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INTRODUCCION 4 <. - Un sentimiento mezcla de temor y nostalgia se apodera de mi en esta tarde del otoño romano cuando he concluido el intento de redactar un libro en que Séneca es protagonis- ta. Temor, ante el interrogante de si podrá el lector, a través de nuestras palabras, penetrar y sentir los diversos cuadros de la sociedad romana con la fuerza con que el filósofo tes- timonió la patética realidad social contemporánea. Difícil es ya en sí mismo enjuiciar el pasado histórico, obligado a desli- zarse en la drcel de conceptos actuales tantas veces distintos de aquellos ,u., los que vibraba el hombre clásico. Especial- mente comprometido, cuando la fuente para dicho pasado es L. A. Séneca, escritor de un acervo palpitante y contradicto- rio y objeto de una bibliografía tan numerosa como firmada por consagrados especialistas. Abrimos, no obstante, la mar- cha en Ia esperanza de que la honesta y animosa elaboración de nuestro trabajo responda a la mayor objetividad y aporte un nuevo logro al extenso campo de la historia romana del Alto Imperio, al menos en homenaje a la pedagogía de su propia grandeza. Y, repitiendo palabras anteriores, sentimos también nostalgia. Nostalgia de la Roma imperial, efervescen- te y también miserable que vio Séneca, destruida por impe- rativo del tiempo, pero de la que, por obligada paradoja, tan sólo uno de sus restos arqueológicos da un testimonio univer- 13

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INTRODUCCION 4

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- Un sentimiento mezcla de temor y nostalgia se apodera de mi en esta tarde del otoño romano cuando he concluido el intento de redactar un libro en que Séneca es protagonis- ta. Temor, ante el interrogante de si podrá el lector, a través de nuestras palabras, penetrar y sentir los diversos cuadros de la sociedad romana con la fuerza con que el filósofo tes- timonió la patética realidad social contemporánea. Difícil es ya en sí mismo enjuiciar el pasado histórico, obligado a desli- zarse en la drcel de conceptos actuales tantas veces distintos de aquellos ,u., los que vibraba el hombre clásico. Especial- mente comprometido, cuando la fuente para dicho pasado es L. A. Séneca, escritor de un acervo palpitante y contradicto- rio y objeto de una bibliografía tan numerosa como firmada por consagrados especialistas. Abrimos, no obstante, la mar- cha en Ia esperanza de que la honesta y animosa elaboración de nuestro trabajo responda a la mayor objetividad y aporte un nuevo logro al extenso campo de la historia romana del Alto Imperio, al menos en homenaje a la pedagogía de su propia grandeza. Y, repitiendo palabras anteriores, sentimos también nostalgia. Nostalgia de la Roma imperial, efervescen- te y también miserable que vio Séneca, destruida por impe- rativo del tiempo, pero de la que, por obligada paradoja, tan sólo uno de sus restos arqueológicos da un testimonio univer-

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sal. No sabríamos decir con absoluta certeza hasta qué punto el mundo actual se aleja de lo clásico y se aproxima, por otra parte, en una serie de aspectos. Lo que sí podemos afir- mar es que la sociedad romana descrita por Seneca refleja una palpitante actualidad y una clara identidad con hechos dc nuestra sociedad actual.

