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Interpersonajes 3 Quijotes Y ó Sanchos ¿ 1605-1614-1615 6 Personajes contra el autor Una hipótesis fascinante de lectura nos permite suponer que Don Miguel había leído el manuscrito apócrifo. De cuya lectura aparecen huellas en esta escritura. Don Quijote lee el Quijote. Sancho refuta al autor. Venta Abatido regreso «Llegóse, pues, la hora del cenar, recogióse a su estancia don Quijote, trujo el huésped ¡a olla, asícomo estaba, y sentosea cenar muy de propó- sito. Parece ser que en otro aposento que junto al de don Quijote estaba, que no le dividía más que un sutil tabique, oyó decir don Quijote: -Por vida de vuestra merced, señor don Jerónimo, que en tanto que trae la cena leamos otro capítulo de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha. Apenas oyó su nombre don Quijote, cuando se puso en pie, y con oído alerto escuchó lo que del trataban, y oyó que el tal don Jerónimo referido respondió: -¿Para qué quiere vuestra merced, señor don Juan, que leamos estos disparates? Y el que hubiere leído ¡a primera parte de ¡a historia de don Quijote de ¡a Mancha no es posible que pueda tener gusto en leer esta segunda. -Con todo eso -dijo el don Juan-, será bien leerla, pues no hay libro tan malo, que no tenga alguna cosa buena. Lo que a mí en éste más despla- ce es que pinta a don Quijote ya desenamorado de Dulcinea del Toboso.» ^^ El Quijote: un modelo para armar '

Interpersonajes 3 Quijotes Y ó Sanchos - Universidad Nacional de ... · En el discurso de la cena preguntó don Juan a don Quijote qué nuevas ... en la de una soez labradora transformada.»

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Interpersonajes 3 Quijotes

Y ó Sanchos ¿ 1605-1614-1615

6 Personajes contra el autor Una hipótesis fascinante de lectura nos permite suponer que Don Miguel había leído el manuscrito apócrifo.

De cuya lectura aparecen huellas en esta escritura.

Don Quijote lee el Quijote. Sancho refuta al autor.

Venta Abatido regreso

«Llegóse, pues, la hora del cenar, recogióse a su estancia don Quijote, trujo el huésped ¡a olla, asícomo estaba, y sentosea cenar muy de propó­sito. Parece ser que en otro aposento que junto al de don Quijote estaba, que no le dividía más que un sutil tabique, oyó decir don Quijote: -Por vida de vuestra merced, señor don Jerónimo, que en tanto que trae la cena leamos otro capítulo de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha.

Apenas oyó su nombre don Quijote, cuando se puso en pie, y con oído alerto escuchó lo que del trataban, y oyó que el tal don Jerónimo referido respondió: -¿Para qué quiere vuestra merced, señor don Juan, que leamos estos disparates? Y el que hubiere leído ¡a primera parte de ¡a historia de don Quijote de ¡a Mancha no es posible que pueda tener gusto en leer esta segunda.

-Con todo eso -dijo el don Juan-, será bien leerla, pues no hay libro tan malo, que no tenga alguna cosa buena. Lo que a mí en éste más despla­ce es que pinta a don Quijote ya desenamorado de Dulcinea del Toboso.»

^ ^ El Quijote: un modelo p a r a armar '

Quijote sin d a m a La confrontación de Quijotes y Sanchos (personajes de texto) constituye un multiplicador semántico y un refuerzo de la verosimilitud.

Se trata de la descripción! de una lectura hecha en voz ¿uta por Don Jerónimo. Escucha Don Juan. Ambos opinan. Don Juan enfatiza negativamente en un Qui­jote desamorado. Y en ejercicio de su cordura reprende a Avellaneda, por maldi­ciente, incorrecto e ignorante.

Don Quijote iracundo contra el autor anónimo.

«Qyendo lo cual don Quijote, lleno de ¡ra y de despecho, alzó la voz y dijo: -Quienquiera que dijere que don Quijote de la Mancha ha olvidado, ni puede olvidar, a Dulcinea del Toboso, yo le haré entender con armas igua­les que va muy lejos de la verdad; porque la sin par Dulcinea del Toboso ni puede ser olvidada, ni en don Quijote puede caber olvido: su blasón es la firmeza, y su profesión, el guardarla con suavidad y sin hacerse fuerza alguna.

-¿Quién es el que nos responde? -respondieron del otro aposento. —¿Quién ha de ser —respondió Sancho— sino el mismo don Quijote de la Mancha, que hará bueno cuanto ha dicho, y aun cuanto dijere?; que al buen pagador no le duelen prendas.»

Don Juan. Don Jerónimo, brotan del texto «, \penas hubo dicho esto Sancho, cuando entraron por la puerta de su aposento dos caballeros, que tales lo parecían, y uno de ellos echando los brazos al cuello de don Quijote, le dijo: -Ni vuestra presencia puede desmentir vuestro nombre, ni vuestro nom­bre puede no acreditar vuestra presencia: sin duda, vos, señor, sois el ver­dadero don Quijote de ¡a Mancha, norte y lucero de la andante caballería, a despecho y pesar del que ha querido usurpar vuestro hombre y aniqui­lar vuestras hazañas como lo ha hecho el autor de este libro que aquí os entrego.»

Acusan a Avellaneda de usurpador, (imagen dei Quijote apócrifo) «Y'poniéndole un libro en las manos, que traía su compañero, le tomó

don Quijote, y sin responder palabra, comenzó a hojearle, y de allí a un

poco se le volvió, diciendo:

42 El Quijote: un modelo pa ra armar jltr^

—En esto poco que he visto he hallado tres cosas en este autor dignas de reprehensión. La primera, es algunas palabras que he leído en el prólogo; la otra, que el lenguaje es aragonés, porque tal vez escribe sin artículos, y la tercera, que más le confirma por ignorante, es que yerra y se desvía de la verdad en lo más principal de la historia; porque aquí dice que la mujer de Sancho Panza mi escudero se llama Mari Gutiérrez, y no llama tal, sino Teresa Panza; y quien en esta parte tan principal yerra, bien se podrá temer que yerra en todas las demás de la historia.»

Don Quijote, lector y comentarista mrnediato, cree que la mujer de Sancho no se llama Mari Gutiérrez sino Teresa Panza. Los lectores del siglo XX provistos de texto electrónico pero recordando al barcelonés Riquer, al decimonónico Cejador y lecturas del siglo XVIII acumulan significado, juegan con los nombres propios y aceptan a Teresa Gutiérrez como nombre legal. Asocian a Teresa con María, con los ramos, con los mocos. Resultando Maritornes la contigüidad más enriquecedora.

