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Karl R. Popper, linea de pensamiento.
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Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba (República Argentina)
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KARL R. POPPER
Por Carlos Corbo
-I-
UBICACIÓN FILOSOFICA
1.- Su línea de pensamiento:
Karl R. Popper nació en Viena en 1.902 y falleció en 1994. Es el filósofo de la
ciencia más influyente y prestigioso del siglo XX.
Perteneció a esa pléyade de creadores que floreció en la capital del imperio austro-
húngaro entre fines del siglo XIX y mediados del siglo XX.
Fue él, quien observó que entre el dogmatismo cerrado del marxismo y del
psicoanálisis que tenían mucha influencia a principios del siglo pasado en Viena, se erguía la
teoría de la relatividad de Einstein, que lejos del dogmatismo imperante, ofrecía la posibilidad
de que se demostrara su falsedad, por lo que basó los cimientos de su investigación científica
en el método crítico según el cual la certeza no existía sobre la verdad y sólo investigando,
refutando y eliminando el error se podía, según su opinión, eliminar el error e ir avanzando
sin dogmatismos en la búsqueda de la verdad.
Fue un crítico que destacó la irracionalidad de las ideas de filósofos como Marx y
Hegel.
2.- Hipótesis de trabajo:
Nuestra hipótesis de trabajo se basó en el estudio, análisis y extracción de trozos
que estimamos más importantes, de las obras a las que hemos tenido posibilidad de acceder,
que son: “Conjeturas y Refutaciones”; “La Lógica De La Investigación Científica” y “La
Sociedad Abierta y Sus Enemigos”.
Lo más destacable y personal de su producción científica, es, en nuestro criterio,
el método que preconiza y que analiza en profundidad en el primero de sus libros nombrados
en el que expresa que estoy completamente dispuesto a admitir que existe un método al que
podría llamarse el único método de la filosofía. Pero no es característico solamente de ésta,
sino que es, más bien, el único método de toda discusión racional, y por ello, tanto de las
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ciencias de la naturaleza como de la filosofía: me refiero al de enunciar claramente los propios
problemas y de examinar críticamente las diversas soluciones propuestas.
Siempre que proponemos una solución a un problema, sigue diciendo, deberíamos
esforzarnos todo lo que pudiésemos por echar abajo nuestra solución, en lugar de defenderla.
La crítica será fecunda únicamente si enunciamos nuestro problema todo lo
claramente que podamos y presentamos nuestra solución en una forma suficientemente
definida; es decir, que pueda discutirse críticamente.
-II-
CONJETURAS Y REFUTACIONES
1.- Principios fundamentales de su teoría:
El título de esta obra pone en evidencia el planteo de su teoría en la que aparecen
los dos grandes temas que fueron de su interés; el conocimiento científico como búsqueda de
la verdad y la política como búsqueda de la justicia los que deben responder al mecanismo del
ensayo y el error.
Para Popper no existía la certeza sobre la verdad y entonces el método crítico
permitía intentar falsar las teorías y por ese camino progresar en la investigación científica.
Esta obra está compuesta por ensayos y conferencias que giran sobre un mismo
tema: la tesis de que podemos aprender de nuestros errores.
El conocimiento científico progresa a través de conjeturas, de presunciones, de
soluciones tentativas de nuestros problemas.
Tales conjeturas son objeto de intentos de refutaciones y críticas; ellas pueden
superar las críticas, pero nunca pueden ser justificadas como verdaderas, ni siquiera como
probables.
Esas críticas al poner en evidencia nuestros errores, nos hacen comprender las
dificultades del problema a resolver y ello nos posibilita adquirir conocimientos más
profundos y proponer soluciones más maduras.
El conocimiento, como búsqueda de la verdad responde, como ya se ha dicho,
para la resolución de problemas, al mecanismo siguiente: el ensayo y el error.
En la política la pregunta que debe hacerse es ¿Cómo detectar y evitar el error?
En cambio no debe preguntarse quienes son los más adecuados para gobernar o
cual es la autoridad legítima.
A pesar de todo nunca llegaremos a la certeza es decir “a saber”.
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Las teorías que en una época parecen aproximarse a la verdad más que otras,
juntamente con los informes de sus tests son consideradas “la ciencia” de esa época.
Esa es la tesis fundamental expuesta en la obra, aplicada a problemas que van
desde los relativos a la filosofía y la historia de las ciencias físicas y las ciencias sociales hasta
a los problemas históricos y políticos.
La primera conferencia que integra la obra lleva el siguiente título: “SOBRE LAS
FUENTES DEL CONOCIMIENTO Y DE LA IGNORANCIA”
Afirma el autor, que la expresión “fuentes del conocimiento” es correcta, como
también lo es “fuentes del error”, pero en cambio no lo es “fuentes de la ignorancia” porque la
ignorancia es ausencia del conocimiento, es algo negativo y por ello, la ausencia de algo no
puede tener fuentes.
Reconoce el filósofo, que el efecto del título es intencional para despertar la
curiosidad y preocupación sobre una serie de doctrinas filosóficas históricamente importantes
y entre ellas, aparte de la que afirma que la verdad es manifiesta, la que se funda en una teoría
conspiracional de la ignorancia, según la cual ésta no es vista como una mera falta de
conocimientos, sino como la “obra de un poder malévolo, fuente de influencias impuras y
perniciosas que pervierten y envenenan nuestras mentes e instilan en nosotros el hábito de la
resistencia al conocimiento”.
Comienza su desarrollo por el otro extremo, es decir por la fuente del
conocimiento dejando para después la teoría conspiracional.
Para ello parte de la vieja querella entre el empirismo clásico de Bacon, Locke,
Berkeley, Hume y Mill, y el racionalismo o intelectualismo clásico de Descartes, Spinoza y
Leibniz; es decir la querella entre las escuelas Británica y Continental de la filosofía.
La primera sostenía que la fuente última de todo conocimiento es la observación;
la teoría continental en cambio, afirmaba que la fuente es la intuición intelectual de ideas
claras y distintas.
Popper sostiene que el empirismo es la teoría dominante en Inglaterra, Estados
Unidos y en vastos círculos europeos donde se la reconoce como la verdadera teoría del
conocimiento científico; la otra teoría, la del intelectualismo cartesiano ha sido deformada
dando origen al irracionalismo moderno en distintas formas.
A pesar de todo, no hay tantas diferencias entre ellas, dice, pero a pesar de que
ambas concepciones juegan un rol importante, sin embargo ni la una ni la otra, es decir ni la
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observación ni la razón pueden, para Popper, ser consideradas como fuentes del conocimiento
en el sentido actual.
Al analizar la epistemología optimista que corresponde a ciertas ideas del
liberalismo, el autor analiza la teoría de la verdad manifiesta que está en el centro de las
enseñanzas de Descartes y de Bacon, teoría según la cual la verdad no necesita ser explicada.
Al tratar la teoría conspiracional de la ignorancia sostiene que es obra del
marxismo cuando afirma que la prensa capitalista pervierte y suprime la verdad y llena las
mentes de los obreros de ideologías falsas.
También se destacan entre las teorías conspiracionales las doctrinas religiosas
sosteniendo que el cura malvado y fraudulento que mantiene al pueblo en la ignorancia era
una imagen común del siglo XVIII y, agrega, una de las inspiraciones del liberalismo.
La obra que estamos comentando se integra con una serie de ensayos y estudios
que no entraremos a particularizar pero que tienen todo un denominador común consistente,
como ya lo hemos dicho, en que el conocimiento científico para progresar debe hacerlo a
través de conjeturas que son objeto de refutaciones y críticas que permiten evidenciar nuestros
errores y posibilitarnos así la adquisición de conocimientos más profundos, a pesar de lo cual
nunca se llegará a la certeza.
Por ello dijimos que todos los ensayos que componen la obra tienen unidad a
pesar de la diversidad de temas.
Sostiene, conforme a los principios del liberalismo que preconizaba, que el Estado
es un mal necesario que se necesita para proteger los derechos de todos pero que siempre
existe el peligro de las deformaciones y de su mala utilización; por eso el Estado debe reducir
al mínimo ese peligro para no coartar la libertad individual. Debe respetarse el “marco moral”
porque su destrucción conduce al cinismo y al nihilismo y a la disolución de todos los valores
humanos.
Afirma que se debe dotar de sentido ético a la historia. Las teorías historicistas,
del progreso como la de Comte, Hegel, Marx, las de la decadencia como la de Spengler o la
de los ciclos como la de Vico, Nietzsche son pseudocientíficas.
Popper las refuta expresando que podemos avanzar y retroceder a la vez y además
porque le podemos imponer nosotros mismos un fin ético a la historia. No son científicas las
leyes históricas de progreso o de ciclo y todo el avance social en la justicia, la libertad y el
progreso económico, depende de nosotros.
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El avance social no se obtiene y no se consigue imponiendo autoritariamente a la
sociedad un ideal ético, una utopía.
Deben evitarse los peligros del autoritarismo y del fanatismo y tratar en cambio de
que se desarrolle una crítica social de inspiración ética que permita eliminar los errores de la
vida social y política, para lo cual se necesita una sociedad libre y tolerante donde se respeten
las diferentes ideas.
Las críticas inspiradas en ideales éticos permiten eliminar los errores de los
proyectos políticos y sociales y sólo mediante nuestros errores podemos aprender.
2.- El conocimiento científico y el método crítico:
Popper defiende el análisis crítico de las ciencias. No se alinea en la concepción
que clásicamente se tenía sobre el conocimiento científico según el cual ese conocimiento
implicaba la verdad y la certeza, es decir era un conocimiento verdadero.
Se separa de esta concepción propia del cientifismo positivista y neopositivista y
también del escepticismo que se manifiesta en la duda.
El conocimiento seguro y verdadero así como la certeza son imposibles. Todo
conocimiento lo es por conjetura. No podemos saber con certeza la verdad de nuestros
conocimientos pero si podemos disponer de un criterio racional de progreso en la búsqueda de
la verdad, de aproximación a la verdad.
Es la teoría de la crítica que se formula para encontrar errores y en base a esos
errores ir logrando el desarrollo científico y el progreso; por eso la crítica dirige el progreso
científico.
Ya hemos dicho que Popper es contrario a la inducción es decir a las
observaciones repetidas que inductivamente dan lugar a enunciados universales.
No existe nada dice que pueda llamarse inducción, dice, y que es inadmisible la
inferencia de teorías a partir de enunciados singulares que estén verificados por la
experiencia. Las teorías no son nunca verificables empíricamente afirma en “La lógica de la
investigación científica”.
Su teoría es la de la falsabilidad es decir que una teoría es científica si puede ser
refutada como falsa por medio de la experiencia en el caso de las teorías empíricas, o por
medio de su contradictoriedad en el caso de las teorías lógicas y matemáticas.
Insistimos, no cree en la verificabilidad sino en la falsabilidad de los sistemas es
decir que es partidario de los contrastes y refutaciones y críticas para aproximarse a la verdad
científica.
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No acepta la inducción, es decir que partiendo de enunciados singulares se llegue
a la formulación de enunciados universales, por más que se hayan realizado miles de
verificaciones singulares ya que él concluye que siempre está presente el riesgo de que un día
ese enunciado singular sea falso.
Para justificar una inducción siempre tenemos que recurrir a la misma inducción y
caemos en un círculo vicioso como lo señaló Hume.
Popper concluye que la metodología científica es esencialmente deductiva y no
inductiva.
Expone los resultados epistemológicos resumiéndolos en diez tesis.
1. No hay fuentes últimas del conocimiento. Debe darse la bienvenida a toda
fuente y a toda sugerencia; y toda fuente, toda sugerencia, deben ser sometidas a un examen
crítico. Excepto en historia, habitualmente examinamos los hechos mismos y no las fuentes de
nuestra información.
2. La pregunta epistemológica adecuada no se refiere a las fuentes; más bien,
preguntamos si la afirmación hecha es verdadera, es decir, si concuerda con los hechos. (La
obra de Alfred Tarski demuestra que podemos operar con la idea de verdad objetiva, en el
sentido de correspondencia con los hechos, sin caer en antinomias.). Tratamos de determinar
esto, en la medida en que podemos, examinando o sometiendo a prueba la afirmación misma,
sea de una manera directa, sea examinando o sometiendo a prueba sus consecuencias.
3. En conexión con este examen puede tener importancia todo tipo de argumentos.
Un procedimiento típico es examinar si nuestras teorías son compatibles con nuestras
observaciones. Pero también podemos examinar, por ejemplo, si nuestras fuentes históricas
son mutua e internamente consistentes.
