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Imre Kertész Liquidación Traducción de Adán Kovacsics

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  • Imre Kertsz

    Liquidacin

    Traduccin de Adn Kovacsics

  • ALFAGUARA Ttulo original: Felszmols / Liquidation 2003, Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main De la traduccin: Adan Kovacsics De esta edicin: 2004, Santillana Ediciones Generales, S. L. Torrelaguna, 60. 28043 Madrid Telfono 91 744 90 60 Telefax91 744 92 24 www.alfaguara.com ISBN: 84-204-0116-1 Depsito legal; M. 2.335-2004 Impreso en Espaa - Printed in Spain Diseo: Proyecto de Enric Satu Cubierta: Anna Frov Josef Sudek, Retrato del pintor Vclav Sivko (fragmento, 1955)

  • Para Magda

  • Entonces entr en casa y escrib: Es medianoche. La lluvia azota los cristales. No era medianoche. No llova. BECKETT, Molloy

  • Llamemos Keser a nuestro hombre, al hroe de esta historia. Imaginamos a una persona y luego

    un nombre. O a la inversa: imaginamos un nombre y luego a la persona. Todo ello resulta, sin embargo, prescindible en este caso, porque nuestro hombre, el hroe de esta historia, se llama realmente Keser.

    As se llamaba tambin su padre. E incluso su abuelo. Por tanto, Keser fue registrado con el apellido de Keser en el registro civil: sta es la realidad.

    Keser, sin embargo, no la tena en mucho ltimamente (la realidad, queremos decir). ltimamente en uno de los aos postreros del pasado milenio, en una radiante maana de principios de primavera de 1999, por decir algo la realidad se haba convertido en un concepto problemtico para Keser o, cosa esta an ms grave, en un estado problemtico. En un estado que segn el sentir ms ntimo de Keser careca sobre todo de realidad. Cuando de algn modo lo obligaban a utilizar la palabra, Keser siempre aada en el acto: La llamada realidad. Era, desde luego, una satisfaccin bastante msera, que, por supuesto, no lo resarca.

    Keser, como sola hacer con frecuencia ltimamente, se hallaba ante su ventana, mirando abajo, a la calle. sta ofreca el espectculo ms cotidiano y habitual de las cotidianas y habituales calles de Budapest. Los coches permanecan aparcados en la acera plagada de manchas de mugre, aceite y excremento canino, y por el hueco de un metro de ancho que se abra entre los vehculos y los muros leprosos de los edificios transitaban los cotidianos y habituales peatones, afanados en sus asuntos; sus semblantes hostiles permitan deducir la existencia de sombros pensamientos. Algunos, ansiosos por adelantarse a la fila india que los preceda, se bajaban de la acera, pero el coro de bocinas cargadas de odio no tardaba en frustrar la absurda esperanza de poder salirse de la fila. En los bancos de la plaza de enfrente, en aquellos, concretamente, que no haban sido despojados de sus listones, se sentaban los sin techo de la zona, con sus hatos, bolsas y botellas de plstico. Sobre una barba hirsuta brillaba un gorro de lana carmes cuya borla colgante se meca alegremente junto a aquel pelo tan recio. El pesado abrigo de invierno, carente ya de botones y de color, propiedad de un hombre tocado con la arrugada gorra de oficial de un ejrcito inexistente, estaba ceido por un cinturn de seda abigarrado, floreado y coqueto, que en su da a buen seguro haba formado parte de una bata de seora. Unos pies de mujer, plagados de juanetes y calzados con unos zapatos de noche plateados y de tacones desgastados, emergan de unos pantalones vaqueros; ms all, sobre la estrecha franja de hierba rala, yaca una figura indefinible, parecida a un montn de trapos, toda piernas encogidas y catatnica inmovilidad, tumbada o por el alcohol o por la droga o quiz incluso por ambos a la vez.

    Mientras contemplaba a los sin techo, Keser tom conciencia de pronto de que volva a contemplarlos. No caba la menor duda de que les dedicaba demasiada atencin ltimamente. Era capaz de perder media hora de su tiempo que, por lo dems, careca de valor con la fascinacin de un voyeur que no logra desprenderse del espectculo obsceno que se le ofrece. Para colmo, esta actitud de voyeur le generaba conciencia de culpa, acompaada por una atraccin mezclada con repugnancia que acababa desembocando en una inquietud nauseabunda y en angustia existencial. En el instante en que esta angustia se perfilaba claramente en l, Keser, como si hubiera alcanzado la misteriossima meta de su misteriosa actividad, se daba la vuelta satisfecho, por as decirlo, y se acercaba a la mesa, sobre la cual yacan, abiertos y revueltos, como pjaros muertos, diversos manuscritos.

    Saba Keser que esta relacin obsesiva que se haba establecido con los sin techo sin su conocimiento y aprobacin, como quien dice, guardaba algo inquietante. Realmente sufra por ello como por una enfermedad. De hecho, habra bastado decidir no acercarse ms a la ventana. O

  • acercarse con el nico propsito de abrirla para ventilar las habitaciones o para otros fines prcticos. De repente, sin embargo, se daba cuenta de que volva a estar junto a la ventana, contemplando a los sin techo.

    Supona Keser que esta peculiar pasin suya deba de entraar algn significado explicable. Es ms, tena la sensacin de que, desentraando este significado, comprendera mejor su vida, que en los ltimos tiempos le resultaba incomprensible. Tena la sensacin de que abismos lo separaban ltimamente de esa constante casi palpable que en su da conociera por el nombre de personalidad. La cuestin hamletiana ya no era, para Keser, ser o no ser, sino: soy o no soy?

    Keser, aparentemente distrado, hoje uno de los documentos mecanografiados que yacan sobre su escritorio. Era un legajo bastante grueso, el manuscrito de una pieza de teatro. Sobre la cubierta estaban el ttulo, LIQUIDACIN, as como la denominacin del gnero: Comedia en tres actos. Debajo pona: La accin transcurre en Budapest, en 1990. Cogi la primera hoja entre dos dedos, dispuesto a seguir hojeando, pero de repente decidi detenerse en el dudoso placer que le proporcionaba la descripcin del escenario:

    (El desolado despacho de redaccin de una desolada editorial. Paredes desconchadas, armarios

    desvencijados, enormes huecos entre los libros colocados en los estantes, polvo, abandono; aunque no hay indicio de mudanza alguna, la desoladora provisionalidad de los traslados lo domina todo. En el despacho hay cuatro escritorios, cuatro puestos de trabajo. Sobre las mesas, mquinas de escribir, algunas de ellas tapadas con un protector, libros apilados, carpetas con manuscritos, archivadores. Las ventanas dan a un patio. En el fondo, una puerta que da al pasillo. A lo lejos se vislumbra la luz solar de la ltima hora de la maana. El desolado despacho de la redaccin, sin embargo, est iluminado por luz artificial

    All se encuentran Krti, su esposa Sara y el doctor Oblth. Estn sentados como si esperaran a alguien, perdidos, en torno a un escritorio del que se descubrir que es el de Keser.)

    Not Keser que empezaba a apoderarse de l la pasin lectora, extraa posesin determinante y

    funesta para su vida. Le gustaba el dilogo que abra la obra: KRTI Lo odio. Me da asco. Me dan ganas de vomitar. Este edificio. Un antiguo palacio por si no

    lo sabis. Estas escaleras. Este despacho. Todo esto. OBLTH (dirigindose a Sara) Dime sabes de qu est hablando? SARA Se aburre. OBLTH Yo tambin me aburro. Y t tambin. SARA Pero l se aburre radicalmente. Es el nico radicalismo que le queda. Es lo que ha quedado

    de los grandes tiempos. El aburrimiento. Lo lleva a todas partes, como un perro puli muy peludo y furioso al que uno suelta sobre los dems de vez en cuando.

    KRTI Me obligan a venir a las once... SARA (con voz tranquilizadora, casi suplicante, como si se dirigiera a un nio) Nadie te ha

    obligado. Keser te pidi que trajramos el material a la editorial. A las once, a ser posible. KRTI Y ahora son las once y media. Y aqu no aparece ni un alma. A vosotros no os preocupa,

    claro. Permanecis sentados y lo toleris, como todo se tolera en este pas. Todas las estafas, todas las mentiras, todos los asesinatos con arma de fuego. De hecho, ya toleris los asesinatos que se cometern despus de que os asesinen a vosotros.

    Keser se ri. Para ser precisos, solt ese sonido breve y caracterstico que, en su caso,

    ltimamente significaba una muestra de hilaridad. La voz emerga del estmago, como quien dice, y pareca ms un gruido seco que una risa. Sea como fuere, no tintineaban en ella la alegra y el regocijo. Sigui hojeando el manuscrito hasta que sus ojos se quedaron clavados en la siguiente instruccin de escena:

  • (Keser entra precipitadamente, con una carpeta gruesa bajo el brazo.)

    KESER Lo siento. No es culpa ma. Disculpadme, disculpadme. La reunin se fue alargando. SARA Pareces nervioso. Ha ocurrido algo? KESER Nada en particular. Slo que van a liquidar la editorial. El Estado no est dispuesto a

    seguir financiando la bancarrota. La ha financiado durante cuarenta aos y a partir de hoy dejar de hacerlo.

    OBLTH Lgicamente. Es otro Estado. KRTI El Estado es siempre el mismo. Tambin hasta ahora slo ha financiado la literatura para

    liquidarla. El apoyo estatal a la literatura es la forma estatalmente encubierta de la liquidacin estatal de la literatura.

    OBLTH (con irona) Una formulacin axiomtica. SARA Y qu pasar con la editorial? Desaparecer? KESER En esta forma, s. (Encogindose de hombros, un tanto desanimado) Ahora bien, en esta

    forma todo y todos desaparecemos.

    S, Keser recordaba aquella maana de haca nueve aos. Recordaba que, tras salir de la reunin del comit editorial (de la llamada reunin del comit editorial), entr en el despacho con esa carpeta gruesa bajo el brazo. Lo esperaban Krti, Sara y Oblth alrededor de la mesa. l, Keser, dijo ms o menos lo mismo que en la obra de teatro. Lo llamativo era, sin embargo, que cuando la escena se produjo en la realidad, casi calcada palabra por palabra, la persona que haba escrito la obra y la escena en concreto ya no viva.

    Se haba suicidado. La polica encontr la jeringuilla y las ampollas de morfina. Keser tuvo la presencia de nimo suficiente para rescatar gran parte de los manuscritos antes de

    la llegada de los funcionarios (la escasa correspondencia la cogi Sara, a punto de desmayarse). En el legado encontr tambin esta pieza de teatro. Hace ms de nueve aos, cuando Keser la

    ley, su trama acababa de empezar y continuaba revelando que el personaje llamado Keser igual que el Keser real tuvo la presencia de nimo suficiente para rescatar gran parte de los manuscritos antes de la llegada de los funcionarios al escenario del suicidio. Luego, cuando puso a buen recaudo el botn literario y se abalanz sobre l con avidez, Keser no tard en descubrir la obra de teatro as como la escena en la cual tena la presencia de nimo suficiente para rescatar... etctera, etctera. A continuacin, las escenas fueron enlazndose la una con la otra, tanto en la obra como en la realidad. De tal modo que, al final, Keser no saba si admirar ms la cristalina previsin del autor su difunto amigo o su propio y casi compungido afn por identificarse con el papel prescrito y cumplir lo que marcaba la historia.

