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II. El Parlamento de derechas La táctica - ¿Era Gil Robles republicano? – Sólo dos caminos - Tres tendencias en la “CEDA” – Mi amistad con José Antonio – Las relaciones de José Antonio con Gil Robles y Prieto – EL orden público En las elecciones de diputados a Cortes celebradas en noviembre de 1933 las candidaturas "agrarias" – derechas- alcanzaron un éxito grande y el día 6 de diciembre del mismo año Gil Robles convocaba en el local del periódico El Debate, o de la "Editorial Católica" – tanto monta- a los diputados triunfantes para constituir la minoría de la "CEDA", ampliación federativa de "Acción Popular", que integraba también a la "Derecha Regional" valenciana con Lucia y Villalonga a la cabeza. La táctica a seguir, sería la que debla establecerse en aquella sesión. Además de los diputados ya integrados habían sido convocados, según testifican los periódicos de la fecha, los señores Riesgo y Pujol de Madrid, Azpeitia de Zaragoza (provincia), Serrano Suñer de Zaragoza (capital), Acacia, de Albacete, y Avía, Madero y González Sandoval, de Toledo. El total de los asistentes llegó hasta noventa y ocho. La minoría parlamentaria que debla constituirse llegaría hasta 107. La representación derechista sumaría en total 212 diputados. Los agrarios, los monárquicos y carlistas quedaron separados formando minorías aparte. En rigor, las conclusiones de aquella asamblea a la que nos había convocado Gil Robles hablan sido ya prejuzgadas en el editorial de El Debate de aquella mañana publicado bajo el titulo de "Situación difícil pero clara". En él se daba como segura la formación de un Gobierno presidido por Lerroux y decía literalmente: "Tórnanse las miradas a los grupos de derechas, sin los cuales el Gobierno de que hablamos, tipo centro, no podría subsistir. Doscientos doce diputados, a lo que parece, militarán en las diversas minorías de derechas; dejando a un lado aquellos grupos de irreductible y pública hostilidad al régimen. las fuerzas de derechas quedarán encuadradas en estas dos grandes agrupaciones: los agrarios y la “CEDA”… Los primeros no tendrán dificultad invencible en participar en el Gobierno. La “CEDA”, por su parte, no negará su colaboración y sus votos en franca política de sostén."

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La táctica - ¿Era Gil Robles republicano? – Sólo dos caminos - Tres tendencias en la “CEDA” – Mi amistad con José Antonio – Las relaciones de José Antonio con Gil Robles y Prieto – EL orden público

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La táctica - ¿Era Gil Robles republicano? – Sólo dos caminos - Tres tendencias en la “CEDA” – Mi amistad con José Antonio – Las relaciones de José Antonio con

Gil Robles y Prieto – EL orden público En las elecciones de diputados a Cortes celebradas en noviembre de 1933 las candidaturas "agrarias" – derechas- alcanzaron un éxito grande y el día 6 de diciembre del mismo año Gil Robles convocaba en el local del periódico El Debate, o de la "Editorial Católica" – tanto monta- a los diputados triunfantes para constituir la minoría de la "CEDA", ampliación federativa de "Acción Popular", que integraba también a la "Derecha Regional" valenciana con Lucia y Villalonga a la cabeza. La táctica a seguir, sería la que debla establecerse en aquella sesión. Además de los diputados ya integrados habían sido convocados, según testifican los periódicos de la fecha, los señores Riesgo y Pujol de Madrid, Azpeitia de Zaragoza (provincia), Serrano Suñer de Zaragoza (capital), Acacia, de Albacete, y Avía, Madero y González Sandoval, de Toledo. El total de los asistentes llegó hasta noventa y ocho. La minoría parlamentaria que debla constituirse llegaría hasta 107. La representación derechista sumaría en total 212 diputados. Los agrarios, los monárquicos y carlistas quedaron separados formando minorías aparte. En rigor, las conclusiones de aquella asamblea a la que nos había convocado Gil Robles hablan sido ya prejuzgadas en el editorial de El Debate de aquella mañana publicado bajo el titulo de "Situación difícil pero clara". En él se daba como segura la formación de un Gobierno presidido por Lerroux y decía literalmente: "Tórnanse las miradas a los grupos de derechas, sin los cuales el Gobierno de que hablamos, tipo centro, no podría subsistir. Doscientos doce diputados, a lo que parece, militarán en las diversas minorías de derechas; dejando a un lado aquellos grupos de irreductible y pública hostilidad al régimen. las fuerzas de derechas quedarán encuadradas en estas dos grandes agrupaciones: los agrarios y la “CEDA”… Los primeros no tendrán dificultad invencible en participar en el Gobierno. La “CEDA”, por su parte, no negará su colaboración y sus votos en franca política de sostén."

