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Ilustraciones por Antonia Lara Gómez

Ilustraciones por Antonia Lara Gómez€¦ · NJAMBA NENE Y EL AUTOBÚS VOLADOR Textos: Ngũgĩ wa Thiong’o Ilustraciones: Antonia Lara Gómez ... esa insignia que dice “SOY UN

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Ilustraciones por Antonia Lara Gómez

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NJAMBA NENE Y EL AUTOBÚS VOLADOR

Textos: Ngũgĩ wa Thiong’o

Ilustraciones: Antonia Lara Gómez

© 2021 Ngũgĩ wa Thiong’o

© 2021 Antonia Lara Gómez

© 2021 Planeta Sostenible EIRL

Diseño y diagramación: Alejandra Figueroa

Corrección de estilo: Paloma González

Traducción: Bartolomé Leal

ISBN: 978-956-6050-54-4

Bũrũrĩ ũyũ witũ wa andũ airũ

Ngai nĩ atũrathimĩire

Na akiuga tũtikoima kuo

Dios nos dio esta tierra

A nosotros la gente negra

Y dijo que era para siempre

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−Niños, ¿les gustaría ir al Museo de Nairobi? −preguntó el profesor Kĩgorogoru a sus alumnos en la clase. Todos los niños alzaron sus manos.

−¿Cuándo? −preguntaron algunos impacientes.

−El próximo sábado, temprano en la mañana. Quiero que todos nos juntemos en la puerta de la escuela a las ocho en punto. Quiero también que cada cual traiga cinco monedas para el pasaje del autobús. ¿Está claro?

−Sí, señor −respondieron todos al unísono.

−¿Y tú, Njamba Nene?

−Sí, señor −respondió apresurado Njamba Nene, poniéndose de pie. Todos los demás niños se volvieron hacia él.

No eran solo los niños quienes se sorprendían al oír su nombre. La gente solía quedarse mirando a quien respondía a ese nombre, que significa “superhéroe”. Y cuando veían sus piernas flacas trataban dificultosamente de controlar la risa. Movían sus cabezas y se decían unos a otros: “Bueno, se podría decir que no hay ningún nombre demasiado pesado como para que un niño no lo aguante. Tiene piernas de zancudo, pero lleva un nombre tan grande como un elefante”.

Los niños de la escuela solían burlarse de él llamándole el “campeón delgado”. Es por eso que se volvieron hacia Njamba Nene, haciendo lo posible para no reírse.

−Dime, ¿tienes tú las cinco monedas para pagar el bus? −le preguntó el profesor.

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¡Siempre estás hablando gĩkũyũ o kiswahili u otras lenguas primiti-vas! ¿Cuándo aprenderás a hablar idiomas civilizados como inglés, francés o alemán? ¡Oh, no! ¡Tú no! Lo que te gusta es ir acarreando esa insignia que dice “SOY UN BURRO” alrededor de tu cuello. ¡Todo porque siempre te pillan hablando lenguas primitivas en la escuela! Vamos ahora a la geografía. Tú no estás interesado en saber de los ríos, montañas, lagos y árboles de Europa. Dices que quieres cono-cer primero los ríos, montañas, lagos, árboles y animales de tu propio país. ¿Cuándo aprenderás? Has rechazado los nombres modernos como John o Charles; o un nombre como el mío: ¡Fartwell!

−O John Bull1 −gritó un alumno.

−Sí, un nombre como John Bull − aprobó el profesor, dirigiéndose a Njamba Nene.

−Mi mamá Wacũ dice que cualquier nombre es bueno para un niño. Los nombres como Kamau, Onyango o Mũtiso son buenos también −replicó Njamba Nene valientemente.

A Njamba Nene le disgustaba mucho Kĩgorogoru porque siempre estaba tratando de humillarlo enfrente de los demás pupilos. Se preguntaba por qué Kĩgorogoru deseaba hacerlo sentirse pequeño y avergonzado de sí mismo.

−¡Kamau, Onyango, Mũtiso! −lo remedó el profesor−. Siéntate. No logro saber cómo te las arreglas para ser el tercer mejor estudiante durante los exámenes. ¡Debes estar haciendo trampas!

