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Fred Vogelstein
Guerra de titanes
Apple y Google La rivalidad que inició una revolución
Traducción de Isabel Merino y Marta Durán
Argentina - Chile - Colombia - España Estados Unidos - México - Perú - Uruguay - Venezuela
Título original: Dogfight - HOlV Apple and Google Went to War and Started a Revolution
Editor original: Sarah Chrichton Books Farrar, Straus and Giroux, New York Traducción: María Isabel Merino Sánchez y Marta Durán
l. a edición Abril 2014
Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.
Copyright © 2014 by Fred Vogelstein All Rights Reserved Copyright © de la traducción 2014 by María Isabel Merino Sánchez y Marta Durán
Copyright © 2014 by Ediciones Urano, S.A. Aribau, 142, pral. - 08036 Barcelona www.indicioseditores.com
ISBN: 978-84-15732-05-1 E-ISBN: 978-84-9944-701-8 Depósito legal: B-7.290-2014
Fotocomposición: Ediciones Urano, S.A. Impreso por: Romanya-Valls - Verdaguer, 1 - 08786 CapelJades (Barcelona)
Impreso en España - Printed in Spain
índice
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 1
1 . La misión a la Luna . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
2 . El iPhone es bueno. Android será mejor . . . . . . . . . . . . . . . . 49
3. Veinticuatro semanas, tres días y tres horas
para el lanzamiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 1
4 . Creía que éramos amigos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87
5 . Las consecuencias de la traición . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107
6 . Android por todas partes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133
7. El iPad lo cambia todo. Otra vez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149
8 . «Señor Quinn, por favor, no me obligue a sancionarle» . . . . . 1 63
9 . ¿Se acuerdan de la convergencia? Está pasando . . . . . . . . . . . 1 8 5
10 . Cambiar e l mundo, pantalla a pantalla . . . . . . . . . . . . . . . . . . 205
Nota sobre mí . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 229
Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231
Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .249
Nota sobre el autor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 253
9
I ntrod ucción
Cuando Steve Jobs se presentó ante el mundo, a principios de 2007, para
decir que iba a re inventar el teléfono móvil , las expectativas fueron mo
destas, por decir algo. J obs había revolucionado el sector de la música con
los iPod e iTunes. Pero ¿comerse el sector de los teléfonos móviles? No
parecía probable. Los operadores de redes inalámbricas, que controlaban
el mercado, llevaban años bloqueando el paso a los innovadores. Y el
iPhone, aunque tenía un aspecto fantástico, no parecía que fuera a poner
fin a ese férreo control del sector. Era más caro que la mayoría de los te
léfonos del mercado. Y se podía decir que tenía menos capacidad. Funcio
naba con una red celular y de datos más lenta. Y exigía que los usuarios
pulsaran un teclado virtual, no físico . Para algunos críticos, esto significa
ba que el iPhone nacía muerto.
Pero, en realidad, aquel día Jobs infravaloró el iPhone, porque era,
sin duda, un avance espectacular. No era exactamente un teléfono, sino
el primer ordenador de bolsillo que hacía llamadas. Con su pantalla táctil,
hacía tantas cosas que los demás teléfonos nunca harían que los usuarios
pasaron por alto sus deficiencias. Se acostumbraron a su teclado virtual,
que Apple fue perfeccionando cada vez más. Redujo el precio hasta igua
lar al de los demás otros teléfonos. Rápidamente mejoró el sistema de
transmisión telefónica de datos para que su tecnología fuera más compe
titiva. Creó pantallas con una resolución nunca conocida antes. Compró
una empresa de diseño de chips para asegurarse de que el iPhone fuera
siempre el aparato más rápido del mercado. Presentó una versión total
mente nueva del software del iPhone cada año. Y diseñó anuncios de
televisión icónicos -como antes había hecho para el iPod- que consi
guieron que los usuarios se sintieran especiales por ser dueños de uno.
1 1
La locura de la demanda que se desencadenó a continuación dio a
Apple y a Jobs la palanca con la que dieron la vuelta a la tortilla respecto
a los operadores y empezaron a decirles lo que tenían que hacer. Lo más
importante fue que inició una revolución tecnológica que hoy afecta a
todos los aspectos de la civilización. El iPhone se ha convertido en uno
de los móviles más populares de todos los tiempos, y vendió más de 1 3 5
millones de unidades sólo en 2012 . Se h a convertido en la plataforma
para una industria del software -las aplicaciones para móvil- nueva y
muy rentable, que ha generado más de 10 .000 millones de dólares en
ingresos totales desde que empezó hace cinco años, en 2008. Y el iPho
ne ha dado pie a un replanteamiento general sobre cómo interactúan los
humanos con las máquinas: con los dedos en lugar de con teclas o un
ratón. El iPhone y su progenie -el iPod Touch y el iPad- no se han
limitado a cambiar la manera en que vemos los teléfonos móviles: han
cambiado la manera en que pensamos en los ordenadores por vez prime
ra en una generación, puede decirse que desde el advenimiento del Ma
cintosh en 1 984.
Desde 201 0, cuando Jobs presentó el iPad a continuación del iPho
ne, las preguntas se han multiplicado. ¿Quién dijo que el ordenador
tenía que estar encima de la mesa o de las rodillas? ¿Es que no puede ser
una simple pantalla que cabe en el bolsillo o el bolso, o algo que dejamos
en cualquier lugar de la casa? La verdad es que, si comparamos las ventas
del iPad con las de los ordenadores de sobremesa y portátiles, Apple es
ahora el mayor fabricante de pe del mundo. En estos momentos vende
más iPads por trimestre que los ordenadores portátiles o de sobremesa
que venden Dell o HP. Las ventas totales de iPhones, iPads y iPod Tou
ches, de Apple, superan los 200 millones de aparatos al año. Es casi el
mismo número de televisores vendidos por todos los fabricantes anual
mente, y unas cuatro veces más que la cifra de coches vendidos en todo
el mundo. Todo esto ha convertido a la empresa Apple en un coloso
mayor incluso que las enormes ambiciones de Jobs. Apple, que estuvo
al borde de la quiebra en 1 997, es hoy una de las empresas más valiosas
y rentables que existen.
Y, sin embargo, Apple actúa como una empresa asediada porque,
pese a todo su éxito, lo es. Desde el momento en que, en 2007, Google
presentó Android -y su propio plan para dominar el mundo de los te-
12
léfonos y demás dispositivos móviles- no sólo ha intentado competir
con el iPhone, sino que lo ha logrado. Android arraigó en 2 0 1 0 y su
popularidad ha estallado desde entonces . Para sorpresa de Apple, ahora
hay más teléfonos inteligentes y tabletas operando con el sistema An
droid que iPhones, iPads y iPod Touches con el sistema operativo de
Apple, conocido como iOS. En 2012 , incluso se debatió si el iPhone
seguía siendo el teléfono inteligente más popular. Durante el tercer tri
mestre de 2012 , según algunas estadísticas, Samsung vendió más Ga
laxies con el sistema Android que Apple, iPhones.
Apple zanjó la discusión de «quién tiene el teléfono inteligente más
popular» a finales de 2012 , cuando presentó el iPhone 5. Pero cada vez
son más los que se preguntan si esto sigue siendo rel evante. Las diferen
cias entre las dos plataformas se estrechan cada día más. Es cierto que
son estructuralmente diferentes. Apple fabrica cada centímetro del iPho
ne, su hardware y su software ( aunque el montaje se haga en China) .
Google, en cambio, s e limita a hacer el software para los teléfonos An
droid. Autoriza a los fabricantes de teléfonos, como Samsung, a que se
ocupen del hardware. Pero ambas plataformas tienen un número pare
cido de ventajas y desventajas : la plataforma de Apple es un poco más
fácil de usar, pero sólo ofrece tres productos: el iPhone, el iPad y el
iPodTouch. La plataforma de Google, en cambio, ofrece muchas más
alternativas en cuanto a teléfonos, y suele incorporar las últimas presta
ciones en telefonía antes que Apple, pero no tiene el lustre de su inter
faz . Con todo, ambas plataformas están ahora igualmente disponibles
entre los principales operadores mundiales y, con la excepción de las
tiendas Apple, se pueden comprar en los mismos sitios.
Ver amenazada la posición dominante de Apple tan rápida y amplia
mente fue algo dolorosísimo para Jobs, y sigue siéndolo para los demás
ejecutivos de la compañía. Jobs creyó, y los ejecutivos de Apple todavía
lo creen, que Google y la comunidad de Android hicieron trampa para
conseguir su éxito. Creen que los ejecutivos de Google robaron el soft
ware de Apple para desarrollar Android y que Samsung, su mayor fabri
cante de teléfonos, copió los diseños de Apple para hacer el Galaxy. Se
sienten traicionados. Apple y Google no eran simples compañeros en el
negocio cuando se presentó el iPhone, a principios de 2007: eran aliados
espirituales, el yin y el yang de la revolución tecnológica. Era una de las
1 3
alianzas más estrechas del ámbito empresarial estadounidense. Apple
hacía aparatos fantásticos, y Google, un software también fantástico. Los
fundadores de Google consideraban a J obs un mentor. El consejero
delegado de Google en aquel momento, Eric Schmidt, se sentaba en el
consejo de administración de Apple. Tenían un enemigo común: Micro
soft. Juntos, hacían planes para un matrimonio largo y próspero.
Luego, como puede suceder en cualquier matrimonio, la relación se
estropeó. Se guardaban secretos. Se rompían promesas. Y Apple Y Goo
gle se declararon la guerra. Cuando Jobs murió, en octubre de 201 1 ,
hubo esperanzas de que las hostilidades no se considerasen ya una trai
ción personal y las aguas se calmaran; que el nuevo consej ero delegado
de Apple, Tim Cook, restara emoción al conflicto y encontrase la forma
de solucionarlo . Pero Apple se ha vuelto aún más agresiva y hostil, si
cabe, con Google desde entonces. Sigue teniendo abiertos docenas de
pleitos por patentes contra la comunidad de Android en, por lo menos,
siete países, en su mayoría contra Samsung y Motorola (propiedad de
Google) . En el verano de 2012, dio el inaudito paso de llevar su conflic
to con Samsung, el principal distribuidor de los teléfonos Android para
Google, a los juzgados, en un juicio con jurado que se celebró en San
José ( California, EE.UU . ) . Apple ganó en el pleito una indemnización
de 1 .000 millones de dólares, que fue recurrida. En septiembre de 2012,
Apple dejó de vender sus iPhones precargados con Google Maps. Susti
tuyó la aplicación con otra propia, pese a las quejas generalizadas de los
consumidores que decían que la nueva opción era peor. Se cree que
Apple está trabajando en un servicio de vídeo para competir con YouTube,
propiedad de Google.
Apple ha empezado incluso a sustituir tecnología de búsqueda de
Google en el iPhone por la de su viejo enemigo, Microsoft. Ahora, al
usar Siri, la función de reconocimiento de voz del iPhone, el software
más reciente de Apple ya no utiliza el buscador de Google, sino Bing, el
motor de búsqueda de Microsoft, que l leva una década arañando la
cuota de mercado de Google en el campo de los buscadores. Para que
Siri use el buscador de Google, hay que pedírselo expresamente antes de
cada consulta. Google sigue siendo el motor de búsqueda por defecto
del navegador del iPhone en la web . Pero, para quienes tienen buena
memoria, la idea de que Apple abandone cualquier tecnología de Google
14
por otra de Microsoft -que ha sido el encarnizado enemigo de ambos
durante tanto tiempo- resulta increíble.
La postura pública de Google en su lucha contra Apple ha sido sis
temáticamente la de « ¿quién, nosotros? Si no somos más que cuatro cha
lados que queremos cambiar el mundo». Pero Google, con su estilo dis
creto de frikis informáticos, ha contraatacado con rabia. Hizo caso omiso
de la exigencia de Apple de que retirara el software de los teléfonos An
droid o se enfrentara a demandas sobre patentes. Intentó que Jobs pare
ciera un tirano desquiciado. Y compró el fabricante de teléfonos Moto
rola por 1 2 .500 millones de dólares en 2012, su mayor adquisición de
largo, alegando que con ella sólo pretendía comprar las patentes de Mo
torola, y que sería más fácil luchar contra un adversario litigioso como
Apple si eran dueños de la compañía que había inventado el teléfono
móvil y todas las patentes asociadas. Es verdad, pero la afirmación ocul
taba otra razón igual de poderosa: con esta adquisición, Google siempre
podrá fabricar teléfonos para competir con Apple, por mucho éxito que
ésta tenga en sus demandas contra otros fabricantes de teléfonos y table
tas. Además, la compra le da a Google mayor fuerza en caso de que apa
rezcan nuevos adversarios.
Por último, Google está haciendo ahora algo que la mayoría pensa
ba que no haría nunca: fabricar, desde cero, sus propios aparatos elec
trónicos de consumo para competir con los de Apple en la sala de estar.
Google cuenta con todos los elementos no sólo para enganchar a los
usuarios de móviles con su software Android, sino para llegar a ellos
dondequiera que estén, dentro o fuera de casa.
Por lo general, la historia de la lucha entre dos empresas y sus poderosos
líderes da para un estupendo artículo de revista y poco más. La empresa
X ataca a la empresa Y. La empresa Y devuelve el golpe. Una gana. La
otra pierde. Pero ésta es una historia mucho más importante. Es dificil
imaginar un objeto más revolucionario que el que desencadenó la lucha
entre Apple y Google: el teléfono inteligente. Este aparato ha cambiado
radicalmente la manera en que los humanos reciben y procesan la infor
mación, y eso, a su vez, está cambiando el mundo en un grado tal que
resulta casi inimaginable. Pensemos en el impacto individual del libro, el
1 5
periódico, el teléfono, la radio, la grabadora, la cámara, la videocámara,
la brújula, la televisión, el vídeo y el DVD, el ordenador personal, el telé
fono móvil, la videoconsola y el iPod. El teléfono inteligente es todas
estas cosas en un único artilugio que cabe en el bolsillo. Está cambiando
radicalmente cómo aprendemos en la escuela, cómo los médicos tratan a
los pacientes, cómo viajamos y exploramos. Accedemos al entretenimien
to y a todos los medios de un modo totalmente nuevo. Parece algo que
Jobs podría haber dicho en uno de sus famosos lanzamientos de produc
tos. Pero no es una exageración.
Esto significa que Apple contra Google no es sólo un rifirrafe corrien
te entre dos empresas ricas. Es la batalla empresarial que define a una
generación. Es un punto de inflexión, igual que cuando se inventó el pe,
cuando arraigó el navegador de Internet, cuando Google reinventó la
búsqueda en la web y cuando Facebook creó la red social . En este colosal
replanteamiento de cómo se entrecruzan la tecnología, los medios y las
comunicaciones, dos de las empresas más poderosas del mundo que do
minan el nuevo panorama están en guerra abierta.
Sí, inevitablemente esto nos recuerda anteriores luchas entre los em
prendedores de Sil icon Valley, como Apple contra Microsoft en los años
ochenta y Microsoft contra Netscape en los noventa. Pero ahora lo que
está en juego es muchísimo más. En la década de 1 980, los ordenadores
personales eran un mercado incipiente, y tanto Apple como Microsoft
eran empresas nuevas. En los noventa, vimos el potencial de Internet,
especialmente en un aparato que cupiese en el bolsillo. Pero el ancho de
banda inalámbrico era todavía demasiado lento y caro. Hoy, se venden
1 .800 millones de teléfonos móviles en todo el mundo cada año, y dentro
de cinco a diez, la mayoría serán teléfonos inteligentes. Nadie sabe qué
tamaño alcanzará el mercado de las tabletas, pero la tableta se está con
virtiendo en una importante nueva tecnología para leer libros, periódicos
y revistas, por no hablar de ver la televisión o jugar con videojuegos. Por
todo ello, en esta batalla lo que está en juego es muchísimo más que en
cualquier enfrentamiento anterior.
No es sólo que se puede ganar y perder mucho más dinero en el
conflicto entre Apple y Google que en las anteriores luchas de Silicon
Valley. Es que parece como si la batalla -por lo menos, a los ojos de los
contendientes- fuera a todo o nada. ¿Por qué? Porque no sólo luchan
16
por decidir cuál de los dos tiene los dispositivos más avanzados, sino por
el control de las tiendas y las comunidades online a las que se conectan
estos aparatos, lo que llamamos «nube» . Muchas de las cosas que com
pramos en la tienda iTunes de Apple -aplicaciones, música, películas,
etc.- no funcionan bien, o no funcionan en absoluto, con los dispositi
vos Android, y viceversa. Y ambas empresas saben que cuanto más dinero
nos gastemos en aplicaciones y otros medios en una de las tiendas, menos
probable es que nos pasemos a la otra. Saben que preguntaremos: «¿Por
qué volver a comprar todo ese contenido sólo para tener un teléfono
Android, en lugar de un iPhone?» Muchas empresas tienen aplicaciones
gratuitas que funcionan en ambas plataformas, pero tener que descargar
las otra vez y reiniciarlas basta para disuadir del cambio a muchos usua
rios. En la jerga de Silicon Valley, es una guerra de plataformas. Tanto si
el ejemplo es Microsoft con Windows y Office, eBay con las subastas,
Apple con el iPod, Amazon con los libros, Google con el buscador o
Facebook con las redes sociales, la historia nos dice que el ganador de
luchas como ésta se lleva más del 75 % de la cuota de mercado, mientras
que el perdedor tiene dificultades para seguir en el negocio.
Es muy importante . En los próximos años, la mayoría de lo que
consideramos información -noticias, entretenimiento, comunicacio
nes- se canalizará a través de la plataforma de Apple o la de Google.
¿No me cree? Ya está sucediendo. Hoy pasamos tanto tiempo conectados
a Internet como viendo la televisión, y accedemos, cada vez más, a In
ternet a través del teléfono inteligente y la tableta. Piense en cuánto
tiempo pasa ya mirando el teléfono o la tableta, no sólo contestando el
correo, leyendo las noticias, tuiteando, en Facebook, viendo un vídeo,
j ugando o navegando por la red: incluya los segundos que pasa en el
ascensor, haciendo cola, en los semáforos y en el lavabo. Ahora, pregún
tese: ¿quién controla lo que vemos por televisión? El operador de tele
visión digital. ¿Quién controla lo que vemos en el teléfono inteligente?
En última instancia, Apple y Google.
Recuerdo cuando, como colaborador de Wired, empecé a pensar en
la revolución de los móviles. En aquel entonces, los móviles de más ven
ta en todo el mundo eran de Nokia, RIM (que fabrica la BlackBerry),
Sony Ericsson y Motorola. Luego anunciaron el iPhone . No tardó mu
cho en parecerme inevitable que Apple y Google acabaran peleándose.
1 7
Pocos estuvieron de acuerdo conmigo. Un redactor amigo mío dijo que
le parecía una idea absurda. ¿Cómo podían Apple y Google competir si
estaban en negocios totalmente diferentes?, preguntó. Técnicamente,
tenía razón. Apple gana dinero vendiendo los aparatos que crea. Google
lo gana vendiendo publicidad online. Lo que mi amigo y muchos otros
pasaron por alto fue que ambos son sólo medios para alcanzar un fin
mucho mayor. Ambas empresas se ven como alguien que llegará a ser
una nueva clase de motor de distribución de contenidos; cadenas de
televisión del siglo XXI, por así decirlo. No producirán contenidos como
las cadenas de televisión actuales, pero su control de un público global
inmenso y sus enormes balances les permitirán tener un inmenso impac
to en lo que se hace y en quien lo ve.
Esto puede parecer contrario a la lógica. Es difícil imaginar a los
frikis informáticos de Apple o Google produciendo Mad Men. Pero lo
que les importa esencialmente a los que hacen las películas y los progra
mas de televisión son dos cosas: cuánto va a costar el proyecto y cuántas
personas lo van a ver. No hay otras dos empresas que tengan un alcance
mayor que Apple y Google. Y todavía menos que tengan más dinero.
Juntas controlaban 200.000 millones de dólares sólo en efectivo a me
diados de 201 3 . Esto no sólo es suficiente para comprar y/o financiar
una cantidad ilimitada de contenido para su público; en realidad, es su
ficiente para comprar la mayor parte de Hollywood. El valor de capita
lización en el mercado de News Corp . , Time Warner, Viacom y CBS
combinadas suman ese total . Aunque la mayoría no piensa en Apple y
Google como gigantes del entretenimiento, Apple controla, a través de
iTunes, alrededor del 25 % de toda la música que se compra y entre el 6 Y
el 1 0 % de los 1 8 .000 millones del mercado de vídeos domésticos. Por
su parte, Google está invirtiendo millones de dólares en programación
original para YouTube, que es ya el lugar donde están los vídeos de de
cenas de millones de consumidores de todo el mundo.
Esto no significa que no quede un espacio enorme para que empre
sas nuevas y antiguas levanten importantes negocios propios en este
nuevo mundo. A principios de 20 13 , Netflix alardeaba de 30 millones
de suscriptores, tantos como HBO. Dos años atrás, parecía una empresa
que no fuera a prosperar. Los estudios aumentaron el precio de su con
tenido hasta niveles inasequibles. La selección de películas y programas
1 8
de televisión cayó y los consumidores empezaron a marcharse. Así que
Nettlix -una empresa de tecnología con sede en Los Gatos (California) ,
no en un estudio de Hollywood- empezó a financiar su propia progra
mación. Su primer producto, la serie House ofCards, con Kevin Spacey,
ha tenido un éxito enorme. Amazon y Microsoft se han hecho con estu
dios de producción, que ya están en marcha. Mientras, Facebook, con
más de 1 .000 millones de miembros -la mitad de Internet- se ha
convertido en un lugar favorito para los agentes de Hollywood que bus
can usar esta gigantesca audiencia global como otra forma de financiar
y distribuir las creaciones de sus clientes.
Pero, pese al poder de Facebook, Amazon, Nettlix y Microsoft, por
el momento siguen teniendo que pasar, en gran medida, por dos empre
sas -Apple y Google- para alcanzar al público cada vez mayor que usa
teléfonos inteligentes y tabletas para sus noticias, entretenimiento y co
municaciones. Esto significa que la lucha entre Apple y Google no es
sólo una historia sobre el futuro de Silicon Valley. Se trata, también, del
futuro de los medios y las comunicaciones en Nueva York y Hollywood.
Están en juego cientos de miles de millones de dólares de ingresos, y
durante los próximos dos años, por lo menos, y, probablemente, los
próximos cinco, estas empresas, sus aliados y los que dependen de ellas
lucharán con uñas y dientes.
En muchos sentidos, lo que sucede ahora es lo que los magnates de los
medios, las comunicaciones y el software han estado pronosticando du
rante una generación : los frutos del trabajo de Silicon Valley y de Nueva
York y Hollywood están convergiendo. Es lo más parecido posible a una
ironía trágica en el mundo empresarial. Durante dos décadas -los ochen
ta y los noventa-, una serie de famosos ejecutivos de los medios acumu
laron la mejor tecnología que pudieron reunir para posicionarse en el
nuevo mundo que veían venir. Gastaron cientos de miles de millones de
dólares comprándose unos a otros para aumentar de volumen. Pero el
momento elegido era tan inoportuno, sus innovaciones eran tan malas y
sus fusiones tan desastrosas -por ejemplo, la compra de Time 'Varner por
AOL en 2001- que en 2005 la convergencia ya se había convertido en
una idea desacreditada y pocos se atrevían a mencionar esa palabra.
19
¿En qué se equivocaron todas estas personas tan inteligentes y ricas?
Pensaban en los dispositivos equivocados. Todos los magnates de los
medios y las comunicaciones predecían que la convergencia se produci
ría en el ordenador personal; que los equipos que proporcionaban la
programación por televisión, como los descodificadores, acabarían con
trolando también los ordenadores personales. Los magnates del software
-sobre todo Microsoft y Bill Gates- predijeron que serían los ordena
dores personales los que sustituirían a los televisores. Por el contrario,
son el teléfono inteligente y la tableta táctil los que están impulsando
todos los cambios; dos aparatos que no se habían inventado hasta hace
poco. El problema del televisor es que es un dispositivo pésimo para
trabajar. El problema con el pe es que es un aparato pésimo para consu
mir entretenimiento. Los teléfonos inteligentes y las tabletas, al ser por
tátiles y muy fáciles de usar, son la mezcla perfecta de ambos. Nunca
sacarías un ordenador portátil para ver una película o jugar a un juego
cuando estás haciendo cola o vas en taxi. Pero sí que lo hacemos cons
tantemente con los teléfonos inteligentes y las tabletas. Aceptamos el
tamaño reducido de la pantalla a cambio de la portabilidad porque, a
diferencia de los anteriores aparatos portátiles, no tenemos que hacer
ninguna otra concesión. Las pantallas, aunque pequeñas, son más nítidas
que las de la mayoría de los televisores. Las baterías les duran todo el día.
Se ponen en marcha de inmediato. Están conectados con redes inalám
bricas lo bastante rápidas para transmitir películas . Y son lo bastante
potentes para utilizar eficazmente las mismas aplicaciones que cualquier
otra máquina que tengamos.
Cuando llegue al final de este libro, el lector tendrá claro quién creo yo
que está ganando la guerra entre Apple y Google . Pero también sentirá
un enorme respeto por lo que cada parte ha tenido que pasar para seguir
en un partido que podría parecer dificil para cualquiera de las dos. Una
de las cosas que no imaginaba cuando inicié este proyecto es que fuera
tan dificil concebir y construir los productos que a Steve Jobs le gustaba
sacarse de la manga ante el público. Tanto si es usted ingeniero de Apple
o de Google o cualquier ingeniero, elaborar productos que cambien el
mundo no es sólo cuestión de trabajo. Es una empresa que deja a quienes
20
participan en ella no sólo cansados, como la mayoría de los trabajos, sino
fisica y mentalmente exhaustos -incluso traumatizados- al final. Parte
del atractivo de Jobs como líder y celebridad era que conseguía ocultar
todo esto al público. Hacía que la innovación pareciera fácil. Ahora se ha
ido. Y, como verá en las páginas siguientes, hay muchos ingenieros de
ambas compañías que quieren que el resto del mundo sepa cómo ha sido
realmente cambiar el mundo. Antes de que apareciesen los teléfonos in
teligentes y tabletas que ahora todos compramos y vemos como lo más
natural del mundo, hubo chillidos, gritos, puñaladas traperas, desánimo,
pánico y miedo por lo que habría que hacer para que esos proyectos des
pegaran y llegaran a manos del usuario. Quieren que comprendamos
cómo eran los proyectos de iPhone y Android al principio; así pues, ahí
es donde empezará este libro.
2 1
1
La mis ión a la Luna
Los noventa kilómetros que van de Campbell a San Francisco son uno de
los trayectos más agradables que existen. En su mayor parte, el viaje trans
curre por la Junipero Serra Freeway, una autovía grandiosa y con una
notable ausencia de tráfico que linda con la vertiente oriental de las mon
tañas de Santa Cruz. Conocida como la 280 por la gente del lugar, es uno
de los mejores sitios de Silicon Valley para encontrar a uno de los magna
tes de alguna empresa emergente probando su Ferrari y uno de los peores
lugares en lo que se refiere a la cobertura de móvil. Por lo tanto, para Andy
Grignon, en su Porsche Carrera, era el sitio perfecto para estar solo con
sus pensamientos a primera hora de la mañana del 8 de enero de 2007.
No era la ruta habitual de Grignon para ir a su trabajo como ingenie
ro sénior de Apple en Cupertino, una población situada justo al oeste de
Campbell. Su trayecto matutino era de once kilómetros y duraba exacta
mente quince minutos. Pero hoy era diferente. Iba a presenciar cómo su
jefe Steve Jobs hacía historia en el salón Macworld de San Francisco. Los
fans de Apple llevaban años pidiendo a Jobs que insertara un teléfono en
sus iPods para no tener que llevar dos aparatos en el bolsillo. Jobs estaba
a punto de cumplir sus deseos. Grignon y algunos colegas pasarían la no
che en un hotel cercano y, a las diez de la mañana del día siguiente, verían
-junto con el resto del mundo- cómo Jobs presentaba el primer iPhone.
Que te invitaran a una de las famosas presentaciones de producto de
Jobs suponía un gran honor. Te señalaba como uno de los elegidos. Sólo
unas docenas de empleados de Apple, incluyendo a los altos ejecutivos,
recibían una invitación . El resto de los lugares se reservaba para los
miembros del consejo de administración de Apple, los consejeros dele
gados de sus socios -como Eric Schmidt de Google y Stan Sigman de
2 3
AT&T - y periodistas de todo el mundo. Grignon estaba invitado por
que era el ingeniero sénior responsable de todas las radios del iPhone. Es
un trabajo importante. En la actualidad, los móviles hacen un montón de
cosas útiles, pero en el fondo son emisores y receptores de radio sofisti
cados. Grignon era el responsable de los componentes que permitian que
el teléfono fuera un teléfono. Si el aparato no hacía llamadas, no se co
nectaba con los auriculares B1uetooth o con la Wi-Fi, el responsable del
fallo era Grignon, uno de los primeros ingenieros que trabajaron en el
iPhone, al que había dedicado dos años y medio de su vida, a menudo
siete días a la semana. Pocos se merecían estar allí más que él .
Pero, según iba hacia el norte, no sentia ningún entusiasmo. Estaba
aterrado. En Silicon Valley, la mayoría de las presentaciones públicas de
productos están enlatadas. Al fin y al cabo, piensan, ¿por qué dejar que
una mala conexión con Internet o con el móvil arruine una buena pre
sentación? En cambio, las presentaciones de Jobs eran en vivo y en di
recto. Era uno de los motivos por los que resultaban tan fascinantes .
Pero para los que permanecían entre bastidores, como Grignon, pocas
partes de su trabajo les causaban más estrés. Grignon no recordaba la
última vez que un espectáculo de Jobs de esta magnitud se hubiera tor
cido. Parte de lo que hacía que Steve Jobs fuera toda una leyenda era que
casi nunca se producían fallos visibles en una demostración de producto.
Pero a Grignon le costaba recordar cuál fue la última vez que Jobs había
ido a una presentación tan poco preparado.
Grignon había formado parte del equipo encargado de los prepara
tivos del lanzamiento del iPhone en Apple y, más tarde, en el escenario
fisico de la presentación en el Moscone Center de San Francisco. Pero
raramente había visto a Jobs acabar su presentación de noventa minutos
sin fallos. Jobs llevaba cinco días ensayando; sin embargo, incluso el últi
mo día de los ensayos, el iPhone seguía cortando las llamadas, perdiendo
la conexión con Internet, colgándose o simplemente apagándose.
«Al principio era genial estar en los ensayos, como si me hubieran
puesto una medalla: "Aquí estoy, codeándome con Steve, ¡toma ya!"»
Como todo lo que rodeaba a Jobs, los preparativos eran tan secretos
como un ataque con misiles de Estados Unidos contra Mganistán. Los
que estaban de verdad en el ajo se sentían como si fueran el centro del
universo. Desde el jueves hasta que acabó el fin de semana, Apple se
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apoderó por completo del Moscone Center. Entre bastidores, constru
yeron un laboratorio de electrónica de 2 ,5 por 2 ,5 metros para guardar
y probar los iPhones. Al iado, levantaron un camerino con un sofá para
Jobs. Luego apostaron a más de una docena de guardias de seguridad,
veinticuatro horas al día, ante esas habitaciones y en las puertas de todo
el edificio. Nadie entraba ni salía sin que comprobaran electrónicamente
su tarjeta de identidad y la cotejaran con una lista maestra que Jobs había
aprobado personalmente. Había que pasar más controles una vez que los
visitantes estaban dentro. El auditorio donde Jobs ensayaba era una zona
prohibida para todos, salvo un pequeño grupo de ejecutivos. Jobs estaba
tan obsesionado con las filtraciones que trató de hacer que todos los
proveedores que Apple había contratado para la presentación -desde
los que manejaban las cabinas y hacían demostraciones a los responsables
de la luz y el sonido- durmieran en el edificio la noche antes de la pre
sentación. Sus ayudantes lo convencieron de que no lo hiciera.
«No tardó en ser todo muy incómodo -dijo Grignon-. Muy po
cas veces lo había visto perder por completo los estribos. Alguna vez .
Pero casi siempre se limitaba a mirarte y decirte en voz muy alta y seve
ra: "Estás jodiendo a mi empresa", o: "Si fracasamos, será culpa tuya".
Era muy vehemente. Y acababas sintiéndote como un enano [ cuando
acababa de machacarte ] . » Según Grignon, siempre te hacía dos pregun
tas durante uno de esos sermones: «" ¿Es lo mío lo que se ha jodido esta
vez?" y: " ¿Es la enésima vez que se jode o la primera?", porque eso era
realmente importante. Si era la enésima vez, lo irritaba, pero para enton
ces quizás hubiera ideado una manera de resolverlo. Pero si era la prime
ra vez, añadía un nuevo elemento de inestabilidad al programa» . Grig
non, como todos los participantes en los ensayos, sabía que si esos fallos
aparecían durante la presentación real, Jobs no se echaría la culpa de los
problemas, sino que acusaría a gente como Grignon. «Parecía que hu
biéramos repetido la demo cien veces y cada vez algo iba mal -dijo
Grignon-. No era una sensación agradable .»
El iPhone no funcionaba por una razón de peso: no estaba acabado, ni
mucho menos. Jobs iba a enseñar un prototipo. Sólo que no quería que
el público lo supiera. Pero la lista de tareas pendientes antes de poder
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comercializar el iPhone era enorme. Todavía había que montar una ca
dena de producción. Sólo existía un centenar de iPhones, cada uno con
una calidad distinta. Algunos tenían huecos visibles entre la pantalla y el
borde de plástico de la carcasa; otros, rozaduras en la pantalla. Por eso,
no se permitió que nadie del público tocara ningún iPhone después de
que J obs lo presentara, a pesar de que hubieran organizado un día de
sesiones informativas para la prensa y toda una exposición para los perio
distas en el centro de convenciones. Les preocupaba que ni siquiera los
mejores prototipos resistieran un examen minucioso, según Grignon.
Habían resultado fantásticos vistos de lejos y en la demostración de Jobs,
pero si los hubieras tenido en la mano, «te habrías echado a reír y habrías
dicho: " ¡Anda, si el trasto este parece que esté sin acabar!"»
