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JEAN GALOT S.J. Profesor de Teología

Jean Galot - El Corazón de Cristo

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JEAN GALOT S.J.Profesor de Teología

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El CORAZON DE CRISTOColección "SPIRITUS"

DESCLÉE DE BROUWERBILBAO

INTRODUCCIONEl fin del presente estudio es descubrir los sentimientos íntimos de Jesús tal como el Evangelio nos cuenta o insinúa y

penetrar así en el coraz6n del Hombre-Dios. Es verdad que Cristo vive en la Iglesia y en el alma del cristiano, que habla enel fondo de los corazones y en su lenguaje revela su persona. Por lo mismo, se Le podría estudiar en las consideraciones delos místicos y en las revelaciones privadas. Pero nada tan útil como acercarse a El en su revelación pública y másparticularmente en el Evangelio. Ahí es donde se ofrece a todos; en el Evangelio es donde la luz del Espíritu Santo nos lopresenta con toda la profundidad de su misterio.

Los evangelistas no pusieron especial empeño en sondear las profundidades del corazón de Cristo. Contaron la vida delMesías desde un punto de vista objetivo, exterior. No hicieron análisis psicológicos, sino que, muy acertadamente, bajo lainspiración divina, se contentaron con ser testigos. Pero la Iglesia, al transmitirnos sus escritos, no nos aconseja que noslimitemos a una lectura perezosa y rutinaria; antes bien , nos invita a profundizar en la sustancia de esas páginas sagradas.Y El que las inspiró inspira a los cristianos de hoy que saquen a luz los tesoros en ellas enterrados. Intentaremos, pues,ahondar en los secretos del alma de Cristo, encontrar las intenciones bajo las actitudes y modo de proceder, adentrarnossiempre hasta el centro de la actividad de Jesús, hasta la fuente bullidora de su amor. Por el amor se explican los grandestrazos y los ínfimos pormenores de su existencia, en él se resume su vida. Su corazón: he ahí toda su personalidad,precisamente en cuanto que ésta es foco de amor.

NOTA DEL TRADUCTORLa versión española que he escogido para las numerosas citas bíblicas - casi todas evangélicas - es la de BOVER-

CANTERA, porque, si bien a veces poco fluida, se ajusta con más exactitud al texto sagrado, original y suele concordar másperfectamente con la versión francesa en que se apoya el autor.

CAPITULO I

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CORAZON VUELTO HACIA EL PADRE

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"Yo vivo del Padre"

Hay en la vida de Cristo una como obsesión o idea fija que polariza todos sus pensamientos ysentimientos: el Padre. El corazón de Cristo es, ante todo, corazón de Hijo, y del más amante de loshijos. El evangelio de San Juan, que nos ofrece el retrato más fiel de ese corazón, es también aquelen que la preocupación por el Padre se presenta más dominante. Leyéndolo, se ve que Jesús vivedel amor a su Padre, que ese amor constituye la base de toda la aventura terrestre de suEncarnación, el centro de sus reflexiones y acciones. Por el Padre y para su gloria vino Jesús almundo; del Padre recibe la doctrina que enseña, por obra del Padre realiza sus milagros, el Padrees la persona a quien quiere dar a conocer. "Yo vivo del Padre" (1). En estas palabras Jesús nosrevela el secreto de su vida. El Padre es el móvil y fin de su existencia terrena. Pero, exactamente,¿qué significa ese vivir" del Padre"? La expresión puede tener dos sentidos: para el Padre y por sucausa; en virtud del Padre. Según el primero, Cristo vive para el Padre, en una, entrega total a sucausa; conforme al segundo, vive en virtud de la vida recibida del Padre. Este último sentido es másontológico, biológico: el Padre aparece como el fundamento y manantial de donde deriva en todoinstante la vida de Jesús. La primera significación pertenece más bien al campo psicológico: elPadre es el fin que Cristo se propone, la persona a cuyo amor consagra sus fuerzas. Pero según lateología subyacente en el evangelio de San Juan, los puntos de vista psicológico y biológico, seentrelazan. Cuando Cristo nos es presentado como vida de los cristianos, se trata siempre de unavida superior que se adentra profundamente, en la psicología, humana y la penetra de uncomportamiento, enteramente nuevo, el del amor. Mas, por otra parte, este amor no es consideradosimplemente como una actitud psicológica, sino que es una realidad vital más profunda que susmanifestaciones conscientes actuales. Así la vida se eleva al nivel del amor, y el amor se hacehondo como la vida. La penetración mutua de lo psicológico y lo ontológico puede expresarse por ladualidad vida - amor.

Esa dualidad esclarece el alcance del dicho de Jesús: "Yo vivo del Padre." Cristo vive en virtudde la vida que Le comunica el Padre; y esta comunión de vida es una comunión de amor que Lehace, vivir no sólo por sino para su Padre. Vivir del Padre es vivir una existencia humana porque elPadre lo ha querido y ha enviado a su Hijo al mundo: la vida biológica de Cristo y los latidos de sucorazón de carne provienen del amor con que se ajusta indefinidamente al querer paterno. Vivir delPadre es, pues, recibirse a cada instante de sus manos, en una aceptación integral. Y es asimismono tener otro objetivo en su vida que el Padre, ni otro ideal que sus deseos, Jesús va del Padre alPadre: viene de El y camina hacia El. Con la oración se sumerge en esa fuente de donde brota suvida terrena; con la enseñanza, la acción y el sacrificio intenta la glorificación del Padre. San Juanexpresa de manera admirable este movimiento de la existencia humana del Verbo, presentándolocomo inmovilidad: Jesús está, permanece, en el Padre.

El amor a El, que se manifiesta en la actividad terrena de Jesús, está tan profundamentearraigado en su corazón, que tiene densidad de vida eterna y su movimiento es reposo.

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La humildad fundamental

En su fervor por glorificar al Padre, Cristo no acepta que los homenajes de los hombres sedetengan en el Hijo. Al joven rico que, como herido de un rayo a vista de su bondad, corre aarrodillarse ante El, llamándole "Maestro bueno", Jesús le responde remitiendo al Padre la gloria detoda bondad: "Nadie es bueno sino sólo Dios"(2). No quiere que el joven, víctima de undeslumbramiento, Le atribuya exclusivamente a El la bondad divina, porque si se manifiesta a loshombres como Dios, es en cuanto Hijo del Padre, de un Padre de quien todo lo ha recibido. Suréplica parece hasta teñida de cierta vehemencia, como si hubiera recibido un golpe y tuviera querectificar inmediatamente para aliviar su corazón. La adoración del joven, que quería tratarle como aun nuevo Dios, dejando al antiguo, Le ha tocado, en la cuerda más sensible: su dedicación total alPadre. Jesús Le ama demasiado para tolerar que se Le robe el menor homenaje.

Aquí resplandece la humildad de Cristo. Estamos habituados a admirar su humildad conrespecto a los discípulos y a los hombres en general, y vemos su símbolo en el lavatorio de los pies.Pero esta humildad con respecto a los hombres no es sino la consecuencia de otra, mas profunda yesencial, con respecto al Padre. Humildad sorprendente en extremo, porque es la de un Dios hechohombre. Si hubiéramos tenido que imaginamos la venida de Dios a la tierra, habríamos pensadonaturalmente que se presentaría como Señor único y supremo, nos daría a conocer una doctrinainventada por El, Y haría, legítimamente, converger hacia su propia persona todo el culto religioso,toda la adoración de la Humanidad. Y no habrían faltado filósofos según los cuales la humildad noconvendría a ese Dios viviente entre los hombres. Porque - habrían podido decir - la humildad esvirtud que caracteriza nuestra condición de criaturas; es la virtud de un ser que no existe de por sí,sino que todo ha de recibido del Creador: traduce, en el orden moral, la dependencia ontológicaradical respecto de Dios. Si, pues, Dios, el Creador, descendiera a este mundo, no podría compartiresa dependencia de las criaturas ni, por consiguiente, su, humildad. Sólo El tendría, el derecho deno ser humilde; y hasta tendría ese deber, porque debería conducirse verdaderamente coma SerSupremo. Así nos veríamos nosotros tentados de excluir la humildad de un Dios encarnado.

Pero la Revelación nos ofrece una realidad muy diferente: toda la vida de Cristo, Dios yCreador, está tejida de humildad, y - descansa sobre la humildad en tanto grado que San Pabloresume toda la Encarnación redentora en el anonadamiento y la obediencia. Aquel a quienhabríamos reconocido el derecho de ser perfectamente egocéntrico, se entrega a nosotros enespíritu del más radical altruismo. Se presenta no como venido por propia iniciativa y en virtud de undecreto soberano de su voluntad, sino como enviado por Otro. No declara a sus discípulos que Elmismo con su genio ha concebido y elaborado la doctrina que les atrae, sino que Otro Le hacomunicado su enseñanza. De Otro Le ha venido igualmente el poder inaudito de que dantestimonio sus milagros. Para suscitar la fe, lejos de querer imponerse por su personalidad yoriginalidad, apela al mandato que ha recibido de Otro. Aunque era Dios, o más bien porque eraDios, Cristo juzgó que en su caso, más aún que en el de las criaturas entre las cuales venía a vivir,el yo era aborrecible. Su yo quedó escondido y desapareció detrás de Otro: un Dios hecho hombrees más prodigiosamente humilde que los hombres. Acabamos de decir que era humilde porque eraDios.

En efecto, la humildad de Jesús es tan fundamental que está inscrita en su misma filiacióndivina. Engendrado por el Padre, el Verbo ¿no está ya en la posición de quien todo lo ha recibido?¿No consiste su eterna actitud en olvidarse de Sí para glorificar al Padre, en contemplarincansablemente su grandeza y bondad? Desde la eternidad, el Hijo se goza en deberlo todo alPadre, en perderse de vista a Sí mismo para clavar su mirada en el rostro paterno. Jesús traducesimplemente esa actitud del Verbo en sentimientos y expresiones humanos.

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Humildad animada por el amor

Y ¡cuán natural y, en cierto modo, fácil, parece en Cristo humildad tan íntegra y absoluta! Secomplace en su sometimiento al Padre, y por nada del mundo querría sustraerse a El. ¿Por qué?Porque su humildad es, por entero, hija del amor. Cuando uno ama a alguien con sinceridad, seolvida de sí para pensar en él; y cuando se rebosa de amor, no se puede menos que publicar portodas partes las alabanzas de aquel a quien se ama. Cristo está absorbido, poseído por el amor alPadre, y por eso gusta de hablar constantemente de El, de hacerse pequeño en su presencia, dereconocer que todo es don suyo, de referir a El todo el mérito del plan de la Redención. Se goza depoder desaparecer tras de la gloria que procura al Padre. En el atardecer de su vida se dirige a Elpara resumir su misión aquí abajo; "Yo te glorifiqué sobre la tierra"( 3). Y quiere que la gloria de laResurrección, que ha de coronar su obra redentora, aureole al Padre: "Padre, ha llegado la hora;glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a Ti"(4). Toda gloria debe terminar en el Padre, y en Elsolo.

¡Cómo dilata el corazón esta humildad de Jesús! No se parece a un molde estrecho queaprisiona el alma en sentimientos deprimentes: Jesús no piensa sino en la grandeza del Padre, y sualma, lejos de encogerse, ensánchase con entusiasmo. Su humildad resuena como un triunfo, el delPadre, en el cual le es grato perderse.

Ningún esfuerzo artificial por humillarse: la humildad de Cristo se rezuma con toda sencillez, desu amor, Jesús desaparece ante el Padre porque está preocupado únicamente por El y sin cesar leprefiere a Sí mismo. Tampoco adopta una actitud draconiana y forzada, que tiende a negar el v bienque se posee. La humildad de Jesús es, ciertamente, absoluta, pero en otro sentido: se funda en laconvicción de que El lo ha recibido todo del Padre. Todo sin excepción. Se reconoce perfectamentedeudor. Y, en lugar de querer negar o reducir a escasas dimensiones lo que del Padre tiene,atestigua su preciosidad y excelencia. No teme afirmar su propia calidad de Maestro y Señor, hablarde la bondad de las obras que ha realizado, anunciar su gloria. Se proclama la luz de la Humanidad,el buen pastor que viene a reunir a todas las ovejas, el corazón manso y humilde que a todosprocura alivio. Se presenta como la fuente de donde brota la vida y predice que a todos arrastraráhacia Sí. Porque todo eso proviene del Padre y debe servir para su honra.

Animada por el amor, la humildad de Jesús posee un dinamismo asombroso. Es constructiva, yquiere edificar algo, algo inmenso y grandioso: la gloria del Padre. Por esa gloria irá Cristo hasta elúltimo grado de la humillación, vergüenza y miseria humanas. Por ella se prodiga sin tasa en el cursode su vida pública. Cuando recorre los pueblos de Gali1ea y Judea, caminando jornadas enterascomo si no sintiera cansancio, es ese amor al Padre el que Le empuja y Le hace correr. Y correríaasí hasta el extremó del mundo si ese mismo amor no Le contuviera dentro de las fronteras dePalestina. Cuando durante largas horas predica a las turbas, a esas turbas cuya mayor parteperderá mañana la semilla que hoy recibe, es el amor al Padre el que agita su pecho y Le da unavoz infatigable. Devorado por ese fuego, llega hasta a gritar cuando enseña en el Templo. Y ¿ quégrita? El tema es siempre aquel de quien rebosa su corazón: el Padre. Ante, la incredulidad de losfariseos, hace un supremo esfuerzo por proclamar a ese Padre amado: "No he venido de Mí mismo,sino que otro es, real y verdadero, quien me envió, a quien vosotros no conocéis. Yo le conozco,porque de El procede mi existencia y El me envió"(5). Al fin de su ministerio, todavía dice a gritos lasúltimas palabras que - según el evangelio de San Juan- dirige a la turba: “Quien cree en Mí, no creeen Mí, sino en aquel que me envió... Lo que Yo hablo, pues, así lo hablo, conforme me lo haencargado el Padre” (6).

La sumisión al Padre impele, pues, a Jesús a un desarrollo de todos sus recursos y a undespliegue de toda su actividad. Así quedó resuelto en el casa de Cristo el problema de laconciliación de su humildad con el desenvolvimiento de sus facultades y corazón. Es el problema

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que hoy se presenta a sus discípulos con el nombre de humanismo cristiano: ¿cómo puededesarrollarse una personalidad si se le manda renunciarse y desaparecer? Si partimos de las,exigencias del yo humano, y queremos separar la propiedad del hombre de la de Dios, llegaremos auna solución manca y caótica, con un egoísmo que se cree legítimo y con sacrificios imperfectosconsentidos. Cristo nos muestra que la verdadera solución está en el amor, en el amor total. No setrata de conocer las exigencias del yo, sino las del amor, es , decir, las exigencias y deseos de otro.Toda la vida de Cristo está gobernada por el Padre: Cristo lleva dentro de Sí el reino del Padreantes de extenderlo al mundo. En lugar de hacer en Sí dos partes, la del hombre y la de Dios, no semueve sino por la voluntad del Padre. Este es el que unifica su existencia, hace latir su corazón ydesenvuelve sus facultades hasta el máximo; y en las renuncias y humillaciones ese amor al Padrecontinúa dilatando su alma.

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Sumisión crucificadora

El amor hace natural la humildad, y fácil la sumisión. Pero no ahorró a Cristo losrenunciamientos. El hombre es siempre propenso a soñar en un amor de puro embeleso y en unahumildad llena de suavidad. Pues bien, a Jesús la subordinación Le valió, terribles amputaciones,que sentía profundamente. ¿Nos imaginamos lo que debió de ser, para una personalidad de suenvergadura, la permanencia por treinta años en la aldea de Nazaret? Cada día había de enterrarbajo un trabajo vulgar, que cualquiera hubiese podido hacer en lugar suyo, sus inmensas riquezasdivinas y humanas. El, que había venido al mundo para salvar las almas, y se sabía destinado aobrar la liberación de la Humanidad, había de resignarse a cepil1ar trozos de madera, mientras detodas partes, por sus ojos y oídos, Le llegaba la miseria de las a1mas. ¡Cuán penoso Le era cerrarsu corazón a esas llamadas! Sin embargo, lo cerraba, para que permaneciese abierto de par en para la complacencia del Padre. Luego, cuando la prisión de Nazaret hubo terminado, comenzó otra. Lacárcel era ciertamente mucho más holgada, pero cárcel también. Cristo vio su apostolado 1imitadopor el Padre a los confines de Palestina: "No fui enviado sino a las ovejas descarriadas de la casade Israel"(7). Como todos los hombres eran objeto de su amor, y en ayuda de todos hubiera queridoir, la barrera puesta por el Padre destrozaba en El sueños muy acariciados y Le impedía satisfacernobles y profundas aspiraciones. Cristo tenía un corazón misionero, y hubiera deseado dirigirse alos moradores de todas las naciones, porque no participaba en modo alguno de los prejuiciosnacionalistas de sus compatriotas. ¿No se Le ve impaciente por llamar al reino de Dios a todas lasalmas? ¿No repite que ha llegado la hora en que todos los pueblos van a entrar en ese reino? Y, sinembargo, no puede llevarles por Sí mismo la buena nueva. Apenas si tiene ocasión de un brevepaso por el territorio, de Tiro y Sidón. Debe confinar su apostolado a Judea y Galilea, feliz de podera veces mostrar afecto especial a los extranjeros, alabando al centurión romano o al leprososamaritano. Las fronteras palestinas deben de parecer muy estrechas a una mirada que domina elmundo. Si el Padre quisiera Cristo andaría los caminos que con fatiga y afán recorrerá más tardeSan Pablo. Pero el Padre no quiere, y Cristo Se conforma de todo corazón, sin sombra de pesar oimpaciencia.

En lugar de lanzarle a una empresa de expansión a través del mundo, el Padre Le conduce a lavergüenza del Calvario. En eso debe terminar su misión terrena. De que la aceptación es dolorosatenemos la prueba en la lucha de su agonía. Los otros sacrificios que realizó quedaron enterradosen el fondo de su alma, pero la inminencia del de la cruz Le sacude tan profundamente que no puedeocultar su abatimiento. Todo su ser se halla afectado por la lucha, y hay que contemplarle enGetsemaní para darse cuenta del tormento que Le inflige su amor al Padre; amor terrible en susexigencias, aparentemente cruel y brutal. Para aceptado íntegramente, Jesús sufre una dislocaciónde alma y cuerpo.

Ese desgarramiento continúa en la cruz: Cristo sufre viéndose desamparado del Padre, pero,no obstante, se abandona a El. Antes de exhalar su último aliento, lanza un gran clamor: "Padre, entus manos encomiendo mi espíritu"(8). Es su última proclamación del Padre, el último ímpetu de unamor llevado hasta paroxismo. Pero, ¿comprendemos bien lo que la suavidad de este magníficoacto de abandono, tan conmovedor, costó a Jesús? Encomendar su aliento de vida en manos delPadre es aceptar que su existencia sea segada en plena juventud, tras solos dos años de actividadpública(9); es resignarse a ver sus talentos humanos, tan ricos en promesas, definitivamentecondenados a la inutilidad, y sus inmensas posibilidades de apostolado, perdidas sin remedio. Esdejarse arrebatar a la compañía, tan afectuosa, de su Madre y discípulos, y, más universalmente, ala sociedad de los hombres, a quienes Cristo, ama profundamente. La muerte es para el hombreuna renuncia tanto más vivamente sentida cuanto más fuertes son sus afecciones; por eso Jesúsexperimenta, tanta mayor dificultad en despegarse de los hombres: cuanto más apasionadamentelos ha amado. En la suprema mirada que dirige hacia el Padre, la ofrenda de su amor lleva la huella

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de su intenso dolor.

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Sumisión victoriosa

Esta sumisión al Padre, tan aflictiva, sufrió asimismo el asalto de los adversarios de Jesús. Es,en la obra redentora, el fundamento que Satanás quiere a toda costa hacer vacilar. Veámosleacercarse a Jesús, extenuado por el ayuno en el desierto. ¿ Qué le propone? Que Se procure pan,sin duda: ése es el pretexto. Pero esencialmente, que Se sirva de su poder mesiánico de maneraarbitraria y absoluta, sin tener en cuenta el fin para que el Padre Se lo ha conferido. Le sugiere queemplee su virtud milagrosa para fines de satisfacción personal, independientemente de la redencióny salvación de las almas; es decir, que haga traición al Padre. Y se insinúa con insidiosa habilidad,otorgando a Cristo el título de que querría despojarle: "Si eres Hijo de Dios..."(10). Un Hijo de Dios,¿no es dueño soberano, libre para obrar a su antojo? ¡Ah.! ¡Si Satanás pudiera volver a ese Hijo deDios contra Dios mismo! Pero habría que destruir el corazón filial de Cristo, y ese corazón seresiste: Jesús no conoce otro alimento que la palabra de su Padre, Satanás intenta aún otro modode echar por tierra la sumisión de Jesús, y Le propone que obre la Redención a fuerza de prodigios,yendo a arrojarse del pináculo del Templo. Mas en vano, porque oye por respuesta: "No tentarás alSeñor tu Dios"(11). A la falsa representación de un Hijo de Dios que trazaría su programa redentor asu manera y según la línea de la mayor facilidad, Jesús opone la irreductible subordinación de sufiliación divina. Finalmente, Satanás Le propone un compromiso en orden a la conquista del mundo,compromiso según el cual el ángel del mal recibiría los honores debidos al Padre. Como en las dostentaciones precedentes, Jesús protesta inmediatamente su sumisión íntegra y exclusiva al Padre.Defiende victoriosamente su bien más querido, su afecto más hondo.

Satanás renovará sus solicitaciones en el curso de la vida pública. Por la voz, ya de lospróximos parientes de Jesús, ya de los fariseos, reclamará prodigios; por los reproches de Pedrotratará de apartar a Cristo del camino del Calvario. Pero todas esas trazas fracasarán. En la agoníade Jesús hará una suprema tentativa para hacer vacilar, entre los horrores del miedo y lossobresaltos del hastío, su sumisión al Padre. Satanás está allí, en la oscuridad de Getsemaní. PeroJesús, inducido por su espanto y tristeza a pedir el alejamiento del cáliz, permanece no obstante,absolutamente firme en su conformidad a las decisiones del Padre: "No lo que Yo quiero sino lo queTú"(12). A cada ola de temor y disgusto, Satanás espera romper ese lazo de sumisión, pero ésteconserva siempre toda su fuerza. Y en ese terrible combate, que llega hasta las fibras más íntimasdel corazón de Jesús, el Padre queda vencedor.

También los fariseos se empeñan, durante todo el ministerio apostólico de Jesús, en descubriro provocar una falla en esa sumisión filial al Padre. ¡Cuántas veces le espían para sorprender, en elmás insignificante de sus actos, una infracción de la voluntad divina! Le acusan de lo que juzganviolaciones del sábado - ¡tan deseosos están de separar su causa de la de Dios!-: "Este hombre noviene de Dios, pues no guarda el sábado... Nosotros sabemos que este hombre es pecador" (13).Escudriñan su doctrina en busca de contradicciones con las enseñanzas dadas por Dios al pueblojudío. Con interrogaciones astutas quieren acorralarle y conducirle a un error, que acechan en vanoen sus discursos. Pero todas sus preguntas se les tornan en confusión propia. "¿ Quién devosotros me convence de pecado?"(14), les replica Jesús. Con todos sus ataques los fariseos nologran abrir brecha en la sumisión de Cristo a su Padre. En el momento mismo en que creen coger asu adversario en flagrante delito de blasfemia, como en el caso del paralítico al que son perdonadossus pecados, Jesús les prueba, realizando una curación milagrosa; que obra de completo acuerdocon el Padre. En su proceso no se podrá aducir contra El testimonio alguno serio, ni se conseguirádisociar su causa de la de Dios. Y sólo sus enemigos creerán en la injuria que Le lanzarán a la cruz:"... Sálvate a Ti mismo, si es que eres Hijo de Dios, y baja de la cruz"(15). Es el mismo lenguaje queen el desierto le apostrofó escéptico: "Si eres Hijo de Dios..." Resuena como un grito de rabia deSatanás, que se da cuenta de que ha perdido la partida y no ha logrado que el Hijo Se separe delPadre por miedo al suplicio. Y deja que reviente toda la impotencia de los fariseos, que nada pueden

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ya contra el crucificado y quieren persuadirse de que su cruz es señal de reprobación divina. Perola exclamación del centurión venga el honor de Jesús, haciendo brillar su unión con el Padre:"Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios"(16). Cristo había amado tanto a su Padre yconformándose a El, tan perfectamente, que un extranjero distinguía en su rostro y su clamor demoribundo la figura y la voz eterna de Dios.

"Hijo de Dios"

Sus enemigos nunca lograron robarle ese tesoro de su corazón filial, riera, con su hostilidad, Leobligaron a guardarlo bien secreto y no manifestarlo sino con gran discreción. Jesús querría llevarcon orgullo el apelativo de "Hijo de Dios", que expresa todo lo que es, y hablar libremente de suintimidad con el Padre, como lo hace entre sus discípulos. Pero Se ve reducido a dejarlo en lasombra, y, en lugar de nombrarse "Hijo de Dios", Se designa misteriosamente como "Hijo delhombre", título mesiánico, sin duda, pero con el cual su corazón no puede liberarse de su másprofundo sentimiento. Ha de usar, en efecto, de mucha prudencia, porque, dadas las disposicioneshostiles de los fariseos, que se propagan en la turba, correría el riesgo, presentándoseexplícitamente como Hijo de Dios, de retraer a sus oyentes en vez de atraerlos. El que no vacila enotorgarle abiertamente ese título es su enemigo capital, Satanás. Le obsequió con él en lastentaciones del desierto, y muy a menudo los demonios que Jesús expulsa de los posesos le gritana manera de venganza: "Tú eres el Hijo de Dios". Ahora se lo arroja a la cara, para provocarreacciones desfavorables de parte de los presentes, con la misma perfidia con que entonces apoyóen él para sugerir a Jesús un acto de insubordinación. De ese nombre, que debiera ser señal deuna unión de amor, intenta hacer un instrumento de odio. Por eso Cristo le impone silencio y sepultaen el fondo de su corazón el anhelo que siente de proclamar toda la verdad de tal nombre. Habrá dereprimir ese anhelo hasta el momento en que, como remate de muchas acusaciones, Caifás Lehaga la pregunta a que Jesús arde en deseos de responder: "Te conjuro por el Dios vivo que nosdigas si Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios"(17). En ese instante el corazón de Jesús puededescargarse del peso que soporta: "Tú lo dijiste"; "Yo soy"( 18). Puede, por fin, proclamar bien alto,ante las autoridades religiosas judías, ese lazo tan fundamental que Le une a su Padre, Y garantizarsu afirmación con el sacrificio de su vida. La intimación del sumo sacerdote Le obliga a reivindicarsu título y Le permite expresar con los labios lo que siempre ha sido: Hijo de Dios.

Los encuentros con el Padre

Lo que hace más fuerte y dramático el amor de Cristo a su Padre es la parte de recuerdo queen él entra. Para explicar la aspiración humana al bien perfecto, Platón recurrió a la hipótesis de unaexistencia anterior en que las almas habrían contemplado ese bien, cuyo recuerdo conservaríanactualmente ella sombra de la vida terrestre. Esa existencia anterior, ficción para la Humanidad engeneral, representa la situación de Cristo, con esta corrección: que se trata menos de un pasadoque entra en un presente que de una eternidad que entra en el tiempo. Aquí abajo Cristo se acuerdadel Padre: “Salí del Padre y he venido al mundo([1])”. A veces se refiere a la época que precedió a supermanencia en la tierra. "En verdad, en verdad os digo: Antes que Abraham viniese a ser, Yosoy([2])". y hace esta afirmación para demostrar que ha conocido al Padre: "Vosotros no le habéisconocido, mas Yo le conozco([3])" El corazón humano de Cristo está unido, por el misterio de la uniónhipostática, a ese conocimiento eterno que el Verbo posee del Padre. Para comprender' esecorazón hay que remontarse hasta el Verbo. Por eso San Juan, que nos ha contado mejor quenadie la vida íntima y los sentimientos profundos de Jesús, comienza su evangelio por una

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contemplación, del Verbo: "En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba cabe Dios." El Hijoestaba vuelto hacia el Padre en la unión más completa. Desde toda la eternidad no se adhería a símismo, sino al Padre, con amor infinito, en abrazo inseparable. Si los ojos terrenos de Cristo estándirigidos hacia el Padre, es porque el amor del Verbo tom6 la misma dirección.

Así, pues, toda la fuerza de un amor eterno se agolpa a las puertas del corazón humano deJesús. La presencia de la intimidad celestial orienta todos sus sentimientos hacia el Padre, Le poneen tensión y anhelo hacia El. Por ahí podremos comprender con qué ardor Cristo, que ha sepultadoe! esplendor de su divinidad bajo una vida de hombre, gusta de hallarse aquí abajo en compañía desu Padre, ¿No le vemos, a la edad de doce años, sustraerse por tres días a la compañía de suspadres terrenos, para permanecer en la casa de! Padre, e! Templo? Cierto que los muros de ésteson desnudos y fríos y no recuerdan, sino muy de lejos la morada eterna; hay allí obstrucción demercaderes y cambistas, muchos sacrificios y poco amor. Pero donde los comerciantes piensan.en sus ganancias y los sacerdotes en la observancia de las prescripciones rituales, a Jesús leembriaga captar y sentir una presencia adorable. Todo lo demás carece de importancia. Allí está elPadre, y con El toda alegría. Al entrar en aquel edificio, Cristo se encuentra en el cielo. Su mirada ysu corazón se dirigen hacia e! Padre y saborean plenamente su adhesión de siempre. Dejando qué"sus ojos se llenen, a placer, del rostro paterno, se siente verdaderamente El mismo: "¿No sabíaisque había Yo de estar en casa de mi Padre( [4])?". Más tarde, en la vida pública, se refugiará muy amenudo en un lugar apartado, para orar. Antes de emprender su ministerio, Se irá a morar en e!desierto; después, a lo largo de sus correrías apostólicas, cuando la tarde caiga sobre una jornadasobrecargada de fatigas, Se retirará a la soledad. Y ¡qué soledad! Es 1a que conoce bien sucorazón, esa soledad de dos que el Verbo tenía" en el principio" con. el Padre. De esa intimidadinalterable saca Jesús 1a fuerza para llevar hasta el final su vida de hombre. Todo lo ofrece alPadre y todo lo recibe de El, y en tal intercambio eterno de intimidad pasa su vida terrena con su lotede miserias y hastías, de luchas y esfuerzos.

El Evangelio nada nos dice de las efusiones de esos tiempos de oración: no se publican lasconversaciones de amor. Pero nos describe ciertos movimientos de entusiasmo experimentadospor Jesús cuando encontraba al Padre en las cosas o en los hombres. Porque si le gusta manteneren la soledad el eterno cara a cara con el Padre, Se maravilla igua1mente de hallar a cada paso ene! mundo señales de la presencia paterna. Todo Le habla de! Padre, de su grandeza y bondad. Aunlos más humildes seres llevan en sí la inmensidad del amor divino. En los lirios del campo, esasflorecillas vulgares que la gente corta sin pena para arrojadas al horno, Jesús reconoce lamaravillosa solicitud de Padre, que les ha hecho un vestido más hermoso que el de Salomón. Delmismo modo los pajarillos se le presentan envueltos en la constante y delicada atención del Padrecelestial, que los alimenta sin que tengan necesidad de sembrar ni segar. Para Cristo el universo noes primeramente el conjunto de cosas destinadas a satisfacer las necesidades del hombre, ni elorden admirable de las leyes de la naturaleza, desde la materia hasta el instinto, ni la armoníapoética que encanta los ojos; es, ante y - todo, el lenguaje viviente del Padre, el despliegue de subondad. Jesús, que conoce tan bien al Padre y no busca sino a El, Le encuentra inmediatamente encada pormenor del universo, y siente en ese descubrimiento un intenso placer. Más profundotodavía es su gozo al encontrar al Padre en los hombres. El, que enseña a sus discípulos a nodesdeñar las flores y los pájaros, les invita mucho más a no menospreciar, entre los hombres, a 'lospequeñuelos y los débiles. "Guardaos no menospreciéis a uno de estos pequeñuelos, porque enverdad os digo que sus ángeles en los cielos ven sin cesar el rostro de mi Padre, que está en loscielos([5])". Se diría que el rostro del Padre, contemplado por los ángeles de los niños, imprime sureflejo en el de éstos y lo hace sagrado. Y si Jesús enseña a sus discípulos a hallarle en los pobresy desgraciados, ¿no es porque El mismo distingue en esos infortunados la presencia del Padre,como se reconoce en un rostro., humano el semblante paterno, y los trata con el respeto y ternura

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que tal semblante requiere. Pero Jesús goza sobre todo al encontrar al Padre en el fondo de las.almas. Los movimientos de fe que suscita a su alrededor son fruto del trabajo paterno, y en elimpulso de los corazones humanos que se dirigen hacia El reconoce la acción invisible del Padre:"Nadie puede venir a Mí si no le trajere el Padre, que me envió([6])". Cuando en el camino deCesárea, Pedro, al ser preguntado qué piensa de la persona de Jesús, proclama su fe declarando"Tú eres el Mesías", el Maestro percibe inmediatamente en esa afirmación la presencia iluminadoradel Padre. Es como si Este acabará de hablarle por boca del apóstol. "Bienaventurado eres, SimónBar - Jonás, pues que no es la carne y la sangre quien te lo reveló, sino mi Padre, que está en loscielos([7])", Jesús se llena igualmente de júbilo al ver venir a él a sus pequeñuelos, que no sonparticularmente inteligentes ni eruditos; se llena de júbilo porque la mediocridad del entendimiento deellos pone de relieve el esplendor de la fe que les es dada, y patentiza más vivamente el origendivino de la misma. Distingue en ellos más manifiesta que en ninguna otra parte la operaciónmaravillosa del Padre, y queda transportado. "En aquella hora se estremeció de gozo en el EspírituSanto, y dijo: "Bendígote, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque encubriste esas cosas a lossabios y prudentes y las descubriste a los pequeñuelos([8]). Bien, Padre, que así ha parecido bien entu acatamiento," El evangelista señala que Jesús siente el estremecimiento de gozo" en el EspírituSanto". Amor que une al Hijo con el Padre, el Espíritu Santo hace que el corazón de Cristo sedesborde al encontrarse con la bondad paterna, Antes de clamar desde el fondo de las almascristianas

"¡Abba!, ¡Padre!([9])", el Espíritu lanzó ese clamor desde el corazón mismo de Jesús. PeroCristo no manifiesta su entusiasmo, sino que explica el motivo profundo: "Ninguno conocecabalmente al Hijo, sino al Padre, ni al Padre conoce cabalmente alguno' sino el Hijo y aquel a quienquisiere el Hijo revelado([10])". Para reconocer en el hombre que es Jesús al Hijo de Dios, hay queser el Padre, el que conoce al Hijo desde toda la eternidad. Es, pues, el Padre quien suscita losactos de fe en Cristo. Y para reconocer al Padre en las criaturas de este mundo, y especialmentecon los actos de los creyentes, hay que ser el Hijo, haber conocido al Padre desde toda laeternidad. Por eso, en virtud de su conocimiento eterno del Padre, Le reconoce Jesús en esoshombres humildes que se adhieren a El, y ésa es la chispa que Le hace prorrumpir en un himno deacción de gracias, transformándose al punto el reconocimiento intelectual en reconocimientoafectivo. No comprenderemos todo el patetismo de ese reconocimiento si no vemos desplegarse enél la fuerza de una visión eterna que horada la opacidad de las cosas terrenas.

Desamparo y unidad

Esa tensión de Cristo, tan sensible a los toques paternos a través de las cosas y los hombres,pone de relieve la viveza del padecimiento que constituyó para El, en la Pasión, el desamparo delPadre. Cuanto se había estremecido de gozo al encontrar esa presencia inolvidable, otro tanto sesiente, en su agonía, triste hasta la muerte, porque el Padre no le manifiesta ya de maneraperceptible su afecto y complacencia. Y, en el suplicio de la cruz, ese tormento de la ausencia lehace lanzar un clamor de indecible angustia: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me desamparaste?" Uncorazón que siempre ha estado lleno del Padre y ha sacado de El la sustancia de suspensamientos, la fuerza de su acción, el desarrollo de sus emociones y sentimientos, se halla, enmedio de la más cruel prueba, vaciado de repente de ese Padre tan amado. Es como si todo su mundo interior se desplomara, como si Jesús perdiera el apoyo sobre el que descansa toda su vida,como si un abismo se hubiera abierto allí donde siempre ha reinado la plenitud. El desamparo delPadre es la gran tortura de Cristo, incomparablemente más viril y aguda que todos los demásdolores físicos y morales. De ella proviene la hora de las tinieblas.

Y, sin embargo, en medio de este desgarramiento íntimo, verdaderamente trágico, la unidadcon el Padre se mantiene íntegra. Las palabras anteriores de Jesús conservan su valor: "El que meenvió está conmigo, y no me dejó solo, porque Yo hago siempre lo que le agrada( [11])". "¿No crees

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había dicho a Felipe que Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que Yo os hablo,de mi mismo no las hablo; mas el Padre, que en mí mora, El hace sus obras([12])". ¿No es la cruz loque agrada al Padre, su obra por excelencia?; y, por lo mismo, ¿no está presente el Padre en elCrucificado? El propio Cristo, se lo advirtió a sus discípulos: “Mirad que llega la hora - y ya hallegado - en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Mas no estoy solo, puesel Padre está conmigo([13])” En esta prueba suprema el Padre nota en Cristo más firmemente quenunca, de suerte que el momento del desamparo más terrible es igualmente el de la unión másinvencible.

Tocamos aquí e! misterio más profundo de! corazón de Cristo. Nunca hubiéramos creídoposible; - según nuestro modo humano de ver - que Jesús pudiera sentirse desamparado del Padre.Pero lo más sorprendente es que esa separación coincide con la unidad más estrecha. Cristo nosdemuestra que ese padecimiento tan cruel. del desamparo, que parecería naturalmente un fracaso yuna decadencia del amor, es en realidad su estimulante más vigoroso. De este modo abre camino amuchas experiencias místicas, en que el alma se siente desolada por la ausencia de Diosprecisamente cuando está sumamente próxima a él y esa misma desolación acrecientaconsiderablemente su fervor. Las tinieblas del Gólgota se perpetúan en esas noches en quécorazones enamorados de Dios parecen llamarle en vano; el Señor se oculta en ellos parapenetrados a fondo, se les esconde para adheridos más firmemente a sí mismo, para tomarposesión de ellos. Sobre todo abre Jesús camino a la experiencia cristiana de la prueba,mostrándonos cómo, el amor se ahonda hasta el máximo en el sufrimiento. En la hora en que elamor es más desgarrado y desgarrado, se hace más intenso y unitivo. Cuando el hombre sufre,adquiere conciencia de amar más auténticamente. Arrancado a la persona a quien ama, siente, siacepta generosamente la separación, que la ama más, que su unión con ella se profundiza. Seencuentra introducido por su sacrificio en una forma de intimidad superior. Cristo nos hace ver quesemejante sufrimiento no está fuera de lugar en el amor más noble y puro que pueda inflamar uncorazón humano: su amor al Padre.

Por el ejemplo de Jesús nos damos cuenta de que el sufrimiento no tiene solamente un efectobienhechor a causa del egoísmo humano que está encargado de purificar. Consume ciertamente elpecado, posee un valor expiatorio y redentor, pero - corno lo atestigua la vida de Cristo - no es sólouna purificación que preludia e! amor, pues que Jesús, por su inocencia, no podía ser sometido apurificación. Es fruto del amor, y fruto que multiplica ese mismo amor, aumentándolo hasta el límite.El vacío del desamparo crea una llamada. ¿Hay ímpetu más ardiente que la oración de Getsemaní,en que Jesús se aferra al Padre con toda la fuerza de su alma dolorida? Y en la cruz es todo elpecho del ajusticiado el que se alza en el clamor lanzado hacia el Padre: « Eloí... "; clamor amantede fervor indecible, tanto más ardiente cuanto está más angustiado. El sufrimiento es, pues,constructor del amor, y el corazón humano de Cristo, arrancado y unido a su Padre, queda como elsímbolo más fundamental y decisivo de ello.

Don del Padre

Jesús, no guarda para sí a ese Padre que es el móvil de toda su vida terrena: El Verbo hatomado un corazón humano para poder comunicar con los hombres a Aquel a quien ama. El reino deDios que viene a instaurar en la tierra consiste en la extensión universal de la paternidad del Padre.Si Jesús habla tan a menudo del Padre a sus apóstoles, si hace que le admiren, es porque,sencillamente, quiere dárselo.

Enseña a sus discípulos cómo deben en lo sucesivo dirigirse a Dios en sus oraciones: "Padrenuestro, que estás en los cielos..." Sólo Cristo podía autorizar a los hombres tal audacia con esetítulo que nos invita a dar a Dios, obra una verdadera revolución. El Antiguo Testamento tenía, sin

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duda, idea de su bondad paternal, pero nunca hasta entonces se había osado abordar en lassúplicas al Dios trascendente y lleno de majestad con el simple apelativo de "Padre nuestro". Elprimer movimiento del hombre que se llegaba a prosternarse ante la divinidad ;era el retraimiento dela adoración y hubiera parecido presuntuoso invocar directamente a un Padre. Se intentaba atraer labenevolencia divina anonadándose en el más profundo homenaje a su absoluta soberanía. Cristo leda otro aspecto es la autoridad de un Padre y, si se quiere obtener sus favores, es a su amorpaternal a lo que hay que apelar ahora.

Junto con el Padre, Jesús quiere comunicamos su propio corazón filial. En la oración cuyaspalabras nos dicta, nos inculca una doble actitud respecto del Padre celestial. La actitud primordialconsiste en querer la glorificación del nombre de Dios, la venida en torno a ella se han librado o selibrarán los combates mis violentos de su vida - el del desierto y el de la agonía -, en que Él ha hechoo hará triunfar la voluntad paterna.

Una vez asegurada esa disposición fundamental, Jesús quiere formar a sus discípulos en laconfianza, en el abandono de sus cuidados al Padre celestial, y les invita a pedir el pan de cada día.Sabe que el hombre no cree fácilmente en la bondad divina, que se siente tentado a desconfiar deun Dios vengador, a rebelarse contra un Dios cruel. Hasta se halla trabajado por un instintoperverso que le hace temer recibir de Dios males y calamidades como respuesta a sus peticionesde ciertos bienes terrenos. Esas desconfianzas frente a la bondad divina se manifiestan repetidasveces entre los que rodean a Jesús. El replica afirmando categóricamente la bondad del Padrecelestial, y en el vigor de la réplica advierte que le hieren en lo vivo: ¿no es eso atribuir a Dios una;maldad que repugnaría al más miserable de los padres humanos? “O quien habría entre vosotros aquien su hijo pidiere pan..., ¿por ventura le dará una piedra?; o también le pidiere un pescado, ¿porventura le dará una serpiente? Si, pues, vosotros, con ser malos, sabéis dar dádivas buenas avuestros hijos, ¿ cuánto más vuestro Padre celestial dará bienes a los que se los pidieren([14])?".Para hacer comprender esa bondad paternal, que El contempla en su esplendor y que los hombrestienen dificultad en percibir, Cristo multiplica las comparaciones: si un hombre se toma la molestia desatisfacer a un amigo de su reino, el cumplimiento de su voluntad. Los labios de Jesús tiemblan degozo cuando imprimen en la memoria de los apóstoles ese triple anhelo que ha dominado toda suexistencia tenían y que llegará a ser la oración de muchas generaciones. E1I esa petición seexpresa la aspiración única de su corazón importuno, si un juez sin fe ni ley cede a las repetidasinstancias de una pobre viuda, ¡con cuánta mayor razón se dejará Dios conmover por nuestrasoraciones! Y como todas estas parábolas son insuficientes para expresar realidad tan alta, Cristoda a los hombres un espejo perfecto de la bondad del Padre: Su propia bondad. Ahí se descubre laverdad esencial que toda su Encarnación tiene por fin dar a conocer el amor del Padre a loshombres. Si Jesús recomienda a los discípulos la oración de petición, es porque ella implica laconfianza en ese amor.

Y quiere que esa confianza sea sin límites, semejante a la que Él mismo ejercita. Al comunicara los hombres su afecto filial, les transmite un privilegio cuyo único poseedor - hubiérase creído -debiera ser Él. Jesús poseía la garantía de que sus oraciones eran escuchadas: "Yo ya sabía quesiempre me oyes([15])", dice al Padre en el momento de resucitar a Lázaro. Mas nos invita, nos obligaa que pronunciemos a nuestra vez esa misma frase, porque comparte con nosotros la certeza deser escuchados: "Pedid, y se os dará...". De esta manera ya no nos permite dudar de la bondad delPadre.

Más aún: nos la propone particularmente como ejemplo. Quiere que reflejemos al Padre comoEl le refleja: "Seréis, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto([16])". Ahorabien, este precepto mira propiamente - según el contexto- a la bondad divina: "Amad a vuestrosenemigos para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos por cuanto hace salir el solsobre malos y buenos y llueve sobre justos e injustos([17])". La perfección del Padre está, pues –

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según el dicho de Jesús -, en el amor universal que tiene aun para aquellos que le han ofendido y delque se hacen imitadores los hombres amando a sus enemigos. Cristo buscó siempre, durante suexistencia sobre la tierra , la irradiación del Padre en el mundo y en los hombres: su anhelo escontemplar la imagen perfecta del Padre en los que perdonan y aman a sus enemigos, Ahí está elgran triunfo de Cristo: en trasladar a los rostros humanos el semblante del Padre, en hacer queaparezca en ellos su bondad infinita

Comunicándonos así al Padre y su amor, Jesús nos pone de manifiesto el fondo de su propiocorazón. Hacer que su Padre sea nuestro Padre es el fin de su permanencia en la tierra, porque enla filiación respecto del Padre están contenidos la salvación y perfección del cristiano y todo el frutode la Redención. En Ja cruz, en el momento en que se lo entrega todo entero y nos lega a su Madre,nos da ante todo al Padre celestial. En la hora en que abandona este mundo, su padre se conviertedefinitivamente en nuestro Padre. Por eso dirá, luego de resucitado, a María Magdalena: "Ve a mishermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre([18])".

Llama hermanos suyos a los discípulos para indicar bien su realidad de hijos del PadreCelestial, y declara expresamente: "Mi Padre y vuestro Padre", Y el primer mensaje que les dirigedespués de su victoria les trae la seguridad de la paternidad de Dios, Aquel a quien el Verbocontemplaba desde toda la eternidad era "su" Padre; Aquel a quien Jesús vuelve a encontrar paratoda la eternidad después de su Resurrección y Ascensión, es " su" Padre y "nuestro" Padre. Subea sentarse junto a Él para preparar lugar a sus discípulos, hablarle de ellos, y atraer sobre losmismos los favores paternales. En adelante tratará con Él como con nuestro Padre. Los hombreshan hallado sitio en su intimidad, la más estrecha, intensa y efusiva de las intimidades. Jesús los haintroducido en su diálogo eterno con el Padre, los ha hecho entrar en el intercambio de amor paternoy filial; los ha metido en lo más hondo de su corazón, un corazón esencialmente vuelto hacia elPadre.

Capítulo II

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CORAZÓN ENAMORADO DE SU MADRE

El silencio de JesúsMuy diferente del amor al Padre se nos presenta el afecto de Jesús a María. Mientras que, en

la enseñanza a sus discípulos y hasta en las disputas con sus enemigos, no cesa de proclamar loslazos íntimos que le unen con el Padre y de remitir a Este toda la gloria de su empresa mesiánica,de sus discursos y milagros, deja sistemáticamente en la sombra la persona de su Madre. Ni unasola vez - al menos en las palabras que nos refieren los evangelistas - hace directamente su elogio.Reconoce, con insistencia que brota de su corazón filial, que todo lo ha recibido del Padre; y, encambio, no menciona como debe a María y a su educación materna. Ciertamente tiene concienciade su deuda inmensa para con Ella, pero, sin embargo, Él, tan penetrado de todas las delicadezasdel afecto y la gratitud, nada dice de ello. Los discípulos no sospechan la grandeza de María: Laconsideran con cierto respeto, pero sin profesarle la admiración a que tiene derecho. Sólo hay unoque puede iluminarlos acerca de esa grandeza: Jesús conoce el privilegio singular de la InmaculadaConcepción, y, durante su permanencia en Nazaret, ha tenido tiempo de descubrir y gustarexperimentalmente las bellezas inauditas del alma de su Madre. Sólo Él puede hacer comprenderlas riquezas de su corazón, su alteza de miras, el ardor de su amor a Dios, el esplendor de sudestino. Pero no lo hace. Ni una palabra, para enaltecer a María, por ensalzar a la cual hará tanto,la Iglesia en el decurso de los siglos. Adopta, con respecto a Ella una actitud deliberada de silencio.Actitud deliberada – decimos -, porque es tan constante que no puede ser atribuida al azar de lascircunstancias. Jesús no quiso hablar de su Madre.

¿Es ello señal de poco afecto? De ningún modo, porque, e1 amor de Cristo a su Padre esperfecto, el que profesa su Madre participa de la misma perfección. Aquel cuya vida entera seresume en el amor, que mostró un corazón tan afectuoso y sensible para con los hombres, cómohabría podido no tener más que un lánguido cariño a su Madre, cuando, en general, el amor con quelos hombres aman a sus madres tiene tal viveza e influjo? Cristo amó a María con todas las fuerzasde su corazón de hijo y hombre. Pero ese afecto era de otro orden que el que le animaba para conel Padre. Era un amor silencioso, que temía – diríamos - mancharse y perderse si se exteriorizaba,y que guardaba un pudor muy exigente de su intimidad. Ya el estado normal de las relaciones de unhijo con su madre explicaría ese silencio. ¡Cuántos hombres prefieren no hablar nunca de su madre,y guardar en su corazón un afecto que juzgan demasiado profundo para expresado y confiado aotro! Les parece que exponer a miradas ajenas el secreto de su amor filial sería profanado. Aunqueadmiran a su madre no intentan comunicar esa admiración; saben que su madre es admirable, y esoles basta. Por otra parte, les sería muy difícil hacer participar a otros de su impresión, ya que estáhecha de un conjunto de contactos personales, imposibles de transmitir.

Cristo habría chocado con la incomprensión, tanto más cuanto que la revelación de la grandezade María hubiera sido prematura. Los entendimientos no estaban preparados todavía para recibir talverdad. Habrían de percibir primeramente la grandeza de Jesús mismo, y adherirse al misterio de sudivinidad, para poder luego reparar en la belleza excepcional de la persona de María. Ciertamente aCristo Le hubiera gustado hacer llamar a la Virgen" Madre de Dios", pero ¿cómo otorgarle ese título,cuando el mismo se veía obligado a no revelar sino con la mayor prudencia su calidad de Hijo deDios, y a tomar más comúnmente el título de "Hijo del hombre?" No podía, pues, hacer otra cosaque guardar en su corazón la inmensa admiración que profesaba a su Madre. Pero hay además otra razón que justifica la actitud de Jesús: guardando silencio. Se conforma

al gusto personal de María. No habría agradado a la Virgen que su Hijo hiciese de Ella grandeselogios, y toda publicidad. Le habría sido penosa, siempre quiso pasar inadvertida, y siguequeriéndolo. Hay en ella un instinto de mujer de casa, que la aparta de toda actuación pública: Sesiente hecha para rodear de afecto a los seres que ama y darles un hogar donde puedandesarrollarse en un ambiente de felicidad sencilla. Durante la vida pública de Jesús intentará

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prolongar ese hogar y esa atmósfera de afecto yendo a veces al lado de su Hijo, señalada. mente ala hora del suplicio, en que reconstituirá con Él la intimidad de Nazaret. Ahora bien, para que ellapueda – desempeñar –ese papel, es necesario que quede oculta a las miradas, en la esfera de lasrelaciones privadas. Es la penumbra que le permitirá cumplir hasta el fin, hasta la cruz, susfunciones maternales. A ese instinto de mujer y de madre el Espíritu Santo añadió las inspiracionesde su gracia. Puso en el corazón de María un profundo deseo que concordaba plenamente con suamor maternal, el de eclipsarse ante su Hijo. Ya desde la vida oculta de Este dirigió ese deseo demanera que el desarrollo de Jesús en nada fuese, estorbado por un afecto materno demasiadomonopolizador. Cuando el ministerio apostólico del mismo, María experimenta, más que cualquierotra mujer, la necesidad de desaparecer detrás de su Hijo. Sabe que Jesús tiene que llevar a cabola más alta misión, y toda su aspiración se endereza al triunfo mesiánico de Este, triunfo en que Ellapueda olvidarse enteramente para festejar y honrar a su Hijo. No pide, pues, otra cosa quepermanecer en su oscuridad de mujer corriente, en la insignificancia de su condición.