−No estoy haciendo trampas −se paró Njamba Nene.

−¡Siéntate!

Njamba Nene se sentó. Sintió formarse un nudo en su garganta, pero se las arregló para evitar estallar en lágrimas.

−No lo sé.

−¿Por qué? ¿Acaso tu mamá dejó de ofrecer su trabajo manual a los propietarios de las grandes haciendas? −agregó Kĩgorogoru sarcásticamente.

Los demás alumnos rompieron en carcajadas.

−Todavía lo hace, pero el tacaño del hombre rico para el cual trabaja no le paga lo suficiente para la comida y la ropa −respondió Njamba Nene, ignorando el sarcasmo en la voz del profesor.

−¿Es por eso que vienes a la escuela con esos pantalones cortos llenos de parches?

−Mi mamá Wacũ dice que uno no puede odiar a una persona por el hecho de ser pobre.

−¡Tú sabes bien como hablar en gĩkũyũ! ¿Ah? ¿Cuándo vas a aprender a hablar inglés? ¡Cuando a las hienas les crezcan cuernos!

−La lengua es la lengua −le respondió Njamba Nene al profesor−. Ninguna lengua es mejor que otra.

−¡Jajajá! La lengua es la lengua −el profesor lo imitó−. Ninguna lengua es mejor que otra. ¿Quién te enseñó esa tontería? Seguro que tu mamá Wacũ. Dile que ella tendría que ir a recoger más parches, de modo que pueda cubrir esos remiendos tuyos que se salen como las papas de un saco roto.

Los alumnos estallaron en risas.

Njamba Nene sintió que las lágrimas caían de sus ojos. ¿Por qué Kĩgorogoru trataba siempre de herirlo? Hizo un esfuerzo por endurecerse y no llorar.

−Sí, señor −respondió.

−¡No! ¡Tú no escuchas! −el profesor Kĩgorogoru continuó amedren-tando a Njamba Nene−. Ni siquiera eres capaz de hablar inglés.

1 Literalmente: Juan Toro (N. del T.).

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Habían aprendido esa canción en la primera clase. Njamba Nene siempre se preguntaba que diablos significaba. ¿Qué era eso de los mecheros de Londres? ¿Qué hacía la leña en la barriga de alguien? ¿Y por qué le pedían a Boro que se abrigara?

−Gracias, John Bull −dijo Kĩgorogoru, muy complacido con su alumno−. Esta es una canción inglesa sumamente conocida en todo el mundo. Es acerca de Londres, la capital de Inglaterra... Ahora prepárense que el autobús está aquí.

El bus, que llevaba un letrero donde se leía CORRE TRAS EL DINERO6, arribó a la puerta de la escuela a las nueve y media. Todos los alumnos subieron y Njamba Nene fue a sentarse en el puesto de más atrás, cerca de la salida de emergencia. Nadie se sentó cerca de él porque no querían sentir el olor de sus pedos.

De manera que Njamba Nene se fue sentado solo.

Bũrũrĩ ũyũ witũ wa andũ airũ

Ngai nĩ atũrathimĩire

Na akiuga tũtikoima kuo

Dios nos dio esta tierra

A nosotros la gente negra

Y dijo que era nuestra para siempre

El mechero de Londres

El mechero de Londres

Leña en la barriga

Leña en la barriga

El fuego es fuego

El fuego es fuego

Boro, abrígate solo

Boro, abrígate solo5

Kĩgorogoru lo miró como si fuera a colapsar de ira, mientras su nuez de Adán se movía velozmente de arriba abajo.

−¡Siéntate! ¡Siéntate! −dijo con voz desesperada mientras miraba apresurado por sobre su hombro−. Si Pío Brainwash hubiera estado aquí, ¿es eso lo que habrías cantado? ¿Quieres que me expulsen? ¿Quién te ha enseñado esas canciones Mau Mau4?

−Mi mamá Wacũ −dijo Njamba Nene.

−Llévate tu política al corral de tu madre −le dijo el profesor−. Esta escuela pertenece al señor Pío Brainwash y él quiere que formemos niños civilizados. ¿Jefecito John Bull?

