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8/20/2019 Hugo Biagini Cambiar El Mundo, La Cultura de La Resistencia Juvenil
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CAMBIAR EL MUNDO
LA CULTURA DE LA RESISTENCIA JUVENIL
DE LA INDEPENDENCIA AL NEOLIBERALISMO
HUGO E. BIAGINI
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P r e s e n t a c i ó n
En esta obra se aborda una sucesión de postulaciones alternativas frente a la
cultura dominante, desde coordenadas literarias ⎯ el Ariel , la bohemia, el Juan
Cristóbal⎯ y políticas ⎯ Reforma Universitaria, guevarismo, alterglobalización⎯ que
guardan una estrecha simbiosis en la ensayística de nuestra América. El enfoque se halla
centrado en los ideales de la muchachada escolar: todo un conglomerado doctrinal que,
como respuesta a las crisis capitalistas, propicia la instauración de un nuevo orden y una
nueva humanidad en cuya implementación les toca a los jóvenes ejercer un papel decisivo.
Entre los picos de mayor relevancia histórica se analiza el protagonismo juvenil desde el
ciclo emancipatorio y el movimiento reformista organizado hasta los actores que irrumpen
en los años sesenta y la ulterior generación posmoderna junto a los rasgos evidenciados
hoy por los sectores estudiantiles. Se asiste a la brega del alumnado por la excelencia
académica, el altruismo, la libertad civil y las identidades culturales, con sus apelaciones
a la protesta, a la resistencia, al verbo insurgente, a una aparente retracción o, con
bastante frecuencia, a actitudes propositivas. El encuadre bucea el caso iberoamericano
sin descuidar el contexto internacional, durante el siglo XX en particular.
Se encara la cuestión de la bohemia novecentista, desde el enrolamiento social y la
mirada estética, como expresión de un quiebre en el orden burgués y el espíritu positivo.
Emerge el discurso contestatario e iconoclasta que apunta a la renovación de la cultura y
a la instauración de un mundo pleno o transparente, por ejemplo, desde el territorio libre
del café. De tal manera, se va instrumentando una cosmovisión diferente, según la cual los
jóvenes deben asumir los problemas comunitarios y contribuir al establecimiento de
relaciones menos inhumanas. Se le presta especial atención a los planteos de José Enrique
Rodó sobre la juventud como una matriz germinal doctrinaria.
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Se trata en verdad de un gran bagaje que ha sido soslayado hasta por la
historiografía progresista cuando la misma insiste, v. gr. , en plantear como una
innovación nordatlántica tardía las nociones de generación y de cultura juvenil
⎯ burguesas y antiburguesas a la par ⎯ que se lanzaron efectivamente en los albores del
movimiento reformista organizado ya casi un siglo atrás.
Habida cuenta de los panoramas abarcadores en torno a nuestras organizaciones
estudiantiles, se ofrece una gama de estudios sobre temas que ora no han sido percibidos
en todo su alcance ora no se han indagado con suficiente profundidad, como los lazos
entre el reformismo nuestroamericano y la problemática universitaria española. Además,
se introduce una serie de congresos estudiantiles que tuvieron lugar en Sudamérica
(Uruguay, Argentina, Perú, Colombia) y que, por ser anteriores a la Reforma del ‘18 han
permanecido al margen del vastísimo corpus documental y hermenéutico relativo a ese
proceso continental. Se retoma la tradición reformista para compararla con el modelo
oficial en boga de la modernización excluyente. Se efectúa una valoración de la
universidad actual desde la óptica reformista, cuestionándose las apreciaciones sobre la
caducidad de la Reforma y sobre el hipotético imperativo de reemplazarla por otros
emprendimientos basados en un solapado gatopardismo.
Sin dejar de lado la incredulidad y el egocentrismo puesto de manifiesto por las
últimas generaciones, se rescata como constante la perspectiva idealista de la juventud, su
inclinación hacia el valor de los principios y la rectitud de los procedimientos. Más allá de
endebles generalizaciones conceptuales, los jóvenes han dado muestras de una presencia
activa e innovadora, pues han seguido marchando para deshacer entuertos y cumplir
funciones vanguardistas ⎯ incluso durante el repliegue de los años ochenta y la llamada
Revolución Conservadora⎯ hasta llegar a nuestros días, con su decisiva participación en
las luchas contra el neoliberalismo y la globalización financiera.
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Desde el punto de vista metodológico se recurre, esencialmente, a la exégesis de
fuentes primarias de muy distinta procedencia y localización, compuestas en buena
medida por documentos estudiantiles tales como manifiestos, proclamas, actas y otros
testimonios que subyacen entre los millares de páginas escritas por el pensamiento
reformista en el siglo XX.
Además de su eventual validez para mejorar la erudición en la materia, la supuesta
importancia o repercusión de este trabajo se vincula con el dominio pedagógico y la
formación ética, en cuanto su contenido pueda aproximar a los jóvenes y adolescentes a
pautas de comportamiento y perspectivas axiológicas más enriquecedoras que las que se
brindan desde una aletargante actualidad. Por ende, se procura investigar y difundir
ciertos ciclos paradigmáticos de incidencia juvenil; su contribución a una imagen
renovadora y solidaria de la enseñanza y la vida; su relevancia para el acercamiento
democrático de Latinoamérica con el resto del planeta.
Junto a la ampliación que tal vez pueda experimentarse en el dominio técnico y
cognoscitivo, la explicitación de los aspectos dinamizadores y originales que contiene el
legado reformista acaso colabore módicamente a la satisfacción de determinadas
expectativas sociales como las que provienen de la crisis de las ideologías
omnicomprensivas y de cerradas posturas triunfalistas. Se recorre un conjunto de
testimonios que permiten aproximarse a distintas variantes del utopismo, expresiones
identitarias y propuestas alternativas que se hallan en juego dentro de los idearios y
prácticas sociales correspondientes.
En síntesis, la indagación se vincula primordialmente con la problemática sobre la
juventud, la universidad y la sociedad; un asunto cuya desbordante magnitud exige otros
replanteos adicionales. La temática principal se conecta con el desenvolvimiento del
movimiento estudiantil que surgió a partir de la Reforma Universitaria en Córdoba, sus
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antecedentes, derivaciones y paralelismos con otras experiencias similares. El texto se
vincula estrechamente con un tópico de notoria actualidad: las redes intelectuales y
políticas, es decir el sostenimiento de lazos y proyectos comunes desde la sociedad civil y
hacia el extramuros, más allá del ámbito Estado-nación, para compartir el conocimiento,
criticar el poder y enrolarse con las causas populares. Si bien dichos objetivos se han visto
reforzados en los últimos tiempos ⎯ tanto con el boom informático como con las múltiples
demandas ante un sistema excluyente⎯ mediante la recreación de nuevos sujetos, utopías
y variantes identitarias, la construcción de redes semejantes viene de antigua data,
configurando un ciclo envolvente de rebeldía y solidaridad; de campañas, llamamientos,
mensajes y declaraciones como el que se intenta perfilar en el presente volumen.
En esa fluctuante trayectoria puede constatarse la vitalidad que revistió el
desempeño juvenil como tal en nuestra América con antelación a los años sesenta ⎯ para
diversos autores una etapa inédita de activismo en la historia universal⎯ , cuando se
organizan por primera vez movimientos universitarios masivos en diversos países como
Estados Unidos y Australia. Más allá de las rebeliones estudiantiles precedentes, el
enrolamiento político del alumnado emerge sobre todo a partir de 1800, como un factor de
modernidad, tanto en el advenimiento de los Estados nacionales cuanto de los sistemas
republicanos o democráticos, mientras que el estallido historiográfico sobre la juventud
proviene recién de las últimas décadas.Last but not least , el movimiento estudiantil constituye una de las expresiones más
acabadas del pensamiento alternativo, pues, en diferentes contextos espacio-temporales,
las eclosiones universitarias ha reflejado los distintos matices que dicho pensamiento
arrastra consigo: desde la simple denuncia o disidencia, pasando por la afirmación de
cambios graduales y evolutivos, hasta llegar a los encuadramientos que postulan la
transformación estructural o el sendero revolucionario.
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INTRODUCCION GENERAL
Qué desgraciado el país donde sus estudiantes nohacen temblar el mundo
Juan Montalvo
De-limitación
Se traza aquí un breve panorama sobre la función que desempeñó la juventud
universitaria, especialmente latinoamericana, en diversos momentos culminantes, sin
excluir la situación actual ni sus perspectivas futuras. Se encuentran implícitos en el
planteo general problemas tales como los de la continuidad o discontinuidad históricas, lavalidez última de los agentes o sujetos colectivos, los vínculos con la estructura social o
con las variables políticas y económicas de rigor.
Ubicar a los jóvenes como principales portadores de utopía implica soslayar
significativos planteos que, dentro del vasto conglomerado en juego, priorizan las pautas
diferenciales y acentúan el marco distintivo según los períodos históricos, las diversas
culturas, los estratos sociales, los desarrollos nacionales o las divisiones cronológicas que
restringen la juventud al simple paso de una edad a otra. Sin embargo, la estrecha afinidad
entre utopismo y juventud presupone una serie de atributos que suelen ligarse con dicha
etapa existencial. Más allá de que los jóvenes lleguen a coincidir con sus mayores en
distintas alternativas y circunstancias, más allá de los aspectos ambiguos que se reflejan en
su modus vivendi, más allá de la casuística mundial circunstancialmente adversa, cabe
resaltar una idiosincrasia que exhibe apreciables barreras generacionales. En ese perfil
relativamente singular aparecen componentes como el inconformismo, la creatividad, el
desprendimiento, la preferencia por la acción, el jugarse con osadía, la lealtad, etc. Las
cualidades mencionadas, además de haber facilitado la acuñación de frases como “de joven
incendiario y de adulto bombero”, han hecho que la juventud haya sido glorificada por
concentrar todas las virtudes o por su monto de heroicidad y al mismo tiempo se la haya
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instituto educativo se llegaron a trasmitir doctrinas ilustradas de avanzada y de allí
provinieron muchas figuras que se integran a la gesta emancipadora. Por sus filas pasaron
jóvenes como Manuel José Quiroga, gestor de la revolución de Quito; Mariano Alejo
Álvarez, precursor de la independencia en el Perú; o Jaime Zudáñez, redactor de
constituciones en Chile, Argentina y Uruguay, país éste en el cual concluye su carrera
presidiendo la primera Corte Suprema de Justicia.
