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E L MAQUIS QUEDARÁ PARA LA POSTERIDAD como una figura mítica, revestida de un atractivo romanticismo para el imagina- rio cultural español. Cuando pensamos en los Maquis, proyectamos una idea que amalgama a los forajidos del far west, al Lute, y a Robin Hood con los ban- doleros andaluces en un atractivo cocktail. Este atrayente prototipo es completado por el acto de rebeldía que se sustenta en una causa ideológica, y que se engrandece expo- nencialmente por el halo fulgurante de la justicia poética y de las causas perdidas, las cuales siempre suelen atraer las simpatías de la gente. La admirable voluntad con que estos hombres se sobreponían a las desgra- cias, su afán de supervivencia y el ingenio para esquivar a la Benemérita, harán el resto. La figura del Maquis en España está ali- mentada por novelescas y dramáticas viven- cias personales y familiares, fruto de una guerra salvaje, cuyos episodios más cana- llescos no acontecieron en las trincheras, sino en el más cercano ámbito de lo domés- tico y vecinal. Las historias de la guerra civil y de la posguerra resultan cercanas a los 33 LA TREPIDANTE HISTORIA DE JOSELÓN: El Maquis de Peńacabarga * Este artículo está dedicado a todos aquellos hombres y mujeres, de ambos bandos, que sufrieron la injusticia y crueldad de una sociedad enferma y el implacable horror de una guerra impuesta.

JoselóN El Maquis De PeñAcabarga

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Artículo histórico sobre un Maquis cántabro injustamente olvidado con una historia trepidante.

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EL MAQUIS QUEDARÁ PARA LA

POSTERIDAD como una figuramítica, revestida de un atractivoromanticismo para el imagina-rio cultural español. Cuando

pensamos en los Maquis, proyectamos unaidea que amalgama a los forajidos del farwest, al Lute, y a Robin Hood con los ban-doleros andaluces en un atractivo cocktail.Este atrayente prototipo es completado porel acto de rebeldía que se sustenta en unacausa ideológica, y que se engrandece expo-nencialmente por el halo fulgurante de lajusticia poética y de las causas perdidas, las

cuales siempre suelen atraer las simpatías dela gente. La admirable voluntad con queestos hombres se sobreponían a las desgra-cias, su afán de supervivencia y el ingeniopara esquivar a la Benemérita, harán elresto.

La figura del Maquis en España está ali-mentada por novelescas y dramáticas viven-cias personales y familiares, fruto de unaguerra salvaje, cuyos episodios más cana-llescos no acontecieron en las trincheras,sino en el más cercano ámbito de lo domés-tico y vecinal. Las historias de la guerra civily de la posguerra resultan cercanas a los

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LA TREPIDANTE HISTORIA DE JOSELÓN:

El Maquis de Peńacabarga* Este artículo está dedicado a todos aquellos hombres y mujeres,

de ambos bandos, que sufrieron la injusticia y crueldad de una sociedad enferma y el implacable horror de una guerra impuesta.

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por parte de su madre Rosa, herederos deuna tradición familiar militante en laizquierda. De pequeño pastoreó el ganadofamiliar en Peñacabarga, y de mozo comen-zó a trabajar junto a su hermano Evaristo enla mina de la Orconera, como tantos otrosjóvenes de la comarca.

Pasaron los años y José se hizo un hom-bre. Las fuentes citan dos destinos en losque pudo cumplir el servicio militar: JesúsGutiérrez Flores menciona Barcelona en1933, y Fernando Obregón Goyarrola citala Caballería en Burgos. Sea uno, otro oambos, fue entonces cuando despertó enJoselón una gran afición por los relojes, quecomenzó a coleccionar con devota fruición.Su personalidad durante estos años, apenasrebasada la veintena, estaba ya formada y secaracterizaría en adelante por dos aspectosfundamentales: su debilidad por las mozas yun violento carácter, rebelde y pendenciero,dos rasgos que a la postre resultarían superdición.

La ceremonia de bodas que le uniría enmatrimonio con Justa Moreno Alejos, unaburgalesa de Tórtoles de Esgueva, residen-te en San Salvador, se celebró el 22 de mayode 1935. Nada hacía presagiar a los novios,en aquel día de felicidad las cuitas y desven-turas que iban a vivir en breve. Los reciéncasados tenían 23 años de edad. Justa traba-jaba como sirvienta en la casa del capitánAlejandro Martín Aguirre, en Santander.En el año 36, la esposa de Joselón denuncióal capitán ante las autoridades republicanascomo derechista, ya que éste le había acon-sejado a su marido que «se pasase a losnacionales, que iban a ganar la guerra». Estadelación, puede hallar su luz en un testimo-nio que señala a Justa como autora de unhurto de alhajas en la casa del capitán. Deser cierto, y al haber sido descubierta, laesposa de Joselón emplearía –presuntamen-te– la inveterada táctica humana de defen-derse atacando, esta vez empleada en sustérminos más aviesos. El lado más indigno

españoles, y todos excepto los más jóveneshemos oído algún episodio narrado en pri-mera persona, es por esto en gran medida,por lo que nos proyectamos en ellas con faci-lidad. Funcionan tan bien entre el públicoporque su estructura narrativa es sencilla yrepetitiva: tratan sobre un hombre valienteque huye al monte para salvar su vida,dejando tras de sí una desgracia familiar,que lucha en desventaja contra la injusticiadel fascismo opresor (identificado en laGuardia Civil), ente antagónico del «héroe».El invariable final trágico aporta el matizfatalista a una estructura dramática quesiempre se repite.