−Sí, señor.

−Cántanos una canción.

−Siéntate con tu pescuezo de pájaro ahora mismo −le gritó Kĩgorogoru−. ¿No sabes otras canciones?

−Por supuesto que sé muchas otras −respondió Njamba Nene.

−¿Por qué no las cantas para nosotros?

Njamba Nene comenzó ahora a cantar otra canción.

5 La canción es “Londres está ardiendo” y los niños la cantan como si sus palabras fueran en gĩkũyũ,reduciéndolaasíalabsurdo(NotadelAutor).6 EnKenialosvehículosdetransportecolectivosuelenllevarnombresolemas(N.delT.).4 Grupo clandestino que luchó por la independencia de Kenia (N. del T.).

−John Bull se puso de pie rápidamente y comenzó a cantar. Los demás se le unieron.

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Alguien comenzó a lamentarse:

−¿Qué vamos a hacer ahora?

Otros sollozaban:

−Oh, oh, ¿dónde está mi papá?

Algunos clamaban por sus madres:

−¡Bu, bu, mamá, ayúdame!

De repente recordaron que estaban hambrientos. Sintieron que el hambre carcomía sus estómagos.

−¿Qué puedo comprar con veinte monedas en esta selva? −lloriqueó John Bull.

Todos, excepto Njamba Nene, habían llevado solo dinero para su almuerzo.

−Incluso un millón de monedas vale menos que un grano de maíz −dijo otro.

−O incluso una gota de agua −agregó otro más.

−No se preocupen, tengo un poco de comida, algo de maíz y porotos −les dijo Njamba Nene.

Todos se apresuraron en juntarse alrededor suyo, las manos alargadas, implorando por un poquito de comida.

−Por favor, véndeme un puñado −rogó uno−, te lo compro a cualquier precio.

−Aquí tengo veinte monedas −dijo otro−. Puedes tenerlas si me das una cucharada de tu comida.

−¿Puedo yo tener un poco? Solo un bocado.

−¡Yo también! ¡Yo también! −así decían en coro, las palmas estiradas. Incluso John Bull había olvidado cuán malo puede ser un gas por comer maíz y porotos, mezclándose y gritando junto a los otros.

−No me olvides, por favor −rogaba John Bull. Njamba Nene los hizo callar con un gesto y dijo:

−¿Qué es el dinero? Un trozo de metal, un trozo de papel. El dinero no es alimento, ni ropa, ni abrigo. Estamos todos metidos en el mismo problema. ¿Por qué debería yo sacar provecho de vuestro sufrimiento? ¿Por qué debería ser la infelicidad de alguien la fuente de mi felicidad? No, sentémonos y compartamos lo poco que tengo. Compartámoslo hasta el último grano y mantengamos el hambre a raya. Mi mamá Wacũ dice: “Un estómago vacío no dice no, ni siquiera a un minúsculo bocado”.

Se sentaron juntos y compartieron el frugal alimento. La mayoría de ellos estaba sorprendido al ver que Njamba Nene no se dejaba para él la mejor parte. Cuando hubieron terminado de comer, volvieron a sus quejas e inquietudes por ellos mismos.

−¿Qué voy a hacer? −gritaba cada cual.

Njamba Nene los hizo juntarse de nuevo.

−Dejemos de quejarnos cada cual por sí mismo, y en su lugar preo-cupémonos por todos nosotros. Tenemos que recordar también que llorar no va a ayudar a nadie. Mamá Wacũ dice que no puedes matar una pulga con un solo dedo. También dice que, para mantener el fuego ardiendo, necesitas más que un solo leño.

−¿Cómo podemos preocuparnos de todo el grupo mientras estemos en esta selva? −preguntó alguien−. ¿Cómo nos van a sacar de la selva unas pocas ideas? Juguemos nuestras cartas caminando en alguna dirección.

−¡Si solo hubiera un teléfono en las cercanías! −expresó otro−.

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Podríamos llamar al señor “barriga suelta” de manera que pueda venir por nosotros.