Una pieza clave que motoriza las revoluciones de Chuquisaca y La Paz (1809), fue
escrita por un flamante graduado de dicha universidad, Bernardo de Monteagudo, quien
imaginó un diálogo entre Atahualpa, el último Inca y Fernando VII, a la sazón destronado
durante la invasión napoleónica de España. El tema fundamental de esa pieza combativa
apuntaba a sostener el derecho a la insurrección y a la independencia: si los patriotas
españoles podían repeler legítimamente la tiranía implantada por Napoleón, los americanos
estaban también en perfectas condiciones para romper con el yugo ibérico, impuesto por la
fuerza y la violencia. Más que en el ius resistendi clásico, Monteagudo se inspiraba en el
pensamiento rousseauniano, cuando aducía que los españoles habían perdido toda su
autoridad en el Nuevo Mundo al violar flagrantemente la justicia y los derechos humanos.
Se ha interpretado que el Contrato Social llegó a representar algo así como el
evangelio laico para los estudiantes más activos de Charcas. De tal manera, Mariano
Moreno, otro egresado de ese mismo centro de enseñanza superior, enaltecería la citada
obra de Rousseau por su tenacidad en defender la soberanía popular y en vulnerar el
supuesto derecho divino de los reyes. Vencida la juventud jacobina, desplazado su líder
Moreno y frustrado el levantamiento de sus partidarios, aquél se embarca para Londres,
falleciendo en el trayecto. Al despedirse de sus amigos, un 24 de enero de 1811, les había
expresado: “Yo me voy, pero la cola que les dejo es muy larga”. Era el mismo patriota que
poco antes había puesto en evidencia a los gobernantes españoles del Perú por considerar a
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la universidad de Charcas como simple “receptáculo de abogadillos y estudiantes
miserables”…1
Más allá de las distintas secuelas en las que cabe encontrar ulteriormente dicho
espíritu rupturista y democratizante, pueden rescatarse apreciaciones como las de Germán
Arciniégas, i.e., que la revolución de la independencia no constituye un producto del
caudillaje ni una idea emanada de los cuarteles sino el triunfo de la conciencia estudiantil
de vanguardia superando el cruce helado de los Andes y otros obstáculos similares. Las
sociedades patrióticas, literarias y políticas juveniles cumplieron a su vez una función
renovadora.
Entre los nucleamientos de esa índole más ostensibles, figura el círculo de la Joven
Generación Argentina creado por Echeverría en el Río de la Plata con el fin
incumplimentado de producir una segunda independencia: la mental y cultural. En Alberdi,
uno de los principales exponentes de esa agrupación, también conocida como Asociación
de Mayo, ya puede observarse un rasgo que suele atribuírsele a varias generaciones
posteriores, es decir, el papel salvífico de la juventud, cuya misión apunta hacia “todas las
grandezas humanas”, entre ellas: “la emancipación de la plebe” y la transmisión de la
democracia al Viejo Mundo”2. El rosismo aludió a esa agrupación reivindicativa —paralela
a otras organizaciones contemporáneas (la Joven Italia, la Joven Alemania o la agrupación
trascendentalista dirigida por Emerson en Boston)— como integrada por "muchachos
reformistas y regeneradores", por "estudiantes de Derecho presumidos y holgazanes"3.
El fin de la centuria y los albores del siglo XX traen aparejados una gran variedad de
sintomáticas entidades. En la Argentina se fundan clubes cívicos piloteados por jóvenes
estudiantes que tendrán un rol significativo tanto en el enfrentamiento con el régimen
1 Mariano Moreno, Doctrina democrática. Buenos Aires, La Facultad 1915, p. 157.2 J. B. Alberdi, Fragmento preliminar al estudio del derecho, B. Aires, Biblos, 1984, pp. 148-149.3 Citado por G. Bermann, Juventud de América. México, Cuadernos Americanos, 1946, p. 23.
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corrupto del juarismo y en la Revolución del Parque (1890) como en la plasmación de
trascendentes partidos populares (radicalismo, socialismo, democracia progresista).
Paulatinamente, iba aumentando la creencia en el sentido afirmativo que, dentro de
la transformación histórica, correspondía asignarle al accionar de distintos sectores
tradicionalmente descalificados ⎯ los trabajadores, la mujer, el hombre de color. Al mismo
tiempo, surgía una confianza semejante en las potencialidades redentoras de la juventud.
Un texto del intelectual anarquista Alberto Ghiraldo nos sirve para ilustrar dicha
mentalidad, lindante con el llamado juvenilismo, el cual también acompaña a diversas
innovaciones estéticas y a una actitud donde se rescata la bohemia y se impugna el
prototipo burgués:
existe una clase de proletarios mucho más digna aún de llamar hacia ella la atención que la compuestapor los trabajadores manuales! [...] esa juventud de intelectualidad robusta y preparada cuyos serviciosnadie requiere, aunque, a fin de cuentas, todos aprovechan de ellos; a esa juventud llena de ideales quepocos comprenden, que muchos desprecian y a quien ningún poderoso, ningún gobierno tiende la manoamiga; a esa juventud pensadora que a pesar de todo va dejando en el camino de los tiempos sureguero de luz y preparando en las edades las diversas jornadas de las civilizaciones4.
Durante dicho período finisecular, el modernismo exalta la figura del joven, tesoro divino
y humano a la vez, en contraposición a la cultura prosaica del buen burgués. En el
gravitante arielismo de Rodó, la juventud, objeto de verdadera devoción, aparece como un
eslabón entre la utopía y lo real, como agente movilizador por excelencia de las masas.
Semejante mística juvenil impregna las primeras generaciones reformistas de nuestra
América hasta prolongarse sensiblemente en el tiempo.
Simultáneamente, hacia la misma fecha, en los finales del siglo XIX, los estudiantes
de Guatemala inauguran una valerosa tradición de resistencia contra las dictaduras y el
imperialismo mediante la llamada huelga de Dolores y su vocero periódico No nos tientes,
cuyas modalidades se han prolongado de una manera u otra hasta nuestros propios días.
4 A. Ghiraldo, “Bajo la cruz”, en Lea Fletcher, (comp.), Modernismo. B.Aires, Ediciones. del 80, 1986, pp. 123-124.
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Es la época en la cual comienzan a producirse serios conflictos universitarios,
cuando se inauguran los primeros centros y federaciones estudiantiles que, pese a perseguir
propósitos puramente gremiales, serían desconocidas por las autoridades. Asimismo, se
inician los congresos internacionales de estudiantes (Uruguay, 1908; Argentina y
Colombia, 1910; Perú, 1912), donde se proclama la rebeldía como principio cósmico
omnicomprensivo y se exige un modelo universitario con plena participación del alumnado.
La inadvertida relevancia que tuvieron estos encuentros internacionales puede traducirse en
motivos de significativa avanzada, verbigracia: establecer las innovaciones primordiales
que, a partir de 1918, se ampliarán con el movimiento reformista organizado, v. gr ., la
autonomía, el cogobierno y la extensión universitarias; alentar los anhelos de fraternidad
continental, anticipando los recientes proyectos oficiosos de integración regional con
propuestas que permiten un replanteo más a fondo sobre el particular; denunciar la política
expansionista del monroísmo acomodaticio; adelantarse a las reuniones celebradas por las
universidades de América Latina hasta su confluencia definitiva en la UDUAL al
promediar la centuria. Se trata de un vasto repertorio conceptual que, pese a tanta
interpretación encontrada, testimonia la potencialidad reflexiva de nuestra juventud
universitaria e insinúa respuestas alternativas a los modelos dominantes en el ejercicio del
poder. Ello resulta singularmente auspicioso para una época como la presente, en la cual,
más allá de los apreciables focos de resistencia mundial, sobresalen las primacías
conservadoras y desencantos.
El grito de Córdoba
Si a todos esos antecedentes inmediatos les añadimos algunos factores de relevante
magnitud interna y exterior ⎯ Revolución Mexicana, I Guerra Mundial, Revolución Rusa,
democratización gubernativa en el Plata, corrientes vitalistas e idealistas ⎯ , puede inferirse
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que se había generado el clima para el célebre estallido con el cual irrumpe la Reforma
Universitaria en Córdoba hacia 1918. La proyección continental que alcanzó dicho
movimiento estudiantil dio lugar a que el mismo fuese visualizado, con máximo
entusiasmo, como la segunda aventura común de los países latinoamericanos, tras los cien
años de soledad que siguieron al ciclo de su independencia política.
Además de la resonancia americana que poseyeron dos fenómenos históricos como
la Revolución de Mayo y la Reforma Universitaria, en ambos se presenta una línea
enunciativa concomitante. Si Mariano Moreno, en su prólogo al Contrato Social de
Rousseau, refutaba el pretendido soporte celestial de la realeza y acudía a la voluntad
colectiva, Deodoro Roca ⎯ junto con otros miembros de la Federación cordobesa ⎯
denunciaba en el Manifiesto Liminar de la Reforma un régimen académico anacrónico
montado sobre el derecho divino del profesorado universitario. Allí se reclamaba el poder
de decisión para los estudiantes en tanto soberanos primordiales de una universidad
democrática. Dicho documento no sólo se dirigía proféticamente a los hombres libres de
nuestro hemisferio sino que también anunciaba una inminencia revolucionaria similar a la
de Mayo.