Debiera llamarse Teresa Cascajo en recuerdo de su padre. Pero su gordura ar­monizaba bien con el apellido de su marido. Nuestro directorio telefónico registra un cuadernillo con el nombre de Juana.

La inexactitud constituye un recurso significante

Historiador mentiroso «A esto dijo Sancho:

-¡Donosa cosa de historiador! ¡Por cierto, bien debe de estar en el cuento de nuestros sucesos, pues llama a Teresa Panza, mi mujer, Mari Gutiérrez! Tome a tomar el libro, señor, y mire si ando yo por ahí y si me ha muda­do el nombre.

-Por lo que he oído hablar, amigo —dijo don Jerónimo—, sin duda debéis de ser Sancho P¿mza, el escudero del señor don Quijote. -Si soy —respondió Sancho—, y me precio dello.

-Pues a fe —dijo el caballero— que no c de elha. este autor moderno con la limpieza que en vuestra persona se muestra: píntaos comedor, y simple, y no nada gracioso, y muy otro del Sancho que en la primera parte de la historia de vuestro amo se describe.

-Dios se ¡o perdone —dijo Sancho—. Dejárarne en mi rincón, sin acordar­se de mí, porque quien las sabe ¡as tañe, y bien se está San Pedro en Roma.»

^ a ^ El Quijote: un modelo p a r a armar

Interrogatorio vulgar, necio y obceno «Los dos caballeros pidieron a don Quijote se pasase a su estancia a cenar con ellos, que bien sabían que en aquella venta no había cosas pertene­cientes para su persona. Don Quijote, que siempre fue comedido, condecendió con su demanda y cenó con ellos. En el discurso de la cena preguntó don Juan a don Quijote qué nuevas tenía de la señora Dulcinea del Toboso: si se había casado, si estaba parida o preñada, o si, estando en su entereza, se acordaba -guardando su ho­nestidad y buen decoro- de los amorosos pensamientos del señor don Quijote. A lo cjue él respondió:

-Dulcinea se está entera, y mis pensamientos, más firmes que nunca; ¡as correspondencias, en su sequedad antigua; su hermosura, en la de una soez labradora transformada.»

Don Quijote narrador retrocede y repite ¿¿Y luego les fue contando punto por punto el encanto de ¡a señora Dulcinea, y lo que había sucedido en la cueva de Montesinos, con la orden que el sabio Merlín le había dado para desencantarla, que fue la de los azotes de Sancho.

Sumo fue ¡extraños to que los dos caballeros recibieron de oír contar a don Quijote los estraños sucesos de su historia, y así quedaron admirados de sus disparates como del elegante modo con que los contaba. Aquí le te­nían por discreto, y? allí se les deslizaba por mentecato, sin saber determi­narse qué grado ¡e darían entre ¡a discreción y la locura.»

Ni borracho, ni comilón: gracioso «Quedóse Sandio con la olla con mero mixto imperio; sentóse en cabecera de mesa, y con él el ventero, que no menos que Sancho estaba de sus manos y de sus uñas aficionado.

Acabó de cenar Sancho, y dejando hecho equis al ventero, se pasó a ¡a estancia de su amo, y en entrando de este libro que vuestras mercedes tienen -Que me maten, señores, si el autor deste libro que vuestras mercedes tienen quiere que no comamos buenas migas juntos; yro querría que ya que me llama comilón, como vuestras mercedes dicen, no me llamase también borracho.

-Sí llama -dijo don Jerónimo-; pero no me acuerdo en qué manera, aun­que sé que son malsonantes las razones, y además, mentirosas, según yo

El Quijote: un modelo pa ra armar JP-*

echo de ver en la fisonomía del buen Sancho que está presente. -Créanme vuesas mercedes -dijo Sancho- que el Sancho y el don Quijote de esa historia deben de ser otros que los que andan en aquella que com­puso Cide fíamete Benengeli, que somos nosotros: mi amo, valiente, dis­creto y enamorado; y yo, simple gracioso, y no comedor ni borradlo. -Yo asilo creo -dijo don Juan-; y si fuera posible, se había de mandar que ninguno fuera osado a tratar de las cosas del gran don Quijote, si no fuese Cide líamete su primer autor, bien así como mandó Alejandro que ningu­no fuese osado a retratarle sino Apeles.

-Retráteme e¡ que quisiere -dijo don Quijote-, pero no me maltrate; que muchas veces suele caerse la paciencia cuando la cargan de injurias. -Ninguna -dijo don Juan- se le puede hacer al señor don Quijote de quien é¡ no se pueda vengar, si no ¡a repara en el escudo de su paciencia, que, a mi parecer, es fuerte y grande.»

Cide Hamete. Y platican toda la noche sobre el texto que los contiene

Los personajes defienden al autor ficticio: Cid Hamete. Y platican toda la noche sobre el texto que los contiene

«En estas y otms phíticas se pasó gran parte de ¡a noche; y aunque don Juan quisiera que don Quijote leyera más del libro, por ver lo que discantaba, no lo pudieron acabar con él, diciendo que él ¡o daba por leído y lo confirmaba por todo necio, y que no quería, si acaso llegase a noticia de su autor que le había tenido en sus manos, se alegrase con pensar que le había leído; pues de las cosas obscenas y torpes, los pensamientos se han de apartar, cuanto más los ojos.»

Desviar la ruta de Zaragoza «Preguntáronle que adonde llevaba determinado su viaje. Respondió que a Zaragoza, a hallarse en las justas del arnés, que en aquella ciudad suelen hacerse todos los años. Díjole don Juan que aqueüa nueva historia conta­ba cómo don Quijote, sea quien se quisiere, se había hadado en ella en una sortija, falta de invención, pobre de letras, pobrísima de libreas, aunque rica de simplicidades.

—Por el mismo caso —respondió don Quijote— no pondré los pies en Zaragoza, y así sacaré a la plaza del mundo la mentira dése historiador moderno, y echarán de ver ¡as gentes cómo yo no soy el don Quijote que é¡ dice.