La lectura de la sociedad romana de época de Séneca, e: decir, aquella que se desenvolvió bajo la hegemonía de los julio-claudios, obliga en primer lugar a considerar la persona- lidad del autor que ha sido para mí la principal fuente de información, según hemos dicho anteriormente. El propio Séneca, en una palabra. Alejados de la mitificación que la crítica de los últimos siglos prodigó a Séneca, los testimo- nios literarios clásicos lo consideraban como una personalidad eminentemente polémica. Plinio el Viejo le apeló «Annaeo Seneca principe tunc emditionis ac potentiae» (NH, XIV, 51). Tácito explicaba en Ann. XIV, 52, que todas las actuaciones in- teligentes de Nerón se consideraban como teledirigidas por el ce- rebro de Séneca. Dión Casio le etiquetó como r o pav vo8~báoxaI.o~ (LXI, 10, 2). Tertuliano y San Jerónimo le ensalzan. San Agustín le reprende y reprocha la falta de adecuación a la vida práctica de sus teorías. Para otros, es casi cristiano. Jui- cio respecto al que disentimos porque si bien «caritas omnia suffert, omnia credit, omnia sperat, omnia sustinet» (San Pablo, I Couint. 13, 7-8), está ausente de la obra de Séneca la esperanza en la Esperanza que tantas veces cimenta y alum- bra nuestras vidas. Muchos autores modernos participan tam- bi6n de la expresada controversia. Dice M. Pohlenz: «Er war eine problematische Natur, von wiederstrebenden Tendenzen hinund hergerissen» (1). G. Uscatescu: «En torno a Séneca ha habido siempre un entusiasmo polémico» (2). A. Momi- gliano le llama «the neurotic member of such an enterprising

1) M. POHLENZ, Die Stoa. Geschichte einer geistigen Bewegung, 11 Band, Gottingen, 1970, p. 303 del tomo 1. Su visión de Séneca en pp. 303-327.

(2) G. USCATESCU, Séneca, nuestro contemporáneo, Madrid, 1965, p. 3.

family» (3). Tendencia psicoanalista seguida recientemente por M. Rozelaar, quien ve en el autor de Córdoba síntomas de neurosis producida por los efectos remotos de una infan- cia desafortunada, así como una admiración de SCneca por su madre casi enfermiza y edipoide producida por un proceso de «maternal overprotectionn (4). No es nuestra tarea entrar en estos aspectos propios más bien de la medicina; por tan- to, hacemos nuestras las palabras de Alvarez Turienzo de que

>J- «entre el cortesano y el filósofo no es siempre fácil tender ?-fl un puente de inteligencia» ( 5 ) , o aquellas otras, llenas de

equilibrio, de 1. Lana: «Né puro filosofo né puro politico; nd soltanto direttore di anime o uomo di mondo. Ma tutto questo ed altro ancora. Cosi complessa é ogni vita d'uomo che presunzione sarebbe volerla spiegare tutta; sempre ri- marrano piege inesplorate* (6).

Todo esto demuestra que Séneca fue un personaje nada anodino y los comentarios sobre el hombre que en la socie- dad julio-claudia había desempeñado un papel nada vulgar se encadenaban unos a otros, ya desde sus casi coetáneos, mezclados a la estupefacción. ¿Cómo podía ser inmensamente rico y ofrecer suntuosos banquetes a sus amistades aquel hom- bre que predicaba en sus escritos el equilibrio de la justa

..e-"?. medida? (Juvenal, Sat. V, 109 SS.). No debemos caer en la $? ,,, ingenua exigencia de quien pide a un ser humano una per- #-,$S fección que, máxime en el caso de Séneca y con los pocos

datos transmitidos sobre su personalidad más íntima, quizá seria inalcanzable. Pero los contrapuntos sobre su persona 9: deben apoyarse en el hecho de que el pensamiento filosófico $& de Séneca germinó en el neoestoicismo. Es más, posiblemente nuestro autor no sea explicable sin el senequismo o forma

(3) A. MOMIGLIANO, uSeneca between political and contemplative Iife~, en Quarto Contributo alLa storia degli Studi Classki e del mondo antico, Roma 1969 pp. 239-256.

(4) M. ROZELAAR, uSeneca. A new approach to his personality~, en Psychiatry, VI, 1 (febmary 1973), pp. 82-92.

(5) S. ALVAREZ TURIENZO, uSéneca, la filosofía y la vida», en La estafeta Literaria, n." 316 (24 de abril de 1965), pp. 5-7.

