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IDEOLOGÍAS Y LUCHAS DE PODER EN LOS SUCESOS DE 1811 Rodolfo Castro Orellana I Los siguientes tres apartados son parte del proyecto de investiga- ción Usos de la noción de ideas e ideo- logías. Se trata de unas notas cuya pretensión es limitada, dado que el tema no tiene un apoyo biblio- gráfico especializado y, en cier-to modo, nos aventuramos en un campo que ha sido poco indagado, pese a la existencia de muchas re- flexiones sobre la emancipación de la colonia española que no lle-nan nuestras expectativas. Haciendo un breve balance de lo encontrado, en la bibliografía especializada consultamos Ideolo-gías de la Independencia, de Virgilio Ro- dríguez Beteta, el cual nos ha servi- do para examinar ideas políticas en fuentes periodísticas que influyeron en la fase final de nuestra eman- cipación; y el interesante libro de Constantino Láscaris, Historia de las Ideas en Centroamérica que, al contra- rio, nos entrega valiosos anteceden- tes sobre el proceso ideológico de la Colonia, en un estilo muy provoca- tivo, que enriquece el debate sobre usos de las ideas. 1 También hemos tenido ac- ceso al libro de Rafael H. Valle, His- toria de las Ideas Contemporáneas, cuyo interés está más enfocado en las ideas posindependencia, además de las limitaciones en relación al mane- 1. Rodríguez Beteta, V. Ideologías de la independencia. Doctrinas políticas y Eco- nómico-sociales, 1ª ed., Editorial París- América. Francia, 1926; Lascaris C. Historia de las Ideas en Centroamérica, 1ª Ed., Educa. Costa Rica, 1970. La Universidad 21

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IDEOLOGÍAS Y LUCHAS DE PODER EN LOS SUCESOS

DE 1811

Rodolfo Castro Orellana

I Los siguientes tres apartados son parte del proyecto de investiga-

ción Usos de la noción de ideas e ideo-

logías. Se trata de unas notas cuya pretensión es limitada, dado que el tema no tiene un apoyo biblio-gráfico especializado y, en cier-to modo, nos aventuramos en un campo que ha sido poco indagado, pese a la existencia de muchas re-flexiones sobre la emancipación de la colonia española que no lle-nan nuestras expectativas.

Haciendo un breve balance de lo encontrado, en la bibliografía

especializada consultamos Ideolo-gías

de la Independencia, de Virgilio Ro-

dríguez Beteta, el cual nos ha servi-do para examinar ideas políticas en

fuentes periodísticas que influyeron en la fase final de nuestra eman-cipación; y el interesante libro de

Constantino Láscaris, Historia de las

Ideas en Centroamérica que, al contra-rio, nos entrega valiosos anteceden-tes sobre el proceso ideológico de la Colonia, en un estilo muy provoca-tivo, que enriquece el debate sobre

usos de las ideas.1 También hemos tenido ac-

ceso al libro de Rafael H. Valle, His-

toria de las Ideas Contemporáneas, cuyo

interés está más enfocado en las ideas posindependencia, además de las limitaciones en relación al mane- 1. Rodríguez Beteta, V. Ideologías de la

independencia. Doctrinas políticas y Eco-

nómico-sociales, 1ª ed., Editorial París-América. Francia, 1926; Lascaris C. Historia de las Ideas en Centroamérica, 1ª Ed., Educa. Costa Rica, 1970.

La Universidad 21

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jo de los textos, donde se privilegia nombres y apellidos sin la inserción histórica de contextos y personajes.

De la nueva bibliografía se ha tenido acceso por medio de internet a ensayos y artículos o avances sobre la educación en la Colonia, el impacto de las refor-mas borbónicas previas a la lucha por la independencia, etc., que solo sirven limita damente. Pode-mos señalar, en particular un Breve balance de la historiografía contempo-ránea sobre la Independencia

en Cen-troamérica, del 2009,2 el cual nos reafirma en nuestra percepción de ausencia de trabajos específicos sobre el tema.

No obstante estas limita-ciones, hemos encontrado trabajos ya clásicos entre nosotros, cuyos títulos no expresan realmente la riqueza de información y reflexio-nes sobre los actores y usos de las ideas e ideologías en las luchas por la emancipación en la Provincia de San Salvador. Tal el caso del «ensa- 2 Gutiérrez, Coralia. Breve Balance de la Historiografía Centroamericana Con-temporánea, 2009. 3 Barón Castro, Rodolfo. José Matías Delgado y el Movimiento Insurgente de 1811, Ministerio de Educación, Direc-ción de Publicaciones e Impresos. El Salvador, 1962. 4 Guandique, José Salvador. Presbí-tero y Doctor José Matías Delgado. Ensa-yo Histórico, 1962

yo» José Matías Delgado y el Movimiento

Insurgente de 1811, de Rodolfo Barón Castro, una acuciosa investigación en fuentes de primera mano como el Archivo General de Indias de Se-

villa, España.3 Desde otro enfoque

también nos ha servido por sus lapi-darios juicios e intuiciones brillan-tes el ensayo histórico de José Sal-

vador Guandique, Presbítero y Doctor

José Matías Delgado, pese a sus limita-ciones y su perspectiva «elitista» del

proceso emancipatorio.4 El estudio

de Francisco Peccorini, La voluntad

del pueblo en la emancipación de El Salva-

dor, ha representado un semillero de interrogantes que nos han ayudado a buscar explicaciones a hechos y posturas, más allá del uso del méto-do lógico-formal del que Peccorini

hace gala en sus interpretaciones.5

Finalmente, nos ha sido de mucha utilidad el ya clásico trabajo de A.D.

Marroquín, Apreciación Sociológica de

la Independencia Salvadoreña, por los datos y cifras que aporta y las «pro-yecciones ideológicas» que hace de 5 Peccorini, Francisco. La Voluntad del Pueblo en la Emancipación de El Salva-dor, Dirección General de Publicacio-nes, Ministerio de Educación, El Sal-vador, 1972. 6 Marroquín, Alejandro D. Aprecia-ción Sociológica de la Independencia Salva-doreña, Universidad de El Salvador, Instituto de Investigaciones Econó-micas, Facultad de Economía, 1964.

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las distintas reivindica ciones de los actores en lucha.6

En este trabajo es necesa-rio explicitar que no vamos a caer en el dilema entre método empíri-co, que acumula «hechos», y méto-do lógico o aplicación de marcos conceptuales prefijados, sino — como dice Guandique— en inda-gar el cómo y el qué de los hechos o acontecimientos vitales, lo cual no se encuentra en los archivos o en la teoría, sino en «la historia de su medio social»; y si la historia no es concebida con inclusión de eso que hoy llamamos contexto o campo social de fuerzas donde se mueven actores vivos (o que lo fueron), sería «como el movimien-to

percibido sin lo que se mueve».7

Ideas de autonomía, su origen: ¿conflicto criollos-peninsulares? La cuestión planteada como pre-gunta inicial deriva del punto que la mayoría de escritores señalan como el origen de las ideas de au-tonomía o independencia que se expresaron con estos movimien-tos: ¿qué los movía? ¿hacía dónde?. Ante esto se responde: «esa tensión tan terrible que existía entre pe-ninsulares y criollos… constituyó… una palanca poderosísima para el 7 Guandique, J.S. Op. Cit., p. 20, citando a Karl Mannheim.

movimiento independentista, pero no sin haber tenido que contrarres-tar un influjo muy grande del sen-timiento monárquico-religioso del

pueblo…» .8

Esa respuesta a la pregunta hecha en general es correcta, pero presenta varios vacíos. El primero es que, efectivamente, existía esa «tensión tan terrible» entre crio-llos y peninsulares y que era de larga data, agudizándose cada vez más; sin embargo, los criollos no podrían manejar ideas autonomis-tas sin una práctica autonomista (imposible la independentista, por el momento). El segundo aspecto que es necesario dilucidar es el factor contrarrestante de las ideas autonómicas: «el sentimiento mo-nárquico-religioso del pueblo», y aquí «el pueblo» aparentemente solo abarca al elemento étnico in-dígena, pero, ¿y el «pueblo criollo»? ¿y el pueblo «mestizo»? 8 Peccorini, Francisco. Op. Cit., p. 14. 9 Desde 1798 en que falleció el últi-mo intendente hasta 1805 en que tomó posesión Gutiérrez y Ulloa, el Cabildo sansalvadoreño en manos criollas se convirtió en el poder real, lo cual con-tribuyó a fortalecer «una cierta auto-nomía municipal». Ver: Barón Castro, p. 61-62. En ese aspecto San Salvador presenta una excepción a la tendencia a desplazar el gobierno de los criollos por las reformas políticas «borbóni-cas», ver: R. Turcios, p. 22.