El software del teléfono estaba todavía peor. Una buena parte de los
cuatro meses anteriores se había consumido intentando averiguar por
qué el procesador del iPhone y su radio celular no se comunicaban de
forma fiable. Este enorme problema era parecido al de un coche cuyo
motor no respondiera, a veces, al acelerador, o cuyas ruedas no obede
cieran al pedal del freno. «Aquello estuvo a punto de paralizar el progra
ma del iPhone -afirma Grignon-. Nunca habíamos visto un problema
tan complejo .» Eso no solía ser un problema para los fabricantes de te
léfonos, pero la obsesión de Apple por el secreto había impedido que
Samsung, que fabricaba el procesador del aparato, e Infineon, que fabri
caba el radiotransmisor, trabajaran juntas, hasta que en Apple, desespe
rados, llevaron a un equipo de ingenieros de ambas empresas a Cuper
tino para ayudarles a solucionar el fallo.
Era raro que J obs se metiera en atolladeros asÍ. Era un mandamás
consumado, que parecía saber siempre exactamente hasta qué punto
presionar a sus empleados para que consiguieran lo imposible . Pero
siempre tenía una alternativa, un plan B, al que podía recurrir si su pro
grama no funcionaba. Seis meses antes había exhibido el futuro sistema
operativo de Apple, el Leopard. Pero eso fue una vez pasada la fecha de
la presentación definitiva.
Sin embargo, Jobs no tenía más remedio que presentar el iPhone.
Había pronunciado el discurso de apertura de todos los Macworlds des
de su vuelta como consejero delegado de Apple en 1 997, y, como sólo
hacía una o dos presentaciones públicas al año, había acostumbrado a los
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fans de Apple a esperar grandes cosas de ellas. En sus discursos había
presentado iTunes, el iMac que parecía una elegante lámpara de mesa,
el navegador Safari, el Mac mini y el iPod shuffle.
Esta vez, J obs no sólo tenía que preocuparse de no decepcionar a su
propia empresa. También AT&T esperaba que Jobs presentara el iPhone
en el Macworld. A cambio de ser la operadora exclusiva del iPhone en
Estados Unidos, AT&T le había entregado a Jobs el control total de su
diseño, fabricación y marketing. Nunca antes había hecho algo parecido.
Si Jobs no lo lanzaba a tiempo, AT&T podía retractarse del acuerdo. No
es dificil explicar que un producto llamado iPhone que no pudiera hacer
llamadas se vendería mal . Días antes, Jobs había volado a Las Vegas para
ofrecer una demostración limitada del iPhone a los principales ejecutivos
de móviles de AT&T. Pero esperaban una demostración completa en el
Macworld.
Finalmente, el iPhone era realmente lo único nuevo y fantástico en
que estaba trabajando Apple . Y había sido un proyecto tan absorbente
en Apple que esta vez no había un plan alternativo. «Era Apple TV o el
iPhone -según Grignon-. Y si Jobs hubiera ido al Macworld sólo con
Apple TV [ un producto experimental por aquel entonces] , todo el mun
do habría dicho: " ¿Qué demonios es eso?"»
Los problemas del iPhone eran manifiestos. Podía reproducir una parte
de una canción o un vídeo, pero no todo un clip, sin bloquearse. Funcio
naba bien si enviabas un correo electrónico y luego navegabas por la red.
No obstante, si lo hacías en el orden inverso, no funcionaba. Horas de
pruebas y errores habían ayudado al equipo del iPhone a crear lo que los
ingenieros llamaban «el camino de oro», un conjunto específico de ta
reas, realizadas de un modo y en un orden concretos, que hacían que
pareciera que el teléfono funcionaba.
Pero, aunque J obs se mantuviera dentro del camino de oro, hubo
que recurrir a soluciones improvisadas de todo tipo, en el último mi
nuto, para conseguir que el iPhone fuera operativo. El día de la pre
sentación, el software de Grignon que controlaba la transmisión seguía
teniendo fallos. Y lo mismo sucedía con el que regía la memoria del
iPhone . Y nadie sabía si los componentes electrónicos adicionales que
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Jobs había exigido que se añadieran a las unidades de demostración
empeorarían las cosas .
Jobs había pedido que las pantallas de los teléfonos de demostración
que iba a usar en el escenario se reprodujeran en la gran pantalla que tenía
detrás. Para mostrar cualquier gadget en una pantalla grande, la mayoría
de las empresas lo enfocan con una videocámara conectada a un proyec
tor. Para Jobs, esto era inaceptable. El público vería su dedo en la panta
lla del iPhone, lo cual desluciría su presentación. Por ello, hizo que los
ingenieros de Apple pasaran semanas instalando placas de circuitos unidas
a cables de vídeo en la parte trasera de los iPhones que tendría en el es
cenario. Estos cables se conectaban al proyector que mostraba la imagen
del iPhone en la pantalla. Cuando Jobs tocara el icono de la aplicación
calendario, por ejemplo, su dedo no aparecería, pero la imagen de la
pantalla grande reaccionaría. El efecto era mágico. El público sentiría
como si tuviera un iPhone en sus propias manos. Pero, en aquellos mo
mentos, hacer que la presentación fluyera sin errores parecía imposible,
dados los otros problemas importantes del iPhone. «Estaba todo machi
hembrado con algunos de los parches más horribles que puedas imagi
nar», dijo Grignon.
El software de la transmisión Wi-Fi del iPhone era tan inestable que,
al final, Gignon y su equipo soldaron cables de antena a los teléfonos de
demostración, y mediante ellos se enviaban las órdenes desde fuera del
escenario hasta el sistema de proyección a los teléfonos . El iPhone seguía
conectado de forma inalámbrica a la red, pero la señal no tenía que re
correr tanta distancia. Incluso así, Grignon y su equipo tenían que ase
gurarse de que entre el público nadie accediera a la frecuencia que ellos
usaban. «Aunque el ID de la emisora base estaba oculto (y por lo tanto
no aparecía cuando los portátiles escaneaban en busca de señales Wi-Fi),
había cinco mil frikis informáticos entre el público. Habrían averiguado
cómo hackear la señal .» La solución, dijo Grignon, era sencillamente
engañar al software Air Port para que pensara que estaba operando en
Japón, en lugar de en Estados Unidos. La Wi-Fi japonesa usa algunas
frecuencias que no están permitidas en Estados Unidos.
Todavía eran menos sus opciones para garantizar que la llamada
telefónica que Jobs pensaba hacer desde el escenario se realizara. Lo
único que Grignon y su equipo podían hacer era asegurarse de que la
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I
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l t I
señal fuera buena y rezar. Hicieron que AT&T trajera un repetidor tele
fónico portátil para asegurarse de que la recepción fuera potente . Luego,
con ayuda de Jobs, preprogramaron la pantalla del teléfono para que
siempre mostrara cinco barras de potencia, con independencia de la
fuerza de la auténtica señal. Había pocas probabilidades de que el trans
misor se bloqueara durante los pocos minutos en que Jobs lo iba a usar
para hacer una llamada, pero muchas de que se bloqueara en algún mo
mento de la presentación de noventa minutos. «Si el transmisor se blo
queaba y se reiniciaba, como sospechábamos que podía suceder, no que
ríamos que la gente del público lo viera. Así que fijamos la codificación
para que siempre mostrara cinco barras», dijo Grignon.
Ninguna de estas chapuzas solucionaba el mayor problema del
iPhone: con frecuencia, se quedaba sin memoria y había que reiniciarlo
si se le pedía que hiciera algo más que unas pocas tareas al mismo tiem
po. Jobs tenía varias unidades de demostración en el escenario para hacer
frente al problema. Si la memoria se agotaba en una, pasaba a otra mien
tras la primera se reiniciaba. Pero, dado el número de demostraciones
que planeaba hacer, a Grignon le preocupaba que hubiera demasiados
puntos posibles de error. Si no se producía el desastre durante una de la
docena de demostraciones, era seguro que pasaría durante la traca final,
cuando Jobs tenía la intención de mostrar todas las características prin
cipales del iPhone funcionando al mismo tiempo, en el mismo teléfono.
Emitiría música, contestaría una llamada, la dejaría en espera y respon
dería a otra, buscaría una foto y la enviaría por correo electrónico a quien
le había llamado en segundo lugar, consultaría algo en Internet para el
primero en llamar, y luego volvería a la música. «Mis chicos y yo estába
mos muy nerviosos con esto. Sólo teníamos 120 mega bytes de memoria
en aquellos teléfonos, y, como no estaban acabadas, todas estas aplica
ciones eran enormes y estaban sobredimensionadas», dijo Grignon.
Al ingeniero, la idea de que uno de los momentos más importantes
de su carrera pudiera implosionar le daba dolor de estómago. A los cua
renta años, Grignon parece la clase de tipo con el que te gustaría ir de
copas, y lo es. Cuando se trasladó de Campbell a Half Moon Bay, en
2010, hizo rápidamente amistad con el sumiller del Hotel Ritz Carlton.
Incluso tenía una vinoteca en su despacho. Pero, tras ese exterior grega
rio, se esconde un gran intelecto y una veta ultracompetitiva. Una vez,
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cuando intentaba llegar al fondo de un montón de errores de software en
el equipo de un subcontratista de iPhone, puso el aire acondicionado al
máximo en la sala de conferencias que usaba para que los subcontratistas
se sintieran incómodos por el frío . Cuando eso no consiguió que se mo
vieran lo bastante rápido, probó con algo más agresivo: los acusó de no
darle toda la información y tiró su ordenador portátil contra la pared.
En 2007, había pasado prácticamente toda su carrera de quince años
en Apple o alguna de sus filiales . Mientras estaba en la Universidad de
Iowa, en 1 993 , él Y su amigo Jeremy Wyld -ahora cofundador con
Grignon de Quake Labs- reprogramaron el Newton MessagePad para
que se conectara de forma inalám brica a Internet. En aquel entonces era
toda una hazaña y les ayudó a conseguir trabajo en Apple al salir de la
Universidad. Wyld trabajó en el equipo de Newton, y Grignon, en el
famoso laboratorio de 1+ D de Apple -el Advanced Technology Group
en tecnología de videoconferencias. Aunque el Newton no tuvo éxito
como producto, muchos siguen considerándolo el primer ordenador de
mano estándar. Pero en el año 2000, Grignon se había situado en Pixo,
una empresa desgajada de Apple que construía sistemas operativos para
los teléfonos móviles y otros dispositivos pequeños. Cuando, en 2002, el
software de Pixo se introdujo en el primer iPod, Grignon se encontró de
nuevo en Apple .
Para entonces, gracias a su trabajo en Pixo, era ya conocido por ser
experto en otros dos campos, además de la tecnología para videoconfe
rencias: los trasmisores de ordenador ( lo que ahora llamamos «inalámbri
cos» ) y el funcionamiento del software de dispositivos pequeños, de
mano, como los móviles. Grignon trabaja en un mundo totalmente dife
rente del habitado por la mayoría de los ingenieros de software de Silicon
Valley. Es raro que la mayoría tenga que pensar en si su código ocupa
demasiado espacio en un disco duro o sobrecarga las capacidades de un
chip. El hardware de los ordenadores de sobremesa y portátiles es poten
te, modificable y barato. La memoria, el disco duro, incluso los procesa
dores se pueden actualizar de un modo económico, y los ordenadores
están conectados a una toma eléctrica o a baterías gigantes. En el mundo
del software integrado de Grignon, el hardware es fijo . Un código dema
siado grande no funciona. Por otro lado, una pila diminuta -que podría
alimentar un portátil durante un par de minutos- tiene que durar todo
30
el día. Cuando Jobs decidió desarrollar el iPhone a finales de 2004, Grig
non tenía el conjunto de habilidades perfecto para convertirse en uno de
los ingenieros del proyecto.
Ahora, en 2007, estaba emocionalmente exhausto. Había engorda
do 23 kilos. Su matrimonio acusaba el estrés . Habían sido dos años
agotadores. Apple nunca había hecho un teléfono antes, y el equipo del
iPhone descubrió rápidamente que el proceso no se parecía en nada a
construir ordenadores o iPods. «Todo era muy dramático -afirma Grig
non-o A todos les habían inculcado que esto era el próximo gran avan
ce que saldría de Apple . Así que metes a todas estas personas superinte
ligentes, con unos egos enormes, en espacios pequeños y confinados,
con esa clase de presión, y empiezan a suceder cosas demenciales .»
El iPhone no empezó como «el nuevo gran avance» de Apple . Hubo que
convencer a Jobs para que hiciera un teléfono. Había sido un tema de
conversación en su círculo interno casi desde el momento en que Apple
lanzó el iPod en 200 1 . El razonamiento era obvio: ¿por qué iban los
usuarios a llevar dos o tres dispositivos para el correo electrónico, las
llamadas telefónicas y la música, si podían llevar sólo uno?
Pero cada vez que Jobs y sus ejecutivos examinaban la idea en deta
lle, les parecía una misión suicida. Los chips y el ancho de banda del
teléfono eran demasiado lentos para navegar por Internet y descargarse
música o vídeos con una conexión de teléfono móvil. El correo electró
nico era una función estupenda para añadírsela a un teléfono. Pero Apple
no podía explotar todo el trabajo que había dedicado a fabricar un re
productor de música, como el iPod, para hacerlo. Además, Research in
Motion, los fabricantes de BlackBerry, se estaban haciendo con ese mer
cado. Apple pensó incluso en comprar Motorola en 2003, pero los eje
cutivos no tardaron en concluir que sería una adquisición demasiado
grande para la empresa en aquel momento.
Lo peor de todo era que, si Apple quería fabricar y vender un telé
fono en Estados Unidos, estaría totalmente en manos de los operadores
inalámbricos del país. Por aquel entonces, en Estados Unidos, los fabri
cantes de teléfonos como Motorola eran siervos de la alta tecnología.
Dependían de los dólares que se gastaban los operadores en marketing
3 1
para atraer a los consumidores a las tiendas y luego dependían de que los
operadores hicieran que los teléfonos fueran asequibles subvencionando
el precio de compra. Esto hacía imposible resistirse a que los operadores
se inmiscuyeran en el modo en que se debía construir cada teléfono. De
vez en cuando, se rebelaban contra este dominio y siempre tropezaban
con la misma respuesta de los operadores : «Tú haz el teléfono como
quieras, pero a lo mejor no te lo subvencionamos, ni lo comercializamos,
ni permitimos que entre en nuestra red» . Los fabricantes siempre cedían
ante esta amenaza.
Jobs se sentía personalmente ofendido por esta manera de hacer
negocios y no quería participar. «No somos los mejores vendiendo a las
quinientas grandes empresas de la lista de Fortune, y eso son quinientos
jefes de gestión de información que son las puertas por las que hay que
pasar para conseguir» el negocio. «En el sector de los teléfonos móviles
hay cinco. Ni siquiera nos gusta tratar con quinientas empresas. Preferi
mos publicar un anuncio dirigido a una audiencia millonaria y dejar que
cada cual tome su propia decisión . Ya os podéis imaginar lo que nos
parecía tener que tratar con cinco», dijo en una entrevista pública du
rante la conferencia de AH Things Digital de mayo de 2003 . En otras
palabras : no tengo ninguna intención de gastarme cientos de millones
de dólares para que un puñado de jefecillos me diga cómo hacer y vender
mi teléfono.
Eran palabras firmes y expresaban sólidas convicciones. Pero, para
finales de 2003, cuando el iPod se convirtió en el producto más impor
tante de Apple desde el Macintosh, empezaban a parecer equivocadas.
Los fabricantes de teléfonos móviles incluían aplicaciones para escuchar
música en sus teléfonos. Y empresas como Amazon, Walmart y Yahoo!
estaban empezando a vender música descargable. A ejecutivos como
Tony Fadell, el jefe del iPod, les preocupaba que si los usuarios abando
naban, de repente, sus iPods y los cambiaban por teléfonos que pudieran
incluir música, el negocio de Apple -al que sólo separaban cinco años
de su coqueteo con la bancarrota- acabaría aniquilado. «La verdad es
que no tuvimos un gran éxito en las manos [con el iPod] hasta finales de
2003, principios de 2004, así que reconocíamos que quizá no dominá
bamos el mercado -los canales de venta detallistas- para hacer crecer
el negocio del iPod adecuadamente», dijo Fadell.
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Es dificil imaginar un tiempo en que el iPod no fuera un producto
icónico, con unas ventas de más de 50 millones de unidades al año, pero
en aquel entonces Apple sólo había vendido 1 ,3 millones de aparatos
en dos años y seguía teniendo problemas para que detallistas como Best
Buy 10 vendieran . «Así que pensábamos: " ¿Cómo nos destacamos de la
masa? ¿Cómo nos aseguramos de ser, por 10 menos, competitivos de
forma que cualquiera que lleve un móvil pueda tener música de iTu
nes?" Porque, si perdíamos iTunes, perdíamos toda la fórmula» , afirma
Fadell .
En público, Jobs continuó con sus diatribas contra los operadores.
En la conferencia de All Things Digital de 2004, Stewart Alsop, Jr. , in
versor de riesgo y ex periodista, llegó a suplicarle a J obs que hiciera un
teléfono inteligente que mejorara el popular Treo. « ¿Hay alguna mane
ra de que superes tu animadversión hacia los operadores? » , preguntó
Alsop, ofreciéndose a poner en contacto a Jobs con Ivan Seidenberg,
consejero delegado de Verizon, que también estaba entre el público. Ni
hablar, respondió Jobs. «Nos hemos reunido con los fabricantes de te
léfonos móviles; incluso hemos hablado con la gente de Treo. Nos cuen
tan historias terroríficas. » Pero, en privado, J obs meditaba detenidamen
te sobre el contenido de la oferta de Alsop.
La primera respuesta de Jobs a la creciente competencia no fue el iPhone,
sino algo mucho más modesto: un teléfono que podía incluir música
llamado Rokr, que se construiría en sociedad con Motorola y Cingular,
el gran operador inalámbrico que, a través de dos fusiones, se convertiría
en AT&T. El acuerdo, cerrado a principios de 2004, parecía el mejor de
los mundos para Apple. Concedería la licencia de su software de iTunes
a Motorola para que lo pusiera en su teléfono móvil Razr, un superéxito,
y Motorola se ocuparía del resto. Apple cobraría una cantidad por dejar
que Motorola usara el software y Jobs no tendría que lidiar con los ope
radores inalámbricos. iTunes ayudaría a Motorola a vender más teléfonos,
conseguiría más clientes para Cingular y permitiría que Apple compitiera
con los teléfonos capaces de incluir música a los que temía. «Pensábamos
que si los consumidores decidían tener un teléfono con música, en lugar
de un iPod, por lo menos usarían iTunes», dijo Fadell.
33
Pero, por el contrario, el Rokr fue decepcionante. Cuando Jobs lo
presentó, cerca de dieciocho meses más tarde, en septiembre de 2005,
no podía descargarse música, el principal argumento de venta del apara
to. Era grande e incómodo, nada que ver con el elegante Razr que Mo
torola había hecho famoso. Y su capacidad para almacenar música estaba
limitada artificialmente a cien canciones.
La tensión entre los socios, en especial entre Apple y Motorola, se
hizo enseguida evidente después de que Jobs acabara la demostración
del aparato en el Moscone Center de San Francisco. Jobs había lanzado
el primer iPod nano al mismo tiempo, y cuando unas semanas después
un periodista le preguntó a Ed Zander, consejero delegado de Motoro
la, si se sentía eclipsado por los otros productos que Jobs había presen
tado, su respuesta fue concisa: « Que se joda el nano». La revista Wired
no tardó en publicar un reportaje del fiasco en portada con el titular:
« �A ESTO LO LLAMAN EL TELÉFONO DEL FUTURO ? »
Jobs consiguió atribuir la metedura de pata del Rokr a Motorola,
pero el fracaso fue, sobre todo, culpa de Apple. Sí, Motorola había
producido un teléfono feo, y continuó produciendo teléfonos que no
se vendían bien durante los cuatro años siguientes, hasta que Zander
dimitió. Pero el auténtico problema del Rokr fue que la razón de Jobs
para el acuerdo se evaporó en cuanto se firmó, dijo Fadell . El trato fue
diseñado como maniobra defensiva, una salvaguardia contra las empre
sas que trataban de fabricar teléfonos con música, sin tener que tratar
con los propios operadores. Pero, en 2004, con cada mes que pasaba
estaba más claro que lo último que Apple necesitaba hacer con iTunes
y el iPod era jugar a la defensiva. No necesitaba el Rokr como ayuda
para distribuir iTunes más ampliamente . Sólo tenía que esperar a que
las ventas del iPod se disparasen como un cohete. En el verano de 2003,
Apple vendía sólo unos trescientos mil iPod al trimestre . A principios
de 2004, vendía sólo ochocientos mil al trimestre. Pero en el verano de
2004 las ventas se dispararon. Vendieron 2 millones durante el trimestre
que acababa el 30 de septiembre de 2004, y otros 4,5 millones en el
último trimestre del año. Para cuando los feos prototipos de Rokr apa
recieron en el otoño de 2004, muchos ejecutivos de Apple veían clara
mente que estaban en el camino equivocado, y, hacia finales de año,
Jobs prácticamente había abandonado el proyecto. Seguía insistiendo
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en que el equipo de iTunes suministrara el software que iría en el Rokr,
pero escuchaba con más atención a los ejecutivos que pensaban que el
proyecto había sido una locura desde el principio.
No fue sólo el éxito del iPod en 2004 lo que diluyó el entusiasmo
de Apple por el Rokr. Hacia finales de año, hacer su propio teléfono ya
no era tan mala idea. Para entonces, parecía que la mayoría de los ho
gares y de los teléfonos móviles no tardarían en tener Wi -Pi, lo cual
proporcionaría un ancho de banda alto y fiable a través del ADSL o la
conexión por cable domésticos . Y parecía que el ancho de banda de
la telefonía móvil en la calle pronto sería lo bastante rápida para trans
mitir vídeos y navegar con todas las garantías por Internet. Los chips
de los procesadores de los teléfonos eran, por fin, lo bastante rápidos
para funcionar con un software telefónico de aspecto moderno. Lo más
importante era que hacer negocios con los operadores ya no parecía
tan oneroso. Hacia el otoño de 2005, Sprint empezaba a vender su
ancho de banda inalámbrico al por mayor. Eso significaba que, com
prando y revendiendo el ancho de banda de Sprint, Apple podía con
vertirse en su propio operador inalámbrico, un OVM, siglas de «ope
rador virtual móvil» . Ahora Apple podía construir un teléfono sin tener
que tratar apenas con los operadores . Disney, empresa de la que era
consejero Jobs, ya sostenía conversaciones con Sprint sobre un acuerdo
así para ofrecer su propio servicio inalámbrico. Jobs se preguntaba cada
vez más si Apple debía hacer lo mismo.
Los ejecutivos de Cingular, como Jim Ryan, involucrados en el proyecto
Rokr, observaban cómo crecía el interés de Jobs por crear un OVM con
Sprint, y estaban aterrorizados. Les preocupaba que, si Apple llegaba a
ser un operador inalámbrico, rebajara los precios para ganar clientes y
recortara los beneficios del sector al tener que reducir los demás opera
dores los precios para ser competitivos. Así que en sus conversaciones con
J obs y su equipo, lo presionaron con suavidad para que hiciera un trato
con ellos, en lugar de con Sprint. Si Jobs aceptaba un trato exclusivo con
Cingular, decían, estarían dispuestos a lanzar por la borda las normas
sobre las relaciones operador-fabricante y darle a Jobs el control que
necesitaba para construir un aparato revolucionario.
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Ryan, que nunca había hablado públicamente sobre aquellos días
hasta ahora, ha dicho que la experiencia había puesto a prueba cada
gramo de su habilidad negociadora. Había ido acumulando complejos
acuerdos con operadores durante casi una década, y era conocido en el
sector como uno de los que primero pensaron en el futuro de lo inalám
brico. Había desarrollado el negocio de datos inalámbricos de Cingular
casi desde cero hasta 4.000 millones de facturación en tres años. Pero
Apple y Jobs tenían poca experiencia negociando con operadores, lo cual
hacía que predecir cómo iban a reaccionar a sus diversas ofertas fuera
mucho más dificil para Ryan . «Al principio, Jobs odiaba la idea de un
acuerdo con nosotros . La odiaba -dijo Ryan-. Pensaba que no quería
un operador como nosotros cerca de su marca. Lo que no había pensado
bien era la realidad de lo dificil que es suministrar servicios móviles . » A
lo largo de 2004, durante las docenas de horas que él y su equipo pasa
ron en reuniones con los ejecutivos de Apple en Cupertino, Ryan recor
daba continuamente a Jobs y otros ejecutivos de Apple que si se conver
tían en operadora, tendrían que apechugar con todos los inconvenientes
de gestionar un activo que era intrínsecamente imprevisible: una red de
telefonía móvil . Un acuerdo con Cingular aislaría a Apple de todo eso.
«Por raro que parezca, ése fue uno de nuestros grandes argumentos de
venta -dijo Ryan-. Cada vez que el teléfono interrumpe una llamada,
se le echa la culpa al operador. Cada vez que pasa algo bueno, se le agra
dece a Apple . »
Cingular no estaba sólo jugando a la defensiva. Ejecutivos como
Ryan pensaban que asociarse al inventor del iPod cambiaría el modo en
que los clientes veían su propia empresa. El explosivo éxito de Apple con
el iPod en 2004 y 2005 -vendió 8,2 millones de iPods en 2004 y otros
32 millones en 2005- había llevado el esta tus de Jobs como icono em
presarial y cultural a unas alturas sin parangón. Al pensar en la probable
avalancha de nuevos clientes que llegarían a Cingular en busca de un
teléfono tan revolucionario como el iPod, se les hacía la boca agua.
Otro ejecutivo de Cingular que trabajó en el acuerdo, pero que no
quiere que lo nombremos, me lo contó así cuando yo escribía un repor
taje para Wired en 2008 : «Jobs era genial . Estaba en la cresta de la ola.
Se habían hecho estudios en la universidad que preguntaban: " ¿Qué es
la única cosa sin la cual no puedes vivir? " Durante veinte años fue la
36
cerveza. Ahora era el iPod. Cosas así nos hacían decir que aquel tipo
tenía algo. Probablemente eso nos dio el punto extra de energía que
logró que se cerrara el acuerdo» .
Mientras Cingular presionaba a Jobs desde fuera, un puñado de
ejecutivos de Apple, como Mike Bell y Steve Sakoman, lo empujaban
desde dentro a abandonar la idea de desarrollar un teléfono. «Perdíamos
tanto tiempo añadiendo prestaciones del iPod a los teléfonos de Moto
rola que, para mí, aquello era hacer las cosas al revés», comenta Bell, que
ahora es codirector de la división de dispositivos móviles de Intel . Le
dijo a Jobs que el móvil estaba a punto de convertirse en el aparato elec
trónico de consumo más importante de todos los tiempos, que nadie los
hacía bien y que, por lo tanto, «si nosotros [Apple ] aprovechábamos la
experiencia de los usuarios del iPod y algunas otras cosas en las que tra
bajábamos, podríamos adueñarnos del mercado» .
Bell era el ejecutivo perfecto para decir esto. Llevaba quince años en
Apple y había ayudado a construir algunos de los productos, como el
iMac, que permitieron que Apple evitara ir a la bancarrota en 1 997. Lo
más importante era que, como dirigía no sólo una parte de la división de
software de Mac, sino el grupo de software responsable de las estaciones
base Wi-Fi AirPort de Apple, sabía más sobre la industria inalámbrica
que la mayoría de los ejecutivos sénior de Apple. No reclama el mérito
de ser el padre del iPhone . En definitiva, no dirigió el proyecto, ni si
quiera trabajó en él . Fue Fadell quien lo dirigió, antes de que Scott
Forstall se hiciera cargo. Pero, incluso hoy, la mayoría sostiene que Bell
fue un importante catalizador.
«Así pues, lo discutí con Steve un par de meses y, finalmente, le
envié un correo electrónico el 7 de noviembre de 2004 -declara Bell-.
Le dije : "Steve, ya sé que no quieres hacer un teléfono, pero la razón por
la que deberíamos hacerlo es ésta: [ el director de diseño Jony Ive ] tiene
algunos diseños fantásticos de verdad para futuros iPods que nadie ha
visto. Deberíamos coger uno, vestirlo con algo de software de Apple y
hacer un teléfono con él, en lugar de meter nuestro material en los telé
fonos de otros". Jobs me llamó al cabo de una hora y hablamos durante
dos y, finalmente, me dijo: "Vale, creo que deberíamos hacerlo" . Así que
Steve, yo y Jony [ Ive] y Sakoman almorzamos tres o cuatro días después
y pusimos en marcha el proyecto del iPhone. »
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No fue sólo la persistencia de Bell y los diseños de Ive lo que ayudó
a convencer a Jobs. Sakoman fue a almorzar habiendo hecho ya un pri
mer trabajo de ingeniería sobre lo que se necesitaría para hacer un telé
fono. Hasta 2003, había estado en Palm, donde, entre otras cosas, había
ayudado a crear el software que iba dentro de los teléfonos inteligentes
Treo. Y, como vicepresidente de tecnología de software de Apple, había
llegado a ser el ejecutivo más familiarizado con el software que llevaba
el iPod. Si Apple iba a hacer un teléfono inteligente, el iPod era el sitio
lógico por donde empezar. Es lo que los consumidores esperaban que
hiciera Apple. Así que, para cuando Sakoman acudió al almuerzo, él y su
equipo ya habían averiguado cómo poner un chip de Wi-Fi dentro de un
iPod y hacer que se conectara a Internet.
Incluso habían empezado a trabajar en un nuevo software para el
reproductor de música -una versión de Linux- para que pudiera mane
jar la mayor exigencia que comportaba el hecho de ser un teléfono y un
navegador de Internet. Linux, el software de código abierto que popula
rizó Linus Torvalds en la década de 1990, no había suplantado a Micro
soft Windows, como muchos frikis informáticos habían pronosticado.
Pero, para entonces, se había convertido en el software preferido de la
electrónica menos potente y sofisticada. Sakoman informó a Jobs de sus
progresos y, ese mismo día, dijo a su equipo: «Será mejor que empecéis a
resolver esto, porque [el proyecto del teléfono] sigue adelante» .
Bell dice que una de las razones por las que recuerda la reunión es que
nunca había visto a nadie que comiera como Jobs aquel día. « ¿No te pasa
a veces que te acuerdas de algunas cosas por lo raras que son? Nos íbamos
a reunir delante de la cafetería de Apple, y, cuando sale Steve, en la bande
ja lleva un cuenco de cristal lleno de mitades de aguacate. No una ni dos,
sino como unas quince cubiertas de aliño. Me acuerdo de que estábamos
sentados allí, con J ony y Sakoman, viendo cómo Steve daba cuenta de un
montón de aguacates. Después de leer la biografia [de Jobs] escrita por
Walter Isaacson, supongo que era una de esas dietas que hacía para curarse
el cáncer, pero, en aquel momento, yo no tenía ni idea de qué pasaba.»
Costó más de un año cerrar el acuerdo final entre Apple y AT&T, que ad
quirió Cingular en 2006, pero eso resultó fácil comparado con lo que
38
Apple tuvo que sufrir sólo para desarrollar el dispositivo. Muchos ejecu
tivos e ingenieros, llenos de arrogancia por su éxito con el iPod, dieron
por sentado que sería como construir un pequeño Macintosh. Pero, en
esos dos años, Apple diseñó y construyó no un iPhone, sino tres aparatos
totalmente diferentes. Uno de los ejecutivos del proyecto cree que Apple
hizo seis prototipos plenamente funcionales sólo del aparato que acabó
vendiendo, cada uno con su propio conjunto de hardware, software y
variaciones de diseño. Muchos de los integrantes del equipo acabaron tan
quemados que dejaron la empresa poco después de que el primer teléfo
no llegara a las tiendas. «Fue como la primera misión a la Luna -dijo
Fadell, uno de los ejecutivos clave del proyecto, que dejó Apple para
poner en marcha su propia compañía, Nest, en 201 0-. Estoy acostum
brado a que un proyecto tenga cierto nivel de incógnitas, pero aquí había
tantas cosas nuevas que era sencillamente abrumador. »
Jobs quería que el iPhone tuviera una versión modificada del OS X,
el software que llevan todos los Mac. Pero nadie había metido nunca
antes un programa gigante como el OS X en un chip telefónico. El soft
ware tendría que reducirse a una décima parte de su tamaño, e incluso
así, en 2005, no se fabricaban chips de teléfono que pudieran funcionar
lo bastante rápido y cuya batería tuviera una vida útil lo bastante larga.
Nunca se tomaron en consideración los chips que alimentan los portá
tiles de Apple porque generaban demasiado calor y dejarían agotada una
batería de teléfono en pocos minutos. Habría que eliminar o reescribir
millones de líneas de código, y, hasta 2006, los ingenieros tendrían que
hacer simulaciones de la velocidad de los chips y del consumo de bate
ría porque todavía no disponían de los chips de verdad . «Al principio,
trabajábamos con placas Gumstix [ placas de circuitos baratas que com
pran los aficionados] -cuenta Nitin Ganatra, uno de los primeros in
genieros de software-o Empezamos con la libreta de direcciones del
Mac -una lista de nombres- para ver si podíamos hacer que se des
plazara [en una pantalla ] a una velocidad de entre treinta y sesenta
frames [ imágenes] por segundo. Sólo queríamos averiguar si había al
gún modo de hacer que esto [meter el OS X en un chip de teléfono]
funcionara, saber si estábamos siquiera en el terreno de juego acertado.
Queríamos averiguar si podíamos hacer correr los bits lo bastante rápi
do para que aquello pareciese lo que tenía que ser un iPhone. Si no
39
podíamos conseguir que funcionara en una placa Gumstix, sabíamos
que podríamos tener un problema .»
Tampoco nadie había puesto nunca una pantalla multitáctil capa
citiva en un producto de consumo corriente. La tecnología táctil capaci
tiva -que crea «un contacto» cuando un dedo u otro elemento conduc
tivo completa un circuito en el aparato- existía desde los años sesenta.
