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La Ascensión del Señor Más allá de lo imaginable Celebramos la Ascensión del Señor a los Cielos. Creemos, lo confesamos en el Credo; creemos que al tercer día resucitó y subió a los Cielos y está sentado a la derecha del Padre. ¿Qué significa esto? ¿Qué significa ascender y qué significa Cielo? No son cosas obvias. Ascender, ¿es subir, subir, subir hacia las estrellas, hasta toparse con un nuevo planeta donde habitar con los Ángeles y Santos disfrutando de los placeres que en este mundo nos atraen hasta morir por ellos, al son de arpas, violines y demás cosas imaginables? Pues no. Esto acabaría aburriéndonos como sucede en el planeta tierra y en todos los demás planetas del universo conocido que, al fin y al cabo, están hechos con los mismos elementos de la tabla periódica que los físicos conocen muy bien. Por eso muchos no tienen ganas de ir al Cielo. Lo sensual satura. El Señor tiene planes mejores para sus hermanos, los hijos de Dios, redimidos con su sangre en la Cruz del Gólgota. Jesús nos ha mostrado que, con Él, ya no debemos temer a nada ni a nadie, ni siquiera a la muerte, porque la muerte es el paso a la Vida, junto al Padre. Escenifica su pascua (paso) de este mundo al Padre subiendo al cielo hasta que una nube, que significa el poder de Dios, le esconde. Es un modo elegante de irse, desaparecer, no como Bilbo Bolsón, de El Señor de los anillos, que simplemente desaparece sin transición alguna, poniéndose el anillo mágico. Jesús no es un mago, es Dios encarnado, que se adapta al lenguaje, a la cultura y a los esquemas mentales concretos de la gente que trata. Y aquellas gentes, como nosotros, tenemos el hábito de vivir en el tiempo y en el espacio cósmicos; solemos suponer que lo más bajo es lo menos digno y lo más alto es lo más digno. Arriba y abajo, alto y bajo, superior e inferior, derecha e izquierda, son esquemas de los que difícilmente podemos desprendernos. Así que Jesús, al tener que pasar de un modo de existencia terreno a un modo totalmente divinizado, como no podemos imaginar, escenifica su tránsito subiendo hacia lo alto, o es elevado al cielo. El que fue elevado a una cruz es elevado al Cielo. No sin intención se utililza en los Evangelios el mismo verbo para describir ambos acontecimientos.

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La Ascensión del Señor Más allá de lo imaginable Celebramos la Ascensión del Señor a los Cielos. Creemos, lo confesamos en el Credo; creemos que al tercer día resucitó y subió a los Cielos y está sentado a la derecha del Padre. ¿Qué significa esto? ¿Qué significa ascender y qué significa Cielo? No son cosas obvias. Ascender, ¿es subir, subir, subir hacia las estrellas, hasta toparse con un nuevo planeta donde habitar con los Ángeles y Santos disfrutando de los placeres que en este mundo nos atraen hasta morir por ellos, al son de arpas, violines y demás cosas imaginables? Pues no. Esto acabaría aburriéndonos como sucede en el planeta tierra y en todos los demás planetas del universo conocido que, al fin y al cabo, están hechos con los mismos elementos de la tabla periódica que los físicos conocen muy bien. Por eso muchos no tienen ganas de ir al Cielo. Lo sensual satura. El Señor tiene planes mejores para sus hermanos, los hijos de Dios, redimidos con su sangre en la Cruz del Gólgota. Jesús nos ha mostrado que, con Él, ya no debemos temer a nada ni a nadie, ni siquiera a la muerte, porque la muerte es el paso a la Vida, junto al Padre. Escenifica su pascua (paso) de este mundo al Padre subiendo al cielo hasta que una nube, que significa el poder de Dios, le esconde. Es un modo elegante de irse, desaparecer, no como Bilbo Bolsón, de El Señor de los anillos, que simplemente desaparece sin transición alguna, poniéndose el anillo mágico. Jesús no es un mago, es Dios encarnado, que se adapta al lenguaje, a la cultura y a los esquemas mentales concretos de la gente que trata. Y aquellas gentes, como nosotros, tenemos el hábito de vivir en el tiempo y en el espacio cósmicos; solemos suponer que lo más bajo es lo menos digno y lo más alto es lo más digno. Arriba y abajo, alto y bajo, superior e inferior, derecha e izquierda, son esquemas de los que difícilmente podemos desprendernos. Así que Jesús, al tener que pasar de un modo de existencia terreno a un modo totalmente divinizado, como no podemos imaginar, escenifica su tránsito subiendo hacia lo alto, o es elevado al cielo. El que fue elevado a una cruz es elevado al Cielo. No sin intención se utililza en los Evangelios el mismo verbo para describir ambos acontecimientos.

