Upload
lyhuong
View
221
Download
0
Embed Size (px)
Citation preview
1
La absoluta indigencia en la narrativa de Jorge Medina García
Dr. Héctor M. Leyva
Universidad Nacional Autónoma de Honduras
Resumen
La ponencia se ocupa de la novela Cenizas en la memoria (1994) de Jorge
Medina García para explorar una de las manifestaciones de articulación
discursiva que cobró la experiencia de posguerra en un autor hondureño. El
análisis parte de la idea de Walter Benjamin de que la narratividad tanto
pretende recuperar la vida vivida como la pierde alterándola en el acto
discursivo. De este intento siempre frustrado lo que la novela termina
ofreciendo, según Benjamin, son los espejismos del sujeto y de su idea de
mundo (El narrador 1936). La novela de Medina García escrita en los años de
los acuerdos de Paz y del ajuste de las economías bajo las políticas
neoliberales, presenta la experiencia de una absoluta indigencia en personajes
que habiendo salido de las guerrillas acaban sus vidas en la cárcel, viviendo la
completa desposesión de su dignidad, moral y material.
Hay al menos dos razones importantes para incluir dentro del debate
sobre las narrativas centroamericanas de posguerra la novela Cenizas en la
memoria (1994) del hondureño Jorge Medina García. La primera tiene que ver
con las características discursivas propias de este texto que permite considerar
2
los modos en que la experiencia histórica pudo ser modelada en la escritura
literaria, y esto en cuanto que preguntarse por las ‘narrativas de la posguerra’
supone volver sobre los problemas más generales de la experiencia y la
representación como categorías del análisis literario, y de la interpretación de la
literatura como documento de la historia. Y en segundo lugar, pero no
desligado de lo anterior, porque se trata de un texto que proviniendo de un
autor hondureño y situándose primordialmente en Honduras, habla de
experiencias históricas de algunas personas o de algunos sectores de la
sociedad de un país que no habiendo vivido guerras civiles (en términos de
intensidad y extensión) como los países vecinos, pudo, sin embargo, verse
implicado también en el ascenso y declive de los procesos revolucionarios de la
región.
Experiencia y representación
En Cenizas de la memoria hay un registro de trayectorias personales y de
acontecimientos que se entrecruzan con la violencia armada revolucionaria,
con la represión de los movimientos sociales y con la desmovilización de los
ejércitos guerrilleros. Tales sucesos, sin embargo, se hayan imbricados con
otros, que pueden ser incluso más centrales en la novela, como lo son las
vivencias individuales y colectivas de la pobreza (la desintegración familiar, el
desempleo, la migración, la delincuencia, la cárcel, la enajenación religiosa,
etc.) en los contextos agravados del ajuste estructural de la economía en
Honduras.
La novela hace volver sobre los problemas de la experiencia y la
representación en virtud de esta particular articulación de su universo
3
referencial, que por un lado se muestra conectado y por otro distanciado de lo
que podrían ser consideradas las experiencias típicas de la guerra y la
posguerra centroamericanas, a lo que se añade el que por una parte se
muestra orgánico y por otra relativamente contradictorio con respecto a las
visiones revolucionarias del momento histórico. Si la novela ha conseguido
ofrecer una propuesta propia sobre la interpretación de ese momento, aquí
queremos preguntarnos cómo ha sido posible esta autonomía desde el punto
de vista narrativo y hasta qué punto podría considerarse que responde a la
‘experiencia desde Honduras’.
La disputa de la década de 1930 sobre el realismo en que se vieron
involucrados Lukács, Adorno, Benjamin y otros autores, aportó sin duda
elementos para avanzar más allá de la teoría del reflejo mecánico de la
realidad en la literatura. Ha sido común desde entonces considerar las
imágenes de realidad de la literatura como interpretaciones intersubjetivas del
acontecer histórico.
Los escritos de Benjamin apuntaron en la dirección del reconocimiento
de la ‘pérdida de la experiencia’ en el acto de novelar como consecuencia de
las distintas tecnologías de la narración. Para Benjamin, la experiencia se
perdía en el acto mismo de novelarla por cuanto, en ese género típico de la
modernidad racionalista que es la novela, los acontecimientos vividos,
presenciados, escuchados o imaginados, pasaban inmediatamente a ser objeto
de la explicación. ‘Ya no nos alcanza acontecimiento alguno –escribió- que no
esté cargado de explicaciones’ (Benjamin, W.: 4).
El novelista, como el historiador, según Benjamin, no se contenta con
presentar los acontecimientos como muestras del curso del mundo sino que se
4
siente obligado a integrarlos en una interpretación. Es lo que Lukacs llamaba el
‘sentido de la vida’, que resultaba de la ‘experiencia del tiempo’ en la novela
(Cit en Benjamin 1936: 4).
Tanto el cronista, -escribió Benjamin- orientado por la historia sagrada, como el
narrador profano, tienen una participación tan intensa en este cometido, que en el caso
de algunas narraciones es difícil decidir si el telar que las sostiene es el dorado de la
religión o el multicolor de una concepción profana del curso de las cosas.
(1936: 8-9)
Desde el punto de vista del análisis marxista, Frederic Jameson retomó
el papel de la ideología en la construcción del artefacto textual que en la línea
althusseriana suponía una ‘estructura representacional que permite al sujeto
individual concebir o imaginar su relación vivida con realidades
transpersonales, tales como la estructura social o la lógica colectiva de la
Historia’ (1989: 25). Para Jameson en el acto literario, la textualización de lo
real supone la doble y simultánea operación de crear y someter a un orden las
imágenes de realidad.
