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jesús martín garcía

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Primera edición,Marzo 2010

Copyright © Jesús Martín GarcíaCopyright © Mundos Épicos Grupo EditorialCopyright de las ilustraciones © Mundos Épicos Grupo Editorial

Todos los derechos reservados

all righTs reserved

C/ Rosa García Ascot, 11 Portal 4, 3ºB, 29190 Puerto de la Torre, MálagaTlf: 951 93 11 34 [email protected]

isBN: 978-84-937365-8-3

Ilustración de portada: JosÉ GABRIEl EsPInosA

Ilustraciones interiores y mapa: hEnAR MoRos InfIEsTA

Diseño gráfico y maquetación: PABlo GuIl

Impresión: PuBlICACIonEs DIGITAlEs s.A.

Depósito legal:

Impreso en españaprInted In spaIn

no está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.

http://elespiritudelaespada.mundosepicos.es

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A ti, que has vuelto a este mundo

y ahora te encuentras en el umbral

que conduce a los cuatro reinos.

A ti, que al abrir este libro has

despertado los poderes que se

ocultan en las entrañas de las

Tierras Antiguas.

A ti, que con tu retorno vuelves a

hacer que esta historia cobre vida.

A ti, que has regresado.

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En los albores de la segunda Edad de los hombres, los restos de Than-dor fueron enterrados en surtham, donde deberían permanecer ocul-tos para siempre. En ese mismo periodo, una oscura profecía de

origen desconocido sacudió las tierras del este, augurando trágicos acon-tecimientos que tendrían lugar en una fecha indeterminada:

«Mientras el príncipe duerma en su sepultura, perdurará la paz entre los pueblos de las Tierras Antiguas. Pero el fin de su sueño constituirá el inicio de una nueva era. Como las nubes que preceden a una tormenta, como la luz que anuncia el amanecer, el despertar de Thandor traerá el ocaso de este periodo de paz. Con él se alzará de nuevo el gran dragón, y su sombra alcan-zará las tierras del reino fronterizo. Con sus garras hará caer las estrellas del cielo, y con su aliento apagará el sol. En las tierras del rey, el día se tornará en noche. La luna se ocultará y todo será oscuridad, miedo... y muerte».

Con el paso de los años, esta maldición fue apagándose hasta caer final-mente en el olvido. Pero el príncipe acababa de despertar y estaba muy próxima la hora en la que se daría cumplimiento a estos oscuros presagios. El dragón había regresado.

Introducción

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La espadaparte 1

Thandorde

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la plaza de Crossos era un hervidero de guerreros ataviados con vistosos uniformes, muchos de los cuales tenían bordados los sím-bolos del pueblo o ciudad de procedencia de quien los vestía. la ciudadela sobre la que se asentaba la fortaleza del rey Davithiam

parecía un gigantesco mosaico de colores en continuo movimiento.El sonido provocado por las herraduras de los caballos, unido al pro-

cedente de las armaduras que portaban los soldados, se había convertido en una melodía constante durante los últimos días. Eran muchos los que habían acudido a la llamada del monarca y, emplazados a las afueras del castillo, esperaban su orden para partir hacia el este.

habían llegado hombres de todos los rincones de northam, de lugares completamente desconocidos para los habitantes de la capital, guerreros que, tras tortuosas jornadas de viaje, recorrían la ciudad a lomos de lus-trosos caballos. El aspecto de los corceles era impecable. Algunos estaban engalanados con pesadas armaduras, compuestas por relucientes testeras con finos grabados, protecciones destinadas a cubrir la cabeza del animal y darle un aspecto que resultaría más terrible para sus enemigos en la batalla. otros, en cambio, presentaban ligeras monturas que trataban de minimi-zar el peso de su carga.

los ciudadanos que transitaban por las calles de la capital no podían evitar quedarse deslumbrados por el desfile que discurría hasta el palacio real: jinetes con diferentes clases de armaduras que ocultaban casi todo su

LA ESPADA ABANTIEM

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cuerpo, forjadas con metales más o menos resistentes y livianos; espadas con ostentosos grabados en sus empuñaduras y formas que resultaban a veces desconocidas para el resto de soldados. nunca antes la ciudad había acogido a una multitud tan heterogénea de hombres armados.