4.Tanto cuantitativa como cualitativamente, la fuente de nuestro conocimiento que
es, con mucho, la más importante –aparte del conocimiento innato- es la tradición. La mayor
parte de las cosas que sabemos la hemos aprendido por el ejemplo, porque nos las han dicho,
por la lectura de libros, porque hemos aprendido a criticar, a recibir y aceptar la crítica, a
respetar la verdad.
5.El hecho de que, en su mayor parte, las fuentes de nuestro conocimiento sean
tradicionales, condena el antitradicionalismo como fútil. Pero no se debe aducir este hecho
para defender una actitud tradicionalista: toda parte de nuestro conocimiento tradicional (y
hasta de nuestro conocimiento innato) es susceptible de examen crítico y puede ser
abandonada. Sin embargo, sin la tradición el conocimiento sería imposible.
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6. El conocimiento no puede partir de la nada –de una tabula rasa- ni tampoco de
la observación. El avance del conocimiento consiste, principalmente, en la modificación del
conocimiento anterior. Aunque a veces podemos avanzar gracias a una observación casual,
por ejemplo en arqueología, la significación del descubrimiento habitualmente depende de su
capacidad de modificar nuestras teorías anteriores.
7. Las espistemologías pesimistas y optimistas están igualmente equivocadas. La
pesimista alegoría de la caverna, de Platón, es correcta, pero no lo es su optimista doctrina de
la anamnesis (aunque debemos admitir que todos los hombres, como todos los animales,
poseen conocimiento innato). Pero aunque el mundo de las apariencias sea, en realidad, un
mundo de meras sombras reflejadas sobre las paredes de nuestra caverna, siempre llegamos
más allá; y si bien la verdad se halla oculta en la profundidades, como decía Demócrito,
también es cierto que podemos sondear las profundidades. No hay ningún criterio a nuestra
disposición, y este hecho da apoyo al pesimismo. Pero sí poseemos criterios que, si tenemos
suerte, pueden permitirnos reconocer el error y la falsedad. La claridad y la distinción no son
criterios de verdad, pero la oscuridad y la confusión pueden indicar el error. Análogamente, la
coherencia no basta para establecer la verdad, pero la incoherencia y la inconsistencia
permiten establecer la verdad, pero la incoherencia y la inconsistencia permiten establecer la
falsedad. Y cuando se los reconoce, nuestros propios errores nos suministran las tenues
lucecillas que nos ayudan a salir a tientas de las oscuridades de nuestra caverna.
8. Ni la observación ni la razón son autoridades. La intuición intelectual y la
imaginación son muy importantes, pero no son confiables: pueden mostrarnos muy
claramente las cosas y, sin embargo, conducirnos al error. Son indispensables como fuentes
principales de nuestras teorías; pero la mayor parte de nuestras teorías son falsas, de todos
modos. La función más importante de la observación y el razonamiento, y aun de la intuición
y la imaginación, consiste en contribuir al examen crítico de esas audaces conjeturas que son
los medios con los cuales sondeamos lo desconocido.
9. Aunque la claridad es valiosa en sí misma, no sucede lo mismo con la exactitud
y la precisión: puede no valer la pena de tratar de ser más preciso de lo que nuestro problema
requiere. La precisión lingüística es un fantasma, así como los problemas relacionados con el
significado o definición de las palabras carecen de importancia. Así pues, nuestro cuadro de
ideas (en la página 43), a pesar de su simetría, cuenta con un lado importante y uno carente de
importancia: mientras el lado izquierdo (las palabras y sus significados) es irrelevante, el
derecho (las teorías y los problemas relacionados con su veracidad) es de importancia
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extrema. Las palabras sólo son significativas en tanto que instrumentos para la formulación de
teorías, por lo que deberían evitarse a cualquier precio los problemas verbales.
10. Toda solución de un problema plantea nuevos problemas sin resolver, y ello es
tanto más así cuanto más profundo era el problema original y más audaz su solución. Cuanto
más aprendamos acerca del mundo y cuando más profundo sea nuestro aprendizaje, tanto más
conciente, específico y articulado será nuestro conocimiento de lo que no conocemos, nuestro
conocimiento de nuestra ignorancia. Pues, en verdad, la fuente principal de nuestra ignorancia
es el hecho de que nuestro conocimiento sólo puede ser finito, mientras que nuestra
ignorancia es necesariamente infinita.
Podemos tener una idea de la vastedad de nuestra ignorancia cuando
contemplamos la vastedad de los cielos; pues, aunque las dimensiones del universo no son la
causa más profunda de nuestra ignorancia. Pues, en verdad, la fuente principal de nuestra
ignorancia es el hecho de que nuestro conocimiento sólo puede ser finito, mientras que
nuestra ignorancia es necesariamente infinita.
Podemos tener una idea de la vastedad de nuestra ignorancia cuando
contemplamos la vastedad de los cielos; pues, aunque las dimensiones del universo no son la
causa más profunda de nuestra ignorancia, son, con todo, una de sus causas. En un encantador
pasaje de su Foundations of Mathematics, F. P. Ramsey escribió (p. 291): “En lo que, al
parecer, difiero de algunos de mis amigos es en que atribuyo poca importancia al tamaño
físico. No me siento en modo alguno humilde ante la vastedad de los cielos. Las estrellas
serán grandes, pero no pueden pensar o amar, cualidades que me impresionan mucho más que
el tamaño. No atribuyo ningún mérito al hecho de pesar 110 Kilos”. Sospecho que los amigos
de Ramsey habrían estado de acuerdo con él con respecto a la falta de importancia del mero
tamaño físico; y sospecho que si ellos se sentían humildes ante al vastedad de los cielos era
porque veían en ella un símbolo de su ignorancia.
Creo que vale la pena tratar de saber algo acerca del mundo, aunque al intentarlo
sólo lleguemos a saber que no sabemos mucho. Tal estado de culta ignorancia podría sernos
de ayuda para muchas de nuestras preocupaciones. Nos haría bien a todos recordar que, si
bien diferimos bastante en las diversas pequeñeces que conocemos, en nuestra infinita
ignorancia somos todos iguales.
Cometeríamos una verdadera irreverencia intelectual si aquí nos hubiéramos
permitido emitir juicios personales sobre los enfoques y principios filosóficos del autor.
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Formularemos una sola excepción con respecto a lo dicho, que consiste en que
para nosotros aparece un tanto exagerada, y por ello difícil de aceptar en su totalidad, la
posición de Popper cuando juzga el método inductivo con expresiones categóricamente
negativas especialmente en la primera de sus obras, “Conjeturas y Refutaciones”, en la que
afirma que el conocimiento no puede partir de la nada –de una tabula rasa- ni tampoco de la
observación; o cuando sostiene que ni la observación ni la razón pueden ser consideradas
como fuentes del conocimiento, en el sentido en que se las tenido hasta la actualidad. Agrega
en otro párrafo que tampoco los sentidos son de confiar y, por ende, carecen de autoridad, lo
que era ya sabido por los antiguos, aún antes de Parménides, por ejemplo, por Jenófanes y
Heráclito, y por Demócrito y Platón.
Sigue expresando que es extraño que la enseñanza de la antigüedad fuera casi
ignorada por los empiristas modernos, incluyendo a los fenomenalistas y positivistas; sin
embargo, es ignorada en la mayoría de los problemas planteados por positivistas y
fenomenalistas, así como en las soluciones que ofrecen. La razón de esto es la siguiente: ellos
aún creen que no son nuestros sentidos los que se equivocan, sino que somos siempre
“nosotros mismos” quienes nos equivocamos en nuestra interpretación de lo que no es “dado”
por los sentidos. Nuestros sentidos dicen la verdad, pero podemos equivocarnos, por ejemplo,
cuando tratamos de verter al leguaje –lenguaje convencional, humano, imperfecto- lo que nos
dicen. Es nuestra descripción lingüística la que falla, porque ella puede estar teñida del
prejuicio.
Expresa también el ilustre filósofo que esta parte de mi conferencia puede ser
descripta como un ataque al empirismo, tal como fue formulado por ejemplo, en el siguiente
párrafo clásico de Hume: “Si le pregunto a usted por qué cree en una determinada cuestión de
hecho... usted debe darme alguna razón; y esta razón será algún otro hecho relacionado con el
anterior. Pero como no puede seguir de esta manera in infinitum, finalmente debe terminar en
algún hecho que esté presente en su memoria o en sus sentidos; o debe admitir que su creencia
carece totalmente de fundamento”.
El problema de la validez del empirismo puede ser planteado, en líneas generales,
de la siguiente manera: ¿es la observación la fuente última de nuestro conocimiento de la
naturaleza? Y si no es así, ¿cuáles son las fuentes de nuestro conocimiento?.
Continúa diciendo, estos interrogantes siguen en pie, sea lo que fuere lo que haya
dicho de Bacon y aún en el caso de que haya logrado hacer poco atractivas para los
baconianos y otros empiristas aquellas partes de su filosofía que he comentado.
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Ante todo, la mayoría de nuestra afirmaciones no se basan en observaciones, sino
en otras fuentes de toda clase.
“Pero –responderá el empirista- ¿cómo cree usted que The Times o la
Enciclopedia Británica obtuvieron su información? Si usted lleva bastante lejos su
investigación, seguramente terminará en informes de observaciones de testigos presenciales
(llamados a veces “oraciones protocolares” o, por usted mismo, “enunciados básicos”).
Admitimos –continuará el empirista- que los libros se hacen en gran medida a partir de otros
libros y que un historiador, por ejemplo, trabaja con documentos. Pero finalmente, en último
análisis, esos otros libros o esos documentos deben basarse en observaciones. En caso
contrario, tendrían que ser considerados como poesía, invenciones o mentiras, pero no como
testimonios. Es éste el sentido en el que nosotros, los empiristas, afirmamos que la
observación debe ser la fuente última del conocimiento”.
Hemos esbozado la argumentación empirista, tal como aún la formulan algunos de
mis amigos positivistas.
Trataré de mostrar que esa argumentación es tan poco válida como la de Bacon,
que la respuesta a la cuestión de la fuentes del conocimiento es adversa al empirismo y,
finalmente, que toda esta cuestión acerca de las fuentes últimas –a las que se puede apelar
como se apela a una corte superior o a una autoridad superior- debe ser rechazada por basarse
en un error.
En el curso del libro, encontramos también este pensamiento: no niego, por
supuesto, que un experimento puede aumentar nuestro conocimiento, y ello de una manera
sumamente importante. Pero no es una fuente, en ningún sentido último.
Finalmente Popper manifiesta: Así, las preguntas del empirista: ¿Cómo lo sabe?
“¿Cuál es la fuente de su afirmación?” son incorrectas. No están formuladas de una manera
inexacta o descuidada, pero obedecen a una concepción totalmente errónea, pues exigen una
respuesta autoriataria.
-III-
LA LOGICA DE LA INVESTIGACION CIENTIFICA
1.- La lógica de la investigación científica:
Bajo el título de “Panorama de algunos problemas fundamentales”, Popper
coherente con sus ideas fundamentales esbozadas en “Conjeturas y Refutaciones”, sostiene
que el hombre de ciencia, ya sea teórico o experimental, propone enunciados y los contrasta
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paso a paso. Así, en el campo de las ciencias empíricas construye hipótesis y las contrasta con
la experiencia por medio de observaciones y experimentos.
¿A que llamamos ciencia empírica? y ¿cuál es el método de las ciencias
empíricas?
2.- El problema de la inducción:
Una tesis de mucha aceptación, y a la que Popper se opone, sostiene que las
ciencias empíricas son aquellas que emplean los llamados “métodos inductivos” y según ella
la lógica de la investigación científica es idéntica a la lógica inductiva.
Inductiva se llama a una inferencia que, de enunciados singulares o particulares
resultado de observaciones o experiencias, se pasa a enunciados universales, es decir a
hipótesis o teorías.
Para el autor, fiel a su pensamiento ya expresado en la obra anterior, no es lógico
que se llegue a enunciados universales partiendo de enunciados singulares, es decir de
experiencias u observaciones por más elevado sea el número de tales experimentos ya que al
extraer una conclusión de este modo siempre se corre el riesgo de que un día la observación o
experiencia resulte falsa.
En suma, las inferencias inductivas no están justificadas lógicamente.
Para encontrar un modo de justificar esas inferencias inductivas, sigue diciendo
Popper, deberíamos en primer lugar intentar establecer un “principio de inducción” y tal
principio sería un enunciado que nos permitiría presentar las inferencias de una forma
lógicamente aceptable.
Para los defensores de la lógica inductiva, la importancia de un principio de
inducción para el método científico es enorme.
Ese principio de inducción, para algunos autores, determina la verdad de las
teorías científicas y permite tener la posibilidad de decidir sobre la verdad o falsedad de sus
teorías.