El acto literario o estético mantiene siempre por consiguiente alguna relación activa con
lo Real, pero para que así sea, no puede simplemente permitir a la ‘realidad’ perseverar
internamente en su propio ser, fuera del texto y a distancia. Sino que debe llevar lo real
a su propia textura… El acto simbólico empieza por consiguiente por generar y producir
su propio contexto en el momento mismo de la emergencia en que se aparta de él,
tomando su medida con miras a sus propios proyectos de transformación.
(Jameson 1989: 66)
5
Para Jameson, las imágenes de realidad (o experiencias) no están
necesariamente dadas o predeterminadas sino que su conformación en la
escritura viene a ser concreción de un inconsciente político que las configura y
les da sentido con referencia a lo que él llama los ideologemas.
El acto literario es un acto simbólico comparable al que se considera
propio de los pueblos ‘primitivos’, producto de un pensamiento salvaje
(inconsciente) cuya función es ‘inventar “soluciones” imaginarias o formales a
contradicciones sociales insolubles’ (Jameson 1989: 64). Las unidades
mínimas inteligibles de esos discursos, que en el momento de formularse
entran en competencia antagónica con otros en los debates de las sociedades,
es lo que Jameson llama ideologemas (1989: 62).
El ideologema –escribe Jameson- es una formación ambigua, cuya característica
estructural esencial podría describirse como su posibilidad de manifestarse ya sea
como una pseudoidea -un sistema conceptual o de creencias, un valor abstracto, una
opinión o prejuicio-, o ya sea como protonarración, una especie de fantasía de clase
última sobre los ‘personajes colectivos’ que son las clases en oposición.
(1989: 71).
De este modo –concluye Jameson-, el enunciado individual o texto es aprehendido
como un gesto simbólico en una confrontación ideológica esencialmente polémica y
estratégica entre las clases…” (1989: 69).
En Latinoamérica Isabel Quintana ha hecho un ejercicio ejemplar por
comprender a través de los textos literarios las formas en que ha sido
concebida la crisis de fin de siglo. Partiendo del presupuesto de que lo literario
no es ni dependiente ni independiente de lo socio-político ha propuesto
6
reconocer como ‘figuras de la experiencia’ a los particulares entramados de los
procesos sociales y discursivos en la construcción narrativa.
En su estudio sobre tres novelistas del cono sur, Quintana presta
atención a los modos de constitución de las identidades, a los procesos de
configuración de imágenes y a los límites de la decibilidad con referencia a los
contextos de crisis social, política e ideológica del momento. Más que las
imágenes referenciales tópicas, Quintana llama la atención sobre las
modalidades de posicionamiento discursivas de los sujetos, sobre los espacios
que los acogen o que los definen y sobre aquello acerca de lo cual los textos se
pronuncian o dejan de pronunciarse y que constituyen maneras diversas de
conferir significado a la experiencia (Cit en Szurmuk 2002: 1157-1161).
Por una parte, señala Quintana, ‘la palabra’ busca cumplir el cometido
de ‘sustentar existencias’, en cuanto puede hallarse en el ejercicio literario el
apoyo con respecto a lo que se vive, y por otro, ‘la memoria’ como motivo de la
escritura ‘puede articular los momentos dispersos de la experiencia en un
horizonte de sentido’ (Cit en Szurmuk 2002: 1161)
Es curioso observar que el título de la novela que nos ocupa, Cenizas de
la memoria, alude precisamente a ese tipo de fragmentos de experiencia que
siendo restos de lo vivido o presenciado vendrían a ser formas de conciencia
que albergan o podrían albergar un sentido. Y la escritura vendría a ser una
manera tanto de recuperar como de interpretar esas experiencias.
Los procesos revolucionarios en Honduras
El que en Honduras no se hubiera llegado a una guerra civil abierta no supone
que en este país no se vivieran los procesos revolucionarios que afectaron a la
7
región. Efectivamente los enfrentamientos armados no alcanzaron la extensión
ni la intensidad de los ocurridos en Nicaragua, El Salvador o Guatemala ni
tampoco los revolucionarios llegaron a tomar el poder o a estar cerca de ello.
No obstante, cierto sector que pudo ser minoritario pero de importantes
repercusiones en la sociedad, abrazó las utopías revolucionarias y contribuyó a
provocar profundas transformaciones en el sistema político y en la vida social.
Como en los demás países de la región, el ideal de una revolución socialista,
antiimperialista y nacionalista se abrió paso entre las filas de la izquierda
radical (especialmente de los comunistas, con fuerte afincamiento en los
sectores estudiantiles, obreros y campesinos) hasta desembocar en la década
de los 80 en la cristalización de la vía armada como alternativa de acceso al
poder.
El Partido Comunista fue fundado en la década de 1920 y tuvo un
destacado liderazgo en la huelga bananera de 1954 que entre otras cosas
condujo a la legislación laboral de la década de 1960. En 1965 como reacción
al golpe militar de Oswaldo López Arellano los comunistas armaron una
columna guerrillera que fue destruida en el lugar conocido como El Jute en las
montañas cercanas a la ciudad de El Progreso (Rodríguez 2005: 43, 117). La
alternativa de la lucha armada bajo la modalidad del foquismo guerrillero
alentada por el ejemplo de la revolución cubana, se convirtió desde entonces
en uno de los motivos principales de debate entre los comunistas hondureños
como entre los demás de la región.