El mito del Maquis, ha sido hipertrofiadoy en parte fabulado por la tradición oral dela que se retroalimenta, y comparte todoslos ingredientes de las antiguas epopeyasque cantaban las gestas de héroes atávicos,narradas alrededor del fuego. La labor dedesentrañar la paja del grano, la historia delmito, es demasiado ardua en ocasiones ysólo la proximidad cronológica del fenóme-no puede ayudarnos en esta tarea. La épocaque les tocó vivir a los Maquis, amplifica laleyenda de los últimos forajidos y embosca-dos. «Los del monte» subsistieron anacróni-camente atrapados entre dos épocas, sinhallar su sitio en ninguna: fueron víctimasen los estertores de una España en granparte anclada en el Antiguo Régimen, y«outsiders» privados del goce de los nuevostiempos, de los avances sociales, tecnológi-cos y culturales cuyo inicio se atisbaría enoccidente a partir del ocaso de la segundaguerra mundial (con bastante más retrasoen España) y que jamás podrían disfrutar.Pero para de verdad ser rigurosos, debemospreguntarnos: ¿Qué hay de mito y qué decierto en lo que al fenómeno del maquis serefiere? Tal vez, en ocasiones la fuerza delcliché nos hace confundir carismáticos mili-tantes políticos de la resistencia republicanacon simples forajidos e inadaptados sociales,cuyo único nexo en común era la dura vida

de «el monte». En realidad, los españoles nohemos tenido nunca demasiada clara la fron-tera entre el ámbito público y el privado,entre la confrontación política y la personal,en aquellos años los españoles fueron fusila-dos sin contemplaciones tanto por sus ideas,como por un simple ajuste de cuentas entrevecinos. La ideología y la política fueron aveces la causa de la represión, pero a vecestan solo una mera excusa.

JOSELÓN, el maquis de Peñacabarga,aun reuniendo todos los méritospara encumbrarse en el Olimpo delos más célebres, tiene sin embargo

una bibliografía descompensadamentemagra. Posiblemente su tendencia a actuaren solitario, sin liderar ni integrarse demanera estable en ningún grupo, no leayudó a «publicitarse» tras su muerte.Joselón militó en el PCE, estuvo sindicado aUGT y fue combatiente en las filas republi-canas. Se ocultó de la Benemérita y de losfascistas logrando sobrevivir emboscadodurante diez años, pero también fue un hom-bre marcado que huía de un pasado, de unentorno, pero que nunca pudo huir del todode sí mismo. Esta es su rutilante historia:

El valle de Villlaescusa era por entoncesuna zona muy ideologizada. Las minas dehierro de la segunda mitad del siglo XIX,pertenecientes a sociedades de capital britá-nico y vizcaíno, hicieron de esta comarcauna de las de mayor actividad minera deEspaña. La masiva inmigración castellanaen los primeros años del siglo XX conformódos realidades: una izquierda obrera ligada ala inmigración minera y una derecha verná-cula, compuesta por propietarios de peque-ñas explotaciones ganaderas y agrícolasmuy conservadores que miraban con receloa los recién llegados. En este escenario nació(el 26 de abril de 1912 en Socabarga) y cre-ció José, un chaval descendiente de vallucospor parte de su padre Baltasar y de pasiegos

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Mineros de Cabarga en los años 20. (Foto cortesía de Fernando Obregón)

El albor del mito

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embarazada. Tras el nacimiento de la criatu-ra, fue entregada a la familia y Justa fuefinalmente fusilada un 11 de enero de 1938 ala edad de 26 años. Ojo por ojo. El capitánfue vengado y el infortunado bebé, acogidopor la familia de Joselón, moriría pocosmeses después.

Joselón, que en agosto del 36 se habíaenrolado en el escuadrón de caballería«Libertad» del ejército republicano, tampo-co logró escapar del imparable avance fas-cista. La agresión al vecino de Socabarga, yuna sospechosa (posiblemente falsa) acusa-ción de violación, dio con sus huesos en laimprovisada cárcel de la plaza de toros pri-mero, y después en la prisión provincial. Sesalvó de chiripa tras conseguir su madre ysu hermana avales para que le fuese conmu-tada la pena de muerte. Joselón, puntual-mente informado de los luctuosos aconteci-mientos y del fatal desenlace de su esposatuvo que vivir un infierno durante su confi-namiento. Con la certeza de que volverían aacusarle de otro delito aun mayor, y de quecorrería finalmente la misma suerte queJusta, decidió planificar su fuga para echarseal monte.

Sucedió durante un trayecto en camióndesde la prisión provincial en Santanderhasta Pontejos, a la altura de la recta deHeras. El destino de los presos era un campode trabajo habilitado en un aeródromo queutilizaba el ejército alemán. Al enfilar larecta, se tiró en marcha del camión y huyócorriendo en dirección a Peña Cabarga, unahuída hacia delante, sin retorno. Una huídahacia la montaña a la que ligaría indisoluble-mente su destino, y sobre la que forjaría suleyenda.

