mangos y un palode aguacate y un mamón y varios tallos. Tienetambién un carrito y puede regalar una tazade café a un niño que vende periódicos .

Yeyo sigue hacia el "Caribe" . Le quedantres periódicos, y ha empezado a llover, a tiem-po que en el cielo se insinúa el claror de la mañana . Por la calle pasan varios carros y algunos camiones grandes que estremecen las fa-chadas, como para despertar a los vecinos queduermen aún. Yeyo siente el agua de la lluviacorrerle por el rostro y se refugia en el caféprotegiendo los periódicos . Varios hombres,sentados cerca de la calle, parecen discutir .

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Manolo no sabe bien cómo pudo escapar, des-pués de lo de Barcelona. Campos de concen-tración en Francia, soldados senegaleses y al

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-Te digo que en Europa no es así . EnEuropa . . .

El hablador se llama Don Chú. Viste trajeblanco, un poco arrugado, y se toca con un sombrero de paja barnizada y sucia . En tiemposde Demóstenes fué cónsul en Francia . Abanderó algunos barcos, expidió varios pasaportesy ahora vive de sus ahorros, ya menguados, yde la modesta renta de una casa, en compañíade una hermana solterona, beata y medio loca .Don Chú piensa siempre en volver a la carrera . Europa le gustó . Viajó por muchos sitioscon divisas abundantes y conoció bellas muje-res . El franco, a treinta y seis. Y mil fran-cos eran, entonces, casi una fortuna, sin llegara treinta dólares. Don Chú añora los paisajesde la Costa Azul ; de Cannes y de Niza, porquenunca fue a San Blas, ni a Bocas, ni al Da-rién . Don Chú es capitalino y desprecia unpoco el interior .

la gente lee, les digo.

En la memoria de Don Chú flota indecisoel recuerdo del barrio latino parisién, con tantos libros por doquier

; en los puestos a la ori-lla del río, en las grandes librerías, bajo el

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brazo de los estudiantes ; en las manos de losque pasean y descansan en el Luxemburgo y enel Bosque .

se lo puedo asegurar .

Su interlocutor parece indiferente ante el lar-go discurso . Es un escritor que ya no escribemás que las cuartillas obligadas del diario que-hacer en un periódico, donde la prosa se conta-gia de tantas impurezas . La conciencia le re-procha muchas veces su holgazanería ; pero elescribir requiere un gran esfuerzo ; sobre todo,un libro . Son doscientas, o trescientas páginas,o más . Todas en blanco . Un papel, que nadadice . Hay que sentarse allí delante y pensar ;pensar mucho, y muchas horas . A veces se lo-gra un párrafo con facilidad . Otras, no seacierta y hay que volver a escribirlo . Hastaque la línea buscada se consigue ; hasta quese fracasa ; o hasta que la idea se hace odiosa,repulsiva. Las palabras anheladas se escapanhuidizas y el pensamiento se diluye . Y unahora, y dos, y muchas más . Allí ; delante delpapel ; sufriendo, con angustia, para atrapar unadjetivo, para precisar un verbo. Se fuma uncigarrillo, y otro, y otro. Se camina lejos porel cuarto, a solas, y se vuelve a mirar el papel

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mudo . Entonces, siempre pasa algo que per-turba. Un niño que llora en el patio, un gritode regaño, la bocina de un carro . No es posi-ble seguir. Otro día . Después, quizá. Mástarde . Mañana. Mañana, con seguridad . Pe-ro pasan varios días, y sobre el papel se haempezado ya a formar una pátina de polvo . Yla última palabra escrita sigue igual, remata-da por aquella coma que parece una gota desangre . Porque la frase ha quedado degollada,rota, y el escritor debe reparar el daño. Nose puede. Aquella frase carece de sentido aho-ra . Hay que enterrarla definitivamente bajoel lápiz. Es muy fácil tachar . Muy fácil. So-bre todo, destruir esas frases prematuras, quequedan así, sin cobrar vida completa . Pero, alpasar la raya destructora se siente siempre al-go de piedad . Porque aquellas palabras, con-denadas para siempre, fueron concebidas conesfuerzo y también alumbradas con tiernailusión .

Escribir es algo ingrato y muy difícil .

Don Chú no comprende.

-¿Cómo dices . . . ?

-Nada . . . nada. Tiene usted mucha razón .