Una primera división del Partido Comunista se produjo en 1967 en parte
alentada por este debate que hizo evidente para ciertos sectores más radicales
la pasividad y el revisionismo en que había caído la actividad de la
8
organización. La alternativa armada no llegó a cristalizar entonces pero instaló
el conflicto entre el ala tradicional y prosoviética del Partido Comunista (PC) y
la que terminará siendo relativamente más radical y maoísta del Partido
Comunista Marxista Leninista de Honduras (PC-MLH ) (Ramírez 2005: 100).
Durante la década de 1970, bajo el clima de reformismo y tolerancia que
cobró la dictadura militar, los comunistas ampliaron su incidencia tanto entre los
sectores populares como en las políticas del Estado. Desde la década anterior
los comunistas habían ganado una influencia creciente en la emergencia del
movimiento campesino con la formación de la primera organización agraria, la
Federación Nacional de Campesinos de Honduras (FENACH), cuya vida fue
efímera pero que inspiró un proceso de organización semejante en distintas
regiones del país con participación de otros sectores y de otros grupos políticos
afines a sus propuestas, especialmente de tendencia social cristiana. A inicios
de la década de 1970 distintas organizaciones campesinas y obreras, en parte
alentadas por los comunistas, realizaron una alianza para crear la Central
General de Trabajadores (CGT) (Ramírez 2005: 38; Barahona 2005: 212-213).
Cuando en 1972 se produjo el golpe de Estado de López Arellano, los
comunistas fueron consultados y posteriormente incorporados a los diálogos
que condujeron a planificar las reformas, incluido el diseño de la Reforma
Agraria que sería decisiva para la distensión de los conflictos en el campo y
para distinguir los procesos sociales vividos en Honduras de los de los países
vecinos. Al mismo tiempo los comunistas aprovecharon la coyuntura
relativamente favorable para ampliar las labores de educación, organización y
propaganda entre los sectores estudiantiles, obreros y campesinos (Rodríguez
2005: 57, 61). En los 70 su influencia fue notoria en sindicatos beligerantes y
9
de nutrida membrecía como los de las compañías bananeras, de industrias
textiles y de alimentos, lo mismo que de instituciones estatales (SITRATERCO,
SUTFRACO, STIBYS, SITRAPANI, SITRAENEE, entre otros) (Ramírez 2005:
42, 67). Como lo venían haciendo desde la década anterior, los comunistas
promovieron también la formación de frentes políticos en la Universidad
Nacional (convertida en breve en un baluarte de la utopía revolucionaria) y en
los sectores estudiantiles de educación media que aportaban los contingentes
más jóvenes de la militancia (FRU, FESE, FES, FAR, etc.), los que juntos
alcanzarían una presencia notable en los movimientos sociales de esos años
(Ramírez 2005: 57; Barahona 2005: 215).
El triunfo de la Revolución Sandinista en 1979 y el ascenso de los
procesos revolucionarios en El Salvador y Guatemala a partir de 1980
influyeron en la fragmentación y radicalización definitiva de los comunistas que
desembocó en la formación de organizaciones político militares directamente
implicadas con la lucha armada. En 1979 apareció el Frente Morazanista para
la Liberación de Honduras (FMLH), escindido del Partido Comunista Marxista
Leninista de Honduras (PC-MLH); en 1980 se organizó el Movimiento Popular
de Liberación ‘Cinchonero’ que arrastró a una parte significativa de la
membresía del Partido Comunista de Honduras (PCH); y en ese mismo año
surgieron las Fuerzas Populares Revolucionarias ‘Lorenzo Zelaya’, creadas con
antiguos miembros del la izquierda del movimiento social cristiano y con
nuevos adherentes procedentes del movimiento estudiantil universitario
(Barahona 2005: 238).
Importante en este momento fue la transnacionalización del conflicto, en
el sentido de que la dinámica nacional interna se vio integrada en la dinámica
10
geopolítica regional. Los procesos revolucionarios de los países vecinos
desbordaron las fronteras e involucraron a los sectores afines en Honduras
(demandando apoyo para sus luchas y motivando su radicalización), al mismo
tiempo que emergió la respuesta represiva con apoyo decisivo de los Estados
Unidos de América que vieron sus intereses amenazados. En este contexto
Honduras terminó siendo el asiento de la estrategia político militar
estadounidense, mediante el establecimiento de bases militares para fuerzas
norteamericanas, de campos de entrenamiento para los ejércitos
contrainsurgentes de El Salvador y Guatemala y de asiento de los
campamentos de la contrarrevolución nicaragüense.
Las Fuerzas Armadas en la década de 1980 dieron un giro completo
respecto de su reformismo anterior para adoptar una férrea política de
seguridad nacional que desarticuló los grupos insurgentes en Honduras.
Durante la década de los 80 la violencia alcanza sus picos más altos, tanto por
las acciones de la izquierda radical como por las de la represión. Los grupos
insurgentes toman sedes de organismos internacionales y emisoras de radio
con fines publicitarios; realizan asaltos, secuestros (incluido el de un avión de
una línea comercial y la toma de la Sede de la Cámara de Comercio e Industria
de San Pedro Sula). Igualmente realizan atentados con explosivos contra las
fuerzas de ocupación norteamericanas y lanzan columnas guerrilleras en las
montañas. Las fuerzas de seguridad practican por su parte una guerra sucia,
que incluía como recurso principal el terror de Estado, la desaparición física de
personas, la amenaza y el hostigamiento selectivos. A lo cual debieron
sumarse las acciones de organizaciones paramilitares que practicaron
igualmente ejecuciones extrajudiciales. El Informe de la verdad de Honduras
11
(Los hechos hablan por sí mismos) elaborado por el Comisionado Nacional de
los Derechos Humanos, reportó 179 casos de desapariciones asociadas a la
guerra sucia ocurridas en Honduras entre 1980 y 1992 (CONADEH: 385). Esto,
sin embargo, sólo puede tomarse como un dato indicativo de la relativamente
baja intensidad del conflicto (comparado con los millares de muertos
anualmente en los países vecinos) en tanto que los organismos de derechos
humanos denunciaban cantidades de víctimas mucho mayores para esos
mismos años. Sólo para 1987 según estos organismos se produjeron 263
ejecuciones extrajudiciales y 16 desapariciones (Barahona 2005: 254).