( 6 ) 1. LANA, Lucro Atmeo Senecn, Torino, 1955, vid. Introducción.

particular que adquirió en él aquella corriente filosófica. El senequismo, tan bien calificado por García Borrón como «im- plicador de ,un sentimiento trágico» (7), fue favorecido en su crecimiento y expansión por la atracción de un misterio aparente. De un contenido filosófico pasó a designar un es- tilo de vida. Y aquí surge de nuevo el apasionamiento y la polémica. Al ser Séneca nacido en la Bética, el senequismo le revirtió generosamente, para una mayor gloria o bien para una sugestiva contradicción, los más añejos rasgos caracterio- lógicos de la Hispania genuina y vieja que supo conservar su marca celtibérica antes y después de la romanización. Surgió entonces, consecuentemente, un nuevo valor en la personalidad del filósofo: su discutible hispanismo. Su fer- vorosa afirmación por parte de algunos produjo una nacio- nalización del senequismo que se convirtió así en una gloria de herencia nacional a la que los demás son extraños. Por citar un ejemplo, dos prestigiosos historiadores y ensayistas como son Américo Castro y Claudio Sánchez-Albornoz no han descuidado tampoco este problema, resuelto entre ellos con un antagonismo científico. La postura negativa de Cas- tro que no reconoce en Séneca ningún rasgo típicamente his- pano puesto que «la filosofía de Séneca no es espaííola ni en último término romana, ya que el estoicismo es puro pensamiento helénico» (8), se ve contrastada por la más fle- xible de Sánchez-Albornoz quien concede un voto favorable y positivo a Córdoba en la configuración de rasgos de la personalidad de Séneca explicnbles como pertenecientes a una 2

«españolía vital y psíquica)) (9). Séneca filósofo que se com- _ pleta y engrandece con las facetas de ministro-cortesano y de i político. También polftico, pues creemos firmemente que :

(7) J. GARC~A-BORR~N MORAL, Sétreca y los estoicos, Barcelona, 1956, p. 190 SS. Para aspectos detallados de Séneca y su filosofía, vid. E. ELORDUY, El estoicismo, 2 vols., Madrid, 1972, possim.

(8) A. CASTRO, Origen, ser y existir de los españoles, Madrid, 1959, p. 120 SS.

(9) C. SLNCHEZ-ALBORNOZ, Españoles ante la historia, Buenos Ai- res, 1958, p. 68 SS.

aquél podría haber realizado un ideal político (10) llevando a la práctica sus equilibrados puntos de vista asentados en la teoría de la humanitas. Habría sido el brazo derecho de Nerón si la historia no hubiera evolucionado como lo hizo ayudada en este caso por los rasgos patológicos de un em- perador demasiado joven para una corte en extremo peligro- sa y un imperio en crecimiento. Sin llegar a los extremos de suspicacia de F. Giancotti que intuye una posible alianza política entre Séneca y Agripina cimentada en la irremedia- ble compenetración fisica (apoyándose en Dión Casio como fuente) ( l l ) , recalcamos, ¿por qué Séneca habria de rehuir un poder político de participación? Pero toda su praxis aca- bó en un retiro más inteligente que otra cosa, en nuestra opinión, y aquí si depuradamente estoico, que no «avec les honneurs de la guerrem como el entusiasmo hace definir a P. Grima1 (12). A Séneca es preciso mirarlo con los ojos claros de quien quiere, ante todo, comprenderlo. En su lu- cha por conciliar vida contemplativa y activa, meditación y praxis, fue más hombre que filósofo, más político que sabio inoperante. Su ajetreada vida, marcada primero por el seílo de la transhumancia y el exilio, logró estabilizarse gloriosa- mente en los primeros años de gobierno neroniano al ritmo

(10) Vid. A. FoNTAN, déneca, un intelectual en la poíítica», en Atlántida, IV, nP 20 (1966), pp. 142-174. Asimismo, J. A. CROOK, en su obra Consilium principis. Imperial council and. counsellors from Au- gustus to Diocletian, Cambridge, 1955, p. 119 SS., mantiene una opi- nión similar, y A. OLTRAMARE, aSén&que diplomate», en REL, XVI, 1938, pp. 318-335, asigna a Seneca una acertada diplomacia en la re- solucidn de los problemas existentes con Armenia. Algo exagerado nos parece R. M. GUMMERE, Setteca the philosopher and hic modern mes- sage, Boston, 1922, cuando en las pp. 4446 llama a SZneca práctica- mente omnipotente.

