Kazantzakis, Nikos - El Pobre de Asis

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Última novela de Nikos Kazantzakis

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El pobre de Ass

Nikos Kazantzakis

En El pobre de Ass, la ltima obra que escribi Kazantzakis antes de su muerte, se recrea la vida de San Francisco de Ass a travs del relato del hermano Len, un compaero en su recorrido por los caminos de la tierra. Gracias a l asistimos al peregrinaje de San Francisco, de monasterio en monasterio, de aldea en aldea, de desierto en desierto, en busca de Dios. Francisco libra una terrible batalla entre la santidad y la humanidad, de la que saldr victorioso gracias al espritu, gracias al amor. Slo existe un amor siempre el mismo, sea cual fuere su objeto: una mujer, un hijo, una madre, la patria, una idea, Nos.

Nikos Kazanttakis naci en la isla de Creta en 1883. tuvo una vida azarosa; se licenci en Derecho, fue monje en el monasterio de Athos, ministro de su pas, revolucionario, director de un departamento de la Unesco y un gran escritor. Fue uno de los ms grandes novelistas griegos contemporneos y sin duda, el ms famoso internacionalmente. Sus obras han sido llevadas al cine, medio en el que han logrado un notable xito, como la inolvidable Zorba el griego y la polmica La ltima tentacin de Cristo.

Al Doctor Albert Schweitzer, el San Francisco de Ass de nuestro tiempo.

K.

Introduccin

Recuerdas, padre Francisco, a este indigno que hoy toma la pluma para escribir tus hechos y tus gestos? Yo era un mendigo humilde y feo el da de nuestro primer encuentro. Humilde y feo, hirsuto el pelo de la nuca a las cejas, cubierto el rostro de barba, temerosa la mirada. En vez de hablar, balaba como un cordero. Y t, para burlarte de mi fealdad y mi humildad, me apodaste hermano Len. Pero cuando te cont mi vida, te echaste a llorar y me dijiste, atrayndome a tus brazos:

Perdona que me haya burlado de ti llamndote len; porque ahora veo que eres un verdadero len, y lo que persigues slo un len verdadero podra perseguirlo.

Yo iba de monasterio en monasterio, de aldea en aldea, de desierto en desierto, en busca de Dios. No me cas, no tuve hijos porque buscaba a Dios. Olvid comer el mendrugo de pan y el puado de aceitunas que me daban porque iba en busca de Dios.

Tena seca la garganta a fuerza de pedir, hinchados los pies a fuerza de caminar. Me cans de llamar a las puertas para mendigar, primero mi pan, despus una palabra de bondad, al fin la salvacin. Todo el mundo se burlaba de m y me llamaba simple de espritu. Me zarandeaban, me expulsaban, ya no poda ms. Aprend a blasfemar. Despus de todo, soy un hombre; estaba cansado de caminar, de tener hambre y fro, de llamar a las puertas del cielo sin recibir nunca respuesta. Una noche, en el colmo de la desesperacin, Dios me tom de la mano. Padre Francisco, tambin a ti te haba tomado de la mano, y as nos encontramos.

Y ahora, sentado ante el ventanuco de mi celda, miro las nubes primaverales. En el patio del claustro, el cielo est bajo; llueve suavemente; la tierra huele bien. Los limoneros estn floridos, a lo lejos canta un cuclillo. Todas las flores ren, porque Dios se ha hecho lluvia y llueve sobre el mundo. Qu dulzura, Seor, qu felicidad! Cmo se confunden la lluvia y la tierra, el olor del estircol y el del limonero, con el corazn del hombre! En verdad, el hombre es de tierra y por eso se regocija tanto como ella con esa tranquila y acariciadora lluvia de primavera. El agua del cielo riega mi corazn que se hiende para que crezca en l un retoo y surjas t, padre Francisco.

Padre Francisco, en mi florece la tierra toda, ascienden los recuerdos, la rueda del tiempo se mueve hacia atrs y as resucitan las horas santas en que recorramos juntos los caminos de la tierra, t al frente y yo pisando tus huellas, en el terror.

Recuerdas nuestro primer encuentro? Fue una noche de agosto. Acababa de llegar a Ass, la famosa. Haba luna llena, el hambre me haca vacilar... Muchas veces a Dios se lo agradezco haba gozado de la noble ciudad, pero esa noche me pareci diferente, irreconocible. Casas, iglesias, torreones, ciudadela, bogaban bajo un cielo malva, en medio de un mar de leche.

Cuando entr, hacia el crepsculo, por la nueva puerta de San Pedro, una luna perfectamente redonda se levantaba, roja, pacfica como un sol amable, y difunda su luz en cascadas silenciosas desde la fortificacin de la Rocca hasta los techados de las casas y los campanarios, transformando las callejas en arroyos y haciendo desbordar de leche los zanjones. Los rostros de los hombres resplandecan, como iluminados por el pensamiento de Dios. Transportado, me detuve e hice la seal de la cruz, preguntndome si era sa, en verdad, la ciudad de Ass, la ciudad de las casas, los campanarios y los hombres, o si haba entrado, antes de morir, en el Paraso.

Tend las manos: se llenaron de luna, una luna compacta y dulce como la miel.

Sent sobre los labios y las sienes la gracia de Dios que flua. Entonces comprend: Un santo ha pasado por aqu, exclam, estoy seguro, respiro su olor en el aire.

Sub por callejas estrechas y tortuosas, chapoteando en el claro de luna, hasta la plaza de San Justo. Era un sbado, haba all mucha gente, se oan voces cascadas, canciones, aires de mandolina. El olor mareante de los pescados que se frean, el de la carne que se asaba sobre las brasas se mezclaban con los perfumes del jazmn y de las rosas. El hambre me atormentaba las entraas. Me acerqu a un grupo.

Buenas gentes les dije, habra alguien aqu, en Ass, la famosa, que pudiera darme limosna? Tengo hambre y sueo, pero no he de quedarme: maana partir.

Me observaron de la cabeza a los pies y empezaron a burlarse:

Y quin eres t, hermoso joven? Acrcate un poco, que te admiremos...

Quiz sea Cristo dije entonces para asustarles. A veces desciende a la tierra con figura de mendigo.

Un buen consejo, desdichado: no se te ocurra repetir lo que acabas de decir. No juegues al aguafiestas, sigue bien tu camino. Si no, cuantos estamos aqu te atraparemos y te crucificaremos!

Se echaron de nuevo a rer. Sin embargo, el ms joven de ellos se compadeci de m:

Acude a Francisco, el que llaman "cesta agujereada", el hijo de Pedro Bernardone. l si te dar limosna. Tienes suerte. Ayer mismo volvi de Spoleta. Slo debes ir en su busca.

Entonces intervino un mocetn con cara de rata y tez olivcea. Se llamaba Sabattino. Aos despus volvimos a encontrarnos, cuando tambin l se hizo compaero de Francisco: juntos, descalzos, recorrimos muchas veces los caminos de la tierra.

Esa noche, al or el nombre de Francisco, se puso a cloquear malignamente:

Se march a Spoleta, empenachado y pimpante en su coraza de oro... Era para cubrirse de gloria, hacerse armar caballero y volver en seguida para pavonearse ante nosotros, como un gallo. Pero Dios es justo: le hiri en plena frente y nuestro valiente regres a su casa no como un gallo, sino como un polluelo desplumado.

Dio un salto y batiendo las palmas agreg con una risa estpida:

Si hasta han hecho una cancin sobre l! Vamos todos, en coro!

Se pusieron a cantar a grito pelado, llevando el comps con palmadas:

A Spoleta se march

en busca de su armadura;

de Spoleta regres

tal como lo hizo natura...

La vista de la carne y el vino me hizo desfallecer; tuve que apoyarme contra la puerta.

Dnde est ese Francisco cesta agujereada, a quien Dios guarde? Dnde est? les pregunt en un soplo.

En el barrio alto contest el ms joven. Le encontrars cantando bajo la ventana de su bella.

Me puse en camino, subiendo y bajando las callejas. El hambre me atenazaba. Las chimeneas humeaban, yo aspiraba esos olores y senta mis entraas colgantes y secas como un racimo saqueado por los pjaros. Extenuado, me puse a blasfemar:

Ah! exclam, lleno de rabia el corazn.Si no buscara a Dios, qu buena vida podra llevar! Me tragara mis buenas rebanadas de pan blanco, mis suculentos pedazos de cerdo al horno, que me gusta tanto, o liebre en aceite, con cebollitas, laurel y comino, y me zampara un pellejo de vino tinto de Umbra para refrescarme la garganta. Despus ira a entibiarme en los brazos de una viuda, porque tengo odo que no hay calor ms suave que el de una viuda. Mejor que un brasero!

Caminaba rpidamente, para tener menos fro, corra para escapar a la tentacin de la carne asada y las viudas... As llegu a las alturas de la ciudadela, la clebre Rocca. Las altivas murallas estaban en ruinas, las puertas calcinadas. Slo dos torres agrietadas subsistan, y ya la hierba silvestre creca en los intersticios de las piedras.

Pocos aos antes, el pueblo se haba sublevado. Sin poder soportar ya la tirana de los seores, se haba lanzado contra ese nido de gavilanes para saquearlo. Yo quera recorrerlo para alegrarme hasta hartarme de la desgracia de los grandes. Ellos haban bebido bien, haban comido bien! Ahora nos tocaba a nosotros! Pero soplaba un viento glacial y tena fro. De modo que baj a la carrera.

En las casas, las luces se haban apagado y todo el mundo roncaba despus de la pitanza. Esos pinges burgueses haban encontrado en la tierra a un Dios conforme a sus deseos, a la talla del Hombre, que no prohiba ni las mujeres, ni los nios, ni la buena vida; mientras que yo, imbcil de m, recorra las calles de Ass implorando al cielo, descalzo, famlico, castaeteando los dientes. Blasfemaba y rezaba sucesivamente para calentarme cuando..., hacia medianoche, cerca de la iglesia del obispado, o sonar guitarras y lades. Me acerqu de puntillas y me ocult en un prtico frente a la casa del conde Scifi. Vi entonces a cinco o seis adolescentes que daban una serenata. Uno de ellos, de baja estatura, una gran pluma en el sombrero, tenso el cuello, fija la mirada en una ventana con rejas, cruzados los brazos sobre el pecho, cantaba... Los dems, evidentemente bajo el hechizo de su voz, le acompaaban con sus instrumentos. Qu voz, Dios mo, qu dulzura, qu pasin! Mandato y rezo a la vez

No recuerdo ya las palabras de su cancin para transcribiras aqu, pero s que hablaban de una blanca paloma perseguida por un gaviln y de un joven que llamaba a la paloma ofrecindole el refugio de su pecho. Cantaba en voz baja, como temiendo despertar a la muchacha que deba de dormir tras la ventana enrejada. El espectculo me conmovi y los ojos se me llenaron de lgrimas. Cundo, dnde haba odo yo esa voz, esa dulzura en el mandato y la plegaria? Cundo, dnde haba odo yo esa llamada? La paloma que gritaba de terror, el gaviln que la persegua con chillidos penetrantes y, muy lejana, la voz de la Salvacin...

Los jvenes se colgaron en bandolera las guitarras y, disponindose a partir, se dirigieron al que haba cantado:

Eh, Francisco! Qu esperas? No ha llegado el momento de que la princesita abra su ventana para arrojarte la rosa!

Pero el cantante no respondi y se volvi hacia la plaza desde la cual suban los cantos de las tabernas, todava an abiertas.

Fue entonces cuando, en el temor de perderlo, me precipit hacia l. Porque sbitamente lo haba sentido: la paloma no era otra que mi alma, y el gaviln era el diablo, y ese joven, el pecho en que deba encontrar mi refugio. Su cuerpo exhalaba un olor de miel, de cera, de rosa. Comprend; era el olor de la santidad, ese mismo olor que sube de las reliquias de un santo cuando se abre su relicario de plata. Me quit la capa acribillada de agujeros y cubr con ella la tierra para que Francisco la pisara. Se volvi, me mir y sonri:

Por qu? pregunt en voz baja.