JOSELÓN FUE HOSTIGADO POR LA

GUARDIA CIVIL durante diez añoscon desigual intensidad, depen-diendo de las circunstancias y las

épocas. Pero tan cruel como la sufrida por él,fue la persecución que padeció su familia.Una dramática situación en la que no podí-an huir a ninguna parte, y en la que eranobjeto sistemático de una mortificante vio-lencia tanto física como psíquica, además deser utilizados como un elemento de presiónpsicológica contra el emboscado. Cada vezque acontecía un atraco, o simplemente porcostumbre, los guardias apalizaban con sañaa su hermano Evaristo en la Orconera, obli-gaban a su madre y hermanas a tomar acei-te de ricino para causarles diarreas, o lasrapaban el pelo para humillarlas. Hasta endos ocasiones los guardias prendieron fuegoa la casa con los animales en la cuadra, talvez por sospechar que Joselón estaba dentro,o tal vez por puro entretenimiento. Estasprácticas fueron las habituales con los fami-liares de los que se echaron al monte en todaEspaña, y nos ofrecen una idea del infiernopor el que pasaron estas gentes; un infiernoque en nada desmereció al de los huidos. Laguardia civil vació todas las cabañas, casas einvernales que frisaban Peña Cabarga paradificultarle el asilo a Joselón. Pero no se rin-dió jamás, y tampoco lo hicieron los suyos:eran gente dura, acostumbrados a luchar y aarrostrar estoicamente los embates de lavida.

Desde su fuga en Heras hasta la primera«actuación» de la que tenemos constanciapasaron dos años sobre los que no podemossino fabular, e imaginarle subsistiendo en lasmás precarias condiciones. Este capítulo enblanco cesa abruptamente en septiembre de1939 cuando Joselón atraca en Cabárceno alpagador de las minas de la Orconera, un talPatricio Ayllón Ceballos. Ese día no sería elúnico ni el último en que los mineros cobra-rían sus jornales con retraso. Desconocemosla fecha, pero contamos con otros detalles:en esta ocasión el desprevenido pagador dela Orconera se llamaba Juan Soriano, y trasacabar de comer como cada martes en la«taberna de Tino Cuesta» se dirigió alrede-

de las guerras asomaba por doquier; el quenada tiene que ver con ideologías ni causasjustas, sino el que aprovecha la coyunturapara perpetrar venganzas y delaciones con-tra enemigos personales. El capitán fue fusi-lado el 27 de diciembre de 1936. La delaciónrealizada por Justa a las autoridades republi-canas supuso, paradójicamente, el comienzodel fin para ambos; en breve veremos porqué.

Siete meses después del fusilamiento deAlejandro Martín, el 30 de julio del 37,Joselón daría muestras de su carácter vio-lento en un episodio revelador. Ese día seencontraba de permiso del «frente de la cor-dillera» cuando se enteró de que un mozo deSocabarga había pegado a su hermanaManuela (posiblemente un novio). Rápi-damente fue a su encuentro y le halló segan-do con el dalle. Tras un intercambio inicialde improperios, el mozo le agredió con laafilada herramienta, a lo que Joselón respon-dió sin dudar descerrajándole tres tiros abocajarro, que por suerte sólo consiguieron

herirlo. La Guardia Nacional republicana ledetuvo en la casa familiar sin que conste queopusiera resistencia. Este hecho nos indicaque Joselón (al igual que su esposa) ya tuvosus más y sus menos con las fuerzas delorden republicanas. Incluso su madre Rosafue anecdóticamente mandada apresar por elFrente Popular, acusada de guardar las lla-ves de la iglesia de Socabarga. En el momen-to de la entrada de los nacionales en agostode ese mismo año, menos de un mes despuésdel hecho que acabamos de relatar, el jovenmatrimonio ya se había granjeado enemista-des en su entorno, y la factura a pagar seríaelevada.

Justa ingresó en prisión el 30 de agosto,tan solo cuatro días después de la entrada enSantander de la IV brigada de Navarra y dela división «Vittorio». Con los nacionalesocupando la capital ya no habría piedad, fue-ron a por ella. Su hora tardó alrededor decuatro angustiosos meses en llegar, exacta-mente lo que tardó en dar a luz una niña,tras comprobar sus carceleros que estaba

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La casa familiar de Joselón en Socabarga, en la actualidad. (Foto cedida por Fernando Obregón)

Los años más duros: solo contra el mundo

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uno –excepto Joselón– los tres miembrosdel malogrado grupo de Liaño cayeron víc-timas de las balas de la Benemérita. El pri-mero en caer fue Coterillo, abatido enAstillero a las 11 de la noche del 7 de agos-to de 1940 junto a Electra de Viesgo, mien-tras el grupo preparaba un asalto. A Tasio lefusilaron solo tres días después en Santiagode Heras, y también a Victoriano, en estemismo pueblo apenas dos meses después.Menos de un año le duró la compañía aJoselón, que se vio nuevamente solo. Solocontra el mundo.

Le tenían miedo. Los guardias civiles letenía miedo, los somatenes falangistas devoluntarios le tenían miedo, y hasta quienesno tenían por qué temerle, lo hacían. Si lasautoridades se hubiesen empleado realmen-te a fondo, sin duda hubiesen acabado con élmucho antes, como hicieron con los tres deLiaño, otra cosa es que se atreviesen. Yahemos visto cómo se las gastaba Joselón. LaBenemérita a veces, sospechaba que descan-saba oculto en casa de su madre, y comenza-ban con gran estrépito a registrar la casa deal lado para darle tiempo a escapar. Trasalguno de sus atracos, los perseguidoresaguardaban a que él parase a descansar parahacerlo ellos también, cuidándose de que sudistancia de ventaja no se acortase, hastafinalmente perderle el rastro. A veces, sobretodo en los últimos tiempos en los que rela-jó su seguridad, Joselón viajaba con ciertaregularidad en tren, donde los pasajeros y lagente de la zona sabían perfectamente quiénera aquel hombre, pero temían que se nota-se. Que sepamos, aun no había matado anadie (exceptuando en la guerra), y mien-tras se dedicase a robos puntuales, conse-guir su cabeza no era una acuciante necesi-dad para las autoridades, ni tampoco unacuestión de estado. Aun no.