Cuando se llega a la década de 1990 se realiza un proceso de
negociación entre las fuerzas gubernamentales y las fuerzas insurgentes que
conduce como en los países vecinos al cese de la violencia. A diferencia de lo
ocurrido en Nicaragua, El Salvador y Guatemala, el estallido revolucionario no
produjo una ola de represión masiva por parte de las fuerzas de seguridad del
Estado ni suscitó un respaldo insurreccional comparable de la población. No
obstante, la agitación política revolucionaria había contribuido a hacer avanzar
las políticas sociales del Estado (en materia de legislación y condiciones
laborales, Reforma Agraria, prestación de servicios públicos, etc.) desde la
década de 1960 y a ahondar los procesos de democratización política durante
la década de 1980. En la década de 1990 la hegemonía militar va a ceder
espacio al poder civil (aunque manteniéndose siempre a la sombra) y va
avanzar la institucionalidad democrática del país con la creación del
Comisionado Nacional de los Derechos Humanos (Ombudsman) y del
Ministerio Público. En este sentido, los procesos revolucionarios aunque no
condujeron a una toma del poder ni produjeron las mismas cantidades de
12
víctimas que en los demás países, sí pudieron llegar a ser vividos intensamente
por los sectores radicalizados y aun pudieron incidir en las estructuras de la
sociedad.
Absoluta indigencia
Ocuparse de la propuesta interpretativa que una novela como Cenizas de la
memoria ha podido hacer de la experiencia de los sectores radicalizados en
Honduras, permite considerar más allá de la afinidad y contigüidad de los
procesos revolucionarios centroamericanos, la especificidad que esas vivencias
pudieron tener para algunos de sus implicados.
La novela se sitúa en una cárcel donde han venido a parar dos antiguos
amigos de la infancia una vez consumidas sus vidas. La cárcel (seguramente la
Penitenciaría Central que era un referente común en esos años) es una
ciudadela de la miseria, alegoría del país donde sus habitantes llevan vidas
subhumanas. La primera imagen es la del protagonista, Fausto López,
sacándose los piojos en la mañana del día de visita. Comienza el texto
entonces, diciendo lo indecible, la abyección que se vive en estos lugares que
no es muy diferente de la que vive la mayoría de la sociedad. Son imágenes de
la pobreza y del caos. Los reos comunes mezclados con los locos y ejerciendo
su autoridad los criminales más sanguinarios. Los muros acogen no sólo las
bartolinas inmundas, sino el permanente mercado improvisado con tablas y
cartones, gente ofertando los más disímiles oficios, desde comida o lavado y
planchado de ropa, o remiendo de zapatos hasta la prostitución o la venta de
drogas.
13
Es indicativo de la voluntad del autor y del texto, uno de los epígrafes
tomado de los Poemas Humanos de César Vallejo que dice:
Un hombre pasa con un pan al hombro
¿Voy a escribir, después, sobre mi doble?
Otro se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila,
Mátalo
¿Con qué valor hablar del psicoanálisis?
(Medina 1999: 13)
El personaje de la novela es una extensión del de Vallejo, es la historia
no contada de una de esas víctimas del mundo. La escritura, por otra parte, es
una opción elegida voluntariamente. Podría discurrir sobre temas metafísicos o
psicológicos. Responde, sin embargo, al reclamo ético que ejercen los
problemas sociales que demandan ser narrados. La observación cumple con
indicar que las imágenes de realidad no vienen impuestas por la historia sino
por la conciencia y que se configuran desde una determinada estética, en este
caso de contenido social y político.
Los piojos que angustian al personaje a todo lo largo de la novela son
signo de la degradación humana, de la asimilación del sujeto a una condición
colectiva repulsiva. Son signos de la enfermedad, de la animalidad, de la
suciedad. La cárcel/ciudad es el reducto de los hombres-desperdicio cuyas
vidas interiores y exteriores se confunden con sus excrementos. El inicio del
capítulo tres repite la provocación escatológica del primero, David el
compañero y amigo de Fausto, se suena la nariz en un sucio pañuelo. Se
describen los fluidos, el trapo acartonado y de qué manera, en el gesto de
14
devolver ese pañuelo al bolsillo, el personaje vuelve a reunirse con sus
excrecencias.
Las referencias a la alimentación en la cárcel subrayan esta idea de la
condición subhumana integrada al circuito de los desperdicios. A la pregunta de
Fausto sobre si ya había comido, David responde:
[…] con la mierda que nos dieron mejor digamos que recomí […] recomí como reciclaje
[… ](Medina 1999: 18)
Los padecimientos de los personajes en el nivel más primario son de
carácter físico. Las celdas-castigo de la prisión hacen ver que el confinamiento
conlleva el daño directo sobre los cuerpos. Una de esas celdas estaba formada
por cuatro tablas en la que los reos debían permanecer de pie con los brazos
alzados durante una semana. Otra tenía por suelo una gruesa capa de cal que
quemaba la piel y en la que las permanencias podían ser hasta de seis meses.
