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Patología de los holones: Extracto del libro “Sexo, Ecología y Espiritualidad” Autor: Ken Wilber

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PATOLOGIA DE LOS HOLONES

Extraído del libro “Sexo, Ecología y Espiritualidad”. Ediciones Gaia.

Autor: Ken Wilber Ken Wilber es considerado como uno de los grandes investigadores y pensadores de

nuestro tiempo, es la figura cumbre de la Psicología Integral y la Transpersonal, y el

primero en haber desarrollado una teoría de campo unificado de la conciencia. Con un

gesto integrador sorprendente, Ken Wilber teje todos los fragmentos dispersos de la

psicología, la antropología, la espiritualidad, los estudios culturales, la teoría literaria,

la ecología y la transformación planetaria en una sólida visión del mundo moderno y

postmoderno.

Esta es la holoarquía normal o natural, el desarrollo secuencial o por etapas de redes

más amplias de totalidad creciente, en las que las totalidades mayores o más amplias

pueden ejercer su influencia sobre las totalidades menores. Y a pesar de lo natural,

deseable e inevitable que esto es, ya se puede empezar a ver cómo las holoarquías

pueden volverse patológicas. –si los niveles superiores pueden ejercer su influencia

sobre los inferiores, también pueden volverse dominantes e incluso reprimir y alienar a

estos. Y ello lleva a una serie de dificultades patológicas, tanto en el individuo como en

la sociedad en general.

Debido a que el mundo está dispuesto holoárquicamente, precisamente por contener

campos dentro de campos dentro de campos, es por lo que las cosas pueden llegar a ir

tan profundamente mal, por lo que una disrupción o patología en un campo puede

reverberar a través de todo el sistema. Y la cura para esta patología es esencialmente la

misma en todos los sistemas: extirpar los holones patológicos para que la holoarquía

pueda volver a la armonía. La cura no consiste en deshacerse de la holoarquía misma,

porque, aunque esto fuera posible, su resultado sería un paisaje uniforme y

unidimensional sin ninguna distinción de valores en absoluto (esta es la razón por la que

los críticos que desechan la jerarquía en general la reemplazan inmediatamente con una

nueva escala de valores propia, su propia jerarquía particular).

Más bien, la cura para cualquier sistema enfermo consiste en extirpar los holones que

han usurpado su posición en el sistema general, abusando de su poder de causación

ascendente o descendente. Esta es exactamente la cura que vemos funcionar en el

psicoanálisis (los holones sombra se niegan a su integración), en la teoría de la crítica

social (los holones ideológicos distorsionan la comunicación abierta), en las

revoluciones democráticas (los holones monárquicos o fascistas oprimen el cuerpo

político), en las intervenciones de la ciencia médica (los holones cancerosos invaden un

sistema benigno), en las críticas feministas radicales (los holones patriarcales dominan

la esfera pública), y así sucesivamente. No se trata de librarse de la holoarquía per se,

sino de detener (e integrar) a los holones arrogantes.

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En resumen, la existencia de jerarquías patológicas no condena la existencia de

jerarquías en general. Esta distinción es crucial, y en la mayoría de los casos muy fácil

de señalar. Por ejemplo Riane Eisler, que es una inquebrantable defensora de la

heterarquía*, sin embargo apunta enfáticamente: “Se debe hacer una importante

distinción entre jerarquías de dominación y de realización. El término jerarquías de

dominación describe a jerarquías basadas en el uso de la fuerza o en la amenaza

explícita o implícita de hacer uso de la fuerza. Tales jerarquías son muy diferentes del

tipo de jerarquías que encontramos cuando progresamos desde órdenes de

funcionamiento inferior hacia órdenes de funcionamiento superior, tales como, por

ejemplo, la progresión de células a órganos en los organismos vivos. Estos tipos de

jerarquías pueden ser caracterizados con el término jerarquías de realización porque su

funcionamiento es maximizar el potencial del organismo. Por el contrario, las jerarquías

humanas basadas en la fuerza o en la amenaza de su utilización, no solo inhiben la

creatividad de las personas sino que dan como resultado sistemas sociales en los que las

cualidades sociales más bajas (degradantes) salen reforzadas y las aspiraciones más

elevadas (rasgos como la compasión, la empatía, la búsqueda de la verdad y la justicia)

son suprimidos sistemáticamente”.

Añadamos también que, según la propia definición de Eisler, lo que las jerarquías de

dominación suprimen son de hecho ¡las propias jerarquías de realización del individuo!;

lo que ella llama “las aspiraciones más elevadas de la humanidad” en vez de las

“cualidades más bajas (degradantes)”. En otras palabras, la cura para la jerarquía

patológica es la jerarquía de realización, no la heterarquía (que produciría más

acumulaciones y fragmentos, no totalidades y curaciones).