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Digámoslo más claro: SI y no. Ni dentro ni fuera. Era la "táctica", el sutil y mágico recurso que no llegaría a inspirar ni confianza, ni entusiasmo, ni temor, a nadie. La reunión a que vengo refiriéndome tenía su curso predeterminado. Gil Robles hizo su exposición de la famosa "táctica", advirtiendo que pasada la contienda electoral se hacia innecesario mantener las alianzas con los otros grupos derechistas, y dando por superada la "Unión de Derechas" invitó a los circunstantes a ingresar en la minoría "cedista". La grey incondicional contestó con una aclamación. Yo tomé la palabra para manifestar una opinión opuesta. Lo ha recordado Mayalde en una conversación con el periodista Marino Gómez Santos en Pueblo y que se resume en nota. A mi juicio -dije allí-, nos debemos a la voluntad de nuestros electores y éstos nos han votado en cuanto componentes o miembros de un frente indivisible – derechas unidas- opuesto a la sustancia demagógica y antirreligiosa de la República. La "Unión de Derechas", pues, debería, a mi juicio, continuar para una acción política común en la vida parlamentaria. Para cambiar de actitud seria necesario como mínimo consultar la opinión de los electores. Los incondicionales del coro aclamador del Jefe me interrumpieron furiosamente con gritos de " fuera, fuera" y no querían dejarme hablar. Me resultaba difícil hacerme oír y me fue forzoso encomendarme a la presidencia rogándole que amparase el derecho a opinar pues para ello había sido convocado allí. Diré en honor a la verdad que, efectivamente, fui amparado por Gil Robles quien se dirigió a los vociferantes pidiéndoles que respetaran mi derecho y me dejaran hablar y así, bien que mal, pude terminar la exposición de mis razones. Pero todo fue en vano porque todo estaba ya guisado. Al día siguiente - 7 de diciembre- El Debate, a toda plana, notificaba a sus lectores: "La minoría de la 'CEDA' se ha constituido ayer con 107 diputados." Y en titulares menos sobresalientes decía: "Dará facilidades para la formación de un gobierno de centro. Este gobierno ha de recoger la tendencia manifestada de un modo arrollador en las pasadas elecciones de rectificar la política sectaria y socializante (el subrayado es mío). La suprema necesidad de España es normalizar su vida política sin trastornos ni violencias. Se anuncian para hoy nuevas adhesiones al grupo parlamentario." La táctica

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Una nota de la Secretaria política de la "CEDA", publicada en el mismo número del periódico, decía entre otras cosas: "1.0 Concluidas las elecciones para la Cámara legislativa y terminadas con ellas todas las coaliciones que nacieron con esa finalidad, la 'CEDA' forma un grupo parlamentario independiente de todo otro y defenderá en las Cortes su programa con arreglo a la táctica (también es mío el subrayado) aprobada en sus asambleas nacionales." Y en un segundo apartado repetía, obediente, los conceptos del editorial de El Debate ofreciendo "dos posibilidades para la formación y vida decorosa de un Gobierno que..." Después el periódico informaba de la reunión de diputados, de la que no se facilitó nota oficiosa; especificaba que la reunión había durado desde las cuatro y media a las seis y media de la tarde y daba cuenta de los asistentes, de las nuevas adhesiones recibidas y de otras que se esperaba recibir. Por lo pronto la reunión había terminado con un voto y unos poderes al jefe de la minoría y presidente de la reunión. El 15 de octubre el mismo periódico El Debate precisaba que la nueva minoría se llamaría "Popular Agraria". Opuesto, como he dicho, a la disolución de la "Unión de Derechas", tuve el propósito de renunciar a mi acta de diputado, por deferencia a mis electores, y consulté para ello a quienes en cierto modo habían promovido mi candidatura en Zaragoza: Marcelino de Ulibarri - carlista-, José María Sánchez Ventura y Julián Escudero - "Acción Cat6lica"-, Francisco Rivas Jordán de Urríes -monárquico- y algún otro, Todos con ponderadas razones me disuadieron de hacerlo. Así, pues, es como entré en el Parlamento donde no fui precisamente un miembro incondicional y sumiso de la bien nutrida minoría de Gil Robles. No tengo que decir, porque es materia histórica conocida, que la minoría de la "CEDA" siguió durante todo el bienio fiel y dócil a la "táctica" de su jefe (" los jefes no se equivocan"); "táctica" que por muchas vueltas que se le dé pecaba sobre todo de ambigua y contradictoria; y ni conduciría a obtener el Gobierno de la República, ni permitiría mantener la tensión militante del electorado que, en su gran mayoría, deseaba otra cosa. Táctica, digo, ambigua y contradictoria pues mientras en el Parlamento se gastaba apoyando a un Gobierno –lerrouxista- cada vez más despreciado por las masas auténticas que representaban algo de la República, en la calle trataba de congraciarse con las tendencias de la clientela propia ante la que se multiplicaban las objeciones y criticas al sistema democrático, se ofrecían unas vagas perspectivas de régimen corporativo, o se pretendía deslumbrar con grandes paradas de estilo fascista al grito de "¡jefe, jefe, jefe !" que