^ \ _ El Quijote: un modeío p a r a armar s

—Hará muy bien —dijo don Jerónimo—; y otras justas hay en Barcelo­na, donde podrá el señor don Quijote mostrar su valor. —Así lo pienso hacer —dijo don Quijote—; y vuesas mercedes me den licencia, pues ya es hora para irme al lecho, y me tengan y pongan en el número de sus mayores amigos y servidores. —Ya mí también —dijo Sancho—; quizá seré bueno para algo. Con esto, se despidieron, y don Quijote y Sancho se retiraron a su aposen­to, dejando a don Juan y a don Jerónimo admirados de ver la mezcla que había hecho de su discreción y de su locura, y verdaderamente creyeron que éstos eran los verdaderos don Quijote y Sancho, y no los que describía su autor aragonés.» II, L1X

Esta armadura presenta un lector-personaje, que lee en voz alta El Quijote para otro personaje-escucha y participa de la lectura Don Quijote y Sancho, hospedados en el aposento contiguo, tabique de por medio.

El fenómeno de la lectura que trasciende del Quijote se realiza en voz ¿lita. Pero el texto pertenece también a la era de la imprenta y rpor consiguiente también a la lectura solitaria y muda.

Las funciones que la época burguesa asigna a los lectores aparecen restringidas: comprar, acumular y exhibir.

La lectura practicada no permite que el lector interfiera con el texto. Interferencia cjue el Quijote-lector s í practica. El metatexto tiene su lugar y su valor preasignados.

La lectura consume, acepta, repite. Ni el texto impreso, ni la institución, cuentan con él. Mucho menos, estimulan o permiten su participación que en todo caso reglamenta.

Nuestro proyecto participativo pide a la cultura impresa integrar sin discriminación al texto leído el metatexto del lector.

Las tragedias, las comedias y Homero, manuscritos, eran leídos en voz alta por el esclavo y la copia en papiro era única. La lectura romana agregó la batuta para marcar la musicalidad. La Edad Media recluyó el texto en cl escritorio del copista. Cristianizó el significado y privilegio al maestro y a la au to r idad posesores del p e r g a m i n o y el saber. Para una hermenéutica exclusiva y prevista.

El Quijote: un modelo p a r a armar J r ^

Cambio de ruta

«Era fresca la mañana, y daba muestras de serlo asi mismo el día en que don Quijote salió de la venta, informándose primero cuál era el más derecho camino ¡jara ir a Barcelona sin tocar en Zaragoza: tal era el deseo que tenía de sacar mentiroso aquel nuevo historiador que tanto decían que le vituperaba.» II. LX

Luego de escuchar que su doble ya había participado en las justas de Zaragoza, el verdadero Quijote escogió "el más derecho camino para ir a Barcelona", contradi­ciendo al autor anónimo, negándole su calidad de historiador y afirmando su autenticidad. La inventiva aparece como rasgo predominante de esta historia. Ima­ginación recursiva, excesiva. Las aventuras, el número de personajes, las intercalaciones, aparecen como un contenido desbordante que confiere al signifi­cante rasgos grotescos.

"•A, El Quijote: un modelo p a r a armar

El lector contacta una verdad que se está produciendo, que esta escritura le propone descubrir, cuya interpretación depende de las condiciones del enunciado y de la enunciación. Verdad refractada según los autores, la clase de lectores, los personajes, las partes, los paratextos o la narración, a distancia de la objetividad comprobable y de la verdad como adecuación (autoridad, orden, canon hermenéutico).

El número de interpretaciones puede ser finito pero el lector contextúa! aparece expresamente invitado a participar en la construcción de sentido, encareciendo su libertad.

Las lecturas tópicas proponen evidencias que el texto sólo ofrece como proble­máticas.

Nuestros fragmentos ofrecen el descubrimiento como verdad. Y ésta aparece como resultado de tensiones entre tiempos contradictorios, discursos contrapues­tos, niveles diferentes. Esta escritura crea, controvierte, exagera, ironiza, parodia, adultera, plagia, anacroniza, imita. Maneja contradictoriamente la identidad.

II, LX

48 El Quijote: un modelo pa ra armar j&O

Locura Cordura

En su continuación Avellaneda acometió la V Parte y 3a. salida. El narrador de ¡a hoy llamada I parte del Quijote auténtico de 1605,

concibió las aventuras del hidalgo caballero organizadas en cuatro partes.

Un plan compositivo olvidado en 1615 que retuvo Avellaneda, llamando quinta parte a su continuación.

La primera parte del antiguo plan comprendía del capítulo I al VIH. Expresamente el capítulo IX lleva el título: Segunda parte del ingenioso

hidalgo don Quijote de la Mancha. Un narrador en plural introduce la ficción de la traducción (original

árabe de Cide Hamete Benengeli traducido por un moro del mercado de Toledo).

La III parte comprende del capítulo XV al capítulo XXVIII. La IV par te comprende del capítulo XXIX al LU. En la primera salida regresó don Quijote desde la venta por camisas

limpias, dinero y escudero, aconsejado por el ventero. Capítulos IV y V.

La segunda vez regresó enjaulado y escoltado por el cura y el barbero. Capítulo LU.

La II parte de 1614 y 1615 describen la tercera salida. Avellaneda lo recordó en subtítulo.

^•J^ El Quijote: un modelo p a r a c

Cordura C^nrirKzirJrTrl ir r r r l m i r r r r , í r \ n V / M l l V I u I l M V r l V t Y V ^ . V u l l l ^ l l \ u l \ u l ^ / J . i

«Diole g¿ma a don Quijote de jiasear la ciudad a la llana y a pie, temiendo que si iba a caballo le habían de perseguir los muchachos, y así, él y Sancho, con otros dos criados que don Antonio le dio, salieron a pasearse. Sucedió, pues, que yendo por una calle, alzó los ojos don Quijote, y vio escrito sobre una puerta, con letras muy grandes: Aquí se imprimen li­bros; de lo que se contentó mucho, porque hasta entonces no había visto imprenta alguna, y deseaba saber como fuese. Entró dentro, con todo su acompañamiento, y vio tirar en una parte, corregir en otra, componer en ésta, enmendar en aquella, y, finalmente, toda aquella máquina que en las imprentas grandes se muestran. Llegábase don Quijote a un cajón y preguntaba qué era aquello que allí se hacía; dábanle cuenta los oficiales; admirábase, y ¡'asaba adelante.»

Erudición y traducción. Bagatelas «Llegó en ot ras a uno, y preguntóle qué era lo que hacía. El oficia! le respondió: -Señor, este caballero que aquí está -y enseñóle a un hombre de muy buen talle y parecer y de alguna gravedad-ha traducido un libro toscano en nuestra lengua castellana, y estoyle yo componiendo, para darle a la estampa.

-¿Clué título tiene el libro? -preguntó don Quijote. A lo que cl autor respondió: -Señor, el libro, en toscano, se llama Le Págatele.