Estas distinciones son cruciales porque no sólo hay jerarquías de dominación o

patológicas, también hay “heterarquías de dominación” o patológicas (es un tema

intencionalmente evitado por los heterarquistas). Yo simplemente sugiero que la

jerarquía normal, o el holismo entre niveles, se vuelve patológica cuando hay una

ruptura entre esos niveles, y un holón particular asume un papel represivo, opresivo y

arrogante de dominación sobre los demás (ya sea en el desarrollo individual o social).

Por otro lado, la heterarquía normal, que es holismo dentro de cualquier nivel, se hace

patológica cuando ese nivel se difumina o se fusiona con su entorno: un Holón concreto

no destaca lo suficiente, se mezcla mucho; no emerge sobre los demás, se funde en los

otros; y toda distinción de valor o de identidad se pierde (los holones individuales

encuentran su valor e identidad sólo a través de los otros).

(*) La Heterarquía, o red, es un sistema de organizar el espacio, el tiempo y la sociedad entendidos como

autónomos, con individuos y grupos autoinventados y autosuficientes, cuya estructura cambia

continuamente de acuerdo con los cambios necesarios y las condiciones. Por eso, los miembros de una

sociedad heterárquica se perciben unos a otros como autónomos, valoran la cooperación más que la

competición, pero conociendo que la ganancia para unos, no lo es para otros.

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En otras palabras, en la jerarquía patológica, un holón asume el dominio en detrimento

de los demás. Este holón no asume que es ambas cosas, el todo y la parte, asume que es

la totalidad; y punto. Por otro lado, en la heterarquía patológica, los holones

individuales pierden su valor e identidad distintivos en la fusión comunal y se

disuelven. Este holón no asume que es ambos, la totalidad y la parte, sino que es la

parte, y punto. Es únicamente un instrumento para uso de otros; es meramente una

hebra en la red, no tiene valor intrínseco.

De esta forma, la heterarquía patológica no significa unión sino fusión; no integración

sino “indisociación”: no relación sino disolución. Todos los valores se igualan y

homogeneizan en una uniformidad desprovista de valores individuales o identidades; de

nada se puede decir que sea más profundo o más alto o mejor en algún sentido

significativo; todo valor desaparece en una mentalidad de rebaño en la que los no

definidos guían a los no definidos.

Mientras que la jerarquía patológica es un tipo de fascismo ontológico (en el que uno

domina a muchos), la heterarquía patológica en un tipo de totalitarismo ontológico (en

el que muchos dominan a uno).

DISTINCIONES CUALITATIVAS

El hecho de que las jerarquías de realización implican una graduación que sigue la

capacidad holística creciente – o incluso una clasificación de valor – resulta muy

molesto a quienes creen en la heterarquía extrema, los cuales rechazan categóricamente

cualquier tipo de categoría real o de juicio, sea el que sea. Señalan, con muy buenas y a

menudo muy nobles razones (muchas de las cuales apoyo de corazón), que la

categorización es un juicio jerárquico que a menudo se traduce en opresión social y

desigualdad, y que en el mundo de hoy la respuesta más justa y compasiva es un sistema

radicalmente igualitario o pluralista: una heterarquía de valores iguales. Aunque estos

críticos están, como he dicho, inspirados por nobles ideales, algunos se han hecho muy

rencorosos, incluso violentos, en su condena verbal de cualquier tipo de jerarquía de

valores. “Más alto” se ha convertido en su palabra malsonante universal.

No parecen darse cuenta de que su valorada aceptación de la heterarquía es en sí misma

un juicio jerárquico. Valoran la heterarquía; sienten que encarna más justicia,

compasión y decencia: la contrastan con las visiones jerárquicas que sienten que son

dominantes y denigrantes. En otras palabras, clasifican ambas visiones, y sienten que

una es definitivamente mejor que la otra. Es decir, tienen su propia jerarquía, sus

propias categorías de valor.

Pero como niegan conscientemente la jerarquía en sí, deben oscurecer y ocultar la suya,

deben pretender que su jerarquía no es una jerarquía. Sus categorías no son reconocidas,

permanecen escondidas, encubiertas. Además no solo su jerarquía está encubierta, sino

que es contradictoria: es una jerarquía que niega la jerarquía. Están presuponiendo

aquello que niegan; niegan conscientemente lo que su postura real asume.

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Negándose incluso a considerar la jerarquía, a pesar de que hacen gran cantidad de

juicios jerárquicos, se montan en una jerarquía de valores bastante burda y muy poco

elaborada. A menudo, y por desgracia, esto da a su postura un aire inconfundible de

hipocresía. Con muy justa indignación denuncian jerárquicamente la jerarquía y con su

mano izquierda hacen lo que la derecha desprecia en los demás. Detestando los juicios

de los demás y escondiendo los suyos, convierten el rechazo de sí mismos en una

condena justiciera de los demás.

Esencialmente su postura se resume así: “Tengo mis categorías, pero tú no puedes tener

las tuyas. Y además, pretendiendo que mis categorías no lo son” – este movimiento es

inconsciente – “diré que no tengo categorías en absoluto; y entonces, en nombre de la

compasión y de la igualdad, despreciaré y atacaré las categorías donde las encuentre,

porque son muy malas.”

