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Jürgen Habermas Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos Traducción de Manuel Jiménez Redondo SEGUNDA EDICIÓN CATEDRA TEOREMA

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Habermas, propone entender a la sociedad desde el individuo y no desde la naturaleza. Desde un enfoque posestructuralista y crítico, este autor propone cinco lecciones para comprender la teoría de la acción comunicativa.

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Jürgen Habermas

Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos

T rad u cc ió n de M anuel J im én ez R edondo

SE G U N D A ED ICIÓ N

CATEDRA

TEOREMA

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Titulo original de la obra: i iirStudien und Ergänzjsngen zur Theorie des

kommunikativen Handelns

La p u b licació n de este lib ro ha m erecid o la ayuda de In ­ter N atio n cs a la trad u cció n

Reservados todos los derechos. De conform idad con lo dispuesto en el art. 534-bis del Código Penal vigente, podrán ser castigados con

penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria,

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© Suhrkam p Verlag Fran k fu rt am M ain, 1984 © Ediciones Cátedra, S. A., 1994

Ju an Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 M adrid D epósito legal: M . 1 .810 -1994

IS B N : 8 4 -3 7 6 -0 8 6 0 -0 P rin tcd in Spain

Im preso en G ráficas R ogar, S. A.Pol. Ind. C obo Calleja. Fuenlabrada (M adrid)

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Ind ice

EÁCSQ -BifeioteSI n t r o d u c c i ó n .......................................................................................................................................................................... 9

P r e f a c i o ................................................................................................................................................................................ 15

¡

1. L ecciones sobre una fundam en tac ión de la so c io lo g ía en térm in os de teo ría del lenguaje (1970/1971) 19

2. T eorías de la verdad (1972) 113

II

3. N otas sobre el desarro llo de la co m petenc ia in te ra c tiv a (197 4 ) . . . . 1614. C onsideraciones sobre p ato log ías de la co m u n icac ió n (197 4 ) 193

III

5. A cciones, operaciones, m ov im ien tos co rp o ra le s (197 5 )................................ 2336. In tenc ió n , convención e in teracc ió n lin g ü ís t ic a (197 6 )................................. 2617. S em án tica in ten c io n al (1975 -1976 ) 281

IV

8. ¿Q ué s ign ifica p ragm ática u n iv ersa l? (197 6 ) 2999. Aspectos de la rac ion a lid ad de la acc ió n (197 7 ) ............................................. .369

V

10. R ép lic a a objeciones (1980) ............................................................................................. 39911. O bservaciones sobre el concepto de acc ió n co m u n ica t iv a ( 1 9 8 2 ) . . . 479

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Introducción

Con la pub licación en castellano de estos com plem entos a Teoría de la A cción Comunicativa el lector tiene al fin ocasión de oír hab lar de Ha- berm as con sus propias palabras (el traductor al menos así lo espera) sobre algunos de los tem as más m anidos con que el autor fue presenta­do en nuestros medios antes de que se pub licaran sus principales obras. Conceptos como el de «consenso», «situación ideal de habla», «comu-j n icación sistem ática d istorsionada», el proyecto de una pragm ática un iversal ó la idea de una «ética discursiva» figuran entre los temas más \traidos y llevados de nuestro autor. Para percatarse de que los m alen­tendidos sobre ellos son más que una posib ilidad , basta repasar algunas d iscusiones que en nuestros m edios han ten ido ú ltim am ente lugar acerca de la obra de Habermas.

Pero de más interés que estas contingencias, quizá sea situar el tipo de filosofía que aqu í ofrece H aberm as, pues com o señala el propio au­tor en su prefacio a este lib ro , los trabajos recogidos en él son en su m a­yor parte trabajos de filosofía. Y lo que en ellos llam a la atención es que este tipo de filosofía parece entrelazarse, sin solución de continu i­dad, con cuestiones pertenecientes a ciencias que, por filosofantes que tam bién puedan ser, reclam an para sí el ca lif ica tivo de em píricas. De modo que estos trabajos, aparte de ac larar tem as que el autor da por su­puestos en Teoría d e la A cción Comunicativa, constituyen a la vez una bue­na ejem plificación del tipo de pensam iento «posm etafísico», que en H aberm as, más que proyecto, es ya p ráctica, o al menos asi lo pretende el autor. La cuestión es saber qué es lo que H aberm as quiere decir exac­tam ente con ese ca lificativo .( Desde los ensayos recogidos en T eoría y P rax is hay un m otivo y, qui-?á más que m otivo , obsesión, que recorre toda la obra de Habermas, la de hacerse con los elem entos suficientes con que poder reanudar el tipo de análisis , el tipo de program a de investigación in terd iscip linar que, sobre el trasfondo de la obra de Lukács, habían in iciado bajo la d i­rección de H orkleim er los m iem bros de la p rim era generación de la

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Escuela de Francfort a p rincip ios de los años 30, program a que (s iem ­pre según Habermas) no quedó conclu ido , sino in terrum pido por una crisis de fundam entos. D urante su periodo de co laborador en el In sti­tuto de Investigación Social, reabierto tras la guerra en Francfort, y aún bastante después, Habermas v iv ió en defin itiva a la som bra de lo que retrospectivam ente considera los hitos (D ia léctica de la I lustra­ción, Eros y C iv ilizac ión , D ialéctica N egativa, Teoría Estética) de la crisis de fundam entos, no ya del program a in ic ia l de los francfortenses, sino de la trad ición de teoría c ritica de la sociedad que se in ic ia en Marx. Es en su confrontación con L uhm ann a princip ios de los años 70 cuando Habermas, aparte de quedar fascinado por el p lan team iento globalizante de su oponente, es decir, por la vuelta a la gran trad ic ión germana y no germ ana de teoría socio lógica, queda tam bién convenci­do de que en la trad ición de socio logía c rítica , o se logra un p lan tea­m iento que consiga dar razón de los estándares a que recurre para ha­cer diagnóstico o crítica del presente o, frente a p lan team ientos como el de Luhm ann, tal trad ición se vuelve irrecuperable.

No es casual que en el prefacio a este libro Habermas se refiera a la Vorbereitende Bemerkung que im provisó en su discusión con L uhm ann (y que Habermas no incluye en este lib ro , quizá por las razones que se dan en la nota 3 de «Qué s ign ifica decir pragm ática un iversal») com o base de tres de ios trabajos centrales inclu idos en él: las «C hristian Gauss Lectures», «Teorías de la verdad» y «Q ué s ign ifica decir pragm ática universal». En ellos desarro lla una teoría filosófica (¿de qué otro tipo de teoría podría tratarse?) de la racionalidad que nace en contacto con determ inadas ciencias sociales y que de inm ediato Haberm as pone en /conexión, como puede verse de la m anera m ás com pleta en el p rim er tomo de Teoría de la A cción Comunicativa, con los p lanteam ientos contem ­poráneos de socio logía com prensiva. Estos p lanteam ientos asi rearti­culados, y puestos por lo demás en relación con el p lan team iento sistè­mico de Luhm ann, dan la tram a categorial en la que Habermas se pro­pone verter los m otivos básicos de la trad ic ión de pensam iento d ia léc­tico, o, más exactam ente, en la que Habermas se propone (y esta es una de las caracterizaciones que da H aberm as de Teoría de la A cción Comunica­tiva) proceder .a una segunda recepción de W eber «en el esp íritu del m arxism o occidental», pues la crisis de fundam entos de la trad ición hegelianom arxista v ino en buena parte determ inada por la lógica de la prim era recepción de W eber (por parte de Lukács) en esa trad i­ción.

Pues b ien, el «joven hegeliano» autor de los ensayos recogidos en Teoría y p rax is jam ás había creído en una filosofía autónom a, en una f i­losofía cuyas funciones excediesen las de la «crítica». Cuando se percata de que defin itivam ente y sin más com ponendas ha de abandonar el trasfondo que para toda esa trad ición hab ía representado la conceptua- ción hegeliana (conceptuación que en rigor ¡leva inscrito en su seno a

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«todo» H egel), cuando se percata de que no es posible sin m ás seguir pensando con Hegel contra Hegel y de que, en d efin itiva , toda la tradi-S ción de socio logía c rítica , de M arx a A dorno, hab ía v iv id o p aras ita r ia ­m ente de e llo , H aberm as se ve ciertam ente forzado a a tr ib u ir de nuevo; un papel positivo y constructivo a la filosofía, pero no tiene en re a li­dad que m odificar excesivam ente sus posiciones en lo que a la posib ili\ dad de una filosofía autónom a se refiere. Conform e a un m étodo que le es bien pecu lia r, H aberm as no tiene m ás que genera lizar y a firm ar que la situación de toda la filosofía contem poránea, por m ás vueltas que le dem os, es la m ism a en que se habían visto la p rim era generación de d iscípulos de H egel, a saber: en la necesidad de trad uc ir la p rom esa de razón, que la filosofía hab ía com portado siem pre, a un m edio que ya no podía estar dotado de las características que, así en la trad i­ción com o en el pensam iento m oderno, la filosofía h ab ía rec lam ado para sí.

Y no se puede negar que para ta l afirm ación no dejan de as istir a Habermas m uy buenas razones. Pues sim p lificando quizá un tanto las cosas, cabe decir que, por parte de la trad ic ión fenom eno lóg ica en la que H aberm as creció como estudiante, Ser y tiempo de H eidegger, L a Crisis d e las Ciencias E uropeas de Husserl (y pese a H usserl) y la tem ática de Verdad y M étodo de G adam er sign ifican una re lativazión de la d is­tinción entre lo a p r i o r i y lo aposteriori, o visto desde la perspectiva de las categorías determ inantes en esa trad ición , una re la tiv izac ión de la d is ­tinción entre lo em pírico y lo trascendental.

O tro tanto hab ía sucedido en la otra gran trad ic ión de filo so fía aca'- dém ica contem poránea, en la filosofía an a lítica del lenguaje. Las In v es­tigaciones F ilosóficas del segundo W ittgenstein (en cuya tem ática H aber- mas se in troduce a p artir de los problem as de V erdady M étodo de G ada­m er) s ign ifican la im posib ilidad de m antener cua lq u ier d is tin c ión neta entre lo «an a lítico » y lo «sintético», y en general en tre lo a p r io r i y lo a posteriori, lo m ism o si tal d istinción se in terpreta en el sentido de la d is­tinción entre lo analítico y lo sin tético , que si se in terpreta en e l sen ti­do de las d istinciones clásicas en filosofía trascendental. Y , sin em bar­go, hab ían sido tales d istinciones las que, tanto en la fenom eno log ía como en la trad ic ión de análisis del lenguaje que va de Frege al po siti­v ism o lógico , hab ían perm itido reservar a la filosofía un terreno pro­pio, un ám bito de objetos filosóficos o de «activ idades» filosóficas de carácter fundante o fundam ental respecto del resto de las esferas de sa­ber. Por lo dem ás, sobre el trasfondo de la recepción del positiv ism o lógico en el contexto del pragm atism o am ericano , «Dos dogm as del em pirism o» de Q uine, que se publica casi por las m ism as fechas que las Investigaciones F ilosóficas de W ittgenstein y que representa un punto de in ­flexión enteram ente análogo al que representa esa obra y a lo que había representado en el seno de la trad ición fenom enológica L a Crisis d e las Ciencias E uropeas de H usserl, v iene a confirm ar lo que H aberm as en tien ­

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de com o el g iro , aparte de lingü ístico , p ragm ático de todo el pensa­m ien to contem poráneo. Y así es en rigo r; pues bastaría cam b iar un par de térm inos en una conocida caracterización que Q uine hace de su p rogram a, para obtener el program a «filosófico» de H aberm as. «S i no hay d istinc ión propiam ente d icha — señala Q uine— entre lo analítico y lo sin tético , las cuestiones filosóficas end up on a p a r (v ienen a quedar en el m ism o plano) que las cuestiones de c ienc ia n atu ra l» ; bastaría de^ c ir que si no hay d istinción propiam ente d icha entre lo a priori y lo a posteriori, las cuestiones filosóficas v ienen a quedar en el m ism o p lano que las cuestiones de «ciencia reconstructiva» y tendríam os exactam en­te el program a filosófico que Habermas desarro lla en los trabajos reco­gidos en este libro. Q uizá habría que añ ad ir que lo que en el program a de «ep istem olog ía naturalizada» de Q uine, y aun en el p rogram a de cog- nitive Science en el presente, no pasa de ser en su m ayor parte una prom e­sa, o la defensa de una posibilidad de p rinc ip io , en el p rogram a de « f i­losofía trascendental renovada» de H aberm as se trata de bastante más que de la defensa de una posibilidad de p rinc ip io , o a l m enos así lo p re­tende el autor, incluso desde el p rim er trabajo con que se abre este libro.

Por lo dem ás, cuando Habermas desde finales de los años 70 y p rin c ip io s de los 80 no tiene más rem edio que enfrentarse a las co­rrien tes de crítica rad ical de la razón, o d igam os s im p lificando asim is-

I m o un tanto , cuando Haberm as no tiene más rem edio que enfrentarse ¡ a lo que en la lín ea N ietzsche-H eidegger-D errida o N ietzsche-B ataille- j Focau lt representa otra co rrien te fundam ental en el pensam iento con- ¡ tem poráneo , en una generalización típ icam ente haberm asiana en tien- / de que lo que en esas líneas sucede es com pletam ente análogo (y, por

otro lado , no ajeno) a lo que en la lín ea de la trad ic ión hegeliana sucede en D ia léctica N egativa y en Teoría E stética de A dorno. Estas corrien tes que se au toatribuyen una posición trascendente respecto del pensam iento m oderno son v íctim as de la aporética del tipo de filosofía en que que­dó articu lado el «contenido norm ativo de la m odernidad», tipo de filo ­sofía con el que los problem as internos surgidos en las dos grandes co rrien tes de filosofía académ ica de este siglo acabaron dando al traste.

La cuestión del origen , estructura y tendencias evo lu tivas de la m o­dern idad social y cu ltural, y e llo sobre el trasfondo de la posib ilidad de rea lizac ión práctica del «potencial de razón» ab ierto para el m undo m oderno con el hund im iento de las im ágenes relig iosas y m etafísicas del m undo y que en Hegel volvió a quedar cifrado en m etafísica, fue siem pre el tem a central de la trad ición de teoría c ritica y vuelve a ser el tem a cen tra l del pensam iento de H aberm as. Sobre la conceptuación sum in istrada por el idealism o alem án tal p rogram a se desarro lló hasta la gran teo ría m arxista de los años 20 de este siglo en form a de un pen ­sam iento to talizante, del que tanto las grandes obras finales de los

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m iem bros de la p rim era generación de la escuela de Francfort, como quizá tam bién las de los representantes de la crítica rad ical de la razón no son más que un negativo de la m ism a envergadura y pretensiones. En lo que a p rogram a se refiere, H aberm as sigue pretendiendo lo que fue la in tención central de aquella trad ic ión , pero con medios d istin ­tos. Pues ta l teoría g lobalizante no puede consistir hoy en otra cosa que en un in tento tem poral, y aun efím ero , de in tegración que no puede menos de reposar sobre unos fundam entos o sobre un suelo bien vaci­lante; litera lm en te , así se entiende a sí m ism a Teoría d e la A cción Comuni­ca tiva ; los jóvenes hegelianos sabían m uy bien que lo que, como filoso­fía p rim era , en Hegel se pretende para ¡a etern idad , no era en realidad sino respuesta a las urgencias del presente; y para Habermas, que pre­tende haberse liberado de las certezas «filosóficas» que los jóvenes he­gelianos aún creyeron poder heredar de Hegel, e llo es así porque tal suelo no puede consistir hoy en otra cosa que en una serie de «teorías en los m árgenes», sean filosóficas o no, cada una de las cuales com pite en su propio cam po, y en tal com petencia quedan patentes los rehenes que el in tento de in tegración «tiene entregados a la fortuna», y, por o tro la d o , porque en el terreno en que esa com petencia se produce, no existe hoy n inguna parcela que la filosofía, se sitúe en la línea de trad i­c ión que se sitúe, pueda rec lam ar en exclusiva para sí.

F inalm ente , conclu ida la traducción de buena parte del c iclo de obras de H aberm as dedicado a teoría de la acción com unicativa, y de alguna más, he de agradecer púb licam ente a G loria Conejero Cervera la co laboración que me ha prestado durante todo este trabajo. Sin las sugerencias, consejos, correcciones, án im os y desánim os de G loria, y sobre todo si e lla no se hub iera encargado de todo lo relativo a la m eca­nografía y preparación para la im prenta del m anuscrito de todas esas traducciones, no me hubiera sido posible realizar el proyecto en que me em barqué tras la corrección de Conocim iento e Interés.

V alen c ia , ab ril de 1989. M a n u e l J i m é n e z R e d o n d o

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Prefacio

Este tom o de com plem entos sólo resu ltará de in terés para qu ienes estén convencidos, así de la fecundidad, como de la necesidad que aún tiene de u lterio r exp lic itac ión el pensam iento que he desarro llado en Teoría d e la acción com un ica tiva .T in el presente libro p redom inan c ie rta ­m ente los análisis que me condujeron a esa obra sobre los an á lis is que la prosiguen ; esto va le sobre todo por las contribuciones recogidas en la p rim era parte. Las Vorbereitende Bemerkungen, pub licadas en el con tex­to de m i d iscusión con N iklas L uhm ann, pertenecen al com plejo de las «C hristian Gauss Lectures» que pronuncié en la U n iversidad de P rin- ceton por la m ism a época. En ellas trato las razones filosóficas que resr paldan un giro desde la filosofía de la conciencia a la p ragm ática del lenguaje, g iro que K arl Otto A pel, bajo el rótulo de Transformación d e la

fi lo so fía tam bién ha efectuado, aunque poniendo los acentos en lugares d istintos. Este cam bio de paradigm a traté de razonarlo en Teoría d e la acción comunicativa, si bien sólo desde el contexto de la h isto ria de la teo­ría de la sociedad. El artícu lo sobre «Teorías de la verdad» provocó una v iva d iscu s ió n ', en la que me percaté de que esta teo ría d iscursiva de la verdad, in sp irada en Ch. S. ¡’circe, ha m enester aún una cu idadosa e la ­boración. Por el m om ento, me he lim itado a sacar las consecuencias que para la teoría de la m oral se siguen de esc p lan team ien to^

La segunda y tercera parte contienen notas sobre la b ib liog rafía de que hube de ocuparm e en la fase de preparación de Teoría d e la acción co ­municativa. Los tem as c lín icos y de psico logía evo lu tiva hube de dejarlos

1 C fr. R . G ötzen , /. H aberm as eine B ib liograph ie, I ra n c fo r t , 1982 ; b ib lio g ra f ia se cu n d aria nüm s. 165, 198, 227 , 24 8 , 250 , 341 , 351 , 358 , 359 , 365 , 384 , 387 , 4 0 3 , 42 9 , 4 3 3 , 4 5 2 , 463 , 4 69 , 48 1 , 4 9 8 , 579 , 60 4 , 62 9 , 634 , 652 , 662 , 667 , 680 , 718 , 723 , 732 , 768 , 799 , 8 0 3 , 80 7 , 808 , 809 , 8 2 3 , 82 8 ; tam b ién G . Sk irb ek k , «R a t io n a le r K onsensus und id ea le S p rech s itu a tio n a ls G e ltu n gsg ru n d ?» , en W . K u h lm a n n ,D . B ö h le r (ed s.) , K om m un ik a tion u n d R eflex ion , F ran cfo rt, 1982, 54 y ss.

- «D isk u rse th ik , N otizen zu e in em B eg rün d un gsp ro gram m », en J . H ab erm as, M oralbc- wusstsein u n d k om m un ik a tives H andeln , I ran c fo rt, 1983, 53 y ss.

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de lado después, y sólo parcialm ente he podido som eter a una u lterio r e laboración los análisis particu lares re lativos a teoría de la acción y¡ teo ría del sign ificado. Los m anuscritos de los que he seleccionado tales notas sirv ieron a Th. M cC arthy como base p rov is ional para su exce­len te exposición de mi teoría de la co m un icac ió n 1.

Sólo con los dos trabajos recogidos en la parte cuarta logré ac larar el concepto de acción com unicativa en grado suficien te com o para ob­tener una perspectiva teórica desde la que poder reasum ir la teoría we- beriana de la racionalización . En el articu lo sobre p ragm ática u n iv er­sal no se d istingue, em pero, suficientem ente todav ía entre actos de ha­b la y acciones com unicativas, es decir, in teracciones en que el en ten d i­m ien to sirve de m ecanism o a la coord inación de los p lanes de acción de los d istintos actores.

La R éplica , pub licada hasta ahora sólo en ing lés, es m i respuesta a once ensayos críticos que editaron J . B. T hom pson y D. H eld, a qu ie­nes estoy m uy agradecido, dado el in terés de ese m ate ria l4. E l ú ltim o de los trabajos recogidos en este libro es una breve v isión de conjunto de la teoría de la acción com unicativa.

M is papeles y notas de clase los he dejado en la form a p rovisional que deben a las circunstancias en que nacieron . R esultado de e llo son tam b ién algunos solapam ientos por los que p ido d isculpas al lector.

F inalm en te , he de agradecer a C laud ia H orn la ayuda que me ha prestado en la corrección de pruebas.

Francfort, abril de 1983.

* T . M c C arth y , L a teo r ia cr ìt ica d e J . H aberm as, M ad r id , 1987.** J . B. T h o m p so n , D. H eld (ed s .), H aberm as- C r it ica l D ebates, L o n dres, 1982.

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1. Lecciones sobre una fundamentación de la sociología en términos de teoría

del lenguaje ( 1 9 7 0 - 1 9 7 1 ) *

P r i m e r a l e c c i ó n

Planteam ientos objetivistas y planteam ientos subjetivistas en Teoría Sociológica

En las c iencias sociales com piten d iversos p lan team ientos teóricos que no sólo se d istinguen por los problem as que típ icam ente abordan y por las estrategias de investigación de que hacen uso, sino por cuestio­nes de p rinc ip io . M e refiero a d iferencias en la elección del m arco cate- goria l y en la conceptualización del ám bito objetual. En tales d iferen­cias de estrategia conceptual se expresan conflictos profundos: d istin ­tas concepciones de la c iencia e intereses cognoscitivos d iversos. Pero no es m i in tención investigar y exponer sistem áticam ente estos d iver­sos p lan team ientos teoréticos. M i in tención es más b ien desarro llar una determ inada estrategia conceptual para las ciencias sociales y ha­cer p lausib le su fecundidad. Las consideraciones m etodológicas com ­parativas con las que voy a com enzar y las c lasificaciones p re lim inares a que conducen tienen como ún ico fin c ircunscrib ir qué puede ser una teoría de la sociedad p lanteada en térm inos de teoría de la com unica­ción. T al teoría todavía no existe en form a satisfactoria: de modo que sólo puedo considerar algunos problem as que me llevan a tener por fe­cundo tal p lan team iento articu lado en térm inos de teoría de la com u­nicación .

La p r im era decisión en pun to a estrategia conceptual, que es de fundam en­tal im portancia para un program a de teoría socio lógica, consiste en ad­m itir o rechazar el «sentido» (m ean ing) com o concepto fundam ental. Por «sentido» entiendo parad igm áticam ente el s ign ificado de una pala­bra o una oración. Parto, pues, de que no existe algo así com o in tencio ­nes puras o previas del hab lante; el sentido tiene o encuentra siem pre una expresión sim bólica; las in tenciones, para cobrar c laridad , tienen

* «C h n s t ia n G auss L ectures» , p ro n u n c iad as en feb rero y m arzo de 1971 en la U n iv e rs i­d ad de P rin ceto n .

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que poder adoptar-siem pre una form a sim bólica y poder ser expresadas o m anifestadas. Estas m anifestaciones pueden ser elem entos de un len ­guaje n atu ra l, o un derivado lingü ístico (por ejem plo, pertenecer a un sistem a de signos, con que se en tienden los sordom udos, o los p artic i­pantes en el tráfico au tom ov ilístico ). La expresión puede ser tam bién ex traverbal, es decir, adoptar la form a de una acción o de una expre­sión ligada al cuerpo (adem anes, gestos), de una representación a rt ís ti­ca o una representación m usical. En todo lo cual supongo que un sen­tido expresado extraverbalm ente puede en p rincip io y ap ro x im ativ a­m ente reproducirse con palabras: «w hat ever can be m eant can be s a id »1. Si bien no es verdad, que, a la inversa, todo lo que puede d ec ir­se, pueda ser tam bién expresado en térm inos extralingü ísticos.

Si el «sentido» puede in troducirse a lim ine como sentido lingü ístico , es decir, por referencia al s ign ificado de palabras y de oraciones, cabe dar de la p rim era decisión básica, que en punto a estrategia conceptual hem os tom ado, una versión más precisa: se trata de una decisión m eta- teórica acerca de si Ja com un icación lin gü ística ha de considerarse nota constitu tiva del ám bito objetual. E l térm ino «constitu tivo» expresa que el ám bito objetual m ism o v iene constitu ido en térm inos de com un ica­ción lin gü ística . Si describ im os el lenguaje en categorías de com porta­m iento observable o de notic ias susceptib les de transm isión y exp licá­ram os, por ejem plo, los procesos lingü ísticos en térm inos de teoria del com portam iento , entonces las form as estructuradas en térm inos de sentido habrían de considerarse com o unos objetos más en tre otros ob­jetos físicos, que se describen en un m arco conceptual que no hace es­pecíficam ente referencia a.1 lenguaje y se investigan en térm inos de una teoría em pírica. En cam bio , el lenguaje es constitu tivo para un ám bito objetual, cuando categoria lm en te tal ám bito esté articu lado y sea ap re­hendido de suerte que en él puedan aparecer elem entos estructurados en térm inos de sentido (com o son personas, m anifestaciones, in stitu ­ciones) com o fenóm enos necesitados de explicación . El «sentido» co­bra el sta tu s de un concepto socio lógico básico si con su ayuda caracte­rizam os la estructura del ám bito objetual m ism o y no sólo este o aquel e lem ento dentro de ese ám bito objetual. V oy a glosar esta p rim era de­cisión m etateórica atend iendo a tres consecuencias.

a) Comportam iento versus acción. Sólo si se perm ite el «sentido» como concepto socio lógico básico , podemos d istingu ir entre acción (action) y com portam ien to ( behavior). No voy a en trar aqu í en el prob lem a previo de la de lim itac ió n de los sucesos observables que podem os in terpretar com o com portam iento frente a los sucesos que no podemos in terp re­tar como com portam iento . El esquem a de in terpretac ión que nos per­m ite en tender el m ovim ien to de un cuerpo com o m an ifestación v ita l

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de un organism o, o como podemos tam b ién decir: com o m ovim ien to de un cuerpo v ivo , todav ía no ha sido analizado sa tisfac to riam en te2. A l describ ir un m ovim iento observable com o com portam ien to , lo atribu im os a un organism o que reproduce su v ida adaptándose a su en ­torno ; lo entendem os como un m ovim ien to producido por un o rgan is­mo, con lo cual suponem os que existe un X que en sentido m uy lato es «responsable» de este m ovim iento . En este contexto la catego ría de res­ponsab ilidad sólo puede em plearse en tre co m illas , es dec ir , con reser­vas. Pues a un organism o an im al no se le puede hacer responsab le de su com portam iento en el m ism o sentido que a un sujeto capaz de lenguaje y conocim iento se le puede hacer responsab le de sus acciones. Pero, se­gún parece, los puntos de v ista para la in terp re tac ió n de los m o v im ien ­tos como formas de com portam iento los obtenem os a p artir de una m odificación p rivativa de la p recom prensión de nuestro prop io m un ­do social de la v ida. L lam o p riv a tiv a a esa m od ificac ión porque nos pone en condiciones de d istingu ir las reacciones com portam entales de otros sucesos sin tener que servirnos de la catego ría de sentido . Pues es esta categoría la que establece una d iferen c ia en tre el com portam ien to que podemos entender como acción in ten c io n a l y el com portam ien to que no podemos subsum ir-bajo ta l descripción .

L lam o in tencional a un com portam ien to que v iene d irig id o por norm as o se o rienta por reglas. Las reglas y norm as no son algo que acaezca, sino que rigen en virtud de un s ign ificado in tersub jetivam ente reconocido. Las norm as tienen un con ten ido sem ántico , justam ente un sentido que siem pre que un sujeto capaz de en tenderlo las s igue, se ha convertido en razón o m otivo de un com portam ien to ; y es entonces cuando hablam os de una acción. A l sentido de la reg la responde la in ­tención de un agente que pueda o rien tar su com portam ien to por ella . Sólo a este com portam iento orien tado por reglas lo llam am os acción ; sólo de las acciones decim os que son in tencionales. Un com porta­m iento observable cum ple una norm a v igen te si y sólo si ese com por­tam iento puede entenderse como producto de un sujeto agente que ha en tend ido el sentido de la norm a y la ha seguido in tenc ion alm en te . Un com portam iento que observam os duran te un determ inado periodo de tiem po, puede tácticam ente concordar con una norm a dada sin que venga d irig ido por esa norm a. D istingu im os por tanto entre com por­tam iento regu lar y com portam iento regido por reg las, es decir, entre com portam iento regu lar y acción. Las regu laridades las descubrim os por v ía de generalizaciones inductivas; se dan o no se clan; las reglas, en cam bio , tenemos que entenderlas en su sentido ; p retenden validez. A las reglas podemos contraven irlas; pero no tiene sentido decir que se v io lan regularidades. Las reglas que subyacen a una p rác tica pueden

2 Cfr. los an á lis is co n cep tu a les de D. S. S c h w a y d e r , S tra tifica t ion o f B ehavior , L o ndres, 1965.

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aceptarse o rechazarse; pero la ex istencia de regularidades del com por­tam iento sólo puede afirm arse o ponerse en cuestión. N aturalm ente que podem os af irm ar regu laridades tanto relativas a contextos de ac­ción; in ten c io n a l com o a una secuencia de reacciones com portam enta- les; pero en el p r im er caso la correspondiente afirm ación puede dedu­cirse de una especificac ión de la probabilidad de que vayan a seguirse tale? o cuales norm as, m ien tras que en el segundo caso la afirm ación ha de apoyarse en la genera lización inductiva de observaciones de com portam ientos.

b) Observación versus comprensión d e l sentido. De la d istinc ión que he­mos hecho en tre com portam iento y acción se sigue una u lterio r d is tin ­ción en tre d iversas form as de experiencia en que nos resu ltan accesi­bles reacciones com portam entales y acciones. El com portam iento y las regu laridades com portam entales pueden ser observadas, m ientras que las acciones pueden ser entendidas. Es de nuevo la categoría de sentido la que estab lece una d istinc ión entre ambos modos de experiencia. Las acciones no puedo observarlas exclusivam ente como com portam iento por la senc illa razón de que para poder describ ir un com portam iento dado com o acción tengo que referir determ inadas notas de ese com ­portam ien to a reglas subyacentes y entender el sentido de esas reglas. Lo cual no qu iere decir que la aprehensión de los contextos de acción por v ía de com prensión del sentido no tenga que apoyarse en observa­ciones.

P erm ítanm e com parar dos juicios de percepción o «enunciados ob- servacionales». «V eo que una mosca choca contra el crista l de la ven ta­na» es una o ración con la que reflejo la observación de un com porta­m iento ; en cam bio , «veo que Juan vu e lve 'd e l trabajo» es una oración con la que describo una acción «observada». En am bos casos me sirvo por igual de la expresión «ver», pues ambas oraciones reflejan procesos que el hab lan te dice acabar de percibir. Sin em bargo, «ver» s ign ifica en el p rim er caso la observación de un suceso que puede entenderse como com portam ien to ; en el segundo la com prensión de una acción. B ien es verdad que tal com prensión se apoya en la observación de un proceso: el sonido del tim bre de la puerta, ¡a entrada de una persona, etc., pero las características com portam entales observadas y los sucesos observa­dos se in terp retan por referencia a un contexto de acción. Éste consta de norm as de acción , en nuestro caso de norm as sociales, que, por ejem ­p lo , regu lan el tiem po de trabajo o las relaciones profesionales. He de conocer ta les norm as, a la vez que sus condiciones de contorno, para saber cuándo un proceso dado puede interpretarse como un caso de ap licac ió n de tales norm as: «veo que Juan vuelve del trabajo» s ign ifica que.un proceso observado se entiende como cum plim iento de una de­term inada norm a, com o una determ inada acción: aquí como «vuelta del trabajo». «V er» u «observar» o «percib ir» una acción im p lica siem ­

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pre la com prensión de una norm a (o de la correspondiente in tención del agente) y la in terpretac ión de m ovim ientos (o estados) a la luz de una regla de acción (o in tención ) entendida.

La decisión acerca de si ha de adm itirse o no la acción in tencional, tiene consecuencias m etodológicas p recisam ente en lo tocante al modo de experiencia . Esto queda patente en el p lano de los problem as de m e­d id a3. Las m ediciones sirven para transform ar experiencias en datos, y es entonces cuando satisfacen el requ isito de fiab ilidad intersub jetiva y pueden serv ir de base a la com probación de la pretensión de validez em p írica de enunciados teoréticos. Las observaciones de sucesos (y de reacciones com portam entales) pueden asociarse con el juego de len ­guaje que es la m edición física. Pero para los objetos que, com o las ac­ciones, sólo resultan accesib les a una experiencia articu lada en térm i­nos de com prensión del sentido no disponem os del correspondiente sistem a de operaciones básicas de m edida a las que quepa a trib u ir la fiab ilid ad que suponem os para el caso de los cuerpos (o los puntos- m asa) en m ovim ien to . Con otras palabras: las observaciones que pue­den expresarse en oraciones descrip tivas de un lenguaje re lativo a cosas y sucesos pueden contro larse por proced im ientos reconocidos, reduci- bles a m ediciones físicas; en cam bio la in terpretac ión (en térm inos de com prensión del sentido) de form as sim bólicas, como son las acciones, que pueden exponerse en oraciones descrip tivas de un lenguaje re la ti­vo a las personas y a sus m anifestaciones, no pueden operacionalizarse con la m ism a fiab ilidad . La m ención del sentido sim bolizado tiene que recurrir a proced im ientos ad hoc, que en ú ltim a in stanc ia dependen de una com prensión p rec ien tífica del lenguaje, d isc ip lin ada a lo sumo herm enéuticam ente. Todo aquel que dom ine un lenguaje natu ra l pue­de en v irtud de su com petencia com un icativa com prender en p rin c i­pio y hacer com prensib les a otro, es decir, in terpretar, cualesqu iera ex­presiones con tal que tengan sentido. C iertam ente que en este negocio unos son más duchos que otros: la herm enéutica es un arte y no un m é­todo4. Nos servim os de la herm enéutica, del arte de la in terpretac ión , en lugar de un proced im iento de m edida; pero la herm enéu tica no es n ingún proced im iento de m edida. Sólo una teoría de la com unicación en el lenguaje o rd inario , que no se lim ite , com o hace la herm enéutica, a d ir ig ir y d isc ip lin ar la capacidad natural que supone la com petencia com un icativa , sino que tam bién la exp lique, podría con tribu ir a d ir ig ir y o rien tar tam bién las operaciones básicas necesarias para la «m ed i­ción» del sentido.

c) Convencionalismo versus esencialismo. Pero cualqu iera sea la forma como se resuelva el problem a de la m edición de los sign ificados de las

C fr. A . V . C ico u re l, M ethod a n d M ea surem en t in Sociology, San F ran c isco , 1965.4 H. G. G ad am er , W ahrheit und M ethode, T u b in ga , 1965-,

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expresiones sim bólicas, la base experim ental de una teoría de la acción tiene que ser d istin ta de la de una teoría p lan teada estrictam ente en tér­m inos de c iencia del com portam iento . Pues la adecuación de la des­c rip c ión de un producto estructurada en térm inos de sentido , de una oración p ronunciada por algu ien , o de una acción , sólo puede com pro­barse por referencia al saber del sujeto que ha producido esa m an ifesta­ción. U n sujeto capaz de acción puede que en m uchos casos no sea ca­paz de exp lic ita r las norm as por las que orien ta su com portam iento . Pero en la m edida en que dom ina las norm as y puede segu irlas tiene un saber im p líc ito de reg la (R egelw issen ); en v irtud de este know bow puede en p rinc ip io dec id ir si una determ inada reacción com portam ental puede entenderse a la luz de una regla conocida, es decir, si puede en ­tenderse como acción ; si responde a una determ inada norm a o se des­v ía de e lla ; y en qué grado se desv ía de la norm a subyacente. Y otro tanto acaece con las m anifestaciones lingü ísticas. Los hab lantes com ­petentes puede que norm alm ente no sepan hacer exp líc itas, o sólo se­pan hacerlo de form a m uy incom pleta, las .reg las g ram atica les de un lenguaje natu ral en el que form an y en tienden oraciones. S in em bargo, todo hab lan te suficien tem ente socializado dispone de un know bow que le basta para d istingu ir entre actos fonéticos y puros ruidos, entre o ra­ciones correctam ente form adas desde un punto de v ista s in táctico y se­m ánticam ente dotadas de sentido y oraciones m utiladas, y c lasificarlas com parativam ente conform e a su grado de desviación . Este saber de reg la de los sujetos que hab lan y actúan com petentem ente, in tu itiv a ­m ente d isponib le, pero susceptib le m ayéuticam ente de precisión , constituye la base experim ental sobre la que han de apoyarse las teorías de la acción , m ien tras que las teorías estrictam ente articu ladas en té r­m inos de c ienc ia del com portam iento sólo dependen de datos observa- c ionales. De esta c ircunstancia resu lta una im portan te d iferencia para la construcción de las teorías y para la re lac ión que guardan con su res­pectivo ám bito objetual.