En definitiva, se estaba preconizando la insubordinación ante un sistema
universitario que ponía en tela de juicio la propia entraña de la enseñanza superior, es decir,
la capacidad de los alumnos para distinguir valores y para elegir a sus maestros. Salvando
distancias, no costaría mucho parangonar tales demandas con las objeciones
anticolonialistas formuladas en proclamas como la que redactó clandestinamente el joven
Bernardo de Monteagudo contra el yugo español y para los “valerosos habitantes” de La
Paz, a quienes exhortaba a establecer un nuevo sistema de gobierno basado en los intereses
nacionales:
Hasta aquí se lamentaba Monteagudo
hemos tolerado una especie de destierro en el seno mismo denuestra patria; hemos visto con indiferencia por más de tres siglos inmolada nuestra primitiva libertad
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al despotismo y tiranía de un usurpador injusto, que degradándonos de la especie humana nos hareputado por salvajes y mirados como a esclavos: hemos guardado un silencio bastante análogo a laestupidez que se nos atribuye por el inculto español 5
Puede también aducirse que, más allá de sus avatares ulteriores, con la Reforma
Universitaria, si no llegó a esbozarse allí un orden nuevo, al menos se articuló una cultura
de tipo juvenil que pudo adelantarse a los casos equivalentes en otras partes del mundo.
Según lo enfatizara Carlos Alberto Erro, el descontento juvenil ⎯ con su embestida contra
los sistemas y valores vigentes ⎯ llegaría a constituir “un fenómeno tan innegable y
universal como la atracción entre los cuerpos y la divisibilidad de la materia”; además de
haber sostenido “la mayoría de las empresas positivas verdaderamente audaces y grandes”,
los jóvenes se encuentran a veces ante situaciones “en que todo parece hacedero y próximo,
en que la tierra se torna maleable” 6
Aunque la causa estudiantil contó con un escaso apoyo del claustro docente y fue
visualizada por los sectores conservadores de la Iglesia y del laicismo como una revuelta de
activistas e incluso como un complot delictivo, algunos viejos maestros al estilo de
Alejandro Korn le prestarían su respaldo fáctico y teórico a la vez. Korn señaló la profunda
crisis de actualización por la que atravesaba el ámbito universitario todo, descartando con
ello la hipótesis de una confabulación siniestra, mientras recalcaba la tónica innovadora del
movimiento reformista, al cual le otorga un papel fundamental en tanto reflejo de una
necesidad histórica dotada de elementos originales y de un decisivo protagonismo
estudiantil:
La reforma universitaria no es una obra artificial […] Es la obra colectiva de nuestra juventud, movidapor impulsos tan vehementes y espontáneos como no habían vuelto a germinar desde los días de laasociación de mayo, cuando el verbo romántico de Echeverría despertó las conciencias a nuestra vida[...] Larga es la serie de esas creaciones postizas, que, o no arraigan en nuestra tierra o experimentanuna degeneración criolla que las convierte en caricatura de sus originales.7
5 En la antología Pensamiento político de la emancipación, I, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1977, p. 72.6 C. A. Erro, Tiempo lacerado, B. Aires, Sur, 1936, pp. 223, 228, 225.7 A. Korn, Obras Completas, B. Aires, Claridad, 1949, p. 662.
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Así, durante reiteradas oportunidades, “el viejo Korn” ⎯ como lo apodaban
dilectamente sus más íntimos allegados ⎯ defendió las luchas estudiantiles y la causa
reformista, criticando a las autoridades universitarias por hallarse inmersas en la politiquería criolla. Se entusiasmaba con el proceso de concientización juvenil y con el
poder creativo que ello le otorgaba al estudiantado. Conceptuaba a la Reforma Universitaria
como un hecho espontáneo que se remonta a la misma Revolución de Mayo y que traduce
la voluntad de las nuevas generaciones frente a la crisis experimentada durante la evolución
nacional. Se negaba a enlazar la cultura con las universidades y las academias, al detectar
en ellas resabios coloniales que las cristalizaban en el pasado. Korn aludía al sentido
general en el que se inscribía dicho movimiento, como cargado de valores morales y
estéticos, con hondas raíces vernáculas y un fuerte anhelo de justicia social. Defiende a la
Reforma más allá de sus contramarchas y de todo dogmatismo, como una conquista que,
aunque definitiva, recién estaba comenzando a articularse. No se trataba de una mera
fórmula sino de un proceso dinámico según el cual resulta ineludible la intervención de los
estudiantes en el gobierno universitario, pues “ellos y solamente ellos representan el ímpetu
propulsor, la acción eficiente, capaz de conmover la inercia y evitar el estancamiento”8.
Frente a una anticuada generación escéptica y reaccionaria, Ripa Alberdi, discípulo
de Korn, exaltó a su vez la juventud del Novecientos como una estrella salvadora en la
oscuridad, como una fuerza histórica distinta ⎯ pensante, creativa y rebelde ⎯ llamada a
renovar las bases fundamentales de la cultura. En tiempos de liberación social, las nuevas
generaciones además de sobrepasar el realismo ingenuo, interconectan la alta especulación
con el saber popular y preparan la emancipación del brazo y la inteligencia. Esa misma
juventud heroica, que cuestionó a sus maestros, daría lugar a una nueva existencia dentro
del espacio incontaminado y la mentalidad virgen de nuestro continente americano,
8 Ibid., p. 691.
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desprovisto de egoísmos materiales, donde podría efectivizarse la hermandad con los
trabajadores. A la vieja universidad, enclaustrada y profesionalista, Ripa le contrapone otra
de índole socrática, abierta a las palpitaciones del mundo y a la pureza justiciera de los
pueblos. Se trata de impulsar una educación para la vida en libertad que presupone la
revisión integral de los métodos didácticos. Con la Reforma Universitaria, una conquista
netamente estudiantil, no sólo cayeron los profesores sin autoridad moral ni académica.
También se pretendía abandonar la frivolidad de la enseñanza junto a la orientación
napoleónica y utilitaria de las universidades que convierte a éstas en meros organismos
expedidores de títulos, para acentuarse el cultivo de las ciencias puras y la indagación
filosófica.
Uno de los principales líderes socialistas de nuestra América, Alfredo Palacios,
brindaría su amplio reconocimiento al movimiento estudiantil iniciado en Córdoba y
expandido por todo el continente y la península ibérica. Pese a la reacción evidenciada por
los exponentes de la vieja institución, que sólo vieron en aquél fenómeno una anárquica
explosión de pasiones, el reformismo ha trasuntado un fecundo andar:
La participación de estudiantes y egresados en la designación de autoridades, la asistencia y la docencialibres, etc., han cambiado fundamentalmente la estructura universitaria para adaptarla a otrascorrientes educacionales […] instrumentos que permitirán desarrollar con amplitud la función socialde la universidad. No se ha de limitar ésta a la preparación de simples profesionales […] sino a la tareade preparar hombres capaces de afrontar los problemas inmediatos de la vida 9
Frente a las dictaduras militares, no deja Palacios de testimoniar su confianza en los
merecimientos juveniles: “Creo en la juventud, porque la virtud cardinal de su espíritu es la
pasión de la justicia, origen auténtico del socialismo que alumbra ya en las palabras de
Jesús. El alma joven repudia la esclavitud, abomina el despojo y la injusticia; ama el
esfuerzo y se juega íntegramente por sus ideales. El día en que [...] predomine el
sentimiento juvenil la verdad se impondrá por el estudio, se explotarán las riquezas
9 A. Palacios, Carta a todas las Facultades de Sud América, Revista de Ciencias Jurídicas y Sociales, 1922.
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materiales en beneficio común y la democracia con un cimiento moral será el impulso
dinamizante y dignificador que transforme y glorifique la existencia”10
Además de la representación estudiantil, el movimiento reformista planteó, entre
otras instancias académicas, la autonomía universitaria en materia política, docente y
administrativa, así como la calidad y gratuidad de la enseñanza, la libertad y la periodicidad
de la cátedra, la asistencia libre, etc. Por otra parte, propició la extensión universitaria, la
sensibilidad social y la mancomunión con la clase obrera, el pacifismo y la lucha contra el
imperialismo, la oligarquía y el clericalismo. Sus acercamientos efectivos a la solidaridad
latinoamericana y a la unificación integral de nuestros pueblos convierten a dicho
movimiento en uno de los más importantes precedentes culturales con el que deben contar
proyectos regionales como los del MERCOSUR o el Pacto Andino frente a otros planes
monopólicos de integración continental como el de los Estados Unidos con el ALCA. La
Reforma Universitaria en Latinoamérica constituye una de los tantas expresiones que
revierten la trillada versión sobre los ascendientes unidireccionales desde el norte hacia el
sur para entroncarse con otras vertientes innovadoras de alcance supracontinental como el
modernismo literario o como la filosofía y la pedagogía de la liberación.
¿De la insurgencia al desencanto?