Uno de los motivos por los que Joselón,no está incluido en la camarilla de losmaquis más conspicuos de Cantabria junto aJuanín, Bedoya o el Cariñoso, es porque era

un solitario, y solo circunstancialmente seunía a algún grupo con el objeto de planearun atraco, o por un interés coyuntural ypasajero. Una de esas ocasiones fue el asaltoal molino de La Agüera en Pámanes, en unanoche de luna llena, el 23 de abril de 1943.Eran varios asaltantes, entre ellos AnastasioQuintana Llamosas, un cantero de la familiade los Riscos de Pámanes que murió en eltranscurso del allanamiento, debido a losdisparos del dueño de la casa, un falangistaconocido como «Tirado». Con este episodiocomprobamos que por entonces, ya teníacontacto regular con los Riscos. Cuatro añosantes de que aconteciera un hecho crucial enla corta vida de Joselón, que precipitaría sutrágico final, y en el que estarían involucra-dos todos los miembros de esta familia.

Había que andar listo y tener mucho ofi-cio para salir indemne un golpe tras otro; elgoteo de bajas entre los ocasionales acompa-ñantes de Joselón así nos lo indican. Si asal-tar un objetivo fijo no era sencillo, uno enmovimiento menos aún, de hecho, los vehí-culos no parece que se le dieran demasiadobien a nuestro protagonista. El 18 de julio,poco después del asalto al molino de LaAgüera, lo intentó en un paso a nivel de lamisma carretera que hoy discurre entreSarón y Torrelavega sin ningún éxito, yaque la protección física que brindan los vehí-culos insufla el suficiente valor paraemprender la huída. Hay un «baile» de cifrasrespecto a estos intentos de atraco, ya queotro relato fija en el año 45 una tentativafrustrada (que puede tratarse del mismo epi-sodio antes mencionado) de birlar la abulta-da suma de 150.000 pesetas que InocencioAgüero Ceballos, y sus seis acompañantes–todos de Cabárceno– portaban. Iban a laferia de Torrelavega para comprar ganado,pero lograron huir a pesar de los disparosefectuados por Joselón, uno de los cualesimpactó en una rueda del vehículo.

En otra ocasión –no está claro si fuedurante el año 46 o el 47–, volvió a errar el

dor de las tres junto con «el listero»Martínez en dirección a la mina. Una ver-sión, (en mi opinión poco creíble) dice queJoselón se disfrazó de soldado haciéndosepasar por el hermano de un trabajador, paracobrar en su lugar, e informarse así de lahora y lugar en que interceptaría al pagador.Digo que este apunte es poco verosímil por-que Joselón había sido trabajador de laOrconera y esos detalles con seguridad los

conocía de sobra. Entre Obregón y la Placales estaba esperando nuestro maquis encuclillas, fingiendo abrocharse los zapatos.Tan pronto se aproximaron a él les encaño-nó para arrebatarles las 12.000 pesetas queportaban y huir raudo por la ladera de «laRozaona». En lo sucesivo la Orconera MineOre se encargó de que una pareja de la guar-dia civil escoltase todos los martes a Sorianoen su trayecto.

Es probable que durante los tres prime-ros años desde su fuga, Joselón entrara encontacto regular o permanente con trescompañeros de andanzas, que han pasado ala posteridad como «el grupo de Liaño».Eran Manuel Coterillo, concejal socialistade Liaño en la República y recientementefugado del Instituto de Santoña, AnastasioZubía (Tasio), hermano del alcalde delFrente Popular, –Dionisio Zubía– y empa-

rentado con Joselón (la hermana de Tasioestaba casada con Evaristo), y VictorianoSáez Ruiz, recién retornado de Francia. Lostres prófugos solían ocultarse entre Liaño ySan Salvador, muchas veces en casas de sim-patizantes republicanos, familiares o simple-mente amigos. Al igual que hicieron Joselóny otros maquis, alternaban ocasionalmenteel monte con escondites menos agrestes.Juntos dieron varios golpes, y juntos, uno a

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El arma reglamentaria de la Guardia Civil, el famoso «Naranjero».(Museo de la Industria Armera. Ayuntamiento de Eibar)

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razonar así: el mejor sitio para ocultarse esaquel donde quien te busca, nunca pensaríaque te atreves a hacerlo.

El maquis de Peñacabarga había encon-trado un nuevo grupo al que unirse transi-toriamente, ya que como sabemos, este noera su estado natural. Y no con un grupocualquiera, sino con la brigada de embosca-dos más célebre de Cantabria, la mismísimabrigada Machado, con la que ejecutó diver-sos golpes en territorio valdáligo. Uno muysonado, lo dio en el barrio de La Vega deRoiz, el 22 de marzo del año 44, junto aotros nueve o diez hombres, cuando desvali-jaron la tienda de Eduardo Sainz Díaz. Estaes la detallada descripción del botín queconsiguieron: 25.000 pesetas, veinte mone-das de oro y joyas, una gabardina y un traje,zapatillas, medias y calcetines, una escopeta«Astra» y una máquina de escribir de marcaUnderzo, una cámara de fotos «Roda», azú-car, tabaco y arroz. El autor Pedro Álvarez,en su «biografía de Juanín» narra un asaltoa este mismo establecimiento, pero lo sitúael 9 de septiembre y obteniendo un botín de5.000 pesetas, claro que al abnegado tende-ro pudieron desvalijarle en diversas ocasio-nes.