Pero ocurre, que el principio de inducción no puede ser una verdad puramente
lógica, como una tautología o un enunciado analítico, dice Popper, y agrega que en realidad,
si existiera un principio de inducción puramente lógico no habría problema de la inducción,
pues, en tal caso, sería menester considerar todas las inferencias inductivas como
transformaciones puramente lógicas, o tautológicas, exactamente lo mismo que ocurre con las
inferencias de la lógica deductiva. Por tanto, el “principio de inducción” tiene que ser un
enunciado sintético, cuya negación no sea contradictoria, sino lógicamente posible.
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Reichenbach y otros sostienen que “la totalidad de la ciencia acepta sin reservas el
principio de inducción y que nadie puede tampoco dudar de este principio en la vida
corriente”
Hume encontró incoherencias en ese principio inductivo.
A su vez, el principio de inducción tiene que ser un enunciado universal y si
afirmamos que sabemos por experiencia que es verdadero, reaparecen los mismos problemas,
es decir que para justificarlo tenemos que utilizar inferencias inductivas y para justificar a
éstas tenemos que suponer un principio de inducción de orden superior, y así sucesivamente,
según el filósofo vienés.
Ello muestra que no se puede fundamentar el principio de induccción en la
experiencia, ya que ellos nos conduce a una regresión infinita.
Kant lo llamó “principio de causación universal” al principio de inducción
sosteniendo que era válido a priori, es decir que se podía dar una justificación a priori de los
enunciados sintéticos.
Popper considera que las dificultades que presenta la lógica inductiva son
insuperables y que lo mismo ocurre con la doctrina de que las inferencias inductivas no son
válidas pero pueden alcanzar cierto grado de probabilidad, es decir que son inferencias
probables.
Reichenbach afirma que el principio de inducción es el medio por el cual la
ciencia decide sobre la verdad, es decir, que para ese autor sirve para decidir sobre la
probabilidad pues como la ciencia no puede llegar a la verdad ni a la falsedad, los enunciados
científicos pueden alcanzar únicamente grados continuos de probabilidad, cuyos límites
superior e inferior, inalcanzables, son la verdad y la falsedad.
Continúa Popper afirmando que los partidarios de la lógica inductiva, como
vemos, defienden la idea de la probabilidad que el nombrado rechaza porque si ha de
asignarse cierto grado de probabilidad a los enunciados que se basan en inferencias
inductivas, tal proceder, sostiene, tendrá que justificarse invocando un nuevo principio de
inducción, modificado convenientemente; el cual habrá de justificarse a su vez, etc.
En suma, la lógica de la inferencia probable o “lógica de la probabilidad”, como
todas las demás formas de la lógica inductiva, conducen, bien a una regresión infinita, bien a
la doctrina del apriorismo.
Por todo ello, nuestro autor, se opone claramente a todos los intentos de apoyarse
en las ideas de una lógica inductiva.
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Esa oposición se funda en la teoría del “método deductivo de contrastar” que
consiste en que una hipótesis sólo puede contrastarse empíricamente y únicamente después
que ha sido formulada.
Esa tesis, que podría llamarse “deductivismo” se contrapone al “inductivismo”.
Para desarrollar la teoría del “deductivismo”, Popper entiende que primeramente
debe hacer la distinción entre la “psicología del conocimiento”, que trata de hechos empíricos,
y la “lógica del conocimiento” que estudia exclusivamente las relaciones lógicas, ya que el
autor sostiene que hay una confusión de los problemas psicológicos con los epistemológicos y
que esa confusión origina dificultades no sólo en la lógica del conocimiento, sino también en
su psicología.
3.- Psicologismo:
Ya hemos dicho, que la idea fundamental del filósofo vienés se funda en proponer
teorías y contrastarlas.
Así, dice, que la etapa primera, es decir el acto de concebir una teoría interesa a la
psicología empírica pero carece de importancia para el análisis lógico del conocimiento
científico. Este, es decir el conocimiento científico, no se ocupa de cuestiones de hecho (el
quid facti de Kant), sino que estudia los problemas de justiticación o validez (el quid juris de
Kant).
Las preguntas pertinentes son: ¿puede justificarse un enunciado?; en caso
afirmativo, ¿de que modo?; ¿es contrastable?; ¿ depende lógicamente de otros enunciados?;
¿o los contradice?. Para que un enunciado pueda ser examinado lógicamente de esta forma
tiene que habérsenos propuesto antes: alguien debe haberlo formulado y habérnoslo entregado
para su examen lógico.
Distingue el autor entre el proceso de concebir una idea nueva y los métodos y
resultados de su examen lógico.
La tarea de la lógica del conocimiento consiste exclusivamente en la investigación
de los métodos que se emplean en las contrastaciones a la que debe someterse toda idea nueva
antes de que se la pueda sostener seriamente.
Para algunos autores sería preferible que la epistemología se ocupara de lo que se
ha llamado una “reconstrucción racional” de los pasos que el científico debe seguir en su tarea
de descubrimiento de la verdad.
Popper acepta esa idea si se trata de reconstruir racionalmente las contrastaciones
subsiguientes para llegar a descubrir cuales fueron las ideas inspiradoras del descubrimiento.
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Así, si el científico juzga con criterio crítico su propia inspiración, puede
considerarse que el análisis metodológico empleado en esa tarea es una especie de
“reconstrucción racional” de los procesos intelectuales utilizados.
Sólo en ese entendimiento el autor acepta la idea de la “reconstrucción racional”.
Opina que todo descubrimiento contiene “un elemento irracional” o “una intuición
creadora” en el sentido de Bergson.
Einstein se expresa en una forma parecida cuando habla de la “búsqueda de
aquellas leyes sumamente universales.... a partir de las cuales puede obtenerse una imagen del
mundo por pura deducción. No existe una senda lógica –sigue Popper- que encamine a
éstas...leyes. Sólo pueden alcanzarse por la intuición, apoyada en algo así como una
introyección de los objetos de la experiencia”.
4.- Contrastación deductiva de teorías:
En la tarea de contrastar críticamente las teorías y escogerlas, debe seguirse el
siguiente método, según el gran filósofo:
Una vez presentada una nueva idea, aún no justificada en absoluto, por lo que sólo
es una mera hipótesis, se extraen conclusiones de ellas por medio de una deducción lógica;
esas conclusiones se comparan entre sí y con otros enunciados pertinentes, para hallar
relaciones lógicas como equivalencia, deductibilidad, compatibilidad o incompatibilidad, etc.
que puedan existir entre ellas.
Se distinguen cuatro etapas en la contrastación de una teoría:
La primera consiste en la comparación lógica de las conclusiones de unas con
otras.
En segundo lugar se hace el estudio de la forma lógica de la teoría para determinar
si es una teoría empírica –científica- o si, por ejemplo, es tautológica.
En tercer término la comparación con otras teorías para comprobar si la teoría
examinada constituye un adelanto científico en caso de que supere las distintas
contrastaciones a que fue sometida.
En cuarto término se la contrasta por medio de la aplicación empírica de las
conclusiones que pueden deducirse de ella.
Lo que se busca con el contraste al que se hace referencia en la última etapa, es
comprobar o verificar hasta donde la nueva teoría satisface los requerimientos de la práctica.
El procedimiento de contrastar, continúa, es deductivo ya que de la teoría a
contrastar y con la ayuda de otros enunciados ya aceptados anteriormente, se deducen ciertos
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enunciados singulares que el autor denomina “predicciones”. Entre estos enunciados se eligen
los que no sean deductibles de la teoría vigente y, mejor aún, los que se encuentren en
contradicción con ella.
Estos enunciados deducidos se comparan con los resultados de las aplicaciones
prácticas y de experimentos.
Si las conclusiones singulares obtenidas son aceptables o verificadas, se puede
decir que la teoría ha superado con éxito las contrastaciones, por lo menos por esta vez, para
Popper.
Si el resultado es negativo, es decir si las conclusiones han sido falsadas, para
utilizar el término del autor, ello significa que la teoría y sus deducciones son falsas.
Si el resultado fue positivo, sostiene, la teoría examinada es válida temporalmente,
porque posteriormente pueden aparecer circunstancias que la desvirtúen o la desmientan y si
apareciera una nueva teoría en ese lapso la dejaría anticuada a la anterior y ello significaría un
avance en la evolución del progreso científico.
En todo el procedimiento analizado no aparece nada que pueda asemejarse a la
lógica inductiva ya que todos los problemas epistemológicos pueden estudiarse dentro del
marco de la contrastación deductiva.
5.- El problema de la demarcación:
Popper inicia este punto manifestando que su rechazo a la lógica inductiva está
fundado en que no proporciona un rasgo discriminador apropiado del carácter empírico, no
metafísico, de un sistema teórico, es decir que no proporciona un criterio de demarcación
apropiada.
Para el autor el problema de la demarcación consiste en encontrar un criterio que
permita distinguir las ciencias empíricas de los sistemas metafísicos.
La razón principal por la que los epistemólogos con inclinaciones empiristas
apoyan el “método de la inducción” es su pensamiento de que el inductivo es el único método
que puede proporcionar un criterio de demarcación apropiada, especialmente los empiristas
que siguen los principios del “positivismo”.
Los antiguos positivistas admitían que sólo tenían categorías de científicos los
conceptos o ideas que derivaban de la experiencia, que se reducía a elementos de la
experiencia sensorial.
Los positivistas modernos, en cambio, sostienen que la ciencia no es un sistema
de conceptos sino más bien un sistema de enunciados.
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Popper rechaza todos estos intentos de resolver el problema de la demarcación ya
que cualquier criterio aceptable para ello es una tarea crucial, dice el autor, de cualquier
epistemología que no acepte la lógica inductiva.
El criterio inductivista de demarcación, según el filósofo, no consigue trazar una
línea divisoria entre los sistemas científicos y los metafísicos.
Sostiene que no llega a afirmar que la metafísica carezca de valor para la ciencia
empírica y mirando el asunto desde un ángulo psicológico, se siente inclinado a pensar que la
investigación científica es imposible sin fe en algunas ideas de una índole puramente
especulativa: fe desprovista enteramente de garantías desde el punto de vista de la ciencia, y
que –en ésta misma medida- es “metafísica”.
La primera tarea de la lógica del conocimiento para Popper es proponer un
concepto de ciencia empírica con objeto de llegar a un uso lingüístico lo más definido posible,
y a fin de trazar una línea de demarcación clara entre la ciencia y las ideas metafísicas, aún
cuando dichas ideas puedan haber favorecido el avance de la ciencia a lo largo de toda su
historia.
6.-La experiencia como método.
El sistema llamado “ciencia empírica” representa únicamente un mundo: el
“mundo real” o “mundo de nuestra experiencia”.
El sistema teórico empírico del pensador Vienés, tiene que satisfacer tres
requisitos:
Primero: Ha de ser sintético de modo que pueda representar un mundo no
contradictorio, sino posible.
Segundo: Debe satisfacer el criterio de demarcación, es decir no será metafísico,
sino que representará un mundo de experiencia posible.
Tercero: Es menester que sea un sistema que se distinga de otros sistemas
semejantes por ser el que representa nuestro mundo de experiencia.
Por otra parte, el sistema que representa nuestro mundo de experiencia ha de
distinguirse porque ha sido sometido a contraste y ha resistido las contrastaciones después de
aplicársele el método deductivo.
7.- La falsabilidad como criterio de demarcación:
El criterio de demarcación para la lógica inductiva consiste en exigir que todos los
enunciados de la ciencia empírica sean susceptibles de una decisión definitiva con respecto a
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su verdad y a su falsedad, es decir, que han de tener una forma tal que sea lógicamente posible
tanto verificarlos como falsarlos.
Citando a Schlick, afirma que un auténtico enunciado tiene que ser susceptible de
verificación concluyente, y además, sostiene con Waismann que “si no es posible determinar
si un enunciado es verdadero, entonces carece enteramente de sentido: pues el sentido de un
enunciado es el método de su verificación”.
En mi opinión, dice Popper, no existe nada que pueda llamarse inducción. Por
tanto, será lógicamente inadmisible la inferencia de teorías a partir de enunciados singulares
que estén “verificados por la experiencia”. Las teorías no son nunca verificables
empíricamente.
Sólo admitiré, son palabras del filósofo, un sistema entre los científicos o
empíricos si es susceptible de ser contrastado por la experiencia.
Por eso el criterio de demarcación a adoptar no es el de la verificabilidad, sino el
de la falsabilidad de los sistemas.
Hay asimetría entre la verificabilidad y la falsabilidad: asimetría que deriva de la
forma lógica de los enunciados universales. Estos no son jamás el resultado de enunciados
singulares, pero sí pueden estar en contradicción con éstos últimos.
En consecuencia, por medio de inferencias puramente deductivas (valiéndose de
la lógica clásica) es posible, partiendo de la verdad de enunciados singulares, concluir en la
falsedad de enunciados universales.