Haciendo estos juicios jerárquicos no reconocidos, evitan y suprimen los temas

realmente dificultosos como el de averiguar de qué manera hacemos los juicios de valor,

para empezar. Son muy claros al hablar de los lamentables juicios de valor jerárquico de

los demás, pero curiosamente oscuros – de hecho, totalmente silenciosos – sobre cómo

y por qué llegaron a los suyos propios. Su autoética de la poca claridad y su ética de

condenas verbales hacia los otros se combinan para formar un largo bastón con el que

simplemente golpean a los demás en nombre de la bondad. Y aunque esto es muy válido

para liberar las emociones dentro de una mentalidad política universitaria, no ayuda en

nada a aclarar la naturaleza de los sistemas de valores humanos, la naturaleza de lo que

hombres y mujeres hacen para elegir lo bueno, lo verdadero y lo bello; elecciones que

implican escalas de valores, que estos críticos hacen y después niegan haber hecho.

Su heterarquía es una jerarquía sigilosa, borran todas sus pistas y después pretenden no

tenerlas, y por tanto evitan y reprimen la cuestión realmente profunda y difícil: ¿Por qué

los seres humanos siempre dejan huellas? ¿Por qué la búsqueda de valor en el mundo es

inherente a la situación humana? Y, sabiendo que, aunque decidamos valorar todo de

igual manera, ello implica rechazar a los sistemas de valores que no propugnan lo

mismo, ¿por qué es inevitable que haya algún tipo de escala e valores? ¿Por qué las

distinciones cualitativas están construidas dentro del tejido mismo de la orientación

humana? ¿Por qué tratar de negar los valores es en sí un valor? ¿Por qué negar las

escalas de valores es una escala de valores en sí? Y, esto supuesto, ¿cómo podemos

elegir de forma saludable y consciente nuestras inevitables jerarquías y no caer

meramente en la ética del no reconocimiento, de la supresión y del oscurantismo?.

Charles Taylor, en su libro, Sources of the Self, ha realizado un trabajo magistral

siguiendo la emergencia de la visión del mundo que pretende no ser una visión del

mundo. Es decir, la emergencia de ciertos juicios de valor que niegan serlo, la

emergencia de ciertas jerarquías que niegan la existencia de las jerarquías. Más adelante

seguiremos con detalle, pero de momento podemos observar lo que sigue:

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Taylor comienza llamando la atención sobre el hecho de que hacer lo que él llama

“distinciones cualitativas” es un aspecto inevitable de la situación humana.

Simplemente nos encontramos existiendo en diversos contextos, en diversos marcos de

referencia (yo diría que somos holones dentro de holones, contextos dentro de

contextos), y estos contextos, constituyen irreversiblemente diversos valores y

significados que están ensamblados en nuestra situación. “Lo que he estado llamando un

marco de referencia – dice Taylor – incorpora una serie crucial de distinciones

cualitativas (una jerarquía de valores). Pensar, sentir y juzgar dentro de ese marco de

referencia es funcionar con el sentido de que algunas acciones, o modo de vida, o forma

de sentir, es incomparablemente más elevado que los demás que tenemos a nuestra

disposición. Uso aquí las palabras “más elevado” en sentido genérico. El sentido de en

qué consiste esa diferencia puede tomar muchas formas: puede que una forma de vida

sea vista como más plena, otra manera de sentir y actuar como más pura, un modo de

sentir o de vivir como más profundo, un estilo de vida puede ser más admirable, y así

sucesivamente.”

De esta manera, incluso quien se adhiere a la heterarquía o al pluralismo radical está

realizando distinciones cualitativas muy profundas, aunque denuncia que las

distinciones cualitativas son brutales y violentas, incluso aunque niegue totalmente la

noción de marco de referencia. “Pero esta persona no deja de tener un marco de

referencia, por el contrario tiene un profundo compromiso con un cierto ideal de

benevolencia. Admira a la gente que vive según ese ideal, condena a quienes no lo

hacen o están demasiado confundidos incluso para aceptarlo, y se siente mal cuando él

mismo no vive según ese ideal. Vive en un horizonte moral que no puede ser explicado

por su propia teoría moral.”.

La cuestión es que, como Taylor expresa, aunque este individuo abrace la diversidad y

la igualdad de valores, la idea no es nunca que “cualquier cosa que hagamos es

aceptable”:

Quiero defender la tesis extrema de que vivir sin marco de referencia nos es

absolutamente imposible; dicho de otra manera, los horizontes dentro de los que

vivimos nuestra vida y que le dan sentido tienen que incluir estas fuertes

discriminaciones cualitativas (jerarquía de valores). Además, esto no es únicamente una

verdad psicológica cambiante acerca de los seres humanos que podría llegar a no ser

cierta en algún momento para algún individuo excepcional o un nuevo tipo de humano,

para un superhombre objetivamente desvinculado. Más bien, la afirmación es que vivir

dentro de horizontes fuertemente cualificados constituye la condición humana…y no un

extra opcional del que podríamos prescindir.”