No cuesta advertir el antagonismo y la incompatibilidad valorativa entre militarismo
y movimiento estudiantil, el cual, desde sus inicios, ha desarrollado una fuerte campaña
contra el espíritu guerrero y chovinista. La nueva generación reformista se enfrentó con
toda una plataforma patriotera a la cual le opuso la consigna de vivir y no de morir
gloriosamente, de evitar el derramamiento de sangre juvenil salvo en defensa de legítimas
posturas antidictatoriales, hasta inclinarse por una alternativa que prefiere un siglo de
10 A. Palacios, Anales Facultad Ciencias Jurídicas y Sociales, 5, 1930, pp. 656-657.
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revolución a cuatro días de tiranía. Bajo esas premisas insurreccionales, podrá
comprenderse en buena medida la trágica historia de nuestras naciones, teñida por la
persecución, la cárcel, el exilio y el mismo exterminio físico que ha sufrido el estudiantado
latinoamericano.
Las distintas manifestaciones del conservadurismo y del fascismo vernáculos
intentaron destruir las conquistas reformista, mediante crecientes avances del Estado sobre
la autonomía y el cogobierno universitario, hasta desembocar en la desaparición de
numerosos militantes estudiantiles que han protagonizado diversas puebladas bajo el
espíritu insurgente de los sesenta, como motor esencial para el cambio, con fenómenos tales
como la Revolución Cubana, el Mayo Francés y la apuesta por una liberación absoluta:
desde el plano social y nacional hasta la vida sexual y la dimensión teológica. Se enfatizaba
el compromiso que debía asumir la comunidad universitaria. Mientras la juventud europea
expresaba su hastío por la sociedad opulenta y pugnaba por posicionarse mejor dentro del
aparato universitario, en el Tercer Mundo los jóvenes se batían contra el subdesarrollo y la
explotación. Con el retroceso capitalista y la generación de la protesta parecía que el
crónico sueño de una humanidad unida ya estaba a punto de culminar. Durante ese
interregno, de ebullición utópica, florece la comunidad de los jóvenes. Más que a un desafío
o a un huracán juvenil se creyó asistir a una auténtica Revolución Generacional que, a
diferencia de todos los otros grandes cambios precedentes, poseía dimensiones
multinacionales. En cuanto al significado puntual de los movimientos y las oleadas
estudiantiles en el mundo, la cuestión alcanzó dimensiones ciclópeas, subrayándose la
relevancia histórica del conflicto intergeneracional hasta elevárselo a una Ley Universal. Se
abarcaba en esa portentosa generalización a universidades grandes y pequeñas, a activistas
de diversas disciplinas, a países industrializados, tradicionales y en vías de desarrollo, a
regímenes capitalistas, comunistas y tercermundistas. De Dakar a México y Argentina, de
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París a Berkeley, de Praga a Pekín, el estudiantado lo invade todo y predica el advenimiento
de un mundo mejor.
La juventud en los sesenta llegó a tener una dimensión casi omnímoda, como lo
reflejaron tantos graffiti de la Sorbona: “Sean realistas exijan lo imposible”.
Comparativamente, hoy parece en cambio, al menos en los países septentrionales, que los
jóvenes estuvieran sumidos en la retracción y el desentendimiento, no sólo ante los
problemas mundiales o locales sino hacia el propio estudio en particular. Hasta se insinúan
perfiles pasatistas y aburguesantes, tendientes a pensar con el bolsillo en detrimento del
corazón. El clamor de la nueva generación posmoderna apunta, por un lado, en esta
orientación hedonista: ¡Nada de compromisos, ni de arreglar nada, viva el libertinaje! Por
otro, se refrenda una ética gladiatoria de la existencia, como lo grafica una canción
entonada por Miguel Bosé:
Toda una existencia para verme convertidoen un buen corredor.Toda mi paciencia día a día para hacermecada vez mejor.Ser tercero es perder.Ser segundo no es igualque llegar en primer lugar.Voy a ganar.Voy a ganar.Voy a matarme por llegar [...]Voy a poderlo demostrar.Voy a ganar 11
Al igual que la drogadicción ⎯ y aún quizá con mayor eficacia que las dictaduras
militares que han sofocado las luchas estudiantiles ⎯ , un ordenamiento competitivo y
fragmentario, más atomista que pluralista, más partidario del válelo todo que del
relativismo cultural y político, apunta a desarticular los movimientos estudiantiles y
despojarlos de sus grandes metas, las cuales resultaron una moneda corriente durante
décadas pasadas a lo largo y ancho del planeta.
11 Citado por Carlos Díaz, Los nuevos jóvenes de la vieja Europa, Barcelona, Libertarias, 1989, pp. 151-152.
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Al margen de que en nuestros días pueda subsistir una contradicción mayor o menor
entre adultos y jóvenes, estos últimos, en relación con sus comprometidos congéneres de
casi toda la centuria, se muestran como si hubieran perdido no sólo su fe en la política sino
hasta el mismo interés general por las cosas. Una generación que ha sido simbolizada con
una estéril figura al estilo de Bart Simpson y que por momentos abandona la nonchalance
para ir armada al colegio y atacar a los docentes o a los propios compañeros. Si difundidas
canciones de protesta como las de Jim Morrison o Pink Floyd traducían intenciones casi
épicas y denunciaban los muros opresores del sistema, las letras que se imponen
ulteriormente testimonian designios insignificantes: “Yo no quiero cambiar el mundo / No
pretendo una Nueva Inglaterra / Yo sólo busco otra chica distinta”12.
Por consiguiente, cabe deducir que la actual generación posmodernista, como la
denomina Agnes Heller desde otra estimativa, ha venido incluso a desmentir uno de los
caracteres consustanciales de la juventud: su potencial proclividad hacia la insurgencia.
Con todo, no deben pasarse por alto los diversos problemas que pueden haber incidido en
esa supuesta desmovilización. Además de la represión y del afán competitivo implantado
por el neoliberalismo, se encuentran las secuelas inhibitorias que ocasionan el desempleo,
la proletarización, la crisis familiar y educativa, la delincuencia y la prostitución, las
migraciones, la juventud prolongada, etc. Como quiera que sea, no parece muy viable la
idea de una juventud ajena a esos grandes movimientos sociales que, imbuidos por valiosos
propósitos y sentimientos utópicos, aspiran a modificar las relaciones humanas para
construir una sociedad de personas; tarea en la cual difícilmente los estudiantes dejen de
escribir un capítulo significativo.
Entre las principales explicaciones que se han ensayado acerca de tan llamativo
repliegue se encuentran las de José Joaquín Brunner y José Agustín Silva Michelena,
12 Ibid., p. 150. En otra versión análoga se afirma: “No pretendo cambiar las cosas. No me meto en cosas peligrosas. Yo novendo psicologías, ni cuestiono la filosofía. Sólo traigo mi ritmo”.
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durante un seminario efectuado en Caracas, hacia 1985, con motivo de celebrarse el Año
Internacional de la Juventud.
Para Brunner se halla estructuralmente sellada la suerte del movimiento estudiantil
como un bloque homogéneo de poder. Además del desbordante aumento de la matrícula,
que en un lapso de veinte años triplicó la magnitud del estudiantado, se ha producido una
multiplicación fabulosa de universidades con diferentes orientaciones y opciones
curriculares. En la Argentina, de sólo tres universidades nacionales que funcionaban
reconocidamente en 1918, no estarían lejos hoy del centenar las casas de estudio existentes
en el mismo país. Semejante crecimiento y diversificación, mientras desalienta la vigencia
de un único movimiento estudiantil, fomenta los intereses estrictamente corporativos,
gremiales o económicos en perjuicio de la brega ética o política. Asimismo, el
readvenimiento de la democracia posibilita una neta separación entre el ciudadano y la vida
partidaria, por un lado, y el universitario con un programa institucional más acotado, por la
otra. En consecuencia, la tradición de los 60 resultaría incompatible con el nuevo escenario
cuyos objetivos se restringen sobre todo a actividades intra-académicas.
El enfoque de Silva Michelena concuerda con el diagnóstico señalado en cuanto a la
gravitación del exitismo profesionalista y del modelo neoliberal. Según él, ha habido un
cambio significativo en la composición de la universidad: mientras que en otras épocas los
estudiantes se dedicaban con exclusividad a la vida universitaria, en la actualidad han ido
disminuyendo apreciablemente los alumnos de tiempo completo, para dar paso al estudiante
que trabaja o al trabajador que estudia y por ello se encuentran menos involucrados en las
clásicas contiendas. Sin embargo, Michelena no considera la pasividad estudiantil como
algo necesariamente definitivo, pudiendo aguardarse una nueva forma de militancia, en
alianza con los sectores populares, ante las políticas de ajuste impuestas desde los centros
crediticios que generan agudas tensiones sociales y facilitarían la fusión con los
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trabajadores. Con ello se producirá un nuevo período de reflujo del activismo estudiantil en
el cual la juventud universitaria recuperaría su propia identidad histórica.
A la luz de lo que ha ido aconteciendo en los últimos tiempos parece más verosímil
la posición de Michelena. Por distintas razones, la juventud latinoamericana ha podido
mantener, dentro y fuera de las aulas, un grado de criticismo y problematización bastante
mayor que el de sus congéneres europeos: además de las innumerables acciones y
campañas de apoyo a los crecientes grupos marginados, puede confrontarse, v.gr., las
presiones de ese estudiantado para derrocar gobiernos despóticos o corruptos junto a las
intensas demostraciones estudiantiles para enfrentarse a proyectos educativos elitistas e
inconstitucionales, con concentraciones multitudinarias, toma de edificios, dictado de clases
en las calles, etc. Si bien algunas de las consignas coyunturales se han vinculado con la
lucha contra los recortes presupuestarios, el arancelamiento y las restricciones a la
autonomía universitaria, su sentido principal cala más hondo: hacia un tipo de universidad
que, como la derivada de los primitivos anhelos reformistas, sirviese como herramienta de
transformación social al servicio de los sectores más perjudicados por el establishment . De
allí la insistencia en la necesidad de preservar un cogobierno fuerte ante los designios de
mermar la representación estudiantil.