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resultaban sumamente ridículas y de las que José Antonio Primo de Rivera decía que aquello era un fascismo esterilizado, un pastel de liebre sin liebre. ¿Era Gil Robles republicano? Tanto los republicanos como los monárquicos coincidían en provocar una declaración explicita de Gil Robles sobre su ideología en cuanto al régimen política; Gil Robles, preguntaban, ¿es republicano?, ¿no lo es? Prieto. Azaña, Martínez Barrio, etc., sostenían que Gil Robles no podía pasar el umbral del régimen sin hacer una declaración terminante de republicanismo. Azaña decía que él no vena con enojo -palabra ésta de su predilección- que se ensanchase la base política del régimen; que si las derechas conquistaban una bandera republicana delante de la opinión pública, y el sufragio, ello les daría los derechos en el régimen republicano; pero que no se podía admitir una desvirtuación de la política republicana a titulo de captaciones demasiado caras. Y en medio de aquella situación, de equilibrios por parte de Gil Robles y de desconfianza por parte de las izquierdas, tuvo lugar la visita del diputado de la "CEDA" José María Valiente a Don Alfonso XIII en París (o en Fontainebleau) que confirmó a éstas en su postura de rechazar la posibilidad de una colaboración cedista con el régimen. Esa " táctica ", quizá forzada por las circunstancias, para nadie fue provechosa: ni para la República porque la verdad es que la colaboración no era leal (el resultado fue la debilitación del centro a beneficio de una izquierda impaciente e imprudente), ni para la derecha católica que tuvo que pagar un alto precio de condescendencia encubridora de los trapicheos de los republicanos radicales lerrouxistas. (Recuérdese el retorcimiento del corazón - frase de Gil Robles- en el " asunto Nombela".) Al fin al ni la "CEDA" pudo llegar al Poder para " rectificar el siniestro perfil del régimen", porque el Presidente de la República. Alcalá Zamora, presionado por el republicanismo no lo consintió, ni la República pudo conservar su bloque moderado, con la unidad y la independencia necesarias, para que hiciera por si misma aquella rectificación. Sólo dos caminos En rigor la "CEDA" no tenia ante la circunstancia republicana más que dos caminos serios a elegir: uno era conducir a su electorado, directa y

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lealmente, a la fidelidad hacia la República con todas las consecuencias y sin reservas de ninguna clase; otro, acabar con la República. La primera condición necesaria para seguir el primer camino hubiera sido que a la "CEDA" le asustaran menos de lo que le asustaban aquellos aspectos " socializantes" de la República. Tenía que buscar, si ello era posible, alguna forma de inteligencia con el socialismo, que era la mayor fuerza del régimen, o, cuando menos, con los sector es más moderados en tomo a Besteiro y Prieto. La cosa no era fácil, pero ¿es que el mismo general Primo de Rivera durante su dictadura no había llegado a una forma de modus vivendi con aquella fuerza y precisamente a través de uno de sus hombres más duros y extremistas - Largo Caballero- , aquel que desde el 36 aconsejaría imprudentemente el camino de la violencia revolucionaria, y empezada la guerra civil empujaría a los suyos a las represalias más inhumanas y terribles? De no ser posible ese camino -el de la República- habla que elegir el otro: el de conservar intacta la " unión de la s derechas" adversas a la República haciendo imposible el difícil experimento lerrouxista que conducía a la inanidad y al desprestigio. De ese modo el poder hubiera tenido que ir a las manos de la minoría más numerosa - la " CEDA"- o habría sido, en otro caso, necesario disolver aquellas Cortes dando ocasión a otra confrontación electoral que, con todo el prestigio intacto y el electorado enfervorizado y recrecido, hubiera podido conducir al triunfo, acabando con la República o imponiéndole definitivamente el tono de una política moderada. Tengo muy en cuenta que t al desenlace legal habría podido conducir o empujar a la revuelta a las sociedades obreras; pero puesto que de una situación legal se trataba hubiera podido reducirse la revuelta como se hizo en el año 34; y aunque dura, triste y penosa la solución, ¿es que no habría sido menos penosa y cruel que la guerra civil que padecimos? Diré con toda claridad (ahora que para muchos esta declaración pueda resultarme inconveniente) que esta solución - la de la lucha frontal con la República- es la que entonces yo defendí y me parecía mejor. Quizá yo me equivocase no acertando a separar el mucho bagaje de intereses egoístas y turbios que se escondían detrás de los " valor es religiosos y nacionalistas”. Pero de lo que no tengo duda es de que se eligió el camino peor: Un tercer camino, el de la " táctica”. Táctica de apoyar a un sector de la República – los lerrouxistas-, con el que se volvió a la alianza en las elecciones del 36, que a demás de caduco y corrompido era el más inauténtico y el que menos crédito popular tenía. Me parece que el resultado relativamente catastrófico de las elecciones del 36 fue