Tras este breve ínterin en Valdáliga,Joselón volvió con fuerza a Peñacabarga.Tuvo ocasión de comprobarlo en primerapersona en el año 45 Manuel CoterilloSalgado, un recaudador de Hacienda al querobó –para su desesperación– las 31.000pesetas que portaba, en algún punto inter-medio entre Pámanes y Penagos. El Bancode Santander fue un objetivo que (al contra-rio que los vehículos) a Joselón se le dio bas-tante bien: como poco, y que se sepa, atracóla delegación de Sarón y también la deSolares. En Sarón, tras hacerse con el botín,huyó a pié por la Tejera hacia monteCarceña, aunque no hay más datos disponi-bles. La historia del golpe del BancoSantander de Solares es muy cinematográfi-ca, ya que conservamos más detalles de ella:

Joselón tenía 34 años el 16 de noviembre del46, que era día de feria en Medio Cudeyo.Hay discrepancias sobre si la bicicleta en laque huyó sprintando era la misma con la quellegó, o si se la «cogió prestada» a un cobra-dor que aguardaba dentro de la sucursal,con el cual forcejeó a la salida, perdiendoparte del botín. A pesar del forcejeo, logróllevarse la importante suma de 43.350 pese-tas.

Durante la huída, uno de los miembrosde la pareja de la guardia civil que le perse-guía logró hacer blanco con su naranjero enuna rodilla de Joselón, a pesar de lo cuallogró llegar a Socabarga, a casa de su madre.Cuatro días más tarde, se refugió en casa delos Riscos, Arturo y Rosaura, cuya familiarecibían el mote, como era costumbre, pres-tado del micropopónimo del lugar del queeran originarios: «el Risco», en el barrio delCondado de Pámanes. Un hijo del matrimo-nio había muerto tres años antes durante elasalto al molino de Agüera acompañando aJoselón, y la hija debía ser ya por entoncesnovia suya (nota: otras fuentes aseguran que eltiro lo recibió con 28 años, junto a ManuelCoterillo el día en que lo mataron en Astillero).Los Riscos vivían en Pámanes, así que eltrayecto desde Liaño lo hubo de realizar–como tantas veces hemos visto reproduci-do en las películas– en un carro, oculto y ensilencio bajo una pila de heno y quimas. Deesta misma guisa, Luis Dertiano Agudo,vecino del Quintanal de Cabárceno, trasladóen carro nuevamente al herido hastaHelguera para que fuese atendido por elmédico de cabecera Don Fernando CoboObregón, hombre de simpatías republicanas.Debido a la gravedad de la herida, el doctorCobo le recomendó acudir al Sanatorio SanJosé de Santander para ser intervenido conmás garantías sanitarias por su colega, eldoctor Hermes Alfonso Fenández Bustos,reputado traumatólogo, e igualmente galenode izquierdas. Joselón fue ingresado connombre falso, utilizando la identidad de un

intento, esta vez acompañado por FranciscoCortázar Rodríguez y por FranciscoFernández Fuentes y otra vez con la dificul-tad añadida de que las víctimas iban dentrode un vehículo. Eran las 12 en punto del

mediodía, y unos tratantes de ganado sedirigían confiados a la feria de Sarón, cuan-do a la altura del molino de La Agüera, enPámanes, recibieron el alto, pero inespera-damente, hicieron caso omiso y aceleraron.Los tres asaltantes pudieron escapar másmal que bien, tras un tiroteo con el «soma-tén» (cuerpo de patrullas civiles armadas) delos falangistas locales. Cortázar era caldere-ro de oficio, y trabajaba en Astillero. Este

gran amigo de Joselón si pudo finalmentepasar a Francia a primeros de agosto de esemismo año, con lo que suponemos que sus«gestiones» para conseguir el dinero nece-sario fueron fructíferas.

El año 43 enfilaba su rectafinal, y Joselón sintió que elcerco se estrechaba alrededorsuyo. Su instinto comenzó asusurrarle que la inseguridadque últimamente percibía teníafundamento y había que aten-derla, así que se alejó temporal-mente de Peña Cabarga.Durante este lapso, en el año44, siete años después de sufuga del camión en Heras, fue laprimera y única vez que se alejóde la montaña sobre la quecimentó su leyenda y donde sesentía tan a salvo. Desconoce-mos el detonante de la decisión(si lo hubo), que impulsó aJoselón a ocultarse en Treceñodurante dos meses. Concre-tamente hayó refugio en casa deJesús Sánchez Noriega, dondeentró en contacto con laBrigada Machado de la cual porentonces formaba parte el míti-co Juanín. La Brigada Machadohabía optado por la misma tác-tica que Joselón, pero en senti-do geográficamente inverso;también ellos habían sentidocrecer la intensidad de su hosti-

gamiento y descendieron desde picos deEuropa, para ocultarse en Valdáliga. Unaprimera reflexión nos podría hacer pensarque aquí estarían más expuestos, pero lamayor densidad de población multiplica susapoyos, respecto a enlaces y simpatizantesde la república, además, la guardia civil tar-daría en convencerse de que pudieran sertan audaces como para esconderse y operaren una zona tan expuesta. Joselón debió