    Ahora, al cabo de nueve aos, sin embargo, Keser se interesaba por otra cosa. Su historia haba concluido, pero l segua all, lo cual planteaba un problema cuya solucin Keser aplazaba una y otra vez. O bien deba continuar su historia, lo cual resultaba imposible, o bien deba empezar una nueva historia, lo cual resultaba igualmente imposible. Mirando alrededor, Keser vea por supuesto soluciones, mejores y peores; de hecho, pensndolo bien, slo vea soluciones en vez de vidas. El personaje de la pieza llamado Krti, por ejemplo, ltimamente haba elegido la solucin de enfermar. La ltima vez que fue a verlo, Keser lo encontr en la cama, con un aparato para medir la tensin sangunea, tabletas de diversos colores y tamaos en la mesa, cajas de medicamentos e incluso con un pequeo dispositivo que le serva para aplicarse inyecciones. Sara estaba, aptica, en la cocina. Este tal Krti haba sido socilogo en su da, se haba retirado a un puesto insignificante en los aos setenta y ochenta al tiempo que escriba con afn inquebrantable su gran monografa sobre el saber intempestivo y sus races en Hungra debido a la mentalidad propia de este pas. Antes haba pasado por la prisin, y aunque la polica poltica ya no apaleaba, le dieron una buena

  • bofetada con tal mala fortuna que Krti se qued sordo del odo izquierdo. Keser fue hojeando la pieza hacia atrs. Volvemos a la escena inicial: Krti, su esposa Sara y el

    doctor Oblth lo esperan a l, a Keser. Oblth dice algo, Krti no lo entiende, Oblth lo repite a gritos.

    SARA No grites, limtate a no hablarle al odo reventado. OBLTH (se disculpa avergonzado) Siempre lo olvido! KRTI (mientras empieza a deambular por el despacho, mira las estanteras de libros, contempla

    el mobiliario, y coge un libro y otro) Mejor as. Ocurri hace mucho tiempo, es cosa del pasado. (Tantea entre los libros y, como si hablara medio en sueos) Resulta extrao, pero se convirti en cosa del pasado hace poco. De repente. En un dos por tres. Cay el rgimen, y no me dan ganas de mentir diciendo que lo derrib yo. Contina la liquidacin general, y no tengo ganas de participar. Me he convertido en espectador. Y ni siquiera miro desde las primeras filas, sino desde el gallinero. Puede que me haya cansado. Puede tambin que nunca creyera verdaderamente en lo que crea. sta sera la peor de las versiones. Porque entonces me habran reventado el odo por nada. Ahora tiendo ms bien a esta hiptesis. (Calla y se queda ensimismado con un libro en la mano) He estado en el talego por nada, he cargado con mis antecedentes penales por nada, he tenido prohibido publicar por nada, y no soy un hroe, sino que he tirado la vida por la borda. OBLTH (para consolarlo) Aqu todos han tirado la vida por la borda. Es la especificidad del lugar, el genius loci. Aqu, el que no tira la vida por la borda simplemente carece de talento.

    Keser volvi a hacer sonar su risa, ms parecida a un gruido furioso que a una muestra de

    hilaridad. Le dio pena haber quedado fuera de esta escena (record haber entrado despus en el despacho, con una carpeta gruesa bajo el brazo) y no haber podido participar de la conversacin. Le gustaba este estilo, este humor amargo y macabro, armado con los visos de la omnisciencia, que le permita recordar un mundo haca tiempo desaparecido; era un estilo sumamente til, el lenguaje de los iniciados, que los protega de sus propias desilusiones, sus temores y sus pueriles y bien escondidas esperanzas.

    Mir Keser el reloj y comprob que ese da no tena nada que hacer. Se acercaba el medioda. Se pregunt, fugazmente, con qu haba llenado las horas hasta ese momento, pero no supo responder a esta pregunta. Lo cierto era que, ese da, llevaba una intensa vida interna: so con algo, se despert con una ereccin, y mientras se afeitaba le rond la sensacin de que, ese da precisamente, deba tomar por fin una decisin, aunque no tuviera muy claro en qu consista y fuera, adems, plenamente consciente de su incapacidad para decidir.

    Aun as, se le ocurri a Keser la idea de colocar la pieza la comedia (o tragedia?) titulada Liquidacin en algn teatro.

    Llevaba nueve aos pensando en esta posibilidad. En general, llevaba nueve aos preguntndose si gestionaba concienzudamente el legado. Haba de todo en l: prosa y apuntes, fragmentos de diarios y comienzos de relatos (as como la

    pieza de teatro, claro, la Liquidacin). Sin embargo, faltaba lo esencial, al menos a juicio de Keser. Por otra parte era ste su pensamiento ms secreto, tanto que ante s mismo incluso lo

    guardaba, por otra parte, si lograba liberarse de la pieza, en cierto sentido se liberara tambin de s mismo. Se liberara quiz de la oprimente sensacin de irrealidad que ltimamente lo agobiaba y que lo acompaaba siempre y a todas partes como una ausencia incmoda, cual si fuese la sombra ausente de Peter Schlemihl.

    La historia empez esa maana en que Keser entr, con una carpeta gruesa bajo el brazo, al despacho de la redaccin donde lo esperaban Krti, su esposa Sara y el doctor Oblth.

    La carpeta contena el legado literario del difunto amigo de Keser, al que llamaremos, para abreviar, B (o B, que era como gustaba de llamarse). El legado lleg a manos de Keser porque

  • Keser tuvo la presencia de nimo suficiente para rescatar gran parte de los manuscritos antes de la llegada de los funcionarios, lo cual ya ha sido mencionado en su momento.

    Esa maana, Keser se present con la carpeta bajo el brazo y la decisin irrevocable de aprovechar la reunin del comit editorial (la llamada reunin del comit editorial) para recomendar la publicacin del legado a la editorial, uno de cuyos editores era precisamente l, y ofrecerse a realizar los trabajos de edicin que exigiera dicha publicacin (renunciando, por supuesto, a los correspondientes honorarios).

    Sin embargo, dicha reunin fue convocada con el fin de comunicar la triste realidad de que la editorial trabajaba con prdidas y que, por tanto, se vea obligada a llevar a cabo ciertas operaciones administrativas y financieras de cuyo montono y soporfero anlisis Keser slo sac la conclusin eso s, con claridad meridiana de que, por el momento, difcilmente podra presentar su propuesta.

    El tema de la reunin slo volvi a interesarle al salir de ella, poco antes de entrar en el despacho en el que lo esperaban sus amigos.

    Oblth estaba precisamente explicando algo, en su estilo habitual, quejumbroso y afectado, y un largo silencio sigui a sus palabras. Sara sorbe la moquita y se lleva el pauelo a los ojos enrojecidos, Krti aparta ligeramente la silla y se envuelve en un profundo silencio.

    OBLTH (al darse cuenta de que los otros dos apenas le prestan atencin, concluye rpidamente

    la frase) ... O sea, desde entonces me acompaa la idea de que quiz, quin sabe, cometi un suicidio filosfico. Como un personaje de Dostoievski, por ejemplo. Lo considero posible. En su caso s. (Silencio.)

    OBLTH Bueno, lo retiro. (Silencio.) OBLTH Slo se me haba ocurrido. (Silencio.) OBLTH Porque, por lo dems, no sabemos nada. Yo, por ejemplo, ni siquiera s... vamos a ver,

    ni siquiera s cmo exactamente... (Silencio. Krti escudria el rostro de su esposa, pero Sara calla.) KRTI Sara ya te lo dir. SARA Con medicamentos. OBLTH Ya me lo habais dicho. Somnferos? SARA (reservada) No lo s. Cuando me citaron en la polica... OBLTH (asombrado) Te citaron en la polica? KRTI Sara tena la llave del piso. SARA No era ma. Era de Keser. (Krti asiente con la cabeza al tiempo que esboza una amarga sonrisa, como si no creyera ni una

    palabra a Sara.) SARA Oye, Sndor, no sera ms fcil que nos divorciramos? KRTI Pues s, sera ms fcil. SARA Entonces, por qu no nos divorciamos? KRTI Para qu? No sera menos absurdo que seguir juntos. Por no mencionar las pejigueras

    que supone. Zas! Las letras se esfumaron, visto y no visto, ante la mirada de Keser, como si se las hubiera

    tragado un incendio. Resulta que Keser haba introducido la obra en el ordenador para poder leerla bien en la pantalla, bien mecanografiada. A todo esto, sin embargo, prefera leerla en el manuscrito autgrafo, que tambin exista en el legado, redactado con la letra desordenada pero, para Keser, perfectamente legible de B. Todas las escenas contaban, adems, con esbozos de los personajes, apuntes complementarios, recordatorios y descripciones, aunque los dilogos definitivos surgidos de los apuntes poco se distinguan de estas notas, las cuales, a su vez, poco se distinguan de la realidad (o sea, de la llamada realidad), esto es, del dudoso montn de imgenes, palabras y

  • acontecimientos registrados en la memoria de Keser. Primer acto. Un nico escenario, cuatro personajes: KESER, SARA, KRTI, OBLTH.

    Qu los ha reunido? El pasado comn y su relacin con B. El carcter casual de ambos factores. El pasado como comunidad casual de destinos amontonados con un rastrillo. Como mundo comn cuyo secreto vergonzoso guardan conjuntamente. Nunca lo han llamado por su nombre y siempre se cuidarn muy mucho de nombrarlo. El mundo inmvil de las vidas suspendidas, continuamente ensuciado por esperanzas caducas. Ellos, sin embargo, ni siquiera lo ven. Slo conservan el nebuloso recuerdo de la lucha, en la que arremetan todos los das con manos y pies contra muros considerados impenetrables hasta que un buen da quin sabe por qu la resistencia cedi, y ellos se encontraron de pronto en la nada, que en el primer momento de estupor tomaron por libertad.

    En este sentido, el suicidio de B los alcanza como un golpe, al margen de la tristeza que sienten: la noticia de esta muerte es como una refutacin burlona e irrebatible. Con cautela, tratan de encontrar los motivos. Segn Oblth, se trata de filosofa. De una postura radicalmente negativa, de una lgica "llevada hasta el final con todas sus consecuencias", lo cual conduce finalmente a la depresin y al derrumbamiento fsico y espiritual. En comparacin con B, dice Oblth, l, Oblth, doctor en Filosofa que ejerce la filosofa como oficio en su ctedra universitaria, debe considerarse un simple principiante. Desde luego, nunca afirm ser un pensador original. "Si lo fuera, quiz ya me habran reventado el odo, o la vescula biliar, o lo que ellos suelen despachurrar", dice a modo de homenaje a Krti, a buen seguro. Menciona el hecho de que l y B pasaron varios aos filosofando juntos intensamente: y juntos estuvieron asimismo en una "casa de escritores", que era como se llamaban en aquella poca tales instituciones. Paseaban pisando la hojarasca de los ltimos das de otoo, inmersos en peripatticas disputas bajo los gruesos pltanos.

    Dbamos grandes paseos por el bosque recuerda Oblth, aficionado a las introducciones picas. B explicaba que el hombre trgico ha dejado de existir. Probablemente, tambin le habis odo exponer esa teora. All, sin embargo, en las montaas del Mtra, se mostraba inusitadamente lcido. El hombre totalmente reducido o, en otra palabra, el superviviente, deca, no es trgico sino cmico, porque carece de destino. Por otra parte, vive con una conciencia trgica del destino. Esta paradoja ("parradoja", dice Oblth con tono afectado) se le presenta a l, al escritor, como un problema de estilo. He de observar que es una idea digna de atencin aade con esa expresin de reconocimiento que sin duda utiliza para acoger los mejores trabajos de sus alumnos en la universidad. En su sistema contina, el superviviente constituye una especie aparte, como un tipo de animal. En su opinin todos somos supervivientes, lo cual condiciona nuestro mundo intelectual perverso y atrofiado. Auschwitz. Y luego esos cuarenta aos que tenemos a nuestras espaldas. Segn l, an no ha encontrado la respuesta exacta a esta ltima deformacin de la supervivencia, o sa, a los cuarenta aos. Pero la busca y a punto est de encontrarla.

