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INVESTIGACIÓN ACCIÓN COMO
HERRAMIENTA PARA LA
EDUCACIÓN AMBIENTAL:
REVALORIZANDO EL USO
TRADICIONAL DE LOS HONGOS
EN EL TAJÍN, VERACRUZ,
MÉXICO.
Evodia Silva Rivera
Paulina Mejía Correa
Claudia Mitchell
Dale Turner
Eje Temático: EAS para la conservación de la biodiversidad
Noviembre2016
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Eje temático
EAS para la conservación de la biodiversidad
INVESTIGACIÓN ACCIÓN COMO HERRAMIENTA PARA LA EDUCACIÓN AMBIENTAL: REVALORIZANDO EL USO TRADICIONAL DE LOS HONGOS EN
EL TAJÍN, VERACRUZ, MÉXICO.
Evodia Silva Rivera*, Paulina Mejía Correa*, Claudia Mitchell**, Dale Turner***
*Universidad Veracruzana
**McGill University, Montreal, CA
***Dartmouth College, Hanover, NH
Resumen
Ante el escenario socio-ecológico actual, y desde la investigación social y
educativa, es fundamental generar metodologías interdisciplinarias, plurales, con
la disposición para tender puentes entre diferentes saberes y culturas. El reto más
grande de esta generación es el de construir aproximaciones y soluciones alternas
que amortigüen la profunda crisis ambiental que en mayor o menor medida afecta
a todos los ciudadanos del planeta. La investigación acción conectada con los
principios rectores de la educación ambiental, ofrece grandes posibilidades para
poner en práctica la noción de diálogo entre culturas para resolver problemas. El
presente trabajo hace una reflexión teórica y metodológica sobre algunas
herramientas poderosas para entablar procesos de comunicación y de aprendizaje
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mutuo. Como complemento ofrece un caso de estudio ubicado en la zona de
monumentos arqueológicos El Tajín, sitio sagrado de los totonacas, donde se
ejemplifican las posibilidades encontradas en las herramientas de acción
educativa. El trabajo concluye motivando a la reflexión sobre el potencial de la
investigación acción como un vehículo para generar procesos educativos y
transformadores con resultados en espacios temporales amplios.
Palabras clave: investigación acción, educación ambiental, conservación, etnomicología,
Totonacapan
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Introducción
Las consecuencias de la expansión poblacional humana sobre el planeta, han sido
mayúsculas. Los estudios científicos recientes reportan que particularmente en los
últimos cuarenta años, el ritmo de deterioro de la biodiversidad se ha acelerado.
Las cifras de los indicadores de presión humana sobre la biodiversidad; tales
como el consumo de los recursos, las especies invasoras, la contaminación por
nitrógeno, la sobreexplotación, y los impactos del cambio climático, se han
incrementado (Butchart, et al, 2010). Por lo tanto, uno de los grandes retos de
nuestros tiempos es el de lograr amortiguar o disminuir el deterioro de la base de
los recursos esenciales para la vida.
Basado esencialmente en el número de especies endémicas registradas (después
los géneros y familias), un reporte global publicado en 1998 (Conservation
International, 1998), enlistó a las 17 naciones que encierran la mayor biodiversidad
del mundo. México es uno de ellos. Estrechamente asociada a la diversidad
biológica, la diversidad cultural de México también es megadiversa. Se reconocen
68 etnias, muchas de las cuales conservan su lengua y costumbres (INEGI, 2014).
A pesar de lo anterior, las etnias de México también enfrentan el riesgo de
desaparecer (Cámara de Diputados, 2015) por variados motivos, entre ellos: la
discriminación, la pobreza económica, la marginación, y recientemente, la
presencia del crimen organizado en sus territorios. Paradójicamente, se han
reunido crecientes evidencias de que las regiones habitadas por poblaciones
indígenas en México, son también las más conservadas; por lo tanto, se puede
inferir que quienes resguardan la biodiversidad, son los pobladores indígenas y
mestizos en los paisajes rurales de nuestro país (Boege, 2008).
En Latinoamérica, desde hace unos cuarenta años, economistas como Manfred
Max Neef, académicos progresistas como Orlando Fals Borda, activistas e
intelectuales orgánicos como Paulo Freire, Boaventura de Souza, y
organizaciones de base, han señalado desde sus respectivas esferas, los
infructuosos intentos de introducir un modelo de desarrollo concebido bajo una
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realidad distinta a la de las sociedades rurales de nuestros países. Con la premisa
del modelo de educación y de desarrollo occidental, el conocimiento científico, y
los científicos (los expertos) se posicionan a priori en una jerarquía superior a
‘otros’ saberes (y a otros individuos).