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consecuencia de ese tremendo error " táctico". Nuestras gentes acudieron ya desmoralizadas a esas elecciones. Una fuerza conservadora pero genuinamente republicana - apoyada por la Iglesia- no hubiera conocido ese fracaso; como seguramente tampoco lo habría conocido un frente extenso con monárquicos, carlistas, e incluso falangistas; pero hay cosas claras que la soberbia no permite admitir ni siquiera después de pasados más de cuarenta años. Quien haya leído con el debido espíritu crítico el voluminoso libro de Gil Robles -No fue posible la paz- quedará asombrado al contemplar que su autor -aun después de la tragedia- no reconoce, no admite, un solo error en su- desdichada actuación política. Baltasar Porcel - agudo escritor -nos ha contado recientemente en la revista Destino que hace unos años acudió a visitarle en su casa de Madrid y que cuando esperaba tener con él una conversación en tono sencillo se encontró con la escalada oratoria y golpes de efecto de quien había pensado que fuera un interlocutor corriente. "Estábamos los dos solos y todo iba dedicado a mí" , dice Porcel con asombro. Y continúa: " Le pregunté entonces qué haría, qué propugnaría de ofrecérsele de nuevo las fervorosas posibilidades parlamentarias que tanto usó durante la II República española; lo mismo que hice y propugné entonces, respondió tajante Gil Robles." "Y entonces -dice Porcel- yo me levanté y con indiscutible cortesía le deseé los buenos días." El gran escritor ampurdanés José Pla formuló este juicio perfecto: "El señor Gil Robles, en realidad, no desarrolló táctica alguna y se dejó llevar por sus angustias sentimentales. Sus contrarios de la extrema derecha y la extrema izquierda adivinaron, quizá, que debajo del gran orador juvenil y tajante habla un espíritu hamlético; sus angustias sentimentales le convirtieron en un juguete de Calvo Sotelo y Goicoechea. Su demora en aparentar que aceptaba la legalidad presente, permitió a las izquierdas azuzar constantemente a Alcalá Zamora contra él y a mantenerlo en una suspicacia constante." A Gil Robles le sobraba capacidad polémica y de agitación y le faltaba claridad. Consiguió el grupo más numeroso de la Cámara y no quiso reconocer abiertamente la legalidad republicana, cubriendo a los radicales en cuya tarea se agotó; no llegó a gobernar realmente y fue un suicidio estéril. Frases como "todo el poder para el Jefe", "éstos son mis poderes", etc., que no habían tenido necesidad de pronunciar los dictadores de nuestros días, sin duda porque lo eran, resultaban incompatibles con la política real que desarrolló Gil Robles dentro y fuera del Partido.

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Tres tendencias en la "CEDA" Durante aquel bienio estéril se produjeron en el seno de la minoría "cedísta" -minada en su conjunto por la "táctica" de su jefe- tres tendencias que, a mi juicio, mostraron una coherencia algo mayor. Dos de ellas fueron de tendencia republicana: una, muy conservadora, era la "Derecha Regional Valenciana". Quizá este grupo tuviera mayor proximidad y mejores relaciones con la "Lliga Catalana" que con el resto de la minoría . La otra tendencia, de carácter republicano más avanzado -reformista y socializante- era la dirigida por el profesor Manuel Giménez Fernández, hombre siempre muy discutido en la minoría pero de honradez acrisolada y hombría de bien que, además -todo hay que decirlo-, tenia respecto a los problemas más vivos de la época una sensibilidad que faltaba a la inmensa mayoría de los componentes del partido. Una tercera corriente la representábamos unos pocos diputados, jóvenes más bien - que podríamos llamar la tendencia nacionalista y antirrepublicana- , quienes, aunque sin decisión para abandonar la estrategia parlamentaria, sentíamos alguna inclinación por la política autoritaria. Fuera cual fuera la actitud critica que hoy, tras larga experiencia, pueda merecerme aquella actitud, no vaya ocultarla ahora, porque escribir memorias es escribir memorias y no, como sucede algunas veces, proyectar sobre el pasado nuestras conclusiones actuales presentándolas como agudas previsiones. Me parece fuera de duda que aquella actitud mía se vio reforzada por mi amistad con José Antonio Primo de Rivera sobre la cual dice Gil Robles en su libro que se ha exagerado mucho, mientras él, que políticamente lo atacó siempre, se esforzaba después de la guerra civil, durante el seudofalangismo, no sé si por cautela, o por convencionales elegancias, a brindarle simpatía póstuma. La idea de aquellas insinuaciones sobre la exageración de mi amistad con José Antonio le vino a la mente a Gil Robles por no sé qué anécdota chistosa que un día le refirió Lequerica, ¡otra información de peso! Pues estaría aviado el señor Gil Robles si yo exhumara aquí las muestras innumerables de la dicacidad de aquel ex ministro y ex embajador dirigidas a su figura humana y política , y aún más allá; cosa que me guardaré mucho de hacer. El bilbaíno era maligno y desgarrado; yo respeto demasiado a un hombre, aunque esté dominado por el resentimiento, para repetir de él calificativos, juicios e historias tan feroces. La verdad es, sin embargo, la verdad, aunque un desdén biológico por ella -del que hablaba irónicamente Pedro Sainz Rodríguez- pretenda ponerla en cuarentena.