    Calla. Tras una breve e intensa pausa, prosigue: Por eso pienso en un suicidio filosfico. Tal vez decidi que sta era la respuesta. Y aade rpidamente: Su respuesta, al menos. Los otros no coinciden del todo con l. Krti: No vivi como quien se dispone a suicidarse. l, a su manera, saba vivir. Oblth: Saba vivir? Oye, lo siento mucho, pero esto exige una explicacin. Krti: Eludi toda participacin, nunca se meti en nada, no crea, no se rebelaba y no se

    desilusion. Oblth:

  • Y podramos agregar que apenas habit ningn sitio, nunca viaj y careca del todo de ambicin. Aun as, puedo tener razn.

    Krti: Conserv la inocencia como una vieja solterona. Oblth: Dira ms bien que nadie recorri estos cuarenta aos con tanta elegancia como l. Planeaba

    como... como un... calla. Quera decir: Planeaba como un nveo pjaro de fragata sobre el ocano helado y gris.

    Comprendi, sin embargo, que nada justificaba la comparacin. La noche anterior haba estado leyendo Moby Dick antes de dormirse.

    Acto seguido vuelven necesariamente al tema de la polica. Oblth no est enterado. A quin

    citaron? Por qu lo citaron? De qu llave se trata? De la llave del piso de B. Resulta que Keser tena la llave del piso de B. Vaya, se extraa Oblth. l, el aristcrata intelectual, reparta llaves de su piso? Pues s, responde Keser. A l tambin le llam la atencin la inusual confianza de B. Quera que le preparara los manuscritos para su publicacin. Convoc a Keser a su piso y le mostr dnde los guardaba. Le dio carta blanca: que rebuscara y eligiera a discrecin. Keser se sinti profundamente conmovido. Siempre lo haba anhelado pues deseaba que B publicara ms. Secretamente, confiaba en encontrar una novela en un cajn. Hoy en da, por desgracia, las verdaderas intenciones de B han quedado de manifiesto: simplemente quera dejar su legado en buenas manos. Por supuesto, dice Oblth. Fue l, Keser, quien avis del fallecimiento, no? Claro que s. Y qu queran entonces de Sara? No lo s, dice Keser. En un primer momento de desconcierto llam a Krti. Pero Krti no se encontraba en casa. As pues, pidi a Sara que fuese al piso de B. Por qu?, pregunta Oblth extraado. Porque de repente tuvo la sensacin de no aguantar ni un momento ms solo en aquel piso, con el cadver de B. "Vieron a una mujer" en el edificio: por tanto, citaron a Sara, pero el asunto se aclar enseguida. En el transcurso del dilogo, Krti despliega un diario con gran estruendo y se sumerge ostensiblemente en su lectura, como quien nada tiene que ver con la conversacin. Y, de hecho, qu queran de Keser? "Nada. Son unos estpidos", responde ste.

    (Keser se dirige al otro lado del escenario, que de repente se ilumina. Un escritorio. Sentado al escritorio, el INSPECTOR.)

    INSPECTOR Usted comunic la defuncin hacia las cuatro de la tarde. Sin embargo, alguien lo vio

    en el edificio hacia las diez de la maana. KESERU (nervioso) Ya se me tom declaracin una vez. INSPECTOR S, en el lugar de autos. Pero ahora debemos cerrar el acta. Le pido su ayuda. O sea,

    que permaneci usted entre veinte y veinticinco minutos en el domicilio del finado sin comunicar el bito.

    KESERU No saba que estuviera muerto. No observ nada anormal. Cre que dorma. INSPECTOR Cmo entr usted en el domicilio? KESERU Con la llave. S lo que me va a preguntar ahora. (Farfullando) El me dio la llave, me

    oblig a aceptarla, por as decirlo, creo que su sensacin de seguridad le peda que... INSPECTOR Se lo dijo a usted? KESERU Lo que es decirlo, no, pero... INSPECTOR (lo interrumpe) Entonces qu dijo? Por qu quera que tuviera la llave de su

    domicilio? KESERU (un tanto confuso) Cmo quiere que le diga... Se lo tom a broma. Dijo: "Qudate con

    una llave, hombre, que s que te gusta rebuscar entre mis manuscritos". INSPECTOR Eso le dijo?

  • KESERU Eso. INSPECTOR Vaya... Me puede explicar qu hizo usted en el domicilio desde el momento en que

    entr? (En eso, despliega una hoja de papel sobre la mesa y la vuelve hacia Keser, se supone que para que la vea mejor.)

    KESER Esto qu es? INSPECTOR El plano del domicilio del finado. Una habitacin doble y una simple en un barrio de

    bloques. A la derecha est la habitacin doble; a la izquierda, la simple y el bao; enfrente, la cocina. Aqu entra usted en el recibidor...

    KESER (se inclina sobre el plano) As es. INSPECTOR Y? Qu hace? KESER A ver, quiero saludarle, decirle buenos das o algo por el estilo. Pero veo que duerme... INSPECTOR Que est muerto. KESER Bueno, ahora usted lo sabe, pero en aquel momento yo no lo saba. La cama estaba

    pegada a la pared, slo vi su nuca y el edredn. INSPECTOR S, pero cuando entr en el dormitorio... KESER No entr en el dormitorio. INSPECTOR Dnde entr entonces? KESER En la habitacin simple. All estaba el secreter donde guardaba las carpetas. INSPECTOR Y all qu hizo? KESER Aquello que me encarg cuando me dio la llave. Rebuscar entre sus manuscritos. INSPECTOR Y se llev algo? KESER (un poco alarmado) Usted qu se cree? No toqu nada. INSPECTOR Dnde estn entonces los manuscritos? KESER Qu manuscritos? INSPECTOR Pues los que usted no toc. KESER He ah la cuestin! Dnde estn? (Silencio. Keser y el inspector se miden con la

    mirada sin decir palabra. En el rostro de Keser se observa una sonrisa apenas perceptible, como si incluso disfrutara un poco del juego.)

    INSPECTOR Sabe usted algo del tatuaje? KESER De que? INSPECTOR El finado tena una peculiar seal en el muslo... Sabe algo de ello? KESER Claro... A ver... Usted me confunde por completo. Qu ha dicho? Una peculiar qu? INSPECTOR (como si de pronto se cansara del interrogatorio, de su profesin, de la vida, de todo,

    con voz apagada, descolorida) Estoy hablando de un tatuaje, seor Keser. Se ve perfectamente, un tatuaje azul verdoso en el lado exterior del muslo.

    KESER (sacude la cabeza a modo de negacin) INSPECTOR Una B mayscula y un nmero de cuatro cifras. KESER (sigue sin saber nada) INSPECTOR He hablado con el forense. Un hombre mayor. (Duda, hasta que de pronto suelta la

    palabra) Un hombre judo. Dice que es exactamente como el nmero de los prisioneros de Auschwitz, pero en ese caso no se encontrara en el muslo sino en el antebrazo. Interesante, no?

    KESER Pues s. Muy interesante. Pero es que no tengo ni la menor idea de los nmeros de los prisioneros de Auschwitz. Adems, no soy judo.

    INSPECTOR (con un ademn amplio, como si ahuyentara una mosca) A m eso no me importa. KESER Por qu es tan importante el tatuaje? INSPECTOR Porque puede conducir a determinados crculos... Nos interesara saber, por ejemplo,

    de dnde sac la morfina. KESER (perplejo) Conque fue con morfina...? INSPECTOR No lo saba? Revisamos el domicilio del finado. Encontramos las ampollas bajo la

  • almohada. Ampollas normales, de hospital. Y, adems, la jeringuilla extrada de un envoltorio estril. Los drogadictos corrientes se conforman con jeringuillas usadas. (Al cabo de un instante) Conoce usted, en su crculo ms estrecho de amigos, a un mdico u otra persona empleada en el sector sanitario, del que pueda usted suponer que permitiera al finado acceder al veneno?

    KESER No tengo ni la menor idea... INSPECTOR Conoce usted a su ex esposa? KESER Por supuesto. Se divorciaron hace al menos cinco aos... Por qu lo pregunta? INSPECTOR No tiene ninguna importancia. Slo que he visto a qu se dedica la seora. Es mdica. KESER (estupefacto) Y qu? INSPECTOR Nada. Llama un poco la atencin, no? KESER (no encuentra palabras, tal es su asombro) No entiendo qu puede tener de interesante...

    (Oscuridad. Vuelve la luz. Todos estn sentados en sus asientos de antes.)

    Sara, que contiene las lgrimas, pregunta a Keser por qu ocult la verdad ante el inspector,

    concretamente, el hecho de que conoca el tatuaje y su significado. Keser le responde que, para eso, debera haberle contado toda la historia de B. As es. Y por qu no lo hizo? Porque no saba cmo empezar, contesta Keser. Bien, pero por qu no? Yo mismo llevo tiempo dndole vueltas al asunto dijo Keser. Yo mismo llevo tiempo dndole vueltas al asunto. Las circunstancias permiten explicar muchas

    cosas. Cmo narrar la historia de B al polica? Con qu palabras policiales habra registrado l en el acta la historia de B, esa historia realmente inenarrable? All estaba yo, sentado en un despacho asfixiante. Ardan las glidas bombillas; frente a m tena una mirada indiferente y oficial, con gafas, pelo incoloro, ojos incoloros; cuando entr, me dio la mano hmeda. En qu lenguaje poda contarle la historia de B? Objetivo? Dramtico? Protocolario, por as decirlo?

    Fue un instante terrible, pues comprend que B convivi con esta historia mientras vivi, y ahora creo haber comprendido lo que significaba convivir con ella. All, en ese despacho donde, segn mi sensacin, se concentraba toda la indiferencia del mundo, all, digo, comprend que todas las historias haban llegado a su fin, que las historias de todos nosotros eran inenarrables y que l, B, fue el nico en sacar las conclusiones necesarias, a su modo, es decir, como sola hacer siempre, esto es, radicalmente.

    Por eso tuve que buscar su novela desaparecida. Porque la novela contena, probablemente, todo cuanto yo deba saber, todo cuanto an se poda saber.

    Slo por nuestras historias podemos saber que nuestras historias han llegado a su fin; de lo contrario viviramos como si an diramos continuidad a algo (a nuestras historias, por ejemplo), es decir, viviramos en el error.

    B al menos tena una historia, aunque fuese una historia inenarrable e incomprensible. Yo no llego ni a eso. Yo debo contar la historia de B para ver mi vida como una historia (y

    quin no desea conocer su historia que luego, para tranquilizarse o, a la inversa, para inquietarse, llamar destino?).

    Intentar resumir brevemente al menos el comienzo de su historia o sea, la de B, su origen, por as decirlo, es decir, todo cuanto es preciso saber sobre el tatuaje y cuanto no expliqu al polica ni a nadie porque lo perciba como algo inenarrable.