La única abertura –dice la novela- estaba a la altura del rostro, permitía verle la lividez y
el alucinamiento de los ojos. Por ahí le alcanzó un bocado que el cuitado masticó con
voracidad de cerdo.
(Medina 1999: 83)
Los padecimientos, sin embargo, son también morales y estos siendo
sutiles quizás calan más hondo en los personajes. Otro leit motiv en la novela
es la pobreza de la ropa. Al final de la novela, en el momento inmediatamente
anterior a la muerte a puñaladas de David, Fausto estaba observando los
remiendos en la camisa de su amigo que un instante después estaría muerto
15
(Medina 1999: 102). Esta imagen se conecta con las iniciales de la novela
cuando siendo el día de la visita, Fausto ha dado a lavar y planchar su mudada
menos deplorable y deberá pagar el trabajo con la escasa pasta de dientes que
le quedaba. La ropa es signo de la dignidad de la persona, la ropa vejada de su
indignidad y algo semejante ocurre con la higiene. En otro momento
particularmente humillante de la novela, Fausto que en otro tiempo había sido
un asalariado solvente, se había visto obligado a comprar ropa usada (un
referente familiar también para los primeros años noventa cuando comenzaron
a instalarse esas tiendas todavía activas en las que se importan prendas
desechadas o de segunda mano de los EEUU). Una india le dice a Fausto: ‘[…]
esos yaguales son de gringos tuberculosos’. Y Fausto contesta ‘[…] ya pueden
tener SIDA […] la necesidad tiene cara de perro’ (Medina 1999: 126).
Moral también es la exasperación de los personajes en un medio
contaminado por las industrias de la enajenación, particularmente de la música
pero también de la religión. Los esperpénticos escenarios de la prisión se
hallan cruzados por la música proveniente de innumerables radios que lanzan
las más absurdas letras y melodías. Mientras Fausto deambula absorto en sus
soliloquios, un negro canturrea una de esas canciones: ‘[…] te pones tu mini y
te ves bien buena, vas a la playa y te ves bien buena […]’ (Medina 1999: 16).
Unos pasos más adelante son reos predicadores los que lanzan sus mensajes
religiosos ‘biblia en ristre’ (Medina 1999: 18). Estos últimos, los predicadores
evangélicos, llegan a cobrar una presencia y a ganar una animadversión
desorbitadas en la novela. Uno de ellos será el blanco de la furia de Fausto al
enterarse que había abusado de su hija y que ésta, siendo menor de edad,
había muerto del consecuente parto precoz.
16
La cárcel como alegoría de la condición humana degradada construye el
contexto referencial principal de la novela. Es la caída en la privación y el
padecer extremos. La conexión parece evidente con respecto a las
consecuencias de las políticas de ajuste estructural de la economía que
produjeron un empobrecimiento dramático de la población especialmente entre
las clases medias y medias bajas. Un primer ideologema puede reconocerse
en esta alegoría y es el de la interpretación de la situación con respecto a la
pauperización de las condiciones de vida y la violencia del Estado sobre los
individuos resultado de las políticas neoliberales. En esta referencia implícita
cobra sentido la comparación cárcel/país. Las vidas individuales son
presionadas por debajo de los umbrales de la pobreza, se vive un castigo moral
y material, la opresión y la violencia de clase, la enajenación y la
desarticulación de los modos de vida y de la cultura tradicionales.
Ahora bien, muy importante en el planteamiento de la novela es que la
situación se encuentra conectada también con los movimientos revolucionarios
de la región. La narración hace saber que los personajes principales, Fausto y
David habían estado involucrados en organizaciones político militares en
Honduras y El Salvador (un referente también común de la conexión de estos
movimientos entre los distintos países de la región). Esto hace emerger en el
horizonte de sentido la posibilidad de que la prisión que padecen los
personajes fuera la consecuencia de su militancia revolucionaria.
El presente de la acción transcurre los dos días previos a la riña en que
encontrará la muerte David y también Fausto. El primer día es el de la visita y
Fausto espera a Ligia su antigua amante. David ha sido amenazado de muerte
por una deuda de juego y espera lo peor. Los conflictos, por lo tanto, se
17
encuentran distanciados de los que pudieran ser típicos de la guerra
revolucionaria pero ésta de algún modo los ha afectado también.
La inminente visita coloca a Fausto en la posición de sentir vergüenza de
sí mismo por el estado en que ha venido a caer. Le resulta odioso que su
amante le vea como un reo común. Esto hace que el personaje vuelva sobre
sus recuerdos buscando explicaciones a su situación y dentro de estos
recuerdos, los de su paso por las filas revolucionarias son de los más intensos.
Particularmente recuerda el momento en que se vio obligado a pasar a
la clandestinidad. Los órganos represivos alertados de su participación en
ciertos atentados con bombas (que constituyen otro referente conocido del
momento en Honduras), le tendieron una emboscada pero por un fallo de
último momento lo confundieron con su hijo mayor, Aquiles, quien es muerto en
la refriega, en la que también muere su mejor amigo, Carlos, que había sido su
modelo de combatiente. Ajeno por completo a la emboscada, Fausto se
encontraba en ese momento en un cine. Un resabio de culpabilidad y la
insoportable sensación de haber sido víctima de la fatalidad son los
sentimientos que asocia Fausto a este recuerdo.