−¡Si solo el señor Kĩgorogoru estuviera aquí con nosotros! Nos habría mostrado qué hacer −dijo John Bull.

−Ya que él no está aquí, ¿qué quieres que hagamos? −le preguntó Njamba Nene−. Una buena educación debería ayudarnos incluso en ausencia de un profesor. El aprendizaje debería permitir a una persona ser independiente.

−¡Yo sé lo que haremos! −dijo John Bull−. Recémosle a Dios para que nos muestre el camino.

−¡Sí! ¡Él podría incluso mover una montaña para nosotros!

−O esta selva.

−Podría también mandarnos un avión ahora mismo.

−O aún mandarnos unos ángeles que nos lleven a cada uno de nosotros a nuestros hogares.

Se arrodillaron y cerraron sus ojos. Rezaron y rezaron hasta que el sudor les empezó a gotear de la frente. Cuando abrieron los ojos, la montaña todavía estaba allí. La selva y las cenizas del bus quemado estaban donde mismo desde que habían comenzado a rezar.

−¿Qué hacemos ahora? −gimieron.

Njamba Nene les habló:

−Hemos rezado. Eso está muy bien. Pero mi mamá Wacũ dice que Dios ayuda solo a aquellos que se han ayudado a sí mismos.

−¿Y cómo quieres que nos ayudemos a nosotros mismos para que Dios nos ayude? −preguntó John Bull sarcásticamente−. Tú pareces conocerlo bastante bien. ¿Le hablas acaso?

Njamba Nene ignoró el sarcasmo, así como el desacuerdo y continuó hablando con los otros. Ellos se sentían contentos por la manera

en que había compartido su comida con ellos y se sentían bastante dispuestos a escucharlo.

−Bien. Les explicaré como podemos ayudarnos a nosotros mismos. Primero que todo debemos averiguar de dónde hemos venido y adónde estamos ahora. Solo entonces podremos saber en qué dirección ir.

−¿Cómo podemos saber de dónde venimos y adónde estamos? −pre-guntó alguien−. Ni siquiera sé cómo es el mapa de este país −agregó.

−Si estuviéramos en Inglaterra, podría decirles donde estamos −dijo John Bull−. Me conozco el mapa de Inglaterra como la palma de mi mano.

−Todo eso está muy bien, pero no estamos en Inglaterra. Estamos en África y debemos conocer África. Estamos en Kenia y es nuestro país y debemos conocerlo. Ahora estamos aquí en la selva, nuestra propia selva. No tenemos a nadie ni nada adonde volvernos para que nos lleve a nuestros hogares. Además está oscureciendo. Por lo tanto, debemos averiguar dónde estamos de modo de decidir adónde dirigirnos a continuación. Y no podemos saber dónde estamos sin averiguar antes de dónde hemos venido.

−Entonces, ¿qué quieres que hagamos? −preguntó alguien−. ¿Cómo lo haremos para saber de dónde venimos?

−Todo lo que tenemos que hacer es mirar juntos hacia atrás −respondió Njamba Nene−. Tratemos de recordar juntos cómo llegamos hasta acá.

−No tengo la menor idea de cómo llegamos aquí −dijo alguien−. Solo sentí al bus empezar a galopar y se transformó en un caballo clop clop clop. Y entonces comenzó a volar.

−No sé cómo llegamos aquí.

−Yo tampoco.

−Ni yo.

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−Escuchen −habló Njamba Nene−. Cuando me senté en la parte trasera del bus iba mirando por dónde íbamos. Iba solo, sin nadie con quien hablar. En mi hogar en el poblado, mamá Wacũ me ha enseñado un montón acerca de las cosas naturales como la luna, las estrellas y el sol. Ella me habla de que hay que estudiarlas, en el día y la noche también. El sol, la luna y las estrellas son los mejores amigos del viajero. También ocurre que sé de todos los bosques y montañas de este país. No hay ningún árbol que no pueda nombrar para ustedes. Juntando estos conocimientos, he llegado a la conclusión de que estamos ahora sobre la montaña llamada Kagerangoro.7

−¿Kagerangoro? −preguntaron los otros al unísono.