No lo s, mi joven seor. Por si sola, la capa ha abandonado mis hombros y se ha tendido en el suelo, bajo tus pies.

Su sonrisa se extingui. Suspir y, despus de una ligera vacilacin, se inclin hacia mi, turbado:

Has visto alguna seal en el aire?

No lo s, mi joven seor. Todo es seal: mi hambre, este claro de luna, tu voz... Si continas preguntndome, estallar en sollozos.

Entonces repiti en un susurro: "Todo es seal", y mir a su alrededor con inquietud. Despus tendi la mano hacia mi y movi los labios, como si todava hubiese querido interrogarme, pero pareci no resolverse. Dio un paso hacia m y me inclin para escuchar lo que iba a decirme. Entonces sent su aliento vinoso en mi cara.

Nada... dijo irritado. No me mires as. No tengo nada que decirte.

Apret el paso.

Ven conmigo.

Le segu. Estaba vestido de seda, una larga pluma roja adornaba su toca de terciopelo y un clavel floreca en su oreja. Este es uno que no busca a Dios pens; su alma est hundida en su carne" De pronto le tuve lstima. Le toqu el codo.

Perdname, mi joven seor, pero quisiera hacerte una pregunta. T comes, bebes, te vistes de seda, cantas bajo las ventanas.., en fin, tu vida es una verdadera fiesta... Pero, no te falta algo?

El joven se volvi bruscamente.

Nada me falta! respondi, irritado. Por qu me preguntas eso? No me gusta que me interroguen.

Sent un nudo en la garganta.

Porque tengo lstima de ti, mi joven seor.

Alz orgullosamente la cabeza:

Lstima de m! dijo, echndose a rer. T?

Despus, bajando el tono:

Por qu tienes lstima de mi? pregunt con voz anhelante.

Se inclin y me mir en los ojos.

Quin eres bajo tus harapos de mendigo? Quin?

Despus, alzando nuevamente la voz:

Habla! Di la verdad! Alguien te ha enviado? Quin?

Y al no recibir respuesta:

No me falta de nada! grit, golpeando el suelo con el pie. No quiero que me compadezcan. Quiero que me envidien. No! No me falta nada!

Baj la cabeza y call. Despus de una pausa breve:

El cielo est demasiado alto, no puedo alcanzarlo. La tierra es buena y hermosa. Y est muy cerca, adems...

Nada est ms cerca de nosotros que el cielo. La tierra est bajo nuestros pies y caminamos sobre ella, pero el cielo est en nosotros.

Raleaban las estrellas, declinaba la luna, de los barrios alejados llegaban serenatas apasionadas. El aire de esa noche estaba cargado de perfumes, de amor. Abajo, la plaza bulla.

Si, el cielo est en nosotros, mi joven seor repet.

Cmo lo sabes? me pregunt con inquietud.

He tenido hambre, he sufrido.

Me tom del brazo.

Ven a mi casa. Comers y dormirs, pero no vuelvas a hablarme del cielo. Basta ya por hoy!

Los ojos le brillaban de clera y tena la voz ronca.

En torno a la plaza del mercado las tabernas retumbaban de gritos. Una linterna roja arda frente a una vieja barraca en la que entraban jvenes borrachos. De las aldeas vecinas ya llegaban mulos cargados de legumbres y frutos. Dos saltimbanquis plantaban estacas, tendan cuerdas. En todas partes se disponan mesas y se alineaban botellas de vino, de aguardiente y de ron. Eran los preparativos para el mercado del da siguiente, el domingo.

Dos borrachos advirtieron a Francisco en la luz de la luna y rieron sin poder contenerse. Uno de ellos tom la guitarra que llevaba en bandolera y empez a cantar, mirndolo con aire burln:

El nido haces tan alto

que la rama ceder,

y el pjaro volar:

Qu triste sobresalto!

Con la cabeza baja, Francisco escuchaba inmvil:

Tiene razn murmur, tiene toda la razn...

Deb callar, pero torpe como soy, no pude retener mi lengua:

Qu pjaro?

Francisco me mir. Haba en su rostro tal dulzura que, abandonndome a mi impulso, le tom la mano y se la bes:

Perdname!

Entonces pareci serenarse.

Qu pjaro? susurr. Lo s yo mismo, acaso?

Suspir profundamente.

No lo s gimi, no lo s. Ven, no me hagas preguntas!

Me tom firmemente de la mano, como temiendo verme escapar. Escaparme yo? Y para ir adnde? Desde ese momento, nunca le dej.

Eras t, entonces, padre Francisco, aquel a quien buscaba desde hacia tantos aos? He nacido nicamente para servirte? Lo que me dijiste, a nadie lo has dicho. Me tomaste de la mano y mientras atravesbamos los bosques y franquebamos las montaas, hablaste... Y yo aguzaba el odo y te escuchaba, sin pronunciar palabra.

Si no te tuviera a ti, hermano Len me decas, hablara a las piedras, a las hormigas, a las hojas del olivo... Tengo el corazn demasiado lleno; si no lo abro, estallar.

Supe as ms cosas sobre ti que nadie en el mundo. Cometiste ms pecados de los que nadie imaginaria; hiciste ms milagros de los que nadie creera. Desde el fondo mismo del Infierno tomaste impulso para remontarte hasta el Cielo.

Me lo decas a menudo:

Cuanto ms bajo sea tu punto de partida, ms alta ser tu elevacin. El mayor mrito del cristiano militante no consiste en su virtud, sino en el combate que libra para trasmutar en virtud su impudor, su cobarda, su incredulidad, su malicia. Un da, un glorioso arcngel ir a situarse a la diestra de Dios: no ser Miguel, ni Gabriel, ser Lucifer, que por fin habr trasmutado su horrible negrura en luz.

Yo lo escuchaba boquiabierto. Qu dulces de oir son esas palabras! pensaba. De modo que tambin el pecado puede convertirse en el sendero que nos lleva a Dios? De modo que el pecador tambin puede esperar la salvacin?" Y tu amor por Clara, la hija del noble Favorini Scifi? Soy el nico que lo sabe.

Las gentes, con su espritu timorato, creen que slo amabas su alma. Pero t amabas su cuerpo, ante todo. Partiste de ese amor y por un camino lleno de tentaciones y trampas, despus de una larga lucha, llegaste, con el auxilio de Dios, hasta el alma de Clara.

Y amaste esa alma sin renunciar nunca a ese cuerpo, pero sin tocarlo nunca. Lejos de ser obstculo, ese amor carnal te llev a Dios, ya que te permiti conocer un gran secreto: las vas y la pugna mediante las cuales la carne se hace espritu. Slo existe un amor, siempre el mismo, sea cual fuere su objeto: una mujer, un hijo, una madre, la patria, una idea, Dios. Obtener una victoria, siquiera en la etapa ms baja del amor, es abrir el camino que lleva al cielo. T combatiste la carne, la amasaste con tus lgrimas y tu sangre, y al cabo de una larga y terrible batalla en que fue inexorablemente vencida, la hiciste espritu. Del mismo modo hiciste espritu todas tus virtudes, que tambin eran carne y otras tantas Claras: llorando, riendo, desgarrndote. Es el camino, el nico; no hay otro. T lo comprendiste y yo me sofocaba siguindote.

Un da te pusiste en pie, gimiendo, entre las piedras manchadas con tu sangre; tu cuerpo no era sino una llaga. Me precipit hacia ti, desgarrado el corazn de piedad, y me abrac a tus rodillas gritando:

Hermano Francisco, por qu atormentas tu cuerpo? Es una criatura de Dios y debes respetarlo. No tienes lstima de la sangre que se derrama?

Hoy, en el punto a que ha llegado la humanidad me respondiste sacudiendo la cabeza, el virtuoso debe poseer la virtud hasta la santidad y el pecador ha de pecar hasta la bestialidad. Hoy no existen trminos medios.

Otra vez, mirando con desesperacin la tierra que quera perderte y el cielo que te rehusaba su auxilio, me dijiste, y an me estremezco:

Hermano Len, escucha bien. He de decirte algo muy grave. Si es demasiado pesado para ti, corderillo de Dios, olvdalo. Me escuchas?

Te escucho, padre Francisco.

Yo temblaba de pies a cabeza. Entonces, ponindome la mano sobre el hombro como para impedir que cayera:

Hermano Len, el verdadero santo es el que ha renunciado a todos los goces de la tierra... y a todos los goces del cielo.

Pero no bien salieron de tus labios esas palabras mas, tuviste miedo y, recogiendo un puado de tierra, te. llenaste con l la boca. Despus me miraste, horrorizado:

Qu he dicho? He hablado? No... cllate!

Y estallaste en sollozos.

Cada noche, a la luz de la lmpara, yo anotaba escrupulosamente todas tus palabras para que no se perdieran. Y tambin tus hechos. Me deca que una sola de tus palabras poda salvar un alma y que si no la entregaba a los hombres, esa alma perdera su salvacin por mi culpa.

Muchas veces tom la pluma para escribir, pero renunciaba lleno de temor. Si, y que Dios me perdone: las letras del alfabeto me aterrorizaban. Son genios malos, astutos, impdicos, prfidos. Cuando se abre la escribana para librarlos, huyen desatados, indomables. Se animan, se unen, se separan, se alinean a su antojo sobre el papel, negros, con sus colas y sus cuerpos. Y es intil llamarlos al orden y suplicarles; todo hacen segn les place. As, en su enloquecida zarabanda, destacan socarronamente lo que queramos ocultar y, al revs, se niegan a expresar lo que, en lo ms hondo de nuestro corazn, lucha para salir y hablar a los hombres.

Un domingo, saliendo de la iglesia, sent que mi temor desapareca. Acaso Dios no sujet a esos genios perversos, mal de su grado, para escribir el Evangelio? me dije. Entonces, coraje, alma ma, no tengas miedo. Toma la pluma y escribe! Pero tambin esa vez mi pgina permaneci en blanco. Los que escribieron el Evangelio eran apstoles. Uno tenda al ngel, otro al Len, el tercero al Buey y el cuarto al guila para dictarles lo que deban escribir. Pero yo...

Fue as como durante aos, sin poder decidirme, transportaba tus palabras, transcritas fielmente, una a una, a pellejos de animales, trozos de papel y de corteza. Cundo llegar el momento me deca, en que la vejez me tornar incapaz de correr por el mundo? Entonces me retirar a un convento para que Dios me d fuerzas, en la calma de mi celda, a fin de poner sobre el papel, como en la leyenda, tus palabras y tus obras. Para la salvacin del mundo, padre Francisco"

Estaba impaciente. Vea las palabras cobrar vida y agitarse sobre las pieles, los trozos de papel y las cortezas. E imaginaba a Francisco errante, sin techo, agotado, la mano tendida como un mendigo. Lo vea deslizarse en el patio del convento era el nico que lo vea y entrar en mi celda.

Anteayer. todava, durante el crepsculo, soplaba el viento del norte, hacia fro y yo haba encendido mi hornillo de barro cocido (el padre superior me ha dado permiso para hacerlo, porque ya soy viejo y no tengo resistencia). Inclinado sobre un pergamino, lea la Vida de los santos. El aire estaba poblado de milagros que me laman como llamas. Ya no me encontraba sobre la tierra. De pronto, siento que hay alguien detrs de m. Me vuelvo: Francisco estaba junto al fuego. Me pongo de pie de un brinco.

Padre Francisco exclam. Has dejado el Paraso?

Tengo fro respondi, tengo fro y hambre, busco dnde posar mi cabeza.

Tena miel y pan. Me precipito para darle de comer, pero en el instante en que me vuelvo: nadie.

Era un signo de Dios, un mensaje manifiesto: Francisco yerra por la tierra, sin fuego ni techo. Hazle una morada!.