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Vista desde «El Gururgú» de Cabárceno y del pozo de El Acebo,una estampa muy familiar para Joselón. (Foto cortesía deFernando Obregón)

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histórica. Se cuenta, porejemplo que una madrugada,un padre y un hijo se dirigíana la feria del ganado paracomprar, y fueron intercepta-dos por Joselón, el cual, lejosde quitarles lo que llevaban,y viendo que eran gentehumilde, les dio dinero paraque compraran «una buenavaca». Esta anécdota des-prende todo el aroma de unafábula sin más credibilidad,pero presenta todo el encan-to de los mitos populares detradición oral.

AJOSELÓN le per-dieron las muje-res». Esta es laexpresión más

repetida entre los que leconocieron y entre quienescomentan sus andanzas. Estees en realidad, otro cliché delos que conforman su mito.Pero este tópico nace de lacerteza, de la evidencia, yque tiene un significadoambivalente; las mujeres le

gustaban mucho, pero además resultaronser su perdición en el sentido literal de laexpresión. Las mujeres fueron la debilidadgracias a la cual la muerte encontró el atajopara encontrarle. Una cosa es bien cierta: losmaquis tuvieron mucho éxito entre lasmozas. Lucían una pátina de fieros embosca-dos, audaces, valientes y sagaces que con-quistaba irremediablemente los corazonesde las féminas más jóvenes. Ellos, general-mente no perdían ocasión de acudir caracte-rizados, de un modo discreto a las ferias yromerías para socializar con el sexo opuesto.Debemos tener en cuenta que la guerra civilhabía diezmado la población masculina, y

que los amores furtivos tenían para lasmuchachas la ventaja de contar con muchasmenos posibilidades de ser mortificadas, yacabar siendo «la comidilla» en sus purita-nos entornos, gracias a la discreción deestos amantes emboscados. Este hecho, y supeculiar modo de vida, otorgaba otra venta-ja a los maquis: podían compaginar variosamores al mismo tiempo sin despertar sos-pechas entre las desprevenidas damas. Enestas andaba Joselón, al que se le atribuye-ron muchas novias. Que se sepa con seguri-dad, tuvo una en Ceceñas (Medio Cudeyo),en Cabárceno, en el Condado (Pámanes) yen Somarriba.

En el año 47 nuestro personaje se halla-ba rumiando seriamente la idea de huir aFrancia, cuestión que tenía al parecer prác-ticamente decidida. Con 35 años y un objeti-vo claro para su futuro, Joselón se encapri-chó de una joven viuda de Somarriba a laque llamaban «la Campa» y a cuyo cónyugetambién habían fusilado (emotivo nexo deunión). Para ir a verla, a la panadería queregentaba en Puente Viesgo, Joselón bajabadesde Peñacabarga hasta Cabárceno, y con-tinuaba periclitando hasta Sarón, dondecogía el tren en dirección a Puente Viesgo.En aquel tiempo, y como era habitual en él,compaginaba su idilio con la Campa y conJosefa, de la familia de los Riscos dePámanes, ocho años más joven que él y her-mana de Anastasio, el malogrado compañe-ro de andanzas, abatido cuatro años antesdurante el asalto al molino. Joselón solía uti-lizar la casa de los Riscos como escondite yera muy apreciado por toda la familia, unaadmiración que en el caso de Josefa fue tor-nando en enamoramiento.

No sabemos cómo este hecho llegó aoídos de la Campa; tal vez el despecho llegópor el progresivo distanciamiento, por lasvisitas cada vez más frías y esporádicas, osegún algún testimonio, porque dejó depasarle dinero como solía hacer. Rabiosa decelos, la Campa delató a Joselón, ofreciendo

amigo de Liaño que trabajaba en un taller deAstillero, y que posteriormente tuvo quehuir a Francia tras descubrirse el engaño.Otras fuentes citan el Sanatorio Madrazo enlugar del San José, en cualquier caso, trasextraerle la bala, remitirle la fiebre y tras unmes de convalecencia pudo salir totalmenterepuesto. De vuelta al monte. A los dos doc-tores que le atendieron, tanto el doctorCobos como el doctor Bustos, les saldríacaro el colaboracionismo, ya que a ambos lescayeron sendas penas de cárcel.

Lo que muchos maquis buscaban conestos golpes era recaudar para poder pagar-se la huída a Francia, sobre todo cuando pla-

nificaban los robos de sumas de cierta enti-dad, como la que acabamos de relatar, la delos pagadores de la Orconera, o los cobrado-res de hacienda. En otras ocasiones másmodestas, –como en la tienda de Roiz– suobjetivo era más bien avituallarse de lossuministros necesarios para la subsistenciadel día a día. Los atracos dirigidos a los«poderosos»: bancos, minas, empresas o elEstado mismo eran percibidos por el pueblocomo actos de heroísmo, con los cuales lagente llana empatizaba. Estos atracos ayu-daban a mitificar aun más a estos personajes,dotándoles de un aura «robinhoodiense»,adobada con episodios de dudosa veracidad

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Pronto, el fin

Banco Santander (Sarón)

Pagador de la Orconera

Pagador de la Orconera (1939)