De este modo, puede apreciarse que los episodios de la guerra
constituyen unos de los contenidos principales de la experiencia de los
personajes aunque rodeados de una misteriosa aura fatal. Fausto y David, son
en efecto dos desmovilizados que habían regresado a Honduras después de la
última ofensiva del FMLN en El Salvador, pero sus participaciones en esos
movimientos habían sido ambiguas y su último encarcelamiento no había
tenido nada que ver con ello. El sentimiento de fracaso que embarga a ambos
18
personajes parecería corresponderse con el de la derrota de estos movimientos
aunque como se verá más adelante tiene un alcance mayor.
Fausto había recorrido toda la escala del compromiso con los
movimientos revolucionarios sin que fuera eso algo de lo que se sintiera muy
orgulloso (Medina 1999: 74). Cumplió labores de concienciación y de
educación política de las clases populares aunque entonces consideró que se
le habían dado esas funciones para apartarlo del peligro; fue artificiero
responsable de atentados con bombas pero no fue de quienes colocaron
directamente los explosivos; fue locutor de Radio Venceremos en la guerrilla de
El Salvador, pero esto lo siguió manteniendo lejos de la línea de fuego; y
finalmente cuando empuñó y disparó su arma en la última ofensiva del FMLN,
lo que le valió elogios de sus compañeros, terminó por considerar que se había
tratado de un golpe de suerte.
Pasados los años Fausto se da cuenta de que su participación en la
guerra se había debido más a motivos personales. Se había enlistado en el
movimiento cuando como consecuencia de haber quedado desempleado, no
pudo proveer lo necesario a la familia que había formado con su amante Ligia,
y ella había aceptado colocarse en un puesto de trabajo en el negocio de un
antiguo enamorado. Sus motivos habían sido así más el rencor y el despecho
que los de la lucha política.
El caso de David había sido aun más patético pues llega a decir no
haber sabido a ciencia cierta por qué había luchado. En un pasaje
particularmente ilustrativo, David le pregunta a Fausto que si al final habían
triunfado o perdido en aquella guerra, y David le contesta: ‘ganábamos cuando
19
luchábamos […] la lucha es un triunfo’ (Medina 1999: 111), esto en cuanto que
habiendo dejado de luchar habían perdido un motivo para vivir.
Como se dejó dicho antes, el encarcelamiento final de los personajes
tampoco había tenido que ver con su participación revolucionaria y se había
debido en realidad a causas fortuitas. David había terminado en prisión por
mala suerte: se encontraba viviendo en un pueblo del interior del país, ya de
regreso de la aventura revolucionaria, cuando fue acusado de robo de ganado.
Sometido a brutales torturas terminó siendo inculpado por unas muertes que no
había cometido. Su cárcel había venido a ser así del todo injusta y arbitraria.
El caso de Fausto no deja de ser afín. Llega a la cárcel por haberle dado
un tiro en la cabeza al predicador que había abusado de su hija. Sin duda
también había habido mala suerte en la serie de circunstancias que habían
colocado a Fausto en la posibilidad de tomar una venganza que no había
buscado, si bien su prisión respondía al menos a una lógica judicial. A su pesar
Fausto es un reo común, como también lo es David aunque injustamente.
Como puede apreciarse, lo que la novela hace en la práctica es mostrar
una integración relativa, o no concluyente, de los personajes con los procesos
revolucionarios. La novela concita y al mismo tiempo se aleja de una
explicación revolucionaria para la situación. Esto es de particular importancia
para la consideración de la propuesta interpretativa de la novela pues permite
apreciar un distanciamiento deliberado de lo que podríamos llamar el
ideologema de la guerra revolucionaria.
Las vidas de estos personajes conocen la guerra, pero la guerra no
explica completamente su padecer. El ideologema de la guerra del que la
novela nos hace percatarnos, vendría a ser ese constructo interpretativo que
20
permite ligar las condiciones de privación y opresión a las de rebeldía e
insurrección, y éstas últimas a las de represión y castigo. Como se ha podido
ver ni el enlistamiento en los movimientos revolucionarios ni la cárcel que
padecen los personajes responde a este encadenamiento causal.
Aunque la novela pueda ser orgánica con respecto a nociones como las
de la lucha de clases o la visón del Estado como expresión de una violencia
clasista, típicas del marxismo y de los movimientos de izquierda de la región,
es contradictoria cuando eleva a condición explicativa mayor la mala fortuna o
el destino fatal.
Walter Benjamin encontraba lo verdaderamente poético del acto
narrativo antiguo (del narrador tradicional o premoderno), en su capacidad de
ofrecer el acontecimiento puro, despojado de toda explicación. Desde su punto
de vista el efecto mágico de la narración se hallaba en la posibilidad de dejar
hablar por sí mismos a los acontecimientos independientemente de las ideas
preformadas (e ideologizadas, diríamos nosotros) del narrador.
Evidentemente, la novela de Medina García gana autonomía
distanciándose de las explicaciones ideológicamente marcadas de izquierda, lo
que probablemente le facilita abarcar en su visión narrativa otros hechos del
contexto (importantes aunque no típicos de las luchas revolucionarias) como
los del desempleo y la pauperización. No obstante, esto no supone que la
narración se halle libre de explicaciones sino que éstas se remiten a un sistema
de creencias diferente. Como se intentará hacer ver a continuación, lo que
Medina García hace prevalecer como constructo interpretativo es el fatalismo,
una visión determinista y negativa del curso de la historia, según la cual el
21
destino funesto se impone sobre la libertad y la voluntad de los individuos
condenándolos a la tragedia.