-Y ¿qué responde le hágatele en nuestro castellano? -preguntó don Quijote. -Le hágatele -dijo el autor- es como si en castellano dijésemos los jugue­tes; y aunque este libro es en el nombre humilde, contiene y encierra en sí cosas muy buenas y sustanciales.»

Estancias en toscano y piñatas ¿¿-Yo -dijo don Quijote- sé algún t¿mto de el toscano, y me precio de can­

tar algunas estancias del Arioslo. Pero dígame vuestra merced, señor mío,

so El Quijote: un modelo p a r a armar J P ^

y no digo esto porque quiero examinar el ingenio de vuestra merced, sino por curiosidad no más: ¿ha hallado en su escritura alguna vez nombrar piñata? -Si, muchas veces -respondió el autor.

-Y ¿cómo ¡a traduce vuestra merced en castellano? -preguntó don Quijote. -¿Cómo la había de traducir -replicó el autor-, sino diciendo olla? -¡Cuerpo de tal -dijo don Quijote-, y qué adelante está vuestra merced en el toscano idioma! Yo apostaré una buena apuesta que adonde diga en el toscano piace, dice vuestra merced en el castellano place; y adonde diga piü, dice más, y el su declara con arriba, y el giü con abajo. -Sí declaro, por cierto -dijo el autor-, porque ésas son sus propias corres­pondencias.»

Cosas peores que traducir pueden hacer los hombres «-Osaré yo jurar -dijo don Quijote- que no es vuestra merced conocido en el mundo, enemigo siemjire de premiar los floridos ingenios ni los loables trabajos. ¡Qué de habilidades hay perdidas por ahí! ¡Qué de ingenios arrin­conados! ¡Qué de virtudes menospreciadas! Pero, con todo esto, me parece

^ V . El Quijote: un modelo pa ra í

que el traducir de una lengua en otra, como no sea de ¡as reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices ñamencos por el revés, que aunque se vean las figuras, son llenas de hilos que las oscure­cen, y no se ven con la lisura y tez de la haz; y el traducir de lenguas fáciles, ni arguye ingenio ni elocución, como no le arguye el que traslada ni el que copia un papel de otro papel. Y no por esto quiero inferir que no sea loable este ejercicio del traducir; porque en otras cosas peores se podría ocupar el hombre, y' que menos provecho le trajesen.»

Sin provecho nada vale la fama «Pero dígame vuestra merced: este libro ¿imprímisepor su cuenta, o tiene ya vendido el privilegio a algún librero?

-Por mi cuenta lo imprimo -respondió el autor-, y pienso ganar mil du­cados, por lo menos, con esta primera impresión, que ha de ser de dos mil cuerpos, y se han de despachar a seis reales cada uno, en daca las pajas. -¡Bien está vuestra merced en la cuenta! -respondió don Quijote-. Bien parece que no sabe las entradas y salidas de los impresores, y las corres­pondencias que hay de unos a otros. Yo le prometo que cuando se vea cargado de dos mil cuerpos de libros, vea tan molido su cuerpo, que se espante, y más si el libro es un ¡JOCO ¿nieso y no nada picante. -Pues ¿qué? -dijo cl autor-. ¿Quiere vuestra merced que se lo dé a un librero, que me dé jjor el privilegio tres maravedís, y aún ¡ñensa que me hace merced en dármelos? Yo no imprimo mis libros para alcanzar fama en el mundo, que ya en él soy conocido por mis obras; provecho quiero; que sin él no vale un cuatrín la buena fama.»

Un doble impertinente «Pasó adelante y vio que así mismo estaban corrigiendo otro libro; y pre­guntando su título, le resjiondieron que se llamaba la Segunda parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal, veci­no de Tordesillas.

—Ya yo tengo noticia de este libro —dijo don Quijote—, y en verdad y en mi conciencia que pensé que ya estaba quemado y hecho polvos, por im-pertinente; pero su San Martín se le llegará, como a cada puerco; que las historias fingidas tanto tienen de buenas y de deleitables cuanto se llegan a la verdad o la semejanza de ella, y las verdaderas, tanto son mejores cuanto son más verdaderas.» II, LXII

52 El Quijote: un modelo pa ra armar J P J

Altisodora representa

«Altisidora —en la opinión de don Quijote, vuelta de muerte a vida—, si­guiendo el humor de sus señores, coronada, con la misma guirnalda que en el túmulo tenía, y vestida una tunicela de tafetán blanco, sembrada de flores de oro, y sueltos los cabellos por ¡as espaldas, arrimada a un báculo de negro y finísimo ébano, entró en ei aposento de don Quijote; con cuya presencia tur­bado y confuso, se encogió y cubrió casi todo con las sábanas y colchas de la cama, muda la lengua, sin que acertase a hacerle cortesía ninguna. Sentóse Altisidora en una silla, junto a su cabecera, y después de haber dado un gran suspiro, con voz tierna y debilitada le dijo: —Cuando las mujeres principales y las recatadas doncellas atrepellan por la honra, y dan licencia a la lengua que rompa por todo inconveniente, dando noticia en público de los secretos que su corazón encierra, en estrecho térmi­no se hallan. Yo, señor don Quijote de ¡a Mancha, soy una de éstas, apretada, vencida y enamorada; pero, con todo esto, sufrida y honesta; tanto, que por serlo tanto, reventó mi alma por mi silencio y perdí la vida. Dos días ha que la consideración del rigor con que me has tratado, ¡Oh más duro que mármol a mis quejas, empedernido caballero!, he estado muerta, o, a lo menos, juz­gada por tal de los que me han visto; y si no fuera porque el Amor, condo­liéndose de mí, depositó mi remedio en los martirios de este buen escudero, allá me quedara en el otro mundo. —Bien pudiera el Amor —dijo Sancho— dejmsitarlos en los de mi ¿isno; que yo se lo agradeciera. Pero dígame, señora, así el cielo la acomode con otro más blando aimmte que mi amo: ¿qué es lo que vio en el otro mundo? ¿Qué hay en el infierno? Porque quien muere desesperado, por fuerza ha de tener aquel paradero.»