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Mi amistad con José Antonio ¿Pruebas de mi amistad con José Antonio? Sólo estas pocas : nuestra entrañable y conocida camaradería en los años universitarios; nuestra colaboración en defensa de las "Asociaciones profesionales" de estudiantes; algunas colaboraciones de tipo jurídico en los primeros tiempos de nuestra actividad como abogados. Cuando luego José Antonio iba a Zaragoza se hacia dirigir la correspondencia más intima a mi casa en donde se alojaba. Cuando venía yo a Madrid íbamos juntos a comer, a pasear, al teatro, cosas propias de amigos. José Antonio fue testigo de mi boda, teniendo que desplazarse desde Madrid, en momentos muy azarosos para él, a Oviedo, y me nombró, en mi calidad de "amigo de toda la vida", albacea en su testamento. (Muerto su padre, me encargó que formulara un recurso en relación con la suscripción de los Alcaldes y la "Unión Patriótica”.) Cuando se anunció el día en que iba a plantearse en la Cámara el suplicatorio para procesarle por tenencia de armas, muy contrariado porque pensaba que en aquella fecha no podría estar en Madrid, me rogó que lo impugnara yo en el caso de que efectivamente él no hubiese podido asistir, y si por fortuna para él no resultó necesario que lo sustituyera, yo, rompiendo la disciplina de la minoría, voté en contra de su concesión. Entre muchas preocupaciones, decepciones y amarguras tuvo José Antonio algún momento de ilusión y de esperanza y proyectó una lista de Gobierno en la que yo era Ministro de Justicia, y en cambio no figuraba en ella un solo nombre de los que a su muerte se crecieron políticamente unos centímetros y se instalaron vitaliciamente en un poder que, según su confesión, no era falangista. Cuando estaba en la cárcel de Madrid me llamó varia s veces y en una de ellas me rogó que me trasladara a Canarias a fin de persuadir al general Franco de que retirase su candidatura por la provincia de Cuenca en la que le habían incluido junto a José Antonio, cosa que éste no consideraba conveniente. Fue entonces cuando su hermano Fernando, situado junto a él detrás de las rejas del locutorio, exclamó con irritada ironía: "Para triunfar ya sólo falta la inclusión del cardenal Segura en la candidatura; así el Gobierno no pondrá dificultades." Impugné en el Parlamento el dictamen de la Comisión de Actas que privaba a José Antonio de la que legítimamente había ganado por la provincia de Cuenca en las elecciones del 36. Volví a .visitarle en la cárcel de Alicante, poco antes del Alzamiento. Insistiré sobre alguno de estos episodios al evocar recuerdos parlamentarios. ¿Hace falta más? ¿Y cuál era el mezquino empeño del que negaba cosa tan evidente? Por respeto a la verdad y a la amistad hago estas puntualizaciones - sin rencor-, y cuando el tema está fuera de todo oportunismo político. Las relaciones de José Antonio con Gil Robles y Prieto Respecto a las relaciones entre José Antonio y Gil Robles no puede negarse que el primero tuvo para el segundo en la prensa falangista algunos halagos, tanto porque

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estimaba alguna de sus cualidades de agitador y parlamentario, como porque él no cejó nunca en la tentativa de atraer hacia sus propias posiciones a las personalidades fuertes, o simplemente notorias, a quienes consideraba instaladas en una "mala escuela". Más reitera dos aún, y mucho más elogiosos, fueron los halagos brindados por José Antonio a hombres como Prieto; y mayor es todavía a otros a los que estimaba más de cerca, como Sánchez Román o Maura. No consta sin embargo la menor correspondencia o reciprocidad, por parte de Gil Robles hacia José Antonio, porque el porte intelectual de éste, de José Antonio, le causaba incomodidad y sus ataques – que a veces fueron muy duros- pesaron más en su conciencia que los ocasionales elogios. Creo que nunca olvidó Gil Robles el famoso artículo de José Antonio, "La victoria sin alas" , que escribió para publicar lo en el primer número de la revista FE pocos días después de las elecciones del 33 y que, tachado por la censura, vería la luz en el periódico Arriba un año más tarde. ¿Qué podía admirar José Antonio en Gil Robles? Sin duda lo que un hombre honrado admira siempre en otro aunque sea un adversario: las cualidades ciertas. Gil Robles era un buen tribuno, aunque sus oraciones no resistían casi nunca la prueba de la lectura -ni por el estilo ni por la claridad de ideas-, del modo como la resisten los discursos de José Antonio y también de algún político de izquierdas como Azaña. Era Gil Robles, y esto más que todo, un ágil y eficaz parlamentario, rápido, con desparpajo, con fuerza polémica, aunque también en esto tuviera que ceder a distancia el primer puesto a su mayor contrincante Indalecio Prieto que fue, sin duda alguna, el primer parlamentario y el más completo de las Cortes republicanas porque su enorme capacidad de asimilación le permitía hacerse fácilmente incluso con tema s en los que no podía estar bien preparado; y porque su garbo polémico, su capacidad para el sarcasmo y la ironía, incluso a veces su cordialidad en la lucha, le hacían ir resistible. Era Prieto, además, hombre de gran humanidad como habría de demostrarlo en la prueba decisiva de la guerra civil, cuando asustado por la violencia desatada y feroz, pidió públicamente – por medio de la Radio- a los milicianos dedicados al crimen " pechos acerados para el combate y piedad para la retaguardia". Uno de los momentos más afortunados, brillantes y nobles de la actitud parlamentaria de Prieto se produjo precisamente con ocasión del suplicatorio para procesar a José Antonio Primo de Rivera, reo de un delito de tenencia ilícita de armas y en el que la minoría de la "CEDA" cometió uno de los más torpes y desgarbados pecados de mezquindad al servicio de la célebre " táctica", votando a favor de que se concediera el suplicatorio para procesarle. Prieto, por el contrario, se opuso al procesamiento con un ingenio extraordinario. La cosa era tanto más meritoria cuanto que meses antes J osé Antonio, ofendido en la memoria de su padre, agredió a Prieto en el propio hemiciclo y, por otra parte, un miembro de la minoría socialista (el diputado Lozano) acababa de ser entregado por el Parlamento a la acción judicial en caso de la misma naturaleza, aunque de mucha mayor gravedad. Y la intervención de Prieto fue precisamente para aclarar que ellos - los socialistas- consideraban los dos casos muy distintos: grave sin duda el de su compañero – el diputado Lozano- que ya estaba resuelto y sobre el que no se podía volver, y leve - levísimo, decía- el de José Antonio, quien se había hecho responsable de un número muy reducido de pistolas decomisadas a un mandadero o dependiente suyo y que Prieto consideraba justificado y hasta inexcusable que José Antonio las poseyera, dadas las condiciones del ambiente y la amenaza que sin duda había de pesar sobre un