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En relación al primer pro-blema, es importante la existen-cia de un ejercicio práctico de los criollos en el gobierno municipal de San Salvador, frente al vacío de intendente o de la «autoridad dis-

minuida» de los interinos.9 Por su parte, la autoridad eclesiástica de la provincia criolla, precisamente estaba en manos del principal ca-beza y líder de los movimientos autonomistas e independentistas, José Matías Delgado, a partir del cual se generaba una tupida «red familiar».

Existen también institu-ciones que son centros o resortes de poder, como el «Montepío de Cosecheros de Añil», en cuya di-rección se mezclaba la elite de los propietarios criollos y peninsu-lares. Es sin duda un espacio de encuentros y desencuentros de los dos agrupamientos, pero que los había «acostumbrado a discu-tir con cierta libertad sus propios asuntos». A ello hay que agregar que esa elite es la que accede a la autoridad municipal «a través de los oficios concejales vendibles, lo cual les brindaba la oportunidad de participar, en forma permanen-te, en los asuntos

públicos de su localidad».10

El autonomismo se expre-só también por la misma época en 10 Barón Castro, Rodolfo. Idem y nota 4, p. 82.

un «complicado pleito sucesorio» en la intendencia de San Salva-dor: el Capitán General trató de cubrir la vacante con un teniente letrado, pasando por encima de las ordenanzas que señalaban al Alcalde de primer voto como su-cesor natural en el gobierno polí-tico. Hubo oposición no solo del afectado sino de la población crio-lla que «puso de manifiesto» sus ánimos exacerbados por tamaña injusticia que había violentado los derechos de su Alcalde primero, que los privaba de gozar de cierta autonomía en el gobierno político

de la intendencia.11

Existe una situación que por obvia se pasa por alto en mu-chos escritos sobre los primeros hechos por la emancipación de San Salvador: la íntima vinculación de la rectoría religiosa y la dirección municipal, a través de lazos fa-miliares. En efecto, los hermanos Delgado, parientes y allegados ocupaban diversos cargos de la au-toridad del cabildo. Como lo afir-ma Barón Castro, «de esta manera, 11 Barón Castro, Rodolfo. Op. Cit., pp. 62-64. 12 El mayor y menor y los her-manos Delgado (Manuel y Francis-co) eran militares: Teniente y Subte-niente del Escuadrón de Dragones, a partir de 1803 el primero y de 1811 el segundo. Barón Castro, R. p. 27, nota 16, p. 47.

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este importante grupo familiar, vinculados a la curia, al ayunta-

miento e incluso a la milicia,12

ex-tiende y afirma su influencia». En otras palabras, ambas jerarquías, la cívico-militar y la religiosa han coincidido en gran parte desde 1797-1799 hasta 1805 en manos de una familia criolla que lideraría el movimiento insurreccional de 1811.

Visto en esa perspectiva, nos parece que al primer problema sobre la «terrible tensión peninsu-lares-criollos» en la intendencia de San Salvador, no basta con señalar-lo como origen de las ideas autono-mistas de los criollos, sin examinar que ese agente histórico esté pre-parado para que sus ideas lo con-viertan en actor capaz de asumirlas y animarlas en la práctica.

En otras palabras, en la In-tendencia de San Salvador se van a unir los impulsos ideológicos por asumir la dirección del mando po-lítico, con una más o menos dilata-da preparación para ello; y eso no tiene explicación en una abstracta y terrible «tensión» que más bien tiende a paralizar los ánimos que a dinamizar las acciones de poder de un grupo.

En consecuencia, «la pa-lanca poderosísima» (sic) para que el movimiento autonomista se mueva no es la existencia del con-flicto criollos-peninsulares: esta reside en que el actor (criollos)

que va a dirigir las acciones insu-rreccionales de 1811 esté preparado para asumir el relevo político en el momento en que las condiciones o tiempos lo autoricen. Para ello no basta con la «voluntad», por muy heroica que se presente, ni siquie-ra que el conflicto haya llegado a límites insostenibles por ambas partes. Otra cosa es que, con la ex-periencia del ejercicio dilatado del poder, se den las condiciones para que el movimiento sea percibido

con actores de carne y hueso.13

¿Influencia del sentimiento mo-nárquico-religioso del pueblo? En relación al segundo aspecto que trata sobre el factor (senti-miento) ideológico legitimista y religioso que se presenta como do-minante en el pueblo y contrarres-tante de los líderes autonomistas, habría que plantear varias cosas que pongan esa afirmación gene-ral en un marco más complejo de situaciones históricas.

Primero, es importante di-lucidar quién era «el pueblo» que, según Peccorini, estaba domina- 13 Ese momento va a arribar de 1808 en adelante cuando se presente el «va-

cio» de poder en España y los aspi-rantes criollos inician su marcha para probar que tienen derecho a dominar.

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Cuadro 1. Composición étnico social de la In-tendencia de San Salvador: año 1807

Categorías Total de Porcentaje

categorías del total

Españoles peninsulares 1.422 0.86

Españoles americanos o criollos 3.307 2.00

Mestizos 87.722 53.07

Indios 71.175 43.07

Negros y mulatos 1.652 1.00

Total 165.278 100.0%

NOTA: Los datos aproximados y recompuestos por A. D. Marroquín tienen como

fuente a A. Gutiérrez y Ulloa: Estado General de la Provincia de San Salvador:

Rey-no de Guatemala, 1807, S.E., S.P. do por una ideología legitimista-religiosa. Sin duda se refiere al conjunto de categorías sociales que conformaban la población colonial a inicios del siglo XIX en la Intendencia Provincia de San

Salvador. Según Marroquín,14 con datos aproximados, la población tenía la composición étnica en in-dividuos y porcentajes, siguiente:

La anterior «proyección» sirve para nuestro propósito, inde-pendientemente de que los datos sean aproximados y las divisiones sean discutibles, porque reflejan un nivel muy alto de heterogenei-dad social-cultural, el cual se com- 14 Marroquín, Alejandro D. Op. Cit., p. 26 15 Ídem., hace dichos «cortes» en pp. 10-14 para «Estratos de Espa-ñoles Peninsulares», y pp. 14-16 para «Estratos de Españoles americanos o criollos».

plejiza al operar con un corte verti-cal u horizontal por estrato en cada categoría.15

¡Con esa realidad de fondo, tanto la

pregunta como la respuesta ya no

pueden ser tan directas y fáciles de

responder; ¿es dominante entre «el

pueblo» la ideología monárquico-

legitimista en vísperas de la insu-

rrección de la Intendencia de San

Salvador?, ¿funcionó como una

fuerza de contrapeso «muy gran-de»

para neutralizar la acción de las

ideas autonomistas? Es indudable

que el «sentimiento» monárquico-

religioso tuvo un peso específico en-

tre las diversas categorías y estratos

de la población, pero su influencia

fue muy heterogénea y variable en

períodos normales; y en coyunturas

críticas fue necesario ponerla «en

movimiento» por actores «de carne y

hueso» y hacer que esas ideas o

sentimientos fueran efectivas para

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lograr el contrapeso a las ideas con-trarias de emancipación gradual de la monarquía española.

Además, para complicar el cuadro, en las dos generacio-nes anteriores se había formado el núcleo político de ese 2 % crio-llo (cuadro 1), que se constituyó en elite dirigente del movimiento emancipador; y a la vez sufrió un cambio fundamental la composi-ción social étnica con el proceso del mestizaje. La categoría mesti-zos en el cuadro 1 tiene una pon-deración aproximada del 53.07 %, viniendo de constituir una mino-ría en los siglos XVI y XVII; pero ya a fines del siglo XVIII e inicios del XIX se convirtieron en el gru-po étnico más numeroso, en mu-chos sitios de América y en Cen-

troamérica.16

«Este grupo hubiera resul-tado insignificante si su número hubiera sido escaso, pero al so-brepasar a la población blanca (y a la indígena R-C) representó un detonante social, ya que estaban condenados a vivir sin una fun-

ción social específica».17 Efectiva-mente, muchos de los líderes de 16 Solórzano Fonseca, Juan Carlos. «Los años finales de la domi-niación española». En Historia Gene-ral de Centroamérica: De la Ilustración al Liberalismo, tomo III, Flacso, Madrid, pp. 25 -29 17 Ayala, L. E. . Op. Cit.p. 33

los levantamientos de barrios de las ciudades y pueblos de la inten-dencia de San Salvador en 1811 y 1814 eran de esta categoría social: «mulatos o pardos» a quienes las autoridades y la sociedad colonia-les anatematizaban como «levan-tiscos y alborotadores», además de que se sostenía respecto a ellos un

verdadero «apartheid».18

Lo complicado de su situa-

ción social es que querían parecer españoles adoptando sus costum-bres y usos sociales, pero a la vez repudiaban sus raíces indígenas o negras; la sociedad colonial los discriminaba en sus posibilida-des de ascenso social; para optar a grados académicos tenían que presentar «examen de pureza de sangre» (?), no podían concursar para cargos públicos; solamen-te podían optar al sacerdocio de base, no a las altas jerarquías. A fines de la dominación colonial los mestizos crecieron a través de tres canales: los criollos pobres o em-pobrecidos, los negros libertos y los indios que lograron hacer for-tuna, todos ellos se pueden ubicar en el medio de la estructura social, en diversos estratos que eran ya 18 «Era tan difícil la situación del mestizo que el Deán García Redondo en 1799 los llamó «súbditos sin dere-chos, extraños a los bienes comunes y forasteros en el suelo natal». Marro-quín, Op. Cit. p. 17.