(11) F. GIANCOTTI, «Seneca amante d'Aggripina», en PP, VIII, 28, 1953, pp. 53-62. Causas más profundas e inteligentes que podian haber impulsado al filósofo a desear un poder personal expone. E. WIS- TRAND, «The Stoic Opposition to the Roman Principate~, en Resúme- nes de las Ponencias del V I Congreso Internacional de Estudios Clá- sicos, Madrid, 1974, pp. 39-40.

(12) P. GRIMAL, Sén&que: sa vie, son oeuvre, sa philosophie, Pa- rís, 1948, p. 36.

de una tutoría que parecía eterna y consolidaba el adveni- miento de aquel jovek césar esperado en el clima mágico del vaticinio del Fauno. No ponemos en duda el alcance a que habría llegado la influencia de Séneca sobre Nerón respaldada por un sincretismo con el poder militar, en manos entonces del incondicional Afranio Burro. Fue precisamente cuando re produjo la escisión de estas dos fuerzas por muerte de Burro, cuando el maestro del emperador empezó a debilitar- se (Tácito, Ann. XIV, 52, 1 ) . Y el giro histórico evolucionó de otro modo, innecesariamente recordable por ser harto co- nocido. El polftico de los hermosos planes de gobierno acabó en un suicidio, en el acontemne mortemn de Ad Lucil. 78, 5 . Ante esto, todos sus posibles errores son perdonables. No hay epitafio más digno para él que sus propias palabras: «vi- ximus in fretu, moriamur in portu» (Ad Lucil. 19, 2 ) .

Después de estas consideraciones sobre Séneca, que sólo han pretendido ser un esbozo gratamente necesario de su vida, abordemos la segunda parte de esta introducción. ¿Cómo es la sociedad romana que describe Séneca? La respuesta exige primero el convencimiento de que Séneca testimonia la historia real con sus escritos, es decir, de que Sdneca hace historia. En nuestra opinión, la hace porque transmite hechos verdaderos que él ha vivido; su documento remite a la realidad de su sociedad contemporánea y deriva, enrai- zado en la penetrante capacidad de observación del filósofo, de las vivencias de sus propias actividades como cortesano. Que Sdneca vibraba al compás de su época es una cosa que no puede ponerse en duda (13). De ahí, quizá, el velo de

(13) G. BOISSIER, La oposicidn bajo los Césares, trad. cast. Buenos Aires, 1944, p. 186, dice: «No era Séneca de esos sabios que se aislan de entre sus contemporáneos y se entregan a la contemplación de lo absoluto. Muy al contrario, nadie mejor que Séneca se ha entregado a las corrientes de su siglo. En sus obras están reflejadas todas las emociones de su época,. Esta tesis ha tenido una recentísima conti- nuación en la profunda obra de E. CIZEK, L'époque de Néron et ses controverses idéologiques, Leiden, 1972. Dice el autor en su p. 262: «Veritable conscience de son siecle, Séneque vibre aux tribulations, aux défaites, aux reússites et aux espoire des hommes, qui découvrent dans son oeuvre un des plus emouvants témoignanes de la philosophie antiquep.

pesimismo que tantos hemos visto en él (14). Su prolongada vida facilita, además, el ajedrez de casi veinticinco años inin- terrumpidos de la historia de Roma, limitados por los cipos de su obra más temprana, la Consolatio ad Marciam, escrita en el 41, y las Naturales Quaestiones y Ad Lucilium Episto- lae Morales, que datan del período comprendido entre el 63 y los primeros meses del 65; Séneca escribió, asf pues, hasta muy poco antes de su muerte ocurrida en abril (15). A pesar de nuestra reconfirmada aseveración de aue el filósofo es una espléndida fuente para conocer tantos y tantos aspectos de la sociedad julio-claudia (en algunos de los cuales es in- formador exclusivo), es inevitable la siguiente precaución. Los aspectos generales de dicha sociedad no son ni mucho menos inéditos, pues están reflejados en varias fuentes lite- rarias, arqumltgicas y epigráficas. A éstas se unen los tra- tados modernos sobre el particular, muchas veces es~l6ndidos. Pero la sociedad romana transmitida w r un autor aue se deda y escribía aquello que s610 se lee entre heasacomo estoico, es otra cosa. Al no ser factible ni recomendable una separación total entre obra literaria y personalidad de su autor,