Recaudador de Hacienda (1945)

Asalto al molino de La Agüera, 1943

Banco Santander(16/11/1946)

Casa de los Riscos

Cuartel de la Guardia Civil

Coterillo Victoriano Zubía

Último Refugio(Cabárceno)

Casa de Joselón

Huída (1937)

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veraniega transita hacia un otoño aun leve,Joselón trabó amistad con el cabrero EmilioSanta Cruz, cuya casa comenzó a frecuentar.Los falangistas de la zona, a cuya cabezaestaba un tal Venero «el Regato» fueroninformados y no tardaron en capturar alcabrero para llevarle al cuartel de SantaMaría de Cayón y hacerle confesar, cosa queparece, no les costó demasiado. Ese día esta-ba en el cuartel un guardia llamado ÁngelAgüero, que dijo conocer la covacha que elcabrero identificó en la confesión, comoescondite del maquis y de sus dos acompa-ñantes. Hoy en día los lugareños la denomi-nan «la cueva de Joselón», y se halla junto alcamino que sube desde el pueblo deCabárceno hacia el ferrocarril minero quellega hasta Socabarga –justo dominando elrecinto de los bisontes, dentro del límite delparque de la naturaleza de Cabárceno–. Muycerca de la cueva está el «túnel de Joselón»,también llamado «túnel del inglés», ya queera una compañía minera británica la queexplotaba la mina –por entonces aún estabaactiva en aquél mismo lugar–. Dentro deeste túnel se refugiaban los vecinos deCabárceno durante los bombardeos en laguerra civil.

Cinco guardias civiles y varios falangis-tas voluntarios, guiados por Agüero se apos-taron en las inmediaciones de la covacha.Era el 28 de octubre de 1947 y habían pasa-do tan solo dos meses y medio desde el tiro-teo de Pámanes. Ángel Agüero, natural yvecino de Cabárceno, y por tanto buen cono-cedor del entorno, es exactamente el mismoguardia que diez años después mataría almítico Juanín en la curva del molino junto alcabo Leopoldo Rollán. Agüero era un guar-dia conflictivo y protervo, varias veces amo-nestado por sus superiores al sobrepasarseen la violencia empleada con los detenidos,con la cual disfrutaba. Su posterior destinoen el cuartel de La Vega (donde al poco dellegar se toparía fortuitamente con Juanín yBedolla en el año 57) fue un castigo discipli-

nario por haber dado una monumental pali-za a unos gitanos en el cuartel de Cayón; loscuales al parecer no estaban tan mal relacio-nados como él pensaba, ya que se quejaron aun superior de Agüero con el que teníanbuen trato. La vesánica violencia y psicopá-tica personalidad del guardia civil, daríancomo resultado otras medidas punitivas a lolargo de su carrera, como un posterior des-tino en la muy lejana Mahón.

Agüeros guió animosamente al grupo,que se colocó por encima de la covacha, yllegado el momento, tan solo tuvieron queafinar el tiro con los naranjeros.Acorralados, Joselón y los hermanos notuvieron ninguna opción de escapar. Un tes-timonio recogido por Fernando ObregónGoyarrola, nos dice que Joselón vio llegar alos guardias con los prismáticos desde elGurugú, en Peñas Blancas, y que pensandoque le daría tiempo a avisar a Josefa y JoséLuís, bajó corriendo, pero ya le estaban espe-rando. La lógica nos empuja a creer que estaversión se trata de una fábula, ya que estosdatos, de ser ciertos, nunca hubieran podidotrascender, a no ser que los contase el muer-to. De uno u otro modo, el inicuo Agüeros,no fue ascendido por esta «gesta», como élpretendía, ya que ese día no se encontrabade permiso, con lo cual la Benemérita le con-sideró como un «voluntario» más en la par-tida. Posiblemente no caía demasiado bienen el cuartel de Santa María de Cayón, peroesto es sólo una conjetura.

Joselón murió vistiendo una chaquetaoscura de paño, con un buzo azul por debajode la chaqueta y un pantalón beige bajo elbuzo (era ya casi noviembre), camisa colorcaqui y zapatos de goma. Josefa llevabapuesto un vestido amarillo, una chaquetabeige, calcetines de short y unos zapatos degoma. José Luís, un traje marrón oscuro conalgo parecido a unas rayas descoloridas, unacamisa caqui y también zapatos de goma.Ella tenía 27 años y el muchacho tan solo19. Los cuerpos fueron trasladados a

los datos necesarios para capturar inerme altemido maquis: el 13 de agosto, entre lassiete y las ocho de la mañana, seis guardiasciviles del puesto de Cayón, con gran sigilo,se encaminaban hacia la casa de los Riscospara registrarla. Dos o tres de los guardiasse adelantaron para llamar a la puerta yentrar, confiados en que el factor sorpresajugaba a su favor y que si efectivamenteJoselón pernoctaba allí, le prenderían fácil-

mente. No contaban con que Gelín, elpequeño de los tres hermanos les había vistollegar, y tuvo tiempo de subir corriendo alpiso de arriba para avisar. Viéndose acorra-lado, Joselón cogió su arma sin pensarlo ydesde la venta de la casa disparó su metra-lleta. A los sorprendidos guardias, no les dioapenas tiempo de reaccionar. El sargentoPedro Gutiérrez Diaz-Mingo –toledano de37 años– y el guardia Albino González Diaz–de los Corrales de Buelna y 34 años– no

sobrevivieron a la ráfaga. El capitán EnriqueMartín Gil tuvo más suerte y solo fue heri-do. Después, Joselón tiró dos bombas dehumo para asegurarse de que no le seguirí-an.