La asfixia presupuestaria, la desolación y el deterioro que sufren las universidades y
la educación básica en países donde la enseñanza llegó a representar una verdadera
avanzada se conecta con la política neoconservadora de desamparo comunitario y laboral.
Así tenemos en verdad que, para satisfacer demandas como las estudiantiles ⎯ a la postre
de las capas profesionales y técnicas ⎯ , debe implementarse un plan de desarrollo más
acorde con las necesidades nacionales. Hoy, como antes del '18, nos enfrentamos con un
modelo histórico caduco. La universidad tendrá que denunciar las causas de nuestro atraso
y propugnar otras alternativas viables. Ello supone actualizar los emblemas valederos de la
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Reforma Universitaria que apuntaba hacia un tipo de democracia no meramente formal y
con una modernización menos empresarial y más humanista, no sólo como reclamo ante la
educación superior sino en apoyo a las reivindicaciones laborales y en auxilio de los
sectores carenciados.
Generar, por ejemplo, una matrícula superior a la existente, tal como ocurre al fin de
cuentas con los idealizados países del primer mundo, sería una manera de consolidar la
utopía reformista de una universidad bien abierta, donde los estudiantes resultan los
principales portadores de ese pensamiento transfigurador. Con ello, no se propugna ningún
tipo de efebocracia ni una sobrevaloración demagógica de la juventud. No adhiero a los
planteos cosméticos de que sólo existen dos clases de personas: las más jóvenes y las
menos jóvenes; ni creemos que el joven, por el solo hecho de serlo, resulta un elegido de
los dioses. Ante la crisis profunda de las visiones totalizantes y la ausencia de paradigmas,
reivindicamos movimientos estudiantiles como el de la Reforma Universitaria por su
postura adogmática frente a la enseñanza y a la vida. Más allá de las desviaciones
personales que ha experimentado la tradición reformista a lo largo del tiempo, fue el primer
movimiento juvenil importante en todo el todo siglo XX, por más que muchos historiadores
la hayan echado en saco roto.
Como a Violeta Parra, pueden seguir gustando todavía aquellos estudiantes que
marchaban sobre las ruinas con las banderas en alto. Y también los estudiantes que aún hoy,
como poetas del aerosol, dejan sus huellas sarcásticas en los periódicos murales, mediante
un lenguaje menos sacrificial que contempla distintos aspectos de la realidad, desde el
terreno económico13, al jurídico14, político15, educativo16 y religioso17.
13 La explotación es la base de la fortuna; Me las pagarán (FMI); El aumento de la nafta no nos molesta (Los Picapiedras); Nose puede amasar una fortuna sin hacer harina a los demás; El dinero no hace la felicidad....la compra hecha; La plata no es
todo. También están los cheques; Soy un desocupado con varios años de experiencia; En Argentina, 5 de cada 6 personas pasan hambre: yo, tú, él, nosotros, vosotros. - Sólo “ellos” se salvan; Soy rico, no pago impuestos; El sueldo es como lamenstruación: llega una vez por mes y dura 5 días; LSD apoya a su empresa de viajes.14 La justicia ya falló; Sonríe, la justicia es ciega.
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15 Colabore con los políticos, defráudese usted mismo; Todos prometen y Nadie cumple. Vote a Nadie (Nadie); El poder no setoma, se escupe; El gobierno ama a los pobres...hay amores que matan; Jesús es el camino, Marx es el atajo; Política: arte deimpedir que la gente se meta en lo que sí le importa; Mi slogan es: acabaremos con el hambre y la pobreza: a partir de mañana;comeremos pobres; Prefiero el gato al perro porque no hay gatos policias; Haga trabajar a sus diputados...¡No los vote!; Si larevolución es el orgasmo de los pueblos, entonces somos el pueblo de nunca acabar...16 Seré lo que deba ser y sino seré taxista; Por una sociedad sin clases, sí a los paros docentes; La escuela prepara a los niños
para el futuro, ¿pero quién los prepara para el presente?; El mundo se está quedando sin genios: Einstein se murió, Beethovense quedó sordo y a mí me duele la cabeza; Interrumpí mi educación a los 6 años para ir a la escuela; Si tenés ganas de estudiar,
siéntate y espera que se te pase; Los locos y los chicos dicen la verdad. A los locos los encierran y a los chicos los educan;Saquen una hoja (Adán); ¡Mamá, lo sé todo! (El pequeño Larousse ilustrado).17 Dios nunca hizo el amor; Los curas se dan con ácido litúrgico; Dios nos quiere a todos pero ayuda a los ricos;Bienaventurados los pobres, porque ellos son una fuente de riqueza para el Vaticano.
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⎯ I ⎯
REDES INICIALES
Compañeros estudiantes: dispersos por todas partes, basta ya de ciencia teórica que nos convierte enasnos cargados de libros. Basta ya de títulos que servirán únicamente para que exploten mañananuestra inteligencia los piratas del robo y del monopolio y nos arrojen luego de habernos estrujado elcerebro como cosas innecesarias, como trastos inútiles, o que nos servirán para que nos convirtamostambién nosotros en piratas y en explotadores […]Sacudid, que ya es hora, con vuestros puños fuertes las puertas de las universidades, arrancadlas de susquicios, demoled las paredes, hay que hacer de nuevo las universidades [...] Hay que modificar launiversidad pero esto sólo no basta, hay que modificar fundamentalmente la sociedad en que sedesarrolla.
Ernesto L. Figueroa
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BOHEMIA Y DISIDENCIA
Rafael, el poeta del trabajo [...] exclamó con voz ronca: – ¡Desearíasucumbir en la brecha, defendiendo al débil contra el fuerte, y contra eldéspota al oprimido pueblo!
Francisco Villaespesa
Los ingredientes
En el umbral del siglo XX despunta una crisis cultural de modelos junto a la
irrupción de corrientes utópicas e idealismos colectivistas o solipsistas. Entre estas
modalidades se encuentra el inconformismo de los jóvenes bohemios, quienes produjeron
una relevante aportación a la causa del pensamiento alternativo. Una juventud que exigió la
libertad en todo y, como se ha detallado, estuvo dispuesta a embestir frontalmente “las
mentiras, la inmoralidad, la mala administración de la política, la hipocresía, la pudibundez,
el clericalismo, y también a hacerse portavoz de las reclamaciones del obrero”18.
Por ese entonces, el modernismo enaltece a los jóvenes, mientras condena al
burgués, quien, para el primer Lugones, se parecía a un animal en el que la grasa
preponderaba sobre los sesos. En el arielismo se venera a la juventud no sólo como
correlato de la vida bohemia y la generosidad sino también como dotada de un liderazgo
fundamental. Esta tónica vanguardista habrá de penetrar reiteradamente en nuestros
movimientos estudiantiles.
Los jóvenes modernistas y utopistas de la generación de 1900 trasuntan la crisis que
se produce en las filas del ordenamiento burgués y del espíritu positivo, mediante un
discurso contestatario que apunta a la renovación de la cultura o a la instauración de una
sociedad plena y transparente, dotada como la americana de valores propios. Soñaban con
un hombre y un mundo nuevos, con una nacionalidad ampliada que fuese el testimonio de
un estado de conciencia superior al de los instintos territoriales, donde se revalorizara el
papel de la belleza y la autodeterminación, de lo único y extraño. De allí que hayan sido
18 Iris Zavala, Estudio preliminar al libro de Alejandro Sawa, Iluminaciones en la sombra, Madrid, Alhambra, 1977, p. 17.
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menospreciados desde distintas filas por considerárselos apátridas y descastados, neuróticos
y bohemios, desaliñados parásitos sociales, pícaros y cínicos, artistas fracasados y
decadentes, hampones y simuladores literarios, causantes de una perversa pasión colectiva
sostenida por el alcohol, la droga y el amor libre.
La elevación del artista a máximo hacedor de la realidad y a dador de su sentido
provocó la reacción de autores positivistas como Max Nordau, quien, además de enjuiciar
como degeneradas a las costumbres finiseculares, descalificó como rayanas en la locura a
casi todas las expresiones literarias, políticas y filosóficas de la época ⎯ según testimonia
Gómez Carrillo en Almas y cerebros, donde relata una entrevista con el propio Nordau.
Rubén Darío, en sus semblanzas sobre Los raros, también se refirió a Nordau y a su
evaluación de las variantes estéticas contemporáneas como formas de descomposición
intelectual y degradación espiritual que, por priorizar los resortes emotivos, suponen una
conducta atávica y un atentado al mejoramiento científico de la raza. Paralelamente, se
encuentran los embates librados a ambos márgenes del Atlántico contra la literatura y el
arte en tanto ocupaciones pueriles, de perezosos e incapaces, tan condenadas a desaparecer
como la versificación y las agitaciones revolucionarias. Por otro lado, Rodó efectuaría una
calurosa defensa de los bohemios, un mote que
en labios del burgués espeso y acorazado del fariseísmo equivale a una descalificación [...] seanbenevolentes para juzgarlos los rígidos secuaces del acreditado señor Al-pie-de-la-letra. Entiendan yperdonarán. “Bohemio” no es el que tiene la voluntad enervada y la cabeza en desequilibrio.