Las teorías que tratan de exp licar aquellos fenóm enos que sólo son accesib les a una com prensión del sentido, es decir, las m anifestaciones de los sujetos capaces de lenguaje y acción , tienen que apoyarse en una exp lic itac ió n sistem ática de aquel saber de reglas con cuya ayuda los propios hab lantes y ágentes com petentes generan sus m anifestaciones. La form ación de la teoría sirve a una reconstrucción de los sistem as de reglas conform e a los que se producen las oraciones y acciones, es de­c ir, las form as estructuradas en térm inos de sentido. Estas reglas gene­rativas no pueden extraerse d irectam ente de las estructuras superfic ia­les de las oraciones. Como ocurre en el caso de la g ram ática , puede tra­tarse de estructuras profundas que sim plem ente subyacen a las estruc­turas superfic ia les generadas, si bien son im p líc itam en te sabidas en tanto que know bow de hablantes com petentes. La m eta es aquí la re­construcción h ipo tética de sistem as de reglas con los que alum bram os

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la lóg ica in terna de la generación, d ir ig id a por reg las, de estructuras su­perfic ia les susceptibles de com prensión . Pues b ien , si partim os de que las estructuras superficiales susceptibles de com prensión constituyen el equ ivalen te de las regularidades de sucesos (y reacciones com porta- m entales) observables, entonces cabría com parar la reconstrucción de los sistem as de reglas abstractos subyacentes a las estructuras superfi­c ia les con las teorías experim entales de las que deducim os las leyes n a­turales «subyacentes» a las regu laridades em p íricas. Esta com paración hace, em pero, v isib le la d iferencia en el sta tu s que adoptan am bas clases de teoría. Las reconstrucciones h ipotéticas p latean una pretensión casi esencialista que es extraña a las teorías experim en ta les de tipo nom oló- gico. Pues los conceptos fundam entales de los sistem as nom ológicos de enunciados, en la m edida en que se refieren al ám b ito objetual que son los sucesos susceptibles de m edición fís ica , se em piezan in troduciendo en térm inos convencionales. S irven a la construcción de lenguajes teo­réticos, que pueden acreditarse a través de la deducción de h ipótesis le- galiform es susceptib les de com probación . Q uizá pueda decirse que las h ipótesis nom ológicas, cuando son verdaderas, corresponden a las es­tructuras de una realidad objetivada, sea en térm inos físicos, sea en tér­m inos de ciencia del com portam iento (o que dan con e lem entos in v a ­riantes en esa realidad asi objetivada). Pero no puede decirse que se l i ­m iten a reconstruir un saber in tu itivo que los observadores com peten ­tes de esa realidad hubieran ya siem pre poseído; antes b ien, los conoci­m ientos de esa procedencia son por lo genera l con tra in tu itivo s.

En cam bio, las reconstrucciones rac ionales del saber de reg la de los sujetos capaces de lenguaje y acción p lan tean tal p retensión esenc ia lis ­ta. Los conceptos fundam entales que han de serv ir a la reconstrucción de plexos de reglas generativas o perativam en te eficaces, no se in trodu ­cen en térm inos sólo convencionales, s ino en conex ión con las catego­rías que pueden tom arse de la autocom prensión de los prop ios sujetos generantes. El m om ento esencialista lo veo en que las reco n strucc io ­nes h ipotéticas, cuando son verdaderas, no sólo corresponden a estruc­turas de una realidad objetivada, sino a estructuras halladas en el saber im p líc ito de sujetos que juzgan com peten tem ente : son las reg las opera­tivam ente eficaces m ism as las que han de ser así objeto de exp lic ita - ción.

Tras haber explicado va liéndom e de tres im portan tes consecuen­cias m etodológicas la decisión re la t iv a a si se adm ite o no el sentido como concepto sociológico básico , puedo d e lim ita r p ro v is io n a lm en te los p lanteam ientos objetivistas y los p lan team iento s sub jetiv istas en la fo rm ación de la teoría socio lógica. V oy a llam ar sub jetiv ista a un pro­gram a teórico que conciba la sociedad com o un plexo estructurado en térm inos de sentido; y, por cierto , com o un p lexo de m an ifestac iones y estructuras sim bólicas que es constan tem ente generado conform e a re­g las abstractas subyacentes. La teo ría se p lan tea com o tarea de recons-

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tracc ión de un proceso generativo del que brota una realidad social es­tructurada en térm inos de sentido; en cam bio, llam o objetivista a un program a teórico que en tienda el proceso v ita l que es la sociedad, no desde dentro corno un proceso de construcción , es decir, de generación de estructuras dotadas de sentido, sino desde fuera com o un proceso natural que puede observarse en sus regularidades em píricas y exp licar­se con la ayuda de hipótesis nom ológicas. Objetivistas en este sentido son todas las teorías com portam entales en sentido estricto , por ejem ­plo, la teoría c lás ica del aprendizaje. En este lugar no voy a e leg ir entre am bos tipos de p lan team ientos. Me voy a contentar con decir que den ­tro de sus lím ites los program as objetivistas desarro llados con éxito tie ­nen que luchar con d ificu ltades que resultan de tal abstracción m eto­do lógica respecto de la p reestructuración sim bólica de la rea lidad so­cial. En el p lano de los problem as de m edida discutidos por C icourel y otros, estas d ificu ltades se tornan patentes en la ten tativa de reducir la acción a co m po rtam ien to 5; y de form a parad igm ática se tornan paten ­tes en la ten tativa de desarro llar una teoría behaviorista del lenguaje, ten tativa que puede considerarse fracasada6. Pero no voy a en trar en esta d iscusión . En vez de eso voy a lim itarm e en las próxim as lecciones al p rogram a sub jetiv ista de teoría sociológica. Las teorías generativas de la sociedad, que es como las llam aré en adelante, tienen que luchar con d ificu ltades com plem entarias. Pues un program a teórico de este tipo tiene que responder a tres preguntas. Suponiendo que la sociedad se en tiende com o un proceso generativo de una realidad estructurada en térm inos de sentido: a) ¿Q uién es el sujeto de ese proceso de genera­ción , o es que no se da n ingún sujeto? b) ¿Cómo hay que pensar la m a­nera de ese proceso de generación: como activ idad cognoscitiva (K ant, H egel), com o m anifestación lingü ística -(Humboldt), como trabajo (M arx), com o creación artística (Schelling , N ietzsche), como pulsión (Freud)? Y fin alm en te r): los sistemas de reglas subyacentes, conform e a los que se construye la realidad social, ¿son invariab les para todos los sistem as sociales o se da tam bién una evo lución h istó rica de estos siste­mas abstractos de reglas y quizá tam bién una lógica in terna de esa evo­lución , que por su parte sería susceptible de reconstruirse?

A ntes de pasar a hacer una tipo logía de las respuestas que las más im portan tes teorías generativas de la sociedad han dado a esas cuestio ­nes, voy a d iscu tir con toda brevedad otras dos decisiones básicas en punto a estrateg ia conceptual, que son de suma im portancia para la fo rm ación de la teoría sociológica.

5 N. M a lco lm , « In te n t io n a l A c tiv ity C annot be E xp la ined by C o n tin gen t C ausa l L aw s» , en L . 1. k n m e n n a n n (ed .) , The N ature a nd S cop e o f S ocia l Sciences, N ueva Y o rk , 1969 , 344 -3 5 0 ; m ien tra s tan to T h . M is c h e ll, P sycbologiscbe E rk ldrutigen , F ran cfo rt, 1981.

6 O 'r. la c r it ic a de C h o m sky a Sk in n er, en J . J . Katz (ed .) , The S tru ctu re o f L anguage, E n g le-w oods C liffs , 1964 , 547 -5 7 8 .

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La segunda decisión m etateorética consiste en si la acción in tenc ional en tanto que concepto básico de la teoría de la sociedad ha de conceptuar­se en form a de acción racional con arreg lo a fines o en form a de acción com un icativa. Perm ítanm e caracterizar p rim ero estos dos tipos de ac­ción por referencia al sta tus de las reglas que d ir igen en cada caso el com portam iento . Por acción rac ional con arreg lo a fines entiendo, b ien la acción in strum enta l, b ien la elección rac ional, bien una com bi­nación de am bas. La acción instrum ental se o rien ta por reglas técnicas, que descansan en un saber em pírico . Esas reglas im p lican en cada caso pronósticos condicionados sobre sucesos observables, físicos o socia­les. Éstos pueden resultar acertados o falsos. El com portam iento de elección rac ional se o rien ta por estrategias que descansan en un saber analítico . Estas estrategias im p lican deducciones a p artir de reglas de preferencia (sistem as de valores) y m áxim as de decisión ; esos enuncia­dos están bien o m al deducidos. La acción rac ional con arreglo a fines realiza determ inados fines bajo condiciones dadas; pero m ientras la ac­ción in strum enta l organiza m edios que son adecuados o inadecuados conform e a criterios de un contro l efectivo de la realidad , la acción es­tratég ica sólo depende de la va lo rac ión correcta de posibles a lte rn a ti­vas de com portam iento , que sólo resu lta de una deducción efectuada con ayuda de valores y m áxim as.

De otro lado, por acción com un icativa entiendo una in teracción sim bólicam ente m ediada. Se orien ta por norm as ob ligatorias que defi­nen expectativas recíprocas de com portam iento y que tienen que ser entendidas y reconocidas al menos por dos sujetos agentes. Las norm as sociales v ienen corroboradas por sanciones. Su contenido sem ántico se objetiva en expresiones sim bólicas y sólo es accesib le a la com un ica­ción en el m edio del lenguaje o rd inario . M ientras que la eficacia de re­glas técn icas y de estrategias depende de la va lidez de enunciados em pí­ricam ente verdaderos o ana líticam en te correctos, la va lidez de las nor­mas sociales v iene asegurada por un reconocim iento intersubjetivo fundado en el en tend im iento o en un consenso va lo ratívo . En ambos casos la v io lac ió n de las reglas tiene consecuencias distintas. Un com ­portam iento incom petente, que v io la reglas técnicas acreditadas o es­trateg ias correctas, está condenado al fracaso al no poder a lcanzar el éxito apetecido; el «castigo» viene inscrito , por así decirlo , en el propio fracaso an te la realidad . Un com portam iento desvian te que v io la nor­mas v igen tes, provoca sanciones, que sólo están asociadas con las re­glas externam ente, es decir, por convención . El aprendizaje de las re­glas de acción rac ional con arreg lo a fines nos dota de la d isc ip lin a que son las hab ilidades; las norm as in terio rizadas nos dotan de estructuras de la personalidad. Las hab ilidades nos ponen en condiciones de resolver problem as, las m otivaciones nos perm iten actuar de m anera conforme a las norm as. El s igu ien te d iagram a recoge estas características; necesi­tan de una exp licación más deta llada que en este lugar no puedo hacer.

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, R eg las técn icas y estraté-INormas sociales gicas

M edios lin gü ístico s de d ef in ic ió n

L enguaje o rd in ario in ­tersub je tivam en te co m ­p artid o

Lenguaje exento de co n ­texto

E lem en tos de la d e f i­n ic ión

E xp ectativ as n o rm ativas de co m po rtam ien to rec í­p rocam en te asociadas

P ronósticos co n d ic io n a ­dosIm perativo s co n d ic io n a ­dos

M ecan ism os de ad ­qu is ic ió n

In te rna lizac ión de roles A prend izaje de h ab il id a ­des y cu a lif ic ac io n es

F unc ión del tipo de acc ión

M an ten im ien to de in s ti­tuc iones (conform idad con las norm as sobre la base de un reforzam ien to recip roco )

S o luc ió n de p rob lem as (co nsecuc ió n de fines, d ef in id a en re lac ion es fin -m ed ios)

Sanc iones en caso de tran sgresión

C astigo sobre la base de sanc io nes co n ven c io n a ­les: fracaso ante la au to ­rid ad social

F alta de éxito : fracaso ante la rea lid ad

En la fo rm ación de la teoría socio lógica se da la a lte rn ativ a de d efi­n ir el ám bito objetual de suerte que sólo puedan aparecer en él acciones de tipo estratégico , o acciones tanto de tipo com un icativo com o de tipo estratégico . La acción estratégica puede entenderse com o caso l í ­m ite de la acción com un icativa , que se presenta cuando entre los acto ­res queda rota com o m edio de aseguram iento del consenso la co m un i­cación en el m edio del lenguaje o rd inario y cada uno adopta frente al otro una actitud objetivante. Pues a la acción estratég ica subyacen re­glas de una elección «rac ional con respecto a fines» de los m edios, que cada agente puede en p rin c ip io hacer por sí solo. Las m áxim as de com ­portam ien to v ienen defin idas por intereses, en el m arco de una com ­petición por m axim izar ganancias o m in im izar pérdidas. Q uien tengo en fren te deja entonces de ser un a lter ego, cuyas expectativas puedo cu m p lir (o v io la r) conform e a norm as intersub jetivam ente reconoci­das; antes b ien, es un oponente, cuyas decisiones puedo tratar in d irec ­tam ente de in f lu ir m edian te d isuasión o recom pensa. Las acciones in s­trum entales no son en general acciones sociales: pueden presentarse

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com o elem entos de acciones sociales (por ejem plo , com o elem entos de las defin iciones de roles). Si sólo se perm iten acciones estratégicas, po ­dem os desarro llar, por ejemplo, teorías del in tercam b io ; pero si tam ­b ién se perm iten acciones com un icativas, podem os d esarro llar teorías convencionales de la acción conform e a l m odelo de la de W eber o la de Parsons.

La tercera decisión m etateorética que considero im portan te consiste en si ha de elegirse un p lan team iento e lem en ta lista o lo que se suele l la ­m ar un p lan team iento holista. En la am p lia d iscu s ió n 7 hab ida acerca de esta cuestión, no puedo en trar en deta lles. A m bas estrateg ias con ­ceptuales las considero practicab les; s in em bargo , las correspond ien tes teorías tienen diferentes ám bitos de ap licac ió n y d iferen tes cap ac ida­des. El p lanteam iento elem entalista adopta en el p lano de las teorías de la acción la form a de un in d iv idua lism o m etodo lógico . ]. V . N. W at- kins form ula (co incid iendo en e llo con Popper) dos postu lados inde­pendientes entre sí: a) «Los constituyentes ú ltim os del m undo social son personas ind iv iduales que actúan m ás o m enos adecuadam ente a la luz de sus disposiciones y de su com prensión de la s itu ac ió n » (loe. c it., pág. 604). Todos los fenóm enos sociales tienen , pues, que poder a n a li­zarse en forma de enunciados sobre acciones de sujetos ind iv idua les . Enunciados de un lenguaje teorético , en el que aparezcan expresiones para entidades sociales sup raind iv iduales cuales son roles, in s titu c io ­nes, sistem as de valores y trad iciones, no son perm isib les si no pueden reducirse a enunciados de otro lenguaje teorético , en el que aparezcan exclusivam ente predicados para sujetos agentes, y p ara sus m an ifesta­ciones y sus m otivaciones. E l segundo postu lado d ice así: b) «No existe tendencia social que no pueda ser cam b iada si los ind iv iduos im p lic a ­dos qu isieran cam b iarla y poseyeran para e llo la adecuada in fo rm a­ción» (loe. c it., pág. 605). Ésta fuerte afirm ac ión tiene el sta tu s de un supuesto filosófico que afirm a que los sujetos capaces de lenguaje y de acción representan las únicas fuerzas m otoras en las evo luciones h istó ­ricas de los sistem as sociales. El cam bio social puede exp licarse por re­ferencia a propiedades de una un idad suprasub jetiva (com o son los s is­tem as, grupos, estructuras) si y sólo si esas p rop iedades suprasubjetivas pueden reducirse a propiedades de sujetos in d iv id u a les capaces de len ­guaje y de acción. Para e jem plificar la posición co n traria a esta teoría in d iv idua lista de la acción cabe recu rr ir hoy a ese tipo de teoría socio ­lógica de carácter sistém ico (D eutsch, Parsons, L uh m an n ) que tiene en cuenta la c ircunstancia de que el p lexo de norm as v igen tes va más allá del sentido que subjetivam ente le dan aquello s que actúan bajo las nor­mas. Los sistemas se introducen com o un idades que pueden reso lver

7 C fr. K r im erm an n (1 969 ), p arte V II, 585 y ss ., con trabajo s de W a tk in s , G o ld ste in y M an d e lb au m .

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los problem as que se les p lantean m ediante procesos suprasubjetivos de ap rend izaje8.

Las tres m encionadas a lternativas en la elección de estrateg ia con ­ceptual para el desarro llo de la teoría sociológica ofrecen puntos de v ista aprop iados para una clasificación de los p lan team ientos teo réti­cos más im portan tes (cfr. fig. 2).

Fig. 2. P lan team ientos en teoría d e la sociedad

\ C oncep tos N. básicos

Ns de teo ría N. de la

X acc ió n

P lan terna ien to \ teo rético

Sen tido co

No se adm ite

mo concepto básico

Se adm ite

C om portam ien to A cción estratég i­ca

A cc ión co m u n i­ca tiv a y e s tra tég i­ca

E len ien ta lista P sico log ía beh av io ris ta (por e jem p lo , teo ría del aprend izaje)

T eorías de la elección racional (por ejem plo, econom ía pura)

Soc io log ías «co m p ren sivas» (por ejem plo , et- n om etodo log ia)

H o lista T eo ría b io lógica de sistem as

C ibernética social (por ejem plo, so­cio log ía de la o r­gan ización )

T eo ría de s is te­m as estruc tu ra lis- ta y fu n c io n a lis ta ; in teracc io n ism o s im bó lico

No voy a en trar a exam inar aquí la fecundidad re lativa de estos d is­tin tos p lan team ientos teoréticos. El repaso ten ía más b ien por objeto c las if ica r aquellas teorías generativas de la sociedad, por las que estoy in teresado . Es obvio que esas teorías no pueden pertenecer a las c ien ­cias com portam entaies en sentido estricto. Pero tam poco pertenecen a las teorías de la acción estratégica. Pues en estas teorías se hacen h ipó ­tesis re la tivas a rac ionalidad que sólo son válidas (aprox im adam ente) para fragm entos lim itados de la realidad social. T anto las teorías de la e lección rac io n al com o los modelos de cibernética social tienen un s ta ­tus n o rm ativo -an a lítieo . Sólo pueden aplicarse bajo el presupuesto de que ios sujetos agentes se com portan racionalm ente y ponen, en efecto, a la base de su acción las m áxim as de com portam iento que se suponen o bajo el presupuesto de que los sitem as autorregulados se estab ilizan

8 C ir . N. L u h m a n n , Z )v e ck b eg r i j ju n d Systen ira tionahta t, T ub inga , 1968.

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exactam ente en el estado que en térm inos convencionales se ha in tro ­ducido com o estado meta. Las teorías generativas de la sociedad no pueden pertenecer a este tipo de teorías porque se presentan con la pre­tensión de aprehender el proceso de la v ida social en conjunto y ello tal como fácticam ente d iscurre en tanto que proceso de generación de es­tructuras dotadas de sentido. No se contentan con fragm entos de la rea lidad , que pud ieran aproxim arse a m odelos de rac ionalidad , es de­c ir, no se conten tan con un sta tus n o rm ativo -analítico . T ienen , por tanto , que asignarse a l tipo de teoría, que aparece en la co lum na dere­cha del d iagram a.

Para poder d iferenc iar en este m arco entre d iversas teorías genera­tivas de la sociedad, voy a retom ar la cuestión que ya nos salió a l paso al considerar que aún estaba por c larif icar el concepto de generación de plexos de v ida estructurados en térm inos de sentido. Si no me equ i­voco, podemos tra tar de c la r if icar el proceso de generación de una so­ciedad va liéndonos de los sigu ientes m odelos.

E l p r im e r modelo es el del sujeto cognoscente y «juzgante». K ant in ­vestigó las condiciones subjetivas necesarias del conocim ien to experi­m ental en genera l e introdujo para ello el concepto de constitución de objetos de la experiencia. Husserl concib ió conform e a este m ism o m o­delo la constitución del m undo co tid iano de la v ida , en el que hacemos experiencias, tratam os con objetos y personas y ejecutam os acciones; A lfred Schütz desarro lló apartir de ah í una teoría de la sociedad en tér­m inos de constitución . En el títu lo de un conocido trabajo de sus d isc í­pulos Berger y L uckm an cabe reconocer el origen que esa teoría feno- m enológica de la sociedad tiene en la teoría del conocim iento : ambas hab lan de constitución social de la rea lidad («social construction of rea lity»). E ntienden el proceso generativo de la sociedad com o un pro­ceso de generación de una im agen de la rea lidad por la que los sujetos se o rien tan en el trato en tre sí. De ah í tam bién que para Berger y L uck­m an la socio logía sea en el fondo socio logía del saber: la constitución de la rea lidad social co incide con la generación de una im agen del m undo o rien tadora de la acción . Las teorías de la constitución atribuyen el proceso de generación a las operaciones de un sujeto. Éste puede ser un yo in te lig ib le más o menos proyectado a semejanza del sujeto in d iv i­dual em p írico o, com o ocurre en Hegel y en M arx y en la teoría d ia léc ­tica de la sociedad, un sujeto genérico que se constituye h istó ricam en ­te. V erem os todav ía que precisam ente estos conceptos de una concien­cia in d iv id ua l genera lizada («trascenden ta l») o una concienc ia co lecti­va p lan tean problem as a la hora de transferir e l m odelo de la constitu­c ión desde el m undo de la experiencia posible a la sociedad.

E l segundo y ter cer modelos, conform e a los que podemos pensar el p ro­ceso de generación de la sociedad, son, en cam bio , sistem as de reglas exentos del sujeto. M e refiero , por un lado, a la A ntropo logía Social es- tructu ra lista y, por otro, a las teorías sistém icas en socio logía. Am bas,

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tanto el estructura lism o com o la teoría de sistem as, en tienden la socie­dad de suerte que ésta es generada m ed ian te estructuras subyacentes com o un p lexo, b ien de form as sim bólicas, b ien de flujos de in fo rm a­ción . Las estructuras profundas son en ambos casos estructuras exentas de sujeto. R epresentan sistem as anónim os de reglas que en el caso del estructu ra lism o se representan conform e al m odelo de la p ragm ática del lenguaje, y en el caso de la teoría de sistem as conform e al m odelo de sistem as autorregu lados. En el p rim er caso fue el estructuralism o lin gü ístico de Saussure, y en el segundo la c ibernética de las m áqu inas, que después tam b ién ha sido transferida a los o rganism os, los que ab rieron el cam ino . Exentas de sujeto son las estructuras subyacentes del m ism o m odo que la g ram ática de un lenguaje natu ra l o que un au ­tóm ata que se regu la a sí m ism o. Lo que p rim ero parece ser una v en ta ­ja, acaba revelándose com o una deb ilidad específica: n i el m odelo de la constituc ión m uestra un cam ino por el que sa lir del estuche m onàdico de las operaciones del sujeto, ni en el m odelo sistèm ico de la sociedad puede darse acom odo a los sujetos hab lantes y agentes y sobre todo a las relaciones que en tab lan entre sí. Pues el sistem a de reglas g ram atica les ex ige hablantes com petentes que hay que añad ir p ara actualizarlo ; m ien tras que el autóm ata se regu la a sí m ism o y no necesita de un suje­to que lo sirva. En ambos casos el parad igm a es inaprop iado para p re ­c isar la generación de plexos de sentido in tersub jetivam ente v in c u ­lantes.

Para e llo se ofrece, en cuarto lugar, e l modelo d e la comunicación lin gü isti­ca cotidiana (del hab la y la in teracc ión ). Se trata aqu í de la generación de las s ituaciones en que hab lam os unos con otros y actuam os unos con otros, es decir, de la fo rm a de in tersub jetiv idad del en tend im ien to po ­sib le. Los sistem as abstractos de reglas subyacentes tienen que estar concebidos de suerte que puedan exp licar, así la generación p ragm ática de la com un idad del sentido in tersub jetivam ente com partido , com o la generación lin gü ística en sentido estricto de las o raciones que em p lea­mos en los actos de hab la tanto con fines cogn itivos com o con fines re­lativos a la acción . Este m odelo perm ite la in c lusión tem ática de la re­lac ión de in tersub jetiv idad en una teoría generativa de la sociedad. E jem plos son la p sico log ía social del juego de roles de G eorge H erbert M ead y la teo ría dedos juegos de lenguaje del ú ltim o W ittgenste in . Las reglas generativas subyacentes a los juegos de roles y a los juegos de len ­guaje son concebidas tan exentas de sujeto com o el sistem a de reglas de la g ram ática de una lengua; pero están p lan teadas de suerte, que com o estructuras superfic ia les no so lam ente pueden aparecer productos s im ­bólicos com o son m an ifestaciones lingü ísticas y acciones, sino al tiem ­po sujetos capaces de lenguaje y acción que se form an com o tales en el m edio de la com un icación lin gü ística co tid iana. La psico logía social de M ead es a la vez una teoría de la socialización . E ntre las estructuras do­tadas de sentido que una teo ría generativa de la sociedad ha de exp licar

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figuran tanto las estructuras de la personalidad com o las form as de in- tersubjetividad dentro de las cuales los sujetos se expresan m ed ian te el hab la y la acción.

A las teorías generativas de la sociedad que de a lgún m odo presu­ponen un sujeto trascendental, voy a llam ar la s teorías d e ¡a constitución de la sociedad; aquéllas, que a la base del proceso de generac ión ponen es­tructuras sin sujeto, las llam aré teorías sistém icas de la sociedad ; y aq u é­llas, finalm ente , que suponen sistem as de reglas abstractos para la ge­neración de relaciones intersubjetivas en las que tam b ién los propios sujetos se form an, las llam aré teorías de la sociedad p lan teada s en térm inos d e comunicación. Como punto de v ista d iferen c iado r podem os aceptar que algunas teorías perm iten la evo lución h istó rica del sujeto del que p rov ienen tales operaciones, o de los sistem as de reg las generativas subyacentes, m ientras que otras teorías, o b ien se atienen a una estricta d ico tom ía entre operaciones trascendentales y fenóm enos co n stitu i­dos, o excluyen en todo caso una h isto ria (susceptib le de reconstruc­ción) de los elem entos constituyentes. R esu lta entonces la s igu ien te c lasificac ión (cfr. fig. 3, pág. 34).

El contenido in form ativo del resum en que acabo de hacer se o cu l­ta natu ralm en te en el cuadro vacío de abajo a la derecha. La tab la sirve para de lim itar un p lanteam iento teorético , que hasta el m om ento no ha sido desarro llado con precisión , de m odo que no puedo rem itirm e aquí a un corpas bien fijado de investigaciones. Por otro lado , puedo al menos partir de la teoría del juego de roles de M ead y de la teoría de los juegos del lenguaje de W ittgenste in . Pues en e llas ya está p refigurada esa p ragm ática un iversal que considero adecuado fundam ento de la teoría de la sociedad y cuyos rasgos fundam entales voy a tra ta r de desa­rro llar. Pero antes quisiera partir del caso de una teo ria de la co n stitu ­ción de la sociedad, que conecta con K ant. A nalizando este ejem plo podemos percatarnos de antem ano de las p rem isas con que hem os de habérnoslas, en cuanto tratam os de en tender el proceso de aprendizaje de la sociedad como un proceso de generación . A dem ás la deb ilidad característica de las teorías de la constituc ión se hará patente p rec isa­m ente en la problem ática de la que tom a su punto de partida la teoría de la com unicación : en la deducción de las re lac iones in tersub jetivas a p artir del p lanteam iento m onológico de una filo so fía trascenden ta l de la conciencia.

G eorge S im m el dedicó un fam oso excurso del p rim er cap ítu lo de su p rin c ipa l obra'J a la cuestión de cóm o es posible la sociedad. Esa p re­gunta es a todas luces el equ ivalen te de la p regunta básica de la «C rítica de la Razón Pura»: cómo es posible el conocim ien to de la naturaleza. K ant hab ía tratado de responder a esta cuestión m ostrando que el suje­to cognoscente constituye él m ism o a la n atu raleza com o ám bito de los

{) G . S i m m e í , S oz ioh^ ie ( 19 0 8 ) , L e ip z ig , 1 9 2 3 L

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Fig. 3. Teorías d e la so ciedad p lan teada s en térm inos gen era tivos

' 'V T ipos

Evo-luc ión \ h istó rica \ de ios e le m e n -\ tos co n stitu tivos s.

T eo rías de la constitución T eorías sistém icas T eo rías de la co m un ica ­ción

E lem en ta iista H olista H olista H olista

No se adm ite N eokantism o (R ick ert/ A d ler)

Fenom enologia(H usserl/Sch iltz)

T eorías sociales fo m án ticas (O. Spann)

E structura lism o(L évy-Strauss)

In teracc ion ism o s im bó lico (G . H. M ead) T eo ría de los juegos de lenguaje (W ittgen ste in / W in ch )

Se ad m ite F enom enologia m arx ista (filóso fos de la p rax is)

T eoría d ia léc tica de la sociedad (L ukács, A dorno)

T eo ría sistèm ica de la evo lución social(Parsons, L uhm ann)

?

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objetos de la experiencia posible: hab ía analizado las condiciones subje­tivas necesarias de la in tu ic ión y del ju ic io , sólo bajo las cuales es posi­ble la experiencia , es decir: la organización de la p lu ra lidad de las sen­saciones en un com plejo de fenóm enos sujetos a leyes. Pues b ien , en S im m el encontram os una form ulación clásica de la ten tativa de am ­p lia r este p lan team iento de teoría de la constitución del conocim iento de la naturaleza a una teoría de la constitución de la sociedad, en tién ­dase bien: no del conocim iento de la sociedad, sino de la sociedad m is­ma: «R esu lta ten tador tratar la cuestión de las condiciones aprió ricas en v irtud de las cuales es posible la sociedad, de form a análoga a la cuestión de las condiciones aprió ricas del conocim iento de la n atu ra le ­za. Pues tam bién aqu í están ya los elem entos ind iv iduales que en cierto sentido perm anecen tam bién separados los unos de los otros, com o lo hacen las im presiones de los sentidos, y su síntesis en la un idad de una sociedad sólo pueden obtenerla en un proceso de conciencia que pone en re lac ión en determ inadas form as conform e a determ inadas reglas el ser in d iv id u a l de un elem ento particu lar con el de o tro »"1.

Pero S im m el se da cuenta enseguida de la decisiva d iferencia : en lo tocante a teoría de la constitución , naturaleza y sociedad no están a un m ism o n ive l de análisis : m ientras que la naturaleza sólo puede ser defi­n ida com o ám bito objetual del conocim iento por referencia a las ope­raciones sin téticas fundadoras de un idad del sujeto congnoscente, el sujeto cognoscente encuentra ya ante sí la sociedad com o una un idad ya constitu ida por los propios sujetos em píricos. La pregunta por la constitución de la naturaleza se refiere al problem a del conocim iento de la naturaleza; la pregunta por la constitución de la sociedad al problem a de cóm o es posible la sociedad. El proceso v ita l que es la sociedad, se efectúa en el p lano de las operaciones constituyentes y no, com o el proceso de la naturaleza, en el p lano de una naturaleza ya constitu ida. Con otras palabras: en los procesos de conciencia constitu idores de su sociedad los sujetos sociales se m ueven precisam ente en el p lano tras­cendental en que el sujeto cognoscente constituye a la naturaleza como objeto de experiencias posibles. Con ello , la esfera de la sociedad cobra frente a l esp íritu cognoscente una especie de objetividad que la natu ra­leza no puede pretender frente al sujeto que la constituye y conoce: «La d iferencia decisiva en tre la unidad de la sociedad y la un idad de la n a­turaleza es la sigu iente: que esta ú lt im a — conform e al punto de v ista kan tiano que aqui suponem os— se produce exclusivam ente en el suje­to cognoscente, es generada exclusivam ente por él a p artir de los datos sensibles no ligados entre sí, m ien tras que, en cam bio , la un idad social es realizada sin más por sus elem entos, que son elem entos conscientes y ejercitadores de activ idades sin téticas, y no necesita de sujeto cognos­cente alguno que la m ire desde fuera... La un ificac ión no necesita aquí

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de n ingún factor fuera de sus elem entos, pues cada uno de éstos ejerce la función que frente a lo externo ejerce la energ ía an ím ica del observa­dor: la conciencia de fo rm ar una un idad con el otro es aqu í en efecto toda la un idad que en tra en co n sid erac ió n »11. Y : «En estas c ircun stan ­cias la p regunta “¿Cóm o es posible la sociedad?”, cobra un sentido m e­todológico com pletam ente d istin to que la p regunta “¿Cóm o es posible la natu raleza?”. Pues a esta ú ltim a responden form as de conocim iento por las que el sujeto efectúa la síntesis de elem entos dados, resu ltando de esa síntesis la “natu raleza”. Pero a la p rim era , las condiciones a p r io r i puestas en los elem entos m ism os, por las que en térm inos reales se unen dando como síntesis la “sociedad”» 12.

Esta consideración es de cen tral im portancia para el p lan team ien ­to de todas las teorías generativas de la sociedad, lo m ism o si parten de D ilthey y R ickert, que de Husserl o W ittgen ste in , o p rov ienen d irecta­m ente de K ant o de Hegel y M arx. Pues funda una teoría dualista de la c ien c ia que establece una separación m etodo lógica de p rin c ip io entre las c iencias de la cu ltu ra, del esp íritu , sociales, o de la acción , por un lado, y las c iencias de la naturaleza por otro , porque la naturaleza es en ­tend ida com o un ám bito objetual, que puede hacerse d eriv ar de las operaciones constitu tivas del sujeto cognoscente, m ien tras que la cons­titu c ión de la sociedad, a través de las operaciones sin téticas de los suje­tos socializados m ism os, genera frente a la naturaleza algo p ecu lia r­m ente objetivo que sale al paso al sujeto cognoscente com o algo ya es­tructurado en térm inos de sentido y que sólo le deja la posib ilidad de reconstru ir o de tra tar de en tender repasándolo conceptualm ente el proceso de construcción ya de antem ano efectuado. En punto a p ro­gram a teórico , de este dualism o se siguen tres consecuencias que ya es­tán en germ en en Sim m ei.

En p rim er lugar, una teoría de la constitución de la sociedad tras­ciende la esfera del conocim iento de la naturaleza, es decir, de la c ien ­c ia ; el m undo p reconstitu ido que las ciencias sociales han de recons­tru ir p ara poder exp licar los procesos sociales es la esfera de la expe­rien c ia p rec ien tífica y de la p ráctica de la v id a co tid iana. De ah í que en H usserl el análisis del m undo de la v ida pase a ocupar el centro de la Fenom enología.

Esta ap licación del análisis trascendental a operaciones no cogn iti- vas, re lativas a la p ráctica de la v ida , propias de una sub jetiv idad, que ya no sólo se en tiende como sujeto del conocim ien to posible, conduce, en segundo lugar, a que el plexo de la v ida social se conciba, como dice S im m ei, como «un hecho de saber». El p rogram a de investigar las con ­d iciones subjetivas necesarias de la socialización posible con los m e­dios tom ados de la teoría del conocim iento dista de resu ltar obvio,

11 Loe. c it ., p ág . 22.Loe. c íe , pág. 23.

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porque «las form as que resultan de los procesos de socia lizac ión , nor­m adas por el tipo de esos procesos, no son co nocim ien to , sino proce­sos prácticos y estados reales. S in em bargo , aquello cuyas condiciones hem os de investigar y recoger bajo el concepto genera l de socializac ión es algo afín al conocim iento : la concienc ia de socializarse o estar socia­lizado. Quizá fuera mejor llam arlo saber que conocim ien to . Pues el su­jeto no se enfrenta aqu í a un objeto del que poco a poco fuera ad q u i­riendo una im agen teorética... Se trata de procesos de influ jos rec íp ro ­cos que para el ind iv iduo sign ifican el hecho — ciertam ente que no abstracto , pero susceptible de expresión ab stracta— de estar so c ia liza­do. Qué formas han de subyacer aqu í — o qué categorías especificas ha de aportar, por así decirlo , el hom bre, para que surja esa concienc ia y cuáles son en consecuencia las form as que han de serv ir de soporte a esa conciencia— a la sociedad com o un hecho de saber— , a todo ello podem os llam arlo m uy bien cuestiones de una teoría de la sociedad p lan teada en térm inos de teoría del co n o c im ien to »11.

Este giro tiene una notable im p licac ión . Si el p lexo de la v id a social surge de actos de saber, no puede m enos de descansar en la / ad icid ad de aquellas pretensiones de validez que v ien en puestas con toda form a de sa­ber. U na conciencia, así solemos dec ir, puede ser verdadera o no v e r­dadera, correcta o falsa, racional o irrac ion a l. U na sociedad , que se es­tructura en térm inos de sentido m echante operaciones sin téticas de la concienc ia , y se constituye como «hecho de saber» guarda, por tanto, como todav ía habrem os de ex p lic ita r , una re lac ió n inm anen te con la verdad. Fue de nuevo Husserl qu ien se dio cuen ta de ello y desarro lló una teoría de la verdad que abrazaba tam bién la p ráctica ele la v ida.

En ter cer lu ga r ya S im m el choca con la d if icu ltad con la que en vano laboran todas las teorias de la sociedad p lan teadas en térm inos de cons­titución . La teoría del conocim iento tiene que ver con la re lac ión fun ­dam entalm ente m onológica entre el sujeto trascenden ta l (o el sujeto particu lar) y su objeto cíe conocim ien to ; la sociedad , en cam bio , se constituye por las operaciones sin téticas de m uchos sujetos al recono­cerse éstos m utuam ente como sujetos. Pero, ¿cóm o cabe en tender la es­tructura de esta intersubjetiv idad con los m edios de una teoría del co­nocim iento p lanteada en térm inos m ono lóg icos? Com o centro de po­sibles operaciones constituyentes, el «o tro» sale al encuentro del sujeto cognoscente en el m ism o p lano que el sujeto cognoscente se h alla : «El a lm a del otro tiene para mí la m ism a rea lidad que yo m ism o, una re a li­dad, que es m uy d istin ta de la de una cosa m ateria l... el que éste “para s í” del otro no nos im pida, em pero, co n vertir lo en represen tación nuestra, el que aquello que en absoluto puede d iso lverse en nuestro re­presentar, pueda convertirse, sin em bargo , en con ten ido , es decir, en producto de nuestro representar — he aqu í el más profundo esquem a y

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problem a psico lógico-ep istem ológico de la so c ia lizac ió n »14. Husserl abordó este prob lem a som etiéndolo (en sus M editaciones Cartesianas) al desarro llo más su til que haya h ab id o 15.