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portadores y divulgadores de una ideología mestiza que les daría presencia en los movimientos de emancipación, sean autonomistas o de independencia absoluta.19

Como vemos, la respuesta es

bastante más difícil si inserta-mos a

los mestizos como parte de ese

«pueblo» que, alega Peccorini, era

portador de esa ideología mo-

nárquica-legitimista. En la realidad

esa categoría social más bien era

portadora de una ideología propia

proclive más al autonomismo o la

independencia de los lazos colonia-

les, que a las lealtades legitimistas y

religiosas, lo cual no significa ho-

mogeneidad. Precisamente por esa

función social de estrato o categoría

social que les es negada, tanto por

españoles que los despreciaban y

segregaban, como por los indígenas

que los veían con desconfianza y re- 19 Ayala, L. E. Ídem. A. D. Ma-rroquín divide en 4 capas el Estrato Mestizo: pequeños comerciantes, agricultores en pequeño, funciona-rios subalternos y trabajadores urba-nos en general, y agrega »parásitos y malvivientes», p. 18, lo cual expresa heterogeneidad. 20 Marroquín, Op. cit., p. 18. Se puede decir lo mismo de negros o mulatos que a pesar de las barreras de todo tipo usa todos los medios po-sibles que le ofrece su entorno para superarse «y difundir sus propios va-lores»

celo, el mestizo se lanza a ganar su espacio propio en un entorno hostil y opresivo y lo consigue «a base de audacia, tenacidad, astucia» y, en ocasiones, pasando por encima de

limitaciones morales.20

En cuanto al «pueblo in-

dígena», (43.07 %) es otra su in-serción en la sociedad colonial; su composición social es más homo-génea que la de mestizo. Las co-munidades indígenas, no obstante ello, eran «una abigarrada mezcla» de elementos ideológicos y cultu-rales propios de la colonización; usos y tradiciones preconquista, que se les impusieron en el proce-so ideológico de la evangelización por la diversidad de órdenes reli-giosas. Como lo afirma R. Bastide, «El indio se resiste a la integra-ción…; opone una resistencia casi vegetal, la del individuo atrapa-do por su suelo, sus tradiciones, su

soledad o su miseria».21

No obstante ello es el estrato de los sectores dominados que por sus características va a ser punto de apoyo de las autoridades colonia-les en contra de las luchas por la 21 Citado por C. Láscaris, ídem. Para una amplia descripción de la

vida del indio en la colonia, ver La

Patria del Criollo, cap. V de Martínez Peláez S., aunque no compartimos el uso dogmático que el autor hace del marxismo en su interpretación de la vida colonial.

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independencia o la autonomía; sin embargo, esa función de apoyo po-lítico ideológico de los indios a au-toridades coloniales es importan-te relativizarla. Por un lado, ello estaba ligado al trato que los crio-llos habían dispensado a los indí-genas, a través de las encomiendas y los repartimientos en el pasado, y a su proyecto de hegemonía en el movimiento autonomista, a par-tir de la crisis de la monarquía es-pañola; por otro lado en la lucha por las «mentes y corazones» del pueblo indígena, los agentes del «ala religiosa» oficial manejan un discurso pro monárquico legiti-mista religioso; que se va a expre-sar nítidamente en los momentos álgidos de la insurrección, cuando en las «ciudades españolas» de la Intendencia de San Salvador (San Vicente y San Miguel) se pelea en las calles, los púlpitos, los cabil-dos, etc. por el poder político.

El autor Peccorini en esas líneas agrega a su hipótesis que la ideología monárquico-religio-sa «del pueblo» actuó de barrera profiláctica para neutralizar ideas subversivas, lo que «se hizo más o menos perceptible según la natura-leza de las diversas poblaciones…»: vigorosamente en las «ciudades es-pañolas, en las que la tradición de caballerosidad (sic) y de fidelidad a la corona estaba hondamente an-clada, lo que paralizó no poco los

ánimos de la plebe en los pueblos indios, cuando los contrarrevo-lucionarios supieron explotarlas debidamente»; y añade que los in-surrectos no se limitaron a argüir razones de tipo económico-social, sino que «alardearon de fidelidad a Fernando VII», lo cual demostraría que la tensión criollos-peninsu-lares estaba «condicionada por el

sentimiento monárquico».22

Independientemente que al

autor citado le sirve ese argumento

para proponer una cuestión distinta

a la nuestra, a nosotros nos ayuda a

considerar no solo la influencia va-

riable que tuvieron las ideas legiti-

mistas religiosas como contención

de ideas emancipadoras, sino tam-

bién para tratar de explicar cómo

«condicionaron» a estas últimas.

Para todo ello sirve el argumento de

Peccorini de «la naturaleza de las di-

versas poblaciones». Cuando se alude al im-

pacto de la insurrección de San Salvador como ciudad capital de la intendencia, en ciudades de la provincia que el autor citado cla-sifica como ciudades «españolas» y «pueblos de indios», sin duda tomando como criterio un poco laxo quiénes dominaban en los ca-bildos y en las jerarquías eclesiás-ticas, porque en términos numé-ricos los españoles peninsulares 22 Peccorini, Francisco. Op. Cit., p. 14.

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Cuadro 2. Levantamientos populares en la Intenden-

cia de San Salvador. Noviembre- diciembre, 1811

No. Ciudad o pueblo Fechas Composición social

de la participación

1 San Salvador 4,5 y 6 Criollos, mestizos

(nov.) e indios

2 Santiago Nonualco (Zacatecoluca) 5 y 6 (nov.) Indios nonualcos

3 San Pedro-San Martín (San Salvador) 5 y 6 (nov.) Mestizos-indios

4 Usulután-Cerro Colorado y La Pulga 17 (nov.) Indios-mestizos

5 Chalatenango-Tejutla 17 (nov.) Indios

6 Santa Ana-Barrio de Abajo 17 y 20

Mestizos e indios

(nov.)

7 Metapán-Barrios 24 (nov.) Mestizos, indios y

criollos

8 Cojutepeque 30 (nov.) Indios

9 Sensuntepeque 20 (dic.) Indios, mestizos y

criollos

Fuentes: Marroquín, p. 61-62, R. Turcios, p. 174-175; Francisco Peccorini, p. 16-17 y

20-22; R. Barón Castro, P. 157-158, y F. Gavidia, pp. 188-207. y «americanos» estaban en mino-rías; Peccorini toma de muestra: dos ciudades «españolas» y dos de «indios», San Vicente, San Mi-guel, Santa Ana y Metapán, o sea, los que, según Peccorini, fueron

«baluarte» «inexpugnable»23

de las «ideas monárquicas-religiosas», y 23 Ibíd., p. 16. 24 Peccorini afirma que, en los últi-

mos existe el mismo motivo que mue-

ve el ánimo «de la plebe», pero que no

afectan al trono ni a la religión,

limitándose al odio arraigado contra

los «chapetones» y un malestar oca-

sional «pero profundo» por el agobio

dos en donde las ideas autonomis-tas e independientes motivaron sentimientos y movimientos in-

surrecionales.24

Sin embargo, una rápida mirada a los pueblos que se levantaron en el corto período, nos pone en alerta sobre lo «sesga-do» de la muestra del autor.

Como lo afirma A. D. Ma-rroquín el cuadro es una enumera-ción demostrativa no exhaustiva de todo el movimiento insurrec-cional suscitado en corto período de las cargas tributarias (ibíd., p. 31), argumento que es necesario matizar, como veremos más adelante.