“Bohemio” es el que vive su juventud con un exceso de entusiasmo, que se le desborda del alma, por lascosas bellas y las cosas raras y las acciones generosas, y con mucho de ese embrujamiento interior que,en tiempos de acción y de heroísmo, empujaba a las aventuras y las cruzadas, pero que en tiempos demonótona prosa, sólo tiene salida en los simulacros de la imaginación, en las campañas incruentas delarte, y en esa terrible vocación de las paradojas y las irreverencias, que, aun en los casos en que sondesatinadas e injustas, permanecen siendo simpáticas, porque llevan el aroma de la juventud19
19 J.E. Rodó, “Bohemia”, en El Mirador de Próspero, Madrid, América, 1920, pp. 32-33.
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Meca francesa y pandemónium hispano
En París, cabeza y corazón de la mundanidad, se congregaron los bohemios de
múltiples lenguas y nacionalidades, personajes marginales que invaden el boulevard Saint
Michel, agitan el ambiente con sus imprecaciones iconoclastas y contribuyen a forjar el
espíritu del nuevo siglo. Muchos son artistas veinteañeros que impugnan como renegados a
quienes trepaban a las filas de la alta sociedad; otros tantos, intelectuales y políticos que,
huyendo de distintas persecuciones, acudían allí para poder expresarse sin mayores tapujos.
El grado de privaciones materiales en el cual vivían cabe inferirse de una anécdota relatada
por Dan Franck en su libro sobre Los bohemios: hubo un poeta tan carenciado que cuando
la Academia francesa le ofreció un sillón, preguntó si podía llevárselo a su casa...
Tales penurias no impidieron que se produjeran diferentes formas de organización
vecinal. El barrio de Montmartre fue declarado comuna libre e independiente de Francia,
nombrándose como administrador al dibujante Jules Depaquit, precursor del dadaísmo. La
idea de una zona declarativamente emancipada nos retrotrae a experiencias coloniales al
estilo de los quilombos o palenques, esas viviendas inexpugnables en las que se refugiaban
los esclavos cuando rompían sus cadenas. Dicha consigna rupturista también se enarbolaría
a través de las numerosas ocupaciones y levantamientos efectuados durante el siglo XX por
el estudiantado en sus demandas reivindicativas o en expresiones de otros sectores
postergados, como aquéllos que actualmente proclaman a las pateras ⎯ las precarias
barcazas en las cuales la emigración nordafricana intenta acceder al suelo ibérico ⎯ como
territorio libre de España.
Entre las obras más sugerentes que transmiten el enfoque latinoamericano sobre la
vida bohemia y el clímax parisino hacia el Novecientos se hallan las impresiones de
quienes tuvieron ocasión de experimentar de cerca dichos fenómenos singulares. Un
ejemplo típico lo brinda el escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, quien ha
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¡Oh juventud, juventud! Te suplico, sueña en la gran tarea que te espera. Tú eres el artesano futuro, túvas a arrojar los cimientos de este siglo próximo, que según nuestra profunda fe, resolverá losproblemas de la verdad y la equidad, planteadas por el siglo que termina. Nosotros, los viejos, losmayores, te dejamos el formidable aporte de nuestra investigación, muchas contradicciones yoscuridades quizá, pero con seguridad el esfuerzo más apasionado que jamás siglo alguno haya hechohacia la luz; los documentos más honestos y los más sólidos, los fundamentos mismos de ese vastoedificio de la ciencia que tú debes continuar22
El reconocimiento de la bohemia y de los nuevos valores en juego engendró un
profundo desdén de la vanguardia intelectual latinoamericana hacia las rígidas actitudes
hispanocéntricas. Gómez Carrillo se mofa de distintos personajes españoles que, reacios a
toda innovación y desde un estrecho nacionalismo xenófobo, procuran atribuirle una
preponderancia absoluta a su propia cultura, mientras se pavonean de la virilidad ibérica
frente al pueblo francés, tan corrompido por la falta de parámetros éticos y religiosos que
⎯ según vaticinaban esos personajes ⎯ el fin de siglo iba a coincidir apocalípticamente con
el ocaso de la misma estirpe gala.
Entre los que ostentan esa postura maniquea, puede citarse a Juan Valera, quien,
entre 1896 y 1899, aplaude el florecimiento de la raza ibérica y censura a los “refinados
hispanoamericanos”, cercanos al modernismo, por distintos motivos: pecar de galomanía,
celebrar las extravagancias culturales parisinas, idealizar a poetas como Verlaine u
otorgarle un excesivo relieve a autores como Poe e Ibsen; adherir a tendencias fatalistas y
ateas, a “doctrinas contradictorias y disparatadas” como las de Renan, Taine o Nietzsche;
olvidarse de la casta española y empeñarse en hablar de América Latina en vez de
Hispanoamérica; no percibir que en Madrid se daban más espectáculos y fiestas que en
cualquier otra capital del mundo ni apreciar que en las principales ciudades de España
existían colegios religiosos donde se educaba a la juventud más lozana. Pese al suceso que
tendría el estreno de La bohème en Madrid, durante la primavera de 1898, Valera pasa por
22 Zola, Yo acuso, B. Aires, Leviatán, 1983.
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alto ese acontecimiento y llega a objetar la incorporación al castellano de la palabra
bohemio23
De cualquier manera, como plantea Manuel Azaña, se trataba de una época
memorable, de feroz contienda de la gente nueva contra los viejos, de ese fenómeno
ineludible en que una generación desaloja sin grandes miramientos a la anterior; cuando
“circulaba por Madrid, melenuda, enchisterada, escándalo de burgueses y señoritos,
insolente promesa de un mañana fecundo, la magra humanidad de Valle Inclán”24,
integrando la troupe de los bohemios —esas aves nocturnas o príncipes callejeros de
andrajos y de rimas que, merodeando la Puerta del Sol, tantas veces morían sin dar con la
letra para su canción, sin vivir lo que soñaban pero soñando lo que escribían.
Si para un líder como Rubén Darío Francia representó la “Patria universal”, París
fue, para él y tantos otros, epicentro del arte y la ensoñación. Gómez Carrillo, en Bohemia
sentimental, ha interpretado el duro atractivo que la misma ciudad encerraba para un
escritor sin recursos:
¿Que la vida del literato joven y pobre era muy triste? Sí; era muy triste, tristísima,desgarradora…¿Que París, más que una ciudad era una vorágine que devoraba las más fuertescomplexiones y que enloquecía los más robustos cerebros? […] Lo sabía y no lo podía remediar.Exaltado por la corriente vertiginosa de la literatura, vivía sufriendo en su París miserable, pero vivía.Fuera de París, ni siquiera habría vivido; se habría agostado, habría echado de menos hasta el dolor,hasta el hambre. No habría podido, materialmente no habría podido vivir lejos del boulevard. Estabaloco y París era su manicomio. Después de París, sólo una ciudad parecíale habitable: la inmensa, laobscura, la atrayente ciudad del suicidio25
La Atenas platense
Un emplazamiento ideal para ejercer sus ideas lo va descubrir el propio Darío en el
llamado París americano, esa ciudad de Buenos Aires que, a fines de siglo, constituía la
principal capital del hemisferio sur y la segunda en el orbe latino, por su crecimiento
económico y su receptividad socio-cultural. Dentro del ámbito porteño, los clubes selectos
23 J. Valera, Ecos argentinos, B. Aires, Emecé, 1943.24 M. Azaña, ¡Todavía el 98!, Madrid, Biblioteca Nueva, 1997, pp. 171, 173.25 Gómez Carrillo, op .cit., pp. 12-13.
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estaban siendo sustituidos por democráticos cafés, donde, en medio de chanzas y fumadas,
se reaccionaba contra una sociedad veleidosa, con el “secreto imán” de la bohemia ⎯ al
decir de Ingenieros ⎯
que perseguía, entre otros anhelos, un cambio más justo para elcontinente americano.
En esa fascinante urbe cosmopolita, Darío se incorpora al grupo del Ateneo, donde,
con el elemento más juvenil, oriundo de distintos países latinoamericanos y europeos,
alborotó la atmósfera “con proclamaciones de libertad mental” frente “al anquilosamiento
académico” y “al dogmatismo hispano”26. Según lo resume más tarde el mismo Darío: “Y
escribimos canciones bellas / de libertad y de lirismo / y nos coronamos de estrellas / y nos
salvamos del abismo”. En una cervecería porteña, Aues’s Keller, el poeta nicaragüense
redacta casi todas los pasajes de Prosas Profanas y su famoso responso a Verlaine; en
mesas donde
Se mezclaban todas las clases y las razasy bullía una Babel de idiomas
entre el ruido de platos y de tazassobre las oscuras mesas de roble 27
El espacio de los cafés ⎯ junto a la plaza pública, periódicos, piezas y comedores
estudiantiles, fábricas, escuelas libertarias ⎯ constituía una genuina universidad popular:
microcosmos, miniparlamentos ⎯ guetto de escritores, casa de quienes no tienen grandes
casas ⎯ desde los cuales se cuestionaba el orden imperante. Uno de los establecimientos
más conocidos fue rebautizado como el Café de Los Inmortales, donde sólo eran
verificables las indigestiones literarias y por ello se adoptó dicha denominación, pues sólo
bajo un estado transmaterial podrían mantenerse vivos sus habitués. Un sitio donde se
preconizaba que llegar a los 30 años suponía la claudicación de todo entusiasmo
existencial. A la bohemia que allí concurría se le adjudicaba una doble incapacidad: para
26 Darío, Autobiografía, Barcelona, Maucci, 1905, p. 151.27 Ernesto Palacio, en L. Galtier, Carlos de Soussens y la bohemia porteña, B. Aires, ECA, 1973, p. 51.
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subvenir al diario sustento y para prestarse al acomodo, la genuflexión y la obsecuencia. En
él cabía escuchar planteos como los siguientes: “Debemos ser rebeldes porque
componemos la juventud argentina de transición [...] estamos en la tanda en que vamos
entreverados los criollos con los gringos [...] Y nuestra juventud ha de ser la que defina la
diferencia que hay entre un hijo de papá y un muchacho de trabajo”28.