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No tenemos ganas de ir al cielo y nos aferramos más allá de lo razonable a la tierra porque no creemos bastante en el cielo; no lo vemos ni podemos imaginarlo. San Pablo, que sí lo vio en cierta medida, dice que ni ojo vio, ni oído oyó las cosas que Dios tiene preparadas para los que le aman. Por eso él se planteaba: ¿qué es mejor, irme al Cielo con Jesús, o quedarme en la tierra con vosotros? No tenía ninguna duda, prefería irse al Cielo, pero elegía quedarse porque pensaba que todavía era necesario para formar a aquellas primeras iglesias que había fundado.

Una aproximación podemos obtener de la transfiguración del Señor en el Tabor. Pedro, Santiago y Juan al ver cómo la gloria de Dios reverberaba en la humanidad de Cristo, exclamaron como

fuera de sí: ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres tiendas… Querían quedarse allí para siempre. No podemos imaginar lo que será el Cielo. Pero debemos pensar que supera todo el bien que podemos imaginar. Va más allá de lo imaginable, pero sabemos que, en lo esencial, es vivir en la intimidad del Dios vivo, verdadero, autorrevelado a lo largo de la historia multitud de veces, y de un modo completo en Jesucristo. Al subir hacia lo alto, Cristo eleva nuestra mirada, pero no solo eso. Introduce al hombre en la intimidad divina. En Dios que es puro Espíritu hay espacio para el hombre. Al pasar de este mundo al Padre, Jesús recibe, como hombre-Cabeza de la humanidad, la gloria de Redentor y el poder sobre la Creación entera. El Verbo, al encarnarse ha asumido el cosmos, toda la Creación y la introduce con Él en la intimidad del Padre. ¿Vamos a descolgarnos de ese proceso? Estamos en proceso. Cristo ya ha vencido. Su Espíritu está fecundando el mundo. Con frecuencia pasa inadvertido. Pone a prueba nuestra fe. El tiempo sigue su curso. La libertad, nuestra libertad no es perfecta, pero es real. Con libertad, podemos subirnos al carro del vencedor. La cruz es el signo de la victoria. El Espíritu Santo es fruto de la Cruz; es quien renueva la faz de la tierra y enciende los corazones en el fuego de su Amor. Subir, ascender hacia arriba es ir en busca de lo mejor, de la excelencia, de lo perfecto. Lo mejor, lo perfecto tiene un nombre en la espiritualidad cristiana: santidad. La santidad, en el más elevado sentido se encuentra en el corazón de Dios, encarnado en Cristo. Ahí tenemos un espacio cada uno de nosotros por insignificantes que seamos a los ojos de las gentes o a nuestros propios ojos; por desgraciados, desastrados, pringosos, zafios o embrutecidos que nos veamos. Ningún hijo de tal guisa presentado es rechazado por una madre como la Madre de Dios, María Santísima, ni por supuesto, por un Padre como el Dios que se nos ha dado por entero en su Hijo y en su Espíritu. También nosotros podemos subir; mejor, ser elevados. De la cruz al Cielo. Todos cargamos cada día con una cruz. Si la llevamos con Cristo, Él la lleva con nosotros. Su yugo es suave y su carga ligera. No impide, al contrario, la serenidad y la alegría. El Espíritu de Cristo nos sostiene, nos abraza y nos eleva hacía la cumbre del Amor para el que hemos sido creados. AntonioOrozcoDelclósArvo.net,28.05.2017SolemnidaddelaAscensióndelSeñor______________Ilustración:LaAscensióndeDellaRobbia

Más allá de lo imaginable