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INSTRUMENTOS MUSICALES ESPAÑOLES Por VICTOR ESPINOS A NTE todo, ¿se puede hablar de instrumentos músicos españoles en el sentido de medios artísticos sono- ros, inventados o ideados, originalmente, en nues- tro suelo? Creemos que no. A lo sumo, y no es poco, habremos de entender que se trata de instrumentos musica- les modificados o perfeccionados en España y procedentes de cual- quiera de los pueblos que se dieron cita en nuestra Península, al dictado de las leyes históricas promulgadas por quien ha podido dar a la existencia humana, individual o colectiva, el cimiento pro- videncialista. Morisca llama a la guitarra, en una de sus especies primitivas, el jocundo Arcipreste. La gaita galaica proclama con máxima evi- dencia su abolengo celta. La zanfonía (zampoña (?)), las gaitillas. dulzainas y chirimías, que han llenado de ecos agrios, pero ale- gres, las eras castellanas, ;, negarán el haber sonado antes en los oasis africanos, en las llanuras abisinias, en las arenas etíopes, en las egipcias orillas del Nilo, o bien, en las expansiones imperialis- tas, en el fondo de los castros plantados en España por los árabes invasores? Las flautas dulcis, los tamboriles y tambores, los laudes y cítaras, ¿no nos hablan de los aulios helénicos, de los konnor hebreos? Las sonajas, sistros, címbalos y castañuelas y demás ins- trumentos de percusión, que, con tantos más. menciona la Biblia. a partir de los Reyes, ¿no han llegado hasta nuestros días, im- puestos, sin duda, en nuestra Patria por las diversas corrientes 35

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INSTRUMENTOS MUSICALES ESPAÑOLES

Por VICTOR ESPINOS

A NTE todo, ¿se puede hablar de instrumentos músicosespañoles en el sentido de medios artísticos sono-ros, inventados o ideados, originalmente, en nues-tro suelo? Creemos que no. A lo sumo, y no es

poco, habremos de entender que se trata de instrumentos musica-les modificados o perfeccionados en España y procedentes de cual-quiera de los pueblos que se dieron cita en nuestra Península, aldictado de las leyes históricas promulgadas por quien ha podidodar a la existencia humana, individual o colectiva, el cimiento pro-videncialista.

Morisca llama a la guitarra, en una de sus especies primitivas,el jocundo Arcipreste. La gaita galaica proclama con máxima evi-dencia su abolengo celta. La zanfonía (zampoña (?)), las gaitillas.dulzainas y chirimías, que han llenado de ecos agrios, pero ale-gres, las eras castellanas, ;, negarán el haber sonado antes en losoasis africanos, en las llanuras abisinias, en las arenas etíopes, enlas egipcias orillas del Nilo, o bien, en las expansiones imperialis-tas, en el fondo de los castros plantados en España por los árabesinvasores? Las flautas dulcis, los tamboriles y tambores, los laudesy cítaras, ¿no nos hablan de los aulios helénicos, de los konnor

hebreos? Las sonajas, sistros, címbalos y castañuelas y demás ins-

trumentos de percusión, que, con tantos más. menciona la Biblia.a partir de los Reyes, ¿no han llegado hasta nuestros días, im-

puestos, sin duda, en nuestra Patria por las diversas corrientes 35

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étnicas, que aquí, con mayor o menor premura y estrechez, hu-bieron de fundirse?

Muchos de estos instrumentos fueron desapareciendo al com-pás de los días y de las demás orientaciones estéticas dominantesen el gusto o en la apasionada expresion de afectos y sentimientospopulares, hasta reducirse a unos cuantos instrumentos tipos, di-ríamos, ya en la percusión, ya en el instrumento del soplo o alien-to (madera, hueso, metal), ya en el género de cuerda, pulsadao herida por el plectro.

Es curioso ver de qué manera se extiende la guitarra entrenosotros hasta lograr la elevada categoría de instrumento antono-másicamente nacional, mediante su aceptación indiscutida por lasmuchedumbres, y lográndose para ella perfeccionamientos comoel agregado de una cuerda, mal atribuído a Vicente Espinel, y lacreación, constantemente superada, de una técnica capaz de fun-damentar una escuela, que bien puede llamare española, porquetiene su cimiento en el arte singular de aquellos extraordinariosvihuelistas de que fué émulo egregio Felipe II, y a los que aten-

dió y mimó el César.

Decíamos que es curioso advertir que si la guitarra moriscaue hispaniza, no logran el mismo favor la cítara normanda, lalira griega o el arpa oriental, más suaves, pero también más fríasque la guitarra.

No obstante, allá donde el influjo árabe es menos visible o estácasi ausente, en nuestra Patria, la guitarra cede el puesto a ins-trumentos que ni siquiera son de puntear o rasguear, y en los quecrea el sonido el aliento, como en la dulzaina mediterránea, lachirimía (charamita) de Valencia, la gaitilla de la Castilla llanao la serrana y abrupta.