Asentado en el Plata, Darío le sale al cruce al antifrancesismo de los puristas
españoles como Unamuno: “con París, que tanto preocupa al señor de Unamuno, tenemos
las más frecuentes y mejores relaciones. Las últimas obras de Daudet y de Zola han sido
publicadas por La Nación al mismo tiempo que aparecían en París […] Como somos fáciles
para el viaje y podemos viajar, París recibe nuestras frecuentes visitas y nos quita el dinero
encantadoramente. Y así, siendo como somos un pueblo industrioso, bien puede haber
quien, en ese minúsculo grupo, procure en el centro de tal pueblo adorar la belleza a través
de los cristales de su capricho”29
De parecido tenor resultan las objeciones de Ugarte a Ramiro de Maeztu, porque
éste cargaba a su vez contra los escritores latinoamericanos por supuestos desvíos de la
lengua y la nacionalidad españolas. Para Ugarte no había que levantar murallas chinas ni
sostener “ingenuidades patrióticas” que el nuevo siglo “de fraternidad y luz comienza a
relegar a los museos de arqueología”. Si España había ejercido otrora su ascendiente
cultural, el mismo fue luego ocupado por Francia, sin que pudiera reprochárseles a los
hispanoamericanos la ineluctable adopción del espíritu de los tiempos30.
La declaración de propósitos que formuló Darío junto con Ricardo Jaimes Freyre,
en tanto directores de la Revista de América (1894), puede tomarse como una ilustrativa
plataforma doctrinaria de los planteles modernistas. Con esa publicación sus fundadores
intentaron:
28 José A. Saldías, La inolvidable bohemia porteña, B. Aires, Freeland, 1969, p. 43.29 Darío, op. cit ., p. 175.30 Ugarte, “El francesismo de los hispanoamericanos”, Revista Moderna, mayo 1903, pp. 142-143.
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Ser el órgano de la generación nueva que en América profesa el culto del arte puro, y desea y busca laperfección ideal, ser el vínculo que haga una y fuerte idea Americana en la universal comunión artística[…] Levantar oficialmente la bandera de la peregrinación estética que hoy hace con visible esfuerzo la
juventud de la América Latina, a los Santos Lugares del Arte, y a los desconocidos orientes del ensueño[…] Luchar porque prevalezca el amor y la divina belleza, tan combatido hoy por invasoras tendenciasutilitarias. Servir en el Nuevo Mundo y en la ciudad más grande y práctica de la América Latina, a laaristocracia intelectual de las repúblicas de lengua española
Pese a los avances culturales que reportaron tales objetivos, teñidos de esteticismo, a
veces se adoptó un cariz elitista que alejaría al intelectual de la gente y la cosa pública,
como puede desprenderse, v. gr., de la lectura de obras como El Pensamiento de América
de Luis Berisso. Si bien este último trabajó mucho para que se relacionara entre sí la joven
intelectualidad hispanoamericana y su libro contribuyó a dicha finalidad, en él se trasluce
un inveterado menosprecio hacia el hombre común, hacia las “plebeyerías republicanas” y
hacia la política, visualizada como “rémora de los pueblos”.
¿Aristocratismo o redentorismo?
El mentado elitismo de la bohemia puede ser refrendado bajo distintas perspectivas:
desde quienes objetan el atrincheramiento en la torre de marfil o la idealización del poeta
como nueva deidad, hasta las acusaciones a los bohemios por erigirse en una orden de
elegidos, de reyes rotosos cuyos harapos filtraban densos rayos de soberbia y desprecio a
las mediocridades. No obstante, tampoco pueden forzarse las interpretaciones y caer en el
simplismo de reducir la bohemia a un mero apéndice funcional de la oligarquía; a una
excentricidad que se permitió la propia burguesía ⎯
nunca puesta verdaderamente a prueba por el ataque de los bohemios, quienes no lograrían sustraerse a su misma extracción social
ni superar la antítesis entre rebeldía y aceptación.
Importa pues establecer una serie de distinciones fundamentales. Por un lado, el
contexto en el que se mueve la problemática bohemia nos remite al siglo XIX, donde se
consolidan las relaciones capitalistas de producción, en las cuales el escritor debe
abandonar los mecenazgos, profesionalizarse y convertirse en un generador de mercancías
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con valor de cambio o perecer de inanición. De allí deviene un proletariado artístico e
intelectual que no siempre alcanza a insertarse en la industria cultural o rehúsa formar parte
de un engranaje triturador, denunciando al sistema alienante en cuestión.
Por otro lado, según Aznar Soler, corresponde diferenciar entre dandismo y
auténtica bohemia. El primer ejemplar hace referencia a la golfemia, a una bohemia
galante, festiva o dorada; apunta al intelectual aburguesado que pasa a una clase superior y
adopta la frívola existencia de los señoritos. La segunda actitud supone un radicalismo
cultural, una utopía de la insurgencia, con sus fraternizaciones tabernarias y su fe titánica en
la voluntad. Se trata de la bohemia negra, heroica o santa; del artista proletarizado que los
burgueses ⎯ el homo oeconomicus ⎯ intuyen como peligroso y potencialmente
revolucionario. Es el escritor politizado, que combate en las barricadas junto con los
trabajadores, una tribu literaria proscrita que cuestiona la religión y la propiedad o defiende
la emancipación femenina y el amor libre. La misma bandera autonómica del arte por el
arte llegaría a representar aquí un grueso proyectil contra la axiología mercantil burguesa.
Ya Arnold Hauser, en su clásico estudio sobre la historia social de la literatura, al analizar
la bohemia francesa distaba de conceptuarla como una expresión uniforme y definida:
mientras que en sus inicios románticos puede ser vinculada a la extravagancia y al espíritu
de contradicción, con el naturalismo y el impresionismo surge una bohemia militante que
no sólo se opone francamente a la burguesía sino también a la misma civilización europea
en su conjunto.
Entrecruzamiento de siglos con su heterogéneo tropel de ensoñadores, desde los
liberales de izquierda, ácratas, socialistas, krausistas y nihilistas hasta los decadentes y
modernistas, no todos tributarios de la bohemia. Así, Amado Nervo, en 1896, se expide
contra ella ⎯ considerándola un microbio urbano que enferma a la juventud ⎯ y pretende
salvaguardar la imagen profesional del creador: “Al abrigo de una habitación decente,
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aseada, bien oliente, en amena vecindad con sana y nutritiva pitanza, con libros escogidos y
con algunos billetes de Banco en el cajón del escritorio, se trabaja mejor. De ahí salen las
obras de arte [...] Ya que el mundo nos acusa de no ser prácticos, probémosle hasta la
evidencia que lo somos: que usamos camisa limpia, que tomamos baños de ducha, que
comemos bien y que hemos suprimido, por exótica, la melena”31.
El poeta venezolano Andrés Mata, desde la Revista Azul, refleja en cambio una
actitud más generalizada cuando alude a los bohemios como los expósitos que albergan otro
mundo en el cerebro y que
en la lucha serán de los primerosque convertidos en tribunos se alcena defender la dignidad del pueblo;que hagan vibrar al golpe de la prensael hosanna de todos los derechos [...]que con las armas en balanza acudana batallar por el nativo suelo;que desmoronen tronos y Bastillas;que derrumben cadalsos y conventos;que en industrias, que en artes y que en cienciasgocen de la invención el privilegio 32
Alcides Greca, un reformista que estudió en la localidad argentina de La Plata,
donde se creó la primera ciudad universitaria moderna de América Latina y abierta al
alumnado continental, efectúa uno de los más encendidos ensayos sobre la bohemia en su
libro Laureles del pantano, publicado hacia 1915. Para dicho autor, la auténtica
personalidad del bohemio responde a una caracterología permanente, más allá de la fortuna
y las contingencias temporales: se nace con el alma bohemia como se nace perro. Estamos
ante una tipología cuya dinámica esencial proviene de la pugna entre idealistas y el medio
circundante que se remonta a la misma prehistoria. El bohemio resulta en consecuencia:
• una prolongación del trovero y el estudiante medieval;
• una raza inmortal y gloriosa ⎯ la de Darío, Silva, Manuel Acuña et al. ⎯ que desparramó su ingenio y sulocura por la Indoamérica desnuda;
• un lírico como Carriego o Fernández Espiro cantando en tabernas y en conventillos para alentar a la plebe;
31 A. Nervo, “La bohemia”, Obras Completas, I, México, Aguilar, 1991, pp. 572-573.32 A. Mata, “Grito bohemio”, Revista Azul, 29 marzo 1896, p. 342.
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• el pensador contra aquellos que succionan a los pobres consumidores;
• el único ser masculino capaz de sentirse progenitor de todos los desgraciados y por ello sufrir más queuna madre;
• el que luce sus melenas soñadoras y soporta estoicamente las burlas mientras se muere de hambre con la
cabeza en alto.Así, según Greca, bohemios no son ni los poetas de academia ni los literatos de
campanuda oratoria, porque, rodeados de sibaritismos circunstanciales, no pertenecen a la
familia de los inadaptados ni concurren a los fondines para nutrirse de miseria y mitigar los
gemidos agónicos de quienes naufragan en la vida. ¿No parece perfilado aquí un bohemio
literario por excelencia, apodado Almafuerte, ese poeta platense de la chusma, con todas
sus privaciones y su empeño quijotesco?
En resumidas cuentas, el enfrentamiento del bohemio con el burgués debe sumarse
y sopesarse junto con las críticas al capitalismo que, por distintos motivos, venía
sustentando tanto la izquierda como la derecha. Imágenes equivalentes harían asimilar la
situación de esos sectores bohemios a los del proletariado, condicionando una nueva
ideología, el juvenilismo, según la cual les corresponde a los jóvenes asumir los conflictos
sociales y ejercer un cambio de estructuras que conduzca al establecimiento de relaciones
humanitarias.