En medio de todos ellos destacaban las figuras de tres jóvenes y un an-ciano, caminando con paso lento, fijándose en todos los caballeros que se preparaban minuciosamente para partir.

Élendor y los hermanos Dogrian andaban en dirección a las puertas del palacio. Allí mismo, en la entrada, Davithiam daba instrucciones a uno de los capitanes que guiarían a sus tropas hasta Estham.

El rey hablaba con voz firme, mirando fijamente al oficial, que de vez en cuando asentía con la cabeza, mostrando su confianza en las palabras del monarca. Éste acompañaba sus instrucciones con el movimiento de su dedo índice a través de lo que parecía ser un antiguo mapa donde se repre-sentaban los terrenos que conformaban su reino.

Cuando Davithiam terminó de hablar dirigió su mirada a los guerre-ros que se agolpaban alrededor de su palacio, orgulloso de todos ellos. los hombres de northam no se caracterizaban por su fuerza, ni por su des-treza en la batalla, pero había algo que todos ellos compartían: un fuerte sentimiento de unidad que había perdurado en el tiempo. A diferencia del resto de reinos, en las tierras del norte los pueblos mantenían estrechos la-zos de amistad y colaboración. Davithiam sabía que si en algún momento sus tierras se veían amenazadas, las ciudades de su reino se unirían bajo un mismo emblema, como si de un solo ejército se tratara.

los ojos del rey no podían dejar de observar a la multitud de soldados. fue entonces cuando, entre todos ellos, distinguió a Élendor y sus jóvenes acompañantes. lleno de alegría corrió a su encuentro, deseoso de escuchar las noticias que traían del Bosque de los Magos.

—Mi querido amigo Élendor —dijo mientras abrazaba fuertemente al anciano—. Ya casi había perdido la esperanza de volver a verte. ¿Cuánto ha pasado desde que partisteis hacia el sur? ¿un mes?

—Casi dos —respondió el hechicero.El monarca, después de saludar a los chicos a la vez que pasaba suave-

mente la mano por la cabeza de Gorgian, despeinando aún más sus cabellos rizados, sujetó a Élendor por el brazo y comenzó a caminar hacia el interior del palacio. los hermanos Dogrian les siguieron, con la mirada fija en el rey, que se mostraba entusiasmado e intranquilo, ansioso por escuchar las

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aventuras del anciano y sus acompañantes a través de los recónditos lugares que se encontraban al sur de la capital.

—Dime, ¿qué noticias traes de tu largo viaje? ¿Dónde están Meliat y el capitán del este?

Élendor no supo qué responder. la reunión que había mantenido con el resto de hechiceros había condenado a los dos capitanes a un cruel desti-no, en el que la muerte constituía el desenlace más probable. El hechicero estaba seguro de que las murallas de las Acadias se habían convertido en un espantoso cementerio, ya únicamente merodeado por aves carroñeras dispuestas a limpiar los restos de la batalla. Así lo había soñado en sus no-ches más sombrías.

sin embargo, cuando Davithiam escuchó lo sucedido en el bosque y la terrible misión que había sido encomendada a su capitán, no se enojó. no era la primera vez que Élendor tomaba arriesgadas resoluciones, cons-tantemente respaldadas por el monarca.

—Confío en cada una de tus decisiones, amigo. sabes que siempre lo he hecho. Tan sólo espero que Meliat y hadrain se encuentren bien.

—¿Qué ha sucedido en nuestra ausencia? —preguntó Élendor, con la mirada fija en la multitud creciente de caballeros que ocupaba la plaza.

—Como puedes ver, he conseguido reunir una buena cantidad de gue-rreros, venidos de todos los rincones de northam. Cuando estén listos para partir serán enviados a los dominios del rey Edmont.