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solamente en la Intendencia de San Salvador. Pero lo que nos in-teresa develar es el movimiento real de las ideas y de sus actores principales. Para ello es necesa-rio hacer una lectura de la lucha ideológica que se desarrolló en las «ciudades españolas», para es-tablecer cómo sirvió la ideología monárquico-religiosa de «fuerza contra restante» de la ideología autonomista-independentista, y cómo esta no se sustrajo a lo que Peccorini llama «condicionamien-to monárquico» y que en otros movimientos emancipadores en América del Sur se denominó más atinadamente como «La máscara de Fernando».25

Si el origen de ideas au-tonomistas e independentistas en forma general y abstracta se puede ubicar en la contradic-ción criollos-peninsulares, pero en concreto-histórico los agen-tes que la viabilizan para hacerla operativa son los criollos de la In-tendencia de San Salvador, en una práctica más o menos prolongada 25 Se habla así de una «maniobra táctica» de los revolucionarios en la «Revolución de mayo» de 1810, en el Virreinato del Río de la Plata, Buenos Aires; pero en la medida que surte efectos políticos favorables o no, se convierte en más que una maniobra, en un elemento de la realidad de la ac-ción política.

de ejercicio del poder del Cabil-do,

—mutatis mutandis— lo mismo podemos afirmar de la contra-ten-dencia a las ideas autonomistas, las «contrarrevolucionarias» o an-tinsurreccionales. ¿Cómo surgen? ¿Quién los movía? ¿Hacia dónde?

Para responder basta en gran medida con hacer transcrip-ción de párrafos claves de los dis-cursos político-religiosos de dos curas promonárquicos de las «ciu-dades españolas» de San

Vicente y San Miguel.26 El cura párroco de San Vicente, Manuel Antonio Molina según Peccorini, con sus ardientes palabras hizo que «sol-dados y civiles ardieran» en «sen-timientos de adhesión suscitados en sus pechos», a favor de la causa monárquica-religiosa:

«No ignoro que la iglesia nuestra madre se halla afli-gida, y el romano pontífice en prisión; que nuestra na-ción está consternada, y el Rey, que tanto amamos y hemos jurado, también cau-tivo. Todos estos males son causados por los infames

26 «San Miguel, ciudad de caba-lleros… Con tradición eminentemen-te monárquica y aristocrática» (?) y «San Vicente de Lorenzana… y de Austria… nació con un alma eminen-temente española», dice F. Peccorini, p. 16 y 17, tratando de dar énfasis a su argumentación.

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franceses y su tirano empe-rador Napoleón. En seme-jantes circunstancias de-beríamos pasar a unirnos a nuestros hermanos los espa-ñoles de Europa para pelear con ellos a favor de la iglesia y de la nación ¿y es posible que no pudiendo hacer esto nos pongamos de

parte de Napoleón?.»27

Y el cura párroco de San Miguel, Miguel Ángel Barroeta.

«Ciudadanos…, ya es preciso que deis a conocer que sois españoles y que respetáis las autoridades legitimas pues-tas por el gobierno que ju-raste. El cielo y los hombres fueron testigos de vuestros juramentos, y estos mis-mos deben serlo de vuestra lealtad. No creáis, conciu-dadanos, los falsos colores con que los insurgentes de San Salvador pintan el ca-rácter de nuestros herma-nos los españoles europeos, para dar alguna apariencia de justicia a su escandalo-so levantamiento, porque vosotros tenéis… convenci-miento de lo contrario. Tres siglos de experiencia son pruebas nada equivocas del

27 García, p. 490, tomo I; Gavidia, pp. 190-192.

interés que ellos han toma-do por nosotros. Sí, a ellos debemos nuestro origen, a ellos debemos nuestra reli-gión, de ellos hemos tomado las artes y las ciencias, y en fin ellos han sufrido como nosotros los males del go-bierno arbitrario, sin tener

parte en la opresión». 28

Como se puede ver, ambos son re-súmenes escogidos de piezas ora-torias muy bien construidos, que manipulando ideas y sentimientos repetidos a lo largo de tres siglos de coloniaje, son aplicados a una coyuntura de crisis profunda de la legitimidad monárquica-religiosa, en una batalla ideológica por «las mentes y corazones» de lo que ellos llamaban plebe indígena o más eufemísticamente «gente baja pero honrada».

En la primera se puede relacionar las ideas de: 1) Iglesia: madre afligida; 2) Pontífice y Rey: cautivos; 3) Españoles hermanos en nación española: consterna-ción; 4) Causa de males los fran-ceses y Napoleón tirano; 5) Con- 28 Ídem., p. 481 y pp. 194-195. 29 El activismo del cura Molina es reconocido en R. López Jiménez, p. 13, donde se revela que J. Vicente Villacorta trabajó en los barrios po-pulares de San Vicente por el apoyo a la insurrección, pero «no pudo con-

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clusión: unión con españoles eu-ropeos en lucha a favor de iglesia y nación; 6) no hacerlo es igual que ponerse a favor del tirano.29

En la segunda, más elabo-

rada ideológicamente, se pueden relacionar las ideas de, por una parte, 1) Ciudadanos españoles: respeto a la autoridad constituida; 2) El cielo y los hombres testigos de lealtad y fidelidad, sino que ellos los juzguen; por otra parte, también se identifican: 1) falsos colores: insurgentes de San Salva-dor; 2) escandaloso levantamien-to: denigran hermanos españoles; 3) españoles son nuestro origen-nuestros protectores-dadores de religión, artes y ciencias en 3 si-glos de experiencia; 4) y para re-matar, ellos también sufren el mal gobierno sin culpabilidad alguna.

Dichas piezas de oratoria ideologizada eran expresión de un «miedo paralizante» por la posibi-lidad de contaminación de los in-dígenas (principalmente) de ideas subversivas o revolucionarias. Sin embargo, el éxito de esos discur-sos tenía que ser respaldado con acciones materiales que superaran el miedo al «enemigo»; de allí el acto simbólico pero contundente del ayuntamiento migueleño de trarrestar la influencia del canónigo… M. A. Molina, quien con decidido empeño trabajó en contra de la eman-cipación…»

«quemar» las proclamas sedicio-sas en acto público, con presencia de toda la población y con parti-cipación del «verdugo» ejecutor normal de sentencias a muerte.

Otras acciones habían sido tomadas en el cabildo que duró desde la una del mediodía hasta las doce de la medianoche, además de la quema pública de «los papeles sediciosos»; movilización de tro-pa desde San Miguel para unirse con los de San Vicente y exigencia de una contribución de guerra de «todos los vecinos y capitulares… en proporción a sus facultades», lo cual permitía a la vez controlar a

los que apoyaban al «enemigo».30

De lo anterior se dedu-ce lo

erróneo de la conclusión de Peccorini en el sentido de que «las ideas revolucionarias no habían hecho presa aún de aquellas po-blaciones», y que en ellas «reinaba la unión entre los españoles de Es-paña y los españoles de América…» y que «donde el factor humano blanco (sic) predominaba, el sen-timiento de patriotismo giraba al-rededor de la inmensa España in-tercontinental y, por consiguien-te, todo enfoque revolucionario tenía

que fracasar».31

Aún más, en una carta que

cita el autor, escrita desde San 30 García, p. 480, citado por Pec-

corini. 31 Peccorini, p. 18, 19 y 20

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Miguel el 10 de noviembre de 1811 por un comerciante de Rivas, se describe una situación de extrema alarma, «un revoltorio continuo en la ciudad, un lloro y suspiro de mujeres, por la noticia de la con-vocatoria de San Salvador a unirse «al levantamiento contra el inten-dente y los chapetones…». Se había suspendido la Feria de noviembre y «desbaratado los chinamites», para dejar libre la plaza para lo que aconteciera, acuartelando la tropa y convocando el cura a los feligreses, etc.; advirtiendo a los comerciantes (de Rivas) a «conte-ner la partida (mientras) se com-ponen estos

ruidos…».32

Nuestra conclusión es di-

ferente; en las llamadas «ciudades españolas» citadas no existía tal unanimidad en cuanto a defender la ideología legitimista-religiosa; y aun cuando era la dominante ello no significaba que las ideas eman-cipatorias no hubiesen penetrado y extendido tanto entre las men-tes de los criollos, como con ma-yor seguridad entre los mestizos e indios ladinizados; quizás en me-nor medida entre indios de comu-nidades que se distanciaban por igual de criollos y peninsulares, aun cuando estos últimos fueron en ocasiones protectores de indios como funcionarios de la Corona. 32 Ibíd.

Precisamente las acciones contra-insurgentes que se tomaron (dis-cursos, represión, movilización de tropas, impuestos de guerra, etc.) pusieron en movimiento a los actores principales de la defensa del decadente ideal legitimista-religioso pro España: autoridades de los cabildos y curas legitimis-

tas,33 además de las minorías de españoles peninsulares que no fungían como autoridades. Todo ese «revoltorio» —como afirma el comerciante—, no fue provocado solamente por la insurrección en San Salvador, sino para impedir que los autonomistas o indepen-dentistas de San Miguel formaran «un cuerpo respetable», conse-cuencia de no hacer nada o dejar la iniciativa a esos elementos.