S e g u n d a l e c c i ó n

Teoría fenom enológica de la constitución de la sociedad: el papel fundam ental de las pretensiones de validez

y las bases m onológicas de la intersubjetividad

No es casual que la teoría de la constitución de la sociedad que más in fluencia v iene ejerciendo en la sociología contem poránea, sobre todo en Estados U nidos, se apoye en Husserl. Pues la Fenom enología de Husserl se presta m ucho mejor que la filosofía trascendental de K ant para am p lia r la teoría del conocim iento p lanteada en térm inos de constitución y co n vertir la en una teoría de la sociedad, y e llo por dos razones. Husserl se d istingue de K ant tanto por su recurso a la capa fundante que es el «m undo de la v ida» (a) como por el g iro descrip tivo que da al concepto de constitución (b). V oy a glosar estos dos puntos antes de en trar después en los dos problem as que ha de reso lver toda teoría de la constitución de la sociedad, incluso una teoría que haya su­perado los lím ites de la filosofía de la conciencia, a saber: la cuestión de la inm anen te referencia de la sociedad a la verdad y la cuestión de cóm o dar razón de la intersubjetividad.

a ) K ant, lo m ism o que Husserl, analizó la constitución de un m undo de experiencias posibles, pero, a d iferencia de Husserl tuvo a la

M Loe. c it ., pág. 23.I? En co m p arac ió n co n los d iseños de R ickert y de D ilth ey de una teo r ía de las c ien c ia s

de la c u ltu ra o de las c ien c ia s del e sp ír itu , las breves an o tac ion es de S im m el re su ltan m era ­m en te p ro g ram átic a s . P o r o tra parte , ese p rogram a con ecta d irec tam en te con K an t, y no t ie ­ne po r ob jeto , co m o las teo ría s de D ilth ey o de R icke rt, una fu n d am en tac ió n de las c ien c ia s del e sp ír itu d esar ro llad a s en el s ig lo x ix , sin o u n a teo r ía de la so c iedad en té rm in o s de c o n st i­tu c ió n , y e llo en un se n tid o estric to . M ax A d le r es el ún ico que persigue f ines s im ila re s y en 1936 d e sa r ro lló una fu n d am en tac ió n de las c ien c ias sociales en té rm in o s de teo r ía del co n o ­c im ie n to (D a s R ä t s e l d e r G esellschaft, V ien a , Satu rn V erlag ). En tiem po s re c ien tes ha sido H. S ch c L k y (O rtsb es tim m u ng d e r d eu tsch en Soziologie, D ü sse ld o rf 1 969 , 93 y ss.) q u ien ha d e s a r ro ­llad o la e x ig e n c ia de u n a «teo ría tra scen d en ta l» de la sociedad ; pero sus trabajos m a te r ia le s pe rten ecen m ás b ien a! c ap ítu lo de una teo ría an tro p o ló g ica de la so c iedad . D e a h í que los p lan te am ien to s sub jeciv istas en so c io log ía ac tu al p rovengan todos d irec ta (Sch ü tz , B erger, L u ck m an n , N a th aso n ) o in d irec tam en te (G arf in k e i, C ico ure l, S acks) de H usserl y no de K ant. N a tu ra lm en te q ue la teoría de los v a lo res de R ick e rt pen etra a través de M ax W eb er y de P arsons en la so c io lo g ía co n tem p o rán ea , pero ya en M ax W eb er pasa a un segun do p lano la teo r ía de la co n s t itu c ió n , y en Parsons queda e lim in ad a por las co n v icc io n es b ás icas de éste re la t iv as a una teo r ía de la c ien c ia , m o deradam en te em p ir ista .

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vista la objetividad, es decir, las condiciones subjetivas necesarias del conocim iento posible de la naturaleza. Pues K ant era de la op in ión de que junto con la va lidez de los enunciados legalifo rm es más sign ificativos (es decir, junto con los enunciados teoréticos de la F ísica de su época) podían ac lararse al tiem po las bases trascendentales de la experiencia en general. H usserl pone en cuestión ese supuesto en su fam oso lib ro la Crisis d e la s C iencias Europeas (K risis, parágrafo 28 y ss.). H usserl en tien ­de el ám bito objetual de las ciencias de la naturaleza no como in fraes­tructura de los objetos de la experiencia posible en genera l, sino como un producto artif ic ia l derivado , que sólo puede ac lararse de modo sufi­ciente en lo que atañe a su em ergencia si ponem os al descubierto el o l­v idado fundam ento de sentido que es el m undo de la v ida cotid iana. Pues las ciencias de la naturaleza tienen que ver desde G alileo con una «naturaleza» que surge, no de la conform ación sin tetizadora de la p lu ­ralidad de afecciones sensibles dadas con an terio ridad a toda experien ­cia organizada, sino de una transform ación de la experiencia co tid iana p rec ien tífica , es decir, de la experiencia cotidia.na ya organizada en el contexto del m undo de la v ida. Esta experiencia co tid iana es ante todo re la tiva al cuerpo y sus órganos; pues el cam po de percepción está constitu ido en térm inos cinestésicos. Esa experienc ia co tid iana está cortada (en térm inos perspectiv istas) al ta lle de un yo con una expe­r ien c ia de espacio y tiem po centrada en torno a l sujeto. A demás, la ex­p erien c ia co tid iana se form a no sólo cogn itivam en te , sino en conexión con actitudes afectivas, in tenciones e in tervenciones prácticas en el m undo objetivo. Las necesidades y las actitudes afectivas, las v a lo ra ­ciones y acciones constituyen un horizonte de intereses natu rales, sólo dentro del cual las experiencias pueden producirse y corregirse. F ina l­mente, la experiencia co tid iana no es asunto privado: es parte de un m undo com partido intersub jetivam ente, en el que cada sujeto v ive , ha­bla y actúa en cada caso con los dem ás sujetos. Esa experiencia in ter­subjetivam ente com unalizada se expresa en sistem as sim bólicos, sobre todo en el sistem a sim bólico que es el lenguaje natu ra l, en el que el sa­ber acum ulado está dado al sujeto particu lar com o trad ic ión cu ltural. En este p lano nos salen al encuentro los objetos cu ltura les, las m anifes­taciones v ita les de sujetos capaces de lenguaje y acción. Y a estos obje­tos cu ltu rales pertenecen tam bién las ciencias m ism as.

A H usserl le da que pensar que K ant p artiera ingenuam ente del ám bito objetual de la F ísica, sin percatarse de que las teorías científicas de este tipo sólo son generadas en una com unidad de com unicación de investigadores (P eirce), que por su parte tienen que presuponer como algo dado por descontado la va lidez fáctica de su m undo co tid iano de la v ida: «Com o aquí tiene que tratarse de funciones esp irituales que ejercen sus efectos en toda experiencia y pensam iento , en todas y cada una de las activ idades de la v ida m undana del hom bre, de funciones por las que el m undo de la experiencia cobra sentido y validez para no­

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sotros com o constante horizonte de cosas existentes, de valo res, de propósitos prácticos, de obras, etc., qu iere con e llo decirse que debería haber resu ltado obvio que a las ciencias objetivantes les falta p rec isa­m ente el saber de lo más p rin c ip a l, es decir, el saber de aquello que po ­d ría p roporcionar sentido y validez a los productos teoréticos del saber objetivo, y con e llo la d ign idad de un saber por fundam entos ú lt i­m o s»16. E rraríam os por tanto la constitución de un m undo de la expe­rienc ia posible si e lig iéram os com o parad igm a el ám bito objetual del conocim iento c ien tífico y no nos percatáram os de que la c ienc ia está anclada en el m undo de la v ida y de que este m undo de la v ida consti­tuye el fundam ento de sentido de la rea lidad c ien tíficam en te ob jetiva­da. A la teo ría de la constitución del conocim iento de la naturaleza tie ­ne que an tecederle , por tanto , una teoría del m undo de la v id a , p lan ­teada asim ism o en térm inos de constitución : ésta a su vez in c luye una teoría de la constitución de la sociedad (com o región o parte de lo que Husserl llam a on to log ía del m undo de la v id a )17.

b) Pero no sólo por esta razón resulta la Fenom enolog ía afín a la em presa de una teoria de la constitución de la sociedad. H usserl da al propio concepto de constitución un giro descrip tivo , de suerte que la socio logía com prensiva, tal como la desarro lló A lfred Schütz, puede conectar sin v io lenc ia con los análisis de la constitución del m undo de la v ida. M ientras que K ant en tiende la constitución de los objetos de la experienc ia posible com o una generación de condiciones subjetivas ne­cesarias para la sín tesis de una p lu ra lid ad y llega así a u n a teo ría general de las operaciones y estructuras subyacentes de la concienc ia cognosci­tiva , H usserl d irige desde el p rincip io la m irada reflex iva de la m ed ita­ción del fenom enólogo a cóm o están «dados» a éste los objetos sensi­bles y los objetos categoriales. A d iferencia de K ant, Husserl no busca reconstru ir un supuesto modo único y general de ob jetivación por el que resu lte posible la experiencia de la realidad en genera l; qu iere más bien ap rehender descrip tivam ente los d iversos m odos com o los obje­tos «se dan a si m ism os» (Selbstgegebenheit, «autodonación» de los obje­tos). Podem os, por así decirlo , «ver» cómo el sentido y el ser del objeto que fuere, al que m antenem os com o idéntico en el cam bio de los m o­dos de concienc ia , se form an en el cómo de la donación de ese objeto, y, e llo m ed ian te nuestras operaciones sintéticas. C iertam ente que tam ­bién H usserl presupone una sub jetiv idad, cuyas operaciones tien en un carácter un iversa l, pero ésta genera un horizonte abierto de objetos posi­bles, que perm ite una p lu ra lid ad de d istintos tipos de objetualidad que sólo cabe aprehender en térm inos descrip tivo s18. Con e llo abre Husserl el ám bito de una teo ría de la constitución de la sociedad, que en actitud

16 K risis , § 3 2 , pág . 121.17 K risis , § 51.

H usserl ob jeta a K ant la «fa lta de un m étodo de m o strac ió n in tu it iv a » , K risis , § 20.

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descrip tiva investiga las estructuras genera les del m undo de la v ida. U na socio logía que proceda en térm inos fenom eno lóg icos en tiende desde el princip io el m undo social de la v ida com o un m undo consti­tu ido por operaciones sintéticas. Y en las estructuras más genera les de éste reconoce los plexos típ icos de sentido , que los sujetos in tersub jeti­vam ente socializados han de p roducir una y otra vez en la m ed ida en que en su práctica co tid iana se o rien tan a objetos susceptib les de expe­riencia.

F inalm ente , para una teoría de la constituc ión , una vez que se le ha dado el g iro socio lógico que acabam os de señalar, la F enom eno log ía de H usserl ofrece frente a K ant la ventaja ad ic iona l de que la in v estig a ­ción no se p lantea en el p lano de una «concienc ia en genera l» anón im a, sino en e l plano del yo trascendental p articu la r del observador feno- m enológico (que practica la epocbé). Pues H usserl cuen ta con una p lu ­ralidad de yoes, yoes trascendentales, que, si p rescind im os de la p rim a­cía ep istem ológica que tiene para cada cual su prop ia sub jetiv idad , sólo constituyen el m undo social de la v id a m edian te las re lac iones que en ­tab lan unos con otros. Para K ant, en cam bio , que (a l m enos en la f ilo ­sofía teorética) establece una rigurosa d is tin c ió n en tre el p lu ra l de los d istintos yoes em píricos y e l's in gu lar de la concienc ia trascen den ta l, el prob lem a de la posible com unalizac ión trascenden tal de sujetos que em piezan generando m onódicam ente su m undo, ni s iqu iera puede p lan tea rse1'1.

Pues b ien, voy a en trar con más deta lle en dos p rob lem as que se p lan ­tean a esta fundam entación fenom eno lóg ica de una teo ría de la co n sti­tución de la sociedad. Verem os que estos prob lem as se p lan tean a toda teoría posible, que se p lantee en térm inos de generación de la sociedad. Y m i propósito es m ostrar que esos prob lem as no pu ed en solucionarse en e l marco d e una teoría de la conciencia y que ex igen p a sa r a una teoría de la com un ica ­ción lingüística.

Toda sociedad, que nosotros entendem os com o un plexo de v ida articu lado en térm inos de sentido , guarda una re lac ión inm anen te con la verdad. Pues la realidad de las estructuras de sentido descansa en una pecu lia r facticidad de pretensiones de va lidez que en genera l se aceptan de form a ingenua, es decir, que en genera l se dan por cum p lidas o de­sem peñadas. Pero las pretensiones de va lid ez tam bién pueden ponerse

]l) S im m e l, al p arecer, no se percató de esta d if ic u lta d in s c r ita en la p ro p ia a rq u ite c tu ra de la ob ra de K ant. M ax A d ler, en cam b io , em p ren d e u n a re v is ió n . In tro d u ce el a prior/ so c ial y e lev a esta re lac ión del yo s in g u la r con la co m u n id ad .d e m ú lt ip le s yoes a d e te rm in ac ió n t ra s ­cen d en ta l de la co n c ien c ia in d iv id u a l: «L a teo r ía tra sc en d en ta l d e l c o n o c im ien to no so la ­m en te en señ a , pues, la necesa ria co rre lac ió n de cada ob jeto con e l un su jeto , s in o m as aun : objeto s ig n if ic a la co rre lac ió n de cada objeto con un a p lu ra lid a d in d e te rm in ad a de su jetos, p lu ra lid ad q ue , sin em bargo , no ha de en ten d erse en té rm in o s e m p ír ico s , s in o en té rm in o s t ra scen d en ta le s , es d ec ir , com o carác ter ya de la p ro p ia c o n c ie n c ia in d iv id u a l.» A cllcr (1 9 3 6 ), p ig . 111.

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en cuestión . Pues ta les pretensiones no pueden menos que suponer que tienen la razón de su parte, y tal leg itim idad puede prob lem atizarse, y confirm arse o rechazarse. C iertam ente que en todo ello , de «verdad» sólo puede hab larse en un sentido muy lato, justo en el sentido de la le ­g itim idad de una pretensión , que puede cum plirse o verse defraudada. Asi decim os que una op in ión o una afirm ación , y tam bién una espe­ranza, un deseo, una evaluación tienen la razón de su parte, que se ha hecho con razón una prom esa o se ha dado un consejo, que leg ítim a­m ente se ha hecho una advertencia, que se ha in troducido una regu la­ción correcta, que se ha hecho una descripción o una va lo rac ión ade­cuadas. En las in teracciones d iarias nos abandonam os ingenuam ente a una inabarcab le p létora de tales pretensiones que se suponen leg ítim as; y de ese contexto de fondo sólo destaca esta o aque lla p retensión , que un caso de desengaño nos ha obligado a tem atizar y som eter a exam en.

La pecu lia rid ad de esas estructuras de sentido que operan fáctica- m ente, H usserl trata de aprehenderla con el concepto de in ten c io n a li­dad, que em pezó tom ando de Brentano. Las v ivenc ias in tencionales tienen el carácter de ser conciencia de a lgo; están d irig idas a algo en la form a en que parad igm áticam ente una opin ión, una expectativa, un deseo o un sentim iento están orientados a un objeto o a un estado de cosas. Las oraciones que se form an con expresiones in tencionales tales com o op inar, esperar, desear, odiar, insultar, etc., ex igen siem pre un objeto d irecto del tipo: «opino que p» u «odio (insulto ) a x». Esta form a g ram atica l trae a expresión lo que Husserl, d irectam ente en el p lano de las estructuras de conciencia , trata de aprehender con el concepto de in tenc ion a lid ad . Lo que d istingue a las vivencias in tencionales es el sentido con el que los actos de conciencia se d irigen en cada caso a sus objetos. N atu ra lm en te que d iversas 'in tenc iones pueden d irig irse al m ism o objeto; las v iven c ias tienen entonces como dice H usserl (qu in ta «in vestigac ió n lóg ica», parágrafo 16) el mismo conten ido real, pero un conten ido in tenc ion a l d istinto en cada caso: a éste le llam a Husserl tam bién el objeto in tenc ional (o el noema, como dice desde las «Ideas»), El m érito de Husserl es haber aclarado la curiosa estructura in tenc iona l de nuestra conciencia y el haber mostrado la inm anen te re­ferencia que las v ivenc ias in tencionales hacen a la v e rd ad 211.

T érm ino de nuestra in tención es un objeto, que no nos es presente, pero del que sabemos que nos podría estar dado de form a d irecta. La in tenc ion a lid ad exige la posibilidad de una presencia v irtu a l del objeto que tam bién podría sernos presente en acto. Pues de otro modo no po­dríam os d irig irn o s de modos m uy d istintos al m ism o objeto. La estruc­tu ra in ten c io n a l de nuestra conciencia exige la posib ilidad de una dife-

C fr. sobre lo q ue sigu e el exce len te estud io de E. T u gen d h at, D er W ^ahrbeitsbegrifj' b ei H u sser l u n d H eid egger , B e r lin , 1970 , p r im era parte.

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rencia entre la «donación» ( G egebenheit) m eram ente in d irec ta y la «do­nación» d irecta de objetos. Esta d iferencia podemos ac larárnosla en el p lano lingü ístico exam inando la articu lac ión de la oración enunciativa en sujeto y predicado. El sujeto, un nom bre o una descripción defin ida, se refiere a un objeto susceptib le de u lte rio r determ inación m ediante la atribución o la negación de predicados, de suerte que el objeto designa­do no necesita estar presente; basta con que nos podam os representar en genera l el objeto como un objeto susceptib le de iden tificac ión . A esta c ircunstancia , a la lóg ica in terna al lenguaje, debem os la p o sib ili­dad de poder hacer uso del lenguaje sin quedar ligados a la situación , y precisam ente en e llo , es decir, en la representación de objetos y estados de cosas ausentes, rad ica la más sorprendente operación de la com un i­cación lingü ística .

C iertam ente que H usserl, dentro de los lím ites de una teoría de la conciencia , no puede apoyarse en la d istinción entre experiencia de­pendiente de la situación y exposición no ligada a la situación , efectua­da m ediante expresiones re lativas a la situación (expresiones referen- ciales). A ntes b ien, in terpreta la d iferencia entre «donación» d irecta y «donación» m ediata de objetos posibles com o una d iferencia entre «do­nación» no in tu itiv a y «donación» in tu itivam en te cum plida. Y siendo esto así, el sentido de un objeto in tenc ional exige siem pre la posib ilidad de una presencia in tu itivam en te inm ed iata de los objetos. La p len itud in tu itiv a de un objeto que se nos da él m ism o en la ev idencia puede por tanto entenderse como cum plim ien to o realización de una in tención objetual del m ism o sentido. Las etapas del cum p lim ien to rem iten , en lo que a su idea se refiere, a la m eta en que la to talidad de la in tención h alle cum plim iento . La p lena presencia in tu itiv a del objeto no deja, por así decirlo , n ingún resto de in tención no cum plida. Esta concep­ción depende de un concepto de verdad como ev idencia, cuya prob le­m ática voy a dejar por un instan te de lado. Husserl in troduce su teoría de la verdad sin dar más razones. Considera, sin m ás, «p rin c ip io de to ­dos los princip ios: que todo aquello que se nos ofrece o rig inariam ente en la in tu ic ión , que todo aquello que, por así decirlo , se nos ofrece en su rea lidad “corpórea”, hay que aceptarlo sin más como aquello que se nos d a»21. La verdad puede defin irse entonces por referencia al con­cepto de in tención . La verdad es la co incidencia iden tificadora (acom ­pañada de v iven cia ev idencia l) de aquello que pretendem os en la in ­tención , con el objeto correspondiente in tu itivam en te dado. Pero en ­tonces, a la inversa, todas las v ivenc ias in tencionales están referidas a la verdad de form a inm anente y necesaria.

Lo que me im porta en este contexto es la sigu iente consideración. N orm alm ente toda in tención lleva asociada un «poner», una «posi­ción». Entonces todo acto de conciencia , a través del sentido del objeto

21 Id een , H usser liana , t. III, § 24 , pág. 52.

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pretendido , an tic ip a el fáctico estar dado de ese objeto al que la in ten ­ción se d irige ; la cualidad en que el «poner» (o «posición») consiste, es­triba en una an tic ip ac ió n del cum p lim ien to de la in tención en té rm i­nos de in tu ic ió n . El acto no cum plido , a l ponerlo com o siendo aquello a que in tenc ionalm en te se d irige , une con el objeto in tenc ion a l la p re­tensión de que el objeto se m ostraría así y no de otra m anera si llegara a darse por sí m ism o. Y ta l pretensión , o es leg itim a o es no leg ítim a; su leg itim idad sólo puede m ostrarse en el cum p lim ien to efectivo , e in tu i­tivo , de la in tenc ión prim ero «vacía». Pero tales cualidades ponentes pueden tam bién e lim in arse , «neu tralizarse»; entonces dejam os en sus­penso la cuestión de si la pretensión de que una in tenc ión dada puede cum plirse exactam ente en los térm inos que e lla an tic ip a , es leg ítim a o no es leg ítim a. Pero las in tenciones que no quedan neutralizadas en este sentido, llevan aparejada una pretensión de validez que sólo puede verse cuestionada por el fracaso en la ten tativa de hacer que adecuada­m ente se autodone el objeto a que esa in tenc ión se d irige.

Pues b ien , tam bién el m undo de la v ida en su conjunto puede en ­tenderse en térm inos de una ta l «posición». Pues las estructuras de sen­tido , de las que está constru ido el m undo de la v ida , sólo existen en la p lu ra lid ad de las pretensiones de validez que le son inherentes. Estas acaban fundiéndose, por así decirlo , todas ellas en «la tesis general de la actitud n atu ra l» , es decir, en la ingenua convicción rea lista básica de que «el m undo en el que me encuentro» ha ex istido ya siem pre com o realidad en to rn o 22. La tesis genera l cubre la to talidad del m undo natu ­ral de la v ida: «Nos m ovem os en una corrien te de experiencias, ju icios, va lo raciones y decisiones siem pre nuevas. En cada uno de estos actos el yo se d irige a los objetos de su entorno y se ocupa de ellos de esta o aquella m anera. E llos son lo que en estos actos se to rna consciente, b ien sea com o realidades sin m ás, o bien como m odalidades de la re a li­dad (por ejem plo , com o posible, dudoso, etc.). N inguno de estos actos n i n inguna de las «valideces» encerradas en ellos, están aislados; im p li­can necesariam ente en sus in tenciones un horizonte in fin ito de v a lid e ­ces no actuales, pero que funcionan com o tales en esa m ovilidad en flu jo »22.

No deja de ser in teresante que H usserl haga extensivos a toda clase de in tenciones los caracteres de posición, que descubre analizando una determ inada clase de in tenciones. De en trada, las posiciones sólo van ligadas a lo que Husserl llam a «actos dóxicos», es decir, a los actos que se d irigen a hechos. Pues la creencia de que el objeto a que una in ten ­ción se d irige existe o no existe en la form a en que la in tención lo an ti­c ipa, sólo va asociada de en trada con in tenciones tales como percep ­ciones, representaciones, recuerdos, ju icios, etc. A sim ism o , en actos de

22 Id een , § 30 , págs. 62 y ss.23 /Crisis, § 40 , pág. 152.

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este tipo parecen estar im p licadas m odalidades de ser, es decir, v a r ia ­ciones de ia s im ple certeza de la ex istenc ia de un objeto (de la «protodo- xa»), ta les que podamos tener por posib le, o por probab le, o por dudo­so que el objeto a que la in tención se d ir ig e se dé por sí m ism o en la fo r­m a com o viene anticipado en la in tenc ión . Pero si sólo los actos dóxi- cos fueran susceptibles de verdad, H usserl no podría m an tener la a f ir ­m ación de que todas las in tenciones llevan asociadas posiciones; más aún, tendría que abandonar el concepto m ism o de in tenc ión , pues ese concepto incluye la an tic ipación de un cum p lim ien to posible, y en p rin c ip io susceptible de fracaso, m ed ian te au todonación ev idente del objeto m ism o, poseyendo por tanto una referencia in m an en te a la v e r­dad. Y con ello quedaría tam bién afectada la tesis ex trao rd in ariam en te fuerte de que el propio m undo de la v id a descansa sobre la factic idad de pretensiones de validez creídas, pero, eso sí, que en p rin c ip io son siem pre susceptibles de problem atizarse. Si por el con trario , todas las v ivencias in tencionales hacen in m an en tem en te referencia a la v e r ­dad, si todas las intenciones v ienen defin idas por la posib ilidad de su cum plim iento (o de su desengaño) in tu itivo , entonces tam bién los actos «de la esfera de la afectiv idad y de la vo lu n tad », com o Husserl d ice, im p lican posiciones.’ En favor de esto hab lan dos a rgu ­mentos.

En p r im er lugar, todos los actos de afectiv idad y de vo luntad , los te­mores y deseos, las intenciones y decisiones están constru idos sobre ac ­tos en los que se hace referencia a un objeto o estado de cosas. Las co ­rrespondientes oraciones in tencionales com o: tem o, o deseo, o qu iero , «que este hombre se largue», se refieren a estados de cosas que pueden ser el caso y tam bién no serlo , que pueden p roducirse o no producirse. De ah í que los actos de afectiv idad .y vo lu n tad im p liq u en , com o Hus­serl d ice, posiciones potenciales, sean p o ten c ia lm en te fó ticos-1. Pero además los actos de vo luntad y de afectiv id ad con tienen tam b ién com o tales y no sólo en relación con los estados de cosas a que se refieren , que pueden ex istir o no, posiciones, y por cierto , tipos de posic ión fun ­dados. Husserl supone para las m an ifestac iones de afectiv idad y v o lu n ­tad posiciones específicas que pueden hacerse exp líc itas, por ejem plo, en juicios de va lo r del tipo de que el objeto al que hacen referencia es o no es en efecto (o probablem ente, o p resum ib lem en te) grato o repug­nante, am able u odioso, deseable o ind iferen te , b e llo o feo, bueno o m alo: «Tam bién en el va lo rar, el desear y el querer se “pone” algo , aun prescind iendo de la posicionalidad dóxica que a e llo sub yace»25. Y: «Por una parte se trata de nuevos caracteres, que son análogos a los modos de creencia, pero que a la vez poseen ellos m ismos en su nuevo conten ido ponib ilidad dóxica; por otro lado , los m om entos de nuevo

- 4 Id een , § 117, págs. 288 y ss.25 Id een , § 11 7, pág. 287.

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tipo llevan tam bién asociadas concepciones de nuevo tipo; se constitu ­ye un nuevo sentido... con él no se constituyen nuevos m om entos de determ inación de las sim ples cosas, sino valores de las cosas, ob jetiv i­dades concretas de valor: belleza o fealdad, bondad o no bondad; el objeto de uso, la obra de arte, la m áquina, el libro , la acción , e tc .»26. T am bién el acto de conciencia efectuado en térm inos no dóxicos im p lica , por tanto , pretensiones de validez que pueden ingenuam en­te creerse o pueden problem atizarse, que pueden aceptarse o rech a­zarse.

La ap licac ió n un iversal del concepto de in tención cum plib le en térm inos in tu itivo s asegura «susceptibilidad de verdad» a todas las fo r­mas estructuradas en térm inos de sentido, ya tengan un sentido cogn i- tivo o un sentido p rim ariam ente em ocional y vo litivo . De ah í que H usserl pueda hacer suyo el modo de hab lar de Descartes: llam a cogitata a todos los objetos intencionales, vayan ligados a cualidades de posi­ción dóxicas o no dóxicas. Así, la constitución de la p ráctica de la v ida co tid iana puede ser pensada bajo los títulos de ego-cogitatio-cogitatum conform e a los p rincip ios de una teoría del conocim iento p lanteada en térm inos de constitución : el proceso global de la v ida tiene que poder hacerse deriv ar de la ejecución de actos de una subjetividad, cuyas ope­raciones se exp lic itan en los plexos de sentido que son los objetos posi­bles accesib les a la in tu ición .

De la c ircun stan c ia de que la v ida in tencional esté un iversalm en te d ir ig id a a la verdad , Husserl dedujo la curiosa ex igencia de una absolu­ta au to rresponsab ilidad de la hum anidad socializada. En un trabajo al que se ha prestado m uy poca atención «La idea de una v ida ind iv idual y co m un itaria en absoluta autorresponsab ilidad»27 se desarro lla esta ra­d ical idea: «C on e llo aparece clara la un iversalidad con que el reino del conocim ien to abraza en sí todas las fórm as de operaciones procedentes de la sub jetiv idad de la afectiv idad y de la vo luntad , y co rre lativam ente tam bién el s im ila r alcance con que el án im o (la afectiv idad) y la vo lu n ­tad, al proceder a va lo rar en sus aspiraciones y en su acción , abraza a toda sub jetiv idad y a todas las funciones in tencionales de la sub jetiv i­dad. Pero para la c ienc ia esto sign ifica que en e lla , como objetivación de la razón cognoscente, tam bién se refleja y objetiva la razón va lo rati- va y p ráctica ; o que en las form as cognitivas de la verdad teorética se expresa, d eterm ina y cobra tam bién form a susceptible de fundam enta- ción co gn itiv a toda otra form a de verdad, es decir, la verdad va lo rativ a y la verdad p rác tic a»2". La autorresponsabilidad absoluta es el correlato subjetivo de una estructura in tencional del m undo de la v ida en la que, con las posiciones, se anuncia a la vez el interés por m ostrar la p reten ­

- (' Id een , § l i ó , pág. 285 .H nsser iiana , t. V IH , págs. 194-231.

28 Loe. c ir . , 194.

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dida leg itim idad de tales posiciones. Carente de responsab ilidad es la v ida, tanto en el p lano personal como en el p lano po lítico , que se con­tenta con la factic idad de las pretensiones de validez sin in ten tar som e­ter a prueba la un iversa l pretensión de verdad del m undo de la v ida m ediante un esfuerzo filosófico igualm ente com prensivo. Según esta idea, so lam ente cabría hab lar de rad ical responsab ilidad de una p rác ti­ca de la v id a , si las operaciones constitu tivas, de las que ese m undo de la v ida se com pone, se reconstruyeran en actitud fenom eno lógica, se h ic ieran evidentes como tales las posiciones vacías, y se rechazasen to­das las in tenciones no susceptibles de cum plim iento : «Si tenem os pre­sente que todo tipo de acción , vo luntad , o afectiv idad hum anas puede convertirse en objeto de la c iencia , en la que se-convierten teo rética­m ente en tem a, y si tenem os presente que todo conocim iento teorético puede experim entar enseguida un giro norm ativo por el que se con­vierte en reg la para una posible praxis, etc., nos percatarem os tam bién de que la filosofía — llam ada en tanto que c iencia un iversa l a sum in is­trar el m anan tia l del que sacan su ú ltim a justificación todas las demás c iencias— nos percatarem os, d igo, de que ta l filosofía no puede ser n ingún capricho o caprichosa afic ión de los hom bres, de que, antes b ien, la v id a filosófica ha de entenderse como una v ida que se nutre de una autorresponsab ilidad abso lu ta»25. Para Husserl esta v ida contem ­p lativa no es so lam ente asunto de los filósofos ind iv idua les , sino al tiem po un proyecto po lítico : «La cuestión de cóm o — dicho en té rm i­nos ideales— una p lura lidad y eventualm ente tam bién la to talidad de las personas que se h a llan entre sí en posibles relaciones de en ten d i­m iento o que se h a llan ligadas ya por relaciones personales en una co­m unidad , podrían llev ar una v ida de la que pudiesen responder en tér­m inos absolutos, conduce a la cuestión de si es posible tal v ida comu- nalizada sin una com unidad de vo luntades d irig idas a tal v ida desde una responsab ilidad absoluta, y tam bién a la cuestión de si tal v ida es posible sin que c ien tíficam ente , es decir, en térm inos cogn itivos, se proyectara su idea, es decir, sin una c iencia norm ativa de e lla (la É tic a )»1".

Hasta aquí he tratado de hacer exp líc ito el h ilo del pensam iento de Husserl (las observaciones que he hecho en térm inos de filosofía del lenguaje ten ían com o fin la glosa, no la crítica). A hora qu iero llam ar la atención sobre algunas d ificu ltades que sugieren la p regunta de si el adecuado tratam ien to de la inm anente referencia que un m undo de la v ida estructurado en térm inos de sentido hace a la verdad, no rom pe el m arco de una teoría de la conciencia y exige en lugar de eso un p lan tea­m iento en térm inos de teoría del lenguaje. No voy a p artir, com o hace

25 Loe. c i t , 197. Ib id ., pág. 199.

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T ugendhat, de ¡as d ificu ltades de la teoría fenom eno lóg ica del s ign if i­cado, que tienen su razón en que Husserl obtiene el concepto de objeto in tenc ional de una re ificac ión de determ inaciones que p red ica tiva­m ente afirm am os de, o negam os de, objetos susceptib les de id en tif ica ­ción. M ás b ien , me voy a referir a las d ificu ltades que resu ltan de l con­cepto de verdad como evidencia.

Si la verdad se define por referencia al cum p lim ien to in tu itivo de una in tenc ión m edian te la presencia d irecta del objeto in tenc ion a l (y si a tal presencia corresponde la v iven c ia de una ev idencia), entonces para los objetos categoriales, ta l como aparecen , por ejem plo, en todas las form as de ju icio , hay que postu lar una in tu ic ió n su ig en er is . De ahí que Husserl desarro lle una teoría de la in tu ic ión catego ría ! con la que trata de hacer p lausib le la idea de una in tu ic ión no sensib le, a la que hem os de entender por analog ía con la in tu ic ión sensible. Es b ien com prensib le la coacción que en térm inos de estrategia conceptual em puja a Husserl a desarro llar tal concepción ; pero Husserl no ofrece argum entos convincentes que nos m uestren que el concepto « in tu i­ción categorial» pueda pensarse de form a consistente y que tal expre­sión no se queda en sim ple m etáfora. Tan pronto com o lo que Husserl llam a objetos categoriales, por ejem plo form as sin tácticas o relaciones aritm éticas, ¡os entendem os com o constructos sim bólicos generados conform e a reglas y renunciam os a suponer a ta les productos algo asi como cuasiobjetos a los que pud ieran d ir ig irse las in tenciones, el p ro ­b lem a desaparece por sí solo. Pues entonces la pretensión de validez que v incu lam os con tales productos ya no necesita ir asociada a esta o aquella categoría, sino sólo a la p rop ia generación conform e a reglas, ya sea, por ejem plo, de form as gram aticales o de productos m atem á­ticos.

Cabe adem ás preguntarse si H usserl define adecuadam ente la fun ­ción de la in tu ic ió n sensib le que subyace como m odelo a la in tu ic ión categoria l. E l concepto de «au todonación» (S elbstgegebenheit) de un obje­to se apoya en la suposición de que en la experiencia sensib le tenem os un acceso in tu itivo a algo dado de form a inm ed iata y evidente. Pero esta tesis, y de e lla son buena prueba por lo dem ás los propios análisis de H usserl, por ejem plo en «E xperiencia y Ju ic io » , no puede defenderse bien. En toda in tu ic ión , por o rig in aria que sea, entran determ in ac io ­nes categoriales, toda percepción p re-p red icativa llev a en si un exce­dente h ipotético , al que nada de lo actualm ente dado puede darle en te­ram ente cobro. La experiencia parad igm ática , que puede haber ronda­do por la cabeza de H usserl al proyectar su concepto de verdad com o ev idencia , apenas si cabe h a lla r la en las v ivencias de ev idencias sensi­bles, sino en todo caso en las experiencias de construcción . Cuando ge­neram os objetos sim bólicos conform e a reglas, ya se trate de la cons­trucc ión de series num éricas o de figuras geom étricas, o de la ejecución de una pieza de p iano , o de la producción de una oración , etc ., siem pre

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podemos decir que el objeto generado es cum p lim ien to de una in ten ­ción que lo hab ía anticipado como ta l ’ 1.

Sólo que esta in tu ic ión del logro de una construcción debe su fuerza garan tizadora de certeza a la c ircunstanc ia de que somos nosotros m is­mos los que hemos generado el objeto s im bó lico conform e a reglas ge­nerativas subyacentes y de que tam bién en tendem os perfectam ente ese objeto en virtud de la transparente h isto ria de su nac im ien to . T al in tu i­ción en la que, por así decirlo , asistim os a un cum p lim ien to no debe confundirse en modo alguno con la in tu ic ió n p ro gram áticam en te in ­troducida por Husserl de algo inm ed iatam ente dado, un concepto que en H usserl apela al m odelo de la experienc ia sen s ib le32. T am bién las percepciones dependen de un m arco de in terp re tac ió n ; con tienen siem pre pretensiones de validez h ipotéticas que no pueden reso lverse por recurso a percepciones e lem entales situadas a un n ive l m ás bajo: toda experiencia sensible puede problem a tizarse. Pero si no hay p o sib i­lidad de recurrir a ese soporte ú ltim o que rep resen taría la autodona- ción del objeto a la in tu ic ión ; si, com o ya P eirce lo m ostró de form a im presionante, hemos de abandonar el concepto de verdad com o e v i­dencia; entonces las. pretensiones de va lid ez im p licad as en las v iv en ­cias in tencionales no pueden desem peñarse en térm inos de in tu ic ió n , sino so lam ente de form a d iscursiva. No las in tu ic io n es, sino sólo los argum entos pueden m otivarnos a reconocer o a rechazar la leg itim idad de las pretensiones de validez prob lem atizadas.

Y el m ismo destino que al concepto de verdad com o ev idencia a l­canza tam bién al concepto husserliano de in tenc ion a lid ad . Existen m uy buenas razones para proceder a refo rm u lar en térm inos de teoría del lenguaje ese concepto articu lado en térm inos de teo ría de la con ­ciencia , obtenido del m odelo de un sujeto so lita rio , d ir ig id o a u n objeto en actos donadores de sentido. Y entonces habrem os de d is tin gu ir en ­tre aquellas intenciones que lo único que s ign ifican es que entendem os el sign ificado de form as sim bólicas generadas y em pleadas conform e a reglas, y aquellas otras a las que ligam os u n a «posic ión», es decir, una pretensión de validez que tiene más a lcance que la re la tiv a a corrección sin táctica o a in te lig ib ilidad . En el caso p arad igm ático , estas in tenc io ­nes van asociadas a oraciones que se em iten en s ituaciones de en ten d i­m iento entre sujetos capaces de lenguaje y de acción . En esta versión ia tesis de Husserl de la referencia del m undo de la v id a estructurado en térm inos de sentido a la verdad, cobra un in teresan te sign ificado . Com o hemos visto, una teoría de la sociedad , p lan teada en térm inos de

En esta ex p er ien c ia se apoya ya la in te rp re ta c ió n q u e , en té rm in o s de teo r ía d e l co n o ­c im ien to y re cu rr ien d o al ejem p lo de la g eo m etr ía , h ace V ic o d e l principio_/tfn7/w e t v en a n con - v er tu n tu r .

P ara u n a c r ít ic a de ia in m ed ia tez com o co n cep to ju s t if ic a to r io en teo r ía del co n o c i­m ien to , cfr. T . \V. A d o rn o , M etak n tik d e r E rk enn tn istbeor ie , 1957.