Por eso llegar a la falsedad de enunciados universales, es el único tipo de
inferencia estrictamente deductiva que se mueve, en “dirección inductiva”: es decir, de
enunciados singulares se pasa a enunciados universales.
El criterio de demarcación propuesto nos conduce a una solución del problema de
Hume de la inducción, o sea, el problema de la validez de las leyes naturales. Su raíz se
encuentra en la aparente contradicción existente entre lo que podría llamarse “la tesis
fundamental del empirismo” –la de que sólo la experiencia puede decidir acerca de la verdad
o la falsedad de los enunciados científicos- y la inadmisbilidad de los razonamientos
inductivos, lo que fue advertido por Hume.
Esta contradicción surge únicamente si se supone que todos los enunciados
científicos empíricos han de ser “decidibles de un modo concluyente”, es decir, que tanto su
verificación como su falsación han de ser posibles.
-IV-
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LA SOCIEDAD ABIERTA Y SUS ENEMIGOS
(TOMO II)
Popper divide la obra en los siguientes capítulos:
Hegel y el nuevo tribalismo.
El determinismo sociológico de Marx.
La autonomía de la sociología.
El historicismo económico.
Las clases.
El sistema jurídico y social.
El advenimiento del socialismo.
La Revolución social
El capitalismo y su destino.
Valoración de la profecía de Marx.
La teoría moral del historicismo.
La sociología del conocimiento.
La filosofía oracular y la rebelión contra la razón.
¿Tiene la historia algún significado?
Haremos una reseña de cada capítulo, ajustándonos, por supuesto, a las
expresiones del filósofo.
Absolutamente todos los desarrollos siguientes son una reseña de conceptos de
Popper; son sus propias expresiones.
1.- Hegel y el nuevo tribalismo:
Comienza expresando que Hegel, como fuente de todo el historicismo
contemporáneo, fue el sucesor de Heráclito, Platón y Aristóteles y usando sus métodos
dialécticos logró los milagros más fabulosos.
El método filosófico empleado por Hegel, que haya sido tomado en serio, sólo
puede explicarse parcialmente por el abuso de las ciencias naturales alemanas en aquella
época, ya que mediante métodos puramente filosóficos explicó que los planetas se movían de
acuerdo con las leyes de Kepler, determinó la posición real de los planetas, etc.
Schopenhauer llamó la “edad de la deshonestidad” al período del idealismo
alemán, y fue precisamente Hegel quien marcó su comienzo; fue la “edad de la
irresponsabilidad”.
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K. Heiden habló primero de irresponsabilidad intelectual y más tarde de
irresponsabilidad moral: Fue el comienzo de una nueva edad controlada por la magia de las
palabras altisonantes y el irresistible poder de la jeringoza.
Era la oscura charlatanería de la Filosofía de la naturaleza de Hegel.
A pesar de todo, Hegel se convirtió en la figura de mayor influencia de la filosofía
alemana, pero contando con el apoyo y respaldo del Estado Prusiano y fue designado primer
filósofo oficial de ese país en el período de la “restauración” feudal que siguió a las guerras
napoleónicas.
Este tremendo éxito en el continente europeo encontró eco también en Gran
Bretaña, donde los filósofos se sentían atraídos por el “idealismo superior” de Hegel.
Andando el tiempo, el interés por la filosofía de Hegel fue disminuyendo
gradualmente, con excepción de la influencia en las ciencias sociales, que siguió vigente,
salvo en la economía.
En la política es donde mejor se advierte este fenómeno, pues tanto el ala marxista
de extrema izquierda como el centro conservador y la extrema derecha fascista basan sus
filosofías en el sistema de Hegel; el ala izquierda reemplaza a la guerra de las naciones por la
guerra de clases, y la extrema derecha lo hace por la guerra de razas.
Popper, se pregunta: ¿Cómo puede explicarse esta enorme influencia?
Encuentra la respuesta diciendo que la filosofía es una suerte de religión y
teología para los intelectuales, los eruditos y los sabios, y el hegelianismo se adapta y
acomoda admirablemente bien a esos puntos de vista porque es lo que esta especie de
superstición popular supone que es la filosofía.
Agrega, pero no es esta la principal razón del éxito de Hegel, sino que además es
necesario considerar la situación histórica general.
El autoritarismo medieval comenzó a desmoronarse con el Renacimiento. Pero en
la Europa continental, su contraparte política, el feudalismo medieval se vió amenazado a
partir de la Revolución Francesa.
La lucha por la sociedad abierta se reanudó con las ideas de 1789.
En 1815 en Prusia, el partido reaccionario necesitaba una ideología y eligió a
Hegel a tal efecto quien lo hizo resucitando las ideas de los primeros grandes enemigos de la
sociedad abierta, tales como Heráclito, Platón y Aristóteles.
Hegel fue el eslabón entre Platón y la forma moderna del totalitarismo.
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El colectivismo radical de Hegel necesitaba de Platón y el apoyo de Federico
Guillermo III rey de Prusia en el período posterior a la Revolución Francesa.
Su lema era: el Estado es todo y el individuo nada.
El Estado es una divina idea; el Estado es la marcha de Dios a través del mundo.
El Estado debe ser comprendido como un organismo.
La conciencia y el pensamiento son atributos esenciales del Estado completo.
El Estado sabe lo que quiere.
El Estado es real y lo que es real es eternamente necesario.
El Estado existe por y para sí mismo.
El Estado es lo que existe realmente, es la vida moral materializada.
Esta selección de pensamientos basta para mostrar el platonismo de Hegel y su
insistencia en la autoridad moral absoluta del Estado, que rige toda moralidad personal y toda
conciencia. Se trata de un platonismo altisonante e histérico, pero esto sólo hace más obvio la
vinculación del platonismo con el totalitarismo moderno, según el maestro vienés.
El ataque de Popper a Hegel es tan enconado que usa frases como éstas: no
creemos siquiera que Hegel tuviera talento; es un autor indigerible, tanto, que aún sus más
ardientes apologistas deben admitir que su estilo es “incuestionablemente escandaloso”.
En cuanto al contenido de su obra, por lo único que se destaca es por su
sobresaliente falta de originalidad.
No hay nada en la obra de Hegel que no haya sido dicho antes y mejor.
No hay nada en su método apologético que no haya sido tomado de sus
antecesores. La tarea de Hegel, continúa diciendo, consistió en dedicar estos pensamientos y
métodos prestados, con un criterio unitario si bien carente del menor brillo, a un solo objetivo:
luchar contra la sociedad abierta y servir, de este modo, a su superior Federico Guillermo de
Prusia. Lo confuso de Hegel y su desapego a la razón son, en parte, necesarios para alcanzar
este fin y, en parte, manifestaciones accidentales, aunque bien naturales, de su estado de
espíritu. Y la verdad es que no valdría la pena relatar la historia del caso Hegel si no fuera por
sus siniestras consecuencias, lo cual demuestra con cuánta facilidad puede convertirse un
payaso en “realizador de la historia”. La tragicomedia del surgimiento del “idealismo
alemán”, pese a los horrendos crímenes a que condujo, se parece más que nada a una ópera
cómica, y estos comienzos pueden contribuir a explicar por qué es a veces tan difícil decidir si
su héroes posteriores se han escapado de alguna escena de las grandiosas óperas teutónicas de
Wagner o de una farsa de Offenbach.
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Schopenhauer, que tuvo el placer de conocer a Hegel personalmente y que sugirió
el uso de las palabras de Shakespeare –“esa charla de locos que sólo viene de la lengua y no
del cerebro”- para definir la filosofía de Hegel, trazó el siguiente cuadro, excelente en verdad:
“Hegel, impuesto desde arriba por el poder circunstancial con carácter de Gran Filósofo
oficial, era un charlatán de estrechas miras, insípido, nauseabundo e ignorante, que alcanzó el
pináculo de la audacia garabateando e inventando las mistificaciones más absurdas. Toda esta
tontería ha sido calificada ruidosamente de sabiduría inmortal por los secuaces mercenarios, y
gustosamente aceptada como tal por todos los necios, que unieron así sus voces en un perfecto
coro laudatorio como nunca antes se había escuchado. El extenso campo de influencia
espiritual con que Hegel fue dotado por aquellos que se hallaban en el poder, le permitió
llevar a cabo la corrupción intelectual de toda una generación”
La opinión de Schopenhauer de que la condición de Hegel no era otra que la de
agente pago al servicio del gobierno prusiano, se halla corroborada por Schwegler, discípulo y
administrador de Hegel.
Comenzaremos el análisis de la filosofía de Hegel, sigue Popper, con una
comparación general entre e historicismo de Hegel y el de Platón.
Platón creía que las ideas o esencias existen con anterioridad a los objetos sujetos
al flujo, y que la tendencia de toda evolución constituye un alejamiento de la perfección de
ideas y, por lo tanto, un descenso, un movimiento hacia la decadencia. En la historia de las
edades especialmente, no es sino el relato de la degeneración que obedece, en última
instancia, a la degeneración racial de la clase gobernante. (Debemos recordar aquí la estrecha
relación entre los conceptos platónicos de “raza”, “alma”, “naturaleza” y “esencia”). Hegel
cree, con Aristóteles, que las Ideas o esencias se encuentran en los objetos sujetos al flujo.
También al igual que Platón y Aristóteles, Hegel concibe las esencias, por lo
menos las de los organismos (y por consiguiente, también las de los estados), como almas o
“espíritus”.
Pero para Hegel, a diferencia de Platón, la tendencia de la evolución del mundo
sujeto a flujo no es descendente, no se aleja de la Idea, en continua decadencia; se dirige, más
bien tal como lo enseñaran Espeucipo y Aristóteles, hacia la Idea, hacia el progreso. Si bien
declara, con Platón, que “la cosa perecedera tiene su base en la esencia, y se origina en ella”,
Hegel insiste, esta vez en oposición a Platón, en que aún las esencias evolucionan. En el
universo de Hegel, como en el de Heráclito, todo se halla sujeto al flujo, y las esencias,
introducidas en un principio por Platón a fin de contar con algo estable, no se hallan libres de
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éste. Pero –téngase bien presente- este flujo no es decadencia: el historicismo de Hegel es
optimista. Sus Esencias y Espíritus son capaces, al igual que las almas de Platón, de moverse,
desarrollarse y crearse por sí solas. Y se autopropulsan en la dirección de la “causa final”
aristotélica o, como dice Hegel, hacia la “automaterializante causa final, automaterializada en
sí misma”. Esta causa final u objetivo de la evolución de las esencias es lo que Hegel
denomina “Idea absoluta” o, simplemente “la Idea”. (Esta Idea es, según lo dice Hegel,
bastante compleja; en efecto, es, por sí sola, lo Hermoso, el Conocimiento y la Actividad
Práctica, la Comprensión, el Bien Superior y el Universo Científicamente Contemplado. Pero
en realidad, no tenemos por qué preocuparnos por dificultades secundarias como éstas).
Podría decidirse que el mundo hegeliano del flujo se halla en un estado de “evolución
creadora” o “emergente”; cada una de esas etapas contiene a las anteriores, en las cuales se
origina, y cada nueva etapa sobrepasa todas las precedentes, acercándose cada vez más a la
perfección. De este modo, la ley general de la evolución es una ley de progreso, pero como
veremos más adelante, no de un progreso simple y directo, sino “dialéctico”.
Como ya hemos demostrado con diversas citas, continúa siempre diciendo
siempre Popper, el Hegel colectivista –al igual que Platón- concibe al estado como un
organismo y, siguiendo los pasos de Rousseau, que lo había dotado de una “voluntad general”
colectiva, Hegel le suministra una esencia consciente y pensante, su “Razón” o “Espíritu”.
Este Espíritu “cuya esencia misma es la actividad” (lo que muestra su dependencia de
Rousseau), es, al propio tiempo, el colectivo Espíritu de la Nación, que constituye el estado.
Llegamos así a la posición fundamental del método historicista, a saber, la de que
el método para adquirir el conocimiento de instituciones sociales tales como el Estado, debe
consistir en el Estudio de su historia o la historia de su “Espíritu”.
El otro de los dos pilares fundamentales del hegelianismo es la llamada filosofía
de la identidad, que es, a su vez, una aplicación de la dialéctica.
La idea rectora y al mismo tiempo, el eslabón entre la dialéctica de Hegel y su
filosofía de la identidad es la doctrina de Heráclito de la unidad de los opuestos. “La senda
que lleva hacia arriba y la que lleva hacia abajo son idénticas”, había dicho Heráclito, y Hegel
no hace sino repetir esto.
Su resultado principal es un positivismo ético y jurídico, la doctrina de que lo que
es, es bueno, puesto que no puede haber normas sino normas existentes; es la teoría de que la
fuerza es derecho.