    Y lo es, en efecto. Quiz pudiera narrarla con ms facilidad si volviera a la situacin inicial, a las estpidas

  • preguntas y a las an ms estpidas respuestas con que nosotros, hombres que de pronto nos habamos quedado sin historia tras la desaparicin de B, tratbamos de interpretar esta historia.

    En resumen: estbamos sentados en el despacho de redaccin, cuatro personas que, con todo, algo tenamos que ver con B y su historia, cuatro personas que con la excepcin del doctor Oblth, hombre objetivo que, a modo de verdadero filsofo, cre para s su propia historia de profesor de Filosofa, neutra y susceptible de continuar, de seguir, como quien dice, hasta el final de los tiempos, cuatro personas, digo, que no slo fueron absorbidas por la historia de B sino tambin destruidas, en mayor o menor medida, por ella.

    En un principio, los haba convocado a la editorial porque haba pedido a cada uno un estudio, algo as como un breve prlogo para el volumen que recopilaba el legado de B y confiaba en poder entregarles el contrato ya redactado y quiz incluso un taln con un discreto anticipo. Por entonces no poda saber todava lo que supe esa misma maana en la llamada reunin del comit editorial: que nuestra triste empresa trabajaba con prdidas y que era, por tanto, preferible no presentar mi propuesta relativa a la publicacin del legado de B.

    Me pido perdn a m mismo por tener que describir todas estas nimiedades; slo ahora me doy cuenta de lo difcil que debe resultarles a mis clientes, los supuestos (o tal vez verdaderos) escritores, luchar con la materia pura y dura, con la realidad objetiva, con todo este mundo fenomnico, en su intento por llegar a la esencia que se vislumbra detrs..., si es que tal cosa existe. En general, solemos partir de la hiptesis de que existe, pues no nos conformamos con la insustancialidad: aunque, mucho me temo, sta es la situacin real, el estado del ser, como dira el doctor Oblth, ese entraable estpido.

    All estbamos, pues, sentados y callados, pues todos conocamos la inenarrable historia de B. Si mal no recuerdo, fui yo quien interrumpi el silencio: Vaya imbciles, se dan cuenta del tatuaje pero olvidan mirar la fecha y el lugar de nacimiento. El bueno de Krti, quien ese da y con razn no estaba precisamente de buen humor, apunt

    que, si realmente crea que no haban mirado esos datos, el imbcil era yo; por otra parte, tambin las autoridades eran imbciles, claro, pero a la manera de las autoridades, como quien dice, por cuanto no ven relacin alguna entre los dos hechos o, mejor dicho, por cuanto ni siquiera piensan en la posibilidad de un nexo.

    Para volver, a pesar de todo, a nuestro asunto, he de sealar que B naci el ltimo mes de 1944 en Oswicim o, para ser totalmente preciso, en uno de los barracones de Birkenau del campo de concentracin que se conoce por el nombre de Auschwitz.

    Observ Oblth que consideraba imaginable que la polica desconociera la identidad entre las localidades de Auschwitz y Oswicim. Todos asentimos entonces y trajimos a colacin la incultura, la estupidez, la barbarie y la maldad aniquiladoras que se extendan como una epidemia por el pas, eso s, con la aquiescencia de las autoridades, pero lo hicimos con apata y como de pasada, como quien ha abandonado hace tiempo la intencin de mejorar o reformar de algn modo la cosa pblica. De no haber sido as, el tatuaje visible en el muslo tampoco habra resultado tal enigma: porque habran sabido que los pocos bebs nacidos en la historia de Auschwitz llevaban tatuado en el muslo el nmero de prisionero, que no se poda escribir en sus brazos por una simple cuestin de espacio, puesto que los brazos de los bebs eran demasiado cortos.

    B, a quien dicho sea con suavidad no le gustaba hablar de las circunstancias de su nacimiento, me cont a pesar de todo, despus de que lo pusiera unas cuantas veces entre la espada y la pared, que haba recibido la letra B y el nmero de cuatro cifras por el hecho de que su madre haba sido registrada en los archivos del barracn hospital como prisionera poltica eslovaca; por l me enter asimismo de que, segn saba, dijo, solan tatuar la letra A y un nmero de cinco o seis cifras en los antebrazos de los prisioneros hngaros y que, entre los prisioneros judos hngaros, la posibilidad de supervivencia de un muslo es decir, de un beb era en la prctica casi nula (as dijo, exactamente).

    A decir verdad, slo pude extraerle algunos detalles sobre los hechos que permitieron su

  • supervivencia. Es posible que l tampoco supiera mucho ms. Ni siquiera intuyo si conoci a su madre y a su padre: aunque los conociera, jams habl de ellos. Tampoco dispongo de datos sobre su infancia: s, como mucho, que huy de un orfanato. Slo me enter de que tena otro nombre cuando redact sus contratos de traduccin en la editorial. Odiaba el nombre que haba recibido de sus padres, como odiaba a sus padres y a todos cuantos haban causado su existencia, dijo en una ocasin. Registr la frase. Resulta interesante que pergeara unos apuntes sobre ella. O tal vez ni siquiera sea tan interesante.

    Despus de reconstruir los datos que, finalmente, recog de l y de otros, se perfila ms o menos la siguiente historia. En la seleccin, el mdico encargado no se da cuenta de que la mujer (la madre de B) est embarazada de cuatro meses (lo cual es imaginable), o el embarazo no se le nota a la mujer (lo cual tambin es imaginable), o quiz se le ve un poco el embarazo pero nos hallamos ante un mdico seleccionador benvolo (lo cual, en ltima instancia, tambin es imaginable). Los verdaderos problemas empiezan, sin embargo, al cabo de un mes ms o menos, cuando el cuerpo de la madre de B se reduce de da en da mientras que su vientre se manifiesta cada vez ms. Por lti-mo se decide a actuar, aun sabiendo, probablemente, que se juega la vida: utilizando algn pretexto (por ejemplo, los llamados flemones, unos abscesos en las piernas que se consideraban una patologa cotidiana en los campos de concentracin) se inscribe en la lista para ingresar en el barracn hospital. Puede significar una muerte segura: muchas veces se proceda a una seleccin entre los solicitantes a ingresar en el barracn hospital. Esta vez no se procedi a la seleccin, segn mi hiptesis (pues si hubieran procedido, la mujer no habra entrado en el barracn hospital, y lo cierto es que entr). Lo dems puede rastrearse con precisin. La blokova (comandante) del barracn era una prisionera polaca. La madre de B, oriunda de una regin hngaro-eslovaca, poda entenderse perfectamente con la blokova polaca; sta es la condicin previa de todo. Al cabo de unos das, la madre de B le confiesa su secreto (que, adems, resulta evidente). La blokova, agitada quiz por la idea de ayudar a traer a un nio al mundo en un campo de exterminio y poseedora, adems, de amplios e importantes contactos con los misteriosos poderes del Lager principal, enseguida se pone en accin. El campo ya se est liquidando, el orden se resquebraja: se comunica la muerte de una juda, se resucita, con la ayuda de la administracin concentracionaria, a una prisionera poltica eslovaca muerta hace tiempo... Qu significa eso en Auschwitz, donde basta el gesto de un dedo para borrar vidas? La madre da a luz a su hijo en el barracn hospital, y aunque se lo retiran enseguida, el nio, quin sabe cmo, sobrevive.

    Una historia repugnante seal B, pero no tienes por qu llevarla siempre encima, como la cartera o el documento de identidad. Puedes dejarla en cualquier sitio, olvidarla en el bar, o tirarla en la calle como un paquete molesto que te ha entregado un extrao. De hecho, pensndolo bien, las llamadas circunstancias normales de un nacimiento tampoco son demasiado edificantes. Quien nace nunca es responsable de haber nacido.

    Fui tan estpido que lo anim a escribir sobre ello. No sabes de qu hablas contest. Creo que, en efecto, no lo saba. Ya est bien as continu. Informe y sanguinolento, como una placenta. Si lo escribiera,

    se convertira en una historia. T, un editor responsable, cmo calificaras una historia as? Call. Venga me anim, sultalo. No lo s dije. Claro que lo sabes se enfad. Mira: te presento un tema. Trata del nacimiento de un nio

    en Auschwitz, en el que colaboran una serie de personas, todas honestas. Los kapos dejan los palos y ltigos y alzan conmovidos al beb que no cesa de llorar. Al sargento de las SS le asoman lgrimas a los ojos.

    Bueno, si lo dices as, claro... A ver? me anim. A ver?

  • Bueno... es kitsch dije. Pero tambin se puede escribir de otra manera me apresur a aadir.

    No se puede. Kitsch es kitsch. Pero ocurri protest. He all el problema, me explic. Ocurri y, sin embargo, no es verdad. Es una excepcin. Una

    ancdota. Un grano de arena se introduce en la maquinaria trituradora de cadveres. A quin interesa pregunt esa avera nica e irregular que es su vida, una excepcin debida a las notabilidades del campo de exterminio? Y qu lugar ocupara la excepcional e inexistente historia del xito de un tal B en la Gran Historia General?

    Por aquel entonces, cuando empezamos a conocernos, an no entenda del todo de qu me hablaba. Es posible que hoy tampoco lo entienda. Sin embargo, en la ciudad glida y gris, sumida en el aburrimiento y la estpida resignacin, esas conversaciones comenzaron a fascinarme, como si reconociera en ellas algn sueo mo, lejano y carente de imgenes.

    Se plantea aqu una pregunta. Cmo puede uno ser persa? inquiri un filsofo francs.

    Cmo puede uno ser editor, encargado de dirigir una coleccin, de revisar originales y traducciones? pregunto yo. O, cuando menos, cmo llega a ser alguien editor? Digamos que uno nace pintor o msico o escritor, pero editor? Para eso se necesita, probablemente, una deformacin especial, y para entenderla debera remontarme a otros tiempos. Debera contar mi carrera, esto es, la historia de mi completa decadencia, la historia de la decadencia de mi familia (la familia Kesselbach, que, segn cuentan, inmigr de Suiza), de mi clase social, de mi entorno, de mi ciudad, de mi pas, de todo el mundo. Editor incorregible, en cuya cabeza bullen las frases esparcidas de la literatura universal, enseguida se me ocurre un libro, un posible comienzo: En verdad no quiero dar ningn protagonismo a mi persona al narrar la inolvidable historia de B... o vida de B?... o quiz historia de la vida de B?

    Cmo llegu a ese libro que, como poco a poco se ver, tuvo una influencia tan funesta sobre mi mundo ridculo, sin duda de la imaginacin? No exista la literatura en mi familia. Ni nada de arte. Me cri entre gente sobria, formada por guerras y diversas dictaduras... Para qu? Formulara con ms precisin si dijera que me cri entre gente sobria cuya alma, carcter y personalidad fueron liquidados por las guerras y diversas dictaduras. Tal como he mencionado, la familia es de origen suizo y, segn cuentan, arraig en Transilvania en el siglo XVI o XVII, en el curso de las idas y venidas del comercio con ganado vacuno que se practicaba sin mayores perturbaciones en plena ocupacin turca y a despecho de otras vicisitudes...