Jesús respeta ese deseo tan hondo de su Madre. No quiere alarmar su humildad. Puestoque ella ama el silencio, la dejará en él. Se abstendrá de proclamar su grandeza. El Espíritu Santo,que inspiró a María ese amor al silencio, sabría bien, con el tiempo, sacar de ese mismo silencio elmejor elogio y hacer surgir de la oscuridad la verdadera talla del alma de la Virgen. Realmente pocascosas nos ha dicho en los relatos evangélicos, pero se ha desquitado en las épocas posteriores,orientando la tradición de la Iglesia hacia una comprensión cada vez mayor y una exaltación cadavez más vibrante de la persona y función de María. Cristo deja, pues, al Espíritu Santo el cuidado deproclamar las glorias de María.

Pero El mismo da pábulo a ese trabajo, dejando adivinar la grandeza de María con mediaspalabras y con hechos significativos. Su primer milagro lo realiza a petición de su Madre,subrayando que es únicamente esa petición lo que le decide a adelantar la hora de sumanifestación. Y en la cruz, al dársela por Madre a Juan, la hace Madre de todos los hombres.

Dureza aparenteSin embargo, de las relaciones que tiene con su Madre, y precisamente de las medias palabras

y hechos que nos refiere el Evangelio, puede nacer la impresión de cierta dureza de Cristo para conMaría. Se diría que en bastantes ocasiones quiere dad e una lección. Cuando, a la edad de doceaños, se sustrae a la autoridad de su Madre y es encontrado por ellos en el Templo, responde a suqueja en tono categórico: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que había yo de estar en casa demi Padre([19])?", ¿No es eso darle a entender que no ha hecho bien en buscarle? En Caná, cuando.María le sugiere que obre un milagro, su réplica no parece más tierna: "¿Qué tenemos que ver tú yyo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora( [20])". ¿No se advierte en ese lenguaje una rigidezintencionada? Más tarde, cuando María y sus parientes vienen a verle y, en la imposibilidad deabrirse camino a través de la turba, le mandan recado de su llegada, su respuesta parece mássevera todavía, porque, lejos de manifestar la alegría que era de esperar y apresurarse a acoger asu familia y sobre todo a su Madre, declara su intención de que darse en medio de una turba en laque ha hallado una nueva familia: "¿Quién es mi madre y mis hermanos?» Y, recorriendo con lamirada a1 los que están sentados en círculo a su alrededor, dice: "Ahí tenéis mi madre y mishermanos. Pues el que hiciere la voluntad de Dios, éste es mi hermano y hermana y madre([21])".¿No es esto rebajar a su Madre al nivel de cualquier mujer de la turba y rehusarle el afecto especiala que Ella tiene derecho? En fin, cuando una mujer del pueblo quiere hacer un elogio público a sumadre, El desvía ese elogio. "Bienaventurado el seno que te llevó y los pechos que mamaste. El dijo:Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan([22])”. Se diría - almenos según estos trazos evangélicos - que Cristo se niega a conceder un trato especial a suMadre, tanto en su afecto como en sus alabanzas y favores, y que, cuando Ella interviene en su vidapública, El rechaza su intervención.

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No sólo parece darle lecciones y encerrarse en una reserva que confina con la frialdad, sinoque le inflige dolores. Habría podido ahorrarle la honda pena que le causó quedándose en el Templodurante tres días. Pues bien, lejos de excusarse, justifica de manera enigmática su conducta. ¿Nohabría podido a la vez cumplir la voluntad del padre y evitar el dolor de su Madre? Por su respuestaparecería que ese dolor le deja insensible. Algunos podrían pretender además que le hubiera sidoposible arreglarse de tal suerte que su madre no estuviera presente a su suplicio; con lo que habríaahorrado a ésta el padecimiento más agudo de su existencia.

Tales son las objeciones que levantan los textos evangélicos contra el afecto plenamente filialde Jesús a María. Pero en realidad proceden de una interpretación demasiado parcial de losepisodios, de una inteligencia demasiado sumaria de las palabras de Cristo.

Digamos al momento que Jesús nunca se mostró duro para con su madre, que no quiso darle

lecciones, que no le causó más dolores que los que eran inherentes a su papel de Madre delRedentor.

"¿Por qué me buscabais?"Si a la edad de doce años se sustrae por tres días al afecto de su Madre para estar en casa de

su Padre", y le ocasiona con ello una gran pena es porque quiere prepararla para la gran privilegiodel Calvario, en que será arrancado a su amor para ir al Padre, y no le será devuelto sino al tercerdía, después de la Resurrección. Este pequeño episodio de la pérdida en el Templo es unaprefiguración del drama de la muerte. Jesús no es insensible al dolor de su Madre, como no lo serácuando, clavado en la cruz, la vea gemir a su lado. Pero sabe que causándole ese padecimiento,que desearía poder ahorrarle, la establece en su papel de participación maternal en la Redención.Tiene confianza en el valor de María para asumir íntegramente ese papel, y, al sumergirla en laaflicción, está seguro de su indefectible valentía para soportada. Al traspasar el corazón de suMadre, traspasa su propio corazón pero lo hace audazmente, conforme a la voluntad del Padrecelestial. y da a entender a María que se ha sustraído a Ella no por casualidad o por capricho, sinocon una intención bien deliberada: pertenecer al Padre. Introduce así su inteligencia en el misterioen que su corazón maternal acaba de participar. María no comprendió de momento pero retuvocuidadosamente la frase esforzándose por penetrarla poco a poco, y esperando losacontecimientos que le descubrirían por completo su sentido. Lejos, pues, de cavar un foso entre suMadre y El, Jesús la aproxima a sí, asociándola, como por anticipado, a su obra redentora, yhaciéndola entrar en las profundidades de su filiación divina y de sus relaciones con el Padre.Adiestra a su Madre para que suba más arriba en su abnegación maternal y la prepara ya para susacrificio, su afecto a ella no le lleva a evitarle todo padecimiento, sino a hacerla soportar de todocorazón el que el Padre le destina. El Padre mismo, por la predicción de Simeón, había ya hincadoen el corazón de María una espada de dolor; Jesús aviva y ensancha la herida con el fin deasegurar la máxima unión de su Madre a su futura Pasión, Su desaparición en el Templo no es,pues, un ademán de separación, sino de unión más profunda.

En su respuesta no da lección alguna a María, en el sentido de que no le dirige ningúnreproche. ¿No es reacción legítima, y hasta deber, de su corazón materno buscar al Hijo perdido? Yuna vez hallado, ¿no tiene derecho a pedirle explicación de su conducta? Advirtamos, por otra parte,que no condena a Jesús; Le conoce demasiado bien para no sospechar que en esecomportamiento extraño debe de haber una razón oculta. Por eso se contenta con hacer unapregunta, que su angustia, apenas superada, vuelve anhelante: "Hijo mío, ¿por qué lo hiciste así connosotros? . . . ". En todo esta conducta de María nada hay reprensible, todo es hasta exigido por sufunción materna. Por eso Jesús no la reprende, ni podría reprenderla. A la pregunta de ella le haceresponder con otra pregunta “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que había yo de estar en casade mi Padre?” Este signo de interrogación abre la puerta del misterio. Ciertamente hiere a María,

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mas para iluminarla, y no para reprenderla. Quiere, no hacer patente la ignorancia de su Madre, sinoelevar a Esta a una comprensión más alta. Es que, en efecto, el alma, de María no es un bloqueinmutable, definitivamente, cincelado por el Espíritu Santo desde el primer instante de su existencia;sino que debe desarrollarse, adentrarse cada vez más profundamente en el misterio de su Hijo, yadquirir poco a poco una visión más precisa de sus funciones maternales, que la conducirán alCalvario. Su inteligencia y su amor deben desenvolverse progresivamente según el plan divino conla escena del Templo, Jesús da un gran impulso a ese desarrollo.

“¿Qué tenemos que ver tú y yo?”Los bodas de Caná marcan, otra etapa en dicho desarrollo. La respuesta de Jesús a su madre

debe ser interpretada en función de todo el episodio. No es el apelativo" mujer" lo que pudierarevelar frialdad o dureza, porque Jesús se servirá de él en un momento en que su amor filial tendrásu invención más sublime, al confiar a María al cuidado de Juan: "Mujer, he ahí a tu hijo," "Mujer" nopuede manifestar sino cariño matizado de cierta solemnidad, pero las palabras “¿Qué tenemos quever tú y yo” parecen más adustas. Se ha hecho advertir muy justamente que la verdadera actitud deJesús depende del tono con que las pronuncia: el Evangelio nos da un texto, no nos describe unsentimiento. El Padre Lagrange nota a propósito de una expresión árabe análoga: "Es una palabracuya significación está en el acento que en ella se ponga." No conocemos directamente el acentoque Jesús puso en su respuesta pero nos es posible adivinado por el contexto.

Jesús acaba de inaugurar su vida pública, que ha trastornado sus relaciones con María: desdeahora no se halla ya en el hogar, al servicio de su Madre; sino que se conduce de maneraindependiente, y se consagra a la gran empresa mesiánica. Y he aquí que: en Caná María intervieneen el desarrollo de esta empresa, implorando de su Hijo un milagro. Esto parece perturbar los planesdivinos: la hora del primer milagro, hecho importante que debe provocar la fe de los apóstolesrevelándoles los poderes mesiánicos de Jesús, ha sido determinada por el Padre. Por tanto parecelógico y conveniente desechar semejante intervención de María en la vida pública de Jesús. Cristomismo formula esa objeción tan natural: "¿Qué tenemos que ver tú y yo, mujer? Todavía no hallegado mi hora." Pero, ¿ la formula como definitiva? ¿Y transforma la objeción en repulsa?

Más tarde, a la súplica de la cananea contestará con una frase aún más dura en apariencia, y,sin embargo, estará decidido a concederle el milagro, y no deseará otra cosa que probar su fe. Aquíprueba la fe de su Madre. Y ésta no se engaña acerca del sentido de las palabras que se le dirigen;comprende inmediatamente que se trata de una negativa aparente. Por ello, con una sonrisaconfiada, se vuelve a los sirvientes: “Todo cuanto él os diga, hacedlo”. En el acento de la respuestade Jesús ha reconocido la aceptación pronta de dejarse ver, el movimiento de un corazón filial queno se yergue sino para mejor rendirse a su Madre. Y su intuición materna vese confirmada almomento por la. realización del milagro.

En lugar de poner entre María y El la barrera de una objeción decisiva, Cristo quiere estrechary manifestar su unión con Ella expresando la objeción, y pasando por encima de la misma. Deseamostrar que tiene plena conciencia del problema planteado por la petición de su Madre; consideraque está en juego el principio general de la intervención de María en su obra redentora. Si nohubiera hablado de ese modo, habríase podido creer que concedía un favor ocasional, porexcepción, sin intención de zanjar una cuestión de principio. Pero, dado que ha puesto en juego elpoder de su Madre de interceder ante Él para modificar el desarrollo de su vida pública, es esepoder lo que reconoce al realizar el milagro. María no pedía sino un favor, mas Jesús respondeadjudicándole el derecho de solicitarlo, y extiende así su actuación maternal a toda la obramesiánica. Confirmará definitivamente esa ampliación de su función maternal cuando, desde la cruz,La constituya Madre de la Humanidad. "Pero ya en Caná, al comienzo de su ministerio apostólico,sanciona ese su papel de Madre y Mediadora, efectuando a ruego suyo un milagro que le manifiestacomo Mesías y provoca la fe de los apóstoles., y apresurando así la hora de la Revelación. y con

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ello hace comprender a María toda la grandeza de su poder maternal, todo el alcance de su misión.Lejos, pues, de rebajar a su Madre, Jesús la elevó a una conciencia más dará de una tarea

más alta. Lejos de desairarla, le abrió más ampliamente la puerta de su corazón, asociándola a suobra apostólica. Pero como sabía que a María no le gustaban los honores ni las proclamacionessolemnes, y quería guardar con ella el modo sencillo de sus relaciones de intimidad, procedió demanera sutil y velada, con palabras bastante enigmáticas que preservaran la humildad de su Madre.María comprendió inmediatamente esas palabras, que a los testigos de la escena debieron deparecer poco inteligibles, y para el lector de hoy serían desconcertantes si no fueran acompañadasdel hecho del milagro; que les confiere su verdadera significación. Bajo la cáscara de su aparentedureza contienen toda la delicadeza de un corazón filial que quería honrar a su Madre, reconocerlesu potestad y concederle un triunfo sin .alarmar su sencillez, sin lastimar el pudor de su vida oculta.

“Ahí tenéis mi madre y mis hermanos”Cuando, a la llegada de su Madre y primos, Cristo designa a sus oyentes que hacen la voluntad

de Dios como su hermano y hermana y madre, no quita nada a María. Lo que quiere mostrar es quesu deber de apostolado está por encima de las obligaciones que tiene para con sus parientes, y quesu vida pública le ha dado una nueva familia. Más exactamente todavía, proclama que losverdaderos lazos que entrañan para Él deberes de afecto son los que se fundan en el cumplimientode la voluntad divina. Hay en ello una réplica a sus primos, porque - según el evangelio de SanMarcos - intentaban un ardid para que Jesús interrumpiera su actividad pública y retornara a susapacibles ocupaciones de Nazaret. No creían en Él ni en su vocación mesiánica; juzgaban quehabía perdido la razón, que se había vuelto loco([23]). Pero, aun antes de acceder a unaconversación particular con ellos, Cristo, con su declaración a la turba, les hace comprender lainutilidad de su artimaña. Para en adelante Él se debe a otra familia, y no le arrancarán de supredicación. Y da en seguida la prueba de ello continuando sus discursos. En su réplica daigualmente a entender a sus primos que no podrán reanudar con El sus lazos de íntimo afecto sinosometiéndose a la voluntad divina, que los conduce a la fe. Haciendo un ademán con la mano paraindicar la turba de sus oyentes, opone su docilidad a Dios a la incredulidad de sus primos, y señala aéstos el modelo a seguir. Pero las mismas palabras que son reproche para sus primos sonaprobación para María, porque si bien han venido juntos a Jesús, ha sido con sentimientos muydiferentes. La Virgen no ha podido admitir jamás que su Hijo sea víctima de la locura, ni conspirar aldesignio de hacerle volver a casa. Si acompaña a los demás parientes es para apartarlos finalmente de su proyecto y proteger a Jesús contra el intento de ellos. Corre junto a su Hijo en unmomento en que pesa sobre El una amenaza, como más tarde querrá estar a su lado cuando seaescarnecido y abandonado de todos; en las horas críticas de la vida de Jesús su instinto materno ledicta que vaya junto a El. Tal vez los primos desean utilizar esa presencia de María para mejor traera Cristo a sus miras, y le mandan recado de que su Madre está allí, con ellos. Pero Jesús frustraesa astucia, replicándoles que toda mujer que hace la voluntad de Dios es su madre. Con ellorealiza la esperanza de María, que aguardaba de su parte una respuesta más firme, ysecretamente, en un lenguaje que sólo sus dos corazones comprenden, le rinde homenaje: ¿no esElla la mujer que mejor ha cumplido la voluntad divina?; aún más: ¿no ha venido a El para que esavoluntad se realice íntegramente en la prosecución de su obra mesiánica? María era en cierto mododos veces Madre suya: le había engendrado y educado, y hoy hacía más que nunca la voluntad deDios.

Jesús mostraba a sus primos el ejemplo de los que escuchaban su palabra y creían en El.¿También a su Madre debía presentárselo? ¿No había sido la primera en escuchar su" palabra ycreer en El? Señaladamente había probado su fe en Caná; donde, aun antes que Jesús hubierarealizado milagro alguno, había tenido confianza en su poder milagroso, precediendo así a todos losactos de fe de los apóstoles y de la turba.

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Así, pues, negándose al intento de sus parientes, Jesús daba la razón a su Madre, que queríahacerla fracasar; y acusando disimuladamente a sus primos de no conformarse a la voluntad deDios, hacía un elogio discreto y velado de la fidelidad absoluta de María. Sus palabras hallaban biendiversas aplicaciones según las disposiciones de alma de aquellos a quienes se referían.

"Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios"También se interpreta generalmente corno un elogio a María la respuesta de Jesús a la mujer

que había proclamado bienaventurada a su Madre: "Bienaventurados más bien lo que escuchan lapalabra de Dios y la guardan." Con ella define la verdadera grandeza de María, que no consiste enlos lazos carnales de su maternidad, sino en su entrega completa a Dios. Y protesta contra unafalsa concepción de las ventajas que podría valerla el triunfo mesiánico de su Hijo. Los querodeaban a Jesús tenían la opinión de que cuando un hombre se elevaba a un puesto socialhonroso, que le confería un poder, era natural que se sirviera de su posición para hacer medrar sufamilia y amigos; y aplicaban ese principio al Mesías, a quien correspondería un poder supremo deorden terreno. Tal era el pensamiento de los apóstoles, que disputaron bien a menudo, hasta la horade la Pasión, sobre quién ocuparía el primer lugar al lado de Jesús. Tal era igualmente el parecer delos primos de éste, que le incitaban a presentarse en público para granjearse una popularidad queles habría beneficiado. Cristo rechazó siempre esas tentativas para que torciera en provecho desus parientes o amigos la instauración de su reino mesiánico. Declara si los apóstoles quecorresponde al Padre asignar a cada uno su lugar en ese reino y que, por tanto, no tienen queesperar favoritismos ni confiar en intrigas. El

único privilegio que les concede es el de ser asociados más estrechamente a su Pasión, el depadecer más. A Santiago y Juan, que solicitan los puestos de honor, les pregunta: "¿Podéis beber elcáliz que Yo voy a beber([24])?". Esa es toda la ventaja que les ofrece.

Con ello quiere dar a entender que en su reino no hará concesión alguna a un egoísmofamiliar, ni siquiera en beneficio de su Madre. María no gozará de ninguna privanza o favor por elque Dios, tolerando en ella lo que condenaría en los demás, le haría más fácil el acceso al reino conmenores exigencias. La felicidad que Cristo ha venido a traer a la Humanidad lleva consigo lamisma condición fundamental para todos, incluso para María: escuchar la palabra de Dios yguardada. El valor y mérito de la Virgen, y el lugar que le está destinado en el reino, están enproporción de su fidelidad en seguir la palabra divina. Lejos de suministrar a su Madre un medio delibrarse de esa obligación y sus penosas consecuencias, Jesús la condujo por ese camino hasta lospadecimientos más atroces. A su Madre, más aún que a sus apóstoles, reservó el único privilegiode tomar parte más íntima y dolorosa en su Pasión. Es decir, que no tuvo, en su amor a Ella,ninguna condescendencia egoísta. Y a oyentes que hubieran podido creer en talescondescendencias, a una mujer que acababa de proclamar bienaventurada a su Madre, mostraba laimparcialidad absoluta de su amor, que no rebajaba para esa Madre querida las condiciones divinasde la bienaventuranza. Recordando esas severas exigencias, rendía homenaje a María, quehabía respondido a ellas íntegramente. Colocándola al nivel de los demás humanos, la elevaba porencima de todos ellos.

Elogio veladoSegún las palabras referidas por el Evangelio, Cristo no hace ostentación de su afecto filial a

María. Lo deja adivinar bajo exterioridades viriles. Las pocas frases cuyo recuerdo se nos ha,conservado tienen de común que revisten la apariencia de un reproche, de una repulsa, de unamenor estima, cuando en realidad - según el contexto o lo que sabemos de las disposiciones deMaría - insinúan una aprobación, un elogio, una asociación más íntima a su obra. El lector delEvangelio que se detiene en La primera impresión queda desconcertado; pero la reflexión le hacehallar la alabanza de María tanto más firme y sentida cuanto más discreta. No penetrad de laverdadera perspectiva de las relaciones de Jesús con su Madre sino quien trate de comprender el

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lenguaje del corazón, más sutil que el de los labios. Cristo guardó esa discreción hasta el final. En lacruz, cuando quiso constituir a María Madre de los cristianos, no hizo ninguna declaración solemne;dijo unas palabras sencillas que aparentemente no concernían sino a María y al discípulo amado:"Mujer, he ahí a tu hijo." Y en esas palabras hemos de adivinar su intención y buscar la maternidadespiritual de María. Mientras que había subrayado en términos claros y explícitos que su Padre erael Padre de todos los cristianos, sólo pronunció una frase no muy clara para dar a María por Madrea todos sus discípulos.

La diferencia se explica por el hecho de que, dado el carácter único y trascendente de susrelaciones con el Padre, Jesús debía usar en ese campo de un lenguaje más claro, mientras que lasrelaciones con su Madre pertenecían a un psicología humana que nos es fácil penetrar y podían,por tanto, ser expresadas con palabras veladas. Por otra parte, era el Padre quien formaba elcentro de la revelación hecha por Jesús, y debía aparecer en plena luz. Para no estorbar esa luz, nila que debía aureolar a Jesús mismo, María quedaba en sombra. Pero 'en esa sombra Cristo, consus palabras, ocultó expresamente un sencillo esplendor, y el instinto filial de los hombres, siguiendolas huellas del instinto filial de Cristo e iluminado por su Espíritu, se apresuraría a desenterrar eltesoro escondido y proclamar la grandeza de María.

IntimidadPodemos ahora reconstituir la conducta del corazón filial de Cristo, el desarrollo de su afecto a

María. Comenzó y se prosiguió en la oscuridad de Nazaret. Allí se formó ,tal intimidad como nuncala ha habido entre dos corazones humanos. Intimidad hecha de pocas palabras y mucho silencio,mantenida con los actos sencillos del amor. Por otra parte, más bien que hablar de intimidadformada entre dos corazones, deberíamos decir que hubo formación progresiva del corazón deJesús en la atmósfera cálida de un amor maternal, porque fue a María a quien correspondió la tareainaudita de formar un corazón humano al Hijo de Dios. Del mismo modo que fisiológicamente , esecorazón se había constituido en el seno de María y allí había comenzado a latir, psicológicamentese desarrolló en el ambiente de su afecto. El papel de María tiene alguna analogía con el del Padre,pues que Jesús recibió del Padre su amor divino, e inmediatamente de María su corazón humano.En la eternidad el Verbo estaba vuelto hacia el Padre con . una proximidad de ternura, sin cesar decontemplarle e impregnarse de El; ahora Jesús repetía la historia , en la condición humana, con unaintimidad que volvía su corazón de hijo hacia su Madre. Sus ojos se clavaban en María paracontemplarla y empaparse de su presencia, como la mirada del Verbo se había fijado en el rostro delPadre. Y la sonrisa que esbozaban sus labios al ver aparecer, y reaparecer a María, eracontinuación de su inmutable sonrisa ante el rostro paterno. Sabemos que Jesús se mostró muypropenso, en el curso de su vida pública, a reconocer la solicitud amante del Padre en las cosas ylos hombres; la captaba hasta en los pájaros y las flores y, sobre todo, en los impulsos de fe de lasalmas humanas. Pero, ¿qué alma podía recordarle mejor el amor del Padre que la de María? ¿Nohabía Ella. engendrado en la virginidad, como el Padre mismo, y no reproducía en todas susacciones el amor divino en que estaba inundada? Por eso, al mirada con sus ojos ingenuos de niño,Jesús se asombraba, siempre de descubrir en Ella al Padre. Cada nueva actitud "de Maríaprovocaba en Él la admiración del recuerdo; cada una de sus palabras despertaba el eco depensamientos oídos en la intimidad celestial; cada silencio suyo le hacía revivir el éxtasis del silenciopaterno, Todo en la Virgen se convertía para Él en signo del Padre y evocación de su amor. SiJesús había de estremecerse más tarde en el Espíritu Santo al admirar los movimientos de ciertasalmas que el Padre impulsaba hacia El, ¡cuánto no debió de gozar al encontrar en toda la personade María la presencia de, ese Padre tan próxima y tan patente! Ese descubrimiento continuo delPadre transformaba la trivialidad de sus relaciones con María en una sorpresa indefinidamenterenovada. El afecto en que su Madre Le envolvía parecía prolongar el abrazo paterno, de tal suerteque su actitud filial para con el Padre no tenía dificultad en ensancharse para abarcar a María.

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A pesar de ello, entre esas dos actitudes filiales existía una diferencia notable. En lasrelaciones con el Padre el corazón humano de Jesús no tenía más que proseguir, en el ordenterreno, los sentimientos filiales del Verbo; pero en lo relativo a María hubo un trueque de situación;ese corazón materno fue primeramente formado por el amor divino del Verbo, antes que tuviese portarea formar el corazón humano de Jesús. Así que María había recibido todo de su Hijo con elencargo de devolvérselo todo, Y se comprende que su intimidad tuviese una profundidadexcepcional, puesto que había comenzado desde antes de la concepción de Jesús, cuando laVirgen se dejaba moldear por las manos divinas en orden a su maternidad. Había existido de estamanera entre la futura Madre y su Hijo una armonía preestablecida. Se comprende igualmente elcarácter extremo de la humildad de Cristo que, después de haber sido, como Dios, el educador delcorazón de su Madre, quiso en calidad de hombre confiarse a Ella para ser educado: el Maestro seconvertía en alumno. Cuando el Evangelio nos refiere de Jesús niño que estaba sometido a suspadres, describe una conducta paradójica: la de una Persona Divina que se pone en la escuela deseres humanos que Ella misma ha creado y formado.

Educación materna y amor al PadreComo esa sumisión era profunda, María ejerció, más que cualquier otra madre sobre su hijo,

una influencia decisiva sobre el corazón de Cristo. Cierto que la formación de Jesús, no esúnicamente obra de María: Cristo poseía en sí un principio interior, su propia Persona Divina, queregía todo el desarrollo de sus facultades y actividad. El Verbo se expresaba en la naturalezahumana que había asumido. Más adelante nos esforzaremos por demostrar cómo el corazón deJesús nos manifiesta incluso al Padre el quien el Verbo es la imagen perfecta. La acción de lascausas divinas en el desenvolvimiento del niño de Nazaret fue, pues, esencial. Pero no excluyó lacontribución de María, esencial también, la divinidad del Verbo no quiso manifestarse en una naturaleza humana sino con el concurso de una madre. Ese papel de la Virgen en la formación delcorazón humano de Jesús es el que quisiéramos analizar aquí; él nos introducirá más adentro en elmisterio de la Encarnación, Jesús debe a su Madre la florescencia del afecto más fundamental desu corazón humano: su amor al Padre. Paradoja suprema: El, que había amado al Padre desde todala eternidad: aprendió a amarle de una manera humana por la educación materna. Hemossubrayado hasta qué punto Jesús descubría en el rostro y en el proceder de María la faz divina delPadre. Pero - cosa prodigiosa- era la misma Virgen quien le ayudaba a hacer ese descubrimiento.Porque, como a todas las madres, le estaba reservada la tarea de desarrollar en su Hijo el amor alPadre celestial, de provocar la manifestación de sus sentimientos de piedad. Ella, pues, le enseñabala manera humana de honrar al Padre, las formas humanas de la devoción. Enseñaba a orar al queera el Maestro de la oración. Sumiso, Jesús aprendía en su escuela a balbucir el nombre de Dios,Cuando más tarde sorprenda a sus discípulos con el fervor de sus oraciones, de suerte que estosle pedirán que les enseñe a orar, perpetuará sencillamente el ardor de las súplicas de María. y laoración que enseñará a los apóstoles pondrá de manifiesto la que fue preocupación dominante de laVirgen: el honor de Dios y la venida de su reino por el cumplimiento de su voluntad. ¿No dijo María alángel: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra([25])"?. Esa respuesta, en quese transparentaba toda su alma, fue el primer anuncio de las peticiones del "Padre nuestro", en quela voluntad divina se sobrepone a toda otra preocupación. La segunda parte de la oración enseñadapor Jesús hace igualmente eco a los pensamientos de María, Ciertamente la Virgen no tenía quepedir, como tampoco su Hijo, el perdón divino para sus pecados, ys que su pureza era total; pero elpan de cada día, el perdón de los pecados que veía cometer a su alrededor, y la gran liberación delmal que oprimía a la Humanidad, ¿no eran preocupaciones particularmente vivas de María,especialmente confiadas y recomendadas por Ella a Dios?.

Y ¿no Se empeñaba en hacer reinar la buena inteligencia por doquier podía, dando ejemplo deperdón y olvido de las ofensas que recibía? Todas las peticiones del "Padrenuestro" llevan, pues, la

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marca de la Virgen: Jesús formuló lo que María llevaba ya en su corazón y le había comunicado. Suoración más sublime, en la agonía, "Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya([26])", la habíarecogido bien a menudo de labios de su Madre; y en el momento más patético de su vida la repetía,como nosotros repetimos espontáneamente en los momentos cruciales de la existencia las cosasque en la infancia aprendimos de nuestra madre.

¿No fue María quien transmitió a Jesús el gusto por la oración del corazón, haciéndola preferira la de los labios? Ella no se distinguía por prácticas extraordinarias de devoción, y muchos fariseosacumulaban muchas más oraciones; pero nadie sabía como Ella orar con toda el alma. CuandoJesús aconseje más tarde evitar la multiplicidad de palabras y orar en secreto, ¿qué otra cosa harásino propagar el método de oración adoptado por María? Ella fue quien le infundió el gusto poradorar al Padre en espíritu y en verdad, e inspiró el amor a la oración solitaria; retirándose, en elcurso de su vida pública a la soledad de la oración, Jesús creerá encontrar de nuevo la atmósferade Nazaret.

De esta manera formó la Virgen a su Hijo en cierta discreción en la devoción: los sentimientosreligiosos de Cristo serán extremadamente intensos, pero guardarán mesura y prudencia en susmanifestaciones. A veces, como María en su Magnificat, Jesús se estremecerá de gozo en elEspíritu Santo, transportado de amor al padre. Pero esas explosiones de alegría se mantendrándignas y sencillas, y por regla general Cristo dará muestras de una piedad siempre modesta ydiscreta.

Recibió además de su Madre una constancia inquebrantable en la oración. María le inculcó loque El deseaba aprender de Ella: una confianza tan absoluta en la bondad del Padre celestial quenunca se cansa de pedirle un favor. El Padre de los cielos - repetía la Virgen - es incapaz deresistirse a una súplica prolongada. Esta es la razón por la que, aun después de la muerte infamantede Jesús, no perderá la esperanza y continuará orando, para obtener bien pronto una satisfacciónsobreabundante con la aparición de su Hijo resucitado. Jesús repite a sus discípulos que la oraciónperseverante acaba por triunfar, e ilustrará su' enseñanza con el ejemplo de una débil y pobre mujer,una viuda, que termina por recibir de un juez lo que ha venido reclamándole infatigablemente, ¿Noverá Jesús en esa viuda h imagen de su Madre, débil y desprovista de protecciones humanas, peroirresistible ante Dios por la porfía de sus instancias?

Hasta los transportes de acción de gracias con que Jesús remitirá al Padre todo el honor de suempresa mesiánica y de sus frutos, habrán sido preparados por la educación materna. Aquella aquien la noticia de la Encarnación movió a cantar el Magníficat, ¿habría podido hacer otra cosa queformar a Jesús en atribuirlo y referido todo al poder del Señor y alabarle por sus beneficios? Ladisposición de alma con que María transformaba los acontecimientos de su vida en un himno dealabanza se transfundió a su Hijo. Pasma el pensar que fue la Virgen quien desarrolló el afectohumano de Cristo a su Padre, que constituye en cierto modo la fuente de sus actividades, ella tuvola misión delicada entre todas de intervenir en la intimidad del Hijo con el Padre, para formar a Jesúsun corazón humano perfectamente acorde con su amor divino. Los sentimientos más íntimos deCristo, la entrega absoluta al padre, la alabanza y admiración, el servicio y agradecimiento a él, laconfianza en su bondad y el ardor en las oraciones que le dirigía, la obsesión continua por Él, todoeso se desenvolvió siguiendo la educación materna, Cristo debe a María lo que tiene más en elcorazón, y la ama tanto más cuanto que ella le enseñó a amar al Padre.

Educación materna y amor a los hombresNo es sólo el desarrollo de su amor humano al Padre lo que Jesús debe a su Madre. Todos los

tesoros de amor a los hombres que prodigó en el curso de su vida pública fueron depositados en Elpor el contacto con María; y las múltiples manifestaciones de su amor dejan ver el sello de laeducación recibida.

¿No fue María quien le inspiró la táctica general de su apostolado, que puede expresarse en

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estas palabras: vencer a fuerza de amor? Así se conducía la Virgen, según lo poco que de ella noscuentan los Evangelios: en todas las circunstancias mostraba un amor humilde y paciente, peroindomable. En Caná su afecto a los de la boda, que llega hasta el extremo por una cosa deimportancia secundaria, acaba por arrancar el milagro. Sin duda la obstinación de ese amor indujopoco a poco a los primos de Jesús, que al principio se negaban a creer en éste, y hasta queríanestorbar su obra mesiánica, a revisar su opinión y ,compartir la fe de María, fe común que losreuniría con ella en el Cenáculo antes de Pentecostés. La Virgen habría podido cortar las relacionescon ellos a causa de su incredulidad, que, indudablemente, debía de atormentarla; mas, por elcontrario, les mostró un cariño más solícito, de tal suerte que la vemos en su compañía cuandovienen a buscar a Jesús. Ese aumento de benevolencia logró disipar insensiblemente susprevenciones y comunicarles su creencia en su Hijo. Para con Este María muestra un amorinvencible, que, en una hora de abandono y cobardía, general, la hace enteramente solidaria con lacruz. Esa perseverancia incansable en el amor la transmitió a Jesús. También El luchará hasta el fincon la fuerza de su afecto: su programa consistirá en atraerse a los hombres con su insistencia enamarlos. Cuando invite al joven rico a vender sus bienes y seguirle, hundirá la mirada en sus ojoscon amor tan expresivo que los testigos de la escena no lo olvidarán jamás. Regalará así al jovenuna mirada con que María le miró muchas veces y en la que El apreciaba toda la intensidad de suafecto maternal. Tampoco Jesús cortará las relaciones con sus adversarios y tendrá lapreocupación, heredada de su Madre, de no extinguir la mecha que humea todavía. ¿Por qué no seseparó antes de Judas? Porque María le había enseñado a no cansarse nunca de amar y a rodearun alma de tanta mayor solicitud y porfía cuanto más dura se mostrase. Imbuido de ese espíritu, nose niega a conversar con los fariseos, y accede a responder a sus preguntas insidiosas. En elCalvario les mostrará implorando perdón para ellos que no ha cesado de amados.

No obstante, aunque extremará su amor para ganarse a los hombres, nunca querrá ejercercoacción sobre los mismos, ni siquiera ese género de coacción que pretende imponerse con elpretexto de hacer, el bien. Dejó, por ejemplo, al joven rico toda su libertad y no hizo violencia a Judaspara salvarle a su pesar. Pues bien, esa discreción en el amor, ese respeto a la libertad ajena losdebía probablemente, en el orden de las causas humanas, a su Madre. Ciertos indicios parecendemostrar que María tuvo siempre cuidado de no asfixiar jamás a su Hijo con solicitud maternaldemasiado imperiosa o monopolizadora. Su Hijo le era perfectamente sumiso, pero ella no buscó deesa sumisión, supo resistir a la tentación - a que sucumben muchas madres - de cobijarcelosamente al hijo, de protegerle demasiado estrechamente, estorbando así su desarrollo.

Con mucha delicadeza favoreció la espontaneidad de Jesús. Cuando le encuentra en el Templodespués de una ausencia inexplicable, se guarda de juzgar en seguida su conducta; se limita ahacerle una pregunta: "Hijo mío, ¿por qué lo hiciste así con nosotros?" No le reprocha haber faltadoa la obediencia, sino que le expone sencillamente el dolor de José y suyo: "Mira que tu padre y yo,angustiados, te andábamos buscando([27])". Se ve su cuidado de no tratar a Jesús de maneraautoritaria, sino permitirle expresarse libremente; apela, para gobernarle, a su deseo de evitar todapena a sus padres. Más tarde, en Caná, ni siquiera pide expresamente un milagro; Se contenta condarle cuenta de la situación: “No tienen vino”. Cierto que su deseo es transparente, y Jesús locomprende inmediatamente, pero ella no lo formula siquiera, para evitar todo lo que pudiera parecerpresión. A El toca juzgar y decidir. Tras la respuesta aparentemente poco alentadora de Jesús, dicea los sirvientes, dejando a salvo esa libertad absoluta ,de su Hijo: “Todo cuanto él os diga,hacedlo([28])” . Ama demasiado a Jesús para imponerse a El. No es de esas madres que considerana su hijo ya mayor como servidor suyo y pretenden regir su vida. Ella no reclama su intervenciónsino muy discretamente, esforzándose por no estorbar su independencia y dejándole plenaposibilidad de rechazar su petición. Esa actitud de discreción y respeto la había guardado a todo lolargo de la educación que dio a Jesús, proporcionándola a sus diversos grados de desarrollo y

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aumentándola conforme al progreso de su crecimiento. Con lo cual le transmitió, al mismo tiempo,una manera de amar que se prohibe toda coacción sobre la persona objeto de amor. Cristocautivará porque fundará la adhesión a su persona y mensaje en el libre consentimiento de aquellosa quienes evangelice, apelando al impulso espontáneo del amor de ellos.

Otros rasgos notables del corazón de Cristo parecen debidos a María. Jesús manifestarápredilección por los pobres y los pecadores. Se mostrará muy sensible a la vista de las miseriascorporales y se apresurará a remediadas con milagros de curación. Sentirá una piedad mucho másprofunda todavía por las miserias espirituales, y se dirigirá a los pecadores y pecadoras parahacerlos volver al aprisco. Ordinariamente es de su madre de quien aprende el niño acompadecerse de las miserias del prójimo. En el caso de María no tenemos otro ejemplo decompasión que el de Caná, donde libró a los esposos de los apuros y sonrojos de la pobreza; peropodemos normalmente conjeturar que tenía un corazón particularmente compasivo, con el queenriqueció a Jesús.

La sencillez de Cristo parece igualmente heredada de su Madre. Para presentarse al pueblojudío y a la Humanidad como Mesías e Hijo de Dios, como, el gran revolucionario y libertador, Jesúsdio pruebas de una sencillez desconcertante. Nunca puso entre El y los demás una barrera dedignidad, y era tan accesible que el que se le acercaba franqueaba sin saberlo la distancia delhombre a Dios. Se esforzó siempre por desterrar las reacciones de temor que pudieran sentir losque le rodeaban y se confió enteramente a sus amigos. Adoptó el modo de vida más ordinario quepueda haber y nunca intentó deslumbrar o llamar la atención. Se conducía en su vida pública comohabía aprendido a hacerlo en la atmósfera sencilla de Nazaret. Esa sencillez de María es la quellevará consigo hasta la Pasión y la cruz, en su manera tan humana de padecer y de morir lamanifestará en su amor a la naturaleza: ¿no es significativo que le gustasen los lirios del campo, lasflores vulgares que se encuentran por todas partes en su región, y los prefiriese al lujoso vestido deSalomón? ¿No hay en ello un recuerdo de su niñez, la evocación de flores recogidas y ofrecidas asu Madre, que las recibía con admiración? ¿No eran esas flores la imagen misma de María, mujertotalmente ordinaria en apariencia, pero colmada de gracia? En esa sencillez de gusto se dibujabauna actitud religiosa fundamental.

Con ella está emparentada la humildad tan relevante que la Virgen transmitió a su Hijo. Corazónmanso y humilde, ¿no es la definición de María tal como nos la presenta el Evangelio? ¿ No eranyugo suave y carga ligera los que su autoridad materna había hecho pesar sobre Jesús niño yjoven? Pues un yugo del mismo género quiso Cristo imponer a sus discípulos. Y así como su Madrese había hecho la esclava de todos, El se conducía como servidor de los hombres. En sudeclaración: "El Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir([29])", ¿no se reconoceinmediatamente la inspiración de toda la existencia oculta de María? Apenas hecha por Dios Madredel Mesías, su primer acto había sido ir a casa de su parienta Isabel para ponerse a su servicio:elevada a la grandeza de la maternidad divina, se complacía en hacerse la más pequeña, yendo adesempeñar el oficio de esclava. Pues bien, ese acto de humildad se reproducirá treinta años mástarde en el encuentro de Jesús con el Precursor: Cristo, consciente de su grandeza mesiánica,querrá humillarse ante Juan Bautista y recibir el bautismo de su mano. La Visitación prefiguró elencuentro del Jordán, y Jesús encontró espontáneamente, a treinta años de distancia, la reaccióncaracterística de su Madre. Cuando quiera inculcar definitivamente a sus discípulos, demasiadopropensos a disputar por el primer puesto, una lección de profunda humildad, no tendrá más querepetir una acción que muchas vio ejecutar a María. Tomará un lienzo, se ceñirá con él echará aguaen una jofaina y comenzará a lava los pies de sus discípulos. Ese oficio, que los ricos y la genteacomodada dejaban a los domésticos, María lo desempeñaba por sí misma, en la casa de Nazaret,para con los huéspedes que recibía. Dueña de casa, era al mismo tiempo esclava. "Vosotros mellamáis, "el Maestro" y "el Señor"...", dirá Cristo a los discípulos, porque había dado ese ejemplo"

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sabiendo que su Padre le había puesto todo en las manos([30])", exactamente igual que en otrotiempo María había realizado el mismo acto sabiendo que el Mesías le había sido puesto en lasmanos Niño, Jesús había quedado impresionado al ver a su Madre, a quien veneraba por encimade todo, encorvarse ante los demás para lavarles los pies; y de esa impresión inolvidable deNazaret quiso hacer un modelo de humildad.

También debió de ser recibida de María una so licitud por el prójimo que no temía bajar aldetalle y velar por necesidades muy prosaicas. Y así tendrá más tarde atenciones encantadoras:cuando sus discípulos, de vuelta de su misión apostólica, le cuenten con entusiasmo lo que hanhecho, les invitará a tomar descanso; como una madre, sin dejar de tomar interés en el relato delviaje o excursión de su hijo, se cuida de que se reponga de su fatiga. Cuando Jairo y su mujer mirenpasmados a su hija que acaba de resucitar, Jesús les recordará que es necesario darle de comer.Y en la ribera del lago de Tiberíades, después de su Resurrección, preparará Él mismo la comida desus discípulos. En ese comportamiento de Cristo uno cree encontrar una mano y un corazónmaternales.

Finalmente, Jesús es deudor a su Madre de lo que se podía llamar su equilibrio sentimental. Poruna parte, los afectos de Cristo están muy desarrollados, y emociones de todo género y matizrecorren su alma y así a veces deja correr sus lágrimas; le vemos sujeto a la compasión, a lacólera, al hastío y al miedo, al gozo y al dolor, a la admiración. Posee toda la riqueza de laemotividad humana, Pero, por otra parte, conserva el señorío de sus sentimientos, porque no cesade gobernarse según la voluntad del Padre, y no permite que su corazón le extravíe por otro camino.Y, en la misma expresión de sus emociones, manifiesta una mesura y discreción que le impidencomplacerse en ostentarlas, atraer sobre ellas las miradas y atribuirles una importancia excesiva.Su personalidad conserva la firmeza y estabilidad necesarias. Ahora bien, es sobre todo por lainfluencia materna como un hombre puede lograr el desarrollo armonioso y equilibrado de susfacultades afectivas, y María, que mostró al pie de la cruz tal riqueza y dominio del sentimiento, fueciertamente capaz de transmitidos a Jesús.

Así formó María el corazón de Cristo, menos con lo que decía que con lo que hacía: con todanaturalidad el amor de Jesús se desenvolvió a imagen del amor materno. Adquirió su energíaintrépida e incansable y su profundo respeto a la libertad humana, la amplitud de sus emociones yuna discreción dueña de sus manifestaciones, la multiplicidad de sus atenciones y su sencillez detrato, de gustos y de comportamiento. De los sentimientos de su Madre podrá tomar todo sin verseobligado a elegir. Porque María obraba constantemente según la voluntad del Padre y lasinspiraciones del Espíritu Santo, de suerte que no podía producirse disonancia alguna entre suconducta y las legítimas exigencias de Jesús. El niño de Nazaret no tenia más que abrir de par enpar su alma a la de su Madre, acogiéndola plenamente. Se abandonaba a María con toda confianza,se dejaba moldear por los toques delicados de su amor.

Es cierto que poseía en sí todas las riquezas cid amor divino, y, cuando subrayamos lascualidades humanas que la educación materna desarrolló en Él, no pretendemos en manera algunanegar o desdeñar el papel de la Persona Divina, por la que Cristo se formaba al mismo tiempo quese dejaba formar. Pero fue por medio de María, persona íntegramente acorde con Dios, como elVerbo quiso darse corazón de hombre.

El dramaEn esa armonía perfecta entre la Madre y el Hijo, que ningún desacuerdo venía a turbar jamás,

maduraba, no obstante, un drama. Sería muy incompleto hablar de la felicidad idílica de Nazaret sinseñalar, dentro de la intimidad tan ideal, una herida que se desarrollaba con ella. La frasepronunciada por Simeón no era de las que se pueden olvidar. En la predicción de aquel ancianoinspirado María había reconocido al punto la voz divina, esa voz particular del Espíritu Santo a queestaba tan familiarmente acostumbrada. Por eso los ecos de aquellas palabras se prolongaban en

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Ella y hacían vibrar los estratos más profundos de su ser. Guardaba 1a profecía en su corazón ytrataba de penetrar su sentido misterioso y de ponerse en la perspectiva del gran dolor que se lehabía predicho. Poco a poco la espada comenzaba a ahondar su herida. Al mirar a su Hijo con todala admiración que las madres saben poner en su mirada, no podía menos de pensar en la amenazaque pesaba sobre Él. Cuanto más se entusiasmaba al contemplarle, más temía perderle: sutormento crecía con su felicidad. sus temores se despertaban con una intensidad repentina cuandoincidentes como la pérdida de Jesús en Jerusalén o más tarde las amenazas de los fariseos lahacían temer que el momento de la gran prueba hubiese llegado. "¿ Será ahora?", se preguntabacon angustia. Todas sus alegrías maternales reavivaban ese dolor secreto.

Por su parte, Jesús, en su amor filial, experimentaba el mismo tormento. Había venido a estemundo para la hora de su Pasión y conocía perfectamente la catástrofe que remataría su vidapública. A ella queda conducirle el Padre y en esa dirección se orientaba todo su pensamiento. Alverse objeto de tantos cuidados por parte de su Madre, no podía menos de pensar que toda esasolicitud concluiría finalmente haciendo de Él un condenado a muerte y crucificado; y en el rostroque se inclinaba afectuosamente hacia Él presentía ya las lágrimas del Calvario. El haría quellorasen los ojos que le miraban con tanto amor. La tranquilidad de hoy, en Nazaret, era el presagiode una tempestad. Y Jesús no sólo la preveía, sino que tenía por misión preparar a su Madre paraella. El mismo debía ensanchar sin cesar la herida que habían hecho las palabras de Simeón.

En verdad que probablemente no hizo a su madre ninguna predicción clara y neta. Ambossufrían juntos en lo secreto de su corazón, sin declararse mutuamente su dolor ni los pensamientosque los obsesionaban. Pero a veces Jesús hacía o decía algo que se refería a la prueba anunciada,aclaraba su sentido y encaminaba a María hacia su sacrificio. Su permanencia en el Templo a laedad de doce años tenía por fin dar una sacudida a su Madre y hacerle caer en la cuenta, poradelantado, de la dura separación a que sería sometida. ¡Qué tormento era, sin duda, para elcorazón tan amante de Jesús tener que afligir deliberadamente a su Madre para ejecutar el planredentor!. Su consuelo era ver con que valor y abandono en manos de Dios reaccionaba María.

Otro preludio del desgarramiento del Calvario fue la partida de Jesús para su ministerioapostólico. Durante los treinta años de Nazaret las vidas de Jesús y María se habían mezclado,fundido de tal modo una en otra, que era duro separarlas. Cuando se despidieron, cada uno debíade tener la sensación de ser arrancado a sí mismo, de perder lo que tenía de más íntimo. Cierto quela esperanza de un porvenir fecundo no estaba ausente de esa partida, pero no impedíaexperimentar su dolor. En las despedidas apostólicas casi siempre los padres hacen un sacrificiomás duro que el hijo que los abandona; en éste el entusiasmo es a veces tan fuerte que apenas ledeja sentir el sacrificio en el momento mismo de la separación. Pero en Jesús había un cariño tanhondo a su Madre y una aptitud tan desarrollada para captar los menores movimientos de sucorazón y compartirlos, que percibía vivamente el dolor que le causaba con esa despedida y supadecimiento le hacía estremecerse. Estaba emocionado menos por sí que por ella. Pero,evidentemente, dominaba su tristeza disimulándola bajo el valor y la alegría. Y, admirando además lafortaleza de alma de su Madre, le expresaba todo su reconocimiento por lo que había recibido deella: Quien más tarde se mostrará tan sensible a las muestras de gratitud, y se quejará mansamentede no haber recibido, agradecimiento más que de uno solo de los diez leprosos curados, ¿cómohabría podido dejar de dar gracias a su Madre antes de separarse de Ella? Sabía que todas lascualidades personales que iba a utilizar durante su vida pública eran fruto de su educación: iba adistribuir a los hombres lo que su Madre le había, pues lo en el entendimiento y en el corazón. Él,tan atento a rendir homenaje al Padre Celestial por todos sus dones, no se olvidó, sin duda, designificar a María su reconocimiento. Significar – decimos -, porque estas cosas se entienden conmedias palabras y ni siquiera es bueno expresarlas demasiado. Con una palabra o con un gestoJesús mostraba a su Madre que apreciaba todo el afecto y dedicación con que había sido formado

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para su tarea de hombre y de Mesías, y el sacrificio, tan de buen grado realizado, que coronaba esaobra de educación.

En Caná Jesús renovó en el corazón de María ese dolor de la partida. Porque, aunque leconcedía íntegramente su petición y aprobaba su intervención con un milagro, le recordaba suseparación: "Mujer, ¿qué tenemos que ver tú y yo?" Inauguraba la misión mediadora de su Madre enla distribución de las gracias, pero hacía que precediera una advertencia sobre el sacrificio queMaría debía padecer para asumir ese papel. Más tarde, cuando, antes de salir al encuentro de suMadre, declaró a la turba de oyentes que Él se debía a ellos, avivó en el corazón de María la mismaherida. Cierto - nosotros lo sabemos - que la Virgen estaba plenamente de acuerdo con su Hijo ydeseaba de El una respuesta firme que despidiera a los miembros de la familia, pero esas palabrasde Jesús que ella anhelaba no por eso acentuaba menos su sacrificio. Y Cristo, que adivinaba todolo que ocurría en su Madre, tenía que hollar en cierto modo su cariño filial.

Llegó la hora para la que Jesús había ido preparando poco a poco a María. Desde hacia algúntiempo, como la amenaza de los fariseos se concretaba, la Virgen temía lo peor. Por eso cuandoacompañó junto a la cruz a su Hijo, el dolor no tuvo que improvisarse; estalló como un fruto maduro.Hemos subrayado que en la cruz el más fuerte dolor de Cristo provino del desamparo del Padre.Después de ese dolor fundamental, el más intenso consistía en tener al lado a su Madre, queexperimentaba el colmo del padecimiento. ¡Ah, si Cristo hubiera podido evitarlo, si hubiera podidoahogar los sollozos de María! Pero era impotente, clavado en la cruz por la voluntad paterna, yhabía de continuar causando a su Madre el tormento supremo. El, cuyo corazón era tan agradecidoy delicado, debía martirizar así al ser que más quería en el mundo. Ese ver los ojos enrojecidos desu Madre le quemaba más que la sed devoradora o las burlas de sus enemigos.

Pero del mismo modo que estaba más estrechamente unido a su Padre, en aquella hora dedesamparo, el desgarramiento que sufría le asociaba más indisolublemente a María. En la cruzJesús se sentía su Hijo mucho más profundamente que nunca; la prueba aumentaba su amor mutuohasta el paroxismo. Nunca su simpatía recíproca había alcanzado tal grado de fervor. El drama delCalvario, que arrancaba a Cristo de su Madre, le apegaba al mismo tiempo a ella con una fuerzaincreíble. El haber de atravesar juntos, con tal concordia de sentimientos, una prueba tan integral,aproximaba sus corazones más íntimamente que la atmósfera cálida y apacible de Nazaret.

Este drama esclarece toda la evolución del afecto filial de Jesús y explica el sentido de susmanifestaciones. Cristo no había cesado de separarse cada vez más de María, con miras a laRedención; pero por el mismo hecho se unía a Ella cada vez más. Provocando desgarramientos ensu corazón maternal, la llevaba a la más firme y profunda asociación con Él. Era en el amor pacientedonde Madre e Hijo debían fundirse.