El fatalismo vendría a ser un ideologema de corte conservador (en la
medida en que reafirma la pasividad respecto del statu quo) que puede
considerarse más poético, (en el sentido que subsume las vidas individuales en
los arcanos inescrutables del destino), pero que puede sostenerse que se halla
ligado al pensamiento religioso tradicional (que es donde típicamente puede
encontrársele bajo las denominaciones de voluntad divina o predestinación). En
este sentido, la novela estaría ligando su interpretación del momento histórico a
un cuerpo de creencias arraigado en las mentalidades populares y aun en las
elites intelectuales, proveniente del pasado cultural, pero sin duda aún activo
en el presente en Honduras.
El día de la visita quien aparece a ver a Fausto inesperadamente es su
esposa, Daisy. La mujer a quien éste le había sido infiel, la que había dejado
con dos hijos a quienes no había ayudado a mantener, la que había visto
perseguir a esos hijos y morir uno de ellos por culpa suya y la que, de regreso
de su aventura revolucionaria, lo había vuelto a acoger y mantener en su casa
hasta cuando había sido encarcelado. No viene Daisy a ofrecerle palabras
amables sino una incontenible andanada de reproches en la que salen a relucir
estas distintas facetas de su relación.
¡Satanás! –le increpa Daisy aludiendo al apodo que le han puesto en la prisión a
Fausto-. ¡Ni siquiera sabés lo que tratan de decirte! Lo más malo y perverso del
mundo… el traidor más ruin… el Anticristo… la bestia más repugnante del infierno…
¡Dios mío! ¡Qué pecado debo que me has echado encima tanta vergüenza!
(Medina 1999: 41)
22
Para Daisy, Fausto ha sido la maldición que arrastró su vida a la
tragedia. El propio Fausto parece darle la razón, pues no siente otra cosa que
lástima por sí mismo y reconoce que su vida ha sido un fracaso de principio a
fin. Dado a la bebida, Fausto solía abandonarse a estos estados depresivos
que la enajenación alcohólica profundizaba.
[…] Salud, decíamos a cada rato entre grandes tragantazos, hasta el punto de que dejé
de ponerle atención a lo que decía y me dio la borrachera nostálgica, metiéndome en la
onda del completo fracaso de mi vida como oficinista abortado, revolucionario de a
centavo y padre irresponsable que no había terminado en otra cosa más que en un
viejo acabado, zampado en una mudada regalada y con ganas de beber hasta caerme
[…]
(Medina 1999: 137)
Fausto no responde a ningún estereotipo ejemplar de hombre sino del
que ha sido herido por la fatalidad. Otro epígrafe de la novela establece esa
semejanza del personaje con Satanás, en el sentido de ser alguien venido a la
tierra sin otro propósito que el del mal.
Y dijo Jehová a Satanás: ¿de dónde vienes? Y respondió Satanás a Jehová y le dijo:
de rodear la tierra y de andar por ella (Job 2:2)
(Medina 1999: 11).
Después de la visita de Daisy aparece finalmente Ligia, su antigua
amante, con quien había procreado a Malva Marina, la hija abusada por el
predicador y muerta sin que Fausto hubiera estado presente para protegerla.
23
Ligia, sin embargo, aún le quiere y le profesa comprensión y afecto. Su
encuentro es un consuelo y parece comunicar una cierta esperanza a la
situación, pero ocurre en unas condiciones tan lamentables que el personaje
reincide en la autoconmiseración. Para poder encontrarse con ella Fausto
alquila por unos pesos difícilmente conseguidos, un inmundo cuartucho de la
prisión de donde, sin embargo, tendrán que salir apresurados pues el tiempo a
su disposición era limitado y otra pareja reclamaba su turno.
Como puede apreciarse, el personaje se sitúa a sí mismo como la
víctima de un padecer sin límites. Es un personaje que ha perdido todo: el
empleo, la guerra, la familia, el amor, y en este sentido su indigencia es
absoluta, moral y material. De boca del fementido predicador abusador de su
hija sale la expresión que mejor explica la situación del personaje:
Escúchenme bien hermanos míos, estar sin Dios es la verdadera y terrible soledad.
(Medina 1999: 90).
Es una orfandad cósmica la que padece Fausto y en esto muy
semejante al sentimiento que puebla los poemas de César Vallejo.
El clímax de la novela reafirma esta explicación fatalista del destino.
Ocurre en los capítulos finales en los que se entrelaza el momento en el que
Fausto le infiere el disparo al predicador, con el momento de la muerte a
cuchilladas de David y del propio Fausto. Son capítulos de gran intensidad en
los que los personajes están consumándose en su mala suerte. Con un
revólver en la mano y teniendo frente a sí al predicador, Fausto no podrá evitar
dispararle. Mientras que David no pudiendo sustraerse al vicio del juego de
24
dados y debiendo una alta suma de dinero será acuchillado. Fausto salta en
defensa de su amigo y da muerte al victimario, pero en el lance cae también él
herido de muerte. Ha sido una vulgar riña carcelaria y las muertes han sido tan
gratuitas y sin sentido como la vida misma de los personajes.