Me invadi el mismo temor y luch largo tiempo contra mi mismo. Despus, fatigado, pos la cabeza sobre el pergamino y, en cuanto me dorm, tuve este sueo: Estaba tendido bajo un rbol florido. Una brisa primaveral soplaba desprendiendo las flores que caan sobre mi. Qu dicha, qu dulzura, qu felicidad! Era como si el soplo de Dios me acariciara, semejante a una brisa perfumada. No poda ser otro que el rbol del Paraso! Sbitamente, mientras contemplaba el cielo a travs de las ramas, fueron a posarse en cada una de ellas pjaros diminutos como las letras del alfabeto. Uno solo al principio, despus dos, luego tres que se pusieron a brincar por todo el rbol, formando grupos de dos, de tres o de cuatro, cantando a coro, arrebatados de entusiasmo. El rbol ya no era sino un canto suave, un canto de pasin, de amor y de indecible tristeza, y advert que era yo mismo, profundamente hundido en la tierra primaveral, cruzados los brazos sobre el pecho, que eran mis propias entraas el punto de donde parta ese rbol cuyas races, envolviendo mi cuerpo, absorban su savia. Las alegras y las penas de mi vida se haban vuelto pjaros canoros.

Despert. El canto an vibraba en mi, la brisa de Dios me acariciaba.

Haba dormido toda la noche sobre el pergamino. Era el alba. Me alc y me puse ropas limpias. Las campanas redoblaban los maitines, me persign y baj a la iglesia.

Apliqu la frente, la boca, el pecho sobre las lajas. Comulgu. Acabada la misa, no dirig la palabra a nadie, para conservar puro el aliento, y volv corriendo, volando casi, a mi celda. Sin duda me sostenan ngeles. No los vea, pero oa el ruido de sus alas. Al fin tom la pluma, hice la seal de la cruz y empec a escribir tus Hechos y tus Gestos, padre Francisco.

Que Dios me asista!

Seor, juro decir la verdad; ayuda a mi memoria. Ilumina mi espritu, Seor, no me dejes pronunciar una palabra superflua. Montaas y llanuras de Umbra, erguos y testimoniad! Piedras manchadas con su sangre de mrtir, caminos polvorientos o cubiertos de fango, sombras cavernas, cimas nevadas, navo que lo llevaste a la Arabia salvaje, leprosos, lobos, bandidos, y vosotros, pjaros, que lo osteis orar, acudid! Yo, el hermano Len, tengo necesidad de vosotros, venid, ayudadme a decir la verdad, toda la verdad; la salvacin de mi alma depende de ello.

Tiemblo, pues suele ocurrirme que no puedo distinguir entre la verdad y la mentira.

Francisco se vierte en mi espritu como el agua, cambia constantemente de rostro y ya no puedo encontrarlo. Era bajo? Era un coloso? No puedo afirmar nada con la mano sobre el corazn. Muchas veces se me mostr enclenque, de cara ingrata, seca, con barba rala, labios gruesos e inmensas orejas velludas, tiesas como las de un conejo, siempre atentas al mundo visible e invisible. Sin embargo, sus manos eran delicadas, sus dedos ahusados como los de un hombre de noble ascendencia... Cuando hablaba o rezaba, cuando crea estar solo, flmulas celestes brotaban de su cuerpo; era un arcngel que bata vivamente el aire con sus alas rojas. Quien le sorprenda as, en mitad de la noche, retroceda aterrorizado para no quemarse con el fuego.

Padre Francisco le gritaba yo, vas a quemar el mundo.

Entonces avanzaba hacia mi, tranquilo, sonriente; su rostro ya haba recobrado la dulzura, la amargura, la debilidad de un rostro humano.

Un da recuerdo que le pregunt:

Padre Francisco, cmo se te aparece Dios cuando te encuentras solo en la oscuridad?

Me respondi:

Como un vaso de agua fresca, hermano Len, un vaso de agua de Juvencia. Tengo sed, bebo esa agua y mi sed se calma por la eternidad.

Sorprendido, exclame:

Como un vaso de agua fresca? Dios?

Por qu te asombras? Nada hay ms simple, ms refrescante y ms apropiado para los labios del hombre que Dios.

Pero aos despus, agotado, el padre Francisco, que no era ya sino un montn de huesos y pelos, me dijo en voz baja para que no lo oyeran otros hermanos:

Dios es un incendio, hermano Len. Arde y nosotros ardemos con l.

Cuanto ms procuro abarcarlo en mi recuerdo, ms segura me parece una cosa: desde la tierra que hollaban sus pies hasta su cabeza, su talla era ms bien pequea,

estoy seguro de ello. Pero a partir de su cabeza, Francisco era inmenso.

Recuerdo con nitidez dos partes de su cuerpo: sus pies y sus ojos. Soy un mendigo, me he pasado la vida con mendigos, he visto millares de pies condenados a caminar por las piedras, el polvo, el fango, la nieve. Pero nunca he visto pies tan sufridos, tan lastimosos, tan flacos, rodos por los caminos y cubiertos de llagas sangrientas. A veces, cuando el padre Francisco dorma, me inclinaba y le besaba los pies. Era como si besara todo el sufrimiento humano.

Y sus ojos? Quien los vea una vez ya no poda olvidarlos. Eran grandes, rasgados en forma de almendra, de un negro profundo. Las gentes decan: "Nunca he visto ojos tan dulces, tan claros", y mientras lo decan esos ojos se abran como trampas y descubran las entraas, corazn, riones y pulmones, que ardan. A menudo miraba a alguien pero sin verlo. Porque a travs de la piel y la carne, a travs de la cabeza del hombre que se encontraba ante l, perciba el crneo, la cabeza del muerto.

Me gustas, hermano Len me dijo un da acaricindome el rostro, me gustas porque dejas que el gusano se pasee libremente por tus labios y tus orejas, sin espantarlo.

Qu gusano? No lo veo!

Lo ves, sin duda, cuando rezas o cuando sueas con el Paraso. Pero no lo espantas porque sabes bien que ese gusano es un enviado de Dios, nuestro Gran Rey. Dios celebra una gran boda en el cielo y nos enva al gusano para invitarnos: Saludos de parte del Gran Rey! Acudid!.

Cuando estaba acompaado, le gustaba jugar y rer. A veces tomaba dos trozos de madera y finga tocar el violn e improvisaba canciones en honor de Dios. Lo hacia para infundir coraje a los hombres, porque sabia que los sufrimientos del alma y del cuerpo hambriento superan la resistencia humana... Pero cuando estaba solo estallaba en sollozos. Se golpeaba el pecho, rodaba sobre las ortigas y las zarzas, levantaba los brazos al cielo gritando: Todo el da te busco desesperadamente, oh mi Dios; por la noche, cuando duermo, eres T el que me busca! Cundo nos encontraremos?.

En una ocasin lo o gritar, con los ojos perdidos en el Cielo:

No quiero seguir viviendo, desvsteme, Seor, librame de mi cuerpo, tmame!

Por la maana, cuando naca el da y los pjaros empezaban a cantar, o al medioda, cuando se sumergan en la fresca sombra del bosque, o bien por la noche, bajo las estrellas, al claro de luna, Francisco se estremeca con una felicidad indecible.

Hermano Len me deca con los ojos llenos de lgrimas. Qu prodigio! Cmo imaginar a Aquel que cre tanta belleza? Cmo nombrarlo?

Dios, padre Francisco le responda yo.

No, no con ese nombre! exclamaba. Ese nombre es terrible, rompe los huesos. No, no Dios, sino Padre!

Una noche la luna era un disco perfecto en medio del cielo y la tierra, inmaterial, flotaba en el espacio. Francisco recorra las calles de Ass, asombrado de que las gentes no estuvieran en los umbrales de sus casas para admirar ese milagro. De sbito, corri, trep por el campanario de la iglesia y empez a tocar a rebato. La gente despert sobresaltada, temiendo un incendio, y se precipit semidesnuda en el patio de San Rufino. Y al ver que Francisco agitaba furiosamente la campana, le preguntaron:

Por qu tocas? Qu pasa?

Levantad los ojos les respondi l desde lo alto del campanario. Mirad esa luna!

Tal era el pobre Francisco; al menos, as lo vea yo. Porque, habr manera de saber quin era en realidad? Lo saba acaso l mismo?

Un da de invierno, en la Porcincula, Francisco se calentaba al sol en el umbral de una puerta, cuando lleg un hombre joven, sin aliento, y se detuvo frente a l.

Dnde est Francisco, el hijo de Bernardone? pregunt. Dnde est el nuevo santo? Quiero arrojarme a sus pies. Hace meses y meses que vago por los caminos en su busca. Por el amor de Cristo, hermano, dime dnde se encuentra.

Dnde est Francisco, el hijo de Bernardone? respondi Francisco sacudiendo la cabeza. Francisco? El hijo de Bernardone? Tambin yo, hermano, lo busco. Hace aos que lo busco. Dame la mano y vayamos en pos de l.

Se puso de pie, tom al joven de la mano y lo llev consigo.

I

Poda yo adivinar esa noche, cuando lo encontr en Ass, el destino de ese muchacho que cantaba bajo las ventanas de su amada, con una pluma roja en el sombrero?

Me tom de la mano, atravesamos la ciudad corriendo y llegamos ante la morada de Bernardone.

Entramos con precaucin para no despertar al ogro; Francisco me llev a comer y me prepar una cama. Al alba, despus de haber dormido bien, me levant, abr la puerta sin hacer ruido y me deslic afuera. Era domingo, haba una gran misa en la iglesia de San Rufino y fui a instalarme ante el prtico para mendigar.

Me sent sobre el len de piedra que se encuentra a la izquierda del portal de la iglesia y esper a la multitud de cristianos. En esos das los cristianos cambian de alma al cambiar de hbito, el Infierno y el Paraso los preocupan, tienen miedo, esperan y abren su bolsa a los menesterosos. Me haba quitado la caperuza y de cuando en cuando caan monedas tintineando. Una dama de alcurnia, vieja y medio loca, se inclin y me pregunt quin era yo, de dnde venia y si haba visto a su hijo, aprisionado durante la guerra por los caballeros de Siena.

Cuando abra la boca para contestarle, el seor Bernardone, padre de Francisco, apareci. Lo conoca de antiguo, pero nunca me haba dado limosna. Tienes brazos y piernas!, me gritaba siempre, trabaja!. Un da le respond:

No trabajo, pero busco a Dios!

As te cuelguen! grit con su voz de trueno, y su sequito estall en una carcajada.

Llegaba con paso majestuoso acompaado de su mujer, doa Pica, para or la misa en la iglesia. Mi Dios, qu hombre terrible! Llevaba una larga tnica de seda escarlata, bordada con ribetes de plata, una gran toca de terciopelo negro y zapatos a la polaca de igual color. Su mano izquierda jugaba con una cruz que colgaba de una cadenilla de oro. Bernardone era fornido, de ancha mandbula, gran papada, nariz aquilina, ojos grises y fros semejantes a los de un halcn.

No bien lo vi, me encog en mi rincn. Tras l trotaban cinco o seis mulos cargados hasta reventar de mercancas preciosas: sedas, terciopelos, galones de oro y brocados maravillosos. Cinco arrieros armados vigilaban las bestias, porque las calles eran un hervidero de bandidos. Bernardone acuda, pues, a la iglesia con sus mercancas. Quera que el Santo las bendijera y pudiera reconocerlas en caso de que se encontraran en peligro. Como cada vez que parta de viaje, propondra a San Rufino: Protege mis mercancas y te traer de Florencia una lmpara cincelada de plata... todos los dems santos, que no tienen ms que lmparas de vidrio, se pondrn celosos...

Junto a l, cruzadas las manos sobre el vientre, altivo el andar, bajos los ojos y el pelo cubierto con un velo azul, estaba doa Pica, la Francesa. Era hermosa, graciosa, dulce. Adivin en su rostro que sola dar limosnas. Tend la mano, pero no me vio. O ms bien prefiri no darme limosna delante de su marido. Cruzaron el umbral de la gran puerta y desaparecieron en la iglesia.