Ante éste escenario, es ya imposible ignorar la necesidad de construir puentes
para el diálogo entre los diferentes actores sociales y los saberes que los
conforman. En estos espacios, la horizontalidad es fundamental. Las razones para
lo anterior no son éticas exclusivamente. La crisis socioambiental afecta la calidad
de vida de cualquier ciudadano en el mundo, independientemente de su status
social o económico.
Los problemas del deterioro ambiental requieren ser abordados más allá de las
jerarquías de poder arraigadas en las sociedades del presente. Apremia construir
sobre epistemologías y metodologías plurales, incluyentes, en las que se tenga
conciencia plena del sentir y saber del ‘otro’ y de los ‘otros’. Una propuesta teórica
que emerge desde el movimiento ambientalista y con estas características, es la
de la educación ambiental.
Educación ambiental para la sustentabilidad
La Educación Ambiental emergió posterior a las demandas ambientalistas de los
años sesenta y setenta. En 1978, en Tbilisi, Georgia (antes URSS) tuvo lugar la
primera conferencia intergubernamental sobre educación ambiental, promovida
por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la
Cultura (UNESCO por sus siglas en inglés), en cooperación con el Programa de
las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Este evento estableció los principios
más relevantes de esta corriente, adquiriendo una dimensión global. La educación
ambiental enfatizaba la interdisciplinareidad, conviniendo la “existencia de una
profunda interdependencia entre el medio natural y el medio artificial (Tbilisi,
1978).” Se planteaba una educación que debía reflejar la solidaridad y la
interdependencia entre las comunidades, pero centralmente la equidad
intrageneracional: el principio rector del concepto del desarrollo sustentable, que
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se popularizaría una década después, durante el Congreso Mundial para el
Ambiente y el Desarrollo (WCED, 1987).
La Educación Ambiental, cuarenta años después, se ha ido moldeando de
acuerdo a los procesos históricos de la última mitad del siglo. Se ha diversificado
conceptual, práctica y metodológicamente, y se ha extendido e institucionalizado
en muchos países y contextos. Como parte de esta evolución, emergió la
Educación Ambiental para la Sustentabilidad, que también se distingue por
fomentar aproximaciones holísticas a la realidad. Su capacidad para articular
diversas áreas del conocimiento y para integrar saberes, la define como una
disciplina que puede contribuir a interpretar y entender la actual crisis ambiental
que “ni los individuos ni las instituciones estamos preparados para enfrentar”
(Franco, et al. 2010). En este sentido, la EAS se vuelve una “práctica social crítica”
que busca primero la transformación del sujeto para luego transformar el mundo
(Franco, et al. 2010). Dicha trasformación se lleva a cabo mediante elementos
teóricos y prácticos, proporcionados por la EAS, que buscan “modificar actitudes,
elevar la comprensión y enriquecer el comportamiento de la población en sus
relaciones socioculturales con el medio ambiente” (Reyes en Franco et al., 2010,
p. 444). En este contexto teórico y metodológico se inserta el caso de estudio que
se presenta a continuación, precedido por el marco metodológico de la
investigación realizada.
Recuperamos una propuesta metodológica para abordarse dentro de un proyecto
a gran escala surgido en 2013, con financiamiento del gobierno canadiense, el
Centro para las Alternativas de Desarrollo y Conservación Indígena (en inglés,
Centre for Indigenous Conservation and Development Alternatives – CICADA),
basado en la Universidad de McGill, en Montreal, Canadá. En esta red
colaborativa participan más de 20 organizaciones indígenas de todo el mundo, y
varios centros de investigación y universidades.
Aunque no de manera explícita, éste proyecto está enmarcado en la Educación
Ambiental para la Sustentabilidad, y tiene como meta central, la coproducción del
conocimiento para el análisis y el desarrollo de los proyectos de vida colectivos de
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las organizaciones indígenas socias. Se constituye en 7 ejes: a) proyectos de vida,
comunidades de vida y visiones indígenas del mundo y el buen vivir, b) derechos
territoriales y sistemas de tenencia, c) modos de vida, seguridad alimentaria y
enfrentando al crecimiento neoliberal, d) violencia, criminalización y resolución de
disputas en contextos de extracción de recursos, e) áreas protegidas comunitarias,
co-manejo y gobernanza, f) modelado del territorio y mapeo comunitario, g) video
participativo y fotovoz (Scott, 2013).