−Sí. Y esta selva se llama Ngaindeithia.8

−¿Selva de Ngaindeithia? −preguntaron de nuevo−. ¿Por qué se llama así?

−Porque hay muchos animales salvajes en ella. Algunos son bastante feroces y otros no tanto. Pero los feroces son la mayoría. −¡Qué desgracia! ¡Seremos comidos por esos animales! −gritó alguien−. Mejor nos vamos de aquí antes que se ponga el sol.

−Eso es exactamente por qué quiero que decidamos rápidamente lo que vamos a hacer. Dividámonos en grupos. Uno de los grupos será responsable de buscar algo de comer para todos nosotros.

−¡Pero aquí no hay tiendas ni mercados! −dijo John Bull−. Esperemos la decisión de Dios.

−La selva es nuestra tienda, nuestro granero, nuestro mercado −dijo Njamba Nene−. Otro grupo será responsable de encontrar el camino que tomaremos mañana y así en adelante. Tenemos que compartir tareas, ideas y cargas.

Incluso después que se hubieron dividido en grupos, Njamba Nene tuvo que moverse de un grupo al otro, para darles consejo o compartir sus puntos de vista. La mayoría no creía que podían ser capaces de hacer nada por su cuenta sin el apoyo de su profesor.

−¿Cómo podemos hacer fuego sin fósforos? −preguntaron los del grupo responsables del lugar donde iban a dormir. Por el momento las llamas que se habían formado alrededor del bus se habían apagado.

−Eso no es ningún problema en absoluto. Mamá Wacũ me ha mostrado cómo encender un fuego frotando una rama con otra. Tráiganme algo de pasto seco.

Unos cuantos de ellos le trajeron el pasto seco, Njamba Nene eligió dos ramas de madera. Una era delgada y fuerte, y la usó para taladrar un hoyo en la más gruesa. Frotó y frotó hasta que el sudor comenzó a correr por su cara. Frotó y frotó hasta que empezaron a saltar chispas.

7 Kagerangoro:“Medidadelapaciencia”(NotadelAutor).8 Ngaindeithia:“Diosmeproteja”(NotadelAutor).

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Wee

Ndũthiĩ ũkarũme ũtende wa Njogu

ũkirĩrĩrie

Eh elefante te fuiste a lamer la sal

Y dejaste a los demás en la guarida de la hiena

Cuando los cachorros lloraban les decías

¡A callar!

Cuando su madre lloraba le decías

¡A callar!

¿Por qué no comen bosta de elefante?

¡Y confórmense con eso!

Ellos cantaron y cantaron hasta que sintieron sueño uno tras otro. Njamba Nene estaba a punto de dormirse ya que fue el último en cabecear, cuando de pronto escuchó a unos animales que aullaban cerca de donde se encontraban.

Mamá Wacũ le había enseñado a Njamba Nene las costumbres de los distintos animales salvajes, cómo caminaban, cómo aullaban e incluso cómo distinguir uno de otro por su olor. Su mamá Wacũ le había enseñado que no había ningún animal por salvaje que fuera que no pudiera ser amansado. Todo lo que uno tenía que hacer era mimarlo y mostrarle su afecto. Sobre todo, uno no debe nunca mostrar miedo. La mayoría de los animales eran inofensivos para quienes eran amistosos con ellos.

A medida que cada animal se iba acercando, Njamba Nene le cantaba lo mejor que podía, hasta que cada uno se aquietó. Los animales se

fueron acercando cada vez más, atraídos por su dulce voz. Se echaron cerca de él.

Cuando los niños despertaron al día siguiente, se sorprendieron al encontrarse rodeados por diferentes bestias salvajes. Los animales dormían aún. Un elefante estaba allí, también un león, un búfalo, una jirafa, una hiena, una cebra, un venado y todos los demás animales del reino selvático.

−No muestren miedo −les explicó Njamba Nene−. Como hemos dormido entre los animales, olemos como ellos, de manera que cuando caminemos por la selva los animales no podrán hacer la diferencia entre nosotros y ellos. Así estaremos a salvo. Los animales son nuestros amigos. Prepárense para ir en busca del camino a casa. Vamos.

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