Cristo consagró definitivamente ese su despego de una Madre a quien amaba, al constituir aMaría madre de los hombres. Quería que la Humanidad se beneficiase del afecto materno en quesu alma se había desarrollado y que le había envuelto hasta en los momentos más crueles de suvida. Causaba con ello a la Virgen un último dolor, al sustituir al Hijo de Dios por el apóstol Juan, alpedirle que se entregara como Madre a quienes no eran su Hijo único ni podían remplazarle en sucorazón. Antes de morir físicamente, quería morir en el afecto de María, hacer en éste el vacío deSí mismo. Pero, al hacer a la Virgen consumar su sacrificio, y arrancársela a sí mismo para darla atodos los demás hombres, se la unía de la manera más decisiva, puesto que la asociaba a laextensión de su obra redentora y la hacía cooperar a su aspiración más querida, la salvación de loshombres. En adelante, en la aplicación de los frutos de la Redención a la Humanidad María habríade desempeñar un papel primordial: Madre e Hijo estarían íntimamente unidos en la empresasalvadora. Y por cuanto la Madre concurría más activamente a la santificación de la Humanidad,Jesús reforzaría con todo el amor que profesaba a los hombres el que sentía hacia ella.

Además. Comenzaba a preparar la gloria de María. Después de haber dicho a su madre:

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“Mujer, he ahí a tu hijo”, se dirigió al discípulo amado: “He ahí a tu madre( [31])”. Le pedía que tuvierapara con María el amor y el respeto debidos a una madre y ponía así el fundamento de la devoción ala Santísima Virgen, devoción destinada a alcanzar tan grandes dimensiones en la piedad cristiana.Dando a su madre a la Humanidad, confiaba a los hombres el cuidado de honrarla y venerarla, deproclamar su hermosura y grandeza. Sus discípulos no estarían obligados a la misma discreciónque Él en las expresiones de su admiración y amor a María.

Cristo mismo pudo resarcirse de esa discreción y liberar toda la energía de su afecto filialdespués de la muerte de su Madre. Tras haberla dejado algún tiempo en la tierra para que pudieracomenzar en ella su función de madre de los hombres y presidir el nacimiento y los primerosdesarrollos de la Iglesia, volvió a llevársela junto a sí por la Asunción de su alma y cuerpo. Así poníafin al sacrificio, mutuamente sentido, de su separación, y dejaba ya que, por toda la eternidad,hablasen libremente el gozo y la admiración de su corazón filial.

Capítulo III

Corazón Entregado a los Hombres Cuando un fariseo o escriba pregunta a Jesús cuál es el primer mandamiento, el Maestro no

se contenta con responder: el que prescribe amar a Dios con todo el corazón. Añade que hay un

segundo mandamiento “semejante”[32] al primero: amar al prójimo. Proclama, pues, una comoequivalencia entre estos dos amores, una inclusión recíproca que les da igual importancia, que loshace “semejantes”. No es posible amar a Dios sin amar al prójimo, ni amar al prójimo sin amar aDios.

Con esta declaración Jesús revela el sentido de su vida, porque el encarnó en sí susmandamientos antes de enunciarlos. En su corazón hay un amor a los hombres “semejante” al amoral padre. Y estos dos amores se identifican de tal suerte, que su afecto al padre consiste en sudedicación afectuosa a la Humanidad. Por los hombres y su salvación aceptó el Hijo la misión que elPadre le había señalado, por ellos salió del Padre y vino al mundo y después dejó el mundo paravolver al Padre. Si no hubiera tenido que rescatar a los hombres, la Encarnación habría carecido designificación: para amar al Padre, y amarle con plenitud, el Verbo no tenía necesidad de bajar a latierra. Podía permanecer en la intimidad celestial y proseguir allí con toda tranquilidad su incesantediálogo de amor. Pero ahí estaban los hombres, que Él mismo había creado y que no eranindiferentes: ellos fueron los que le atrajeron a la tierra. El amor a ellos fue el que le hizo tomar uncorazón humano: antes de ser fuente de amor, ese corazón fue producto del amor.

Creado por Dios para que perteneciese a la Humanidad, el corazón de Cristo fue educado, enla oscuridad de Nazaret, en los sentimientos y expresiones humanos del amor. Pero nadaconocemos de, esa educación, a no ser los resultados, ya que en su vida pública Cristo manifestóel afecto a los hombres en que se había formado durante su vida oculta. Asimismo nos es difícilencontrar en las breves indicaciones del Evangelio toda la riqueza de ese afecto; porque lasmanifestaciones del amor se captan sobre todo en el contacto de persona a persona, en el cualentran muchos imponderables, que un libro no es capaz de reproducir al vivo. Nos esforzaremos, noobstante, por realzar algunas y comprobar en los detalles de las palabras y acciones de Cristo laaplicación del principio que dirigió su vida. Todos sus actos estuvieron inspirados por su amor a laHumanidad, desde su bautismo y permanencia en el desierto hasta su Muerte y Resurrección. Si nohay hecho, actitud, pensamiento o sentimiento de Jesús que no halle su fuente en el amor al Padreninguno hay tampoco que no se explique al mismo tiempo por el amor a los hombres. Hasta losepisodios en que ese amor no es inmediatamente visible están inspirados en él. Cuando Cristo sehace bautizar por el Precursor, no es por Sí mismo, pues que posee una pureza moral absoluta y notiene necesidad de conversión o penitencia; es por los hombres. Por ellos deja que el demonio se leacerque y le tiente en el desierto, porque lo que se juega en la lucha es la salvación de la

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Humanidad. Haciendo ver a Pedro, Santiago y Juan su gloria de transfigurado, quiere sostener suvalor ante la inminente prueba de la Pasión y la discreción de sus apariciones después de laResurrección demuestra que reportó ese triunfo no para deslumbrar, sino para comunicar su gozo ysu nueva vida. Su misma Ascensión, su vuelta definitiva a la compañía del Padre, tiene por móvil elamor a los hombres: como declaró expresamente a sus discípulos, sube al ciclo para prepararleslugar.

Si sabemos encontrar esta inspiración del amor en los acontecimientos de la vida de Jesús, y captar su temblor en acciones o palabras características, comprenderemos el fin del Evangelio y dela Revelación, porque, en efecto, Cristo vino a la tierra para manifestamos su amor, como todoverdadero testimonio de amor, el suyo necesita ser descubierto por aquellos que son objeto de eseamor. Permanece envuelto en cierto velo; si fuera demasiado brillante, sería una ostentación deamor propio y ahogaría las libertades en lugar de incitadas, haría violencia a las almas en lugar deatraerlas. Necesita, pues, ser adivinado, los que quieren ignorarlo y evitan reconocerlo tienenposibilidad de hacerlo; mas para lo que intentan penetrado y se esfuerzan por sorprenderlo, esteamor toma las dimensiones inmensas que efectivamente posee y, bajo una superficie a menudotrivial, revela profundidades asombrosas.

El Buen Pastor

Para hacemos comprender este amor del corazón de Jesús a los hombres, San Juan retuvoparticularmente, de la enseñanza del Maestro, la alegoría del buen pastor. En uno de sus discursosJesús comienza por colocar ante sus discípulos la figura del buen pastor, el tipo del pastor

perfecto[33]. Con el arte sencillo y verdadero de quien ha observado y captado al vivo cosas ypersonas, describe el comportamiento del pastor con sus ovejas, su manera familiar de llamarlaspor' su nombre, de sacarlas del redil y de ir luego delante de ellas. Y para poner de relieve la bondady excelencia de su conducta, la opone a la actitud del ladrón y salteador y del asalariado. Losladrones y salteadores no entran por la puerta del aprisco; intentan apoderarse de las ovejas,degollarlas. Quieren matarlas; mientras que el pastor se ocupa en hacerlas vivir, engordarlas yponerlas lustrosas, queriendo que tengan vida, y la tengan abundante. Por lo demás, las ovejasrehusan seguir a esos ladrones, cuya voz extraña les hace desconfiar, mientras que obedecenconfiadas a la voz del pastor, que las conduce a pastos suculentos. En cuanto a los asalariados, elrebaño no les pertenece, y ellos no le tienen afición. Obran por interés. En el momento del peligro elcontraste es palmario: el asalariado huye ante el lobo; el verdadero pastor sabe sacrificar la vida, sies necesario, por sus ovejas. Los discípulos quedan arrebatados ante el cuadro bosquejado demanera un espontánea y llena de viveza, pero no comprenden a dónde quiere ir el Maestro. No venla significación de la alegaría, y piden a Jesús que se la explique. El Evangelio no nos refiere esapregunta de los discípulos, pero podemos suponerla por sus reacciones con ocasión de discursosanálogos, como la alegoría del sembrador. De ordinario Cristo comienza contando una historia, yespera luego la interrogación de sus oyentes sobre la enseñanza que hay que sacar de ella. A lapregunta que le hacen en esta ocasión, responde dando de Sí mismo la más hermosa definición:"Yo soy el Buen Pastor." De la parábola pasa al misterio.

Hemos transcrito brevemente el contexto de esta declaración capital para poner de resalto lamanera sencilla y natural con que Jesús revela lo más fundamental que hay en El. Expone lo másprecioso que tiene en el corazón sin que se llegar a sospechar si quiera la importancia de lo quedice, ¡Lo sublime toma en Él dimensiones tan humildes! Su comparación del pastor nada tiene denuevo, y está tomada de un espectáculo de la vida corriente. La profesión de pastor no era tampocouna de las más estimadas: se trataba de gente ruda que permanecía un poco al margen de lacivilización y que los habitantes de las ciudades o villas de Palestina tenían tendencia amenospreciar. Por tanto, al compararse a un pastor, Jesús no se engrandece a los ojos de sus

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discípulos y, sin embargo, les descubre con esa comparación el fondo de su corazón.El que llama a las ovejas por su nombre

El buen pastor es primeramente el que conoce a sus ovejas. Las llama por su nombre: detalleque! parece insignificante, pero que revela toda una mentalidad; toda una atmósfera. Para lostranseúntes y los extraños un rebaño es un rebaño, y todas las ovejas son iguales o parecidas.Para el pastor cada una se distingue de las otras, tiene su fisonomía propia y lleva un nombre. Elpastor conoce perfectamente a sus ovejas, porque las ama y siente por todas un interés personal. Y¡cuánto amor sabe poner ellas de nombre por el que las llama! La primera vez que se encuentra con

Pedro, Jesús le declara: "Tú eres Simón, el hijo de Juan[34]", Este nombre de Simón : volverá a suboca con entonaciones variadas, expresando diversos matices de relaciones de amor: la consultaamistosa:" ¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran impuestos o

tributo[35]?"; la felicitación calurosa: "Bienaventurado eres, Simón Bar-Joná, pues que no es la

carne y sangre quien te lo reveló, sino mi Padre, que está en los cielos[36]", la promesa solemne desostén: "Simón, Simón, mira, Satanás os reclamó para zarandearos como el trigo, pero Yo rogué

por ti[37]...".Pronunciando dos veces el nombre del jefe de sus discípulos, quiere Jesús aferrársele más

firmemente y evitar que se deje desconcertar por su negación. Está también el reproche

entristecido: "¡ Simón! ¿Duermes[38]?", y la solicitación de una triple profesión de amor: "Simón,hijo de Juan, ¿me

amas[39]?". Así, pues, con ese nombre de Simón el Buen Pastor expresa muchos movimientosde afecto; no es casualidad que pronuncie tan frecuentemente el nombre del mayor de susdiscípulos. Pero también a otros se complace en llamarlos por su nombre. La víspera de su muerteintenta hacer sentir a Felipe toda la importancia de una intimidad cuyo valor no ha sido comprendido:

“Tanto tiempo estoy con vosotros, ¿y no me has conocido, Felipe [40]?”. En ese nombre,pronunciado por última vez, Jesús querría condensar todo el ofrecimiento de su amor y el últimoconjuro al traidor, el más patético, es llamarle por su nombre: "¡Judas! ¿Con un beso entregas al

Hijo del hombre[41]?". En Betania responde a la agitación de Marta: "Marta, Marta, te inquietas y te

azoras atendiendo a tantas cosas[42]...".Repite su nombre para hacerla entrar dentro de sí misma. Hasta a los muertos llama por su

nombre:

"Lázaro, ven fuera[43]”. Jesús se dirige a su viejo amigo tan familiarmente como lo hacía enotro tiempo, cuando éste le recibía en su casa; y esa llamada le devuelve la vida. La voz del BuenPastor resuena hasta más allá de la tumba. Y es una voz de resucitado la que después de haberabordado a Magdalena de una manera impersonal: "Mujer, ¿por que lloras?", la llama por su nombre:

"¡María!"[44] Esa palabra produce un efecto mágico, reanudando una intimidad trágicamenteinterrumpida. Nunca pudo olvidar María Magdalena el acento con que fue pronunciado su nombre:en él reconoció no sólo a Jesús, sino toda su bondad para con ella. Más tarde una voz idéntica

resonará en el camino de Damasco: "Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues[45]?" . También a él, alperseguidor, llamará Jesús por su nombre; después de haberle deslumbrado con su luz y derribadoen tierra, se le atraerá con una llamada enteramente familiar. Ese “Saúl” repetido quedará grabadoen la memoria del apóstol como el resumen de la predilección de Cristo.

Se ve por estos ejemplos qué fuerza amorosa ponía el Buen Pastor en el nombre por que

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llamaba a sus ovejas y qué transformación provocaba en ellas, en Lázaro el paso de la muerte a lavida, en María Magdalena el cambio de la tristeza en una explosión de gozo y agradecimiento, laconversión de Saúl el perseguidor en Pablo el apóstol Jesús consagró a veces esa transformaciónimponiendo un nombre nuevo, como hizo con sus discípulos preferidos, Pedro, Santiago y Juan, alos cuales asignó un apelativo en relación con su misión futura: "Piedra" e "Hijos del trueno".

El que conoce los corazonesEl conocimiento del nombre no es más que un símbolo. Lo que Jesús conoce de los hombres

es su personalidad con sus sentimientos más íntimos. Por las calles y caminos de Palestina,mientras los demás echan una mirada indiferente o simplemente curiosa sobre los transeúntes yviajeros, el Señor descubre inmediatamente en cada rostro que encuentra toda la historia de unavida y las disposiciones íntimas de un alma. Los ojos de los hombres no consiguen nunca ocultarlesus pensamientos, y en los rasgos de una fisonomía reconoce al momento la expresión de lastendencias y aspiraciones más profundas. Su mirada penetra el misterio de los corazones.

Conoce a sus discípulos ya al llamados por primera vez: “Ahí tenéis verdaderamente unisraelita - dice al ver venir a Natanael - en quien no hay dolo." "¿De dónde me conoces?", lepregunta éste, sorprendido. "Antes de que Felipe te llamase, cuando estabas debajo de la higuera,

Yo te vi[46]". Conoce desde siempre a los que ha escogido, y no sólo su carácter, sino también lospormenores más insignificantes de su vida, como es hallarse debajo de una higuera. Y lo conoceporque los ve. La samaritana supo por experiencia. Ella creía poder protegerse en su amor propio ymantener frente a ese judío la barrera del incógnito. Pero Cristo la persigue hasta sus últimastrincheras, revelándole con una sola palabra su verdadera situación moral. "Señor, veo que Tú eres

profeta[47]", responde la mujer, que se siente completamente descubierta. ¡Cuántas vecesdemuestra Jesús que penetra las reacciones más ocultas de .sus oyentes, de sus discípulos o delos fariseos! Ni siquiera es necesario que sus adversarios expresen en alto sus pensamientos;Jesús - dice el Evangelio - les "responde". No responde a palabras, sino a corazones. A losfariseos - por ejemplo - que murmuran dentro de sí mismos cuando perdona los pecados al

paralítico, contesta: “¿Qué andáis pensando en vuestros corazones[48]?”. Cuando el fariseo Simón,que le ha invitado a su mesa, se hace la reflexión de que un profeta habría reconocido en la mujerque ha venido a echarse a sus pies a una pecadora, Jesús le responde: “Simón, tengo una cosa

que decirte[49]”. Después que los discípulos han disputado en el camino sobre quién era el mayor,

les pregunta a su llegada; "¿Sobre qué altercabais en el camino[50]?". Los discípulos se callan, yJesús, para resolver la cuestión que han suscitado, les pone ante los ojos el ejemplo de un niño.Nada se le escapa a su finura de percepción en medio de una multitud, rodeado y estrujado portodas partes, sabe que una mujer le ha tocado, y le ha tocado con una grande inspiración de fe.También será vano el esfuerzo de Judas por disimular sus designios: Jesús seguirá paso a paso eldesarrollo del crimen en el corazón de su discípulo y multiplicará las advertencias: "De vosotros uno

es diablo[51]". "En verdad, en verdad os digo, que uno de vosotros me entregará[52]". La hipocresíano logra esconder sus tinieblas a la luz de esa mirada.

Ese conocimiento íntimo permite a Cristo tratar a cada uno de manera apropiada. A los dosprimeros discípulos que, no atreviéndose a comprometerse demasiado, le preguntan dónde habita,

responde: "Venid y lo veréis[53]", permitiéndoles así observar y reflexionar antes de adherirsedefinitivamente a El. Pero el llamamiento al publicano Leví es inmediatamente decisivo:

"Sígueme[54]”. De algunos exige el abandono instantáneo y definitivo de la hacienda, el oficio o lospadres, invitando a a vender los bienes, prohibiendo volver al arado o retornar a casa para sepultaral padre. Pero Pedro volverá a pasar por casa de sus parientes y hasta se entregará alguna que

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otra vez a la pesca. Con Natanael, de índole muy recta, el alistamiento se hace desde el primermomento por medio de una franca declaración; con la samaritana, más contorneada y disimulada,Jesús usará de más prudencia: no se revelará a ella sino progresivamente. A Marta y María exige,antes de resucitar a Lázaro, un acto de fe que no reclamó de la viuda de Naím, y en tanto que ponea prueba la confianza de la cananea, alienta y sostiene la de Jairo. El sabe, en efecto, lo queconviene a cada alma.

Conocimiento y simpatíaA pesar de su agudeza, ese conocimiento es siempre el que un pastor tiene de sus ovejas. La

mirada con que Jesús penetra los secretos más íntimos de cada uno no es la mirada fría yescrutadora del psicólogo, que analiza un estado de alma y se esfuerza por descubrir, los móvilesmenos confesables de la conducta humana. El psicólogo quiere ser despiadadamente objetivo en suinvestigación; quiere medir un alma, juzgada e incluida en ciertas categorías, dominada con suciencia. Intenta reducir las reacciones a tipos bien definidos, clasificar un temperamento o carácter,en fin, quitar a la personalidad lo que tiene de única y original, su misterio. Pero en realidad no llegaa tocar lo que constituye el fondo de la persona: su espontaneidad, oculta a los ojos de todos y sólode Dios conocida. Ese fondo último estaba patente a la mirada de Cristo, pero ésta nunca tuvo lafrialdad objetiva que pretende dominar una personalidad para disecarla y evaluarla. Era una miradaimpregnada de cálida simpatía, que no quería penetrar en un corazón sino por una, llamada de amory que, aun bajando hasta las últimas profundidades de un alma, tenía la delicadeza de dejar intacto einviolado su misterio. Cristo jamás cometió un atropello, a nadie hirió con su poder de penetración ni empleó su conocimiento como medio de soberanía tiránica. Trató siempre con infinito respeto atodas las almas, que le eran perfectamente transparentes.

Aun a aquellas que se le resistían y se obstinaban en su resistencia. En ninguna parte leemosque fulminase sobre ellas la omnipotencia de su mirada, o las saquease con su fuerzaescudriñadora, o las ejecutase con un juicio rápido y seco. Hubiera podido utilizar el conocimientoque poseía de sus adversarios en la polémica que le ponía frente a ellos, poner a1 desnudo lo quetenían en el corazón, humillados y cubrir los de vergüenza. Verdad es que les hizo reprochescolectivos, pero por actitudes cuya calidad todo el mundo podía apreciar. Jamás echó en cara aningún fariseo los incidentes tenebrosos de su pasado. Como respuesta a sus preguntas malévolashubiera podido poner a esos ergotizadores entre la espada y la pared con alusiones a algunas desus culpas, que los habrían hecho sonrojare y desaparecer. En el curso de su proceso hubierapodido reportar una fácil victoria sobre Anás y Caifás con contándoles la historia de sus vidas.Conducido ante personajes que habían tomado parte en muchos negocios turbios y continuabansacando provechos ilícitos de su situación, Cristo tenía de que acusarlos, y podía así volver elproceso contra ellos. Mientras lo que, con ayuda de tantos testigos, no se lograba articular una solaqueja seria en contra de Él, era capaz Él solo de citar hechos irrecusables con todos los detalles ydeterminaciones para apoyarlos, en que la culpabilidad de sus acusadores aparecería a plena luz.Hubiera podido desenmascarar, hasta en sus vicios más secretos, toda la maldad y todas lasmaniobras subterráneas de aquellos personajes y derrumbar como un castillo de naipes el bellodecorado de honorabilidad bajo el cual escondían su juego. El proceso se hubiera tornado en irrisiónde los que le habían emprendido. Pero Cristo rehusó emplear su conocimiento de los demás comoun privilegio que le permitiera aplastarlos. Ante Anás y Caifás se limitó a defender su propiainocencia, dejando a la mala fe de sus jueces el cuidado de hacerse traición a sí mismo. Prefiriómorir antes que descubrir las bajezas de sus feroces enemigos.

No hizo uso de su conocimiento del prójimo sino en la medida en que el amor leinvitaba a ello. Hasta cuando reprende a los fariseos de guardar bajo exteriores piadosos y devotosun corazón podrido de malos sentimientos, lo hace por amor, para hacer reflexionar y atraérselospor fin a sí. Cuando demuestra a Judas que está al corriente de sus negros proyectos, intenta que

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renuncie a su disimulo y vuelva a la fidelidad. Es como decirle: "¿Qué haces, Judas? Tú cuentas consacar provecho de tus maquinaciones, pero ¡ya ves que ninguna de ellas se me escapa!" Si, enconversación particular, declara a la samaritana que ella ha tenido cinco maridos y vive en uniónirregular, es para, taladrando su costra de amor propio y todas las mañas que la envuelven, inducirlaa una sinceridad que la haga capaz de responder a su llamamiento. Esa revelación tiene por fintrastornar su corazón, o más exactamente, convertirla; y esto es lo que efectivamente se produce,porque la mujer reconoce en ello un poder mesiánico: "Venid a ver - dice a los de su ciudad - un

hombre que me dijo todas las que hice. ¿ Acaso es éste el Mesías?[55]". Tal reacción demuestrasuficientemente que lejos de sentirse deprimida o exasperada por la declaración de Jesús, aquellamujer quedó transformada, mejorada y conducida a la fe. Cristo utilizó siempre su ciencia de loscorazones en bien de los hombres, para provocar en ellos una respuesta a su amor. Nada nosincita más a confiar en uno que saber que nos conoce perfectamente: puesto que, se ha adentradotanto en nuestra intimidad, ¿a qué tratar en vano de sustraemos a él y no más bien abandonamosenteramente a su discreción? Puesto que sabe todo lo que hay en nuestra alma, ¿a qué oponerleaún la barrera que se levanta contra un extraño y que para él sería del todo ficticia?, ¿a qué persistiren quitarle lo que le pertenece ya? Natanael o la samaritana, ¿no sentirían impulsados a confiar sualma a quien se la revelaba a ellos mismos? Esa intuición completa de los corazones era uno de losgrandes triunfos del poder mesiánico de Jesús y confería a los discípulos una apacible seguridad enel don que hacían de su persona al Maestro. Tenían el consuelo de saberse en manos de alguienque los conocía a fondo.

Un psicólogo fácilmente se deja llevar de la severidad. Experimenta a menudo un gozodisimulado en sacar a luz todo el hormigueo de tendencias egoístas que influyen en el individuo, loscomplejos de su inconsciente, en una palabra, todo lo que le afea y desfigura. Es hábil en descubrir,bajo nobles aspiraciones, los móviles menos honorables, y frecuentemente trata los sentimientossuperiores de sublimaciones de los impulsos instintivos. Desconfía de los bellos arranques del alma.Se siente tentado a rebajar lo que estudia y despreciar lo que descubre. En cambio la miradapenetrante de Jesús nunca desestimó lo que vela; sobre nadie se detuvo con menosprecio, nuncase cargó de desdén. Cristo tiene mejor opinión del corazón humano que la que tienen muchospsicólogos. Él, que ve los corazones en lo que tienen de más secreto, y a quien todos los móvilesdel inconsciente se le ofrecen a plena luz, no retira a los hombres su estima ni su amor. Ciertamente no muestra condescendencia alguna con el mal que encuentran a su paso, y elegoísmo humano no halla en Él ningún apoyo. Al mejor de sus apóstoles, que quiere apartarle del

camino del Calvario, no vacila en gritarle: “Quítateme de delante, Satanás[56]”. Aquí va más lejosque cualquier psicología, pues que saca a luz la última raíz de un mal sentimiento, la persona deSatanás. Pero con ello excusa en cierto modo la actitud de Pedro. Y se abstiene de juzgarle segúnesa actitud, de identificarle con Satanás, que se la ha inspirado. Eso es precisamente lo que rehusahacer: identificar a los hombres con el mal que cometen. El verdadero Pedro, el que ha recibido larecibido la promesa de ser constituido jefe de la Iglesia, es el que ha acogido la iluminación delPadre celestial y proclamando Mesías a Jesús. Sus descarríos y faltas, su oposición a la Pasión ysu negación no echarán por tierra la estima que Cristo le profesa. Hasta con Judas practicará lanegativa a identificar pura y simplemente el mal con el que lo comete: toda su preocupación seráintentar disociar a ese discípulo de la traición que se obstina en preparar. Del mismo modo queconfía en un Pedro mejor que el que le negará, no cesa de apelar a un Judas mejor que el quepiensa en traicionarle: ¿no le deja hasta el final la bolsa de la comunidad y le conserva entre susíntimos? Prueba de que hasta el final le consideró capaz de volver a mejores sentimientos y dedesembarazarse del influjo de Satanás.

En su vida terrestre Jesús nunca juzgó para condenar. Por eso no se definió a sí mismo comoel gran inquisidor, sino como el buen pastor. Un juez tendría por misión perseguir y castigar los

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extravíos; el buen pastor, al ver extraviarse una oveja, procura hacerla volver. Los hombres queríanapedrear a la mujer adúltera, mas Jesús la absuelve, exhortándola a que no peque más. Al ladróncondenado - justamente, por lo demás - al suplicio de la cruz le promete para el otro mundo no uncastigo, sino una recompensa. Su conocimiento de los corazones le permite trastrocar los juicioshumanos y restablecer reputaciones. Simón el fariseo creyó un día cogerle en falta: "Ese, si fuera

profeta, conociera quién y qué tal es la mujer que le toca, cómo es una pecadora[57]". Pensabaafirmar una cosa evidente: la mujer que había venido a los pies de Jesús, conocida en toda laciudad, ¿ no llevaba en su andar y en su aderezo los estigmas de su vergonzoso oficio? Pero lamirada de Cristo se adentra más en esa alma que la mirada de Simón: en la actitud afectuosa de lamujer reconoce un amor que no procede del pecado, sino del perdón y de la inocencia recuperada.La mujer ha dejado de ser una pecadora, y Jesús es realmente el profeta al que Simón creíasorprender. El es quien ve claro con su benevolencia.

Esa simpatía, que Cristo manifiesta en su conocimiento de los demás es particularmenteperceptible en el trato con sus discípulos. Con ellos es verdaderamente un conocimiento nacido dela comunidad de vida, tal como un pastor lo tiene de sus ovejas. y los discípulos, habituados a esaintimidad de cada día, saben que si el Maestro los conoce, es en la atmósfera del amor máscompleto. Al comienzo de sus relaciones con Jesús, cuando la primera pesca milagrosa, Pedro tuvoun movimiento de retraimiento, impuesto por el temor: "Retírate de mí, porque soy hombre pecador,

Señor[58]". Se sentía expuesto y descubierto en sus pecados ante aquella mirada que acababa deperforar las aguas del lago. Pero después de haberle acompañado durante la vida pública, cuandola segunda pesca milagrosa y la aparición de Jesús resucitado en la ribera del lago, Pedro, que, aconsecuencia de su negación, tiene, más que nunca, conciencia de ser hombre pecador,manifiesta, sin embargo, una confianza mucho mayor en el conocimiento que Jesús posee de él yse atreve a apelar a ese mismo conocimiento para asegurarle su amor: "Señor, Tú lo sabes todo;

Tú bien sabes que te quiero[59]". Eso es lo que intenta la omnisciencia de Cristo: ver en loshombres su amor a Él, como se complació en discernido en una pecadora arrepentida y en undiscípulo que le había negado. Su mirada no escudriña las tinieblas de las almas sino para encontrarpor fin en ellas la chispa de ese amor.

Cuando quiere explicar el mismo el conocimiento que tiene de los suyos, le asigna comoprincipio y modelo sus relaciones con el Padre: "Yo conozco a mis ovejas, y mis ovejas me

conocen, como me conoce mi Padre y yo conozco a mi Padre[60]". Es decir, que el conocimientoque Jesús tiene de sus discípulos es del orden más elevado, que no es solamente una intuiciónpsicológica más aguda y profunda que la de la psicología ordinaria, sino que pertenece a un mundotrascendente. Y si es tan hondo y total, es porque quiere ser, como el que une a Cristo con el Padre,una complacencia en que cada uno se abandona al otro. Hemos subrayado que la miradapenetrante de Jesús no tenía por fin espiar o condenar a los hombres, sino que aspiraba acomplacerse en ellos por el establecimiento de relaciones de amor. Como el Padre eterno declarahacerla en su Hijo muy amado, Cristo intenta complacerse en sus discípulos y formar con ellos unaunión de intimidad tan cálida como con su Padre. Por lo demás, ese conocimiento y complacenciadeben ser recíprocos, y las ovejas están llamadas a conocer al pastor como él las conoce. Por estoCristo se confía completamente a sus discípulos.

Los suyos le conocenSi conoce a fondo a los que le rodean, les da igualmente a conocer el fondo de sí mismo. No se

conduce como quien, dominando a los demás por una ciencia extremadamente penetrante, seguarda celosamente de descubrirse a ellos, por temor de perder el triunfo de su superioridad. Muy alcontrario, se expone a sus ojos con una completa sinceridad, en una convivencia en que todos sus

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actos y palabras manifiestan su alma. Quiere expresamente no esconderles nada y no se reservaningún reducto interior; nada sustrae a la observación de ellos. Siempre evitó llevar dos vidas, unapara los otros, preocupándose de sus miradas, y otra, oculta, para sí mismo. Se muestra tal cual es,y esta lealtad perfecta es una manera de darlo todo. Cualquier disimulo sería una mentira,incompatible con la luz que El personifica, y toda reserva sería una restricción a un amor que quiereser ilimitado. Abre completamente su corazón a los hombres, les confía todo lo que sabe, todo loque es, todo lo que posee.

Ya cuando revela a los demás los pensamientos íntimos o la conducta de ellos, se revela sobretodo, a sí mismo. Natanael comprendió bien que Cristo se le manifestaba, al abordarle con unadeclaración sobre su franqueza de carácter; inmediatamente después de haber dicho a lasamaritana quién era ella, Jesús le declara quién es El; al proclamar el perdón concedido a lapecadora, da a entender al fariseo Simón que es verdaderamente profeta. No quiere mostrar suconocimiento de los demás sino a condición de reciprocidad: se les da a conocer y les confía supropio secreto. Restablece así la igualdad de amor que la superioridad de su intuición pudiera habercomprometido. Al revelarse a los demás, les concede entrada franca en su interior, como Él la tieneen el de ellos. Sus discípulos le conocen como Él los conoce.

Los trata como a amigos, a quienes se dice todo. "Ya no os llamo siervos, pues el siervono sabe qué hace su señor, mas a vosotros os he llamado amigos, pues "todas las cosas que de mi

Padre oí os las di a conocer[61]". Notemos que todo el grupo de los discípulos es llamado a esaamistad y se beneficia de ella: Jesús no reserva ese favor a alguna que otra alma escogida, sinoque lo concede a todos. Protesta con energía contra la intención que alguien pudiera sentirsetentado a atribuirle de guardar lo mejor de sí para su familia. Declara públicamente que quiere tenercon todos los que están dispuestos a escucharle una intimidad tan honda como con sus parientes:“¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?" - pregunta a los que le anuncian la llegada desu familia -. Y no vuelve los ojos hacia el lado de los que llegan, sino que echando en torno unamirada a sus discípulos y oyentes, los señala con el dedo: "He aquí mi madre y mis hermanos.Porque quien hiciere la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, éste es mi hermano, y

hermana, y madre[62]". Hasta ese nombre, el, más querido, de “madre”, que los hombres reservancuidadosamente para aquella que los trajo al mundo y los crió, quiere Cristo extenderlo a todos,Desea trabar con todos una intimidad tan afectuosa como con una madre, intimidad que debe tenerpor fundamento el celo común por el cumplimiento de la voluntad de Padre. Hace profesión decomunicar a todos los tesoros: más profundos de su corazón. A todos quiere prodigar su amistad;quiere hacer entrar en su familia a la humanidad entera. Por otra parte, tan sorprendente amabilidadno perjudica en modo alguno a la intensidad de su amor; el corazón de Jesús no se agota a fuerzade comunicarse. Entrégase a cada uno con el máximo afecto; su familia, aunque prodigiosamenteaumentada, sigue siendo familia, y sus amigos, por numerosos que sean, son tratados comoamigos.

Precisamente a causa de la universalidad de su amor no quiso revelarse sino en su vidapública. No aprovechó los largos años pasados en Nazaret para descubrir su mesianidad aparientes y vecinos, Sólo María y José, advertidos por el cielo del carácter extraordinario del niño,percibieron en él algo no común, divino. Cuando comenzó a darse a conocer a los hombres, quisoofrecerse a todos, y todos fueron tan privilegiados como los miembros de su familia.

Sin duda sabe por adelantado que muchos de aquellos a quienes trata de revelarse no sehallan en las disposiciones requeridas para acoger su ofrecimiento, Pero quiere manifestar que seinteresa por todos y que de Él no dependerá el que no pueda establecerse la intimidad concualquiera. Se porta como el sembrador que esparce su semilla tanto entre las zarzas, sobre losguijarros o en el camino como en la tierra buena. Derroche - podría decirse -; pero Jesús no temederrocharse, porque su generosidad no quiere detenerse en ningún límite es la largueza de un

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corazón que desea entregarse a todos los hombres aun a costa de diligencias inútiles y a riesgo desufrir humillantes fracasos.

Por eso Cristo obra a plena luz. Los que se dejan gobernar por su interés personal o por el deuna facción, maniobran en la sombra para mejor alcanzar su fin. El que se dirige únicamente por unamor que a todos se ofrece, nada tiene que ocultar y busca una claridad que le permita darse másfranca y definitivamente. En tanto que los fariseos se conciertan secretamente para proteger susituación e influencia contra ese intruso, Jesús se pone constantemente al descubierto. En suproceso podrá decir que siempre habló en público en el Templo, enseñando su doctrina a todo elque quería oírla. Ante auditorios en que merodean los espías de los fariseos, no vacila en proclamarsu misión mesiánica, porque quiere comunicarles todo lo que tiene en el corazón. Y cuando susdiscípulos se esfuerzan por disuadirle de volver a Judea, donde se le quiere apedrear, les respondeque continuará caminando a plena luz y no jugará al escondite con sus enemigos. Vuelto a Betania,realizará allí su milagro más esplendoroso, la resurrección de Lázaro. Si hubiera aceptado intrigaren las tinieblas, se habría hurtado a los hombres en lugar de darse a ellos; se habría hecho ignorar,cuando debía hacerse conocer.

El peligro que arrostra revelándose públicamente demuestra bien que no busca esa revelaciónpor sí mismo, sino por los demás. También la forma que ésta toma denota que está inspirada por elamor: Jesús se da a conocer por medio de actos que constituyen un don. Para expresar que Él esla luz de la Humanidad, devuelve la vista a los ciegos; para insinuar el poder restaurador de sugracia, cura a numerosos enfermos, y prueba su poder de perdonar los pecados devolviendo lalibertad de movimiento a un paralítico; para mostrar que es la vida, resucita varios muertos. Quisoque su revelación, que era ya en sí misma un don, se efectuase en forma de beneficios, y que loshombres obtuviesen de ella inmediatamente un provecho visible.

Además, se pone en seguida a compartir con sus discípulos esos privilegios personales. Lejosde echarse a conocer para establecer entre los hombres y Él una barrera infranqueable y relegadosa una admiración o un temor impotentes, no se descubre a ellos sino para comunicarles su

grandeza. Si declara: "Yo soy la luz del mundo[63]", dice igualmente a sus discípulos: "Vosotros sois

la luz del mundo[64]", porque les transfunde su verdad iluminadora. Transmíteles también su virtudde taumaturgo, y veremos a Pedro, poco después de Pentecostés, dar a un cojo la facultad deandar. Les entrega, sobre todo, su poder de perdonar los pecados, ese poder que tanto sorprendióa los fariseos y suscitó tantas protestas indignadas, tantas, acusaciones de que usurpaba , unaprerrogativa divina. Fue en ese perdón de las culpas humanas donde reveló su autoridad del modomás llamativo y probó que el Padre le había puesto todo, en las manos. Pues bien, en vez deguardar para sí ese distintivo supremo de su omnipotencia, reviste con él a sus discípulos. Supotestad para repetir a los hombres lo que el Padre le había enseñado parecía también estarleexclusivamente reservada, como al único que había sido bastante íntimo del Padre para escucharde Él las, más secretas palabras. Sin embargo, Jesús lo confía a sus discípulos, al imponerles lamisión de enseñar a todos los pueblos. Del mismo modo, al señalarles el deber de bautizar a loshombres en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, les otorga su poder divino de hacerpasar de la muerte a la vida. Cuando daba gracias al Padre por la resurrección de Lázaro que iba a

obrar, decía: "Padre, gracias te doy porque me oíste. Yo ya sabía que siempre me oyes [65]".También ese poder de obtenerlo todo del Padre lo comunica a los suyos, al asegurarles que todo loque pidan con oración confiada les será concedido. Como Cristo, sus fieles serán siempreescuchados. Jesús quiere que esa comunicación de sí a sus discípulos sea tan completa, que laacogida que se les prepare vaya, en realidad, dirigida a Él mismo, como si se encontrase

plenamente en los suyos: "Quien os recibe a vosotros, a mí me recibe[66]". Hasta lo que tiene de

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más fundamental en su persona, su calidad de Hijo de Dios, quiere compartido con sus discípulos;quiere elevados a todos a la filiación divina. Por eso al reproche capital que le echaban en cara susenemigos: "Siendo hombre te haces Dios", responde: "¿No está acaso escrito en vuestra ley: "Yo

dije,: sois dioses[67]"?. A quienes le acusan de querer engrandecerse por amor propio y orgullo,replica que,: lejos de querer alzarse por encima de los demás,: quiere alzar a los demás a su nivel,según la promesa de la Escritura de otorgar a los hombres una vida divina. Al revelarse como Hijode Dios, no se deja guiar sino por el amor, ya que quiere extender a todos la nobleza de una filiaciónadoptiva. Vemos, pues, que era aquélla la acusación más temible contra el corazón de Cristo, en elcual pretendía encontrar un monstruoso egoísmo y que la respuesta decisiva se hallaba en esemismo corazón, en el amor desbordante por el que no se manifestaba sino para darse: Jesúscomunica todo lo que posee, y eso es lo que justifica su revelación.

El amor es, por tanto, lo que da su verdadero sentido a la revelación que Cristo hace de Símismo, Para Él no se trata de una manifestación destinada a hacer impresión en los hombres yprocurarle ventaja sobre ellos, sino de una comunicación total de sí a los demás. El beneficio no espara Él, porque Cristo no tiene necesidad de la aprobación o admiración de nadie para serplenamente lo que es, sino para los hombres, que se enriquecen con cuanto les revela. Semejanterevelación no se presenta, pues, como un espectáculo ofrecido a los discípulos; es unatransformación que se efectúa profundamente en ellos con todo lo que Cristo les comunica. Entraren el conocimiento que Jesús ofrece de sí mismo es aceptar trabar con Él relaciones de amor,recibir el don completo de su persona y quedar así totalmente cambiado y renovado. Es en elhombre donde la revelación obra algo, porque él es el objeto del amor de Jesús.

ComunicaciónUna revelación por medio de la comunicación de todo su ser y de todo su corazón: eso es lo

que el Evangelio nos deja suponer al referimos la historia de una vida pública pasada en medio deun grupo de discípulos. No puede contar todos los pormenores, porque son acciones muy trivialeslas que más estrechamente eslabonan una vida de comunidad. Se limita a mencionar algunossentimientos de Cristo, aquellos de que los discípulos guardaron un recuerdo más particular:. elagradecimiento al Padre, la misericordia y la compasión, la cólera y la tristeza, la bondad y laadmiración. Lo que hay que subrayar es que Jesús no disimula sus sentimientos, ni siquiera cuandoson de naturaleza humillante y parecen arrojar sobre Él una sombra. En tanto que los hombresgeneralmente tienen cuidado, cuando su amor propio es vivo, de ocultar a los demás susmovimientos de espanto y abatimiento y sus penas personales, Cristo deja ver a Pedro, Santiago yJuan, y con ellos a todos los cristianos que leerán su Evangelio, los sentimientos que! invaden sualma al aproximarse la Pasión: el pánico del terror, el tedio y el abatimiento, el agobio de unasombría tristeza: Comenzó a sentir espanto y abatimiento, y les dijo: "Triste está sobremanera mi

alma hasta la muerte[68]". Cristo muestra a todos que, antes de padecer, tiene miedo al suplicio.Aplica hasta el final el principio de su amor en virtud del cual vive a corazón abierto con susdiscípulos. Les ha manifestado sus alegrías y procurado hacérselas compartir, señaladamente lasalegrías de sus acciones de gracias al Padre. Hasta ha tenido la audacia de exponerles, en eldiscurso de después de la Cena, el gozo que experimentaba al volver al Padre, y ha queridoasociados de manera totalmente desinteresada a ese gozo tan noble. En el momento de la agoníaintenta hacerlos comulgar en su tristeza.

La comunicación de todo cuanto siente y hace se prosigue en la gran obra de su vida, laPasión. Quiere que esa revelación suprema de su amor que es el sufrimiento del Calvario sea unacomunicación con sus discípulos. Camino del Gólgota, comparte el peso de la cruz con Simón deCirene. Es un símbolo. Mucho tiempo atrás había advertido a todos los que se presentaban para

seguirle que habían de llevar su cruz. "¿ Podéis beber el cáliz que Yo vaya beber?[69]", había

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preguntado a Santiago y Juan. Y poco tiempo antes de la Pasión había declarado a sus discípulosque la catástrofe que iba a producirse no era sino el comienzo de una serie de pruebas que seabatirían sobre ellos: Preludio de los grandes dolores serán estas cosas. ¡Ojo con vosotrosmismos! Os entregarán a los sanedrines, y, llevados a las sinagogas, seréis azotados, y

compareceréis ante los gobernadores y reyes por causa de mí para dar testimonio ante ellos[70]".Cristo no quiere que sea única la tragedia de su comparecencia ante el sanedrín, proceso ante elgobernador Pilato y flagelación. Desea comunicarla, como todo lo demás. No pretende reservarseun papel sublime, excluyendo de él a los demás, y salvar por sí solo a los hombres, despreciando elconcurso de éstos. Quiere que su obra maestra de la Redención, su invención más asombrosa, queconsiste en dar testimonio de su amor por un sufrimiento extremo, se realice con la colaboración detodos. Por esto sufre los tormentos de la crucifixión teniendo a su lado a algunas personas fíeles ysobre todo a su madre, que participa con todo su corazón en el drama en que está implicada. Lanecesidad de llevar la cruz no es simplemente una penosa obligación promulgada por Cristo, es elofrecimiento amantísimo de compartir su misión redentora. No es el desquite en el prójimo de quien,descontento por sus pruebas, quiere concederse la triste satisfacción de ver a los demás padecertanto como Él, ni una exigencia impuesta con miras a la obtención de una recompensa que hay quemerecer; sino que es esencialmente una comunicación de amor. ¿No es a quienes más ama aquienes más estrechamente asocia Cristo a su dolor? Es María quien se halla más cerca de Él alpie de la cruz. Es a sus discípulos preferidos, Pedro, Santiago y Juan, a quienes, antes de serdetenido, pide que permanezcan y velen con Él, a fin de prepararlos a unirse a sus padecimientos.Y si los discípulos pierden una ocasión tan preciosa, les proporcionará otras. En el gran acto deamor con que confiere a Pedro el poder supremo, le promete una muerte semejante a la suya:"Cuando hayas envejecido, extenderás tus manos, y otro te ceñirá y te llevará a donde tú no

quieras[71]". En la llamada magníficamente generosa que dirigirá a Saulo el perseguidor, irá incluidauna promesa del mismo género, revelada al que está encargado de instruirle y bautizarle. “Yo le

mostraré - dice el Señor a Ananías - cuánto habrá de padecer por causa de mi nombre[72]. Y Pablo

se gozará y gloriará de revivir la muerte de Cristo: "Con Cristo estoy crucificado[73]". La cruz es elmejor don de Cristo, el que otorga más abundantemente a los que más quiere: es el resumen de susvida, símbolo de su afecto a los hombres, y, comunicándosela, les da lo mejor de sí mismo.

Nada, pues, se reserva Cristo en la comunidad que forma con los suyos. Entrega toda supersona y con más insistencia lo más profundo y querido que tiene. Y, como no quiere fijar límitealguno a esa liberalidad, decide que se perpetúe en el tiempo: “Sabed que estoy con vosotros todos

los días hasta la consumación de los siglos[74]”. No retirará lo que una vez dio: ese compartir suvida con sus discípulos lo continuará; seguirá comunicándoles su persona, sus sentimientos, suspoderes y su misión, como lo hizo durante su permanencia sobre la tierra.

El Maestro BuenoDon de todo el misterio

El carácter absoluto del don que Cristo hace de Sí mismo a sus discípulos aparece claro en suenseñanza. Todo lo que aprendió del Padre lo transmite a sus discípulos: "A vosotros - les dice- os

ha sido comunicado el misterio del reino de Dios[75]". Revela, pues, a los apóstoles aun el misterio.En la literatura apocalíptica que se había confundido en la época de Jesús, los misteriossignificaban los decretos divinos ocultos concernientes al fin de los tiempos. Cristo descubre a losapóstoles el secreto de Dios: el designio que Dios formó de otorgar la sanción a la Humanidad, yque ha guardado en su corazón durante muy largos siglos, es ahora revelado íntegramente. Losdiscípulos aprenden a conocer la más maravillosa de las invenciones divinas y a penetrar así en lomás íntimo que hay en Dios. El misterio que Cristo aporta no es, pues, una realidad destinada a

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permanecer oculta a los hombres o a seres manifestada a medias, por demasiado alta, demasiadoincomprensible para ellos. Y Jesús no se contenta con entreabrir la puerta del misterio, sino que leabre de par en par, "comunica" el misterio. Cierto que sobrepasa la capacidad natural decomprensión de los discípulos, pero lo que "la carne y sangre" el hombre dejado a sí mismo nopuede percibir ni asimilar, la iluminación del Padre de los cielos puede hacerlo comprender. Por esoCristo no duda en revelar a los suyos el fondo de la sabiduría divina, esas “ profundidades” de

Dios[76] que el ojo del hombre no podría ver ni su oído oír ni su entendimiento penetrar, pero que elEspíritu Santo sondea plenamente y puede dar a conocer. Esa resolución de Jesús de decirlo todoa los hombres contrasta con las disposiciones de muchos sabios o pensadores religiosos de laantigüedad, que no comunicaban sino muy difícilmente y a un círculo estrecho de iniciados los "misterios" de que se creían depositarios. Poseían secretos preciosos, que rehusaban confiar alprimer llegado, porque de ello sacaban superioridad o hasta provecho. A esa reserva celosa, Cristoopone una actitud de franca y completa comunicación de su doctrina. No se desdeña de descubrirsu más sublime mensaje a unos pescadores de Galilea, hombres sencillos y rudos, que no tienennada de la ciencia de los doctores de la ley. Los hace partícipes de las verdades mástrascendentes. Es la primera bondad del Maestro: enseñar todo lo que sabe.

Tal es su conducta con los discípulos. Pero con las turbas, ¿no adopta una actitud diferente, decierta reserva? "A vosotros os ha sido comunicado el misterio del reino de Dios; mas a aquellos defuera todo se les presenta en parábolas, a fin de que mirando miren, y no vean; y oyendo oigan, y no

entiendan; no sea que se conviertan y se les perdone[77]". Lo de fuera de que habla Jesús son laturba aglomerada en torno a la casa en que conversa con sus discípulos; esa turba, que no puedeentrar en la casa, no penetra tampoco en el misterio. Algunos comentadores han concluido de estepasaje del Evangelio que Jesús empleaba las parábolas para ocultar a las turbas la verdad, y hastahan pretendido que se Ja ocultaba a fin de provocar su hostilidad contra El, hostilidad que acabaríaen el fin que intentaba, la muerte en cruz. ¿No es esto atribuir a Cristo bien perversos designios yuna astucia diabólica? ¿Quién puede admitir que las parábolas, esas historias encantadoras ysencillas, fueron inventadas por el Maestro de manera insidiosa para mecer en ilusiones a susoyentes? El que se compadeció de las turbas porque no tenían pastor, ¿habría querido ser paraellas un falso pastor, un salteador que las extravía por malos caminos? Todo el Evangelio nosmuestra el amor que Jesús profesa a la turba; se dirige a ella sin cesar y no se cansa de hablarle;se inclina sobre todas sus miserias y obra dentro de ella numerosas curaciones. Hasta se cuida deque tenga qué comer. Proclama bienaventurados a los pobres, a los oprimidos, a los desgraciadosque le siguen. En fin, la turba se gana toda su simpatía. Y se la devuelve. Porque se agolpa a supaso, y se pone a buscarle cuando huye de ella para retirarse a la soledad. Está loca por susdiscursos, que escucha durante horas y días, grita su admiración ante los milagros de que estestigo, y en su entusiasmo querría reconocer a Jesús como rey de Israel. Es tan adicta al Maestro,que los fariseos temerán su reacción cuando decidan la perdición de Jesús, y deberán maniobrarpara no herir los sentimientos del pueblo. ¿No es la turba la que, pocos días antes de su Pasión,preparará a Jesús una entrada triunfal en Jerusalén? No puede, pues, haber ni de parte de Cristoprejuicio alguno contra la turba ni de parte de ésta. mala disposición hacia Jesús. El Maestro habríafaltado a su misión de predicador si hubiese cegado al pueblo en lugar de iluminarle. No utilizó, pues,las parábolas para velar su doctrina a los ojos de esa turba a la que tanto amaba.

Por eso San Marcos no hace decir al Señor: " Yo les hablo en parábolas a fin de que no vean nientiendan", sino: "A aquellos de fuera todo se les presenta en parábolas, a fin da que mirando miren.y no vean..." Que todo se les presente en parábolas no es una situación querida por Cristo, sinomuy al contrario. Es un estado de cosas con que tropieza y que deplora profundamente. Lamentaque para las turbas todo quede en parábolas, lamenta ser impotente para explicarles su verdaderosentido, para elevar sus inteligencias y corazones a una comprensión más seria de lo que predica.

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Querría enseñarles la auténtica naturaleza del reino de Dios, comunicarles su misterio. Peroexperimenta una tenaz resistencia, debida a la propaganda llevada a cabo por los fariseos. Porqueuna mala intención actúa en la turba "a fin de que mirando miren y no vean". Es Satanás, el enemigodel Sembrador, que se sirve de los fariseos para impedir que la semilla penetre en los corazones.Son todos los ardides del adversario, que tratan de conseguir que para la mayoría de la gente todose reduzca a parábolas, que mirando y escuchando a Jesús no puedan verle ni entenderle y de esa.manera queden fuera del sendero de salvación. En la intención de Cristo las parábolas son unaintroducción a la luz del reino. Con ellas intenta abrirse camino hacia la ruda inteligencia de lasturbas y hacerles comprender lo más posible de su mensaje. No pudiendo llegar por la vía directa,aún exponiéndose de declarar demasiado abiertamente el alcance de su doctrina y misión, aprovocar un movimiento de hostilidad que le cerraría definitivamente los entendimientos, emplea unprocedimiento lleno de imágenes que hace la verdad más suave y más fácil de asimilar. Susparábolas no tienen por fin velar su enseñanza o dar la verdad con cuentagotas, sino hacer llegar ala turba toda la revelación posible. San Marcos caracteriza bien la intención de Cristo: "Con muchas

parábolas semejantes les hablaba la palabra, según que eran capaces je entender[78]". No erancapaces de comprender más a causa tanto de su inteligencia poco desarrollada como de las ideaspropagadas por los fariseos. Pero, en lugar de desinteresarse de oyentes tan pocos comprensivos,Jesús se esfuerza por iluminados hasta el máximo. A las turbas, como a los discípulos, entregacuanto puede de su doctrina, y por, su parte no pone reserva alguna a su don de revelación. Lasparábolas son expresión de su amor a. la gente del pueblo, de un amor que no renuncia a conducidaa las verdades más altas por los caminos más humildes.