2 4 m a m o n a s , 12pellizcos. 6altilerazos «-La verdad que os diga -respondió Altisidora , yo no debí de morir del

todo, pues no entré en el infierno; que si allá entrara, una por una no

**^C El Quijote: un modelo pa ra armar

pudiera salir de él, aunque quisiera. La verdad es (jue llegué a la puerta, adonde estaban jugando hasta una docena de diablos a la pelota, todos en calzas y en jubón, con valonas guarnecidas con puntas de randas flamen­cas, y con unas vueltas de lo mismo, que les servían de puños, con cuatro dedos de brazo de fuera, porque pareciesen las manos más largas; en las cuales tenían unas palas de fuego; y lo que más me admiró fue que les servían, en lugar de pelotas, libros, al parecer, llenos de viento y de borra, cosa maravillosa y nueva; pero esto no me admiró tanto como el ver que, siendo natural de los jugadores el alegrarse ¡os gananciosos y entristecerse los que pierden, allí en aquel juego todos gruñían, todos regañaban y todos se maldecían.

-Eso no es maravilla -respondió Sancho-; porque los diablos, jueguen o no jueguen, nunca pueden estar contentos, ganen o no ganen. -Así debe de ser -respondió Altisidora-; mas hay otra cosa que también me admira, quiero decir me admiró entonces, y fue que ai primer voleo no quedaba pelota en pie, ni de provecho para servir otra vez; y así, menudeaban libros nuevos y viejos, que era una maravilla.» II, LXX

Maltrato deintro El narrador vehicula la farsa como fragmento Iúdico de la fiesta ducal.

El personaje narrativo aparece como criada del duque y la duquesa. El perso­naje teatral como doncella enamorada y muerta eme regresa del infierno al túmu­lo.

Contactamos 12 diablos descontentos pero el rasgo focal del infierno aparece el maltrato del libro.

El sistema de la descripción nos permite acceder a la escenografía, al espacio y al tiempo teatrales.

Una locura jocosa contamina a los duques y a la servidumbre. En la composi­ción de esta lectura el leyente-espectador ha retenido a Ginesillo de la Parapilla, la Compañía de Ángulo el Malo y la carreta de la muerte.

El tema del umbral «ad portam» proviene del medioevo y remite a la inútil espera del acceso a la ley en Kafka. Con cuyo insecto, Gregorio Samsa, tendremos ocasión de relacionar a Don Quijote, loco ya y ridículo pero aún heroico.

El Quijote: un modelo pa ra armar JP-^

Papirotazos «A uno de ellos, nuevo, flamante y bien encuadernado, le dieron un papirota­

zo, que le sacaron las tripas y le esparcieron las hojas. Dijo un diablo a otro: -«Mirad qué libro es ése.» Y el diablo le respondió: -«Ésta es la segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha, no compuesta por Cide Hamete, su primer autor, sino por un aragonés, que él dice ser natural de Tordesillas.» -«Quitádmele de ahí», respodió el otro diablo, «y metedle en los abismos del infierno: no le vean más mis ojos». -«¿Tan malo es?», respondió el otro. «Tan malo», replicó el prime­ro, «que si de propósito yo mismo me pusiera a hacerle peor, no acertara». Prosi­guieron su juego, peloteando otros libros, y yo, por haber oído nombrar a don Quijote, a quien tanto adamo y quiero, procuré que se me quedase en la memoria esta visión.

-Visión debió de ser, sin duda -dijo don Quijote-, porque no hay otro yo en el mundo, y ya esa historia anda por acá de mano en mano; pero no para en ningu­na, porque todos la dan del pie. Yo no me he alterado en oír cjue ando como cuerpo fantástico por las tinieblas del abismo, ni por la claridad de la tierra, porque no soy aquel de quien esa historia trata. Si ella fuere buena, fiel y verdadera, tendrá siglos de vida; pero si fuere mala, de su parto a la sepultura no será muy largo el camino.» II, 70

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t ^ k . El Quijote: un modelo pa ra armar

Abatido

«Alojáronle en una sala baja, a quien servían de guadameciles unas sargas viejas pintadas, como se usan en las aldeas. En una de ellas estaba juntada de malísima mano el robo de Elena, cuando el atrevido huésped se la llevó a Menelao, y en otra estaba la historia de Dido y de Eneas, ella sobre una alta torre, como que hacía de señas con una media Siíbana al fugitivo huésped, que por el mar, sobre una fragata o bergan­tín, se iba huyendo.

Notó en las dos historias que Elena no iba de muy mala gana, porque se reía a socapa y a lo socarrón; pero la hermosa Dido mostraba verter lágrimas del tamaño de nueces por los ojos. Viendo lo cual don Quijote, dijo:

-Estas dos señoras fueron desdichadísimas, por no haber nacido en esta edad, y yo sobre todos desdichado en no haber nacido en la suya: encontrara a estos señores, ni fuera abrasada Troya, ni Cartago destrui­da, pues con sólo que yo matara a París se excusaran tantas desgracias. -Yo apostaré -dijo Sancho- que antes de mucho tiemjjo no ha de haber bodegón, venta ni mesón, o tienda de barbero, donde no ande pintada la historia de nuestras hazañas. Pero querría yo que la pintasen manos de otro mejor pintor que el que ha pintado a éstas.

-Tienes razón, Sancho -dijo don Quijote-, porque este ¡nnlor es como Orbaneja, un pintor que estaba en Úbeda; que cuando le preguntaban qué pintaba, respondía: «Lo que saliere»; y si por ventura pintaba un gallo, escribía debajo: «Este es g¿illo», porque no pensasen que era zorra. De esta manera me parece a mí, Sancho, que debe de ser el pintor o escritor, que todo es uno, cjue sacó a luz la historia de este nuevo don Quijote que ha salido; que pintó o escribió ¡o cjue saliere.» II, 1XXI

El Quijote: un modelo pa ra armar / ^

Redundancia

Frecuentes repeticiones, con funciones semánticas, cuya recuperación está deman­dando al lector contextual una estrategia significante de lectura.

La cita en latín del libro de Job que ciñe el escudo del impresor la repite el texto. La sinonimia constituye un rasgo del discurso (varios adjetivos, sustantivos, ver­bos). El tema de la literatura contra la literatura recorre el texto y el paratexto. Aquí pintura y escritura las identifica Sancho alrededor de Orbaneja ,un pintor ya mencionado que acompañaba el icono de un texto explicativo.

^ ^ El Quijote: un modelo p a r a c

Don Alvaro Tarfe Qmerrre

De la pag ina Encantamiento «Llegó en esto al mesón un caminante a caballo, con tres o cuatro criados,

uno de los cuales dijo al que el señor de ellos parecía: -Aquípuede vuestra merced, señor don Alvaro Tarfe, ¡jasar hoy la siesta: la posada parece limpia y fresca.

Oyendo esto don Quijote, le dijo a Sancho:

-Mira, Sancho: cuando yo hojeé aquel ibro de la segunda parte de mi historia, me parece que de ¡jasada topé allí este nombre de don Alvaro Tarfe.