114) CH. FAVEZ. «Le F es si mis me de Séneauen. en REL. XXV. . , 1974, PP. 158-163. .

(15) Resulta imprescindible, para fijar estas dos fronteras litera. rias en relación con los datos históricos que aportan, adoptar una sis- tematización racional de la cronología de la obra completa de SCneca Esta empresa se destacó siempre como delicada y difícil, ya desde la obra de H. JONAS, De ordine librorum L. Annaei Senecae philosophi, Berlín, 1870, hasta el punto de que ha sido llamada un locus despera- tus de la filología. Remitimos al magnífico libro de E. ALBERTINI, La composition dans les ouvrages philosophiques de Sénkque, París, 1923, en que toca ampliamente este problema. Se impone, ante todo, el equi- librio, ya que la disensión cronológica por parte de los investigadores alcanza sólo a algunas obras o tratados en las que Séneca parecía dar alusiones o contenido ya de doble interpretación, ya contradictorios y estos despistaban del camino m& recto para fechar la producción ci- tada con exactitud. Una vez considerados estos puntos de vista y aten- diendo sobre todo a nuestra reflexión personal, después de haber leído a Seneca, hemos optado por seguir una cronología equilibrada, sin los extremismos de L. HERRMAN, echronologie des oeuvres en prose de Sénkque*, en Latomus, 1, 1937, pp. 94-117, quien remonta las Epfsto- las Morales al 58, por citar un ejemplo. La cronología que hemos re- ferido es la tradicionalmente seguida en PW, RE, 1, 2, cols. 2244-47.

es obvio que, en determinados pasajes, los rasgos particula- rísimos que Séneca ofrece de sus contemporáneos se apoyan tanto en su fina intención de hacer sátira social como en su sentir filosófico. Los pespuntes de la filosofía estoica hilva- nan este armazón de personas y acontecimientos que resba- laban por las calles de la U d s y nos muestran ángulos que sólo un estoico podía haber visto. La historia se hermana con la filosofía, con la psicología y con el costumbrismo. En ocasiones, se exagera un hecho social, se deforma en in- tensidad consecuentemente. Pero no se falsea. Otras veces, es simplemente una añoranza personal, una evocación de un pasado mejor, lo que hace hablar a un Séneca cansado de lugares o acontecimientos sin interés para otros. En este as- pecto, ¿quién puede decir que no tiñe de subjetividad la propia vida? Este enfoque ciertamente un poco particular ha llevado a algunos estudiosos a defender la tesis de que los acontecimientos históricos narrados por Séneca sirven siempre para apoyar sus tesis filosóficas y muchas veces son reelaborados para que se conviertan en exempla, siguiendo así una tradición literaria marcada por Séneca el Padre o el Rétor. Es verdad que un hecho histórico concreto y fechado adquiere una dimensión universal y, por tanto, sin la escla- vitud del tiempo cuando se toma en calidad de exempla. A nuestro juicio, Séneca sigue el proceso que nos atrevemos a llamar contrario. El narra, escribe la historia de su época quizá inconsciente de su propia documentación. La selección del argumento viene dada por un proceso espontáneo que tiene sus raíces en su formación estoica, haciendo aquí la salvedad de que el estoicismo no es ni la mejor ni la peor de las filosofías, sino una más de las corrientes filosóficas que, desde la clarividente mente de los griegos, se habían propagado hastqel Imperio romano. Si después alguna parte de aquel contenido argumenta1 anteriormente citado se con- vierte en exempla, se debe a la compenetración entre el hom- bre y su obra, entre realidad y teoría (16).