Por lo demás, ni a los discípulos puede Jesús decírselo todo, dada la incapacidad de ellos.“Todavía muchas cosas tengo que deciros, mas no las podéis sobrellevar ahora; mas cuando

viniere él, el Espíritu de verdad, os guiará por el camino de la verdad integral[79]”. El único límite queCristo pone en la comunicación de su doctrina es, pues, el qué le impone la incapacidad actual delos apóstoles. Pero no es sino una restricción momentánea, y Jesús tiene el firme designio derevelarlo todo, ya que enviará a su Espíritu para que manifieste lo que no haya dicho Él mismo porsu propia boca. Está decidido a confiar a los suyos todo lo que sabe.

El que ilumina a los ciegosTarea difícil, pero que cumple con celo infatigable. ¡Cuánto no debió de repetir a sus discípulos

que el reino que venía a fundar no era un reino terreno! Y, sin embargo, en el momento de subir al

cielo, oye que le preguntan: “Señor, ¿en esta sazón vas a restablecer el reino a Israel?”[80]. Hastael fin el entendimiento de ellos ha permanecido reacio a la naturaleza espiritual de su doctrina. Otrose hubiera irritado ante incomprensión tan obstinada. Pero Jesús se contenta con tomar la preguntaen un sentido espiritual que ella no tiene, y entenderla del verdadero reino de Dios: les responde quela voluntad del Padre es la única que regula las fases de su establecimiento y que no toca a losdiscípulos conocerlas. Y añade que la expansión de ese reino consistirá para ellos en llevar sutestimonio hasta los confines de la tierra. Después de haber tratado tantas veces de iluminar a susdiscípulos, tiene la paciencia de responder a una interrogación que denota una total ininteligencia desu enseñanza, y tiene la bondad no sólo de repetirse, sino de difundir una luz más abundante.Ocurre lo mismo con la predicción de su Pasión y Resurrección. Profetiza varias veces que serácondenado a muerte y conducido al suplicio y que resucitará al tercer día. Hasta describe su Pasióncon algunos pormenores: "Mirad, subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a lossumos sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles, y le

escarnecerán, y le escupirán, y le azotarán, y matarán, y tres días después resucitará[81]". Peroesas precisiones, tan impresionantes, no bastan para convencer a los apóstoles. Santiago y Juan

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continúan pidiéndole sentarse en su gloria uno a su derecha y el otro a su izquierda. Después de laResurrección, Cristo reanudará la explicación de este hecho, que había anunciado varias veces: alos discípulos de Emaús y a todos los discípulos expondrá que el Mesías debía padecer y así entrar

en la gloria. “ ¡Oh insensatos y lerdos de corazón!”[82], dice a Cleofás y su compañero,reanimándoles el corazón con su conversación optimista y alentadora. Lo que podría haber sido unreproche irritado no es - por así decirlo - sino una palmada amistosa destinada a despabilar aaturdidos. Jesús les da una larga lección: las incomprensiones, lejos de desanimarle, le estimulan ainculcar su doctrina con más fuerza y claridad. Su reacción es análoga a la que experimenta antelos pecadores. Sobre éstos vuélcase con tanto más afecto cuanto están más decididamentehundidos en sus culpas y son, por tanto, más desgraciados; del mismo modo, cuando encuentradureza de entendimiento en sus oyentes, procura con ardor multiplicado iluminarlos y convencerlos.El Maestro bueno tiene la misma generosidad que el Buen Pastor, cuya solicitud mueveparticularmente las ovejas que huyen de El.

Por eso, si instruye a sus apóstoles con una tenacidad tanto mayor cuanto mayor dificultadtienen en comprender su doctrina, se empeña todavía más en predicar al pueblo cuando éste,trabajado por los fariseos, se muestra cada vez menos apto para entender su enseñanza y sesiente tentado a apartarse de Jesús. Es en ese momento cuando obra su mayor milagro, laresurrección de un hombre sepultado cuatro días antes. Ese milagro es una parábola viviente yconcreta, realizada históricamente, y, por consiguiente más impresionante que cualquier relatoimaginario: a una turba ávida de imágenes Jesús da algo mejor que imágenes: una escena real quedemuestra indiscutiblemente su poder de vencer la muerte y conferir la vida. Esa demostración, tanelocuente produce al efecto que los fariseos se quejan unos a otros: "Veis que nada lográis; he aquí

que el mundo se fue tras Él"[83]. Porque la turba que le vio resucitar a Lázaro es la que le aclama enJerusalén. Es igualmente en el momento en que esa turba se dispone a abandonarle cuando sedirige a ella con más vigor y le dice a voces lo que tiene que decide, como para hacerse oír dequienes se tapan los oídos. A pesar de la amenaza que sobre Él pesa, habla más alto que nunca, enuna última tentativa por hacer entrar la verdad en los corazones. Está en la lógica de su amorprodigarse tanto más enérgicamente cuanto mayor resistencia encuentra.

El que ilumina a los enemigos Esa voluntad de dar toda la luz posible a todas las inteligencias, y particularmente a las que

se le cierran, resplandece en cada página del Evangelio, frente a sus adversarios. Vienen lossaduceos a imponerle una objeción refinada que intenta poner en ridículo la doctrina de laresurrección de los muertos: "Había entre nosotros siete hermanos, y el primero, después decasado, murió, y, como no tenía prole, dejó su mujer a su hermano; asimismo también el segundo yel tercero, hasta los siete. Posteriormente a todos murióse la mujer. En la resurrección. pues, ¿de

quién. de los siete será su mujer? Pues todos la tuvieron"[84]. Se ve bien, por la índole de lapregunta, que los saduceos no tratan de pedir un parecer, sino de embarazar al Maestro. Pues bien,a pesar de su mala intención, Jesús les responde jluminándolos. Aprovecha esa ocasión paraenseñarles la realidad y la pureza de la vida celestial: "En el día de la resurrección no se casaránellos ni ellas, sino que serán como ángeles de Dios en el cielo". Más frecuentemente aún son losfariseos los que vienen a interrogarle de manera insidiosa y El no se niega a ofrecerles una luz que

tan poco deseo tienen de acoger. A los que "con ánimo de tentarle" [85] le preguntan si estápermitido a un hombre repudiar a su mujer, les expone todo el plan divino sobre la unión indisolublede los esposos – Algunos le reclaman una señal del cielo, aun cuando tantos milagros le venrealizar: Jesús podría remitirlos al testimonio de esos milagros, pero prefiere responder a supregunta, aunque subrayando que proviene de un corazón perverso: “Una generación perversa y

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adúltera reclama una señal, y otra señal no se le dará sino la señal de Jonás el profeta”[86] y lespredice su Muerte y Resurrección, es decir, la esencia del drama redentor: a enemigos que intentancogerle en falta se esfuerza por esbozarles el misterio fundamental del reino de Dios. Asimismo aldoctor que quiere implicarle en una discusión rabínica, preguntándole cuál es el mayor mandamientode la Ley, le resume en dos preceptos toda la doctrina moral que ha venido a traer a los hombres.Ilumina, pues, sobreabundantemente y magistralmente a los que le preguntan para hacer fracasar surevelación y sustraerse a su enseñanza. Ellos quieren arrastrarle a sus tinieblas; Él los sumerge ensu luz. Le tienden una trampa con e! fin de llevarle a tomar posición en e! terreno político: “Maestro,sabemos que eres veraz y enseñas el camino de Dios en verdad y no tienes respetos humanos,porque no eres aceptador de personas: dinos, pues, ¿qué te parece? ¿Es lícito dar tributo a Césaro no?” ¡Cómo respira adulación esta entrada en materia! Cristo, cuyo corazón debió de vibrar antetanto disimulo, reprocha a sus interlocutores su hipocresía: “¿Por qué me tentáis, farsantes?” Perolejos de dejarse llevar del mal humor y despacharlos, acepta responderles y enuncia un principiocapital en las relaciones de la religión con la política: "Dad, pues, al César lo que es del César, y a

Dios lo que es de Dios"[87]. Con estas pocas palabras resuelve un problema que no ha sidosuscitado más que para molestarle, y se detiene a resolverlo en beneficio de los querían utilizadocontra El.

Hasta cuando parece que elude la pregunta, por razón de la mala fe que la ha dictado, cuida dedar los elementos de la respuesta. Mientras predica en el Templo, los príncipes de los sacerdotes ylos ancianos del pueblo le preguntan: "¿Con qué potestad haces esas cosas?", Jesús hace a su vezuna pregunta: "El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo o de los hombres?" Y como ellos seabstienen de manifestar su opinión, les declara: "Tampoco Yo os digo con qué poder hago estas

cosas"[88]. Pero esa negativa a responder es ya una respuesta para el que quiera entenderla:Jesús proclama que Él obra en virtud de la misma autoridad que el Bautista, es decir, la de Dios.

En controversias con las que sus adversarios quieren cogerle en las redes de sus maniobrashipócritas, Cristo prosigue su anuncio del reino de Dios. Y lo proseguirá hasta el último límite: en laúltima trampa ,que se le tenderá - el conjuro solemne de Caifás para saber si pretende ser Hijo deDios -, coronará su obra de enseñanza a sus enemigos afirmándoles la verdad capital de su vida.Hasta el fin sigue siendo para los terribles fariseos el Maestro bueno. Aunque cien veces tuvomotivo legítimo para romper con ellos y castigarlos con su silencio, nunca renunció a iluminadas. Atodas las interrogaciones destinadas a precipitarle hacia una condenación a muerte, reaccióngenerosamente dando un aumento de luz.

Una doctrina que apela a la libertad del amorGenerosidad tan radical va acompañada - cosa digna de atención - de un profundo respeto a la

libertad humana. Cristo nunca se deja llevar de un celo impetuoso hasta el punto de hacer violenciaa las conciencias. Podría deslumbradas, subyugadas y encadenarlas a su voluntad. Pero seabstiene cuidadosamente de hacerlo, porque su amor quiere la expansión, y no la esclavitud, de lasalmas. Lejos de pretender añadir un nuevo peso a la Ley judía, comienza por librar a sus discípulosde la inextricable red de prescripciones con que los fariseos la rodeaban; los aligera de unaobservancia demasiado minuciosa del sábado y de la práctica de los ayunos. Se opone a todos losque hacen recaer sobre los hombros del prójimo una carga que ellos mismos no son capaces desoportar. Hasta adopta una actitud que contrasta deliberadamente con la de Juan Bautista: éste sehabía señalado por su austera penitencia, en tanto que Jesús se hace notar por las comidas a quese sienta con cualquiera que le invita o le recibe. Come y bebe, y lo hace abiertamente ysistemáticamente. Su primer cuidado es que la alegría se exprese libremente en el alma de susdiscípulos, la alegría de la presencia del esposo en una fiesta nupcial. Y semejante alegría se vedaestorbada por una ascésis deprimente. No se trata de ejercitarse, por medio de severas

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privaciones, en temer la cólera divina o en esforzarse por apartada, sino de apreciar plenamente labondad de Dios que hace vivir a su Hijo entre los hombres; hay que alegrarse por favor tanextraordinario. Cristo intenta dilatar los entendimientos y los corazones.

Enseña con autoridad, y sus oyentes ven en ello una gran diferencia con la enseñanza de losescribas que se remitían a la autoridad del texto que interpretaban. Pero Cristo hace sentir esa suautoridad soberana no abrumando o aplastando las conciencias, sino favoreciendo suespontaneidad. Si se declara señor del sábado, es para suavizar su yugo. En el Sermón de laMontaña se presenta como fundador de una nueva moral: "Se dijo a los antiguos..., mas Yo os digo."Pues bien, los preceptos que inculca tienen como característica hacer crujir las reglas demasiadoexteriores, para desarrollar plenamente una actitud interior. Quiere desembarazar a sus discípulosde toda la casuística de los juramentos y promover la franca sencillez del sí o no; recomienda evitaren la oración toda afectación y las fórmulas demasiado complicadas o redundantes y dirigirse aDios con entera sinceridad, a puerta cerrada; invierte la gradación de las penas previstas por lascostumbres de los fariseos para las ofensas al prójimo, asignando el castigo más considerable alultraje más leve; quiere mostrar que los actos externos importan menos que las disposicionesíntimas: la menor rencilla debe haber desaparecido antes de ir a hacer una ofrenda a Dios. De lamisma manera, desdeña las prescripciones destinadas a asegurar una pureza exterior, como lasabluciones antes de las comidas o la ausencia de contacto con los pecadores, e insiste en la purezade corazón. Define el pecado no por la violación de las reglas que prohiben ciertos alimentos, sinopor los malos sentimientos que se forman en el fondo del alma. Liberando las conciencias de todoun sistema de prácticas que las ahogan, Cristo quiere que extremen las buenas disposiciones.Hace más absoluto el amor conyugal condenando hasta una mirada adúltera y no tolerando divorcioalguno; suprime todo límite al amor del prójimo, que debe ejercitarse aun con los enemigos y nocansarse jamás de perdonar. Llega hasta a quitar las pendencias su última excusa, laresponsabilidad del otro: "Si, pues, estando tú presentando tu ofrenda junto al altar, te acordares allíde que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y vete primero a

reconciliarte con tu hermano"[89], Considera expresamente el caso en que "tu hermano tiene algocontra ti”, más bien que “tú algo contra tu hermano”, a fin de perseguir hasta sus últimas trincherasla mala voluntad o la pereza en reconciliarse; deben intentarse todos los medios, aun en el caso deque el prójimo parezca culpable o dé pruebas de malevolencia.

Por ahí se ve en qué sentido vino Cristo no a derogar la Ley, sino a perfeccionada. Lo queviene a llevar a su plenitud es el espíritu de la Ley, que en ella estaba demasiado bien encerrado.Cuando reclama de sus discípulos una justicia superior a la de los escribas y fariseos, no los invita ahacer más que ellos añadiendo observancias a las suyas, sino a superados cumpliendointeriormente lo que ellos ejecutan superficialmente. Si afirma que ni el menor detalle ni la menor tildede la Ley pasarán, no es que mantenga todas las prescripciones formalistas, puesto que es elprimero en no tenerlas en cuenta; lo que desea es que sus discípulos no se permitan la menorquiebra en la disposición de alma que se les manda: por ejemplo, ningún rasguño - ni el másinsignificante - en el amor al prójimo.

Cristo se revela, pues, como un Maestro exigente, pero se ve que esa exigencia dimana de subondad, porque apela a la espontaneidad. Jesús altera completamente la atmósfera delcumplimiento de la Ley, y hasta la naturaleza de esa Ley. Resume todos los mandamientos en elamor; sustituye una Ley que doblegaba las voluntades e imponía cargas por un precepto cuya totalambición es realizarse lo más suave y voluntariamente posible, en el ímpetu de una libertad ansiosade darse. Prescribe una orientación a la actividad humana, pero de manera que surja de lo másprofundo del ser y que la personalidad encuentre: en ella - bien que a través de muchos sacrificios elverdadero modo de desplegarse. Precisamente por que ama a los hombres, Cristo quiere libradosde la opresión del temor, y tiene la audacia porque audacia es - de hacer que todo descanse sobre

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el amor, de pedir al amor la ejecución de la voluntad divina. Repite muchas veces a sus discípulosque están obligados a observar los mandamientos, pero presenta esa obligación bajo la forma deuna petición de amor. "Si me amareis - les dice -, guardaréis mis mandamientos"; "Quien tiene mismandamientos y los guarda, éste es el que me ama"; "Si alguno me amare, guardará mi palabra";

"Quien no me ama, no guarda mis palabras"[90]. He ahí en qué términos lega su Ley a susdiscípulos. Recuérdense los prodigios de poder que acompañaron la entrega de la Ley a Moisés, yel espanto que infundieron en el pueblo, y se medirá el camino recorrido. Para la observancia de laLey, Cristo cuenta no con el terror, sino con el atractivo de su Persona: tiene suficiente confianza enlos hombres para proponerles un programa de vida en que a la necesidad del precepto se junte,transformándola, la espontaneidad del amor.

Cuando quiere diseñar el cuadro de la perfección evangélica, no enumera los artículos de uncódigo, sino un conjunto de bienaventuranzas; "Bienaventurados los pobres, los mansos, los puros,los misericordiosos, los pacíficos, los hambrientos, los afligidos. los perseguidos..." Proclama elideal que viene a predicar en forma de bienaventuranza, para dejar a un lado la coacción ceñuda ytriste y estimular la energía gozosa. Señaladamente, no se contenta con exhortar a la resignación alos que padecen; sino que les promete que su tristeza se convertirá en gozo. Aunque trae a loshombres una doctrina moral en que la cruz juega un papel predominante, les muestra que es conellos y no contra ellos como desea su felicidad y les proporciona e! más excelente medio de llegar aella; que en Ella soberanía divina, bien que absolutamente trascendente, quiso manifestarse enforma de bondad y asignarse como fin la máxima alegría de los hombres.

Luz que no quiere deslumbrarEl mismo respeto a la personalidad manifiesta Cristo en la manera de provocar la adhesión a su

Evangelio. Hubiera podido revelarse con tal fuerza de evidencia que arrastrara el asentimiento detodos; pero eso hubiera sido violentar los espíritus, arrebatarlos a pesar suyo. Prefiere anunciar sumensaje y presenta su Persona en una luz más discreta, suficiente para motivar un movimiento defe, pero no bastante deslumbrados para barrer las resistencias. Aun a sus discípulos no pretendeimponerse a cualquier precio, y les reserva a veces la posibilidad de abandonarle. Sin embargo, seligó a ellos con una amistad fortísima. Con secreta angustia - ellos debieron de percibida en el tonode su voz - les pregunta, después del discurso acerca de la Eucaristía, que ha suscitado un gran

número de defecciones: "¿También vosotros queréis marcharos?" [91]. Al hacer esta pregunta,Jesús espera con todas sus fuerzas una reacción como será la de Pedro, porque el inmenso afectoque profesa a sus discípulos se refuerza más en d momento en que muchos le abandonan, y sucorazón se rompería si los viera irse también a ellos. Y, no obstante, a pesar del vigor de esaesperanza y ese cariño, tiene la suprema delicadeza de dejarles en libertad de marcharse oquedarse. No quiere apropiarse a los que ama, esclavizados a su voluntad, arrastrados en suseguimiento. Eso sería amados no por ellos mismos, sino por sí mismo. Y Él los ama por ellos, porsu persona; por lo cual se guarda de sujetada a encadenarla con una avidez demasiado imperiosade conservados a toda costa. Quiere que la personalidad de sus discípulos se exprese sin trabas yse desenvuelva en el amor, y por eso apela a su libre elección. Si estiman que no pueden soportarlas palabras que acaba de pronunciar acerca de su cuerpo que dará a comer y su . sangre que daráa beber, más vale separarse. A ellos, toca decidir.

No ejerce presión sobre su inteligencia, como hubiera podido hacerla repitiéndoles a manerade eslogan que Él era el Mesías e induciéndolos a repetido tras Él. Se designa con la misteriosadenominación de "Hijo del hombre", y se limita a suministrar a los apóstoles un gran número deindicios de su misión mesiánica. A los enviados de Juan Bautista, que le preguntan de parte de sumaestro si es realmente el que ha de venir, responde con la descripción de algunas señales: "Losciegos cobran vista, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son

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resucitados, los pobres evangelizados"[92]. A Juan toca sacar la conclusión. Del mismo modo sonlos apóstoles quienes han de descubrir en Jesús al Mesías y proclamarle tal. "¿Quién dicen loshombres que soy?" Diversas opiniones corren sobre ese punto: unos ven en Él a Juan Bautista,otros a Elías o uno de los profetas. Señal evidente de que hasta ahora Cristo no ha afirmado entérminos precisos que es el Mesías. "Y vosotros - continúa, dirigiéndose a los apóstoles -, ¿ quién

decís que soy?" Es Pedro el primero que afirma la mesianidad de Jesús: "Tú eres el Mesías"[93].En su confesión de fe Pedro verdaderamente halla algo: no es una lección que recita, sino undescubrimiento que hace espontáneamente, bajo la inspiración reveladora del Padre. Cristo es unMaestro que no suplanta a sus alumnos, sino que desarrolla el sentido sobrenatural de ellos demanera que puedan percibir por sí mismos la verdad y llegar por sus propias fuerzas, vigorizadas yguiadas por la gracia, a la solución del problema que plantea la Persona de Jesús.

El mejor testimonio de la libertad que deja a los hombres reside en el hecho de que algunos sele resistieron. Los fariseos, que le llamaron seductor y, pervertidor de almas, nunca se dejaronseducir por Él; pero Cristo no toma pretexto de la urgencia que hay de salvados de su mala fe parahacer violencia a sus almas y unidos a sí mismo por medio de un trastorno que los deje aturdidos.Judas, que vive continuamente en su intimidad, conserva la facultad de resistírsele hasta el final.Jesús hace todo lo posible por atraérsele, pero con suavidad y sin jamás hacerle sentir su peso,siendo así que disponía de muchos medios de imponerle una coacción para su bien: lo que quierees el amor de Judas, y nada más.

Volvamos a ver a Cristo en presencia del joven rico. Este se precipita hacia Jesús impulsadopor un gran entusiasmo. El Evangelio nos cuenta, en efecto, que corre hacia el Maestro, se arrodillaante Él y le hace una pregunta que indica una total abertura de alma: "¿Qué he de hacer?" ¿VaCristo a explotar ese ímpetu, a aprovecharse de él para arrastrar al joven en pos de Sí? De ningúnmodo. Primeramente trata de calmarle, de hacerle reflexionar y recobrar la serenidad:deliberadamente enfría su sudor, respondiéndole que acaba de llamarle inconsideradamente"Maestro bueno", porque sólo Dios es bueno. Después, para dejarle tiempo de reponerse de suemoción, le recuerda la serie de los mandamientos, aun cuando adivina desde el principio que eljoven anhela hacer algo mejor y pide más. Cuando éste declara que ha observado toda la Ley,Cristo le mira a los ojos con un amor particularísimo. ¡Cuán hasta el fondo debió de adentrarse en elalma del joven esa mirada de amor, y cómo debió de invitar y solicitar poderosamente al amor! Sinembargo, no es una mirada arrebatadora que subyuga, pues el joven responde a ofrecimiento tanseductor con una mueca y una negativa. Cristo se guarda, a pesar del intento amor que le profesa,de violar su libertad. Es Maestro bueno rehusando arrancar a sí misma un alma que el joven estabadispuesto a darle a la ligera.

Si más tarde, con un rasgo extraordinario que conviene a un hombre extraordinario, derriba aSaulo en el camino de Damasco, no le quita con ese golpe su libertad más profunda. La prueba deello es que Saulo tiene suficiente fuerza de espíritu para hacer una pregunta y después otra. Y por sí

mismo se pone a disposición de Cristo: “¿Qué he de hacer, Señor?[94]”. Jesús no quiere usar delpoder discrecional que Saulo le ofrece; que éste se levante y se tome tiempo suficiente pararecobrarse do su emoción yendo a Damasco y allí se le indicará lo que ha de hacer. Cristo da aconocer su voluntad a su perseguidor, pero no le fuerza a seguida y deja a salvo en él el dominio desí. Pablo tendrá tiempo de hacer su acto de fe después de reflexionar y en plena posesión de susfacultades. Contando más tarde este acontecimiento al rey Agripa, añadirá que no fue incrédulo a lavisión celeste: habría podido negarse a creer en ella, pero se sometió conscientemente. Cristo,pues, no arrebató el alma de su perseguidor aturdiéndole; antes bien le liberó del peso de su pasadoy de los prejuicios que le aprisionaban y le puso en estado de decidirse con toda claridad por ocontra Jesús. En el camino de Damasco no se le quitó a Pablo la libertad, sino que se le dio.

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Este cuidado de Cristo por preservar la libertad ajena demuestra la autenticidad de su amor. Él,la personalidad más poderosa de la Historia, no aplastó las personalidades que le rodeaban o queencontraba, a su paso, porque verdaderamente quería el bien y desenvolvimiento de ellas. El, la Luz,no quiso ser seguido o acompañado por sombras. Fue Él quien suscitó el desarrollo,asombrosamente rico, de personalidades como las de Pedro y Pablo. Fue Él, Maestro bueno, quienlas formó y les entregó todos los tesoros de su mensaje y de su vida, pero, como a almas libres quele eran demasiado queridas para que pudiera violentadas y esclavizadas.

EL AMIGOEl amigo

Cristo ha venido a la tierra para provocar el amor a su Persona, para atraer hacia sí a laHumanidad y el universo. Pero antes de reclamar esa adhesión y para obtenerla, ama Él mismo alos hombres. Su bondad es primera y preveniente. Por eso no se presenta con los rasgos de unconquistador que viene a establecer su dominación, ni de un propagandista que habla alto paraimponer sus ideas. Ciertamente, Cristo está movido por un celo devorador de ganar las almas parasu causa y utiliza hasta sus momentos de fatiga para difundir su mensaje, como lo atestigua elepisodio. de la samaritana. Pero antes de tomar quiere dar: con el don que hace de sí mismo solicitael don ajeno. A pesar de ser Dios, se entrega a María y José, y así les gana el corazón. A los dosprimeros discípulos, que le preguntan dónde habita, les responde invitándolos a seguirle, y con sumorada les ofrece su persona. Antes de escoger a Pedro como pescador de hombres, se pone asu servicio y le procura una abundante pesca de peces. Cuando la samaritana viene al pozo, seabre a ella pidiéndola de beber. Es Él quien va hacia los publicanos y pecadores, y se da a ellosmanifestándoles abiertamente su simpatía. Le es grata su compañía, en el clima de confianza quereina entre los convidados a una misma comida. Consiente en tener esa confianza aun con losfariseos, aceptando las invitaciones a su mesa. La practica sobre todo con los que Le siguen ensus desplazamientos, con sus discípulos, con el grupito de mujeres que le acompañan a todaspartes, la entrega que hace Jesús de sí mismo compendia toda la historia de su venida a la tierra,desde el momento de la Encarnación, en que se entregó al seno de una mujer, hasta el de suPasión, en que se entregó al beso hostil de Judas, a la tropa de los soldados llegados paraprenderle, al Sanedrín y a Pilato, a la cruz.

Esa entrega acaba por anudar amistades muy profundas. Se trata de verdaderas amistades,con todo el afecto que esta palabra supone. Lo que Cristo da ante todo es su Corazón, y es elcorazón de los demás lo que desea recibir. Se describe a sí mismo como esposo en una boda, esdecir, como alguien presa de un amor intensísimo y ternísimo, que quiere contagiar a cuantos lerodean, haciéndoles compartir la alegría de ese amor. No pide a sus discípulos ayunos u otrasprácticas de piedad, porque quiere celebrar en cierto modo ese amor en todo su esplendor.Antepone el amor afectivo a un "amor efectivo" con consistente en sus obras. En la casa de BetaniaMarta se fatiga preparando la comida y se siente desbordada; querría que María, en lugar dereposar al lado del. Señor, le echase una mano. Pero Cristo aprecia más el abandono afectuoso de

María que la agitación de Marta, y así lo dice: "Una sola cosa es necesaria"[95]: entregarle sucorazón. Por el amor afectivo es por donde todo debe comenzar, porque Él es el que da valor a losactos. El ejemplo de Marta muestra que el mismo servicio de Cristo puede ser estorbo para amarle.Y no ha habido mayores adversarios de Jesús que los que pretendían servir a Dios cumpliendo lasprescripciones de la Ley, pero descuidándose de amarle verdaderamente. La "mejor parte" queMaría ha escogido sentándose a los pies del Maestro para escucharle y ser toda de Él, es tambiénla que Cristo quiere ofrecer a los hombres al venir como para desposarse con ellos. Es la parte delafecto ferviente e íntimo.

El discípulo amadoLa amistad de Cristo adopta diversos matices. Entre los discípulos Jesús ama principalmente a

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Pedro y a Juan, pero de manera bien diferente. Profesa a Juan una amistad más tierna, que hacede él "el discípulo a quien amaba Jesús". Sin duda, todos ellos eran “discípulos a quienes amabaJesús”, pero el vocablo expresa una ternura particular, adaptada al temperamento sensible ydelicado de Juan. Desde el primer encuentro con Cristo, Juan se deja atraer por Él; en busca de unideal de un maestro espiritual, había seguido hasta entonces a Juan Bautista, pero se comprendeque al momento prefiriese al rudo asceta la suavidad de trato de Jesús. Abandona, pues, la austeracompañía del que blande sobre el pueblo la amenaza de la cólera divina, para acompañar enadelante al "Cordero de Dios" que viene a quitar los pecados del mundo. Como siente una especialnecesidad de afecto, aprecia a un Maestro cuya predicación está inspirada por una gran compasiónhacia las turbas y cuyos milagros de curación manifiestan a cada paso su bondad. Por eso él es eldiscípulo que sigue, Cristo más de cerca. Y hay que entender esta proximidad en el sentido material,porque Juan parece inclinado a las manifestaciones sensibles de amistad. Con Pedro y Santiagoasiste a la Transfiguración y a la agonía de Getsemaní; pero, sobre todo, tiene la dicha derecostarse en el pecho de Jesús en la última Cena. Para él el corazón de carne de Cristo significaalgo, y he aquí que en cierto modo se le entrega ese corazón. Ese momento privilegiado constituyela cumbre de su amistad, la resume en toda su fuerza afectuosa y sentimental, y quedará como elsímbolo permanente de ella, puesto que Juan será llamado "el discípulo que se recostó en el pechodel Señor". En el Calvario Juan se halla inmediatamente al pie de la cruz, con las mujeres y es a él aquien confía Cristo lo más querido que tiene en este mundo: su propia Madre. Al discípulo más tiernocorrespondía el don más tierno. La amistad que había tenido con el Hijo podría proseguirse, en elmismo clima de afecto delicado, con la Madre. Juan es luego testigo de un hecho que le impresionaprofundamente: la lanzada del soldado después de la muerte de Cristo. Cierto que esta lanzada notraspasa sino un cadáver, pero alcanza al corazón de carne humana sobre el que, no hace aúnveinticuatro horas, el discípulo amado se recostaba en una larga pausa de intenso fervor. Y, comoen la víspera la entrega de ese corazón al discípulo representó para éste el testimonio sensible de laamistad más alta, la lanzada le parece ahora el símbolo de un amor que ha sufrido hasta el final.Esta vista le liga más a Cristo, como el espectáculo de un acontecimiento muy íntimo - en que uncorazón se descubre totalmente- une más definitivamente a dos amigos.

En la mañana de Pascua Juan es el primero de los discípulos que llega ante e! sepulcro vacío.Más tarde, en el lago de Tiberiades, es él quien reconoce al Señor en el desconocido que se hallaen la ribera, Porque su amor, más tierno, es también más intuitivo. En fin, Cristo, que se entregó a éladaptándose a su carácter, le promete una muerte en la prolongación de su amistad. El jefe de losapóstoles padecerá el martirio, pero Juan no tendrá más que permanecer aquí abajo hasta que elSeñor venga. Ese fin será a imagen de! momento de intimidad de la Cena: Cristo vendrá y dejarácaer de nuevo sobre su pecho la cabeza de su discípulo. La hermosa expresión con que a menudose designa la muerte cristiana, "dormirse en el Señor", se verificará de manera particularmenteprofunda en aquel que aprendió a conocer todo el valor de ese reposo.

PedroDe otro género, robusta y vigorosa, es la amistad con Pedro, Juan se dejó conquistar por la

persona de Jesús desde el primer encuentro en que le oyó predicar: las palabras y las miradas deCristo bastaron para hacerle presentir lo demás, A Simón, más realista y menos contemplativo, lomueven más los hechos. Por ello es un hecho lo que Jesús le ofrece adherirle a sí definitivamente.“Boga mar adentro - le dice cuando se halla en la barca -, y soltad vuestras redes para la pesca".Indicación audaz de parte de un profano a un profesional, porque no se trata aquí de enseñar unadoctrina, sino de coger peces. Jesús interviene en un terreno de la competencia de Simón.. Quierefundar en la audacia su amistad con él. El atrevimiento de esta orden sorprende a Simón y leseduce. La reacción es característica de un tipo que se observa con frecuencia en Simón y quepodría definirse: retroceder para saltar mejor. Le impresiona primeramente la cosa paradójica que

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desea Jesús, "Maestro - le dice -, con haber estado bregando toda la noche, nada cogimos".Añade, sin embargo: "Pero sobre tu palabra soltaré las redes." Después de haber medido lamagnitud del obstáculo, se lanza con tanto mayor generosidad. Y la palabra de Cristo obra lo que eltrabajo de la noche no había podido obtener: una captura excepcional de peces. Ante ese prodigio,Simón reacciona a su manera habitual: comienza por retroceder. Se postra a los pies de Jesúsdiciendo: "Retírate de mí, porque soy hombre pecador, Señor." Pero Cristo le hace salir de su

estupor: "No temas, de hoy más serán hombres los que pescarás”[96]. Y Simón se da a Él con tantomayor vigor cuanto que primeramente se había retraído consciente de su indignidad. Esprecisamente lo que Cristo quiere: ganársele de manera decisiva.

Como se ve, las reacciones de Pedro son fuertes y enteras. Le llevan a hacer un don total de símismo. No le ahorran choques ni retrocesos, pero esas colisiones o flaquezas provocan de rebotemás seriedad en la entrega, más radicalismo en la adhesión. Cristo conoce esa intrépidagenerosidad, y por ello usa la audacia con Simón: no duda en pedirle mucho. Pero le da mucho,porque Jesús es el primero en ser generoso, y con una generosidad más entera aún que la de sudiscípulo. San Juan nos cuenta que en el primer encuentro Jesús confirió a Simón un nombre nuevo:“Tú eres Simón, hijo de

Juan: tú te llamarás Cefas (lo que significa Pedro)[97]”. Desde el principio, y de la manera abruptaque conviene al temperamento de Simón, le regala el más hermoso destino, destino que incorporadefinitivamente a su persona inscribiéndole en su nombre. Simón es desde ese momento la piedrafundamental de la Iglesia. La prodigalidad de las pesca milagrosa manifiesta la prodigalidad inicialcon que Cristo otorgó el nombre de Pedro; la multitud de almas cuya conquista le confió desde elprimer instante.

La amistad continúa, como comenzó, con muestras de magnífica liberalidad por parte delMaestro, y con arranques de fe por parte del discípulo. Cuando Jesús se acerca de noche a labarca de los apóstoles caminando sobre las olas del lago, les inspira tal espanto que se ponen a dargritos. Pedro tiene miedo como los demás; pero, según su manera ordinaria de reaccionar, desdeque oye la voz tranquilizadora de Jesús, da prueba de una confianza tanto más extraordinariacuanto más vivo ha sido su temor: “Señor, si eres Tú, mándame ir a Ti sobre las aguas.” Es lapetición que Cristo quería provocar en él: desea asociar a Pedro a las manifestaciones de su poder,y por ello le convida a venir. Pedro se aventura a sali fuera de la barca y camina atrevidamentesobre las olas: imagen de una amistad en que Cristo y su discípulo van uno hacia otro en un prodigiode fuerza sobrenatural, dominando la tempestad de los elementos. Al compartir con él su poder decaminar sobre las aguas, Jesús le concede la prefiguración de un poder supremo que se sostendrámilagrosamente y desafiará las tempestades. Mas, viendo la furia del vendaval, Pedro vuelve asentir miedo, comienza a hundirse y clama con ardor al Maestro: “Señor, sálvame”. Una vez más laflaqueza de un instante suscita un ímpetu más ansioso hacia Jesús. Éste extiende la mano para

asirle: “Poca fe, ¿por qué titubeaste?[98]”. Jesús halla demasiado pequeña una fe que, sinembargo, es mayor que la de los demás discípulos: a Pedro pide más, como a su mejor amigo. Laaudacia de su fe no debe tener límites.

Por eso, cuando Jesús, después del discurso eucarístico, hace a sus discípulos lapregunta: “¿También vosotros queréis marcharos?”, podemos imaginar que sea Pedro sobre todo aquien dirige su mirada. Y a la angustia velada del Maestro, a quien el abandono de sus docecausaría un terrible dolor, responde la angustia de Pedro, que no puede soportar la idea de una

deserción: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna[99]". Del mismo modo queJesús en ese momento crítico intenta apretar sus lazos con los discípulos, Pedro, a vista de lasdefecciones, se adhiere a Él con más vigor. Están las vidas de ambos tan bien ajustadas, que unaseparación sería para ellos una tragedia. "¿También vosotros...?", dice Jesús, preguntando si va a

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perder todo lo que le queda, lo más querido que tiene en el mundo. "¿ A quién iremos?", declaraPedro, como poseído de vértigo ante el vacío que dejaría la ausencia de Jesús. Sus almas seremiten el eco de los mismos sentimientos.

Ese ajuste llega hasta las más íntimas profundidades de su ser. A la pregunta del Maestro "Yvosotros, ¿quién decís que soy?", Pedro responde tocando e! fondo de la personalidad de Jesús:

"Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente[100]". En la penetración del enigma de esa persona vamás lejos que ningún otro ha ido hasta el presente; descubre lo que Jesús revelará a Caifás en e!proceso final. A la audacia de su fe responde la audacia de la confianza que Cristo le demuestracon la investidura que le promete. Si Pedro proclama la misión mesiánica de Jesús. Este anuncia eldestino eminente del jefe de su Iglesia. A su vez el Maestro penetra hasta el fondo en el alma de su

discípulo: "Y Yo a mi vez, te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia...[101]".Así se enlazan en esa amistad la grandeza de los destinos, un hondo conocimiento recíproco y unaintrépida confianza mutua.

Mas para que ese lazo se haga más fuerte, ha de ser atravesada una gran crisis. Elpensamiento y los sentimientos de Pedro conservan una divergencia profunda con los de Jesús enlo concerniente a la orientación de su mesianismo. Pedro ha soñado siempre en un Mesíasglorioso; Jesús, en cambio, sabe que camina hacia los tormentos y la muerte. Cuando predice suPasión, Pedro le toma aparte y se pone a dirigirle severos reproches y a tachar esa profecía desacrílega: “¡No lo consienta Dios! Señor, de ningún modo te acaecerá tal cosa”. Cristo reaccionacon una viveza extrema: "Quítateme de delante, Satanás; piedra de escándalo eres para mí, pues

tus miras no son las de Dios, sino las de los hombres[102]" . Esa prontitud en rechazar conaspereza al discípulo proviene de la fuerza de su amistad: Jesús siente tanto más la seducción de latentación cuanto que le llega por boca de un apóstol profundamente amado. La invitación es máspeligrosa que en el desierto: entonces Jesús no tenía frente a sí más que a Satanás, pero hoy es sugran amigo el que le tienta, con una voz que le agrada oír y un afecto enternecedor y tiene quedefenderse contra su corazón; no quiere dejarse conmover; por eso protesta - con tantavehemencia, y desenmascara bajo los rasgos y en las palabras de Pedro la siniestra presencia deSatanás. Prestándose a esos pensamientos demasiado humanos, sugeridos por el espíritu del mal,Pedro se ha lanzado a través del camino como una piedra de escándalo, destinada a hacer caer alMaestro. Con su invectiva Cristo nos deja sospechar su ternura: su reacción patentiza el influjo queejercen sobre Él los deseos de su amigo.

La colisión se reproduce en la última Cena. Al ver a Jesús ceñirse con un lienzo y lavar lospies de los discípulos, Pedro siente hervir su indignación. No admite que el Maestro se rebaje a lacategoría de siervo. Cuando Jesús llega a él, se desborda y explota: "Señor, ¿ Tú a mí lavas lospies?" Jesús le responde: "Lo que Yo hago, tú no lo sabes ahora: mas lo entenderás después."Pero Pedro replica con más violencia: "No lavarás mis pies nunca jamás." Jesús emplea el granargumento: "Si no te lavo, no tienes parte conmigo." Simón ha de escoger: o dejar hacer o perder laamistad de Cristo. Entonces, ante esa terrible eventualidad, siente refluir a sí todo el vigor de suamor y se entrega por entero. Es su reacción habitual, el don completo que sucede a un retroceso

pasajero: "Señor, no mis pies solamente, sino también las manos y la cabeza[103]". Estos choquespreparan la gran prueba que va a sacudir su amistad: la Pasión. Jesús advierte especialmente aPedro de la tentación que le amenaza: Satanás va a zarandearte como el trigo. Pero añade que harogado por él a fin de que no desfallezca su fe; en la hora del peligro, Cristo, a quien todosabandonarán bien pronto, no desampara a sus amigos, y como en otro tiempo, después de haberdejado a Simón hundirse en las olas, extendió al punto la mano para salvarle, así ahora le dejaráhundirse en su negación, pero volverá a levantarle inmediatamente, suscitando su arrepentimiento.

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Hasta tiene la audacia de decide: "Y tú un día, vuelto sobre ti, conforta a tus hermanos[104]". Es alque tendrá la flaqueza de negarle a quien pide que sostenga a los demás. Pedro lo hará, no con suspropias fuerzas, que se habrán ido miserablemente a pique, sino con el apoyo del Señor.

Pedro no cree en la predicción solemne y precisa de su triple negación. No obstante, no sepuede poner en duda su generosidad. "Señor, contigo pronto estoy en ir aun a la cárcel y a la

muerte[105]". Y en la ocasión del prendimiento de Jesús, apenas despertado de su modorra, seapresta a poner por obra su resolución y saca su espada, dispuesto a morir, si es preciso,cubriendo, al Maestro con su cuerpo. Esa generosidad no tiene más que un defecto: es demasiadonatural. Pedro tiene demasiada confianza en su fuerza humana de afecto. No ha comprendidotodavía que la amistad con Cristo no puede establecerse más que un plano sobrenatural. Es elmovimiento sobrenatural de la fe lo que hasta aquí le ha unido al Maestro: la revelación del Padre, envirtud de la cual vio en Jesús al Mesías, y la confianza en la omnipotencia de Cristo, que le hizocaminar sobre el lago. Ahora bien, la Pasión exige, para ser comprendida y aceptada, criterio yenergía sobrenaturales a la naturaleza: causa repugnancia e incomprensión. Pedro, que sedescuidó de velar y orar en Getsemaní, se presenta ante la tropa de soldados con una valentíanatural; pero Cristo condena su recurso a la violencia, y cura al siervo herido.

Entonces la valentía del apóstol se derrumba. Huye con los demás. Cuando regresa a lascercanías del local en que se desarrolla el proceso, está de tal modo bajo el imperio del temor, que,ante siervos o desconocidos, niega por tres veces conocer al acusado. En ese momento Jesúsreanuda una amistad que parecía iba a romperse. A la tercera negación se deja oír el canto del

gallo, "y volviéndose, el Señor miró a Pedro[106]". Esa mirada le salva, porque no lleva condenaciónalguna y llega simplemente como un llamamiento al amor. Pedro sale a llorar una culpa que sabeperdonada ya.

Después de la Resurrección, Cristo quiere demostrarle que sus privilegios de jefe de losapóstoles subsisten intactos: Simón es el primero de los discípulos a quien se aparece. Y en laaparición del lago de Tiberiades su estrecha unión queda sellada para siempre. Las circunstanciasson idénticas a las de otro tiempo, cuando Simón lo dejo todo para seguir al Maestro. Es como unasegunda vocación. El trabajo de toda la noche ha sido infructuoso. "Echad la red a la derecha de la

barca - les dice un desconocido y hallaréis[107]" . Por última vez Jesús hace comprender a Simónque ahí donde todos sus esfuerzos humanos han fracasado, la confianza en el Señor puedeproducir maravillas. Es la pesca milagrosa. Después de haber comido juntos, Cristo dice a Pedro:"Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?" Con ello manifiesta toda la importancia queatribuye al amor de Pedro: llega hasta a solicitar de él una declaración expresa: "Sí, Señor, Túsabes que te quiero." A la protesta de amor de Pedro responde el más amoroso favor de Cristo, quehace de su discípulo el pastor de la Iglesia: "Apacienta mis corderos." Por segunda vez le dirige lamisma pregunta, y a la tercera pone en ella un acento de mayor ternura, empleando un verbo "amar"más afectuoso. El recuerdo de la tercera negación provoca el más amistoso llamamiento al amor. APedro le entristece ese recuerdo, pero a la vez le lanza con un ímpetu más total hacia el Maestro:"Señor, Tú lo sabes todo; TÚ bien sabes que te quiero." Jesús le inviste de nuevo de su función dejefe y le predice su martirio. “En verdad, en verdad te digo: Cuando eras más joven, tú mismo teceñías y anclabas donde querías; mas cuando hayas envejecido, extenderás tus manos y otro te

ceñirá y te llevará a donde tú no quieras[108]”. Tal será el coronamiento de su amistad. Cristo, quecomunica a Simón su propio oficio de buen pastor, le transmite igualmente la más sublime misióndel buen pastor: la de dar la vida por sus ovejas. Es la última audacia de su amistad: Jesús acabarállevando a Pedro a donde él tenía tanta repugnancia en ir; él, que había tratado de apartar al Mesíasdel Calvario.

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Así debe rematarse la transformación de Simón en Pedro. Porque si la amistad de Cristo seadaptó al temperamento recio ,y vigoroso de Simón, terminó por obrar una revolución completa enél. Aprovecha como cosas preciosas los recursos naturales, pero trastornándolos. A ese hombreque se halla en plena conciencia de sus fuerzas, Jesús le prueba su flaqueza y le aporta una fuerzatrascendente. Para conquistar su alma, le deja trabajar toda una noche sin coger ni un pez, hundirseen las aguas del lago, negar a su Maestro. Y le pide que tenga fe en un poder que le proporcionauna pesca milagrosa, le sostiene sobre las olas y suscita un amor tanto más intenso cuanto másvergonzosa fue la caída. La amistad de Jesús utiliza las reacciones del temperamento pronto ygeneroso de Simón - que hacen que a retrocesos momentáneos, flaquezas o colisiones suceda unsalto de donación más, total -, de manera que él desconfíe de sí mismo y ponga toda su confianzaen el apoyo que le da el Maestro. Simón se convierte en Pedro - es decir, en la roca inconmoviblesobre la que descansa el edificio de la Iglesia - en la medida en que se abre enteramente a Cristo yrecibe de Él su energía y firmeza. Lejos de retirar o disminuir sus favores a consecuencia de lanegación, Jesús los confirma definitivamente: esa negación le proporciona la ocasión de dar más asu discípulo, borrando la ofensa cometida. Cristo busca esas ocasiones de mostrarse generosocon sus amigos. Y la culpa de Simón lleva más seguramente, a éste a la disposición de alma dequien todo lo ha de recibir y tiene necesidad de ser sostenido por otro. Concluye, pues, en untrastrueque de orden sobrenatural. La amistad de Cristo es gracia transformadora y trastornadora;gracia fiel, a la que no desalientan los descarríos pasajeros; gracia que hermana la ternura con lafortaleza, y funda en el don del corazón la misión más audaz: "¿Me amas?"

LázaroMuy diferente se nos presenta la, amistad con Lázaro - toda de descanso y consuelo -, que

Jesús se hizo al margen de su actividad apostólica. Muy poco nos hablan los Evangelios de estaamistad tan apacible y, por así decir, invisible; San Lucas, que cuenta una escena de Betaniacitando los nombres de Marta y María, no menciona a Lázaro. Podemos simplemente sospecharque a Jesús le gustaba pasar por Betania; que en casa de Lázaro se reponía de las fatigas de lajornada, y se distraía, de la tensión de su predicación con el descuido de una conversación llena deconfianza; que, en medio de los odios que le perseguían y las amenazas que pesaban sobre El,hallaba en casa de su amigo refugio seguro y fidelidad indefectible. Por eso cuando Lázaro caeenfermo, sus hermanas mandan a Jesús este simple recado: "Señor, mira, el que amas está

enfermo[109]". Ni siquiera es necesario decir su nombre: Lázaro es el que ama el Señor.Aunque no toma inmediatamente el camino de Betania, Cristo tranquiliza a los mensajeros:

"Esta enfermedad no es de muerte, sino para gloria de Dios, a fin de que por ella sea glorificado elHijo de Dios”. Palabras enigmáticas, sin duda, pero de las cuales los enviados debieron de retenersobre todo la afirmación "Esta enfermedad no es para muerte." La promesa era suficiente parasostener su confianza: Jesús no abandonaría a su amigo. En su fidelidad llega incluso hasta el valorheroico, porque cuando se decide a volver a Judea al lado de Lázaro, se expone conscientemente alos golpes de sus más feroces adversarios, y arriesga su vida. "Maestro - le dicen 1os discípulos -,¿ahora trataban de apedrearte los judíos y otra vez vas allá?" Y como el Maestro persiste en sudecisión, ellos tienen la impresión de acompañarle a la muerte. "Vamos también nosotros - diceTomás a sus compañeros para morir con Él." Para ir al socorro de Lázaro, Jesús está dispuesto asacrificarlo todo: quiere ser fiel hasta la muerte, y ni la amenaza de los fariseos ni las objeciones delos discípulos le hacen vacilar en ir junto a un amigo que tiene necesidad de Él.

Si su amistad se muestra intrépida, manifiesta también en esta ocasión su carácter tierno yafectuoso. ¿No ocultan ya mucha ternura estas palabras que dirige a los apóstoles: "Lázaro,nuestro amigo, se ha dormido, pero vaya despertarle"? Habla como si no hubiera cesado de velar elsueño de Lázaro: capaz, en todo momento, de hacerle abrir de nuevo los ojos a una simpleindicación, como si aún más allá de la muerte hubiera continuado manteniendo la. misma

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familiaridad con él. Se hubiera podido creer que, dada su omnipotencia, que podía en todo instanterestituir la vida a Lázaro, y, por otra parte, se disponía a hacerla, Jesús no habría de sentir pena poresa muerte. Hasta se alegra, antes de partir otra vez para Judea, de la gran sorpresa que prepara:"Lázaro murió, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis." Sin embargo,cuando llegado a Betania, ve a María venir a echarse sollozando a sus pies, y a los conocidos quela rodean llorar con ella, se estremece profundamente. Se 1e ve sacudido por la emoción: tienejustamente tiempo para hacer una pregunta: "Dónde le habéis puesto?", y su pena estalla. "LloróJesús. Decían; pues, .los judíos: Mira cómo le quería." Que Jesús llore - así a su amigo muertocuando va a darle la alegría de resucitar, demuestra que quiere ser sensible a todas las emocionesdel amor, aun a aquellas de las que la razón habría podido dispensarle. ¿No es una de las notas delamor ser accesible a las emociones, dejar al corazón enternecerse por simpatía? ¡El ideal de Cristoestá tan alejado de la indiferencia estoica, que pretendía anular y domar todas las turbaciones de lossentimientos! El Evangelio declara expresamente que Jesús "se conturbó". Bien habían juzgado losestoicos que la emoción constituye una debilidad, pero el verdadero amor acepta esa debilidad, ycon ello se reconoce humildemente dependiente de la persona amada. Cristo admite en sí ladebilidad de las lágrimas, y los circunstantes no se engañan al ver en ello una señal de amor.

Cuando llega al sepulcro, Jesús siente otra vez un estremecimiento de dolor que le agita hastael fondo del alma. Experimenta la tristeza que sienten los hombres ante la tumba del ser querido queacaban de perder. Recobra luego toda su firmeza, manda quitar la piedra y, después de haberinvocado al Padre, hace salir al muerto del sepulcro. El Evangelio no nos cuenta el encuentro yabrazo de Jesús con su amigo, pero, ha subrayado bastante los movimientos de compasión deCristo para que podamos adivinar su alegría, alegría tanto más entusiasta cuanto más penosa habíasido la prueba. El que lloraba hacía unos instantes, sin duda derramaría ahora lágrimas de felicidad.

Con este episodio capital la amistad de Jesús y Lázaro entra plenamente en el drama de laRedención. Ya hemos observado hasta qué punto la amistad, con Simón se situó en un ordensobrenatural, trastornando las concepciones humanas del apóstol. Habría podido esperarse que laamistad con Lázaro permaneciera apacible y extraña a la obra propiamente, redentora, puesto quese había establecido fuera del grupo de los discípulos y no se enderezaba a la formación de unapóstol. Pero Cristo da prueba de una audacia excepcional, ya que expresamente deja morir a suamigo y le impone el más radical de los sacrificios. Altera todas las costumbres confortables de laamistad, e introduce ésta en el plan sobrenatural de la Redención, haciendo pasar a Lázaro por unamuerte y resurrección que son el anuncio inminente de su propia Muerte y Resurrección. Jesúsquiere que la suerte de su gran amigo sea una prefiguración de la suya; desea que Lázaro se leparezca de una manera eminente, esbozando el drama de la salvación, y ése es el favor másterrible y más noble que le hace, el don más ,grandioso de su amor.