Muchos aos despus, una maana, a punto de partir a predicar la Buena Nueva en las aldeas, Francisco, que pensaba en su madre y su padre, suspir:

Ah, todava no he podido reconciliarlos!

A quines? De quines hablas, hermano Francisco?

De mi padre y mi madre. Luchan en mi desde hace aos y, te lo aseguro, esa lucha es toda mi vida. Pueden tomar nombres diferentes: Dios y Satans, espritu y carne, bien y mal, luz y tinieblas, pero nunca son otros que mi padre y mi madre.

Mi padre grita: Gana dinero, enriqucete, cambia tu oro! Slo el rico y el seor son dignos de vivir. No seas bueno, te perders; si te rompen un diente, rompe una mandbula. No trates de que te quieran, procura ser temido. No perdones, golpea!.

Y la voz de mi madre, aterrorizada, me dice quedamente, para que mi padre no pueda orla: S bueno, mi Francisco, ama a los pobres, a los humildes, a los desheredados! Perdona a quienes te hayan ofendido!. Mi padre y mi madre luchan en mi y me esfuerzo por reconciliarlos. Pero no se reconcilian, hermano Len, y sufro...

En efecto, el seor Bernardone y doa Pica se haban reunido en el corazn de Francisco y lo atormentaban. Pero fuera del corazn de su hijo, cada uno tena su propio cuerpo y ese da iban a la iglesia, el uno junto a la otra, para or la misa.

Cerr los ojos, escuch las voces frescas de los nios que cantaban y el sonido del rgano que manaba del triforio haciendo vibrar el aire con sus acordes. Pens: Es la voz de Dios, la voz del pueblo, severa, todopoderosa... Con los ojos cerrados escuchaba, era feliz. As, a horcajadas sobre el len de mrmol, me pareci que entraba en el Paraso. Un canto muy dulce, el perfume del benju y, en una cestilla, pan, olivas y vino.., el Paraso no es otra cosa. Porque yo, y que Dios me perdone, no comprendo ni jota de esos espritus, esas almas sin cuerpo de que hablan los telogos.

Si cae una migaja de pan, me inclino, la recojo y la beso, porque s con certeza que esa migaja representa un pedazo del Paraso.

Pero nicamente los mendigos pueden comprender esas cosas. Y a los mendigos me dirijo.

Mientras me paseaba por el Paraso montado en el len de mrmol, una sombra se extendi sobre mi. Abr los ojos: Francisco estaba all. El oficio haba terminado, acaso me haba dormido, y los mulos cargados con las mercancas preciosas haban salido del patio de la iglesia.

Francisco estaba ante m, plido, con los labios temblorosos y los ojos llenos de visiones.

Ven, te necesito me dijo con voz ronca.

Se adelant apoyado en su bastn de pomo de marfil. Pero las rodillas se le doblaban y de cuando en cuando tena que apoyarse en una pared. Se volvi:

Estoy enfermo me anunci. Sostenme hasta la casa, voy a acostarme. Y te quedars junto a m. Tengo que pedirte algo.

En la plaza, los saltimbanquis haban terminado de plantar sus mstiles y de tender sus cuerdas. Llevaban trajes abigarrados y bonetes rojos, puntiagudos y con cascabeles. Era domingo. Ancianos, hombres y mujeres, sentados en el suelo, un pan en el delantal, vendan gallinas, huevos, queso, hierbas medicinales, blsamos para las quemaduras y amuletos contra el mal de ojo. Un viejo malicioso, que tena una rata blanca en una jaula, deca la buenaventura.

Seor Francisco exclam, hazte decir la buenaventura! Se dice que estas ratas vienen directamente del Paraso. Por eso son blancas y conocen secretos.

Pero Francisco, asido de un mstil, respiraba con dificultad. Entonces le tom por el talle y le llev a la morada del seor Bernardone.

Dios mio, cmo pueden resignarse a morir los ricos? Escaleras de mrmol, cmaras con cielos rasos dorados, sbanas de lino y de seda!... Le ayud a tenderse en su cama, cerr los ojos en seguida, agotado.

Sentado a su cabecera, vea pasar sucesivamente por su cara plida sombras y relmpagos. Sus prpados se estremecan como si una claridad enceguecedora los hiriera. Sospech una presencia terrible por encima de l.

Al fin lanz un grito, abri los ojos y se sent en la cama, aterrorizado. Me precipit, puse una almohada de plumas bajo su espalda y me prepar a preguntarle qu tena, cuando me cerr la boca con un gesto.

Cllate murmuro.

Despus se acurruc en el almohadn de plumas, tiritando. Sus ojos iban de un lado a otro: miraban con espanto hacia el interior de su ser. Le temblaba el mentn.

Entonces comprend:

Has visto a Dios, lo has visto! exclame.

Se prendi de mi brazo.

Cmo lo sabes? pregunt con angustia. Quin te lo ha dicho!

Nadie. Pero al verte temblar, he adivinado. Slo la vista de un len o de Dios puede hacer temblar de ese modo.

Irgui la cabeza en el almohadn:

No, no lo he visto murmur. Lo he odo.

Mir a su alrededor con angustia.

Sintate! me dijo. No te acerques. no me toques!

No te toco, tengo miedo de tocarte. Si te tocara en este momento, mi mano se volvera ceniza.

Sacudi la cabeza y sonri. Los destellos reaparecieron en sus ojos.

Tengo algo que preguntarte dijo. Ante todo, ha vuelto mi madre de la misa?

Todava no. Debe de estar conversando con sus amigas.

Tanto mejor; cierra la puerta. Call, y poco despus:

Tengo algo que preguntarte repiti.

Estoy a tu servicio, mi joven seor. Te escucho.

Me has dicho que te pasas la vida buscando a Dios. Cmo lo buscas? Gritando? Llorando? Cantando? O ayunando? Cada uno debe de tener su propio camino que le lleve a Dios. Cul es el tuyo?

Baj la cabeza, preocupado, vacilante. Saba qu camino segua para buscar a Dios, pensaba en l con frecuencia, pero no me atreva a hablar. En esa poca me avergonzaba ante los hombres porque no tena pudor ante Dios.

Por qu no me respondes? dijo Francisco con tono quejoso. Pase por un momento difcil y te pido que me ayudes. Aydame!

Me apenaba. Senta un nudo en la garganta, y tom la decisin de contarle.

Te parecer extrao, seor, pero la va que he elegido para ir al encuentro de Dios es la pereza. Si no hubiera sido perezoso habra llevado una vida ordenada como todos los hombres, habra aprendido un oficio, habra abierto una tienda de carpintero, de tejedor, de zapatero, habra trabajado el da entero, me habra casado y no habra tenido tiempo para buscar a Dios. Para qu buscarle tres pies al gato?, me habra dicho. Habra derrochado toda mi energa para ganarme el pan, tener hijos, dirigir a una mujer. En tales condiciones, dnde encontrar el tiempo de vagabundear, cmo conservar un corazn puro para pensar en Dios?

Por suerte, nac perezoso. Me aburra trabajar, casarme, tener hijos, crearme preocupaciones. En el invierno, me tenda al sol, y en el verano, a la sombra. Por la noche, acostado en la terraza de una casa, de cara al cielo, miraba la luna y las estrellas. Pero, cmo quieres no pensar en Dios mirando la luna y las estrellas? Ya no poda dormir. Me deca: Quin hizo esto y por qu? Quin me hizo ami mismo y por qu? O bien: Dnde puede encontrarse Dios?. Pues quera encontrarlo y plantearle todas estas cuestiones.

Has de saber que la piedad necesita de la pereza y el ocio; no escuches lo que te dicen. Un obrero que vuelve fatigado a su casa al atardecer olvida la existencia de Dios. Tiene hambre y slo piensa en comer. Rie con su mujer, castiga

a sus hijos sin motivo, sencillamente porque est fatigado, irritado. Despus cierra los puos y duerme... Despus despierta un instante, su mujer est a su lado, la abraza, vuelve a cerrar los puos y se hunde otra vez en el sueo. Ni un minuto para pensar en Dios!

Pero quien no tiene trabajo, ni mujer, ni hijos tiene todo el tiempo posible para pensar en l. Al principio lo hace por curiosidad, pero poco apoco la angustia va insinundose... No sacudas la cabeza, seor, me has preguntado, te respondo.

Sigue, hermano Len, habla, no te detengas. Entonces, en ese caso, tambin el diablo, como la pereza, podra llevar a Dios? Me das valor, sigue hablando.

Qu ms puedo decirte, seor? Conoces lo dems. Mis padres me haban dejado algn dinero, lo he gastado todo. Entonces tom mi alforja y part en busca de Dios, de puerta en puerta, de convento en convento, de aldea en aldea... Dnde est? Alguien lo ha visto? Era como si persiguiera a una fiera terrible. Algunos rean, otros me arrojaban piedras, otros me golpeaban. Pero yo, insistente, volva a partir cada vez en busca de Dios.

Y lo has encontrado?

Senta sobre mi el jadeo de Francisco.

Cmo encontrado, mi joven seor? Ped consejo a toda clase de gente: sabios, santos, locos, prelados, trovadores, centenarios. Pero cada uno me indicaba un camino diferente: cul elegir? Perda la cabeza. El camino que lleva a Dios, me dijo un sabio de Bolonia, es la mujer y el hijo. Csate. Y otro, un loco: "Si quieres encontrar a Dios, no lo busques. Si quieres verlo, cierra los ojos, si quieres orlo, tpate las orejas. Eso es lo que hago yo!. Y cerr los ojos, junt las manos y se ech a llorar.

Una mujer que viva enteramente desnuda en un bosque slo pudo darme este grito como respuesta: "Amor! Amor!. Corra bajo los pinos y se golpeaba el pecho. En otra ocasin encontr a un santo en una gruta. A fuerza de llorar haba perdido la vista; la suciedad y la santidad haban hecho escamosa su piel. Fue el que me dio la respuesta ms justa y terrible. Al solo pensar en ella se me eriza el pelo.

Qu respuesta es sa? Quiero conocerla! dijo Francisco temblando.

Me prostern ante l y le pregunt: "Santo ermitao, voy en busca de Dios. Mustrame el camino!. No hay camino, me respondi, golpeando el suelo con el bastn. Qu hay, entonces?, dije, espantado. Un abismo: salta! Un abismo? se es el camino? se es el camino! Todos los caminos llevan a la tierra, el abismo lleva a Dios. Salta! No puedo, anciano. Entonces, csate y deja de pensar en Dios! Y me despidi con una seal de su brazo esqueltico. De lejos, oa sus sollozos.

Todos lloraban? murmur Francisco, aterrorizado. Todos? Los que haban encontrado a Dios y los que no lo haban encontrado?

Todos!

Por qu, hermano Len?

Callamos. Francisco haba hundido la cara en el almohadn. Respiraba con dificultad. Para reconfortarle, le dije:

Escucha, seor, creo haber visto la huella de Sus pasos dos o tres veces en la vida. Un da... aunque esta vez estaba borracho... Lo vi detrs de m, un instante. Abri simplemente la puerta de la taberna donde yo hacia bulla con mis amigos y despus desapareci. Otra vez fue en el bosque, durante una noche de tormenta. A la luz de un relmpago vi la punta de su manto. Pero me pregunto si el relmpago mismo no era su manto. Otra vez, durante el ltimo invierno, en una alta montaa, vi huellas de pasos sobre la nieve. Mira, los pasos de Dios!, dije a un pastor. Pero el pastor se ech a rer. No ests en tu sano juicio, mi pobre viejo.., me dijo. "Son los pasos del lobo. Un lobo ha pasado por aqu. No contest. Qu poda decir a ese pastor? Una mente grosera, llena de corderos y de lobos, qu poda comprender? Pero estoy seguro de que eran los pasos de Dios sobre la nieve... Seor, perdname, hace ya doce aos que lo busco y no he encontrado otra cosa.