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La dialéctica de Hegel obedece en gran medida a la intención de pervertir las
ideas de 1789. Hegel tenía plena conciencia del hecho de que el método dialéctico podía ser
utilizado para transformar una idea en su opuesto.
Pasamos ahora, dice Popper en el punto V, a la última parte de nuestra crítica del
hegelianismo, esto es, al análisis del grado de dependencia entre el tribalismo o totalitarismo
moderno y las teorías de Hegel.
El totalitarismo moderno es sólo un episodio dentro de la eterna rebelión contra la
libertad y la razón.
El factor que lo hizo posible fue el desmoronamiento de otro movimiento popular:
la Democracia Social o la versión democrática del marxismo que, a los ojos de la clase
trabajadora simbolizaba las ideas de libertad e igualdad.
Si enfocamos las similitudes entre el totalitarismo moderno y el hegelianismo,
surge que casi todas las ideas más importantes del totalitarismo moderno están heredadas
directamente de Hegel, quien coleccionó y conservó lo que A. Zimmer llamó el “arsenal de
armas para los movimientos autoritarios”.
Popper termina este punto con las palabras de Schopenhauer diciendo de Hegel lo
siguiente: ”Ejerció, no sólo sobre la filosofía sino sobre todas las formas de la literatura
germana, una influencia devastadora o, hablando con más rigor, aletargante y –hasta casi
podría decirse- pestífera. Es deber de todo aquel que se sienta capaz de juzgar con
independencia, combatir esta influencia tenazmente y en toda ocasión. Porque, si nosotros
callamos, ¿quién hablará?”
2.- El determinismo sociológico de Marx:
El filósofo que estamos estudiando, inicia este capítulo con la siguiente frase de
Walter Lippmann: Los colectivistas... sienten el afán del progreso, la simpatía hacia los
pobres; se consumen en un ardiente sentido de lo que está mal y en el impulso hacia las
grandes acciones: cualidades todas que han faltado al liberalismo de la últimas épocas. Pero
su ciencia se basa en un profundo malentendido... y sus acciones son, por lo tanto,
profundamente destructivas y reaccionarias. Así, destrozan los corazones de los hombres,
dividen sus mentes y les presentan alternativas imposibles.
Sigue afirmando que siempre ha formado parte de la estrategia de la rebelión
contra la libertad “sacar partido de los sentimientos sin desperdiciar las propias energías en
vanos esfuerzos para destruirlos”. Las ideas más caras a los humanitaristas frecuentemente
han sido proclamadas a voz en cuello por sus mortales enemigos, quienes, de este modo,
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entraron disfrazados de amigos al campo humanitarista, provocando la desunión y confusión
más completas. La estratagema ha tenido generalmente, un gran éxito, como lo muestra el
hecho de que muchos humanitaristas auténticos reverencian la idea platónica de la “justicia”,
la idea medieval del autoritarismo “cristiano”, la idea de Rosseau de la “voluntad general”.
No obstante, este método de asaltar, dividir y confundir el campo humanitarista, estructurando
una quinta columna intelectual, en gran parte inconsciente y, por lo tanto, doblemente eficaz,
alcanzó su mayor éxito sólo después de que el hegelianismo se hubo establecido como base de
un movimiento verdaderamente humanitarista, a saber, el marxismo, la forma más pura, más
desarrollada y más peligrosa del historicismo, de todas la que hemos examinado hasta ahora.
Existen profundas similitudes entre el marxismo, el ala hegeliana izquierda, y su
contraparte fascista.
También hay grandes diferencias pese a que su origen intelectual es casi idéntico
y no puede dudarse del impulso humanitario que mueve al marxismo.
Marx se sintió movido por el ardiente deseo de ayudar a los oprimidos y tuvo
plena conciencia de la necesidad de ponerse a prueba no sólo en las palabras sino también en
los hechos. Dotado principalmente de talento teórico, dedicó ingentes esfuerzos a forjar lo que
él suponía las armas científicas con que podría lucharse para mejorar la suerte de la gran
mayoría de los hombres.
A mi juicio, sigue Popper, la sinceridad en la búsqueda de la verdad y su
honestidad intelectual lo distinguen netamente de muchos de sus discípulos (si bien no escapó
por completo, desgraciadamente, a la influencia corruptora de una educación impregnada por
la atmósfera de la dialéctica hegeliana, “destructora de toda inteligencia” según
Schopenahauer). El interés de Marx por la ciencia y la filosofía sociales era,
fundamentalmente, de carácter práctico. Sólo vio en el conocimiento un medio apropiado para
promover el progreso del hombre.
¿ Por qué, entonces, atacar a Marx? Pese a todos sus méritos, Marx fue, a mi
entender, habla Popper un falso profeta. Profetizó sobre el curso de la historia y sus profecías
no resultaron ciertas. Sin embargo, no es ésta mi principal acusación. Mucho más importante
es que haya conducido por la senda equivocada a docenas de poderosas mentalidades,
convenciéndolas de que la profecía histórica era el método científico indicado para la
resolución de los problemas sociales. Marx es responsable de la devastadora influencia del
método de pensamiento historicista en las filas de quienes desean defender la causa de la
sociedad abierta.
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El marxismo es una teoría puramente histórica, una teoría que aspira a predecir el
curso futuro de las evoluciones económicas y, en especial, de las revoluciones. No
proporcionó ciertamente la base de la política del partido comunista ruso.
Lenin decidió adoptar ciertas medidas que significaban, en realidad, una regresión
limitada y pasajera a la empresa privada. La llamada N.E.P. (Nueva Política Económica) y los
experimentos posteriores –planes quinquenales, etc.- no tienen absolutamente nada que ver
con las teorías del socialismo científico sustentadas en otro tiempo por Marx y Engels.
Las vastas investigaciones económicas de Marx no rozaron siquiera los problemas
de una política económica constructiva, por ejemplo, la planificación económica. Como
admite Lenin, difícilmente haya una palabra sobre la economía del socialismo en la obra de
Marx, salvo esos inútiles lemas como el de dar “cada uno según su capacidad y a cada uno de
acuerdo con su necesidad ”.
Marx destacó la oposición existente entre el método puramente historicista y toda
tentativa de realizar un análisis económico en función de una planificación racional.
Las “inexorables leyes” de la naturaleza y del desarrollo histórico, de Marx,
revelan nítidamente la influencia de la atmósfera laplaciana y de los materialistas franceses.
La concepción historicista de Marx de los objetivos de la ciencia social, trastornó
profundamente el pragmatismo que originalmente lo había inducido a insistir sobre la función
predictiva de la ciencia. Ella lo obligó a modificar su idea original de que la ciencia podía y
debía transformar al mundo. En efecto, si había de existir una ciencia social y, en
consecuencia, el profetizar histórico, el curso principal de la historia debía hallarse
predeterminado y ni la buena voluntad ni la razón tendrían facultades suficientes para
alterarlo.
Marx no tenía una opinión muy elevada de los economistas burgueses como J. S.
Mill a quien consideraba un típico representante de “un sincretismo insípido y sin cerebro”.
Sin embargo, por otra parte, la coincidencia entre las ideas de Marx y las de Mill
es notable. Así, cuando Marx declara en el prefacio de “El Capital” que, “El objeto
fundamental de esta obra es exponer la ...ley del movimiento de la sociedad moderna”, bien
podría haber manifestado que estaba llevando a la práctica el programa de Mill.
3.- La autonomía de la sociología:
Popper inicia este título diciendo que puede hallarse una concisa formulación de
la oposición de Marx al psicologismo, es decir, a la plausible teoría de que todas las leyes de
la vida social deben ser reductibles, en última instancia, a las leyes psicológicas de la
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“naturaleza humana”, en su famosa sentencia: “No es la conciencia del hombre la que
determina su vida, sino más bien la vida social la que determina su conciencia”. La finalidad
del presente capítulo consistirá ante todo en dilucidar este aforismo. Y me apresuro a declarar
que al pasar a examinar lo que a mi juicio constituye el antipsicologismo de Marx, estaré
tratando una concepción que comparto, afirma el maestro vienés.
Frente a la teoría del psicologismo, sigue diciendo, los defensores de la autonomía
de la sociología pueden oponer ideas institucionalistas. Pueden señalar que ninguna acción se
podrá explicar teniendo en cuenta exclusivamente las motivaciones humanas.
Por el contrario, cualquier análisis de este tipo, presupone a la sociología, la cual
no puede depender enteramente del análisis psicológico. La sociología, o en todo caso una
parte importante de ella, debe ser autónoma.
Contra esta opinión, los partidarios del psicologismo pueden replicar que están
dispuestos a admitir la gran importancia de los factores ambientales, ya sean naturales o
sociales, pero que la estructura del medio social, a diferencia del medio natural, es obra del
hombre y deben ser explicables en función de la naturaleza humana, de acuerdo con lo
sostenido por la teoría psicologista.
Uno de los aspectos más encomiables del psicologismo, según Mill, es su sana
oposición al colectivismo y su rechazo del romanticismo de Rousseau o Hegel con su
voluntad general o su espíritu nacional y, quizá, su mentalidad de grupo. El psicologismo
tiene razón, a mi juicio, dice Popper, sólo en la medida en que insiste sobre lo que podría
llamarse “individualismo metodológico”, en oposición al “colectivismo metodológico”
sosteniendo que la “conducta” y las “acciones” de los entes colectivos tales como los estados
o grupos sociales deben reducirse a las conductas y a las acciones de los individuos humanos,
pero la creencia de que la elección de este método individualista supone la elección de un
método psicológico, es errónea.
Si hemos de intentar reducción alguna, será más conveniente efectuar la reducción
o interpretación de la psicología en función de la sociología, que a la inversa, expresa.
Esto nos conduce de regreso al aforismo de Marx, según el cual los hombres, las
mentes humanas, las necesidades, las esperanzas, los temores y expectativas, los móviles y
aspiraciones de los seres humanos, son el producto de la vida en sociedad y no sus creadores.
Mis argumentos contra el psicologismo, sigue, no deben ser interpretados
erróneamente. No es que los estudios psicológicos revistan muy poca importancia para la
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ciencia social, sino por el contrario, que la psicología es una de las ciencias sociales, aún
cuando no sea la base de toda la ciencia social.
Al defender y desarrollar la idea de Marx de que los problemas de la sociedad son
irreductibles a los de la “naturaleza humana”, me he permitido ir un poco más allá de los
argumentos sostenidos por Marx, quien nunca habló de psicologismo ni lo criticó
sistemáticamente.
Marx desarrolló algunas de las ideas de Hegel con respecto a la superioridad de la
sociedad sobre el individuo y se sirvió de ellas para combatir otras ideas de Hegel.
Considero a Mill, dice Popper, un adversario mucho más digno que Hegel; he
preferido apartarme del origen histórico de las ideas de Marx para darles la forma de un
argumento contra Mill.
4.- El historicismo económico:
Marx, sostienen tanto algunos marxistas como antimarxistas, insistió en la
influencia universal de los móviles económicos en la vida de los hombres demostrando que la
necesidad más imperiosa del hombre es la de procurarse un medio de subsistencia.
Sin embargo, para Popper, así se interpreta erróneamente a Marx.
La verdadera filosofía de la historia de Marx se denomina “materialismo
histórico”.
Marx sostiene que los fenómenos sociales deben ser explicados históricamente.
El historicismo de Marx se basa en la consideración de que la esfera de las
ciencias sociales coincide con la del método histórico o evolucionista y, especialmente, con la
profecía histórica.
5.- Las clases:
Entre los postulados del “materialismo histórico” de Marx se encuentra el
enunciado de que “la historia de todas las sociedades que han existido hasta el presente es la
historia de la lucha de clases”, sostiene el filósofo austríaco.
El destino del hombre está determinado por la guerra de clases y no por la guerra
de las naciones, según Marx, a diferencia de lo sostenido por Hegel y la mayoría de los
historiadores.
Una parte considerable de “El Capital” ha sido dedicada al análisis del mecanismo
mediante el cual dentro del período del “capitalismo”, como lo llama Marx, se obtiene un
aumento de la productividad por medio de éstas fuerzas.
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Según Marx, para Popper, el interés de clases en este sentido institucional o, si se
nos permite, “objetivo”, ejerce una influencia decisiva sobre las mentes humanas.
Los gobernantes se encuentran determinados por su situación de clase; no pueden
escapar de su relación social con los súbditos y están atados a ellos, puesto que se hallan
indisolublemente ligados con el metabolismo social. De este modo, todo el mundo,
gobernantes y súbditos por igual, son apresados por la red y obligados a luchar entre sí.
Los sistemas sociales o sistemas de clases cambian con las condiciones de la
producción, puesto que de estas condiciones depende la forma en que los gobernantes pueden
explotar y combatir a los gobernados.