El pandero, en sus diversas modalidades, ha perdurado, apo-yado o libre de las sonajas metálicas, de tan ilustre abolengo, comoque, no menos que de oro, llegaron a ser exorno sonoro de la fim-bria de las vestiduras sacerdotales, como puede leerse en el Exodo.Y siempre el pandero, o el tamboril, el parche, en suma, van en

más gustosa compañía con la música «de viento», desde la cimizoi-

na meridional hasta el chistu norteño.La misma universalidad expresiva de la guitarra rechaza el

parentesco con otra música que no sea la punteada —bandurriay mandola— o rasgueada, como en el guitarrillo o requinto ara-

gonés.Quizá la mayor originalidad instrumental española la hallare-

mos en Cataluña, que ha sabido imaginar un modelo sonoro ca-racterístico local, regional, mejor, para medir sus señoriles dan-zas andadas, que parecen rimar, en su dinámica solemne y aus-tera, con la arcaizante gangosidad del flutiol y la tenora, sobre la

cual, por cierto, han logrado breves poemas de condensada ex-presión, tan varia e interesante, de que es vaso preciado la po-pular, aunque noble sardana.

¿Qué instrumentos han marcado ol ritmo o expresado melódi-

camente las situaciones del ánimo popular español, en sus diver-sos núcleos geográficos y étnicos?

Tanto en la «Declaración de instrumentos», de Bermudo, como

en las estrofas del de Hita, hay sendas nóminas, conocidísimas delos instrumentos que en sus días alegraban las fiestas públicas olas gratas reuniones íntimas, en que tenía la música una parte

principal, acrecida cuando las gestas españolas extravasaron el

influjo de nuestro país, que recibía, en cambio, el del arte extran-

jero. El ya mencionado Vicente Espinel, en cuya Vida del Escu-

dero Marcos de Obregón hay tantas noticias de máximo interéssobre este tema, nos pone sobre la pista de esas fecundas ósmosis,

especialmente hispanomilanesas.Debemos, sin embargo, creer, por lo que hace al Arcipreste

sobre todo, que en su relación de instrumentos en uso en su tiem-po; relación, no lo olvidemos, que está prisionera y condicionadapor los rigores de la métrica ( las hormigas blancas del satírico!).no estén todos los que son, ni sean todos los que están.

Aunque sí es cierto que algunos de los instrumentos citados por

el autor del Libro de Buen Amor, son nombrados más tarde en

las páginas inmortales de autores del xvit, como, por ejemplo, 37

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Lope, en sus rimas, en sus novelas, dramas, etc., de su ingenteproducción egregia, en la cual son frecuentís'Anas las alusiones ala música, en sus varias manifestaciones y medios de expresión.

De cualquier modo, es innegable el alto valor de esas nóminas,que no pueden dejar de ser un reflejo del estado de evolucióno desarrollo en el empleo de los medios sonoros utilizados o uti-lizables por los españoles en la esfera popular (folklore) o enla región más elevada del arte erudito, dentro del cual tenían.y tienen, cabida las técnicas perfeccionadas que pudieron lograr-se en el tañido de algunos instrumentos del pueblo —urbano ocampesino—, o, naturalmente, tan sólo el empleo de otros instru-mentos que, perfeccionados definitivamente, perdieron su carácterpopular para incorporarse al repertorio orquestal y sinfónico, de-jando de animar bailes campestres y romerías jocundas, para ame-nizar concursos nobiliarios y certámenes, como del juglar se pasi,

al trovador.¿Quién no advierte en el óboe, en el fagot, el trasunto estili-

zado de la chirimía o del sacabuche?Clarinete llamó Denner al instrumento cantante de nuestra or-

questa (1700), que procede del instrumento italiano clarino, cuyoenigen, en cuanto a la denominación, está en Horacio, y en lodemás, en las flautas clásicas, sencillas o dobles, con que el aulé-

trida subrayaba a Sófocles o marcaba el ritmo y el aliento delorador o del recitante.

El arte civilizado ha hecho, sin embargo, en ocasiones, perdersu aroma bucólico y aun su perfume mitológico a tal instrumen-to, como la siringa púnica o el gregárico caramillo, a quien nobasta ser germen insospechado del complicado flautado del órganobizantino, para verse hoy constreñido a mero avisador de ciertacirugía plebeya y veterinaria, cuyo recuerdo perdura en Américapara la denominación deï agudo instrumentillo, de resbaladizamultifonía, del que acaso hayamos dicho va bastante.

Las evoluciones estéticas sugieren hoy, incluso en la creaciónmusical española, bien que de tipo seudo popular, instrumentosde percusión de origen primitivo y salvaje N arrequives técnicos

en el empleo de instrumentos tradicionales, dando emergencia a

conjuntos instrumentales, más o menos sorprendentes, pero cuya

monotonía es evidente.

Queremos esperar que estas sedicentes novedades irán perdien-

do su prestigio entre las muchedumbres españolas, que, con alti-

bajos más o menos pronunciados, seguirán fieles a los medios bá-

sicos de expresión instrumental, porque conservarlos será tan im-

portante como procurar no perder cada uno —no decimos cada

una, sino cada uno— las líneas y facciones de su propio rostro.

La cara es el espejo del alma, ¿no?

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