Francisco baj la cabeza y se sumi en sus pensamientos:

Quin sabe murmur despus de un corto silenciosi Dios no es justamente la busca de Dios.

Esas palabras me asustaron. Tambin Francisco tuvo miedo, ya que ocult su rostro entre las manos.

Qu demonio habla por mi boca? gimi, desesperado.

En cuanto a m, temblaba, estupefacto. Dios seria la busca de Dios? Ay de nosotros! Nos callamos. Los ojos de Francisco se haban cerrado. Tena las mejillas rojas y le castaeteaban los dientes. Lo cubr con una gruesa manta de lana, pero la apart bruscamente de si.

Quiero tener fro dijo. Djame! Y adems, no me mires. Mira a otro lado!

Me puse de pie para marcharme, pero su rostro expres la clera.

Sintate. Adnde vas? Por qu me dejas solo en el peligro? T has hablado, has aliviado tu corazn. Ahora me corresponde a mi... En qu piensas? Tienes hambre? Come, abre la despensa y come. Bebe vino tambin, adquiere fuerzas. Es grave lo que tengo que decir.

No tengo ganas de comer ni de beber le respond, herido. Crees que no soy ms que un vientre! Sabe que he nacido para escuchar. Habla, pues; soportar cualquier cosa que digas.

Dame un vaso de agua. Tengo sed.

Bebi, se apoy en el almohadn, entreabri la boca, aguz el odo y escuch. Todo estaba en calma. La casa, vaca. En el patio, un gallo empez a cantar.

Se dira que nos hemos quedado solos en el mundo, hermano Len. Oyes a alguien en la casa? Y fuera? Hemos escapado del diluvio.

Call, y poco despus:

Alabado sea Dios! exclam.

Hizo la seal de la cruz y me mir. Sent que su mirada me atravesaba el alma de lado a lado.

Call de nuevo y me puso la mano sobre una rodilla.

Bendceme, padre Len dijo. Eres mi confesor, confisame.

Y al ver que yo vacilaba:

Pon tu mano sobre mi cabeza dijo, imperativoy di: En el nombre de Dios, confisate, pecador Francisco, hijo de Bernardone! Tu corazn est lleno de pecados, vacalo y sers aliviado!

Pero yo no hablaba.

Haz lo que te digo! estall encolerizado.

Puse la mano sobre su frente. Arda.

En el nombre de Dios murmur, confisate, pecador Francisco, hijo de Bernardone. Tu corazn est lleno de pecados, vacalo y sers aliviado!

Entonces, con serenidad al principio, pero conmovido y jadeando cada vez ms a medida que hablaba, Francisco empez su confesin.

Hasta ahora, mi vida no era ms que festines, borracheras y canciones, trajes de seda y plumas rojas. Durante el da engaaba a la gente, amontonaba dinero y lo gastaba sin cuenta. Por eso me han apodado cesta agujereada. Por la noche, todo no era sino goces. S, sa es la vida que he llevado.

Pero ayer, despus de medianoche, cuando regresamos y te dormiste, una sombra se abati sobre mi. La casa se haba vuelto demasiado estrecha y me ahogaba. Baj silenciosamente la escalera y me deslic en el patio. Abr la puerta como un ladrn y me precipit a la calle. La luna empezaba a borrarse en el cielo. Todo estaba tranquilo, las luces apagadas, la ciudad dormitaba en los brazos de Dios. Respirar el aire fresco me hizo bien.

Al pasar frente a la iglesia de San Rufino me sent fatigado y me sent sobre el len de mrmol que custodiaba su entrada, precisamente en el lugar en que hoy te encontr mendigando. Lo acarici largamente pasando la mano por su garganta hasta que ca sobre el hombrecillo que devora el len. Tuve miedo. Me dije: Qu len es ste? Por qu le han confiado la custodia de esta puerta? Quin puede ser para que devore as a los hombres? Dios? Satans?. De pronto, me encontr entre dos precipicios, haciendo equilibrio sobre una franja de tierra ancha como un pie. Sent vrtigo. Grit: No hay nadie? Nadie que me oiga? Me he quedado solo en la tierra? Dnde est Dios? No oye, no tiende Su mano sobre mi cabeza? Siento vrtigo, voy a caer...

Enmudeci. Su respiracin se haba vuelto an ms difcil. Inmvil, miraba fijamente al cielo, a travs de la ventana. Quise tomarle la mano para calmarle, pero me rechaz bruscamente y exclam:

Djame, no quiero calmarme.

Su voz se haba vuelto ronca y anhelosa.

Clamaba a Dios y al diablo sucesivamente continu. Poco me importaba que fuera uno u otro el que acudiera. Lo que quera era no sentirme solo. Por qu, tan de repente, ese temor a la soledad? En ese instante habra entregado mi alma a cualquiera, a Dios o a Satans. Me era lo mismo. A toda costa necesitaba un compaero. Y mientras escrutaba el cielo con desesperacin, o una voz.

Se detuvo, en la imposibilidad de recobrar su aliento.

O una voz repiti mientras el sudor le brotaba en gruesas gotas sobre la frente.

Una voz? dije. Qu voz, Francisco? Qu deca?

No pude distinguir las palabras. No, no era una voz, ms bien era el rugido de una fiera. Acaso sala del len de mrmol sobre el que estaba sentado... Me puse de pie de un salto. Naca el da. El rugido an resonaba en mi, corra de mi corazn a mi cintura, de un hueco de mis entraas a otro, como un trueno. Las campanas redoblaban los maitines; hu hacia lo alto de la ciudad, hacia el lado de la ciudadela. Corra sin parar. Y de sbito, mi sangre se hiela... Detrs de mi, alguien me llamaba: Adnde corres, Francisco? Adnde corres? Nada puede salvarte!. Me vuelvo: nadie!

Reinicio la carrera y al cabo de un instante, la voz de nuevo: "Francisco, Francisco, has nacido para esta vida de libertinaje? Para divertirte, cantar y seducir a las muchachas?. Esta vez no me vuelvo. Tena miedo. Corra para escapar a la voz, y entonces una piedra empez a gritar ante m: "Francisco, Francisco, has nacido para esta vida de libertinaje? Para divertirte, cantar y seducir a las muchachas?. Con el pelo erizado de miedo, continu mi carrera. Pero la voz me persegua. Comprend entonces muy ntidamente que no provena del exterior. Era intil que corriera, no poda escapar de ella. La voz estaba en m; alguien gritaba en mi, el hijo de Bernardone, el libertino, pero era otro que el habitual, otro mejor que yo. Quin? No lo s. Otro, sencillamente.

Al fin llegu a la ciudadela, sin aliento. En ese momento preciso, el sol apareci tras la montaa. El mundo se ilumin y entibi. Me detuve. La voz volvi a hablarme, pero muy quedo, como si me descubriera algn secreto. Con la cabeza reclinada sobre el pecho, escuchaba. Digo toda la verdad, padre Len, te lo juro. La voz murmur: Francisco, Francisco, tu alma es una paloma y el gaviln que la persigue es Satans. Ven a refugiarte en mi seno. Eran las palabras de mi cancin, las que cantaba todas las noches bajo una ventana... Pero ahora, hermano Len, s por qu las he compuesto y cul es su profundo sentido...

Call y sonri. Despus inclin la cabeza y repiti en un murmullo:

Francisco, Francisco, tu alma es una paloma y el gaviln que la persigue es Satans. Ven a refugiarte en mi seno...

Volvi a callar.

Pareca ms sereno. Comprend que ahora poda tocarle sin peligro de quemarme.

Me inclin, le tom la mano y se la bes.

Francisco, hermano mo le dije, cada hombre, hasta el menos creyente, lleva a Dios profundamente oculto en su corazn, envuelto en su carne... Es Dios quien ha gritado en ti.

Francisco cerr los ojos. No haba dormido en toda la noche y tena sueo.

Duerme, Francisco le dije dulcemente, el sueo es tambin un ngel de Dios. Ten confianza!

Pero dio una especie de brinco en su cama y abri desmesuradamente los ojos:

Y ahora, qu hacer? dijo ahogadamente. Aconsjame.

Me dio lstima. Tambin yo, desde hacia aos, erraba mendigando consejos.

Mantn la cabeza apoyada contra el pecho respondy escucha. Ese otro que hay en ti volver a hablar, sin duda. Haz, entonces, lo que te diga.

Oi que se abra suavemente la puerta del patio. Se oy un ruido ligero. Doa Pica volva de la iglesia. Estaba sola... respir. El seor Bernardone deba estar en camino hacia Florencia, a caballo. Dije:

Tu madre ha vuelto, Francisco. Duerme. Me voy.

No te vayas. El viejo no est aqu. Dormirs en casa. No me dejes solo, por favor!

Ya no ests solo, Francisco, lo sabes muy bien. Abrigas a un compaero poderoso, has odo su voz. Entonces, de qu tienes miedo?

Pero es justamente de l de quien tengo miedo, hermano Len. No lo comprendes? Qudate.

Le puse la mano sobre la frente. Arda. Su madre entr en el cuarto, sonriendo.

Hijo mo, te traigo el auxilio de la Virgen dijo ponindole en la mano una rama de albahaca.

II

Cuntos das y cuntas noches dur la enfermedad de Francisco? No puedo decirlo, porque no tengo la nocin del tiempo. Slo s que cuando se acost aquel famoso domingo, la luna estaba en su ltimo cuarto y tuvo tiempo de volverse llena y de reiniciar su mengua antes de que Francisco dejara el lecho. Se lo oa luchar en su sueo.

A veces lanzaba gritos furiosos debatindose en la cama, a veces se acurrucaba en un rincn, temblando. Ms tarde, cuando se restableci, nos cont que durante toda su enfermedad se haba batido ya contra los sarracenos, ante Jerusaln, ya contra los demonios que surgan de la tierra, descendan de los rboles, brotaban de las entraas de la noche y lo perseguan.

Su madre y yo nos habamos quedado solos a su cabecera. A veces doa Pica se levantaba e iba a llorar en un rincn. Despus se secaba los ojos con su pauelito blanco, volva a sentarse, tomaba un abanico de plumas de pavo real y abanicaba a su hijo, que arda de fiebre.

Una noche, Francisco tuvo un sueo. Nos lo cont al da siguiente. No por la maana, porque la emocin an ofuscaba su espritu, sino al atardecer, a la hora en que sopla una brisa refrescante y en que la lmpara de aceite difunde su dulzura sobre el mundo. Haba soado que agonizaba y en el momento de entregar su alma, la puerta se abra, dando paso a la Muerte. No llevaba una hoz, sino una larga pinza de hierro como las que utilizan los verdugos para atrapar a los perros rabiosos. Se acerc a su cama: De pie, hijo de Bernardone! Partamos!. Adnde? Te atreves a hacerme esa pregunta? Tenias tiempo por delante, pero lo derrochaste en el libertinaje, el lujo y las canciones. Blandi su pinza, y Francisco se acurruc en sus almohadas, temblando. Djame, djame un ao siquiera, dame el tiempo de arrepentirme. La Muerte se ech a rer dejando caer sus dientes sobre las sbanas de seda. Es demasiado tarde ahora, todo eso era tu vida, no tienes otra. La has jugado y has perdido. En marcha!

Slo tres meses!, suplicaba Francisco. Un mes... tres das... un da! Pero la Muerte, sin responder, acerc su pinza y atrap a Francisco, que despert con un grito desgarrador.

Francisco mir a su alrededor. El canario que doa Pica haba llevado a su cuarto y cuya jaula haba colgado en la ventana para distraer al enfermo trinaba con el pico vuelto hacia el cielo.

Alabado sea el Seor! exclam Francisco alegremente, con la frente baada en sudor. Alabado sea el Seor!

Palpaba las sbanas, las barras de la cama, buscaba las rodillas de su madre. Al fin se volvi hacia mi.

Es cierto, pues... murmur, y sus ojos relampagueaban. Es cierto... Estoy vivo?

Ests bien vivo, mi joven seor. No tengas miedo!

Bati las palmas y su rostro se ilumin.