(16) E. ALBERTINI, op. cit., p. 220 SS., y V. BOGUN, Die ausseromis- che Geschichte in dem Werkem Senecas, Dis. In., Koln, 1968, son bs

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Séneca transmite, así pues, la sociedad que él ha vivido y la filtra a través de su propio sentimiento, ya con la in- tensidad de quien es un protagonista activo, bien a través del velo plácido de los recuerdos de la adolescencia. Su tes- timonio es más rico en intensidad que en variedad, pues hay circunstancias que se repiten, si bien es posible estable- cer en ellas una gradación intensiva siempre unida a la cro- nología de su obra. Indiscutiblemente, no es igual el Séneca del tratado De clementia que aquel, torturado y mayormen- te escéptico, de su obra Ad Lucilium. La sociedad romana, que es la suya, participa por igual del apasionamiento, de la contradicción y el pesimismo. Es, ante todo, crudamente real. Apenas muestra rasgos de serenidad y conformismo y es an- tagónica al máximo con los principios del estoicismo tradi- cional. Quizá en razón de este mismo contraste, el autor la pinta de esta manera. Es abigarrada y hasta miserable. Pre- senta una acusada diferencia en sus capas sociales, goberna- das por emperadores con rasgos psicopáticos. Sufre la ausen- cia casi total de una clase media libre y emancipada econó- micamente. Ofrece mayores posibilidades laborales no a aque- llas profesiones capaces de asegurar la producción de los bienes necesarios para el equilibrio económico de la so- ciedad (en consecuencia de lo cual está arruinada y succio- nada por la plaga de los faeneratores o usureros), sino a aque- llos oficios inventados para aumentar el ocio y el placer hasta lo inverosímil. Sus mujeres se han alejado del recato y los valores de la matrona tradicional y prefieren vegetar, ebrias, entre las guirnaldas acariciantes de los banquetes. Los jóve-

especialistas que han estudiado esta preeminencia de la historia como exempla en la obra del filósofo, cierta según ellos. Por su parte, F. PRÉCHAC, «Notes sur Séneque et lJhistoire», en BAGB, IV, 1966, pp. 465-505 prefiere opinar que «Sén&que documente, certes, l'historien par ses écritw.

nes varones han hecho de la sodomía una jactancia. La masa, aquí tanto indefectiblemente patricia como esclava, está con- denada a moverse en una ciudad hinchada por la inmigra- ción y con irresolubles problemas urbanísticos. Panorama ge- neral, en suma, que se acomoda perfectamente al siguiente pensamiento que casi resulta chocante en pluma de Séneca aaliquando insanire iucundum este (De tranq. un. 15, 3), es decir, «de vez en cuando es placentero enloquecer». El cual representa la herencia horaciana de Carm. IV, 12, 28 ss. y que remonta a su vez a la esencia vital de la que supo hacer un arte la elegía griega (17). De tranq. un. 5, 5 decía que aultimum malorum est e vivorum numero exire antequam moriaris», «la mayor de las desgracias es salir del número de los vivos antes de morir». Prescindiendo de su contenido estoico, es una urgencia, una invitación a vivir intensamente. Es preciso dejarse fascinar por la vida, por su plenitud de bienes y desaciertos hasta el máximo. Así hacía la sociedad julioclaudia. Apuraba hasta el límite 10 que estaba en manos del hombre y era negado a los seres irracionales, hasta extremos tan insospechados como aquellos que hicieron de un Hostio Cuadra, v. gr., un ser que excedió la medida racional para penetrar en una patología tan demente como repugnante. Signos de un claro futurismo apuntan también en la sacie- dad romana de Séneca, pues tiene presentes todos los rasgos que después, en tiempo de los Flavios, se popularizaron en modo extremo y han quedado eternos en las plumas de Mar-