¿De «plebe» a pueblo? O el movi-miento de los actores y las ideas en «pueblos de color» Siguiendo la clasificación de Pecco-rini, ya examinamos las «ciudades españolas», ahora abordaríamos el impacto de las ideas de emancipa- 33 Aquí cabe recordar la división dentro de la iglesia católica (aparato ideológico por excelencia durante la Colonia) entre curas legitimistas y curas autonomistas-independentis-tas, que jugó un papel eminente en las luchas ideológicas. Ver Pinto, J. C. Op. Cit., p. 80, tomo III.

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ción en los «pueblos indígenas», a los que denominamos «de color» para abarcar al elemento étnico mestizo, mulato y ladino (indíge-na integrado) que es confundido por el autor citado en todas sus ca-tegorías con el mulato. Sin entrar a discutir el tema, que daría para un artículo aparte, partimos de lo afirmado por A. D. Marroquín: 1°.-Que los negros y mulatos eran una categoría minoritaria (cuadro 1), al tiempo de inicios de las luchas por la independencia; y 2°.- Que eso se debía a un proceso de absorción casi total por la población indio-mestizo en la intendencia de San

Salvador.34

Si partimos de esas pre-

misas vemos que es claro el equí-voco de Peccorini, que encaja en la 34 Marroquín, Alejandro D. Op. Cit., p. 18. Incluía: los partidos de San Salvador, Zacatecoluca, Olocuilta, Cojutepeque, San Vicente, San Mi-guel, Usulután, Santa Ana, Metapán, Gotera, Sensuntepeque, San Alejo, Opico, Chalatenango, Tejutla. Ver: es.wikipedia.org/wikiintendencia-desansalvador. 35 Respecto al término de «pardos»,

ver: Martínez Peláez, Severo. Op. Cit.

cap. VI pp. 709 y 710, nota 148a. 36 Alejandro Marroquín percibe ese

error en las mismas fuentes que cita Peccorini; pero el primero las depura,

mientras el segundo las usa acrítica-

mente cometiendo los equívocos aludi-dos; Marroquín p. 23

categoría de ladino a los mulatos y negros, a los cuales se refieren en los documentos que cita, como «los pardos».35

Basado en ese equívoco36 les

adjudica un papel fundamental «en los sucesos revolucionarios de 1811»;

y llega al colmo de afirmar «que la población de mulatos, que tan agi-

tada se mostró en esa época, era

prácticamente imperceptible…»(?), eso debido a que en los datos demo-

gráficos que maneja solo aparecen las categorías de indígenas, ladinos y españoles, y se sorprende de que «en

todos esos casos no se nos hable de

los mulatos».37 Este autor desco-

noce o soslaya el proceso siempre

dinámico del mestizaje, por lo cual le atribuye a los mulatos y negros, una

función que realmente fue de todos los de «abajo» con caracterís-ticas propias a cada uno de ellos, en la

coyuntura política de 1811. Es importante aclarar que

las fuentes que se han usado por la mayoría de analistas son los «Procesos de Infidencia», repro-ducidos por el historiador Miguel Ángel García, en su Diccionario Histórico-Enciclopédico de la Re-pública de El Salvador, tomo I. De 37 Alejandro Marroquín percibe ese

error en las mismas fuentes que cita

Peccorini; pero el primero las depura,

mientras el segundo las usa acrítica-

mente cometiendo los equívocos

aludi-dos; Marroquín p. 23

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esa fuente es necesario aclarar sus limitaciones e importancia; pri-mero, son procesos contra los par-ticipantes, los cuales toman pos-turas de defensa, negando hechos sobre muchos de los cuales no hay otra fuente; segundo, hay declara-ciones «cargadas» o tergiversadas de los testigos de la acusación; y tercero, se borda una tupida red de hechos contradictorios; no obs-tante se pueden valorar y derivar posiciones, actitudes y conductas

con bastante aproximación.38

De esa manera podemos

aproximarnos indirectamente mediante esa fuente citada en for-ma casi exclusiva por Peccorini y otros autores, al movimiento de actores y uso de las ideas e ideo-logías en las insurrecciones de las «ciudades o pueblos de color»; mestizos, mulatos o pardos e in-dios ladinizados o no, calificados

en la coyuntura como «plebe»,39

en este caso Santa Ana y Metapán, con alusiones a otros hechos en los levantamientos populares que aparecen en el cuadro 2.

Por las características de los movimientos insurreccionales de ese mes de noviembre de 1811, 38 Barón C., nota 21, cap. IV, p. 163. 39 Martínez Peláez dice, «se entien-

de por plebe: el vulgo, la gente pobre

de la ciudad, mestiza casi toda, que se

hacía cada día más agresiva, más nu-

merosa y más irritable, p. 289

muchos de los cuales fueron tu-multos, y con la escasez de fuentes que poseemos solo se puede aven-turar la hipótesis de que varios o la mayoría de esos levantamientos presentaban un contenido popu-lar de resistencia y rebeldía por diversas motivaciones, que no coincidían en todo con los movi-mientos autonomistas o proinde-

pendencia de los lideres criollos;40

pero que se encontraron en el ca-mino para bien o mal de ellos (o ambas cosas), dándoles un perfil ideológico no formal o poco for-malizado a sus acciones más bien de rebeldía y resistencia.

En el Cuadro 3 hemos agrupado características comunes de los levantamientos recogidos en el Cuadro 2 que merecen al-guna aclaración. El primero, que sean «brotes espontáneos de re-beldía» es relativo porque existe el descontento y la situación recibe estímulos internos, pero la insu-rrección de San Salvador opera como el «detonante».

El segundo, en esos brotes 40 La idea va un poco en la línea de investigación de los movimientos paralelos que en el caso mexicano «muy poco se juntan»: el criollo y el popular, de acuerdo al libro de Eric

Van Young, La Otra Rebelión. La Lu-cha por la Independencia de México, 1810-1821, ver un resumen en: www. letraslibres.com

36 La Universidad

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Cuadro 3. Características iniciales de los levantamientos de noviembre, 1811

1º Brotes espontáneos de 1.1 Estímulos locales

rebeldía 1.2 Estímulo de San Salvador

2º Participación masiva de «los 2.1 Mestizos

de abajo» 2.2 Indios

2.3 Mulatos

3º Duración corta y fugaz pero 1 día, 2 días, hasta 3 días

intensa

4º Improvisación al ritmo de 4.1 Plan estratégico

acontecimientos 4.2 Plan organizativo

5º Objetivos vagos y generales* 5.1 Explusión chapetones 5.2 Supresión impuestos gravosos 5.3 Por tierras étnicas 5.4 Por formas de vida Fuentes: D. A. Marroquín, p. 61-63; f. Peccorini, 22-31, 41-50; R. Turcios,

174-180; Francisco Gavidia, 188-206. * Nota: a veces de auto-defensa de lo propio; supervivencia de la lengua,

de identidades de grupo, autonomía comunal, etc. de rebeldía tienen un papel pre-ponderante «los de abajo» y en sus inicios son dirigidos por líderes propios, aunque posteriormente los líderes criollos entran pero en plan de «pacificadores» y en otros casos de «descabezadores» de la insurgencia. Tercero, son movi-mientos radicales pero de una potencia efímera, por lo cual su fuerza de duración es corta pero variable entre 1 y 3 días. Cuarto, existe mucha improvisación ade-cuándose al ritmo de los sucesos, no hay planes estratégicos ni or-ganizativos, aunque la excepción podría ser en cierta medida San

Salvador. Finalmente, los objeti-vos de los levantamientos en cier-tos casos eran aparentemente con-cretos: expulsión de «chapetones» (español-peninsulares), supresión de cargas tributarias, por tierras étnicas, por preservación de for-mas de vida, por espacios en siste-ma social y político, etc. Pero que al examinarlos en detalle se mues-tran vagos y generales al no existir planes operativos; los únicos que estaban claros, aun ocultando o postergando sus verdaderos obje-tivos eran los criollos. Sin embar-go, por esas características, todos sufren un fenómeno de debilidad

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congénita que los hace proclives a la división y derrota.