Lo que mejor caracteriza un período histórico es su sistema de clases; por eso
hablamos de “feudalismo”, “capitalismo”, etc.
La fórmula “toda historia es una historia de las luchas de clases” es sumamente
valiosa como sugerencia de que debemos buscar el importante papel desempeñado por la
lucha de clases en la política como así también en otras actividades.
Uno de los peligros de la fórmula de Marx es el de que si se la toma demasiado al
pie de la letra induce erróneamente a interpretar todos los conflictos políticos como si fuesen
luchas entre explotadores y explotados ( o bien como tentativas de salvar el “abismo real”, el
conflicto de clase subyacente ).
En cambio, su tentativa de utilizar lo que podía llamarse “lógica de la situación de
clase” para explicar el funcionamiento de las instituciones del sistema industrial, me parece
admirable, pese a algunas exageraciones y al olvido de algunos importantes aspectos de la
situación; admirable, en todo caso, como análisis sociológico de esa etapa del sistema
industrial que Marx tenía principalmente en el pensamiento al escribir su obra: el sistema del
“capitalismo sin trabas” (como lo llamaremos de aquí en, adelante) de cien años atrás, termina
este aspecto Popper.
6.- El sistema jurídico y social:
Veamos lo que afirma respecto a este punto:
El sistema legal o jurídico-político –el sistema de las instituciones legales
impuestas por el estado- debe ser entendido, según Marx, como una de las superestructuras
levantadas sobre las fuerzas productivas concretas del sistema económico, de las cuales son,
al mismo tiempo, expresión.
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El estado, o, más especialmente, el sistema jurídico o político, emplea la fuerza.
Ella consiste, como dice Engels, “en una fuerza especial” para la coerción de los gobernados
por los gobernantes.
¿ Qué consecuencias se desprenden de esta teoría del estado ? La más importante
es que toda la política, todas las instituciones legales y políticas, como así también todas las
luchas políticas, nunca pueden ser de importancia primordial. La política es impotente. En
efecto, ella sola no puede alterar en forma decisiva la realidad económica; la principal, si no la
única tarea de toda actividad política bien inspirada, es la de vigilar que las modificaciones
del revestimiento jurídico político se mantengan acordes con los cambios operados en la
realidad social, es decir, con los medios de producción y con las relaciones entre las clases.
Otra importante consecuencia de la teoría es que, en principio, todo gobierno –aun
los democráticos- es una dictadura de la clase gobernante sobre la gobernada.
Lejos de mi la intención defender la teoría marxista del estado, sostiene su teoría
de la impotencia de toda política y, particularmente, su concepción de la democracia, no sólo
me parecen erróneas, sino fatalmente erróneas. Sin embargo, debe admitirse que detrás de
estas teorías tan inflexibles como ingeniosas, había una experiencia también inflexible y
deprimente. Y si bien Marx no logró, a mi entender, habla Popper, comprender el futuro que
tan ansiosamente deseaba prever, me parece que aun sus teorías equivocadas dan prueba de su
agudo conocimiento sociológico de las condiciones imperantes en su tiempo, como así
también de su irreductible humanitarismo y sentido de la justicia.
Es plausible sostener, por lo menos, que la llamada “Revolución Industrial” se
desarrolló principalmente, en un comienzo, como una revolución de los “medios materiales de
la producción” es decir, de las máquinas; que esto condujo luego a la transformación de la
estructura de clases de la sociedad y, de este modo, a un nuevo sistema social, y que las
revoluciones políticas y otras transformaciones del sistema jurídico llegaron más tarde sólo
como un tercer paso del mismo proceso, agrega.
Se desprende claramente de muchos pasajes de Marx que estas observaciones
sirvieron para confirmar su creencia de que el sistema jurídico-político era una mera
“superestructura” levantada sobre el sistema social, es decir, económico; teoría que, si bien la
experiencia subsiguiente no tardó en refutar, no sólo conserva un gran interés sino que
también, me atrevo a sugerir, contiene una buena parte de verdad.
El comentarista de “El Capital” que escribió: “A primera vista... puede llegarse a
la conclusión de que su autor es uno de los más grandes de los filósofos idealistas, en el
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sentido germano, es decir, en el mal sentido de la palabra. Pero en realidad es inmensamente
más realista que cualquiera de sus predecesores.....”., acertó en la tecla. Marx fue el último de
los grandes constructores de sistemas holistas. Bien nos cuidaremos, pues, de dejar las cosas
en ese punto, sin tratar de reemplazarlas por otro Gran Sistema. Lo que necesitamos no es
holismo sino una ingeniería social gradual.
Y concluimos con esto, dice Popper, nuestro análisis crítico de la filosofía
marxista del método de la ciencia social, de su determinismo económico y de su historicismo
profético. La prueba definitiva de un método corre por cuenta, sin embargo, de sus resultados
prácticos.
Pasaremos ahora, en consecuencia, agrega, a realizar un examen más detallado del
resultado principal de su método, la profecía del inminente advenimiento de la sociedad sin
clases.
7.- El advenimiento del socialismo:
El historicismo económico es el método aplicado por Marx al análisis de los
cambios inminentes de nuestra sociedad. Según Marx, todo sistema social particular debe
destruirse a sí mismo, simplemente porque debe crear las fuerzas destinadas a producir el
siguiente período histórico.
Explica Popper que Marx llevó a cabo el análisis de las fuerzas económicas
fundamentales y de las tendencias históricas suicidas del perído que denominó “capitalismo”,
en “El Capital”, la obra cumbre de su producción.
En el primer paso de su razonamiento, Marx analiza el método de la producción
capitalista y comprueba que existe una tendencia hacia el aumento de la productividad del
trabajo, relacionada con los progresos técnicos, como así también con lo que él denomina la
acumulación creciente de los medios de producción. Partiendo de esta base, el razonamiento
lo lleva a la conclusión de que en la esfera de las relaciones sociales entre las clases, esta
tendencia debe conducir a la acumulación de más y más riqueza en menos manos cada vez; es
decir que se observará una tendencia hacia el aumento de riqueza y la miseria; de riqueza en
la clase gobernante, la burguesía, y de miseria en la clase gobernada, la de los trabajadores.
En el segundo paso del razonamiento, continúa, se da por descontado el resultado
del primer paso. Y de allí se extraen dos conclusiones: primero, que todas las clases, salvo una
pequeña burguesía gobernante y una vasta y explotada clase trabajadora tienden a desaparecer
o a perder todo significado, y segundo, que creciente tensión entre estas dos clases debe
conducir a una revolución social.
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En el tercer paso del argumento se dan por sentadas, a su vez, las conclusiones
alcanzadas en el segundo paso, infiriéndose, por último, la conclusión final de que, tras la
victoria de los trabajadores sobre la burguesía, verá la luz una sociedad compuesta de una sola
clase o, lo que es lo mismo, una sociedad sin clases, una sociedad sin explotación; verá la luz
el socialismo.
Pasaremos ahora a examinar el tercer paso, termina diciendo, es decir, el de la
profecía final del advenimiento del socialismo.
Las principales premisas de este paso, son éstas: el desarrollo del capitalismo ha
conducido a la eliminación de todas las clases salvo dos, a saber, un pequeña burguesía y un
vasto proletariado, u el aumento de la miseria ha obligado a este último a rebelarse contra sus
explotadores. Las conclusiones son, primero: que los trabajadores deban ganar la lucha, y
segundo: que al eliminar la burguesía deben establecer una sociedad sin clases.
8.- La revolución social:
El segundo paso del argumento profético de Marx tiene por premisa básica, para
Popper, la hipótesis de que el capitalismo debe conducir necesariamente a una intensificación
de la riqueza y la miseria; de la riqueza en la burguesía numéricamente decreciente y de la
miseria en la clase trabajadora en aumento numérico.
La teoría de Marx de la creciente riqueza y miseria justifica, en verdad, la
desaparición de cierta clase media, a saber, la de los capitalistas débiles y pequeños
burgueses. “Cada capitalista hace a un lado a muchos de sus compañeros”, para decirlo con
las palabras de Marx, y estos ex capitalistas pueden verse reducidos, ciertamente, a la
condición de asalariados, lo cual para Marx es lo mismo que la de proletarios. Este
movimiento es parte del aumento de riqueza, de la acumulación, concentración y
centralización de un capital cada vez mayor en número de manos cada vez menor. Una suerte
análoga corren “los estratos inferiores de la clase media”, como dice Marx.
Pero por muy admirables que sean las observaciones de Marx, para Popper, el
cuadro es defectuoso. El movimiento por él investigado es un movimiento industrial; su
“capitalista” es el capitalista industrial, su “proletario” es el obrero industrial. Y pese al hecho
de que muchos obreros industriales provienen de la clase campesina, esto no significa que los
granjeros y agricultores, por ejemplo, se vean todos gradualmente reducidos a la posición de
obreros industriales.
El propio análisis de Marx revela que es de importancia vital para la burguesía
fomentar la división entre los asalariados y, como observa Marx, esto puede lograrse por lo
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menos de dos maneras distintas. Una de ellas consiste en la creación de una nueva clase
media, de un grupo privilegiado de asalariados que se sientan superiores a los trabajadores
manuales y que dependan, al mismo tiempo, de la merced de los gobernantes. La otra consiste
en la utilización del estrato más bajo de la sociedad, que Marx bautizó con el nombre de
“proletariado harapiento”. Es éste, según Marx, el campo apropiado para reclutar a los
delincuentes de toda laya, dispuestos siempre a venderse al enemigo de clase. La
intensificación de la miseria puede tender, como él mismo admite, a aumentar el número de
clase, proceso éste que difícilmente ha de contribuir a la solidaridad de los oprimidos.
Encontramos de este modo, en contra de lo sotenido por la profecía de Marx que
insiste en que debe desarrollarse una división neta entre dos clases, que es posible, sobre la
base de sus propias hipótesis, el desarrollo de la siguiente estructura de clases: (1) burguesía,
(2) grandes terratenientes, (3) otros terratenientes, (4) peones rurales, (5) nueva clase media,
(6) obreros industriales, (7) proletariado bajo. (Claro está que también puede desarrollarse
cualquier otra combinación de estas clases.) Y encontramos, además, que un proceso
semejante puede socavar la unidad de (6).
A primera vista, parece bastante claro lo que Marx quería decir cuando hablaba de
revolución social. Su “revolución social del proletariado” constituye un concepto histórico,
pues denota la transición del capitalismo al socialismo.
Pues bien; quisiera dejar perfectamente aclarado que es esta profecía de una
revolución posiblemente violenta lo que constituye, a mi juicio, desde el punto de vista de la
política práctica, el elemento más perjudicial del marxismo, expresa nuestro filósofo.
De acuerdo con su interpretación de la revolución social, cabe distinguir dos
grupos principales en el marxismo; un ala radical y un ala moderada (que corresponden
aproximada, aunque no exactamente, a los partidos comunista y demócrata social.
El argumento profético es insostenible e irreparable en todas sus interpretaciones,
ya sean radicales o moderadas.
Pero esta objeción, pese a todo lo práctica que es y a hallarse corroborada por la
experiencia, es apenas superficial. Los principales defectos de la doctrina son mucho más
profundos. En la objeción que ahora pasaremos a formular, trataremos de demostrar que tanto
el supuesto de la doctrina como sus consecuencias fácticas son tales que lo más probable es
que produzcan precisamente esa reacción antidemocrática de la burguesía que prevé la teoría,
pese a clamar (con ambigüedad) que la repudia: el fortalecimiento del elemento
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antidemocrático en la burguesía y, en consecuencia, la guerra civil. Y como ya sabemos, esto
puede conducir a la derrota y al fascismo.
La opinión a que nos referimos es, en pocas palabras, según Popper, que la
doctrina táctica de Engels y, en general, la violencia y la conquista del poder, hacen
imposible el funcionamiento de la democracia.
9.- El capitalismo y su destino:
Según la teoría de Marx, manifiesta el autor, el capitalismo opera bajo el influjo
de contradicciones internas que amenazan llevarlo a la ruina. El análisis minucioso de esta
contradicciones y del movimiento histórico que imprimen a la sociedad, constituye el primer
paso del razonamiento profético de Marx. Dicho paso no sólo es el más importante de toda su
teoría, sino también aquel al que le dedicó el mayor trabajo, puesto que prácticamente el total
de los tres volúmenes que forman “El Capital”- (más de 2.200 páginas en la edición original)-
se halla consagrado a su elaboración. Es asimismo, el paso menos abstracto del razonamiento
puesto que está basado en un análisis descriptivo –fundamentado en la estadística- del sistema
económico de su tiempo, esto es, el capitalismo sin trabas. Como dice Lenin: “Marx deduce la
inevitabilidad de la transformación de la sociedad capitalista en el socialismo, íntegra y
exclusivamente a partir de la ley económica del movimiento de la sociedad contemporánea”.
