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R IDEAS PARA S I R DEL-------------- Y L Gianni Vattimo Q ué es lo que determina, de verdad, el descubrimiento del límite «al final» del sueño de erza, que caracteriza a la modernidad como época del hombre «ustiano», del seto que se apropia del mun- do y que hace de él su propia casa (éste es tam- bién el sentido del idealismo de Hegel, y luego del materialismo de Marx), no sólo en el sentido de que se encuentra entre cosas miliares, sino también entre cosas reconocibles y calculables, disponibles y a sus órdenes? Tal vez, el elemen- to determinante de esta revuelta de la esencia misma del hombre no son los muchos aspectos de la «dialéctica del Iluminismo», los que la crí- tica antimoderna de la cultura del siglo XX ya ha sacado a la luz desde hace tiempo, o sea, la autocontradicción de la técnica, su imposibili- dad -por lo que parece- de desarrollarse inclu- so sin crear duros contra-objetivos. Así pues, no se trata sólo del hecho de que el aprovecha- miento de los recursos naturales parece que ha alcanzado un límite insalvable, del hecho de que ya no logramos digerir los residuos de nuestros procesos de producción y de consumo, o del he- cho de que las máquinas parece que ya están en condiciones de superar a los que las han proyec- tado. Lo que determina de una rma decisiva el descubrimiento «ineludible» del límite y el con- siguiente mate de la voluntad de erza es pro- bablemente la imposibilidad definitiva de la guerra. No es acaso una casualidad que, ya desde ha- ce mucho tiempo, el lenguaje corriente habla de erza principalmente en relación con la guerra. Hacer «una política de erza» equivale pura y llanamente a preparar armas, ejércitos y recur- sos con vistas a una supremacía militar y a un posible enentamiento bélico; y las «grandes potencias» son también (si bien ya cada vez me- nos) las naciones que disponen de un ército erte. Pues bien, la erza encuentra al final la idea del límite precisamente y ante todo porque la guerra se convierte en un medio que ya no puede servir para sus fines; ya no se puede pen- sar en emplear la guerra para alcanzar un deter- minado fin o para cambiar una situación en ven- taja propia. Sólo se piensa en ella como una po- sibilidad catastrófica, como una decisión que na- die, en realidad, podría tomar, sino que sólo po- dría determinarse por sí sola -por un error, una locura de algún «Lunático» o como un acto de- sesperado del tipo «antes muertos que rojos». Es importante reconocer que este es el quid 4 de la cuestión, ya que de aquí puede despren- derse una más clara conciencia del significado del límite y de los comportamientos que la nue- va situación requiere. Hasta que el límite es identificado con los riesgos relacionados con la ciencia y la tecnología, y con su «posibilidad de contradicción» (los contra-objetivos que éstas generan), o con el problema de los recursos que hay que renovar o de los residuos que hay que reciclar, aquél aparece todavía siempre como un desao que se puede vencer con otro incremen- to de erza; nueva investigación, nuevas inven- ciones, nuevas «apropiaciones» del mundo por parte del hombre. El único límite que, en reali- dad, no puede ser superado con una intensifica- ción de la erza es el de la destructividad total alcanzada por los sistemas de armamento; inclu- so las armas densivas capaces de contrarrestar estos sistemas acabarían por anular la eventual venta de la superviviencia de los «vencedores» (y, por ejemplo, habrían de rebajarse a vivir por un tiempo indefinido en ciudades subterráneas,

IDEAS PARA SIR DEL-------------- · 2019. 7. 16. · del materialismo de Marx), no sólo en el sentido de que se encuentra entre cosas familiares, sino también entre cosas reconocibles

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  • R IDEAS PARA SIR DEL--------------

    FUERZA Y LIMITE

    Gianni Vattimo

    Q ué es lo que determina, de verdad, el descubrimiento del límite «al final» del sueño de fuerza, que caracteriza a la modernidad como época del hombre

    «faustiano», del sujeto que se apropia del mundo y que hace de él su propia casa (éste es también el sentido del idealismo de Hegel, y luego del materialismo de Marx), no sólo en el sentido de que se encuentra entre cosas familiares, sino también entre cosas reconocibles y calculables, disponibles y a sus órdenes? Tal vez, el elemento determinante de esta revuelta de la esencia misma del hombre no son los muchos aspectos de la «dialéctica del Iluminismo», los que la crítica antimoderna de la cultura del siglo XX ya ha sacado a la luz desde hace tiempo, o sea, la autocontradicción de la técnica, su imposibilidad -por lo que parece- de desarrollarse incluso sin crear duros contra-objetivos. Así pues, no se trata sólo del hecho de que el aprovechamiento de los recursos naturales parece que ha alcanzado un límite insalvable, del hecho de que ya no logramos digerir los residuos de nuestros procesos de producción y de consumo, o del hecho de que las máquinas parece que ya están en condiciones de superar a los que las han proyectado. Lo que determina de una forma decisiva el descubrimiento «ineludible» del límite y el consiguiente mate de la voluntad de fuerza es probablemente la imposibilidad definitiva de la guerra.