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com un icac ió n , no hace derivar el m undo de la v id a de una co rrien te de v iven c ias in tenc ion ales, sino que lo concibe como plexo de productos sim bólicos en el sentido de un entrelazam iento de acciones com un ica­tivas. Pero entonces la facticidad de las pretensiones de va lidez im p li­cadas en esas m anifestaciones es parte esencial de la form a de ex isten ­cia del m undo de la v ida. Pues las «posiciones» apoyadas a la vez en la experienc ia y la trad ic ión y que se nos han im buido al crecer en nuestra cu ltu ra , no se refieren ya a objetos mostrados en la in tu ic ió n ; su leg iti­m idad sólo puede m ostrarse en térm inos discursivos, es decir, en un d iscurso fundante. En tales posiciones, dóxicas y no dóxicas, se an tic i­pa, no la posib ilidad del cum plim iento in tu itivo de una in tención , sino la posib ilidad de llegar a un consenso sin coacciones acerca de la le g it i­m idad de la p retensión de que se trate.

E sta consideración me rem ite una vez más a la idea de Husserl de una v ida en autorresponsab ilidad absoluta. Si con cada «posición» se asocia tam bién el in terés por desem peñar la pretensión de validez puesta, entonces hay que exp licar por qué el m undo de la v id a reposa sobre una ancha base de pretensiones no resueltas, sino sólo aceptadas fácticam ente . La un iversa l d ifusión de pretensiones de va lidez in ge­nuam ente aceptadas, aprob lem áticas y, sin em bargo, no acred itadas, ha sido a lo largo de la h isto ria característica básica de los m undos sociales de la v ida. Para una ilu strac ión tenaz de esas pretensiones, capaz de abarcar todo el espectro de ellas, Husserl no puede señalar, com o salta a la v ista , un in terés lo suficientem ente eficaz. De ah í que su ten tativa de poner en conex ión la tarea de la Fenom enología con la necesidad de una v ida filo só fica en absoluta autorresponsabilidad tenga más b ien el carácter de un postulado im potente.

T am bién una teoría de la sociedad, p lanteada en térm inos de co­m un icac ión habrá de p artir de que la pretensión de validez im p licada en una m an ifestac ión sim bólica sólo podrá tener consistencia fáctica m ien tras los hom bres estén convencidos de que tales pretensiones son susceptib les de fundam entarse. El hecho de que el m undo de la v ida descanse sobre una m asa de pretensiones de va lidez puram ente fácti- cas, cuya leg itim idad nunca se ha problem atizado y dem ostrado, se con v ierte entonces en un fenóm eno necesitado de exp licación . Es m e­nester una exp licac ión de cómo puede producirse y estab ilizarse la con­v icc ió n de que las pretensiones de validez de que se trate pueden de­sem peñarse, sin que tal convicción se vea acom pañada, de hecho, por las correspond ien tes tentativas de in ic ia r un exam en d iscursivo . Pues en los casos en que la pretensión no resistiese un exam en d iscursivo , esa confianza se reve laría como falsa conciencia. N ecesitam os, pues, una teo ría que exp lique cómo es posible que surja y se estab ilice la falsa concienc ia y, sobre todo: por qué es necesaria la form ación de ideo lo ­gías. Esta exp licac ión respondería a la vez la pregunta de si se da un in ­terés por la ilu strac ió n de la falsa conciencia. Si puede señalarse tal in ­

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terés por la ilu strac ión y fundam entárselo a p artir de las condiciones de reproducción de una rea lidad s im bólicam ente estructurada, para sa­tisfacerlo sería m enester (y eso cabe verlo de an tem ano) no una refle­xión fenom eno lógica sobre la h isto ria trascendental del nacim ien to de un m undo de la v ida , sino una tem atización , p rácticam ente cargada de consecuencias, de las pretensiones de va lidez que hasta entonces logra­ron sustraerse, no sólo de form a contingente, sino de form a s istem áti­ca, a un exam en discursivo.

Pero todo esto es correr dem asiado, hab ida cuenta del punto en que estaban nuestras consideraciones. He criticado el concepto de verdad como ev idencia y m ostrado que las m encionadas d ificu ltades podrían evitarse si sustitu im os el p lan team iento en térm inos de teoría de la conciencia por un p lan team iento en térm inos de teoría del lenguaje. Pero no he m ostrado por qué habría que e leg ir p recisam ente esto ú lt i­mo. Es lo que voy a tratar de hacer al h ilo de un segundo prob lem a que, junto con el de la inm anen te referencia del m undo de la v id a estructu­rado en térm inos de sentido a la verdad , se p lan tea a toda teoría de la generación de la sociedad. A nalizando los problem as con que chocan las ten tativas fenom enológicas de análisis de la in tersub jetiv i- dad resu ltará que no tenem os más rem edio que sustitu ir el prim ado de la in tenc ionalid ad por el p rim ado del en tend im ien to lin gü ís ­tico.

H usserl se ve confrontado c o n la sigu ien te tarea de construcción : ¿cómo puedo, en tanto que yo trascendental, constitu ir otro yo tras­cendental y a l tiem po experim entar com o otro yo precisam ente lo en mí constitu ido? Bajo los presupuestos de una teoría de la conciencia que parte de las operaciones con titu tivas de un yo m editante, en tend i­do (com o dice Husserl) como una m ónada, esta tarea es a todas luces paradójica. Por un lado, soy yo el que constituye al otro com o elem en­to de m i m undo, pero, en tanto que otro , no m e puede estar dado o rig i­n ariam ente en las operaciones constitu tivas que él ejercita, com o ten ­d ría que ser en p rin c ip io posible si el otro fuera en verdad algo consti­tu ido por m í. Pero esta paradoja tiene que poder responderse desde los propios m edios de la Fenom enología si es que se qu iere dar un sentido razonable a la expresión «m undo objetivo». Pues la ob jetiv idad del m undo qu iere decir que el m undo está ah í com o el m ism o m undo para todos los dem ás, ta l como yo lo constituyo para m í; el m undo consti­tu ido por m í tiene que ser uno , en tanto que objetivo, con el constitu i­do por todos los dem ás. Sólo me es dada com o objetiva la naturaleza que yo constituyo en las form as de autodonación idénticas para todos los demás. En este m undo objetivo pueden a su vez salirm e después al encuentro , en tanto que sujetos em píricos, los otros constitu idos p ri­m ero por m í: «Por tanto , lo p rim ero en serm e extraño (el p rim er no- yo) es el otro yo. Y esto posib ilita constitu tivam ente un nuevo ám bito in fin ito de lo extraño , una naturaleza objetiva y un m undo objetivo en

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estuviera a ili en lu ga r d e la corpora lidad-cu erpo extraño... en la apresentación del otro sus sistem as sin téticos son los m ism os, con todos sus m odos de aparic ión de los objetos, es dec ir, con todas las percepciones posibles y sus conten idos noem áticos; sólo que las percepciones reales y las fo r­mas de darse los objetos en e llas realizadas, y en parte tam b ién los obje­tos rea lm en te percib idos, no son los m ism os, sino que son com o apare­cen desde a ll í.» La rec ip rocidad de perspectivas funda la identidad del sistem a de form as en que m e aparecen los objetos con el del otro apre- sentado en térm inos de co rporalidad , y en e llo se constituye al tiem po el nosotros trascenden tal de las m ónadas com unitarizadas.

He expuesto la construcción de H usserl con la am p litud necesaria p ara poder d iscu tir las dos objeciones más im portantes que se le p ue­den hacer. A m bas v ienen a ser que Husserl tiene que in troducir de contrabando esa in tersub jetiv idad que no puede deducir bajo los p resu­puestos de la filosofía de la conciencia.

(ad a) H usserl tiene que poder exp licar por qué en m i m undo p r i­m ord ia l, en el que sólo un cuerpo destaca com o m i co rporalidad o r ig i­n ariam en te v iv id a , habría de poder se leccionar de la to talidad de todos los dem ás cuerpos un subconjunto de los cuerpos com o potenciales corporalidades de otros sujetos. H usserl fundam enta la posib ilidad de una transferencia apercep tiva de la experiencia de m i co rpo ralidad al cuerpo extraño señalando la sem ejanza percep tiva en tre am bos objetos; pero una re lac ión de sem ejanza en tre m i co rporalidad y los cuerpos ex­traños sólo podríam os perc ib irla tras haber quedado en situación de ob jetualizar nuestra prop ia co rporalidad com o ingred ien te de u n a n a­turaleza objetiva; en cam bio , la corporalidad sub jetivam ente v iv id a , y en tanto que sub jetivam ente v iv id a , es algo tan d istin to del cuerpo p er­cib ido , que d if íc ilm en te puede ofrecer un apoyo a una transferencia an a lo g iz an te ’5. Y de hecho tam poco Husserl se basa en esa re lac ión de sem ejanza. La ten tativa de in terp retar el cuerpo extraño com o corpo­ralidad tiene tam bién que poder acred itarse en que las apresentaciones sucesivas d iscurren de form a concordante: «La corporalidad v iv id a ex ­traña sólo se m an ifiesta realm en te com o corporalidad (con la co n ti­nu idad sufic ien te) en su conducta cam b ian te ,p e r o siem pre concordante, de suerte que ésta tiene su lado físico que se convierte en índ ice del p s íq u i­co, apresentándo lo ... y así en el cam bio continuo de fase a fase. La co r­poralidad es experim en tada com o corporalidad sólo aparen te , cuando no se produce tal co n cordancia»Y

¿Pero qué s ign ifica aqu í «conducta concordante»? O sólo m e están dados, y este es el supuesto, los m ovim ien tos observables de otros cuer­

•35 A. Sch ü tz («D as P ro b lem d er tran szen d en ta len In te rsu b jck tiv ita t bei H usser l», en P hil. R undschau , 5 , j a h r g , 1957 , 8 1 -1 0 6 ) re m ite en este co n tex to a jos co rre sp o n d ien tes estu d io s de S ch e le r , S a rtre y M crleau -P o n ty .

M C. M § 52 , p ág . 144.

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pos; y entonces pueden resultar a lo sum o regu laridades en la secuencia de estados de ese cuerpo, lo cual es v á lid o para cualesqu iera cuerpos de mi entorno. Y de ello no puedo obtener un c rite rio para d is tin gu ir can ­didatos a corporalidades. O entiendo la conducta de la o tra co rp o ra li­dad com o m anifestación sim bólica; pero entonces la coherenc ia de ¡a secuencia de gestos tiene que m edirse por reglas que fijan un sistem a de sím bolos y determ inan qué rasgos físicos han de v a le r com o signos y qué sign ificados pueden atribuirse a esos signos y en qué situaciones de uso. Com o «gestos» sólo puedo en tender los m ovim ien tos del otro cuerpo, a aprehender en térm inos analóg icos, si ya existe un co n o ci­m iento intersubjetivo de una p rov isión de signos y de un léxico . La m era «concordancia» de apresentaciones sucesivas no va le com o c r ite ­rio de delim itación . Y tengo la im presión de que H usserl se engaña so­bre la verdadera fuerza de su p rim er argum ento porque con el concep­to de apresentación an tic ipa o da ya por supuesto lo que tend ría que em pezar consiguiéndose con la ayuda de él. En las M editaciones C artesia ­nas este concepto sólo se in troduce en el sentido de u n a asociac ión de un objeto perceptib le con un objeto no percep tib le . Pero im p líc itam en ­te Husserl se basa ya en un sign ificado más am p lio que le v iene sugeri­do por anteriores consideraciones (desarro lladas en las Investigaciones L ógicas y en las Ideas). La apresentación es im p líc itam en te concebida como representación de un s ign ificado por una expresión sim bó lica , en este caso por una expresión ligada al cuerpo. Pero no es líc ito p resu­poner tal función sem ántica específica del lenguaje, si de lo que se trata es de explicar la em ergencia de una re lac ión in tersub jetiva en tre m í y otro sujeto, relación que es la que hab ría de em pezar haciendo posible al en tend im iento a través de sím bolos.

(ad b) Tam bién en el segundo paso de su argum en tac ión in curre H usserl, si no me equivoco, en una p e t i t i o p r i n c i p a pues parte con razón de que un m undo intersubjetivo de sujetos com un itarizados se produce por el entrelazam iento recíproco de perspectivas, en el que todos los partic ipantes aprehenden, así a los dem ás, com o tam b ién a la n a tu ra le ­za, desde el propio punto de v ista al tiem po que desde los puntos de vista v irtualm ente adoptados de cua lq u ier otro sujeto posible, co n stitu ­yendo asi com unitariam ente un m undo objetivo . Pero curiosam ente Husserl sólo lleva a cabo la construcción hasta el pun to en que yo, el m editante, me pongo en el lugar de la in te r io r id ad ap resentada del otro e iden tifico su m undo con mi m undo. S in em bargo , un m undo com ún sólo se constituye m ediante una re lac ión s im étrica que perm ita igu a l­m ente al otro ponerse en m i lugar, es dec ir, ponerse en el lugar de la in ­terio ridad apresentada a é l & id en tificar m i m undo con el suyo. Pero H usserl no puede constru ir esta rec ip roc idad com pleta, porque en el p lan team iento fenom enològico el yo m ed itan te cuya sub jetiv idad es siem pre el ú ltim o horizonte posible de acred itac ió n , im pone una asi­m etría en tre m í y el otro de que se trate. E l yo del fenom enó logo m an­

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tiene siem pre duran te la autoobservación la función de un proto-yo previo .

En todo e llo las d im ensiones del «aqu í» y el «a llí» se em plean en un doble sentido que tiene im portantes consecuencias p ara el curso de la argum entación . «A qu í» y «a llí» anclan de entrada perspectivas espacia­les ligadas a la corporalidad . Pero como me es posible ocupar v ir tu a l­m ente todos los lugares posibles, puedo, incluso ya en m i m undo p r i­m ord ia l, es dec ir, antes de que aparezca en escena otro yo, desligar las perspectivas espaciales de su centración en m i corporalidad y objeti­varlas com o coordenadas espaciales. «Esta condición tiene en tre otras cosas que cum p lirse para que un cuerpo extraño pueda ser ap rehend i­do “por an a lo g ía” con m í corporalidad v iv ida .» Pues b ien, H usserl su­pone que es la lib re variac ión de la perspectiva espacial la que hace tam b ién posib le ' ese intercambio de perspectivas del m undo social, que tenem os que hacer si querem os constitu ir un m undo intersubjetivo. No se percata de que las coordenadas espaciales dentro de las cuales re- lativ izo las perspectivas del aqu í y el a llí centradas en la corporalidad , sólo pueden sum in istrar el m arco de referencia para la percepción mo- no lóg ica de cuerpos en m ovim iento , m ientras que el «aqu i» y el «a llí» , com o aquellas perspectivas de m undo in tercam biables a p artir de las cuales los otros m e salen al encuentro en el marco de un m undo in ter­subjetivo y yo salgo al encuentro de los otros, cobran un sign ificado d istinto : sólo son perspectivas espaciales en un sentido m etafórico. Sólo pueden in tercam b iarse bajo el supuesto de que se haya establecido ya una rec ip rocidad com pleta entre todos los sujetos partic ipantes y se hayan objetivado en perspectivas de un mundo social com ún. En lugar de espacio fí s ico tenem os aquí espacio social. A lfred Schütz se percató de esta deb ilidad de la argum entación de Husserl: «A un aceptando la teo­ría husserliana de la constitución del otro, conform e a la cual, en v ir ­tud de transferencia apresentativa, tu corporab ilidad que se acred ita en mi esfera p rim o rd ia l conduce para mí a la constitución de tu com pleta vida an ím ica y, en u lte rio r consecuencia, de tu ego trascendental, aun adm itiendo la suposición no efectuada por Husserl de que de form a análoga tú, partiendo de la aparic ión de mi corporalidad en tu esfera p rim o rd ia l llegas a la constitución de mi com pleta v ida an ím ica y de mi yo trascenden ta l, aun suponiendo tal cosa, todav ía no se ha funda­do n inguna com un itarización trascendental, n ingún nosotros trascen­dental. A l con trario : cada ego trascendental tiene ahora su m undo en el que constituye para si a todos los demás sujetos, incluyéndom e a m í, conform e a su ser y sentido, pero los constituye para sí y no a la vez para todos los dem ás egos trascendentales»17. U na com unitarización trascenden tal, inc luso bajo los m encionados presupuestos, sólo puede producirse en el absurdo sentido de que hay com unitarizaciones para

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m í y com unitarizaciones para los dem ás sin que éstas tuv ieran que co inc id ir o concordar. La generación de una experiencia in tersub jeti­vam ente com unitarizada, que sea idén tica para m í y para todos los de­más, no puede hacerse p lausib le por esta v ía. En su escrito sobre la C ri­sis de la s ciencias europeas hab la inequívocam ente Husserl de la «pecu liar soledad filosófica» en que, al p racticar la epoché, al abandonar la actitud natu ral, se sume el fenom enólogo: «La epoch é la efectúo yo, y aun cuan ­do haya varios que incluso en efectiva com unidad conm igo practiquen la epoché, en esa epoch é que practico todos los demás hom bres con su en ­tera v ida-acto quedan inclu idos para mí en el fenóm eno del m undo, que en la epoch é es exclusivam ente el m ío .» Esta ex igencia m etodológica básica inheren te a una filosofía de la conciencia que con la reflexión so litaria parte de las operaciones de la prop ia subjetividad de quien la esté p racticando excluye por p rinc ip io que los otros constitu idos por mí y para m í puedan guardar in actu conm igo la m ism a relación que yo guardo con ellos com o objetos in tencionales míos. A ntes b ien , en mi predom in io como yo fundante, me veo m etodológicam ente obligado a afirm arm e frente a todos los demás yoes que garan tizan la intersubjeti- vidad de m i m un do ’8.

U na experiencia com unitarizada intersub jetivam ente en sentido estricto no puede pensarse sin el concepto de un sentido com unicado, «com partido» por d iversos sujetos. Los sign ificados idénticos no se for­m an en la estructura in tencional de un sujeto so lita rio situado frente a su m undo. Sólo en la va lidez idén tica que poseen para diversos sujetos cabe afirm ar, en algún sentido in te lig ib le , que los sign ificados cobran identidad . Para exp licar la iden tidad de las convenciones sem ánticas W ittgenste in propuso com o m odelo las reglas, que a lo menos han de poder segu ir dos sujetos. M ead recom ienda com o m odelo el «ro l», que fija p ara al m enos dos sujetos expectativas de com portam iento recíp ro­cam ente in tercam biab les. Conceptos como «regla» o «ro l» tienen de antem ano que in troducirse por referencia a una re lac ión entre sujetos. E v itan com o concepto básico esa conciencia p rivada que sólo a p o s te ­riori en tra en contacto con otras conciencias. Los conceptos básicos quedan articu lados aquí de suerte que la re lac ión intersub jetiva no pue­de entenderse si no es pensándola con juntam ente con el em pleo de ex­presiones sim bólicas por los sujetos capaces de lenguaje y acción . Las teorías de la com unicación gozan de la ventaja de p artir de inm ediato de la re lac ión in tersub jetiva que las teorías de la constitución tra tan en vano de deducir a p artir de las operaciones de la conciencia m onádica. Pero, eso sí, se ven después ante la tarea de exp licar en térm inos de teo­ría de la com unicación las v ivencias subjetivas a que cada yo tiene un

38 «Y o , en tan to que p ro to -yo , con stituyo m i ho rizo n te de o tros (su jetos) tran scen d en ta ­les com o co-sujetos de la in tersu b je tiv id ad tran scen d en ta l co n stitu id o ra del m u n d o », Krisis,¡bid.

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acceso p riv ileg iado . T am bién ha de poder exp licarse dentro de ta l teo­ría de la com un icación en el lenguaje o rd inario la constitución de los objetos de la experiencia posible acerca de los que nos entendem os. T oda esta p rob lem ática voy a d iscu tir la va liéndom e del ejem plo de la teoría de los juegos de lenguaje de W ittgenstein .

T e r c e r a l e c c i ó n

De las teorías de la sociedad planteadas en térm inos de consti­tución a las planteadas en térm inos de com unicación (Sellars y W ittgenstein). Uso com unicativo y uso cognitivo del lenguaje

V oy a em pezar, pues, a desarro llar el m arco categoria l de una teoría de la sociedad p lan teada en térm inos de teoría de la com unicación . Para e llo me voy a serv ir com o h ilo conductor del concepto de juego del lenguaje de W ittgenste in . En cam bio , la h isto ria cuasitras- trascendental de la em ergencia de la in tenc ionalid ad , que ofrece W il- fried Sellars, perm ite ver con especial c laridad los problem as lím ite con que tropieza una teoría de la concienc ia a la que se ha dado un giro en térm inos de lógica del lenguaje. Sus o rig in a les consideraciones adoptan una pecu lia r posición in term ed ia entre teo ría de la constitu ­ción y teoría de la com unicación .

Sellars d istingue entre actos de conciencia , que tienen un co n ten i­do sensib le o un conten ido conceptual (percepciones y ju icios), esos conten idos m ism os (los objetos o estados de cosas a que se d irigen la percepción y el ju ic io ), y los objetos existentes (o cosas en sí). Estas d is­tinciones, hechas con v istas a sostener una posición realista en m ateria de conocim iento , no co inciden , por tanto , n i con las determ inaciones lóg ico-trascendentales de K ant ni con las de H usserl. Pero en cua lqu ier caso lo que Se llars llam a conten í corresponde con bastante exactitud al objeto in tenc ional de H usserl, y los represen tings a actos in tencionales. Se ílars quiere ac lara r cóm o es posible que m últip les actos de co n c ien ­c ia particu lares puedan tener un conten ido que es uno y el m ism o; pues sólo la iden tidad del s ign ificado da razón de la in tersub jetiv idad de un pensam iento que, aunque sea pensado por d istin tas personas o por una persona en d istintos m om entos, sigue siendo el m ism o pensam ien to35.

35 D ejo, po r el m o m en to , de lado la cu estió n de cóm o es po sib le q ue e l m ism o co n ten id o en u n c ia t iv o pueda c o n v e n ir a m uch as cosas d is t in ta s : «S i ad m itim o s un co n ten id o “e n ” m u ­chos rep resen tin gs, ¿p o r q ué no a d m it ir un a tr ib u to " e n ” m uch as cosas: p la to n ism o p ara las co ­sas, a s i com o p la to n ism o p ara los p en sam ien to s?» (W . S e lla rs , Science, P er cep t ion a n d R ea iit j ,

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«Pues ¿qué sign ifica después de todo que el con ten ido exista “en” los “representigs”?»40. Para responder a esta cuestión Se llars no cam bia sim plem ente del p lano de la teoría de la con c ien c ia a l p lano del análisis del lenguaje, pero hace la propuesta de ac la ra r la re lac ión que se da en ­tre los actos de conciencia y su con ten ido de pensam ien to , s irv iéndose del modelo lingüístico de la re lac ión en tre expresiones lin gü ísticas y su conten ido semántico. La pregunta de H usserl: «¿C óm o está dado un objeto en la corriente de las v ivencias in tenc ion ales?» puede entonces su titu irse por la pregunta: «¿Cóm o queda s im b ó licam ente expresado un sign ificado m ediante un signo l in g ü í s t i c o ? » E l sentido en que h a ­blam os de «contents o f representings» o de «conten ts ex istin g in repre- sentings» o de «m ental episodes represen tin g in tensions», ha de ac lararse por referencia al sentido en que hab lam os de «m ean ings o f expressions» o de «m eanings ex isting in expressions» o de « lin gu is tic episodes stan - d in g fo r , o r expressing in tensions». Los actos de con c ien c ia y sus co n ten i­dos han de explicarse con la ayuda del m odelo que representan las ex­presiones lingü ísticas y sus sign ificados; los actos in tenc ion ales han de tratarse como si hubiera sólo in tenciones cuyo sentido , com o hem os supuesto en nuestra p rim era lección , hub iera de poder en co n trar s iem ­pre una expresión sim bólica.

Partiendo de oraciones susceptib les de verdad , in vestiga Se llars el sentido de los estados de cosas que quedan reflejados en o raciones enunciativas y que pueden ser el caso o no ser el caso («do or do not ob- ta im »); después, el sentido de las d eterm inac iones genera les que se p re ­sentan en form a de expresiones p red icativas y que están encarnadas o no en un objeto existente («are or are not exem p lified »); y f in a lm en te el sentido de aquellos objetos que v ienen representados en constantes in ­d iv iduales o descripciones defin idas y que existen o que no ex isten («do or do not ex ist»)42. A la relación que se da entre una expresión lin g ü is ­tica y e l sentido sim bolizado en e lla llam am os re lac ión de sign ificado . Pues b ien , Sellars propone un e legan te cam ino para ap rehender con más exactitud esa relación de s ign ificado . A toda expresión , ya sea ex­presión de estados de cosas, de determ inaciones genera les o de objetos, podemos ponerla entre com illas para s ign if ica r que no nos estam os re­

N ueva Y o rk , 1968, pág. 62 ). En o tro pasaje (pág . 9 2 ) h ab la S e lla rs de u n a in m a n e n c ia del co n ten id o en los actos de co n c ien c ia (in -e s s e de los a tr ib u to s en los rep resen tin g s) y de in m a n e n ­c ia del co n ten id o en las cosas m ism as ( in -e s s e d e los a tr ib u to s en las co sas).

4(1 Loe. c it ., pág. 62.41 P resc in d o de que de an tem an o S e lla rs in te rp re ta los acto s de c o n c ie n c ia en té rm in o s

ob je tiv ista s , es decir, com o ep isod io s m en tales ; «S i a lg o que o cu rre o t ie n e lu g a r h a de co n ta r com o un ep iso d io , en to nces siem p re que un ob jeto p asa de ten e r un a d isp o s ic ió n a ten e r o tra , e l cam b io es un ep iso d io » (loe. c it ., pág. 72). E l p re ju ic io f is ic a lis ta de S e lla rs se exp resa en que tan to a los actos de co n c ien c ia com o a los p ro ceso s en e l m u n d o los en tien d e com o p ro ­cesos n a tu ra le s ob jetualizados.

42 L o e. c it ., pág. 64.

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firiendo a la expresión concreta en una determ inada lengua, sino que esa expresión representa todas las expresiones posibles que en lenguas com parab les tienen un papel exactam ente análogo al que tiene la ex­presión dada en «nuestra» lengua. En una partida de ajedrez hablam os del «rey» en el sentido de que con los reyes, no im porta en que figuras o signos estén realizados, se pueden hacer determ inadas jugadas y no otras. A sí, puedo en trecom illar la expresión p red icativa que aparece en la oración : «el v ino es rojo», para dar a entender que «rojo» en caste lla­no tiene la m ism a función que red en inglés, rouge en francés y rosso en ita lian o , etc. La re lac ión de sign ificado se da, no entre la palabra caste­llan a «rojo» y la c lase de todos los objetos rojos, sino entre e lla y el sen­tido abstracto «rojez», que sólo resulta de la form a y m anera como yo em pleo «ro jo» en castellano y las expresiones análogas a «rojo» en todas las dem ás lenguas (com parables). Las com illas son, por tanto, aquí re­ferencias m eta lingü ísticas a l contexto norm al de uso de una expresión dentro de un sistem a lingü ístico ; d irigen la m irada al sign ificado idén ­tico para el que en todo sistem a lingü ístico com parable existen expre­siones que cum p len un rol análogo: «Sócrates es sabio» es un estado de cosas que en caste llano es reflejado por la oración «Sócrates es sabio», y en a lem án por la expresión «Sokrates ist weise» (y otro tanto vale para las determ inac iones pred icativas y las constantes relativas a in d iv i­duos). E xpresiones como «sabio» y «Sócrates» se refieren a la función que estas palabras tienen en castellano, y expresiones de rol análogo tienen en lenguas com parables.

Para este paso abstractivo Sellars tiene que apoyarse tác itam ente en la experienc ia herm enéu tica básica de que toda oración de un lenguaje natu ra l puede en p rinc ip io traducirse a cualqu ier otra lengua. Pero cu ­riosam ente se sirve del concepto del rol o función que las expresiones cum plen en un sistem a de lenguaje, sin someter este concepto a u lte ­rio r desarro llo (o em plearlo al menos en el sentido exp líc ito que, por ejem plo, W ittgenste in dio a esos conceptos claves en su análisis de los juegos del lenguaje). Sellars trata la abstracción de expresiones de igual s ign ificado com o una operación lógica y no como el ejercicio de un arte herm enéutico necesitado de explicación en térm inos de filosofía del lenguaje41. Esto se venga, como trataré de m ostrar brevem ente, en la e jecución del program a propiam ente dicho, al que habría de serv ir esa propuesta de com parar los contenidos de los m ental ep isodes con los sign ificados de los speecb episodes.

A la tarea husserliana de dar razón de la intersub jetiv idad en térm i­nos de filoso fía del sujeto Sellars le da un giro en térm inos de lógica del lenguaje. T rata de m ostrar que el lenguaje in tencional en que nos en ­tendem os sobre nuestros deseos, pensam ientos, esperanzas y sen ti­m ientos pod ría haber surgido de un lenguaje exento de expresiones in-

C fr., sin em b a rg o , ioc. c it ., pág. 293.

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tencionales, d igam os, de un lenguaje em pirista. Su construcción se deja guiar por la idea básica de que las expresiones in tencionales represen­taron o rig in ariam en te conceptos básicos h ipotéticam ente in trodu ci­dos de una teoría conform e a la cual las reacciones com portam entales observables de organism os pensantes, sentientes y vo lentes, hay que entenderlas como estados finales de determ inados procesos que parten de episodios in ternos o estados de conciencia. Esta teoría se basa en el supuesto de que los episodios observables en el p lano de la articu lac ión lingü ística se com portan respecto de los episodios in ternos subyacen­tes, es decir, de las in tenciones, exactam ente igual que las expresiones lingü ísticas respecto a sus sign ificados. U na vez que ta l teoría fue h a lla ­da, logró acred itarse tan b ien, que hoy pertenece,, a l repertorio de los procesos de socialización en la p rim era niñez. La v iven c ia in tencional del otro yo, an taño un constructo teorético , se ha convertido m ientras tanto en una rea lidad que se da por descontada y que todos rec íp roca­m ente suponen.

No voy a tra tar de som eter a exam en la consistencia de la construc­ción de Sellars en todos sus detalles; en nuestro contexto sólo nos in te­resa aquel fic tic io estado de naturaleza en que los sujetos, lo m ism o que en el m undo p rim ord ia l de H usserl, están dotados de p lena v ida de conciencia , pero privados de todo tipo de re lac ión in tersub jetiva. D is­ponen de un lenguaje que puede utilizarse para fines descrip tivos, en el que, adem ás de las partícu las lógicas, sólo se perm iten expresiones para sucesos observables (localizab les en el espacio y el tiem po). Este len ­guaje em p irista puede utilizarse para fines cogn itivos, por ejem plo, para la form ación de hipótesis sobre los procesos naturales, pero no para fines com unicativos. Se llars tiene que hacer esta reducción si el estado in ic ia l ha de exclu ir por un lado relaciones interpersonales y, sin em bargo, p erm itir la ex istencia de un lenguaje. Esta cond ición es necesaria porque la postulada teoría de la conciencia del pró jim o ha de estar articu lada conform e a un m odelo lingü ístico , es decir, exige tam ­b ién el conocim iento de relaciones de sign ificado . Pues b ien , lo que afirm o es que tal lenguaje disociado de su uso com un icativo , es decir, ta l lenguaje com pletam ente m onológico no puede pensarse consisten­tem ente como lenguaje.

Los usuarios so litarios del lenguaje, que Sellars in troduce, tienen que poder d isponer de sign ificados idénticos de palabras y oraciones sin poder ejecutar em pero ni un solo acto de hab la frente a los demás hablantes. Para poder a is lar ta l «non perform atory stratum o f lingu is- tic b eh av io r»44, es decir, « la función ep istém ica del lenguaje en contras­te con su papel realizativo en las relaciones in terpersonales». Sellars d istingue entre actions, que en todo m om ento pueden repetirse con vo ­lun tad y conciencia, es decir, pueden repetirse in tenc ionalm en te , y pu­

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ras reacciones (a c ts ) que acaecen de form a no in tenc ional. Los usuarios m ono lógicos del lenguaje de Sellars sólo pueden p roducir actos, suce­sos lingü ísticos: sus v ivenc ias , pensam ientos, sentim ien tos y deseos in ­tencionales, si en este estadio no querem os ya suponer el lenguaje in ­tenc iona l cuyo nacim ien to hay que exp licar, sólo pueden articu larse en « lo cu tion ary non-actions», en un com portam iento lin gü ístico reac ti­vo: «Estos episodios o actos no pueden contar com o acc io n es»45. Por otro lado, tal com portam iento lingü ístico tiene que p erm itir ya expre­sar s ign ificados idén ticos; pues de otro modo ese R obinson , tan ocu­rren te en lo tocante a desarro llar teorías, no d ispondría de n ingún m o­delo adecuado que le p erm itiera ac larar la re lac ión entre los episodios observables del otro yo y sus episodios in ternos (teó ricam ente postu la­dos). Para hacer frente a esta d ificu ltad Sellars d istingue en tre «ru les of perform ances» y «ru les o f c r it ic ism »4<\

Las reglas por las que orientam os nuestra acción estab lecen lo que debe hacerse (ought to do): en am bio , las reglas de en ju ic iam ien to sólo sum in istran los criterios p ara dec id ir si algo corresponde de hecho a una regla o no (ought to be). P ara poder m antener en el caso de una u tilizac ión m ono lóg ica del lenguaje la iden tidad de sign ificados y con ello el carácter de lenguaje en genera l, sólo son m enester reglas de en ­ju ic iam ien to (rules o f critic ism ), pero no reglas atinentes a la ejecución de acciones (rules of perform ance). Pues con estas reglas se habrían in ­troducido , por lo dem ás, de contrabando las in tenciones que en nues­tro fic tic io estado de naturaleza no pueden todav ía aparecer: «Com o el pensar en voz alta , y los actos m entales m odelados conform e a e llo , de los que nos hem os ocupado hasta aqu i, no son acciones, hem os subra­yado la d istinc ión entre rules of perform ance y rules o f critic ism . Las no acciones, al igual que las acciones, están sujetas a tales rules o f cn ti- cism , y las no acciones lingü ísticas, en que aqu í estam os pensando, no son excepciones a este respecto. Las rules o f cr it ic ism lin gü isticas t ie ­nen un papel clave en el desarro llo , m an ten im ien to y m ejora de nues­tro carácter lin gü ístico , asegurando por tanto la ex istencia de u n ifo r­m idades sem ánticas, que constituyen el núcleo descrip tivo de un hab la dotada de sen tido »47.

Es com prensib le la coacción que, en punto a estrateg ia conceptual, ob liga a Se llars a in trodu c ir estas d istinciones, pero las d istinciones m ism as no son en modo a lguno p lausib les. Pongo en duda que la id en ­tidad de sign ificados puede sólo asegurarse sobre la base de un dom in io m onoiógico de criterio s de au toen ju ic iam iento del com portam iento lingü ístico : a llende eso, pongo en cuestión que sea posible en genera l en ju ic iar si un com portam iento dado corresponde a los criterios de un

« Ibíd.

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com portam iento regido por reglas sin poseer al m ism o tiem po la com ­petencia de seguir tam bién uno m ism o esas reglas. R ecordem os el fa ­moso argum ento de W ittgenste in que excluye la p o sib ilid ad de que su­jetos so litarios puedan seguir para sí solos una reg la: «Creer seguir una regla no es seguir (efectivam ente) la reg la. P or eso, no se puede seguir pn va titn una regla, pues entonces creer segu ir la reg la sería lo m ism o que seguir la reg la»A W ittgenstein parte de la considerac ión de que el uso de la palabra «regla» va entrelazado con el uso de la p alab ra «igual» . Un sujeto A , sí sigue una regla, sólo puede segu irla de m odo que, pres­c ind iendo de c ircunstancias con tingen tes cam b ian tes , siga la m ism a regia. El sentido de una reg ia im p lica que lo que A pone a la base de su o rien tación perm anezca igual. Pero entonces al m enos otro sujeto B tiene que poder com probar si en un caso dado A sigue rea lm en te la p retend ida regla. A tiene que estar en situ ac ión de poderse desv iar de la reg la y com eter sistem áticam ente faltas; a l m ism o tiem po B tiene que poder reconocer y c rit icar esas desviaciones com o errores sistem áticos. Sólo cuando se cum plen estas dos cond ic iones, es id én tico para los dos sujetos el sign ificado que se expresa en la reg la — aunque no sólo para estos dos determ inados sujetos; sino para todos los sujetos capaces de lenguaje y de acción que puedan adop tar el papel de A y B.

E l «punto» de esta consideración es que yo m ism o no puedo estar seguro de si sigo una regla si no se da una s itu ac ión en la que poder ex­poner m i com portam iento a la crítica d e otro y lleg a r con ese otro a un consenso. Pero tal capacidad de crítica por parte del o tro presupone a su vez que el otro dispone de la m ism a com petencia de reg la de que d is­pongo yo. Pues, ¿en qué consiste la in tersub jetiv idad de la va lid ez de la regla? B sólo puede em prender la ex ig id a com probación del com porta­m iento gobernado por reglas de A , si, llegado el caso , el uno puede m ostrar al otro que ha com etido uria fa lta , es decir, si en caso necesa­rio, puede llegar a un acuerdo sobre el correcto em p leo de la reg la. B puede, por ejemplo, asum ir el papel de A y m ostrar a A qué es lo que ha hecho m al. En este caso A adopta el papel del crítico que en caso nece­sario justifica a su vez su com portam iento o r ig in a ! m ostrando que B está haciendo una falsa ap licación de la reg la. S in esta posib ilidad de c rítica recíproca y de m utua in strucción conducente a un acuerdo , es decir, sin la posibilidad de un en tend im ien to sobre la reg ia por la que ambos sujetos, a l seguirla, orien tan su com portam ien to , no podría h a­blarse en absoluto de «la m ism a» regla; sin la p o sib ilid ad de un segu i­m iento intersubjetivo de reglas, un sujeto so lita rio n i s iqu iera podría d isponer del concepto de regla.

Con el análisis del concepto de «segu ir una reg la», W ittgen ste in de­m uestra que la com prensión de s ign ificados idénticos presupone con ­ceptualm ente la capacidad de p artic ip ar en una p rác tica púb lica con a

48 Philosopbiscbe Uutersucbungen, § 202 .

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lo menos otro sujeto, para lo cual todos los partic ipantes han de ser ca­paces tanto de un com portam iento regido por reglas como de en ju iciar criticam ente ese com portam iento . Un sujeto aislado , que adem ás sólo d ispusiera de una de las dos m encionadas com petencias, no podría do­m inar convenciones sem ánticas4’ .