    Mejor dejmoslo. Bastarn algunas referencias. El abuelo liquid el apellido Kesselbach durante la Primera Guerra Mundial. Como el pobre acababa de perder en el frente a su hijo mayor, el favorito, y como era recomendable y, adems, prctico mantener la letra inicial del apellido (aunque resulte increble, la gente llevaba ropa interior con su monograma en esos tiempos), eligi el nombre de Keser, o sea, "amargo", porque viva en la amargura. Durante la Segunda Guerra Mundial, mi padre se traslad de Transilvania a Budapest por temor a la venganza de los... (da igual qu ponga en lugar de los puntos suspensivos, si rumanos, rusos, comunistas, judos, nazis, legitimistas o socialistas). Como "refugiada de Transilvania", que as la denominaban, la familia fue instalada en un piso que perteneca a unos judos y que haba sido saqueado y vaciado haca poco. Inmediatamente despus de la batalla de Budapest, mi padre ponder la posibilidad de proseguir la huida, puesto que haba de temer la venganza de los legtimos propietarios de la vivienda. Los propietarios, sin embargo, no se presentaron, lo cual permita colegir que, por fortuna, haban sido exterminados. Mi padre haca hincapi en esta formulacin. Ms tarde, cuando era nio, yo mismo tambin le o usarla.

    Nunca emborronis la verdad adoctrinaba a la familia. No aceptis las palabras prefabricadas y baratas. Guardemos al menos nuestra valenta, que eso no se puede nacionalizar. Arrostremos los hechos: podemos vivir aqu, podemos contar con una vivienda puesto que, por

  • fortuna, exterminaron a sus legtimos propietarios. De lo contrario no tendramos dnde vivir. Pues s..., as es la fortuna hngara aadi Keser snior, nomen est ornen, con amargura.

    Yo quera a mi padre. Tena una cara hermosa, gris, apesadumbrada y unos ojos hermosos, grises, apesadumbrados. A veces se hablaba en casa de la vida de antao, de ms estilo, pero cuando conoc a mi padre, ya era el llamado consultor jurdico de una llamada empresa estatal. "Holganza espiritual", as defina l, con mueca ligera y gesto nfimo de la mano, su inaceptable actividad que l, sin embargo, aceptaba puesto que la ejerca da a da. No viv el destino supuestamente obligado de los hijos: la rebelin contra el padre. No haba ni quin ni qu para rebelarme en su contra: mi dinamismo rebelde se habra hecho aicos en el acto al chocar contra la resistencia inexistente, hace tiempo agotada, de mi padre.

    Por qu apunto todo esto? No lo s, puesto que no tuvo ninguna consecuencia. En el mundo que me fue dado, las consecuencias no siempre procedan de causas, y las causas no siempre servan de puntos de partida claramente fundados. As pues, la lgica que trataba de acceder a las causas por la va de analizar las consecuencias era una lgica errnea en este mundo. En mi opinin, el mundo que me fue dado careca de toda lgica.

    Lo cierto es que a mis diecinueve o veinte aos corran entonces los principios de los sesenta un libro fue a parar a mis manos. Si no me equivoco, ya he mencionado la existencia de este libro cuyo ttulo y autor no nombrar, puesto que los nombres y las ideas asociadas a ellos significan algo distinto para cada uno y cada poca. Supe de la existencia de este libro a travs de otros libros, as como el astrnomo deduce la existencia de un cuerpo celeste desconocido por el movimiento de otros planetas; por aquel entonces, en la poca de las causas ininteligibles, el libro no se poda conseguir por causas, precisamente, ininteligibles. Me afanaba entonces, justamente, por mis aos universitarios, no tena mucho dinero, pero invert lo poco que posea en mi empresa: puse en marcha a libreros de viejo y renunci a mis almuerzos para hacerme con una edicin antigua. Le luego aquel grueso volumen en el banco de un paseo, pues despuntaba la primavera y en mi habitacin de realquiler reinaba una eterna y deprimente penumbra. An recuerdo las aventuras de la imaginacin que viv cuando le en el libro que se revocaba la Novena Sinfona. Me senta un elegido, iniciado en un secreto guardado para unos pocos, alguien a quien han despertado de sopetn para desvelarle, a la luz deslumbrante de una sentencia, el estado insalvable del mundo.

    Aun as, no creo que este libro me llevara a m funesto camino. Lo le, y se durmi poco a poco en mi interior, como otros, bajo las gruesas y blandas capas de mis lecturas posteriores. Un sinnmero de libros duerme en mi interior, buenos y malos, de todos los gneros. Frases, palabras, prrafos y versos, que, tal infatigables realquilados, resucitan de forma inesperada, vagan en solitario por mi cabeza y a veces se ponen a badajear all a voz en cuello, sin que yo atine a callarlos. Enfermedad profesional. Editando las mundialmente clebres memorias de un mundialmente clebre director de orquesta, top por azar con una frase que supongo cierta: se quejaba el director de que, de resultas de los intensos ensayos, padeca insomnio crnico, puesto que era incapaz de controlar el estruendo de la orquesta que sonaba sin cesar en su cabeza.

    No, no, no se llega a editor por error. Sea como fuere, la literatura es la trampa en la que uno cae. O, para ser exacto, la lectura. La lectura como droga que difumina agradablemente los perfiles implacables de la vida que nos domina. Tal vez empez en algn momento en la universidad. Con las amistades universitarias, las grandes, profundas y absurdas conversaciones que se extendan hasta altas horas de la noche. Un amigo publica de repente un poema. Antes, te lo ha dado a leer por algn azar, y sueltas una frase profunda sobre un par de rimas. Luego se acostumbran a pedirte regularmente tu opinin. Pasas por los pasillos con aire presumido, apretando manuscritos de otros bajo el brazo. Desarrollas cierta quisquillosidad, cierta higiene lingstica, que los otros toman por un buen gusto infalible. Se rumorea que "sabes de literatura" y t mismo acabas creyndotelo. Te conviertes en redactor de la revista universitaria. Aprendes a moverte por el mundo de la censura sin perder el equilibrio, y t, desdichado, lo tomas entonces por un juego divertido. A veces te dan palmadas en el hombro por tu "valenta". Ms tarde asumes el ligero cinismo reinante en las

  • editoriales, y te complaces en ello. Por aquellas fechas an exista el olor a imprenta y se daba algn escritor anciano que entregaba escritas a mano sus obras que luego se publicaban por clemencia estatal.

    Pero de qu estoy hablando? Acabar contando ancdotas. Ahora comprendo lo difcil que es mantener una estructura clara, desarrollar sutilmente los motivos y desplegar un estilo consecuente, que es lo que distingue al verdadero escritor de los diletantes como yo. Debo seguir la pista de la pasin la nica y verdadera gran pasin de mi vida, confieso, que con el tiempo degener en obsesin y cuyo objeto era, naturalmente, un libro, en este caso un libro ausente, la novela desaparecida de B. Era? Hasta podra aparecer hoy mismo, pero no lo creo. Ahora bien, por qu la tomo por un hecho indiscutible, por qu pienso que B escribi esta novela, a pesar de que nunca nadie vio el manuscrito y todo el mundo niega su existencia? Lo cierto es que estoy convencido de que la escribi. No pudo haberse ido sin escribirla, porque era un escritor, un verdadero escritor, y los escritores concluyen sus obras, consistan ellas en miles de pginas o en pocas lneas. Un gran escritor no deja una obra inacabada: mi carrera me ha servido para aprender al menos esto. Para m, sera vital poder leerla, porque de este modo sabra por qu muri y quizs incluso si me es lcito seguir viviendo, por as decirlo, una vez que l ha muerto.

    Me pregunto cundo empez a transformarse nuestra amistad en algo as como dependencia en mi dependencia, claro est, pues B era independiente, era como un carmbano (tambin en el aspecto de la fragilidad y transitoriedad implcitas en la palabra, como veo ahora, a posteriori) hasta que un buen da me vi implicado en su historia que, desde entonces, ya no puedo separar de la ma. Creo que todo empez con aquella conversacin que mantuvimos en el ltimo rincn de un penumbroso bar, poco despus de mi puesta en libertad. La verdad es, desde luego, que no fue del todo inocente en el hecho de mi detencin; ni que decir tiene que me refiero tan slo al aspecto abstracto, nica y exclusivamente a la influencia espiritual que ejerci sobre m desde el primer instante. Pensndolo bien, ocurri algo ms: tcitamente se despert aquel libro que dorma en m. Mi trabajo de editor nunca me satisfizo del todo, ni siquiera en tiempos de xito, cuando, por ejemplo, consegua imponer a la censura o a la siempre acechante estupidez algn libro que me entusiasmaba o alguno cuya publicacin consideraba simplemente importante. Por lo visto, junto con el libro dormitaba en mi interior una figura (y quiz tambin otra, complementaria, pero mejor ser dejarla de lado) que de pronto cobr vida al aparecer B, como Lohengrin que estaba latente en Elsa. Mucho me temo, sin embargo, que, de seguir as, vaya a parar a terrenos movedizos. Sea como fuere, faltaba en mi vida ese artista por el que uno, en el fondo, inicia la carrera de editor. El poeta maldito... Vaya, acabo de decirlo, por muy pueril que suene.

    No es culpa ma, pero lo cierto es que todo el mundo tiene algo llamado ideal, aunque no resulte conveniente mencionarlo y todos lo nieguen. Vi a un hombre que viva segn sus propias leyes. Pas el tiempo, y de pronto descubr que parasitaba de sus palabras. Que me ajustaba a l, que necesitaba saber qu pensaba, qu haca, en qu trabajaba. Suena muy estpido? As somos, sin embargo, los hombres un tanto secundarios: nos alimentamos de vidas ms fuertes que las nuestras, como si nos correspondiera un bocado de ellas. Por aquel entonces me hallaba yo en una grave crisis, moral y de otra ndole para ser breve, mi vida, ya ruinosa, pareca venirse abajo del todo, y en mi desamparo estaba dispuesto a aceptar cualquier influencia. Eran das oscuros, el invierno reinaba en la ciudad y tambin en mi corazn. Pensaba seriamente en la posibilidad de quitarme de en medio. Simplemente me haba abandonado la facultad de revestir mi existencia con la idea de una vida llena de sentido. Consideraba que me costaba demasiados ajetreos en comparacin con las pocas alegras que poda proporcionarme. Fue entonces cuando conoc la opinin de B sobre el suicidio, una opinin sorprendente y original, diametralmente opuesta al acto que, al final, cometi.

    Noto, sin embargo, que ya resulta difcil seguirme. Tal vez debera retomar una cronologa: contar, por ejemplo, cmo conoc a B. A decir verdad, no lo recuerdo. Todo el mundo conoca a B en la editorial. Por aquel entonces, trabajaba yo en la seccin dedicada a la literatura hngara y no tena nada que ver oficialmente con B, quien acuda a los editores que se ocupaban de las

  • literaturas de lengua extranjera, pues traduca del francs, del ingls y del alemn, siempre magnficamente. Aun as, me llam la atencin: se trataba de una persona llamativa, alegre, agradable, divertida y sumamente ingeniosa, que era el uniforme que se pona todas las maanas. Yo no lo saba por aquel entonces. Sea como fuere, me repugnaba un poco. En la cafetera, asilo socialista de pasteles del da anterior, bocadillos sospechosos y cafs aguados, donde todo el mundo se presentaba de cuando en cuando en busca de algn refugio o de un consuelo momentneo, una vez entablamos finalmente una conversacin. Resulta que la editorial tena una suerte de anexo, una revista mensual bastante popular; uno de sus redactores era yo. De ah que siempre adoleciera de una falta permanente de manuscritos. As pues, acompaado por un pastel del da anterior y de una naranjada artificial, pregunt a B si, adems de traducir, escriba y si, de ser afirmativa la respuesta, podamos contar con un original suyo para la revista. Entonces vi por primera vez su verdadero rostro. Cuando quera, tena una mirada desagradable. "T quin eres?", pregunt. Le respond que trabajaba all y que crea que nos conocamos. "No me refiero a eso", dijo. Se qued un rato escrutndome con expresin severa. "Te gustan las cosas arriesgadas?", pregunt. "Depende de la calidad", contest, convencido de que fanfarroneaba. Fue una conversacin tremendamente estpida.