Los botones de ascensor de los edificios de oficinas y las pantallas de los
cajeros automáticos la usan con frecuencia. Y se investigaban las tecno
logías multitáctiles desde la década de 1980 . Los trackpads o paneles
táctiles de los ordenadores portátiles eran probablemente el uso más
sofisticado de esta tecnología, porque podían reconocer la diferencia
entre la presión de uno o dos dedos. Pero también se sabía que construir
la pantalla multitáctil que Apple ponía en el iPhone y producirla en
grandes cantidades era un reto que pocos tenían el dinero o las agallas
suficientes para aceptar. Los siguientes pasos -integrar la tecnología de
forma invisible en un cristal, hacerla lo bastante inteligente para desple
gar un teclado virtual con autocorrector, y hacerla lo bastante sofisticada
para manipular con fiabilidad un contenido como fotos o páginas web
en esa pantalla- hacía que incluso producir un prototipo funcional
fuera carísimo. Pocas cadenas de producción tenían siquiera experiencia
en la fabricación de pantallas multitáctiles. Había pantallas táctiles en
aparatos electrónicos de consumo, pero, desde siempre, eran pantallas
táctiles sensibles a la presión, en las cuales los usuarios pulsaban botones
en la pantalla con un dedo o un lápiz. La PalmPilot y sus sucesoras,
como la Palm Treo, eran desarrollos populares de esta tecnología. Aun
que las pantallas multitáctiles del iPhone hubieran sido fáciles de hacer,
el equipo ejecutivo de Apple no tenía nada claro que las características
que permitían, como los teclados en pantalla y el tap to zoom ( tocar para
ampliar), fueran mejoras que los usuarios quisieran.
Ya en el año 2003, un puñado de ingenieros de Apple, que había
hecho un trabajo académico avanzado con interfaces táctiles, había ave
riguado cómo poner la tecnología multitáctil en una tableta. Pero el
proyecto estaba paralizado. «Se dice que Steve quería un aparato que
pudiera usar para leer el correo electrónico mientras estaba en el baño.
Hasta ahí llegaban las especificaciones del producto -según Josh Stric
kon, uno de los primeros ingenieros del proyecto-o Pero no podíamos
40
construir un aparato con una vida útil de la batería suficiente para llevár
telo fuera de casa, y no podíamos conseguir un chip con bastante capa
cidad gráfica para que fuera útil. Pasamos mucho tiempo tratando de
averiguar exactamente qué hacer. » Antes de incorporarse a Apple en
2003, Strickon fue durante una década alumno del MIT, donde obtuvo
la licenciatura, un máster y un doctorado en ingeniería. Era un gran
defensor de la tecnología de la pantalla táctil, y había construido un
aparato multitáctil para su tesina de máster. Pero dice que, dada la falta
de consenso que había en Apple sobre qué hacer con los prototipos que
él y sus colegas ingenieros creaban, dejó la empresa en 2004, pensando
que no iban a hacer nada en ese campo.
Tim Bucher, uno de los máximos ejecutivos de Apple por aquel
entonces y el gran defensor de la pantalla multitáctil, afirmó que parte
del problema era que los prototipos que construían utilizaban un soft
ware, el OS X, que estaba pensado para manejarlo con un ratón, no con
el dedo. «Usábamos pantallas de diez o doce pulgadas con unas tripas
parecidas a las del Mac mini . . . y luego lanzábamos esas demos que si
mulaban los diferentes gestos multitáctiles. Una de ellas era una aplica
ción de teclado que surgía desde la parte inferior, muy parecida a la que
acabó en el iPhone dos años después. Pero no era demasiado bonita. Era
todo cables, hilos y parches. Dejaba demasiado a la imaginación. » Bu
cher, que nunca antes había hablado en público de su trabajo en Apple,
tenía la esperanza de impulsar el proyecto, pero perdió una batalla po
lítica con otros altos ejecutivos y se marchó de la empresa a principios
de 200 5 .
Pocos pensaban siquiera en hacer que l a tecnología de l a pantalla
táctil fuera el núcleo de una nueva clase de teléfono antes de que J obs
empezara a impulsar la idea a mediados de 200 5 . «Me dijo : "Tony, ven.
Aquí hay algo en lo que estamos trabajando. ¿Qué te parece? ¿Crees que
podríamos sacar un teléfono de esto?" -recuerda Fadell-. Así que nos
sentamos y jugamos con la demo (que me estaba enseñando) un rato.
Era enorme . Llenaba la habitación. Había un proyector montado en el
techo y proyectaba la pantalla del Mac en una superficie que tenía quizá
medio metro cuadrado. Podías tocar la pantalla del Mac, mover las cosas
de un sitio para otro y dibujar en ella. Había oído hablar de él [ el proto
tipo de pantalla táctil ] , pero no lo conocía en detalle, porque era algo de
4 1
Mac [Fadell dirigía la división del iPod ] . Así que nos sentamos y habla
mos a fondo sobre aquello y lo que se podía hacer.»
Fadell tenía serias dudas de que un prototipo tan enorme pudiera
reducirse tanto. Pero también sabía que no era sensato decirle que no a
Steve Jobs. Fadell era una de las superestrellas de Apple, y no había lle
gado hasta allí achantándose ante problemas tecnológicos peliagudos.
Se había incorporado a Apple en 200 1 , como asesor para construir el
primer iPod. En 2005, con las ventas del iPod por las nubes, podía de
cirse que era, a los treinta y seis años, el ejecutivo de línea más impor
tante de la empresa.
«Comprendía cómo se podía hacer -explica Fadell-. Pero una
cosa es pensarlo y otra es coger una habitación llena de material especial,
único, y hacer un millón de versiones del tamaño de un teléfono de una
forma rentable y fiable . » La lista de tareas daba vértigo sólo de pensarlo.
«Había que ir a los proveedores de LCD [empresas que fabrican las
pantallas de cristal líquido que van en los monitores de ordenador y en
los televisores] que supieran integrar una tecnología así en cristal; había
que encontrar un hueco en sus cadenas de producción, y luego elaborar
algoritmos de compensación y calibración para impedir que la electró
nica de píxeles [ en la LCD] generara todo tipo de ruidos en la pantalla
tácti l . La simple construcción de la pantalla táctil era un proyecto en sí
mismo. Intentamos producir la pantalla de dos o tres formas hasta que
conseguimos una en cantidad suficiente para que fuera viable . »
Reducir el OS X Y crear una pantalla multitácti l , aunque era innova
dor y difícil, estaba dentro de los conocimientos que Apple ya dominaba
como empresa. Nadie estaba mejor preparado para repensar el diseño
del OS X. Apple conocía a los fabricantes de LCD porque todos los por
tátiles y iPods incorporaban una. Las peculiaridades de la física de los
teléfonos móviles, por otro lado, era un terreno totalmente nuevo, y fue
necesario llegar hasta el 2006 para que los que trabajaban en el iPhone
comprendieran lo poco que sabían.
Para garantizar que la diminuta antena del iPhone hiciera su trabajo
eficazmente, Apple gastó millones en la compra y montaje de salas de
prueba especiales, equipadas con robots. Para asegurarse de que el iPhone
no generara demasiada radiación, Apple construyó modelos de cabezas
humanas -con gelatina incluida para simular la densidad del cerebro-
42
y midió los efectos. Para predecir la actuación del iPhone en una red, los
ingenieros de Apple compraron casi una docena de simuladores de fre
cuencia de radio del tamaño de un servidor, que costaron millones de
dólares cada uno. Uno de los ejecutivos sénior cree que Apple gastó más
de 1 50 millones de dólares en la construcción del primer iPhone.
El primer prototipo del iPhone no era ambicioso. Jobs confiaba en poder
crear un iPhone de pantalla táctil con OS X. Pero en 2005 no tenía ni idea
del tiempo que llevaría. Así que el primer iPhone de Apple se parecía
mucho a las diapositivas que Jobs había proyectado cuando presentó el
auténtico iPhone: un iPod con un anticuado dial rotatorio . El prototipo
era un iPod con un transmisor telefónico que usaba la rueda pulsable del
iPod como dial . Procedía del trabajo que Steve Sakoman había desarro
llado para venderle a Jobs un proyecto telefónico. «Era un modo fácil de
llegar al mercado, pero no resultaba elegante, como los aparatos que
tenemos hoy», observa Grignon, que por aquel entonces trabajaba para
Sakoman y cuyo nombre es uno de los que aparecen en la patente del dial
en forma de rueda pulsable.
El segundo prototipo del iPhone, a principios de 2006, estaba mu
cho más cerca de lo que Jobs desvelaría finalmente . Incorporaba una
pantalla táctil y OS X, pero estaba hecho por completo de aluminio bru
ñido. Jobs e Ive estaban enormemente orgullosos de él . Pero, dado que
ninguno de los dos era experto en la fisica de las ondas de radio, no se
habían dado cuenta de que habían creado un precioso ladrillo. Las ondas
de radio no viajan bien a través del metal. «Ruben Caballero [el experto
en antenas de Apple] y yo tuvimos que ir a la sala de juntas para explicar
les a Steve e Ive que no se puede hacer que las ondas de radio atraviesen
el metal -cuenta Phil Kearney, uno de los subdirectores de Bell, que se
marchó en 2008-. Y no fue fácil de explicar. La mayoría de los diseña
dores son artistas. La última clase de ciencias a la que asistieron fue en
secund�ria. Pero tienen mucho poder en Apple. Así que van y preguntan:
" ¿Por qué no podemos hacer una rendija por la que salgan las ondas de
radio?" Y hay que explicarles por qué no se puede, y punto.»
Jon Rubinstein, primer ejecutivo de hardware de Apple, conocido
por muchos como el Podfather ( literalmente, «el padrino del iPod» ) por
43
impulsar la creación y desarrollo del iPod, recuerda que hubo largas
discusiones sobre el tamaño del teléfono. «Yo presionaba para hacer dos
tamaños: un iPhone normal y otro mini, como en el caso del iPod. Pen
saba que uno podía ser un teléfono inteligente y el otro, un teléfono más
"tonto". Pero nunca conseguimos un gran apoyo para el pequeño y, para
realizar uno de estos proyectos, es necesario apostarlo todo a una carta.»
Todo esto hizo que el proyecto del iPhone fuera tan complejo que
a veces amenazara con hacer descarrilar a toda la empresa. Muchos de
los ingenieros más destacados de Apple se vieron absorbidos por el pro
yecto, lo que retrasó el calendario de otros proyectos. Si el iPhone hu
biera acabado fracasando o no hubiera despegado en absoluto, Apple no
habría tenido otros productos importantes listos para presentar durante
mucho tiempo. Peor todavía, sus primeros ingenieros, frustrados por el
fracaso, habrían dejado Apple por otros empleos, según declaró en 2012
Scott Forstall -uno de los altos ejecutivos de Apple en e l proyecto y
director del software iOS de la compañía hasta octubre 2012- durante
el juicio de patentes de Apple contra Samsung.
Ni siquiera la experiencia de Apple en el diseño de pantallas para los
iPods sirvió de ayuda para diseñar la pantalla del iPhone. Después de
muchos debates, Jobs decidió que había que hacer la pantalla del iPhone
de plexiglás rígido. Jobs, j unto con sus ejecutivos, pensaba que la pan
talla de cristal se rompería en pedazos cuando se cayera . . . hasta que vio
lo rayado que había quedado un prototipo de plástico al llevarlo en el
bolsillo junto con las llaves . «Jobs va y dice : "Mirad. Mirad. ¿Qué le pasa
a la pantalla ?" -recuerda un ejecutivo que presenció la discusión-o Y
otro individuo [ un ejecutivo de nivel medio] coge el prototipo y dice :
"Hombre, Steve, tenemos un prototipo de cristal que no supera la prue
ba de caída de un metro, cien de cada cien veces, y bla, bla, bla . . . " , Y
Jobs lo interrumpe y le dice: "Sólo quiero saber si vais a conseguir que
este puto chisme funcione" . »
Había una razón de peso para que e l ejecutivo discutiera con Jobs.
Era septiembre de 2006. El iPhone sería presentado al cabo de cuatro
meses. y Jobs quería replantear el componente más destacado del telé
fono.
Por medio de su amigo, John Seely Brown, Jobs recurrió a Wendell
Weeks, consejero delegado de la vidriera Corning, situada en la parte
44
norte del Estado de Nueva York, lo invitó a Cupertino y le dijo que
necesitaba el cristal más duro que nunca se hubiera hecho para la panta
lla del iPhone. Weeks le habló de un proceso creado para las cabinas de
los aviones de combate en los años sesenta. Pero añadió que el Depar
tamento de Defensa nunca había llegado a usar el material, llamado
Cristal Gorila, así que nunca había encontrado mercado. Dijo que Cor
ning había dejado de fabricarlo hacía décadas. Jobs quería que Weeks
empezara la producción de inmediato y logró convencerlo de que podía
conseguirlo en seis meses. Weeks le contó a Walter Isaacson, el biógrafo
de Jobs, que sigue asombrado de lo que Jobs le convenció de que hicie
ra. Corning cogió una fábrica en Harrodsburg ( Kentucky), que había
estado haciendo pantallas LCD, y la transformó para conseguirle a Jobs
el cristal que necesitaba a tiempo. «Produjimos un cristal que no se había
fabricado nunca. Pusimos a trabajar a nuestros mejores científicos e in
genieros y logramos que funcionara» , dijo Weeks .
«Todavía recuerdo que pe Magazine hizo una prueba de resistencia
de la pantalla cuando salió el teléfono en j ulio 2007 -dijo Bob Bor
chers, entonces director de marketing para el iPhone-. Lo metieron en
una bolsa llena de monedas y la sacudieron. Lo dejaron caer varias veces
contra una alfombra. Y luego salieron a la calle y lo dejaron caer en el
cemento tres veces. Sobrevivió a todo. Todos nos reímos, nos miramos
y dijimos: "Bueno, ya lo sabíamos" . »
Por si eso fuera poco, l a obsesión de Jobs por e l secretismo significaba
que, pese a estar agotados después de trabajar ochenta horas a la semana,
los ciento y pico de ingenieros y diseñadores que formaban parte del
proyecto no podían hablar de él con nadie . Si Apple se enteraba de que
se lo habías contado a un amigo en un bar, o incluso a tu cónyuge, te
podían despedir. Antes de que un director te pidiera que te incorporaras
al proyecto, tenías que firmar un acuerdo de confidencialidad en su des
pacho. Luego, después de que explicara cuál era el proyecto, tenías que
firmar otro documento confirmando que habías firmado el de confiden
cialidad y no se lo contarías a nadie. «Pusimos un letrero en la puerta de
entrada al edificio del iPhone donde decía CLUB DE LA LUCHA, porque la
primera regla del club de la lucha es que no se habla del club de la lucha
45
-testificó Forstall ante los tribunales-o Steve no quería contratar a na
die de fuera de Apple para trabajar en el software, pero me dijo que podía
contratar a cualquiera de dentro que yo quisiera. Así que llamaba a los
candidatos a mi despacho. Los hacía sentar y les decía: "Eres una super
estrella de Apple. Sea lo que sea que estés haciendo ahora, lo harás bien.
Pero tengo otro proyecto que quiero que consideres. No puedo decirte
qué es. Lo único que te puedo decir es que tendrás que olvidarte de in
numerables noches y fines de semana y que trabajarás más de lo que has
trabajado en tu vida.»
«Lo que más me gustó -según uno de los primeros ingenieros del
iPhone- fue lo que dijeron todos los proveedores el día después de la
presentación. » A las grandes empresas, como Marvell Electronics, que
fabricaba el chip transmisor de la Wi -Fi, Y CSR, que suministraba el chip
transmisor de Bluetooth, no se les había dicho que iban a estar en un
nuevo teléfono. Pensaban que iban a ir a un nuevo iPod. «Teníamos
esquemas falsos y diseños industriales falsos» , confesó el ingeniero.
Grignon dijo que el personal de Apple llegó incluso a hacerse pasar por
empleados de otra empresa cuando viaj aban, especialmente a Cingular
(y, más tarde, a AT&T), en Texas. «Se trataba de que el recepcionista o
cualquiera que pasara no viera todos los distintivos [de Apple] tirados
por ahí . »
Por otro lado, Jobs quería que un puñado de los principales inge
nieros del proyecto iPhone usaran prototipos del teléfono como telé
fono permanente . «No era "lleva un iPhone y un Treo" -observa
Grignon-. Era "lleva un iPhone y vive con él", porque así es como
descubríamos fallos. Si no puedes hacer una llamada por teléfono a
causa de un defecto, estarás doblemente motivado para pedir a gritos
que lo solucionen. Pero, a veces, se producían situaciones embarazosas
porque si estabas, digamos, en un club o en un aeropuerto, podías
detectar a un usuario de iPhone a un kilómetro de distancia, porque
era la persona encorvada que ocultaba su teléfono con los brazos mien
tras hacía algo misterioso . ¿Esnifaba una raya de coca . . . o usaba un
iPhone?»
Una de las manifestaciones más evidentes de la obsesión de Jobs
por el secreto era la aparición de zonas restringidas por todo el cam
pus, lugares a los que ya no podían ir los que no trabajaran en el iPho-
46
neo «Cada edificio se divide en dos y hay un pasillo que pasa por el
centro, con zonas comunes, y, a la vuelta de un fin de semana, habían
puesto puertas a las zonas comunes de forma que, si no estabas en el
proyecto y te habías acostumbrado a usar ese espacio, ahora estaba
prohibido -cuenta Grignon-. A Steve le encantaba todo eso . Le
encantaba establecer divisiones. Pero era un auténtico "jodeos" para
los que no podían entrar. Todos saben quiénes son las estrellas en una
empresa, y, cuando empiezas a ver cómo van desapareciendo de tu
zona y se las llevan a una gran sala, con puertas de cristal, a la que no
tienes acceso, da mal rollo . »
Ni siquiera los que participaban en e l proyecto del iPhone podían
hablar entre ellos . A los ingenieros que diseñaban la electrónica del
iPhone no se les permitía ver el software que utilizaría. Cuando necesi
taban software para probar la electrónica, les daban un código proxy, no
el auténtico. Si estabas trabajando en el software, usabas un simulador
para probar el rendimiento del hardware .
y no se permitía que nadie de fuera del círculo interno de Jobs en
trara en el sector de Jony Ive, el diseñador jefe, en el primer piso del
edificio 2. La seguridad que rodeaba los prototipos de Ive era tan estric
ta que los empleados creían que el lector de pases llamaba a seguridad si
intentabas pasar y no estabas autorizado. «Era muy extraño, porque no
podías evitar pasar por allí. Estaba al lado del vestíbulo, detrás de una
enorme puerta de metal. De vez en cuando, veías que la puerta se abría
y tratabas de mirar y ver algo, pero nunca intentabas hacer nada más»,
dijo un ingeniero cuyo primer empleo después de la universidad fue en
el iPhone. Durante su testimonio, Forstall dijo que algunos laboratorios
te exigían «mostrar el pase» cuatro veces.
Los cuatro meses previos al día de la presentación fueron particular
mente dificiles, según Grignon. Se producían peleas a gritos en los pasi
llos. Los ingenieros, agotados por sesiones de codificación que duraban
toda la noche, se marchaban, sólo para volver días más tarde, después de
haber recuperado el sueño perdido. La jefa de personal de Forstall, Kim
Vorath, cerró la puerta de su despacho con tanta fuerza que el pomo se
dobló y la dejó encerrada dentro; a sus compañeros les costó más de una
hora y cuatro golpes bien dados con un bate de aluminio liberarla. «To
dos nos quedamos allí, mirando -dijo Grignon-. En parte fue diver-
47
tido. Pero también uno de esos momentos en que te lo miras con pers
pectiva y te das cuenta de lo absurdo que es todo. »
Para sorpresa de Grignon y de muchos de los asistentes, la presentación
del iPhone que hizo Jobs el 9 de enero de 2007 fue impecable . Empezó
diciendo: «Éste es un día que he estado esperando desde hace dos años
y medio» . Luego, deleitó a los presentes con una serie de anécdotas
sobre por qué los usuarios odiaban sus teléfonos móviles. Entonces,
solucionó todos esos problemas . . . para siempre. Casi todos los presentes
esperaban que Jobs anunciara un teléfono, pero, de todos modos, que
daron asombrados.
Jobs usó el iPhone para reproducir música y ver un trozo de pelícu
la mientras exhibía la bonita pantalla del teléfono. Hizo una llamada para
exhibir la nueva libreta de direcciones y el buzón de voz del aparato,
ambos de nuevo cuño. Envió un correo electrónico y un mensaje de
texto para demostrar lo fácil que era usar el teclado de la pantalla táctil .
Se desplazó por un puñado de fotos y mostró cómo podía ampliar o
reducir las imágenes extendiendo o pellizcando con dos dedos. Navegó
por las webs de Amazon y del New York Times para mostrar que el nave
gador de Internet del iPhone era igual de bueno que el de su ordenador.
Encontró un Starbucks usando Google Maps -y los llamó desde el es
cenario- para demostrar que era imposible perderse con un iPhone.
Al final, Grignon no sólo estaba contento, estaba embriagado. Ha
bía traído una petaca de whisky escocés para calmar los nervios. «Así que
allí estábamos, en la quinta fila o algo así -ingenieros, directores, todos
nosotros- echando tragos de whisky después de cada sección de la pre
sentación. Éramos cinco o seis y, después de cada parte de la presenta
ción, la persona responsable de aquella parte echaba un trago. Cuando
llegó el final y funcionó igual de bien que todo lo anterior, vaciamos la
petaca. Fue la mejor presentación que ninguno de nosotros hubiera
visto. El resto del día fue una exhibición de cojones de todo el equipo
del iPhone. Nos pasamos todo lo que quedaba del día bebiendo en la
ciudad. Fue un caos, pero fue genial . »
48
2
E l iP h one es bueno. Android será mej or
Pese a toda su fama y notoriedad, Silicon Valley, como sitio, no es una
atracción turística. No hay ningún letrero ni Paseo de la Fama como en
Hollywood. No hay una dirección, como Wall Street, donde ha estado la
Bolsa de Nueva York durante ciento cincuenta años. Es sólo un montón de
bloques de oficinas que se extienden a lo largo de casi cincuenta kilómetros
hacia el sudeste desde el aeropuerto de San Francisco hasta San José.
Pero sí que existe una representación visual de la naturaleza brillan
te, alocada y llena de energía de Silicon Valley. Sólo tienes que conocer
a alguien de Google para verlo. Situada a cincuenta y seis kilómetros al
sudeste de San Francisco, junto a la carretera 1 0 1 , en Mountain View,
el extenso campus de Google no se parece a ninguna otra instalación
empresarial del mundo. La empresa nació en una residencia de estudian
tes de la Universidad de Stanford en 1 998, y, en quince años, ha crecido
hasta convertirse en una de las compañías más importantes y poderosas
del mundo. Google controla más de sesenta y cinco edificios en Moun
tain View y emplea a un tercio de sus aproximadamente cincuenta y
cinco mil trabajadores. El tamaño no ha hecho que Google se volviera
lenta o pesada. Por todas partes sigue dando muestras de su manera nada
convencional de enfocar la solución de problemas . Empleados de Goo
gle montados en bicicletas rojas, verdes y azules y patinetes eléctricos
vuelan de un edificio a otro. Una réplica de un tiranosaurio, llamado
Stan, de cuatro metros y medio, preside el patio principal, donde se
puede almorzar al aire l ibre . Un poco más allá hay una réplica de la
SpaceShipOne, diseñada por Burt Rutan, la primera nave espacial priva
da tripulada por el hombre (2004) . Muchas salas tienen piano y sillones
49
vibratorios de masaje; y en muchos baños los asientos del váter están
calientes, una sensación extraña, un día caluroso, si la persona que lo ha
usado antes que tú se ha olvidado de apagar al calentador. Google utili
za tantos paneles solares para conseguir energía que es una de las insta
laciones solares corporativas mayores del mundo. Además, toda una
flota de lanzaderas dotadas de Wi-Fi cubre los trayectos de ida y vuelta
a San Francisco, Berkeley/Oakland y San José . Así no sólo alienta a los
empleados a ahorrar combustible no usando el coche, sino que Google
tiene acceso a un número mayor de empleados en potencia. La comida
y la bebida son gratis en todo el campus.
Parece un campus universitario, y así es como se supone que debe
ser. El origen del éxito de Google ha sido la calidad de los ingenieros que
contrata en las principales universidades. En lugar de hacer que se sien
tan como si acabaran de enrolarse en los marines -como podrían hacer
otras empresas-, Google quiere que sigan sintiéndose como si nunca
hubieran dejado la universidad para que sigan creativamente con los ojos
muy abiertos. El campus tiene piscina, gimnasio, una �enda, guardería,
peluquería y tintorería. Casi todos los edificios tienen una lavandería. El
verano de 2004, un puñado de estudiantes en prácticas trató de vivir en
Google, en lugar de buscar alojamiento. Dormían en los sofás y vivían
de lo que ofrecía el complejo de Google hasta que les dijeron que esta
ban violando el código de seguridad contra incendios.
«Decidimos explícitamente que los edificios estuvieran siempre lle
nos», me dijo por aquel entonces Eric Schmidt, presidente ejecutivo y ex
consejero delegado de Google. «Hay como cierto volumen de ruido que
hace que todos trabajen y que los anima. En realidad, se basa en cómo
funcionan las facultades de ciencias informáticas. Si vas a una facultad de
informática, como el edificio de Informática de Stanford, verás a dos, tres
o incluso cuatro personas en un solo despacho. Es un modelo muy familiar
para nuestros programadores y para nosotros, porque todos estuvimos en
esas oficinas, y sabemos que es un ambiente muy productivo.»
A lo largo de los años, estos extras y rarezas los han imitado tanto
en las demás empresas que ahora resulta imposible explicar Silicon Valley
sin mencionarlos. Se puede decir que la flota de autobuses lanzadera de
Google está impulsando toda una reconfiguración de los modelos de la
vida laboral en la zona de la bahía de San Francisco. La mayoría de las
50
empresas de Silicon Valley ofrece ya esos autobuses. La única desventaja
de trabajar en Silicon Valley después de la universidad solía ser vivir en
Mountain View, Palo Alto o Sunnyvale . La vida en la ciudad de San
Francisco no compensaba las más de dos horas de coche necesarias para
llegar all í . Los autobuses de Google, todos equipados con Wi-Fi, hacen
que esos viajes no sólo sean tolerables, sino algunas de las horas más
productivas del día. Son tantos los que trabajan en alta tecnología que
viven en San Francisco que algunas de las nuevas empresas de tecnología
punta los han imitado. Hace una década empresas como Zynga y Twit
ter se habrían instalado automáticamente en Silicon Valley. Cuando em
pezaron, hace más de seis años, se instalaron en San Francisco. Bench
mark Capital, una importante firma de capital riesgo, acaba de abrir sus
primeras oficinas cerca de ellas.
Todo esto ha hecho que Google sea un lugar de trabajo riguroso
pero caótico. Sobre todo en 2005 : había docenas de proyectos de inge
niería en marcha al mismo tiempo. Muchos de ellos tenían objetivos
contrapuestos. y algunos eran tan secretos que sólo un puñado de eje
cutivos tenía conocimiento de ellos . El más secreto y ambicioso de todos
era el proyecto del teléfono inteligente de Google, el proyecto Android.
Refugiados en un rincón del primer piso del edificio 44 de Google, ro
deados por comerciales de publicidad de la casa, sus cuatro docenas de
ingenieros pensaban que iban camino de producir un dispositivo revo
lucionario que cambiaría el sector de los móviles para siempre. En enero
de 2007, todos habían trabajado de sesenta a ochenta horas por semana
durante quince meses -algunos durante más de dos años- escribiendo
y probando códigos, negociando licencias de software y volando por
todo el mundo para encontrar los componentes, proveedores y fabrican
tes adecuados. Llevaban seis meses trabajando con prototipos y tenían
planeado un lanzamiento para final de año . . . hasta que Jobs subió al
escenario para presentar el iPhone.
La reacción de Chris DeSalvo ante el iPhone fue inmediata y visceral .
«Como consumidor, estaba entusiasmado. Quería uno de inmediato.
Pero como ingeniero de Google pensé : "Vamos a tener que empezar de
nuevo, desde el principio" . »
5 1
Para la mayoría de Silicon Valley -incluida la mayor parte de Goo
gle- la presentación del iPhone fue algo que celebrar. Una vez más,
Jobs había hecho lo imposible. Cuatro años antes, había convencido a
un sector musical intransigente de que le dejara poner su catálogo en
iTunes por 99 centavos la canción . Ahora, había logrado que un opera
dor inalámbrico le permitiera construir un teléfono inteligente revolu
cionario. Pero, para el equipo de Android en Google, el iPhone era una
patada en el vientre. «De repente, lo que teníamos tenía un aspecto tan . . .
de los años noventa -dijo DeSalvo-. Es una de esas cosas que saltan a
la vista .»
DeSalvo no era propenso al pánico. Como muchos ingenieros ve
teranos de Silicon Valley, «parco en palabras» sería una buena descrip
ción de su personalidad. Es un marino experto que acababa de regresar
de un viaje de tres semanas, con su familia, a Indonesia. Llevaba dos
décadas desarrollando software, primero para los creadores de video
juegos, luego para Apple y al llegar el 2000 para una nueva empresa
llamada Danger. Había pocos problemas en el desarrollo de software
con los que no se hubiera tropezado. Después de incorporarse a Google
y al equipo de Android en Mountain View, a finales de 2005, y pasarse
un año escribiendo miles de líneas de código en el cuarto de herramien
tas ( le gusta escribir en silencio) , se había trasladado a Chapel Hill ( Ca
rolina del Norte) , la semana antes, para ayudar al equipo a integrar en
la empresa una adquisición reciente. Pero, mientras veía la presentación
de Jobs desde un despacho destartalado situado encima de una tienda de
camisetas, sabía que su jefe, Andy Rubin, estaría pensando lo mismo
que él. Rubin y él habían trabajado juntos la mayor parte de los siete
años anteriores, cuando DeSalvo era ingeniero en Danger, la primera
start-up de Rubin. Rubin era una de las personas más competitivas que
DeSalvo conocía. No iba a lanzar un producto que, de repente, pare
ciera anticuado.
A mil kilómetros de distancia, en Las Vegas, de camino a una reu
nión con uno de los muchos fabricantes y operadores de teléfonos que
visitan la ciudad para el Consumer Electronics Show (Feria de la Elec
trónica de Consumo) , Rubin reaccionó exactamente como DeSalvo ha
bía previsto. Estaba tan asombrado por 10 que Jobs presentaba que hizo
que el chófer se detuviera para acabar de ver la transmisión. « ¡Vaya mier-
52
da! -le dijo a uno de los que le acompañaban en el coche-o Me parece
que no vamos a sacar el teléfono ese . »
E l elemento en que el equipo de Android había estado trabajando,
un código de teléfono llamado Sooner, tenía un software que, proba
blemente, era más revolucionario que lo que acababan de mostrar en el
iPhone . Además de tener un navegador de Internet completo y todas
las grandes aplicaciones de Google para la web, como buscador, mapas
y YouTube, el software estaba diseñado para funcionar no sólo en
Sooner, sino en cualquier teléfono inteligente, tableta o cualquier otro
aparato portátil todavía no inventado. Nunca habría que fijarlo a un
ordenador portátil o de sobremesa. Permitiría que funcionaran al mis
mo tiempo múltiples aplicaciones, y se conectaría fácilmente a una tien
da online de otras aplicaciones que Google iniciara y fomentara. En
cambio, el iPhone necesitaba conectarse a iTunes regularmente, no
podía utilizar más de una aplicación a la vez y, al principio, no estaba
previsto que fuera a incluir nada parecido a una tienda de aplicaciones.
Pero el teléfono Sooner era feo . Parecía una BlackBerry, con el
teclado tradicional y una pantalla pequeña que no era tácti l . Rubin y su
equipo, junto con sus socios HTC y T-Mobile, creían que a los usuarios
les importaría más el estupendo software que contenía que su aspecto.
Eso era lo que creían entonces. Los diseños revolucionarios de teléfo
nos casi nunca tenían éxito. Aquí se suele mencionar el Nokia N-Gage,
que, en 2003, trató de combinar un sistema de juegos con un teléfono
y un dispositivo de correo electrónico. RIM se había convertido en uno
de los fabricantes de teléfonos inteligentes líderes en el planeta al
hacer de la funcionalidad sin adornos de la BlackBerry uno de sus prin
cipales argumentos de venta: tenías un teléfono, un teclado increíble,
correo electrónico seguro, todo en un paquete indestructible.
En cambio, el iPhone no sólo tenía un aspecto genial, sino que ser
vía para crear formas totalmente nuevas de interactuar con un teléfono
-formas que los ingenieros de Android no habían creído posibles o
habían considerado demasiado arriesgadas-o Al usar un teclado virtual
y sustituir la mayoría de las teclas por botones generados por software
en una gran pantalla táctil, ahora cada aplicación podía tener su propio
y exclusivo conjunto de controles. Los botones de Play, Pause y Stop
sólo aparecían si estabas escuchando música o viendo un vídeo. Cuando
53
ibas a teclear una dirección web en el buscador, aparecía el teclado, pero
desaparecía cuando le dabas a Enter. Sin un teclado fisico que ocupara
la mitad del teléfono, el iPhone tenía una pantalla el doble de grande
que casi todos los demás teléfonos en el mercado. Todo funcionaba del
mismo modo, tanto si el usuario tenía el teléfono en modo vertical como
si lo sostenía en horizontal . Apple había instalado un acelerómetro que
utilizaba la gravedad para decirle al teléfono cómo orientar la pantalla.
Por otra parte, había muchas cosas que estaban mal en el primer
iPhone. Rubin y el equipo de Android -junto con muchos otros- no
creían que a los usuarios les gustara teclear en una pantalla, sin la sensa
ción táctil de un teclado fisico. Por esta razón, el primer teléfono An
droid -el T-Mobile G l de HTC, que salió casi dos años más tarde
tenía un teclado deslizable . Pero lo que el equipo de Android tampoco
podía negar era que habían subestimado a Jobs. Como mínimo, había
ideado un nuevo modo de interactuar con un dispositivo -con el dedo,
en lugar de con un lápiz o teclas específicas- y, probablemente, mucho
más. «Sabíamos que Apple iba a anunciar un teléfono. Todo el mundo
lo sabía. Pero no pensábamos que fuera tan bueno», dijo Ethan Beard,
uno de los primeros ejecutivos de desarrollo de negocio de Android.