JudasVengamos ya al capítulo más triste del Evangelio: la amistad de Cristo con Judas, amistad

dolorosa y escarnecida. Ninguna otra muestra más claramente que Jesús ama antes de ser amadoy aun sin ser amado. Cuando llamó a Judas a que le siguiera le envolvió en una mirada de amor, enla que brillaba una inmensa esperanza. No le dio menos que a los demás discípulos: todas lasalegrías de su intimidad, todos los misterios de su doctrina, todas las confidencias de su alma. Leescogió de entre muchos para hacer de él uno de los pilares de su Iglesia, y le destina a sentarsesobre uno de los "doce tronos" preparados para juzgar a la nación de Israel. Le envía en misiónapostólica, entre los setenta y dos discípulos y le hace realizar maravillas. Pero llega un momento enque Jesús quiere elevar más francamente su amistad con sus apóstoles a un nivel sobrenatural. Noacepta el entusiasmo natural que resulta del milagro de la multiplicación de los panes y en sudiscurso sobre la Eucaristía, explica el sentido espiritual de este milagro, prometiendo dar a comersu cuerpo y a beber su sangre. Ese discurso desconcertante, que desorienta la inteligencia de los

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oyentes, reclama una sola respuesta: la fe. Todos los apóstoles hacen ese acto de confianza en elMaestro, excepto Judas. Este abandona de corazón a Jesús, pero decide permanecer con Él porinterés. Cristo trata de hacerle comprender que no se deja engañar: "De vosotros uno es

diablo[110]". Se expresa veladamente; podría expulsarle con indignación, pero le conserva en sucompañía con la esperanza de convertirle y ganárselo de nuevo. Sigue siendo, en efecto, amigo deJudas y la hipocresía del discípulo, que le hiere en lo más profundo no le hace renunciar a lasinceridad de su amistad. Persiste en amar al que, cada vez más, no piensa sino en sacar de Él elmayor provecho; y a las mañas con que Judas intentará perderle opondrá las mañas de un afectoque se ingeniará en salvar al discípulo pervertido, en arrancarle a su traición. desde entonces Cristosiente detrás de sí a uno que le espía y le explota, que le evalúa. Cuando en Betania María tomauna libra de perfume de gran precio para derramarlo sobre los pies de Jesús, Judas le reprocha esedespilfarro: "¿Porqué no se vendió este perfume. en trescientos denarios y se dio a los

pobres?[111]". Cristo no vale trescientos denarios: entre Él y una suma de dinero Judas ha hechoya su elección, y e1 acuerdo que va a concluir con los príncipes de los sacerdotes se contentarácon un precio diez veces menor. La unción de María le da la impresión de que el precio máximo queespera obtener de los fariseos, tiene unas decenas de denarios, es irrisorio para el valor comercialde Cristo y que en ese contrato va a dejarse engañar. Tal vez es éste un motivo que aumenta laviolencia de su protesta. A todos esos cálculos, cada uno de los cuales es un insulto a su persona,Cristo responde simplemente aprobando el rasgo de María sin querer desenmascarar el verdaderomotivo inspirador del reproche formulado contra ella.

En la última Cena Jesús emprende una última tentativa, verdaderamente patética, para apartar

a Judas de su designio. Primeramente deja ver su tristeza: “Jesús se conturbó en su espíritu”[112].Después – dice el evangelista – “declaró”, como para afirmar solemnemente algo casi increíble,algo de que le cuesta convencerse y que va a sorprender al grupo de los discípulos: “En verdad, enverdad os digo que uno de vosotros me entregará”. A la vez que se esfuerza por ablandar con sutristeza un corazón endurecido, se dirige a la inteligencia de Judas, para demostrarle que todos susfingimientos son incapaces de ocultarle a la mirada del Maestro, y que, por tanto, le sería mejorrendirse a esa luz. Hasta ahora Cristo ha tenido la delicadeza de no nombrar nunca a Judas cuandoaludía a aquel de los doce que se disponía a traicionarle. Siempre le dejó la posibilidad de volver amejores sentimientos sin que los demás pudieran sospechar siquiera que había sido infiel. Por eso,a pesar de varias advertencias, los discípulos ignoran a quién se refiere y discuten entre sí. En estemomento Cristo emplea los grandes medios, bien que con la discreción de un amigo. Para hacerimpresión en Judas, revela a Juan que el traidor es aquel a quien va a alargar el bocado de pan y alalargárselo, ofrece de nuevo a Judas su alianza y amistad. Es como si le dijera: "Judas, Yo séperfectamente que eres un traidor, ya que puedo hasta designarte nominalmente. No obstante,estoy siempre presto a volver a tomarte por amigo, si quieres cambiar tus disposiciones." PeroJudas persevera en su hipocresía, porque acepta el bocado conservando su alma de traidor. Poreso el evangelista declara: "Y tras el bocado, en el mismo instante, entró en él a Satanás."Ciertamente Satanás se halla ya desde hace mucho tiempo en él, pero después de cada fracaso del

amor de Cristo, Satanás penetra más adentro en su alma[113]. Jesús, que no ha tenido éxitoofreciendo su cariño, utiliza la amenaza para hacer retroceder a1 traidor: "El Hijo del hombre se va,según está escrito; mas ¡ay de aquel hombre por cuyas manos, el Hijo del hombre es entregado!

Mejor le fuera a aquel hombre no haber nacido"[114]. No es todavía una condenación. pero sí unaterrible amenaza, destinada a hacer reflexionar a Judas. Y cuando éste huye subrepticiamente de lasala para hundirse en la noche, Jesús le amonesta todavía: "Lo que vas a hacer, date prisa en

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hacerlo." Su amistad quiere perseguirle por medio del remordimiento. En la escena del prendimiento, cuando Judas trata de hacer que la tropa eche mano a Jesús.

Este se esfuerza todavía por conquistar un corazón tan rebelde. Cuando el traidor se acerca aabrazarle. Cristo le amonesta, como antes de alargarle el bocado de pan: «Amigo, ¡a lo que has

venido!"[115]. Y Se abandona con toda la sinceridad de su amor a ese abrazo, en el que, por partede Judas, todo es hipocresía e interés: Le muestra a la vez su dolor, su perfecto conocimiento detodo, su reproche por tal infamia, y su ternura siempre dispuesta a perdonar, dirigiéndole esta queja:

«¡Judas! ¿Con un beso entregas al Hijo del hombre?"[116]. Y ¿quién sabe si después, en el cursode los desplazamientos del proceso, no se arregló para encontrarse con la mirada de Judas, comocon la de Pedro, y le lanzó un último llamamiento?

Cristo continuó siendo amigo de Judas hasta el fin. Pero no pudo impedir el desenlace trágicode esa amistad. Judas se hizo cada vez más enemigo de Jesús, porque se negó a entrar en lasmiras sobrenaturales que aquella amistad exigía. Simón aceptó perder la confianza que tenía en suspropias fuerzas para apoyarse exclusivamente en Cristo, y arrastró al mismo camino a los demásdiscípulos; Lázaro aceptó morir para renacer; todos los amigos de Jesús tienen que perderse paraencontrarse. Pero Judas no se sometió a esa condición: quiso conservar toda su confianza en losbienes de este mundo y cuando, después de haber recibido el precio de su traición, comprendió suvalor irrisorio, rehusó trasladar su confianza a Cristo y prefirió la desesperación de un alma quehabía adquirido conciencia de su malicia y del vacío de las cosas terrenas. Se encerró mássalvajemente en sí mismo, para protegerse contra lo últimos asaltos de una amistad que no leabandonó hasta el último suspiro, bien que él echara a perder todo el fruto de la misma. Fiel hasta elextremo límite, Cristo pidió al Padre perdón para Judas como para sus demás enemigos, pero -según parece - el traidor, ahorcándose, pervirtió hasta el extremo límite el don de una amistad tanheroicamente perseverante.

Los discípulos desconocidosHemos relatado algunos casos particulares de la amistad de Cristo. De hecho, Jesús la tuvo

con cada uno de sus discípulos; pero el Evangelio se limita a describir algunos hechos dispersos.Para poder contamos por menudo la historia de todas esas amistades, los evangelistas habríantenido que interrogar a todos los discípulos, uno tras otro, a fin de retener, de sus numerososrecuerdos, palabras o acciones con que Jesús los había vinculado a sí de manera especialísima.Pero ese método no cuadraba ni con sus posibilidades ni con el fin de su relato; que consiste endiseñar las líneas esenciales de la vida y doctrina de Cristo. Sin embargo, se nos ha conservado un,episodio que manifiesta con una viveza impresionante de qué modo tan personal se ligó Jesús concada uno de sus discípulos, aun con aquellos que, perdidos en un grupo numeroso, no sonmencionados en el Evangelio. Es la aparición de Cristo resucitado a los dos, discípulos que van aEmaús. No forman parte de los Doce, no aparecen distintamente por ningún lado en los relatosevangélicos. Y, sin embargo, en medio del tumulto de ese día de su Resurrección, Jesús no seolvida de ellos.

Abandonan Jerusalén porque han perdido la esperanza. Van rumiando tristemente su chasco,cuando se les junta en el camino un desconocido. A Cristo le gusta aproximarse a sus discípulos enlos momentos críticos. Les manifiesta todas las delicadezas de la amistad. Primeramente seinteresa por ellos: "¿,Qué pláticas son esas que cambiáis entre vosotros mientras vais caminando?"Después les invita a declarar los motivos de su tristeza, sabiendo qué consuelo es para unapersona que padece poder exponer su padecimiento. En esta conducta de Cristo - notémoslo hayalgo más que un juego. Cierto que Jesús conoce de antemano todo lo que van a contarle losdiscípulos y tiene perfecta conciencia de poseer un medio infalible para devolverles la alegría. Perodesea simpatizar con sus amigos y participar realmente en sus penas, para mejor hacerlas

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desaparecer. Por paradójico que el hecho pueda parecer, le vemos, resucitado y gozando ya deltriunfo y felicidad definitivos, tomar parte en el dolor de personas que se entristecen todavía por sumuerte y no creen en los rumores de su Resurrección. Su corazón sigue siendo accesible a todaslas miserias humanas, cualesquiera que sean.

Después de haberlos escuchado, Jesús les da una sacudida para sacados de sus sombríascavilaciones y provocar en ellos una saludable reacción, "¡Insensatos!", les dice. Y les demuestra suceguera pasando revista a los profetas y exponiéndoles cómo el Mesías debía entrar, en la gloriapor medio del padecimiento. Lejos de cerrarse hoscamente ante el vigoroso apóstrofe que eldesconocido les dirige y la lección de Sagrada Escritura que les da, los discípulos estáninteriormente encantados. En e1 fondo de sí mismos no deseaban otra cosa que ver probar que sutristeza no tenía fundamento y que acababan de conducirse como ciegos: eso sería encontrar algode la esperanza perdida. Por eso están pendientes de los labios de ese hombre que los consuelatan luminosamente, y cuando, a su llegada a la aldea, hace ademán de proseguir su camino, ellos seagarran a Él y le fuerzan a entrar en su casa. De nuevo este fingimiento de Cristo no es un simplejuego: si aparenta querer seguir adelante es para suscitar un movimiento de parte de ellos. Tieneinterés en la espontaneidad de sus amigos. Hasta aquí se ha impuesto en calidad de desconocido,pero ahora que comienzan a conocerle y se hacen capaces de apreciarle, les toca a ellos decidir siesa compañía debe prolongarse. La perspectiva de perder un compañero que acaba de levantarlesla moral provoca las instancias que Jesús esperaba. Cómo se goza con la especie de violencia quele hacen y el ruego que le dirigen: ¡"Quédate con nosotros"! Los discípulos invocan como motivo eldeclinar del día, pero bien ven los tres que eso no es más que un pretexto. ¿No ha bajado Cristo a latierra para que los hombres se aficionen a Él y le fuercen a permanecer junto a ellos? Su amistad haobtenido lo que deseaba.

La aventura se termina con la expresión ordinaria de la amistad, una comida en común. PeroCristo había compartido tantas veces sus comidas con los discípulos, que le era fácil hacerseconocer en el simple ademán de la fracción del pan. En el momento en que los ojos de los discípulosse abren, desaparece. Pero les deja el calor de su presencia, ese calor que habían sentido a lolargo del camino: "¿Por ventura nuestro corazón no estaba que ardía dentro de nosotros cuando Él

nos hablaba en el camino...?"[117]. Ese ardor se transforma en un entusiasmo que los hace volverinmediatamente a Jerusalén.

¿No es éste el tipo de amistad que Cristo entabla con cada fiel? Acompaña en el camino,interviniendo sobre todo en el instante en que el alma está abrumada de tristeza, y convierte poco apoco el dolor en alegría, recordando la doctrina esencial de que la salvación se obró por la Pasión yde que la felicidad no se alcanza sino a través del sufrimiento. Enardece a su discípulo con supresencia y hace que se le aficione de tal manera que le invite y le fuerce – por así decirlo - aquedarse. Pero Él permanece siempre más o menos desconocido, como un amigo discreto que seescapa cuando se cree cogerle y desaparece cuando se le reconoce. Está muy cerca, visible einvisible a la vez, introduciéndose como un compañero en los monólogos de los corazones sin quelos ojos ciegos reparen en él, y transforma así la historia monótona y solitaria de cada uno en elencanto ferviente de una amistad.

Las mujeresEl Evangelio nos enseña que Cristo hace objeto de su amistad no sólo a los hombres, sino

también a las mujeres. Hay mujeres que le siguen al mismo tiempo que los discípulos, como lo relataSan Lucas: “... Y recorrió Él una tras otra las ciudades y aldeas predicando y anunciando la buenanueva del reino de Dios; y con Él iban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas deespíritus malos y enfermedades: María la llamada Magdalena, de la cual habían salido sietedemonios, y Juana la mujer de Cusa, procurador de Herodes, y Susana, y otras muchas, las cuales

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les servían de sus haberes”[118]. Estas mujeres se adhieren, pues a Cristo, como los discípulos,pero no tienen la misma formación ni la misma función que ellos. Prestan servicios, los múltiplesservicios económicos que reclama el mantenimiento de la comunidad apostólica. Si se preocupanmenos de asimilar la enseñanza de Jesús, se ligan más a su persona y le son más fieles en laprueba de la Pasión, le siguen sin vacilación al Calvario y se mantienen junto a Él al pie de la cruz.Embalsaman su cuerpo antes de ser puesto en el sepulcro, y en la mañana de la Resurrección sonlas primeras en volver a él: ¡en tan vivos deseos arden de encontrar de nuevo la presencia delMaestro, aunque sea en un cuerpo inanimado! Se diría que ya no pueden vivir sin Jesús. Lareacción de María Magdalena ante el sepulcro vacío es sintomática. En sí la desaparición de uncadáver no es una desgracia muy grande, sin proporción, de todo modos, con la catástrofe delCalvario. Pero María Magdalena estalla en sollozos: es como si se le quitara otra vez a Cristo. "Sellevaron a mi Señor y no sé dónde le han puesto". Jesús es su Señor, Él es de ella como ella es deÉl, y ¡he aquí que. se le arrebatan! Obsesionada con su dolor, dice al, que cree hortelano: "Señor, si

Tú te lo llevaste, dime dónde le pusiste, y yo lo tomaré"[119]. Proposición loca, porque el quehubiese quitado el cuerpo no estaría dispuesto a devolverlo, y María no habría podido transportar elcadáver. Pero ninguna imposibilidad cuenta ante el deseo de volver a entrar en posesión de Cristo.¡Qué entrega tan absoluta, qué adhesión tan fanática - por decirlo así - a la persona de Cristo seadvierte en tales palabras! A esta fidelidad total, a esta intrépida voluntad de encontrarle, Jesúsresponde haciéndose reconocer de la manera más encantadora y entregándose a los ímpetus deafecto tan tenaz. También a las demás mujeres se aparece expresamente mucho antes demostrarse a los discípulos.

Ahora es Él quien responde, pero, como siempre, fue suya la iniciativa de esas amistades. SanLucas especifica el origen de varias de ellas: la curación o la liberación de la posesión del demonio.Y se puede afirmar de manera general - por los demás ejemplos citados por los Evangelios - queJesús trata a las mujeres con gran simpatía, aunque no sean ángeles de pureza; recuérdese suactitud respecto de la mujer adúltera, de la mujer llegada a casa de Simón el fariseo, de lasamaritana, de la cananea, de la viuda de Naím. A veces muestra verdadero atrevimiento aldirigirles la palabra en público, y los apóstoles se asombran de verle en conversación con lasamaritana junto al pozo de Jacob. Pero sus anticipos de un auténtico amor están siempre porencima de toda sospecha; jamás se cernerá un equívoco sobre el motivo de su afecto a laspecadoras, y la santidad inmaculada de su corazón no ofrece duda para nadie. Los fariseos, queespían meticulosamente todos sus actos, jamás le harán en este terreno ni sombra ni reproche. Laamistad, tan estrecha, que Jesús establece con las mujeres que le siguen, se sitúa en un planosuperior, en que no puede haber cuestión de complacencias sospechosas. Por otra parte, vaencauzada como las demás amistades de Cristo, por un camino sobrenatural en que debe sufrirtodo el trastorno de la salvación. Cuanto más profundamente aman a Jesús esas mujeres, másprofundamente las hiere el dolor de su Pasión y más duro se les hace verse separadas de Él por lamuerte. Su amistad las sumerge, pues, en una terrible prueba que despoja su corazón humano paraprepararlo al gozo divino de la Resurrección.

Así como tiene una amistad estable, fuera del grupo de los discípulos, con Lázaro, Jesúsmantiene: una del mismo género, fuera del grupo de mujeres que le siguen, con Marta y María.

"Estimaba Jesús - dice San Juan - a Marta y a su hermana y a Lázaro"[120]. Cuando es recibido ensu casa, le complace ver a María sentarse a sus pies, ávida de oírle y más aún de estarapaciblemente en su compañía. Por eso la defiende contra los reproches de Marta y le ¿a la razón,afirmando que ha escogido la mejor parte. Poco tiempo antes de su Pasión, es muy sensible alhomenaje de María, que viene a derramar sobre sus pies una libra de perfume, porque en el granprecio de esa unción advierte el valor que ella atribuye a su persona y, la defiende contra nuevos

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reproches: ella acaba de tener el rasgo de compasión, afectuosa que tendrán bien pronto otrasmujeres; "se adelantó a perfumar mi cuerpo para la sepultura". Jesús da incluso una, forma brillantea su aprobación, ya que anuncia: "En verdad os digo, donde quiera que fuere predicado el evangelio

por todo el mundo, se hablará también de lo que ésta hizo para memoria suya"[121]. Lo que ella hizoera bien humilde y sencillo, pero el amor que lo inspiraba valía la pena de ser citado como ejemplo. Ala prodigalidad de María responde Jesús con una generosidad mucho mayor a su veneración, con lavoluntad de publicar por todo el mundo su hermoso rasgo.

Marta y María no se hallaban entre las mujeres que acompañaron a Cristo en su suplicio[122].Pero si no vivieron en todo su horror aquellas horas dolorosas. Cristo no hizo para ellas unaexcepción a la Ley de sus amistades: les impuso el trastorno de una prueba que las introdujoplenamente en la obra redentora. Dejó morir a Lázaro, a pesar de la súplica de ambas. Y oyéndolas

decir a Jesús la misma frase: "Señor, si estuvieras aquí, no se hubiera muerto mi hermano"[123],adivinamos hasta qué punto la actitud de Jesús las desconcertó y zarandeó su amor. Pero su fepersistió y fue recompensada. Cristo, por otra parte, procuró dejar bien claro que si no acudióinmediatamente a su llamada, no fue por dureza de corazón, puesto que, al vedas llorar, se sintiómovido a compasión y lloró. Sufre Él mismo el dolor que inflige a las personas que ama, y esesufrimiento - infaliblemente seguido, por lo demás, de una alegría común - sella definitivamente suamistad.

PabloLa amistad de Jesús con Pablo pertenece a otro orden, puesto que no se trata ya del “Cristo

según la carne”, sino del Cristo según el espíritu. Esta amistad tiene, no obstante, característicasanálogas a las de las amistades evangélicas. Exige un completo trueque, que se efectúa de manerasorprendente en el camino de Damasco y se prosigue durante toda la vida del apóstol. Pablo debeabandonar todo su pasado judío, sus convicciones más queridas, sus afectos más vivos, y esenviado, él, judío apegadísimo a su nación, a convertir a los pueblos extranjeros. Debe además,como Pedro, adquirir una conciencia agudísima de la debilidad de sus recursos humanos y de supersonalidad, aunque tan poderosa, y poner toda su confianza en la fuerza de Cristo. Ha recibidouna" espina en la carne"; que es para él un recuerdo continuo de su impotencia. Rogó al Señor quele librase de esa enfermedad que parecía estorbar su esfuerzo apostólico, pero el Señor le hizocomprender que debía alegrarse de su flaqueza, que permitía a la fuerza de Cristo obrar másabundantemente en él. A la misma razón se debe que Pablo aluda varias veces a su pasado deperseguidor; esos antecedentes atestiguan que ha llegado a ser lo que es por lo gracia y fuerza deCristo y de ningún modo por méritos propios. Así como a Pedro se le había conferido el podersupremo después de su negación, a Pablo se le dio la potestad apostólica después de lapersecución que dirigía contra la Iglesia.

Pablo comprende muy bien que ese trastorno de todo el ser es para Cristo una manera deasociarlo a su Pasión y ve en ello una señal de su amor. Todas sus pruebas, en vez de separarle deCristo, le unen a El. "¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿Tribulación?, ¿angustia?,¿persecución?, ¿hambre?, ¿desnudez?, ¿peligro?, ¿espada? Según está escrito: que por tu causasomos matados todo el día, fuimos contados como ovejas destinadas al degüello. Mas en todas

estas cosas soberanamente vencemos por obra de Aquel que nos amó[124]. Pablo se da cuenta deque verifica constantemente en su experiencia personal la muerte de Jesús y su paso de la muertea la vida, gloriosa. Viviendo así en compañía de Cristo, paciente y resucitado, ¿no participa en laPasión más intensamente que los discípulos que desertaron del Maestro cuando el prendimiento?En Pablo la amistad se ha hecho más interior, una vida "en Cristo".

Pablo tiene el sentimiento de estar envuelto por todas partes en el amor de Jesús: "El amor

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de Cristo nos apremia», escribe a los corintios[125]. Ese ardor recuerda el misterioso calor queenardeció los corazones de los discípulos de Emaús y, como empujó a éstos a tomarinmediatamente el camino de Jerusalén en un arrebato de alegría, hace caminar a Pablo por losnumerosos caminos de su apostolado. El amor de Cristo sobrepuja todo conocimiento, - dicetambién -; y de nuevo nos viene a la memoria la impresión de los discípulos de Emaús, cuyos ojosno llegaban a reconocer a Jesús. Cristo es a la vez visible e invisible, y para conocerle, a El y suamistad, hay que tener una mirada sobrenatural.

Mas Pablo desea escapar, por fin, de esta compañía en que Cristo no cesa de hurtarsemientras se da, para llegar a la amistad perfecta: "Tengo el deseo de ser desatado y estar con

Cristo"[126]. Toda su esperanza de la vida bienaventurada se resume una fórmula de amistad: estarcon Cristo.

Amistades redentorasAmistad con Juan, con Pedro, con Lázaro, con Judas, con los discípulos, con María

Magdalena, Marta y María, las demás mujeres, con Pablo: todas esas amistades tienen formasparticulares adaptadas al temperamento de cada uno, pero también rasgos comunes. En ellasCristo manifiesta a la vez la ternura de un afecto que brota del corazón y apela al corazón y laaudacia vigorosa de un amor que viene a trastornar al alma. Introduce, en efecto, cada una de susamistades en el plan redentor, y las levanta a un nivel sobrenatural. Asocia a sus amigos al dramade la Pasión, en el que hay que perderse para alcanzar la salvación, y en el que el fracaso delhombre debe preparar el triunfo de Dios. Fuertes personalidades como Pedro y Pablo aceptaron,conscientes de sus flaquezas o de sus culpas, esa impotencia humana que debe dar paso al poderdivino, y pusieron toda su confianza en Cristo. Judas se negó a renunciar a los valores terrenos yabandonarse al Salvador e hizo abortar completamente la incansable amistad de Jesús. Sí Cristoimpone, esa exigencia fundamental a sus amigos, es porque no los ama de una manera superficial,sino hasta el fondo de su ser, y quiere hacer su amor soberanamente eficaz, transformándoloscompletamente. Su amistad aspira a apoderarse de toda la persona para elevada a un niveltrascendente; se insinúa por medio de la ternura, pero se despliega con una fuerza prodigiosa, paraobrar una revolución interior. Lo quema todo, para hacer surgir una vida nueva.

EL SALVADORBondad

No consideramos aquí la obra por cuyo medio obtuvo Cristo la salvación de la Humanidad, sinola disposición de alma con que manifestó su misión de Salvador. Proclamó la intención general quele animaba, tanto en conversaciones privadas como en discursos públicos "No envió Dios a su Hijoal mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él». "No vine para juzgar al

mundo, sino para salvar al mundo"[127]. Un juez se habría presentado con los rasgos de unaseveridad inexorable un salvador se presenta con semblante, palabras, hechos de bondad.Especificando que viene a nosotros en calidad no de juez, sino de salvador Jesús subraya que subondad, tantas veces manifestada por sus emociones de simpatía y compasión y por sus actos debenevolencia, no resulta de la casualidad, sino que expresamente querida como una actitud generalen relación con su misión. Esa bondad fundamental de salvador, por la cual Él se define, constituyeuna invitación frente a las representaciones que del Mesías se hacían los judíos. Lo que sobre todose miraba del Mesías por venir era su grandeza, la irradiación de su gloria; en un apocalipsis comoel Libro de Heno el Hijo del hombre aparecía para asegurar el triunfo definitivo de los justos sobrelos perversos. Así, pues ese Hijo del hombre había de traer la salvación en el estrépito de unavictoria terrorífica, y apenas: le podía imaginar viniendo a este mundo con rasgos de bondadfamiliar. ¿No reclamarán los fariseos a Jesús prodigios? Cristo asombra a sus compatriotas alponer toda la fuerza de su persona en su bondad. El precursor mismo está desconcertado; había

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anunciado que el hacha estaba puesta a la raíz de todo árbol que no diera buenos frutos, y que sepreparaba una pira. Pero la actitud de Jesús se parece poco a del leñador en ademán de darhachazos. A la pregunta que Juan Bautista le hace llegar, responde mencionando otras señales desu mesianidad, que manifiesta su amor: los ciegos ven y los sordos oyen, los leprosos son curados,los cojos andan, los muertos resucitan, los pobres reciben la buena nueva era que inaugura el pormuestras de bondad.

Es como salvador como participa, al comienzo de su ministerio apostólico, en las bodas deCaná. En esa fiesta da la medida de su afecto hacia los hombres. Hace poco tiempo todavíaayunaba en el desierto. Y ahora acepta la invitación a una boda. Es que antes en la soledad a nadiemolestaba con la austeridad de su régimen, ya que allí sólo el Padre le acompañaba. Pero ahoraquiere simpatizar plenamente con los hombres y asociarse a sus alegrías. ¿No es cosa digna deatención que El, portador de la doctrina espiritual más alta, comience su apostolado tomando parteen un banquete? Habría podido despreciar esos goces humanos; pero no: los estimaprofundamente porque son algo de aquellos a quienes ama El, que conocía el banquete celestial, nodesdeña las comidas de esta tierra. Y cuando la alegría de los comensales está amenazada deextinción por falta de vino, es Él quien la salva. Emplea por primera vez sus poderes milagrosos paracambiar agua en vino. Algún tiempo antes, en el desierto, había rechazado la sugerencia deSatanás de que convirtiese piedras en panes. Allí esa transformación prodigiosa se le proponía conmiras a satisfacer su propia hambre y se había negado a esa utilización egoísta de su poder de Hijode Dios. Aquí se trata de sacar de apuros a unos pobres, de hacer un milagro en favor de losdemás. Por eso acepta aplicar su poder de Redentor para que beban los comensales. Proporcionarvino es mucho menos necesario e importante que curar ciegos, leprosos o paralíticos, que convertirpecadores o devolver la vida a cuerpos inanimados. Pero precisamente el hecho de que esagenerosidad se emplee en una cosa más insignificante con el simple fin de evitar un contratiempo alos esposos y un desagradable desenlace a la fiesta, manifiesta una bondad más absoluta: el amorse revela tanto más conmovedor cuanto más humildes son las necesidades o deseos de la personaamada que se apresura a satisfacer. El episodio de Caná muestra hasta dónde puede llegar lasimpatía de Jesús, y representa en cierto modo el "ápice" de su afecto.

Lo que Él salva no es sólo la alegría del banquete, sino el matrimonio mismo. Aceptando lainvitación ratifica con su presencia la unión de los esposos. Esa aprobación adquiere todo susentido cuando se piensa que Cristo viene a arrancar a los apóstoles de su familia llamándolos aseguirle, que proclama la excelencia de una vida perfectamente casta, de la virginidad adoptada porrazón del reino de Dios. Ese ideal – del que, por otra parte, El mismo da ejemplo integralmente vivido- no le induce a despreciar el matrimonio; nunca puede observarse en El ni sombra de resentimientorespecto de aquellos que no se elevan a la misma altura. En Caná se alegra de la felicidad! de losesposos e interviene para alimentarla. Al vino de las bodas humanas, agotado bien pronto, hacesuceder su vino, inagotable y mejor, como si quisiera remplazar el amor natural del matrimonio, quetan de prisa se desvanece, por su amor, de muy diferente calidad. Así es como, bajo la aparienciade ese símbolo, salva el matrimonio. En el fondo realiza la misma inversión de valores que en lasamistades que contrae: la fuerza humana debe reconocer su nada y dar lugar a la fuerza divina.Jesús lleva su bondad hasta procurar al matrimonio la alimentación de su propio amor; Él, que es elEsposo único y trascendente, da al hombre y a la mujer un amor de esposo que reserva susmejores suavidades para el final, contrastando así con la caducidad de las pasiones simplementehumanas.

También a la samaritana la trata como salvador, y no como juez. En la Nueva Ley que promulgapara sus discípulos, refuerza la indisolubilidad del matrimonio; pero eso no le impide mostrar unagran bondad a una mujer que vive en situación irregular. Hasta obra de manera desconcertante:para darse a conocer a los habitantes de Siquén, escoge a una persona de costumbres harto

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livianas; y como es curiosa y charlatana; Él se sirve de esos dos rasgos del carácter femenino paraganársela y hacerla contar su aventura a los demás. Si se hubiera encapotado en una actitud; dejuez, habría comenzado por reprender a la mujer por su liviandad y no habría hecho ningunaconcesión a su curiosidad ni a su deseo de charlar. Pero, lejos de mirarla con desprecio, echándoleel vistazo desdeñoso que le otorgaban algunas personas honradas de Siquén, de costumbresirreprochables, la trata con estima y respeto, y le hace el honor de pedirle un servicio. Lasreacciones de amor propio y susceptibilidad de su interlocutora no desalientan su amor. No le retirael don de Dios que le ofrece; simplemente se esfuerza por hacerla adquirir conciencia de él: "Siconocieras el don de Dios y quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú le hubieras pedido, y Él te

hubiera dado agua viva”[128]. En esa réplica Jesús, descubre su corazón. Se halla en la situaciónde aquel ,a quien corresponde dar; y, sin embargo, al principio había trocado los papeles tomandoademán de mendigo: “Dame de beber”.

Cuando ha llegado a convencer a la mujer de que ella tiene algo que recibir, prometiéndole unagua que bulle para vida eterna, un agua que apaga para siempre la sed, la hace entrever laverdadera condición de su don. Desde que la samaritana le pide; "Dame esa agua", Él va alproblema crucial; "Ve, llama a tu marido y ven acá." Así como en una boda remplazó un vinoinsuficiente por su propio vino, quiere ahora remplazar el agua del pozo por otra agua. Peromientras en Caná le bastaba continuar la situación establecida, aquí debe restaurar un estado decosas injustamente destruido. Después de haberse encontrado con el amor en el matrimonio,tropieza con un amor fuera del matrimonio. Y quiere que la mujer renuncie a ese amor prohibido, sereconcilie con su marido y vuelva a emprender la vida común con éste. Sólo entonces podrá ellarecibir el agua viva, y, en lugar de estar esclavizada a un amor prohibido, se entregará al amorsuperior cuya gracia le trae Jesús. Es el trastorno que Cristo quiere producir en ella, como en todosaquellos a quienes profesa afecto. Pero en este caso su bondad es tanto más notable cuanto que laejerce con una persona cuya situación actual condena y a la que exige inexorablemente quereforme sus costumbres. Con esa bondad quiere ponerse en camino de salvarla, porque para curarlas enfermedades de un corazón primeramente hay que introducirse en él.

Para comprender la extensión de la bondad de Cristo, se puede comparar su actitud con la delos discípulos. Un pueblo de Samaria se niega a recibir a Jesús porque parece ir en peregrinación aJerusalén; los samaritanos sienten al verle, reavivarse su odio hacia el culto judío del Templo.Santiago y Juan tienen una reacción de "hijos del trueno": "Señor, ¿quieres que digamos que baje

fuego del cielo y los consuma?"[129]. Cristo se vuelve inmediatamente a ellos para reprenderles, yse marcha sencillamente a una aldea vecina. Quiere jalonar su paso por la tierra con actos de amory no con explosiones de venganza, y procura inculcar esa misma disposición en el ánimo de susapóstoles.

Del mismo modo, cuando algunas personas llevan a sus niños a Jesús para que los toque y lesimponga las manos, los discípulos quieren oponerse y rechazan esa tentativa de aproximación: elMaestro tiene otra cosa que hacer que entretenerse con esos pequeños y no hay que importunarle.Jesús se enoja y dice a los apóstoles: "Dejad a los niños que vengan a mí, no se lo estorbéis; pues

de los tales es el reino de Dios"[130]. Y antes de bendecirlos, los abraza. Su primer movimientofrente a ellos brota de su ternura; primeramente ha de apretarlos contra su corazón, antes deimponerles las manos. Hay en ello una imagen de toda su conducta: en primer lugar ama, despuéssantifica y salva.

En otra ocasión Juan da prueba de dureza o más bien de celos: "Maestro, vimos a uno, que noanda con nosotros, lanzar demonios en tu nombre, y se lo estorbamos." Pero Cristo no admite eseproceder: "No se lo estorbéis, pues no habrá nadie que obre un milagro en mi nombre, y pueda en

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seguida hablar mal de Mí. Pues quien no está contra nosotros, con nosotros está"[131]. Jesús nosólo no comparte las miras estrechas y celosas de su apóstol, sino que, por principio, interpreta demanera benévola la conducta ajena. Guarda y salva en los hombres lo que puede ser conservado.

En Jericó un ciego se pone a gritar en dirección a Él: "Hijo de David, Jesús, ten compasión de

mí!"[132]. Estos gritos importunan a la turba que rodea a Cristo y muchos se vuelven contra el ciegopara imponerle silencio. Pero Jesús no percibe en esos gritos redoblados más que la súplica de undesgraciado, y se detiene para llamarle. Una vez más muestra mayor bondad que los que le rodean.Supera sin cesar los límites humanos de paciencia y acogida.

CompasiónSu alma de Salvador se manifiesta sobre todo en una inmensa compasión. Sin embargo, Jesús

habla tenido razones para resistir a los impulsos de lástima que sentía a la vista de las miseriashumanas. Sabe perfectamente que el único mal digno de ser temido por el hombre es el pecado yque el padecimiento no constituye un mal moral, ya que tiene por misión purificar y ennoblecer alalma. Debe ayudar al corazón a despojarse de sus apegos demasiado fuertes a la tierra y hacerleponer su confianza y esperanza en solo Dios. Jesús seguirá ese camino del padecimiento hasta elfinal y por su medio obrará la Redención. Durante su vida pública tiene conciencia de caminar a laPasión, más aún, de haber sido enviado a la tierra expresamente con miras a esa Pasión, paratomar sobre sí los dolores de la cruz, dolores tan terribles que tienen el aspecto de una maldicióndivina. Ya, pues, que se somete voluntariamente a esa prueba y la considera como un elementoesencial de su obra redentora, parece que tendría el derecho de no combatir el dolor ajeno; ¿noaseguraría los intereses espirituales de los hombres rehusando librarlos de sus sufrimientos yanimándolos solamente a soportarlos con valentía y generosidad? En el Sermón de la Montañaproclama bienaventurados a los que se hallan en aflicción o sufren persecución, ¿Por qué va aestar obligado a secar las lágrimas de los que lloran, a suavizar los tormentos de los que sufren?

Pues bien, lejos de hacerle insensible, su vocación al suplicio del Calvario y su doctrina de laredención por el sufrimiento le hacen más propenso a emocionarse ante los dolores humanos, mássolícito en aliviados. Ante el espectáculo de esos dolores deja hablar a su corazón. Ya le hemoscontemplado en Betania, donde, viendo el dolor de Marta, María y los demás, no puede menos dellorar. Al encontrarse con un cortejo fúnebre en la ciudad de Naím sus ojos se detienen menos en elféretro que llevan que en una viuda sollozante que llora a su hijo único, Jesús, profundamenteconmovido, quiere poner fin a su duelo inmediatamente, como si no pudiera soportar la vista

demasiado emocionante de sus lágrimas: "No llores"[133]. Después toca el féretro y hacedetenerse al cortejo. "Muchacho, Yo te lo digo, levántate." El muerto se incorpora y se pone a hablary Jesús - cuenta el evangelista" "lo entregó a su madre". Se adivina, en esta diligencia que ponedevolver el hijo a su madre, la prisa que se toma más tarde, después de su Resurrección, por entrara María. Tal como nos lo describe San Lucas: el milagro lo realiza Cristo en favor de la madre y porcompasión hacia ella, más bien que por el joven mismo. Si hubiera sido la suerte de este como laque apiadó a Cristo, éste se habría limitado a detener el cortejo y mandar al muerto que levantara.Pero - según el Evangelio - fue la vida de la viuda la que le emocionó, fue a ella a quienprimeramente se dirigió haciendo cesar su dolor es a ella a quien restituye el joven, para dejar claro el sentido de su rasgo.

Ninguna miseria corporal le deja indiferente siente movido a piedad de los leprosos[134], de los

ciegos[135], de todos los enfermos o lisiados vienen a Él, y los cura. Verdad es que cuida desaquen de esa curación un provecho espiritual, que les pide que crean y tengan confianza en Él, aveces declara que se les perdonan sus pecados. Pero se deja emocionar verdaderamente por sugracia física. Cuando asiste a las convulsiones de epiléptico que han llevado ante El, interroga al

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padre del desgraciado: "¿Cuánto tiempo hace que comenzó a estar así?"[136]. Participa en sutristeza antes de poner fin a ella. En el momento de que a un sordo-tartamudo, levanta los ojos alcielo y aspira, como para hacer subir al Padre la queja de ese enfermo e interesar a todo el Cielo en

su dolor[137]. Esa compasión hace que tome a veces la iniciativa de otorgar la curación a quienesno piensan en pedírsela; en una sinagoga, un día de sábado, llama de entre los asistentes a una

mujer encorvada que apenas puede mirarle: "Mujer - le dice -, estás libre de tu enfermedad"[138]. Leimpone las manos, y al instante ella se endereza. Las curaciones milagrosas que Jesús siembra asu paso son los hechos que más impresionan al pueblo: Cristo manifiesta su poder no por medio deprodigios egoístas, útiles para El mismo, sino por medio de beneficios que aprovechan a los demás.Por eso las turbas - según San Marcos se asombraban sobremanera diciendo: Todo lo ha hecho

bien, y hace oír a los sordos y hablar a los mudos"[139]. No se puede resumir mejor la bondad deCristo y las maravillas que realiza: todo lo ha hecho bien.

No sólo combate la enfermedad, sino que defiende el honor de los enfermos. Cuando seencuentra con un hombre ciego de nacimiento, los discípulos están convencidos de que se trata deun defecto debido a un pecado particular: "Maestro, ¿quién pecó: éste o sus padres, para quenaciese ciego?" Jesús responde: "Ni pecó éste ni sus padres, sino que se habían de manifestar en

él las obras de Dios"[140]. Y da vista al ciego. Declara así que no hay que incriminar de pecado alos enfermos o a sus padres, y que la enfermedad tiene un sentido muy distinto: se da para que enella resplandezca la gloria divina. En el caso esta gloria consiste en el poder mesiánico de Jesúsque se revela esplendorosa por medio de la curación. Pero el caso es simbólico, y el principioenunciado, universal. Cristo quiere devolver su significación al padecimiento: antes era señal depecado y un castigo; ahora se convierte en un don divino, en que debe brillar el esplendor del poderde Dios. No es ésta la menor prueba de amor que Jesús da a los lisiados y enfermos: transformacompletamente el sentido de sus miserias corporales al relacionarlas con un designio de amor por elque Dios quiere entregarse más. Su mal se presenta de ahora en adelante como una atenciónespecial de la bondad del Cielo. Cristo no podía dar mayor consuelo a los que padecen que hacerlesentrever que sus padecimientos provienen de una predilección divina.

Salvador de la turbaCristo tiene compasión no sólo de los individuos, sino también de las turbas. Le vemos

apiadarse de una multitud que le sigue desde hace varios días, porque no tienen qué comer. Y parasatisfacer esa humilde pero apremiante necesidad del hombre, realiza el milagro de la multiplicaciónde los panes. Cuando se piensa en todas las multitudes humanas que, desde los comienzos de laHumanidad hasta nuestros días, han sido y son atormentadas por el hambre, se comprende elinmenso alcance de la mirada de compasión que Jesús tiende sobre la turba y la conmovedoragenerosidad de su distribución de alimento. Cristo no fue insensible a la miseria material del pueblo yno pudo soportar el espectáculo de hombres hambrientos. "Siento compasión de estamuchedumbre, pues ya tres días permanecen conmigo y no tienen qué comer; y si los despidiere

ayunos a sus casas, desfallecerán en el camino, y algunos de ellos han venido de lejos"[141]. Segúnel relato de la primera multiplicación de los panes, los discípulos resuelven el problema muyfácilmente, a expensas de la turba: "El lugar es solitario - dicen a Jesús - y la hora ya muy avanzada;despídelos, para que, yendo a los cortijos y aldeas del contorno, puedan comprarse algo que

comer"[142]. Cristo no tiene con tiene corazón para despedir así a sus oyentes, y responde a losapóstoles, para hacerlos participar en su obra de conmiseración: "Dadles vosotros de comer." Y lesproporciona con qué alimentar a toda aquella muchedumbre.

Pero la compasión de Jesús no se detiene en las necesidades materiales de la turba; mira más

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a su miseria espiritual. La multiplicación de los panes es, en su intención, el anuncio de ladistribución del pan eucarístico. La miseria de las almas es, en efecto, la más profunda, la másdesoladora, tanto más cuanto que muy a menudo no es claramente sentida; ésa es la que Cristopercibe más vivamente e intenta socorrer. Va a ofrecerle lo más precioso que tiene: su cuerpo ysangre. Quedó conmovido por esa miseria espiritual desde que vio a la gente concurrir a El al sitiodesierto en que había buscado un refugio con sus discípulos: había partido en barca con los Docepara distanciarse de la turba, y he aquí que, al salir de la barca, divisa un gran número de personasque se le han adelantado: habían adivinado el lugar donde quería ir. "Se compadeció

entrañablemente de ellas porque andaban como ovejas que no tienen pastor"[143]. Viendo tal deseode seguirle y oírle como al único hombre en quien ponen su esperanza, Jesús renuncia a huir deellas y se pone a instruirlas. No es la primera vez que le impresiona el fervor de la multitud enagarrarse a El, pero se ve, en la avidez por acercársele, echa de ver todo carácter patético de sumiseria y desorientación. Sus aspiraciones por un mundo mejor, esas turbas buscandesesperadamente un guía, porque nadie ocupa de ellas con amor para dirigirlas y educar. Hastaaquí no ha habido más que asalariados y ladrones, que han explotado al pueblo; los fariseos, en elfondo de su corazón le desprecian, van a forzarse en trabajado para hacerle colaborar en propiosdesignios. Y le imponen toda suerte de reservancias que le hacen doblarse bajo su peso: hombresandan, pues, abatidos y querrían hallar salida. Lo que les falta es un verdadero salvador.

Compasivo, Jesús se presenta a ellos: "Venid a mí todos cuantos andáis fatigados y

agobiados, y os aliviaré"[144]. El alivio ofrecido por Cristo el que el oasis ofrecía antiguamente a lascaravanas del pueblo hebreo. Pero la vista del oasis podía engañar, porque podía no ser más queun espejismo. En su desgracia, Job había comparado a sus amigos a torrentes pasajeros quecorren por el desierto se secan en seguida: “Oteáronlos las caravanas. Tema, las comitivas deSabá esperaron en ellos; quedaron avergonzados de haber confiado, llegaron hasta ellos y se

vieron corridos. ¡Así sois ahora vosotros para Mí: veis una cosa horrible y teméis!"[145]. ¡Quédecepción para una caravana que ha caminado bajo el peso abrumador del sol del desierto con laesperanza puesta en la parada que entrevía y no encontrar allí el refrigerio con que contaba! Jobcamina bajo las desgracias que se acumulan sobre su cabeza y, en el desierto por el que vaarrastrándose, no descubre lugar de refrigerio y descanso: el refugio que creía hallar en sus amigosse le hurta. A las turbas humanas que por tanto tiempo, desde los orígenes de la Humanidad, hanvagado errantes por un desierto en que todos los oasis eran engañosos, Cristo, compadecido,ofrece por fin el verdadero oasis que es el mismo, un descanso que alivia de la fatiga del camino,una amistad que no retrocede ante la desgracia y acoge a todos los miserables. Más especialmentepromete dar descanso a las multitudes judías que, invitadas a colocar sus esperanzas y buscar suconsuelo en el cumplimiento de la Ley, se hallaban en realidad agobiadas bajo la opresión de susprescripciones demasiado minuciosas. A todas las desilusiones del pasado hace suceder lasatisfacción auténtica de la gran aspiración de los hombres al descanso del corazón, a la alegríatranquila y sosegada. Basta ir a Él su compasión, soberanamente eficaz, procura a los cansancioshumanos un alivio definitivo.

El socorro de los pecadoresLa conmiseración de Jesús se inclina con la más intensa solicitud hacia los pecadores. En esto

su amor se supera a sí mismo. Para comprender la sorpresa y aun escándalo que debía de causara la mentalidad judía la simpatía de Cristo por los pecadores, hay que traer a la memoria el ideal queel judaísmo proponía a sus fieles, el del justo que observa perfectamente la Ley. Por el hecho decumplir las voluntades del Cielo, el justo era amigo de Dios y objeto de su favor; el pecador, por elcontrario, era enemigo suyo, debía esperar la cólera y la venganza divinas y no merecía piedad niclemencia. Con la revelación del Antiguo Testamento Yahveh había inspirado a su pueblo horror al

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pecado. Pero ese horror había venido, bastante naturalmente, a envolver al pecador mismo. Enalgunos salmos los justos se prevalían ante Dios, como de una virtud, de su odio al pecador, yreclamaban contra éste los peores desastres como castigo. Se gloriaban de haber cortado todarelación con Él, y esa supresión de todo contacto había tomado la forma de una prescripción depureza, en virtud de la cual los fariseos se abstengan de tocar a los pecadores. Esa repulsiónsistemáticamente organizada es derogada de manera firme y clara por Jesús, que se ostentapúblicamente en compañía de ellos y no temo comer en su casa. “Amigo de publicanos y

pecadores"[146] es la calificación despreciativo con que sus adversarios le designan. A losreproches de los fariseos, que preguntan a los discípulos: “¿Cómo es que vuestro Maestro come

con publicanos y pecadores?”[147] Jesús responde con una declaración de principio: "No vine allamar justos, sino pecadores." Y da la razón profunda: “No tienen los robustos necesidad demédico, sino los que están mal. Andad y aprended qué quiere decir Misericordia quiero, que nosacrificio”. Son, pues, los pecadores los que por su situación desgraciada atraen sobre sí lacompasión de Cristo; hacia ellos le inclina su corazón, porque necesitan ser curados.

Nos daremos cuenta de los motivos de esa preferencia si nos representamos el espectáculoque Jesús - que conoce la disposición esencial de cada alma - tiene ante los ojos. De un lado losfariseos, soberbios en su pretendida perfección, que nada tienen que aprender, nada de que pedirperdón: "¡Oh Dios!, gracias te doy porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos,adúlteros o también como ese publicano; ayuno dos veces por semana; pago el diezmo de todocuanto poseo." No tienen necesidad de salvador: De otro lado están los publicanos, que no osansiquiera levantar los ojos al cielo, sino que se golpean el pecho: "¡Oh Dios, ten piedad de este

pecador!"[148]. Se concibe que a Cristo le atraigan los segundos más que los primeros y que vayacon ellos con gran simpatía. Esa doble actitud, que describe en una parábola, la encuentra a cadapaso en su camino; la observa señaladamente cuando el banquete en casa de Simón el

fariseo[149]. Se siente espiado por un hombre que se cree justo, que pretende juzgarle desde lo altode su superioridad, que no le muestra más que las estrictas consideraciones de la cortesía. Sinninguna de las atenciones en que se reconocen un verdadero respeto y una sincera cordialidad. Porla puerta entra una mujer. Apenas se atreve a levantar los ojos. Debe de haberse hecho violenciapara entrar, contra la costumbre, en una sala de banquete reservado a los hombres, y su corazón,penetrado de su indignidad y jadeante por su audacia, late amenazando romperse. Vaderechamente a Jesús como a su último refugio. Por eso el Maestro la mira con una mirada conque ninguna vez ha mirado a Simún, una mirada llena de compasión afectuosa. Esa mirada, en queella había puesto toda su esperanza, la salva. Como al publicano de la parábola, hela más justificadaque el fariseo. Por lo cual Cristo declarará a éste: "En verdad os digo que los publicanos y rameras

se os adelantarán en el reino de los ciclos"[150]

Hemos notado hasta qué punto las amistades de Cristo transformaban los corazones. Labondad que muestra a la pecadora arrepentida obra igualmente en ella un cambio total. Desde quellega junto a Jesús, ella adivina, en la actitud benévola del Maestro, que éste la acoge y perdona.Esta acogida la conmueve de tal modo, que en el momento en que se inclina para derramar el óleoperfumado prorrumpe en llanto. Entonces se abandona por entero y deja correr libremente suslágrimas sobre los pies de Jesús; después, cuando su emoción se calma un poco, desata sucabellera, para enjugar esos pies que acaba de bañar con el fervor de su arrepentimiento y gratitud.Cada vez más animada por el consentimiento del Salvador, se atreve a hacer algo que jamáshubiera creído posible: Le besa los pies. ¡Una pecadora tocar a un santo, al Mesías, y tocarledepositando en sus pies besos ardientes! Por fin vierte el óleo perfumado que había traído en unfrasco de alabastro. Todas esas muestras de afecto tienen por punto de partida las señales casi

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imperceptibles - que no refiere el Evangelio - con que el Maestro, desde el primer instante, mostró ala mujer que accedía a su intento. Desde ese momento la mujer consagra a Jesús todo su corazón:la que hada profesión de vivir en la alegría y no conocer sino la risa, se pone a llorar. Su cabellera,que tantas veces había desatado para cometer el mal, sirve para el más humilde y afectuoso de losservicios, el que Jesús propondrá más tarde como modelo de humildad. Sus besos, de los cualeshasta entonces había abusado vergonzosamente, están ahora inspirados por un puro fervor. Y losperfumes, que la habían ayudado a seducir y arrastrar al vicio, se convierten en el homenaje de suarrepentimiento. Todo lo que en "ella había servido al pecado se halla así dedicado a Cristo; labondad del Maestro ha provocado la transformación de pasiones degradantes en amor auténtico ysanto.

Esa misma bondad es la que obra en Zaqueo una transformación análoga. Cuando sube a unsicómoro para ver a Jesús, Zaqueo parece empujado sobre todo por la curiosidad; no obstante, elesfuerzo que nace demuestra cierto interés y preocupación por Aquel de quien se cuentan tantascosas maravillosas. Cristo no quiere desaprovechar esa buena disposición, aunque tan tímida eimperfecta, y va a recompensar el esfuerzo. "Zaqueo - le dice, levantando los ojos hacia é1 -, date

prisa en bajar, porque hoy he de parar en tu casa"[151]. Pero Zaqueo es uno de los jefes de lospublicanos, que se ha enriquecido con exacciones, estrujando al pueblo; y que debe ser uno de loshombres más infames de Jericó. A pesar de eso, él es el escogido, por Cristo, y Zaqueo comprendela audacia manifiesta de esa benevolencia del Maestro, que, por lo demás, suscita murmuraciones.Le arrebata comprobar que, lejos de rechazarle definitivamente, como tantas personas piadosas lohacen en los juicios que forman sobre su persona, Jesús ostenta su simpatía por él y le encuentradigno de ser amado y honrado. Por eso baja rápidamente del árbol y corre lleno de gozo a su casapara recibir en ella a Cristo. Y, completamente trastornado por su bondad, le ofrece un corazón deltodo cambiado; al acogerle a la puerta, le declara su resolución, tomada al instante, de dar a lospobres la mitad de sus bienes y restituir el cuádruplo a aquellos a" quienes haya defraudado. Hasido la interpelación de Jesús en el camino la que ha desencadenado esta conversión y salvado aZaqueo. Cristo responde: "Hoy vino la salud a esta casa, por cuanto también él es hijo de Abraham;porque vino el Hijo del hombre a buscar y salvar lo que había perecido."