Marx cree, según Popper, que la competencia capitalista determina la conducta
del capitalista aunque éste no lo quiera. Así, lo fuerza a acumular capital y, al hacerlo, actúa
en contra de sus propios intereses económicos a largo plazo (ya que la acumulación del capital
tiende a producir una caída en los beneficios).
Pero aun cuando opere en contra de su interés personal, actuará en beneficio del
desarrollo histórico; trabajará, sin saberlo, para el progreso económico y el socialismo. Esto se
debe al hecho de que la acumulación del capital significa: a) una mayor productividad, una
mayor riqueza y la concentración de ésta en pocas manos; y b) una mayor pobreza y miseria:
los trabajadores apenas logran subsistir con salarios bajos, de hambre, principalmente por el
hecho de que el excedente de trabajadores, el llamado “ejército industrial de reserva”,
mantiene los salarios al nivel más bajo posible. El ciclo económico impide, durante cualquier
lapso, la absorción de este excedente de mano de obra por parte de la industria en crecimiento.
Aun cuando lo desearan, los capitalistas no podrían modificar estos hechos, pues el personaje
decreciente de sus beneficios torna su propia situación económica demasiado precaria para
poder emprender cualquier acción eficaz. En esta forma, la acumulación capitalista resulta ser
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un proceso suicida y contradictorio, aun cuando fomente el progreso técnico, económico e
histórico hacia el socialismo.
La situación táctica parece bastante simple, dice Popper. Gracias a la profecía de
Marx, los comunistas sabían a ciencia cierta que la miseria no habría de tardar en aumentar.
También sabían que el partido no podría ganarse la confianza de los trabajadores sin luchar
por ellos y con ellos para lograr el mejoramiento de sus condiciones de vida. Estos dos
supuestos fundamentales determinaron claramente los principios de su táctica general.
Hagamos que los trabajadores exijan su parte, apoyémolos en cada uno de los episodios de su
lucha incesante por el pan y el techo, luchemos con ellos tenazmente por la satisfacción de sus
exigencias prácticas, ya sean económicas o políticas, y de este modo nos ganaremos su
confianza. Al mismo tiempo, los trabajadores aprenderán bien pronto que les es imposible
mejorar apreciablemente su suerte con estas pequeñas batallas y que nada sino una revolución
radical puede reportarles verdaderos progresos. En efecto, todas esas batallas insignificantes
están condenadas al fracaso; ya sabemos por Marx que los capitalistas, simplemente, no
pueden transigir y que, en última instancia, la miseria debe aumentar. En consecuencia, el
único resultado –si bien valioso- del batallar cotidiano de los obreros contra sus opresores es
una intensificación de su conciencia de clase, en ese sentimiento de unidad que sólo puede
adquirirse en el combate, junto con la dura convicción de que sólo la revolución puede
ayudarlos en su miseria. Una vez alcanzada esta etapa, habrá sonado la hora de la victoria
final.
Pues bien; en esta estado de cosas los comunistas piensan que su política debe
cambiar radicalmente, piensa Popper. Es forzoso entonces, dicen, hacer algo para que se
cumpla la ley del aumento de la miseria: por ejemplo, despertar la inquietud colonial (aun allí
donde no haya ninguna probabilidad de revolución) con el fin general de contrarrestar el
aburguesamiento de los trabajadores, y adoptar una política que fomente toda suerte de
catástrofes. Pero esta nueva política destruye la confianza de los trabajadores. Los comunistas
pierden afiliados, con excepción de aquellos que carecen de experiencia en las verdaderas
luchas políticas; pierden justamente aquellos miembros que denominan la “vanguardia de la
clase trabajadora”; su principio tácito: “cuanto peores sean las cosas tanto mejores serán,
puesto que la miseria habrá de precipitar la revolución”, hace sospechar a los trabajadores. En
efecto, los obreros son realistas y si hemos de ganar su confianza debemos trabajar para
mejorar su destino.
10.- Valoración de la profecía de Marx:
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Los argumentos en que reposa la profecía histórica de Marx carece de validez,
dice el autor. Su ingeniosa tentativa de extraer conclusiones proféticas de la observación de
las tendencias económicas contemporáneas fracasó lamentablemente. Y la razón de este
fracaso no reside en una posible insuficiencia de la base empírica del argumento. El análisis
sociológico y económico marxista de la sociedad contemporánea puede haber sido algo
unilateral pero, pese a esta tendencia, es excelente en la medida en que involucra una
descripción de los hechos. La razón del fracaso de Marx como profeta reside enteramente en
la pobreza del historicismo como tal, en el simple hecho de que aun cuando observemos lo
que hoy parece ser una inclinación histórica, no podemos saber si mañana habrá de tener o no
la misma apariencia.
Pero, para Popper, las cosas siguieron un curso diferente. El elmento profético del
credo marxista predominó en las mentes de sus adeptos. Hizo a un lado todo lo demás,
desterrando el poder del juicio frío y crítico al destruir la creencia de que es posible cambiar el
mundo por medio de la razón. Todo lo que quedó de la enseñanza de Marx fue la filosofía
oracular de Hegel que bajo el atavío marxista hoy amenaza paralizar la lucha por la sociedad
abierta expresa el autor vienés.
11.- La teoría moral del historicismo:
El pensamiento de Popper, es el siguiente:
La tarea que el propio Marx se propuso en “El Capital” fue descubrir las leyes
inexorables del desarrollo social.
No fue el descubrimiento de leyes económicas, que hubieran sido útiles al
tecnólogo social; ni tampoco el análisis de las condiciones económicas, que hubiera permitido
la materialización de objetivos socialistas tales como los precios justos, la distribución
equitativa de la riqueza, la seguridad, la planificación racional de la producción y, sobre todo,
la libertad; ni tampoco, siquiera, una tentativa de analizar y aclarar dichos objetivos.
Después de todo, la condenación marxista del capitalismo es, es esencia, una
condenación moral.
Al hacer tanto hincapié en el aspecto moral de las instituciones sociales, Marx
destacó nuestra responsabilidad aun por las más remotas repercusiones sociales de nuestros
actos; por ejemplo, aquellos que pueden contribuir indirectamente a prolongar la existencia de
instituciones socialmente injustas.
Pero si bien “El Capital” es principalmente, en realidad, un tratado de ética social,
estas ideas éticas nunca se presentan como tales.
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La actitud de Marx hacia el cristianismo se halla íntimamente relacionada con
estas convicciones y con el hecho de que en su época era característica del “Cristianismo
Oficial” una hipotética defensa de la explotación capitalista.
Si este tipo de “cristianismo” ha desaparecido hoy día de los países más
adelantados del planeta, se debe, en gran medida, a la reforma moral realizada por Marx.
Entendió Marx, que bajo el capitalismo debíamos someternos a “leyes
inexorables” y al hecho de que todo lo más que podemos hacer es “acortar y disminuir los
dolores del nacimiento” de las “fases naturales de su evolución”. Existe un profundo abismo
entre el activismo de Marx y su historicismo, abismo ahondado por su doctrina de que
debemos someternos a las fuerzas puramente irracionales de la historia. En efecto, puesto que
acusó de utópica toda tentativa de utilizar la razón a fin de planificar para el futuro, la razón
no puede desempeñar papel alguno en la construcción de un mundo más razonable. A mi
juicio, según Popper, una opinión semejante no puede ser defendida sin conducir
necesariamente al misticismo. Debemos admitir, no obstante, que parece haber una
posibilidad teórica de salvar este abismo, si bien no considero que el puente sea lo bastante
sólido. Su esbozo puede hallarse en los escritos de Marx y Engels, bajo la forma de lo que
llamaremos su teoría historicista.
Podemos calificar de historicista esta teoría moral porque sostiene que todas las
categorías morales dependen de la situación histórica; en el campo de la ética se la suele
denominar relativismo histórico.
Pero este “relativismo histórico” no agota, en modo alguno, el carácter historicista
de la teoría marxista de la moral.
Al fundar las aspiraciones socialistas en una ley económica racional del desarrollo
social, en lugar de justificarla sobre terreno moral, Marx y Engels proclamaron al socialismo
como una necesidad histórica.
Es mi convicción, dice Popper, que Marx no habría defendido nunca seriamente el
positivismo moral bajo la forma de futurismo moral si hubiera advertido que ello suponía el
reconocimiento de que la fuerza futura es el derecho. Pero hay otros que poseen este mismo
amor apasionado a la humanidad, que son futuristas morales nada más que por estas
consecuencias, es decir, porque son oportunistas ansiosos de incorporarse al bando vencedor.
El futurismo moral se halla ampliamente difundido en la actualidad. Su base más profunda, no
oportunista, es probablemente la creencia de que el bien debe triunfar “finalmente” sobre el
mal.
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12.- La sociología del conocimiento:
Para el autor, difícilmente pueda ponerse en duda que las filosofías historicistas de
Hegel y Marx son productos característicos de su tiempo, tiempo de transformaciones
sociales. Al igual que los sistemas de Heráclito y Platón, de Comte y Mill, de Lamarck y
Darwin, son filosofías del cambio que dan testimonio de la tremenda y hasta aterradora
impresión producida por el mudable medio social en el espíritu de aquellos que viven en su
seno. Platón reaccionó ante esta situación intentando detener todo cambio. Los filósofos
sociales más modernos parecen reaccionar en forma muy diferente, puesto que no sólo
aceptan las transformación, sino que la reciben con los brazos abiertos; sin embargo, nos
parece que este amor al cambio tiene también su reverso. En efecto, aun cuando hayan
abandonado toda esperanza de detenerlo, tratan, como historicistas, de predecirlo y de ponerlo
bajo control racional, lo cual no parece sino una tentativa de dominarlo. De modo que, según
se ve, también el historicista experimenta todavía sus terrores frente al cambio.
En nuestros propios tiempos de transformaciones todavía más súbitas, no sólo
queremos predecirlas, sino también controlarlas por medio de planificaciones centralizadas en
gran escala. Estos puntos de vista holistas representan una transacción, por así decirlo, entre
las teorías platónicas de detener el cambio, junto con la doctrina marxista de su inevitabilidad,
producen, a manera de “síntesis hegeliana”, la exigencia de que el cambio, ya que no puede
detenerse por completo, sea por lo menos “planificado” y regulado por el estado cuyo poder
debe extenderse considerablemente.
Termina este punto, Popper diciendo que la sociología del conocimiento arguye
que el pensamiento científico y, en particular, el pensamiento referente a asuntos sociales y
políticos, no se desarrolla en un vacío absoluto sino dentro de una atmósfera socialmente
condicionada.
Puede considerarse la sociología del conocimiento como la versión hegeliana de la
teoría Kantiana del conocimiento, pues prolonga las líneas de la crítica Kantiana de lo que
podríamos denominar teoría “pasivista” del conocimiento.
La sociología del conocimiento o “sociologismo” está, evidentemente,
íntimamente relacionada con él (si no es igual), estribando la única diferencia quizá, en que,
bajo la influencia de Marx, subraya que el desarrollo histórico no produce un “espíritu
nacional” uniforme, como sostuvo Hegel, sino más bien varias “ideologías totales”, a veces
opuestas, dentro de una misma nación, de acuerdo con la base, el estrato o el habitat sociales
de aquellos que las sustentan.
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La sociología del conocimiento, pertenece precisamente a este grupo, junto con el
psicoanálisis y ciertos sistemas filósoficos que procuran poner en descubierto las
“vacuidades” de los dogmas de sus adversarios.
13.- La filosofía oracular y la rebelión contra la razón:
Para Popper, Marx fue racionalista. Junto con Sócrates y Kant, dice, vio en la
razón la base de la unidad del género humano. Pero su doctrina de que nuestras opiniones se
hallan determinadas por los intereses de clase apresuró la declinación de esa creencia. Al igual
que en la doctrina hegeliana de que nuestras ideas se hallan determinadas por los intereses y
tradiciones nacionales, la teoría marxista tendió a socavar la fe racionalista. De este modo,
amenazada a derecha e izquierda, la actitud racionalista frente a los problemas sociales y
económicos no pudo resistir el embate conjunto de la profecía historicista y del irracionalismo
oracular. He aquí, pues, por qué el conflicto entre el racionalismo y el irracionalismo se ha
convertido en el problema intelectual, y quizá incluso moral, más importante de nuestro
tiempo.