Examinaremos actos, ac-tores e ideas en la muestra de Pec-corini, que sirve a nuestros propó-sitos. En la ciudad de Santa Ana, «pueblo de indios y mestizos»,

conforme a los datos,41

el lideraz-go y activismo político estuvo en manos de «mulatos» y «negros»,

que realmente eran mestizos;42

se aliaron en el brote inicial con indí-genas, se reunían en casa del «di-putado de negros», y sus objetivos inmediatos eran: se les quitase «el fondo de pardos», expulsión de chapetones y librar de la cárcel a los correos de San Salvador y otros. El Gobernador de indios narra que los líderes mestizos del movimien-to se reunieron en su casa el 17 de noviembre y le comunicaron que querían unirse a los indios, que les ayudaran a liberar los correos de San Salvador presos por autori-dades del Ayuntamiento, que ellos eran portadores de noticias muy favorables a la «plebe» de esa ciu-dad, y que no temieran porque al día siguiente «hasta los campanas

se habían de tocar».43

En la narración del alcalde

41 F. Peccorini. Op. Cit., p. 22-24 42 El vocablo mulato proviene del árabe, de una voz que significa mez-clado o mestizo. Ver www.simonbo-livar.org/…/lospardos.html 43 Ibíd.

de indios quedan claras varias ac-tividades que se desataron a partir del día siguiente (domingo 18): 1) Que la iglesia había iniciado ac-ciones para contrarrestar las con-diciones de insurrección: desde el púlpito el cura promonárquico lanzó «anatemas de excomunión» que corrieron, como publicados, en boca de los asistentes al acto

litúrgico;44

2) el propio Alcalde de indios «después de que salió de misa» les comunicó lo de la exco-munión a mulatos e indios y sobre la propuesta alianza con los mes-tizos o mulatos, se excusó porque tenía que llevarlo a «sus principa-les» en alusión al Consejo de Al-caldes de Indios; 3) Que los mesti-zos se habían movilizado hasta en número de 600 que refluían en 300 o 200, según los acontecimientos se precipitaban ; 4) A estas altu-ras los principales criollos se ha- 44 Previamente este cura que era pro-

legitimista y enemigo político del cura

Delgado, había sido el principal con-

sejero del ayuntamiento cuando este le consultó sobre la actitud a tomar en

relación a San Salvador en rebelión y no es de dudar que lo fue de la comi-sión que tuvo la misión de «negociar»

con los alzados y de incumplir el pla-

zo solicitado por ellos mismos. Véase:

Turcios, Los primeros patriotas...,p. 175, y

Gavidia, pp. 190-200). 45 En realidad en la comisión había un

español peninsular, Vicente Vides y

los 2 restantes, Ciriaco Méndez y 38 La Universidad

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bían movilizado para impedir el alzamiento mestizo-indígena, y se hace alusión a una reunión de una comisión de criollos45 con el «diputado de negros», en presencia de un alboroto infinito de mulatos pidiendo la supresión de ciertos impuestos, y se dice, que de nada servían las razones de (los criollos) para aplacarlos.46

La acción del Ayuntamien-

to en el desenlace fue decisiva, pues argumentando que «no bas-tando los arbitrios prudentes» de la comisión de criollos, y la inter-vención de la religión, en último recurso esa instancia tomó la deci-sión de «apresar de los que hacían de cabecillas de los facciosos», no sin antes haber publicado las de-cisiones tomadas por el Capitán General «para contener los excesos de San Salvador», que habían cau-sado fuerte impresión «en parte de la plebe», que voluntariamente se han presentado «a favor y en defen-sa del rey; la religión, la nación y la

patria».47

Pedro M. Rodríguez eran criollos. F. Peccorini, p. 27.

46 Peccorini, Op. Cit., p. 24. 47 Ibíd., p. 25. Juan de Dios Jaco, sastre de Santa Ana, mulato, de los principales cabecillas, dice que a él le apresaron los señores del Ayunta-miento y mucha gente de la plebe que se desdijeron de lo que habían pedi-do…» Peccorini, nota 5, p. 50)

Es importante anotar que este Ayuntamiento había recibido de

la Junta de San Salvador, pre-sidida por criollos (el cura Delga-do y otros), el 11 de noviembre las

proclamas y otras publicaciones en

donde se les llamaba a unirse al mo-

vimiento autonomista, y el cabildo aconsejándose del cura monárqui-co

rechazó adherirse y la llamó en su

acuerdo: «sacrílega, subversiva,

sediciosa y opuesta hasta el último

grado a la fidelidad, vasallaje, sumi-

sión, subordinación, etc. Debido a la soberanía de la nación represen-tada

por sus cortes… a nombre de nuestro

amado Rey….».48

Este cabildo en los días del

levantamiento de los mestizos-mulatos apresuradamente nombró a una comisión de su seno con el objetivo de persuadir a los dirigen-tes rebeldes para que depusieran su actitud sin éxito, para pasar rá-pidamente a tomar la decisión de la detención de los cabecillas mu-latos, pese a que pidieron un plazo de 8 días para cumplir con las de-

mandas.49

48 R. Barón C. p. 138; F. Gavidia, p. 188 49 Las demandas eran: rebajar el impuesto de mestizos, supresión estanco aguardiente, disminución de alcabala, bajar precio de tabaco y expulsión de »chapetones» del Ayun-tamiento. R. Turcios, ídem; F. Pecco-rini, p. 52, nota 7.

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Es interesante constatar que respecto al objetivo de expul-sar a los «chapetones» de la ciudad, los

líderes del movimiento explica-ron que esas personas (6 en lista y

otras, p. 51, nota 7, Peccorini) cuan-do fungieron como autoridades del Ayuntamiento «afectaban» a sus congéneres «dándoles cuero» aun-

que «fueran mulatos honrados», y esta explicación la hicieron en presencia de uno de los de la lista a expulsar de la ciudad que formaba

parte de la comisión, persuasora».50

En conclusión constatamos que,

primero, pese a existir un pro- nunciamiento del cabildo en tér-minos legitimistas religiosos, que la iglesia con un discurso idéntico acompañado con medidas de exco-munión, no lograron en un primer momento su objetivo de contener el movimiento encabezado por los mestizos, sí se consiguió debili-tarlo más debido a su laxa organi-zación, y a que ese discurso surtió efecto sobre los indios impidiendo 50 F. Peccorini, Op. Cit.,p. 51, nota 7 51 Ese desenlace lleva al autor a la contundente constatación de que «la inmensa mayoría estaba del lado del orden (porque) lo voluntarios (mesti-zos) lograron apresar a los cabecillas de tan enfurecida facción…» (ibíd., p. 25), lo cual no es cierto sino hasta que se logró la división mestizos indios y se emprendieron acciones de contra-insurgencia.

la alianza con aquellos.51

Segundo, su espontaneidad fue relativa pues surgió de barrios populares como reacción a la posición del Ayunta-miento, por sus propias reivindi-caciones, cruzadas por el estímulo de los barrios de San Salvador. Ter-cero, es importante señalar que la dirigencia de los mestizos es vista como una representación legítima de la «plebe» que estaba en las ca-lles, pues estaban «acostumbrados a hablar con los señores más gran-des (sic)… y en su cara les decían qué españoles no les simpatizaban

a la plebe…»;52

así se manejan ru-dimentariamente ciertas ideas de representación política, para nego-ciar sus demandas.

Por otro lado, y en cuarto

lugar, los discursos atribuidos al

dirigente más visible de ellos (Fran-

cisco Reyna, «el negro»), ponen al

descubierto un manejo doble: pro-

ceder en su acción en nombre de los

afectados por la violencia y los im-

puestos de los españoles, y a nom-

bre de la religión y el Rey; promover

la violencia popular y ser «defenso-

res de los siete sacramentos» (sic)

como lo afirmó un testigo.53 A esta dialéctica del dis-

curso, el autor citado la califica de «formación de una conciencia erró-nea tendiente a conciliar su afán 52 Ibíd. 53 Ibíd., p. 29 54 Ibíd., p. 28

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reformista con su fe de católico», ciertamente ambigua pero real.54

A este respecto es impor-

tante lo que dice otro líder: que a la acción de excomunión de los rebeldes por la iglesia como «ley de Dios» había que responder por el pueblo con «una ley mejor que seguían los franceses», la ley de la igualdad de las personas, y que frente a ella las leyes de la justicia

(española) «no valían nada».55

Lo que revela un bagaje popular so-bre las ideas que circulan de «boca en boca» sobre la revolución fran-cesa, aunque no sean parte de una ideología sistemática y coherente. Para Peccorini ese tinte ideológico hizo un efecto de temor en el pue-blo «por la orientación un tanto

afrancesada del motín».56

El caso del «pueblo de in-

55 Op. Cit, p. 51, final nota 7 56 Ibíd. Haitianos que habían combatido en el proceso de inde-pendencia de Francia, apoyados por España, llegaron a Centroamérica y fueron ubicados en varias ciudades de la Intendencia de San Salvador: San Salvador, San Miguel, Sonsonate y Acajutla, por lo que pudieron ser portadores de las ideas de indepen-dencia, trasmitiéndolas a los grupos de negros y mulatos de las ciudades y pueblos de la intendencia; se habla de posible participación de algunos en las insurrecciones de la Intendencia en nov. 1811 y en otras, en 1812. DEM, 23/01/10, p. 10-12

dios y ladinos» de Metapán es paradigmático como escenario de una revuelta que logró unir a mestizos e indígenas con partici-pación destacada de criollos y aún de varias mujeres. Durante los días 24 y 25 de noviembre en una ac-ción conjunta, mestizos e indios depusieron al Alcalde segundo en-tregándole el mando (la vara edili-cia) a un afín a ellos, imponiendo su autoridad; luego atacaron el es-tanco de aguardiente, se obligó a suspender el cobro de la alcabala y que se rebajara a la mitad el costo

de la libra de tabaco.57

Aquí, como en el caso de

Santa Ana, se parlamentó con el Alcalde primero, llegando a un acuerdo inicial de cumplir las demandas del movimiento mes-tizo-indígena; según se deduce el tiempo se usó en organizar la con-trainsurgencia, teniendo de nuevo un papel central la acción clerical de apaciguamiento de los ánimos exaltados de los indígenas, a la vez que se hacía uso de la fuerza con-tra los mestizos. A los primeros se les llamó «con suavidad y paternal 57 R. Turcios, p. 175. Es simbólico que cuando los alzados estuvieron frente al Alcalde depuesto, lo prime-ro que hicieron fue quitarle la »vara» edilicia como acto de toma del man-do y traspasarlo a alguien afín a ellos; dicha acción fue repetida en otros le-vantamientos. En: F. Peccorini, p. 30.