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hombre con una significación tan polémica y llamativa como la de José Antonio. Pero aún añadía a éstos un argumento político: Al fin y al cabo los socialistas eran muchos diputados en la Cámara y conceder el suplicatorio a uno de ellos no era negar a esa tendencia política la representación parlamentaria. En cambio, excluido de la Cámara José Antonio, la tendencia política que él encarnaba - decía Prieto " aunque a mí no me guste" - quedaba sin representación, ya que él era diputado único. Derrotado en la votación – como explico en otro capítulo de este libro-, todavía Prieto buscó una fórmula para que el desaguisado no se cometiera: que la acción judicial quedara suspendida hasta la extinción de la legislatura. La mayoría de los grupos parlamentarios, sin embargo, comprendida la "CEDA" - con la excepción de mi voto y el de tres o cuatro compañeros más-, se produjo contra José Antonio que aún tuvo humor para decir a Prieto estas palabras: " Retire su señoría esa proposición si, para votarla, la 'CEDA' tiene que 'retorcerse otra vez el corazón '. Espectáculos así me parecen demasiado crueles." Con la célebre frase " retorcer se el corazón" José Antonio volvía contra Gil Robles la que éste pronunció cuando la " CEDA" votó por la impunidad en un caso de corrupción conocido con el nombre de "asunto Nombela". (Se publica en los "Apéndices" el importante discurso de Indalecio Prieto.) En otra ocasión y respondiendo a una interrupción que José Antonio le hiciera, Gil Robles le contestó fría y desdeñosamente: "¿Es eso todo lo que Su Señoría necesitaba decir para hacer ese ensayo literario?" No era esta vez la primera que Gil Robles fustigaba a José Antonio motejándole de ensayista, con intención peyorativa. Ésta era la simpatía de Gil Robles por José Antonio. Quizá -ésa es la verdad- tenía sus razones. En las cinco o seis intervenciones importantes que José Antonio tuvo en la Cámara, sobre el "estraperlo", sobre el " asunto Nombela", sobre la liquidación de la revolución de octubre y sobre la Reforma Agraria, los ataques políticos de los que José Antonio le hizo objeto fueron muy virulentos. Por cierto que también al referirse a una de esa s intervenciones catilinarias de José Antonio, Gil Robles, en sus Memorias, modifica los hechos a su arbitrio ofreciéndonos una información parlamentaria que no puede admitirse. Dice Gil Robles que al acabar de hablar en el asunto del "estraperlo" José Antonio cruzó por el hemiciclo con un velo o aire de tristeza mientras Lerroux lo miraba fría y fijamente y que al pasar junto al banco azul le dijo: " Con usted no va nada, don Alejandro." Rarísimo episodio porque si el "Diario de las Sesiones del Congreso" no me deja mentir, José Antonio había dicho con ocasión de este debate y de Lerroux cosas de este calibre: "Cuando en un partido se pueden manipular durante meses cosas como éstas que nos avergüenzan y nos apestan y que encolerizan contra nosotros -y si no lo remediamos esta misma tarde contra el Parlamento- a todo el pueblo español, ese partido empezando por su jefe que hace muy bien en alegar su vida política porque la conocemos todos, tiene que desaparecer de la vida pública." Asimismo, con motivo del debate sobre el llamado " asunto Nombela" que tuvo lugar en el Congreso el 7 de diciembre de 1935, José Antonio, en su intervención, se expresaba así: "Comprenderéis que a mí, en cuanto al Parlamento, quizá eso me importe menos que a otros. No creo que sea el Parlamento el instrumento mejor para regir la vida de los pueblos. Pero esto ahora es secundario; lo que me importa es que aquí en el ámbito del Parlamento están quizá la mayor parte de las reservas humanas que España tiene para su conducción política; que en la deshonra del Parlamento iría envuelta la deshonra de casi todos nosotros, y que si eso pudiera favorecerme como hombre de partido, os digo que