-Bien podrá ser -resjjondió Sancho-. Dejémosle apear; que después se lo jjreguntaremos.

El caballero se apeó, y, frontero del aposento de don Quijote, la huéspeda le dio una sala, enjaezada con otras pint¿idas sargas, como las que tenía la estancia de don Quijote. Púsose el recién venido caballero a lo de verano, y saliéndose ¿il portal del mesón, que era esjiacioso y fresco, j)or el cual se paseaba don Quijote, le preguntó: -¿Adonde bueno camina vuestra merced, señor gentilhombre? Y don Quijote le respondió: A una aldea que está aquí cerca, de donde soy natural. Y vuestra merced,

¿dónde camina? -Yo, señor -respondió el caballero-, voy/ a Granada, que es mi patria.

-¡Y buena patria! -replicó don Quijote-. Pero dígame vuestra merced, por cortesía, su nombre; porque ¡ne parece que me ha de importar saberlo más de lo que buenamente podré decir. _Mi nombre es don Alvaro Tarfe -respondió el huésped. A lo que replicó don Quijote: -Sin duda alguna pienso que vuestra merced debe de ser aquel don Alvaro Tarfe que anda impreso en la segunda ¡jarte de la Historia de don Quijote

de la Mancha, recién impresa y dada a la luz del mundo por un autor

moderno. -El mismo soy-' -respondió el caballero-, y el tal don Quijote, sujeto prin-

El Quijote: un modelo pa ra armar Jr**

cipal de la tal historia, fue grandísimo amigo mío, y yo fui el que le sacó de su tierra, o, a lo menos, le moví a que viniese a unas justas que se hacían en Zaragoza, adonde yo ¡ba; y en verdad en verdad que le hice muclws amistades y que le quité de que no le palmease las espaldas el verdugo, por ser demasiadamente atrevido.» II, LXXII

Verdadero D o n Quijote Y dígame vuestra merced, señor don Alvaro, ¿parezco yo en algo a ese

tal don Quijote que vuestra merced dice? No, por cierto -respondió el huésped : en ninguna manera.

-Y ese don Quijote -dijo el nuestro-, ¿traía consigo a un escudero llamado Sancho Panza?

-Si traía -respondió don Alvaro-; y aunque tenía fama de muy gracioso, nunca le oí decir gracia que la tuviese.» II, LXXII

Verdadero S a n c h o -Eso creo yo muy bien -dijo a esta sazón Sancho-, ¡jorque el decir graci¿is no es para todos, y ese Sancho que vuestra merced dice, señor gentilhom­bre, debe de ser algún grandísimo bellaco, frión y ladrón juntamente; que el verdadero Sancho Panza soy yo, que tengo más gracias que llovidas; y si no, haga vuestra merced ¡a experiencia, y ándese tras de mí, por lo menos un año, y verá que se me caen a cada paso, y tales y tantas, que sin s¿iber yo ¡as más veces lo que me digo, bago reír a cuantos me escuchan;

Certificación de autenticidad entre personajes,

y el verdadero don Quijote de la Mancha, el famoso, el valiente y el discre­to, el enamorado, el deshacedor de agravios, el tutor de pupilos y huérfa­nos, el ¿imparo de las viudas, el matador de las doncellas, el que tiene por única señora a la sin par Dulcinea del Toboso, es este señor que está pre­sente, que es mi amo; todo cualquier otro don Quijote y cualquier otro Sancho Panza es burlería y cosa de sueño.» II, LXXII ¿(-¡Por Dios que lo creo -respondió don Alvaro-, porque más gracias habéis dicho vos, amigo, en cuatro razones que habéis hablado que el otro San­cho Panza en cuantas yo le oí hablar, que fueron muchas! Más tenía de comilón que de bien hablado, y más de tonto que de gracioso, y tengo por

^*V El Quijote: un modelo pora armar 59

sin duda que los encantadores que persiguen a don Quijote el bueno han querido perseguirme a mí con don Quijote el malo. Pero no sé qué me diga: que osaré yo jurar que le dejo metido en la casa del Nuncio, en Toledo, para que le curen, y ahora remanece aquí otro don Quijote, aun­que bien diferente del mío.» II, LXXII

ínter texto El Quijote apócrifo termina e n el m a n i c o m i o

Capítulo treinta y seis y último. «De cómo nuestro buen caballero don Quijote de la Mancha fue llevado a Toledo por don .Alvaro Tarfe, y puesto allí en prisiones en la casa del Nuncio, para que se procurase su cura.»

Autocertifícación ¿(-Yo -dijo don Quijote- no sé si soy bueno; pero sé decir que no soy el malo; para prueba de lo cual quiero que sepa vuestra merced, mi señor don Alvaro Tarfe, que en todos los días de mi vida no he estado en Zara­goza; ante, por haberme dicho que ese don Quijote fantástico se había hallado en las justas de esa ciudad, no quise yo entrar en ella, por s¿icar a las barbas del mundo su mentira; y así, me pasé de claro a Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de ¡os pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única. Y aunque los sucesos que en ella me han sucedido no son de mucho gusto, sino de mucha pesa­dumbre, los llevo sin ella, sólo por haberla visto, finalmente, señor don Alvaro Tarfe, yo soy don Quijote de la Mancha, el mismo que dice la fama, y • no ese desventurado que ha querido usurpar mi nombre y hon­rarse con mis pensamientos. A vuestra merced suplico, por lo que debe a ser caballero, sea servido de hacer una declaración ante el alcalde de este lugar, de que vuestra merced no me ha visto en todos los días de su vida hasta ahora, y de que yo no soy el don Quijote impreso en la segunda parte, ni este Sancho Panza mi escudero es aquel que vuestra merced co­noció.

-Eso haré yo de muy buena gana respondió don Alvaro-, puesto que cause admiración ver dos don Quijotes y dos Sanchos a un mismo tiem-

eo El Quijote: un modelo p a r a armar J f®

po, tan conformes en los nombres como diferentes en las acciones; y vuel­vo a decir y me afirmo que no he visto lo que he visto ni ha pasado por mí lo que ha pasado.