Los usuarios m onológicos del lenguaje que pueblan el estado de na­turaleza de Se llars deben saber qué s ign ifica que una palabra o una o ra­ción tengan s ign ificado . T ienen que estar en situación de averiguar por com paración los papeles idénticos que las expresiones de igual s ign if i­cado juegan en las d istin tas lenguas, es decir, de averiguar sign ificados abstractos — «com parando las funciones que éstas cum plen con las funciones que cum p len las expresiones del lenguaje base»511. En el m is­mo sentido hab la tam bién W ittgenstein del papel que asum en las p a la ­bras en una len g u a51. Pero W ittgenstein m uestra que los sistem as de lenguaje dentro de los cuales las palabras (u oraciones) pueden desem ­peñar funciones com parables, tienen un carácter púb lico y ex igen siem pre la in teracc ión de varios sujetos. Si los usuarios m onológicos del lenguaje de Se llars pudiesen en efecto iden tificar sign ificados, ten ­d rían que estarse m oviendo ya en el p lano del en tend im ien to in tersub­jetivo , y esto qu iere decir tam bién: en el lenguaje in tencional que h a­bría de em pezar siendo deducido a p artir del fic tic io estado de natu ra­leza. C iertam en te que Sellars ev ita la idea de H usserl de una teoría del sign ificado en térm inos de in tencionalidad exenta de lenguaje, pero la idea de W ittgen ste in de que «expectativa y cum plim iento se tocan en el lenguaje (y sólo en e l lenguaje )»52 sólo la acepta Sellars para desligar el lenguaje de la form a de intersubjetiv idad del en tend im ien to , que le es inheren te . Y en esta paradójica tarea de una fundam entación de la in ­tersub jetiv idad en térm inos de un uso fnonológico del lenguaje Sellars fracasa exactam ente igual (y por razones sim ilares) que hab ía fracasado H usserl en su ten tativa análoga. Un uso m onológico del lenguaje, com o el p rop io térm ino «m onológico» avisa, sólo puede concebirse com o caso lím ite del uso com unicativo del lenguaje, pero no com o su fundam ento posible.

Por el con trario , W ittgenstein efectuó sin vacilac ió n alguna el paso desde la filo so fía de la conciencia a la teoría del lenguaje. T rata de en ­trada a los conten idos in tencionales con independencia de las v iv en ­cias in tencionales. De entrada nada tienen que ver con actos de con­c ien c ia o ep isodios internos: en el lenguaje m ismo se tocan in tención y cu m p lim ien to de la in tención . Como ejemplo señala W ittgenste in una

C fr. P. W in c h , The I d ea o j a S ocia l S cience, L o ndres, 1958, págs. 24 -44 , tam b ién H. J . G ie- g e l. D ie L ogik d e r see lisch en E reign isse, F ran cfo rt, 1969, págs. 9 8 -10 8 , 1 12, 134.

50 S e lla rs (1 9 6 8 ) , pág . 128.51 P o r e jem p lo , PhiL U n!., § 182.52 Phil. U n !., § 445 .

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tarea aritm ética y la operación que resuelve esa tarea: «D e la expectati­va al cum p lim ien to el paso es una cuen ta»53. Otro tanto ocurre con las oraciones. De una oración im perativa es de donde hay que in ferir la acción que puede considerarse como cum plim ien to del m andato , y de una oración en un ciativa el hecho que la hace verdadera. In tención y cum plim ien to pertenecen a la g ram ática de la oración: «En la m edida en. que el sign ificado de las palabras se hace patente en la expectativa cum plida, en el deseo satisfecho, en la observancia del m andato , etc., se m uestra ya en la prop ia exposición lin gü ística de la expectativa, etc. Queda pues com pletam ente determ inado en el m arco de la teoría del lenguaje»54. E l sentido de la oración no es neum ático ; no se lo ac lara poniéndolo en re lac ión con in tenciones o con actos donadores de sig ­n ificado: antes b ien, es el sentido de las in tenciones el que, a la inversa, sólo puede precisarse por referencia a l sentido de las oraciones: «E l sentido de la oración no es n ingún a lm a»55. A lgo es una oración sólo en una lengua; entender una in tención sign ifica , por tanto , entender el papel de una oración en un sistem a de lenguaje. Pero, ¿en qué sentido cabe hab lar de un sistem a de lenguaje?

Como es sabido, W ittgenste in se sirve de un m odelo: el lenguaje es como un juego55. E l concepto de juego lo in troduce W ittgenste in v a ­liéndose de ejemplos. El p rim er grupo de ejem plos lo constituyen cálculos sencillos que pueden hacerse con la ayuda de signos y reglas de uso para la com binación de signos. El ejem plo repetido una y o tra vez es la serie de los núm eros naturales. O tro grupo de ejem plos lo consti­tuyen los juegos de los n iños, que tienen la ventaja de que activ idades de varios partic ipantes tienen que concertarse una con otras. E l tercer grupo de ejemplos lo constituyen los juegos de sociedad, y en general juegos estratégicos com o el ajedrez, los juegos de naipes, etc. A l com pa­rar las reglas gram aticales con reglas de juego em piezan a destacar so­bre el difuso transfondo del hab la y de la acción co tid iana plexos que se rep iten estereotíp icam ente: es a lo que W ittgenste in llam a juegos de lenguaje. Pues b ien , voy a m ostrar cuáles son las ventajas que el análisis de los lenguajes naturales puede extraer de este m odelo de los juegos, pero tam bién : qué lím ites im pone este m odelo al análisis del len- guaje.

El m odelo del juego d irige la m irada del an a lítico a in teracciones lingü ísticam en te m ediadas que se han convertido en hábito. W ittgens-

53 Phil. G ram m aíik , § 111.54 Ib id ., § 45 .55 Ib id ., § 84.56 «N ad ie n egará que el es tu d io de lo que son las reg las de juego hab rá de re su lta r ú til para

el estud io de las reg las g ram atic a le s , pues no h ay duda de q ue gu a rd an a lg ú n tipo de s im ilitu d . Lo co rrec to es, po r tan to , s in ju ic io s p rev io s o sin p re ju ic io s , re cu rr ien d o a la an a lo g ía ex is­ten te en tre g ram átic a y juego , y só lo gu iado s po r el seguro in s tin to de que se da a lgú n tip o de p a ren tesco , p asar a co n s id e ra r las reg las de juego .» ( Ib id ., § 134 .)

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te in pasa por alto la d im ensión p rop iam ente lin gü ís tica de las reglas conform e a las que se generan cadenas de térm inos, en favor de la d i­m ensión p ragm ática de las reglas conform e a las que se producen las com unicaciones entre los hablantes. La «gram ática» de un juego de len ­guaje no debe confundirse por tanto con la g ram ática de una lengua. Esa g ram ática com prende las reglas conform e a las cuales se generan tam bién situaciones de en tend im ien to posible: la estructura de un jue­go de lenguaje estab lece cóm o puede em plear oraciones en m an ifesta­ciones susceptib les de consenso. Si W ittgenste in hub iera desarro llado una teoría de los juegos del lenguaje, ésta hub iera ten ido que adoptar la form a de una p ragm ática un iversa l. Este p rogram a teórico que por m i parte voy a tra tar de in trod u c ir y recom endar com o base para una teo­ría de la sociedad en térm inos de teoría de la com unicación , W ittgen s­tein n i s iqu iera lo tom ó en consideración ; nunca consideró el análisis g ram atica l de los juegos del lenguaje como una em presa teorética, sino sólo com o un proced im ien to a d hoc que se sirve de com unicaciones in ­d irectas, es decir, de descripciones que, desde un punto de v ista teo réti­co, no serían en rea lidad perm isib les, para, con in tención terapéutica, hacer conscientes a los hab lan tes del funcionam iento de sus juegos de lenguaje. La g ram ática de un juego de lenguaje (es decir, el conjunto de reglas conform e a las cuales pueden form arse m anifestaciones suscep­tib les de consenso), esta g ram ática , d igo , se muestra e lla sola, no es posi­ble desarrollarla en el sentido de una exposición teo rética57. A ntes de vo lver sobre esta renuncia a toda teoría , voy a señalar tres aspectos bajo los que W ittgenste in se sirv ió del m odelo del juego para analizar los lenguajes naturales.

1) Del m odelo del juego le in teresa ante todo a W ittgenste in el sta tus de las reglas de juego y la com petencia de los jugadores que dom i­nan ta les reglas. Las reglas de juegos estab lecen los signos perm itidos y las operaciones que podem os efectuar con esos signos. A ellas tenem os que recu rrir si no sabemos qué «sign ifican» una figura o una jugada o m ovim ien to con la figura. L a teoría del s ign ificado com o uso, que dice que el s ign ificado de una palab ra o de una oración es el papel que cum ­p len en e l cálcu lo que es el lenguaje, está tom ada de ese m odelo. Pues b ien, las reglas de juego pueden describ irse, pero una descripción yerra lo que esas rég lasete juego p rop iam ente obran. Un jugador, que en tien ­de las reglas, es decir, que sabe hacer jugadas, no tiene por qué ser capaz de describ ir tam bién las reglas. Lo específico de una regla se expresa, más que en una descripción , en la com petencia de aquel que la dom i­na. E ntender un juego s ign ifica que se entiende de algo, que uno «pue­de» algo. E ntender s ign ifica dom inar una técnica. Y en este «dom inar» se expresa la espontaneidad con que uno puede ap licar por su cuenta una reg la ap rend ida, y con e llo tam bién la creativ idad de la generación

57 P h i l U ntersH chungen, § 54

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de nuevos casos y de nuevos ejem plos que pueden considerarse cu m p li­m iento de la regla. Esto explica el in terés de W ittgen ste in por la c ir ­cunstancia de que un alum no que se ha e jercitado m ed ian te ejem plos en u n a determ inada serie num érica, ha en tend ido la reg la subyacente cuando «él m ism o puede proseguir». E l «así sigue», e l «e tc .» , con que el profesor in terrum pe una serie de núm eros con que se está e jem p lifi­cando una regla, representa la posib ilidad abstracta de ejecutar in f in i­tas operaciones u lterio res y generar in fin ito s casos m ás que correspon­dan a la regla. La com petencia que adqu iero m ed ian te aprendizaje de una reg la de juego o de una regla g ram atica l es una capacidad g en e ra ti­va. W ittgenste in no se cansa de exp licar por qué la capacidad co gn itiv a de en tender una regla exige a la vez una h ab ilid ad p rác tica , a saber: el operar tam bién conform e a esa regla.

E l sentido de una regla es un u n iv ersa l que sólo puedo e jem p lificar m edian te un núm ero fin ito de casos y que por tanto tam poco puedo exp licar a otro si no es ejercitándolo por m edio de ejem plos. Pero ex­p licar por m edio de ejemplos algo genera l no s ign if ica m o tiv ar a a l­guien a que generalice inductivam ente un núm ero fin ito de casos. A n ­tes b ien , e l alum no ha entendidp lo genera l si y sólo si aprende a ver en las cosas que se le m uestran sólo ejem plos de algo que puede verse en ellas. Para ello puede bastar a su vez un solo ejem plo : «Son pues las re­glas que vienen al caso en el ejem plo, las que lo conv ierten en ejem ­p lo »58. Los objetos o acciones que v a len com o ejem plos nunca son por sí m ism os ejemplos de una reg la; sólo la ap licac ió n de una reg la hace que surja lo universal en lo particu lar. En toda ap licac ió n se enc ie rra in nuce un m om ento creador. El a lum no, que ha ap rend ido una reg la , se ha convertido potencialm ente en m aestro m erced a la capacidad gene­rativa de poder inven tar él m ism o ahora nuevos ejem plos, y tam b ién ejem plos ficticios.

2) En el modelo del juego in teresa adem ás a W ittgen ste in el con ­senso que ha de ex istir entre los jugadores acerca de las reglas v igen tes. La conexión de lenguaje y p ráctica, que e l té rm in o «juego de lenguaje» tiene por fin expresar, no queda exp licada del todo por referencia a las operaciones que generan cadenas de sím bolos conform e a una regla. Cuando W ittgenstein llam a juego de lenguaje a un contexto de lenguaje y activ idades, tiene en m ientes acciones de tipo d istin to , a saber: in te ­racciones. Los m andatos, por ejem plo , son m an ifestac iones lin g ü ís t i­cas que pueden ser cum plidas o con traven idas m ed ian te acciones: «P iensa que llegas como investigador a un país desconocido con una lengua com pletam ente extraña. ¿En qué c ircu n stan c ia d irías que la gente da a llí órdenes, entiende órdenes, se rebela con tra las órdenes, etc.? La práctica hum ana com ún es e l s istem a de referenc ia m ed ian te el

38 Philos. Gtammatik, II, 9.

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que in terpretam os una lengua ex traña»59. La gram ática de un juego de lenguaje regu la p lexos de sentido que, en térm inos de com plem entarie- dad, se encarnan en oraciones, en expresiones ligadas al cuerpo como son los adem anes y gestos, y en acciones. Las m anifestaciones lin g ü ís ti­cas, en la m ed ida en que son elem entos de un juego de lenguaje, están insertas en in te racc io n es60. Como ingredientes de la acción com un ica­tiva tam bién las m anifestaciones lingüísticas tienen carácter de ac­ción.

A l ejecutar actos de habla, como m andatos, preguntas, d escripcio ­nes o advertencias, no sólo me refiero a formas de acción com plem en­tarias, sino que partic ipo en una «práctica hum ana com ún». La com u­n idad que une ex an teceden te en un contexto de acción a los sujetos h a­b lantes y agentes, es un consenso sobre reglas deven idas hábito. E l an ­tropólogo que llega a un país con una lengua desconocida, supone a las in teracc iones observadas una determ inada regla, y ello en v irtud de la p recom prensión procedente de las propias trad iciones en que él ha cre­cido. T al con jetura sólo puede com probarla si abandona, a l m enos v ir ­tu alm en te , su papel de observador y tom a él m ism o parte en la com u­n icac ión que de en trada se ha lim itado a observar. La partic ipación con éx ito es e l ún ico criterio de si su com prensión es acertada o no. Si la h ipótesis era falsa, queda quebrado el consenso tácito que acom pa­ñaba a la acción : la experiencia de que un juego de lenguaje «no funcio ­na» com o yo hab ía supuesto, es la experiencia de un consenso pertu r­bado: «No es una concordancia de opin iones, sino de form a de v id a »61. W ittgenste in se sirve de las reglas de juego para ac lara r este carácter de ob ligato riedad que encierra la va lidez intersubjetiva o el reconoci­m iento in tersub jetivo por parte del grupo de com unicantes: «Segu ir una reg la , p artic ip ar algo a algu ien , dar una orden, jugar una partida de ajedrez, son usos (costum bres, instituciones)»62.

3) F inalm en te , del m odelo del juego interesa a W ittgenste in el sentido de la constitución de un nuevo contexto. Las reglas de un juego v ienen estab lecidas de form a arb itraria ; podemos v a ria r las viejas re­glas de suerte que en un determ inado punto se pueda decir que hem os inven tado un nuevo juego. En ello no nos orientam os por nuevos f i­nes; antes b ien , el concepto de juego im plica que su objeto so lam ente puede consistir en ser un juego, quizá un juego aburrido o un juego ex­c itan te , un juego de azar o un juego de habilidades, un juego so litario o un juego de varias personas, pero siem pre un juego. Ni las reglas g ra ­m atica les n i las reglas de juego son reglas técnicas que puedan determ i­narse por referencia a una m eta a conseguir con su ayuda. W ittgenste in

P hilos. U n tersu chun gen , § 206.6" C fr. J . H ab erm as, E rkenntnis u nd In teresse, F ran cfo rt, 1968 , cap. 7, 178 y ss.61 P h il. U nters., § 241 .62 Ib id ., § 199.

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lo exp lica sirv iéndose del ejem plo de la cocina: «¿Por qué no llam ar a r ­b itrarias a las reglas de cocina; y por qué me siento tentado a ca lif icar de arb itrarias a las reglas de la g ram ática?» Porque el concepto de «co­cinar» lo pienso defin ido por el fin qüe la cocina tiene, m ientras que el concepto de lenguaje no v iene defin ido por el fin del lenguaje. Q uien en la cocina se rige por otras reglas que las reglas correctas, cocina m al: pero qu ien se rige por otras reglas que las del ajedrez, está jugando otro juego... las reglas de la cocina guardan una re lac ión d istin ta con la g ra ­m ática de la palabra «cocinar» que las reglas del ajedrez con la g ram áti­ca de la palab ra «ajedrez» y las reglas de m u ltip licar con la g ram ática de la palab ra «m u ltip lic a r»63. Las reglas gram aticales, a l igua l que las re­glas de juego, son reglas constitu tivas, pues no sirven para regu lar un com portam iento que ex istiera ya con independencia de e llas, sino que son e llas las que producen una nueva categoría de form as de com porta­m iento. E l fin con el que tales reglas generativas pueden ponerse en re­lación , es un fin que no se constituye sino m edian te esas reglas m ism as; así, no podemos entender el lenguaje como un m ecan ism o que sirve a un determ inado fin , por ejem plo, al fin de entenderse; pues en el concepto de en tend im ien to está ya inc lu ido el concepto de len ­guaje.

Y en el carácter convencional del juego quedan tam bién patentes los lím ites de la ten tativa de concebir e l juego com o m odelo del len ­guaje. W ittgenste in m ism o señala en una ocasión la d iferenc ia entre lo arb itrario de un juego en el que conven im os, y la in am o v ilid ad o irre- vers ib ilidad de un lenguaje que hem os adquirido al crecer en una trad i­ción, y a cuya g ram ática tenem os que p legarnos. Pues un lenguaje no es sim plem ente un juego, tenem os que tom arlo en serio. «¿Es realm ente el sign ificado sólo “el uso de la palab ra”?, ¿no es la form a com o ese uso in terviene en la vida?, ¿no es su uso p a r te de nuestra vida?»M. W ittgenste in protesta expresam ente en ese ejem plo contra la idea de que el uso del lenguaje sea m eram ente un juego o una form a de cortesía; pues en la m edida en que he de entenderlo , «tiene que in terven ir en m i v id a »65. ¿Qué puede querer decir esto? No elegim os las reglas de una lengua con el m ism o grado de arb itrariedad con que elegim os las reglas de un. juego. Un juego estratégico como el ajedrez no es p recisam ente en este aspecto un m odelo adecuado del lenguaje. Hay dos notas constitu tivas del lenguaje que no encuentran en el juego estratégico correspondencia alguna.

(a) Los juegos estratégicos perm anecen externos a los sujetos que juegan; un lenguaje, en cam bio, embebe la estructura de la p erson ali­dad de los hablantes. Como los juegos v ienen estab lecidos de form a

63 P hilos. G ram m atik , § 133.64 P h ilo s . G ram m ., § 29.65 íb íd . , pag. 66.

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m eram ente convencional, las reglas de juego perm anecen sustraídas a la d iscusión m ientras dura el juego; duran te el juego no pueden conver­tirse sim u ltáneam en te en tem a del juego. Tam poco pueden su frir cam ­bio los sujetos que juegan; se lim itan , por así decirlo , a aportar su com ­petencia genera lizada de conven ir en general reg las de juego y actuar conform e a ellas. La estructura de su personalidad pertenece c ie rta ­m ente a las condiciones m arg inales del juego, pero no a las variab les que en e l curso del juego cam b ian sus valores. Cosa d is tin ta es lo que ocurre con la g ram ática de los juegos de lenguaje y con la com petencia co m un icativa de los hablantes. D urante la com un icación lin gü ística am bas quedan incursas en un proceso de form ación . L a gram ática de los juegos de lenguaje cam bia en el curso de la trad ic ión cu ltu ra l, los hab lantes se form an en e l curso de su socializac ión , y am bos procesos se efectúan en e l m edio del lenguaje m ism o. Las reglas g ram atica les, al no descansar en convención com o las reglas estratégicas pueden con ti­nuam ente convertirse en objeto de un en tend im ien to com unicativo . Y s im u ltáneam en te los sujetos hab lan tes están sujetos a la coacción con­sistente en que si quieren en tender algo han de conectar con la pre- com prensión de la s ituación en que se encuentran ya siem pre; pues su com petencia com o hab lantes es e lla m ism a producto de in teracciones lin gü ísticam en te m ediadas. E l m odelo del juego engaña fác ilm en te so­bre la c ircunstanc ia de que a la estructura de la com un icación lin g ü ís ti­ca pertenece la personalidad de los hab lan tes, estructurada a su vez por com pleto sim bólicam ente. Lenguaje y hab lan tes quedan unidos entre sí de form a d istin ta y más ín tim a que los jugadores y sus juegos, W itt- genstein no da razón sistem ática de esta c ircunstancia .

(b) Tam poco tiene en cuenta la u lte r io r c ircunstanc ia de que la g ram ática del lenguaje no puede constitu ir sign ificados con la m ism a independencia de coacciones externas con que puede hacerse cuando se in troducen convencionalm ente reglas de juego. C iertam ente que tam poco la g ram ática de un juego de lenguaje puede ser refutada por proposiciones em píricas. No depende de leyes de la naturaleza sino que, com o podem os decir, antecede a la experiencia . Pero, ¿antecede la g ram ática de un juego de lenguaje a la experienc ia del m ism o modo com o lo hacen las reglas de un juego estratégico? E l s ign ificado que una jugada cobra dentro de un juego no s ign ifica nada fuera del con tex ­to del juego. E l lenguaje, em pero, está referido a a lgo en e l m undo; ha­blam os sobre algo que no es el lenguaje m ism o, sino que pertenece al m undo. D entro de un juego no podemos hacer nada que no pertenezca a l juego. Los juegos, a d iferencia de las o raciones, no pueden exponer algo. De ah í que las reglas g ram aticales sean «constitu tivas» en un sen­tido d istin to que las reglas de juego: constituyen la posib ilidad de la ex­periencia . De ah í que, si b ien anteceden a esta experiencia posible, no sean, em pero, independientes de las restricciones ligadas a los e lem en ­tos in varian tes de la dotación de nuestro organ ism o y a las constantes

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de la naturaleza en torno: «Sólo en los casos norm ales nos v iene c la ra ­mente trazado el uso de las palabras; sabem os, no tenem os n in gun a duda acerca de qué tenem os que decir en este o aquel caso. Cuanto más anorm al es el caso tanto m ayores son nuestras dudas acerca de qué de­bemos dec ir en esa ocasión. Y si las cosas se com portaran de form a to ­talm ente d istin ta a como de hecho se com portan , si no hub iera , por ejem plo, una expresión característica del do lo r, del m iedo , de la a le ­gría; si lo que es regla fuera excepción y lo que es excepción regla... nuestros juegos norm ales de lenguaje perderían su punto . E l p ro ced i­m iento de poner un trozo de queso en la balanza y de d ete rm in ar el precio conform e a lo que dé la balanza, p erdería du “pun to ” si o cu rr ie ­ra a m enudo que esos trozos em pezaran de pronto sin causa aparen te a crecer o a encogerse»66. Este prob lem a sólo se p lan tea p ara reg las, que, a d iferenc ia de las reglas de juego, no constituyen un p lexo de sentido en sí autárqu ico , sino que constituyen el sentido de objetos de la expe­riencia posible. Tam poco de esta d ife ren c ia pudo dar W ittgen ste in sis­tem áticam ente razón una vez que hubo abandonado la idea de un len ­guaje un iversa l copia de los hechos dotado de un v a lo r trascenden ta l.

■Voy a com entar brevem ente las dos d im ensiones en las que el an á ­lisis del lenguaje ha de proseguirse m ás a llá de los lím ite s que le v ienen im puestos por el m odelo del juego.

(ad a) L a relación intersubjetiva en tre hablantes. W ittgen ste in redujo la identidad de los sign ificados al reconocim ien to in tersub jetivo de re ­glas. Pero no investiga la relación rec íp roca en tre los sujetos que reco ­nocen una regla, entre los sujetos para los que rige una reg la , po r ejem ­plo, una convención sem ántica. La c ircu n stan c ia de que dos sujetos tengan que poder esperar cada uno la expectativa del otro , no es en modo a lguno tr iv ia l. G. H. M ead analizó en deta lle este fundam ento de la acción in ten c io n a l67. La in tersub jetiv idad de la v a lid ez de una reg la , y con e llo la identidad de un sign ificado , descansa en la rec íp roca sus­cep tib ilidad de crítica del com portam iento reg ido por reg las; y e llo ex i­ge a su vez no tanto reciprocidad del com portam ien to com o de la ex ­p ecta tiva de com portam iento . A tiene que poder esperar la expectativa de B y hacerla suya, lo m ism o que, a la inversa , B la expectativa de A. La rec íp roca reflex ividad de expectativas es co n d ic ió n de que ambos sujetos se «encuentren» en la m ism a expectativa , de que id en tifiquen la expectativa que v iene objetivam ente puesta con la reg la , de que puedan «com partir» el sign ificado sim bólico de esa expectativa . A estas expec­tativas podemos llam arlas intenciones.

Las in tenciones, es decir, las expectativas estructuradas en té rm i­nos de sentido que se orien tan por sign ificados idén ticos y pueden ser entendidas en su contenido, no pueden p lan tearse com o expectativas

66 Philos. Ur.t., § 142.67 M ind , S e l f and S ociety , C h icago , 1934.

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sim ples de un sujeto. Las intenciones no son expectativas que sólo a p o ster io r i puedan to rnarse tam bién reflexivas al convertirse en objeto de una u lte r io r expectativa, sea del m ism o sujeto o de otro. En el p lano del sentido sim bolizado no puede haber en general tales expectativas «sim ples»; las ex p ecta tiva s se constituyen siem pre m ediante la recíproca reflex ivi- dad d e expectativas. En ello queda patente que la com unicación m ediada por el sentido sólo es posible a condición de una s im ultánea m etaco- m un jcación . L a com unicación m ediante sign ificados idénticos exige en tend im ien to acerca de algo a la vez que en tend im iento acerca de la va lidez in tersub jetiva de lo entendido. M ediante el sentido sim bolizado lo ahora ausente sólo se torna presente en la m edida en que s im u ltá­neam ente se estab lece la com unidad de esa representación para lo m e­nos dos sujetos capaces de lenguaje y acción. Sin em bargo, no basta ha­cer d eriv a r la iden tidad de sign ificado de la recíproca reflex iv idad de expectativas; pues la reciprocidad de esa reflexión presupone un mutuo reconocim iento d e los su jetos que al «encontrarse» en sus expectativas, cons­tituyen s ign ificados que pueden «com partir». Y para ello tenem os que suponer que los sujetos m ismos sólo se han form ado y convertido en sujetos capaces de lenguaje y acción a través de actos de reconocim ien ­to recíp roco ; pues sólo su com petencia com unicativa, es decir, su capa­cidad de lenguaje (y de acción) es la que los convierte en sujetos. Desde este punto de v ista la in tersub jetiv idad se revela como una re lac ión pa­radójica.

Dos sujetos que se reconocen como tales recíprocam ente, tienen que verse com o idénticos el uno al otro en la m edida en que ambos adop­tan la posición de sujetos; tienen que subsum irse en cada caso a sí y al otro bajo la m ism a categoría. Pero sim ultáneam ente la re lac ión de re c i­p ro cid a d del reconocim iento exige tam bién la no iden tidad de uno y otro; am bos tienen incluso que afirm ar su. absoluta d iversidad , pues ser suje­to com porta una pretensión de ind iv iduación . Desde F ichte y H egel ha ven ido insistiéndose en ésta d ia léctica del yo68. Es claro que lin g ü ís ti­cam ente nos ejercitam os en esta paradójica relación de in tersub jetiv i­dad con el sistem a de los pronom bres personales, sobre lo cual llam ó la atención H um boldt. La recíproca reflexividad de expectativas en la que se constituyen sign ificados idénticos exige, como tam bién vio H usserl, que am bos sujetos sean capaces de iden tificar y esperar una ex­pectativa tanto desde su prop ia posición como desde la del otro. Esto a su vez ex ige la s im ultánea percepción de roles d ialógicos que son in ­com patib les en la m edida en que un sujeto hab lante y agente sólo se puede id en tif icar con su oponente como otro yo si éste queda id en tif i­cado com o d istin to de él, como no idéntico a él; siem pre que dos suje­tos se salen al paso en el p lano de la intersubjetividad para hab lar entre

68 C í r. m i a r t íc u lo «T raba jo e In teracc ió n » , en Ciencia y T écnica com o « Id eo log ía » , M a ­d r id , 1984.

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si o para actuar con juntam ente dom inan esta paradó jica relación . Para poder en tab lar esta paradó jica re lac ión de in tersub jetiv idad , que es la que subyace a todas las com unicaciones no perturbadas por con trad ic­ción, es m enester que el hab lan te sea capaz de hacer un em pleo correc­to de los pronom bres personales: tiene que decirse «yo» a sí m ism o y poder d ir ig irse como un «tú» a otro que igualm ente puede decirse «yo» a sí m ism o, delim itándose ambos con un «nosotros» frente a los que quedan fuera (frente a «él» y frente a «e llo s»), es decir, fren te a los p arti­cipantes po tenciales en el diálogo.

Esta re lac ión intersub jetiva queda p lasm ada en la form a gram atica l de la un idad elem ental del hab la , es decir, en el acto de hab la. Los ejemplos estándar de actos de hab la son: yo te prom eto que iré. Te re­com iendo que no lo hagas. Te describo cóm o tienes que proceder. Etc. En la oración p rin c ip a l de todo acto de hab la exp líc ito «M p» aparece en M un pronom bre personal de p rim era persona com o sujeto gram a­tical y un pronom bre personal de segunda persona com o com plem en­to ind irecto , así como un verbo realizativo en la expresión de p red ica­do. En nuestras m anifestaciones em pleam os oraciones de este tipo para generar, a la vez que exponer, una re lac ión de intersub jetiv idad que descansa en el reconocim iento recíproco. Los actos de hab la tie ­nen por m eta el estab lecim iento de relaciones recíprocas. Los papeles del p reguntar y el responder, del a firm ar y del poner en tela de ju icio , del ordenar y obedecer son en p rin c ip io in tercam biables. Pero esta in - tercam biab ilidad de p rinc ip io sólo rige a cond ición del sim ultáneo re­conocim iento de una incan jeab ilidad , tam bién de p rin c ip io , de los in ­dividuos que ocupan los roles d ia lógicos de hab lan te y destinatario . El logro de un acto de hab la depende entre otras cosas de que con el uso de los pronom bres personales se asum a una re lac ión intersub jetiva que recíprocam ente hace posible una s im ultánea afirm ación de la id en ti­dad y no identidad del yo y el otro. Esta pecu lia r form a de in tersub jeti­v idad tendría que ser objeto de u lte rio r ac larac ión m ed ian te un análisis de la lóg ica del em pleo de los pronom bres personales.

(ad b) L a referen cia d e l habla a algo en e l mundo. W ittgenste in hab ía estu­diado en e l Tractatus la form a de un lenguaje un iversa l que fuese reflejo o copia de los hechos. Todas las o raciones sin tácticam ente perm itidas en ese lenguaje, y sólo e llas, tendrían em p íricam ente sentido; a e llas, y sólo a e llas, de ser verdaderas, las corresponderían hechos. El lenguaje un iversal ten ía, pues, por objeto fijar el ám bito objetual de los posibles enunciados de las ciencias de la naturaleza; hub iera podido pretender ocupar una posición trascendental. A un prescind iendo de las d ificu lta ­des lógicas que suponía la ejecución de este program a, fue sobre todo un m otivo el que obligó a W ittgenste in a abandonar su posición o rig i­nal: e l descubrim iento del uso com un icativo del lenguaje. W ittgenste in cobró conciencia entonces de la d im ensión pragm ática de los actos de habla m ediante los que generam os una p lu ra lidad de situaciones de en ­

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tend im ien to posible: «Se dan innum erab les form as d istin tas de uso de todo eso que llam am os “signos”, “palabras”, “oraciones”... Surgen nue­vos tipos de lenguaje, nuevos juegos de lenguaje, com o podem os decir, y otros envejecen y se o lv id an »69. C iertam ente que W ittgenste in se dejó em pujar por esta idea en una falsa d irección . La c ircunstancia de que la constatación, la descripción y la exp licac ión de hechos sólo constitu ­yan un tipo de actos de hab la entre otros tipos, llevó a W ittgenste in no sólo a rom per con la suprem acía del habla constatadora de hechos, con la «consideración preem inente del lenguaje com o logos» (A pel). Cayó en el error com plem entario , ignorando en adelan te el papel p r iv ile g ia ­do que com pete al uso cogn itivo del lenguaje. En sus catálogos de actos de hab la la descripción de un objeto, la m edición fís ica, la com proba­ción de una h ipótesis, quedan al m ism o n ive l que, por ejem plo, los m andatos o los consejos. W ittgenste in no se da cuenta de que sólo el uso cogn itivo del lenguaje abre aquella d im ensión a que han de referir­se todos los actos de habla. Esto queda patente a su vez en la fo rm a g ra­m atica l de la un idad e lem ental del habla.

Pues en toda m an ifestac ión e lem ental «M p», aparece una oración subordinada p que expresa el conten ido p roposic ional sobre el que ha de llegarse a un en tend im iento . Esta doble estructura del acto de hab la refleja la doble estructua del hab la en general: no se llegará a un en ten ­d im ien to si los dos hab lantes no se m ueven s im ultáneam ente en ambos n iveles: d) e l n ive l de la in tersub jetiv idad , en el que hab lan te y oyente hab lan entre si, y b) el n ive l de los objetos o estados de cosa sobre los que se entienden . En todo acto de hab la los hab lantes se en tienden en tre sí sobre objetos en el m undo, sobre cosas y sucesos, sobre personas y sus m an ifestaciones, etc. S in un conten ido proposicional «q u ep » que en el uso cogn itivo del lenguaje se expresa en form a de una oración asertóri- ca p, tam poco el uso com un icativo del lenguaje sería posible, pues ha- bríase quedado sin contenido. E l análisis que hace W ittgen ste in de los juegos de lenguaje sólo se refiere al aspecto de uso del lenguaje en gene­ral, que es el que constituye el s ign ificado . En ese análisis se pasa por alto la au tonom ía del aspecto expositivo del lenguaje, que es el que ge­nera conocim iento . El análisis ho lista que el ú ltim o W ittgenste in hace de los juegos de lenguaje desconoce la doble estructura de todos los ac­tos de hab la y con .e llo aquellas condiciones lingü ísticas bajo las que la rea lidad se conv ierte en objeto de experiencia. Pero así com o la genera­ción de plexos de com un icación no puede pensarse conform e al m ode­lo de la constitución de objetos de la experiencia posible, así tam poco queda esa constituc ión sufic ien tem ente aprehend ida bajo el aspecto de com unicación .

Desde este punto de v ista lo más adecuado es renovar en el p lano

69 P h ilo i. U titers., § 23.

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de un análisis del lenguaje la d istinc ión que hace H usserl en tre objetos in tencionales o «contenidos», por un lado , y «posic iones» anejas a nuestras, intenciones, por otro. El s ign ificado de un acto de hab la se com pone el contenido proposicional «p» (que se expresa en la o ra­ción subordinada de tipo estándar) y el sentido del modo «M » del en ­tend im ien to que se busca (que se expresa en la o rac ión rea liza tiv a de tipo estándar). Este elem ento ilo cuc ionario del s ign ificado fija tam bién el sentido de la va lidez que pretendem os con una m an ifestac ión . E l p a­trón de estas pretensiones de validez im p licad as en el sentido del uso m ism o es la va lidez verita tiva (lo que H usserl llam ó «posic ión» dóxi- ca). E l sentido de una afirm ación es que e l estado de cosas afirm ado es tam bién el caso. Pero hay adem ás otras clases de p retensiones de v a l i ­dez (o posiciones no dóxicas). A sí, el sentido de una prom esa en tanto que prom esa es que el hab lante qu iere cu m p lir una ob ligac ió n que se ha im puesto. C orrespondientem ente, el sentido de un m andato com o m andato , es que el hab lante busca tam b ién im poner el cum p lim ien to de una ex igencia. Estas pretensiones de va lid ez que un hab lan te en ta ­bla al ejecutar actos de habla, fundan re lac ion es in tersub jetivas, es de­c ir, tienen la facticidad de hechos sociales.

V oy a d in tingu ir cuatro clases de p retensiones de validez:1) Inteligibilidad. El hab lante asocia con cada m an ifestac ión efec ti­

v a la pretensión de que la expresión s im bó lica em p leada en la s itu ac ión dada puede entenderse. Esta p retensión no podrá desem peñarse (e in - g e ló st) si hablante y oyente no dom inan la m ism a lengua. En tal caso será m enester un esfuerzo herm enéutico para lleg a r a una c la r if icac ió n sem ántica.

2) Verdad. C onstataciones, afirm aciones, exp licac iones, etc., im ­p lican una pretensión de verdad. T al p retensión no tiene razón de ser cuando el estado de cosas afirm ado no existe. A este uso del lenguaje le llam o cognitivo. Con él establecem os una co m un icac ió n con el fin de decir algo acerca de una realidad objetivada.

3) Veracidad y 4) R ectitud. Todas las m an ifestac iones expresivas en sentido estricto (sentim ientos, deseos, m an ifestac iones de vo lun tad ) im p lican una pretensión de veracidad . Esta resu lta fuera de lugar cu an ­do. se com prueba que lo que el hab lan te expresó no correspond ía a sus in tenciones. Todas las m anifestaciones n o rm ativam ente orien tadas (com o los m andatos, los consejos, las prom esas, e tc .), im p lican una p retensión de rectitud. Ésta no es leg ítim a si las norm as v igentes que subyacen a las m anifestaciones, no pueden justificarse. A este uso del lenguaje lo llam o com unicativo . En él m encionam os algo del m undo para entab lar determ inadas relaciones in terpersonales.

E l uso com unicativo del lenguaje presupone el uso cogn itivo m e­d ian te el cual disponem os de contenidos p reposic ionales: y, a la in v e r­sa, el uso cogn itivo del lenguaje, presupone el com un icativo porque las oraciones asertóricas sólo pueden em plearse, en actos de hab la consta-

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tativos. U na teo ría de la sociedad p lanteada en térm inos de com unica­ción , pese a que a lo que inm ediatam ente se d irige es a las sed im enta­ciones y productos del uso com unicativo del lenguaje, tiene que hacer justic ia a la doble estructura cogn itivo-com unicativa del habla. Por eso en las consideraciones que siguen acerca de la teo ría de los actos de ha­bla haré a l m enos algunas indicaciones sobre aquellos problem as de constitución que se p lan tean en conexión con el uso cogn itivo del len- guaje.

W ittgenste in se m ostró decid idam ente esceptico frente a las ten ta­tivas de desarro llar una teoría de los juegos de lenguaje. La razón siste­m ática p ara esa in terpretación del análisis del lenguaje com o una ac ti­vidad ejercida sólo con fines terapéuticos radica en la absolutización de un ún ico m odo del uso del lenguaje, el com unicativo , frente al cual no se reconoce n in gún derecho propio al cogn itivo . W ittgenste in no se percató de que el p lu ra lism o de los juegos de lenguaje, que habría de abarcar todas las clases pensables de em pleo de palabras y oraciones, sólo cubre una de varias categorías de uso del lenguaje.