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LA VERTIENTE ARIELISTA
Comienza apenas hoy a hacerse camino la idea tan sencilla comoverdadera que no vislumbró siquiera en el evangelio de la juventud
publicado hace ya cerca de veinte años aquel noble espíritu nuestro quese llamó Rodó. La juventud de América […] extravió el norte de susactividades eficaces; y despierta al fin de su ensueño griego eintelectualista, urgida por la amenaza de una sojuzgación económica.
Juventud reflexiva y consciente, abandona sus juegos literarios en el jardín de Academus para escudriñar el horizonte y avizorar su propio futuro
Luisa Luisi
Se examina aquí la visión de José Enrique Rodó sobre la juventud como una matriz
germinal doctrinaria que puede prolongarse operativamente más allá de las interpretaciones
restrictivas en cuanto a su alcance cronológico y a su misma legitimación.
El discurso rodoniano
Pese a las consabidas aseveraciones sobre el papel que ha jugado el Ariel de Rodó
como una especie de evangelio ético-intelectual para los jóvenes de nuestro continente y su
autor como gran maestro de las nuevas generaciones, no parece haberse analizado en igual
medida la imagen de la juventud a la cual dicho ensayo se encuentra consagrado ni tampoco
su propia dinámica ulterior.
La juventud en general, pero la estudiosa y latinoamericana más en particular,
aparece allí imbuida de una serie impar de virtuosas connotaciones simbólicas: luz, amor,
energía, movimiento, entusiasmo, espontaneidad, iniciativa, audacia, genialidad,
innovación, inspiración. Se trata de un sector de la humanidad dotado de una fuerza
bienhechora similar a la de los trabajadores y en el cual se hallan depositadas las esperanzas
colectivas, la fe innata en el porvenir y la garantía del cambio. Como en la Grecia de
Sócrates, el sólo hecho de dirigirse a los jóvenes vendría a representar una variante de la
oratoria sagrada. Si Atenas constituyó una primavera de la historia donde imperó el alma
juvenil —dando lugar a la cultura estética, la investigación filosófica y la conciencia de la
dignidad—, a los 29 años de edad Rodó auguraba el renacimiento generacional capaz de
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otorgarle un sentido ideal a la existencia y romper con el aislamiento de nuestros pueblos
iberoamericanos.
Si unos años antes de publicar Ariel, en su artículo “El que vendrá”, Rodó no podía
precisar quién iba a ser ese sujeto que alumbraría mesiánicamente el camino de la nueva
vida, en aquel manifiesto trascendental perfila en cambio con nitidez al responsable de
tamaña misión redentora: la alicaída juventud de América, la cuasi excluyente destinataria
de su mensaje y encargada a su vez de asumir las propuestas finiseculares más importantes,
a saber, el desarrollo de la democracia y la ciencia como sustratos civilizatorios
insustituibles. Con tal motivo, Rodó predicará en su sermón laico —en tanto interés
supremo— el acceso al conocimiento, la educación popular, la igualdad de derechos y el
enaltecimiento de los humildes. Las jóvenes generaciones deberán preconizar el credo del
desinterés, combatir por las causas espirituales y para que se haga realidad el sueño de una
América regenerada social e intelectualmente, en la línea trazada por los héroes de la
independencia. Se apela así a un voluntarismo idealista que tiene como meta el
acercamiento a una vida superior, donde impere la libertad, el equilibrio entre razón y
sentimiento, el compromiso solidario, el cultivo del arte y la belleza como vías para acceder
a la justicia, el bien y la verdad.
Para lanzarse a semejante cruzada redimidora los jóvenes cuentan con las alas del
“obrero interior”, Ariel, ese modelo de perfección, animador de quienes luchan y trabajan,
digno de ser esculpido en la cordillera andina. El propio Rodó, unos quince años después de
haber publicado su ensayo magistral, alude a ese personaje shakesperiano que él mismo
logró resignificar y comenta la dimensión alcanzada por el nombre de Ariel en la evolución
del pensamiento hispanoamericano: por una parte, contra un bastardeado positivismo
utilitario, por otra, salvaguardando nuestra identidad popular frente a políticas imperiales y
plutocráticas. “Hoy [1914] —concluía Rodó— generaciones nuevas reconocen en Ariel la
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‘melodía de ideas’, el sentimiento de la vida, que espontáneamente brotan de su propia
conciencia”1. Indagaremos seguidamente en la cumplimentación efectiva de tales
postulados.
Implementaciones
Al filo del Novecientos se va sincretizando un pensamiento contestatario en el que
la juventud surge como proletariado intelectual, verdadero nexo entre utopía y realidad,
encargado a su vez de alentar a las masas. Se exalta entonces la vida bohemia mientras se
condena el prototipo acumulativo burgués hasta imaginar la instauración de un orden
societario transparente, con una nacionalidad ampliada y con el artista en tanto máximo
dador de sentido. Comienzan también a organizarse las asociaciones estudiantiles que,
alejándose de los viejos cenáculos universitarios circunscritos a meros propósitos diletantes,
se inclinan hacia las reivindicaciones americanistas, el compromiso social y la
transformación académica.Una revista de Maracaibo, en una fecha tan temprana como la de 1901, se adelanta
en adoptar para sí misma el título de Ariel, un fenómeno que se reiteraría con creces en la
mayoría de los países latinoamericanos durante la primera mitad del siglo, sin excluir al
Brasil y hasta llegar a convertirse en vocero sandinista. Henríquez Ureña, durante sus
conferencias para el Ateneo de la Juventud en México, reconoce a Rodó como el primer
escritor que incidió en ese ámbito y pinta a los partidarios de Ariel como una multitud
creciente.
El incipiente movimiento estudiantil sudamericano previo a la Reforma del ’18
celebra el nuevo programa idealista de Rodó y se reapropia del mismo nombre de Ariel —e
instrumenta hasta el verbo arielizar— durante los congresos llevados a cabo en
1 Rodó, Obras Completas. B. Aires, Zamora, 1956, p. 1007.
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americanistas, los valores morales, la justicia, el pacifismo y la fraternidad; el civismo y la
actuación política y gremial, la democracia participativa sin separación entre gobernantes y
gobernados, la libre expresión y el sufragio universal, la autonomía, cogobierno y extensión
universitarias, la libertad de cátedra y su periodicidad, la competencia y el progresismo
docentes. Los propios jóvenes, autores por lo demás de tales aspiraciones, se abrogan a su
vez la responsabilidad de efectivizarlas.
Al mismo tiempo proponen que, junto al culto a los patriotas ilustres, se incluyeran
los humildes trabajadores que modelan las obras definitivas, habida cuenta de que el pueblo
se hallaba recuperando el lugar que le desconocía la historiografía clásica. Un lugar tan
protagónico que reclamaba que la juventud ascendiese hasta el Mesías esperado: la
muchedumbre venturosa, la cual realizará el supremo anhelo de la unidad americana, cuya
viabilidad no podía quedar en manos del burocratismo gubernamental “ni [de] la
diplomacia con su ejército de ineficaces armonizadores, ni [de] la iglesia con sus sedosos y
brillantes príncipes”3
. Había llegado el momento de las reparaciones —cuando la blusa del
obrero reemplazaba ventajosamente al profesionalismo de levita— y era la juventud la
encargada de ejecutarlas.
Desembocamos así en la visión que se estaba forjando sobre la misma juventud. Por
una parte el ser joven e idealista llegó a plantearse como un vínculo indisoluble, mientras
que personalidades tan gravitantes como las de Ingenieros identificarán a la juventud con la
izquierda ideológica. Resultan filiaciones muy caras a la tradición liberadora de nuestra
América el poder superar las barreras cronológicas y asociar el ser joven con el desafío que
implica la adopción de grandes ideales y su puesta en práctica. Bajo esa acepción pudo
afirmarse, por ejemplo, la aparente paradoja de que hay jóvenes viejos, como existen
ancianos juveniles. Al mismo tiempo, se encuentra la revalorización de la masa estudiantil,
3 “Relación oficial del Primer Congreso Internacional de Estudiantes Americanos”. Evolución (Montevideo), 3; 1908; p. 332.
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para distanciarse tanto de la versión que visualizaba en ella a un exponente de la
inconsciencia y la pasividad como del salvajismo, la indisciplina, el desenfado, la
francachela, la turbulencia o la revuelta. Por lo contrario, en aquellas reuniones primigenias
se destacó no sólo la capacidad de los estudiantes —como trabajadores educativos y alma
pensante del Nuevo Mundo— sino también por constituir una auténtica clase propia que ha
representado allí la palanca más poderosa en los progresos políticos, combatiendo “ingenua
y noblemente el atentado brutal” o sucumbiendo “una y mil veces” ante “la presión
insolente del militarismo”4.
Se enarbola como lógica consecuencia una apoteosis del principio de rebelión que
resulta aplicado por extensión a toda la escala biológica en su enfrentamiento con la materia
inorgánica, siendo el sueño la más alta expresión de esa resistencia insita en la misma
naturaleza de las cosas. Pese al fuerte lastre positivista que seguía pesando por aquella
época, entre los mayores obstáculos a vencer repudiados por la causa estudiantil se pueden
añadir diversos conceptos provenientes del racismo, el determinismo geográfico, el socio-
darwinismo. Por otra parte, en países como Colombia se cuestiona frontalmente el
autoritarismo religioso y sus efectos perniciosos para el país, la democracia, el sistema
educativo