    Al cabo de unas semanas puso sobre mi mesa un manuscrito, al que ech un vistazo una vez que se march. Lo cierto es que el tema tena una pinta prometedora. As que lo le ah mismo. En ese relato, considerado una obra fundamental eso s, en un crculo bastante estrecho, B desarrollaba por vez primera su idea bsica de que el principio de la vida era el Mal. El relato en s, sin embargo, narraba la historia de un acto tico, es decir, el acaecimiento del Bien. Explicaba, concretamente, que se puede obrar el Bien en la vida, cuyo principio es el Mal, aunque sea a costa de sacrificar la vida de quien lo hace. Era una tesis audaz, como tambin lo era la prosa que la formulaba. Adems, todo transcurra ante la escenografa de un campo de concentracin nazi.

    Cnico dijo mi jefe y director, al que recomend el relato de B como la "obra ms importante que haba cado en mis manos en los ltimos aos". Para este hombre, el ms cnico de cuantos he conocido (pues no hay que ser bastante cnico para ocupar el puesto de director de una editorial estatal, teniendo en cuenta, sobre todo, de qu Estado se trata?), para este hombre, digo, la palabra "cnico" era el argumento de mayor peso en el depsito de accesorios del rechazo. Al final, el relato sali en una publicacin insignificante (o, mejor dicho, reducida a la insignificancia por el Estado) que se editaba semestralmente, con un nmero de ejemplares limitado, y a la que yo haba llevado la obra. "Vale la pena el esfuerzo?", pregunt B torciendo el gesto. "Pues s", le respond. No obstante, sent que algo me ocurra, como si todo ese proceso, y tambin el relato, hubieran hecho estallar en m un explosivo que quiz llevaba tiempo esperando.

    Aun as, no dira que emprend abiertamente el camino de la rebelin, pues nunca haba sido yo un espritu rebelde; slo aument mi asco. S, el asco se encarg del resto. Quien no ha vivido en el mundo de las causas ininteligibles, quien no se ha despertado nunca con el sabor de este asco en la boca, quien no ha sentido nunca cmo se extiende por su organismo y lo domina, por ltimo, esta epidemia de la impotencia universal, no sabe de qu estoy hablando. Simplemente me puse en marcha por un camino... No, algo se puso simplemente en marcha, conmigo en su interior, algo que ya no pude frenar, como un tren que se desliza por la va equivocada. Recuerdo una sofocante tarde de verano, que tuve que pasar tragndome un manuscrito. Se trataba de una llamada novela, el nombre del autor ocupaba el tercer o cuarto puesto en la nomenclatura, es decir, un lugar bastante privilegiado. En esos casos, el manuscrito deba hacer formalmente el recorrido de siempre, y el editor que lo reciba para dar su opinin ya saba lo que deba hacer, por as decirlo. Se trataba de un asunto urgente, en general, el libro deba publicarse, normalmente, fuera de coleccin. Sin duda pens algo sobre la literatura, el honor del editor, el sentido de mi profesin, mi familia ya tena mujer e hijo, pero no fue eso lo esencial; por un repentino impulso de mi circulacin sangunea me di cuenta de que el tren se haba puesto en marcha, conmigo en su interior. Escrib que el lenguaje de la obra era horroroso; la estructura, banal; la historia, carente de inters... Y que no

  • recomendaba su publicacin. Hubo que reiniciar el recorrido, hasta que otros dos editores entregaron la esperada recomendacin; mientras, el autor denunci a la editorial por la prdida de tiempo, moviliz a sus partidarios en las "altas esferas", y yo fui a parar a un estrato inferior de la humanidad, entre aquellos en los que no se puede confiar.

    No tiene sentido narrar las estaciones de mi calvario, como quien dice, actividad esta que hoy en da ha degenerado en uno de los entretenimientos preferidos y bien remunerados de los intelectuales. No debo olvidar que quiero contar la historia de B (aunque sea para salvar as la ma). Mi situacin, adems, no era ni extraordinaria ni particularmente peligrosa teniendo en cuenta las circunstancias reinantes. Al final, me detuvieron por agitar contra el Estado y colaborar en la fabricacin y divulgacin de revistas ilegales, aunque renunciaron luego a presentar una acusacin formal y me soltaron al cabo de diez das de prisin preventiva. Despus me enter de que, precisamente por esas fechas, se estaban llevando a cabo negociaciones entre bambalinas para recibir un importante crdito estatal y que una de las condiciones de la garanta internacional era la puesta en libertad de los prisioneros polticos.

    Yo, el prisionero poltico. De risa. "Si eres revolucionario, no deberas haber fundado una familia", me reprendi mi esposa. El malentendido era completo, como en una farsa barata. Cmo explicarle que hice lo que hice por puro juego, por asco, aburrimiento y honradez intelectual? Cmo desvalorizar mi heroica empresa, que inflada al menos pareca defendible? Cmo admitir que no me haban guiado ni la conviccin ni la esperanza, sino que simplemente quera romper la monotona del funcionamiento administrativo, como quien dice, para tener alguna noticia de mi existencia? En verdad que todo fue una broma inocente, algo as como una action gratuite, que dira Andr Gide. De hecho, slo se la toman en serio las sociedades carentes de humor como una dictadura cuyo nico principio bsico es la visin policial del mundo. As pues, call, con una sonrisa arrogante en el rostro rgido, como quien no puede compartir sus inquebrantables razones con quienes se muestran indignos de ellas.

    Al decir que la situacin era estpida, no toco su verdadera miseria. Pagu un precio desmesurado por mis moderados delitos. Me dej mi mujer, y perd a mi hijo, mi empleo y mi vivienda. Por aquel entonces, lo resum diciendo que mi vida se haba venido abajo; aun as, recuerdo la indiferencia, pasmosa incluso para m mismo, con que escuch los reproches de mi mujer, plenamente justificados, por cierto; la indiferencia no poda deberse tan slo a la experiencia de diez das en la crcel. Sera extrao si dijera que sent algo as como alivio en pleno derrumbamiento? De repente pas del matrimonio a la verdad, y la sensacin de aventura se adue de m como si me hallara en el umbral de un nuevo comienzo. Si no la entend mal, mi mujer me odi sobre todo por el registro de nuestro domicilio; con razn, y yo no tena nada que objetarle. Tres hombres, cont ella, ocuparon la casa, rebuscaron en los cajones, hurgaron en los armarios y movieron los muebles. La pobre no tena ni la menor idea de lo que trataban de encontrar. Uno de los hombres la empuj, el otro le apret el pecho "por casualidad", pero lo suficiente para que aparecieran all dos moratones, mientras nuestro hijito de dos aos de edad chillaba a voz en cuello. Recuerdo perfectamente que mientras escuchaba a mi mujer, me qued contemplando su labio superior, ese labio de arco melodioso, un tanto corto, del que me haba enamorado haca unos aos, pens qu absurdo era el amor y conclu que toda la frgil vida del ser humano se fundaba sobre algo tan absurdo. Un buen da nos despertamos junto a un extrao en un dormitorio extrao, pens, y ya no volvemos a reencontrarnos con nosotros mismos: el azar, el deseo de placer y el capricho del momento determinan nuestras inconcebibles vidas, pens.

    Desde entonces, por cierto, nuestro hijo ha crecido, y su ambiciosa madre lo ha encauzado hacia un futuro en el campo de la informtica; en nuestros cada vez ms escasos encuentros compruebo apesadumbrado que no tengo mucho que decir a este experto en informtica, al que quiz espera un futuro extraordinario; si no me equivoco, mi hijo tambin se comporta con cierta reserva ante un padre que lleva la vida de un intelectual ya superfluo a estas alturas y que trabaja de editor en una ciudad que poco a poco ya ni siquiera necesita la literatura y menos an a un editor...

  • Seguro que no ocurri de forma deliberada, pero en los das siguientes, breves y oscuros, a los

    que me precipit como si al salir por la puerta de nuestra casa hubiera cado en la zanja de una obra, tom conciencia de pronto de que me haban puesto en libertad el da de Navidad. Fue penoso. No poda hacer nada. Iba y vena, me encontraba con ste y aqul: no sabra decir nada ms preciso. Alguien me comunic que se celebrara una "gran fiesta" de Nochevieja. Y que alguien quera hablar conmigo. Quera ayudarme a recuperar mi empleo. Recib la direccin a travs de Krti, quien conoca a Fenyvessy, quien conoca a Halsz, quien a su vez conoca al legendario Bornfeld, de quien de vez en cuando se publicaba algn artculo en The New York Times, en Le Monde, en el Frankfurter Agemeine Zeitung. Bornfeld se hallaba precisamente en Estados Unidos, dijo alguien. Jams me haban invitado a una reunin de esa ndole; supongo que se deba a mi detencin el hecho de adquirir, por lo visto, cierto renombre en aquellos crculos tan distinguidos.

    Era una noche de Ao Nuevo envuelta en la neblina, la ciudad estaba desierta y atestada de gente a la vez: los rostros y las formas surgan de repente de la penumbra, imprevisibles e inevitables como el destino. Caras bobas y sonrientes me rondaban, ensombrecidas por gorros o sombreros horrendos; los coches que pasaban junto a la acera rociaban a los transentes con el agua negra y glida de los charcos. De vez en cuando alguien haca sonar junto a mi odo una enorme trompeta de papel adornada con flecos, cuyo estruendo me llenaba de malos presentimientos como si viera la pesadilla de la resurreccin, y entonces estallaban tambin petardos echando chispas a mis pies. Tena que llegar a una direccin en el centro, a una direccin conspirativa, por as decirlo, donde una serie de intelectuales de la misma laya celebraban la oposicin polaca, la ltima edicin de samisdat y el ao nuevo que llegaba.

    Quin sabe cmo, B se convirti en el centro de la reunin esa Nochevieja, cosa que l no poda querer. O lo quera tal vez? Cmo fue a parar all? Qu buscaba all, entre creyentes desesperados, positivistas intrpidos y reformistas eternamente condenados al fracaso? Cmo fue a parar a ese crculo, l, que se abstena de actuar, se sonrea de las esperanzas, no crea, no negaba, no deseaba cambiar nada ni deseaba aprobar nada? Nunca se supo. La penumbra reinaba tambin en la casa, en la que, de hecho, no logr orientarme. Enormes habitaciones, que daban la una a la otra y que no se podan abarcar con la vista por la multitud que las abarrotaba; techos altos, paredes sucias carcomidas por el humo del tabaco; en todas partes gente que coma, beba, se sentaba en el suelo, en los sofs, se sentaba (o se tumbaba) en todos los lugares imaginables. No haba ni huella de un dueo o duea de la casa, de alguien que ejerciera de anfitrin; la noche estaba organizada, por lo visto, a modo de un picnic; todos traan algo, alguien se encargaba de los paquetes y colocaba la enorme cantidad de bebida y la escasa comida en las mesas, y cuando tocaban el timbre, algn invitado abra la puerta. El propietario del piso segua siendo aquella persona para todos desconocida cuyo nombre figuraba en el letrero de la puerta y que quiz ni siquiera exista. Recuerdo una habitacin casi desierta cuyo suelo estaba cubierto por una alfombra llamativa, sedosa, color azul verdoso, que daba la impresin de mecerse. Recuerdo tambin perfectamente que, como es lgico, beb mucho aquella noche (buenos motivos tena para ello) y apenas pude seguir las reglas del extrao juego que un pequeo grupo entre ellos Krti y tambin B jugaba en una de las mesas, eso s, en voz cada vez ms alta, ms apasionada.