El anciano frunció el ceño.—¿Vas a enviar a todos tus hombres? Pero entonces, nuestro reino que-

dará desguarnecido. ¿Y si Thandor decidiera atacar la ciudad?—no irán todos. Yo también estoy convencido de que necesitaremos a

muchos de estos guerreros para guardar la ciudad, pues quién sabe el lugar elegido por nuestro enemigo para descargar su ira. Mis mejores soldados permanecerán en Crossos para defender el reino si los ejércitos del sur in-tentan conquistar estas tierras. Además, contamos con las magníficas cons-trucciones de piedra que envuelven nuestra ciudad. no te preocupes, Élen-dor. Estas murallas resistirán cualquier ataque de los hombres de surtham.

Davithiam señalaba las defensas que se extendían ante sus ojos. fir-mes y poderosas, le hacían sentirse casi invencible ante un posible ataque de los guerreros del sur. El rostro de Élendor mostraba una expresión muy diferente. su mente se perdía entre antiguos recuerdos y estremecedoras escenas que había presenciado tiempo atrás en la capital.

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«no son los hombres del sur lo que más me preocupa», pensó el he-chicero, sabiendo que había poderes oscuros a los que ni siquiera él podría hacer frente.

sus pensamientos fueron interrumpidos por las palabras de Davithiam.—Mañana enviaré a muchos de estos soldados a las tierras de Edmont.

Es posible que el Paso de las Acadias no haya logrado contener el avance de surtham... —su expresión se tornó triste cuando este pensamiento acaparó su mente—. En parte, es culpa mía.

Élendor fijó sus ojos en el rey, y vislumbró en él un sentimiento de cul-pabilidad que le corroía por dentro.

—si mi padre... o ahora yo... si hubiéramos dejado a un lado nuestro orgullo, y hubiésemos afianzado nuestra amistad con Edmont... Debería-mos haber enviado hombres a las Acadias en ayuda de nuestros aliados.

la voz de Davithiam era débil, apagada. Élendor movió la cabeza de un lado a otro mientras ponía la mano sobre el brazo de su amigo para tratar de calmarlo.

—Élendor... si Meliat muere en las tierras del sur, no me lo perdonaré jamás.

—Deja de decir estupideces. —la orden del anciano fue autoritaria—. Meliat no está muerto, y aunque así fuera, ¿qué culpa tendrías tú? ¿Quién podría predecir lo acontecido en surtham? ni siquiera los hechiceros más sabios han sido capaces de actuar a tiempo para hacer desaparecer cualquier brote de maldad.

El rey asintió y trató de convencerse de que su capitán seguía con vida, lejos, pero vivo. Dirigió su mirada hacia los hermanos Dogrian, que escucha-ban atentamente la conversación. Posó su mano sobre el hombro de Gorgian, que hizo un esfuerzo por sonreír, intentando disimular su preocupación.

Davithiam observó que los guerreros agolpados en la plaza se encon-traban ociosos, esperando el momento de abandonar la ciudad.

—¿Queréis acompañarme? Aún nos queda tiempo.—Tiempo... ¿Para qué? —preguntó el mayor de los hermanos.El monarca sonrió. había estado buscando la manera de recompensar

a Élendor la fidelidad que había mostrado durante los últimos años, desde su llegada a la capital de northam. Y después de comprobar los poderes que ocultaba el anciano tras su débil apariencia, había pensado que nadie mejor que él podría utilizar un arma tan antigua y misteriosa como la que se escondía en la cima del monte Abantiem.

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—seguidme. Quiero enseñaros algo que muy pocos han visto. los tres hermanos abrieron los ojos, llenos de curiosidad. El rostro del

rey parecía iluminado de una forma peculiar, y su jovial sonrisa hacía pre-ver que les iba a mostrar algo muy especial.

Davithiam los condujo al interior del palacio, que al igual que la plaza era un hervidero de hombres que recorrían las salas entre sus gruesos mu-ros, dejando que los ecos de sus pisadas se entremezclaran, propagándose por los oscuros corredores.