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amor», asegurando que no les ha-rían daños las autoridades y per-suadiéndolos que «se apartasen de los ladinos que los estaban po-niendo contra el Rey y la religión», y a los segundos los fueron cap-turando, principalmente cuando se encontraban en grupos peque-

ños.58

Aún hubo una segunda re-

acción cuando los indios se perca-taron de esas capturas uniéndose de nuevo a los mestizos y al grito de «fuera los españoles» y «trai-ción», lanzaron piedras contra la milicia armada que les disparó y de esa manera los dispersaron. Así, «con oscilaciones de oleadas, entre calmas y tormentas» fueron apaciguando a la gente obtenien-do el objetivo de dividirlos y de-

rrotarlos.59

En este caso, un pequeño contingente de criollos animaron la insurrección sin llegar al lide- 58 F. Peccorini. Op. Cit., p. 53, nota 8 59 Al retirarse los indios a su ba-rrio se les enviaron emisarios con «cartas amigables llamándolos a la paz y tranquilidad; con iguales in-sinuaciones concurrió (al barrio) el cura quien «con la mayor suavidad» les hizo entender su error, y persua-didos juraron que desistían de la se-gunda sublevación, acordada con los mestizos para el día 26 por la noche (Francisco Peccorini, p. 52, nota 8).

razgo de él, que fue exclusivamen-te de mestizos y dirigentes del barrio indígena. Eso sí, hay que anotar que la cabeza más visible de los criollos confabulados era el administrador de correos del pue-blo, un centro de influencia en los márgenes de los espacios munici-

pales de Metapán.60

Por la deposición de los

testigos de los «procesos de infi-dencia», hay que resaltar varias

características de este personaje:61

1) Había viajado por México (nue-va España) y tomado contacto en los procesos de rebeldía mexicana con políticos independentistas; 2) sus ideas eran las de la ilustra-ción liberal, que él matizaba con las propias del criollismo local; 3) conocía con cierto detalle la in-surrección de San Salvador del 5 de noviembre, sus acciones y su organización, lo que denotaba su vínculo con líderes de la capital, procreados antes y después de una reciente visita al gobierno au-tónomo de los criollos; 4) efectiva-mente, fue iniciador de la organi-zación de un grupo de criollos que intentaron dirigir la sublevación, 60 no los «notables del pueblo» son:

el cura, los alcaldes y el administra-

dor de correos (ibíd., p. 48) 61 Marroquín lo ubica como propie-tario dueño de haciendas añileras en Metapán; p. 55, nota 1.

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punto en el que los actores visi-bles fueron líderes de los barrios populares los que tomaron la ini-ciativa de alzarse, 5) no obstante fue agente de enlace oficioso entre líderes de las rebeliones de San

Salvador y Metapán;62 6) Quizás un aspecto que agregaríamos es el de divulgador y propagandista de las ideas de emancipación, no so-lamente entre sus pares o iguales sino que fundamentalmente entre los mestizos o ladinos, con cuyos líderes hizo proselitismo entre los indios para el alzamiento.63

Fuera de la «muestra» de

Peccorini de «pueblos indígenas» que incluye mestizos, se encuen-tran otros seis conforme al cuadro 2; sin embargo, en relación con ellos la información es mínima, por lo cual nos referimos rápida-mente a los alzamientos de San-tiago Nonualco (Zacatecoluca) y Usulután, que caben en la carac-terización del cuadro 3.

En el levantamiento de Usulután aparecen en confronta-ción las mismas ideas que en los casos ya analizados: el autonomis-mo criollo versus el legitimismo

monárquico-religioso.64

En forma

62 F. Peccorini. Op. Cit., pp. 42-46 63 Ibíd., pp. 41 y 42 64 Pese a todas las acciones preven-tivas de las autoridades interceptan-do las proclamas de San Salvador a

masiva los habitantes de barrios populares se dirigieron a la plaza del pueblo y de allí a la casa del Alcalde «a quien le quitaron el bastón despojándolo del mando», nombraron a otro jefe municipal y al grito de «mueran los chapeto-nes» iniciaron una ataque contra comercios y cárceles soltando a los reos, y se repartieron lo que to-maron de los estancos; en deposi-ción de testigo de estos sucesos se afirma que esos «actos de vanda-lismo» los había observado en los pueblos (de Usulután) donde ha transitado, de lo que se desprende que el levantamiento fue más ge-neralizado y profundo de lo que las

fuentes indicaban.65

En cuanto a la insurrec-

ción de los indios nonualcos el 5 de noviembre presenta peculia-ridades propias que obligan a un examen diferenciado en relación a los ya examinados. Un primer as- San Miguel y renovando el juramento de vasallaje «al católico monarca Don Fernando VII» no se pudo impedir el alzamiento del 17 de noviembre de los vecinos de los barrios populares. Ver: Turcios, p. 174-175, Gavidia p. 201 y Peccorini, p. 54. 65 Ver: Peccorini, Op. Cit., p. 31 y nota 9 p. 54. «Casi al mismo tiem-po, toda la región de Usulután había quedado

minada…», como lo insinúa el testigo Domingo Pallés »en su in-forme» F. Peccorini, p. 31 y 54, nota 9.

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pecto es que, la espontaneidad de las acciones es clara: el estímulo no viene de San Salvador primor-dialmente sino que es local, por lo cual el grado de reacción del mo-vimiento insurreccional está dado por problemas enraizados en la localidad: la tierra, la lengua, las tradiciones, etc.; aún cuando en el corto plazo se acerquen a las rei-vindicaciones generales. Segun-do, la participación masiva es del pueblo nonualco, el cual tenía sus dirigentes naturales, sin alianzas con ningún otro grupo social. Ter-cero, las comunidades indígenas de los nonualcos estaban organi-zadas, gozando de

su propia au-tonomía,66 lo cual explica que el alzamiento se diera el propio día de la insurrección en San Salvador y que se haya logrado la toma de la ciudad de

Zacatecoluca y del cuartel local.67

Síntesis

El tema de los actores e ideas e ideologías políticas en la lucha por nuestra emancipación de España, 66 Es conocida las acción insurrec-cional de »desalambrar» los campos de los criollos y peninsulares que se llevaban a cabo años atrás al parecer por iniciativa de un joven Anastacio Aquino. 67 Gavidia, p. 193

ofrece una serie de interpretaciones

que contienen muchos aspectos no

abordados o que quedan incomple-

tos en los análisis conocidos. Nos ocupamos de varias

cuestiones que, precisamente se nos antojan como «flancos débi-les» o que quedan «colgando del aire» de la historia del período de nuestra emancipación. Primero, si pretendemos abstractamente señalar como contradicción (ten-sión) fundamental del período, la existente entre criollos y peninsu-lares, la hipótesis queda en el vacio sino la insertamos en una práctica concreta: las ideas autonomistas de que son portadores los criollos de San Salvador se acompañan de una previa práctica del gobierno autónomo de la Intendencia de la misma; o sea que, un grupo go-bernante para ser tal debe probar su superior capacidad y mayores posibilidades técnico-materiales que otros grupos que van a ser desplazados; y eso se hace en una práctica de gobierno que los pre-para para entablar una lucha para hegemonizar el poder. Por tanto, no basta con la constatación teó-rica de la existencia de la tensión criollos-peninsulares.

Segundo, que esa «palanca poderosa», la tensión criollos-pe-ninsulares que lleva al movimien-to de ideas autonomistas hacía un movimiento de ideas emancipa-

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torias, recibe el choque contrario de una fuerza dominante en la ideología legitimista monárquico-religiosa de la colonia en forma diferenciada en «ciudades espa-ñolas» y «pueblos de mestizos»; y este encontronazo lo es de acto-res de carne y hueso en una are-na política en donde, las fuerzas emergentes ponen en tensión sus capacidades ideológicas, ante un enemigo en decadencia, herido de muerte, pero que logra sobrevivir una década más. El discurso ideo-lógico de ambos bandos tiende a matizarse con ideas del contrario, ciudadanos y Cortes representati-vas en el discurso legitimista, y «la máscara de Fernando» en el dis-curso autonomista independen-tista, resguardados por el poder material de cada uno.