Si no veo m al, W ittgenste in no razonó su renuncia a la teoría. T e­nía c iertam ente buenas razones para considerar im practicab les los ca­m inos conducentes a una teoría trascendental, a una teoría em pirista , o a una teo ría constructiv ista del lenguaje. Un trascendentalism o del len ­guaje, que trata de reconstru ir un «lenguaje en genera l» constitu idor de los objetos de la experiencia posible, yerra el uso no cogn itivo del len ­guaje. E l em p irism o lingü ístico que trata de analizar un com porta­m iento lin gü ístico reducido a procesos y episodios observables no pue­de exp licar (com o dem uestra por lo demás la ingen iosa construcción de Se llars) la estructura in tersub jetiva del lenguaje. Y un constructiv is­mo lin gü ístico del tipo del de Carnap renuncia de antem ano al análisis de los lenguajes naturales. Queda ab ierta una a lternativ a , que se ha de­sarro llado m ien tras tanto en discusión con ese análisis de los lenguajes natu rales que ren un c ia a pretensiones teoréticas, a saber: el proyecto de una teoría genera tiv a del lenguaje. Si se toma la g ram ática generativa com o m odelo para una pragm ática un iversal — ¿por qué no habrían de poder ha lla rse y reconstru irse aquellos sistemas de reglas conform e a las que generam os plexos de in teracción , es decir, la realidad sim bó li­ca de la sociedad?

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Pragm ática universal. Consideraciones sobre una teoría de la com petencia com unicativa

Las investigaciones de W ittgenste in se deben a la reflex ión acerca de la activ idad de un análisis del lenguaje efectuado con in tención tera­péutica. Si en lugar de eso hub iera querido desarro llar una teoría de los juegos del lenguaje, ésta hubiera ten ido que adoptar la fo rm a de una p ragm ática un iversa l. Pues W ittgenste in se ocupa no de la g ram ática de las o raciones que se em plean en em isiones y m anifestaciones, sino de la g ram ática de esas m anifestaciones m ism as, es decir, de las reglas conform e a las que «situam os» oraciones. Por otro lado , h ab lar de es­tructura gram atica l de los juegos de-lenguaje no es sólo retó rica pseudo- lingü ística . W ittgenste in expresa con ello que sus investigaciones se m ueven en el p lano de un análisis lógico y conceptual de plexos de sen­tidos y no en el p lano de una pragm ática de orien tación em p írica , que, en un m arco no específicam ente lingü ístico , aprehende los procesos de em pleo del lenguaje com o form as de com portam iento contro lado por signos o com o flujos de inform ación . Ni siqu iera un m arco conceptual articu lado en térm inos de teoría de la acción haría justic ia a un análisis del lenguaje de o rien tación teorética. Puede ciertam ente decirse que la p ragm ática de un juego de lenguaje consta de reglas para un uso co rrec­to de expresiones sim bólicas; pero esas reglas son constitu tivas: m e­d ian te ellas se producen a la vez las situaciones de em pleo posible de expresiones sim bólicas. La prop ia form a com un icativa de v ida depen­de de la g ram ática de los juegos de lenguaje. Este aspecto queda d ifum i- nado por el rasgo particu larista de la ú lt im a filosofía de W ittgenstein . Pero en cuanto nos preguntam os por una teoría de los actos de hab la posibles, ese aspecto vuelve a quedar en p rim er p lano ; pues a él se re­fiere la p regunta por el sistem a de reglas con cuya ayuda generam os s i­tuaciones de posible en tend im ien to sobre los objetos (y estados de co­sas). La ten tativa fenom enológica de una c larificac ión de las estructu­ras generales del m undo de la v ida retorna entonces en form a de un in ­tento (articu lado en térm inos de teoría del lenguaje) de encontrar y re­constru ir en el m arco de una pragm ática un iversal de los juegos de len ­guaje las estructuras generales de la form a com un icativa de v ida. M ien ­tras que el análisis del m undo de la v ida sigue el patrón de una teoría de la constitución , la investigación de la form a com un icativa de vida (com o cond ic ión de los juegos de lenguaje posibles), se o rien ta por el patrón de un análisis generativo del lenguaje, p lanteado en una pers-

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pectiva un iversa lista . La teoría de la g ram ática p roven ien te de Chom sky nos ofrece tal patrón , pero sólo un patrón. A ntes de pasar a tratar los dos aspectos teoréticam ente más im portantes de una p ragm á­tica un iversa l, el p rim ero (el re lativo al uso cogn itivo del lenguaje) bre­vem ente y el segundo (el re lativo al uso com un icativo del lenguaje) con algo más de deta lle , voy a tra tar de caracterizar, m ed ian te un des­linde respecto del p rogram a teorético de la escuela de Chom sky, el p la ­no en que ha de desarro llarse tal p ragm ática un iversal.

Objeto de la teoría de la g ram ática es el lenguaje, no los procesos de hab la (lengage versus paro le). Los fenóm enos lingü ísticos d irectam en ­te accesib les al lin gü ista son expresiones ordenadas que pueden encon ­trar em pleo en las situaciones de habla. O bjetivo de la teoría es una adecuada exposición del sistem a de reglas con cuya ayuda los hab lantes (u oyentes) com petentes, generan (o en tienden ) cadenas de tales expre­siones lingü ísticas. C om petencia lin gü ística s ign ifica la capacidad de dom inar tal sistem a de reglas. T al capacidad , en concordancia con la «com petencia general de reg la» investigada por W ittgenste in , se carac­teriza porque el hab lante es capaz a) de generar espontáneam ente un conjunto en p rinc ip io ilim itad o de expresiones s in tácticas, sem ántica y fonéticam ente perm isib les en un lenguaje dado y b) de juzgar si (y lleg a ­do el caso en qué grado) una expresión puede considerarse b ien fo rm a­da en las tres m encionadas d im ensiones. Todo hab lan te com petente puede generar y entender, con un núm ero fin ito de elem entos, un n ú ­m ero ilim itado de cadenas de sím bolos, m uchas de ellas nunca em iti­das n i escuchadas antes; puede adem ás d is tingu ir ad hoc en tre expresio ­nes correctam ente form adas y expresiones desviantes (y ordenar con­form e al grado de gram atica lid ad expresiones sin tácticam en te trunca­das, expresiones no c laras o de sentido d istorsionado y expresiones fo­néticam ente d istorsionadas).

Los juicios de este tipo, que hace el hab lan te , son ind icadores de un saber, según parece, in tu itivo u oculto ( ta c it know legde) que la teoría de la g ram ática tiene que exp lic ita r y reconstru ir. El c ien tífico del len gua­je hace exp líc ito el know hotP, de que los hab lantes com petentes d ispo­nen. La tarea de la teoría de la g ram ática consiste en la reconstrucción rac io n a l de un sistem a de reglas p rácticam ente dom inado y en este sen­tido tam bién conocido, pero aún no sabido corno ta l, y que es suscep ti­ble de ser descrito teoréticam ente. La reconstrucción ha de p erm itir deducir una descripción estructural para cada expresión re levan te de una lengua (y ello tanto en lo tocante a su estructura sin táctica como a su estructura sem ántica y a su estructura fonética). Pero com o es im po­sible enum erar todas las expresiones relevantes de una lengua, ha de tratarse de un sistem a con reglas de form ación recursivam ente ap lica ­bles. U na teoría que satisfaga a ambas ex igencias puede seña lar las re la ­ciones de parentesco que se dan entre posibles expresiones de una lengua.

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En nuestro contexto conviene subrayar al m enos dos de los fines de este program a teórico. El desarro llo de la g ram ática generativa s i­gue una estrategia un iversa lista de in vestigac ió n : las reconstrucciones de los sistem as de reglas de cada lengua p articu la r han de hacerse cada vez a un n ivel más elevado de genera lizac ión hasta que se logre expo­ner los un iversales gram aticales que subyacen a todas las lenguas p arti­cu lares. Por otro lado, la gram ática g enera tiv a está p lan teada en dos n i­veles, es decir, está p lanteada com o g ram ática transfo rm aciona!. Las cadenas de expresiones lingü ísticas se consideran estructuras superfi­ciales que pueden form arse con ayuda de un conjunto de reglas de fo r­m ación a partir de estructuras subyacentes. A cada estructura profunda se puede hacer corresponder después una clase de estructuras superfi­cia les que son como paráfrasis de e lla . E sta construcción se ha acred i­tado en cierto modo em píricam ente; s irve tam b ién a la c lar if icac ió n gram atica l de sign ificados am biguos.

P ara nuestro fin de una d e lim itac ió n de la p ragm ática un iversa l respecto de la teoría de la g ram ática es im portan te ac la ra r en qué sen ti­do se ve obligado C hom sky a proceder a una id ea lizac ión al in troducir la com petencia lingü ística. El propio C hom sky hab la de un hab lan te/ oyente ideal: «La teoría lingü ística versa p rim ariam en te sobre un h a­b lan te/oyente ideal, en una com un idad de lenguaje com pletam ente hom ogénea, que conoce perfectam ente su lengua y no se ve afectado por condiciones g ram aticalm ente irre lev an tes , tales com o lim itac io n es de la m em oria, d istracciones, desplazam ien tos de la atención y el in te ­rés, y errores (a leatorios o característicos) en la ap licac ió n que hace de su conocim iento de la lengtua en la rea lizac ión o ejecución efectiva ( a c ­tu a l p e r fo rm a n ce)»1". Me parece que el concepto de hab lan te ideal puede justificarse como im p licación del concepto de va lid ez de las reg las g ra ­m aticales y del concepto com plem entario de com petenc ia de reg la . C iertam ente que las reglas g ram atica les, a d iferen c ia , por ejem plo , de las prescripciones geom étricas re la tivas a m ed ic iones, no con tienen ex igencias ideales del tipo: trácese una lín ea perfectam ente recta. Bajo condiciones m arginales em píricas los postu lados de perfección sólo pueden cum plirse de form a aprox im ativa . Para los postu lados de per­fección puede afirm arse, en un sentido no tr iv ia l , una com petencia ideal de regla: son los sujetos m ism os los que hacen idealizac iones cuando proceden a m edir. Pero en el caso del lenguaje, no es el h ab lan ­te qu ien idealiza, sino el lingü ista , y e llo en un sentido no tr iv ia l. En el concepto de norm a está contenido ya un m argen de desviaciones posi­bles respecto de la norm a. Pertenece al sentido de la va lidez no rm ativa de las reglas e l que se dé la posib ilidad de v io la r las reglas. Pero en la re­construcción que del sistem a lin gü ístico de reglas hace el lin gü ista se p rescinde de todas las condiciones em p íricas en que las reglas pueden

70 N. C hom sky, A spects o f th e T heory o f S yn tax , C am b rid ge , M ass., 1965 , págs. 3 y ss.

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realizarse de fo rm a perfecta, de form a sólo im perfecta, o en que no pueden realizarse en absoluto. El lingü ista supone el caso fictic io de un cum p lim ien to com pleto y continuo de esos postulados (que en p r in c i­pio son tam b ién cum plió les). Con esta suposición tiene que trabajar todo an á lis is conceptual de sistem as de reglas.

De esta idealizac ión , a la que nadie supone m isterio alguno, debe­ríam os d is tin gu ir las hipótesis em píricas con las que Chom sky, por así decirlo , presta a la idealización un contenido ontològico : me refiero a la h ipótesis de que el sistem a de reglas lingü ísticas (de form a s im ila r a com o, según P iaget, ocurre con el aparato cogn itivo) se desarro lla so­bre una base genética m ediante la cooperación de procesos de m adura­ción condicionados orgánicam ente y aflujos de estím ulos p roven ientes de fuera en térm inos específicos para cada fase. El n iño no necesita constru ir la g ram ática de su lengua m aterna sólo m ediante aprendizaje a p artir del m ateria l lingü ístico que se le ofrece; puede, más b ien , gu ia ­do por su saber ap rió rico innato acerca de la construcción abstracta de los lenguajes natu ra les en general, extraerla, por así decirlo , del m ate­rial lingü ístico de su entorno por la v ía de una com probación del p ro­gram a de h ipótesis innatas con que cuen ta71. En esta hipótesis de una capacidad in n ata de lenguaje apòya Chom sky el u lterio r supuesto de que todos los m iem bros socializados medios de una com unidad de len ­guaje, en la m ed ida en que en general han aprendido a hab lar, dom inan perfectam ente el sistem a abstracto de reglas lingü ísticas; la com peten­cia lin gü istica no puede estar d istribu ida d iferencialm ente. Sólo m e­d ian te estos supuestos cobra el hab lante ideal un curioso sta tus em p ír i­co. Y sólo por eso se ve Chom sky m ovido a explicar la realización l in ­gü ística objeto de observación, a p artir de la com petencia lingü ística innata y de la restricción que le im ponen las condiciones externas. Pues la ejecución efectiva de los actos de habla m uestra las d ispersiones ind iv idua les y grupales propias de una com unidad de lenguaje com ple­tam ente inhom ogénea; si la com petencia lingü ística está d istribu ida por igual, esta d istribución d iferencial habrá que hacerla d erivar de condiciones restric tivas que expliquen la m anifestación im perfecta del perfecto saber que está en la base. Si la com petencia lingü ística nos la im aginam os representada por lo que llam am os dom in io pasivo del lenguaje (com prensión ), entonces el dom inio activo del lenguaje (o rea lizac ió n ,p er fo rm an ce) puede explicarse por variab les psico lógicas (ta ­les com o m em oria , atención , obstáculos m otivacionales). Estos deter­m inan se lectivam en te qué uso puede hacer el hablante em pírico del re­pertorio lin gü ístico supuestam ente más o menos invarian te del que dispone el h ab lan te ideal. Esta relación entre com petencia lin gü ística y realizac ión lin gü ística resulta de la hipótesis del carácter innato del

71 C fr. E. H. L e n n en b e rg , B io lo g ica l F oundation o f L anguage, N ueva Y o rk , 1967.

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aparato lingü ístico y no se sigue p e r se de las idealizaciones a que el l in ­güista ha de proceder.

Las objeciones socio lingü ísticas que se han hecho contra Chom sky no afectan por tanto al concepto de hab lante ideal, sino a la suposición de que el uso activo del lenguaje sólo se puede exp licar recurriendo a la com petencia lin gü ística y a condiciones em p íricas restrictivas. Frente a ello , el m ateria l lin gü ístico acum ulado favorece a la idea de que el uso de la com petencia lin gü istica v iene gobernado a su vez por sistem as de reglas. Es m anifiesto que las estrategias de selección a p artir del reper­torio lingü ístico pasivam ente disponib le dependen por su parte de re­glas (o de códigos) que representan asim ism o sistem as de reglas lin ­güísticas — aunque no sistem as de reglas gram atica les, sino sistem as de reglas pragm áticas. Estos códigos lingü ísticos (sobre los que vo lveré después) determ inan el em pleo (ajustado a la s ituación) de oraciones (o expresiones extraverbales) en em isiones o m anifestaciones. Esos cód i­gos lingü ísticos no son en modo alguno invarian tes, sino que presen­tan una d ispersión conform e a características sociocu lturales. Pero el análisis conceptual de los códigos lingü isticos depende de idealizac io ­nes en el m ism o sentido tr iv ia l en que depende el an á lis is g ram atica l. A cada código corresponde una com petencia de reglas, que c iertam en ­te, siem pre ha de descansar sobre una com petencia lin gü istica (nadie puede dom inar un d ialecto o una jerga sin haber aprendido antes un lenguaje natural).

La d istribución d iferencia l de las com petencias p ragm áticas no perm ite la renuncia a idealizaciones, sino que sólo exige otros supues­tos em píricos en lo tocante a la adqu isic ión de esas com petencias. Las com petencias p ragm áticas, al igual que la com petencia lin gü istica en sentido estricto (que de ahora en adelante vam os a llam ar com petencia g ram atica l) encuentran su expresión en un saber im p líc ito , a saber: el ju icio de los hab lantes acerca de la aceptab ilidad de las expresiones l in ­güísticas. W u nderlich , por ejem plo, d istingue del s igu ien te modo entre g ram atica lid ad y aceptabilidad : «La prim era es una prop iedad de las c a ­denas de sím bolos que son generadas como oraciones de una g ram áti­ca, la segunda es una propiedad de cadenas de sím bolos que se presen­tan en contextos o situaciones de em isión y que en e llas son valorados de form a d istin ta por los d istintos hablantes. Am bas propiedades pue­den ser objeto de una exp lic itac ión teórica, la p rim era en la teoría de la gram ática , la segunda en la parte p ragm ática de la descripción del len ­guaje.»

M e he deten ido en todo lo an terio r, p ara poder determ inar con más exactitud en qué consiste la em presa de una p ragm ática un iversa l. De un lado, la lingü ística se lim ita a expresiones lingü ísticas y p rescin ­de de las situaciones de em pleo posible; pero, de otro, la teoría de los códigos lingü ísticos, que se ocupa de las form as d iferenciales de em ­p leo del lenguaje, presupone ya siem pre que se han generado las s itu a­

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ciones de en tend im ien to posible. Y es el sta tus de estas situaciones en que se em iten oraciones (y expresiones ex traverbales), e l que queda s in ac larar. La L in gü istica no necesita tom arlo en considerac ión , y la teo­ría de los códigos lingü ísticos las considera condiciones m arg inales. Y , sin em bargo , son ingred ien tes que en condiciones estándar retornan en cada situación de hab la, por tanto no son elem entos ex tra lingü ísti- cos. Pues las estructuras generales del habla posible en tran en el con ­cepto m ism o de código lingü ístico . Están en la base de las carac te r ís ti­cas d iferenciales de los d istintos códigos. Es claro que con la ejecu ción d e a c ­tos de habla generam os también en térm inos realizativos (p er fo rm a tiv ) las condiciones bajo las que las oraciones pu ed en em itirse.

La generación de situaciones de hab la posible tiene ciertam ente un sentido d istin to que la generación de cadenas de sím bolos g ram atic a l­m ente ordenados. Pues los actos de hab la, a los que hem os de entender com o unidades e lem entales del hab la, tienen a la vez un sentido l in ­gü ístico y un sentido in stituc ional: un sentido lingü ístico en la m edida en que son ingred ien tes del hab la , un sentido in stituc ional en la m ed i­da en que perm iten «situar» expresiones lingü ísticas. A l decir: «Te pro­m eto que vendré m añana» no so lam ente expreso una prom esa, sino que hago una prom esa. Esta m an ifestación o em isión es la prom esa que la em isión se encarga tam bién de presentar o representar (darstellen ). Con ayuda de tales actos de hab la generam os condiciones generales en punto a «situar» o raciones; pero sim ultáneam ente esas estructuras t ie ­nen tam bién sus representantes en el hab la m ism a — se trata de las ex­presiones lingü isticas que llam am os universales pragm áticos. U na teoría de la com petencia com un icativa ha de exp licar las operaciones que h a­b lante y oyente ejecutan con la ayuda de un iversales p ragm áticos cuan ­do em plean oraciones (o expresiones ex traverbales) en em isiones o m anifestaciones.

E l fenóm eno clave que una p ragm ática un iversa l ha de exp licar es la p ecu lia r reflex iv idad de los lenguajes naturales. En e lla descansa la capacidad del hab lan te com petente para parafrasear cualesqu iera ex­presiones de una lengua en esa m ism a lengua. Para un lenguaje natu ral no ex iste n ingún m etalenguaje que no dependa a su vez de una in te r­p retac ión en ese (o en otro) lenguaje natu ral. P. S. Shw ayder describe este fenóm eno desde el punto de v ista de la capacidad que un lenguaje n atu ra l tiene de com entarse a sí m ism o. «E lem ento esencia lís im o , a la vez que sorprendente en lo tocante al lenguaje es que éste hab la por sí m ism o. A l verm e hacer cua lq u ier cosa que pueda estar haciendo , por ejem plo , d isparando al punto más alto de un objetivo, es posible que qu ien m e vea no sepa qué estoy haciendo. Pero si a lgu ien m e oye decir algo , ensegu ida llega a saber qué es lo que quiero decir. M i elección de las palabras está ca lcu lada para decirle qué quiero hacer con esas p a la ­bras. Esas palabras hablan por sí m ism as... A l hacer una pregunta, no afirm o tam b ién que lo que quiero es hacer una pregunta; n i cuando

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hago un enunciado, afirm o tam bién que lo que qu iero es hacer un enunciado ... M i acto no consiste en decir qué pretendo hacer; sino que m i acto... tiene que m ostrar lo que con él qu iero hacer. Esto, a m i en ­tender, es parte de lo que subyace a la observación de W ittgenste in de que las aserciones m uestran su sentido, y d icen que las cosas son a s í«72. Las em isiones rea liza tivas73, investigadas por A u stin , ocupan una posi­ción parad igm ática en lo tocante a esta operación au to exp licativ a del lenguaje. La forma gram atical de estos actos de hab la refleja, com o h e­mos visto , una pecu liar doble estructura; en e lla se funda la re flex iv i- dad de los lenguajes naturales.

He señalado ya cómo un acto de h ab la74 se com pone de una o ra ­ción rea lizativa y una oración subord inada de con ten ido p rep o sic io ­n a l75. La oración p rincipal se em plea en una em isió n para estab lecer una re lac ión intersubjetiva entre hab lan te y oyente; la o ración subord i­nada se em plea en una em isión para co m un icar sobre objetos (o esta­dos de cosas). En la conexión e lem ental de la o rac ión rea liza tiv a con una oración de contenido proposicional se m uestra la doble estructura de la com unicación en el lenguaje o rd inario : una co m un icac ió n acerca de objetos (o acerca de estados de cosas) sólo se p roduce a cond ic ión de una s im ultánea rnetacom unicación acerca del sentido en que se em plea la oración subordinada. Una situación de en ten d im ien to posib le exige que a lo menos dos hablantes/oyentes estab lezcan una com un icac ión sim ultáneam ente en ambos planos: en el p lano de la in tersub jetiv idad , en que los sujetos hab lan entre sí, y en el p lano de los objetos (o estados de cosas) sobre los que se entienden. La p ragm ática u n iv ersa l sirve a la reconstrucción del sistem a de reglas que un hab lan te com peten te ha de dom inar para cum p lir ese postulado (de la s im u ltane idad de co m u n i­cación y rnetacom unicación). Para esta cua lif icac ió n que ha de poseer el oyente voy a reservar la expresión de «com petencia co m u n ica tiv a «76.

■ Para mejor entendim iento de este concepto de «com petenc ia co­m un icativa» recom iendo una serie de abstracciones que d id ác ticam en ­te pueden resultar convincentes. Las abstracciones se in ic ian partiendo de las em isiones concretas. L lam o «concreta» a una em isión o m an ifes­tación que está inserta en un contexto que determ in a perfectam ente su

72 D. S- Sh w ayd er , The S tra tifica tion o f B ehaviou r, L o n d re s , 1965 , pág . 288.73 Es d ec ir , ios actos ilo cu c io n a rio s que J . S e a r le (S p ee cb -A cts , C am b rid g e , 1969) ha so m e­

tid o a un d e ta llad o an á lis is , p a rtien d o de A u stin y de S traw so n .74 C uan d o in tro duc im o s com o u n id ad e lem en ta l del h ab la el acto del h ab la , estam os

p ra c tic an d o y a un a ab stracc ió n ; p resc in d im o s de q ue n o rm a lm e n te los actos de h ab la a p a re ­cen en parejas : com o p regu n tas y respuestas , co m o a f irm a c io n e s y puesta en cu estió n de ta les a f irm ac io n es , etc.

75 A un cu an do los co m pon en tes re a liza tivo s no se v e rb a lic en ex p re sam en te , s iem p re es­tán im p líc ito s en e l p roceso de h ab la ; de ah i q u e ten g an q ue ap a rec e r en la e s tru c tu ra p ro fu n ­da de toda em is ió n lin g ü ís t ic a .

76 D ell H ym m es u tiliza , en cam b io , la exp resió n p ara re fe r irse ai d o m in io de cód igo s l in ­gü ístico s ; p ara tal fin yo he propuesto la exp resió n «c o m p e te n c ia p rag m átic a» .

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sign ificado . Un p rim er paso consiste en la abstracción socio lingü ística , que p rescinde de todas las condiciones m arginales de los sistem as de reglas lin gü ístico s, condiciones que varían al azar, y que son específicas de los hab lan tes/oyentes ind iv iduales, quedándose sólo con «em isio ­nes en contextos sociales generalizados». Un segundo paso es la abs­tracción que p ractica la pragm ática un iversal, la cual prescinde de to­dos los contextos espaciotem porales socialm ente lim itados quedándo­se sólo con «em isiones situadas en genera l»; por esta v ía obtenem os las un idades e lem entales del habla. En un tercer paso, la abstracción que p ractica la lin gü ística prescinde de la ejecución de actos de hab la que­dándose sólo con las «expresiones lingü ísticas» u oraciones em pleadas en esa ejecución. Por esta v ía obtenemos las un idades e lem entales del lenguaje. Y de e lla podemos d istingu ir la abstracción lóg ica, que pres­cinde de todas las expresiones lingü ísticas realizativam ente relevantes quedándose sólo con oraciones asertóricas e incluso con su form a no­m inal izada «que p». Por esta v ía obtenemos las un idades elem entales para la reproducción de estados de cosas.

E m isiones o m anifestaciones en contextos sociales generalizados son el objeto de la socio lingü ística. Esta tiene la form a de una teoría de las com petencias pragm áticas. Su tarea es la reconstrucción de los có­digos lingü ísticos conform e a los cuales los hablantes com petentes h a­cen un em pleo (ajustado a la situación) de em isiones o m anifestaciones aten iéndose a reglas socioculturales. El objeto de la p ragm ática u n iv er­sal son las em isiones o m anifestaciones efectuadas en «situaciones en genera l» , haciendo abstracción de elem entos contextúales específicos. La p ragm ática un iversa l tiene la form a de una teoría de la com petencia com un icativa . Su tarea es la reconstrucción del sistem a de reglas con­form e a las que los hablantes com petentes colocan o sitúan oraciones y em isiones. Las expresiones lingü ísticas (o cadenas de sím bolos) son objeto de la lin gü ística . Esta tiene la form a de una teoría de la com pe­tenc ia g ram atica l. Su tarea es la reconstrucción del sistem a de reglas conform e a las que los hablantes competentes form an y transform an oraciones. Los enunciados, finalm ente, son objeto de la lógica form al. Su tarea es la reconstrucción del sistem a de reglas conform e a las que form am os enunciados y los transform am os m anten iendo constantes sus va lo res de verdad. La lógica prescinde de la inserción de las o rac io ­nes asertóricas en actos de habla; en este aspecto trata a la vez m enos y más que la lin gü ística . De las m encionadas d istinciones resu ltan las s i­gu ien tes correspondencias (véase fig. 4 en pág in a sigu iente).

E sta v isió n de conjunto tiene como único fin serv ir a la d e lim ita ­c ión de la p ragm ática un iv ersa l77. Retornemos una vez más a la doble

77 T am b ién en las re c ien tes d iscusiones que se han desarro llad o en L in g ü ís t ic a , la m ayo r a ten c ió n q ue ha em p ezad o a p restarse a re lac io n es p ragm áticas u n iv e rsa le s ha co n d u c id o a una re v is ió n de la teo r ía sem án tica que in ic ia lm en te p ropusieron K atz, Fodor y P o sta l, en tre

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Á m bito objetual C om petenc ia T eo ría

E m isiones en contextos sociales

P ragm ática S o c io lin gü ís tica

E m isiones in espec ificas en cuanto al contexto

C o m u n icativ a P ragm ática un iv ersa l

E xpresiones lin gü ísticas (orac iones)

G ram atica l L in gü ística

E nunciados L ógica L óg ica fo rm al

estructura de los actos de hab la. Sólo en los actos de hab la constatati- vos adoptan las oraciones de conten ido proposicional la form a de o ra­ciones asertóricas o de proposiciones. En los actos de hab la de otro tipo, en las preguntas, m andatos, advertencias, confesiones, etc., las oraciones subordinadas no aparecen en form a asertórica. No reflejan proposiciones, pero tienen , sin em bargo, un contenido proposicional. Estas expresiones nom inalizadas «que p» pueden en todo m om ento transform arse en preposiciones. Esto exp lica por qué el conten ido p ro ­posicional de los actos de hab la puede perm anecer idén tico en los cam ­bios de m odo, por ejem plo cuando se transform an oraciones en m an ­datos, m andatos en confesiones, o confesiones en constataciones78. En este contexto podem os retom ar y precisar nuestra d istinción entre uso

otros. En la re c ien te co n cep c ió n de la sem án tica g e n e ra tiv a , que p ro v ien e de ios trabajos de M cC aw ley , F illm o re y, sobre todo , L ako ff, se h a ab an d o n ad o la sep arac ió n c a tego ria l en tre es tru c tu ras sem án ticas p ro fu n das e in te rp re tac ió n se m án tica , todo e llo en tran sfo rm ac io n es que d e ja rían in v a r ia n te el s ig n if ic ad o , y ha sido su s titu id a por el supuesto de un a e s tru c tu ra sem án tica p ro fu nda con tran sfo rm ac io n es p re lex ico g rá f ica s y p o slex ico g rá ficas . E i p roceso de fo rm ac ió n de o rac io n es co m ien za , según esto , con u n a en tid ad se m án tica , en cu ya c a ra c te ­riz ac ió n g en era l en tran tam b ién aspectos p rag m átic o -u n iv e rsa le s . Ross y M cC aw ley han p ro ­puesto en te n d e r cad a S in ic ia l co m o em is ió n re a liz a t iv a , es d ec ir , com o o rac ió n d o m in an te de un ac to de h ab la . L ak o ff y o tro s, jun to con el m odo re a liz a t iv o (p regu n ta , m an d ato , a f ir ­m ac ió n , e tc .) , a lo jan tam b ién en la d esc r ip c ió n de la e s tru c tu ra sem án tica p ro fu n das re fe ren ­cias a posib les s itu ac io n es de h ab la , ap arte de foco , p resu p o sic ió n y co -re fe ren c ia . La p ro ­puesta de F illm o re de rep ro d u c ir la e s tru c tu ra p ro fu n d a com o una e s tru c tu ra de ro le s , en que re su lte c la ra la p a r t ic ip a c ió n que los d is t in to s e lem en to s t ien en en el s ig n if ic ad o de la o rac ió n com o ag en tiv o s , in s tru m en ta le s , d a tiv o s , fa c titiv o s , lo ca tiv o s , o b je tivo s, e tc ., se ap ro x im an a una co n cep c ió n co g n it iv is ta de la sem án tica . N o es p o sib le p red ec ir cóm o va a d esarro lla rse la d iscu s ió n d en tro de la L in g ü ís t ic a . P ero ex is ten in d ic io s de que la L in g ü is t ic a , en la d es­cr ip c ió n de la e s tru c tu ra sem án tica p ro fu n d a , d ará con un sis tem a de re fe ren c ia e lem en ta l que qu izá pueda en ten d erse com o refle jo del s is tem a de reg las p ragm ático -u n iv e rsa le s .

78 C fr. S e a r le , loe. c it ., 29 y ss.

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cogn itivo y uso com un icativo del lenguaje. L lam o cogn itivo al uso de actos de hab la constatativos, en los que siem pre han de aparecer en un ­ciados; aqu í la re lac ión in terpersonal rea lizativam ente estab lecida en­tre hab lan te y oyente sirve al en tend im ien to sobre objetos (o estados de cosas). L lam o, en cam bio , com un icativo al uso del lenguaje en el que, a la inversa, el en tend im ien to acerca de objetos (o estados de cosas) sirve al estab lec im ien to de una re lac ión in terpersonal. E l p lano de la com u­n icac ión , que en el segundo caso representa la m eta, sirve en el p rim e­ro com o m edio. En el uso cogn itivo del lenguaje los conten idos p rep o ­sic ionales constituyen el tem a; en el uso com un icativo del lenguaje los contenidos p reposic ionales sólo se m encionan para p roducir, en té r­m inos realizativos, una determ inada re lac ión in tersub jetiva entre ha­b lantes/oyentes. La reflex iv idad de los lenguajes naturales se produce porque ambos m odos de em pleo del lenguaje rem iten im p líc itam en te el uno al o tro 7'1.

En este punto estam os sufic ien tem ente preparados para in trodu cir los un iversa les pragm áticos (1) y analizar a con tinuac ión el papel que a éstos com pete tanto en el uso cogn itivo (2) com o en el uso co m un icati­vo (3) del lenguaje.

(1) En p rim er lugar, voy a enum erar (apoyándom e en W under- lich ) clases típ icas de palabras (y de gram atica lizac iones de ellas), que se refieren a estructuras generales de las situaciones de habla:

1) P ronom bres personales (por su doble función rea liza tivo/ referenc ia l no los incluyo sim p lem ente en tre los térm inos singu lares).

2) Palabras y g iros que se u tilizan para in ic ia r el hab la y d irig irse a l otro (gram atica lizac iones: vocativos, honorativos).

3) Expresiones deícticas (de espacio y de tiem po); dem ostrativos, artícu lo s; num erales, cuantores (gram aticalizac iones: tiem po del v e r­bo, m odos gram atica les).

4) Verbos realizativos (gram atica lizac iones: in terrogativo , im pe­rativo ).

5) Verbos in tenc iona les que no pueden utilizarse en térm inos realizativos, adverbios m odales.

L lam o un iversa les p ragm áticas a estas clases de expresiones l in ­gü ísticas porque pueden hacerse corresponder con estructuras genera­les de la s ituación de hab la: las clases 1 y 2 con los hab lantes/oyentes y los p artic ipan tes po tenciales en la com un icación , la clase 3 con e le ­m entos tem porales y e lem entos objetivos de la situación de hab la, la clase 4 con la re lac ión que guarda el oyente con su prop ia m an ifesta­

79 A l uso del len gu a je que se s irv e de esta re flex iv id ad con el fin de po der p a ra frasea r , po ­dem o s l lam a r lo h e rm en éu tico . T ren te al uso co g n it iv o y al uso co m u n ic a tiv o del len gua je se m u ev e en un m e tan iv e l y, s in em b argo , co n stitu ye e lem en to de la c o m u n ic ac ió n c o tid ian a , pues no hace m ás que ex p re sa r la re flex iv id ad in m an e n te a todo lengua je n a tu ra l. Pero acerca de esto no voy a e n tr a r aq u í en m ás p rec is io n es.

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ción en la relación entre hablantes y oyentes, y fin a lm en te , la clase 5 con las intenciones y v ivencias del hab lan te .

No considero suficiente en tender los un iversa les p ragm áticos com o com ponentes de un m etalenguaje en el que podemos en ten der­nos sobre los elem entos de la situación de hab la. E sta concepción des­p ierta la errónea im presión de que, independ ien tem en te del hab la , las estructuras generales de la s ituación de hab la estarían dadas com o con­diciones m arginales em píricas del proceso de co m un icac ió n lin g ü ís t i­ca. Pero en realidad sólo podemos em p lear o raciones en em isiones si con la ayuda de los un iversales p ragm áticos engendram os las co n d ic io ­nes de com unicación posible y con e llo la s itu ac ió n de hab la m ism a. Si no es por referencia a esos un iversales no podem os en absoluto d efin ir los elem entos que siem pre aparecen en las s itu ac iones de hab la posib le, a saber: prim ero las m anifestaciones m ism as, después las re lac iones in ­terpersonales que con la em isión o m an ifestac ión se generan en tre ha­b lantes/oyentes, y finalm ente los objetos o estados de cosas acerca de los que los hablantes/oyentes com un ican en tre s í80. E llo n i qu ita ni pone en el hecho de que los un iversales p ragm ático s, al generar noso­tros con su ayuda la s ituación de hab la, s irven a l tiem po a p r e s en ta r o ex p o ­n er tam bién esa situación de habla.

En el uso cogn itivo del lenguaje u tilizam os un iversa les p ragm áti­cos para constitu ir ám bitos objetuales susceptib les de descripción . Este papel constitu idor de experiencia puede ac lararse en una teo ria de la referencia. En el uso com unicativo del lenguaje em p leam os u n iv e rsa ­les pragm áticos para establecer rea liza tiv am en te re lac iones in tersub je­tivas. Este papel puede aclararse en u n a teo ría de los actos de hab la. En ambos casos nos topamos con sistem as de reg las, que a d iferen c ia de las reglas gram aticales ya no determ inan re lac iones in tra lin gü ís tic as ; antes b ien, el sistem a de reglas sobre el q u e versa la p ragm ática u n iv ersa l m uestra los lím ites que im pone al lenguaje la rea lid ad ex terna de la n a­turaleza y de la sociedad, por un lado , y la rea lid ad in terna de la d o ta­ción cogn itiva y m otivacional del o rgan ism o hum ano por otro. En los un iversa les pragm áticos, vem os los puntos de en lace con que lenguaje y rea lidad están entretejidos entre sí. La rea lid ad (susceptib le de des­cripción ) de la naturaleza y la sociedad se form a en la cooperación (re ­gu lada por universales pragm áticos) de lenguaje, conocim ien to y ac ­ción , m ientras que el plexo de com un icac ión in tersub jetivam en te ex­perim entado que constituye el m undo de la v id a lo generam os m ed ian ­

80 L a p ragm ática em p ír ic a , en el sen tid o de u n a se m ió tic a co n ceb id a en té rm in o s de c ie n ­c ia d e l co m p o rtam ien to (C h . M o rris ), se c a rac te r iz a p o rq ue in tro d u c e las e s tru c tu ras u n iv e r ­sa les del h ab la desde la persp ectiva de un o b se rv ad o r y s in re fe re n c ia a lg u n a a u n iv e rsa le s p ragm ático s. Cfr. K. O. A pe l, «Szien tism us o d er tran sze n d en ta le H erm en eu tik ? Z ur F rage n ach dem Subjekt der Z e ich en in te rp re ta t io n in d e r S em io t ik des P rag m a tism u s» , en B u bner y o tro s (ed s .), H erm eneu tik und D ialek tik , T u b in g a , 1970, t. I, págs. 105 -1 4 4 , tam b ién A rn o M ü lle r , Prob lem e d e r babam oristiseben S em iotik , tesis d o c to ra l, F ran c fo rt , 1970.