    No es acaso una casualidad que, ya desde hace mucho tiempo, el lenguaje corriente habla de fuerza principalmente en relación con la guerra. Hacer «una política de fuerza» equivale pura y llanamente a preparar armas, ejércitos y recursos con vistas a una supremacía militar y a un posible enfrentamiento bélico; y las «grandes potencias» son también (si bien ya cada vez menos) las naciones que disponen de un ejército fuerte. Pues bien, la fuerza encuentra al final la idea del límite precisamente y ante todo porque la guerra se convierte en un medio que ya no puede servir para sus fines; ya no se puede pensar en emplear la guerra para alcanzar un determinado fin o para cambiar una situación en ventaja propia. Sólo se piensa en ella como una posibilidad catastrófica, como una decisión que nadie, en realidad, podría tomar, sino que sólo podría determinarse por sí sola -por un error, una locura de algún «Lunático» o como un acto desesperado del tipo «antes muertos que rojos».

    Es importante reconocer que este es el quid

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    de la cuestión, ya que de aquí puede desprenderse una más clara conciencia del significado del límite y de los comportamientos que la nueva situación requiere. Hasta que el límite es identificado con los riesgos relacionados con la ciencia y la tecnología, y con su «posibilidad de contradicción» (los contra-objetivos que éstas generan), o con el problema de los recursos que hay que renovar o de los residuos que hay que reciclar, aquél aparece todavía siempre como un desafío que se puede vencer con otro incremento de fuerza; nueva investigación, nuevas invenciones, nuevas «apropiaciones» del mundo por parte del hombre. El único límite que, en realidad, no puede ser superado con una intensificación de la fuerza es el de la destructividad total alcanzada por los sistemas de armamento; incluso las armas defensivas capaces de contrarrestar estos sistemas acabarían por anular la eventual ventaja de la superviviencia de los «vencedores» (y, por ejemplo, habrían de rebajarse a vivir por un tiempo indefinido en ciudades subterráneas,

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    IDEAS PARA sf R DEL

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    para huir de la contaminación radiactiva de la atmósfera). Si es así, a conclusividad del límite, su constitución corno frontera insalvable que cambia, o se anula, la misma noción de fuerza está precisamente ligada a la imposibilidad de la guerra corno medio.

    lEn qué sentido todo esto modifica la esencia del hombre? La insistencia de la filosofía existencialista de la primera mitad del siglo XX acerca del problema de la «autenticidad» tal vez tiene algo que decir al respecto. lEl acento que esa filosofía ponía (pero también muchos aspectos «existenciales» de otras filosofías de estos años) sobre la decisión y la elección auténtica, o sea, «propiamente mía», de cada uno - no tendrá nada que ver, proféticamente, con el hecho de que mientras tanto cada decisión auténtica, cada conclusividad o cada instante decisivo, parecía llegar a ser impensable? En una de las grandes parábolas del Zarathustra de Nietzche, el profeta del superhombre cuenta haber visto en sueños una gran puerta sobre la que aparecía escri-

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    to: «Augenblick», el Instante, el momento de la decisión, del paso del hombre viejo a la nueva criatura sobrehumana que nosotros llegaremos a ser. Pero esta puerta en realidad unía los extremos de un camino circular. Todo se decide en un instante, pero todo ya ha sucedido infinitas veces ... Que la guerra hoy se haya vuelto imposible (lo que Nietzche por supuesto no sabía, ni siquiera lo deseaba, aunque intuyendo proféticamente sus consecuencias) significa que se vuelven obsoletas muchas nociones sobre las que durante siglos se ha construido nuestra vida espiritual y toda la cultura; por ejemplo, la de un momento pleno, un instante denso y decisivo (que «corta»); la conversión por el camino de Damasco, la torna del Palacio de Invierno, el hecho revolucionario que instaura un terna nuevo; también el ideal filosófico de un fundamento último de la verdad; o el científico de un enunciado que no sea falsificable, comprobado y definido. Todos estos, tal vez comenzarnos a comprenderlo, son aspectos de una cultura de la fuerza y de la guerra, si bien no tienen siempre conexiones explícitas con la violencia.

    El significado decisivo de esta conexión entre límite e imposibilidad de la guerra consiste en esto: que también todos los actos que la fuerza debe disponerse a aceptar para el futuro (el límite al aprovechamiento de la naturaleza, el límite a las posibilidades de manipulación genética, etc, etc.) se definirán razonablemente sólo en relación con el límite específico situado en la imposibilidad de la guerra. Una civilización del límite, capaz de construir una cultura alternativa a la dominada por el ideal de la fuerza, sólo se constituirá con la condición de renunciar a toda visión «institucional» ( o, corno se diría en términos filosóficos, metafísica) de la historia y de la existencia humana. Para vivir racionalmente en el mundo del límite, hay que liberarse de las expectativas excesivas del hombre «primitivo», del hombre corno ha sido hasta ahora, el cual, en el instante denso de la iluminación, corno en el decisivo de la guerra (el nudo gordiano cortado en la espada) siempre ha fantaseado la seguridad que, en otras épocas, se creía garantizada por la palabra mágica y por el favor de la divinidad misteriosa y omnipotente. Incluso los acontecimientos inquietantes, que están cambiando la cara de la Europa del Este en estos meses, van en esta dirección; sería un error considerarlos corno el establecimiento de una supremacía (de la forma de vida occidental), como la victoria de un sistema sobre otro. Lo que vence aquí, es, sobre todo, la media luz. El «socialismo real» ha caído sin violencia, sin el baño de sangre apocalíptico que nos esperábamos. Así pues, nos parece decisivo, pero también un poco decepcionante, no tan «emocionante» corno habríamos deseado. Pero precisamente, la llegada del límite implicará también, y sobre todo, una e·· disminución de la violencia de las emo-ciones. Y no es más que el comienzo.