Cristo, pues, no teme manifestar bien alto su amistad con - aquellos a quienes se designapúblicamente como pecadores. Los escribas y fariseos conocen tan bien esa simpatía del Maestro,que quieren explotada para su perdición. Si le traen una mujer sorprendida en adulterio, es porquesaben que, según los principios habituales de su conducta, Jesús querrá hacer que escape a1castigo, y esperan ponerle así en contradicción abierta y directa con. la Ley; "Maestro, esta mujerha sido sorprendida en flagrante delito de adulterio. En la Ley, Moisés nos mandó que a semejantesmujeres las apedreásemos; Tú, pues, ¿qué dices?" Los fariseos no se han engañado: Cristo,compadecido, va a proteger a la culpable. Pero lo hace reduciendo al silencio y poniendo en fuga alos acusadores: "Quien de vosotros esté sin pecado, sea el primero en apedrearla." Cuando losfariseos han desaparecido, se dirige a la mujer: "Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te condenó?"

"Nadie, Señor." "Tampoco Yo te condeno; anda y desde ahora no peques más" [152]. El único queno ha cometido pecado alguno y que tendría derecho a condenar es el primero en perdonar. Sudeclaración: "Quien de vosotros esté sin pecado..." explica la grandeza de su actitud. El es elinocente y santo, de una pureza absoluta; experimenta por el pecado una repulsión y horror comojamás hombre alguno ha podido sentir, porque esa aversión es igual a la fuerza de su amor alPadre. A sus ojos todo pecado es execrable y monstruoso. Por lo mismo el adulterio de mujer nodespierta en su corazón complacencia alguna, sino una reprobación radical. Y, sin embargo, Jesúsmira a la culpable con intenso afecto: cuanto odia el pecado, tanto ama al pecador o pecadora.Condena el pecado, y toda su vida hasta su muerte en la cruz atestigua esa condenación; perosalva al pecador, y toda su existencia terrena tiene por fin asegurar esa salvación. "No peques

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más", dice a la mujer adúltera. Con lo cual manifiesta que reprueba la culpa y que al mismo tiempoespera apartar de ella en lo sucesivo a la mujer: la salva de la lapidación para salvarla del pecado.Esa mujer ¿no quedó marcada para siempre por la bondad y la confianza del Maestro?

La misericordia de Jesús para con los pecadores halla su más bella expresión en la cruz. Unmalhechor condenado por sus latrocinios defiende a Jesús de los insultos que le dirige sucompañero: ".. .Este nada inconveniente ha hecho." Después pide a Cristo: "Acuérdate de mícuando vinieres en la gloria de tu realeza." Esta petición no suprime el hecho de haber pasado todasu vida cometiendo fechorías que le han valido una justa condenación a muerte. ¡cuántos jueceshumanos, cuántos psicólogos no habrían creído en una conversión tan rápida! Habrían sospechadode la sinceridad o, en todo caso, de la profundidad de ése cambio de disposición, persuadidos deque una existencia dedicada por largo tiempo - a malos hábitos no puede corregirse en un instante,y ni siquiera reformarse verdaderamente. Pero Cristo, más compasivo y por eso mismo másperspicaz, escucha plenamente su oración y le asigna una recompensa que muchos otros podrían

envidiar: "En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso"[153]. He ahí esa vida pasadaen robos y asesinatos, metamorfoseada en un instante por la bondad generosa de Cristo: que secontenta con un solo grito de amor y de petición de auxilio para llevar al malhechor consigo alparaíso. A ningún otro prometió Jesús la felicidad del cielo para el día mismo de la muerte. Latransformación de un ladrón en un santo - que las estimaciones humanas habrían juzgado imposible-. Cristo la realizó en un instante: nada limita el poder de su bondad.

Después de su Resurrección Cristo continúa manifestando esa preferencia por los pecadores.La primera aparición que nos cuenta el Evangelio está destinada a María Magdalena, en otro tiempopecadora habitada por siete demonios. El primer discípulo a quien se muestra es el que le hanegado y llorado su culpa; y es recordando su triple negación, a la que responde una triple profesiónde amor, como le constituye jefe de la Iglesia. Aquel a quien deslumbra con su luz en el camino deDamasco, es el mayor perseguidor de la Iglesia.

¿Por qué esa predilección por los pecadores? Es que son ellos los que han atraído al Hijo deDios a la tierra y le hacen cometer esa locura de amor que es la obra redentora. Les pertenece,pues; tiene para con ellos todas las abnegaciones; les rinde honor y les da su afecto. Lo explicó Elmismo en una parábola. A las murmuraciones de los fariseos: "Este acoge a los pecadores y comecon ellos", responde: "¿Qué hombre de vosotros que tenga cien ovejas, si pierde una de ellas, nodeja las noventa y nueve en el desierto y se va a buscar la perdida, hasta que la halla? Y enhallándola, pónesela sobre los hombros, y llegado a su casa convoca a los amigos y a los vecinos y

les dice: Dadme el parabién, porque hallé mi oveja perdida"[154]. Recordando lo que haría cualquierpastor, Jesús presenta, bajo el velo de la trivialidad, el secreto más querido de su corazón: el trabajoque se toma para recuperar al pecador, a costa de la más alocada carrera y de las diligencias másinverosímiles, y la alegría que siente cuando la encuentra y recobra alegría no menos loca que loera la pena. Ese entusiasmo en la acogida del pecador arrepentido es el rasgo del amor de Jesúsque más vivamente conmueve a los hombres, porque éstos se maravillan siempre de ser recibidoscon alegría por aquel cuyo juicio temían.

Por el contrario, cuando fracasan todos los esfuerzos del buen pastor por traer consigo laoveja perdida, la tristeza no tiene límites. ¿Quién podría decir el dolor infligido a1 corazón de Cristopor la obstinación irreductible de Judas? ¿Y la melancolía tan impregnada de suave afecto, de lamirada que tiende sobre la ciudad de Jerusalén? "¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata los profetas yapedrea a los que le han sido enviados! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos como la clueca a supollada debajo de las alas, y no quisisteis!" "Si conocieras también tú en este día lo que lleva a lapaz! Mas ahora se ocultó a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti en que levantarán una valla tusenemigos contra ti, y te cercarán y te estrecharán por todas partes, y te arrasarán y estrellarán a

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tus hijos en ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra en razón de no haber conocido el tiempo de tu

visitación"[155]. Jesús llora sobre la ciudad rebelde pensando en las desgracias que la aguardan.No se alegra al ver venir el castigo sobre sus enemigos; menos aún reclama tal desastre parasatisfacer una venganza; antes bien, la visión del desastre futuro de la ciudad que va a crucificarle.Le emociona hasta provocar sus lágrimas y hace refluir, en Él toda su ternura, semejante a la deuna clueca para con su pollada. Más tarde muchos cristianos hablarán de la ruina de Jerusalén casicon alegría, o con un corazón seco, como de una feliz sanción a la incredulidad de los judíos. Veránen esta ruina el triunfo del cristianismo, el desquite del drama del Calvario. Jesús no la contemplócon mirada triunfal, sino con ojos bañados de lágrimas. Nunca le causó placer la desgracia de loshombres, aunque fueran sus mayores enemigos. La mano del Padre, que se deja caer sobre losjudíos incrédulos, le hiere en pleno corazón por la compasión que suscita en Él.

El consuelo de Cristo es pensar que ese fracaso proporciona la ocasión de una generosidadmayor. Porque por él su misión de Salvador va inmediatamente a hacerse más universal. Ya que lamayor parte del pueblo judío, conducida por sus jefes, rehusa seguida, la llamada de su mensajeevangélico va a ser llevada a todos los demás pueblos. Entristecido por el pequeño número deelegidos, es decir, de judíos, dispuestos a creer en El, Jesús piensa complacido en el gran númerode llamados, de nuevos invitados, que van a entrar en el reino de Dios. Porque la sentencia "Muchos

son los llamados, mas pocos los elegidos"[156] no es una declaración amenazadora o pesimista,sino que esencialmente es el anuncio de una misericordia más amplia, como lo demuestra laparábola del convite, de la cual es conclusión. En esa parábola vemos al rey, reaccionando a lanegativa de los primeros invitados, ponerse a invitar a todos: "Id, pues, a las encrucijadas de los

caminos - dice a sus servidores - y a cuantos hallareis llamadlos a las bodas"[157]. Y esos nuevosinvitados, los gentiles, llenan la sala del banquete. Por los pocos judíos que responden a la invitación,habrá, pues, otros mucho pueblos que vendrán a sentarse a la mesa: muchos llamados pero pocos

elegidos[158]. Cristo se venga de los fracasos únicamente con una extensión de su misión deSalvador; y por tanto con un acrecentamiento de su bondad.

Tal es la naturaleza expansiva de la generosidad de Jesús, que quiere superar todos loslímites. Lo que trae a los hombres, lo trae en abundancia y a todos. Nunca se negó a realizar las

curaciones que se le pedían: "Cuantos le tocaron dice San Marcos recobraban las salud”[159].Cuando favorece a Pedro con una pesca milagrosa, le procura con qué llenar las barcas hasta elborde, y cuando multiplica los panes lo hace de suerte que todos queden ampliamente saciados.Estos favores temporales hacen presagiar la generosidad del Salvador en el terreno espiritual. Aquienes lo dejan todo por seguirle, les otorga el céntuplo. Al siervo que ha sido fiel en cosaspequeñas le constituye señor de un gran territorio. Y el buen ladrón recibe una recompensamaravillosa, una felicidad inmensa por un simple arranque del corazón Cristo no mide sus larguezas:salva en plenitud.

EL HEROEUn amor que lucha, una bondad que exige

Al admirar la bondad, mansedumbre y compasión de Jesús, hemos ya hecho resaltaralgunos indicios del vigor de su amor. Porque si, en muchas circunstancias, se deja llevar librementede la debilidad y turbación de la emoción en presencia de aquellos a quienes ama y ve padecer,nunca se deja arrastrar fuera de los caminos de su designio redentor, cuyas condiciones mantienecon intrépida energía. El Buen Pastor es también un héroe, y en su ternura hay una fuerzaindomable. Cuando empleamos la palabra" héroe", la purificamos de todas las resonanciaspeyorativas que pudiera tener: Cristo no busca una gloria vana por medio de hazañas maravillosas,

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ni hace alarde de valentía. Sino que es un héroe en el sentido de que ama a los hombres hasta elextremo y lo hace todo por ese amor. Como no desea agradarles, sino salvarlos, su amor esesencialmente un amor de lucha. El corazón de Cristo tiene una batalla que ganar. "No os imaginéisque vine a poner paz sobre la tierra; no vine a poner paz, sino espada." Y ¿dónde pone esaespada? En los afectos humanos más profundos: "Porque vine a separar al hombre contra supadre, y a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra." ¿Por qué esta terrible sentenciaen labios de Aquel que vive del amor a su Padre, está enamorado de su madre, profesa a loshombres tanto cariño, recomienda por encima de todo el amor al prójimo, ratifica el amor de losesposos de Caná? Jesús mismo descubre el motivo: "Quien ama al padre o a la madre más que a

Mí, no es digno de Mí; y quien ama al hijo o a la hija más que a Mí, no es digno de Mí"[160]. Cristoexige a los hombres un amor superior a todos los afectos humanos. Ciertamente lo impone antetodo a sus apóstoles, a quienes llama especialmente a seguirle; pero lo reclama de todos, porquehay circunstancias en que cualquiera de sus fieles debe poder sacrificar sus más caros afectos alamor de Jesús. Si Cristo tiene reivindicaciones tan draconianas, no es por desconfianza hacia loshombres, menos aún por afán tiránico de monopolización; es porque quiere elevar las muy alto,porque las ama hasta querer transformarlas íntegramente con la fuerza de su amor.

Y por ello su bondad se revela exigente, terriblemente exigente. Es la verdadera bondad, quebusca el bien superior de aquellos a quienes ama, y no la satisfacción de los caprichos de estos. Seniega a capitular ante el egoísmo humano cuando éste vaya acompañado de cierta generosidad. Eljoven rico había sido testigo - a lo que parece - de la escena conmovedora en que Jesús habíaacogido a los niños que le eran presentados, abrazándolos y bendiciéndoles. Embargado de locaadmiración por una ternura tan amable y sencilla de parte de un gran Maestro, se precipita hacia Éla fin de tener parte en su afecto y ponerse bajo su dirección. Pero, en su fervor al preguntarle quéha de hacer para tener la vida del alma, alimenta la secreta esperanza de que una benevolenciabonachona va a permitirle una perfección religiosa con menores gastos: Cuenta con la bondad deCristo para obtener una doctrina más condescendiente: “Maestro bueno” - le saluda -. Jesúsrectifica al momento: su bondad no es del mismo género que las bondades humanas, que se dejanllevar a concesiones perjudiciales; es una bondad divina, sin quiebra ni acomodamiento; no es másmuelle que la bondad de Yahveh, porque es recibida del Padre, a quien debe ser rendido homenajepor ella." ¿A qué me llamas bueno?" – responde -. ¿A qué? ¿Es porque el joven confía en undoblegamiento del Maestro, en una bondad nueva, mejor que la de Dios? "Nadie es bueno, sino sóloDios." Y para mostrar que su bondad se halla en la prolongación de la de Yahveh, Jesús repite laenumeración de los mandamientos, lo esencial de la Ley. Después formula la condición con que

invita al joven a seguirle: "Anda, vende cuanto tienes y dalo a los pobres"[161]. ¡Condicióncategórica bien digna de la bondad de Dios! Si el joven aguardaba un compromiso mitigador, helebien desengañado. Y cuando éste frunce el ceño, Cristo no intenta conservarle, a pesar de todo,rebajando sus exigencias. Persiste sencillamente en mirar al joven con amor" un amor que noquiere doblegarse con ningún regateo. Y le deja marcharse.

Para salvar la vocación de algunos de sus discípulos, no vacila en negarles un retorno a lafamilia, peligroso para la firmeza de su adhesión al Maestro. "Te seguiré, Señor - dice un discípulo -,mas primero permíteme irme a despedir de los de mi casa." Jesús responde: “Nadie que puso su

mano en el arado y mira hacia atrás, es a propósito para el reino de Dios[162]”. La petición parecíamuy natural, pero implicaba una mirada hacia atrás la nostalgia de ciertas aficiones que habríanrobado a Jesús el corazón del discípulo. Por eso es rechazada sin compasión. Cristo no es menossevero con aquel que le ruega poder ir primeramente a dar sepultura a su padre. "Sígueme, y deja a

los muertos enterrar a sus muertos"[163]. Entre el reino de Dios y los que permanecen extraños a Él

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hay una separación radical, corno entre la vida y la muerte, y Cristo lo proclama de manera clara yneta. Parece haber en sus palabras algo de dureza. Y sin embargo el corazón de Cristo, de dondesale esta orden de apariencia cruel, estuvo siempre animado de un afecto tierno, sumiso y diligentepara con María y José; conoce y aprecia la intimidad familiar con los deberes que lleva consigo.Tampoco desdeña deberes tales como el de la sepultura, puesto que alabará a María de Betaniapor su generosidad en derramar sobre sus pies una gran cantidad de perfume: verá en esa unciónuna preparación a su sepultura, y anunciará que será publicada en todo el mundo. Pero en ciertoscasos los afectos familiares amenazan la libertad de un alma puesta al servicio del reino de Dios.Cristo exige entonces que se los corte enérgicamente y que se renuncie aun a tareas tan noblescomo sepultar a un pudre. Ofrece a los que quieren seguirle un amor bastante poderoso paradesprenderlos de esos afectos y suficientemente completo para cerrar la herida. Lo que suprime, loreemplaza, y con algo mucho mejor. Su aparente dureza es en realidad un amor más fuerte y audaz.

Es, por otra parte, con sus mejores amigos con quienes Jesús se muestra más exigente. APedro le pide un cambio completo de mentalidad, la conversión de esperanzas terrenas en las delreino de Dios, el reconocimiento - tan arduo para su vigor impetuoso - de la debilidad de susrecursos humanos, y le promete el suplicio del martirio. A Lázaro le pide el abandono supremo, el dela muerte, y hace compartir ese sacrificio a Marta y María. Más tarde, Saulo deberá despojarsecompletamente de sí mismo y renegar de su pasado. Judas creerá durante algún tiempo poderpermanecer en la compañía del Maestro y cultivar el apego al dinero. Pero al fin se verá puesto enel trance de escoger; por lo demás, desde el momento en que comienza a obrar por la bolsa, quedaconvertido en "diablo". Cristo tiene piedad de él, pero nunca hasta permitirle hacer puesta en ambostableros; mantiene su exigencia de renunciamiento, con los riesgos de traición y desesperación quelleva consigo para Judas. Y explica su conducta con esta advertencia solemne: "Nadie puede seresclavo de dos señores, porque o bien aborrecerá al uno y tendrá amor al otro, o bien se adherirá al

primero y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero"[164].Así, pues, Cristo, aunque quiere atraer a todos los hombres, no intenta reunir los más posibles

en torno suyo por medio de concesiones complacientes. Al mismo tiempo que los invita, combate enellos todo lo que les aleja de Dios, todas las formas del egoísmo, desde el orgullo a la codicia, yhasta los afectos .legítimos que pudieran traer consigo una partición del corazón. En aquellos aquienes más ama, lleva esta lucha con el mayor ardor, porque los quiere más perfectos. Su amor alos hombres es una guerra continua, sin cuartel, contra Satanás, contra el pecado, contra todas lasmalas pasiones o simplemente condescendencias con la naturaleza. La obra de redención sedesarrolla como un gigantesco combate. El Evangelio cuenta de manera impresionante ciertosaspectos de ese combate, que hay que tratar de penetrar para comprender el corazón de Cristo.

La primera batallaSe levanta el telón, y se nos introduce en todo este inmenso drama de la vida pública - que va a

estar marcado por una colisión terrible y prolongada - con la presentación de los dos adversarios yla descripción de los objetivos de la lucha. En el desierto, por la contemplación del Padre y la unión asus deseos, Jesús va a llenar su corazón de la fuerza con que ha de derribar a Satanás. Cuando lasiniestra silueta se le aproxima y hace caer su sombra sobre los pensamientos de su espíritu y lossueños de su imaginación, Cristo está enteramente poseído por el amor al Padre, del que se haempapado y con el que se ha fortalecido en la soledad. Está, pues, preparado para librar la primeragran batalla, la más decisiva, por otra parte, porque su resultado va a dominar todo el desarrollo desu ministerio apostólico. Ahí está, héroe de la luz, frente al poder de las tinieblas. Pero ningúnpúblico asiste a ese duelo, porque Cristo se empeña en él por un amor a los hombresabsolutamente puro, tanto más sincero cuanto más ignorado. Su heroísmo, lejos de buscar estima yadmiración, permanece escondido en su corazón. Y es también en su corazón donde estánpresentes los hombres, pues que por ellos se expone.

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El primer esfuerzo de Satanás tiende a apartar a Jesús de ese amor, sugiriéndole que utilice enprovecho propio sus poderes de Hijo de Dios. Cristo ha recibido del Padre un poder mesiánico enfavor de los hombres y para su salvación; el demonio le invita a explotado con un fin simplementeegoísta: satisfacer su hambre. Si, por un imposible, Jesús con consintiera en la sugestión, lanzaríatoda la empresa mesiánica en la dirección de su propio provecho y se le vería, en lugar de derramarpor doquier beneficios a su paso, servirse de sus poderes milagrosos para su propia ventaja, parallevar una vida agradable y fastuosa. Pero no: rehusa desviar hacia su provecho la menor partecitade su poder, llevar a cabo la acción, aunque tan sencilla, de cambiar una piedra en pan. Permanece,fiel al Padre, con cuya voluntad se alimenta y a los hombres, a quienes se ha dedicado porcompleto.

Satanás le incita al egoísmo de otra manera. Le inspira un método de redención, poco costoso,que consiste, en prodigios: ponerse sobre el pináculo del Templo y lanzarse al vacío, ante unamultitud que aplaudirá la hazaña. Mediante algunas demostraciones de ese género, se ganaría laadmiración loca del pueblo, y tendría en sus manos la suerte de una turba entusiasta. Se atraería atodo el mundo sin tener que tomarse trabajo alguno. Cristo compara esta perspectiva con la de unaPasión sangrienta y una muerte de ajusticiado. Incontestablemente el camino propuesto por Satanáses más seductor. Desembarazaría su vida pública de la obsesión de un fin cruel y lamentable.

Y libraría a los hombres de la necesidad, tan poco halagüeña, de llevar cada uno su cruz,facilitando singularmente la adhesión de todos al mensaje evangélico. Pero sería la ruina del amor:Jesús renunciaría a amar a los hombres hasta el extremo, hasta tomar sobre Sí las másaplastantes sufrimientos, y querer transformar a los demás asociándolos íntimamente a su Pasión.Le faltaría valor si evitara darse completamente a ellos e imponerles el ideal del sacrificio; ahorabien, Él ha sido enviado por el Padre para un don total de Sí mismo y para la santificación de laHumanidad. Rechaza, pues, la sugerencia satánica como una horrible cobardía; no halagará, a loshombres con prodigios; los salvará por la cruz.

Finalmente Satanás trata de hacer titubear la resolución de Cristo descubriéndole una vistageneral de su imperio sobre las almas. Porque la dominación del espíritu del mal es un hecho: eldemonio ejerce un señorío profundo en los corazones que tiene encerrados en los calabozos delpecado. Y Jesús que, mejor que nadie, ve el fondo de las almas, se da cuenta de su esclavitud.Durante su vida oculta ha tenido ocasión de comprobar la flaqueza humana y su facilidad en dejarsearrastrar al mal; ha chocado muchas veces con egoísmos feroces y ha tenido que deplorar elespectáculo de vidas que se hundían más y más en el pecado. La obstinación de una voluntad ensus extravíos puede alcanzar un grado pasmoso: aun antes de chocar con el endurecimiento deJudas y de los fariseos, Jesús se convenció de ello por sus observaciones de Nazaret. Quererextirpar completamente el pecado de las almas, ese pecado tan íntimamente anclado y tanresistente, ¿no es perseguir una quimera? En lugar de lanzarse a la loca pretensión de restablecera los hombres en una pureza y santidad integrales, ¿no es mejor considerar razonablemente lasituación y pactar con un enemigo tan temible y difícil de vencer? ¿No es preferible conquistar loscorazones reconociendo cierto señorío inevitable del pecado sobre ellos? Cristo cerraría los ojos aesta porción del pecado, la cubriría con el velo de una ignorancia voluntaria. He ahí el arreglo queSatanás se esfuerza en obtener de Jesús cuando le promete el reinado universal si consiente en

inclinarse ante su poder. Porque la solicitación “Todo esto te daré si postrándote me adores” [165],es menos grosera de lo que parece a primera vista: invoca el espectáculo de la inmensidad delpecado para concluir en un compromiso. Puesto frente a ese lamentable espectáculo, Cristo echade sí al tentador y su proposición. Sólo Dios debe ser el Señor de los corazones: Jesús estádecidido a perseguir el pecado hasta en sus últimas trincheras, a desarraigarlo completamente delas almas y destruir el imperio de Satanás. Ama demasiado a los hombres para poder sufrir quepermanezcan, si quiere parcialmente, esclavos del mayor enemigo que tienen.

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Las tres tentaciones enderezan, pues, a doblegar el amor de Cristo, no sólo el que tiene asu padre, sino también el que profesa a los hombres. Satanás quiere evitar que Jesús consagreexclusivamente sus poderes de Hijo de Dios a hacer beneficios a los hombres, que se sacrifiquepor ellos hasta padecer los mayores tormentos, que se empeñe en librarlos totalmente de laesclavitud del pecado. Lo que Satanás quiere echar por tierra, o al menos hacer vacilar, es elheroísmo de un amor absoluto. Tal vez cuenta con la bondad de Cristo para arrancarle unadebilidad, una condescendencia. Pero él es la única persona para con la que Jesús no muestrabondad alguna; únicamente a Satanás dice el Maestro: “Vete de aquí”. Con esta irreductiblehostilidad guarda Cristo toda la fuerza de su amor y sale vencedor del combate.

El conflicto con los fariseos Sin embargo, la lucha va a continuar bajo otra forma. Los Evangelios están llenos de los

ecos del conflicto con los fariseos, tanto que se podría ver en ello lo esencial de la vida pública.Jesús encuentra a esos adversarios a cada vuelta de su camino, con una oposición que no cesa deagrandarse. Se comprende, al leer esa guerra áspera y dura, toda la verdad de la profecía deSimeón: “He aquí que Éste está puesto para caída y resurgimiento de muchos en Israel, y como

señal a quien contradice”[166]. Esta contradicción que abruma a Cristo es resuelta y hasta violenta.Ataca, a través de su persona, al reino de Dios que Él ha venido a establecer. “Es anunciado el

reino de Dios y se le hace violencia”[167]. ¿Por qué este asalto dirigido contra el reino? ¿Por qué lapersecución, que ya alcanzó a Juan Bautista, se reproduce ahora? San Lucas coloca la declaraciónde Jesús en un contexto que esclarece su significado. Hay oyentes que no han podido soportar elgran principio enunciado por Cristo: “Ningún criado puede servir a dos amos... No podéis servir aDios y al dinero”. “Oían todas estas cosas los fariseos, que eran amigos del dinero, y hacían mofa

de Él”[168]. Los fariseos son, ciertamente, partidarios de un mesianismo, pero de un mesianismoque les asegure la posesión de bienes terrenos: la prosperidad material, la liberación de la naciónjudía del yugo romano, junto con el establecimiento de su dominación sobre los demás pueblos y unacómoda reputación obtenida por medio de prácticas exteriores de piedad. ¡Ah! Si Cristo consistieraen entrar en sus miras, en prometerles, con una doctrina más acomodaticia, la salvaguardia de suposición adquirida y la justificación de su conducta, los ganaría inmediatamente para su causa. Perojustamente, en lugar de dar pruebas de diplomacia y oportunismo, los obliga a escoger: o susventajas de aquí abajo, con su orgullo y su rapacidad, o Cristo: un solo amo. Jesús, que quieresalvarlos, nunca se volverá atrás de ese dilema, porque eso sería autorizar la perversión delcorazón de ellos y prestarles el más ruin servicio. Mantendrán heroicamente su exigencia,aceptando el riesgo de una condenación a muerte antes que ceder al egoísmo de aquéllos. Estafirmeza inconmovible de su amor desencadenará todas las tempestades.

Sintiéndose amenazados por un mensaje tan exigente, los fariseos buscan querella contraJesús. Y – cosa notable – no encuentran qué reprocharle en su conducta, sino beneficios. El temamás frecuente de sus críticas reside en los milagros realizados el día de sábado. Ellos no participanen la alegría de los enfermos y lisiados curados por Jesús: rechinan los dientes al asistir a esasmaravillas. ¿No llegarán a tramar la muerte de Lázaro, es decir, una mala acción exactamentecontraria al gran favor otorgado por Cristo? No sienten estima alguna por las bondades de Jesús,porque ellos desprecian al pueblo, que es el beneficiario de ellas: “Esa turba, que no conoce la Ley,

son unos malditos”[169]. Al contrario, esas bondades los ponen furiosos, porque acarrean a suAutor cierta popularidad, que podría apartar a las turbas de otros maestros menos generosos. Es,pues, por los hombres por quienes Cristo se encuentra expuesto a la hostilidad de los fariseos, ycuando éstos cojan piedras para apedrearle, podrá declararles con toda verdad: “Muchas obras

buenas hice a favor vuestro de parte de mi Padre: ¿por cuál de estas obras me apedreáis?”[170].

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En lugar de esos beneficios de toda clase, ¿qué reclaman los fariseos? Prodigios. Más bien quebuenas acciones, querrían acciones de brillo que sedujeran su inteligencia y no se enderezaran aconvertir su corazón. Pretenden sustituir el amor de Cristo, que apela a sus posibilidades degenerosidad y amor, por un arreglo entre dos egoísmos, aceptando Jesús lanzarse a una carreragloriosa y renunciando a molestarlos en sus satisfacciones. Semejante demanda llevaverdaderamente la marca de Satanás, de aquel que sugirió en el desierto la ejecución de un prodigioy el ajuste de un compromiso.

¿Cómo reacciona Cristo ante esa controversia sistemática? Cuando se le reprochan susmilagros, reivindica bien alto el derecho a la generosidad: nada le exaspera tanto como la pretensiónde contrarrestar la bondad de su corazón. Enseñando un sábado en una sinagoga, ve a un hombrecuya mano derecha está rígida. ¿Va a retroceder ante las miradas sospechosas de los escribas yfariseos y dejar marcharse al hombre con su enfermedad, para evitar un nuevo pretexto dequerella? De ningún modo. Se dirige directamente a sus adversarios, no por bravata y desafío, sinopor deseo de afirmar bien alto su libertad de curar a un desgraciado. "¿Es permitido - les pregunta -en sábado hacer bien, salvar una vida?" Y no obteniendo respuesta, echa una mirada sobre ellos, y

luego dice al hombre: "Extiende tu mano"[171]; y la repone en buen estado. Este milagro provoca elfuror de escribas y fariseos, y tienen consejo sobre el medio de perder a Jesús. No soportan lagrandeza de su amor.

En otra ocasión, cuando cura a la mujer en corvada, el jefe de la sinagoga da parte a laasamblea de su indignación: "Hay seis días para trabajar: en éstos, pues, venid y haceos curar,pero no en día de sábado." No se atreve a dirigir su reprensión directamente contra Cristo, queacaba de revelar su autoridad en la enseñanza que ha dado, y la emprende con personas menosterribles, particularmente con la mujer, que acaba de dar gloria a Dios. La dicha y el entusiasmo deesta mujer, que él debería compartir, le irritan, y, en lugar de asociarse a su reconocimiento dandogracias al cielo, no manifiesta más que horror por lo que juzga una violación del sábado. Jesús lehace avergonzarse de su actitud, demostrando su hipocresía, así como ]a de sus partidarios:"Hipócritas, cualquiera de vosotros en sábado, ¿no desata a su buey o su asno del pesebre y lolleva a abrevar? Y a ésta, que es hija de Abraham, a quien ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no

era razón desatarla de esta cadena en día de sábado?"[172]. Y mientras el pueblo se alegra delmilagro, los adversarios de Cristo quedan confundidos con la réplica del Maestro.

La viveza de las reacciones del Maestro se debe, subrayémoslo, al hecho de que las malasintenciones de sus enemigos tienden a impedirle hacer el bien, causando así daño a aquellos porquienes Él siente un amor muy particular: los inválidos y los desheredados de la vida. En la fuerzacon que pregunta a los fariseos si es permitido curar en sábado, hay que oír vibrar la ternura de supiedad para con un hombre con la mano rígida; y su indignación ante la hipocresía proviene de sucompasión por una mujer lisiada desde hace dieciocho años. Es a los demás a quienes Jesúsquiere proteger. Da una lección al fariseo Simón para defender el honor de la pecadora arrepentida.Dispersa a los acusadores de la mujer adúltera. Cuando ciertos fariseos reprochan a los discípulosel arrancar espigas en sábado, interviene para justificar aquella acción: "El sábado por e! hombrefue instituido, y no el hombre por el sábado. Así que señor es el Hijo del hombre también del

sábado”[173]. En esta respuesta a tales argucias afirma no sólo su soberanía, que le permite hacere! bien en día de sábado, sino el sentido de esa soberanía. El sábado ha sido instituido por elhombre, y como el Mesías ha recibido todo poder sobre la Humanidad, es Señor de cuanto ha sidopuesto al servicio de los hombres, particularmente del sábado. El amor a los hombres es el que lodomina todo; por ese amor es por lo que choca con los fariseos: del sábado, del que ellos hacíanuna institución fastidiosa, Él quiere hacer un testimonio de la bondad divina.

La cólera

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Así se explica la cólera de Jesús. Ese corazón tan manso y bondadoso conoció la cólera. Notodos los evangelistas se atrevieron a referirla, pero San Marcos, con sencillez realista, no dudó en

llamada por su nombre[174]. Se comprende el escrúpulo de San Mateo y San Lucas: la cóleraparece una falta de dominio de sí, una pasión violenta, indigna del maravilloso equilibrio de lapersonalidad de Cristo. Pero justamente el Señor pudo permanecer y permaneció perfectamentedueño de sí en medio de su cólera. ¡Cuántas veces no cuenta el Antiguo Testamento las cóleras deYahveh! No hemos, pues, de sorprendernos de la de Cristo, eco de la de Dios. Cóleraprofundamente sentida y verdaderamente digna del Mesías. ¿Por qué se encoleriza Jesús? "Por elencallecimiento de su corazón" - nos dice San Marcos de los fariseos –. Es además una cóleraforzada, porque está toda empapada de tristeza – según la descripción del evangelista -. Hasta haycierta dificultad en interpretar el término griego empleado para significar tristeza, porque significa deordinario condolencia, compasión: Jesús se enoja contra los fariseos y, sin embargo, padece conellos, su cólera tiene algo muy particular: que va acompañada de una inmensa conmiseración por ladesgracia de corazones tan duros. Y ¿cómo se venga? Con un milagro de curación. “Y echando entorno una mirada sobre ellos con indignación, contristándose por el encallecimiento de su corazón",dice al hombre: "Extiende tu mano." La cólera de Cristo proviene, pues, del amor, que se irrita de lafría insensibilidad ajena; está inundada de amor, puesto que está penetrada de dolor íntimo y decompasión; y tiende al amor, quiere asegurar la realización de un beneficio.

Esa cólera repercute en las invectivas contra los fariseos, que son las expresiones más

violentas que Cristo pronunció: "¡Ay de vosotros, fariseos, que dais el diezmo de la hierbabuena, dela ruda y de toda clase de hortalizas y pasáis por alto la justicia y el amor de Dios!" “¡Ay de vosotros,escribas y fariseos farsantes!, porque cerráis e1 reino de los cielos delante de los hombres; que nientráis vosotros, ni a los que entran dejáis entrar... ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos farsantes!,porque os semejáis a sepulcros encalados, que de fuera parecen vistosos, mas de dentro estánrepletos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por de fuera parecéis

justos a los hombres, mas de dentro estáis repletos de hipocresía e iniquidad”[175]. Con quienes nocomprenden el lenguaje de las bienaventuranzas, Jesús emplea el de las maldiciones. Con laviolencia de sus expresiones no quiere, ciertamente, englobar a todos los fariseos en unareprobación definitiva, sino que intenta dar una sacudida a aquellos a quienes no ha logradoconmover ni atraer. Trata de provocar un choque en esas conciencias endurecidas. Para quecesen de estar engañadas por sus ilusiones, desenmascara el verdadero fondo de sussentimientos; les hace más difícil la perseverancia en la hipocresía y lo que les reprochaesencialmente es su falta de amor sincero a Dios y el daño que causan a los demás. Por otra parte,esa acusación pública no pretende condenar a cada uno de los fariseos individualmente: es sumentalidad y partido lo que fustiga. Cristo tiene cuidado de respetar las personas particulares;cuando reprende a una, como al fariseo Simón, Se limita a señalar algunas señales exteriores defrialdad, y cuando responde al jefe de la sinagoga después de la curación de la mujer lisiada,encausa a todos sus opositores: "Hipócritas", dice en plural. Dirige su invectiva contra el grupo,absteniéndose de juzgar a talo cual.

En fin, su cólera contra los dirigentes del pueblo judío desemboca en un rasgo solemne. Laprimera vez que vino en peregrinación al Templo, a la edad de doce años, Jesús quedóescandalizado del tráfico que allí se abrigaba: el culto de Yahveh estaba desviado hacia provechoscomerciales. El Hijo resolvió hacer cesar ese insulto a su Padre. También en eso había queescoger: Dios o el dinero. En el curso de su vida pública, al venir al Templo de Jerusalén, Cristorealiza su viejo sueño: expulsa a los mercaderes y derriba las mesas de los cambistas. Elobservador de la escena que hubiera tratado de leer en su mirada, habría visto en ella unaimpresión de alivio: su amor al Padre podía darse curso libre, después de haber soportado largo

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tiempo una profanación que le dolía en el corazón.Esta expulsión es el preludio de otra que marcará el resultado de la lucha: “¿Es que no está

escrito - enseña Jesús - que Mi casa será llamada casa de oración para todas las gentes?” Mas

vosotros la habéis hecho cueva de ladrones."[176] Puesto que los jefes del pueblo judío hantransformado su culto divino en un lucrativo comercio, todas las naciones serán 'llamadas asucederlos en ese privilegio. Porque si la higuera de Israel rehusa dar frutos y por ese motivo escondenada a - la esterilidad para lo sucesivo, hay una viña que extenderá sus ramas por todos lospueblos. Observamos aquí la reacción característica de la generosidad de Jesús: su , cólera contralos fariseos va a implicar un llamamiento a todos los pueblos. Ante la hostilidad, su corazón no seestrecha, sino que se ensancha sin medida.

Amor en la luchaEl mismo anuncio de generosidad era ya perceptible en la declaración sobre el Hijo del hombre,

señor del sábado. Los fariseos han pervertido el sábado; Cristo dará a los hombres un nuevosábado, más espléndido. Asimismo los dirigentes judíos han profanado el Templo, y se preparan adestruir ese Templo viviente que es la Persona de Cristo: “Destruid este santuario, y en tres días lo

levantaré”[177]. El Templo que Jesús devolverá a los hombres será incomparablemente máshermoso, puesto que no será hecho por mano de hombre: será su Cuerpo resucitado y todo eledificio de la Iglesia, suyo sostén será Él. Lo que sus adversarios corrompen y deshacen, Jesús lorestituye más magnífico. Por tanto no hay que interpretar como una simple manifestación deimpaciencia la amenaza del Señor: “Os digo que os será quitado el reino de Dios y se dará a la

gente que produzca frutos”[178]. En la cólera contra los que rehusan su oferta, Jesús halla ocasiónde abrir más ampliamente su amor a todos los pueblos. Así reporta Él la victoria, respondiendo conun don más liberal a un egoísmo más duro.

En su polémica con los fariseos tiene buen cuidado en hacer notar que Él no alimenta

intención alguna de venganza personal: “No penséis que os voy a acusar delante del Padre”[179] Elque os acusará será el mismo Moisés, en quien ellos tienen puesta su confianza. Del mismo modoCristo no se considera como el gran ofendido por la incredulidad de ellos: “Y quien dijere palabracontra el Hijo del hombre, s ele perdonará; mas quien dijere contra el Espíritu Santo, no se le

perdonará ni en este mundo ni en el venidero”[180]. Personalmente, Jesús no mantiene animosidadni susceptibilidad alguna; pero advierte de la gravedad de pecar contra la luz dad por el EspírituSanto, porque el que persiste en cegarse hasta el fin rehusa su salvación. Cristo afirme que siguedispuesto a acoger toa buena voluntad, aun la que venga de los fariseos: “...Al que viniera a Mí no leecharé fuera; pues he bajado del cielo no para hacer mi propia voluntad, sino la voluntad del que me

envió. Y ésta es la voluntad del que me envió: que de todo lo que me dio no pierda nada...”[181].Jesús, pues, hace cuanto puede por no perder a ninguno de lso fariseos. Acepta sus invitaciones,aun cuando no provienen de pura simpatía. Responde a sus preguntas, aun insidiosas. Alienta a un

escriba que da pruebas de comprender su doctrina: “No andas lejos del reino de Dios”[182]. Elmejor indicio de que no rechaza en bloque a los directores, escribas y fariseos, es que un miembrodel consejo, José de Arimatea, se adhiere a su mensaje y se hace secretamente discípulo suyo, yque un fariseo, Nicodemo, viene a buscarle reconociendo en Él a un hombre de Dios.

Esa conversación con Nicodemo muestra cómo Jesús se preocupa a la vez de acoger unabuena voluntad y de mantener todas las exigencias de su doctrina. Nicodemo empiezaprudentemente contentándose con aludir a los milagros de Jesús como prueba del origen divino desu enseñanza. Querría saber más de ella, pero se abstiene hasta de hacer una pregunta, dejando aJesús el cuidado de adivinar su deseo y de dirigir la conversación. A ese gran tímido, que viene a Él

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de noche por temor a comprometerse y que no se atreve a adelantarse demasiado, Cristo leexpone inmediatamente la metamorfosis completa que exige la entrada en el reino de Dios: "Enverdad, en verdad te digo: si uno no fuere engendrado de nuevo, no puede ver el reino de Dios."Esto es decir a ese fariseo que debe comenzar una vida del todo nueva, cambiar enteramente suexistencia. Jesús le explica a continuación por qué esa necesidad de renacer: es que Dios haenviado por amor a su Hijo a este mundo, para comunicamos su vida divina, “porque así amó Diosal mundo, que entregó a su Hijo unigénito a fin de que todo el que crea en Él no perezca, sinoalcance la vida eterna”. Por consiguiente, la audacia de la metamorfosis requerida proviene delamor del Padre: dándonos a su Hijo, quiere elevarnos a una vida trascendente. A Nicodemo, comoa sus amigos, Cristo reclama un trastorno del ser. Semejante al amor del Padre, el del Hijo tiene lamisma osadía para con todos los hombres: no quiere atenuar para los fariseos el vigor de susexigencias y luchará hasta el fin por hacérselas admitir.

Lucha con los próximos No sólo contra los fariseos debe Jesús sostener combate. Sus primeros adversarios están

entre los más próximos. Choca con la hostilidad de la gente de su aldea, que considera como unablasfemia sus pretensiones mesiánicas. Cuando, en la sinagoga de Nazaret, desenrolla el libro delprofeta Isaías, para aplicarse a Sí mismo un pasaje de él y presentarse coma el enviado de Diosque trae la liberación, provoca el asombro y la incredulidad. ¡"El hijo de José" quiere hacerse pasarpor el Mesías! Sin duda se cuenta que ha realizado milagros en Cafarnaún, pero debería hacerlosprimeramente en su propio pueblo. Sus oyentes le reclaman prodigios. Ante su falta de fe, Jesúsdecide irse a otra parte: no es la primera vez que un profeta es rechazado por sus compatriotas yse marcha a los extraños. "Y se llenaron de cólera todos en la sinagoga al oír estas cosas. Ylevantándose le arrojaron fuera de la ciudad y le llevaron hasta la cima del monte sobre el cualestaba edificada su ciudad, con el intento de despeñarle. Mas Él, habiendo pasado por en medio de

ellos, iba su camino"[183]. ¡Qué pena para el alma sensible de Jesús ver todos aquellos rostros,que Él conocía familiarmente, haciendo muecas de odio y amenaza! ¡Los primeros en quererapedrearle no son los fariseos, sino aquellos entre quienes ha pasado su juventud!

Y, entre esos habitantes de Nazaret, los miembros de su familia son de los más escépticos.¿No quieren, en los comienzos de su ministerio, llevarle de nuevo a casa bajo el pretexto de que haperdido la cabeza? Y Cristo tiene que resistirles. Él, que declara que su venida podrá separar a unhijo de su padre y a una hija de su madre, es el primero en sufrir una división de sus "hermanos", osea, sus primos. Pero se mantiene firme: desbarata su tentativa de hacerle regresar a Nazaret,proclamando que en lo sucesivo Él se debe a otra familia que tiene por lazo de unión la voluntaddivina. Y cuando le proponen que vaya con ellos a Jerusalén y realice allí prodigios para satisfacersu deseo de brillar, se niega enérgicamente a acompañados. Irá a Jerusalén, pero no con ellos.

Lucha contra su parentela; lucha igualmente, en muchas ocasiones, contra sus discípulos. Noes sólo en las turbas donde ha de combatir la aspiración a un mesianismo terreno, glorioso yregalón, hambriento de triunfo político; también los discípulos comparten esas tenaces ilusiones, quealimentan su ambición. Muchas veces, y hasta en la última. Cena, Jesús los reprende por susaltercados sobre el primer puesto, por su preocupación de saber quién será colocado más cercade, su trono. Los amonesta en varias ocasiones por su falta de bondad para con los niños, para conun exorcista extraño, para con una ciudad de Samaria. Hasta con Pedro se encara cuando éstequiere apartarle del camino de la cruz. A veces reprocha a todos su falta de confianza: "¿Todavíano reflexionáis ni entendéis? ¿Tenéis encallecido vuestro corazón? ¿Teniendo ojos, no veis, y

teniendo oídos, no oís?"[184].Contra todos, pues, ha de luchar, aun contra los seres que le son más queridos; se puede

adivinar su padecimiento íntimo. Si lamenta la incredulidad de los fariseos y hasta en su cólerarevela su compasión por ellos, ¡qué tristeza no debe de sentir ante la falta de fe de los miembros de

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su familia! La única persona con quien no ha de luchar es su Madre. Pero debe arrancarse de Ellacuando su partida para la vida pública y sobre todo cuando su muerte en cruz.

Cristo acepta todos los inconvenientes de esa lucha: la pena que hubiera querido no infligir alos demás y que se ve obligado a infligirles por su bien; y la soledad en que la lucha le confina,puesto que combate solo contra todos, con un solo aliado que nunca aparece en escena. Su tareahabría sido más cómoda si hubiera podido mostrarse menos intransigente y conciliarse el acuerdofácil de los demás. Pero eso habría sido hacer traición a su amor. Si se arriesga a parecer a losojos de algunos duro y fanático en el mal sentido de la palabra, sabe que finalmente los hombresbien dispuestos reconocerán en una lucha tan valerosa el testimonio de una entrega y un afectomás auténticos.

Lo que está en juego en la luchaEs tal vez en su amenaza más terrible, la del infierno, donde fundamentalmente se revela el

amor que anima su combate. Jesús quiere hacer retroceder a los fariseos ante la perspectiva delfuego eterno; quiere inculcar la importancia del amor al prójimo pintando el cuadro del juicio final, enque el Hijo del hombre separará a los benditos del Padre de los malditos. Con ello da a conocer elobjetivo final de la lucha: si combate con tanto empeño, si utiliza todos los medios de acción sobrelas almas, incluso la amenaza, es porque se trata de asegurar a los hombres una felicidad eterna yevitarles una desgracia definitiva. Ese destino de ultratumba merece todos los esfuerzos de unalucha obstinada.

Desde el principio, el combate se libra, implacable, entre gigantes: la escena de la tentación enel desierto muestra la talla de los adversarios y la magnitud gigantesca de la batalla. En el curso dela vida pública la lucha no cesa de agrandarse. Los fariseos se endurecen más y más y losdiscípulos mismos tienen dificultad en comprender y admitir el anuncio de la Pasión. A medida quese acerca el fin, Cristo se encuentra cada vez más solo, porque es perseguido de sus enemigos ydesconcierta a sus amigos; tanto que en el momento de su condenación será abandonado por susdiscípulos y por las turbas y escarnecido por sus adversarios. Había puesto a sus oyentes en lanecesidad de no servir más que a un amo. Al intensificarse la lucha esa necesidad se transforma enun dilema más terrible todavía: o crucificar a Jesús o ser crucificado con Él. Cierto que hay muchosmodos de participar en su crucifixión, pero en una alternativa en la que no hay término medio. Losque no están con Él, están contra Él. Cristo lucha hasta el heroísmo de su suplicio y tiene la audaciasuprema de reclamar a todos los hombres la misma lucha heroica. Quiere derramar y compartir todoel amor que ha enterrado en su corazón solitario y perseguido de héroe.

CORAZON MANSO Y HUMILDEYugo suave

"Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de Mí, pues soy manso y humilde de corazón, y

hallaréis reposo para vuestras almas. Porque mi yugo es suave, y mi carga, ligera"[185]. Humilde ensu sometimiento al Padre, Jesús Se revela no menos humilde en la autoridad con que se dirige a loshombres. Y cosa realmente notable es esa humildad lo que propone como motivo de adhesión a sudoctrina. Posee muchas otras razones para hacer admitir su enseñanza: es el enviado del Padre, ybien a menudo pedirá a los vacilantes y opositores que crean por Aquel que le envió; es la Luz, laVerdad, y reclama de todos los que aman la verdad que escuchen su voz; tiene - como declararáPedro - palabras de vida eterna; garantiza su doctrina con milagros, y toda persona bien dispuestadebe reconocer – según la expresión de Nicodemo – que nadie puede realizar tales maravillas siDios no está con Él. Y, sin embargo, cuando quiere atraer a los hombres y hacer que sigan elcamino que les enseña, prefiere presentarles como razón fundamental la mansedumbre y humildadde su corazón. El llamamiento más profundo y más eficaz proviene de su amor.

Jesús no renuncia a establecer una verdadera soberanía: no suprime el yugo ni la carga.Pero en el peso que impone y en la autoridad que instaura, quiere que se sienta su profunda

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bondad. Mientras que los doctores de la Ley imponen a los demás prescripciones imposibles deobservar, a las cuales ellos tienen la habilidad de sustraerse, mientras que los fariseos aplastan lasconciencias con su rigor meticuloso, Jesús quiere evitar toda dominación tiránica y, lleno deatención para con los hombres, les hace ligera la Ley que les da. No se ve en Él, el Señor Supremo,ese egoísmo y orgullo de una autoridad que, se exalta esclavizando a los demás. Se poneperfectamente al nivel de aquellos sobre los que está destinado a reinar; no cree oportuno tomar elaire de un grande de este mundo y guardar las distancias para hacer impresión en ellos. Tampocohace alarde de su ciencia. Su única preocupación es ayudar , a los hombres, liberarlos y aliviarlos.

"Manso y humilde," La alianza de la mansedumbre can la humildad es característica. Hayclases de humildad que, lejos de seducir, retraen: en ellas el alma que mira a sí misma, se despreciay se tiene por nada y se encierra en la convicción de su nulidad. Busca más deprimirse quepromover el bien en los demás; su comportamiento tímido, embarazado, en fin, obsesionado por supropio yo, carece de impulso y de abertura. Este retrato triste y como mueca de humildad noconcuerda en absoluto con la figura del Salvador. La humildad de Cristo es mansedumbre: estávuelta hacia los demás, a los que trata de manera suave. Consiste en ponerse a disposición delprójimo, no cuidándose de sí y desapareciendo. Lejos de emparedarse en una concienciadeprimida, Jesús se olvida sencillamente de sí mismo. Presenta su humildad como unaconfrontación para todos; lejos de causarles malestar, debe asegurarles el sosiego y el descanso.Se podría decir que es una humildad sonriente, acogedora, tranquilizadora.

Humildad en la vida oculta y en el umbral de la vida públicaLos treinta años de Nazaret son una prueba manifiesta de esa humildad. Jesús niño y joven no

busca distinguirse ni sacar ventaja de sus dotes excepcionales. Tiene el arte de desaparecer antelos demás y en la manera más natural, es decir, la que se inspira" en un verdadero afecto y en elauténtico deseo de querer el bien del prójimo más bien que su propio interés. Los de su aldea noponen atención en Él y le atribuyen una personalidad ordinaria, vulgar, sin relieve. No se dan cuenta,de eso que los ojos penetrantes de María son los únicos en descubrir: que Jesús permanece en laoscuridad voluntariamente. Logra así ser considerado como un ser humano verdaderamentesemejante a los demás, perdido en el número. La Virgen siente particularmente atraída su atenciónhacia el carácter voluntario de la obediencia de Jesús: cuando la peregrinación al Templo deJerusalén, el Niño mostró que poseía un poder superior al de sus padres; si persiste en estarlessometido, es porque quiere. Pero los vecinos están más bien inclinados a ver en esa sumisión, quese prolonga aun después de los veinte años y parece tan cumplida, la señal de un carácter dócil queno tiene mucho vigor. Todo esto ayuda a Jesús a alcanzar su fin: desaparecer a los ojos del mundo.

Cuando a la edad de doce años se sustrae a la obediencia para quedarse en el Templo,manifiesta de otra manera su humildad. En casa de su Padre ¿no está en su propia casa? ¿Y no esÉl el Maestro de esa Ley que explica a los doctores? Por eso, evangelios apócrifos imaginan que elNiño se coloca en medio de los doctores para enseñarles. Pero el relato de San Lucas sugiere unaactitud muy diferente: Jesús se conduce como alumno; escucha las palabras de los doctores y leshace preguntas. Sin duda se colocó primeramente entre un grupo de alumnos y fue notado por elmaestro, quien le hizo conocer de sus colegas. Jesús aprende antes de enseñar, y no pretende enesta ocasión más que dar a los doctores de la Ley la satisfacción de tener un alumno excelente.