Distintos críticos han hecho ver en la novela esta alegoría fatalista que
se extiende al entendimiento del destino del país. Julio César Pineda escribió
que la novela ‘les tiene reservado un destino a sus criaturas que es el mismo
para todos: la tragedia’ (1999: 179). Juan Ramón Saravia escribió que la novela
refiere ‘el absurdo cotidiano, el fracaso recurrente, el intento eternamente fallido
que aherroja a estos personajes’ y que tal historia ‘no es otra cosa que una
formidable presentación de este pobre, desposeído y frustrado Sísifo que se
llama Pueblo hondureño’ (1999: 167). José López Lazo igualmente se refirió a
esa mala suerte que acompaña a los personajes como a ‘una sal que viene de
lejos’ y añadió ‘Fausto es Honduras incapaz de salvarse, de apropiarse y hacer
sangre los distintos proyectos modernizantes que se han importado a lo largo
de su historia’ (1999: 171).
Como puede apreciarse estas observaciones no sólo reconocen la
interpretación fatalista de la novela sino que le conceden todo crédito, lo que
habla del enraizamiento de este tipo de explicaciones en la sociedad y la
cultura hondureñas. Aquí quiere resaltarse, en cambio, que se trata de una
interpretación entre otras posibles y tan voluntariosa como hubiera sido la de
explicar la situación del país solamente con referencia a la pauperización
neoliberal de la sociedad o al contexto revolucionario de la región.
La aleatoridad (el carácter tendencioso o pre-juiciado) de estas
interpretaciones salta a la vista cuando las consideramos como ideologemas,
25
esto es, asociadas a constructos interpretativos preconstruidos que no
solamente pudieron preceder a la narración sino que pudieron influir en la
definición misma de los hechos narrados.
Desde el punto de vista que sostenemos aquí, este texto, como
cualquier otro, no refleja mecánicamente la realidad sino que la recrea
confiriéndole un orden y una estructura. Por una parte, el análisis muestra que
la situación es construida por una mirada narrativa que reconoce hechos con
referencia a distintas interpretaciones en competencia. La novela termina por
conceder un peso explicativo mayor al fatalismo pero lo logra mediante una
compleja imbricación de las otras explicaciones que en cierto modo subsume y
reconfigura en una unidad que da coherencia a los acontecimientos.
Como se ha visto, las referencias en esta novela a hechos
revolucionarios típicos aunque ponen en evidencia procesos sociales vividos en
Honduras y en la región, no habilitan una explicación unilateral ni homogénea.
Lo vivido en Honduras -viene a decir la novela- no fue lo mismo que en los
países vecinos, hubo episodios de violencia armada revolucionaria pero
constituyeron más bien actos fallidos. Para este país la guerra pudo ser lo que
fue para los personajes dela novela, algo que habiéndose dado no se dio como
debería, uno más de los fracasos de su historia.
A juzgar por la importancia que la novela concede a la interpretación
cárcel/país es posible incluso que después del fatalismo sea jerárquicamente
más importante el ideologema de la pauperización neoliberal que el de la
guerra revolucionaria para conferir unidad al momento vivido en Honduras.
Si ha de darse crédito a la teoría narratológica, en el acto de narrar hay
una tensión entre las estructuras mentales, generalmente anteriores o
26
prefiguradas y los hechos mismos que retan esas prefiguraciones. La novela de
Medina García permite apreciar ese debate entre hechos e ideologemas, un
debate que quizás sea la mejor justificación de la narración si se considera que
asume efectivamente el reto de conferir o reconocer el sentido (moral, emotivo,
político, etc.) de unas experiencias que de otro modo se disiparían en la
conciencia o resultarían simplemente opacas.
De este modo decir que la novela narra el momento histórico desde la
experiencia de Honduras, supone considerar no solamente los eventos que
pudieron registrar los historiadores sino las figuras de experiencia que pudieron
cristalizar en la conciencia, así sea que resulten en extremo tremendistas.
Obras citadas
Barahona, Marvin, 2005. Honduras en el siglo XX. Una síntesis histórica. (Tegucigalpa: Guaymuras).
Benjamin, Walter, 1991. El narrador (1936). (Madrid: Taurus).
Comisionado Nacional de los Derechos Humanos, 2002. Los hechos hablan por sí mismos. Informe preliminar sobre los desaparecidos en Honduras 1980-1993. 2ª ed. (Tegucigalpa: Guaymuras).
Jameson, Frederic, 1989. Documentos de cultura, documentos de barbarie. La narrativa como acto socialmente simbólico. (Madrid: Visor).
López Lazo, José D. 1999. ‘Cenizas en la memoria: la sal de Fausto López, una sal que viene de lejos’. En Medina García, Jorge, 1999. Cenizas en la memoria (1994). 2ª ed. (Tegucigalpa: Guaymuras). Páginas 169-173.
27
Medina García, Jorge, 1999. Cenizas en la memoria (1994). 2ª ed. (Tegucigalpa: Guaymuras).
Pineda, Julio César, 1999. ‘Abajo, está la realidad al revés’. En Medina García, Jorge. 1999. Cenizas en la memoria (1994). 2ª ed. (Tegucigalpa: Guaymuras). Páginas 175-179
Rodríguez, Edgardo, 2005. La izquierda hondureña en la década de los ochenta. (Tegucigalpa: Editorial Elena).
Saravia, Juan Ramón, 1999. ‘Esta novela de Jorge Medina García’ en Medina García, Jorge, 1999. Cenizas en la memoria (1994). 2ª ed. (Tegucigalpa: Guaymuras). Páginas 163-168
Szurmuk, Mónica. 2002. ‘Sobre Isabel Quintana, Figuras de la experiencia en el fin de siglo: Cristina Peri Rossi, Ricardo Piglia, Juan José Saer, Silviano Santiago’. En Revista Iberoamericana. 18(201) octubre -diciembre: 1157-1160.