    Lo aclaramos mucho ms tarde, despus de la muerte de B, concretamente aquella maana en la editorial.

    Te refieres al pquer de los campos me inform Oblth. Es un juego sencillo, con reglas sencillas. Los jugadores rodean la mesa, y cada uno dice dnde estuvo. Slo el nombre del lugar, nada ms. As establecamos el valor de las fichas. Si mal no recuerdo, dos Kistarcsa equivalan a una Foutca... Un Mauthausen vala un Recsk y medio...

    Vamos a ver, esto es discutible intervino, animndose, Krti. Hasta el da de hoy no sabra decidirlo de verdad.

    Sara:

  • Era un juego cnico. Por qu habra de ser cnico? salt Krti. Dinero no tenamos. As que tenamos que

    jugar con los valores que nos haba proporcionado la vida. Si mal no recuerdo, B abandon la partida, no? pregunt. As es sonri Oblth. No quera engaar a nadie. Tena la sensacin de llevar de entrada

    el pquer en el bolsillo. Auschwitz asinti Krti. Imbatible. Recuerdo luego una discusin sobre un libro muy de moda por aquellas fechas y, concretamente,

    sobre una frase suya que tambin se puso de moda, segn la cual "Auschwitz no tiene explicacin". De la discusin surgi poco a poco la voz de B, como cuando el instrumento solista emerge de la orquesta, y durante largo rato slo rein esa voz nerviosa, atropellada, apasionada, tanto que a veces se quedaba sin aliento. Ojal no hubiera estado yo tan borracho! Aun as, alguna de sus frases lcidas y caractersticas lleg hasta m, pero fuera de contexto, y lo olvid todo. Y tambin he de recordar, claro, un rostro, el rostro de una mujer joven, y sobre todo la mirada, que se aferraba a B mientras hablaba y daba la impresin de querer alumbrar en l una fuente. Antes, la vi acercarse, atravesando aquella alfombra tupida de color azul verdoso como si fuese el mar; de puntillas lleg a la mesa y se sent sin decir palabra. Era Judit, la futura esposa de B.

    Luego, hacia la madrugada, "hablaron conmigo". No conoca al tipo. Me recomend que despus de Ao Nuevo entrara en la editorial como si nada. Segu su consejo. Tras algunos momentos desagradables durante un tiempo veget como un llamado "externo", me readmitieron como editor en "clsicos extranjeros" y otras colecciones. Al fin y al cabo, no tena antecedentes penales. As volv a encontrarme con B, quien me trajo la traduccin de una novela francesa de cuya edicin yo me encargaba. No me dio mucho trabajo; apenas tuve que tocar la traduccin. Al poco, me di cuenta de pronto de que me estaba sincerando con l: tena un problema grave, le dije, pues despus de lo ocurrido no saba qu deba a quin, y en cierto sentido me tema a m mismo pues haba vivido una experiencia embarazosa en la crcel.

    Fuimos al bar de enfrente. Para mi asombro, no slo le cont todo sin tapujos, sino que me sent bien contrselo todo sin tapujos. Resulta que en el primer interrogatorio ocurri algo que haba previsto de entrada. Me llevaron a un cuarto, donde un caballero bien trajeado me plante unas preguntas y sacudi visiblemente la cabeza. Haba cometido una estupidez, dijo, pero no supona un problema grave. Es ms, en determinadas circunstancias incluso podan ponerme en libertad en el acto. Yo ya saba, insisto, el siguiente paso. No niego que me sintiera un poco nervioso y por otra parte, en cambio, completamente tranquilo. Aunque plante la propuesta de manera sumamente refinada no conseguira recordar sus palabras ni aunque mi vida dependiera de ello, comprend lo que quera, y me negu sin titubeos y con gesto arrogante a ser un confidente. Discutimos un rato bsicamente vino a decir que no haba que entenderlo de un modo tan exagerado, que slo se trataba de alguna que otra conversacin o de pedirme, de vez en cuando, algn resumen escrito, etctera. Era tan amable que percib mi resistencia tozuda y absurda como una estupidez. No s si ocurri por casualidad, pero lo cierto es que entonces entr otro tipo que no era tan amable como el primero; es ms, al principio ni siquiera se dign mirarme. Hablaron entre ellos en voz baja, largo rato, y yo, all de pie, notaba que me abandonaba el valor. Para expresarlo con un eufemismo, nunca en mi vida me haba sentido tan solo, tan abandonado. De vez en cuando me echaban un vistazo, ora el uno, ora el otro, y recuerdo con claridad un momento amenazante en el que se me ocurri la espantosa idea de que mis interrogadores se preguntaban, precisamente, si deban apalearme ellos o llamar a los expertos para que lo hicieran. Por fortuna, no sucedi ni lo uno ni lo otro, pero la vivencia de aquel instante bast para sacudir fundamentalmente mi autoestima. Tuve que confesarme sin ambages que si me hubieran apaleado o, ms an, si me hubieran planteado la alternativa de ser apaleado o firmar el papel, probablemente habra elegido la firma. No estaba seguro, pero tenda ms al s que al no... sa era mi sensacin. Es ms, estaba convencido de que si firmaba el papel coaccionado fsicamente, claro sera capaz de justificarlo ante m mismo igual

  • que la otra opcin, la de no firmar, mucho ms simptica por supuesto. No resultaba fcil convivir con esta inseguridad, desde luego. Luchaba con dilemas filosficos en mi celda de aislamiento: no creo mucho en los poderes metafsicos, pero de repente vi tambalearse las categoras ticas. Tuve que tomar conciencia del simple hecho de que el ser humano es, tanto fsica como moralmente, un ser totalmente entregado; y esto no es fcil de admitir en una sociedad cuya teora y prctica estn determinadas nica y exclusivamente por una visin policial del mundo, en una sociedad de la que no hay salida y en la que ninguna explicacin resulta satisfactoria, ni siquiera si no soy yo quien plantea estas alternativas, sino la coaccin externa, de tal modo que, en el fondo, nada tengo que ver con lo que yo haga o lo que hagan conmigo.

    No s por qu le cont todo esto, pues no esperaba de l ni consejo ni ayuda, y l bien lo saba. Me escuch con la cabeza gacha, el brazo apoyado en el respaldo de la silla de al lado, la mano colgada. De vez en cuando asenta con la cabeza. Pareca triste, como si conociera mi caso antes incluso de que se lo contara y hubiera sacado una conclusin haca ya muchsimo tiempo.

    No se debe ir a parar a una situacin as, uno no debe saber quin es dijo. Creo que nunca olvidar aquella conversacin. Vivimos en la poca de la catstrofe, cada ser

    humano es portador de la catstrofe, y por eso se necesita un saber vivir muy particular para seguir tirando, dijo. El hombre de la catstrofe carece de destino, carece de cualidades, carece de carcter. Su horrendo entorno social el Estado, la dictadura, o llmalo como quieras lo atrae con la fuerza de un remolino vertiginoso, hasta que renuncia a oponer resistencia y el caos brota en l como un geiser hirviente... A partir de ese momento, el caos se convierte en su hogar. Ya no existe para l el regreso a un centro del Yo, a la certeza slida e irrefutable del Yo: es decir, se ha perdido, en el sentido ms estricto y verdadero de la palabra. Este ser sin Yo es la catstrofe, el verdadero Mal, sin ser, por extrao que parezca, l mismo malvado, aunque sea capaz de todas las maldades, dijo B. Han vuelto a cobrar vigencia las palabras de la Biblia: resstete a la tentacin, cudate de conocerte a ti mismo, porque de lo contrario ests condenado, dijo.

    No s por qu encontr tanto consuelo en esos pensamientos abstractos e impersonales que ni siquiera pude seguir del todo. Sin embargo, precisamente la generalidad me sent bien, el hecho de no hurgar en mi asunto, de no analizar mi mundo psquico; precisamente eso me ayud a alejarme de mis preocupaciones prcticas, aburridas en sumo grado, que de todos modos no tenan solucin y que de todos modos siempre acababan solucionndose, como ocurri tambin en esta ocasin. Mi caso se me present de pronto como un problema terico, lo cual resultaba en parte fructfero y en parte me liberaba de m mismo, que era, justamente, lo que me haca falta. Se lo dije. Le dije, adems, tener la sensacin de que nuestra conversacin haba proyectado de sbito otra luz sobre mis consideraciones muy serias, por cierto respecto al suicidio: podra afirmar, afirm, que de repente se me antojaba superfluo cansarme a m mismo y a la sociedad con tales ponderaciones. Se ri. Saba soltar estridentes carcajadas. Echo de menos su risa.

    Por lo visto, consider durante un tiempo la posibilidad de escribir en versos libres la pieza de teatro que apareci luego en el legado. Al estilo de Peter Weiss o de Thomas Bernhard, del que era un consumado traductor. Entre los apuntes para el manuscrito autgrafo quedaron algunos comienzos. Y tambin pueden encontrarse algunas escenas que finalmente no hallaron cabida en la obra. Los personajes de una de estas escenas se llaman KESER y B, el lugar es "una mesa situada en el rincn de un bar".

    B Es fcil morir la vida es un gran campo de concentracin instalado por Dios en la Tierra para los hombres y stos lo desarrollaron para convertirlo en campo de exterminio para los hombres Suicidarse es tanto como

  • engaar a los vigilantes huir desertar dejar con un palmo de narices a quienes se quedan En este gran Lager de la vida en este mundo miserable de la vida suspendida hasta nuevo aviso del ni dentro ni fuera ni adelante ni atrs donde envejecemos sin que el tiempo avance... aqu aprend que la rebelin es QUEDAR CON VIDA La gran desobediencia es vivir nuestra vida hasta el final y es tambin la gran modestia que nos debemos El nico instrumento digno del suicidio es la vida ser un suicida es tanto como seguir con vida volver a empezar todos los das volver a vivir todos los das volver a morir todos los das No s cmo seguir. El entierro de B se celebr un da oscuro y desolado de otoo. No. He de retornar a la situacin bsica, como quien dice. As pues, estbamos sentados los cuatro en

    la editorial, Sara, Krti, Oblth y yo. Dije en voz bien alta a Sara que haba conseguido el diccionario que me haba pedido la semana anterior; enseguida comprendi que quera hablar con ella pues nunca me haba pedido un diccionario y se levant en el acto. Mientras rebuscbamos entre los libros en la biblioteca, un poco apartados de los dems, le pregunt en voz baja si conoca el motivo de la inusual irritacin de Krti. Se haba enterado de algo? O le haba confesado ella todo? No, respondi Sara, no haban hablado de esto en absoluto. De hecho, llevaban bastante tiempo sin hablar de nada. Ella, sin embargo, no estaba dispuesta a esconder su luto. Si Krti no se haba vuelto del todo ciego, ciego a todo y a todos, algo deba sospechar. No crea, sin embargo, que le doliera. No crea que ella pudiese todava provocarle algn dolor a Krti. Est simplemente ofendido, dijo Sara; y la ofensa encajaba perfectamente en el orden mundial de ofensas y desilusiones que Krti se haba montado, dijo Sara; ms que sentirse dolido, Krti disfrutaba con ello, eso al menos opinaba ella, Sara. Tanto el mundo como su esposa lo haban dejado plantado; ya no lo ataba ningn tipo de responsabilidad ni al mundo ni a su esposa. Es como un nio, como un adolescente, insisti Sara. Y mientras lo comparaba con un adolescente, no vi que se ablandara o que su rostro adquiriera una expresin ms tolerante.