Los acontecimientos se precipitaban.Junto a él, habían escapado a través de «ElEscobal» Josefa y su hermano José Luís,dejando a los padres (Arturo, Rosaura) y alpequeño de los hermanos atrás, en manos delas autoridades. La venganza de la Campabarrió a la familia entera de los Riscos. Losguardias llevaron al pequeño Gelín comoreclamo al monte para llamar a voces a sushermanos, pero sin resultado. Durante todoel trayecto fue recibiendo culatazos, y algu-nos testimonios hablan de que pudo morirde la dosificada paliza, e incluso que el cuer-po apareció desdentado a golpes. A las ochode la tarde, con las últimas luces del día, alchaval de 17 años le pegaron un tiro por laespalda (eufemísticamente llamado «ley defugas»). La venganza por los dos compañe-ros muertos sería salvaje; la casa de losRiscos fue incendiada y destruida. Arturo yRosaura fueron encarcelados y murieronpoco después debido a los malos tratos. Ella,exhaló de tuberculosis en la cárcel de muje-res de Santander, con 61 años y apenas dosmeses y medio después de lo narrado.Arturo, murió dos meses después que sumujer por las torturas infligidas, de las queno pudo recuperarse en Valdecilla. Tenía 62años. Este matrimonio pagó una factura des-proporcionada y cruel por haber acogido aun emboscado, acabando sus días en la cár-cel, privados de sus cuatro hijos, a los quejamás volverían a ver. Como de costumbre,los familiares de Joselón recibieron las pre-ceptivas palizas y humillaciones en el cuar-tel de la calle Alta de Santander sin conse-guir arrancarles ninguna confesión. Peroalgo había cambiado tras diez años buscan-do en el monte al fugitivo José López Ruiz,ahora era personal, y la cosa iba en serio.

Uno de estos días en que la canícula

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La «cueva de Joselón», en Cabárceno, último refu-gio del maquis junto a los hermanos. (foto deMariano Serna)

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Cabárceno en un carro, y una vez en el pue-blo los expusieron para satisfacción de lamorbosa curiosidad de los lugareños, comosolía ser común cuando se abatía un forajido.Los presentes practicaron diversos ultrajes

a los cadáveres: alguien colocó el cuerpo deJoselón encima del de Josefa, levantándole lafalda para simular un coito (todos sabían queeran pareja), y a otro de los presentes se leocurrió sugerir colocar unos campanos en elcarro. El párroco del pueblo, llegado allugar, en un gesto que le honró, no dio pábu-lo a la infamia y se apiadó de los difuntos,ordenando retornarles a una posición deco-rosa y evitando que continuase el escarnio.Los hermanos recibieron sepultura allímismo, en el cementerio de Cabárceno. Elcuerpo de Joselón, inopinadamente, fue tras-ladado y enterrado en el cementerio civil dePenagos, fuera de los límites de «suelosanto». Así acabó sus días José López Ruiz,con solo 35 años de edad. Una vida corta,intensa y desdichada por igual.

Joselón fue más un superviviente que unrevolucionario, y si hay un término que lodefina, ese es «rebelde». También fue unavíctima por partida doble: víctima de símismo y de las circunstancias que le tocaron

vivir. Es cierto que Joselón resultó un malejemplo en muchos aspectos de su vida, perotambién fue un gran ejemplo en muchosotros. Es obligación de los que amamos lahistoria de nuestra tierra, recordar y perpe-tuar el mito de este hombre que no renunciójamás a sus principios, que no se rindiónunca. Aún hoy, caminando por la zona enun día sin viento o en una noche tranquila,si afinas el oído y tienes suerte, podrás escu-char los felinos pasos de Joselón hoyando lossenderos de Peñacabarga. O tal vez él te veaantes, y entonces da por seguro que serásprivado –sin llegar a saberlo– del honor deconocerle.

* Mi más sincero agradecimiento por suinestimable ayuda a Alis Serna, y sobre todoa Fernando Obregón Goyarrola, un inves-tigador «de raza» de la historia de nuestratierra, sin cuyo apoyo este artículo nuncahubiese sido posible. Gracias a todos aque-llos lugareños y familiares, que con sus tes-timonios han hecho posible hilvanar en estanarración los hechos de Joselón.

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A la derecha de la imagen, Ángel Agüero, el guardiacivil que mató a Joselón.

* HÉCTOR RUIZ MARTÍN es

Licenciado en Ciencias de la

Información por la Universidad del

País Vasco (Especialidad Publicidad

y Relaciones Públicas). Publicista y

responsable de Comunicación de

Grupo SODERCAN.

BIBLIOGRAFÍA

- Jesús Gutiérrez Flores. Guerra Civil enCantabria y pueblos de Castilla, pp. 312-316.

- Antonio Ontañón. Rescatados del olvido,pp.272.

- Fernando Obregón Goyarrola. República,Guerra Civil y Posguerra en e valle de Penagos yPámanes, (1931-1947), pp.290-303, 337-338. GuerraCivil y Posguerra en el valle de Villaescusa (1931-1947), pp. 271-281.

- Virgilio Fernández, Mariano Serna, EmilioMuñoz. El macizo de Peña Cabarga, pp. 100-101.

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