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es un triste espectáculo, que ni como español ni como hombre me complace. Yo quisiera que en este instante decisivo se salvara todo lo que se pudiera salvar, porque ya os digo que los espectáculos de desastre sólo pueden ser gratos a las almas enfermizas..." "Lo que tratáis de hacer con ese dictamen es ahuyentar la grave tacha de acusación política – política por ahora- sobre la cabeza de don Alejandro Lerroux; y yo os digo solamente esto: si tal hacéis, acaso salvéis con los votos esta noche a don Alejandro Lerroux, pero caerá sobre todos vosotros, sobre todos los que votéis, la reprobación terminante de la opinión pública entera. La opinión pública sabe ya muy bien (en el "Diario de las sesiones de Cortes" se lee, al llegar a este punto: "Rumores"), ha sentenciado ya muy bien; la opinión pública entera ha sentenciado ya este pleito; la opinión pública reclama con escándalo que se abomine esta noche de un tono político impuesto a las costumbres españolas por don Alejandro Lerroux. Ésta es la verdad y está en la conciencia de todos vosotros." "Pero ¿es que vamos a decir todavía esta noche una vez más que don Alejandro Lerroux no delinque? Llegó lo del 'estraperlo' y apareció su hijo adoptivo, una especie de cuerpo mixto civil y militar que le rodea, el Subsecretario de la Gobernación, el Ministro de la Gobernación, todos; él incólume. Llega este asunto, y tenemos al Subsecretario de la Presidencia, quién sabe si al señor Nombela, quién sabe si al juez instructor; él incólume. ¡Señores! Ya es hora de que concluyamos con esta especie de juego de personajes de vieja farsa italiana. El señor Lerroux no delinque nunca; pero en las inmediaciones del señor Lerroux hay siempre para delinquir o un hijo adoptivo, o un cuarto cívico militar, o un Subsecretario propicio o un Ministro medio tonto; siempre se encuentra eso en los alrededores del señor Lerroux para que se lleven el peso a la hora de las condenaciones..." "Vamos a votar dentro de unos instantes, y vamos a votar dentro de unos instantes lo que fuera de aquí se ha sentenciado ya." "Si mañana dicen los periódicos: la Cámara española, con el voto de casi todos, con el voto de los más, ha reprobado terminantemente, ha clausurado terminantemente este período vituperable, la Cámara española recobrará a los ojos del pueblo gran parte de sus prestigios, y vuestros partidarios ('dirigiéndose a los Diputados de la CEDA', se lee en el 'Diario de las sesiones de Cortes'), vuestros partidarios - aunque me queráis interrumpir - , y todos los que están fuera de aquí anhelando justicia , se sentirán gozosos y os tributarán su aplauso, y mañana habrá un alborozo popular de domingo, que sienta como si se hubiera levantado de España una losa que la estaba oprimiendo, y vosotros mismos, después de hacer justicia, os sentiréis más ligeros, como quien vuelve a una atmósfera limpia después de haber pasado mucho tiempo en un reducto infecto y enrarecido. Haced lo que os parezca; esto podrá traer consecuencias políticas más o menos graves; no importa. Atreveos a la jugada decisiva, atreveos a jugároslo todo por el honor, y veréis como así, si os lo jugáis todo esta noche, si os atrevéis a votar con vuestra conciencia, que responde en esto a la conciencia popular, después de esta noche tendréis mañana en vuestras almas y en vuestros partidos un día alegre. He dicho." (El "Diario de las sesiones de Cortes" registra esta acotación: "Muy bien. Aplausos. ") Quien esté interesado por conocer este incidente de manera más concreta y precisa, puede consultar el " Diario de las sesiones de Cortes" de 7 de diciembre de 1935, número 275, páginas 11274 y11275. Después de vistas estas transcripciones de los discursos de José Antonio Primo de Rivera en el Congreso, una de dos o José Antonio se desdecía a media voz de lo que