El monarca caminaba en primer lugar, abriendo el paso. Al llegar a las entrañas del castillo tomó una antorcha. El destello de la llama recorría dé-bilmente las húmedas paredes de roca, propagándose tenuemente por los pasadizos que Davithiam les descubría, y que, a diferencia de las estancias más importantes del palacio, se encontraban silenciosos y solitarios, con un aspecto lóbrego, como si nadie hubiera transitado por ellos en mucho tiempo.

Tras atravesar el laberinto formado por aquellos estrechos callejones, llegaron hasta una entrada incrustada en una de las paredes.

El rey, asegurándose de que estaban completamente solos, sacó una llave y, con sumo cuidado, abrió la puerta. Al otro lado, una pequeña escalinata ascendía hasta perderse en las alturas.

—¿Adónde llevan estas escaleras? —preguntó Yunma.Davithiam, observando que la luz que los orientaba era demasiado dé-

bil, tomó una segunda antorcha.—Esperad. la subida al punto más alto de la montaña nos llevará un

tiempo y el camino es demasiado estrecho. Encenderé otra antorcha para que no tropecéis con los escalones.

—no te preocupes —replicó Élendor—. no será necesario.El anciano, mirando de reojo a sus ahijados, se situó en primer lugar.

A un movimiento de la mano, su vara desprendió un rayo de luz que ilu-minó toda la estancia.

—¿subimos? —preguntó el mago, deseoso de saber qué quería mos-trarles el rey al conducirles por aquel pasadizo.

la respuesta de sus acompañantes no se hizo esperar. Arthuriem fue el primero en seguir a Élendor. Pronto sus hermanos hicieron lo mismo.

la ascensión parecía no tener fin. Era una escalera de caracol con an-gostos peldaños que dificultaban el avance. se hizo un silencio únicamente interrumpido por Yunma, que contaba en voz baja cada uno de sus pasos.

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—uno, dos, tres...Tras un largo recorrido a través de la escalinata, por fin pudieron distin-

guir una claridad que indicaba el final del camino. El último en alcanzar el otro extremo fue el mediano de los hermanos, que se encontraba exhausto.

—Trescientos cuarenta y cinco, trescientos cuarenta y seis...las escaleras morían frente a un pórtico compuesto por gruesas pie-

dras unidas unas con otras. En algunas de ellas podían apreciarse pequeñas figuras que habían sido esculpidas sobre la roca. la mayoría eran guerreros con una espada entre sus manos. Todos aquellos personajes tenían algo en común: una corona sobre la cabeza.

Al atravesar el pórtico, Élendor y los chicos quedaron sorprendidos por el paisaje que se dibujaba a su alrededor. Era el interior del monte Aban-tiem. habían llegado a su cima. Pudieron ver las paredes que envolvían todo el paraje, como si se encontraran en el mismo centro de un volcán.

—Ya hemos llegado —dijo Davithiam, señalando hacia uno de los ex-tremos, donde se divisaba, no muy lejos, una construcción hecha de una roca grisácea.

—¿Qué es aquello? —dijo Yunma, adelantándose al resto.El rey, tras contemplar con satisfacción los estupefactos rostros de sus

amigos, se apresuró a desvelarles uno de los secretos que quería mostrarles.—nos encontramos en el lugar más importante y emblemático de nues-

tro reino. Acerquémonos.Cuando llegaron hasta el monumento, los hermanos, casi al unísono,

dejaron escapar una exclamación de asombro. nunca antes habían visto una sepultura como aquélla, con robustas columnas que se alzaban a cada lado, decoradas con relieves que realzaban su belleza.

Élendor pasó su mano por uno de los extremos, leyendo las letras que dejaba ver la lápida, cuidadosamente pulida.

—«Aquí yace Zorac, poderoso hechicero y noble monarca. Que el recuer-do de su muerte os haga rememorar la grandeza de su reinado...». la tumba del gran rey...