-Sin duda -dijo Sancho- que vuestra merced debe de estar encantado, como mi señora Dulcinea del Toboso, y pluguiera al cielo que estuviera su

desencanto de vuestra merced en darme otros tres mil y tantos azotes como me doy por ella, que yo me los diera sin interés alguno. No entiendo eso de azotes dijo don Alvaro. Y Sancho le respondió que era largo de contar; pero que él se lo contaría si acaso ib¿m a un mismo camino.» II, LXXII

Certificación del alcalde «Llegóse en esto ¡a hora de comer; comieron juntos don Quijote y don Alvaro. Entró acaso el alcalde del pueblo en el mesón, con un escribano, ante el cual alcalde pidió don Quijote, por una petición, de que a su dere­cho convenía de que don Alvaro Tarfe, aquel c¿iballero que allí estaba presente, declarase ante su merced como no conocía a don Quijote de la Mancha, que asimismo estaba allí presente, y que no era aquel que anda­ba impresoen una historia intitulada: Segunda parte de don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal de Avellaneda, natural de Tordesillas. Fi­nalmente, el alcalde proveyó jurídicamente; la declaración se hizo con to­das las fuerzas que en tales casos debían hacerse; con lo que quedaron don Quijote y Sancho muy alegres, como si les importara mucho semejante declaración y no mostrara claro ¡a diferencia de los dos don Quijotes y la de los dos Sanchos sus obras y sus palabras. Muchas de cortesías y ofre­cimientos pasaron entre don Alvaro y don Quijote, en las cuales mostró el gran rnanchego su discreción, de modo que desengañó a don Alvaro Tarfe del error en que estaba; el cual se dio a entender que debía de estar encan­tado, pues tocaba con la mano dos tan contrarios don Quijotes.» II, LXXII

®ik, EJ Quijote: un modelo pora armar 61

Alonso Quijano, cuerdo

«-ítem, mando toda mi hacienda, a puerta cerrada, a Antonia Quijana, mi sobrina, que está presente, habiendo sacado primero de lo más bien parado de ella lo que fuere menester para cumplir las mandas que dejo hechas; y la primera s¿itisfaccíón que se haga quiero que sea pagar el salario que debo del tiempo que mi ama me ha servido, y más veinte ducados ¡jara un vestido. Dejo por mis albaceas ¿ú señor cura y al señor bachiller Sansón Carrasco, que están presentes.» II, LXXIV

Antiliteratura y d i s p a r a t e s

«-ítem, es mi voluntad que si /Xntonia Quijana, mi sobrina, quisiere casarse, se case con hombre de quien primero se haya hecho informa­ción que no sabe qué cosas sean libros de caballerías; y en caso que se averiguare que lo sabe, y, con todo eso, mi sobrina quisiere casarse con él, y se casare, jjierda todo lo que le he mandado, lo cual puedan mis albaceas distribuir en obras pí¿is, a su voluntad. -ítem, suplico a los dichos señores mis albaceas que si la buena suerte les trajere a conocer al autor que dicen que compuso una historia que anda por ahí con el título de Segunda parte de las hazañas de don Quijote de la Mancha, de mi parte le pidan, cuan encarecidamente ser pueda, perdone la ocasión que sin yo pensarlo le di de haber escrito tantos y tan grandes disparates como en ella escribe; porque parto de esta vida con escrúpulo de haberle dado motivo para escribirlos.» II, LXXIV

La locura de Don Quijote significa en oposición a la coi'dura de Sancho. Disparate

caballeresco y adaptación ingenua. Insuficiencia semántica en cada nivel. La con­

tradicción significante motiva la fábula protagónica.

El autor contextual, enfermo y sin dinero languidecía pero parecía cuerdo. Los

disparates los ejecuta Don Quijote, mezclándolos con un discurso cuerdo. Y tam­

bién Sancho disparala.

62 El Quijote: un modelo p a r a armar J &

La vida del Quijote aprócrifo concluye en un manicomio de Toledo (casa del nuncio).

El discurso de Sancho utiliza el refrán. La locura de Don Quijote aparece como una estrategia literaria semánticamente ultraproductiva, de insuficiencias, finitudes, limitaciones, carencias, contradicciones.

La anomalía de este discurso se refiere a este sentido, no a la normatividad gramatical. Este texto ha sido propuesto como paradigma idiomático.

Esta escritura se dirige contra la literatura: antinovela, antitexto. Enunciación irónica que incluye la poesía. (Égloga I, verso 51. Garcilaso.)

*-*\. El Quijote: un modelo pa ra armar 63

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Hubo un lector contextual contemporáneo de esta escritura cuyro indicio lo representa Don Quijote, lector textual del Quijote.

Por supuesto, nosotros lectores actuales percibimos esta escritura de una manera m u y diferente.

El lector que el autor implícito invoca, debe disfrutar de ocio y competencia. Nuestro modelo presenta a Don Alvaro Tarfe leyendo en voz alta el Quijote

y a Don Quijote escuchando. Personaje auténtico y apócrifo, enfrentados. El autor invoca también al lector maldiciente y camorrero y a todos les

concede libertad de interpretación. El narrador respondió a los lectores de la época pero nosotros lectores actuales

ya no tenemos ni al autor ni al narrador para que responda acerca de

nuestra lectura imposible. Codificar y' decodificar parecen las dos operaciones pertinentes. Desde un archivo imaginario (memoria), autor, nar rador e impresor,

configuraron nuestro texto, cuya escritura, la imprenta señala de nuevo, con variantes, supresiones, correcciones, para un receptor, para un

destinatario, cuyo éxito depende de su destreza en percibir mensajes

literarios. Y nuestro modelo supone un texto ilegible. Adeimís del ruido se superponen e imbrican los códigos: lingüístico,

metalingüístico, interlingüístico, narratológico, poético. La ignorancia del código limita la operación semántica, hermenéutica e

interpretativa.

64 El Quijote: un modelo pa ra armar J**^

El narrador en Ia persona ("de cuyo nombre no quiero acordarme") interrumpe su historia y apela al lector desocupado o justifica su discurso milesio.

La sucesión tampoco es rigurosa: el narrador retrocede o prospecta.

Estfibleciendo anacronías y acronías significantes. Y nuestro paradigma sugie­re considerar el texto como un mecanismo significante productor de sentido. Mecanosema. Divertiraento. Risas y lágrimas. Función lúdica.

La competencia narrativa alude a la técnica y habilidad en su manejo.

Recordemos que la narratología ha puesto en circulación y en relación con la lectura la neoperspectica del ensamblaje.

El lector elige el punto de vista (la evidencia ciega, la ilegibilidad) y diseña su ruta, (sin tocar a Zaragoza pero visitando la imprenta de Barcelona), visualizando El Quijote dentro del Quijote.