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El compañero de Don Chú se llama César yelabora para sí mentiras que le dejan en el al-ma un sabor amargo ; son mentiras frágiles ytransparentes que dejan la verdad visible . Yase está poniendo viejo y la obra literaria, suobra, por hacer . Las canas, ya insinuadas ; lasarrugas ; y ahora la calvicie y unos dientes flo-jos . La conciencia ensaya protestas por andartodas las noches por ahí, hablando cosas queno le interesan ; de Europa, de política, de losgringos y hasta de beisbol . César sabe que debía estar en otra parte, y trabajando, para ter-minar aquel capítulo que, en su rebeldía, le re-sulta odioso, como los personajes que viven enél . Haciendo alguna cosa útil. Pero se quedasiempre hasta el amanecer de charla con DonChú, que vive alucinado ; con el viejo Tallín, quequiso ser pintor y que se emborracha para nopensar, o con el camarero aquel que siempretiene la corbata suelta .-Dame uno acá.Yeyo entrega otro periódico a Don Chú, que

lo extiende con prosopopeya.-A ver qué ha pasado ayer .Ha pasado lo de siempre. En Francia se

organizó un nuevo Gobierno . Churchill planea

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otro viaje a Norteamérica. Mister Eden estámás canoso y la Junta de Control de preciosseñala nuevas cifras y decide prohibir que seimporten lechugas. Nada nuevo . Inundacionesen Honduras . Don Chú quiere leer las tirascómicas ; pero no se atreve a hacerlo en el café .Consulta su reloj y bosteza . La tertulia lan-guidece.

César tiene dolor de cabeza y un poco de sueño .Se alegra de sentirse así, pues es un buen pre-texto para no hacer nada en la novela comen-zada . Lo malo es cuando no se hace nada sinmotivo alguno que sirva de justificación, puesentonces los remordimientos se sublevan . Aho-ra, César dormirá unas horas. Entrará en elcuarto sin mirar la máquina con el teclado muerto, y se acostará decidido a reiniciar la tareaal día siguiente. Porque cuando está en la ca-ma, la voluntad es más fuerte que nunca y de-cidirá que, por la tarde, dará remate al capítu-lo empezado. Tal vez pueda, incluso, comenzarel siguiente, o hacer el cuento aquel que tiene tanpensado, si bien puede suceder que al salir delperiódico con los demás se tomen unos tragos yse inicie alguna discusión sobre política, o sobrelas negociaciones, o sobre cualquier otra cosa .En tal caso, aplazaría para la noche, después

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de comer, el trabajo que le apremia. Si el mespasado y el anterior, y el otro, no se hubierandiluido en planes y proyectos, estaría ya aca-bando el libro . Vagamente recuerda algo deQuevedo que leyó hace tiempo, en "Los sueños",sobre los días que se van así ; tan aprisa, tanvacíos, sin dejar un recuerdo, una sensación du-rable ; sobre los días que se van, acercándonoscada vez más a la tumba .

Algo dicen a su lado que no entiende bien .Se rasca la cicatriz que le cruza una ceja ypregunta sin pensar .

-Perdón . . . ¿Qué decía . . .?

Don Chú ha doblado su periódico pensandoen X 9 y en Dick Tracy ; pero, naturalmente,habla de otra cosa .

-Este café está peor cada día . No sé conqué lo hacen . En Europa . . .

Tallín, incorporado al grupo, interrumpe .

-En Europa no han tomado café nunca .Frijoles tostados, achicoria . . .

El ex-cónsul prepara su discurso .

-No digas esas cosas, por favor. El mejorcafé del mundo se bebe en Europa, porque . . .

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Yeyo mira hacia un farol para comprobar enla luz la intensidad de la lluvia y advierte queha parado . La calle está mojada y un pocoresbalosa, pero el cielo tiene manchas claras.Un vendedor de periódicos, más pequeño queYeyo, llega con carga excesiva y algo retra-sado.

-¿Me das cinco?

-Toma. Coge.

Hecha la transacción, Yeyo cruza la anchaplaza y sigue veloz por la acera . Hay un hom-bre gordo a la puerta del "Venecia" que fumaun puro grande recién estrenado . A su lado,una de las mujeres rubias que estaba sentadaadentro, le habla quedo y con ademán suasorio.Yeyo siente lástima de la mujer aquella, apenaspercibida en su rápido andar . Yeyo sabe yabastantes cosas de algunas mujeres . Son cono-cimientos en pedazos, desarticulados, sin armar,que le dan algunas veces conceptos confusos .Pero Yeyo sabe que Tina, la nicaragüense, re-cibe hombres en el cuarto, a veces . y que Felisa, la modista gorda, dice que eso es una va-

gabundería. Yeyo no sabe que aquella mujerrubia está triste y preocupada por una hijitaenferma que tiene en La Habana ; no sabe que

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está sin trabajo y que necesita con urgenciamandar mucho dinero allá ; un dinero que nopuede ganar honradamente sin echar a per-der su hermoso pelo, sin romperse las uñas ymancharse la piel, tan suave y fina . Yeyo nosabe que aquella mujer rubia siente enorme re-pugnancia por el hombre del cigarro, con suvientre abultado y la cartera llena de billetes .Yeyo sabe solamente que el señor aquel se llama Don Benito, que vende carne en el Mercado y que es dueño, además, de dos cantinas .Pero Yeyo es un niño todavía y no puede com-prender. Además, quiere llegar a la esquinapor si pasa Pancho con la chiva .