La posición que hemos adoptado aquí, agrega el filósofo, difiere profundamente
de la concepción corriente de la razón, originalmente platónica, que la ve como una especie de
“facultad” que los hombres poseen y pueden desarrollar en distinto grado. Admitimos que los
dones intelectuales puedan diferir efectivamente y contribuir a la razonabilidad; pero ello no
es necesario. Algunos hombres inteligentes pueden ser en extremo irrazonables y aferrarse a
sus prejuicios, negándose a escuchar a los demás. De acuerdo con nuestra concepción, sin
embargo, no sólo debemos nuestra razón a los demás, sino que no es posible, en ningún caso,
exceder a los demás en razonabilidad en un forma que pudiera justificar alguna pretensión de
autoridad; el autoritarismo y el racionalismo, tal como nosotros lo entendemos, no pueden
conciliarse, puesto que la argumentación –incluida la crítica y el arte de escuchar la crítica- es
la base de la razonabilidad.
Llamamos “verdadero racionalismo” al de Sócrates, esto es, a la conciencia de las
propias limitaciones; a la modestia intelectual de aquellos que saben con cuánta frecuencia
yerran y hasta qué punto dependen de los demás aun para la posesión de este conocimiento; a
la comprensión de que no debemos esperar demasiado de la razón, de que todo argumento
raramente deja aclarado un problema, si bien es el único medio para aprender, no para ver
claramente, pero sí para ver con mayor claridad que antes.
Hemos tratado de analizar aquellas consecuencias del racionalismo y del
irracionalismo que, en mi caso personal, dice Popper, me habían inducido a inclinarme por el
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primero. Quisiera repetir que la decisión es, en gran medida, de carácter moral. Es la decisión
de ceñirse uno mismo a la razón. He ahí, pues, la diferencia entre las dos concepciones; en
efecto, el irracionalismo también se sirve de la razón pero sin ningún sentimiento de
obligación y la deja y vuelve a tomarla a su antojo, en cualquier momento. Pero para mí la
única actitud digna de ser considerada moralmente justa es aquella que reconoce que, al igual
que a nosotros mismos, debemos tratar a los demás hombres como seres racionales.
La única razón, por la cual, a pesar de todo esto, he escogido la monumental obra
historicista de Toynbee para acusarla de irracionalidad es que, sólo viendo los efectos de este
veneno en una obra de tanto mérito, se llega a apreciar plenamente el peligro que entraña.
Lo que calificamos de irracionalismo en Toynbee encuentra expresión de diversos
modos. Uno de ellos es su aceptación de una difundida y peligrosa moda de nuestra época.
Me refiero a la de no tomar los argumentos en serio y al pie de la letra –por lo menos en un
primer examen- viendo de ellos, solamente, una forma de expresión de motivos y tendencias
irracionales más profundos.
No creo correr peligro de que se me acuse de apologista de Marx, insiste, si
defiendo su racionalidad contra Toynbee. En efecto, en este punto ya no estamos de acuerdo:
Toynbee no trata a Marx como a un ser racional, a un hombre capaz de exponer argumentos
en defensa de lo que enseña (que es, por otra parte, lo que hace todo el mundo). En realidad,
el tratamiento de Marx y sus teorías no hace sino ilustrar la impresión general provocada por
la obra de Toynbee de que los argumentos sólo son una forma del lenguaje carente de
importancia, y que la historia de la humanidad es un cúmulo de sentimientos, pasiones,
religiones, filosofías irracionales y, tal vez, de arte y poesía, pero que nada tiene que ver con
la historia de la razón o de la ciencia humanas. (Nombres como los de Galileo y Newton,
Harvey y Pasteur, no desempeñan el menor papel en los primeros seis tomos del estudio
historicista que hace Toynbee del ciclo vital de las civilizaciones),
El socialismo, nos dirá el marxista, es la esencia de la forma de vida marxista; es
un elemento original del sistema marxista que no puede remontarse ni al hegelianismo ni al
cristianismo ni al judaísmo ni a ninguna otra fuente premarxista. Tal la propuesta hecha por
Toynbee en boca de un marxista, pese a que cualquier marxista, aun cuando no hubiere leído
nada más que el Manifiesto, sabría que el propio Marx, ya en el año 1847, distinguía unas
siete u ocho “fuentes premarxistas” diferentes del socialismo, y entre ellas, incluso, la que
había calificado de socialismo “clerical” o “cristiano”, y que nunca soñó haber descubierto el
socialismo, ya que lo único que reclamó para sí fue el mérito de haberlo hecho racional.
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No quisiera que se me interpretara erróneamente, agrega. No siento ninguna
hostilidad hacia el misticismo religioso ( y sí, tan sólo, hacia el intelectualismo
antirracionalista militante) y sería el primero en combatir cualquier tentativa de reprimirlo.
Lejos de mí la intención de propiciar la intolerancia religiosa. Pero sostengo que la fe en la
razón, el racionalismo, el humanitarismo o el humanismo tienen el mismo derecho que
cualquier otro credo a contribuir al mejoramiento de los asuntos humanos y, especialmente, al
control de la delincuencia internacional y al establecimiento de la paz. “El humanista” –
expresa Toynbee- concentra deliberadamente toda su atención y sus esfuerzos sobre... el
objetivo de colocar los asuntos humanos bajo el control del hombre.
Pero el humanismo es, después de todo, una fe que se ha puesto a prueba con los
hechos y tan bien, quizá, como cualquier otro credo. Y si bien pienso, sigue Popper, como la
mayoría de los humanistas, que el cristianismo puede contribuir considerablemente a
establecer la hermandad de los hombres al predicar la paternidad de Dios, también creo que
quienes socavan la fe del hombre en la razón no pueden contribuir, por cierto, a este fin.
14.- ¿ Tiene la historia algún significado?:
Dice Popper, y son sus palabras que, al acercarnos al final de este libro, quisiera
recordar nuevamente al lector que estos capítulos no pretendían constituir una historia
acabada del historicismo; trátase tan sólo de notas marginales dispersas referentes a dicha
historia y, por lo demás, bastante personales. El hecho de que formen, además una especie de
introducción crítica a la filosofía de la sociedad y de la política, se halla íntimamente
relacionado con esa característica, pues el historicismo es una filosofía social, política y moral
(o quizá fuera más justo decir inmoral) y ha tenido, como tal, una enorme influencia desde los
albores de nuestra civilización. Resulta casi imposible, por lo tanto, comentar su historia sin
analizar los problemas fundamentales de la sociedad, de la política y de la moral. Pero un
análisis tal, admitiéndolo o no, deberá contener siempre un fuerte elemento personal. Esto no
significa que gran parte de este libro sea puramente una cuestión de opinión; en los pocos
casos en que he explicado mis decisiones o proposiciones personales con respecto a
cuestiones morales o políticas, siempre dejé bien sentado el carácter personal de dicha
decisión. Significa, más bien, que la elección del tema a tratar es un cuestión de carácter
personal en mucha mayor grado que lo que sería en el caso, digamos, de un tratado científico.
Dijimos antes, sigue, que las interpretaciones podrían ser incompatibles; pero
mientras las consideremos nada más que cristalizaciones de otros puntos de vista, no lo serán.
Por ejemplo, la interpretación de que el hombre progresa incesantemente (hacia la sociedad
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abierta a alguna otra meta) es incompatible con la de que retrocede permanentemente. Pero el
“punto de vista” de quien mira la historia humana como historia del progreso no es
necesariamente incompatible con el de quien la mira como la historia humana como historia
de la regresión; es decir que podríamos escribir una historia del progreso humano hacia la
libertad (conteniendo, por ejemplo, la narración de la lucha contra la esclavitud) y otra
historia de la regresión y la opresión humanas (incluyendo, tal vez, cuestiones tales como el
impacto de la raza blanca sobre las de color) ; y estas dos historias no tendrían por qué estar
en conflicto; al contrario, podrían incluso complementarse mutuamente, tal como ocurre con
dos enfoques, desde ángulos diferentes, de un mismo paisaje.
En resumen, no puede haber historia de “el pasado tal como ocurrió en la
realidad”; sólo puede haber interpretaciones históricas y ninguna de ellas definitiva; y cada
generación tiene derecho a las suyas propias. Pero no sólo tiene el derecho sino, incluso,
cierta obligación, pues existen necesidades apremiantes que deben ser satisfechas. Así,
queremos saber cómo se relacionan nuestras dificultades presentes con el pasado, y queremos
saber a lo largo de qué camino puede realizarse el avance hacia el cumplimiento y solución de
las que hemos elegido por tareas fundamentales. Son palabras de Popper y seguimos:
¿Pero existe una clave tal?. ¿Hay realmente un significado de la historia?.
El historicismo es un elemento necesario de la religión. Pero nosotros no podemos
admitirlo; sostenemos en cambio que una opinión semejante es el producto exclusivo de la
idolatría y la superstición, no sólo desde el punto de vista racionalista o humanista, sino
también desde el propio punto de vista cristiano.
¿Qué hay debajo de ese historicismo teísta? Siguiendo a Hegel, considera la
historia –la historia política- como un escenario o, mejor dicho, como un extenso drama
shakesperiano donde los hérores son, para el auditorio, las “grandes personalidades históricas”
o el género humano en abstracto.
Si pensamos que la historia progresa o que debemos progresar, cometemos
entonces el mismo error que quienes creen que la historia tiene un significado que sólo resta
descubrir y que no es necesario darle, pues progresar es avanzar hacia un fin determinado,
hacia un fin que existe para nosotros en nuestro carácter de seres humanos. La “historia” no
puede hacer eso; sólo nosotros, individuos humanos, podemos hacerlo; y podemos hacerlo
defendiendo y fortaleciendo aquellas instituciones democráticas de las que depende la libertad
y, con ella, el progreso. Y lo haremos mucho mejor a medida que nos vayamos tornando
conscientes del hecho de que el progreso reside en nosotros, en nuestro desvelo, en nuestros
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esfuerzos, en la claridad con que concibamos nuestros fines y en el realismo con que los
hayamos elegido.
En lugar de posar como profetas debemos convertirnos en forjadores de nuestro
destino. Debemos aprender a hacer las cosas lo mejor posible y a descubrir nuestros errores. Y
una vez que hayamos desechado la idea que la historia del poder es nuestro juez, una vez que
hayamos dejado de preocuparnos por la cuestión de si la historia habrá o no de justificarnos,
entonces quizá, algún día, logremos controlar el poder. De esta manera podremos, a nuestro
turno, llegar a justificar a la historia. Y por cierto que necesita seriamente esa justificación.
-V-
REFLEXION FINAL
El estudio de las tres obras objeto de este trabajo, es decir, “Conjeturas y
Refutaciones”, “La Lógica de la Investigación Científica” y “La Sociedad Abierta y sus
Enemigos”, han dejado en nuestro espíritu una fuerte impresión por la elevadísima versación
filosófica y sociológica del autor.
Nos ha enseñado, con el primero de ellos, “Conjeturas y Refutaciones”, que
podemos aprender de nuestros errores y que criticando intentos y destacando desaciertos
podemos llegar a la solución de los más intrincados problemas. Que el conocimiento
científico progresa y se desarrolla en base a conjeturas que son objeto de críticas o
refutaciones y que a medida que aprendemos de nuestros errores, el conocimiento aumenta
aunque, como dice Popper, nunca podamos llegar a la certeza.
La segunda obra, “La Lógica de la Investigación Científica” nos transmite que
existe el método de la discusión racional que no es característico exclusivamente de la
filosofía, sino también de las ciencias de la Naturaleza y que consiste en enunciar claramente
los propios problemas y examinar críticamente las diversas soluciones propuestas. Además,
refiriéndose al principio de inducción, Popper nos enseña que el mismo no puede ser una
verdad puramente lógica. Que el principio de inducción tiene que ser un enunciado sintético,
es decir uno cuya negación no sea contradictoria, sino lógicamente posible, afirmando
también que cuando se admite el principio de inducción aparecen con facilidad incoherencias.
Así, si se intenta sostener que se sabe por experiencia que algo es verdadero, reaparecen los
mismos problemas que motivaron su introducción: para justificarlo tenemos que utilizar
inferencias inductivas y para justificar éstas, debemos suponer un principio de inducción de
orden superior, y así sucesivamente.
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Ello explica que no se puede fundamentar el principio de la inducción en la
experiencia, ya que nos lleva inevitablemente, a una regresión infinita, según el autor.
Popper desarrolla en esta obra la teoría que se opone a los intentos de apoyarse en
las ideas de una lógica inductiva. Es la teoría del método deductivo de contrastar, al que nos
hemos referido en el curso de esta monografía.
En el último libro, “La Sociedad Abierta y sus Enemigos”, el autor demuestra su
sabiduría y afinada sagacidad en el análisis de los problemas de la política y la sociología
estudiando con hondura los temas del marxismo y del capitalismo, el historicismo económico,
las clases sociales, la revolución social, la sociología del conocimiento y otros aspectos
vinculados a estos títulos.
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