El anciano contemplaba extasiado la sepultura de quien había sido el rey más importante de todos los tiempos, y el más sabio de todos los que habían habitado las Tierras Antiguas.

—Cuando mi padre me convirtió en su heredero —lo interrumpió Da-vithiam—, los dos vinimos a este mismo lugar, hace muchos años. Todavía recuerdo las palabras que dijo al mostrarme la sepultura: «Muy pocos han

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visto la tumba de Zorac, pero todos los habitantes del reino conocen lo que hizo por su pueblo. sigue su ejemplo, hijo mío. Que tus actos sean recorda-dos de generación en generación. sólo así tu memoria vivirá eternamente».

El recuerdo de su padre borró la sonrisa del rostro del monarca. su progenitor había sido una fuente inagotable de sabiduría, no sólo para él, sino también para todos sus súbditos. Era una persona cercana, preocupada de forma casi exagerada por los asuntos que concernían a los ciudadanos más pobres del reino. Cada vez que Davithiam se miraba en las cristalinas aguas que limpiaban su rostro por la mañana, no era capaz de ver en ellas el reflejo de su padre. Y es que realmente no se parecían demasiado. A dife-rencia del anterior rey, un hombre con una incansable fe en cada uno de sus actos, Davithiam carecía de un carácter tan firme y decidido. En ocasiones se mostraba como un monarca débil, temeroso de llevar a cabo iniciativas que pudieran entrañar algún riesgo.

En unos segundos, su cara volvió a tener de nuevo una expresión afable.—Esta cripta ha permanecido oculta desde que el cuerpo del Rey Bueno

fue depositado en su interior. Tan sólo se ha accedido a esta cima cuando un monarca nombraba a su primogénito heredero al trono, en lo que cons-tituye un rito que se ha mantenido durante muchos años.

—Pero entonces, ¿por qué nos has traído hasta aquí? —preguntó Élendor.—no lo sé —respondió Davithiam, en un tono dubitativo. no que-

ría revelarles su preocupación. Algo en su interior le decía que su reinado podría estar llegando a su fin. la guerra parecía inminente, y las tropas del sur no se detendrían hasta conquistar Crossos.

Pese a no decir nada, Élendor se dio cuenta de los pensamientos que nublaban la mente del rey. los hermanos Dogrian, en cambio, apenas ha-bían prestado atención a sus palabras. Recorrían una y otra vez el perímetro de la sepultura, maravillados por su visión.

—hay algo más que quiero que veáis, algo que quisiera entregarte, amigo mío.

El anciano se mostró desconcertado.Davithiam desvió su mirada hacia el suelo, junto a la sepultura, donde

varias baldosas de color claro embellecían la tumba de Zorac. Esbozando una leve sonrisa se agachó, y sus manos acariciaron suavemente la piedra, hasta detenerse en uno de los bordes. Apartó la arena que lo cubría, y con delica-deza intentó mover la superficie cuadrada, que no tardó en ceder. Élendor y los chicos le miraban expectantes, tratando de adivinar qué pretendía en-

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contrar junto a la sepultura del Rey Bueno. un escalofrío recorrió el cuerpo del hechicero, cuyos ojos se encontraban perdidos en el interior del agujero que Davithiam había descubierto. El rey se agachó aún más, e introdujo la mano en el hueco. Con algo de esfuerzo, finalmente extrajo una estrecha caja de madera, con forma rectangular. A juzgar por su aspecto carcomido y sus diminutas grietas, se trataba de algo antiguo, muy antiguo. la curiosidad de Élendor y sus acompañantes fue en aumento. El silencio era absoluto.

Davithiam sopló sobre la superficie de la caja, levantando una pequeña nube de polvo. Pasó lentamente una de sus manos por la madera y retiró la cubierta, dejando ver su contenido, cuyo brillo deslumbró a sus amigos.