En la vida pública esta humildad toma dimensiones más amplias. Jesús comienza haciéndoseinvestir por otro. Ha sido enviado por el padre acá abajo y podría prevalerse de ese origen supremode su misión apostólica para dispensarse de recurrir a cualquier autoridad humana. Pero del mismomodo que quiso nacer de una mujer y entroncar así con toda la Humanidad, quiere relacionar con unhombre el ejercicio de sus poderes mesiánicos, a fin de que él le ligue a toda la tradición que le haprecedido. Jesús recurre al Precursor y se hace bautizar por él. Para el Salvador el bautismo nopodía tener el significado de una purificación o conversión del corazón. Pero la virtud santificadora

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de la acción de Juan Bautista representa en este caso extraordinario la inauguración de una nuevavida, la vida apostólica. En querer Jesús recibir de otro su consagración solemne para la empresade la salvación, hay una humillación sumamente impresionante, tan asombrosa como la que le hizoaprender de labios de María las oraciones al padre del Cielo. La Virgen le inició en la vida interior; elbautista debe lanzarle al apostolado. Juan retrocede ante la realización de acto tan audaz y protestaque deberán invertirse los papeles y que es él quien debería hacerse bautizar por Jesús. Mas elSalvador persiste en su humilde demanda: “Déjame hacer ahora, pues así nos cumple realizar

plenamente toda justicia”[186]. Juan bautizando y Jesús haciéndose bautizar van a consumar la“justicia” del Antiguo Testamento con la inauguración del reino mesiánico. El que inclina la cabezaante el último de los profetas hace así acto de sumisión a la Antigua Alianza y empalma con ella, afin de poder en seguida dar cumplimiento a las promesas de las misma. El acto humano deconsagración es ratificado al punto por una manifestación divina, en que el Padre glorifica al queacaba de humillarse y le proclama su Hijo amado, mientras el espíritu santo desciende sobre Él paraque pueda cumplir su misión. Evidentemente es del Cielo de donde en realidad recibe Jesús lainvestidura de su mesianidad junto con la fuerza para llevarla a cabo. Pero aunque es Dio, se inclinaante un hombre que es el representante del Cielo: la más prodigiosa aventura de todos los tiemposcomienza con la humildad de un bautismo.

En el desierto da prueba de una humildad aún más extraña cuando se ofrece a las tentacionesde Satanás. Permite a este ángel caído, horror viviente del pecado, aproximarse a Él y hablar a suentendimiento e imaginación. A nadie se le habría ocurrido que un Hijo de Dios sufriera dejarseinterpelar por el demonio y no le prohibiera todo acceso a sus facultades, todo contacto con suconciencia. Mas, a fin de reconquistar para Dios los corazones de los hombres, Jesús acepta esehumillante encuentro. Tolera una intrusión diabólica en el curso de sus pensamientos, se deja rozar,en cierto modo, por el infierno. Para mejor combatir el imperio de Satanás sobre las almas, seofrece a sus maniobras y admite ser puesto frente a sus sugestiones. Y más tarde tendrá lahumildad de contar a sus apóstoles que Él, la santidad en persona, padeció la prueba de latentación: porque, en efecto, sólo El pudo hacer el relato de esa escena sin testigo. Si no la hubierareferido El mismo, nunca se habría osado pensar que hubiera descendido tanto en su humildad.

Humilde servicio Toda la actividad de su vida pública puede resumirse en un humilde servicio. Jesús

se pone enteramente a disposición de los discípulos y de la turba: es su corazón manso y humilde elque le hace soportar pacientemente la tardanza en creer y las equivocadas interpretaciones sobre!el sentido de su mensaje el que le impide expulsar al hipócrita Judas y apartarse para siempre de losfariseos endurecidos. Hasta las curaciones milagrosas son para Él un servicio, en que desea salvarsu modestia. Porque no obra a la manera de un prestidigitador que quiere asombrar al público yconquistarse popularidad. En Caná hasta el maestresala ignora el milagro que acaba de realizarse.Cuando vienen a anunciar a Jairo que su hija ha muerto, recomendándole que no moleste ya alMaestro, Jesús le anima a tener confianza, porque, conmovido por su dolor, desea realizar elmilagro. “¿Por qué os alborotáis y lloráis? – dice a su llegada -. La niña no murió, sino que

duerme”[187]. Si buscara el éxito, se portaría de modo muy diferente. "Habéis podido comprobar -diría- que la niña está bien muerta, y , por lo demás, la prueba de ello está en vuestraslamentaciones. Pues bien: vais a ver cómo Yo voy a resucitarla." Pero no: Jesús quita. importanciaa ese hecho de la muero te hablando de sueño, hasta el punto de atraerse las burlas de lospresentes. Quiere disimular la maravilla de la acción.

Asimismo había una manera espectacular de realizar la multiplicación de los panes: Jesúspodría haber hecho aparecer de golpe una inmensa cantidad de ellos ante los ojos de la turba. Peroobra de manera mucho más discreta, remplazándose los panes a medida que se los distribuye. En

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lugar de proclamar: "Voy a darles Yo mismo de comer", Cristo dice sencillamente a los Doce:

"Dadles vosotros de comer"[188]. Pide una colaboración de que podría haberse dispensado: la desus discípulos y la de las personas que tenían los cinco panes y los dos peces. No quiere hacer susmilagros Él solo. La colaboración que pide con más frecuencia consiste en un acto de confianza yatribuye la curación a la fe del que le implora. “Tu fe te ha salvado”[189], dice al ciego al que acaba

de devolver la vista. Esa misma declaración es la conclusión de otros milagros[190]. Jesús haceolvidar el poder de su acción para mostrar la grandeza y la eficacia de la fe de aquellos que acudena Él.

Cuando el padre del epiléptico, después de haber contado brevemente las tristes aventuras dela enfermedad de su hijo, le dice: "Pero si algo puedes, socórrenos, compadecido de nosotros",Jesús le responde: "¿Que “si puedes”? Todo es posible al que cree”. No es ésa la réplica quenosotros habríamos esperado lógicamente. El hombre ponía en duda ,el poder del Mesías; Jesús noafirma su propio poder, sino el poder de todo el que tiene fe. Atribuye por adelantado a la fe de su

interlocutor el mérito de la curación. "Creo - grita el padre -; socorre a mi fe, aunque sea poca"[191].Tan bien logra Cristo ocultar su poder milagroso, que aún hoy atrae menos la atención de loslectores del Evangelio la curación propiamente dicha que el drama interior del padre y el grito de unafe que querría ser más perfecta. De tal modo quiere Cristo depender de esa fe que allí donde choca

con una incredulidad tenaz no realiza milagro alguno: “No podía”[192], dice San Marcos. A veces toma precauciones especialísimas para obrar la curación sin que nadie se entere.

Cuando en Betsaida le traen un ciego, no quiere hacer un milagro en plena calle. Le han rogado quetoque al desgraciado; Jesús tiene la encantadora atención de conducirle de la mano, y cuando sehallan fuera de la aldea, le devuelve la vista. Y le recomienda en seguida que ni siquiera pase de

nuevo por Betsaida, a fin de no divulgar el milagro[193].En esa consigna del secreto, que Cristo repite tan a menudo a aquellos a quienes cura, hay sin

duda cuidado por evitar una reacción demasiado violenta por parte de sus adversarios, queresponden a sus beneficios con un aumento de hostilidad. Pero ese mismo cuidado es indicio dehumildad, ya que Jesús acepta restringir Ja irradiación de su acción por consideración a las malasdisposiciones de sus enemigos, y de todos modos sus órdenes de guardar silencio sobre aquelloque sería justo y bueno publicar can claro testimonio de que realiza los milagros para los demás y nopara Sí mismo. Revelan el deseo profundo de Cristo de ser el bienhechor desconocido que esparcela felicidad en torno suyo por puro amor, sin buscar en ello ninguna ventaja de propia reputación.

Jesús, muy a menudo quería quedar oculto y “no lo logró”[194], consiguió , en todo caso, hacer quela posteridad ignorase los más de sus beneficios: ¡por algunos milagros que nos cuentan losevangelios, cuántos definitivamente olvidados! ¡Cuántas vidas liberadas y transformadas a su paso,sin que nos haya quedado rastro alguno!

Aceptación de la dependencia y del fracasoLa humildad de Cristo se transparenta también en su acatamiento del estado de cosas

establecida antes de El y de la autoridad tanto civil como religiosa. Jesús viene a realizar en estemundo una revolución única en la historia, y desde el principio tiene perfecta conciencia de ello.Trae un mensaje que debe trastornar las ideas y la conducta de los hombres, y se apresta a fundaruna sociedad que tendrá por misión renovar completamente la faz del universo. Pues bien, esterevolucionario provisto de un poder inaudito se somete al orden que reina en su patria. Cuandotantos judíos esperan fomentar una rebelión para expulsar al ocupante, no dice una sola palabra niejecuta una sola acción que repruebe o discuta una ocupación humillante para el orgullo nacional.

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Acepta sencillamente las condiciones políticas de Palestina y, cuando sea presentado a Pilato, nopondrá en duda la legitimidad de su poder. No desaconseja pagar el impuesto al César, y no temehacer el elogio del centurión, declarando su fe superior a la que halla en Israel.

Acata análogamente la autoridad religiosa. Lejos de predicar una campaña de desobedienciafrente a los representantes de esa autoridad, cuyos abusos y vicios conoce, encarga a susdiscípulos que no los imiten, pero que se conformen a sus dictámenes: "Sobre la cátedra de Moisésse sentaron los escribas y fariseos. Así, pues, todas cuantas cosas os dijeren, hacedlas y

guardadlas; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen y no hacen"[195]. Tiene particularcuidado de ponerse con su enseñanza en la prolongación. de la tradición judía y presenta sudoctrina no como una derogación de la: Ley, sino como su perfeccionamiento. Paga el impuesto alTemplo, aunque afirmando a Pedro que tiene el derecho de no pagarlo. No resiste a los soldadosque vienen a prenderle y prohibe a sus discípulos todo uso de la violencia. Se muestra lleno dedeferencia con los jefes religiosos que presiden en su proceso y consiente en representar elhumilde papel de acusado, Él, el Juez por excelencia. No pretende dirigir los debates; antes bien, sedeja guiar por sus jueces, no por una especie de pasividad u oportunismo, sino por un sincerosentimiento de dependencia.

En su mismo obra de apostolado Cristo da muestras de una humildad sorprendente. Porquequiere depender en ella de sus discípulos. Realiza un inmenso trabajo cuyos frutos no trata derecoger personalmente. El siembra, y deja a los discípulos el gozo y el orgullo de cosechar. Al pasarpor Siquén y difundir la buena nueva entre los samaritanos, advierte a sus apóstoles que los camposestán blancos para la siega: esa siega sed para ellos. Para el que conoce la dicha del apóstol alrecoger los frutos de su labor, esta renuncia de Cristo adquiere una significación heroica. Jesúspredica, pero no organiza todavía adhesiones estables entre la turba, porque su Iglesia no seráfundada verdaderamente sino en Pentecostés. Más tarde, después de la muerte del Maestro, losapóstoles se beneficiarán de los efectos de su predicación. Serán ellos quienes obrarán lasconversiones y administrarán los primeros bautismos. Para sí mismo Jesús no quiere guardar sinoun ruidoso fracaso. Toda su vida pública acaba en una infamante condenación a muerte, que le dejasolitario en presencia de turbas hostiles y en ausencia de sus discípulos. Cristo reserva todo el éxitoa sus apóstoles, y hace ese éxito más brillante por el contraste con su propia derrota. Esverdaderamente la humildad del amor.

Se podría objetar que Cristo recogió ciertos éxitos. ¿No se le aficionó la turbaapasionadamente, no manifestó su entusiasmo queriendo proclamarle rey y no le preparó unaentrada triunfal en Jerusalén? Pero Él nada hace para excitar ese entusiasmo: Se hurta a todatentativa de concederle la realeza; y cuando llega a Jerusalén por última vez, no se presenta comoun jefe militar, sino bajo la modesta apariencia de un príncipe pacifico montado sobre un asno. Loséxitos pasajeros que cosecha sirven para poner de relieve sus fracasos. La ola de popularidad queLe vale la multiplicación de los panes da más elocuencia al abandono general del día siguiente,cuando el discurso sobre la Eucaristía. La profesión de fe de Pedro, en el camino de Cesárea, tanconfortadora para Jesús, hace más dolorosa su incomprensión de la predicción de la Pasión y suoposición a esa eventualidad. La entrada triunfal en Jerusalén hace más punzante la defecciónuniversal que se produce cuando el prendimiento y el proceso, y más insultantes los clamores de lamultitud; "Crucifícale." Los favores momentáneos de la multitud tienen por resultado hacer caer aJesús de más alto. Por otra parte, El sabe que todo en su vida converge hacia la humillación final, ycolabora con toda su alma en la ejecución de ese proyecto del Padre.

Jesús deja traslucirse su humildad de manera particularmente conmovedora en la Pasión. No laaborda con mirada desdeñosa y segura de sí, haciendo gala de un valor altivo con aires de desafío,

Mientras los hombres ponen a menudo su punto de honra en desterrar todo temor ante elpadecimiento y la muerte, o disimular, al menos, su espanto; mientras las epopeyas ponen la más

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alta virtud de sus héroes en una intrepidez que los hace volar enfurecidos al combate, Cristo sehalla presa de un miedo terrible y una repulsión temblorosa ante la inminencia de la Pasión. Paraafrontar el dolor, no se yergue en pie en una actitud altanera de bravura, sino que yacemiserablemente tendido por tierra, abrumado bajo el peso de su abatimiento y temblando de pánico.No invoca al Padre para reclamarl e una gran prueba que haga brillar su resistencia, sino parasuplicarle que tenga a bien apartar de Él el cáliz que va a sede ofrecido. Y, en medio de esta crisisde alma, va humildemente, varias veces, a sus discípulos a mendigar un poco de simpatía,pidiéndoles que velen y oren con Él.

Es su flaqueza humana lo que revela en ese momento decisivo de su existencia.Continúa conservándose en humildad en el curso de su Pasión, ¡Cuántas veces repitió a sus

discípulos que para seguirle había que llevar cada uno su cruz! Pues bien, Él no lleva la suya conaire gallardo y orgulloso de triunfador; la arrastra penosamente y ni siquiera tiene fuerza física parahacerlo así hasta el Calvario. En el camino, muy modestamente, flaquea, hasta el punto de que se leha de descargar y poner la cruz sobre los hombros de Simón de Cirene. Camino del suplicio, Jesúsno pretende batir ningún récord, y los dos ladrones que le acompañan, más robustos de constitucióny sin duda menos mal tratados, parecen a los ojos de los transeúntes más valientes que El. En esamarcha al Gólgota nada hay que pueda inspirar una epopeya; ninguna hazaña grandiosa. Después,una vez puesto en la cruz, se abstiene de toda declaración solemne y de todo discurso. Nopronuncia más que algunas frases jadeantes y sencillas, Poco tiempo antes de expirar tiene una

expresión harto vulgar, aunque en realidad muy profunda; "Tengo sed" [196]. En lugar de encerrarseesquivamente en sí mismo con rigidez estoica, y no dejar traslucirse nada de su dolor, confía a loshombres la tortura que le abruma: confiesa su tormento. Muchos moribundos piden de beber: Jesúsno obra de otro modo, porque, aunque su muerte tiene lugar en circunstancias excepcionales,quiere comportarse exteriormente de la manera más ordinaria. Ni aun en la cruz quiere atraer laatención sobre sí. Un asceta de penitencias extraordinarias se avergonzaría de pronunciar laspalabras "tengo sed" como de una intolerable concesión hecha a la naturaleza; Jesús, que en otrotiempo tuvo la humildad de pedir de beber a la samaritana, tiene ahora la de pedir un refrigerio a losque le han crucificado. Se pone así, una vez más, en su poder. Y enseña a todos los que lesucedieren en la cruz que se trata menos de vencer el dolor a fuerza de energía que de soportarlocon mucho amor y mansedumbre.

Humildad en el triunfoPodría decirse que en el triunfo que sigue a su muerte manifiesta Jesús todo el esplendor de su

humildad. Hubiera podido mostrarse lleno de gloria, con una luz deslumbradora, a los ojos 'de susenemigos, para confundidos; hubiera podido caer de rodillas, temblando de terror, a los que Lehabían condenado o habían aplaudido su ejecución. Mas, por el contrario, da muestras de unadiscreción y pudor verdaderamente notables. El público pudo asistir libremente a su muerte ycontemplarle en su suplicio y humillación; en cambio, nadie está presente al acontecimiento de laResurrección, y los guardias del sepulcro no se acuerdan más que de haber visto un relámpago yhaber quedado aterrados. Cuando Jesús se aparece a sus discípulos, no está aureolado de lagloria celestial; se asemeja tanto a un hombre ordinario que a menudo no se le reconoce de pronto.María Magdalena le toma por un hortelano, y los discípulos de Emaús por un forastero y cuando seencuentra entre sus apóstoles realiza acciones tan sencillas y vulgares como participar en suscomidas. A las pretensiones de Tomás, que juega a espíritu fuerte y exige meter su mano en lasllagas del Salvador para creer en la Resurrección, responde con una humildad total, ofreciéndoleentera satisfacción: "Trae acá tu dedo, mira mis manos; y trae tu mano y métela en mi costado, y no

seas incrédulo, sino creyente"[197]. Esta humildad del Maestro hace que el amor propio del apóstolse derrumbe: a Tomás le da vergüenza mantener sus altivas pretensiones ante tal entrega. Y

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responde con un profundo acto de fe: "¡Señor mío y Dios mío!" En la sumisión tan asombrosa deJesús a sus exigencias ha reconocido la manera de obrar de un Dios.

El último episodio de la vida terrena de Cristo, la Ascensión, está impregnado de la mismahumildad -. Los apóstoles esperan que en ese momento Cristo va a restablecer el reino de Israel ysueñan en una gloriosa empresa de liberación y conquista. Pero Jesús desaprovecha esa supremaocasión y en lugar de ponerse en campaña, se oculta. Se esconde de manera definitiva a susdiscípulos. Se le ve elevarse al cielo; pero esa subida parece muy pálida en comparación con lasdescripciones entusiastas del triunfo mesiánico, que evocaban una decoración solemne. Una nubevela a los ojos de los discípulos la fiesta del más allá. La última imagen que esos ojos guardaránrepresenta bien la persona de Cristo: un hombre semejante a los demás, que hace de su Ascensióna los cielos y vuelta gloriosa al Padre un acontecimiento muy sencillo y prosaico y transforma sutoma de posesión sobre la Humanidad en un ademán de desaparición.

Admiración por los hombresCiertos sentimientos de Cristo muestran el carácter altruista de su humildad, su voluntad de

olvidarse para pensar en los demás. Así es particularmente en sus movimientos de admiración.Jesús no es de los que al humillarse ellos mismos tienen buen cuidado - de rebajar también a losdemás. Sabe admirar lo que hay de hermoso y grande en un hombre. Y así rinde ante la turbahomenaje público a Juan Bautista: "¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña cimbreada por elviento? ¿Pues qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido de ropas muelles? Mirad que los que llevanlas ropas muelles en los regios palacios están. ¿Pues qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo,y más que profeta. Este es de quien se ha escrito: "Mira que yo envío mi mensajero delante de tu

faz, el cual aparejará tu camino delante de ti"[198]. Y proclama que entre los que han precedido alreino de Dios no ha habido hombre mayor que el Precursor. Este elogio adquiere tanto más relievecuanto que Cristo no adoptó el mismo género de vida ni de espiritualidad que Juan Bautista, y queen torno a éste se hallaba un grupo de discípulos más o menos opuestos a los suyos. Jesús nopasa su vida en el desierto, sino entre los hombres; y no practica los ayunos y penitencias de suaustero antecesor. No obstante, lejos de denigrar el modo de obrar de Juan Bautista, alaba supermanencia en el desierto y su austeridad, y proclama su grandeza.

Jesús, que a veces tiene que reprender a sus discípulos, expresa también su admiración porprofesión de fe de Pedro. Se extasía ante los pequeñuelos que se adhieren a su homenaje y creen

en Él. Felicita a la cananea por su perseverancia: “¡Oh mujer, que grande es tu fe!”[199] Y proponecomo ejemplo al centurión que acaba de mostrar una confianza tan absoluta en la sola palabra delMaestro. Al oírle, Jesús se llenó de admiración y dijo a los que le seguían: "En verdad os digo que en

nadie hallé tan grande fe en Israel"[200]. Entre las personas de toda clase que hacen limosnas alTemplo, distingue y admira a una pobre viuda que acaba de echar dos monedillas casi sin valor yhasta llama a sus discípulos para hacerles compartir su admiración: "En verdad os digo que esaviuda pobre echó más que todos los que echan en el gazofilacio, porque todos los demás echaronde sus sobrantes; ella, empero, de su indigencia echó cuanto tenía, todo el sustento de su

vida"[201]. Para Cristo ese humilde rasgo, inadvertido de los hombres, tiene un altísimo valor.¿Quién podría decir todas las acciones ordinarias y ocultas que su vida terrena le dio ocasión deadmirar? La recompensa que otorga al buen ladrón, ¿no es un elogio de su oración de contrición yde confianza? Y el cargo de jefe de la Iglesia que confiere a Pedro, ¿no manifiesta su estima por elamor que le ha profesado este discípulo? Cristo llega incluso a declarar su admiración por todos losque, en la sucesión de los tiempos, creerán en él: "Bienaventurados - dice a Tomás - los que no

vieron y creyeron"[202]. El, que se complace sobre todo en admirar a aquellos a quienes no seaprecia mucho, como los pequeñuelos, los pobres, los extranjeros, los condenados, quiere felicitar

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de antemano a todos los cristianos desconocidos que le darán su fe.Para comprender el significado de esta admiración de Jesús, hay que recordar el término de

comparación que Él posee: la perfección infinita del Padre, junto a la cual las noblezas humanasparecen ridículamente pequeñas, verdaderamente muy poca cosa. Sin embargo, es bastantehumilde y amante para admirar esa poca cosa y reconocer grandeza en ella. Su admiraciónconcede a las acciones humanas una importancia inestimable.

Atenciones de un corazón humildeEl aprecio con que, en su humildad, mira Cristo a las personas que le rodean se manifiesta en

las atenciones menudas en que su solicitud las envuelve. No pierde de vista los menores detalles yse interesa por ellos. Cuando acaba de resucitar a la hija de Jairo, y los circunstantes quedan fuerade sí ante tan gran milagro, Jesús recuerda a los padres, a quienes la sorpresa y el gozo hacen

olvidar todo lo demás, que la niña tiene hambre, y les dice que le den de comer[203]. En el momentoen que la admiración de todos se fija en El, Jesús Se preocupa únicamente de la niña y, después dehaberle devuelto la vida, provee a sus humildes necesidades. El rasgo de resucitarla y el desatisfacer su hambre proceden del mismo amor, que quiere ser un servicio.

No tiene menos atenciones para con sus discípulos. Cuando vuelven de su misión apostólica,fatigados pero entusiasmados, le cuentan sus hechos y hazañas, su primera reacción es permitirles

reposar: "Venid vosotros solos aparte a un lugar solitario y tomad un poco de reposo"[204]. Lavíspera de su muerte les hará dar testimonio de que nunca dejó que les faltase cosa alguna:

"Cuando os envíe: sin bolsa, alforja y sandalias, ¿ acaso os falló algo?" "Nada"[205], le responden.Ni las necesidades más materiales e insignificantes escapan a su solicitud siempre vigilante.

Aun después de su Resurrección les prodiga esas atenciones. Cuando se aparece en la riberadel lago de Tiberiades, aun antes de que los apóstoles le reconozcan y se le acerquen, se pone aprepararles un almuerzo. Y luego, para hacer honor al trabajo de ellos, les pide que traigan, a lasbrasas que ha encendido, algunos de los peces que les ha hecho coger. Conserva hasta el final sucorazón manso y humilde.

Ardides de un corazón humildeEn su sencillez juega todos los juegos del amor. Halla maravillosos ardides para suscitar en los

hombres una alegría mayor. En una barca maltratada por la tempestad tiene el desconcertante descaro de dormir. Los discípulos, que no comparten su tranquilidad, le despiertan llenos de

espanto: "Señor, ¡Socorro!, nos perdemos"[206]. Jesús les reprocha su agitación, y llego,volviéndose hacia los vientos y el mar para calmarlos, devuelve a los apóstoles una paz tanto másapreciada cuanto más viva había sido la emoción. Cuando camina sobre el lago al encuentro de susdiscípulos, hace ademán de pasar adelante, como hará más tarde con los discípulos de Emaús. Alsentir el roce de ese fantasma, los apóstoles comienzan a gritar. "Tened buen ánimo; Yo soy, no

tengáis miedo"[207], les dice al punto. Se diría que toma expresamente apariencias aterradoras yterrible para transformar inmediatamente después el espanto en confianza.

La hemorroísa ha logrado tocar el vestido de Jesús y se ha sentido instantáneamente curada.Cree poder pasar inadvertida entre la turba; pero he aquí que Cristo hace una pregunta que la poneen un terrible apuro: "¿ Quién me tocó los vestidos?" La mujer, viéndose descubierta, se adelantahacia el Maestro. Todas las miradas están asestadas sobre ella, que tiembla como si hubierarobado furtivamente un milagro y debiera confesar su fechoría. Se postra delante de Cristo y leconfiesa su acción. Jesús la tranquiliza: "Hija, tu fe te ha salvado: vete en paz y queda sana de tu

enfermedad"[208]. Después de haberla hecho reparar en que la fe, más bien que el tacto material,ha provocado el milagro, le da la paz de su amistad y la hace saber que su curación no ha sido

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robada por sorpresa, que le es dada definitivamente. ¡Qué satisfacción no siente al ver convertirseen gozo los temores de la mujer! En las apariciones que siguen a su Resurrección la táctica eshabitual. Regularmente los apóstoles se asustan de verle surgir ante ellos. El los calma diciéndoles:"Soy Yo, no temáis." Le gusta dar sorpresas y suscitar así explosiones de felicidad: es cosa queestá en la psicología del amor. ¡Cuál no es su ingeniosidad en cambiar bruscamente las lágrimas deMaría Magdalena en un desbordamiento de alegría con sólo llamada por su nombre! Cuando caminacon los discípulos de Emaús, no hace más que preparar, a lo largo del camino, la sorpresa final.

En virtud del mismo método, a veces, antes de conceder un favor, hace ademán de rehusado.En Caná parece primeramente oponerse a la petición de su Madre, para causarle en seguida unaalegría mayor con la realización del milagro. La cananea, que viene a implorar de Él que cure a suhija, sufre una réplica severa: "Deja que primero se sacien los hijos; que no está bien tomar el pande los hijos y echado a los perrillos”. Hay, no obstante, en el tono de sus palabras una sutilindicación de que la puerta no está cerrada definitivamente. La mujer persiste osadamente: "Si,

Señor; también los perrillos, debajo de la mesa, comen las migajas de los niños"[209]. Jesús haprovocado, aparentando repulsa, el arranque de fe que anhelaba, y obra ahora la curación que ardíaen deseos de conceder.

En el caso de Lázaro su bondad emplea un ardid análogo. No se pone en camino en seguidade la llamada de Marta y María, con ser tan conmovedora - " Señor, mira, el que amas está

enfermo"[210], sino que se queda aún dos días donde estaba, antes de partir para Betania.Ciertamente habría podido acudir aun antes de que se Le avisase, y curar a su amigo. Pero siespera tanto tiempo es porque quiere conceder a Lázaro un favor más extraordinario: resucitarledespués de cuatro días de muerto. Y también Marta y María sentirán una alegría tanto más intensacuando su hermano vuelva de la muerte y ellas hayan llorado ya su partida. La bondad de Jesússabe reservarse para hacerse más generosa.

Aun el drama de la Pasión se desarrolla siguiendo esa intención: Cristo Se deja atrancar asus apóstoles y fieles y les inflige la más cruel de las decepciones, pero les prepara con ello unafelicidad tanto más exaltada en los inolvidables encuentros del día de la Resurrección. y el vado quecon su Ascensión deja entre ellos lo llenará la plenitud del Espíritu Santo: la última separaciónprepara el gozo desbordante de Pentecostés.

Este juego de sorpresas que Jesús juega con los suyos revela la aspiración de un corazónmanso y humilde, que concede mucha importancia a la alegría del prójimo y se ingenia enpromoverla tanto con las invenciones más sencillas como con las más sublimes.

CORAZON SACRIFICADOEl don supremo

"El buen pastor expone su vida por las ovejas"[211]. Es en ese sacrificio donde se le reconoce,porque ahí es donde resplandece su amor. El corazón de Cristo se revela plenamente en su Pasióny muerte en la cruz; todas las demás manifestaciones de su alma convergen hacia ese momentosupremo y todas las acciones anteriores se iluminan a la luz cruel, clara, decisiva de ese donabsoluto. Se trata de un clan perfectamente querido con una resolución libre y espontánea. Lacondenación de Jesús no es un simple incidente desgraciado debido a las maniobras de losadversarios; Cristo se ofreció voluntariamente, con toda soberanía: "Por esto me ama mi Padre,porque Yo doy mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que Yo por Mí mismo la doy.

Poder tengo para tomada otra vez. Esta orden recibí de mi Padre"[212]. Poco antes de pronunciarsu condena, Pilato, impacientándose con su silencio, le recuerda que él tiene plenitud de potestad:"¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo potestad para soltarte y tengo potestad paracrucificarte?" Pero Jesús responde: "No tuvieras potestad alguna contra Mí si no te hubiera sido

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dada de arriba"[213]. Se somete libremente a la voluntad del Padre - que es la que lo gobierna todo -, y tiene plena conciencia de ir a la muerte espontáneamente. Importa subrayado, porque hay muchomás amor en un ofrecimiento libre que en una resignación a la fatalidad. Más aún: Cristo quiere estefin trágico más de lo que ha querido cualquier otro acontecimiento de su vida terrena; "para

esto"[214], en efecto, vino a este mundo. En fin, lo quiere expresamente como la prestación másalta de su amor a los hombres: "Mayor amor que éste nadie le tiene: que dar uno la vida por sus

amigos"[215]. Toda la existencia de Jesús se orienta hacia ese objetivo; sus pensamientos y susdeseos se encaminan hacia ese testimonio de su total consagración a la Humanidad. Su corazónsuspira por esa hora como por el instante privilegiado en que podrá mostrar de lo que es capaz suafecto.

La última CenaPor eso, en las horas que preceden a la prueba. Cristo acumula las pruebas de amor: las

efusiones de la última Cena son las más vivas de todo el Evangelio. Comienza por confiar a losapóstoles su deseo de esta comida final; "Con deseo deseé comer es la Pascua con vosotros

antes de padecer"[216]. Es un deseo ya antiguo, que se ha aumentado con el tiempo. Al pensar enlos tormentos y muerte que habría de padecer, Jesús gustaba de decirse que antes de ese terriblepaso tendría el gozo de celebrar una comida con el grupo de sus amigos. Y desde hacía muchotiempo se aprestaba a la institución de la Eucaristía, de la que había dado un gusto anticipado en lamultiplicación de los panes y una promesa en el discurso que la había seguido. Pero es ahoracuando ese deseo adquiere toda su fuerza. Jesús suspira ardientemente por esa comida en que suintimidad con los Doce va a alcanzar su punto culminante; suspira tanto más ardientemente cuantoque se siente ya muy próximo al dolor e instintivamente busca apoyo y consuelo en la compañía desus discípulos. Va a consagrar definitivamente, a inmortalizar esa intimidad tan profunda, y tieneprisa por hacerlo.

Una vez a la mesa, realiza una acción que indica la calidad de su amor. Cristo quiere demostrarque no busca en esa comida el goce comodón de la amistad, el verse rodeado de discípulos que lerindan homenaje y se pongan a su servicio, prestos a satisfacer sus menores deseos. Ha entradoen el cenáculo para dar y, no para recibir, para servir y no para hacerse servir. Por eso procede allavatorio de los pies. San Juan insiste en el hecho de que Jesús está en ese momento penetrado desu omnipotencia: "Sabiendo que todas las cosas las entregó el Padre en sus manos y que de Dios

salió y a Dios vuelve levántase de la cena y deja los vestidos..."[217]. Antes de lavar los pies de losdiscípulos tiene, pues, conciencia particularmente viva de su soberanía. En el curso de la operaciónla manifiesta patentemente declarando a Pedro: "Si no te lavo no tienes parte Conmigo." y despuésde haber vuelto a tomar sus vestidos y puéstose a la mesa, proclama explícitamente su podersupremo: “Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, pues lo soy”. Es, porconsiguiente, a título de Maestro y Señor como lava los pies de los apóstoles; toma toda suautoridad soberana para colocada en ese servicio: para ponerla humildemente a disposición de losmismos. Es verdad que con ello quiere dar un ejemplo impresionante: "Si, pues, os lavé los pies, Yo,el Señor y el Maestro también vosotros debéis unos a otros lavaros los pies. Porque ejemplo os dipara que, como Yo hice con vosotros, así vosotros lo hagáis." Pero ese modelo que ofrece esperfectamente sincero: Jesús deja ver en esa acción el fondo de su alma. No obra como en unaescena artificial destinada a proporcionar un tipo de imitación; como tampoco cuando manda a susapóstoles amarse unos a otros como Él los ha amado les propone su amor como el de un actor deteatro que hubiera actuado para e! público. Al ceñirse con un lienzo y llenar una jofaina para ellavatorio de los pies, está animado del sentimiento que inspira toda su vida terrena: la dedicaciónafectuosa de su poder divino al servicio de los hombres. Dios encarnado es plenamente Él mismo

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en ese acto de humildad; enviado del amor, descubre en él su corazón.Esta actitud fundamental, por la que toma su grandeza divina y su poder absoluto para

someterlos y entregarlos a los hombres, se encuentra de manera muy característica en losepisodios de la Pasión. Jesús se presenta en ellos a la vez como Señor y como esclavo. Señor, dederecho; esclavo, de hecho y voluntariamente. Este comportamiento pone a la vista la orientaciónesencial de todo el plan de salvación, la omnipotencia divina, que se reveló de manera más bienterrible en el Antiguo Testamento, se revela en Cristo como puesta por amor al servicio de laHumanidad. Dios manifestó su trascendencia y soberanía al pueblo judío para hacer comprender alos hombres la inmensidad del don que de ellas les haría por medio de su Hijo. Inclinándose sobrelos pies de los discípulos, Jesús se encorva tanto más cuanto Yahveh había dejado entrever sualtura. El corazón de Cristo contiene el secreto de toda la conducta divina: una omnipotencia que seentrega con un amor humilde.

La EucaristíaSemejante disposición es precisamente la que explica la institución de la Eucaristía - Jesús

ejerce en ella su omnipotencia, ya que convierte el pan en su propio cuerpo y el vino en su propiasangre, dejando intactas las apariencias. Y comparte ese poder con sus apóstoles, puesto que lescomunica la facultad de hacer lo mismo que Él. Pues bien, lo que intenta con ese uso de su podersoberano es entregarse enteramente a los hombres: les da su cuerpo como alimento y su sangrecomo bebida. Se pone al servido de la vida de sus almas bajo la forma más humilde que hay:dándose a comer y beber. Se le habían reclamado prodigios: he aquí que realiza el más inaudito delos prodigios, pero de una manera velada, que no cambia en modo alguno las apariencias de lascosas, para mejor ocultar la fuerza de su amor. Antes de ofrecer el sacrificio sangriento del Calvarioofrece el sacrificio de la Cena, que le permite ampliar indefinidamente en el tiempo y el espacio eldon que quiere hacer de sí mismo. No tiene más que una vida y no puede morir más que una vez,pero su corazón es más grande que su vida terrena, y quiere perpetuar y multiplicar su sacrificio. Yhalla el modo genial y misterioso de permanecer en agonía hasta el fin del mundo, de renovarincesantemente en provecho de los hombres su paso de la Muerte a la Resurrección. Su poder seemplea, pues, todo entero en dar a su amor la máxima expansión.

Hasta le permite anticipar la hora del suplicio, como si estuviera impaciente por sacrificarse lomás pronto posible. No promete a sus discípulos entregarles su cuerpo; se lo da inmediatamente:

“Este es mi cuerpo, que por vosotros es entregado”[218]. No se contenta con anunciarles quederramará su sangre; se la da a beber entonces mismo: "Esta es mi sangre de la alianza, que por

muchos es derramada para remisión de los pecados"[219]. Sin aguardar hasta el día siguiente,Jesús consuma íntegramente su sacrificio el mismo día. Lo hace – es cierto - de una maneraincruenta, pero muy reveladora de sus sentimientos.

Analicemos más de cerca sus palabras, para hacer resaltar todas las trazas de su amor.Además del ansia por un sacrificio actual e inmediato, del cuerpo que es entregado y la sangre que

es derramada, Jesús expresa la universalidad de su don: "Bebed de él todos"[220], dice a susdiscípulos, alargándoles el cáliz. Esa sangre tan preciosa la ofrece a todos indistintamente; noquiere reservarla al círculo de privilegiados que constituye el grupo de sus apóstoles, porque en lapalabra "todos" se dirige a los que se adherirán más tarde a su mensaje. Por otra parte, añade quesu sangre es derramada por muchos; es decir, que, al pronunciar esas palabras, Jesús ve enlontananza el número indeterminado, siempre creciente, de hombres a quienes aprovechará susacrificio. En ese momento su corazón no se olvida de ninguno: en la omnipotencia con que decideperpetuar su sacrificio hasta los límites del tiempo y del espacio, se halla la omnipotencia de unamirada que abraza a la Humanidad y a cada uno de los hombres. Cristo se da en general y enparticular: contempla a cada uno y dirige hacia él la generosidad de su amor.

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Declara que por esa sangre se efectúa una alianza, una nueva alianza. Si se la compara con laantigua, concertada en la sangre de los toros que Moisés inmoló a Yahveh, se da uno cuenta de quees una manifestación de amor mucho más profunda. Allí fueron los judíos quienes, por intermedio deMoisés, sacrificaron algo a Dios; aquí es Dios mismo quien, en virtud de sus poderes divinos, sesacrifica y da su sangre a beber: es Él quien hace los gastos de la alianza, quien la concierta a susexpensas. Y como señal de esa unión y sostén otorgados definitivamente a los hombres, da nadamenos que a Sí mismo, de tal manera que con la señal recibamos todo lo que Él es. Símbolo de laalianza definitiva, la Eucaristía entrega a los hombres a Cristo entero.

Cristo, pues, tiene conciencia de personificar para lo sucesivo la alianza de Dios con laHumanidad. Semejante alianza no representa simplemente un contrato, un tratado que engendraderechos y obligaciones. Ciertamente Yahveh había prometido su protección especial al pueblojudío, con la obligación para éste de observar la Ley. Pero igualmente se había revelado como elesposo de Israel, que tenía para con esta nación la ternura de un amor conyugal. Cristo renueva laalianza renovando ese amor de esposo a su esposa. San Pablo hablará más tarde de las bodas deCristo con la Iglesia, recordando cómo “Cristo amó a la Iglesia y se entregó a Sí mismo por

ella”[221]. El propio Jesús se declaró Esposo, tomando por sí mismo un título que ya le habíaaplicado Juan Bautista. Y comparó el reino de su hijo a la fiesta que un rey organiza por las bodasde su hijo. Pues bien, el momento de la instauración del reino ha llegado; aun antes de instituir la

Eucaristía[222], Jesús anuncia: "En verdad os digo que no beberé ya más del fruto de la vid hasta el

día aquel en que la beba de nuevo en el reino de Dios"[223]. Inaugura, pues, ahora el banquete debodas que su Padre ha querido preparar para Él. Y experimenta para con todos esos hombres conlos que hace alianza los sentimientos de esposo: rebosa de ternura y afecto, y quiere que susangre, que distribuye expresamente bajo apariencias de vino, nene a sus convidados de laembriaguez de su amor. Antiguamente la sangre de los sacrificios evocaba cierta crueldad,degollamientos un tanto repugnantes a la vista; Cristo da su sangre como testimonio de un amorabsolutamente puro, en el que la fuerza no corrompe la suavidad. Su alianza es primera yesencialmente alianza del corazón.

Es además una obra de misericordia y de reconciliación. Al declarar que su sangre esderramada para remisión de los pecados, Cristo entrevé toda la miseria del pecado en el mundo, ladesgracia de una turba inmensa de pecadores que sin Él no tendrían esperanza alguna desalvación. El sacrificio que constituye la efusión de su sangre es la respuesta a esa desgracia, lamanifestación decisiva de la compasión de Jesús. Y es al mismo tiempo la prueba de lareconciliación. El pecado implica una ofensa a Dios y pone al hombre en estado de enemistad consu Creador; la sangre derramada por Cristo repara esa ofensa, obtiene el perdón divino, suprime laenemistad. En el instante en que da el cáliz a sus discípulos, Jesús alivia, lleno de gozo, la miseriade los pecadores y con su Padre reconcilia a la Humanidad. Instante verdaderamente solemne,porque, hasta entonces en la historia, el hombre se había esforzado en vano por remontar lapendiente del pecado, por escapar a la tiranía de tendencias que le arrastraban al mal. Habíabuscado su liberación en toda suerte de prácticas religiosas que él creía le purificaban y lavaban desus culpas, pero que en realidad no llegaban a borradas de su corazón. Al fin el peso de suspecados seguía abrumándole y, después de haberse vuelto y revuelto de todos lados paradesembarazarse de él, lo sentía recaer más pesado sobre sus hombros, Para reconciliarse con elCielo, los Judíos habían ofrecido numerosos sacrificios en el Templo, y los paganos habíanimplorado a un gran número de divinidades, a las que se habían asido con toda la fuerza de suesperanza. Mas todos esos intentos se saldaban con una gran derrota, porque la sangre: de: losanimales sacrificados era de demasiado poco valor y los dioses invocados eran producto de laimaginación y del fervor humanos. Por fin, Cristo responde a esa profunda aspiración hacia una

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liberación y una reconciliación, que el hombre había sido impotente para satisfacer. De un golpeprocura a toda la humanidad la liberación del pecado y la reconciliación con Dios y tiene concienciade colmar con ello el anhelo más íntimo del hombre, de asegurarle la dicha más desesperadamenteaguardada. Si los deseos humanos eran profundos, el amor con que Cristo los escucha es muchomás profundo aún. Al pronunciar esas sencillas palabras: "para remisión de los pecados", introducetoda una visión del mundo y de la historia, el móvil de su venida a la tierra y del heroísmo de susacrificio. Se siente feliz al pagar tan gran precio para dar tan gran gozo.

A fin de fijar el carácter definitivo de esta alianza de misericordia Y perdón, dice a los

apóstoles: "Haced esto en memoria de Mí"[224]. El encargo de uno que va a morir y pide a susamigos que se acuerden de él para prolongar su amistad tiene resonancias patéticas. Pero aquí haymucho más: es un mandamiento que Cristo da a los suyos, ordenándoles no sólo que guarden surecuerdo, sino que renueven su sacrificio. Empeña toda su soberanía no precisamente para pedir asus apóstoles que continúen amándole, sino para ponerles en las manos, por siempre jamás, elamor que les profesa, para hacerlos retener y renovar su holocausto. Al hablar de la remisión de lospecados, vuelto los ojos al pasado ahora contempla el porvenir. Su amor, que ha sido bastantefuerte para remontarse hasta los orígenes de la Humanidad, asegurar el perdón a todos lospecadores y colmar la más antigua aspiración humana, se encamina ahora a los tiempos futurospara transformados por la celebración continua de su sacrificio y conducirlos así al fin del mundo.De esta manera interpreta San Pablo la orden de Jesús "Haced esto en memoria de mía", cuandoescribe a los Corintios. "Porque cuantas veces coméis este pan y bebáis el cáliz, anunciáis la

muerte del Señor, hasta que venga"[225]. La Eucaristía está orientada hacia la última venida deCristo: enlaza el origen del mundo y su pecado con la apoteosis final. Es el amor de Jesús el que, enla Cena, recorre de un tirón toda esa distancia, abrazando en su fervor a la Humanidad y su historia.

La despedidaEsas perspectivas grandiosas, que hinchen el corazón de Cristo de una generosidad ilimitada y

le mueven a extender indefinidamente su sacrificio, no le hacen perder de vista las circunstanciasconcretas en que se halla ni el círculo de los que inmediatamente le rodean. En las palabras quedirige a sus discípulos después de la cena revela su solicitud por ellos. Les anuncia la inminencia desu muerte. Varias veces les ha predicho su Pasión, declarándoles que el Hijo del hombre seríaperseguido y condenado por los jefes del pueblo judío. Esta vez ya no describe el acontecimiento entérminos objetivos: lo mira con toda la emoción de un adiós a los amigos. Su voz se hace tierna, y su

afecto envuelve a los discípulos en una intimidad más estrecha: “Hijuelos”[226], los llama. Unopiensa en la comparación que Él mismo empleó para describir su actitud para con Jerusalén: la deuna clueca que quiso recoger a sus polluelos debajo de las alas. Con el grupo de sus discípulos,este afecto maternal ha tenido éxito: Cristo los reúne en torno suyo y, en estos últimos momentosde su existencia terrena, los estrecha contra sí con más calor. “Ya poco tiempo estoy con

vosotros”[227]. Ese poco tiempo lo considera Cristo infinitamente precioso y no querría perder niuna partecita de él. Indudablemente se alegra de volver al padre; pero le duele separase de loshombres, dejar en la tierra a sus amigos. Ha dejado prendarse su corazón de esos discípulos conquienes ha vivido y le desgarra haber de abandonarlos. Querría que se prolongase con ellos esaintimidad terrestre que tanto ha apreciado. Pero no es posible. Por eso les pide que hagan perdurarese amor de otra manera, por una unión de carácter místico, que hasta debe ser más íntima que lacompañía de la vida pública: Jesús, que en otro tiempo pidió a los apóstoles que le siguieran ypermanecieran junto a Él, los invita ahora a permanecer en él. Han sido testigos de los movimientosde su corazón y no salir ya de él. Jesús declara, por otra parte, que Él será el primero en venir apermanecer en sus discípulos, porque en toda unión de amor la iniciativa le pertenece a Él. “Sialguno me amare, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y a él vendremos y en él haremos

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mansión”[228]. Y es todo el cielo lo que hace descender con el Padre al alma de los que le acogen.Así se formará una permanencia recíproca de Cristo en los hombres y de los hombres en Cristo:

“Permaneced en Mí, y yo en vosotros”[229]. Y para mostrar bien que esta intimidad lleva consigo un

don de toda la persona, añade: “Permaneced en mi amor”[230]. Con ello Jesús se asegura untriunfo sobre la movilidad y fragilidad de las cosas humanas. Todos los que vinieron antes de Él ytrataron de ayudar a los hombres terminaron su acción con su muerte; todos los que tuvieron lanobleza de amar vieron que el tiempo se llevaba tras de sí su amor: el olvido lo borra todo, y en lamemoria humana los grandes hombres de la historia no dejan más que una caricatura de sí mismos.Pero Cristo, en el momento en que no dispone más que de unos breves instantes que vivir encompañía de sus discípulos, logra estabilizar para siempre el afecto que le une a ellos. Hace de suamor, que parecía pasajero, una cosa permanente. Su poder de amar trasciende definitivamente lafugacidad del tiempo y hace entrar la eternidad en la existencia de aquí abajo.

Con la misma emoción con que les anuncia el poco tiempo que le queda para vivir con ellos,

declara Jesús a sus apóstoles: “Ya no hablaré muchas cosas con vosotros”[231]. Durante su vidapública ha consagrado lo mejor de sus fuerzas a formarlos, a impregnarlos de su enseñanza; ahoradebe interrumpir esa tarea, en que ha tenido sus complacencias. Por lo demás, en la humildad de suamor, la concebía como un intercambio de pensamientos entre ellos y Él, porque no dice: “Ya nohablaré muchas cosas”, sino: “Ya no hablaré muchas cosas con vosotros”. Su enseñanza se hacíaen forma de diálogo más bien que de monólogo. Cristo se entristece al pensamiento de que va adejar para siempre esas conversaciones. Pero halla el medio de perpetuar la enseñanza que haemprendido: también en esto hace definitivo lo que el tiempo se preparaba para borrar. “Estascosas os he hablado estando con vosotros; mas el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el padre

en mi nombre, Él os enseñará todas las cosas y os recordará las cosas que os dije Yo”[232]. Ese

Espíritu está destinado a permanecer “con ellos perpetuamente”[233]. Él los iluminará acerca de laRevelación llevada a cabo por el Hijo: porque “no hablará de sí mismo sino de lo que oyere, eso

hablará”[234], es decir, que transmitirá a las inteligencias la doctrina de Jesús y no hará sinocontinuar su enseñanza.

En esta conversación, en que Cristo asegura la perpetuidad de su amor, la preocupaciónpor la suerte de los discípulos es primordial. Cuando un hombre teme una gran desgracia, corre elriesgo de dejarse obsesionar por los peligros de su propia situación y no poder pensar en otracosa. Pero Jesús cuando tan sólo unas horas faltan para su prendimiento, y la Pasión, que seaproxima, comienza proyectar su sombra sobre Él, piensa en los demás. Si les predice la catástrofeinminente, no es simplemente por necesidad de desahogar su corazón sino por el deseo defortalecer el valor y la confianza de sus discípulos. “Desde ahora os lo digo, antes de que suceda,

para que, cuando sucediere, creáis que Yo soy”[235]. Y sobre todo, más aún que de su pruebapersonal, se preocupa de la que sacudirá más tarde a los suyos. En un discurso pronunciadoalgunos días antes, anunció que hasta el fin del mundo sus fieles serían perseguidos, apresados,

llevados ante los jueces: “Seréis aborrecidos por todos a causa de mi nombre”[236]. Más allá delporvenir inmediato que le concernía a él, dirigía su mirada hacia un futuro más alejado, en que susdiscípulos tendrían que padecer. En el discurso que tiene después de la Cena deja ver la mismasolicitud: “Sí a mí me persiguieron, también a vosotros os perseguirán... OS expulsarán de las

sinagogas; más aún, llega hora en que todo aquel que os matare piense rendir culto a Dios”[237].Bajo la amenaza de sus propios padecimientos, Cristo parece, pues, fascinado por lospadecimientos ajenos. En el instante en que va a sufrir el asalto, prepara la moral de sus discípulos

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para tiempos más lejanos. “Estas cosas os he hablado para que no os escandalicéis” [238]. Hastales explica el sentido de las pruebas que habrán de soportar: no están destinadas a castigar aculpables, ni provienen de la cólera divina. Es el amor del Padre, que, inclinándose sobre su viña,

poda los sarmientos que llevan fruto, para que produzcan fruto más copioso[239]. Lospadecimientos, pues, no constituyen una reprobación, ya que son enviados a los que "llevan fruto" yno tienen otro fin que aumentar su fecundidad. Cristo consuela de antemano a sus discípulos,mostrándoles que sus dolores provendrán de una predilección particular de Dios.

Luego, antes de dejarlos, los abruma, literalmente, con sus beneficios y promesas. Si se va deellos es porque quiere prepararles la dicha celestial: "Voy a prepararas lugar. Y si me fuere y ospreparare lugar, otra vez vuelvo y os tomaré Conmigo, para que donde Yo estoy, estéis también

vosotros"[240]. Jesús tiene, pues, intención de trabajar en pro de sus discípulos junto al Padre, alque retorna.

Todavía desde otro punto de vista el provecho de los suyos exige su partida: "Por haberos Yodicho estas cosas, la tristeza ha llenado vuestro corazón. Pero Yo os digo la verdad: os cumple queYo me vaya: porque, si no me fuere, el Paráclito no vendrá a vosotros; mas si me fuere, os lo

enviaré"[241]. Jesús se ausenta, para poder dar el Espíritu Santo. Si se quedara entre los hombresharía superfluo ese don, porque su presencia visible en estado glorioso bastaría sobradamente y nohabría necesidad de la luz invisible del Espíritu Santo para recoger las adhesiones humanas. Ycomo esa operación íntima del Espíritu Santo constituye un bien para los hombres, Cristodesaparece para hacerla posible. Él, que es el único hombre que podría legítimamente pretenderque su presencia es insustituible, cede el puesto a Otro, en provecho de la Humanidad.

Además su partida permitirá a sus discípulos realizar grandes cosas: “En verdad, en verdad osdigo: Quien cree en Mí, las obras que Yo hago, también él las hará, y mayores que estás hará,

porque Yo voy al padre. Y cualquier cosa que pidiereis en mi nombre, eso haré”[242]. Cristo seretira, pues, para que los suyos puedan hacer una obra más considerable que la suya; junto al Padreescuchará sus oraciones y los hará capaces de realizar prodigios.

Prevé que sus apóstoles van a recibir un gran golpe, "No se turbe vuestro corazón"[243], lesrepite. Y les regala su paz, una paz bastante poderosa para sortear todas las tempestades. "La paz

os dejo, la paz mío os doy; no como el mundo la da, Yo os la doy"[244]. La suya es una paz quetrasciende la fragilidad de los acontecimientos humanos.