En pocas semanas, el equipo de Android reconfiguró por completo
sus objetivos. Un teléfono con pantalla táctil, llamado en código Dream,
que estaba en las primeras etapas de desarrollo, se convirtió en el centro
de atención. Su lanzamiento fue aplazado un año, hasta el otoño de
2008 . Los ingenieros empezaron a instalarle todo lo que el iPhone no
hacía, para diferenciarlo cuando llegara el día del lanzamiento. Erick
Tseng, entonces jefe de proyectos de Android, recuerda haber sentido,
de repente, nerviosismo ante una inminente presentación pública. Tseng
se había incorporado a Google un año antes, recién salido de la escuela
de negocios de Stanford, después de que el propio Eric Schmidt lo con
venciera del potencial que encerraba Android. «Nunca tuve la impresión
de que debiéramos abandonar lo que estábamos haciendo, que el iPho
ne significara que el juego había terminado. Pero se había fijado el lis
tón, y teníamos que estar seguros de que cualquier cosa que decidiéra
mos lanzar lo superara. »
54
En muchos sentidos, el proyecto de Android es el reflejo perfecto de la
cultura caótica y alocada de Google. En la mayoría de las empresas, desa
lientan las ideas extravagantes y favorecen las que son factibles . En Goo
gle, especialmente por aquel entonces, era todo lo contrario. La manera
más fácil de despertar el lado malo de Larry Page, cofundador y ahora
consejero delegado, era no pensar bastante a lo grande y construir un
argumento de venta con la cantidad de dinero que una idea podía ganar.
Es público y notorio que Page elogió a Sheryl Sandberg por cometer un
error que le costó a Google varios millones de dólares. Eso ocurrió cuan
do Sandberg era vicepresidenta responsable del sistema automatizado de
publicidad, no la directora de operaciones de Facebook. «Dios, qué mal
me siento por esto», le dijo Sandberg a Page, según la revista Fortunc.
Pero, en lugar de machacarla por el error, Page repuso: «Me alegro mu
cho de que te equivocaras, porque quiero dirigir una empresa que se
mueva demasiado rápido y haga demasiadas cosas, y no una donde sean
demasiado cautos y hagan demasiado poco. Si no cometemos ninguna de
esas equivocaciones, es que no nos arriesgamos lo suficiente» .
En 2005, el sector de los teléfonos móviles era e l ejemplo perfecto
de un grave problema que estaba a la altura de Google . La industria del
software para móviles era una de las más disfuncionales entre todas las
tecnológicas. No había suficiente ancho de banda inalámbrico para que
los usuarios navegaran por Internet con el teléfono sin acabar frustrados.
Los teléfonos no eran lo bastante potentes para manejar nada, salvo un
software rudimentario. Pero el mayor problema, como Jobs había ave
riguado, era que el sector estaba dirigido por un oligopolio: eran pocas
las empresas, aparte de los operadores y los fabricantes de teléfonos, que
estuvieran desarrollando software para telefonía, y lo que existía era
terrible. El ancho de banda inalámbrico mejoraría y los chips de teléfono
aumentarían de potencia, pero por aquel entonces parecía que los ope
radores y los fabricantes querían controlarlo todo. «Habíamos hablado
mucho con Vodafone [ el gran operador europeo] para conseguir que
Google fuera el buscador en sus teléfonos -declara uno de los princi
pales ejecutivos de Google, que no ha querido dar su nombre-o Pero
lo que nos ofrecían era que aportáramos algunos resultados, pero ellos
controlarían la mayoría, y los nuestros estarían al final de cualquier bús
queda. No tenían un buen navegador para móvil . A veces, los tonos de
55
llamada [que vendían ellos] aparecían en posiciones destacadas entre los
resultados de las búsquedas. Todos los operadores lo hacían. Creían que
podrían proporcionar todos los servicios dentro de un coto cerrado
( como había hecho AOL en los años noventa) , y que este control era la
mejor manera de ganar dinero.»
La razón de que fueran pocos los operadores que desarrollaban
software para los teléfonos era que, cada vez que lo intentaban, perdían
dinero. No había estandarización en el sector. Casi cada teléfono tenía
su propio software y conjunto de aplicaciones, lo cual significaba que,
con frecuencia, un software creado para un Samsung no funcionaba en
un Motorola, y el de éste no funcionaba en un Nokia. Las plataformas
de software eran incompatibles incluso dentro de las empresas. Por
ejemplo, había varias versiones diferentes de Symbian . Dicho sencilla
mente, la industria de los móviles gritaba «pozo sin fondo de dinero» a
cualquier desarrollador con mentalidad emprendedora. La mayoría ni se
acercaban. El negocio más lucrativo no era desarrollar aplicaciones para
teléfonos, sino ser el propietario de una empresa de pruebas que se ase
guraba de que las aplicaciones funcionaran en todos los teléfonos que
había en el mercado. Larry Page nunca se ha mordido la lengua a la hora
de contar lo frustrantes que fueron aquellos días para él y para Google.
«Teníamos un armario lleno con más de cien teléfonos [para los que
estábamos desarrollando software ] y creábamos nuestro software casi
para un único aparato cada vez», decía en su informe para los accionistas
de 2012 . En varios comentarios hechos a lo largo de los años, ha descri
to la experiencia como «horrible» e «increíblemente penosa» .
Pero Page y el resto de los ejecutivos de Google sabían que alguien
acabaría entendiendo el negocio de los móviles, y les preocupaba parti
cularmente que esa empresa fuera Microsoft. Por entonces, Microsoft
todavía era la empresa de tecnología más rica y poderosa del mundo, y
estaba, finalmente, consiguiendo influencia con sus móviles y software
Windows CE. Los teléfonos inteligentes Windows CE eran todavía un
nicho de mercado, pero si los usuarios se pasaban a la plataforma en
masa, como hicieron más tarde con el iPhone, todo el negocio de Goo
gle podía estar en peligro.
No era una exageración. Por aquel entonces, Microsoft y Google
estaban en mitad de una desagradable batalla por el dominio del motor
56
de búsqueda de uno u otro y por ser el líder del mundo tecnológico.
Después de dos décadas siendo el lugar de trabajo favorito de los talen
tos en alta ingeniería, Microsoft estaba perdiendo muchas de esas bata
llas contra Google . El presidente Bill Gates y el consejero delegado Ste
ve Ballmer habían dejado claro que se tomaban el desafío de Google
como algo personal. Gates parecía particularmente afectado. Un par de
veces se había burlado de la manera de vestir de Page y de Sergey Brin,
el cofundador de Google. Decía que la popularidad de su motor de
búsqueda era sólo «una moda pasajera» . Y luego, sin solución de conti
nuidad, les dedicaba el mayor de los elogios, al decir que entre toda la
competencia que habían tenido a lo largo de los años, los que más se
parecían a Microsoft eran Google.
Los ejecutivos de Google estaban convencidos de que si Windows
arraigaba en los dispositivos móviles, Microsoft interferiría en el acceso de
los usuarios al buscador de Google en dichos aparatos, en beneficio de su
propio motor de búsqueda. El pleito antimonopolio que ganó el Gobier
no de Estados Unidos contra Microsoft en la década de 1990 hacía que a
la empresa le resultara dificil usar su monopolio en los ordenadores de
sobremesa y portátiles para intimidar a la competencia. Por ejemplo, no
podía hacer que el de Microsoft fuera el buscador por defecto de Windows
sin que los usuarios pudieran elegir entre él y los de Google, Yahoo! y
otros. No obstante, en los teléfonos inteligentes, había pocas reglas que
limitaran una competencia encarnizada por parte de Microsoft. Ahí no
tenía el monopolio. A Google le preocupaba que, si Microsoft hacía que
usar el buscador de Google en sus aparatos móviles fuera lo bastante difi
cil y usar el buscador de Microsoft fuera lo bastante fácil, muchos usuarios
cambiarían de motor de búsqueda. Así fue como Microsoft eliminó a
Netscape con su Internet Explorer en los años noventa. Si los usuarios
dejaban de usar el buscador de Google y empezaban a utilizar el de un
competidor como Microsoft, el negocio de Google pronto se estancaría.
En aquel entonces, todos los ingresos de Google procedían de la publici
dad que aparecía junto a los resultados de las búsquedas de su motor.
«Ahora es dificil de entender [el miedo a Microsoft] , pero entonces nos
preocupaba mucho que la estrategia para los móviles de Microsoft tuviera
éxito», dijo Schmnidt en 2012, durante su testimonio en el juicio de Ora
ele contra Google por cuestiones de copyright.
57
Todos estos temores y frustraciones eran lo más importante para
Page cuando aceptó reunirse con Rubin, a principios de 2005, en la sala
de conferencias del primer piso del edificio 43 de Google . Por aquel
entonces, el despacho de Page estaba en el segundo piso, con vistas so
bre el patio principal de Google. Brin y él lo compartían y continuaron
compartiéndolo hasta que Page se convirtió en consejero delegado, en
201 1 . El espacio parecía más la habitación de dos estudiantes de inge
niería en una residencia que lo que sería de esperar en una gran empresa.
Tenías que esforzarte para ver dos mesas con sus ordenadores, porque la
sala estaba tan atestada con sus últimas pasiones en artilugios electróni
cos -normalmente, cámaras en el caso de Page, junto con aviones y
coches controlados teledirigidos en el caso de Brin, sin olvidar su equipo
de hockey sobre patines. Cuando Brin y Page no estaban, el despacho
solía llenarse de otros programadores, que se tomaban la l ibertad de
ocuparlo. Rubin había contactado con Page porque había puesto en
marcha Android el año antes y tenía a punto software suficiente para
mostrar a posibles clientes, tales como los operadores. Pensaba que un
pequeño gesto de Google -como un correo electrónico de Page dicien
do, por ejemplo, que Android estaba haciendo un trabajo interesante
le ayudaría a recaudar más dinero para seguir adelante y darle más salsa
a sus argumentos de venta.
Pocas personas pueden enviar un correo directamente a Larry Page y
pedir y conseguir una reunión, pero por aquel entonces Rubin era una
de ellas. Tres años antes, cuando Google seguía esforzándose por encon
trar usuarios, atención e ingresos, Rubin había hecho que Google fuera
el buscador por defecto del T-Mobile Sidekick, el aparato que él mismo
diseñó y construyó cuando dirigía Danger. Page recordaba el gesto, no
sólo porque Google necesitaba desesperadamente tráfico de búsqueda,
sino porque pensaba que el Sidekick era uno de los aparatos móviles con
la mejor ingeniería que había visto nunca.
El Sidekick tenía un aspecto raro, con forma de pastilla de jabón con
una pantalla en medio. Para ponerlo en marcha, se hacía salir la pantalla,
girándola 1 800 , Y se tecleaba en el teclado que había debajo . Su aspecto
nada estándar y un presupuesto de marketing inexistente impidieron que
58
fuera un producto de éxito. Pero era un producto de culto entre dos
grupos: los alumnos sabiondos de secundaria y universidad y los inge
nieros de Silicon Val ley. A los estudiantes les gustaba porque era el pri
mer móvil que tenía un software de mensajería instantánea incorporado.
A los ingenieros como Page les entusiasmaba porque era el primer móvil
que permitía que los usuarios navegaran por Internet igual que hacían
en los ordenadores de su despacho. BlackBerry dominaba el correo elec
trónico en los móviles y, en Google, todos tenían una BlackBerry. Pero
sus buscadores de Internet y otros elementos del móvil eran horribles.
En aquel tiempo, para operar con un ancho de banda más reducido, los
buscadores estaban diseñados para mostrar sólo el esqueleto del conte
nido de una página web, normalmente, sólo texto. Pero eso también
hacía que la experiencia de búsqueda fuera casi inútil para las empresas.
Una de las cosas que no funcionaban en estos buscadores cojos era la
publicidad en el motor de búsqueda de Google . No se podía hacer clic
sobre ella. Page y Brin no tardaron en andar por ahí con sus propios
Sidekicks, cautivando a sus colegas con un aparato móvil que casi susti
tuía a sus ordenadores portátiles.
Según Wired, cuando Page llegó a la reunión, tarde como siempre,
Rubin fue a la pizarra para empezar su discurso: los teléfonos con capa
cidades de ordenador, no los ordenadores de sobremesa ni los portátiles,
eran el futuro de la tecnología. Dijo que era un mercado enorme. Cada
año, se vendían 700 millones de móviles en todo el mundo, comparados
con 200 millones de ordenadores, y esa diferencia no hacía más que
aumentar. Pero el teléfono estaba anclado en la Edad Media. Android
solucionaría el problema convenciendo a los operadores y a los fabrican
tes de teléfonos de que no era necesario que gastaran dinero en software
de su propiedad. Los usuarios frustrados acudirían en tropel a los telé
fonos que funcionaran mejor. Los creadores de software se apresurarían
a desarrollar programas para una plataforma con tanta demanda. Nacería
un ecosistema de software que se reforzaría a sí mismo.
Page escuchaba atentamente. Miraba el prototipo que Rubin había
traído. Pero ya tenía decidido qué iba a hacer incluso antes de que em
pezara la reunión: ¿Y si Google compraba Android? , preguntó. Más
tarde, le dijo a Steven Levy, el autor de In the Plex: «Teníamos una visión
[ sobre cómo sería el futuro del móvi l ] y vino Andy y nos dijimos: "Sí,
59
debemos hacerlo. Es el tipo que esperábamos"» . Google compró An
droid por unos 50 millones de dólares más incentivos y, en julio de
2005, Rubin y los otros siete cofundadores de Android ya compartían
su visión del mundo con el resto del equipo de dirección de Google.
Rubin estaba sorprendido y entusiasmado por la decisión de Google de
comprar su empresa. «En Danger teníamos un gran producto especiali
zado (el Sidekick) que todo el mundo adoraba. Pero yo quería salir del
nicho y hacer un producto para un mercado masivo», dice. Y ninguna
empresa era un mercado más masivo que Google. Cuando habla de aque
llos días, le gusta contar la historia del antes y el después de una presen
tación que hizo para Samsung, el fabricante de teléfonos, en Seúl:
60
Entro en la sala de reuniones con todo mi equipo, yo y seis
personas más. Luego llegan veinte ejecutivos y se quedan de
pie, al otro lado de la mesa. Nosotros estábamos sentados por
que en aquella época no estaba acostumbrado a la cultura y las
cosas de Asia. Entra su consejero delegado. Todos se sientan
sólo después de que él lo haga, como si fuera un tribunal mili
tar. Entonces yo empiezo a soltar mi discurso. Les vendo toda
la visión de Android, como si fueran un capitalista de riesgo.
Llega el final y estoy sin aliento, después de habérselo explicado
todo . . . Se produce un silencio. Literalmente, silencio, como si
acabáramos de contar un chiste malo. Luego oigo que susurran
en un idioma que no entiendo, y uno de los lugartenientes,
después de intercambiar susurros con el consejero delegado, va
y dice: « ¿Está soñando?» Ante la visión que les presenté, reac
cionaron: « ¿Usted, con qué ejército va a crear esto? Tiene seis
personas. ¿Está flipando? » Eso fue lo que vinieron a decir. Sus
carcajadas me acompañaron hasta fuera de la sala. Fue dos se
manas antes de que Google nos adquiriera. Al día siguiente
[ después de que se anunciara la adquisición] un gerifalte del
consejero delegado me llama muy nervioso y dice : «Exijo que
nos veamos de inmediato para discutir la interesantísima pro
puesta que nos hizo [ cuando estuvo en Seúl ] » .
Gracias a Google, Rubin ya no tenía que preocuparse por quedarse
sin dinero y que los posibles distribuidores y clientes no le devolvieran
las llamadas. Pero, después de la euforia de la adquisición, estuvo claro
que, incluso en Google, hacer que Android despegara iba a ser una de
las cosas más dificiles que Rubin había emprendido en su vida. Al prin
cipio, navegar por Google era ya un desafio para Rubin y su equipo. No
había un organigrama concreto, como en otras compañías. Todos los
empleados parecían acabados de salir de la universidad. Y la cultura de
Google, con su famosa moralina de «no seas malo» y «esto no es propio
de Google» , le parecía muy rara a alguien como Rubin, que ya llevaba
veinte años en el mercado laboral . Ni siquiera podía ir en su coche al
trabajo porque era demasiado lujoso para el aparcamiento de Google.
Por aquel entonces, Google estaba lleno de millonarios que se habían
hecho ricos con el IPO 2004 . Pero, en un esfuerzo por mantener la
marca de Google como empresa revolucionaria, con un producto revo
lucionario -la anti-Microsoft- todos los coches de gama más alta que
los BMW de la serie 3 estaban prohibidos. Durante este periodo, Brin y
Page -con más de 5 .000 millones de dólares cada uno- iban con sen
dos Toyota Prius al trabajo . Esto significaba que el Ferrari de Rubin no
estaba permitido.
Rubin también tuvo que adaptarse a no ser ya el jefe . Llevaba la
división Android de Google, pero, incluso a finales de 2005, sólo eran
una docena de personas en una empresa con cinco mil setecientas. Aun
que estaba claro que Google no trataba a Android igual que a sus mu
chas otras pequeñas adquisiciones. En éstas, era raro que los fundadores
siguieran allí, porque no tardaban en descubrir que trabajar en Google
era frustrante. Con frecuencia, Google compraba empresas sólo para
probar una nueva tecnología o para contratar a ingenieros de talento,
pero sin un plan de juego claro. Page no quería que Rubin se sintiera
frustrado, y encargó específicamente a ejecutivos como Alan Eustace
-que lo había ayudado a negociar la compra de Android- la tarea de
asegurarse de que Rubin sintiera que tenía acceso a las personas y recur
sos que necesitara. Google abrió de inmediato la cartera por la conside
rable cantidad de 1 0 millones de dólares para ayudar a Rubin a comprar
las licencias de software necesarias. Schmidt personalmente le ayudó a
negociar algunas de ellas. Para garantizar el secreto del proyecto, permi-
61
tieron que el equipo de Android conservara su código de software sepa
rada del resto de Google, e inaccesible a todos sin el permiso de Rubin.
Page le dio a Rubin el raro privilegio de contratar a su propio personal,
en lugar de pasar por el conocido proceso de contratación largo y rigu
roso de Google.
Pero todas estas atenciones no le ahorraron a Rubin tener que ca
pear la excéntrica política de Google . Para empezar, durante un tiempo
no tuvo claro quién era el jefe supremo de Google. Eric Schmidt era el
consejero delegado y desempeñó un papel fundamental ayudando a
Google a manejar su hipercrecimiento. También era la imagen pública
de la compañía, algo que hacía bien y en lo que Page y Brin no tenían
mucho interés. Ya había sido consejero delegado antes -en Novell- y,
con anterioridad, ejecutivo en Sun Microsystems durante catorce años.
Pero Schmidt, que se incorporó a Google en 200 1 , no era uno de los
fundadores, como sí lo eran Page y Brin, lo cual hacía que su auténtico
cometido fuera ligeramente más oscuro.
Oficialmente, los tres dirigían Google como un triunvirato, pero los
empleados debatían sobre cuánto poder tenía realmente Schmidt -si no
eran Brin y Page los que llevaban la voz cantante, mientras que Schmidt
cumplía un cometido ampliamente protocolario, proporcionando «su
pervisión adulta», en el lenguaje de Silicon Valley-. Schmidt no ayuda
ba a aclarar esta confusión al describir su trabajo como el de un director
general, no un consejero delegado. En una entrevista de 2004, me dijo :
62
Mi principal responsabilidad es hacer que los trenes lleguen a la
hora, así que procuro asegurarme de que las reuniones se cele
bren, que contemos con todas las funciones de una empresa
bien dirigida y que la gente preste atención. Larry y Sergey han
impulsado la estrategia de alto nivel y gran parte de la estrategia
tecnológica. Yo contribuyo organizando el proceso estratégico,
pero realmente se trata de su estrategia y su tecnología. Y si hay
desacuerdo entre los tres . . . tenemos una conversación y alguien
acaba diciendo que sÍ. Unos meses más tarde, alguien, uno de
los tres, dirá: «Bueno, puede que el otro tuviera razón» . Así que
hay un respeto muy sano entre los tres y es algo estupendo.
Somos los mejores amigos y muy buenos colegas.
Rubin también comentó a unos colegas que le parecía que Page y
Schmidt no estaban totalmente de acuerdo con lo que Android debería
ser. Schmidt quería que Android sólo fuera software y, durante un tiem
po, se preguntó si no debería ser sólo un software de nivel bajo, sin
gráficos elegantes o animaciones. Ésta era la visión original de Rubin:
dar a los fabricantes de teléfonos y a los operadores un código que fun
cionara en todos los teléfonos y aplicaciones del mismo modo, pero que
les permitiera decidir cosas como qué aspecto debería tener la pantalla
de inicio y qué dase de diseño gráfico tendría cada teléfono. Por su par
te, Page estaba más interesado en que Google desarrollara un teléfono.
«Recuerdo que se lo comenté a Andy -me contó un ejecutivo de An
droid-. Dijo que siempre se aseguraba de no hacerle nunca a Page una
demostración de alguna característica de Android sin un prototipo del
hardware real que utilizaría. »
Luego estaban las cuestiones legales. La mayor parte de Android era
un software de código abierto, lo cual significaba que no era propiedad de
nadie y que cualquiera podía modificarlo del modo que quisiera. Pero no
todo era de código abierto, y Google negociaba licencias de decenas de
millones de dólares para esa parte. Rubin confiaba en que una parte im
portante de código con licencia vendría de Sun Microsystems, los fabri
cantes de Java . Sun había pasado diez años desarrollando Java como alter
nativa al Windows de Microsoft. Por lo general, daba el software gratis,
con la condición de que el usuario no lo modificara de modo importante.
Rubin lo usaba para el sistema operativo de Sidekick y, por entonces, era
un lenguaje ampliamente utilizado por los ingenieros que salían de las
principales universidades del país. Pero Android quería modificar el Java
más de lo que Sun permitía. Por mucho dinero que les ofrecieran, no
parecía posible que Sun cediera. Se habló de pagos de hasta 35 millones
de dólares. Esto, a Rubin, le creaba dos problemas: sin el código Java,
tenía que dedicar meses de tiempo extra a crear una solución alternativa.
Además, enfurecía a Sun, que creía que Google había copiado partes del
Java para crear su alternativa. Al final, aquello se convirtió en el centro de
un desagradable litigio que fue a juicio en 2012 . Google fue absuelta, pero
Sun, que ahora es propiedad de Orade, ha recurrido la sentencia.
Finalmente, Rubin afrontó la enorme tarea de hacer justo lo que
había prometido: desarrollar un sistema operativo para teléfonos mó-
63
viles que tanto los operadores como los fabricantes quisieran usar y
para el cual los demás desarrolladores de software) además de Google,
quisieran crear programas. Ciertamente, existían precedentes. Es lo
que Bill Gates hizo para transformar la industria del pe y convertirse
en el hombre más rico del mundo. Ahora, la mayoría damos por sen
tado que cualquier pe que compremos llevará Microsoft Windows o
Apple OS X, Y que contará con un procesador Intel que funcionará con
cierta clase de circuito impreso que conecta la impresora, el ratón, el
teclado, el monitor y casi cualquier otro elemento electrónico. Pero,
en la década de 1980, la industria de los pe era igual que la de los mó
viles en 2005 . No fue hasta que llegó Gates y usó MS-DOS y Windows
para crear una plataforma para los programadores cuando el negocio
de las aplicaciones para pe despegó . «Recuerdo que, por aquel enton
ces, le dije a Andy: "Esto va a ser duro de verdad, muy difici l , dificilí
simo. No quiero que te desalientes, pero creo que las probabilidades
son escasas" -recuerda Alan Eustace, director de ingeniería de Google
y entonces j efe de Rubin-. Y luego los dos nos echábamos a reír por
que él estaba absolutamente convencido del éxito. No es que yo fuera
escéptico. Siempre apoyé el proyecto. Era sólo que los dos sabíamos
que iba a ser duro. »
Algunos d e los problemas que había para desarrollar Android eran
parecidos a los que se enfrentaba Apple . Eran pocos los que habían
instalado un sistema operativo tan sofisticado como Android en un
chip de teléfono. Por otra parte, todas las pruebas tenían que hacerse
con simuladores, porque los chips y pantallas reales que Rubin quería
poner en el teléfono Dream no se fabricarían hasta un año después .
Pero Google estaba en una posición incluso peor que Apple para asu
mir estos retos . En Apple, el iPhone había estado a punto de llevar a la
empresa a la catástrofe, pero por 10 menos estaban acostumbrados a
construir cosas que los clientes querían comprar. Google no tenía esa
experiencia. Google ganaba dinero con la publicidad. Todo el resto de
las cosas que desarrollaba -software para la web- lo regalaba. No
tenía una lujosa división de diseño industrial comparable a la de Apple.
Es más, la idea de un producto acabado de la clase que fuera era ana
tema para la gente de Google . Para ellos, lo bueno de desarrollar un
software para la red era que nunca estaba acabado. Cuando una fun-
64
ción estaba casi hecha, Google la lanzaba y, con el tiempo, la refinaba
basándose en el uso que hacía el usuario de ella y en las actualizaciones
de los servidores.
Google también veía el marketing con el desprecio del que sólo un
ingeniero puede hacer gala. Si un producto era bueno, corría la voz por
la web y la gente lo usaba. Si no era bueno, no lo usarían. La idea de que
Google pudiera vender algo más que un teléfono genial, que también
ofreciera un sentimiento de satisfacción y autoconfianza -a la manera
en que Jobs vendía los dispositivos de Apple- parecía una tontería. Esa
idea estaba firmemente arraigada en el ADN.de Google como empresa.
En sus primeros años, los ejecutivos contrataron al famoso consultor
Sergio Zyman -ex director de marketing de Coca-Cola- para que
elaborara un plan para que el mundo entero se entusiasmara con su nue
va empresa. Después de que pasara meses trabajando en el plan, los
fundadores rechazaron todo el concepto de marketing que había ideado
y no le renovaron el contrato. Creían -acertadamente- que el motor
de búsqueda de Google se vendería solo. Google ni siquiera tuvo un
puesto de director de marketing hasta 200 1 .
Rubin y el equipo de Android creían que podían compensar esos déficits
asociándose con operadores inalámbricos y fabricantes de teléfonos. Bien
mirado, ésa era la idea misma de Android: cada uno haría lo que se le
diera mejor. Google desarrollaría software, los fabricantes harían teléfo
nos y los operadores proporcionarían ancho de banda y conocimiento de
marketing y ventas. HTC y T-Mobile estaban comprometidas con el
proyecto. Habían ayudado a Rubin a crear el Sidekick cuando estaba en
Danger.
El problema de Rubin era que T-Mobile no era un operador lo bas
tante grande en Estados Unidos para conseguir que Android estuviera
en suficientes teléfonos, y los otros dos grandes operadores inalámbricos
de Estados Unidos, AT&T y Verizon, recelaban mucho de cualquier
ejecutivo de Google que se interesara en un acuerdo de negocio. Pese a
lo que Android prometía y a la habilidad de Rubin para vender esa pro
mesa, hacia finales de 2006, el resto de Google empezaba a asustar a la
gente, a las compañías telefónicas en particular. Estaba claro que Google
65
había creado una forma de publicidad nueva e increíblemente rentable
y que registraba beneficios y acumulaba dinero a una velocidad asom
brosa. En 2003, había parecido una start-up amigable y valiente. A fina
les de 2006, era un coloso con casi once mil empleados, 3 .000 millones
de dólares de beneficios y más del 60 % de cuota de mercado en la publi
cidad de los motores de búsqueda. ¿Reemplazaría Google a Microsoft,
a no tardar, como el gran monopolio feroz de la tecnología? , empezaban a
preguntarse algunos.
Los ejecutivos de empresas como Verizon habían sufrido la conduc
ta agresiva de Microsoft en sus propias carnes en la década de 1 990,
cuando Gates empezó a aplicar la fuerza de su monopolio de los orde
nadores de sobremesa a sectores adyacentes. Convencida de que Win
dows pronto sería el centro de convergencia de nuestros PC y televisores,
Microsoft invirtió 1 .000 millones de dólares en Comcast, 5 .000 millo
nes en AT&T y otros 500 millones en compañías telefónicas y de cable
más pequeñas. A los operadores les preocupaba que Gates no sólo qui
siera acelerar la adopción de Internet de banda ancha e instalara Win
dows en cada descodificador por cable . Creían que su intención era ha
cer que las compañías telefónicas fueran irrelevantes.
En todo caso, Google puso al sector de las telecos más nervioso de
lo que estuvo con Microsoft . Durante años, Schmidt, Page y Brin ha
bían tenido un equipo de ingenieros dedicado únicamente a probar
maneras de regatear al sector de l�s telecomunicaciones. Como Google
se había convertido rápidamente en la compañía más poderosa de la
web, lo bastante poderosa como para controlar el negocio de la publi
cidad en los motores de búsqueda y gastarse 1 .650 millones de dólares
para comprar YouTube en 2006, a las compañías de telecomunicacio
nes les preocupaba que Google no tardara en anunciar que se iba a
convertir en operadora. Al llegar la primavera de 2007, cuando Google
anunció que iba a comprar DoubleClick, la firma de publicidad en lí
nea, esta preocupación había llegado a los despachos directivos de todo
el mundo, además de a las oficinas de los reguladores antimonopolio
de Washington y la Unión Europea. «La visión que Google tiene de
Android es la misma que tiene Microsoft de ser propietaria del sistema
operativo de todos los pC», un monopolio de las plataformas, le dijo
Ivan Seidenberg, ex consejero delegado de Verizon al escritor Ken
66
Auletta. «La gente como yo quiere asegurarse de que hay diversidad
en las plataformas y los dispositivos. ¿A Google le interesa eliminarnos
como intermediarios? Sí .»
Cuando Rubin y el equipo de Android acabaron de asimilar la sorpresa
inicial que les produjo lo bueno que era el iPhone, no se anduvieron con
dramas respecto a lo que había que hacer.
Rubin, en el fondo, es el consejero delegado de una start-up: con el
convencimiento propio de un mesías de que su camino es el mejor, con
independencia de que las personas y las circunstancias estén de acuerdo
con él . Estaba acostumbrado a los reveses. El iPhone era bueno, pero lo
que él estaba haciendo iba a ser diferente . . . y mejor. Sería técnicamente
superior al iPhone y tendría una distribución más amplia. Rubin creía
que todos los ingenieros de software de los operadores y fabricantes de
teléfonos añadían un 20 % al coste de un teléfono. Con Android no ne
cesitarían esa infraestructura y podrían vender sus teléfonos por menos.
y el iPhone ayudaría a centrar la atención de Google en el proyecto
Android. Cuando se anunció el iPhone, Rubin tenía unas cuatro docenas
de empleados. Dos años después tendría más de cien .
En retrospectiva, podría decirse que fue algo bueno que el iPhone
llegara al mercado antes que el primer Android, según me han comen
tado algunas personas de Google. Apple gastó decenas de millones de
dólares enseñando a los usuarios cómo utilizar estos nuevos aparatos con
pantalla táctil . Para cuando los Android empezaron a llegar, el iPhone
ya era enormemente popular. Esto significaba que los operadores que no
tenían el iPbone -que, por aquel entonces, eran todos salvo AT&T
estaban buscando una alternativa. No era un problema a corto plazo. El
contrato de AT&T con Apple les daba los derechos exclusivos en Esta
dos Unidos, durante cuatro años. « [ Los operadores y los fabricantes]
vieron lo que se les venía encima y eso ayudó definitivamente a Android.
Ayudó a hacer que la gente despertara, prestara atención y tomara en
serio a Android», dice Eustace.
Para Rubin y el equipo de Android, la cuestión más complicada que
surgió de la presentación del iPhone fue la participación de su propia
compañía en el proyecto del teléfono. Se enteraron de que Google era el
67
socio clave de Apple en el proyecto. Aunque los altos ejecutivos de Goo
gle llevaban dos años respaldando a Android, también habían encargado
a otro equipo la tarea de trabajar en secreto con Apple para que el soft
ware de búsqueda, los mapas y YouTube de Google estuvieran en el
nuevo aparato de Jobs. Es más, Jobs había destacado la inclusión del
software de Google como uno de los argumentos de venta durante su
presentación. Dijo que el iPhone era tener «Internet en el bolsillo por
primera vez» y que «no se puede pensar en Internet sin pensar en Goo
gle» . Eric Schmidt, consejero delegado de Google, se había unido a Jobs
en el escenario durante la presentación, para reforzar el alcance de su
asociación. «Steve, te doy la enhorabuena. Este producto va a ser la bom
ba», dijo durante tres minutos de comentarios.
El equipo de Android sabía que Schmidt se sentaba en el consejo de
administración de Apple . Lo que no sabían era lo unidas que las dos
empresas habían llegado a estar. Mientras estaban desarrollando An
droid, un puñado de ingenieros, instalados en otro edificio a unos cien
tos de metros de distancia, casi se habían convertido en un satélite de
Apple, con más información sobre el proyecto del iPhone que todos
salvo unas cuantas docenas de empleados de Apple . Dentro de Apple,
Jobs controlaba y restringía estrictamente el acceso a las diversas partes
del proyecto del iPhone . En Google, algunos miembros del equipo que
desarrollaba Google Maps, el buscador y YouTube para el iPhone lo
había visto casi todo: los chips que Apple usaba, la pantalla táctil, el
software. Unos cuantos habían visto incluso los prototipos más recientes
y usado el teléfono antes de su anuncio. «Apple quería, particularmente,
el producto Google Maps -dijo uno de los ingenieros-o Creo que a
Steve, personalmente, le gustaba mucho y quería asegurarse de que se
integrara en el iPhone. Así que sabíamos que el iPhone estaba a punto
de llegar.»