Específicamente el trabajo plantea las raíces metodológicas del eje 7: video
participativo y fotovoz. Dentro de la multidimensionalidad, la diversidad de
contextos biogeográficos, y los problemas que cada comunidad y organización
enfrentan, hemos encontrado que hay similitudes fundamentales para todas las
organizaciones socias y conexiones de ellas hacia los temas centrales que
constituyen CICADA. Este eje tiene (VPF) el potencial de conectarse con otros
ejes en el proyecto. Las unidades familiares de los pueblos indígenas y las
comunidades locales son unidades básicas que sostienen el tejido social de las
interrelaciones y conexiones con las organizaciones y agentes hacia el exterior.
Documentar activamente los eventos cotidianos y procesos dentro de un ambiente
de diálogo co-construido, con el propósito de potenciar la capacidad de los socios
para fortalecer una red de activismo en la búsqueda de saberes y conocimientos
(Scott, 2013), es un propósito central. Como etapa inicial, se seleccionaron tres
nociones interrelacionadas entre sí, y los siguientes párrafos describen cada uno:
a) investigación acción participativa; b) diálogo de saberes; c) los pobladores
locales como investigadores comunitarios.
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La Investigación Acción Participativa
Frecuentemente acompañada por las nociones básicas de la Educación Ambiental
para la Sustentabilidad (EAS), la Investigación Acción Participativa (IAP), se basa
en la reflexión, la colección de información y la acción para transformar y ser
transformados. Ayuda a cuestionar el origen del conocimiento y hasta dónde
puede representar los intereses de los poderosos y servir para reforzar su posición
en la sociedad. En la IAP, la experiencia está en el centro del ‘saber’, y ese
aprendizaje vivencial puede guiar a legitimizar formas de conocimiento que
pueden influir acciones prácticas. También permite a los investigadores colaborar
en el co-diseño con las comunidades locales de maneras que pueden llevar a la
acción para la transformación de la realidad. Algunas herramientas educativas que
se emplean en procesos de la IAP se pueden incluir bajo la sombrilla de los micro-
medios (haciendo referencia al uso de video, fotografía, periódicos, teatro, etc..) El
término micro-medios, está políticamente impregnado. Algunos autores lo ven en
el contexto de la educación popular latinoamericana, como una educación y
cultura que preserva, reclama e incorpora elementos cuyo contenido es
genuinamente popular, o en el interés de la gente. “La educación popular
sobrevive después del reconocimiento de la cultura popular autónoma, que lleva a
una re-valoración de la identidad cultural de los involucrados. La gente y las
organizaciones participantes son alertados sobre la importancia de las formas
nativas e independientes de expresión, como alternativas valiosas para una
cultura introducida desde fuera. Éstos medios populares se oponen a los medios
masivos. Los primeros se emplean para proyectos a pequeña escala, son
procesuales, y no alienantes (Carmen, 1992).
Diálogo de saberes
Los diálogos de saberes entre campesinos y campesinos, campesinos y
académicos y otros actores en la sociedad se dan como un proceso de largo
plazo, de mutuo aprendizaje. Crean las condiciones para promover la construcción
social del conocimiento mediante diversos tipos de intercambio. El sustrato para
crear nuevas y diferentes maneras de mirar problemáticas a escala local y regional
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son las ideas, sentimientos, imágenes, creencias, estrategias, historias,
expectativas y experiencias. El diálogo de saberes es una forma equitativa para
encontrar lugares comunes de análisis y comprensión de problemas; bajo el
entendido de que la crisis ambiental en la actualidad afecta tanto a las sociedades
indígenas y campesinas (tal es el caso de México), como a las industriales-
occidentales. Entonces, una meta central es la de entretejer sinérgicamente los
saberes y las ontologías. En el corazón de esta aproximación está el
reconocimiento de que no siempre es tarea fácil para las comunidades
históricamente marginadas, expresar los problemas más acuciantes dentro de los
canales y métodos convencionales; nos referimos a la manera escrita, y/o
siguiendo los esquemas de especialización disciplinar. En estas sociedades, como
ocurría antiguamente en occidente, el medio para crear y heredar el conocimiento
es la oralidad. La palabra hablada está en el centro, siguiéndole variadas formas
de expresión; por ejemplo mediante relatos y metáforas, poemas, cantos, danzas
y rituales, etc.. En este sentido, también se admite el poder de las herramientas a
las que la mayoría de las personas puede acceder en la actualidad, tales como
cámaras fotográficas y video cámaras sencillas y de relativo bajo costo, hasta la
tecnología más popular del presente, los teléfonos celulares. Éstas nuevas
herramientas de registro abren infinidad de posibilidades para utilizar la fotografía
y las exhibiciones fotográficas, el video, y la proyección de videos con fines
educativos, para la movilización de comunidades enteras (Wang, 1999; Mitchell,
2011; Milne, Mitchell y DeLange, 2012). Una característica crucial es la forma
como éstas herramientas pueden emplearse una y otra vez en diferentes
contextos.