Más aún, Cristo da a los discípulos el gozo. Como hay una paz falsa, la que da e1 mundo, haytambién un gozo falso, el que siente el mundo, "En verdad, en verdad os digo que vosotros lloraréis y

os lamentaréis, y el mundo se regocijará"[245]. Lo que Jesús promete es el gozo auténtico ydefinitivo: "Vosotros os acongojaréis, pero vuestra congoja se tornan en gozo. La mujer, cuandoestá de parto, tiene congoja, pues llegó su hora; mas cuando ha dado a luz al niño, yo no se acuerdadel aprieto, por el gozo de que nació un hombre al mundo. Pues así también vosotros, ahora ciertotenéis congoja; mas otra vez os veré, y se gozará vuestro corazón, y vuestro gozo nadie os lo

quitará"[246]. Jesús vive en cierto modo, por anticipado, la dicha que va a otorgar a los suyos. Como predijo siempre su Resurrección ni mismo tiempo que su Muerte. Así también

anuncia, después de la inminencia de la catástrofe, la proximidad del triunfo. "Un poquito y ya no me

veis; y otro poquito, y me veréis"[247]. Y hasta presenta como ganada esa victoria, de la que, paraanimarlos, les dio un gusto anticipado en la Transfiguración: "Tened buen ánimo, yo he vencido al

mundo"[248]. Los discípulos tendrán parte en ese triunfo, particularmente por el poder que se les

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concederá de obtener del Padre todo que pidieren.

Cristo se va de sus discípulos colmándolos de favores. “No os dejaré huérfanos”[249]. No sólono los abandona a sí mismos, sino que lleva su gozo a la plenitud: "Estas cosas os he hablado para

que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea cumplido"[250]. Y los beneficios que les prodigatienen

más valor por cuanto él se sacrifica para procurárselos. Con la separación va a preparar laintimidad del cielo; y con su ausencia asegurará la presencia del Espíritu Santo. Para dar la paz, seva a internar en la turbación desgarradora de la agonía. El gozo que promete va pagarlo con unatristeza sin precedente; su alma se sentirá triste hasta la muerte. Cuenta con reportar la victoriapasando por la más humillante de las derrotas. Si declara a los discípulos que todo podrán obtenerlodel padre celestial, es porque Él se habrá sometido a la voluntad paterna y habrá renunciado asatisfacer su deseo de ver el cáliz apartado de su camino. Cristo no tiene más que una aspiración:colmar a los demás de felicidad, merced a la terrible desgracia que ya a abatirse sobre él.

Soberanía y amor en la humildadEn el huerto de Getsemaní la omnipotencia soberana de Cristo cae sobre Él para abrumarle.

En ese momento su mirada se tiende sobre todos los hombres y ve en ellos el horror del pecado quelos aprisiona. Ante ese espectáculo, Jesús se siente invadido por una inmensa tristeza. Su amorquiere tomar toda esa carga, ese peso tan agobiante de las culpas de la Humanidad; y éstas leaplastan hasta derribarle en tierra. La fuerza de su mirada y de su amor sirve, pues, para oprimirle.

En medio de esa sacudimiento de todo su ser, Cristo conserva la solicitud por sus discípulos.Varias veces se levanta para volver junto a Padre, Santiago y Juan y pedirles instantáneamente quevelen y oren: tienen necesidad del auxilio de arriba para sostener su flaqueza. Jesús Se olvida de supropia flaqueza para preocuparse de la de los suyos; en el instante más duro y tenso de suexistencia piensa en los demás: "Vigilad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu, sí, está

pronto, mas la carne es flaca"[251].La escena del prendimiento ofrece las mismas características: Cristo, por una parte, despliega

su omnipotencia para humillarse y por otra manifiesta su cuidado por los demás. Primeramente seadelanta como Maestro y Señor hacia la tropa que viene a prenderle. Es El quien toma la palabra:

"¿A quién buscáis?" Y cuando les responde" Yo soy" [252], lo hace de una manera tan soberana quelos soldados retroceden impresionados y tropiezan unos contra otros. Mas el poder supremo queasí da a conocer lo utiliza no para resistir, sino para entregarse: Se presenta por sí mismo para seratado y llevado de allí: Con esta actitud expresa el sentido de su soberanía, que es la de un corazónmanso y humilde. Muestra igualmente preocupación por la suerte de sus discípulos. Ya que si seofrece espontáneamente a la tropa, es porqué quiere ser su única víctima. Fascina a los soldadospara que todos se dirijan a Él, y como algunos quieren asir a uno que otro de sus discípulos, les

dice: "Si, pues, me buscáis a Mí, dejad marchar a éstos"[253]. El, a quien tanto va a hacer sufrir elser abandonado por los suyos, quiere resguardarles la huida y ponerlos en seguro. Mirando cómoechan a correr, se entristece de perder su compañía, pero le alegra ver los escapar de susenemigos: todo el odio debe recaer sobre El solo.

Y no se trata de un amor limitado a sus partidarios, que podría significar un egoísmo de grupo.Porque Cristo muestra su solicitud para con los que vienen a detenerle: quiere que su prendimientono haga daño a nadie, y toca en seguida la oreja ensangrentada de Malco para curarla. Su últimomilagro en este mundo lo realiza en favor de un adversario. En adelante sus manos estarán atadasy no podrán ya tocar a nadie.

Soberanía y amor en el drama finalEn el curso de su proceso Cristo continúa ejercitando su omnipotencia para la consumación de

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su sacrificio. Hay dos escenas en que guarda silencio ante Anás y ante Herodes. Es exhibido antee! primero como una preciada captura, conducido a casa del segundo como objeto de curiosidad.Sin embargo, no protesta; se contenta con callar. Podría hacer pagar caro a Anás, recriminando suconducta, e! placer que se le ha reservado. Podría explotar el interés que Herodes demuestra por Elpara granjearse su protección y evitar la condenación. Pero deja hacer Ante Caifás y ante Pilatohace profesión de su poder soberano en el momento en que se le pregunta si está investido de él. Ala pregunta del Sumo Sacerdote: "¿Tú eres el Mesías, el Hijo del Bendito?", responde: "Yo soy, yveréis al Hijo de! hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo entre las nubes de!

cielo"[254]. A la de Pilato: "¿Luego rey eres Tú?" contesta: "Tú dices que Yo soy rey" [255]. Peroestas declaraciones de soberanía las hace a sus expensas, ya que constituyen motivos decondenación: el Sumo Sacerdote le acusa inmediatamente de blasfemo, y Pilato hará poner sobre lacruz la Inscripción "Rey de los judíos". Si, pues, Jesús se sirve de su poder, es con miras a susacrificio: Se entrega a los hombres.

Y continúa pensando en los demás. Él, que rehusa maniobrar para salvar su vida, intentahacer bien a Pilato. Su única preocupación consiste en salvar el alma del gobernador. La primeravez que Pilato le pregunta si es el rey de los judíos, responde: "¿De ti mismo dices tú esto, o bien

otros te lo, dijeron de Mí?"[256]. Le sugiere que la pregunta que ha hecho tiene un sentido másprofundo y que El posee una realeza acerca de la cual debería interrogarle espontáneamente, fueradel proceso. Pero el gobernador se rebela contra el esfuerzo de reflexión a que se le convida.Jesús prosigue su tentativa, explicándole que su reino no es de este mundo, y que es el imperio dela Verdad. Pilato se resiste objetando su escepticismo; no obstante, está visiblemente impresionadopor la inocencia del acusado, y la luz que Cristo. 'ha tratado de Jade ha penetrado, al menosparcialmente, en su alma.

Camino del Calvario, Jesús no se apiada de Sí mismo cuando las mujeres le expresan sucompasión, sino que piensa en la desgracia de ellas cuando sea tomada Jerusalén. Aun agobiadopor el peso de una cruz que le extenúa, conserva fuerza para pensar ante todo en lospadecimientos ajenos y sentirse movido a lástima: "Hijas de Jerusalén, no lloréis sobre mí, sino

llorad más bien sobre vosotras mismas y sobre vuestros hijos"[257]. En la cruz siguepreocupándose por los demás. Así como realizó su último milagro en provecho de un enemigo,consagra ahora a sus enemigos su última oración: “Padre perdónalos, porque no saben lo que

hacen”[258].Jesús tiene cuidado de motivar su demanda de perdón, invocando el hecho de que losresponsables de su muerte no comprenden ]a monstruosidad de su crimen. Con la declaración deese motivo muestra la sinceridad de su demanda y de la compasión que siente por sus adversarios.Para comprender el heroísmo de esta actitud, basta recordar que no todos los cristianos han sabidoimitar esa generosidad y perdonar a los judíos y que hasta parece haber habido muy pronto

tentativas de borrar esta oración del Evangelio[259]. Cristo no sólo destierra de su corazón todorencor o deseo de venganza, sino que intercede positivamente en favor de sus enemigos, y lo haceen un momento en que el Padre está más inclinado que nunca a escucharle.

Su clamor “Tengo sed”[260] expresa primeramente una sed física. Pero la piedad cristianano se. ha engañado al reconocer además en él una sed más alta. Cuando Jesús manifestó su sed ala samaritana y le pidió de beber, estaba sediento de un alma. Si ahora lanza la misma queja, no essimplemente porque se seque su paladar y su lengua se ponga pastosa, es porque tiene sed de lasalmas por las que muere. Al confesar su tortura física, expresa su aspiración más honda, su deseode salvar a todos los hombres. Por lo demás entonces mismo le es dado calmar un poco esa sedcon la conversión de uno de los malhechores crucificados con El. Nada más conmovedor que estaconfesión que Cristo hace a los hombres de la necesidad que siente de tenerlos consigo.

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En fin, Jesús tiene la suprema delicadeza de velar por el porvenir de su Madre, confiándola aldiscípulo amado, y la suprema generosidad de darla por Madre a todos los hombres. Con esteúltimo regalo quiere dejar a la Humanidad el fondo de su propio corazón.

Llega así al apogeo de un sacrificio en que ha prodigado a fondo todos los recursos de sucorazón. Siguiendo la expresión de San Juan que sirve de prólogo a toda la Pasión, "Jesús, como

hubiese amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo"[261].

CAPITULO IV

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CORAZÓN DE CRISTO, IMAGEN DEL CORAZÓN DEL PADRE

"Quien me ha visto ha visto al Padre"262. Cristo nos revela el corazón del Padre al revelarnos supropio corazón. En sus más insignificantes acciones humanas se manifiesta no sólo su amor anosotros, sino también el que nos tiene el Padre. Nunca, pues, debemos pararnos, al leer elEvangelio, en la contemplación del corazón de Cristo; para penetrar todo su sentido, debemosremontarnos siempre hasta la del corazón del Padre.

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El Buen Pastor

Cuando Jesús Se llama a Sí mismo el Buen Pastor, define al propio tiempo el oficio del Padre.En el Antiguo Testamento Yahveh se había presentado como pastor de su pueblo: "Como un pastorapacienta su rebaño”, dijo un profeta 263. Y el salmista Le invocaba con este título: “Pastor de Israel”264. Al quejarse de que todos cuantos Le han precedido son ladrones y salteadores, al llenarse decompasión para con las turbas que vagan a la ventura como ovejas sin pastor; Cristo prolonga lasquejas y la misericordia de Yahveh: “Por cuanto mi rebaño se ha convertido en objeto de presa, ymis ovejas han venido a ser pasto de todas las fieras del campo, por mengua de pastor, pues mispastores no se han cuidado de mi ganado, sino que los pastores se han apacentado a sí mismos yno a mi grey, por eso, escuchad, pastores, las palabra de Yahveh” 265. Ante esa trágica situaciónDios había decidido asumir El mismo el cargo de Pastor: “He aquí que Yo mismo cuidaré de miganado” 266. Y había diseñado su plan a grandes trazos. Se proponía primeramente rehacer launidad del rebaño: “Como un pastor pasa revista a su ganado el que día que se halla en medio de sugrey dispersa, así Yo pasaré revista a mis ovejas y las libraré de todos los lugares por donde sedispersaron...” 267. Cuando Cristo declara que hay ovejas fuera del redil y que El tiene querecogerlas, de manera que haya “un solo rebaño y un solo pastor”, ¿no hace eco a la promesa delPadre de reunir todas las ovejas dispersas? Yahveh proyectaba también proporcionar a su rebañopastos suculentos: “En pastizales buenos los pastorearé” 268. Esos pastos suministra Jesús a surebaño, porque ha venido para que los hombres “tengan vida y anden sobrados”. Yahveh queríaademás dar reposo a sus ovejas: “Apacentaré a mi rebaño y Yo los haré sestear” 269. Jesús ofreceel mismo reposo a todos cuantos andan fatigados y encorvados bajo la carga. En fin, Yahvehmanifestaba una solicitud particular por las ovejas descarriadas o enfermas: “Buscaré la resperdida, y haré volver la descarriada, y vendaré la herida, y robusteceré la flaca” 270. ¿No es ésa lapreocupación que anima a Cristo cuando Se declara dispuesto a dejar las noventa y nueve ovejasfieles para ir en busca de la oveja perdida? Yahveh había anunciado que ejercería su calidad dePastor enviando al Mesías: “Yo suscitaré sobre ellos un solo pastor...” 271. Y eso es lo que sucede:los sentimientos de buen pastor del Padre se reflejan perfectamente en el Hijo.

Por tanto no ha de verse en la figura del buen pastor un contaste con la concepción de unYahveh rudo y severo. Sin duda se observa en el Nuevo Testamento una mitigación real conrespecto al Antiguo, pero es una mitigación prevista y decidida por Dios mismo. La bondad que serevela en el corazón de Cristo es, toda entera recibida del Padre. Es lo que Jesús hace notar aljoven rico: Sólo Dios es bueno. Es el Padre quien nos ha dado al buen pastor.

El buen pastor – según la expresión de Cristo- llama a las ovejas por su nombre. Así sedirige Jesús a Simón, a Felipe, a María Magdalena, etc. Con ello no hace más que reproducir laconmovedora atención con que Yahveh llamaba por su nombre a los que había especialmenteescogido: "¡Abraham!", dice a aquel a quien quiere constituir padre de la nación judía, al reclamarleel sacrificio de su hijo272. A Moisés le repite: "Te conozco por tu nombre" 273. Y cuando varias vecesllama a Samuel, la voz parece tan familiar que el joven cree escuchar la de He1i274. Aun a todo Israeldeclara Yahveh: "Te llamo por tu nombre, mío eres" 275. Quizá la costumbre de Jesús de llamar a lossuyos por su nombre nos hace caer mejor en la cuenta de la bondad que el Dios del AntiguoTestamento ponía en llamadas parecidas.

Una característica del buen pastor es conocer a sus ovejas, y Jesús da pruebas de un granpoder de intuición, movido por una ferviente simpatía. La mirada que fija sobre los hombres no esdiferente de la mirada de Dios, que "prueba corazones y entrañas".276 Así como Jesús "responde" alos fariseos antes que ellos hayan abierto la boca, Dios dialoga con los corazones humanos, porqueconoce sus pensamientos antes que les hayan salido a los labios. "Yahveh, me has sondeado yconocido, sabes cuándo me siento ame levanto, calas mi pensamiento desde lejos... Pues noestaba en mi lengua la palabra, y era de Ti, Yahveh, toda sabida" 277. También en esto Cristo ha

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hecho comprender más claramente el sentido de ese conocimiento divino, al mostrarlo envuelto enel amor. Ya el salmista confiaba en esa omnisciencia para ser conducido, gracias a ella, "por elcamino eterno"278. Jesús se sirve de su conocimiento de los corazones para pedir a Natanael queLe siga, para convertir a la samaritana, para proteger a la pecadora arrepentida, para tratar dearrancar de su hipocresía a los fariseos. Y cuando Pedro Le dice: "Señor, Tú lo sabes todo; Tú biensabes que te quiero"279, expresa el término a que quiere llegar el conocimiento de Cristo; mastambién el del Padre, porque para el Padre "conocer" es ya escoger y amar y, por consiguiente,solicitar al amor.

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El esposo y el amigo

Al presentarse como Esposo, Cristo revela que el Padre desea profesar a los hombres toda laternura del amor conyugal. Porque hace ya largo tiempo que Yahveh decidió conducirse con Israelcomo un esposo con su esposa. Varias veces acusó a su pueblo de entregarse al adulterio y lafornicación280. Pero aunque le compara por sus infidelidades a una ramera y le dice por medio delprofeta Oseas: "Ella no es mi mujer, ni yo soy su marido", está resuelto a transformar a la mujervoluble en esposa fiel: "Te desposaré conmigo con fidelidad, y reconocerás a Yahveh" 281. Y paradescribir esa unión ideal, inspiró el Cantar de los Cantares, en que toda la pasión del amor humanosirve de símbolo al afecto mutuo de Yahveh e Israel: "Yo soy de mi amado y mi amado es mío.""Ponme como sello sobre tu corazón, cual sello sobre tu brazo; pues fuerte como la muerte es elamor"282. Al traer, pues, a los hombres ternura de esposo, Cristo les transmite las efusiones delcorazón del Padre, consagrándolas definitivamente con la Nueva Alianza. Muestra que en el amorde Dios a la Humanidad se pueden encontrar analógicamente todas las cualidades y matices delamor conyugal: la frescura de las impresiones poéticas, la finura de la emoción, la admiraciónentusiasta, la delicadeza del respeto, la fuerza indomable del cariño, el gozo triunfante. CuandoJesús aprueba que sus discípulos vivan en la alegría porque, teniendo al esposo con ellos, debentomar parte en la felicidad de las bodas, es el gozo mismo del Padre el que les comunica, porque elPadre ha logrado al fin, por medio de su Hijo, desposarse para siempre con la Humanidad.

Hasta en su calidad de amigo descubre Cristo los sentimientos del Padre. Cuando en la tierratraba amistad con sus discípulos, con Lázaro, con Marta, María y otras mujeres realiza el granproyecto de Dios de establecer con los hombres relaciones de sencillez y familiaridad. Era lo queYahveh había emprendido ya en los orígenes, inmediatamente después de la creación: se paseaba,a la brisa del día, por el vergel en que había colocado a Adán y Eva, y Se entretenía con ellos enconversaciones amistosas. El pecado arruinó todo eso, pero Dios guardó en su corazón el ideal deamistad que quería restaurar. Y trató de reanudar con Abraham la amistad que la culpa originalhabía roto. El patriarca está sentado en el calor del día, a la entrada de la tienda, en el encinar deMamré, y he aquí que, alzando los ojos, ve aparecer a Yahveh. Hay tres hombres de pie, y Abrahamlos invita a una comida abundante. Esa visita divina le vale una posteridad. Hemos notado que laamistad de Jesús trocaba la vida; lo mismo sucedía con la amistad de Dios. En adelante la vida deAbraham cambia de sentido, al convertirse en padre de un niño de cuyo linaje nacerá el Mesías yesa transformación lleva consigo terribles exigencias. Hemos visto cuanta dificultad experimentabaPedro en aceptar la eventualidad de la Pasión de Cristo y cómo finalmente fue asociado a esaPasión por el anuncio de su propio martirio. Abraham es asociado de antemano al sacrificio que elPadre hará de su Hijo, ya que recibe la orden de sacrificar a Isaac. Dios no ahorra padecimientos aaquellos a quienes ama.

En las relaciones de Yahveh con Abraham se manifiestan además otras características de laamistad. "A vosotros os he llamado amigos - declara Jesús a sus discípulos -, pues todas las cosasque de mi Padre oí os las di a conocer" 283. La amistad es, en efecto, comunicación de los secretosdel alma, confidencia mutua. "¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer?"284, se preguntabaYahveh. Y anuncia al patriarca la destrucción de Sodoma y Gomorra.

Más aún en nombre de esa misma amistad, que le vale la revelación de los designios deYahveh, Abraham intercede por la población de las ciudades amenazadas. Y lo hace con unatrevimiento sorprendente, disminuyendo progresivamente de cincuenta a diez el número de justosque habría de bastar para apartar el castigo. Pues bien, esa audacia se ve coronada por el éxito:Yahveh se rinde a todos los deseos de Abraham y acata íntegramente su plegaria. Jesús promete asus amigos la misma favorable acogida.

Todavía dejará Dios entrever más adelante ese hermoso sueño de amistad con los hombres,señaladamente al enviar a su ángel al encuentro de Tobías. Es El mismo quien, por medio del ángel,

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acompaña a Tobías a lo largo de sus viajes, le rodea de atenciones, le libra de peligros y le conducea buen puerto. El es quien le instruye y le prodiga sus consejos, quien come y bebe con él. En laamistad del Padre, como en la de Jesús, las comidas en común contribuyen a la unión.

Si el ángel Rafael realiza ya el sueño divino de la amistad, sólo Cristo es capaz de darle plenocumplimiento. Las relaciones amistosas de Jesús con Pedro, Juan o Lázaro son más íntimas yconmovedoras, y al mismo tiempo más decisivas y santificadoras, que todas las amistades delAntiguo Testamento. Sin embargo, no hay que oponerlas a estas últimas, porque son la amistad delPadre que continúa y concluye magníficamente. En el grupo de los discípulos, en medio del cualpasa toda su vida pública, Jesús asegura la presencia perpetua del afecto del Padre; el Padreacompaña por doquier a los apóstoles, y en el corazón de cuantos, como Pablo, quieren vivir laamistad con Cristo, se instala para siempre el amor familiar del Padre celestial, que comparte lamansión de su Hijo.

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Amor paternal

Hay circunstancias en que la bondad de Cristo toma un aire paternal y evoca de manera máspatente el afecto del Padre celestial. Cuando ordena a los discípulos que dejen a los niños venir aEl, se creería oír la voz del Padre, que quiere apartar los obstáculos que impiden a sus hijosacercársele. El ademán afectuoso con que Cristo abraza y bendice a esos pequeñuelos es laexpresión visible del amor con que el Padre abraza y bendice.

La predilección de Jesús por los pobres y los afligidos prolonga la que Dios les manifestó en elAntiguo Testamento. Los desvalidos y los atribulados han atraído siempre el favor divino. Es uno delos rasgos en que se diferencia la amistad divina de las amistades humanas. Estas tienen a menudopor motivo el interés y cristalizan de mejor gana en torno a los ricos y poderosos, que disponen debienes terrenos; Dios, por el contrario, mira con más solicitud a los que nada tienen de atrayente, alos que viven en la indigencia o pasan por alguna prueba. Cuando Jesús llama a sus apóstoles parahacerlos admirar los dos ochavos que una viuda ha depositado como limosna para el Templo, es laadmiración de Dios mismo la que trata de comunicarles. A la ignorancia y desprecio de los demáspara con el rasgo de 1a pobre mujer, El responde, en nombre del Padre, con el desquite de la estimadivina. Ese desquite era el que los pobres del Antiguo Testamento esperado impacientemente. Porotra parte, se les había concedido ya en el hecho de haber el Padre escogido la pobreza para suHijo.

En la compasión de Jesús por las turbas se oye el eco de la gran compasión que Yahvehmostró para con el pueblo judío en el curso de la historia. Esta, en efecto, no es otra cosa que unamanifestación repetida y cada vez más extensa de la misericordia divina. Cuando Jesús Se percatade que, en el lugar desierto en que predica, el hambre atenaza a sus numerosos oyentes, siente lacompasión que a sus numerosos oyentes, siente la compasión que anteriormente habíaexperimentado Dios ante la muchedumbre judía hambrienta, y da pan y peces con la mismagenerosidad con que entonces fueron procurados el maná y las codornices. "He oído lasmurmuraciones de los hijos de Israel - había declarado Yahveh a Moisés -. Háblales en estostérminos: Al atardecer comeréis carne, y por la mañana os saciaréis de pan; conoceréis, pues, queyo soy Yahveh, Dios vuestro"285. Cristo dice sencillamente a los apóstoles: "Dadles vosotros decomer." La escena es más familiar y sencilla, porque Dios ha querido ponerse al alcance de loshombres; pero la reacción del Hijo es idéntica a la del Padre.

En cuanto a la misericordia para con los pecadores, Jesús mismo nos demostró que lossentimientos del Padre no diferían de los suyos. La parábola del hijo pródigo puede ponerse enparangón con la de la oveja perdida. A la alegría del buen pastor corresponde la del padre delpródigo. Jesús describe la solicitud del pastor, que pone la oveja sobre sus hombros y, luego dehaber vuelto a casa, reúne a amigos y vecinos para decirles: "Dadme el parabién porque hallé mioveja perdida"286 Cuando el hijo pródigo aparece a lo lejos, el padre corre hacia él con igual solicitud,se arroja a su cuello y le cubre de besos. Y dice a sus criados: "Comamos y hagamos fiesta; porqueeste mi hijo estaba muerto y revivió, estaba perdido y fue hallado"287. Es el mismo entusiasmo, casidelirante. Nada indica mejor que el cotejo de estas dos parábolas propuestas por el Maestro hastaqué punto el corazón del Hijo concuerda con el del Padre.

Si Jesús declara que ha venido para salvar lo que estaba perdido, su mismo nombre indica yaque esa intención salvadora procede primeramente del Padre, ya que "Jesús" significa “Dios hasalvado”. ¿No había declarado Yahveh por boca de uno de sus profetas: "Fuera de Mí no hayningún salvador." "Yo soy, Yo soy quien borra tus delitos por Mí mismo, y no me acordaré de tuspecados"?288. Así obra Cristo cuando absuelve al paralítico o a la pecadora arrepentida o libra desus acusadores a la mujer adúltera. Como el Padre, y en su nombre, perdona de la manera másgratuita.

Yahveh había anunciado no sólo el hecho de la salvación, sino también el esplendor de los

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tiempos mesiánicos, en que su generosidad divina se derramaría sin tasa. Pues bien, precisamentegenerosidad es lo que manifiesta Jesús a cada instante cuando multiplica los milagros a su paso,Cuando dice a voces a todos los que se sienten fatigados: "Venid a Mí", ejecuta la promesa deYahveh, que "al cansado da fuerza, y al impotente multiplica el vigor"289. El ofrecimiento que hace a lasamaritana de calmar para siempre su sed es el eco de una predicción divina. "El agua que Yo ledaré se hará en él fuente de agua bullidora para vida eterna"290, dice Jesús. " Sobre cumbrespeladas abriré ríos; en medio de vegas, fuentes"291, había declarado Yahveh. Así, pues, la bondaddel Padre precede siempre a la de Cristo y encuentra en ésta su cumplimiento.

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El amor exigente

Jesús representa los sentimientos del Padre no sólo en su amor sino también en las exigenciasabsolutas del mismo. "Yo le mostraré - dice a Ananías, refiriéndose a Pablo- cuánto habrá depadecer por causa de mi nombre"292. Ese destino de terribles pruebas para aquel a quien escoge,¿no puede caracterizar la vocación señalada por Yahveh a los profetas del Antiguo Testamento?Dios les impuso terribles sacrificios y les reservó grandes persecuciones; y Jesús recuerda variasveces la hostilidad que encontraron en el pueblo. En particular el sacrificio que Cristo exige a Pablose parece al que antiguamente Dios reclamó de Jonás. Pablo está sumamente apegado a sunación: "Pues deseada ser yo mismo anatema por parte de Cristo en bien de mis hermanos segúnla came"293. Pues bien, Jesús le envía a predicar el Evangelio entre los gentiles; lo cual provoca en elalma del apóstol un continuo desgarramiento, una desazón viva e incesantemente sentida. TambiénJonás fue enviado a los extranjeros, pues que Yahveh le mandó ir a predicar a los habitantes deNínive. Esta misión desagradaba tanto a sus sentimientos nacionalistas, que intentó huir tomando unbarco para Tarso. Pero Dios frustró esos subterfugios, mantuvo su orden y envió a su profeta aNínive. Y Jonás tuvo que consentir en sacrificar su particularismo judío y dedicarse a losextranjeros. Si Jesús Se muestra draconiano en las condiciones de sus llamamientos es porquemantiene en su bondad las mismas exigencias que el Padre.

El Evangelio nos hace asistir a la lucha grandiosa de Cristo contra Satanás; el AntiguoTestamento nos describía la lucha de Dios contra las potencias del mal. La escena de la tentaciónen el desierto es, desde ciertos puntos de vista; paralela al relato de la caída de Adán y Eva. Porqueen este relato vemos a Yahveh dirigirse a la serpiente para intimarle su maldición y declararle unaguerra sin cuartel: "Por cuanto hiciste tal, maldita serás... Y enemistad pondré entre ti y la mujer, yentre tu prole y su prole, la cual te apuntará a la cabeza, mientras tú apuntarás a su calcañar"294. Así,pues, el fuego de la lucha por las almas de los hombres se encendió primeramente en el corazón deDios; Cristo vino a traerlo a la tierra y a dar - como descendiente de la mujer - un golpe fatal aSatanás cuando su permanencia en el desierto, en espera de completar más tarde su victoria pormedio de la cruz.

En la mirada de cólera que lanza Jesús sobre los fariseos encuentra su culminación toda laletanía de las cóleras de Yahveh. ¡Cuántas veces no reveló Dios su descontento e indignación antelos descarríos de su pueblo, siempre propenso a abandonarle para volver a la idolatría! ¡Cuántasveces no le amenazó con los peores castigos por sus pecados y su desprecio de la Ley! Lasexhortaciones de los profetas están llenas de palabras de venganza. Los reproches que Jesúsdirige a los fariseos por su endurecimiento no hacen sino expresar una vez más la cólera del Padre.

Pero esa cólera, como la de Cristo, no tiene por fin castigar a los hombres, sino hacerlosreflexionar y traerlos a mejores sentimientos. Las diversas características que dejan ver en lacólera de Jesús una forma de la bondad se verifican en Yahveh. El libro de Jonás nos muestra aDios encolerizado contra Nínive: "Dentro de cuarenta días Nínive será destruida...”295. Pero es unacólera acompañada de tristeza y compasión, como lo será la mirada de Jesús sobre sus enemigos:"¿Y no habré Yo - dice Yahveh a su profeta- de tener compasión de Nínive, la gran ciudad, dondehay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su diestra y su izquierda...?"296.Por eso, desde que los ninivitas comienzan a hacer penitencia, el decreto de destrucción de laciudad queda revocado y la cólera se cambia en misericordia: "Compadecióse Dios del mal quehabía indicado iba a hacerles y no lo llevó a cabo"297. Es lo que otro profeta declara: "Apártese elimpío de su camino, y el ruin de su designio, y conviértase a Yahveh para que se apiade de él, y anuestro Dios, pues ampliamente perdona." Y prosigue, el mismo profetas, afirmando que lospensamientos y los caminos de Yahveh son infinitamente superiores a los nuestros: "Tanto comolos cielos superan en elevación a la tierra, así mis caminos son más elevados que vuestros caminosy mis pensamientos que vuestros pensamientos"298. ¿En qué se manifiesta esa superioridad?

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Precisamente en el hecho de que el perdón de Dios es siempre más amplio de lo que nosotrosestaríamos dispuestos a admitir; sus amenazas son meramente condicionales. Lo que es absolutoes su voluntad de procurar la alegría y la paz nada impedirá que ese designio se realice. "Tal serámi palabra, que ha salido de mi boca: no tornará a Mí de vacío, sin que haya producido lo que yoquería y llevado a efecto felizmente aquello para que la envié. Ciertamente, partiréis con alegría y enpaz seréis conducidos"299. Del mismo modo Cristo asegura, cuando predice el desastreescatológico, que todo terminará con el triunfo del Hijo del hombre, e insiste: "El cielo y la tierrapasarán, pero mis palabras no pasarán"300. Así, pues, lo que no pasa son las palabras que anuncianel triunfo mesiánico. La cólera no dura más que un tiempo; la bondad permanece.

Entristecido por el endurecimiento de buen número de judíos, Jesús tiene el consuelo depensar que ese obstáculo será ocasión para una mayor dilatación de su amor, que alcanzará tantomejor a todos los pueblos. Pero Yahveh había ya concebido ese proyecto, porque El fue quienanunció la promesa repetida por Cristo: "Mi casa se llamará casa de oración para todos lospueblos"301. El fue igualmente quien decidió conceder la salvación a Nínive. Jonás se rebeló contraesa generosidad divina, y en la respuesta de Yahveh: "¿Estás justamente encolerizado?"302,acompañada de una demostración, se ve ya venir la respuesta que Jesús pondrá en boca deldueño de la viña, como reacción ante la envidia de los obreros de la primera hora, que no puedensoportar la recompensa dada a los obreros de la hora undécima: "¿Ha de ser malo tu ojo porque yosoy bueno?". En su lucha contra el mal, el Padre y el Hijo, triunfan abriendo más liberalmente sucorazón.

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Corazón manso y humilde

Corazón manso y humilde: se podría creer que es una característica exclusiva de Jesús, lacual no estaría bien atribuir al Padre. Y, sin embargo, también en su mansedumbre y humildad nosrevela Cristo el corazón del Padre. Cuando Se sepulta por treinta años con su vida oculta deNazaret, para no vivir después más que dos años de vida pública303, nos hace sensible la humildaddel Padre, que prolongó por muchos milenarios de la historia de Humanidad su vida oculta,madurando en su corazón proyectos de salvación que no manifestó sino después de muy largaespera. Entre los treinta años de retiro y los dos de ministerio hay una desproporción análoga a laque existe entre el período inmenso en que Dios Se dejó ignorar, aunque trabajando secretamentelas aspiraciones humanas, y los tiempos mucho más cortos de su revelación. Esa desproporciónhace resaltar la importancia del ocultamiento consentido por el Padre.

Cristo nos hace comprender lo que ese ocultamiento debió de costar a Dios. Jesús hubieraquerido, durante su permanencia en Nazaret, en que veía las inmensas necesidades de las almas,gritar por todas partes que El venía a traerles la salvación. Pero, sumiso, callaba. También el Padrehubiera querido, en los tiempos antiguos, gritar a los hombres quién era y qué bondad les reservaba;mas para preparar la Encarnación de su Hijo y orientar suave pero seguramente los espíritus haciaese acontecimiento, para no estropear las cosas con la precipitación, guardó silencio. Contuvo losimpulsos de su corazón, acumulando simplemente, con el correr de las épocas, la fuerza de sumisericordia, que debía estallar tanto más generosamente cuanto más estrechamente había sidoreprimida.

La paciencia de Jesús para la incomprensión de sus discípulos hace revivir la paciencia deYahveh para con su pueblo. Y la colaboración que les pide para el establecimiento de su reino,dejándoles toda la parte gloriosa, prolonga la colaboración que Yahveh reclamó de sus profetas,aceptando desaparecer detrás de los mismos y hacer llegar a los hombres sus pensamientos por lavoz – tan defectuosa – y sus sentimientos por el corazón – tan imperfecto – de aquéllos.

Las encantadoras atenciones que Cristo muestra a sus discípulos, preocupándose por sudescanso y alimento, reflejan la solicitud del Padre. Tampoco el Padre teme hacer descender suamor hasta los menores detalles y velar por las más humildes necesidades humanas: el propioJesús lo afirma, citando como prueba el cuidado que el Padre tiene de alimentar a los pájaros yvestir a los lirios del campo. En el Antiguo Testamento vemos a Yahveh hacer a Adán y Eva unastúnicas de piel y vestirlos con ellas. Antes de expulsarlos del vergel de Edén 304. Durante la sequíamanda a Elías al torrente de Kerit: “Beberás del torrente, y he dado orden a los cuervos de quesustenten allí” 305. Después, cuando el torrente se ha secado, le ordena ir a casa de la viuda deSareftá, y les asegura a ambos la subsistencia. Vela por el descanso de todos, imponiendo laobligación del sábado. Ya antes que Cristo se pusiera al servicio de los hombres, el Padre habíaquerido servirles.

Como Cristo, manifiesta un profundo respeto a la libertad humana. La prueba más evidenteestá en la escena de la Anunciación. Luego de haberse inclinado ante María, el ángel le pide, departe de Dios, su consentimiento a todo el plan de salvación. Dada la importancia suma, para todala Humanidad, de la colaboración de María y de la realización de la obra redentora, éste sería elmomento de ejercer una coacción. Pero Dios rehusa obrar así, y deja a la Virgen enteramentedueña de su decisión. Tiene la condescendencia de hacer depender del sí de una doncella laejecución de sus proyectos.

En este mismo episodio Dios parece proceder como más tarde hará Cristo muy a menudo.Jesús goza en gran manera transformando una impresión de temor en un sosiego profundo o enuna explosión de gozo. “No temáis”, dice ordinariamente a sus discípulos en las apariciones quesiguen a la Resurrección. Y, después de haber turbado el alma de una mujer a quien acaba de curar,obligándola a salir de la turba y presentarse ante El, la tranquiliza por completo: “Vete en paz”306.

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También Yahveh provoca en María cierta turbación con el saludo que Le dirige por medio del ángel,pero en seguida hace llegar a Ella las palabras que más de una vez había dicho al pueblo judío: “notemas”307. Y la emoción de la Virgen se convierte al punto en paz y felicidad. Como su Hijo, el Padrese complace en preparar a los hombres sorpresas maravillosas.

La sencillez de Jesús aparece simbolizada en sus rasgo para con el ciego de Betsaida, a quientoma de la mano para conducirle fuera de la aldea y devolverle la vista. Ese rasgo amistosos, queexcluye toda presunción, es el que Yahveh realizó constantemente a favor de Israel, conduciéndolede la mano para descubrirle su luz.

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El sacrificio

En fin, el amor del Padre se manifiesta también en el amor con que Cristo Se sacrifica pornosotros. Porque al Padre hay que atribuir la iniciativa de la Pasión: El fue quien envió a su Hijo a lamuerte, sacrificando así por los hombres su corazón paterno; “quien - según la expresión de SanPablo- a su propio Hijo no perdonó, antes por nosotros todos le entregó"308. Porque si es verdad queen la cruz Jesús ofrece al Padre una reparación sobreabundante por las ofensas de la Humanidad,no lo es menos que el Padre es el primero en inmolar, en cierta manera, su afecto más hondo. Noes para El un placer entregar a su Hijo un suplicio. Antiguamente Abraham se mostró dispuesto aherirse a sí mismo en su hijo, “no perdonando” a Isaac, sino conduciéndole a la pira. Dios realizó enlo más profundo de su amor de Padre el sacrificio de que eximió a Abraham. ¿No era El el primeroen sentir el desamparo cruel a que había condenado a su hijo? Cuando la agonía de Getsemaní,¿pudo contemplar con corazón frío e insensible los temblores convulsivos de Aquel a quien amabasobre todas las cosas? Y ¿cómo no iba a llegar a su corazón paterno el espectáculo de los doloresdel Calvario, que tantas lagrimas arrancaron a María?

Por eso los artistas de la Edad Media mostraron la participación del Padre en la Pasión,representándole con los brazos extendidos detrás de la cruz. El Padre es el primero y el último en suamor a la Humanidad. Jamás habría querido tal drama si no hubiera tenido sed de todas las almas:el clamor de Jesús es su propio clamor. Como Cristo y por medio de El, “amó a los suyos hasta elextremo”.

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Imagen perfecta

En todo lo que tiene, tanto de sublime y heroico como de dulce y afectuoso, el corazón deCristo es perfecta imagen del corazón del Padre. A veces estamos tentados de imaginarnos queJesús ha amado a los hombre de una manera más cálida y ferviente que el Padre, que enapariencia ha quedado más lejano. Ese fue el error del joven rico, y sabido es con qué viveza lorectificó Cristo: “Sólo Dios es bueno.” Para precavernos contra esa tentación, Jesús no cesa derepetir que el Padre ama a los hombres y que El mismo lo ha recibido todo del Padre. El es porentero la expresión visible del Padre invisible. Hemos subrayado algunas correspondencias entrelos rasgos de Jesús y los de Yahveh en el Antiguo Testamento. Pero hay una correspondencia másíntima y más esencial: cada acción de Cristo no sólo está emparentada con actos anteriores deDios, sino que responde exactamente a una actitud actual del Padre, dimana de ella y la manifiesta.En Cristo es el Padre quien a cada instante explaya su bondad. Nada hay en el amor de Jesús a loshombres que no deriven inmediatamente del amor del Padre Celestial. Y no hay descubrimiento quemás dilate el alma que ver el corazón del Padre en el corazón de Cristo.

INDICEINTRODUCCIÓN ............................................................................................................ 3

CAPÍTULO ICorazón vuelto hacia al Padre............................................................................... 5

CAPÍTULO IICorazón enamorado de su Madre .................................................................. 31

CAPÍTULO IIICorazón entregado a los hombres .................................................................. 67- El Buen Pastor ...................................................................................................... 69- El Maestro Bueno .............................................................................................. 92- El Amigo ...................................................................................................................110- El Salvador ............................................................................................................. 140- El Héroe .................................................................................................................... 163- Corazón manso y humilde ..................................................................... 184- Corazón sacrificado ....................................................................................... 204

CAPÍTULO IVCorazón de Cristo, imagen del Corazón del Padre .................. 226

1 Jn, VI, 57.2 Mc, X, 17-183 Jn. XVII, 44 Jn. XVII, 15 Jn. VII, 28, 296 Jn. XII, 44, 507 Mt. XV, 24.8 Lc, XXIII, 469 Otros autores extienden a tres años la duración de la vida pública, pero aun en esta hipótesis el período de actividad ministerial de Jesús es

bien corto, (N, del T')10 Mt IV,3-611 Mt, IV, 7,12 Mc XIV,3613 Jn. IX, 16, 2414 Jn. VIII, 4615 MT XXVII,4016 Mc XV, 3917 Mt. XXVI, 63.

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18 Mt. XXVI, 64[1]

Jn., XVI, 28[2]

Jn., VIII, 58[3]

Jn. VIII, 55[4]

Lc, II, 49.[5]

Mt., XVIII, 10[6]

Jn, VI, 44[7]

Mt. XVI, 17;[8]

Lc. X, 21[9]

Gal. IV, 6[10]

Mt. XI, 27.[11]

Jn., VIII, 29; XVI, 32[12]

Jn. XIV, 10.[13]

Jn., XVI, 32[14]

Mt., VII, 9-11[15]

Jn. XI, 42.[16]

Mt., V, 48[17]

Mt., V, 44-46[18]

Jn. XX, 17.[19]

Lc., II, 49[20]

Jn, II, 4[21]

Mc., III, 33-35[22]

Lc., XI, 27-28[23]

Mc., III, 21[24]

Mt., XX, 22 [25]

Lc., I, 38[26]

Lc., XXII, 42[27]

Lc., II, 48[28]

Jn., II, 5[29]

Mc., X, 45[30]

Jn., XIII, 13[31]

Jn., XIX, 37[32]

Mt., XXII, 38[33]

Según el término griego empleado, «bueno» no significa directamente la bondad y ternura de corazón, sino la perfección de las cualidadesdel pastor, con el matiz de cierta facilidad o elegancia en esa perfección. (Jn., X, 11).

[34] Jn., I, 42

[35] Mt., XVII, 25

[36] Mt., XVI, 17

[37] Lc., XXII, 31-32

[38] Mc., XIV, 37

[39] Jn., XXI, 15,16, 17

[40] JN., XIV, 9

[41] Lc., XXII, 48

[42] Lc., X, 41

Page 111: Jean Galot - El Corazón de Cristo

[43] Jn., XI, 43

[44] Jn., XX, 15, 16

[45] Hechos, IX, 4; XXII, 7; XXVI, 14

[46] Jn., I, 47-48

[47] Jn., IV, 19

[48] Lc., V, 22

[49] Lc., VII, 40

[50] Mc., IX, 33

[51] Jn., VI, 71

[52] Jn., XIII, 21

[53] Jn., Iv, 39

[54] Mc., II, 14

[55] Jn., IV, 29

[56] Mt., XVI, 23

[57] Lc., VII, 39

[58] Lc., V, 8

[59] Jn., XXI, 17

[60] Jn., X, 14-15

[61] Jn., XV, 15

[62] Mt, XII, 49-50

[63] Jn., VIII, 12

[64] Mt., V, 14

[65] Jn., XI, 42

[66] Mt., X, 40

[67] Jn., X, 33-34

[68] Mc., XIV, 33-34

[69] Mt., XX, 22

[70] Mc., XIII, 8-9

[71] Jn., XXI, 18

[72] Hechos, IX, 16

[73] Gál., II, 19

[74] Mt., XXVIII, 20

[75] Mc., IV, 11

[76] I Cor., II, 10

[77] Mc., IV, 11-12

[78] Mc., IV, 33

[79] Jn., XVI, 12-13

[80] Hechos, I, 6

[81] MC., X, 33-34

[82] Lc., XXIV, 25

[83] Jn., XII, 19

[84] Mt., XXII, 25-28

[85] Mc., X, 2

[86] Mt., XII, 39

Page 112: Jean Galot - El Corazón de Cristo

[87] Mt., XXII, 16-17, 21

[88] Mt., XXI, 23-27

[89] Mt., V, 23-24

[90] Jn., XIV, 15, 21, 23, 24

[91] Jn., VI, 68

[92] Lc., VII, 22

[93] Mc., VIII, 27-30

[94] Hecgos XXII, 10

[95] Lc., X, 42

[96] Lc., V, 4-10

[97] Jn., I, 42

[98] Mt., XIV, 25-31

[99] Jn., VI, 67-68

[100] Mt., XVI, 15-16

[101] Mt., XVI, 18

[102] Mt., XVI, 22-23

[103] Jn., XIII, 6-9

[104] Lc., XXII, 32

[105] Lc., XXII, 33

[106] Lc., XXII, 61

[107] Jn., XXI, 6

[108] Jn., XXI, 15-18

[109] Jn., XI, 3

[110] Jn., VI, 71

[111] Jn., XII, 5

[112] Jn., XIII, 21

[113] Cfr., p. ej., Lc., XXII, 3.

[114] Mt., XXVI, 24

[115] Mt., XXVI, 50

[116] Lc., XXII, 48

[117] Lc., XXIV, 13-32

[118] Lc., VIII, 1- 3

[119] Jn., XX, 13 - 15

[120] Jn., XI, 5

[121] Mc., XIV, 8-9

[122] Téngase presente que el autor distingue a María la hermana de Marta, de la Magdalena. Esta sí asistió a la Pasión del Señor, como el

mismo autor ha recordado poco antes (N. del T.)[123]

Jn., XI, 21 y 22[124]

Rom., VIII, 35-37[125]

II Cor., V, 14[126]

Fil., I, 23[127]

Jn., III, 17; XII, 47[128]

Jn., IV, 10[129]

Lc., IX., 54

Page 113: Jean Galot - El Corazón de Cristo

[130] Mc., X, 14

[131] Mc., IX, 38-39

[132] Mc., X, 47

[133] Lc., VII, 13

[134] Mc., I, 41

[135] Mt., XX, 34

[136] Mc., IX, 21

[137] Mc., VII, 34

[138] Lc., XIII, 12

[139] Mc., VII, 37

[140] Jn., IX, 2-3

[141] Mc., VIII, 2-3

[142] Mc., VI, 36

[143] Mc., VI, 34

[144] Mt., XI, 28

[145] Job., VI, 19-21

[146] Mt., XI, 19

[147] Mt., IX, 11

[148] Lc., XVIII, 11-13

[149] Mt., XXI, 36-50

[150] Mt., XXI, 31

[151] Lc., XIX, 5

[152] Jn., VIII, 1-11

[153] Lc., XXIII, 39-43

[154] Lc., XV, 2-6

[155] Lc., XIII, 34; XIX, 42-44

[156] Mt., XXII, 14

[157] Mt., XXII, 9

[158] Hay que tener presente que - como ha demostrado el P. De BUZY (Les Paraboles, París, 1932, pp, 32S y siguientes), seguido por el P.

LAGRANGE- el episodio del traje de boda ha sido añadido a la parábola del convite. Siendo así, hay que restituir -creemos- la frase «Muchosson los llamados...» a la parábola del convite como a su primer contexto, del cual ha quedado separada por la inserción de una parábolasecundaria.

[159] Mc., VI, 56

[160] Mt., X, 34, 35, 36

[161] Mc., X, 18-21

[162] Lc., IX, 60-61

[163] Mt., VIII, 22

[164] Mt., VI, 24

[165] Mt., IV, 9

[166] Lc., II, 34

[167] Lc., XVI, 16. He traducido literalmente el texto francés, ya que la interpretación de Bover – Cantera traduce así: “Es anunciada la buena

nueva del reino de Dios, y todos forcejean por entrar en Él” Tampoco la versión de Nacar – Colunga coincide con la que sirve de apoyo al autor.(N. del T.)

[168] Lc., XVI, 13-14

[169] Jn., VII, 49

Page 114: Jean Galot - El Corazón de Cristo

[170] Jn., X, 32

[171] Lc., VI, 10

[172] Lc., XIII, 14-16

[173] Mc., II, 27-28

[174] Mc., III, 5

[175] Lc., XI, 42; Mt., XXIII, 13, 27, 28

[176] Mc., XI, 17

[177] Jn., II, 19

[178] Mt., Xxi, 43

[179] Jn., V, 45

[180] Mt., XII, 32

[181] Jn., VI, 37-39

[182] Mc., XII, 34

[183] Lc., IV, 28-30

[184] Mc., VIII, 17-18

[185] Mt., XI, 29-30

[186] Mt., III, 15

[187] Mc., V, 39

[188] Mc., VI, 37

[189] Mc., X, 52

[190] Cfr., Mc., V, 34; Lc., VII, 50 y XVII, 19; Mt., IX, 29 y XV, 28

[191] Mc., IX, 22.24

[192] Mc., VI, 5

[193] Mc., VIII, 22-26

[194] Mc., VIII, 24

[195] Mt., XXIII, 2-3

[196] Jn., XIX, 28

[197] Jn., XX, 27

[198] Mt., Xi, 7-10

[199] Mt., XV, 27

[200] Mt., VIII, 10

[201] Mc., XII, 43-44

[202] Jn., XX, 29

[203] Mc., V, 43

[204] Mc., VI, 31

[205] Lc., XXII, 35

[206] Mt., VIII, 25

[207] Mt., XIV, 27

[208] Mc., V, 34

[209] Mc., VII, 27-28

[210] Jn., XI, 3

[211] Jn., X, 11

[212] Jn., X, 17-18

[213] Jn., XIX, 10-11

Page 115: Jean Galot - El Corazón de Cristo

[214] Jn., XII, 27

[215] Jn., XV, 13

[216] Lc., XXII, 15

[217] Jn., XIII, 3-4

[218] Lc., XXII, 19

[219] Mt., XXVI, 28

[220] Mt., XXVI, 27

[221] Ef. V, 25

[222] Según el orden de San Lucas, que parece más probable

[223] Mc., XIV, 15. La formulación de San Marcos parece más fiel que la de San Lucas

[224] I Cor. XI, 23-24

[225] I Cor. XI, 26

[226] Jn., XIII, 33

[227] Ibid.

[228] Jn., XIV, 23

[229] Jn., XV, 4

[230] Jn., XV, 9

[231] Jn., XIV, 30

[232] Jn., XIV, 25-26

[233] Jn., XIV, 16

[234] Jn., XVI, 13

[235] Jn., XIII, 19; XIV, 29

[236] Lc., XXI, 17

[237] Jn., XV, 20; XVI, 2

[238] Jn., XVI, 1

[239] Jn., XV, 2

[240] Jn., XIV, 2-3

[241] n., XVI, 6-7

[242] Jn., XIV, 12-13

[243] Jn., XIV, 1 y 27

[244] Jn., XIV, 27

[245] Jn., XVI, 20

[246] Jn., XIV, 20-22

[247] Jn. XVI, 16

[248] Jn., XVI, 33

[249] Jn., XIV, 18

[250] Jn., XV, 11

[251] Mc., XIV, 38

[252] Jn., XVIII, 4-5

[253] Jn., XVIII, 8

[254] Mc., XIV, 61-62

[255] Jn., XVIII, 37

[256] Jn., XVIII, 34

[257] Lc., XXIII, 28

Page 116: Jean Galot - El Corazón de Cristo

[258] Lc., XXIII, 34

[259] Falta en algunos manuscritos

[260] Jn., XIX, 28

[261] Jn., XIII, 1

262 Jn. XIV. 9263 IS. XL, 11.264 Salmo LXXX, 2.265 Ez. XXXIV, 8-9.266 Ez XXXIV, 11.267 Ez. XXXIV, 12.268 Ez. XXXIV, 14.269 Ez. XXXIV, 15.270 Ez. XXXIV, 16.271 Ez. XXXIV, 23.272 Gen. XXII, 1 273 Ex. XXXIII, 12 y 17 274 1 Sam. III, 10.275 Is. XLIII, 1.276 Salmo VII, 10.277 Salmo CXXXIX, 1, 2, 4.278 Salmo CXXXIX, 1, 2, 4279 Jn. XXI, 17280 Os. 1, 2; II, 4.281 Os. II, 21-22282 Cant VI, 3; VIII, 6.283 Jn. XV, 15.284 Gen. XVIII, 17.285 Ex. XVI, 12.286 Lc, XV, 6.287 Lc. XV, 23-24288 Is, XLIII, 11 y 25,289 Is. XL, 29290 Jn. IV, 14.291 Is. XLI, 18292 Hechos, IX, 16293 Rom. IX, 3.294 Gén. ITI, 14-15.295 Jon. nI, 4296 Jon. IV, 11.297 Jan. nI, 10298 Is. LV, 7 Y 9299 Id., 11-12300 Mc. XIII, 31.301 Is. LVI, 7.302 Jon. IV, 4.303 Cfr., la nota 9 de la página 12 (N. del T)304 Gen. III, 21.305 Reyes, XVII, 4306 MC. V 34307 Lc. I,30; efr., p. ej., Is. XII, 10 y 13.308 Rom VIII, 31.