Entonces, tengo tiempo todava! Dios sea alabado!

Rea y besaba las manos de su madre al mismo tiempo.

Has tenido un sueo, hijo mo? pregunt doa Pica. Que te traiga suerte!

Hasta la noche, Francisco no dijo una sola palabra. Doa Pica le abanicaba con plumas de pavo real. Record una cancin de cuna que tarareaba cuando era nio para hacerle dormir. Entonces entreabri los labios y se puso a cantar en provenzal con voz baja y muy dulce.

Cant largo rato, agitando el abanico. Mientras tanto, inclinado sobre Francisco, yo contemplaba su rostro, inundado por una luz misteriosa. Alrededor de su boca se haban borrado las arrugas, y tambin entre las cejas. La piel se le haba puesto lisa como la de un nio, su cara brillaba como un guijarro acariciado por un mar tranquilo y fresco...

Hacia la noche, abri los ojos, con aire sereno. Se incorpor, mir a su alrededor como si viera el mundo por primera vez y nos sonri. Entonces nos cont su sueo...

Pero a medida que lo contaba, el miedo se apoderaba nuevamente de l y su mirada se llenaba de sombra. Su madre le acarici la mano y entonces se calm.

Madre dijo, hace un instante, mientras dorma, me cre nio. Y t me mecas, temblorosa. Madre, me parece que me has dado a luz por segunda vez!

Le tom la mano, se la cubri de besos y su voz se hizo acariciadora como la de un nio:

Madre, mamita, cuntame un cuento.

Su rostro haba adquirido una expresin cndida, tartamudeaba. Su madre tuvo miedo.

Uno de sus hermanos, clebre trovador en Avin, derrochador y libertino como l, haba perdido la razn a fuerza de beber y cantar. Caminaba en cuatro patas, balaba, mordisqueaba la hierba tomndose por un carnero... Y ahora Francisco le peda cuentos como si hubiera vuelto a caer en la infancia! Dios mo, seria el castigo de un pecado! Estara manchada su sangre?

Qu cuento, hijo mo? pregunt, ponindole la mano sobre la frente para refrescara.

El que quieras. madre. Cuntame una historia de tu pas. Por ejemplo, la de Pedro, el monje salvaje que caminaba descalzo.

Qu Pedro?

El heresiarca de Lyon.

Pero se no es un cuento!

Me hablabas mucho de l cuando yo era nio. Crea que era un cuento y tena tanto miedo de ese santo como del coco. Cuando no me portaba bien, recuerdas, t me decas: Espera, vendr el monje a buscarte!, y yo me esconda tras un silln por miedo a ser descubierto.

Pedro, el famoso monje de Lyon? dije yo, interesado. Le conociste, seora? He odo contar cosas terribles y extraordinarias sobre l... Te lo suplico, seora, le has visto?, cuntame... Lo conociste? Cmo era? Tambin yo me puse en marcha para verlo, pero cuando llegu ya estaba muerto.

Francisco sonri y para burlarse de su madre:

Mam haba mandado a paseo sus sandalias y quera seguirlo descalza, segn parece. Pero no se lo permitieron, la secuestraron, despus la casaron y el nacimiento de su hijo la hizo olvidarse de todo. Era un hijo lo que ella quera y no Dios.

No lo he olvidado, pero ahora tengo otras preocupaciones dijo suspirando. Cmo podra olvidarle? An le veo en sueos.

Francisco se apoy en sus almohadones. Haba dormido el da entero y su cuerpo gozaba de un dulce reposo.

Escucho dijo, cerrando los ojos.

Doa Pica haba enrojecido. Con la cabeza inclinada sobre el pecho, call un largo rato. Sus prpados batan como las alas de un pjaro herido. El famoso monje estaba profundamente hundido en la noche de sus entraas y ella vacilaba, se resista a llevarlo a la luz.

No quieres or un cuento de veras, hijo mo? dijo al fin con voz suplicante.

Francisco abri los ojos y frunci el ceo.

No. quiero se. Ese y no otro. Cuntanos cmo conociste al monje, cundo, dnde y qu te dijo. Y cmo te escapaste. O montones de cosas sobre l, pero no las creo. Por fin ha llegado el momento de saber la verdad!

Se volvi hacia m:

Cada uno de nosotros tiene un secreto en su vida. Ese es el secreto de mi madre.

Y bien, hijo mo, te dir todo dijo doa Pica, conmovida. Clmate.

Puso ambas manos en el hueco de su delantal; sus dedos eran ahusados como los de su hijo. Empez a atormentar nerviosamente su pauelito.

Era un atardecer empez lentamente, como recordando con esfuerzo. El atardecer de un sbado. Yo estaba en el patio de nuestra casa y regaba tranquilamente los tiestos de albahaca, de mejorana, de claveles. Un geranio rojo acababa de florecer. Ante la planta, admiraba su belleza cuando de sbito oi golpear violentamente la puerta. La puerta se abre y me vuelvo, asustada... Un monje hosco estaba frente a m.

Llevaba una tnica hecha jirones con una gruesa cuerda en la cintura. Estaba descalzo. Abr la boca para gritar pero me lo impidi con un gesto. Que la paz sea en esta casa, dijo. Su voz era grave y ruda, pero sent, oculta en el fondo de esa aspereza, una tristeza indecible. Tena ganas de hacerle una multitud de preguntas: quin era? Qu buscaba? Le perseguan? Y por qu? Pero ningn sonido poda salir de mi garganta. Si, me persiguen, dijo, adivinando mi pregunta por el movimiento de mis labios. "Son los enemigos de Cristo quienes me persiguen. Soy el monje Pedro. No has odo hablar de m? Yo soy aquel que alz el pendn de Cristo bordado con azucenas blancas, el que recorre las provincias y las aldeas con los pies desnudos, famlico, el que ha tomado el ltigo de manos de Cristo y arroja del templo de Dios a los sibaritas, a los mentirosos, a los miserables.

No acab de hablar cuando se oy un gran ruido en la calle. Eran pisadas, corridas, gritos de amenaza y golpes violentos contra las puertas. La campana de la iglesia del barrio empez a sonar furiosamente. El monje cerr los puos, se volvi hacia la puerta del patio y apret los labios con aire sarcstico. Han olido en el aire a su gran enemigo, a Cristo, gru, y se precipitan para crucificarle por segunda vez. Eh, Pilato y Caifs! ;Se acerca, se acerca el Juicio Final!. La multitud se alej sin atreverse a golpear en nuestra puerta y se dirigi hacia el puente.

Qued a solas en el patio con el monje. Con los ojos fijos en el geranio rojo, temblaba. La fuerza que brotaba de ese hombre me paralizaba. Su mirada posada en mi expresaba a la vez la clera y la ternura. Tom el geranio, lo arranc, lo deshoj. Lanc un grito y mis ojos se llenaron de lgrimas. Entonces frunci las espesas cejas: No tienes vergenza de mirar las criaturas en vez de mirar al Creador? Todas las bellezas y los primores de la tierra deben perecer, pues son las que nos impiden ver y admirar con sumo placer al Gran Invisible.

Francisco, que hasta entonces haba escuchado, se sobresalt.

Eso, no es cierto! grit.

Se volvi hacia mi.

Qu dices t, hermano Len?

No s qu decir, mi joven seor. soy un hombre simple y, para creer, tengo que ver, or y tocar. Slo mirando lo visible puedo imaginar lo invisible.

La belleza es hija de Dios dijo Francisco, mirando, por la ventana abierta, el patio, la madreselva y algunas nubecillas que bogaban en el cielo. La belleza es hija de Dios, eso es lo que yo s. Slo mirando a nuestro alrededor podemos imaginar el rostro del Seor. Ese geranio que tu monje deshoj lo precipitar al Infierno.

Lo hizo para salvar mi alma! respondi doa Pica. Qu es un geranio comparado con un alma humana? Mi monje, como t dices, entrar en el Paraso con ese geranio en la mano, porque salv mi alma.

Salv tu alma? dijo Francisco mirando a su madre con sorpresa. Cmo? Porque tu padre intervino y lo expuls. Eso es lo que me habas dicho... Por qu haberme ocultado la verdad.

Cuando eras nio no hubieras comprendido, hijo mo... Despus, te habras redo... Ahora, con la enfermedad, tu carne se ha calmado y puedes escuchar los mensajes secretos de Dios sin burlarte. Por eso te dir la verdad.

Habla, madre, habla! exclam Francisco, conmovido. Te escuchar no slo sin burlarme, sino llorando, quiz. Tienes razn, ha llegado el momento de escuchar.

Y antes de acabar su frase se deshizo en lgrimas. Su madre tuvo miedo y le tom en sus brazos.

Por qu lloras, hijo mo? Por qu tiemblas?

Porque siento en mi tu propia sangre, tu propia sangre, madre...

Doa Pica sec sus sienes y su cuello con el pauelito y despus me mir un instante. como vacilando antes de hablar frente a mi. Entonces me puse de pie.

Quieres que salga. noble dama? dije.

Pero Francisco extendi la mano y orden:

Qudate. No irs a ninguna parte. No tengas vergenza, madre, sigue...

Mir a doa Pica, que me ech una mirada penetrante; frunca el ceo, me juzgaba...

Qudate dijo por fin. No tengo vergenza, mi corazn es puro. Hablar.

Entonces? dijo Francisco mirando a su madre con impaciencia.

El monje puso su mano sobre mi cabeza dijo doa Pica reanudando su relato y sent que una llama descenda a mi cerebro, me apretaba la garganta, quemaba mis entraas. Tena ganas de estallar en sollozos o de ponerme a bailar en medio del patio o de precipitarme en la calle. Tena ganas de quitarme las sandalias y de partir por los caminos para no volver nunca a la casa de mi padre... Arda. Qu llama era sa? Debe de ser Dios", grit en mi interior. Es as como penetra en el hombre.

Las mejillas, el cuello de doa Pica habanse vuelto de prpura. Se alz, tom la jarra de cristal de sobre la ventana, llen un vaso de agua y bebi. Despus volvi a llenar el vaso y bebi por segunda vez como queriendo extinguir el fuego que arda en ella.

Y entonces? dijo Francisco, impaciente. Entonces?

Doa Pica baj la cabeza.

Y bien, hijo mo, perd la razn. La casa de mi padre se haba vuelto demasiado estrecha para mi y cuando el monje abri la puerta y me hizo seales de que lo siguiera, sin vacilar arroj mis sandalias en medio del patio y corr hacia l.

Francisco abri desmesuradamente los ojos. Quera hablar, pero no poda. Yo le mir con inquietud. Era el miedo lo que trastornaba de tal modo su expresin? El miedo, la alegra o la burla? Acaso los tres estados, uno tras otro. O bien los tres al propio tiempo.

Al fin pudo mover los labios para decir:

Partiste? Le seguiste? Abandonaste tu casa?

Si contest doa Pica y su voz estaba ahora tranquila, sin angustia. Tena diecisis aos, el corazn abierto de par en par. dispuesto a admitir todos los milagros... Y ese da, Dios se me haba aparecido... A ciertas muchachas l se muestra como un seor joven y hermoso. A mi, se me mostr como un monje rudo, desarrapado, descalzo. Caminaba rpidamente y yo trotaba detrs. Me hablaba de la miseria, de la ignorancia, del Paraso y del Infierno, y la tierra se deslizaba bajo mis pies desnudos; un brinco y subira al cielo...

Cuntas montaas atravesamos! Entrbamos en las aldeas como conquistadores. El monje trepaba a una piedra en mitad de la plaza, levantaba los brazos y lanzaba el anatema sobre los ateos, los impos y los poderosos de la tierra. Y cuando empezaba a anochecer, lo preceda con una antorcha para iluminar su rostro terrible, para que los campesinos temblaran vindolo. Mientras tanto, mi padre haba enviado caballeros en mi busca. Despus de recorrer montaas y aldeas, me descubrieron. Mi hermano, que estaba con ellos, me tom, me alz a la grupa de su caballo y me devolvi a casa.