Tener dos equipos de producto que parecían competir entre ellos
no era nada nuevo en Google . Muchas de sus mejores creaciones, como
Google News y Gmail, surgieron de esa filosofIa. Pero los ingenieros de
Android también habían acabado creyendo que eran diferentes. El co
fundador Larry Page era su patrón. Tenían privilegios y beneficios extras
de los que disfrutaban pocos equipos de su tamaño en Google . Y sentían
que tenerlos estaba justificado. Para ellos, no era sólo que Rubin hubie-
68
ra iniciado Android o construido Sidekick; era que, probablemente,
sabía del negocio de la telefonía móvil más que nadie en Google, y qui
zás en todo Silicon Valley.
A sus cuarenta y cuatro años, había estado construyendo productos
móviles de vanguardia en Silicon Valley desde principios de los años
noventa. Era su vocación y su diversión. La gente describía su casa como
algo semejante al laboratorio en el sótano de Tony Stark, en Iron Man
-un espacio atestado de armas robóticas, los últimos ordenadores y
aparatos electrónicos y prototipos de diversos proyectos-o Como mu
chos genios de la electrónica en Silicon Val ley, tenía también el mismo
respeto por la autoridad que Tony Stark.
En Apple, a finales de los años ochenta, se había metido en proble
mas por reprogramar el sistema de telefonía corporativo para que pare
ciera como si el consejero delegado, John Sculley, estuviera dejando
mensajes a sus colegas sobre las opciones sobre acciones, según el perfil
publicado por John Markoff en 2007, en The New York Times. En Ge
neral Magic, una empresa desgajada de Apple, que desarrolló parte del
primer software para ordenadores de mano, él y algunos colegas cons
truyeron lofts por encima de sus cubículos para poder trabajar con más
eficacia las veinticuatro horas del día. Después de que Microsoft com
prara la siguiente empresa para la que trabajó, WebTV, a mediados de la
década de 1990, Rubin equipó un robot móvil con una cámara web y un
micrófono y lo envió a recorrer la empresa, sin mencionarle a nadie que
estaba conectado a Internet. Las imágenes y sonidos que grababa se
emitían por todo el mundo, hasta que la seguridad de Microsoft, que no
lo encontraba nada divertido, descubrió el problema y lo desconectó.
Danger (Peligro) , la empresa que había creado Sidekick, se llamaba así
por la palabra que pronunciaba al ladrar el robot de Perdidos en el espacio)
una serie de televisión de los sesenta, siempre que percibía algún peligro.
Esta lealtad hacia Rubin hacía que a su equipo le preocupara el con
flicto de intereses. ¿Por qué tenían siquiera que continuar trabajando en
Android? Ahora Apple estaba, claramente, a años luz por delante de
ellos, y resultaba obvio que la alta dirección de Google se encontraba
detrás de ese proyecto. Intentar competir a la vez con Apple y con su
propia empresa, con un proyecto en apariencia muy inferior, parecía una
pérdida de tiempo.
69
«Francamente, el iPhone creaba un problema moral -afirma uno de
los ingenieros sénior-. Algunos de los ingenieros deCÍan: "Dios mío,
estamos condenados. Esto es Apple. Es el apocalipsis. ¿Qué vamos a hacer
ahora?"»
Rubin y los demás sufrían la frustración adicional de ver que Jobs,
erróneamente a su entender, se atribuía el mérito de unas innovaciones
que no eran suyas ni de Apple. Jobs era un innovador asombroso, que
tenía un olfato sin igual para saber cuándo lanzar un producto, cómo
diseñar el hardware y el software y cómo hacer que los consumidores lo
desearan ansiosamente. Nadie se acerca siquiera a su récord de conseguir
esto una y otra vez . Era un genio. Pero no había inventado la mayoría
de la tecnología del iPhone. Lo que haCÍa que Jobs tuviera tanto éxito
era que nunca quiso ser el primero en nada. La historia de los negocios
y la tecnología está llena de inventores que nunca ganaron un centavo
con sus invenciones. Jobs comprendía que siempre hay una distancia de
muchos años entre cuándo se descubre algo y cuándo es viable como
producto de consumo. Pero, cuando presentó el iPhone, Jobs rompió
con esta práctica y declaró, por ejemplo, que el iPhone tenía el «primer»
buscador de Internet «plenamente utilizable» en un teléfono.
Para Rubin y otros del equipo Android, esto no era sólo cuestión de
principios . Era algo personal . Él y la gente de su equipo en Danger
creían que eran ellos los que habían creado el primer buscador de Inter
net utilizable en un teléfono, cinco años antes, en 2002 . Rubin es críp
tico, pero claro cuando se lo preguntas: «Apple ha sido la segunda en
adoptar el estándar de la web» . DeSalvo es más directo: «Probablemen
te, hoy en día sólo uno de cada diez ingenieros habrá oído hablar siquie
ra de Danger; sin embargo, muchas de las cosas asociadas al teléfono
inteligente moderno las hicimos nosotros primero en el Sidekick» . El
Sidekick, no el iPhone, fue el primero en tener juegos descargables.
Funcionaba incluso con implantes cocleares. «Es obvio que nos adelan
tamos cinco años. De haberlo lanzado en 2005, nos habríamos comido
el mundo. Creo que no recibimos suficiente reconocimiento por lo que
hicimos .»
70
3
Veinticuatro semanas , tres días y tres h oras p ara el lanzamiento
Una serie de ingenieros de Apple llevaba meses preocupándose por An
droid; sabían lo mucho que Google envidiaba el iPhone. Pero Jobs creía
en la asociación Apple-Google y en su relación con Schmidt y Brin y
Page, los fundadores de Google. Lo más importante era que Android
parecía el menor de los problemas de Apple a principios de 2007. El
iPhone iba a salir a la venta en un plazo de seis meses, y era evidente que
Apple necesitaría cada hora para tenerlo a punto.
Fue un alivio enorme que la presentación de Jobs hubiera sido im
pecable. En realidad fue extraordinario. Apple había cogido un prototi
po del iPhone, que apenas funcionaba, y, con algunos juegos de presti
digitación ingenieril, había hecho que millones quisieran comprarlo ya .
Pero ¿qué pasaría el 29 de junio, cuando muchos de esos consumidores
acudieran a las tiendas de Apple para comprar uno? Esperarían que su
iPhone funcionara tan perfectamente como Jobs hizo que pareciera
en el escenario . Pero lo único que Apple tenía en aquellos momentos, en
enero, era una docena de prototipos que los ejecutivos de Apple habían
seleccionado personalmente en una fábrica asiática y se habían traído
como equipaje de mano. No habrían resistido un sistema de transporte
corriente, y mucho menos el uso diario. «Teníamos que averiguar cómo
fabricar iPhones en grandes cantidades» -cuenta Borchers. Cualquiera
puede hacer cien unidades de lo que sea. Hacer un millón es algo total
mente diferente-o « ¿Cómo fabricas antenas de prueba, por ejemplo?
Era necesario probar y caracterizar cada unidad que salía de la cadena de
producción, porque hay una variabilidad enorme en cómo se hacen las
antenas en una línea de montaje. Eso afecta al funcionamiento del trans-
71
misar.» La obsesión de Apple por no dejar nada al azar era tal que dise
ñó y construyó su propia instalación de pruebas en la central de la com
pañía para ocuparse de estas cuestiones. «Luego hicimos venir a los de
Foxconn [ el socio industrial de Apple en Asia] y les dijimos: "Repitan
esto quinientas veces o las que sean necesarias para conseguirlo" . »
No se trataba sencillamente d e ajustar y producir piezas que funcio
naran bien. Los aspectos clave del iPhone estaban lejos de ser perfectos.
Su memoria y el teclado virtual, que ya era una de sus características más
polémicas, seguían sin funcionar bien. A menudo, al pulsar la letra e -la
que más se usa de todo el alfabeto- aparecían otras letras por todo el
teclado. En lugar de aparecer inmediatamente después de «teclearlas»,
las letras surgían después de una pausa irritante . Steve Ballmer, el con
sejero delegado de Microsoft, había sido uno de los muchos que decla
raron que el iPhone iba a fracasar como producto porque no tenía un
teclado fisico. Los ejecutivos de Apple estaban igual de preocupados .
Tampoco se sentían cómodos con el teclado. «A todos les inquietaba
tocar algo que no existe realmente en el mundo fisico», comenta uno de
los ejecutivos. Pero Jobs se mantuvo en sus trece. «El argumento de Jobs
era justo lo que dijo en el escenario: "Habéis puesto teclas y ahora tenéis
unas teclas fijas que no funcionan en todas las aplicaciones. Peor aún,
habéis perdido ese espacio en la pantalla". Así que todos entendimos que
era increíblemente importante arreglarlo; algo que podía representar el
éxito o el fracaso» .
Además, Apple tuvo que rediseñar l a pantalla. Aunque Jobs había
decidido que sería de cristal, no de plástico y, el otoño anterior, había
encontrado un proveedor adecuado para ese material, no era un asunto
tan sencillo como cambiar una pantalla por otra. Aunque Corning sumi
nistrara el cristal, ése era sólo uno de los muchos pasos necesarios para
crear una pantalla táctil para el iPhone que funcionara. Los sensores
multitáctiles tenían que estar incrustados en el cristal, no sólo adheridos
a él, para que funcionaran correctamente. Pero era un proceso totalmen
te diferente del utilizado para integrarlos en plástico. Además, el cristal
es más pesado que el plástico, así que los ingenieros de Apple necesita
ban un adhesivo más fuerte para mantener el conjunto en su sitio. Te
nían que ajustar el modo en que todos los botones funcionarían en un
teléfono que ahora estaba hecho de un material más rígido (el cristal no
72
se curva como el plástico) . Tenían que reequilibrar el aparato para com
pensar la diferencia en el peso de la pantalla. «Era un problema muy
muy importante -recuerda un ejecutivo involucrado en el proceso-o
Creo que J eff Williams [director de fabricación de Apple] probó todas
las máquinas cortadoras de cristal de China para lograrlo.»
Finalmente, Apple tuvo que inventar sus propios protocolos de
prueba de llamada para que la red de AT&T aceptara el teléfono. Nor
malmente, los fabricantes se limitaban a dejar que los operadores lo hi
cieran, pero Apple quería disponer de sus propios datos, por si había
quejas sobre la calidad de llamada del iPhone. Imaginaba que AT&T
usaría sus datos para echar la culpa de los problemas al iPhone, cuando
eran, en gran medida, culpa de la red. Quería un medio para refutarlo,
dijo Borchers. «Así que cargamos [varios] teléfonos y ordenadores en un
Volkswagen Jetta y empezamos a circular buscando fallos de conexión
que resultaran en llamadas fallidas», dice Shuvo Chatterjee. Los teléfo
nos estaban programados para marcar automáticamente determinados
números a ciertos intervalos, y los ordenadores servían para analizar los
resultados.
«Ahora Apple tiene todo un proceso, con camionetas especiales,
pero por entonces inventábamos sobre la marcha en relación con lo que
teníamos que probar -cuenta Chatterjee-. A veces eran cosas como:
"Scott [Forstall ] ha tenido un fallo en una llamada. Averiguad por qué" .
Así que íbamos hasta su casa y tratábamos de averiguar si había una zona
muerta. Esto también pasaba con Steve. Hubo un par de veces en que
dimos tantas veces la vuelta con el coche a sus casas que los vecinos se
preocuparon y llamaron a la policía.»
Al final, le tocó a Borchers coordinar y gestionar la mayoría de estos
problemas. En tanto que director de marketing del producto, él y su
equipo eran, esencialmente, los jefes del proyecto del iPhone, y ayudaban
a Jobs a coordinar y revisar el trabajo de varios equipos, como paso previo
al desarrollo del plan de marketing completo. Tanto él como los miem
bros de su equipo eran ingenieros -Borchers tenía una licenciatura en
ingeniería mecánica por Stanford y un máster por el MIT -, pero su es
pecialidad particular era tomar complicados detalles de ingeniería y ex-
73
plicarlos en términos sencillos. Si no era fácil explicar una característica,
el trabajo de Borchers era preguntar por qué era tan importante para el
proyecto. «Ayudábamos a decidir el ADN del iPhone, lo cuidábamos
durante el proceso de desarrollo y luego lo trasladábamos al mensaje que
acompañaba al producto -afirma-o Así, estábamos muy al tanto de qué
características incluía y qué aspecto iba a tener.»
Muchos usuarios asocian a Borchers, tanto como a Jobs, con el
primer iPhone, porque era el protagonista del vídeo de instrucciones,
visto por tantísima gente . Nadie había visto nunca un aparato como el
iPhone, y Apple quería asegurarse de que los nuevos usuarios no se
sintieran desconcertados por un dispositivo que sólo tenía un botón
fIsico, aparte de On/Off, volumen y silencio/timbre. Como parte de
la estrategia de marketing previa al lanzamiento, Borchers había planea
do que Jobs grabara un vídeo de treinta minutos mostrando a los usua
rios, con detalle, cómo usar el iPhone. Pero, en el último momento,
Jobs le dijo que lo hiciera él . «Tuvimos que montar un estudio para
Steve [ en el primer piso] en el Edificio U no para que pudiera pasar por
ahí [ desde su despacho en el cuarto piso] , hacerlo y volver al trabajo,
Pero me parece que se dio cuenta de que iba a perder un montón de
tiempo. Así que, en lugar de eso, yo me pasé un mes haciendo tomas y
ensayos de maquillaje y afeitándome dos veces al día y llevando puesto
uno de los j erseys con cuello alto de Steve. » Actualmente, Borchers
tiene el j ersey en una pantalla de plexiglás en la pared de su despacho,
en Opus Capital, la firma de capital riesgo a la que se incorporó cuando
dejó Apple en 2009. «No se pueden encontrar otros iguales, así que
para eso sirven las pinzas para la ropa. Me sujetaron el j ersey en la es
palda con las pinzas para que me fuera bien porque [ con 1 ,72 m ] soy
más bajo que Steve [ que medía 1 ,88 m ] » .
Borchers había acabado e n Apple después de tres años e n Nike y
luego otros cuatro en Nokia, cuando éste era el fabricante dominante en
el mundo. Se incorporó a Apple en 2004 para ayudar a vender el iPod a
las empresas de automóviles como BMW y crear accesorios con compa
ñías como su anterior empresa, Nike . Cuando Apple decidió fabricar el
iPhone a finales de 2004, fue uno de los primeros directores contactados
para trabajar en el proyecto. Era muy conocido entre los ejecutivos sé
nior, en parte porque había realizado entrevistas para un puesto de alto
74
nivel en Apple, en 2002, sólo para que, en el último minuto, Jobs deci
diera que quería un candidato de dentro. «Recuerdo que estaba sentado
en una sala de reuniones y entró Steve, miró mi currículum y preguntó:
" ¿Por qué está usted remotamente cualificado siquiera para este pues
to? " A los diez minutos, va y dice: "Bien, ya he oído lo que necesito".
Pensé : "Bueno, por lo menos me he codeado con Steve" . »
Aquel rechazo acabó siendo una bendición. Al año siguiente, Bor
chers entró en un nivel más bajo del organigrama, se ganó la confian
za de Jobs a lo largo de ese año y fue lógico y natural que trabajara en
el iPhone, debido a su historial en Nokia. «Así que, a finales de 2004,
me convertí en uno de los primeros empleados de marketing para el
iPhone . »
E l puesto de Borchers le ofrecía mucha información sobre todos los
aspectos del proyecto del iPhone. Pero, a los cuarenta y siete años, tam
bién le daba más responsabilidad de la que nunca había tenido en su
vida. Sería un actor clave en todas las presentaciones públicas que Apple
haría para el iPhone. Ayudaría a crear muchas de las diapositivas de Jobs .
y su opinión contaría en toda la publicidad y las relaciones públicas aso
ciadas con el aparato. También significaba que, cuando acabó el Mac
world 2007, estaba más cansado de lo que nunca habría imaginado.
Fue uno de los directivos responsables de todo lo que Apple hizo
en el Macworld, y, cuando no pasaba más de doce horas al día en el cen
tro de convenciones durante el fin de semana, estaba en el coche re
corriendo los sesenta y cinco kilómetros que había desde San Francisco
hasta su casa en Pleasanton. Había llevado las dos docenas de iPhones
de demostración al centro de convenciones en el maletero de su Acura
el jueves anterior, envueltos en plástico y metidos en dos cajas con sub
divisiones como las que se usan para el vino . Al viernes siguiente, por la
noche, las había recogido de núevo. Lo seguía, arriba y abajo, un coche
con un miembro del equipo de seguridad de Apple, mientras él se preo
cupaba por lo que pasaría con su carrera en Apple si lo paraban o sufría
un accidente. No había otros teléfonos, así que, si el coche hubiera caído
en una zanja o se hubiera incendiado, no habría habido ningún iPhone
que presentar. «Entré con ellos en el coche en el sótano del Moscone
Center y los trasladé con mis propias manos a una habitación especial,
cerrada con llave, que habíamos construido, donde había ingenieros
75
esperando para desembalarlos y volverlos a probar por lo que parecía ser
la sexagésimo quinta vez aquel día .»
Entre estos dos viajes, increíblemente tensos, Borchers había deci
dido qué aspecto iba a tener cada iPhone y cómo se iba a mostrar en el
Macworld. Había sido el responsable de programar los ensayos, asegu
rándose de que siempre se contara con las personas y el equipo adecua
dos, y garantizando que la seguridad fuera suficiente para evitar que se
filtrara ninguna imagen del teléfono. Estaba tan ocupado que no tuvo
ni siquiera la oportunidad de presenciar el discurso original en directo.
Mientras Jobs hablaba, Borchers estaba instalando iPhones en unos ex
positores giratorios de plexiglás en la zona de exposición, y asegurándo
se de que los demostradores que Apple había contratado para el aconte
cimiento tuvieran aparatos para hacer su trabajo .
Sólo a la mañana siguiente, después de regresar a casa en PIe asan
ton, se dio cuenta de lo largos que habían sido aquellos seis días . La
noche antes del discurso inaugural del martes la había pasado en San
Francisco, en un hotel situado cerca del Moscone Center, pero se había
olvidado de decir que se iba y había dejado todo su equipaje en la habi
tación.
Hacer que el iPhone estuviera listo para la venta no era la única pertur
bación a la que se enfrentaban los ingenieros de Apple a principios de
2007. Para fabricar el iPhone, Jobs había enfrentado, uno contra otro, a
dos de sus ejecutivos estrella -Scott Forstall y Tony Fadell-, a ver quién
fabricaba el mejor producto. Las secuelas de aquella lucha de dos años
seguían coleando por toda la corporación. Había sido una guerra sucia,
llena de acusaciones de sabotaje y puñaladas por la espalda, que había
enfrentado a unos amigos contra otros. Había dejado a muchas personas
de ambos lados con la sensación de que Apple ya no se parecía a la em
presa a la que se habían incorporado. En lugar de ser el último mono de
la contracultura, les preocupaba que se hubiera transformado en una
máquina de hacer beneficios sin alma, un empresón con intrigas y luchas
de poder al estilo de IBM. No tiene mérito alguno ser una compañía que
lucha por sobrevivir, como lo fue Apple durante muchos años, pero los
recursos, cada vez menores, de una empresa que se acerca a la bancarro-
76
ta -como era Apple cuando Jobs volvió en 1 997- crearon enfrenta
mientos internos del tipo «nido de víboras». Pero la mayoría de los em
pleados de Apple en 2007 no lo había vivido. Aunque Apple se hubiera
fundado en 1976, para la mayoría de sus empleados estaba pasando por
los dolores de crecimiento de una empresa con diez años de existencia,
no treinta. Entre 2002 y 2007, el número de trabajadores de Apple se
había doblado hasta llegar a veinte mil. Aunque algunos creen que las
tensiones con Forstall hicieron que Fadell dimitiera tres años después,
éste lo niega tajantemente. Dice que él y su esposa, que dirigía recursos
humanos, se fueron para estar con sus hijos pequeños, pese a los esfuer
zos de Jobs por retenerlos. Dejaron atrás millones de dólares en acciones.
En cualquier caso, el iPhone impulsó el negocio de Apple hasta nuevas
alturas. Además de convertirse en un icono cultural, el iPhone, por sí
solo, genera más ingresos para Apple que toda la corporación Microsoft.
Apple se ha convertido en la empresa más valiosa del mundo debido al
trabajo de gente como Fadell.
Pero Forstall se había mostrado tan agresivo en sus esfuerzos por
derrotar a Fadell que la gente se asustó. Muchos se preguntaban si había
algo que no estuviera dispuesto a hacer para tomar la delantera. El con
sejero delegado Tim Cook acabaría echando a Forstall de Apple en 2012 .
Pero en 2007 parecía que iba a estar allí para siempre y, cuando lo pu
sieron a cargo de todo el software del iPhone, ese mismo año, se produ
jo un enorme éxodo de talento. Los que se quedaron pudieron ver la
ambición desmedida de Forstall en toda su extensión. Incluso sus devo
tos admiten que, antes de marcharse, se había convertido en el prototipo
de jefe dificil : alguien que se atribuye el mérito del buen trabajo de sus
subordinados, pero se apresura a culparlos cuando él la fastidia. Cuando
Jobs vivía, Forstall enfurecía a sus colegas con su hipócrita muletilla
«a Steve no le gustaría» , y no ocultaba que se veía como el futuro con
sejero delegado de Apple . En 20 1 1 , Bloomberg Businessweek informó de
que Jony Ive, diseñador jefe, y Bob Mansfield, jefe de tecnología, rece
laban tanto de Forstall que se negaban a reunirse con él, a menos que
estuviera también presente el consejero delegado Tim Cook. Me han
dicho que lo mismo sucedía con Eddy Cue, el jefe de iTunes.
No era extraño ver cómo Jobs enfrentaba a dos ejecutivos; era bien
conocido por su lado maquiavélico. Pero lo sorprendente fue que Jobs
77
permitiera que la pelea durase tanto tiempo y afectara a tantas personas
de Apple.
«Fue algo increíblemente destructivo -dijo un ejecutivo-o Creo
que Steve habría sido fabuloso en tiempos de la antigua Roma, cuando
veías echar a la gente a los leones para que se la comieran. Los enfrentó
[a Fadell y Forstal l ] uno contra otro. Tony era el niño bonito un tiempo,
luego lo era Forstall, después volvía a serlo Tony, y de nuevo Forstall .
Era un circo. ¿Recuerdas "Spy vs. Spy1" [una tira cómica de la década de
1 960 que oponía un espía blanco ( Estados Unidos) a otro negro ( la
U nión Soviética) ] en la revista Mad1 Habría sido igual de cómico . . . si
no se hubiera malgastado tanto tiempo.» Es curioso que otra ejecutiva
hiciera la misma comparación. «La primera vez que vi [ la peücula] Gla
diator [ en 2007] , le dije a mi marido: "Esto me suena" .» ( Forstall se
negó a que lo entrevistáramos para este libro. Sin embargo, Fadell no
oculta sus sentimientos. Después de que Apple echara a Forstall, declaró
a la BBC: «Scon ha recibido lo que se merecía» . )
Visto lo visto, e n Apple muchos creen que, e n última instancia, no
fue una pelea justa. Fadell era experto en hardware; Forstall, en software,
lo que le daba una ventaja añadida, porque muchos creían que Jobs es
taba mucho más interesado en el software y el diseño industrial de los
productos de Apple que en sus tripas. Pero, mientras duró la pelea, no
estuvo nada claro cómo iba a terminar.
Grignon conoce de primera mano lo desagradable que era la lucha
entre Forstall y Fadell . Terminó en medio y acabó sintiendo que tiraban
de él en direcciones opuestas, como si fuera una goma elástica. Incluso
antes de que empezaran a trabajar en el iPhone, Grignon descubrió una
tensión latente entre los dos ejecutivos. En 2004, Forstall trató de im
pedir que Grignon ocupara un puesto en la división de Fadell . Grignon
había trabajado para Forstall durante tres años construyendo unos pro
ductos llamados Dashboard e iChat. Pensaba que eran buenos amigos
del trabajo. Los fines de semana iban a escalar juntos . Pero, cuando
Fadell le ofreció una oportunidad mejor dentro de Apple, Forstall hizo
lo imposible para bloquearla. Le dijo a Grignon que apoyaba su decisión
de cambiar. Luego, a sus espaldas, acudió al propio Jobs para que lo
impidiera. «y armó tanta bulla con Steve que éste acabó interviniendo
en mi traslado a la división de Tony. Reunió a Forstall [y a algunos otros
78
ejecutivos] en una sala y los aplastó a todos diciendo: "De acuerdo, po
déis tener a Andy y a nadie más . Nadie más va a trasladarse de software
[que dependía de Forstall ] a iPod [que dependía de Fadell] " . Fue en
tonces cuando empezó en serio la rivalidad entre ellos. »
El enfrentamiento era como una guerra de religión. Cuando empe
zó el trabajo en el iPhone, Forstall construyó una compleja organización
secreta para trabajar en el proyecto. Era tan secreta que, durante un
tiempo, no estaba claro si Fadell estaba enterado. Desde su despacho en
el segundo piso de IL 2 , en el campus de Apple, Forstall empezó a atraer
a algunos de los mejores ingenieros de toda la empresa, creando zonas
aisladas por todo el edificio según avanzaba. «Si trabajabas los fines de
semana, veías cómo llegaban, sin cesar, los equipos de construcción y
levantaban paredes, puertas de seguridad . . . de todo . . . para que el lunes
hubiera una nueva zona aislada. Nunca había visto levantar paredes con
tanta rapidez. Visto ahora, es casi cómico -comenta Shuvo Chatter
jee-. A medida que iban haciendo reformas, algunos nos trasladábamos
por lo menos una vez cada dos meses. Durante un tiempo, tuve todas
mis cosas guardadas en cajas porque sabía que, si las desembalaba, ten
dría que embalarlas de nuevo enseguida. »
«Se convirtió e n un laberinto -dice Nitin Ganatra-. Abrías una
puerta y la puerta anterior se cerraba detrás de ti . En ciertas cosas, era
como la casa encantada de Sarah Winchester en San José . »
Oficialmente, del iPhone se encargaba Fadell . Era él quien dirigía la
división del iPod, y parecía natural construir el iPhone empezando con
un iPod y mejorándolo. Forstall tenía una idea diferente y muchísimo
más arriesgada: idear una manera de encoger el software que hace fun
cionar el Mac e instalarlo en un teléfono. «Todos dábamos por sentado
que el iPhone tendría una versión del software que habíamos diseñado
para PI [ una versión del iPod OS diseñada para el primer prototipo]
-señala uno de los ingenieros del iPhone de Fadell-. Pero, totalmen
te en paralelo, Forstall y su equipo trabajaban en una versión de OS X
para el teléfono sin que nosotros lo supiéramos.»
Jobs quería instalar el OS X en e l iPhone. Pero no pensaba que pu
diera hacerse. Cuando el equipo de Forstall lo consiguió, éste se ganó el
control del proyecto del iPhone. «No hay un j efe de hardware-software
en Apple -comenta otro ingeniero del iPhone-. Éste ha sido un pun-
79
to de discusión para muchas personas a lo largo de la historia de Apple.
Los de hardware creen que conocen el software. Y los de software creen
que conocen el hardware . Pero Steve no quería [verse metido en ese
debate entre sus ejecutivos] . Así que cuando Scott dijo: "Oye, Steve, hay
un equipo de software de la hostia en la división de Tony, y lo quiero",
Steve va y responde: "Pues claro. Tú eres el hombre del software. Ellos
hacen software, así que deberían estar en tu equipo". Para cuando el
iPhone salió a la venta, a mediados de 2007, Forstall controlaba a mu
chos de sus ingenieros de software. Y cuando Apple lanzó el iPod Touch,
a l cabo de unos meses, Forstall también lo controlaba.»
Fadell, tras su marcha, ha puesto en funcionamiento Nest, una empresa
que fabrica el primer termostato doméstico bonito, potente y fácil de
usar. No es extraño que tenga todo el diseño y todas las florituras de
software de un producto Apple. Es una de las nuevas empresas de las que
más se habla en Silicon Valley. Pero aliados y enemigos siguen hablando
de su lucha con Forstall como si fuera ayer.
Fadell fue realmente el primer chico de oro de Apple, en el segundo
periodo de Jobs en la empresa. A los treinta y dos años, había empezado
a trabajar en la empresa sabiendo solamente que iba a colaborar en algún
proyecto secreto para el que, según le dijeron, era el indicado. Cuatro
años después, como ejecutivo de línea a cargo del iPod, era una de las
personas con más poder de Apple. Al llegar el otoño de 2006, los iPod
representaban el 40 % de los 1 9 .000 millones de ingresos de Apple. Y su
cuota de mercado, de más del 70 %, parecía inexpugnable . Apple también
vendía más Macs, pero esas ventas representaban menos del 1 0 % de to
dos los ordenadores personales. En cambio, el éxito del iPod había con
vertido a Jobs en un magnate de los negocios una vez más.
Fadell era exactamente lo que Apple necesitaba en 200 1 . Era joven,
audaz e inteligente, y había formado parte de la ingeniería del hardware
de los portátiles de vanguardia en Silicon Valley durante quince años. En
una ocasión, le dijo a un periodista que habría acabado en la cárcel si no
hubiera descubierto los ordenadores. De vez en cuando, se presentaba
a trabajar con el pelo rubio oxigenado. No se le daba bien callarse lo que
pensaba cuando tropezaba con trabajo o ideas de calidad inferior. Su
80
primer puesto al salir de la universidad fue en General Magic, una em
presa que Bill Atkinson y Andy Hertzfeld habían desgajado de Apple a
principios de la década de 1990, con la esperanza de desarrollar alguno
de los primeros softwares creados exclusivamente para dispositivos mó
viles. El proyecto fracasó y Fadell se encontró en Philips, el gigantesco
conglomerado holandés, donde no tardó en convertirse en el ejecutivo
más joven de la empresa. Dirigía el nuevo grupo de informática móvil,
donde desarrolló algunas de las primeras PDA (Velo y Nino) , que se
vendieron bastante bien. Ese puesto también le permitió entrar en con
tacto con las inmensas posibilidades de la música digital en dispositivos
portátiles.
Fadel! se disponía a poner en marcha su propia empresa cuando el
director de hardware de Apple, Jon Rubinstein, lo llamó para reclutarlo
para un trabajo que, increíblemente, no le estaba permitido revelar. Se
gún el libro de Steven Levy Thc Pcrfcct Thing, Fadel! contestó a la lla
mada en una pista de esquí en Colorado, en enero, y se mostró intere
sado de inmediato. Idolatraba a Apple desde que tenía doce años, dice
Levy, cuando se pasó el verano de 1981 trabajando de cadi para ahorrar
el dinero necesario para comprar un Apple I l . Semanas después de la
llamada de Rubinstein, Fadell se incorporó a Apple, donde descubrió
que lo habían contratado como consultor para ayudar a fabricar el pri
mer iPod.
Grignon y otros han dicho que el ascenso de Fadell nunca le sentó
bien a Forstall . Hasta el momento en que el primero se incorporó a
Apple, el círculo interno de Jobs estaba compuesto por personas con las
que había trabajado estrechamente, por lo menos desde su regreso en
1 997 y, en algunos casos, desde sus días en NeXT, la empresa de orde
nadores que fundó después de que lo despidieran de Apple en 1985 .
Forstall había trabajado con Jobs más tiempo que casi ningún otro eje
cutivo. Había entrado en NeXT después de graduarse en Stanford en
1992 . Sin embargo, no formó parte del círculo íntimo de Jobs durante
mucho tiempo, y Fadel! sí. Además, éste, que tenía la misma edad que
Forstall, estaba ascendiendo mucho más rápido en la empresa. Fadell
llevaba la división del iPod, que generaba el 40 % de los ingresos de
Apple . Forstall estaba a cargo del software de las aplicaciones del Mac
-cosas como Address Book, Mail, Safari y Photo Booth.
81
Pero luego Forstall y Jobs se hicieron amigos. Fue en 2003-2004,
y sus compañeros creen que fue porque Forstall empezó a padecer una
grave dolencia de estómago aproximadamente al mismo tiempo en que
a Jobs le diagnosticaron un cáncer de páncreas. Jobs, que al principio
intentó tratarse el cáncer con dieta, elaboró un régimen para Forstall que
pareció curarlo. Después de eso, según dice Grignon, Forstall empezó a
asistir cada vez más a las reuniones de los lunes de la plana mayor de
Jobs. En una situación normal, Forstall no se habría siquiera enterado
del proyecto iPhone; no era lo bastante sénior. «Así que, en cuanto supo,
a través de esas conversaciones del círculo interno, que J obs quería hacer
un teléfono, fue entonces cuando empezó a hacerse un hueco», dijo
Grignon.
Forstall no podía ser más diferente de Fadell . Era desenvuelto,
atractivo y tenía el mismo gusto que Jobs por los gestos teatrales, ya que
había actuado en obras de teatro en el instituto, además de estudiar in
formática. Dicen sus compañeros de clase que, ya entonces, estaba claro
lo ambicioso y tenaz que era. Como publicó Bloomberg Businessweek en
2 0 1 1 , «en muchos sentidos, Forstall es un Steve en miniatura. Es un
director exigente, obsesionado por cada detalle. Tiene la habilidad de
Jobs para traducir la jerga técnica relativa a las características de lo que
sea al inglés corriente. Se sabe que le gustan los Mercedes-Benz SL55
AMG plateados, el mismo coche que conducía Jobs, y que incluso tiene
un atuendo escénico propio: zapatos negros, vaqueros y un suéter negro
con cremallera» .
Durante dos años, Forstall y Fadell se peleaban por todo, lo que
obligaba con frecuencia a Jobs a mediar en los desacuerdos por las cosas
más nimias . Nitin Ganatra, que trabajaba para Forstall , recuerda un mo
mento en 2006 cuando Jobs tuvo que decidir de qué equipo sería el
gestor de arranque que iría en el iPhone. Parecen minucias de ingeniería,
y lo son. El gestor de arranque es la primera pieza de software que fun
ciona en un ordenador. Le dice al procesador que busque y ponga en
marcha el disco que contiene el software de la máquina. «Nos decíamos:
" ¿Por qué tiene que venir Steve a tomar una decisión sobre algo tan
pequeño? ¿Es que Scott y Tony no pueden solucionarlo ellos solos?"»