Y sin perder de vista el conjunto, acepta su fragmento, lo integra, aspirando al efímero eterno. Hemos mencionado la ilegibilidad (caja china de plomo), la paro­dia (aporía deconstructora), la ironía (enunciación y enunciado problemáticos), el contexto, la intercalación, la literatura dentro de la literatura. Don Quijote leyen­do El Quijote.

® V El Quijote: un modelo p a r a armar

Bibliqgnosis Provenientes de la selva húmeda, del eje cafetero y el altiplano chibcha, 34 lectores han aceptado la tarea de recuperar estos legajos borrosos. Tan aceptado distraerse momentáneamente de la ciencia.

Clase media en proceso urbanizativo, de raza blanca, indígena, negra y mesti­za. Jóvenes hijos de inmigrantes o añejos, todos comprometidos en la traducción del romance castellano al guachinango con la ayuda de Cuervo, Nebrija, el bueno de Sebastián (tesoro).

Ilegibilidad

Se record¿irá cjue un muchacho potaba cartapacios y papeles viejos que pensa­ba vender a un sedero de La Alcaná de Toledo, entre los cuales circulaba la conti­nuación del Quijote en árabe /, 9.

De la tercera salida no hay escrituras auténticas. Los pei'gaminos con letras góticas y en verso aparecen en una caja de plomo hayada en los cimientos de una ermita. De los cuales muy pocos se pudieron leer y sacar en limpio. Letra carcomi­da. I, 52

En la II parte aparece como autor ficticio Cide Hamete Benengeli connotando traducción del árabe. II, 2

Metatexto Corresponde al comentario: subordinación, margen. Explica, informa, inter­

preta, desde un tiempo posterior a la escritura, desde otro espacio y condiciones diferentes. Tendencia reductora, enfatiza en la gramaticalidad, patentiza el género y construye desde el contexto referencial (lectura sociológica, histórica, locura clínica, cotidianidad burguesa)

Por acumulación la costra metatextual adherida al texto presenta la dureza, consistencia e impenetrabilidad de la roca de Malpelo imagen para contactar la cual el lector debe proveerse de alas y acceder por aire mar (Pacífico de Balboa). Evidencia ciega.

El autor implícito escribió en la cárcel y pidió ocio al lector negociante (Nec-otium).

Historia extensa con interrupciones no parece accesible mediante lectura suce­siva y desde la "muerte de Dios".

66 El Quijote: un modelo p a r a armar j £ 0

Discurso opaco cuya hermenéutica depende de la competencia. Inaccesible des­de la fe en la ciencia y el infinito astronómico.

Focalizando la lectura ellos han descubierto que la melancolía de don Quijote representa el antecedente de la vergüenza de José K antes de aceptar resignado el sacrificio.

Aquí la agonía concluye con estas palabras: "Como un perro". Para el narrador fue como si la vergüenza debiera sobrevivir al condenado. "Wie ein Hund!".

"Es war, ais sollte die Sham ihn überleben". (Fischer Verlag-445-1965. Traducción de un lector.)

En Kafka el deterioro avanza hasta la metamorfosis de Gregorio en insecto. (Son numerosas las lectoras comprometidas en este rescate.) Para Angela en Beckett se trata del caballero y del escudero ya ciegos, sordos,

mudos y paralíticos, desplazándose en "bixideta" por el desierto, copulando al borde del abismo, leyendo con dificultad textos borrosos dentro de un agujero.

El proceso pasa por el desaparecimiento del autor y el cuestionamiento de la preeminencia del narrador (Yolanda).

Emergen en esta lectura los personajes narradores y la tendencia de la escritura a autoproducirse.

Dialogismo y Polifonía. Y tal y como circula la corriente verbal en el Ulises de Joyce.

Para Santiago se trata de prepararnos para la navegación electrónica y de per­der el miedo a la "técnica".

Para Garzón Ducuara Sandra, código 840221 la Jerónima aparece homicida agravada por el amor.

Natalia análoga Rocinante y cicla recuperando el absurdo del viaje y la aventu­ra de Mercier y Camier, dos niños grandes en crisis.

Ana María aumenta a siete el número de Quijotes, arguyendo que un Quijote sin la compañía de Sancho aparece otro Quijote, tal y como ocurre en el protoquijote (1, 1 a 8) cuyo protagonista aparece el Romance y su lectura.

La Araque cree que cada lector reescribe el texto y recuerda a Pierre Menard y a Borges.

Thanya Ararat conduce a don Quijote al diván del sicoanalista

Para Itsy Don Quijote está siempre repesentando "papeles".

^"K. El Quijote: un modelo p a r a armar 67

Sergio considera la locura y la cordura, las dos categorías semánticas estructu­rales de la historia y propone recuperarlas.

Juan César actualiza el melancólico comienzo de la muerte del héroe.

Guillermo retiene los seis dientes que aún le quedaban a Don Miguel cuando escribía con una sola mano y 68 años, la segunda parte del Quijote.

Todos focalizan la contradicción cárcel, libertad. Entendiendo esta última a partir del mundo posible.

Cualquier lector reconocerá en este modelo huellas de Heidegger, Derrida, Barthes, Humberto Eco, Jacobson, Teodorov, Wolfgang Iser, Culler.

Escuchando sugerencias que soplan desde Barcelona. lannini, Ararat y Araque propusieron a Ginés de Pasamente (Ginesillo de la Parapilla) temible bandido que escribió su biografía en la cárcel (a cuyos presos leyó y vendió), como el autor del Quijote apócrifo, que en este modelo aparece un intertexto de lectura simultánea.

En este proyecto hemos aceptado la propuesta editorial del Profesor Martin de Riquer (1962. Planeta).

En el transcurso de esta armazón aparecen (1 abril 1996) en los puestos calle­jeros de la calle 19 y por S6000 (seis mil) dos volúmenes (I y II Parte) y 2 cuader­nillos explicativos, que por supuesto rapamos y agotamos (R.B.A. Editores, S.A., Barcelona, 1994).

Control de escritura recurriendo a Luis Andrés Murillo (Castalia, Madrid, 1978 y 1986). Simultaneidad apoyada en Avellaneda (edición de Salinero 1971).

Nuestros lectores manejaron también la Real Academia Española, el círculo de lectores, Rodríguez Marín, Juan Alcina.

La hermenéutica recuerda, aceptando, distinguiendo o contradiciendo la lectu­ra tradicional. Extensa, tricentenaria. Ilegible en numerosos pliegos y necesitada de recuperación. Teísta y nobiliaria.

La lectura del Quijote se confunde con la historia intelectual de nuestro país y de nuestra universidad.

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