Investigadores(as) comunitarios(as) - campesino a campesino
El método educativo y de comunicación Campesino a campesino, es ampliamente
empleado en Latinoamérica. Su principal característica es que se conduce por las
personas como actores centrales de su ‘buen vivir’ y de su propio desarrollo. Los
investigadores campesinos y capacitadores visitan o se reúnen con otros
campesinos con el propósito de impartir sus conocimientos, experiencias,
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preocupaciones y expectativas sobre un tema de interés común. Un investigador
comunitario es miembro de una comunidad indígena local que ha desarrollado
habilidades nuevas de aquellas aprendidas de sus ancestros y de las actividades
de la vida rural. Generalmente estas habilidades se aprenden mediante diálogos
con el objetivo de co-producir ideas y conocimientos en colaboración con
académicos e investigadores. Éstos últimos por su parte, comparten metodologías
y herramientas para la organización y el monitoreo de las diversas dinámicas
socio-ecológicas. Estas herramientas varían dependiendo de las necesidades y
prioridades identificadas para mejorar su modo de vida. Los investigadores
comunitarios pueden aprender a emplear computadoras, gps y otras tecnologías
útiles para fortalecer su autonomía y su habilidad para comunicarse y asumir el
control de sus recursos y territorios.
La forma en que estos métodos pueden usarse depende de las circunstancias, el
contexto y las necesidades específicas de cada grupo, comunidad y organización.
Son multipropósito. Así, para algunos servirán para el monitoreo de los recursos
naturales, o para entrenar a los investigadores comunitarios locales, o para
documentar un problema ambiental particular en una localidad o región. El marco
temporal y la frecuencia de los contactos también depende del contexto.
Caso de estudio: Reaprendiendo el valor de los hongos en San Antonio Ojital, Papantla
Así ocurrió con la comunidad San Antonio Ojital, Papantla, localizada dentro del
polígono de la zona de monumentos arqueológicos El Tajín. Debido a su valor
arqueológico, histórico y cultural, El Tajín fue declarada patrimonio de la
humanidad en 1992 por la UNESCO. La versión más conocida sobre la presencia
de los totonacas en esta región es que llegaron en el siglo IX, provenientes de la
sierra norte de Puebla (Chenaut, 2010).
La experiencia a continuación recupera reflexiones preliminares derivadas de un
proyecto doctoral, cuyo objetivo es documentar y revalorar el conocimiento
tradicional sobre la micoflora que ocurre en la comunidad de San Antonio Ojital,
dentro del área poligonal de la zona de monumentos arqueológicos El Tajín, en
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Papantla, Veracruz mediante las herramientas para el trabajo colaborativo en el
marco de la investigación acción participativa. En particular sintetizaremos el
proceso de acompañamiento con un grupo de familias, principalmente mujeres,
para recuperar y sistematizar los elementos culturales y ecológicos de la relación
entre los hongos y seres humanos.
El estudio se desarrolla bajo el supuesto de que en la cultura gastronómica de las
sociedades megadiversas puede estar la clave para el resguardo de la
biodiversidad. El agroecosistema de la milpa, la base de la cultura gastronómica
mexicana ofrece una oportunidad única para probar ésta hipótesis. Sostenemos
que, de ser así, a través de una educación comunitaria y transformadora, se
podrían atender problemas nutricionales y alimentarios que afectan a las
poblaciones en las escalas local, regional y nacional.
Acompañamiento
Con los antecedentes del uso de los hongos como alimento y medicina por los
totonacas en la región, este proyecto surgió buscando conocer más sobre la
relación de los pobladores de San Antonio Ojital con éste recurso de especial valor
nutricional y cultural. Para este efecto, se desarrolló una metodología de trabajo
colaborativo que incluyó varias etapas. La primera fue un proceso inicial de
diagnóstico en el que se construyó la relación con la comunidad, teniendo largas
entrevistas abiertas y semi-estructuradas. Se pudieron colectar conocimientos y
percepciones, así como la historia de la comunidad con proyectos de intervención
previos. Esta fase reveló que los hongos son especialmente reconocidos y
apreciados. Aunque está vigente la tradición en el aprovechamiento, se observó
que las prácticas de utilización están deteriorándose en las generaciones más
jóvenes.