Tercero, la práctica que lleva de «plebe a pueblo» a los ac-tores «de abajo» (mestizos, indios, mulatos), es acompañada de ideas aún opacas que se alimentan de «narraciones y leyendas» que cir-culan de boca en boca acerca de los movimientos insurgentes con líderes de «color», y que dan paso a una «ideología mestiza»; o se nu-tren de las antiguas tradiciones orales de los indígenas: autonomía comunal, identidad étnica, defen-sa de las tierras o de la lengua, etc. Así se inicia el forjamiento de suje-tos políticos, aun toscos, que con

sus acciones tumultuarias, mu-chas veces con objetivos borrosos y luchas inorgánicas y espontá-neas, se lanzan al futuro con más instinto que planes. Bibliografía

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II

En el presente capítulo hacemos énfasis en los «movimientos», por lo que habíamos apuntado en el capítulo 1: buscamos «indagar el cómo y el qué de hechos y acon-tecimientos vitales…no se encuen-tra en los archivos o en la teoría, sino en la historia de su medio so-cial…»; es decir, en los contextos culturales y arenas políticas que, en periodos de viraje histórico, se convierten en campos de fuerzas sociales, individuales y movimien-tales que se cruzan, entrecruzan, se enfrentan, hacen pactos, cons-piran, se dividen, etc., percibidos como actores de carne y hueso en el escenario de la vida política, los cuales se fijan ciertas metas, aún en forma difusa y vaga, siguen a sus líderes, establecen lazos de comu-nicación entre ellos y con la pobla-ción por medio de la propaganda, de rumores y de mitos y leyendas y, triunfen o no, persisten en su lucha por medio de acciones de resisten-cia de un amplio abanico.

Eso es lo que hemos en-contrado en nuestra investigación de las luchas por la emancipación a partir de acontecimientos que inician en Nueva Guatemala en 1808, en el Reino de Guatemala, y

«contagian» a las otras provincias, y en particular a la Intendencia de San Salvador —por sus peculiari-dades que examinaremos— con el estallido del 5 de noviembre de 1811; de allí nuestra percepción de incomprensión de los elementos de continuidad-discontinuidad en el proceso de independencia que inicia su larga marcha en esas fe-chas para ya no volver atrás. Por ello nuestra postura crítica de los análisis que descalifican el desen-lace «desde arriba» de 1821 como simple «oportunismo» de los pró-ceres; tal análisis borra de un plu-mazo todo el período de persecu-ción, represión y resistencia que diezmó efectivamente las filas insurgentes, pero no las derrotó en forma concluyente, sino que fue de acumulación de fuerzas du-rante la larga marcha —corta en el tiempo histórico— de un poco más una década.

A partir de aquí las interro-gantes menudean, ¿qué hechos hay que tomar como punto de partida del movimiento insurgente? ¿Si es la capital del Reino donde inician los conflictos en 1808-1810, cómo se desarrolla esa dinámica política en la Capitanía General? ¿Quiénes son sus actores principales y los acontecimientos que la impulsan? ¿Cuáles son sus motivaciones y su base ideológica? ¿Qué tipo de re-sultados se obtienen en cada mo-

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mento? ¿Qué significado tienen: avances o retrocesos, o ambos? ¿Cómo se expresa el avance o re-troceso ideológicamente? ¿Cómo impacta y se da el «contagio» en las demás provincias, en especial en San Salvador? ¿Cómo valorar el esfuerzo del pueblo mestizo, in-dígena, mulato o «pardo» o negro, y

aún criollo,1 víctimas del pacto

inicial Bustamante-Peinado? ¿Qué sucedió con el movimiento pos-terior a la «derrota» de 1811? ¿Qué aconteció entre 1812 y 1813 hasta el levantamiento de 1814? ¿Hubo desacumulación de fuerzas por la represión-persecución a partir de 1814 y particularmente desde mayo con la restauración del Ab-solutismo en España? ¿Qué tipo de 1 Porque no todos los criollos eran oligarcas o terratenientes y su canti-dad en 1808 era de más o menos 4 mil en la Provincia de Guatemala; en la Provincia de San Salvador eran 3.307 en 1807 (ver cuadro de Distribución Étnica de las dos provincias en Re-

galado D., Miguel. La realidad política

centroamericana como crítica proyectiva, Editorial San Antonio, Guatemala, 1968, pp. 152 y 153); en ese sentido también se ha señalado que los crio-llos de San Salvador presentaban una estratificación social en cuanto a posesión de tierras, y, en todo caso, ella, por sí misma, no era garantía de

riqueza (Ver: Herrera, Sajid. Luchas de

poder, práticas políticas y lenguaje consti-

tucional. San Salvador a fines de 1821. p.5).

resistencia, para una acumulación mínima, dieron los sobrevivien-tes al «tamden» contrainsurgente: Bustamante-Peinado entre 1814-1815, hasta la caída del último y, al primero, durante 1816-1817? ¿Qué sucedió durante los «procesos por Infidencia» (traición) que se les incoa por la autoridad colonial en ciudad Guatemala a los princi-pales líderes de los movimientos suscitados en todo el Reino, des-de 1814 y a lo largo de 1816? ¿Por qué la «ola» de indultos a los reos políticos, de San Salvador y de Ni-caragua durante los años de 1817 y 1818 y a los de la «conspiración de Belem» de Guatemala en 1819? ¿Por qué el traslado-destitución del artífice de la victoria contrain-surgente, el Capitán General José de Bustamante y Guerra, en mar-zo de 1818 y su sustitución por un viejo funcionario a punto de retiro? ¿Qué sucesos —internos y externos— marcan la antesa-la o antevísperas de la proclama de independencia durante 1820 y la primera mitad de 1821?

En el contexto de esas in-terrogantes, las cuales no reciben respuestas contundentes —que no las hay en este artículo y en una serie sobre el tema— nuestra hipótesis es que, el proceso eman-cipatorio inicia su larga marcha en ciudad de Guatemala, que por su estatus de capital del Reino

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se ve envuelta en una dinámica socio-política de «desobediencia política», a partir de las noticias sobre las abdicaciones reales y que tienen como centro el poder municipal del Cabildo, que lle-van a los criollos por el derrotero de las exigencias al poder colo-nial de negociar un cogobierno, transitando paulatinamente hacia planteamientos autonomistas, en una espiral de conflictos con las fuerzas legitimistas y realistas, sean peninsulares o criollas legi-timistas, en el periodo que va de 1808 a 1810. Ese marco histórico sirve de referencia para examinar posteriormente las insurrecciones de 1811 y 1814 en la Intendencia de San Salvador, que lejos de experi-mentar una contundente derrota, que supondría una marcha atrás o una reversión del proceso, nos en-contramos frente a un movimien-to que busca sobrevivir, o más bien resistir, en las complejas con-diciones creadas por sus acciones y las reacciones de las autoridades españolas y sus aliados criollos. Tales acontecimientos y situa-ciones deben ser examinados en sus contextos reales, sin sesgos y descalificaciones ideologizantes previas, ni apologías «románticas» superficiales, y en sus detalles más «íntimos» o cotidianos, como un nuevo periodo del proceso eman-cipador, que a lo largo de su mar-

cha acumula pequeñas victorias y

derrotas pero ya sin retroceso.2

Todo ello dinamizado o lastrado, o ambas cosas a la vez, por las ideas, creencias, sentimientos e ideolo-gías de los diferentes actores en liza, bajo el muy conocido supues-to de que «las ideas cuando pren-den en las masas se convierten en fuerzas materiales»; en el entendi-do de que esa es una fórmula muy general y puede no decir nada o significar muchas cosas; de aquí la necesidad de pasar de lo abstracto formal a lo concreto real. Exami-nemos, pues, el movimiento, o más bien, los movimientos reales con la información disponible y acce-sible.

2 El periodo de 1811 —a inicios de

1814—, el de mayor ofensiva insur-

gente, será continuado por un mo-

mento de repliegue frente a la inicia-

tiva tomada por la contrainsurgencia,

la cual se recrudece a partir de la res-

tauración del absolutismo y la dero-gatoria de la Constitución de Cádiz de 1812, en mayo de 1814, consecuen-cia

de la derrota de Napoleón en Eu-ropa;

ese repliegue y resistencia va a

transitar por varios momentos, hasta

la rebelión de las tropas de Riego a inicios de 1820 y de la independencia

formal del 15 de septiembre de 1821 y

la más real de 1823 que serán objeto de análisis en posteriores artículos.

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