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proclamaba a pleno pulmón, cosa que no creerán nunca de él las personas que le conocieron, o el memorialista (se me escapa esta palabra, pese a su impropiedad, al ver la tan usada) muestra aquí una rara habilidad par a retorcer también la memoria a fin de mitigar unas acusaciones que indirectamente le perjudicaban. El orden público El grave problema del orden público fue la constante en aquel Parlamento en los dos años de su duración; y, ya antes de quedar constituido, se producían graves actos de rebeldía en Barbastro seguidos por un levantamiento que se extendía a Huesca, Zaragoza, Barcelona y a la mayor parte de las capitales de España, proclamándose en algunos sitios el comunismo libertario con agresiones a la Guardia Civil, descarrilamiento de trenes de viajeros cortando las vías por medio de explosivos, y cometiendo toda clase de desmanes. En Villanueva de la Serena los rebeldes se hacían fuertes en reductos de resistencia y hubo muertos y heridos por todas partes. El Gobierno tuvo que decretar " el estado de alarma" y con este motivo Gil Robles pronunció un discurso durísimo contra los gobiernos del bienio anterior que habían amparado todos los movimientos anárquicos y a los que consideraba responsables de la situación y acusó a los socialistas de no haber tenido el valor de enfrentarse con la " CNT" cuando esta organización públicamente manifestó que viviría siempre fuera de esa 'ley, que no acataría nunca. El discurso provocó una réplica despiadada, implacable, de Prieto que punía de manifiesto la separación abismal entre la derecha y la izquierda de aquel Parlamento. Hubo sin duda en esa confrontación polémica un exceso de irritación personal y de amor propio, por lo que Prieto trató de justificar su brutal reacción ante lo que calificó de desafío petulante en el reto de Gil Robles. Éste fue ya mal endémico de casi todos los días en estas primeras Cortes y más todavía en las que siguieron, esto es, en las del Frente Popular; es de justicia reconocer que tanto Gil Robles como Calvo Sotelo -éste todavía más, cuando por virtud de la amnistía pudo ocupar su escaño- denunciaban enérgicamente, valerosamente, ante la Cámara actos de violencia y de terror. Ya en esas primeras Cortes ordinarias llegó un momento en que Gil Robles, pese a la asistencia que había decidido prestar al Gobierno, se vio en el caso de advertirle que si éste no se encontraba con fuerzas para hacer frente a unas organizaciones que se declaraban en rebeldía abierta, y actuaban contra el régimen y la sociedad, anunciando sus planes de revolución social, se vería obligado a retirar su confianza y "sería necesario pensar si el Poder tenia que ir a otras manos más fuertes: a manos que, en vísperas de un movimiento subversivo, no comenzaran por una claudicación iniciar'. Cambó y Ventosa, de la "Lliga Regionalista"; Lamamié de Clairac, el conde de Rodezno, y otros tradicionalistas y monárquicos denunciaban también enérgicamente aquellas situaciones inadmisibles. En Zaragoza, por donde yo era diputado, había un foco de agitación muy grave y la ciudad sufría un a huelga general que duraba más de treinta días, y yo mismo tuve que manifestarme ante el Congreso y el Gobierno en estos términos: "Zaragoza es, a caso, en España, en los momentos actuales, el foco de mayor

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rebeldía; el lugar elegido para la concurrencia de los elementos más destaca dos en las actividades antisociales y hasta el día de la fecha, y hasta Dios sabe cuándo, la ciudad no ha recobrado un momento de tranquilidad." Y recordé en mi discurso el hecho increíble de que cuan do los Tribunales de urgencia empezaron a actuar, el Juzgado fue asaltado, secuestrado el sumario que se estaba instruyendo, y colocada una bomba en la Comisaría de vigilancia, que causó la muerte a varias personas; y también que cuando días después se presentaran en la cárcel de Zaragoza el juez, el fiscal y el secretario para practicar determinadas diligencias fueron recibidos por la población reclusa en actitud de verdadero motín, haciéndoles objeto de toda clase de vejaciones, apaleándoles bárbaramente y .., aún tuvieron " la generosidad" de no acabar con sus existencias que habían tenido plenamente en sus manos, lo que podían haber hecho porque en la prisión frente a ese tumulto no hubo ningún género de autoridad... Se llegó al límite verdaderamente intolerable de que el Comité de huelga allí detenido, seguía actuando, teniendo a su disposición las máquinas de escribir para desde la prisión redactar y enviar a la calle órdenes y circulares. Terminé preguntando al Ministro de la Gobernación: "¿Qué Policía es esa que, después de esta reiterada actuación de los elementos perturbadores, llega al día treinta y tres de huelga y no ha descubierto todavía los lugares donde se reúnen para proceder a la fabricación de explosivos?" "¿Qué Policía es esa que se encuentra en el mismo estado de ignorancia el día treinta y tres del conflicto que el día primero del mismo respecto a los dirigentes del movimiento criminal?" … Terminé diciendo al Gobierno que si se producía su intervención, habría de estar inspirada por móviles y consideraciones exclusivamente de justicia y de legalidad, sin el sacrificio de intereses que fueran legítimos de las dos partes, porque eso sería una claudicación y un estímulo para futuras y más graves discordias. (Esta situación concreta a que me estoy refiriendo tenía lugar durante un Gobierno Lerroux. Recordemos que después de aquel primero de los veintitrés días, el Jefe radical presidió dos gobiernos seguidos: uno desde diciembre de 1933 a marzo de 1934, y otro desde ese mes hasta fin es de abril del mismo año: y más tarde otro, en octubre de 1934, bajo el que tuvo lugar la revolución de Asturias.)