Otro ingeniero que dependía de Fadell expresa su irritación por la
pelea con menos rodeos: «Durante dos años, trabajé en Acción de Gra-
82
cias, Navidad y Año Nuevo -un horario demencial- y era difícil tener
que lidiar, además, con toda esta mierda de intrigas» .
Pese a estas rencillas y a l a presión incesante de l a fecha límite, e l iPhone
-y eso resulta extraordinario- cumplía con el programa para su lanza
miento el 29 de junio. Cuando finalmente salió a la venta, el último vier
nes del mes, las agencias de noticias y medios internacionales trataron el
acontecimiento como si Elvis Presley o John Lennon se hubieran levan
tado de entre los muertos. Equipos de reporteros se apostaron delante de
las tiendas de Apple de todo el país para presenciar el caos provocado por
unos consumidores impacientes que hacían cola horas y horas. Durante
una toma en directo para FOX News, delante de la tienda de Apple en la
esquina de la calle 59 y la Quinta Avenida de Nueva York, alguien ansioso
de atención se puso delante de la cámara y le arrancó el micrófono de la
mano a la periodista Laura Ingle, cortándola a mitad de una frase. Casi
parecía planeado -aunque no lo estaba-, porque la periodista estaba
entrevistando en ese momento a Steven Levy, de Newsweek) que era uno
de los cuatro únicos periodistas del mundo que habían conseguido un
modelo con antelación para realizar su crítica. Antes de que le arrebataran
el micrófono, Ingle había alimentado las expectativas del público al decir
en voz baja: «No quiero crear una escena de caos, pero tiene uno . . . Segu
ramente vamos a necesitar que vengan de seguridad, pero enséñanoslo» .
Levy escribió sobre aquello meses más tarde, en una columna de
Newsweek: «Zarandeados, pero sin arredrarnos, empezamos de nuevo.
Cada vez daba más miedo. La gente estrechaba el cerco, alargando las
manos hacia el aparato, como Dios y Adán en la Capilla Sixtina. Luego,
un ayudante de producción me advirtió de que tendría que acompañar
me un guardaespaldas hasta que empezara la venta a las seis de la tarde .
Conseguí sobrevivir hasta la noche, sin la ayuda de más protección, pero
el fenómeno sigue maravillándome. Durante dos semanas, un artilugio
ocupó un lugar entre Irak y Paris Hilton como noticia de portada» .
Apple vendió 270 .000 iPhones en los dos primeros días en que es
tuvo a la venta. En los seis meses siguientes, vendieron otros 3 ,4 millo
nes, lo cual hizo que muchos llegaran a la conclusión de que el aparato
había cambiado el sector de los teléfonos móviles para siempre.
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Mirando atrás, el lanzamiento del iPhone parece un logro incluso
más extraordinario que en aquellos momentos . Pese a su diseño y carac
terísticas revolucionarios, muchas cosas no estaban bien. El precio, de
499 dólares para el modelo base, era demasiado caro. Casi todos los
demás teléfonos inteligentes se vendían aproximadamente por la mitad.
Los consumidores eran libres de cambiar de operadores móviles o can
celar su servicio en cualquier momento que quisieran a cambio del pre
cio superior del iPhone . Otros teléfonos más baratos exigían que los
usuarios mantuvieran el servicio y se comprometieran con un mismo
operador durante dos años. Pero ¿esa flexibilidad añadida valía 250 dó
lares o más? La mayoría pensaba que no.
El iPhone funcionaba con la red móvil 2G, más lenta, mientras que
la mayoría de los teléfonos de gama alta utilizaban la 3G, más nueva y
mucho más rápida. Se había tardado tanto en construir el iPhone que,
cuando se diseñó el teléfono, no era posible usar los chips que permitían
la recepción por 3G. La mayoría de los otros teléfonos tenían GPS. El
iPhone, no. La mayoría tenían baterías extraíbles y memorias ampliables.
El iPhone no tenía ni lo uno ni lo otro. En el iPhone no funcionaban
vídeos que usaran la tecnología Flash de Adobe, que al parecer era la de
todos los vídeos excepto los de YouTube. YouTube usaba Flash para
reproducir vídeos en ordenadores de sobremesa y portátiles, pero una
tecnología distinta, que requería menos ancho de banda, para reprodu
cirlos en los móviles . La mayoría de las empresas no tenían el dinero ni
las capacidades tecnológicas de Google para hacer otra cosa.
Características que parecían obvias, como la capacidad para buscar en
tu propia libreta de direcciones, copiar y pegar texto o usar la cámara para
grabar vídeos también brillaban por su ausencia en el primer iPhone. Los
críticos señalaron estos defectos como si Apple no hubiera pensado en
ellos. El problema era mucho más sencillo: Apple no había tenido tiempo
para instalarlo todo. «Había momentos en que decíamos: "Vaya, qué ver
güenza" -dijo Grignon-. Sí, claro, es una vergüenza. Pero tenemos que
poner el producto en el mercado. Aunque sea algo tonto, pequeño y fácil
de arreglar, tenemos que priorizar y arreglar sólo lo peor.»
No había una tienda de aplicaciones ni estaba previsto lanzarla. La
tienda de iTunes, que Apple no presentó hasta 2008, ha sido tan impor
tante para el éxito del iPhone como el propio aparato. Genera 4 .500
84
millones de dólares en ingresos al año para los desarrolladores de soft
ware para móviles y otros 1 .900 millones al año para Apple. Ha sido uno
de los motores que han impulsado el auge de Silicon Valley. Pero Jobs,
como el resto de Apple, estaba tan focalizado en tener el aparato listo
para la venta que, al principio, no vio su potencial. «Recuerdo que pre
gunté a Jobs qué quería lograr con el iPhone -comenta Bob Borchers-.
Dijo que quería hacer un teléfono del que la gente se enamorara. No era
"revolucionemos esto y aquello". Era "pensemos en cómo hacer algo
genial. Si los enamora, ya averiguaremos para qué lo quieren" . Cuando
lanzamos el iPhone, dijimos que era un teléfono revolucionario, el mejor
iPod jamás creado y un dispositivo de comunicaciones por Internet. Pero
realmente no teníamos ni idea de qué era un dispositivo de comunicacio
nes por Internet.»
Jobs comprendía por qué la gente veía el iPhone como un Macin
tosh de bolsillo. Bien mirado, llevaba OS X. Pero, por otro lado, detes
taba que los consumidores lo vieran así. Los ordenadores son cosas que
funcionan con software de desarrolladores de todas partes del mundo . . .
fuera de Apple . No quería que e l iPhone se convirtiera en algo así. Des
pués de la presentación, cuando los creadores de software empezaron a
solicitar clamorosamente permiso para hacer programas para el iPhone,
Jobs dijo que no, alto y claro. «No queremos que el teléfono sea como
un pe» , le dijo a John Markoff, del New York Times, justo después de la
presentación. «Lo último que queremos es cargar tres aplicaciones en el
teléfono y luego ir a hacer una llamada y que ya no funcione. Estos apa
ratos son más parecidos a los iPod que a los ordenadores . »
Pero e l iPhone tenía tantas otras características geniales que los
usuarios perdonaban sus fallos. No era sólo que tuviera una nueva clase
de pantalla táctil, o el software más sofisticado jamás instalado en un
teléfono, o un buscador de Internet que no se colapsara, o un buzón de
voz que se podía escuchar en cualquier orden; o que dispusiera de Goo
gle Maps y YouTube; o que fuera un reproductor de música y películas
y una cámara. Era que parecía que hacía todas estas cosas bien y maravi
llosamente al mismo tiempo. Se te acercaban desconocidos en la calle y
te preguntaban si lo podían tocar, como si acabaras de comprar el coche
deportivo más bello del mundo. Su pantalla digital funcionaba tan bien
que partes integrales de la experiencia informática desde hacía tiempo
85
-el ratón, la almohadilla y el lápiz- de repente parecían algo burdo.
Eran como malos sustitutos de lo que deberíamos haber podido hacer
desde el principio : señalar y hacer clic con los dedos, en lugar de con un
sustituto mecánico. Todo esto cautivaba no sólo a los consumidores sino
también a los inversores. Un año después de que Jobs presentara el
iPhone, el precio de las acciones de Apple se había doblado.
Apple ayudó a crear y luego aprovechó al máximo toda la publici
dad. El día del lanzamiento envió a los ejecutivos de alto nivel a varias
tiendas de grandes ciudades para presenciarlo todo y ayudar a animar a
las masas . Phil Schiller, director de marketing global, fue a Chicago.
Jony Ive y su equipo de diseño, a San Francisco .
La tienda de Steve J obs era, claro, la del centro de Palo Alto, en la
esquina de University Avenue y Kipling Street. Estaba a dos kilómetros
y medio de su casa y solía dejarse caer por allí cuando estaba en la ciu
dad. Las luminarias high-tech apropiadas ya estaban allí cuando llegó. El
cofundador de Apple, Steve Wozniak, y Bill Atkinson y Andy Hertzfeld,
dos de los primeros empleados de la empresa, ya estaban haciendo cola .
Pero también parecía como si Jobs tuviera sus propias llamas que avivar,
según uno de los ingenieros que estaban allí, junto con Grignon y mu
chos otros que habían trabajado en el proyecto, entre ellos Fadell y
Forstall : «O sea, que está allí reunido el equipo original del Mac, lo cual
mola cantidad . Y v� Steve y se acerca a Tony [Fadell ] , se lo lleva a un
rincón de la tienda y habla con él durante una hora sin hacer ningún
caso a Forstall, sólo para joderlo» .
«Hasta aquel día, durante los seis meses anteriores, todo había sido
culpa de Tony. Cualquier problema con el hardware o retrasos en los
envíos o problemas de fabricación: todo era culpa de Tony. Scott no
podía hacer nada mal . Pero era el día en que aparecían las críticas de
prensa, y la gente decía que el [ software del] correo electrónico del
iPhone no funcionaba, pero a todos les encantaba el hardware. Así que
ahora Scott era el chico malo y Tony el chico de oro. Y era divertido,
porque Steve lo hacía de tal manera que le daba la espalda a Forstall de
forma que Tony podía ver a Scott mientras todo aquello sucedía. No es
broma. La cara de Scott era increíble . Era como si su papi le hubiera
dicho que ya no lo quería.»
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4
Creía q ue éramos amigos
Mientras, en Google, se estaba demostrando que las preocupaciones ini
ciales del equipo de Android respecto al apoyo de la empresa al proyecto
eran infundadas. En 2007, Rubin consiguió permiso para contratar doce
nas de ingenieros, y, si algo descubrió, fue precisamente que la cúpula
directiva le prestaba demasiada atención. Durante las presentaciones, Sch
midt, Brin y Page lo presionaban porque no tenía el Android listo y el
proyecto no avanzaba a la velocidad suficiente. Le lanzaban ideas a un
ritmo frenético y eran implacables cuando no les gustaba lo que veían.
Entre las notas de una reunión de julio 2007, está la de Schmidt declaran
do que no había suficiente gente en Google desarrollando software para
Android y que eso tenía que cambiar ya. También había advertencias de
Page, que decía que era necesario que Android fuera más rápido y más
fácil de usar, y de Brin, al que le preocupaba que el software no tuviera
potencia suficiente para dar respuesta a los usuarios avanzados, que podían
necesitar guardar más de diez mil contactos.
Page era particularmente específico. Era preciso que todas las pan
tallas se cargaran en menos de doscientos milisegundos, dijo, y Android
tenía que ser lo bastante cómodo para el usuario, de forma que cualquie
ra pudiera navegar con el teléfono en una mano mientras conducía. En
otra reunión, Schmidt, descontento con el funcionamiento o diseño del
teclado deslizante planeado para el teléfono Dream, le dijo a uno de los
jefes de producto de Android : «Las primeras impresiones importan mu
cho. No la jodas» .
Pero, al mismo tiempo, Google no mostraba ninguna señal de que
rer dar marcha atrás en la relación con Apple y el iPhone. Rubin y el
equipo de Android quizá sintieran que estaban compitiendo contra J obs
87
y Apple desde el momento en que se anunció el iPhone, pero el triunvi
rato dirigente de Google no sentía lo mismo. Después de que el iPhone
saliera a la venta el 29 de junio, Brin y Page llevaban siempre uno enci
ma, y en las reuniones de Android solían comparar críticamente las ca
racterísticas planeadas para éste con las que tenía el iPhone. DeSalvo dice
que recuerda una serie de reuniones en las que «uno de ellos pregunta
ba: " ¿Para que nos molestamos siquiera en tirar hacia delante este pro
yecto? Yo tengo un teléfono. Tiene los servicios de Google. Tiene Gmail.
Tiene calendario. ¿Para qué necesito eso de Android?" La verdad es que
me cabreaba» .
Brin y Page no quieren hablar de las razones que había detrás de sus
comentarios, pero Schmidt sí. Dice que, por aquel entonces, Google era
absolutamente hipócrita respecto al iPhone y Android, y por buenas
razones: Google necesitaba desesperadamente introducir el motor de
búsqueda de Google y sus otras aplicaciones en los móviles. Lo había
estado intentando sin éxito durante años. Y tanto el iPhone como An
droid, aunque prometedores, eran tan nuevos que elegir uno y no el
otro parecía una tontería.
En 2007, Google y Apple ni siquiera parecían estar en el mismo
negocio. Google ganaba dinero con los anuncios. Apple lo ganaba ven
diendo dispositivos. «En 2006, 2007 y 2008, no era evidente para no
sotros que iba a ser una carrera de dos caballos entre Apple y Google
-dijo Schmidt-. Son plataformas de red , y es tradicional que acabes
con un par [de compañías dominantes 1 y no con diez. Pero, en aquellos
momentos, no era evidente quiénes serían las ganadoras. Symbian seguía
siendo fuerte, gracias a Nokia [ que entonces era el mayor fabricante de
teléfonos del mundo] . Windows Mo bile tenía cierta fuerza. Y, por su
puesto, BlackBerry era bastante potente [y tenía la exclusiva de casi to
das las grandes empresas del mundo ] . »
Así, mientras que Brin, Page y Schmidt empujaban con fuerza al
equipo de Android, también reforzaban al del iPhone de Google. En
particular, pusieron a Vic Gundotra, un ejecutivo de Microsoft, recién
contratado pero muy conocido, al mando del proyecto. Gundotra, que
tenía treinta y siete años, había pasado toda su carrera trabajando para Bill
Gates y Steve Ballmer, la persona responsable de las relaciones con todos
los desarrolladores externos del software de Windows: decenas de miles
88
de frikis informáticos de todo el mundo. Gundotra era famoso por su
talento a nivel técnico, sus presentaciones, con una calidad cercana a la
de Steve Jobs, y su disposición a correr riesgos y ser polémico. El increí
ble crecimiento y el dominio de Microsoft durante los noventa fueron,
en buena medida, resultado de su incansable proselitismo, al convencer
a legiones de programadores de todo el mundo de que desarrollaran
software para Windows cuando pocos creían que fuera a tener éxito. Para
Google, contratar a Gundotra era un golpe maestro, hasta tal punto que,
aun cuando Microsoft dijo que le haría cumplir el acuerdo de no compe
tencia de un año de duración -algo poco corriente-, Google lo contra
tó igual, y lo tuvo en nómina sin trabajar durante un año, hasta finales de
junio de 2007.
El primer día de Gundotra en Google, en 2007, ha sido comparado
con «un tornado que azota una ciudad del Medio Oeste» . Puso en un
aprieto a los ejecutivos en las reuniones de dirección, haciéndoles pre
guntas sobre la rentabilidad de sus negocios. Cuando se proponían ideas
extravagantes, preguntaba si los que las promovían habían elaborado
planes de negocio para las mismas. En la mayoría de las empresas, son
preguntas normales. En Google, que se enorgullecía de hacer que un
producto fuera popular antes que rentable, algo así podía hacer que te
despidieran.
Pero Gundotra prosperó y, rápidamente, hizo que el éxito de Google
en los móviles fuera no sólo un imperativo de negocio, sino una causa.
Iba a conferencias a explicar que llevaba y utilizaba más de una docena de
teléfonos . Explicaba también por qué Google iba a estar en todas las
plataformas de móviles, y que, como le gustaba decir, «esta película ya la
hemos visto. Exactamente la misma dinámica que se produjo en el pe se
producirá también en los teléfonos móviles» . Según él, la diferencia esta
vez era que Google y Apple estaban en el lado correcto y Microsoft, en
el equivocado, de la ecuación. Había estado pensando en el futuro de los
móviles desde 2005, cuando su hija pequeña le aconsejó que usara el
teléfono para encontrar respuestas a sus preguntas, en lugar de decir «no
lo sé» . Había acabado en Google, porque no pudo convencer a Microsoft
de que escuchara sus ideas.
Lo que hizo que Gundotra fuera una fuerza tan perturbadora en
Google fue que comprendió rápidamente que el futuro de la empresa
89
en los móviles dependía casi exclusivamente del iPhone. Se suponía que
tenía que encontrar un medio para hacer que las aplicaciones de Google
estuvieran en todas las plataformas de móviles. Pero se dio cuenta ense
guida de que era una pérdida de tiempo, porque el iPhone era un apa
rato tan revolucionario que no tardaría en catapultarse y catapultar a
todos los demás dispositivos de Apple hacia el éxito absoluto. El iPhone
no sólo situaría a Apple por delante de otros fabricantes de teléfonos
móviles, como Nokia y RIM, que hacían la BlackBerry, sino que señala
ría el final del dominio de Microsoft -con Windows y Office- en los
ordenadores de sobremesa. «Se veía venir. Iba a cambiar las reglas del
juego. Nadie había hecho nada igual» , dijo .
Para Gundotra, la lista de cosas que hacían que el iPhone fuera re
volucionario era interminable: el iPhone era perfecto. Apple era libre de
controlarlo sin la temida intervención de los operadores. Era el primer
aparato lo bastante potente para utilizar las aplicaciones de Google como
si estuvieran en un ordenador de sobremesa. Y contaba con un buscador
completo de Internet que permitía que los anuncios relacionados con la
búsqueda de Google aparecieran y funcionaran normalmente. Esto era
genial para Google, porque ayudaría a que sus aplicaciones y anuncios
fueran incluso más ubicuos. También era estupendo para Google, por
que, como Gundotra había pronosticado, era terrible para Microsoft. El
poder de Microsoft se derivaba de su monopolio en Windows y Office
en los ordenadores de sobremesa y portátiles. Tenía poco poder en los
teléfonos móviles. Pese a los temores de Schmidt respecto a la fuerza de
Windows en el mercado de los móviles, Gundotra creía que el iPhone
era un salto adelante tan grande que el progreso de Windows se deten
dría bruscamente . Pensaba que el alto precio inicial del iPhone era una
cortina de humo. Apple lo rebajaría si los consumidores se mostraban
reticentes.
En el otoño de 2007, a Gundotra todo esto le parecía obvio, pero
no lo era para muchos otros miembros de Google . «La gente pensaba
que era una locura -recuerda Gundotra-. En aquel entonces, los telé
fonos inteligentes eran un porcentaje diminuto del sector de los móvi
les [2 % ] , así que me acusaron de creerme la propaganda de Apple . "Si
crees que en la India y China van a poder permitirse alguna vez, com
prar un teléfono que vale 700 dólares [ 499 dólares el modelo más
90
barato] , estás fumando hierba", dijeron . » Aunque tenía el respaldo de
Schmidt, Brin y Page, muchos pensaban que estaba desafiando un
principio fundamental de la cultura empresarial de Google: que era una
empresa que estaba a buenas con todo el mundo. El éxito de Google
en los ordenadores de sobremesa dependía de que consiguiera que el
buscador y otras aplicaciones funcionaran en todas las plataformas de
software -OS X, Windows, Linux- y todos los navegadores de Inter
net. Apoyar a un socio, con exclusión de otros, no era la manera de
hacerlo. «Suavicé un poco el golpe diciendo que estábamos parando el
desarrollo de todos los teléfonos inteligentes menos cinco. Pero era
una decisión muy polémica. Culturalmente, en Google era impensable
que no se trabajara para todos los teléfonos de Windows Mobile y las
BlackBerry. Los ingenieros de las oficinas europeas de Google estaban
furiosos por que no quisiéramos trabajar con diversos modelos de te
léfono Nokia. A la gente le costaba mucho verlo [ que los teléfonos
inteligentes llegarían a ser tan importantes ] , en especial el iPhone .
Parte de mi equipo se fue . Fue brutal . Entretanto [e l consejero dele
gado de Microsoft, Steve ] Ballmer se hizo famoso por proclamarlo
públicamente [ que el iPhone fracasaría] , y todos lo creían . Pensaban
que iba a desaparecer. »
El equipo de Android estaba particularmente preocupado por la apari
ción de Gundotra. Sus miembros no sólo habían mantenido un perfil
bajo en Google desde la compra de la empresa en 2005; sino que también
habían logrado impedir que la mayoría de Google conociera su proyecto.
Ahora, con Gundotra impulsando el despliegue de Google en los móviles
con mucha más fuerza, el iPhone ya a la venta y los primeros prototipos
de su propio teléfono táctil -el Dream- visibles en las oficinas, iban a
tener que reconocer y defender lo que estaban haciendo mucho antes de
sentirse preparados para hacerlo. Si se veían obligados a elegir entre las
aplicaciones del iPhone de Gundotra y Android, en 2007, parecía eviden
te que Schmidt, Brin y Page escogerían el iPhone. Al Android le faltaba
más de un año incluso para ser un producto. «Fue entonces cuando aflo
ró todo [ la tensión entre los dos proyectos] -me contó un ex miembro
del equipo de Android-. Fue entonces cuando empezaron a hacer prue-
9 1
bas con los teléfonos y a hablar con T-Mobile sobre cuánto iban a gastar
en marketing. Fue entonces cuando empezamos a ver que esto [Android]
iba a crecer y crecer cada vez más .»
Hasta entonces, Android había sido como la amante de Google, a
la que se le prodigan atenciones y regalos, pero se mantiene oculta. Este
secretismo no era idea de Schmidt, Page o Brin, sino de Andy Rubin,
que no quería que nadie se enterase del proyecto. Como la mayoría de
los emprendedores, es un fanático del control , y creía que la única ma
nera de tener éxito con Android era llevar la operación como si fuera una
nueva empresa oculta dentro de Google. En aquellos momentos, Goo
gle sólo tenía nueve años, pero para Rubin ya era demasiado lenta y
burocrática. Ethan Beard dice que recuerda que Google ( sin incluir a
Android) se había pasado entre nueve y doce meses negociando un úni
co acuerdo con Motorola, que, encima, no era más que un marco para
futuras conversaciones. «Así que Andy hizo todo lo posible para aislar
Android de toda esa [ burocracia irritante] . No interactuaban con nadie
más . Eran completamente independientes.» Schmidt, Brin y Page llega
ron incluso a dejar que Rubin instalara una cafetería dentro de la central
de Android en el campus de Google que, durante un tiempo, sólo estu
vo abierta para los empleados de Android.
La idea de una división dentro de Google de la que pocos sabían
nada era la antítesis de su cultura. Lo que hacía que Google fuera dife
rente de otras grandes empresas era que evitaba los «compartimentos
estancos» -divisiones separadas que no interactuaban entre sí- a toda
costa. Schmidt, Brin y Page habían organizado la compañía para que se
alentara activamente a compartir la información. Cualquier ingeniero
podía averiguar en qué trabajaban los demás; incluso mirar el código de
software con unos cuantos clics del ratón. Antes de que Google cotizara
en Bolsa -y se sometiera a las reglas de la SEC (la Comisión del Merca
do de Valores)- Schmidt, Brin y Page incluso compartían los detalles
de los ingresos y beneficios de Google en reuniones de toda la empresa,
delante de más de mil empleados.
Rubin respetaba el enfoque único de Google. Pero también com
prendía que, si otras empresas sabían en qué trabajaba, quizá se le ade
lantaran en el mercado. «Había muchos empleados de Google cabrea
dos, que decían que no éramos de Google porque no compartíamos
92
-me dijo un ingeniero de alto nivel de Android-. Tuvimos que recha
zar a algunas personas muy sénior que querían ver nuestro código fuen
te, y Andy tuvo que ser el malo. Así que había mucha tensión. »
A Rubin no sólo lo impulsaba la necesidad de asegurarse de que
Android avanzaba deprisa. Sabía que desarrollar software para teléfonos
inteligentes era muy diferente de desarrollarlo para la web, el principal
negocio de Google. En el mundo del software para la web de Google,
todos los productos son gratuitos y ninguno está nunca terminado de
verdad. En comparación con la tiranía de Microsoft y el sector del soft
ware empaquetado en general, era una filosofia auténticamente innova
dora. Google conseguía un producto acabado en un 80 %, lo entregaba
a los usuarios y dejaba que sus opiniones lo orientaran en el 20 % del
desarrollo restante. Como el software era gratis, las expectativas de los
usuarios no eran muy altas. Y, como estaba en la web, se podía refinar
casi en tiempo real. Ya no había ninguna necesidad de esperar un año
hasta que la nueva versión estuviera en las tiendas, que era la forma en
que todavía se comercializaba la mayoría del software en aquel entonces.
Rubin sabía que el sector de los teléfonos móviles veía el plantea
miento de Google respecto a los plazos con auténtico horror. Cuando
haces y vendes cosas fisicas, como los teléfonos móviles, los productos
que no están acabados a tiempo para la temporada de compras de las
fiestas son una catástrofe porque se desperdician cientos de millones en
gastos de marketing de los operadores y en los costes de desarrollo del
fabricante. «Recuerdo algunas veces que Andy decía: "Es preciso que lo
tengamos para esta fecha", y una parte del equipo de ingenieros respon
día: "No podemos tenerlo listo para entonces", y Andy replicaba: "Si no
lo podéis tener, os despediré y contrataré un nuevo equipo que sí pue
da"», evoca otro ex ingeniero de Android.
En la mayoría de las empresas un planteamiento tan j erárquico, in
cluso militar, para conseguir que se hicieran las cosas sería considerado
convencional . En Google era tan singular que hacía que el equipo de
Android se sintiera como si fueran revolucionarios. Cuando el impacto
del iPhone fue desapareciendo y el equipo de Android vio todo lo que
el iPhone no hacía, sus miembros se convencieron de que lo que estaban
desarrollando sería superior en todos los sentidos, y que ni siquiera ne
cesitaban a Google para lograrlo . «Básicamente, pensaba que el iPhone
93
no podía competir con nosotros de ninguna manera -dijo Bob Lee, un
ingeniero de alto nivel de Android por entonces-o Pensaba que An
droid iba a convertirse en Windows [ debido a su amplia distribución en
muchos teléfonos] con un 98 % de cuota de mercado, y que el iPhone
acabaría con sólo un dos por ciento.»
Rubin alentaba este sentimiento siempre que podía, compartiendo
los privilegios asociados a su puesto de nivel ejecutivo con su equipo.
Siempre estaba comprando los artilugios más novedosos -cámaras,
equipos de audio, sistemas de juego y otros aparatos electrónicos- para
mantenerse al día de las últimas ideas de su sector. Pero raramente con
servaba sus adquisiciones por mucho tiempo. Cuando acababa con ellas,
las dejaba a la puerta de su despacho y enviaba un correo electrónico a
su personal, ofreciéndoselas al primero que llegara. Con frecuencia, era
la cámara o el sistema estéreo de gama alta último modelo, que valía
miles de dólares. Si eran muchos los empleados que tenían que ir a una
conferencia -digamos el Consumer Electronics Show de Las Vegas-,
fletaba un avión para que pudieran ir y volver cómodamente . Un año,
después de que Google lanzara el Dream -conocido entonces como el
T-Mobile G l-, Rubin aumentó la prima de final de año de Google para
el equipo de Android con dinero de su propio bolsillo. Uno de los inge
nieros dijo que dobló su prima de final de año.
No obstante, la desventaja de toda esta independencia era que no
hacía que Android fuera más querido por el personal de base de Google de
lo que Gundotra lo había sido con su decisión de apostar por el iPhone con
todo el peso de Google. Por mucho que el equipo de Android creyera que
podían hacerlo todo solos, no era así; y, cuando necesitaban trabajar con el
personal de Google, al otro lado del muro que habían construido, sus
peticiones pocas veces se recibían efusivamente . «Era algo así: "Oye, que
estamos haciendo un teléfono. ¡Sorpresa! Y necesitamos ponerle Gmail.
¿Podéis ayudarnos?" --explica DeSalvo-. Y ellos decían: "Bueno, tene
mos una hoja de ruta para dos años y no estáis en ella, así que no, no po
demos ayudaros" . Por eso, al principio teníamos que usar la web API [ la
conexión que utiliza el público] , en lugar de una API especializada [que
sería más rápida y más fiable ] . y lo mismo pasaba con Talk, Calendar y
todas esas cosas de Google. Era una pesadilla tras otra, sólo tratar de con
seguir cosas básicas, porque nadie sabía que tenían que apoyarnos.»
94
No era sólo la falta de toma y daca entre Android y el resto de Goo
gle lo que enfriaba las relaciones. Era que todos los esfuerzos de Rubin
para controlar la información no daban resultado. En 2007, parecía que
cada mes circulaba un nuevo rumor sobre que Google estaba haciendo
un teléfono. La gente de Google estaba acostumbrada a mantener en
secreto sus productos, porque lo normal era que se desarrollaran total
mente dentro de casa. Aunque la dirección de Google compartía con sus
empleados más información que otras compañías, se filtraba muy poca.
No obstante, para desarrollar Android, Rubin necesitaba trabajar con
toda una serie de proveedores y fabricantes externos. Los empleados de
Google no podían ver el código de Android, pero algunos de los socios
externos sí que podían, y estaba claro que algunos hablaban.
Schmidt, Brin y Page procuraban dirigir Google de forma que pa
reciera que Android estaba más integrado en el resto de la empresa de lo
que, en realidad, lo estaba. Pero, a veces, sus medidas hacían que en
Android se sintieran incluso más aislados. Por ejemplo, el trío estaba tan
disgustado por las filtraciones que, en una de las reuniones semanales de
Google del viernes por la tarde, anunciaron que iban a poner en marcha
una investigación para descubrir a los responsables. Para una empresa
que se enorgullecía de una cultura abierta en la que todo se compartía,
perseguir a los indiscretos, igual que hacen los presidentes de Estados
Unidos, parecía discordante. Cedric Beust, uno de los primeros ingenie
ros de Android, dijo que, en algún momento del verano de 2007, las
preguntas de los empleados y las evasivas respuestas de los ejecutivos
llegaron a ser tan previsibles que él y otros muchos miembros del equipo
de Android dejaron de acudir a las reuniones de los viernes. «Era dema
siado embarazoso tener que escuchar todo aquello y no poder decir nada
-comenta-o La parte más dificil era ocultar mi teléfono [ cuando lleva
ba un prototipo ] . Pasó varias veces que alguien [otro empleado de Goo
gle ] me veía con un teléfono [prototipo ] y preguntaba: " ¿Qué es eso?"
Así que había que tener una respuesta preparada. Durante un tiempo,
dije que era un prototipo de BlackBerry. Luego empecé a decir que era
algo en lo que estábamos trabajando para Nokia. Cualquier cosa para
que pareciera lo más aburrida y menos interesante posible .»
Para los medios, la perspectiva de un teléfono de Google era una
historia apasionante. Tenía todo el sentido . . . y, al mismo tiempo, parecía
95
absolutamente demencial. Casi desde su fundación, Google había estado
intentando encontrar la forma de darle una buena sacudida al sector de
las telecomunicaciones. Su compra de líneas de transmisión de voz y
datos en los tres últimos años había convencido a los operadores de que
Google planeaba convertirse en operadora. Un equipo completo de Goo
g1e se dedicaba a buscar técnicas inalámbricas para esquivar la infraestruc
tura de telecomunicaciones existente. Google había hecho público su
deseo de que sus aplicaciones funcionaran en los teléfonos móviles. Y
todos sabían que Rubin estaba en Google metido en algún proyecto.
¿Para qué iba a estar allí sino para hacer un teléfono? Sin embargo, Goo
gle acababa de colaborar con Apple en la instalación de sus aplicaciones
en el iPhone. Schmidt estaba en el consejo de administración de Apple.
J obs se pondría furioso si Google estuviera trabajando en un competidor
para el iPhone .
En 2007, el secretismo, las filtraciones y la maledicencia en Google a
causa de su estrategia para el móvil tuvieron como resultado que, cuando
finalmente el equipo de Android tuvo algo que anunciar, no impresionó
a nadie . El mundo esperaba algo grande. Y Goog1e presionó con fuerza
para conseguir atención, programando conferencias con los medios, ce
lebrando sesiones de información con los desarrolladores y concediéndo
le en exclusiva a John Markoff, del New York Times) el acceso a Rubin y
a su equipo. El día antes del anuncio del 5 de noviembre, apareció un
perfil de Rubin bajo el titular «1 Robot: The Man Behind the Google
Phone» (Yo, robot: el hombre que está detrás del teléfono de Google) .
Pero Google no había fabricado un teléfono. Ni siquiera había aca
bado el software del teléfono. Lo que Google le dijo al mundo era que
había creado . . . un consorcio de fabricantes de teléfonos, operadores y
desarrolladores, la Open Handset Alliance (Alianza de Móviles Abier
tos) . Con su unión, este grupo iba a formar un equipo que convertiría
en realidad la visión de Rubin de un mundo de teléfonos móviles más
unificado y mejor. «No estamos construyendo un GPhone : estamos
permitiendo que mil personas construyan un GPhone», declaró Rubin.
Era una cosa rara. Como si la empresa más interesante e innovadora
del planeta hubiera sido ocupada por los burócratas de Naciones Unidas.
96
Schmidt y Rubin se felicitaron por el tamaño del consorcio -treinta y
cuatro compañías- y su dimensión global. Dijeron que el software que
resultara del proyecto sería gratuito. Los fabricantes de teléfonos, ope
radores y programadores podrían modificarlo a voluntad. Declararon
que esperaban, pero no exigían, que los fabricantes y operadores pro
porcionaran una plataforma para Google, de forma que pudieran pros
perar sus propias aplicaciones, como el buscador y los mapas. Lo único
definitivo que Schmidt y Rubin dijeron sobre el producto fue que el
trabajo estaba muy avanzado, que se llamaba Android (nadie sabía cómo
se llamaba hasta entonces) , y que el fabricante de teléfonos HTC sacaría
un aparato con ese software al cabo de un año.