Los hongos siguen presentes en la memoria comunitaria, pues su uso se transmite
de padres a hijos mediante la colecta en familia, o en la cocina, cada vez en
menor grado. Las mujeres son quienes educan a la familia, compartiendo sus
conocimientos y experiencias con sus hijos y la comunidad, son formadoras de
valores, y responsables de la alimentación y nutrición familiar. Los señores por su
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parte, también cumplen una función educativa clave que contribuye a resguardar
el conocimiento tradicional al salir frecuentemente acompañados de los hijos a
buscar los hongos en la milpa o en el monte. Se encontró también que las
personas de esta comunidad, aunque poseen cada vez menos tierras para cultivo,
recuerdan con detalle los pasos para cultivar la milpa. Es dentro de este ciclo que
emergen los hongos, cuando se ha tumbado el monte para sembrar maíz en el
ciclo tradicional de roza tumba y quema, y al caer las lluvias; en los troncos de los
árboles y en sitios húmedos. Están conscientes de que la milpa, y otros cultivos
que hace unas décadas se producían en la región, ya no se dan como antes.
Llegaron las carreteras, se expandió la ganadería y la producción de cítricos, así
como la industria petrolera. Se perdieron o contaminaron los arroyos y el suelo se
empobreció. La abundancia de los hongos se redujo, pues varias personas
hicieron notar que antes se podían colectar varios kilos de hongos comestibles, y
en la actualidad se consiguen máximo 2 kilos. Llueve menos también, y éste factor
afecta a la diversidad y la riqueza micológica local.
Una vez establecido el escenario, y después de la primera etapa en la que la
investigadora generó una relación de confianza con la comunidad, se pudo
delimitar el universo de acción. La investigadora organizó actividades educativas
con el grupo de señoras en la comunidad que mostraron interés por reavivar la
tradición de producir y consumir hongos. Con el propósito de acercarlas a mujeres
expertas en la preparación y culinaria de los hongos, les propuso que participaran
en la XV Feria Nacional del hongo, que se llevó a cabo en Cuajimoloyas, Oaxaca,
en julio de 2015. Después de trabajar intensivamente para reunir fondos para la
asistencia, viajaron tres representantes a la feria. Las señoras participaron con las
‘hongueras’ oaxaqueñas, aprendiendo de manera práctica sobre la importancia y
el valor de los hongos para la familia, las bases de la producción y la recolección.
Ésta experiencia les abrió el panorama y les dio la motivación y la idea de
organizar una muestra gastronómica de hongos en su comunidad.
Con el acompañamiento cercano de la investigadora, y después de someterse a
votación en sesión plenaria con la comunidad, se organizó una muestra
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gastronómica de hongos silvestres en San Antonio Ojital, en enero de 2016. Para
este efecto, la muestra se realizó con el apoyo también de la subagente municipal,
quien en gran medida facilitó la logística del evento. Se eligió a un comité que
preparó los hongos y la organización de la muestra. En la etapa de preparativos,
hubo momentos de duda y de inseguridad por parte de las organizadoras
comunitarias. Asimismo, se tuvo que enfrentar la poca disponibilidad de hongos, lo
que se solventó mediante la compra a vendedores en la ciudad de Papantla. Se
consiguieron algunos silvestres, y otros cultivados. A pesar de ello, se cumplió con
un propósito de intercambio educativo y comunitario, a tono con las metodologías
de Campesino a campesino y la Investigación Acción Participativa: se organizó
exitosamente una actividad de interés para todos, que logró despertar emociones
y sensaciones diversas en los comensales, y los participantes de todas las
edades, que en total fueron de alrededor de 200 a 300 personas. Se observó
también que, aunque los jóvenes previamente indicaron que no les gustaba comer
hongos, durante la muestra consumieron y repitieron platillos.
Conclusión
Dado que el trabajo se encuentra todavía en proceso, sería prematuro plantear
una postura concluyente en cuanto a lo que representa vivenciar la investigación
acción en términos de su potencial educativo y transformador para la conservación
de la biodiversidad, lo que correspondería a alcanzar las metas de la EAS. Cabe
además resaltar que los proyectos de ésta naturaleza se insertan en dimensiones
temporales de largo plazo. Sin embargo, se puede afirmar que, a pesar de las
condiciones adversas, y empleando métodos sensibles a las necesidades de las
personas locales, es posible generar iniciativas cuyos resultados potencialmente
trasciendan la estancia temporal de un catalizador externo, en este caso la
investigadora. Tal sería el caso de tradiciones de fuerte arraigo cultural, como la
gastronomía local, y el intercambio de saberes, ya sea entre culturas diferentes
(científica y tradicional), o similares (tradicional y tradicional).
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