(17) He aquí el poema de Horacio

Verum pone moras et studium Más depón la tardanza y el afán [lucri de ganancia / y acuérdate, en lo

nigrorumque memor, dum licet, posible, de la sombría pira / mez- [ignrum. cla a tus decisiones una breve

tnisce stultitiam consiliis brevem: locura / en una ocasión es dul- dulce est desipere in loco. ce perder la cabeza.

cial y Juvenal. Los cuarenta años que separan el testimonio del filósofo del de ambos satíricos, fueron tiempo suficiente para que las particularidades sociales de los años de Claudio y Nerón se hubiesen enquistado con la fuerza de proliferar. Pero proliferar en extensión, no en intensidad. Esto es im- portante. Sobrada muestra de intensidad presentan personas y situaciones en Séneca. Concediendo un margen de disculpa a la exagerada matización de la sátira, nos ha sido muy di- fícil encontrar en Marcial y Juvenal trazos históricos que superen en fuerza a los del filósofo (18).

Si quisiéramos resumir en un boceto la sociedad julio- claudia según Séneca, no habría pinceladas más certeras que aquellas que diesen la imagen de un ocioso miembro de la nobleza tradicional litigando con otro de su mismo peldaño social, pero esta vez novus, posiblemente de origen provin- cial, y seguro emprendedor de un inteligente saneamiento político y económico. O bien, todavía mejor, podríamos di- rigir nuestra mirada a un nuevo rico, sospechosamente de- licatus, mecido por sus catervas de esclavos, posiblemente prestamista, con propiedades ganaderas y una villa de recreo en la obligada Bayas.

Alguien llamó a Séneca esaepe noster». Ante Ia visión del cuadro anterior compuesto por él, Séneca fue un perfec-

(18) Esta ii~tercomunicación entre Séneca y los satíricos es, en síntesis, el argumento de la investigación de K. SCHNEIDER, Juuenal und Seneca, Dis. In. Würzburg, 1930. Simultáneamente a buestra redacción, nos ha llegado el libro de J. GÉRARD, Juvénal et la réalité contemporai- ne, París, 1976. Sólo nos ha sido posible una ojeada que creemos su- ficiente para augurarle una satisfactoria acogida, así como tampoco nos habían defraudado publicaciones precedentes del mismo autor, siem- pre sobre Juvenal y las profesiones corporativas de su época.

to hijo de su tiempo. La sociedad contemporánea constituye en su pluma de rico patricio una terrible denuncia social.

Roma, 1977-Murcia, 1979 ( * )

(*) La Universidad de Murcia, donde nos ha conducido nuestro itinerario profesional tras nuestra etapa romana, nos honra ahora aco- giendo nuestra obra en sus publicaciones. Por razones obvias relaciona- das con el paréntesis transcurrido, la bibliografía moderna que cita- mos y que responde a una selección no ha incorporado los títulos, de posible -interés, surgidos con posterioridad al momento de fechar nues- rro prólogo.

Se observará entre los autores clásicos la presencia de los poetas satíricos Marcial y Juvenal. Aunque no son contemporáneos- de Sé- neca, se han utilizado como fuente comparativa dado que la sociedad romana vista por el filósofo se presenta como pionera de una serie de rasgos vulgarizados después. Razonamiento similar justifica la in- clusión de Tácito, Suetonio y Dión Casio, máxime que dccumentan el armazón histórico. Si se atiende al contenido argumental, la figura de Octavio Augusto está presente en el punto dedicado a los empe- radores, dentro del primer capítulo. Su principado estuvo propiamen- te fuera del caminar unitario de la familia Julio-Claudia. Sin embargo, no podría entenderse el pulso histórico de ésta olvidando el perfil de quien le dio vida. Tampoco Séneca, en razón de su edad, pudo cono- cer directamente muchos de los acontecimientos de dicho principado ni los personajes que los protagonizaron. Pero remitió a fuentes prece- dentes y, con seguridad, a viejos testigos oculares. Así, su juicio sobre Augusto resultó con tanta vivacidad como intención adaptada al pre- sente histórico que le tocó vivir junto a Nerón.