No sólo fue aburrido. Encima, la presentación de Android y de la
Open Handset Alliance resultaba chapucera. Los actores más importan
tes del mundo de los móviles no formaban parte del consorcio: Apple,
Nokia ( el mayor fabricante de teléfonos) , RIM (el mayor fabricante de
teléfonos inteligentes) , Microsoft, Palm y los dos operadores más im
portantes de Estados Unidos -AT&T y Verizon- habían rechazado
todos ellos la oferta de Google. Los que sí estaban en la lista tampoco
parecían excesivamente entusiasmados con ello. La mayoría se limitaron
a emitir comunicados de prensa, con textos trillados expresando su apo
yo. Muchos participaron no porque pensaran que Google estaba hacien
do algo pionero y revolucionario, sino por dinero. Google pagó millones
a HTC para que formara parte de la OHA y fabricara el primer teléfono.
Hasta entonces, HTC había mantenido una larga y estrecha asocia
ción con Microsoft, fabricando teléfonos para Windows, su sistema ope
rativo móvil. Para que HTC se uniera a ellos, Google tenía que compensar
el volumen de negocio procedente de Microsoft que HTC iba a perder al
asociarse con Google, enemigo de ésta. No había nada de malo en estas
transacciones, pero indican lo enorme que era la montaña que Google
tendría que escalar para hacer que Android y la OHA tuvieran éxito.
Google consiguió más atención al cabo de una semana, cuando hizo
público un vídeo de uno de sus fundadores, Brin, y del director de inge
niería Steve Horowitz hablando de teléfonos reales y enseñándolos;
entre ellos, uno que se parecía al iPhone. El aparato tenía pantalla táctil,
conexión 3G rápida y capacidades gráficas que le permitirían tener jue
gos como Quake, en el cual te abres paso a tiros para salir de un laberin-
97
to medieval. Google Maps, que incluía planos de calles, funcionaba igual
que en un ordenador de sobremesa. La mayoría eran cosas que no tenía
el primer iPhone . Horowitz, que hizo la demostración del teléfono,
exhibió incluso un poco de magia iPhone, tocando dos veces la imagen
de una calle para agrandarla. Era evidente que Google trabajaba en al
gunas cosas fantásticas, pero, curiosamente, iba a pasar otro año antes
de que la compañía tuviera un producto para vender. Y era raro que
Google hubiera lanzado un vídeo en lugar de fomentar el interés con un .
gran anuncio en la prensa. La Open Handset Alliance había sido presen
tada en una conferencia, pero, por lo menos en este caso, el mundo tenía
algo que ver.
Lo más raro del anuncio de la Open Handset Alliance fue que, fren
te a la indiferencia del público, no hizo sino aumentar las tensiones den
tro de Google y entre Google y Apple. ¿A quién iba a respaldar Google,
a Android o a iPhone? ¿Podía hacer las dos cosas? Una de las muchas
razones de que Rubin tratara de conservar Android en secreto tanto
tiempo era que podía seguir con su proyecto sin forzar a Google a enfren
tarse a estas cuestiones públicamente. En lo que todavía era la primera
etapa de desarrollo de Android, no era probable que las respuestas le
fueran favorables. Gundotra ya tenía el cometido de negociar un acuerdo
con Apple, cuyo atractivo para ambas empresas parecía crecer cada día
más. Android seguía siendo un experimento sin ni siquiera un software
terminado en el que alguien se pudiera apoyar.
y Gundotra estaba poniendo al equipo de Android en apuros. «Dije :
"Convencedme de que esto [Android ] es algo en lo que nosotros [ Goo
gle ] deberíamos creer", y ya sé que nunca nadie les había hecho pregun
tas así, y fue difícil para ellos. " ¿Quién eres tú para preguntarnos eso?" ,
se decían .» Un ex componente sénior del equipo de Android se hizo eco
de ese sentimiento: «En los primeros tiempos, Google Mobile [ el equi
po que trabajaba con Apple en el iPhone] nos detestaba. Quiero decir
que pensaban que éramos el grano en el culo más gordo del mundo. Sé
que Vic Gundotra [que ahora dirige Google Plus, el rival de Facebook]
se ha convencido y ha sido un gran defensor de Android, pero al princi
pio lo odiaba de verdad. Creía que [Android] sería una pérdida de tiem
po que estropearía su relación con Steve Jobs. Hubo muchos encontro
nazos y discusiones internas sobre estrategia y cosas así» .
98
La tensión entre las dos divisiones de Google empeoró tanto que, a
veces, Rubin no sabía si contaba con el apoyo incondicional de sus jefes.
«Estábamos innovando como locos [presentando nuevas funcionalida
des para el iPhone y otras plataformas] . y Andy dijo: " ¿Por qué estamos
regalándoles estas funcionalidades?" -explica Gundotra-. Quería re
servárselas para Android. Y era una buena pregunta.» Otro ejecutivo
añadió: «Recuerdo una conversación de pasillo, a finales de 2007, sobre
Google Maps y sobre si Google debía darle a Apple una funcionalidad
que quería, pero no tenía, cuando Andy tuvo que decirle tajantemente
a Sergey: "Tenemos que dejar de darle nuestro mejor material a Apple
si queremos que Android tenga éxito"» .
Pero los conflictos internos de Google no son nada frente a l que la
ORA creó entre Google y Apple . Steve Jobs se quedó totalmente sor
prendido por los anuncios de Android y se puso furioso. Hacía ya tiem
po que estaba al tanto del proyecto Android. Pero, según los que habían
hablado con él del tema, no se lo había tomado en serio . Cuando vio a
Horowitz exhibiendo el teléfono Dream en el vídeo de Google, se en
fureció. Ahora quería saber si su socio estaba desarrollando algo que
desafiara al iPhone. «Estoy en el coche, de camino a algún sitio, y suena
el teléfono. Es Steve. Gritaba tanto que tuve que aparcar en la cuneta
-cuenta alguien que habló con él ese día-o " ¿Has visto el vídeo?", dice
Steve. "Es una puta copia de lo que estamos haciendo" .»
Aunque estaba furiosísimo, J obs no quería creer que Schmidt, Brin o
Page estuvieran haciendo algo reprobable, dicen colegas y amigos . Y el
triunvirato de Google no escatimó esfuerzos para garantizárselo: An
droid era exactamente lo que siempre habían dicho que iba a ser: un
sistema operativo para teléfonos de código abierto que cualquier fabri
cante podía usar. Google no estaba fabricando un teléfono para compe
tir con el iPhone . Y Jobs no debía llegar a ninguna conclusión partien
do de los prototipos que había visto en el vídeo. Google necesitaba
teléfonos para probar Android, pero no entraba en el negocio de fabri
cación de teléfonos. Con independencia de lo que hicieran, con total
seguridad Google no tenía ninguna intención de copiar nada del iPho
ne, dijeron.
99
Es más, afirma Schmidt, todavía hoy, que Jobs y él no sólo hablaban
de Android, sino que Schmidt le había dejado claro que, en cuanto a las
prioridades de Google, el iPhone iba primero. «Creo que, en aquel en
tonces, quizás Andy comprendía la importancia de Android, pero no hay
duda de que no sucedía igual con el resto de Google. Nosotros estába
mos ocupados haciendo otras cosas -me dijo Schmidt en 201 1-. Cuan
do me incorporé al consejo de administración de Apple [en 2006 ] , Steve
y yo hablamos del tema [Android] , y le dije que aquello iba a llegar, y
estuvimos de acuerdo en que seguiríamos de cerca la situación.»
Sin duda, otras iniciativas de Google respaldan lo que Schmidt re
cuerda. El éxito de Android dependía de que consiguiera que los gran
des operadores de Estados Unidos cooperaran, pero, a finales de 2007,
Google hacía lo imposible para ponerlos furiosos. Una tajada gigante del
espectro inalámbrico iba a ser subastada por el Gobierno, y Google, con
una oferta de 4 . 7 1 0 millones, trató de que subiera el precio para los
operadores. Google no quería el espectro. Sólo quería asegurarse de que
el Gobierno exigiera que el ganador jugara con reglas nuevas, favorables
a Google. La hipocresía de usar dinero, no para comprar espectro ina
lámbrico, sino para hacerse con un púlpito desde donde sermonear a los
operadores sobre cómo comportarse, los enfureció, en especial a Veri
zon, que acabaría ganando la subasta. Cuando, más tarde, a principios
de 2008, el consejero delegado Ivan Seidenberg habló con Ken Auletta,
no parecía alguien que fuera a darse prisa por cerrar un acuerdo con
nadie que exhibiera una tarjeta de visita de Google. Dijo que Google
corría el peligro de «despertar a los osos» -los poderosos operadores
de teléfonos móviles- que «saldrían del bosque y le darían una paliza
de la leche» a la compañía.
Jobs tenía una lista de razones convincentes para creer en las expli
caciones de Google . Los consejos de administración y los consejeros
externos de las dos compañías estaban tan entrelazados que eran casi la
misma empresa . Bill Campbell, miembro del consejo de Apple desde
hacía mucho tiempo, y uno de los mejores amigos de Jobs, era uno de
los consejeros más cercanos de Schmidt, Brin y Page. Al Gore, ex vice
presidente de Estados Unidos, era asesor de Google y miembro del con
sejo de Apple. Paul Otellini, entonces consejero delegado de Intel, era
miembro del consejo de Google, pero Apple era uno de sus últimos
1 00
grandes clientes. Y Arthur Levinson, entonces director de Genentech,
formaba parte del consejo de administración de ambas compañías. Una
pelea con Google los obligaría a todos a elegir bando. Atraería la inde
seable atención de los medios. Podría asustar a los inversores o provocar
una investigación sobre la independencia de los consejos de administra
ción de ambas compañías por parte de la SEC ( Comisión del Mercado
de Valores) . Era algo que nadie quería, sobre todo en Apple, que acaba
ba de cerrar una disputa de cinco años con la SEC por antedatar las
opciones de 2001 de Jobs.
Aunque Jobs nunca lo reconocería públicamente, Apple necesitaba
a Google más que Google a Apple . Cuando Jobs murió, se podía decir
que era el hombre de negocios más poderoso del mundo. Pero, a finales
de 2007, esto no era cierto en absoluto. Al iPhone le iba bien . Aquel
año, el precio de las acciones de Apple se había doblado. Pero era dema
siado pronto para decir que el iPhone era un producto de éxito. Jobs
acababa de reducir el precio de base del iPhone en 100 dólares -de 499
a 399 dólares- para aumentar las ventas, lo que irritó a los primeros y
más fieles usuarios del iPhone, que se sintieron engañados por haber
pagado de más. Estaba renegociando el acuerdo con AT&T para rebajar
el precio en otros 200 dólares hasta dejarlo en 1 99 dólares. Al mismo
tiempo, Google pagaba a Apple cerca de 70 millones de dólares al año
por la instalación de su software en el iPhone. Por aquel entonces, para
Apple era un montón de dinero.
No obstante, es posible que la razón más poderosa de Jobs para no
empezar una guerra con Google fuera personal: Jobs creía que Brin y
Page eran amigos suyos. Había sido mentor de ambos durante años y,
con frecuencia, se los veía a los tres paseando por Palo Alto los fines de
semana o por el campus de Apple entre semana. Su amistad empezó allá
por el año 2000, cuando Google todavía era una start-up y sus inversores
presionaban a Page y Brin para que buscaran a un consejero delegado con
más experiencia que ellos. Los dos dijeron que la única persona que to
marían en consideración era Jobs . Era una afirmación absurda. Todo el
mundo sabía que Jobs nunca dejaría Apple justo después de haberse
reincorporado, y eso enfureció a los ángeles inversores de Google . Pero
también era una muestra genuina de admiración por parte de Page y Brin.
Hacía mucho tiempo que idolatraban a Jobs, una admiración que ayudó
1 0 1
a mantener activa su relación. Pensaban que Jobs tipificaba la clase de
líder que ellos querían ser. Jobs estaba impresionado por lo que era cla
ramente la nueva generación de la élite de Silicon Valley, y se sentía hala
gado de que le pidieran consejo . «Jobs me dijo que, cuando los iba a ver,
[ Brin y Page] no paraban de quitarle importancia a Android -comentó
uno de sus ejecutivos-o Básicamente, me dijo: "Por mis relaciones con
ellos, creo que me están diciendo la verdad sobre lo que pasa".»
Durante unos meses, parecía que la intuición de Jobs respecto a
Google era acertada. Su relación con Gundotra se estrechó hasta el pun
to de que hablaban cada semana. En un blog, un mes antes de que Jobs
muriera en 20 1 1 , Gundotra recordaba este periodo con nostalgia:
102
Un domingo por la mañana, el seis de enero de 2008, estaba en
la iglesia cuando mi móvil vibró. Tan discretamente como pude,
miré el teléfono y vi que ponía: «DESCONOCIDO » . Decidí no
hacer caso. Después del servicio, mientras me dirigía hacia el
coche con mi familia, comprobé los mensajes de texto del móvil.
Había uno de Steve Jobs.
«Vic, ¿me puedes llamar a casa? Tengo algo urgente de lo
que quiero hablar», decía.
Antes incluso de llegar al coche, le devolví la llamada. Yo
era responsable de todas las aplicaciones para móviles de Goo
gle, y, en ese cometido, trataba regularmente con Steve . Era
uno de los alicientes del puesto. «Hola Steve, soy Vic -dije-o
Perdona que no contestara antes . Estaba en la iglesia y ponía
"desconocido", así que no lo cogí .»
Steve se echó a reír. Dijo : «Vic, a menos que la identifica
ción de llamada diga DIOS, no debes contestar nunca una llama
da cuando estás en la iglesia» .
Me reí, nervioso. Después de todo, aunque era habitual
que, durante la semana, J obs llamara, disgustado por algo, era
raro que lo hiciera un domingo y me pidiera que lo llamara a
casa. A saber qué sería tan importante.
«Mira, Vic, tengo un problema urgente que necesito so
lucionar de inmediato. Ya he designado a alguien de mi equi
po para que te ayude, y espero que lo puedas arreglar mañana
-dijo-o He estado mirando el logo de Google en el iPhone
y no me gusta el icono. La segunda O de Google no tiene el
tono de amarillo correcto. Está mal y haré que Greg lo arregle
mañana. ¿Te parece bien?»
Me parecía bien. Unos minutos después, e l mismo domin
go, recibí un correo electrónico de Steve con el asunto: «Am
bulancia para el icono» . El mensaje me decía que trabajara con
Greg Christie para arreglar el problema.
Desde que telúa once años y me enamoré de un Apple Il ,
he recogido docenas de anécdotas sobre los productos de
Apple. Han formado parte de mi vida durante décadas. Incluso
durante los quince años que trabajé para Bill Gates en Micro
soft, sentía una enorme admiración por Steve y por lo que
Apple había producido.
Pero, al final, cuando pienso en liderazgo, pasión y aten
ción al detalle, recuerdo la llamada que recibí de Steve Jobs un
domingo de enero por la mañana. Fue una lección que nunca
olvidaré . Los consejeros delegados deberían cuidar los detalles.
Incluso de los tonos del amarillo. Un domingo.
A uno de los líderes más grandes que he conocido; mis
oraciones y mis esperanzas están contigo, Steve .
Pero, al llegar la primavera de 2008, estaba claro que la cordialidad
entre ambas empresas no iba a durar. Por todos lados había señales de
que Schmidt, Page y Brin no iban a dejar que sus relaciones con Jobs
fueran un obstáculo para sus ambiciones . Google intentó fichar a un
puñado de ingenieros de Apple para que trabajaran en el nuevo navega
dor de Internet Google Chrome. Luego, las conversaciones para rene
gociar los acuerdos sobre el buscador de Google y los de Google Maps
entre las dos empresas entraron en terreno pantanoso. Google quería
pagar menos a Apple para ser el motor de búsqueda exclusivo en el iPho
ne y en los Mac, y dijo que quería algo más que sólo los datos de locali
zación básicos de los iPhones de los usuarios. En una serie de reuniones
en el campus de Apple en Cupertino, Gundotra y Phil Schiller, jefe de
marketing de Apple, acabaron a gritos. Tuvieron que intervenir J obs y
Schmidt para poner fin a la disputa.
1 0 3
Apple recelaba en particular de los nuevos datos de localización que
Google quería del iPhone. Google estaba recibiendo datos de latitud y
longitud de los usuarios del iPhone. Ahora, decía que también quería los
datos primarios que entraban en el cálculo de esa posición. ¿Estaba el
usuario conectado a través de la conexión telefónica o a través de Wi-Fi?
¿Cuál era la localización e información de la antena repetidora de telefonía
móvil a la que estaba conectado el iPhone? «Pensábamos que querían usar
los datos para calcular otras cosas que estaba haciendo el iPhone con an
terioridad -dijo un ejecutivo de Apple-. El gran argumento de Phil era
que esa información era propiedad de Apple y una violación de la privaci
dad de los usuarios, porque estaríamos compartiendo más información
sobre nuestros usuarios de lo que éstos habían aceptado compartir.»
Cinco años después, los ánimos siguen caldeados por este incidente.
Gundotra dice que nunca había presenciado, en ningún sitio, una acti
tud tan arrogante y prepotente como en estos encuentros. «Y yo que
creía que Microsoft era arrogante . Lo que sucedió allí fue sencillamente
increíble y muy muy penoso. Yo era optimista e ingenuo. Pensaba que
podríamos negociar con Apple y que todo iría bien. Tenía una buena
relación con Steve, así que creía que podríamos hacer que todo funcio
nara. No fue asÍ .» Uno de los ejecutivos de Jobs a la sazón es igualmen
te crítico respecto a Gundotra. Me dijo que éste quizá no fuera un fan
de Android, pero que tampoco lo era de Apple. «Trataba de caer bien a
Steve y a Phil y a Forstall , y decía que estaba haciendo todo lo posible
para defender a Apple dentro de Google. Pero lo único que hacía era
llevarles la información a Larry y Sergey y al resto de los equipos para
anotarse puntos. No tenía nada que ver, necesariamente, con mejorar
Android; se trataba de mejorar a Vio> .
En medio de esta escalada de tensión, y con el explosivo éxito del
iPhone 3G, en el verano de 2008 Jobs empezó a llegar a la conclusión
de que, en realidad, el teléfono Dream de Google iba a parecerse al
iPhone mucho más de lo que él quería. El Dream que iban a lanzar en
noviembre de 2008, el T-Mobile G 1 , de RTC, tendría algunas funcio
nalidades multitáctiles que Jobs creía que eran propiedad de Apple. Des
de hacía meses, Schmidt, Brin y Page habían hecho que AJan Eustace,
jefe de ingeniería, estuviera disponible para contestar las preguntas de
Jobs y responder a diversas objeciones respecto al Android . . . y para
1 04
impedir que Jobs llegara a esa conclusión. Eustace era el j efe de Rubin,
y, según sus amigos, la relación entre Eustace y Jobs era buena. Pero,
para el verano de 2008, a Jobs le pareció que no llegaba a ningún sitio
con Eustace y que éste y Google lo estaban embaucando. «Creo que
ellos [ Jobs y los altos ejecutivos de Apple] acabaron creyendo que la
única manera de conseguir algo ya no era a través de Alan -dijo alguien
que habló con Jobs al respecto-o Alan sólo trasmitía lo que Andy [ Ru
bin] decía, y creo que les pareció que tenían que ir directamente a la
fuente para que las cosas cambiaran.»
Otro ejecutivo de Apple afirma que, a esas alturas, estaban con la
segunda versión de Android y que, para Jobs, eso fue la gota que colmó
el vaso. «Cuando empezó a tener funciones como deslizar, pellizcar para
hacer zoom y el doble clic, entonces fue cuando Steve lanzó su desafio y
dijo : "Vamos a sentarnos a hablar con ellos" .»
Existen distintas versiones de la reunión que celebraron Jobs, Fors
tall, Page, Eustace y Rubin en la sala de conferencias situada frente al
despacho de Page en el edificio 43 de Google. Pero todas concuerdan en
una cosa: la reunión fue desagradable y agresiva. J obs les dijo a los tres
ejecutivos de Google que Apple había patentado las funciones multitác
tiles que Google estaba usando, y que, si aparecían en el G l cuando sa
liera al mercado, los demandaría. El equipo de Google reaccionó dicien
do que, aunque quizá Jobs fuera el primero en hacer un producto de
éxito con atributos multitáctiles, no inventó la tecnología ni tampoco la
mayoría de las tecnologías que había en el iPhone. Uno de los ejecutivos
de Apple, que no estaba presente, pero escuchó el relato de Jobs sobre la
reunión, me dijo: «La cosa derivó a un terreno muy personal. Jobs dijo
que Rubin echaba chispas y que le había afeado que su postura fuera
contraria a la innovación. Y en ese momento fue cuando Steve humilló a
Andy, acusándolo de tratar de ser como él, incluso fisicamente, con el
mismo corte de pelo, las mismas gafas, el mismo estilo» .
Nadie de Google quiere hablar oficialmente de la reunión, pero
oficiosamente continúan expresando su desconcierto por la postura de .
Jobs. Opinan que hay muy pocas novedades absolutas en Silicon Valley,
que todas las innovaciones se levantan sobre los hombros de otras. No
habría existido ningún microprocesador lntel o Motorola sin el transis
tor y el circuito integrado. Sin esos microprocesadores, no habría exis-
1 05
tido ningún ordenador personal. Sin el ordenador personal, no existirían
Microsoft, Apple o la industria del software en general. Sin esa industria,
no habría existido Netscape, el navegador de Internet. Y, sin ese nave
gador, una gran parte de lo que hoy forma parte de nuestra vida diaria
no existiría.
Una prueba que los empleados de Google utilizaban para corrobo
rar sus argumentos en las negociaciones con Jobs era un vídeo de James
Gosling, un famoso ingeniero de Sun Microsystems e inventor del len
guaje de programación Java, que presentaba el Star7. Este dispositivo
manual, de aspecto tosco, tenía un transmisor de 200 KB; una pantalla
LCD en color, de cuatro pulgadas, y los altavoces de una Game Boy de
Nintendo. Incluso entonces, cuando nadie salvo los ejecutivos más ricos
tenía un teléfono móvil o había visto un aparato de mano Newton, Gos
ling exhibía una máquina que no sólo tenía pantalla táctil , sino también
desplazamiento por inercia. Cuanto más fuerte tocabas la pantalla, más
rápido se desplazaban los elementos. Rubin argumentó que, si acaso, él
y el equipo de Android habían estado pensando en aquellas tecnologías
antes que Jobs. Rubin había visto prototipos de la Microsoft Surface
-una pantalla multitáctil de sobremesa lanzada a finales de 2007-
cuando trabajó durante un breve periodo en Microsoft en los años no
venta.
Pero las pruebas dadas por Google no tuvieron ningún efecto en
Jobs. «A Steve siempre le parecía que Apple lo inventaba todo -dijo
uno de los ejecutivos de Google que participó en las conversaciones-o
Aunque se lo demostraras, "oye, que esto no lo inventaste tú", él seguía
creyendo que sí. Por mucho que le dijeras: "Mira todos los sitios donde
ya se había usado lo multitáctil antes, o todos los lugares donde ya se
había aplicado el deslizamiento usando los dedos, o la expansión de
cosas [con los dedos] " , no lograbas que Steve diera su brazo a torcer.»
106
s
Las consecuencias de la traición
Para Google, el resultado de la reunión con Jobs y Forstall fue humillan
te. Schmidt, Brin y Page capitularon, y ninguna lógica pudo ocultar lo
doloroso que fue. No era sólo que Jobs les dictara qué funciones debían
eliminar del teléfono G l . En algunos casos, les había dicho cómo elimi
narlas. Hacía tiempo que Android había dado a los usuarios la opción de
crear un patrón con una parrilla de puntos de tres por tres para desblo
quear el teléfono, con una conexión mínima de tres puntos. Pero Jobs
insistió en que, si los usuarios podían conectar los tres puntos inferiores
de la parrilla para desbloquear el teléfono, sería una copia del atributo de
deslizar para desbloquear patentado por iPhone. «Así que para aplacar a
Apple pasamos de un patrón donde se podían conectar tres puntos a otro
donde había que conectar cuatro», dijo un ingeniero sénior.
«Fue de verdad muy doloroso. Era casi como si nos estuvieran ro
bando» , dijo Bob Lee, de Android, respecto a Jobs, y prosiguió:
Pellizcar para acercar [técnicamente, abrir los dedos para ampliar,
juntarlos para reducir ] es algo muy obvio y Apple no fue la pri
mera que lo hizo. Retrocede en el tiempo, como hicimos noso
tros, y mira lo que Sun hizo con el móvil en los años noventa y
la Microsoft Surface. Me sentí muy dolido con Apple porque se
dedicaran a esta clase de jueguecitos. Yo adoraba Apple. Siempre
había desarrollado programas en un Apple. Hice que losgooglers
pudieran desarrollar software para Google en máquinas de Apple .
Mi gato se llama Wozniak. Entré en Android en 2006, y la ma
yoría de lo que propusimos lo creamos desde cero. ¿Por qué se
parece tanto al iPhone? Bueno, creo que en gran parte es sólo la
1 07
tecnología que se actualiza. ¿Por qué nadie tuvo una pantalla
táctil grande antes del iPhone? Pues porque eran demasiado ca
ras. Así que no fue que apareció el iPhone y todos dijimos que
debíamos empezar a hacer lo mismo. Toda la industria llevaba
mucho tiempo pensando en ello. Es sólo que, finalmente, se
convirtió en viable .
Ninguno de los presentes en la reunión con Jobs quiere hablar de
ello, y es fácil entender por qué. Todos los emprendedores necesitan te
ner la piel gruesa, pero Brin, Page y luego Schmidt, cuando se incorporó
a Google en 2001 , se forjaron la reputación de ser particularmente tena
ces cuando alguien los desafiaba. Aquello no era bueno, en absoluto, para
esa imagen. Desde el momento en que propusieron un nombre para la
empresa, habían hecho frente a sus críticos. Les dijeron que los buscado
res eran un negocio que no iba a ninguna parte. Esto era algo tan obvio
que Schmidt estuvo a punto de no acudir a la entrevista para el puesto de
consejero delegado.
Cuando Google consiguió impulso y atrajo a los capitalistas de ries
go, Brin y Page los ignoraron a menudo. Los capitalistas querían que
Google encontrara rápidamente un consejero delegado profesional y una
manera de hacer dinero para sostener la empresa. Brin y Page se negaron
a que les metieran prisas, y los capitalistas -Kleiner Perkins y Sequoia
Capital- acabaron tan furiosos que casi demandan a los fundadores.
Schmidt fue contratado en 200 1 . Había sido consejero delegado de
Novell y alto ejecutivo de Sun Microsystems, y él, Brin y Page habían
lidiado hábilmente con la mayoría de los incrédulos y enemigos desde
entonces. Adoptaron un modelo de negocio -publicidad en motores
de búsqueda- que reformuló la economía de los medios y la publicidad
tanto online como offline. Luego, cuando el increíble éxito de Google
provocó demandas y otros ataques, cedieron muy poco terreno. Yahoo!
los demandó en 2004, por robar AdWords, la idea para los anuncios de
búsqueda que sigue alimentando el negocio de Google. Google le dio a
Yahoo! unos cientos de millones de dólares de su salida a Bolsa; al fin y
al cabo, Google tiene un modelo de negocio que ha generado cientos
de miles de millones. Viacom, el gigante mediático, trató de amedrentar
a Google con un pleito en 2006. La acusó de que YouTube no hacía lo
1 08
suficiente para proteger del robo el contenido de Viacom. Brin, Page y
Schmidt dijeron que Google hacía lo suficiente y haría más . Se negaron
a llegar a un acuerdo y siguieron adelante y ganaron en los tribunales.
Cuando Google empezó a contratar ingenieros de primer nivel de Mi
crosoft, Bill Gates y Steve Ballmer trataron de bloquear las contratacio
nes con demandas y escarnio público . «Ese Eric Schmidt de los cojones
es un maricón de mierda. Voy a enterrar a ese tío», se dice que Ballmer
le comentó a un empleado que le había informado de que se iba a Goo
gle . Ballmer y Gates habían asustado a todo el mundo durante veinte
años con amenazas como ésta. Brin, Page y Schmidt se lo tomaron a
risa . . . , y la importancia de Microsoft en el mundo tecnológico ha ido en
descenso desde entonces. Y, cuando el mundo dijo que Schmidt, Brin y
Page estaban locos por meterse en el negocio de los móviles, ellos res
pondieron: «Ya veréis» .
Pero que fuera Steve Jobs quien los amenazara con una demanda
era otra cosa. Por mucho que creyeran que Google tenía razón, el triun
virato pensaba que un pleito por violación de patente contra Apple crea
ría unos problemas enormes para la compañía, dicen sus colegas. An
droid ya era una apuesta arriesgada. Lanzarlo envuelto en una nube legal
haría que las dificultades fueran casi insuperables. El éxito de Android
dependía de sus socios. ¿Quién se asociaría con Google mientras hubie
ra un juicio pendiente? Nadie.
Y estudiaron si una demanda de Apple podría causar problemas
mayores para el conjunto de Google . Por entonces, Apple seguía siendo
modesta, ni mucho menos tan rica y dominante como ahora. Pero Goo
gle era tan poderosa que estaba en el punto de mira de las entidades
antimonopolio. Reguladores, competidores y columnistas se pregunta
ban si se estaba convirtiendo en otro Microsoft, si estaba usando su
creciente monopolio en la publicidad en motores de búsqueda para in
timidar a otras empresas.
Su compra de DoubleClick en 2007, la compañía de anuncios onti
ne, había superado por los pelos la legislación antimonopolio a princi
pios de 2008. Google ya controlaba la publicidad en motores de bús
queda ontine. Si controlaba a la mayor compañía de anuncios ontine, ¿le
daría esto el control de toda la publicidad online? , se preguntaban los
organismos antimonopolio.
1 09
Google estaba enzarzada en una disputa con los autores y las edito
riales por su plan de digitalización de libros. Hacer que se pudiera acce
der mediante un motor de búsqueda a todos los libros publicados pare
cía un gran beneficio público. Pero ¿no se debería pagar a autores y
editoriales por permitir que Google vendiera anuncios a cambio de sus
datos en los listados de búsqueda?, preguntaron. Google creía que no,
ya que sólo tenía intención de mostrar fragmentos relevantes en relación
con las peticiones de búsqueda. Pensaban que la compensación que
autores y editores recibirían sería el aumento de ventas de libros .
y la propuesta de asociación en la búsqueda de Google con Yahoo! ,
e n l a primavera de 2008, había generado unas críticas furiosas por parte
de las comunidades de la publicidad y los negocios. Después de que le
permitieran adquirir DoubleClick, el acuerdo con Yahoo! tenía todo el
aspecto de un acaparamiento descarado de poder. Una agresiva campaña
de presiones por parte de Microsoft, nada menos, ayudó a convencer a
los abogados del Departamento de Justicia de que tenían un caso anti
monopolio contra Google. Amenazaron con llevar a Google a los tribu
nales si no renunciaba al acuerdo.
Por añadidura, el precio de las acciones de Google había bajado.
Tuvieron que despedir a empleados. Como, para entonces, se había
convertido en una empresa tan grande -con unos veinte mil asalaria
dos-, se cuestionaba su capacidad para continuar siendo la máquina de
innovación de la década anterior. El interés de las grandes empresas por
proteger sus negocios ya existentes suele obstaculizar su capacidad para
respaldar ideas nuevas y rompedoras. Una demanda de Apple acusando
a Google de robar su propiedad intelectual no era un riesgo que pudie
ran permitirse. «Apple dejó claro que les preocupaba que violáramos su
interfaz de usuario [ UI por sus siglas en inglés] , y estuvimos de acuerdo.
No queríamos violarla», es lo único que Schmidt dice sobre este asunto.
La reunión con Jobs fue especialmente difícil para Rubin, según
dicen sus amigos. Estaba, de verdad, tan furioso como contó Jobs, y
estuvo a punto de marcharse de Google por ese motivo. Comprendía
intelectualmente lo que decían sus jefes. Pero Jobs lo había intimidado
delante de sus superiores, y ellos no lo habían apoyado. Durante un
tiempo, tuvo un letrero en la pizarra de su despacho que decía: «STEVE
JOBS ME HA ROBADO EL DINERO DEL ALMUERZO » .
1 10
La exigencia de Jobs de que Google retirara funciones clave del G l
enfureció igualmente a l equipo de Android por una cuestión de princi
pios . Creaba un enorme problema práctico. Al llegar el verano de 2008,
el Gl estaba a dos meses de su lanzamiento, pero le faltaba mucho para
estar listo. Ahora, además, los ingenieros iban a tener que volver a de
sarrollar el software para excluir todo lo que Jobs quería que se elimi
nara. La sabiduría popular cree que en el mundo del software se pueden
añadir o retirar características a voluntad. La realidad es que se parece
mucho más a escribir un libro. Se pueden cortar capítulos, pero sólo
con un montón de trabajo los cortes son invisibles.
El empujón definitivo no resultó más fácil cuando Page y Brin, que
solían ayudar, permitieron que se entrometieran sus obsesiones perso
nales . Page quería que el dispositivo funcionara tan rápido con la enor
me lista de más de veinte mil contactos que tenía él como lo haría en
cualquier otro usuario. Al equipo de Android le parecía que eso era
como convertirse en el enemigo perfecto de lo bueno. Aconsejaron que
esa capacidad esperara hasta la segunda versión de Android. Page no se
dejó convencer. Por su parte, Brin exigió que los usuarios pudieran des
lizarse por su lista de contactos inclinando el teléfono y dejando que su
acelerómetro determinara a qué velocidad en función del ángulo de in
clinación. Erick Tseng, jefe de proyecto de Android, dijo : «Hicimos que
un ingeniero lo montara. Luego le mostramos a Sergey que no era una
buena experiencia para el usuario», y Brin estuvo de acuerdo.