Call. Mir a su hijo y le sonri.

Pocos das despus, me casaban...

Francisco cerr los ojos. Entonces, en el gran silencio, se oy cantar al canario, tendido el cuello hacia el cielo. Haba debido cantar mientras hablaba su ama, pero no lo habamos odo. Nuestro espritu estaba colmado por la visin de esa muchacha que corra descalza, sin aliento, detrs de un monje salvaje.

De pronto Francisco abri los ojos. Su voz era grave:

Quiero estar solo! dijo.

Su madre y yo salimos sin decir una palabra.

Francisco no permiti que nadie entrara en su cuarto esa noche. Le omos suspirar y levantarse de cuando en cuando para ir a tomar aire a la ventana.

Por la maana le o gritar:

Hermano Len!

Acud. Tendido sobre las sbanas, temblaba y su cara era cerosa.

Hermano Len me dijo sin mirarme, soy un hombre perdido. A mi derecha est el abismo de Dios, y a mi izquierda, el de Satans. Sin alas, estoy perdido. Caigo!

Qu tienes, Francisco? le dije, estrechndolo entre mis brazos. Por qu tiemblas?

La sangre de mi madre! murmur. La sangre de mi madre! La locura!

No era la locura, Francisco, era Dios quien la empujaba.

Era la locura! Durante toda la noche so que arrojaba mis sandalias en el patio de mi madre y que caa en un precipicio... Tenda las manos para coger algo de qu asirme, pero slo vea el vaco!

Mientras hablaba, Francisco levant los brazos muy alto y los agit como alas.

Le acarici la frente lentamente, tiernamente. Se calm poco a poco. Despus su cabeza cay sobre su pecho, como la de un pjaro herido, y poco despus se durmi.

Mientras dorma, le contempl procurando, a la luz del sueo que haba abierto en l todas las puertas, adivinar qu lo atormentaba. Por qu su rostro cambiaba as a cada instante? A veces levantaba las cejas, asombrado, o bien frunca los labios, expresando una pena inmensa. En otros momentos, una gran claridad inundaba su rostro y entonces sus prpados mariposeaban, incapaces de soportar la luz.

Bruscamente estir un brazo y me tom de un hombro, espantado.

Hermano Len, lo has visto?

A quin?

Acaba de desvanecerse en el aire. No, an est ah!

Pero de qu hablas, mi joven seor? Ests soando?

No, no sueo! Hermano Len, hay algo ms cierto que la verdad? Y bien, era eso!

Se sent en la cama frotndose los ojos.

No dorma continu. Lo he visto entrar a travs de la puerta cerrada, los brazos adelante como un ciego, vestido con harapos mil veces remendados... Ola a carne podrida. Se acerc a mi cama, me busc con la mano y me encontr. Eres t el hijo de Bernardone? Soy yo. Vamos, levntate, desvsteme, lvame y dame de comer! No imploraba, ordenaba. Me levant y empec a desvestirlo. Qu de andrajos, Dios mo! Y qu pestilencia! Cuando qued desnudo, vi su cuerpo lamentable, sus piernas hinchadas, sus pies cubiertos de llagas, sus sienes marcadas por un hierro enrojecido. En la frente haba una herida roja en forma de cruz. Pero lo que ms me horroriz fueron los grandes agujeros sangrantes que tena en las manos y en los pies.

Una vez ms le pregunt: Quin eres?, mirndole con terror. Respondi: Lvame!. Fui a calentar agua y lo lav. Despus se sent all, en ese cofre. Ahora quiero comer! Le traje un gran plato lleno. Se inclin, tom un puado de cenizas del hogar, lo extendi sobre su alimento y se puso a comer. Despus se puso de pie y me tom la mano. Su rostro estaba ms sereno; me miraba con ternura y compasin. Ahora eres mi hermano, me dijo. Si te inclinas sobre m, vers tu cara. Si me inclino sobre ti, ver mi cara, porque eres mi hermano. Hasta pronto, me voy. Adnde vas? Adonde t vayas. Hasta pronto! Y desapareci. An huelo su hedor. Quin poda ser? Quin? Qu piensas t, hermano Len?

No respond y me deslic ligeramente desde el cofre en que estaba sentado, temiendo tocar al Invisible. Quin poda ser, en efecto? Un mensajero de las fuerzas tenebrosas o un enviado de los poderes luminosos? Lo que era evidente, y yo lo senta claramente, era que en torno de ese joven seor se libraba una gran batalla.

Pasaron tres das. La sangre empez a colorear las plidas mejillas de Francisco, sus miembros readquirieron fuerzas, sus labios enrojecieron y l pidi de comer. Al mismo tiempo que su cuerpo, su alma se afirmaba y al mismo tiempo que su alma, el mundo mismo. Todo regresaba a la vez: los objetos del cuarto, el patio, los pozos, la vid, los gritos de la calle y, por la noche, las constelaciones del cielo. Todas las cosas retornaban a los lugares que Dios y el tiempo les haban asignado.

El cuarto da, al alba, mientras las campanas de San Rufino redoblaban, doa Pica se encamin a la iglesia, seguida de su vieja nodriza. Bernardone no haba regresado de su viaje. Las campanas sonaban alegremente, porque en ese 23 de setiembre se festejaba a San Damiano, el santo bienamado de Ass. Su capillita, junto al camino que conduca a la llanura, se caa en ruinas. Antao, haba sido gloriosa. Cada ao, en ese mismo da, se celebraba en ella al santo con gran pompa y se cubra su imagen de presentes de oro y plata. Pero ahora la capilla estaba medio derruida y slo quedaba en ella una gran cruz bizantina sobre la cual pesaba un Cristo ensangrentado y verdoso.

Una bien extraa dulzura emanaba de ese Cristo. Un sufrimiento no divino, pero si humano; se le oa llorar y morir como un hombre. Los fieles que se arrodillaban a

sus pies mirndolo se estremecan como si ellos mismos fueran crucificados.

Yo haba acudido muy temprano junto a Francisco. Doa Pica me haba concedido un cuartito cerca del de su hijo, pues el enfermo me reclamaba sin cesar y no deba alejarme. Esa maana le encontr sentado en su cama, con aire dichoso. Me esperaba.

Ven, len de Dios me grit. Veo que te has peinado la melena y te has atusado el bigote a la manera de los leones. Te has lamido... Has comido?

Bendita sea tu madre respond. Antes de partir para la iglesia. me ha hecho llevar pan, queso y leche. A fe ma, mi joven seor, me parece que empiezo a volverme len.

Ri.

Sintate me dijo, mostrndome el cofre esculpido cercano a su cama.

El canario cantaba siempre. El sol lo haba achispado, y su garganta estaba llena de canciones.

Un canario es como un alma humana murmur Francisco. Ve los barrotes que lo aprisionan, pero no desespera, canta. Canta y, t vers, hermano Len, un da su canto romper los barrotes.

Sonrei. Es tan fcil romper los barrotes? pens.

Pero Francisco, que haba visto mi sonrisa, se entristeci.

Qu! No lo crees? Nunca se te ha ocurrido la idea de preguntarte si el cuerpo, los huesos, la carne, los pelos existen de veras? O bien slo existe el alma, en definitiva?

No, nunca me lo he preguntado. Soy un hombre simple, t lo sabes, y mi espritu tambin es simple.

Tampoco a mi, hermano Len, se me haba ocurrido esa duda. Pero despus de la enfermedad... A ti Dios te ha llamado y te ha conducido por el sendero de la pereza. Mientras que a mi me ha llevado a l por el camino de la enfermedad. Y no durante el da, sino durante la noche, mientras dorma y no poda resistirme a El. En mis sueos pensaba: existe el cuerpo? No habr sino el alma? Se llamar cuerpo la parte visible y tangible de esa alma? Todas las noches, durante mi enfermedad, senta que mi cuerpo se levantaba suavemente sobre la cama. Despus sala por la ventana, se paseaba en el patio, se posaba sobre la vid y por fin se detena, suspendido en el vaco, sobre los tejados de Ass. Entonces descubr el Gran Secreto. No hay cuerpo, hermano Len, no hay cuerpo. Slo existe el alma!

Salt en su cama, radiante el rostro de alegra.

Y si slo existe el alma exclam, slo el alma, hasta dnde podemos ir, hermano Len? Puesto que no hay cuerpo que nos estorbe, de un salto podemos llegar al Cielo!

Yo callaba. No comprenda bien las palabras de Francisco, pero mi corazn lo comprenda todo.

Y ese salto lo he dado ya en mis sueos sigui Francisco. Cuando se suea, no hay nada ms simple Pero lo dar tambin despierto, ya vers. He tomado la decisin, la sangre de mi madre grita en mi. S que ser muy difcil... Me ayudars, hermano Len?

Si, pero, cmo? Tengo escasa instruccin y mi espritu es limitado. Desde luego, me queda el corazn, pero qu hars t con l? Es loco de nacimiento el desdichado, y orgulloso, como un mendigo que es. No te fes de l. Cmo quieres que te ayude en tales condiciones?

T puedes! Escucha! Maana me levantar, me tomars en tus brazos e iremos a la capilla de San Damiano.

A San Damiano? Sabes que hoy se celebra su fiesta? No has odo las campanas?

Hoy es su fiesta? exclam Francisco, batiendo palmas. Es por eso, entonces!

Qu?

He tenido un sueo... He visto a San Damiano en sueos... Anoche acudi a mi sueo, descalzo, andrajoso. Se apoyaba en muletas y lloraba. Entonces corr hacia l para ayudarle, le bes las manos y le dije: Santo de Dios, no llores. Qu te ha ocurrido? No ests en el Paraso?. Tambin en el Paraso se llora, me respondi sacudiendo la cabeza, porque nos da pena de quienes todava se arrastran sobre la tierra. Te he visto, acostado, tranquilo en tu lecho de plumas, y tuve lstima de ti. Duermes, Francisco! No tienes vergenza? La Iglesia est en peligro. Est en peligro? Pero qu puedo hacer yo? Qu quieres que haga? Tiende la mano, prstale tus hombros, no la dejes caer! Yo? Yo? El hijo de Bernardone? T, Francisco de Ass! El mundo se desmorona, Cristo est en peligro! Levntate! Sostn el mundo para que no caiga. La Iglesia est a punto de caer en ruinas como mi propia capilla. Reconstryela!. Me puso la mano en los hombros y me empuj violentamente. Entonces despert, espantado.

Descubri su espalda:

Mira. creo que todava se ve la marca de sus dedos.

Me acerqu, pero retroced en seguida, haciendo la seal de la cruz.

Dios sea loado! murmur, temblando.

Sobre el hombro de Francisco se podan apreciar con notable claridad huellas azuladas, parecidas a extraas marcas de dedos.

Son los dedos de San Damiano dijo Francisco, no tengas miedo.

Y poco despus:

Comprendes por qu iremos la capillita? Est desmoronndose y somos nosotros quienes la reconstruiremos. Nosotros dos, hermano Len, con piedras y cal. Y llenaremos de aceite la lamparilla extinguida del santo para poder iluminar de nuevo su rostro.

Eso es todo lo que l tena que ordenarte, Francisco? O bien...

Eso es todo! dijo Francisco obligndome a callar, como si hubiera temido que yo agregara algo. Empecemos por eso ahora y calla!

Call. Pero mi corazn lata con fuerza porque senta que ese sueo de Francisco vena de Dios y se trataba de un mensaje secreto y terrible. Sabia que cuando Dios se apodera de un hombre, lo arrastra inexorablemente de cima en cima, hasta destrozarle en mil pedazos. Y mientras Francisco se incorporaba alegremente en su cama, yo temblaba de miedo.