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te actos de hab la regulados asim ism o por un iversales pragm áticos.(2) Sobre la p ra gm á tica d e l uso cognitivo d e l lenguaje m e voy a lim ita r a

hacer unas breves referencias. Con las oraciones p red icativas e lem en­tales, que em itim os en los actos de habla constatativos, asociam os al m enos dos presuposiciones. Suponemos la ex istencia del objeto del que enunciam os algo ; y suponem os la verdad de la proposición , es decir, de aquello que enunciam os del objeto. Existencia y verdad representan las cond ic iones que han de cum plirse para que el enunciado pueda reflejar un hecho. La p rim era suposición está justificada si hab lante y oyente están en cond iciones de iden tificar un ívocam ente el objeto designado m ed ian te el sujeto gram atica l de la oración asertórica. La segunda su­posición está justificada si hab lante y oyente pueden sostener la con­v icc ión de que la p red icación hecha en el enunciado es correcta (es de­c ir, de que el p red icado atribuido o negado del objeto conviene o no conviene en efecto al objeto). La expresión referencial, sea un térm ino sin gu lar o una descripción defin ida, puede entenderse com o una in d i­cación acerca de cóm o puede identificarse el objeto. Q ueda com pleta­da cosa u n a determ inac ión p red icativa para form ar una oración que ha de corresponder a la ex istencia de un estado de cosas. Pues b ien , m i te­sis es que las re lac iones pragm áticas que el uso cogn itivo del lenguaje estab lece en tre los enunciados y la realidad dependen de una constitu­ción p rev ia de los objetos de la experiencia posible. A nalizando la p ragm ática del uso cogn itivo del lenguaje puede m ostrarse que el ám ­bito objetual de que se trate v iene estructurado por una determ inada conexión en tre lenguaje, conocim iento y acción.

N uestra experienc ia m ediada por los órganos de los sentidos es sen­so ria l, o construyendo sobre la experiencia sensorial, una experiencia co m un icativa ; la experiencia sensorial conduce a la percepción de co­sas, sucesos o estados, que atribuim os, a los objetos. (V em os que algo se encuen tra en un determ inado estado.) La experiencia com un icativa , que construye sobre la sensorial, conduce, a través de percepciones, a la com prensión de personas, em isiones o m anifestaciones, o estados, que atribu im os a las personas («vem os», es decir, com prendem os que a lgu ien se encuen tra en un determ inado estado). Pues b ien , las expe­riencias sólo pueden tener contenido inform ativo porque (y en la m e­dida en que) nos sorprenden , es decir, defraudan y m odifican expecta­tivas acerca de los objetos. Estos transfondos de la sorpresa, sobre los que destacan las experiencias, son opiniones (o p reju icios) acerca de los objetos con los que ya hemos hecho experiencias. En e l uso cogn itiyo del lenguaje dam os a nuestras opiniones la forma de proposiciones. Es­tas se p resen tan a su vez en lenguajes descriptivos que por su form a g ra ­m atical o b ien representan un lenguaje relativo a cosas y sucesos, o un lenguaje in ten c io n a l (el cual, adem ás de expresiones para cosas y suce­sos perm ite tam b ién expresiones para personas y sus em isiones o m an i­festaciones). S i analizam os la gram ática de estos lenguajes nos topam os

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con las categorías que estructuran ex anteceden te el ám bito objetual de la experiencia posible. Para poder form ar op in iones acerca de objetos o estados de cosas, que puedan ser defraudadas por experiencias, tene­mos antes que suponer objetos de la experiencia posible en general: jus­to las estructuras generales de un ám bito objetual. A nuestras experien­cias sensoriales les suponem os un ám bito objetual de cuerpos en m o v i­m iento , a nuestras experiencias com unicativas un ám bito objetual de sujetos que se m an ifiestan hablando y actuando (ám bito objetual que ciertam ente está coordinado con el ám bito de los objetos perceptib les). Los .ámbitos objetuales representan sistem as de conceptos básicos que posib ilitan , así la organización de las experiencias, como la fo rm u la­ción de opin iones.

En el caso de la organización de experiencias con objetos podemos representarnos los conceptos básicos como esquem as cogn itivos, en el caso de la fo rm ulación de opin iones acerca de objetos de la experiencia podemos entenderlos como categorías lógico-sem ánticas. M an ifiesta­m ente, la conexión entre esos dos planos, el de la experiencia por un lado y el del lenguaje por otro, v iene establecido por la acción , bien sea por la acción in strum enta l, o. por la acción com un icativa. Esto queda patente si estudiam os el em pleo de expresiones referenciales. D esigna­mos objetos con la ayuda de nom bres o descripciones defin idas; para ello tenem os que orientarnos por características d istin tivas. Por tanto podemos sustitu ir siem pre los nom bres por descripciones defin idas o caracterizaciones. Éstas, para poder funcionar p ragm áticam ente , tie ­nen que contener una descripción que identifique al objeto, depen­d iendo en general del contexto qué nota del objeto es suficientem ente característica para que hablante y oyente queden en situación de e leg ir entre todos los objetos posibles p recisam ente el objeto de que se está hablando. Y cuanto menos podam os apoyarnos en precom prensiones dependientes del contexto , tanto más habrán de asum ir las expresiones deicticas el peso de la denotación. Nos servim os de expresiones especi- ficadoras (artícu los: el, la, lo; dem ostrativos: éste, ése, aquél), expresio­nes cuantificadoras (num erales, cuantores indeterm inados com o: a lgu ­nos, m uchos, todos), y tam bién de adverbios de tiem po y lugar. Estas expresiones representan en el p lano lingü ístico esquem as cogn itivos, a saber: sustancia , can tidad , espacio , tiem po. Pero estas expresiones sólo constituyen un esquem a ú til de denotación cuando han sido in terpre­tadas en el m arco de un lenguaje descrip tivo (de un lenguaje re lativo a cosas y sucesos, o de un lenguaje in tenc ional). En el p rim er caso el ob­jeto id en tificab le es categorizado com o un cuerpo en m ovim ien to (o com o un agregado de cosas, estados o sucesos), en el segundo caso com o una persona (o cora o un p lexo sim bólicam ente estructurado de personas, estados o m anifestaciones). Los dos conjuntos de categorías bajo las que percib im os o entendem os los objetos identificados rem iten a patrones alternativos de acción.

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Las cosas y sucesos se m ueven en el tiem po y espacio fís icam ente m edibles. A las form as de objetividad de los cuerpos en m ovim iento pertenece, junto con el espacio euclideo , un continuo abstracto de pun­tos tem porales com o dim ensión de la m edición del tiem po. Los «obje­tos» de la experiencia sensorial tienen que poder ser identificados com o puntos espacio-tem porales. Las personas y sus m anifestaciones se m ueven en horizontes de tiem po b iográfica e h istó ricam ente im p u­tables. A la form a de la objetividad de las personas y sus m an ifestac io ­nes pertenecen , junto con el espacio social (la re lac ión in tersub jetiva entre sujetos en la com unicación en el lenguaje o rd inario ) las perspec­tivas, centradas en el presente, y referidas a la acción , de pasado y fu tu ­ro. Los «objetos» de la experiencia com un icativa deben poder ser id en ­tificados com o identidad de una persona o de un grupo. Esta doble es- quem atización del tiem po depende de que, por un lado , hacem os expe­riencias con objetos que podem os m an ip u lar en el c ircu lo de funciones de la acción in strum enta l y de que, por otro, tam bién hacem os expe­riencias acerca de nosotros m ismos y de otros cuando, com o hablantes y oyentes, nos salim os al encuentro unos de otros en el p lano de la in - tersub jetiv idad. En los casos dudosos tenem os que asociar las expresio­nes deícticas con determ inadas acciones para consegu ir la id en tif ica ­ción del objeto. Los m ism os térm inos singu lares, como «éste» y «aquél», «aqu í» y «a llí» , «ahora» y «entonces», «uno» y «m uchos», ex i­gen, en su ap licación a las cosas y personas, d istintos tipos de acción a la hora de proceder a una iden tificac ión . Para id en tif icar «eso que está aqu í o a llí» tengo que recu rrir en los casos dudosos a m ediciones de un punto en el espacio y tiem po, y (a lo m enos) a un predicado de obser­vación suficien tem ente caracterizado. Para id en tificar a «esa persona que está ah í o a llí» tengo que d ir ig irm e a e lla y en tab lar in teracciones de determ inado tipo. A las cosas les es atribu ida una identidad por aquellos que las m anejan ; las personas desarro llan ellas m ism as en los contextos de acción su prop ia identidad : tienen que poder decir q u ié ­nes son (a no ser que estén fuera de sí y entonces se hace cuestionab le en qué sentido son o no personas). De ah í que para id en tif icar a las personas nos apoyem os tam bién en el doble papel rea lizativo -deictico del pronom bre personal de p rim era persona.

Una conexión ' s im ila r de lenguaje, conocim iento y acción se pone de m an ifiesto en la p red icación . S i querem os averiguar si un pred icado conviene o no conviene a un objeto, hay que exam inar si el objeto en ­carna (ejem plifica efectivam ente o no) la determ inación genera l ex ­presada. Si el enunciado está form ulado en un lenguaje que sólo con tie­ne predicados de observación, dependem os de observaciones; si está fo rm ulado en un lenguaje in tencional, ofrécense la in terp retac ión y las preguntas com o m étodo de com probación más adecuado. Estos d is tin ­tos m étodos rem iten a su vez a una determ inada p ráctica : ai juego de lenguaje de la m ed ic ión física en el p rim er caso y a la acción com un ica­

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tiva, a] estab lecim iento de relaciones in terpersonales, en el otro. En la ap licación de predicados a objetos de la experienc ia (sensorial o com u­n icativa) entra en juego una u lterio r catego ría — la causalidad . La cau ­salidad es el concepto básico con que ponem os los objetos de la expe­riencia bajo la idea de una conexión legalifo rm e. Todo suceso, toda em isión o m anifestación , todo estado, tiene que poder en tenderse como efecto de una causa. La presuposición de una conexión leg a lifo r­me. de cosas y sucesos entre sí sólo tiene sentido , com o m ostró Peirce, en el c írcu lo de funciones de la acción in strum en ta l. La co rrespon­d iente suposición de m otivos y o rien taciones de acción sólo tiene sen­tido en el m arco de referencia de la acción co m un icativa . Los p red ica­dos d isposicionales (como «so luble» o «am igab le») son buen ejem plo de las generalizaciones causales que v ienen im p licadas en el p rop io len ­guaje que utilizam os para la descripción y que pasan a p rim er p lano en el caso de com probación de oraciones p red icativas.

■ El correcto uso del sistem a de deno tac ión parece que depende de una in tegración del lenguaje con los esquem as cogn itivos, por un lado , y con los tipos de acción, por otro.

(3) L a pragm ática d e l uso comunicativo d e l len gua je voy a g lo sarla v a ­liéndom e de una clasificación de los actos de hab la. La lóg ica del uso de los pronom bres personales, en la que aqu i no puedo en trar, y la teo ­ría de los actos de habla son las dos partes de una p ragm ática un iversa l que resu ltan inm ediatam ente relevantes en lo tocante a una c im en ta ­ción de la socio logía en térm inos de teo ría del lenguaje. Hasta ahora no se ha logrado ni en la c iencia del lenguaje ni en la filo so fía an a lít ic a p resentar un sistema de actos de habla. S in em bargo , en la m edida en que determ inados aspectos de los actos de hab la han de con tab ilizarse entre los un iversales pragm áticos, la d iversid ad lex icográfica de los ac­tos de hab la realizados en cada lengua p a rticu la r ha de poderse reducir a una c lasificac ión general. Searle ha d istingu ido en los actos de hab la en general: la prepa ra to ry rule, que fija las cond ic iones de em pleo de un acto de habla, la propositiona l content rule, que d eterm ina qué expresiones lingü ísticas se perm iten en cada caso en las o raciones subord inadas de conten ido proposicional dependientes del acto ilo cuc ion ario , la s in ce­rity ru le que fija las condiciones bajo las que cabe d ec ir que un acto de hab la se ha ejecutado en serio , y fin alm en te la essen tia l rule, que espec ifi­ca el modo de un acto de h ab la81. M e voy a lim ita r a este ú ltim o punto de vista y voy a d istingu ir cuatro clases de actos de habla.

La p rim era clase de actos de hab la, que voy a llam ar comunicativos, sirve para expresar en general d istintos aspectos del sentido del habla. Hace exp líc ito el sentido de las em isiones qua em isiones. Toda hab la actual presupone una precom prensión fáctica acerca de qué s ign ifica com un icar en un lenguaje, entender y m alen ten d er em isiones, lleg ar a

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un consenso o d ir im ir un desacuerdo, es decir: acerca de cómo habér­selas con el lenguaje.

E jem plos: d ec ir , expresarse, hablar; preguntar, responder, contes­tar, rep licar, asen tir , contradecir, objetar, conceder; m encionar, refe­rir, c ita r , etc.

La segunda clase de actos de habla, que voy a llam ar constatativos, s ir­ve para expresar el sentido del em pleo cognitivo de oraciones; hace ex­p líc ito el sentido de los enunciados qua enunciados. En el térm ino p ro to tip ico para el modo asertórico , es decir, en «afirm ar» van unidos dos m om entos que aparecen separados en las dos subclases de estos ac ­tos de hab la. Por un lado, «afirm ar» pertenece al m ism o grupo que: describ ir, in fo rm ar, com unicar, contar, glosar, notar, exponer; exp li­car, p redec ir, e tc ..., estos ejemplos representan casos de uso asertórico de enunciados. Por otro lado, «afirm ar» pertenece al grupo al que per­tenecen: asegurar, aseverar, asentir; negar, d iscu tir, dudar. Estos ejem ­plos g losan el sentido pragm ático especialm ente de la pretensión de verdad de los enunciados.

La tercera clase de actos de habla, que voy a llam ar representativos (expresivos), sirve p ara expresar el sentido pragm ático de la autopre- sentación que un hab lan te hace ante un público. E xp líc ita e l sentido de la expresión de in tenciones, actitudes, v ivencias del hablante. Las o ra­ciones subord inadas de contenido proposicional son oraciones in ten ­cionales con verbos com o saber, pensar, op inar; esperar, tem er, am ar, od iar; tener a b ien , desear, querer, decid ir, etc. Ejemplos: m anifestar, revelar, descubrir, s im u lar, dejar de decir, d isim ular, negar (estos actos de hab la aparecen en form a negada: «no voy a dejar de decirte que...»).

La cuarta clase de actos de habla, quq voy a llam ar regulativos, sirve para expresar el sentido norm ativo c|e las relaciones interpersonales que estab lecen . Hace exp líc ito el sentido de la re lac ión que hab lantes/ oyentes adoptan respecto a norm as de acción. Ejemplos: m andar, in v i­tar, rogar, ex ig ir , am onestar, proh ib ir, perm itir, sugerir, negarse, opo­nerse; ob ligarse , prom eter, acordar, responsabilizarse de, aprobar, san­c io n ar, sa lir fiador de, rom per con; perdonar, d iscu lpar; proponer, re­chazar, recom endar, aceptar; aconsejar, advertir, an im ar, etc.

O tra clase más de actos de habla, que son esenciales para acciones reguladas in stitu c io n alm en te , no pertenecen prop iam ente a los u n iv e r­sales p ragm áticos, aunque fueron ellos los que em pezaron m otivando a A ustin a estud iar el carácter de actos de habla. Ejemplos: saludar, fe li­c itar, dar las gracias, congratu larse, dar el pésame; apostar, desposar, «ped ir la m ano de», bautizar, m aldecir, repudiar, anatem atizar; hace sa­ber, p u b licar, p roc lam ar, nom brar, condenar, absolver, testificar, vo ­tar por, e tc .82. Estos actos de habla presuponen ya instituciones, m ien ­

H2 A u stin co lo ca estos actos de hab la en los grupos que fo rm an los «b eh av it iv e s » y los «exe rc is iv es» .

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tras que los un iversales constitu idores del d iálogo em piezan creando estructuras generales de las situaciones de habla. Por otra parte, m u­chos actos de hab la in stitucionales no exigen n inguna oración subordi­nada de contenido proposicional («te doy las gracias», «te nom bro a ti», «te m ald igo »)81.

Los actos de hab la valen para hacer tres d istinciones fundam enta­les que tenem os que dom inar si querem os en trar en general en una co­m unicación . En F ilosofía estas d istinciones tienen una larga trad ición: ser y apariencia , esencia y fenóm eno, ser y deber. E l em pleo de actos de habla constatativos posib ilita la d istinción entre un m undo público de concepciones intersub jetivam ente reconocidas y un m undo privado de sim ples op in iones (ser y apariencia). E l em pleo de actos de hab la re­presentativos posib ilita la d istinción entre el ser ind iv iduado que los sujetos capaces de lenguaje y acción son y cuyo reconocim iento por los demás pretenden , y las em isiones, actos expresivos y acciones en los que el sujeto aparece (esencia y fenóm eno). El uso de los actos de habla regulativos posib ilita la d istinción en tre regu laridades em píricas, que pueden observarse, y norm as vigentes que pueden obedecerse o trans­gredirse (ser y deber). Estas tres d istinciones, tom adas conjuntam ente, perm iten , finalm ente , la central d istinción entre un consenso «verda­dero» (real) y un consenso «falso» (engañoso). Esta d istinc ión form a a su vez parte del sentido pragm ático del hab la en genera l, sentido que expresam os con la ayuda de los actos de hab la com unicativos. Pues el sentido del hab la en genera l consiste m an ifiestam ente en que a lo m e­nos dos hablantes/oyentes se entienden sobre algo. Y al tra tar de en ­tenderse sobre algo suponen que ta l en tend im ien to , en la m edida en que se llegue a un en tend im ien to , genera un consenso válido.

Esta correspondencia entre clases de actos de hab la y d istinciones que son tan básicas o fundam entales que no podemos e lud irlas o reba­sarlas, ha de entenderse como un in tento de a llan ar el cam ino para proceder a razonar la sistem ática de nuestra c lasificación .

83 V o y a pasar po r a lto en lo que sigue un a ú lt im a c la se de actos de h ab la , ios o p era tivo s , pese al c a rá c te r u n iv e rsa l que poseen . Se tra ta de exp resiones re la t iv as al em p leo de reg la s ló ­g icas, reg las co n stru c tiv a s o reg las lin g ü ís t ic a s , de reg las en todo caso q ue én p r in c ip io p u e ­den ap lic a rse m o n o ló g icam en te , es d ec ir , con in d ep en d en c ia de e s truc tu ras del h ab la posib le . E jem p los de e llo s: d e f in ir , co n c lu ir , d ed u c ir , fu n d am en ta r , c la s if ic a r , su m ar, su s trae r , sacar ra íces, id en tif ic a r , d es ig n ar , etc.

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V erdad y sociedad. El desem peño discursivo de pretensiones de validez fácticas

Tras la ac larac ión p re lim in ar del uso cogn itivo y del uso com un i­cativo del lenguaje voy a pasar a estudiar las pretensiones de va lidez que los actos de hab la contienen . La teoría de la sociedad p lan teada en térm inos de teoría de la com unicación , por cuyo desarro llo abogo, en ­tiende el proceso de la v id a social como un proceso dé generación m e­d iado por actos de habla. La realidad social que de ello resu lta descansa en la factic idad de las pretensiones de validez im plicadas en productos sim bólicos tales com o oraciones, acciones, gestos, trad ic iones, in stitu ­ciones, im ágenes del m undo, etc. La v io lenc ia , en ú ltim a in stan c ia f ís i­ca, que caracteriza al influ jo estratégico que ejercemos sobre los otros y la v io lenc ia m ateria l de los im perativos funcionales que se ocu lta tras la in g ráv id a factic idad de un sentido que pretende validez, a la vez que se expresa en e lla , sólo puede cobrar consistencia y duración en el m e­dio de in terpretac iones reconocidas. D istingu iré cuatro clases de p re­tensiones de validez que pueden reclam ar y encontrar reconocim iento : in te lig ib ilid ad , verdad , rectitud y veracidad . Estas pretensiones con­vergen en una ún ica: la de rac ionalidad . Introduzco, pues, este concep­to en el contexto de la p ragm ática un iversa l y le acom paño de la fuerte afirm ación de que las idealizaciones inscritas en la prop ia com un ica­ción lin gü istica en modo alguno expresan so lam ente una determ inada form a h istó rica de la razón. A ntes b ien , la idea de razón, que se d ife­renc ia en las d istin tas pretensiones de validez , v iene in scrita en la fo r­m a de reproducción de la especie an im al hab lante que somos. En la m edida en que en genera l ejecutam os actos de hab la, estam os tam bién bajo los pecu liares im perativos de ese poder, que bajo el venerab le t ítu ­lo de «razón» voy a fundam entar partiendo de la estructura del hab la posible. En este sentido pienso que cabe hab lar de una referencia in ­m anente del proceso de la v id a social a la verdad.

El parad igm a de todas las pretensiones de va lidez es la v erdad de las proposiciones. T am bién el uso com un icativo del lenguaje rem ite (pues en la form a estándar de los actos de hab la aparecen siem pre oraciones de conten ido p roposicional) a l uso cogn itivo del lenguaje, asociado con pretensiones de verdad. «V erdaderos» o «falsos» llam am os a los enunciados en re lac ión con la ex istencia de estados de cosas que que­dan reflejados en oraciones asertóricas. Cuando un enunciado refleja un estado de cosas real, o un hecho, le llam am os verdadero. Las afir-

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m aciones están justificadas o no están justificadas. A l a firm ar algo , en ­tablo la pretensión de que el enunciado que afirm o es verdadero . La verdad no es una propiedad de las afirm aciones; antes b ien , con los ac­tos de hab la constatativos (com o son las afirm aciones) en tab lo la p re­tensión de validez «verdadero» o «falso» en favor o en contra de una proposición . La constatación m eta lingü ística : « la a firm ación “p ” está justificada», lo que equ ivale a decir: «“p ” es verdadera», no guarda con el enunciado sim ple «p» la relación de una p rem isa con una co n c lu ­sión. La constatación m etalingü ística se lim ita sim p lem en te a hacer exp líc ita una pretensión de validez im p líc itam en te en tab lada o p resen ­tada84. D ice lo que im p líc itam ente querem os dec ir cuando in ten tione re c­ta hacem os afirm aciones o, al hacerlas, enunciarnos algo . El sentido de «verdad» sólo puede, pues, aclararse por referencia a la p ragm ática de esta clase de actos de habla. A nalizando la ejecución de actos de hab la constatativos ha de poder m ostrarse qué es lo que querem os dec ir cuando sostenem os que un enunciado es o no es verdadero .

A si, la pragm ática un iversal es el lugar en que puede ac lararse el sentido «verdad». Esto arroja luz sobre la in su fic ien c ia de la llam ada teoría d e la verdad como correspondeniia, y e llo tanto en su form a sem ántica (T arski, Carnap) como tam bién en su form a o n to lòg ica , trad ic io n a l desde A ristóteles.

La defin ición sem ántica de la verdad reza asi en su form a ex p lí­cita:

(1) x es una oración verdadera si y sólo si «p» es verdadera . D on­de «x» designa una oración asertórica con el s ign ificado «p». E sta for­m ulación perm ite ver que el concepto sem ántico de verdad presupone c ircu larm en te la verdad de los en un c iad o s85. De ah í que T arsk i sólo pueda sustitu ir (1) por

(2) x es una oración verdadera si y sólo si «p», porque supone la equ ivalenc ia

(3) p = «p» es verdadera.E l signo de equ ivalencia oculta, s in em bargo , el p rob lem a de cuya

c larificac ió n se trata. Pues con «p» me refiero a un enunciado verdade­ro si y sólo si inserto la correspondiente o rac ión asertó rica x en un acto de hab la del tipo de una afirm ación . Y si querem os ac la ra r las im p lic a ­ciones que en punto a validez tienen las afirm aciones no podem os con­tentarnos con la equ ivalencia señalada en (3). A ntes b ien , tenem os que tem atizar la pretensión de validez que en tab lam os o presentam os con los actos de habla constatativos86.

84 C fr. S e lla rs (1 9 6 8 ), págs. 100 y ss.85 C fr. E. T u gen d h at, en Pbilos. R und icbau , Jg . 8 , H .n 2 / 3 , págs. 131 -159 .86 C on razón señ a la T u gen d h at (loe. c it ., pág . 138) q ue si e l sen tid o de «v e rd ad e ro » se

ago ta en q ue podem os su t itu ir « “p ” es v erd ad ero » p o r «p » , en to n ces ca re c e de ob jeto p reg u n ­tarse po r la verdad de los ju icios.

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El in tento clásico de e lud ir esta cuestión viene representado por la in terp retac ión onto lòg ica de la correspondencia entre enunciado y he­cho com o una re lac ión de semejanza, im agen o copia ( teoría de la verdad como adecua ción ). Es c laro que esta interpretación no ac ierta con el sen ti­do de la verdad , porque las im ágenes son más o menos parecidas al o r i­g in a l que tratan de representar, m ientras que un enunciado que es v e r­dadero no puede ser más o menos próxim o a la realidad : la verdad no es una re lac ión com parativa. (Sobre esto han llam ado ya la atención A ustin y Se llars.) Pero la d ificu ltad propiam ente d icha de las teorías onto lóg icas de la verdad rad ica en que la correspondencia entre en un ­ciados y hechos (o la realidad como sum a de todos los hechos) sólo puede a su vez declararse en enunciados. A l térm ino «rea lidad» no po­dem os darle , com o m ostró Petrce87, n ingún otro sentido que el que asociam os con la verdad de los enunciados. Sólo podemos in trodu cir el concepto de «rea lidad» por referencia a «enunciados verdaderos»: rea lidad es la sum a de todos los estados de cosas sobre los que son posi­bles enunciados verdaderos. Las teorías ontológicas de la verdad tratan en vano de rom per el ám bito de la lógica del lenguaje que es el ú n i­co donde puede aclararse la pretensión de validez de los actos de habla.

C iertam ente que el sentido de la verdad no consiste en el m étodo de hallazgo de la verdad ; sin em bargo, el sentido de una pretensión de va lidez no puede defin irse sin recurrir a la posib ilidad de dec id ir sobre e lla , de «desem peñarla». La teoría d e la verdad co?no evidencia a la que ya nos hem os referido en la versión que le da Husserl, define la verdad por re­ferencia al cum p lim ien to de una in tención por v ía de ev idencia . El sentido de la verdad rem ite, según H usserl, a la ev idencia de la in tu i­ción de algo inm ed iatam ente dado. No voy a repetir aquí los argum en­tos que desde P eirce a Popper y Adorño se han hecho contra las «filo - so lías p rim eras» de este tipo. En Husserl, como hem os visto , la insoste- n ib ilid ad de la teo ría de la verdad como evidencia queda patente en la ten tativa de probar para los enunciados universales la ex istencia de una in tu ic ió n no sensib le (categoria l), en la que elem entos un iversales se d arían a sí m ism os en la ev idencia. Pero tam bién los enunciados s in ­gu lares (los llam ados juicios de percepción) contienen a lo m enos una expresión un iversa l (a saber: uno de los predicados relativos a d isposi­ciones, m ed ida, re lac ión o sensación, perm itidos en los lenguajes ob- servac ionales), cuyo contenido sem ántico no puede ser realizado o cum p lido , en el sentido de Husserl, por las evidencias sum in istradas por un núm ero fin ito de observaciones particulares. E l s ign ificado de una p a lab ra o de una oración, como mostró W ittgenstein al analizar la in troducc ión de convenciones sem ánticas por v ía de ejem plos, com ­porta la co n n o tac ió n de algo general que excede todos los posibles

8/ C fr. K. O. A p e l, In tro d u cc ió n a Ch. S. P eirce, S chrijtcn /, F ran cfo rt, 1968.

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cum plim ientos particu lares o ejem plificaciones. La pretensión de v a l i­dez im p licada en una afirm ación no puede por tanto desem peñarse m ediante ev idencias sum in istradas por ia experiencia. S in em bargo, es claro que la va lidez de las afirm aciones dotadas de conten ido em pírico las apoyam os en experiencias. En cierto modo la pretensión de validez se funda en experiencias. Lo que esto quiere decir podem os aclararlo analizando el carácter d isonante de las «experiencias», sobre el que han insistido tanto G adam er (V erdad y M étodo) com o Popper (L ógica de la Investigación C ientífica).

Sobre todo P eirce , y, sigu iendo a Peirce, los p ragm atistas, han su­brayado la im portancia que en punto a teoría del conocim iento tiene el hecho de que sólo podam os aprender de desengaños. De experiencias sólo podemos hab lar en un sentido enfático cuando m odifican nues­tras expectativas y nos ob ligan a buscar nuevas orientaciones. Las ex­pectativas en que nos vem os confirm ados pasan inadvertidas. Son el fundam ento sobre el que reposa la p ráctica en nuestro m undo de la v ida; se nos convierten en fuente de certeza. Pero las certezas son siem ­pre subjetivas, pueden verse conm ovidas en todo m om ento por expe­riencias disonantes. Por parte del sujeto op inante la certeza es el co rre­lato de la va lidez efectiva de una op in ión . En este sentido, la experien ­cia, es decir, la experiencia por la que continuam ente nos vem os con ­firm ados, sirve de base a las pretensiones de va lidez entab ladas en los actos de hab la constatativos. «Serv ir de base» tiene el sentido de estab i­lización de las pretensiones qua pretensiones: m ien tras « la experiencia no enseñe otra cosa» no tenem os n ingún m otivo p lausib le para poner fácticam ente en duda una pretensión de validez, si bien sabemos que las dudas, cuando surgen, no pueden so lventarse m ediante experien ­cias, sino sólo m ediante argum entos. C iertam ente que en el contexto de una argum entación tam bién puede apelarse a la experiencia . Pero esta apelac ión m etodológica a la experiencia , por ejem plo, en un expe­rim ento , depende por su parte de in terpretaciones cuya validez sólo puede probarse en el d iscurso. Las experiencias apoyan la pretensión de verdad de las afirm aciones; a esa pretensión nos atenem os m ien tras no se produzcan experiencias disonantes. Pero resolverse o desempeñarse sólo puede una pretensión de validez m edian te argum entaciones. U na pretensión basada en la experiencia goza de respaldo hasta nuevo aviso; pero en cuanto se to rna prob lem ática, queda claro que una pretensión basada en la experiencia no es todav ía en modo alguno una pretensión fundada . La p retensión de validez ligada a los actos de hab la constatati­vos, lo cual qu iere decir: la verdad que pretendem os para los enuncia­dos al afirm arlos, depende de dos condiciones: tiene que (a) basarse en la experiencia , es decir, el enunciado no puede chocar con experiencias d isonantes, y (b) tiene que ser desem peñable d iscursivam ente , es decir, el enunciado tiene que resistir posibles contraargum entos y poder en ­con trar el asen tim ien to de todos los partic ipan tes potenciales en el d is­

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curso. La cond ic ión (a) tiene que cum plirse para que resulte cre íb le la pretensión de que la cond ic ión (b) podría cum plirse llegado el caso. El sentido de la verdad , que la p ragm ática de las afirm aciones com porta, podrem os hacerlo exp líc ito si logram os decir qué s ign ifica «desem pe­ño d iscursivo» o «reso lución d iscursiva» de pretensiones de validez. Esta es la tarea de una teoría consensual d e la verdad. Según esa teoría sólo puedo atrib u ir un pred icado a un objeto si tam bién cua lqu ier otro que pu d ie se en tra r en una argum entación conm igo , atribuyera el m ism o p red i­cado al m ism o objeto. Para d is tingu ir los enunciados verdaderos de los falsos, hago referencia al ju icio de otros — y, por cierto , al ju icio de to­dos los dem ás con los que pudiese in ic ia r a lguna vez una argum en ta­ción (incluyendo con trafácticam ente a todos los oponentes que pud ie­ra encontrar si m i v ida fuera coextensiva con la h isto ria del m undo hu­m ano). C ondición para la verdad de los enunciados es, pues, el po ten ­cia l asen tim iento de todos los otros. C ualqu ier otro tendida que poder convencerse de que atribuyo justificadam ente al objeto A el predicado P, y tendría que poder estar de acuerdo conm igo . El sentido p ragm áti­co-un iversal de la verdad se m ide, pues, por la ex igencia de alcanzar un consenso rac ional. El concepto de reso lución o desem peño d iscursivo de pretensiones de va lidez conduce al concepto de consenso rac ional. Antes de en trar en las aporías que resu ltan de ello voy a estud iar las otras clases de pretensiones de va lidez que, aparte de las pretensiones de verdad , v ienen conten idas en los juegos de lenguaje norm ales.

Un juego de lenguaje que funciona, en el que se coord inan e in ter­cam bian actos de hab la, v iene acom pañado por un «consenso de fon­do». Este consenso descansa en el reconocim iento reciproco de por lo m enos cuatro pretensiones de va lidez que los hab lantes com petentes en tab lan unos frente a otros con cada uno de sus actos de habla. Se pre­tende la in teligib ilidad de la em isión o m an ifestac ión , la verdad de su com ­ponente p roposicional, la re ctitu d de su com ponente rea lizativo y la v e ­ra cidad de la in tenc ión que el hab lan te m anifiesta . U na com un icación sólo d iscurre sin perturbaciones (sobre la base de un consenso «conver­tido en háb ito»), si ios sujetos hab lantes/agentes

a) hacen com prensib le o in te lig ib le tanto el sentido de la re lac ión in terpersonal (que puede expresarse en form a de una oración realizati- va), com o el sentido de! com ponente p roposic ional de su m an ifesta­ción;

b) reconocen la verdad del enunciado hecho con el acto de hab la (o las presuposiciones de ex istencia del conten ido p roposic ional «m en ­c ionado» en ese acto de hab la);

c) reconocen la rectitud de la norm a com o cuyo cum p lim ien to puede entenderse el acto de hab la ejecutado en cada caso;

d) no ponen en duda la veracidad de los sujetos im plicados.Las d istin tas pretensiones de va lidez sólo se tem atizan cuando el

funcionam ien to del juego del lenguaje queda perturbado y el consenso

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de fondo puesto en cuestión. Entonces se p resen tan preguntas y res­puestas típ icas; éstas son com ponente no rm al de la p ráctica co m un ica­tiva. Cuando la in te lig ib ilid ad de una m an ifestac ión se torna prob le­m ática hacem os preguntas del tipo: ¿qué qu ieres d ec ir? ; ¿cóm o he de entender eso?, ¿qué s ign ifica eso? Las respuestas a ta les preguntas v a ­mos a llam arlas in teipreta cion es. Cuando se to rna p ro b lem ática la verdad de un enunciado hacem os preguntas del tipo ; ¿es eso com o dices?, ¿por qué es así y no de otra m anera? A estas p reguntas les hacem os frente con afirmaciones y explicaciones. Cuando la rectitud de un acto de hab la o de su contexto norm ativo se torna p rob lem ática , hacem os preguntas del tipo: ¿por qué has hecho eso?, ¿por qué no te has com portado de otra m anera?, ¿te es líc ito hacer eso?, ¿no deberías com portarte de otra m anera? A estas preguntas respondem os con ju stifica cion es. C uando, f i­nalm ente , en un contexto de in teracción ponem os en cuestión la v e ra ­cidad de quien nos está hablando, hacem os preguntas del tipo: ¿no me estará engañando?, ¿no se estará engañando a (o acerca de) sí m ism o? Pero estas preguntas no se las d irig im os a la persona de qu ien descon­fiam os, sino a un tercero. Pues el hab lan te sospechoso de no v e ra c i­dad puede a lo sumo ser « in terrogado» en el curso de un proceso, o «ser tra ído a razón» o «hecho recapac itar» en un d iálogo psicoana- lítico .

Las cuatro m encionadas pretensiones de va lid ez son fun d am en ta­les en el sentido de que no pueden reducirse a nada com ún. El sentido de la in te lig ib ilid ad , la rectitud , la verac id ad , no puede reducirse al sentido de la verdad. Entendem os qué s ign if ica «verdad» cuando nos aclaram os acerca del sentido de las p retensiones de va lid ez conten idas en los actos de habla constatativos. La p ragm ática de las afirm aciones es la c lave para el concepto de verdad , m ien tras que el recurso a m ode­los que, corno ocurre, por ejem plo, con el m odelo de la sem ejanza o co­pia (A bbildung), se m ueven en otra esfera, a saber: en el ám bito de la ex­posición icón ica, no pueden menos de co n ducir a error. La verdad no es una relación de semejanza. Y otro tanto acaece con las dem ás clases de pretensiones de validez. La in te lig ib ilid ad de una em isión o m an i­festación no es una relación de «verdad». In te lig ib ilid ad es una p re ten ­sión de validez que dice que dispongo de una determ in ada com peten ­cia de regla, por ejem plo, que dom ino un lenguaje n atu ra l. U na em i­sión o m anifestación es in te lig ib le cuando está b ien form ada g ram ati­cal y pragm áticam ente, de suerte que todo el que dom ine los corres­pondientes sistemas de reglas, puede generar la m ism a em isión o m an i­festación. Quizá lo que llam am os «verdad an a lít ic a » puede concebirse tam bién como un caso especial de in te lig ib ilid ad , a saber: la in te lig ib i­lidad de oraciones construidas en un lenguaje form al. Pero la in te lig i­b ilidad tiene poco que ver con la «verdad». La verdad es una relación entre las oraciones y la realidad sobre la que hacem os enunciados; la in te lig ib ilid ad , en cam bio, es una re lac ión in te rn a entre expresiones

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sim bólicas y el correspondiente sistem a de reglas conform e a cuyas p rescripciones hem os producido esas expresiones.

Al igual que la in te lig ib ilid ad , tam poco la veracidad es una re la ­ción de «verdad». La veracidad es una pretensión de validez ligada a los actos de hab la de la clase de los representativos, pretensión que dice que con las in tenciones que m anifiesto , quiero en serio decir exacta­m ente lo que d igo. Un hab lante es veraz cuando no se engaña a sí m is­mo ni engaña a los otros. Asi como la «verdad» se refiere al sentido en que enuncio una proposición , así tam bién la «veracidad» se refiere al sentido en que descubro o m anifiesto ante los ojos de los otros una v i­venc ia subjetiva a la que yo tengo un acceso p riv ileg iado . En cuanto entendem os la veracidad como una relación entre la m an ifestación de una v iven c ia y la en tidad de un estado interno, la hem os m alen tend ido ya conform e al m odelo de una relación de «verdad»: en los actos de au- toexpresión no afirm o nada sobre episodios internos, no hago en gene­ral enunciado a lguno , sino que doy expresión a algo subjetivo. C ierta­m ente que el m alen tend ido com plem entario , que subyace a las teorías de la verdad com o m anifestación , no resulta menos grave. Pues en ellas (y la teoría de H eidegger es un buen ejemplo de lo que digo) se en ­tiende la verdad , conform e el modelo de la veracidad, como m an ifesta­ción u ocu ltam ien to — una idea que no hace justicia a la re lac ión del uso co gn itivo del lenguaje con la realidad.