    No s cmo seguir. Hasta el da de hoy, cuando todo ha pasado ya, me cuesta creer algunos hechos; otros, hasta el da de hoy, cuando todo ha pasado ya, me cuesta mencionarlos.

    Un maana son el telfono. Deban de ser las nueve. (Es demasiado dramtico, pero es as.) An dorma. Por aquellas fechas acostumbraba dormir mucho, pues acababa de comprender que era la nica actividad razonable a la que poda dedicar mi tiempo. Tard un rato en comprender que era Sara quien estaba al telfono: apenas reconoc su voz, que sonaba como velada, extraa y atormentada. Enseguida le pregunt si tena algn problema. "Un problema grave", respondi Sara.

  • "Llegar en un cuarto de hora", dije. "Adonde?", pregunt. "Pues a vuestra casa", dije, convencido de que algo le haba ocurrido a Krti. "Ven a la casa de B!", dijo Sara. Me qued de piedra. "A la casa de B? Dnde ests?", pregunt. "All", contest ella. "Y no le puedes pasar el telfono?" "No", dijo. "Por qu no?" "Porque est muerto", respondi. Dios es testigo de que as transcurri nuestra conversacin, como un mustio dilogo en una obra de Ionesco.

    No entend nada. Sara me dio, adems, una serie de instrucciones, llorando pero cada vez ms segura de s misma; por lo visto, le cost mucho decidirse a llamarme, pero una vez que lo hizo, se sinti, poco a poco, ms aliviada. Yo, en cambio, entenda cada vez menos mientras la escuchaba: segua sin comprender cmo haba entrado en el piso de B y me incomodaba la confianza que me mostraba, pues hasta entonces slo la conoca como se conoce a la mujer de un amigo, es decir, no la conoca en absoluto, con lo cual me conformaba plenamente. El hecho de que fuese la amante de B, su ltima amante lo cual vale tambin a la inversa, a m al menos me sonaba del todo increble al principio. A primera vista, Sara pareca un personaje gris y quiz nunca se habra descubierto a s misma si no se hubiera encontrado con B. La relacin debi de ser una alegra fatalmente tarda, atormentada, unilateral, carente de perspectiva de un modo casi perverso.

    Mucho ms tarde, cuando nuestro vnculo se haba afianzado ya y se haba vuelto casi ntimo como consecuencia de las exigencias que yo le planteaba, a menudo nos sentbamos Sara y yo en un bar o pasebamos, para hablar de B como dos viudos. Al cabo de un tiempo le pregunt cmo haban llegado a entablar la relacin. La historia, al menos tal como me la cont, era sencilla como un cuento y absurda como nuestras vidas. Una maana, mientras haca la compra, vio de pronto a B en medio de ese hormiguero que era el Gran Mercado; apenas pudo creer cuanto vean sus ojos. Estaba B ante el puesto de un verdulero, entre montaas de patatas, rbanos, remolachas, coles y dems verduras. Esperaba pacientemente que le tocara su turno, con las manos a la espalda. Aun visto desde atrs, tena un aspecto particular, llamativo, casi ridculo y conmovedor, como quien no pertenece al lugar, explic Sara. Llevaba tiempo sin verlo. Pens gastarle una broma. Se coloc sin hacer ruido a su espalda y, sin pensrselo dos veces, puso la mano en la palma de la mano abierta de B. Ocurri entonces algo con lo que, a decir verdad, no haba contado, dijo Sara. En vez de volverse (que era lo que ella esperaba), B apret entre sus clidos dedos aquella mano de mujer, lo hizo con suavidad y cario, como si fuese un regalo secreto e inesperado, y al notar el apretn, Sara se sinti de pronto inundada por el rubor, como suele expresarlo la literatura.

    A continuacin se saludaron, como corresponda, e intercambiaron algunas frases. Qu vas a comprar?, pregunt Sara. Esprragos. Qu hars con los esprragos? Los hervir en agua salada y am, am, me los comer, dijo B. No te gustan acaso con pan rallado pasado por mantequilla? Claro que s, pero quin me los preparar? Compraron, pues, la mantequilla, compraron los esprragos, compraron el pan rallado, compraron una botella de vino, y trasladaron el botn al piso de B. Lo desempaquetaron todo con sumo esmero... y al cabo de diez minutos estaban en la cama.

    As sonaba la historia. Muy caracterstica de B. O en absoluto caracterstica de B. No lo s. En los ltimos meses esos agitados meses de cambios polticos, en los que la esperanza no tard en adquirir el sabor amargo de la ilusin en nuestra boca haba visto poco a B. De hecho, apenas me haba atrevido a presentarme en su casa en los aos anteriores. Esto tena su motivo, sobre el cual volver, aunque a regaadientes, cuando llegue el momento.

    Primero, sin embargo, deber contar lo ocurrido aquella maana. Sara, con voz atormentada, como he dicho, me dio unas instrucciones que me dejaron perplejo. Que tomara un taxi, pero que me bajara antes de llegar a la manzana donde se hallaba la vivienda; que no utilizara el portero automtico y que procurara no ser visto al franquear la entrada; y, sobre todo, que me diera prisa, mucha prisa.

    Aun as, tard una hora en serenarme y atravesar luego en taxi la ciudad, en medio de un denso trfico. B viva por aquel entonces en una zona bastante depauperada, en un llamado bloque de paneles prefabricados o, mejor dicho, en un conglomerado de hormign all en la frontera entre los barrios de Jzsef y Ferenc, en el "duodeno de la ciudad", como l sola llamarlo. All lo haba

  • llevado el divorcio, y muchos no se lo perdonaron a Judit, su ex mujer; por aquel entonces yo tampoco, aunque de una manera un peln ms original.

    Lo que me esperaba en aquel edificio que heda a contenedores de basura y, ms concretamente, en aquel piso de la octava planta cuyas placas de hormign hervan ya por el sol matutino, me sorprendi y conmocion hasta tal punto que la conmocin es, por as decirlo, todo cuanto recuerdo. B yaca en la cama. Estaba muerto. De repente se me ocurri que nunca haba visto a un muerto. Al ver el cuerpo tapado e inmvil de B, al ver aquel rostro conocido paralizado en una mueca desconocida, mi cuerpo se estremeci; fue como si sucediera por obra de una brutal fuerza exterior a la que deba entregarme inerme. Percib que estaba emitiendo un sonido extrao, hipante mi sollozo era, y que al mismo tiempo me extraaba de ello. Apoy la frente en la puerta fra, pintada de blanco y barnizada, de la habitacin, y algo, aquella fuerza exterior, me sacudi enrgicamente los hombros.

    Recuerdo estos detalles con torturante precisin. Recuerdo asimismo que, zarandeado por las arcadas, me precipit a la cocina para beber agua directamente del grifo. En eso, pos la mirada en una bolsa apoyada en la mesa de la que emergan la punta de una baguette y el corcho envuelto en papel dorado de una botella de champn, mensajeros ambos de una realidad diferente y ms amable; de repente me entraron ganas de probar el pan quiz porque no haba desayunado y a punto estuve de desgajarle un trozo, pero me inhibi la presencia de Sara, que, por lo visto, me haba seguido a la cocina. Hablamos en voz baja, como si B durmiera en la habitacin contigua y procursemos no despertarlo. Apenas poda reconocer a Sara; su cara, hinchada por el llanto, pareca una esponja roja empapada. Dijo que haba llegado a eso de las ocho y media. Que haba abierto la puerta, pues tena la llave del piso. Entr primero en la cocina, dej all la bolsa, y abri entonces la puerta de la habitacin.

    Estaba ya muerto? S. Te cercioraste? No preguntes bobadas. Pero... pero... No escribi ninguna carta de despedida? T mismo la has visto. En efecto, la haba visto y, en mi estremecimiento, la haba olvidado. All estaba en la habitacin,

    sobre la mesa, garabateada en medio de una hoja DIN-A4: NO OS ENFADIS! BUENAS NOCHES! Eran letras enormes, pero no caba la menor duda de que se trataba de la letra de B. Segn Sara,

    haba tomado algo. Si supiera qu. No haba ni un vaso de agua en la mesita de noche. Y... no observaste nada en l... antes? No dijo nada que...? No, respondi Sara. Lo cierto es que llevaba dos das sin verlo. Pero la haba llamado la noche anterior para decirle que haba trabajado mucho, que estaba

    cansado, que se acostara enseguida pues no tena ganas de cenar y para pedir a Sara que le trajera el desayuno esta maana.

    Y se lo traje. Hasta ahora, nunca nos habamos citado por la maana. Tuvimos que callar un rato; Sara, sacudida por el dolor, se inclinaba adelante y atrs, se agarraba

    a m, y yo, sin querer, la apret contra mi cuerpo. No hubo ni pizca de erotismo en el gesto y, sin embargo, recuerdo que algo se movi en m. Fui tan infame o slo tan masculino, o slo tan curioso?) que luego, en medio del duelo y del ajetreo, encontr la oportunidad de ojear con una mirada rpida y casi involuntaria a Sara, como nunca antes haba hecho. El instante no era, desde luego, el ms apropiado, puesto que ella presentaba ya los sntomas de un inminente desmayo. No obstante, al tenerla en mis brazos, sent a una mujer, a una mujer nerviosa que en ese momento temblaba por la agitacin y, muy probablemente, guardaba algn secreto interesante. Por lo que s,

  • Sara tiene ms o menos mi edad, de modo que por aquellas fechas deba de rondar los cuarenta y cinco.

    Jams podra superar este momento de horror, susurr. El maligno plan de B, de legarle, por as decirlo, su muerte "de forma tan indigna" para colmo, a buen seguro la alejara para siempre de B, y eso le resultaba ms doloroso quiz que el duelo, dijo.

    De hecho, ni siquiera se me haba pasado por la cabeza. Volv a posar la mirada en la botella de champn e imagin el nerviosismo y la sensacin expectante con que Sara se haba escabullido de Krti para celebrar, esa maana, una desacostumbrada fiesta de amor con B. No me atrev a imaginar, sin embargo, el momento en que encontr el cadver de B. Cmo pudo hacerle esto a la mujer que lo amaba? B era implacable, pero no con las personas; no lo era, desde luego, de forma deliberada y menos an premeditada.

    Ahora bien, qu otra opcin le quedaba? Al fin y al cabo, no poda informar a Sara de antemano de sus planes. Ni desear que lo encontrasen por azar; ni que la polica entrase primero en su vivienda. En tal caso, Sara ni siquiera habra podido despedirse de l. Algo en mi interior me sugiri que B contaba, a buen seguro, con que Sara me llamara para pedirme ayuda. Y, por ltimo, hasta se me ocurri una idea bastante perversa que, sin embargo, no poda ser del todo ajena a B: previendo que Sara traera champn, tal vez quera que bebiramos una copa, de pie junto a su cama. Le dije todo esto a Sara. Me escuch con la cabeza gacha y las manos apoyadas en la mesa de la cocina. Aad finalmente, y enseguida me arrepent, que B quiz deseaba que Sara lo olvidase cuanto antes y que su aparente crueldad haba de servir, probablemente, para ello.

    Si as lo pens en efecto, respondi Sara de inmediato, habr sido bien porque no la conoca,