Al da siguiente, al despertarme, Francisco ya estaba en pie. Apoyado en el brazo de su madre, recorra la casa en todo sentido. Con los ojos bien despiertos, alegre, mirando los cuartos espaciosos, los cofres labrados, las santas imgenes sobre el trptico como si todo lo viera por primera vez. En el momento en que le distingu, de pie, en el patio, admiraba los brocales con sus rebordes de mrmol, y los tiestos de plantas primorosas: albahaca, mejorana, claveles, que recordaban a doa Pica su querida patria soleada. Y en un nicho cavado en la pared, la estatuilla de piedra de la virgen de Avignon con el nio Jess en los brazos.

Salud, len de Dios! exclam al yerme, con la risa retozndole en los labios. Eres el len que se dirige a los corderos y les pide limosna en vez de comrselos.

Se volvi hacia su madre.

Madre, cul es el evangelista que tena un len por camarada? Lucas?

No, hijo mo, Marcos respondi su madre suspirando. Vas tan poco a la iglesia que no puedes saberlo.

Entonces yo soy Marcos y ste es mi len dijo Francisco apoyndose en mi. En marcha!

Adnde vas, hijo mo? exclam la madre. No ves que apenas puedes tenerte pie?

Nada temas, madre. Mira: tengo a mi len.

Me tom del brazo y dijo:

Bendito sea Dios!

Despus se persign. Pero en el umbral de la puerta. se detuvo.

Madre, qu da es hoy?

Domingo, hijo mo.

S, pero qu da del mes?

Veinticuatro de setiembre, hijo mo. Por qu?

Entra en la casa, madre, y escribe detrs de la imagen de Cristo en nuestro trptico: Hoy, domingo 24 de setiembre del ao de gracia de 1206 despus del nacimiento del Salvador, mi hijo Francisco naci por segunda vez.

III

Qu partida maravillosa! La alegra nos daba alas que nos llevaban a travs de las callejas de Ass. Pasamos la plaza de San Jorge, despus la puerta de la ciudad y por fin el camino que bajaba a la llanura.

Era una maana de otoo. Una bruma impalpable cubra los olivos y los viedos.

Colgaban los racimos y otros esperaban a los vendimiadores en el suelo. Los becafigos volaban hambrientos piando alrededor de las higueras, donde quedaban algunos frutos llenos de miel. En cada hojuela de olivo temblaba una gota de luz, y ms all, la campia dorma porque la dulce bruma matinal no se haba levantado an. Los campos segados estaban dorados y, entre el rastrojo, brillaban las ltimas amapolas vestidas de prpura, como los prncipes, con una cruz negra sobre el pecho.

Qu alegra! La tierra entera saltaba de dicha.

Francisco estaba desconocido. Dnde encontraba tanto mpetu y tanta fuerza? Ya no necesitaba de mi, me preceda, esbelto, ligero como un ngel, cantando aires de trovadores en la lengua de su madre. Pareca ver el mundo por primera vez.

Dos bueyes blancos pasaron, coronados de hierbas. Francisco se detuvo, sorprendido, y los contempl: balanceaban lentamente su pescuezo lustroso, y de un lengetazo laman sus hocicos hmedos. Francisco levant la mano y los salud:

Qu nobleza! murmur. Son colaboradores de Dios y grandes

combatientes.

Se acerc, acarici los anchos flancos y los bueyes se volvieron para mirarle con expresin humana.

Si fuera Dios me dijo riendo, permitira a los bueyes entrar en el Paraso, con los santos... Puedes imaginarte un paraso sin asnos, sin bueyes y sin pjaros? Los ngeles y los santos no bastan!

Ri de nuevo.

Y sin un len? agreg. Sin ti, hermano Len?

Y sin un trovador, sin ti, Francisco? dije, acaricindole los largos cabellos sobre los hombros.

Reanudamos el camino. La pendiente nos ayudaba, corrimos. De pronto, Francisco se detuvo, sorprendido:

Adnde vamos? Por qu corremos?

A San Damiano, mi joven seor! Ya lo has olvidado?

Francisco sacudi la cabeza, esta vez con amargura.

Y yo que crea que bamos a liberar el Santo Sepulcro dijo lastimosamente.

Los dos solos? dije en tono burln.

No somos dos contest Francisco, y su rostro se ilumin. Somos tres.

Me estremec. Era cierto, ramos tres, y de ello provena nuestro mpetu y nuestra confianza. En verdad, nuestra marcha no era una marcha de paz. Parecamos un ejrcito: el joven seor, el mendigo y Dios a la cabeza, al asalto...

Cuntos aos han pasado desde entonces? Francisco subi al cielo, yo no he sido juzgado digno de ser arrancado de la tierra. He envejecido, se me han cado el pelo y los dientes, se me hinchan las rodillas, tengo las venas como de madera... En este instante sostengo la pluma y la mano me tiembla. El papel ya est lleno de manchas y lgrimas, pues mis ojos lloran. Sin embargo, al recordar esa maana tengo ganas de saltar, de tomar mi bastn, de retomar el camino e ir a tocar las campanas para agitar a todo el mundo. Tienes razn, padre Francisco, el cuerpo no existe, slo existe el alma y ella es el ama. Levntate, alma ma, recuerda esa maana en que volamos hacia San Damiano y cuenta todo, sin temor de los hombres abotagados e imbciles.

Mientras corramos se oyeron en el aire gritos y risas de muchachas. Apretamos el paso y pronto estuvimos frente a las ruinas de San Damiano. Las paredes de la capilla estaban agrietadas y ya invadidas por las malas hierbas. El campanil derrumbado an yaca en el patio junto a su campana sin voz. De todas partes nos llegaban gritos agudos y risas, pero no veamos un alma. Francisco me miro.

La iglesia entera resuena de risas dijo. Debe de estar llena de ngeles.

Y si fueran demonios? dije, pues empezaba a inquietarme. Vamos, partamos de aqu!

Los demonios no ren de este modo, hermano Len; son ngeles. Esprame aqu, si tienes miedo. Entrar solo en la capilla.

Me avergonc de mi mismo.

No, no tengo miedo, te sigo.

La puerta penda, desmantelada. Franqueamos el umbral lleno de cizaa. Dos pichones huyeron de un ventanuco y desaparecieron. No podamos ver nada en la penumbra, pero adivinamos, en medio del altar, la vieja cruz con el cuerpo exange de Cristo.

A sus pies, la imagen de San Damiano y una lmpara sin aceite.

Avanzamos lentamente, con dificultad. El aire estaba como poblado de alas.

Ahora, San Damiano aparecer con sus muletas dijo suavemente Francisco, que quera demostrar su valor, aunque su voz temblaba.

Por el estrecho tragaluz del santuario se vea un verdor. Era el jardincillo de la iglesia. El romero y la madreselva embalsamaban el aire.

Salgamos al jardn dijo Francisco. Aqu se ahoga uno.

Pero en el instante de franquear la puerta, se elevaron tras el altar suspiros, jadeos y rumores de sedas o de alas. Francisco me tom del brazo.

Oyes? Me parece...

De sbito tres jovencitas vestidas de blanco surgieron de su escondite, pasaron frente a nosotros como flechas y se lanzaron al jardn dando chillidos.

All estallaron en una risa burlona, como si hubieran adivinado nuestro temor. Francisco se precipit al patio y le segu.

No parecan atemorizadas en modo alguno, pero la mayor enrojeci hasta las orejas al ver a Francisco. Este, apoyado en el montante de la puerta, se secaba la cara cubierta de sudor.

La joven se acerc a l, cada vez ms excitada y sonriente. Una rama de olivo cargada de frutos coronaba su frente. Francisco retrocedi un paso, como temeroso.

La conoces? le pregunt en voz baja.

Cllate respondi, palideciendo.

La jovenzuela se atrevi:

Seor Francisco dijo burlona, sois bienvenido a nuestra humilde morada.

Francisco la miraba. No responda, pero le temblaba el mentn.

Te encuentras en la casa de San Damiano contest yo, para cubrir el silencio de Francisco. Desde cundo la ocupis t y tus amigas?

Las otras dos muchachas, algo ms jvenes tendran trece o catorce aos, se acercaron lentamente, la mano sobre los labios para sofocar las risas.

Desde esta maana respondi la joven. Hemos resuelto quedarnos todo el da. Esta es mi hermana Agnese y sta nuestra vecina Hermelinda. Hemos trado una cesta llena de provisiones y frutas.

Se volvi de nuevo hacia Francisco.

Si le agrada al seor Francisco, le invitamos a almorzar. Ya que se ha dignado venir a nuestra casa, le recibimos como amigo.

Clara dijo l dulcemente, te deseo buenos das.

No bromeaba. Su voz sala de lo ms hondo de su corazn y la joven se sinti conmovida por ella.

Hemos venido a jugar dijo en tono quejoso, como reprochndole que estropeara su placer.

Yo he venido porque he tenido un sueo, y no para jugar.

Has estado enfermo? pregunt ella con una ternura que procuraba disimular.

Antes lo estaba, pero ahora he sanado respondi Francisco.

No comprendo.

Quiera Dios que un da comprendas, Clara.

Un da te o cantar... dijo la joven, que ya no saba qu decir para prolongar la conversacin.

Me oas todas las noches, Clara, pero ya no volvers a orme.

Ella sacudi la cabeza. Sus rizos cayeron sobre sus hombros y el lazo que los sostena se desanud.

Por qu? dijo con los ojos clavados en el suelo.

No lo s todava, no me lo preguntes. Quiz vaya a cantar bajo otra ventana.

Bajo otra ventana? Cul? La ventana de quin?

Francisco baj la cabeza.

La de Dios... murmur tan quedo que la joven no lo oy.

Cul? repiti Clara dando un paso hacia l. La ventana de quin?

Esta vez Francisco no respondi.

Ven, Clara dijo una de las nias. Ven a jugar. Por qu le hablas?

Las dos tiraban de ella por el brazo para llevrsela, pero Clara permaneca inmvil y enrollaba en sus dedos el lazo cado de su pelo. Era delgada, esbelta, estaba vestida de blanco y sin adornos, salvo una crucecilla de oro, la de su bautismo, y una azucena de plata a guisa de amuleto sobre el joven pecho apenas formado. Lo que sorprenda en ella eran sus cejas finas, que se estremecan con vehemencia, dando a sus ojos negros y almendrados una constante expresin de severidad y de clera.

Al fin tom sus cabellos despeinados como si hubiera querido vengarse en ellos, los torci y los anud con el lazo de seda verde. Despus se volvi hacia sus compaeras:

Vamos dijo con despecho. Vamos ms lejos, a la otra capilla, la Porcincula, y dejemos en paz al seor Francisco. Parece que ha tenido un sueo!

Hermelinda recogi su cesta a regaadientes; Agnese, la hermana menor, tom el cestillo de frutos, y las tres, con Clara a la cabeza, se marcharon en direccin a la llanura.

Nos hemos salvado... dijo Francisco lanzando un profundo suspiro, como si acabara de escapar de un gran peligro.

Se acuclill en el umbral y mir cmo brillaban, se esfumaban y desaparecan las siluetas de las tres jvenes tras los olivares.

Nos hemos salvado... repiti ponindose de pie.

Se acercaba el medioda. Francisco me mir. Todo temor haba desaparecido de su expresin.

Hermano Len dijo con voz resuelta, no habamos dicho que los dos ramos todo un ejrcito y que partamos para liberar el Santo Sepulcro? No sonras. Ten fe! Para empezar, haremos cosas fciles y poco a poco nos consagraremos a las grandes. Y cuando estn hechas las cosas grandes, emprenderemos las imposibles. Comprendes lo que digo? O crees que sigo en mi cama, delirando?

Las cosas imposibles, hermano Francisco? dije, atemorizado. Qu quieres decir?

Acurdate de ese ermitao renombrado que viva en la copa de un rbol. Eres t quien me habl de l. Cuando le pediste un consejo, no te dijo: Alcanza lo que no puedes alcanzar? Y bien, hermano Len, alcanzaremos el fin que no podemos alcanzar. En este instante tomamos impulso en las ruinas de San Damiano. Comprendes?

No me hagas preguntas, Francisco respond, con el corazn tan lleno de fuego que hubiera podido consumir un bosque entero. Ordena!