—¡una espada! —exclamó Gorgian.—la espada Abantiem —aclaró Davithiam mientras la extraía.Cuidadosamente, como si se tratara de un objeto frágil, el rey alzó el

arma con ambas manos tendidas, dejando que su incomparable belleza cautivara al anciano y a los chicos.

la espada tenía una reluciente hoja que parecía intacta, como si nunca hubiera sido utilizada, como si acabara de ser forjada y estuviera deseando ser empuñada. A lo largo de toda ella podían verse unas letras grabadas, que formaban palabras en una lengua arcana, totalmente desconocida para los habitantes de la ciudad.

la empuñadura dejaba ver pequeños relieves en oro, dos de los cuales, situados en los bordes, representaban imágenes de dragones, que echaban fuego por la boca.

Pese a su gran tamaño, la espada era liviana, fácilmente manejable. Y su aspecto era formidable.

ninguno de los presentes se atrevió a decir nada. Únicamente contem-plaban el arma que el rey sostenía como si se tratara del objeto más valioso del mundo. los hermanos Dogrian supieron enseguida que no se encontra-ban frente a una espada corriente, como las que portaban los guerreros que habían visto en la plaza. Aquella arma emitía un destello especial, un halo de misterio que la hacía única. hipnotizados por los grabados y las letras que la cubrían, los chicos fueron capaces de percibir su magia. la espada Abantiem era una fuente de poder capaz de absorber la energía que había a su alrededor y canalizarla a través de su filo para hacerla llegar a su portador.

—sólo un hombre de corazón noble puede empuñar la ancestral arma de Zorac. sólo alguien dotado del más puro pensamiento es capaz de uti-lizarla con la sabiduría necesaria.

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El rey dirigió su mirada a Élendor, que al igual que los chicos no podía apartar sus ojos de aquel objeto.

—Mi querido amigo, no conozco en este reino honradez y fidelidad comparable a la tuya. Por eso he decidido que, ante el inevitable enfrenta-miento que nos aguarda, tú seas el portador de la espada del Rey Bueno. Con su fuerza y tu poder, estoy convencido de que ningún enemigo podrá vencerte. A cambio, tan sólo te pido una cosa.

—¿El qué? —preguntó Élendor, incrédulo ante las palabras del rey, que había tomado finalmente una decisión meditada durante mucho tiempo.

—Que guíes a mis tropas, y a los hombres del este, hasta la victoria.los hermanos miraron preocupados a su maestro. Tal y como les dijo,

tendrían que partir hacia la batalla. sin embargo, no se mostraron tristes. Al igual que Davithiam, ellos también tenían plena confianza en los poderes del anciano. se hizo un silencio estremecedor que nadie quería interrum-pir. Tras recibir la espada de manos del rey, una sensación de incertidumbre avasalló al nuevo portador del arma de Zorac. Con aquel gesto, Davithiam parecía transmitir al anciano una gran parte de su responsabilidad al frente del reino. Ahora él sería el primer guardián de la ciudad, y el hecho de em-puñar el arma más poderosa y emblemática que northam había conocido le hacía cargar con el destino de Crossos. la mente de Élendor se llenó una vez más de recuerdos de tiempos pasados, recuerdos que en muchas oca-siones le habían asaltado en medio de la noche, haciéndole revivir viejas batallas en compañía de venerables hombres.

De algún modo, para el anciano, recibir la espada era como volver a los tiempos remotos. un temblor recorrió su cuerpo de la cabeza a los pies. no se sentía seguro de poder cargar con tan exigente responsabilidad y, por una vez en mucho tiempo, sintió que un antiguo temor se apoderaba de él, un temor que había permanecido dormido durante años, escondi-do en lo más profundo de sus pensamientos, donde su memoria no había vuelto a adentrarse.

Pero no parecía haber otra opción, por lo que desde aquel momento el hechicero aceptó volver a ser lo que fue en un tiempo ya lejano. una vez más, Crossos le necesitaba, y ahora más que nunca, pues había algo que Davithiam y los hermanos Dogrian desconocían: aquélla no era la primera vez que la espada de Zorac aparecía ante los ojos del anciano.