En com paración con la in te lig ib ilidad y la veracidad , la pretensión norm ativ a que es la «rectitud» (R ich tigk eit) ha sido objeto de m ayor atención en las d iscusiones filosóficas, si bien casi siem pre bajo el nom ­bre de verdad m oral. Pero la rectitud es una pretensión de validez lig a ­da a los actos de hab la de la clase de los regulativos, pretensión que dice que una norm a v igen te es reconocida con razón, que «debe» tener v a li­dez o estar v igen te . Esta validez norm ativa nada tiene que ver con la va lidez ver ita tiv a . Ind icador de ello es que las o raciones norm ativas no pueden deducirse de las descriptivas. Las objeciones que una y otra vez han ven ido haciéndose contra las falacias naturalistas en el ám bito de la ética se refieren a la d iferencia entre rectitud y verdad proposicional. En cuanto entendem os la rectitud como una re lac ión entre una reco­m endación o advertenc ia y las entidades internas que son el p lacer y d isp lacer, la hem os m alentendido conform e al m odelo de una relación de «verdad»: en los actos de elección fundada ni hago afirm aciones so­bre ep isodios in ternos, al igual que tampoco las hago en los actos de au topresen tación , ni hago en general enunciado alguno, sino que hago algo que está b ien o que está m al, actúo bien o actúo m al. La co nclu ­sión, sin em bargo , de que las cuestiones prácticas no son susceptibles de verdad , yerra asim ism o el sentido de la validez norm ativa. Pues al expresar que una norm a debería ser preferida a otra, lo que pretendo es precisam ente ex c lu ir e l m omento de arb itrariedad: la rectitud co incide con la verdad en que ambas pretensiones sólo pueden desem peñarse

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d iscursivam ente , por v ía de argum entación y obtención de un consen­so rac ional. C iertam ente que el consenso que pueda alcanzarse no sig ­n ifica en am bos casos lo m ism o. La verdad de los enunciados se m ide por la posib ilidad de un asentim iento un iversa l a una idea, la rectitud de una recom endación o de una advertencia por la posib ilidad de con­cordancia un iversa l en una id ea“8.

No todas las pretensiones de va lidez que en térm inos de p ragm áti­ca un iversa l hem os glosado por referencia a las cuatro clases de actos de hab la que introdujim os, se enderezan por su prop ia estructura a que­dar desem peñadas o resueltas en térm inos d iscursivos. La teoría con- sensual de la verdad, que ha de apoyarse en el concepto de consenso a l­canzado argum entativam ente, sólo es re levan te para las pretensiones de verdad y rectitud . Las pretensiones de veracidad sólo pueden reso l­verse m ediante acciones. N i el in terrogatorio ni el d iá logo psicoanalí- tico entre m édico y paciente pueden considerarse discursos en el sen ti­do de una búsqueda cooperativa de la verdad. O tra cosa es lo que ocu­rre con la pretensión de in te lig ib ilid ad . Si el consenso de fondo queda perturbado en este p lano hasta el punto de que no basten las in terpre­taciones ad hoc, hay que recurrir a un discurso herm enéutico en que las d iversas in terpretaciones puedan som eterse a exam en y razonarse por qué se considera correcta una de ellas. Tam poco aquí puede pasarse por alto la d iferencia. Las pretensiones de verdad y rectitud actúan en la p ráctica co tid iana como preten sion es que se aceptan en v ista de la posi­b ilidad de que, llegado el caso, podrían desem peñarse d iscursivam ente. La in te lig ib ilid ad , en cam bio , m ientras la com unicación d iscurra sin perturbaciones, es una pretensión que se supone fácticam ente desem ­peñada; no es sim plem ente una prom esa aceptada: la com unicación in in te lig ib le se v iene abajo.

La teoría consensual de la verdad , a la que vuelvo tras haber d is tin ­guido d istin tas clases de pretensiones de validez, parte del hecho de que en tend im iento ( Verständigung) es un concepto norm ativo . W itt­genstein observa que el concepto de en tend im iento rad ica en el propio concepto de lenguaje. De modo que sólo en un sentido au toexp lic itati- vo podemos decir que la com unicación sirve al en tend im iento . Todo en tend im ien to se acred ita en la rac ionalidad de un consenso; pues de otro m odo, com o podemos decir, no se trata de un entend im iento «real». Los hablantes com petentes saben que todo consenso fáctica­m ente alcanzado puede engañar; pero al concepto de consenso enga­

88 E sta d ife ren c ia puede ten e r q ue v e r con q ue las o p in io n es ace rc a de los hechos h an de es ta r fu n d ad as en la ex p e r ien c ia , m ien tras que la a cep tac ió n o rechazo de no rm as no hacen una re fe ren c ia d irec ta a la re a lid ad ex tern a . La p re ten s ió n de rec titud de un a no rm a se apoya en todo caso en ex p er ien c ia s re flex iv as que los su jetos p a rtic ip an te s hacen co n sigo m ism os; ta les ex p er ien c ia s m uestran si « rea lm en te se q u ie re » u n a no rm a p ro p uesta o u n a n o rm a acep ­tada y si la in te rp re tac ió n de la s necesidades que en esa no rm a se exp resa «ac ie r ta re a lm en te» con lo que podem os en te n d er com o «n uestras p ro p ias» necesidades.

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ñoso (o m eram ente im puesto) le han puesto ya en la base el concepto de consenso rac ional. Saben que un consenso engañoso tiene que ser sustitu ido por uno real p ara que la com unicación pueda conducir a un en tend im ien to . En cuanto in ic iam os una com un icación declaram os im p líc itam en te nuestra vo luntad de entendernos unos con otros sobre algo. Tan pronto com o deje de tener sentido esperar un consenso, aun ­que sólo se trate de un consenso acerca de en qué op in iones d iferim os, la com unicación queda in terrum pida; pero si el en tend im ien to no es un concepto descrip tivo , ¿en qué se m ide entonces un consenso rac io ­nal por oposición a un consenso producido de form a puram ente con­tingente del que decim os que no puede ser «firm e» ni serv ir de base a nada? Un consenso rac iona l, así hem os d icho , lo alcanzam os en los discursos. Pero ¿qué entendem os por discurso?

Los discursos son actos organizados con el fin de razonar em isiones cogn itivas. E lem entos cogn itivos tales como las in terpretac iones, las afirm aciones, las exp licaciones, y las justificaciones son ingred ien te norm al de la p ráctica de la v ida d iaria . L lenan huecos de in form ación . Pero en cuanto sus pretensiones de va lidez son exp líc itam en te puestas en cuestión , la obtención de u lterio res in form aciones deja de co n ver­tirse en un problem a de am p liac ión o de d ifusión , para convertirse en un problem a de obtención de conocim iento . En el caso de prob lem ati- zaciones fundam entales la com pensación de déficits de in fo rm ación ya no es ayuda alguna. A ntes bien, ex igim os razones convincentes, y en el d iscurso tratam os de llegar a convicciones com unes m ed ian te ra ­zones.

Las in terpretac iones, afirm aciones, explicaciones y justificaciones, aceptadas ingenuam ente prim ero en su pretensión de validez, se trans­form an m ed ian te fundam entaciones obtenidas d iscursivam ente: las in terpretac iones casu ísticas quedan insertas en plexos de in terp re ta ­c ión , las afirm aciones singu lares quedan asociadas con enunciados teo­réticos, las exp licaciones se razonan por referencia a leyes de la n a tu ra­leza o norm as, las justificaciones singulares de las acciones se deducen a p artir de las justificaciones generales que subyacen a las norm as. In ic ia ­mos un discurso herm enéutica cuando queda puesta en tela de ju icio la v a li­dez de la in terp retac ión de expresiones en un sistem a de lenguaje dado. In ic iam os un d iscu rsoJeórico-em p írico , cuando ha de com probarse la v a l i­dez de afirm aciones y exp licaciones dotadas de conten ido em pírico . In ic iam os un discurso p rá ctico cuando hay que ac la ra r la va lidez de reco­m endaciones (o advertencias), que se refieren a la aceptación (o recha­zo) de estándares. U na clase especial de discurso práctico es el que em ­prendem os en un m etan ive l cuando se trata de la cuestión de qué siste­m a de lenguaje ha de eleg irse para que un fenóm eno (p rov isionalm ente designado) pueda ser descrito adecuadam ente, para poder articu la r con p recisión y poner en form a elaborable un prob lem a existente, o in c lu ­so para poder dar satisfacción a un «in terés rector del conocim iento».

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Los argum entos sustanciales tienen la capacidad de m o tivar rac io ­nalm ente al reconocim iento de una pretensión de va lidez , si b ien tal reconocim iento no puede producirse sólo por deducción (o por ap e la­ción m etodológica a la experiencia), es d ec ir, no puede obtenerse o im ­ponerse sólo por v ía an a lítica (o por v ía e m p ír ic a )89. La lóg ica del d is­curso sólo podemos desarro llarla exp licando qué s ign ifica «m otivación rac io n a l» por oposición a «necesidad lóg ica» ; ta l exp licac ión tendrá que apelar en térm inos circu lares a la p ecu lia r coacción sin coacciones que, m erced a su capacidad de convencer, ejercen los mejores a rgu ­m entos. Pero entonces, ¿puede el sentido de la verd ad , la cual se d is tin ­gue de la sim ple certeza por el carácter absoluto de su pretensión , d e­term inarse por referencia al vac ilan te fundam ento de nuestros esfuer­zos por alcanzar d iscursivam ente un consenso? ¿Cóm o puede d is tin ­gu irse un consenso rac ional de un consenso p roducido de form a p u ra­m ente contingente?

Retornem os una vez más a la verdad d e los enunciados. Con los actos de habla constatativos entablam os una pretensión de verdad a f a v o r del enunciado . Con su ayuda hacem os la d is tin c ió n , fundam en ta l, en tre ser y apariencia . Si nos atenem os a la teo ría consensual de la verdad , cond ición del desem peño o reso luc ión de una pretensión de va lid ez es el asen tim iento potencial de todas las dem ás personas. A hora b ien , fác- ticam ente serán sólo algunas personas las que m ed ian te su asen tim ien ­to o d isen tim iento m e perm itirán co n tro lar la p retensión de va lid ez de m i afirm ación . El asentim iento fáctico de unas cuantas personas a las que me es posible acceder, podrá con tar tanto más con el asen tim ien to de otros críticos cuanto menos sean las razones que yo y otros ten ga­mos para dudar de su com petencia de ju icio . Por tanto , la cond ic ión que contrafácticam ente in trodujim os, vam os a re s tr in g ir la en los s i­guientes térm inos: puedo afirm ar «p» si cu a lq u ie r o tro c rítico com peten te estuviese de acuerdo conm igo en ello . Pero , ¿qué puede s ign if ica r en este contexto com petencia de ju icio?

K am lah y Lorenzen han propuesto que los crítico s com petentes han de ser capaces de em prender una comprobación adecuada. T ienen que en tender de lo que se trate, ser especialistas. Pero ¿cóm o dec id ir qué clase de com probación puede considerarse adecuada en un caso dado y qu ién puede pretender ser considerado espec ia lis ta? T am bién sobre e llo hab ría que in ic ia r un discurso cuyo resu ltado dependería a su vez de un consenso de los participantes. E n tender de lo que se trate es c ie r­tam ente una condición que un h ab lan te com petente ha de cum p lir, pero de tal «entender de algo» no puede darse c r ite r io independ ien te a lguno ; la decisión acerca de la e lección de ta les criterio s tendrá que depender a su vez del resultado de un d iscurso . Por tanto , la com peten ­cia de un crítico , cuyo asen tim iento me p erm ita con tro lar mi propio

T o u lm in , The Uses o f A rgum cn t, C am b rid ge , 1964 , págs. 146 y ss.

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ju icio , no voy a hacerla depender de que entienda de la m ateria de que se trate , sino s im p lem ente de si el crítico es «racional». Pero aun supo­n iendo que de las características p ragm ático-un iversales de los len gua­jes descrip tivos pud ieran deducirse métodos de com probación que re­sultasen aptos para im poner un consenso acerca de la va lidez de a f ir ­m aciones de con ten ido em pírico ; y aun cuando a renglón seguido cu­piese hacer la propuesta de llam ar «racionales» a todos aquellos críticos que sean , por ejem plo , capaces de proceder a observaciones y pesquisas m etód icam ente organizadas — aun en ese caso no podríam os sustraer­nos a la m encionada perplejidad. Pues ¿cómo cabría determ inar con seguridad la posesión de tal com petencia? No basta con que uno haga com o si h ic ie ra m etódicam ente observaciones o procediese a un m etó­dico trabajo de pesquisa. Esperam os, d igám oslo así, que sea dueño de sus sentidos, que sea capaz de responder de sus actos. T iene que v iv ir en' el m undo púb lico de una com unidad de lenguaje y no ser un « id io ­ta», es decir, incapaz de d istingu ir entre ser y apariencia. Si uno está en sus cabales o no, es algo que sólo vemos cuando podemos hab lar con él y cuando podemos con tar con él en plexos de acción.

La d is tin c ión en tre consenso verdadero y falso ha de decid irse en los casos de duda m ed ian te un discurso. Pero el resultado del d iscurso depende a su vez de la obtención de un consenso que pueda considerar­se sufic ien tem ente sólido. La teoría consensual de la verdad nos hace percatarnos de que acerca de la verdad de los enunciados no puede de­c id irse sin ape lar a la com petencia de posibles críticos y que sobre la com petencia de estos críticos no cabe decid ir sin proceder a eva luar la veracidad de sus em isiones y la rectitud de sus acciones. La idea de con­senso verdadero ex ige de los participantes en un d iscurso la capacidad de d is tin gu ir fiab lem ente entre ser y apariencia, esencia y fenóm eno, ser y deber, para poder juzgar com petentem ente acerca de la verdad de los enunciados, la veracidad de las em isiones y la rectitud de las accio ­nes. Pero en n in gun a de estas tres dim ensiones podemos señalar un c r i­terio que nos perm itiese un en ju iciam iento independiente acerca de la com petencia de posibles críticos o consejeros. Antes b ien, el ju icio so­bre la com petencia de ju icio tendría por su parte que acred itarse en un consenso del m ism o tipo que aquel para cuya evaluación precisam ente estam os buscando c r ite r io s ,,(l. Sólo una teoría onto lógica de la verdad

T al o b je tivo no es n lcanzab le po rque no es posib le rebasar los d iscu rso s , es d ec ir , no es p o sib le l le v a r a cabo «m etad iscu rso s» . En un m etad iscu rso hacem os (y ésta era h asta aqu í n u es tra a c t itu d ) co m o si p ud iésem os co n sta ta r si los partic ip an tes en ese d iscu rso cu m p len las co n d ic io n e s de una po sib le p a r tic ip ac ió n en el d iscurso . Pero, en rigo r, m etad iscu rso y d is ­cu rso es tán a un m ism o n iv e l. T odo d iscu rso es una activ id ad in te rsu b je t iv a y, p o r tan to , ni s iq u ie ra puede su rg ir la a p a r ie n c ia de una au to rre flex ió n (ite rab le a v o lu n tad ) de su jetos so li­ta rio s (A . K u len k am p ff , A utonom ie uncí D ialek iik , Scuttgart, 1970). T am b ién la au to rre f lex ió n , en la que los p a r t ic ip a n te s en la co m u n ic ac ió n se aseguran de si h an ab an d o n ad o en re a lid ad el co n tex to de la a c c ió n co m u n ic a tiv a y dejado en suspenso las coacc io n es a que la re a lid ad

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podría rom per este círcu lo . Pero n inguna de las teorías de la verdad como correspondencia o como copia (A bbild) se ha m ostrado capaz de resistir la crítica.

Pero si ello es así, resu lta d if íc il entender por qué, em pero, en todo diálogo partim os de que podemos llegar a entendernos. Lácticam ente nos atribu im os en todo m om ento la capacidad de d is tingu ir entre un consenso racional y un consenso engañoso. Pues de otro modo no po­dríam os tác itam ente presuponer ese sentido del hab la, m etacom unica- tivam ente aceptado ya siem pre, es decir, ese carácter racional del h a­b la, sin el cual no tendría sentido alguno nuestra com unicación co ti­diana. Este fenóm eno necesita explicación .

M i exp licación es que los partic ipan tes en la argum entación suponen en com ún algo así com o una situación ideal de habla. La situación ideal de hab la ven d ría determ inada porque todo consenso que pueda alcanzarse bajo sus condiciones, puede considerarse p e r se un consenso rac ional. M i tesis es pues: la anticipación de una situación id ea l de habla es lo que garan tiza que podam os asociar a un consenso alcanzado fáctica­m ente la pretensión de ser un consenso racional. A l propio tiem po, esa an tic ip ac ión es una in stanc ia crítica que nos perm ite poner en cuestión todo consenso fácticam ente alcanzado y proceder a com probar si pue­de considerarse ind icador suficiente de un en tend im ien to real. La teo­ría consensual de la verdad es, a m i entender, superio r a otras teorías de la verdad ; pero tam poco e lla puede escapar del m ovim ien to c ircu lar de los argum entos si no es contando con que en todo d iscurso nos vemos obligados a suponer recip rocam ente una situación ideal de habla. Es claro que esta an tic ip ac ión u otra parecida es necesaria si querem os ev i­tar la consecuencia de hacer depender de un consenso alcanzado con­tingentem ente el desem peño d iscursivo de una pretensión de validez; pero queda en pie la cuestión de cóm o es posible la p royección de una situación ideal de habla. S i, p rim ero , todo hab la tiene el sentido de que a lo m enos dos sujetos se en tienden entre si sobre algo, y de que, en caso necesario , tam b ién se en tienden d iscursivam ente sobre pretensio ­nes de va lidez puestas en tela de ju icio ; si, segundo, en tend im ien to sig ­n ifica la p roducción de un consenso rac ional; si, tercero , un consenso verdadero sólo puede d istingu irse de un consenso falso por referencia a una situación ideal de hab la, es decir, recurriendo a un acuerdo que contrafácticam ente v iene pensado com o si se hub iera producido bajo condiciones ideales — entonces esta idealización no puede consistir en

som ete toda d ec is ió n que co m p o rte riesgos , no puede m enos de ser un a ac tiv id ad in tersu b je ­t iv a (c fr. E rk tm itn is u n d lu te r e s s e , F ran c fo rt , 1968 , cap . 10 ). N o p o dem os e fec tu ar u n d iscu rso sin su p o n er que se han cu m p lid o ya las co n d ic io n es que co m p o n a la en trad a en un d iscu rso ; pero tras h ab er hecho esa supo sic ió n ca rece de sen tido un d iscu rso acerca de si se ha ten ido razón al h a ce r la . En el p lan o del d iscu rso no puede h ab e r sep arac ió n en tre el d iscu rso y la po ­s ic ió n ex te rn a de un o b servad o r del d iscu rso .

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otra cosa que en una an tic ip ac ió n que siem pre que querem os in ic ia r una argum entación , hemos d e hacer, y que tam bién podem os hacer con ayuda de los m edios constructivos de que todo hab lante d ispone m erced a su com petencia com un icativa .

¿Cóm o es posible la proyección de una situación ideal de hab la con la ayuda de los actos de hab la que todo hab lan te com petente puede eje­cutar? En lo tocante a la d istinc ión entre un consenso verdadero y uno falso, llam am os ideal a una situación de hab la en que la com un icación no sólo no v iene perturbada por influjos externos contingentes, sino tam poco por las coacciones que resu ltan de la p rop ia estructura de la com unicación . La s ituación ideal de hab la excluye la d isto rsión siste­m ática de la com unicación . Sólo entonces predom ina en exclusiva la p ecu lia r coacción sin coacciones que ejerce el m ejor argum ento , la cual hace que se ponga en m archa una com probación m etódica y com pe­tente de las afirm aciones o puede rac ionalm ente m otivar a una dec i­sión acerca de cuestiones prácticas.

Pues b ien , de la prop ia estructura de la com un icación no se siguen coacciones si y sólo si p ara todos los partic ipan tes está dada una d is tr i­bución sim étrica de las oportun idades de e leg ir y ejecutar actos de h a­bla. Pues es entonces cuando se da no sólo una un iversa l in tercam b ia- b ilidad de roles d ialóg icos, sino una efectiva igualdad de oportun ida­des en la realización de roles d ialóg icos, es decir, en la realización de cualesqu iera actos de habla. De esta cond ición de un iversa l s im etría pueden deducirse reglas especiales para cada una de las cuatro clases de actos de hab la que hem os in troducido . A cond ic ión de que todos los partic ipan tes en una d iscusión tengan igual oportun idad de em plear actos de hab la com un icativos, es decir, así de in ic ia r com unicaciones como de perpetuarlas m ed ian te in tervenciones y rép licas, preguntas y respuestas, puede estab lecerse una base para que a la larga n ingún pre­ju icio quede sustraído a la tem atización y a la crítica , y ello m ed ian te la igualdad de oportun idades en el em pleo de actos de hab la constatativos (y de la parte de los regu lativos re levan te para las recom endaciones/ advertencias), es decir, m edian te una igual d istribución de las oportu ­nidades de hacer, p resentar, o dar in terpretac iones, afirm aciones, ex­p licac iones y justificaciones, y de razonarlas o refutarlas. Con estas p ro ­v idencias, los actos de hab la que em pleam os en los discursos, quedan idealm ente regulados. S in em bargo, con ello todav ía no quedan com ­pletas las condiciones de una s ituación ideal de hab la, que, m erced sólo a los rasgos de la s ituación , es decir, m erced sólo a su estructura, asegu­re, no sólo una d iscusión irrestricta , sino tam bién una d iscusión libre de dom in io . Pues las características que hasta aquí hem os señalado to­dav ía no garan tizan que los partic ipan tes en la d iscusión no sólo se im ag inen estar desarro llando una d iscusión , cuando en rea lidad están quedando p ris ioneros de una com unicación efectuada bajo las coaccio ­nes de la acción . T enem os, pues, que suponer adem ás que los hab lantes

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no pueden engañarse, n i a sí m ismos ni a otros, acerca de sus in ten c io ­nes. La situación ideal de hab la exige, pues (lo que no deja de ser in te re ­sante), determ inaciones que sólo in d irec tam en te se refieren a los d is­cursos, pero que d irectam ente se refieren tam b ién a la o rgan ización de los plexos de acción. M an ifiestam ente, la lib erac ión de los d iscursos respecto a las coacciones de la acción , que la s itu ac ió n ideal de habla exige, sólo cabe pensarla bajo las cond ic iones de la acción co m u n ica ti­va pura. De ahí que los otros dos supuestos especiales que hem os de añ ad ir se refieran a regulaciones de los actos de hab la que em pleam os en las interacciones.

En la situación ideal de habla sólo se perm iten hab lan tes que como agen tes tengan iguales oportunidades de em p lear actos de hab la rep re­sentativos, pues sólo la coord inación y s in ton izac ión recíp roca de es­pacios para em isiones o m an ifestaciones in d iv id u a les y una com ple­m entaria oscilación de proxim idad y d is tan c ia pueden garan tizar que los sujetos resulten transparentes para sí y para los dem ás en aquello que realm ente hacen y p iensan y que en caso necesario puedan traducir sus m anifestaciones extraverbales a em isiones lin gü ísticas. Esta rec i­p rocidad en las posibilidades de autopresen tación no rep resiva ni suje­ta a hum illac iones v iene com plem entada por una rec ip roc idad de ex ­pectativas de com portam iento que excluye los p riv ileg io s en el sentido de una ob ligatoriedad sólo u n ila tera l de las norm as de acción . Esta s i­m etría de derechos y deberes puede garan tizarse m ed ian te la igualdad de oportunidades en el em pleo de los actos de hab la regu lativo s, es de­c ir, m ediante una igual d istribución de las oportun idades de m andar y oponerse, de perm itir y p roh ib ir, de hacer prom esas y re tira rlas , de dar cuenta y ex ig irla , etc. Jun to con la igualdad de oportun idades en el em pleo de los actos de hab la com un icativo s, esto asegura al tiem po la posibilidad de abandonar en todo m om ento los plexos de acción y en trar en discursos en que se tem aticen p retensiones de va­lidez.

Las condiciones contrafácticas de la s ituación id ea l de hab la pue­den tam bién entenderse como cond ic iones necesarias de form as em an ­cipadas de vida. Pues la d istribución s im étrica de las oportun idades en la e lección y ejecución de actos de hab la que se refieren a (a) los en u n ­ciados como enunciados, (b) a la re lac ión de l o s h ab lan tes c o n su s e m i­siones y m anifestaciones y (c) a la ob servancia de norm as, representan la versión que, en térm inos de teo ría del lenguaje, cabe dar de aquello que trad ic ionalm ente trató de aprehenderse con las ideas de verdad , l i ­bertad y justicia. Estas determ inaciones se in terp re tan m utuam ente, y definen , tomadas conjuntam ente, u n a fo rm a de v ida en que todas las cuestiones públicam ente relevantes se tratan conform e a la m áxim a de proceder a un discurso o d iscusión , en re lac ión con el cual no tenem os más rem edio que suponer que siem pre que con tal in tenc ión in ic iá ­semos una com unicación y la p rosigu iésem os duran te tiem po sufi-

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cíente, resu ltaría un consenso que podría considerarse un consenso ra ­c io n a r '1.

La id ea lizac ión de la situación ele habla se entrelaza, pues, p ecu lia r­m ente con la idealizac ión de la situación de acción. De ah í que el con­cepto que en toda esta d iscusión se nos ha introducido de «acción co­m u n icativa pura» necesite explicación .

H asta aqu í hem os d istingu ido dos form as de com unicación (o de «hab la»): la acción comunicativa (in teracción ), por un lado, y el discurso, por otro. En la p rim era se presupone ingenuam ente la va lidez de las em i­siones o m an ifestac iones, para in tercam biar in form ación (experiencias referidas a la acc ión ); en el segundo se convierten en tem a las p reten ­siones de va lidez prob lem atizadas, pero no se in tercam bian in fo rm a­ciones. En los d iscursos in tentam os restablecer o sustitu ir el acuerdo que se hab ía dado en la acc ión com un icativa, y que ha quedado probie- m atizado. En este sentido hemos hablado de entendim iento d iscursivo . Las argum entaciones tienen por fin superar una situación que surge por una tenaz prob lem atización de pretensiones de va lidez ingenua­m ente supuestas en la acción com unicativa: este en tend im ien to refle ­x ivo conduce a un acuerdo producido y fundado d iscursivam ente (que puede, n atu ra lm en te , conso lidarse de nuevo en un acuerdo convertido secundariam en te en háb ito )'12.

La acción co m un ica tiva se efectúa en juegos de lenguaje co n verti­dos en háb ito y norm ativam ente asegurados, en que las em isiones o m an iíestac iones de todas tres categorias (oraciones, expresiones lig a ­das al cuerpo , acciones) no sólo se form an conform e a reglas, sino que tam bién quedan coord inadas entre si conform e a reglas de com ple­m e n ta ro n y sustitución . Los discursos, en cam bio, ex igen , en p rim er lugar, una virtualvzación de las coacciones de la alción, que habría de conducir a que puedan quedar en suspenso todos lbs motivos a excepción de uno sólo, el de una búsqueda cooperativa de la verdad, y a que las cuestio ­nes de va lidez puedan separarse de las cuestiones de génesis. Los d is­cursos ex igen , en segundo lugar, una virtualización de las preten sion es d e va-

l)| 11c tra tad o de c a ra c te r iz a r la situ ac ió n ideal de hab la , no por rasgos de la p e rso n a lid ad de hab lan tes id ea le s , s in o po r ca rac te r ís t ic as e s truc tu ra les de una s itu ac ió n de h ab la po sib le , a sab er: po r la d is tr ib u c ió n s im é tr ic a de o p ortun idades de o cupar ro les d ia ló g ico s y e jecu tar a c ­tos de h ab la . E sta co n stru cc ió n tien e por objeto m o strar que la an tic ip ac ió n de una s itu ac ió n ideal de h ab la q ue todo h ab lan te co m u n ic a tiv am en te com peten te tien e q ue em p ren d er si q u ie re p a r t ic ip a r en un d iscu rso , tien e tam b ién que poder em p ren derse con ayu d a de las cu a ­tro y só lo ¡as cu a tro m en c io n ad as c lases de actos de hab la. De ah í que, re tro sp ec tiv am en te , la p ro p u esta de s is tem a tiz a c ió n q ue hem os hecho para los actos de h ab la pueda tam b ién ju s t if i­carse desde el p u n to de v is ta de que ios actos de hab la só lo pueden ac tu ar co m o u n iv e rsa le s p ragm ático s , es d e c ir , co m o m ed io para la gen erac ió n de estruc turas g en era le s del h ab la p o si­b le si s irven a la vez co m o m ed io para tal p royecc ió n de una s itu ac ió n id ea l de hab la .

1)2 T am b ién un a p r ten s ió n de va lid ez d iscu rs ivam en te fundada vu e lv e a co b ra r su m odo de v a lid ez « in g e n u o » en cu an to el resu ltado del d iscu rso penetra en los co n texto s de acc ión .

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lidez, que hab ría de conducir a que dejemos en suspenso la cuestión de la ex istenc ia de los objetos de la acción co m un icativa , es decir, de cosas y sucesos, de personas y sus m anifestaciones, y adoptem os frente a los estados de cosas y a las norm as una actitud h ipotética. En los discursos ponem os entre paréntesis, p ara hab lar con H usserl, lo que éste llam aba la «tesis genera l». Los hechos se transform an asi en estados de cosas que pueden ser el caso, pero que tam bién pueden no serlo , y las norm as en propu esta s que pueden ser co rrectas, pero que tam bién pueden no serlo. Para conclu ir voy a ac lara r e l sentido de la va lidez no rm ativ a , que re­presenta un concepto fundam ental p ara una teo ría de la sociedad p lan ­teada en térm inos de teoría de la com unicación .

En la va lidez ingenua de las norm as de acción se en c ierra una p re­tensión de más alcance. En e lla rad ica la fuente de la fuerza contrafác- tica que caracteriza a la inm un idad , de la que, aun sin necesidad de v io ­lenc ia , aparecen revestidas las norm as v igentes, pese a los m ú ltip les de­sengaños con que hem os de enfren tarnos acerca de ellas. V oy a partir de un fenóm eno que es in tu itivam en te presente a todo sujeto capaz de acción . Cuando a un prójim o lo tratam os com o sujeto y no com o a un oponente que hay que neutra lizar a toda costa o incluso com o a un ob­jeto que podem os m an ipu lar, le estam os suponiendo (in ev itab lem ente) capacidad de responder de sus actos. Sólo podemos en trar en una in te ­racción con él, sa lir le a l encuentro , por así decirlo , en el p lano de la in- tersub jetiv idad , si presuponem os que, a l p reguntarle , podría dar razón de sus acciones. En la m edida en que queremos adoptar postura fren te a él tratándo lo com o sujeto, tenemos que p artir de que nuestro pró jim o nos p od ría decir por qué en una situación dada ha actuado así y no de otra m anera. Es decir, tenem os que hacer una idealizac ión , y una idealiza­ción que nos afecta tam bién a nosotros m ism os, pues vem os a los otros sujetos con los ojos que nos consideram os a nosotros m ism os; supone­mos que el otro , en caso de preguntarle , sería capaz de dar razones en favor de su acción , al igual que nosotros estam os convencidos de poder dar cuenta de nuestra acción si otro sujeto nos preguntara. Este saber in tu itivo , que en la ejecución de la acción se oculta a sí m ism o su status de suposición (o de an tic ip ac ió n ), puede d iv id irse en dos expectativas contrafácticas. (a) Esperam os que los agentes estén sigu iendo in tencio ­nalm ente las norm as que siguen. No podem os, pues, en el ejercicio d i­recto de una in teracción , atrib u ir a un prójim o, que nos sale a l encuen ­tro com o otro yo, n i m otivos inconscientes n i en genera l d eterm inan ­tes causales de su acc ió n 93. En cuanto hacem os eso, abandonam os el p lano de la in tersub jetiv idad y tratam os al otro como un objeto, sobre el que ciertam ente podemos com un icar con un tercero , pero con el que la com un icación queda in terrum pida. L a expectativa de in tencionalidad in ­

93 E sto no v a le para el caso esp ec ia l del d iscu rso te rap éu tico , en que am bos p a rtic ip an te s en tran con la in ten c ió n de trae r a c o n c ien c ia m o tivo s in co n sc ien tes.

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cluye adem ás el supuesto de que, en caso necesario , todas las m an ifes­taciones ex traverbales podrían expandirse lin gü ísticam en te dando lu ­gar a em isiones o m an ifestaciones lingü ísticas, (b) E speram os que los sujetos agentes sólo sigan las norm as si éstas le parecen justificadas. No podem os, pues, en el e jercicio d irecto de una in teracc ión esperar de un prójim o la observancia de una norm a que, si la sigue in ten c io n a lm en ­te, no la reconozca tam b ién com o leg ítim a. Incluso a un sujeto que m a­n ifiestam ente sólo se está p legando a una coacción im puesta tá c tica ­m ente, le suponem os p rincip ios conform e a los cuales podría justificar tam b ién tal com portam iento . Esta expecta tiva de legitim idad in c lu ye ade­más la suposición de que a los ojos de los sujetos agentes sólo pueden considerarse justificadas aquellas norm as (o p rinc ip io s genera les), de las que están convencidos de que, llegado el caso, sa ld rían airosas de una d iscusión irrestric ta y lib re de coacciones.

Estas dos expectativas contrafácticas, que v ienen conten idas en la idealizac ión , para los agentes inev itab les, que la m utua atribuc ión de responsab ilidad im p lica , rem iten a (o dependen de) la posib ilidad de p rin c ip io de lleg a r a un en tend im ien to en discursos prácticos. Por tan ­to, el sentido de la p retensión de va lidez de las norm as de acción in c lu ­ye tam bién la perspectiva de que el com portam iento d irig ido por no r­m as, aun el fácticam ente convertido en háb ito , puede entenderse como un actuar responsable de sujetos capaces de responder de sus actos. Su ­ponem os que los sujetos, en las circunstancias aprop iadas, pueden de­c ir qué norm a siguen y por qué aceptan com o justificada esa norm a; con e llo suponem os a la vez que los sujetos, a quienes en una d iscusión pudiésem os m ostrar que las dos m encionadas condiciones no se cum ­p len , abandonarían la correspondiente norm a y m od ificarían su com ­portam iento . Sabem os que las acciones in stitucionalizadas no respon­den por lo genera l a este m odelo de acción comunicativa pu ra , si b ien no po ­dem os m enos de, con trafácticam ente , hacer siem pre com o si ese m o­delo estuviese realizado. Sobre esta in ev itab le ficción descansa la hu­m an idad del trato en tre hom bres que aún siguen siendo hom bres, es decir, que en sus auto-ob jetivaciones aún no se han extrañado por com pleto de sí com o sujetos.

E l sta tus de la in ev itab le an tic ip ac ión de una situación ideal de h a­b la (en los d iscursos), y de un m odelo de acción com un icativa pura (en las in teracciones), sigue, em pero, sin estar del todo claro . Pero, para te rm in ar, me voy a lim ita r a sa lir a l paso de posibles m alentendidos. Las condiciones de las argum entaciones que tienen efectivam ente lu ­gar, es c laro que no son idén ticas a la de la s ituación ideal de hab la, o al m enos no lo son a m enudo, o no lo son en la m ayoría de los casos. Y , sin em bargo , pertenece a la estructura del hab la posible el que en la eje­cución de los actos de habla (y de las acciones) hagam os co n trafáctica­m ente com o si esa situación ideal de hab la (o el m odelo que representa la acción co m un ica tiva pura), no fuera sim p lem ente f ic tic ia , sino real

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— es precisam ente a eso a lo que llam am os una suposición . E l funda­m ento norm ativo del entend im iento lin gü ístico es, por tanto , am bas cosas: un fundam ento anticipado, pero a la vez, p recisam ente en tanto que an tic ipado , un fundam ento efectivam ente operan te. La an tic ip a ­ción form al de la d iscusión idealizada (¿com o una form a de v ida a rea­lizar en el futuro?) es garan tía de un acuerdo susten tador «ú ltim o», de un acuerdo contrafáctico que no es en m odo a lguno m enester em pezar estab leciendo , que ha de un ir ex an teceden te a los po tencia les hab lan tes/ oyentes, y sobre el que no puede ser m enester en ten d im ien to alguno , si es que ha de ser posible la com unicación en genera l. En este sentido el concepto de situación ideal de hab la no es sim p lem en te un p rin c ip io regu lativo en el sentido de K ant; pues con el p r im er acto de en ten d i­m iento lingü ístico , fácticam ente tenem os que haber hecho «ya s iem ­pre» esa suposición. Por otro lado, el concepto de s itu ac ión ideal de ha­bla tam poco es un concepto existente en el sentido de Hegel: pues n in ­guna sociedad h istórica co incide con la form a de v id a que an tic ipam os en el concepto de situación ideal de hab la. A lo que m ejor podría com ­pararse la situación ideal de hab la sería a una ap arien c ia trascendental si ta l apariencia , en lugar de deberse a una transferenc ia im perm isib le (com o ocurre para K ant cuando se hace uso de las categorías del en ten ­d im ien to de forma ajena a toda experienc ia) no fuera al tiem po cond i­ción constitu tiva del hab la posible. La an tic ip ac ió n de la s ituación ideal de habla tiene para toda com un icac ión posib le el s ign ificado de una apariencia constitu tiva que a la vez es an tic ip ad o reflejo ( V onchcin) de una form a de v ida '14, Alp r io r i no podem os c iertam ente saber si tal an ­tic ipado reflejo no es una subrepción, procedente de presuposiciones, por m ás inevitab les que éstas puedan ser, o si pueden crearse p rác tica ­m ente las condiciones em píricas para la rea lizac ión , s iqu iera aproxi- m ativa , de una form a ideal de vida. Las norm as fundam en tales del h a­b la rac io n a l inscritas en la p ragm ática u n iv ersa l del lenguaje contienen bajo este punto de v ista una hipótesis p ráctica. De tal h ipótesis, que ha de desarro llarse y razonarse en una teoría de la com petencia co m un ica­tiv a parte la teoría critica de la sociedad.

1,4 N ota, 1983: m ien tras tan to he re tirad o esta re fo rm u la c ió n , c fr . J . H ab erm as, «A R ep ly to m y C r it ic s» , en J , B. T h o m p so n , D. H eld (ed s .) , H aberm a s - C r it ica l D ebates, L o n d res, 1982, 26 1 y ss.

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