No es la de Pancho ; pero es la de Tin . Unachiva azul con franjas rojas y los guardafangosnegros . Una chiva muy bonita, con unas flo-res pintadas a los lados. Yeyo grita, y la chi-va se detiene .-Sube . ¿Vas a la Copa?Yeyo responde con un gesto . La carrera y

el grito le fatigaron con exceso, y una ingratasensación de ahogo le oprime la garganta .Acurrucado en el estribo, Yeyo mira el des-

pertar de la ciudad . Los agentes del tránsitose instalan en sus casetas de cemento y suben

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las persianas. Los hombres de la limpieza em-pujan delante de la escoba los últimos desper-dicios hacia el carrito, ya colmado, y brotan losprimeros buses con gente recién bañada quehuele a limpio, a brillantina y a jabón. Por laAvenida Central empiezan a rodar aprisa losprimeros carros ; los camiones de reparto de lastahonas regresan vacíos, y en el Parado hayrelevo de cholos. El reloj de la estación marcaen inglés las seis y media, mientras la locomo-tora, pintada con franjas, se prepara para arras-trar hacia Colón el primer tren .

La chiva de Tin se detiene algunas veces ; pero Yeyo no mira a los pasajeros . No compranperiódicos . Son obreros, albañiles, carpinteros,hombres del Marañón, que van hacia las cons-trucciones . Ellas, pocas, cajeras de las tiendas,empleadas de algunas oficinas, maestras, quizá .Son muchachas buenas, sin complicaciones, conaroma de polvos de talco y ropa barata .

Frente a la Copa la chiva de Tin reduce unpoco la velocidad y Yeyo salta. Más que ver,o que sentir, intuye un automóvil y hace unesguince salvador . Cruza la avenida ornada deárboles y busca clientes entre los pasajeros queesperan la salida hacia el aeropuerto . Dosfrailes agustinos, un señor viejo con bigotes,

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una mujer flaca con dos niños, un hombre mis-terioso con gafas oscuras . Llegan más . Seacercan al mostrador, apresurados, y entregansu equipaje . Son gentes que van a Puerto Arm uelles, a David, a Bocas.Yeyo no lo sabe,

pero no le importa . La gente de la Copa esgente que lee periódicos para entretener la es-pera y dominar un poco el nerviosismo . Ellargo automóvil va a salir y Yeyo vende a unjoven con cara de niño la última "Estrella"que le queda . Después se sienta al borde deun zaguán a descansar y a contar su dinero .Veinticinco periódicos vendidos ; un peso de ga-nancia . Si Rosa no necesitara nada de esa pla-ta, mañana podría sacar cuarenta periódicos yganar casi un balboa. Es fácil, cuando se sabebuscar los clientes .

Yeyo se levanta y echa a andar hacia la es-cuela. Porque ahora Yeyo va a la escuela .

La vieja Chana ya despachó las comidas yha puesto a hervir el chicheme . Pancho em-pieza desde Pueblo Nuevo su primer regreso,y Rosa cura los granos de la niña .

La cubana rubia y Don Benito, el gordo, tomaron un taxi hacia las afueras . César se ha

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acostado con remordimientos y Don Chú, antesde apagar la luz, comprueba, una vez más, queel "Fantasma" derrota siempre a los malvados .

El griego del Parado hace la caja de todoslos días, que son muchos dólares, y Manolo, eldel "Venecia", se quita el delantal para mar-charse a casa. Un día más ha comenzado .¿Lunes? ¿Jueves? Nada importa eso. Un po-co más tarde empezará el calor y todo el mun-do empezará a sudar. En las construcciones,en las calles, en los patios y en los cuartos .En todas partes, menos en las tiendas y enlas oficinas que tienen aparatos de aire acon-dicionado .

Chon ya está levantada. Hizo el desayuno pa-ra Don Marcelo y ahora está lavando sobre elbanquito de madera con que protege sus enormes pies, y Felisa, la modista gorda, ha empe-zado a descoser la basta de una falda . Tina,la nicaragüense, duerme y tiene pesadillas ; dosniños pequeños lloran en el patio y el ciego,Don Marcelo, anda a tientas por el cuarto bus-cando tabaco y maldiciendo a gritos .

Ha empezado un día más en esta calleoscura .

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