«Personalmente, yo creía que no íbamos a conseguirlo -le reveló
Rubin a Steven Levy, para el libro In the Plex-. Tres meses antes de la
fecha en que se suponía que íbamos a ponerlo en el mercado, no funcio
naba nada. Se bloqueaba constantemente. No podía recibir correos elec
trónicos. Iba superlento. Y, con el tiempo, cada vez era más inestable .»
No es de extrañar que Jobs estuviera entusiasmado por cómo había ido
su reunión con Google. Unos días después, la describió a su equipo eje
cutivo como una enorme victoria para todos ellos, en la que el bien y la
justicia habían derrotado a un puñado de embusteros, estafadores, bri
bones y sinvergüenzas. Un ejecutivo que estuvo presente en la sesión
informativa señala que Jobs y Forstall «se regodeaban con aquello. De-
1 1 1
cían: "Rubin estaba cabreado. Se le veía a la legua. Teníamos lo que ne
cesitábamos para ganar. Y ellos [ Google] dijeron que no lo harían [ la
pantalla multitáctil ] " » . Jobs detestaba a Rubin, y le dijo a unos amigos
que era «un capullazo arrogante» .
Nada de todo esto sirvió para que Jobs estuviera menos enfadado
por haberse visto obligado a atacar a Google. Tenía la sensación de que
Brin y Page, a quienes había considerado sus amigos, lo habían traicio
nado. Y pensaba que Schmidt, que se sentaba en el consejo de adminis
tración de Apple, le había ocultado la verdad. El mensaje de Jobs a su
equipo ejecutivo, aquel día, fue contundente: «Esos tíos me están min
tiendo, y no voy a aguantarlo más . Eso de "no seas malo" son chorra
das» . Pero también se sentía justificado: Google ya no iba a ser una
amenaza.
Schmidt, aunque técnicamente siguiera en el consejo de Apple, en
la práctica ya no formaba parte del mismo. Ahora salía de la sala siempre
que se hablaba del iPhone, lo cual era, cada vez más, de lo que trataban
las reuniones del consejo de administración. Tanto por las apariencias
como por razones legales, estas inhibiciones se producían también con
una frecuencia cada vez mayor en Google. Schmidt no asistía a las reu
niones de Android, por ejemplo, y salía de la sala cuando el tema del
Android surgía en otros contextos, como en conversaciones entre sus
compañeros de! consejo de administración de Google . Schmidt decía
que no quería que ni siquiera pareciera que pudiera ser un canal de in
formación entre las dos compañías.
Jobs les comentó a unos amigos que estaba tentado de echar a
Schmidt de! consejo, pero que comprendía que eso podría causar más
problemas de los que solucionaba. Atraería la atención de los medios.
Podría espantar a los inversores. Podría descentrar a los empleados. Pue
de que Jobs pensara que Google y Apple ya no eran aliados, pero sabía
que seguían necesitándose mutuamente como socios comerciales. Apple
seguía necesitando e! motor de búsqueda, los mapas y e! YouTube de
Google para vender el iPhone. Y, dado que ningún Android estaba to
davía a la venta, e! iPhone seguía siendo el único teléfono con la poten
cia suficiente para que el software de Google funcionara con dicacia.
En los meses siguientes, Google no hizo casi nada para contrarres
tar la impresión de que Jobs los había aplastado y que e! iPhone iba a
1 12
dominar el mundo de los móviles del mismo modo que el iPod domi
naba el mundo de los reproductores de música. El teléfono T-Mobile
G l , « impulsado por Google», fue lanzado en septiembre de 2008 . Era
un buen primer paso, pero compararlo con el iPhone era como com
parar un Kia con un Mercedes . Tenía pantalla táctil, pero, en parte
debido a que habían eliminado todas las funciones multitáctiles, no era
úti l . Tenía un teclado deslizante, pero los usuarios se quejaban de que
las teclas tenían un tacto blando . Pocos i ban a dejar sus BlackBerries
por él . Y era dificil de configurar si, como la mayoría, usabas el correo
electrónico, los contactos y la agenda de Microsoft Exchange en el
trabajo.
Pero el Gmail, el navegador de Android y las aplicaciones de mapas
iban como la seda:, y, a diferencia incluso del último iPhone, el G l eje
cutaba más de una aplicación al mismo tiempo. Presentaba la pantalla de
notificaciones desplegable que el iPhone imitaría más tarde. Era mucho
más fácil de personalizar que el iPhone. Sin embargo, no funcionaba con
iTunes, el software de entretenimiento más popular. Ni siquiera se podía
sincronizar con el ordenador fácilmente, como un iPhone. Para pasar la
información del ordenador al G l , había que dejar que el teléfono sin
cronizara con la nube de Google y luego sincronizar el pe también con
la nube. Eso tal vez hoy sea una virtud, pero entonces, antes de que la
informática en la nube fuera algo corriente, era molesto.
Los googlers se mostraron todavía más críticos con el G l que los
usuarios. Aquel año, Google dio G l a los empleados en lugar de la ha
bitual prima de Navidad para toda la compañía. A los empleados no les
gustó. Por aquel entonces, les pregunté a algunos qué les parecía y reci
bí respuestas como: «Genial . ¿Quieres el mío?» o «mira cuántos hay a la
venta en eBay. Ahí tienes la respuesta» . En las reuniones posteriores de
los viernes, los empleados preguntaron abiertamente por qué la empre
sa malgastaba su tiempo con Android. Para entonces, la mayoría tenían
iPhones y la comparación era de risa.
Comparado con la presentación del iPhone, el lanzamiento, que
tuvo lugar en un local de catering situado bajo el puente de Queensbo
ro, fue cosa de aficionados, según el relato y los vídeos de Levy. No
hubo demostraciones en vivo, sólo en vídeo. Se dedicó demasiado tiem
po a los aburridos comentarios autocomplacientes de Rubin y los eje-
1 1 3
cutivos de HTC y T-Mobile. La única señal de que el proyecto contaba
con el respaldo de la cúpula de Google llegó cuando, hacia el final, Brin
y Page hicieron una aparición no ensayada, juntos, montados sobre
unos patines. Pero, aunque su presencia dio al acto la potencia de las
estrellas, no sucedió lo mismo con sus respuestas a las preguntas. Al
responder a una pregunta sobre cuál era la aplicación más genial del G l ,
Brin dijo que é l mismo había desarrollado una aplicación que usaba el
acelerómetro del teléfono para cronometrar exactamente cuánto tiem
po permanecía el teléfono en el aire cuando lo lanzaba. Luego, tiró el
teléfono de demostración al aire como ejemplo, provocando caras de
pánico en sus colegas y socios. Tenían pocos teléfonos más y no se po
dían permitir que se rompiera uno porque Brin lo dejara caer.
La comparación entre los lanzamientos del G l Y el iPhone hace que
te preguntes cómo es posible que Brin, Page y Schmidt llegaran a tener
algo más que una relación de negocios con Jobs. Su visión del mundo
era totalmente diferente. Apple había prosperado debido a que Jobs
había buscado, de forma disciplinada y meticulosa, el mejor aparato, la
mezcla perfecta de forma y función. Google había prosperado a costa de
las extravagancias y el gusto por el caos de Brin y Page. Como empren
dedores, los tres compartían la voluntad de rechazar todo lo que oliera
a convención y subir las apuestas cuando quienes los rodeaban decían
que eran temerarios. Pero ahí se acababan las semejanzas.
Brin y Page acabaron delante de los medios en patines porque antes
habían participado en un acto en la estación Grand Central con el go
bernador de Nueva York, David Paterson, y pensaron que ir patinando
sería un modo más divertido y rápido de evitar los atascos monumen
tales de tráfico de la ciudad. No les importaba que hubiera un coche
esperando, que la seguridad hubiera tenido en cuenta el tráfico o que
llegaran sucios y sudorosos al lanzamiento del G l . Brian O'Shaughnessy,
asistente principal de relaciones públicas de Android en aquel entonces,
dice que tuvo que controlarse cuando llegaron. Su trabajo era asegurar
se de que el G l recibiera la atención más amplia y positiva de los me
dios, y no sabía cómo iba a explicar a sus multimillonarios fundadores
que lo estaban poniendo todo en peligro. «Los estaba esperando entre
bastidores cuando llegaron al lanzamiento y les dije : "Oye, ¿no queréis
quitaros los patines? Vais a salir ahí fuera con el consejero delegado de
1 14
HTC y los ejecutivos de T-Mobile", y ellos respondieron: "No. No.
Todo irá bien" . Y entraron patinando en escena. » ¿Os podéis imaginar
a Steve Jobs haciendo algo así?
La manera en que Jobs trataba con Google debería haber hecho que en
Apple se sintieran mejor respecto a la tensión entre las dos compañías.
Pero, por el contrario, provocó que muchos se sintieran peor. Algunos
ejecutivos e ingenieros llevaban dos años advirtiendo a Jobs de las ambi
ciones de Google con Android, y seguían creyendo que Jobs subestima
ba la resolución de Google. Para empezar, ¿por qué el gran Steve Jobs se
había dejado engañar por Google, y por qué le costó otros dieciocho
meses -hasta principios de 20 1 0- reaccionar públicamente? Uno de
ellos me lo explicó así: «No paraba de decirle : "Steve, deberíamos prestar
más atención a esa gente. Están contratando como locos y conozco a
todos los que están contratando". Pero Steve respondía: "Me voy a ca
minar con ellos [ Larry o Sergey o Eric] y llegaré al fondo de este asunto" .
Se reunía con ellos y volvía para comentar que l e habían dicho que no se
preocupara. "No es nada grave . Era una idea interesante, pero no va a
ningún sitio", le decían. Incluso cuando salió Android, en 2008, le dije
ron: "Bueno, en realidad no es muy estable. No es genial . No sabemos si
vamos a seguir adelante" . Y, mientras, yo estaba en plan "no me lo puedo
creer"» .
Otro recordaba el pánico que sintieron él y sus colegas en 2007,
cuando Schmidt, de Google y el resto del consejo de Apple recibieron
iPhones para pasearlos durante meses antes de que salieran a la venta:
«Tienes que saber que mucha gente de Apple que estaba trabajando en
el iPhone decía: " ¿Qué leches pasa? Le están dando nuestro teléfono a
un tipo que está a cargo de una empresa con la que estamos compitien
do. Cogerán el teléfono, lo desmontarán y nos robarán todas nuestras
ideas"» .
En Apple, había quien especulaba con que, probablemente, la ce
guera de Jobs se debía a lo que consideraba su gran amistad con Brin y
Page. Está en la naturaleza humana creer que somos buenos jueces del
carácter. Fundadores y consejeros delegados de éxito, como Jobs, pien
san que son especialmente buenos en eso. Ser capaces de encontrar y
1 1 5
contratar a las personas con más talento, más fiables y dignas de confian
za es, bien mirado, una parte fundamental de construir y dirigir una
empresa de éxito. Otros se preguntaban si el cáncer de Jobs había em
pezado a pasarle factura. A mediados de 2008, era evidente que no es
taba bien. La mayor parte del tiempo, su voz era fuerte y su energía,
buena, pero estaba demacrado, como si hubiera perdido más de veinte
kilos en seis meses . A veces, era evidente que sufría dolores. «Veía cómo
se doblaba en las reuniones. Se iba a un rincón y se sentaba con las rodi
llas apretadas contra el pecho. Todos estábamos en la sala de reuniones
de ejecutivos. Era aterrador verlo», dijo un ejecutivo.
Nadie preguntaba si Jobs estaba enfermo, aunque, para 2008, en la
mayoría de las reuniones su aspecto era algo que todos veían pero de lo
que nadie hablaba. «Nunca quisimos reconocerlo. No entrábamos en
eso. No se le hace algo así a nadie. No querrías que te lo hicieran a ti. Y
él siempre decía: "No os preocupéis. Los médicos me han dado el alta"
o "estoy bien" » , dijo un ejecutivo. Pero nadie sabía entonces lo que
todo el mundo sabe ahora: que Jobs no sólo estaba mal, sino que su
enfermedad era terminal. El cáncer de páncreas se había extendido al
hígado y necesitaba un trasplante, que recibió cuando estaba cerca de la
muerte a principios de 2009, según la biografia de Jobs escrita por Wal
ter Isaacson en 201 1 . Ahora, algunos de los que estaban en aquellas
reuniones con él se preguntan si su enfermedad no empezó a dejarle sin
fuerzas para luchar. «Ponte en el lugar de Jobs -dice uno de ellos-.
Estás enfermo y algunos días estás sólo irritable, pero otros dices: "Me
rindo. Ya he oído lo que necesitaba oír. Pasemos a otra cosa" .»
Otro confidente de J obs opina que estaba cegado por un exceso de
confianza. «Creo que nadie se centró de verdad en el hecho de que iba a
existir un sistema operativo completo que ellos [ Google] iban a propor
cionar a los fabricantes. Había muchos rumores sobre un teléfono y sobre
que iban a hacer el sistema operativo de un teléfono; pero no creo que a
Apple le importara una mierda, porque supongo que pensaban que eran
tan buenos e iban tan por delante de todos los demás que en realidad no
tenía importancia. Así que si ellos [ Google] iban a hacer un sistema ope
rativo como el Nokia OS, o algo así, nadie iba a preocuparse. [Incluso en
2008 ] no creo que nadie se centrara en ese hecho: que Google iba a ser
un competidor serio y duradero para Apple.»
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Al principio, esta persona rechazó que la salud de Jobs fuera parte
del problema. No obstante, cuando insistimos, lo reconsideró y dijo :
« ¿Sabes?, me parece que tienes razón. ¿Habría sido más combativo du
rante aquel periodo [de no haber estado enfermo] ? Es probable que sí» .
Como en cualquier divorcio, es posible que l a gente de Google y l a de
Apple nunca se pongan de acuerdo sobre cómo empezaron a pelearse, en
qué momento Apple empezÓ a cortar los lazos con Google y por qué
ahora gasta cientos de millones de dólares demandando a miembros de
la comunidad Android de todo el mundo. ¿Traicionaron realmente a Jobs
unos aliados que copiaron descaradamente su trabajo, como sigue man
teniendo Apple años después de la muerte de Jobs? ¿O Apple está perpe
tuando esa historia para ocultar el hecho de que la enfermedad y/o las
relaciones personales y/o un exceso de confianza le hicieron pasar por
alto las señales de que su relación con Google estaba cambiando? ¿Goo
gle se vio arrastrada a luchar contra J obs cuando lo único que de verdad
quería era encontrar una manera de llevarse bien con él? ¿O su conducta
era más premeditada y pérfida?
Lo que sí está claro en que, después de que Jobs obligara a Google
a capitular ante él en el verano de 2008, Google empezó también a
abandonar cualquier pretensión de amistad y, con una ferocidad obse
siva, focalizó sus energías en competir con Apple . A lo largo del invier
no de 2008 y la primavera de 2009, mientras Jobs estaba de baja du
rante seis meses para un trasplante de hígado, Google no sólo invirtió
grandes cantidades en la fabricación de un segundo teléfono Android
-el Droid-, sino que empezó a trabajar en un tercero que diseñarían,
comercializarían y venderían ellos mismos. De forma más inmediata,
Gundotra preparó a su equipo de software para móviles para que cons
truyeran una aplicación para el iPhone que Google pudiera usar como
caballo de Troya.
La ruptura de Gundotra con Jobs, a principios de 2008, lo había
convertido, a finales del mismo año, en un aliado incondicional de An
droid, y centró a su equipo no sólo en construir aplicaciones básicas de
Google para el iPhone -como el buscador, los mapas y YouTube- sino
en desarrollar una versión de software para móvil llamada Google Voice.
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Igual que Android, Google Voice surgió de la adquisición de una nueva
empresa en agosto de 2007. Al principio, la empresa, GrandCentral
Communications, parecía una compra extraña. Era como Skype. Produ
cía software que permitía hacer llamadas telefónicas que viajaban por
Internet, en lugar de a través de una compañía de teléfonos . Pero, para
muchos ingenieros de Google, era como ser dueños de un coche de
caballos. Las conversaciones telefónicas eran algo que hacían sus padres.
Para ellos era una tecnología vieja y cada vez más obsoleta. Cuando
Google se trasladó a su actual complejo de oficinas, Brin y Page tenían
pensado no instalar ningún teléfono . . . hasta que les dijeron que sería
una violación de las normas contra incendios.
El avalador de GrandCentral en Google, Wesley Chan, veía su po
tencial de modo diferente: Google Voice era como Gmail. Era una apli
cación más que hacía que Google fuera el centro del mundo para los
usuarios, otra aplicación que les daba información sobre los intereses de
dichos usuarios, otra aplicación que podría ayudar a Google a vender
más publicidad. Según el libro de Levy, a Page le gustaba el potencial
desestabilizador que se escondía detrás del software de GrandCentral.
Podía funcionar con Android, y los operadores no eran lo bastante in
novadores para ofrecérselo a sus clientes. Brindaba la posibilidad de
conseguir que Google fuera una compañía telefónica bajo mano.
Google empezó a presentar GrandCentral a nuevos usuarios en
2008, con el nuevo nombre de Google Voice . El concepto inicial era
muy potente: agrupar los distintos números de teléfono y direcciones de
correo electrónico que usamos en un solo centro de comunicaciones que
cualquiera pudiera instalar. Google te daba un solo número de teléfono.
Luego tú lo enlazabas con todos tus otros teléfonos. Cuando alguien
marcaba tu número de Google Voice, el software remitía automática
mente la llamada a todos tus números de teléfono [tantos como hubieras
determinado] gratis. Llevaba un registro de todos esos números y los
sincronizaba con nombres de tu lista de contactos en Gmail . Transcribía
mensajes de voz -aunque mal- y te los enviaba por correo electrónico.
Almacenaba los mensajes de texto de tu teléfono móvil. Ofrecía confe
rencias telefónicas gratuitas que cualquiera podía establecer. Las compa
ñías telefónicas también proporcionaban algunos de estos servicios, pero
solían costar dinero y eran más dificiles de instalar. Gundotra estaba
1 1 8
convencido de que Google Voice sería especialmente útil como aplica
ción para el iPhone. No sólo añadiría funcionalidades que el iPhone
todavía no brindaba, sino que, en esencia, le arrebataría a Apple las
funciones más importantes del iPhone -llamadas, contactos y correo
y las conectaría a los servidores de Google. En Wall Street a esto se le
llama «OPA (oferta pública de acciones) hosti l» . En Silicon Valley no se
usa casi nunca. Pero cuando eliminas todas las sutilezas de ingeniería,
esto es exactamente lo que Google estaba haciendo.
El motivo por el que la estrategia de Gundotra resultaba tan genial
era que Google no podía perder. Para entonces, la tienda de aplicaciones
de Apple tenía un año y un éxito enorme. No sólo generaba miles de mi
llones de dólares en nuevos ingresos, sino que estaba creando una depen
dencia de la plataforma parecida a lo que Microsoft había hecho con Win
dows en la década de 1990. Cuanto más software comprabas para tu
iPhone, más costoso resultaba sustituir esas aplicaciones con las de otra
plataforma y más obligado estabas a comprar otro iPhone. Pero Gundotra
también comprendía que todo ese poder acarreaba una enorme responsa
bilidad: ¿cómo podía Apple decidir qué aplicaciones permitiría en su tien
da y cuáles serían rechazadas? Decidir qué música, películas y programas
de televisión vendía en iTunes era fácil. Si a los usuarios no les gustaba la
selección de Apple, normalmente podían conseguir esos contenidos de
muchas otras maneras. Pero la tienda de aplicaciones era el único punto
de venta para el nuevo sector de desarrolladores de software que había
creado la aparición del iPhone. A los que dedicaban tiempo y dinero a
desarrollar una aplicación para el iPhone, les quedaban pocos recursos si
Apple la rechazaba. Resultaba fácil descartar las aplicaciones que eran
obviamente políticas, pornográficas o violentas. Pero había docenas que
caían en una zona gris y que ya se habían convertido en un problema es
pinoso de relaciones públicas para Jobs y Apple. Se rechazó una aplicación
que permitía que los usuarios leyeran l ibros clásicos porque incluía el
[(ama Sutra. El caricaturista político Mark Fiore ganó el premio Pulitzer
en 2010 por su trabajo, pero la aplicación de sus caricaturas fue rechazada
porque se burlaba de figuras políticas. Si Apple rechazaba Google Voice
-si pensaba que podía rechazar la aplicación de una gran compañía y
socio comercial- confirmaría los peores temores de Silicon Valley sobre
el creciente poder de la empresa en el negocio de la telefonía móvil.
1 1 9
En los negocios, nada sale nunca exactamente como estaba previsto,
pero la jugada de Gundotra con Google Voice dio un resultado muy
cercano a lo que esperaba. El 28 de julio de 2009, dos semanas después
de anunciar Google Voice para todos los móviles excepto el iPhone, pero
garantizando al mundo entero que la aplicación para el iPhone pronto
estaría disponible, Google anunciaba que Apple había rechazado de
plano Google Voice. Unos días más tarde, Apple anunciaba que Schmidt
dejaba el consejo de administración debido a su conflicto de intereses y
la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC, por sus siglas en inglés)
dejaba filtrar que estaba investigando todo aquel asunto.
Casi toda la cobertura de los medios se centraba en el control irra
zonable y posiblemente ilegal de Apple sobre su tienda de aplicaciones,
y retrataban a Jobs como un déspota enloquecido por su sed de poder.
En un intento por no parecer despótica, Apple intentó llevar a los perio
distas a la conclusión de que era AT&T, no Apple, quien estaba detrás
de los rechazos. Pero eso empeoró las cosas. Hizo que la FCC investi
gara si Apple y AT&T estaban metidas en algún tipo de maquinación
deshonesta.
Dos meses después, en respuesta a las peticiones de los periodistas,
y en virtud de la Ley de Libertad de Información, la FCC publicó su
correspondencia con las tres empresas. No dejaba a Apple en buen lugar.
La carta de Google decía: «Los representantes de Apple informaron a
Google de que Google Voice era rechazada porque Apple creía que la
aplicación copiaba la funcionalidad de marcador clave del iPhone. Los
representantes de Apple indicaron que la compañía no quería aplicacio
nes que pudieran sustituir esa funcionalidad» . Por su parte, la carta de
Apple afirmaba: «Al contrario de lo que se ha publicado, Apple no ha
rechazado la solicitud de Google Voice, y continúa estudiándola . La
aplicación no ha sido aprobada porque, tal como se sometió al examen,
parece que altera la experiencia distintiva del usuario del iPhone, susti
tuyendo la funcionalidad clave del teléfono y la interfaz del usuario de
Apple por su propia interfaz para las llamadas telefónicas, los mensajes
de texto y el buzón de voz» .
Más tarde, Apple permitió l a entrada de Google Voice y otras apli
caciones de voz en su tienda de aplicaciones. Pero los ejecutivos, tanto
de Apple como de Google, dijeron que todos en el nivel más alto de las
120
dos compañías sabían que el propio Jobs había exigido que se rechazara
Google Voice . «Al llegar el 2009 , la gente se quejaba de que actuábamos
como censores -dijo un ejecutivo de Apple-. Así que [ las aplicaciones
que aprobáramos] eran importantes para recuperar la imagen de Apple.
Nadie quería tomar las decisiones dificiles, así que al final tuvo que ser
Steve quien las tomara.»
La refriega por Google Voice generó mucha atención en los medios y le
dio a Silicon Valley la oportunidad de vislumbrar por primera vez algo
sobre lo que llevaba más de un año especulando: que la asociación de
Apple y Google para proteger al mundo de Microsoft se estaba desmade
jando; que estaban mucho más enfadadas y asustadas la una con la otra
de lo que cualquiera de las dos lo estaba con Microsoft. Pero la pelea por
Google Voice no habría tardado en ser insignificante si Android no de
mostraba ser la amenaza que Jobs y Apple temían, si Rubin y el equipo
de Android no producían un teléfono que los consumidores quisieran
comprar. Esa amenaza parecía exagerada a finales del año 2008, después
de que el G l llevara tres meses en el mercado. El G l fue un fracaso tal
entre los consumidores que parecía que haría que construir el siguiente
teléfono fuera más difícil, no más fácil .
Pero sucedió todo lo contrario. La estrella caída del Gl sirvió de
catalizador para que fabricantes y operadores ayudaran a que Android
tuviera éxito. La revolución del iPhone no sólo tenía ocupados a Google
y Android; hacía que todo el sector de los móviles tratara de averiguar
cómo competir con Apple. Motorola y Verizon, dos socios que se habían
mostrado inaccesibles o faltos de interés en Android el año anterior, de
repente estaban particularmente fascinados por él .
Sanjay Jha acababa de ocupar el puesto de consejero delegado de
Motorola en agosto de 2008. La empresa había cometido tantos errores
antes y después del lanzamiento del iPhone que muchos pensaban que
iba a declararse en bancarrota si no se tomaba alguna medida in extre
mis. Por ello, Jha, que tenía una larga relación con Rubin, desde los días
en que era primer ejecutivo en Qualcomm, el fabricante de chips, dio el
paso, inmediato y polémico, de declar que Android sería el único sistema
operativo para los teléfonos de Motorola. Antes de esto, Motorola tenía
1 2 1
una media docena de equipos trabajando en sistemas operativos. Miles
de personas perdieron su empleo.
Entretanto, Verizon, que, a finales de 2007, había dejado claro que
odiaba a Google, empezaba a darse cuenta de que tal vez necesitaba a
Google más de lo que lo detestaba. Los ejecutivos de Verizon habían
querido creer que el acuerdo de AT&T con Apple -que le daba a Apple
todos los derechos de diseño, fabricación y marketing- era una aberra
ción. Se gastaron 65 millones de dólares en el marketing del Le Voyager
en 2007, Y aproximadamente otros 75 millones en el de la BlackBerry
Storm en 2008, con la esperanza de demostrarlo. Pero ambos fueron
fracasos comerciales y de crítica y, a finales de 2008, a John Stratton,
director general de Verizon, empezaba a preocuparle que AT&T y el
iPhone les arrebataran a sus mejores clientes. «Era preciso que entrára
mos en el juego -señala Stratton-. y comprendimos que si íbamos a
competir con el iPhone, no podíamos hacerlo solos .»
La necesidad -incluso la desesperación- común a las tres compa
ñías para dar una respuesta al iPhone permitió todo tipo de nuevas ideas
por parte de sus principales ejecutivos e ingenieros. A Schmidt, que había
considerado que los operadores eran la encarnación del diablo, le sedujo
el, al parecer, sincero compromiso de Verizon de abrir su red para que
otros pudieran usar su ancho de banda para que circulasen nuevas ideas.
Stratton se quedó impresionado por la razonable actitud de Schmidt en
persona; no se parecía en nada al lanzabombas que parecía ser en sus
declaraciones públicas . Jha estaba desesperado por trabajar con ambas
empresas para salvar la suya.
Entretanto, no eran sólo los ingenieros de Jha los que habían llega
do a comprender y respetar a Android: los ingenieros de Verizon habían
llegado a la misma conclusión. Habían estado estudiando detenidamen
te todos los sistemas operativos de los teléfonos inteligentes del mercado
-incluso habían intentado construir uno propio-, y habían llegado a
la conclusión de que Android era uno de los mejores. Era una declara
ción importante por parte de un operador como Verizon, famoso por
querer controlarlo todo en sus teléfonos. En 2005, estaban tan conven
cidos de su dominio del sector inalámbrico que rechazaron la oferta de
Jobs para asociarse en el desarrollo del iPhone. AT&T fue la segunda
opción de Apple. Lo que les gustaba a los ingenieros de Verizon era que
122
hubieran desarrollado Android pensando en el futuro. La mayoría del
software de los teléfonos inteligentes -incluido el iPhone- estaba di
señado de modo que requería conexiones regulares a un pe. Pero, desde
el principio, se había desarrollado Android dando por sentado que algún
día eso no sería necesario, que todos usarían su teléfono inteligente
como el principal dispositivo informático y de conexión a Internet.
y Rubin había diseñado una asociación que era mucho más atractiva
para los operadores que cualquier otra cosa que Apple les hubiera pro
puesto. En ambas plataformas, tanto de Apple como de Android, los que
hacen las aplicaciones tiene alrededor del 70 % de los ingresos por la venta
de su software. Pero Apple se queda el 30 % restante, mientras que Rubin
cedió lo que podría haber sido la parte de Android a los operadores . Al
gunos pensaron que era una locura ceder ese dinero. Rubin pensaba que
era pagar un precio bajo a cambio de darle al Droid todas las probabilida
des de tener éxito. El compromiso de un operador con un aparato podía
significar la diferencia entre el éxito y el fracaso, y Rubin quería darles a
los operadores todos los incentivos para respaldar con fuerza al Droid. Si
el aparato tenía éxito, Android y Google se beneficiarían de tantas otras
maneras -más tráfico de búsqueda, mayores ingresos por publicidad, más
fidelidad de sus clientes- que, al final, valdría la pena.
El potencial de la asociación para el Droid era increíble . Pero Rubin
dijo que la tarea de producir un teléfono hizo que los niveles de estrés
del Gl parecieran ridículos en comparación. A finales de 2008, Jha le
había prometido a Rubin un aparato mucho más rápido que cualquier
otro teléfono inteligente . Le dijo que su pantalla táctil tendría una reso
lución mayor que la del iPhone; que tendría un teclado completo para
los usuarios a los que no les gustaban las teclas virtuales del iPhone. Y le
prometió un teléfono delgado y elegante, que podría competir con el
iPhone en pura estética. Pero cuando, en la primavera de 2009, empe
zaron a aparecer los primeros prototipos en Google, no se parecían en
nada a los diseños que Jha había presentado. Es más, eran horribles. No
había manera de endulzar lo que había pasado: Rubin y su equipo tenían
tanta fe en Jha que no lo habían vigilado lo suficiente. Ahora parecía que
la fe les iba a salir muy cara.
Estaban desesperados. «Parecía un arma. Tenía un aspecto afilado,
dentado, lleno de líneas duras. Parecía que te podrías cortar con los bor-
1 2 3
des -dice Tom Moss, jefe de desarrollo de negocio de Rubin-. Estába
mos muy preocupados. Tuvimos muchas reuniones en las que nos pregun
tábamos: "¿De verdad es éste el aparato que queremos hacer? ¿Deberíamos
tratar de convencer a Motorola de que lo dejara?"» Las consecuencias de
cancelar el proyecto eran enormes. Otra pifia, justo después del decepcio
nante G l , podría consolidar la imagen que el público tenía de Android
como un fracaso. Los ejecutivos de Verizon parecerían unos ineptos. To
davía los culpaban por haber pasado información sobre el iPhone. Y, pro
bablemente, un fracaso significaría el fin de Motorola, la empresa que
había inventado el teléfono móvil . «Era mucho lo que había en juego
-me dijo Rubin en 201 1-. Me iba en ello la carrera.»
Una sensación de fatalidad -y pánico- planeó sobre el proyecto
durante todo el verano. Era preciso entregar el teléfono a las tiendas antes
de Acción de Gracias, en noviembre, pero ahora eso se parecía más a la
fecha de una ejecución que a algo de lo que tuvieran ganas. A los ingenie
ros de Android les preocupaba que no se vendiera, pero seguían teniendo
que trabajar los fines de semana y las fiestas para desarrollar el software .
Entretanto, Jha, Rubin y Stratton hablaban casi cada día, tratando de
encontrar una manera de modificar el diseño sin tener que reestructurar
todos los componentes electrónicos. Y todavía no tenían un nombre para
el teléfono. McCann, la agencia de publicidad de Verizon, desde hacía
tiempo, había presentado una lista de posibilidades -que incluía Dyna
mite- que no le gustaba a casi nadie. Todavía a principios de septiembre,
el aparato seguía con su nombre en clave, Sholes, apellido de Christopher
Latham Sholes, el hombre que inventó la primera máquina de escribir que
alcanzó el éxito comercial en 1874 . Sintiéndose acorralado, Stratton acu
dió a McGarryBowen, una joven agencia de publicidad conocida por sus
ideas nada convencionales. «Les dijimos que tenían una semana», recuer
da Joe Saracino, el ejecutivo de Verizon a cargo del marketing del nuevo
teléfono. Al cabo de unos días, el cofllndador de la agencia, Gordon
Bowen, volvió y les dijo: « ¿Qué tal os suena Droid?»
Visto hoy, lo que McGarryBowen hizo fue sencillo: convertir el
aspecto amenazador del teléfono en su principal activo al comercializar
lo como un antiiPhone. El iPhone era suave y refinado, así que venderían
el Droid como duro y listo para trabajar. La electrónica y el software del
iPhone eran imposibles de modificar, así que ofrecerían su «hackabili-
124
dad» ( la posibilidad de efectuar cambios en el mismo). «Si hubiera ha
bido un teléfono en la película Black Halvk derribado, se habría parecido
al Droid» , dijo Bowen a los ejecutivos. Unas semanas más tarde, a prin
cipios de octubre de 2009, Verizon y su nueva agencia presentaron la
campaña del Droid ante un grupo de doscientos empleados de Android.
Uno de los anuncios mostraba unos bombarderos indetectables Stealth
que dejaban caer teléfonos en una granja, en un bosque y al iado de una
carretera. En otro, se atacaba al iPhone diciendo que era «la reina des
pistada de un concurso de belleza» . En un tercero había una lista de
todo lo que el Droid podía hacer y el iPhone no. Cuando terminaron los '
anuncios, la sala estalló en aplausos. El equipo de Android se había sen
tido desmoralizado, pero «cuando decidieron que iban a lanzar una
ofensiva total contra el iPhone -que íbamos a la guerra-, nos entusias
mamos», dijo Tom Moss.
Cuando lanzaron el Droid, en la fecha prevista, fue un éxito tremen
do, que superó las ventas del iPhone original en sus tres primeros meses.
En enero de 2010, Google lanzó otra andanada contra Apple con un
teléfono que había desarrollado, llamado Nexus One, que fue un fraca
so comercial porque trataron de distribuirlo y venderlo ellos mismos, en
lugar de a través de un operador. Pero fue un éxito técnico. Tenía una
pantalla táctil mayor que la del iPhone . Contaba con un micrófono que
filtraba el ruido para que el usuario pudiera hablar en una calle atestada
sin que el ruido de fondo molestara al que llamaba. Usaba un chip que
funcionaba con la frecuencia de todos los operadores, de forma que el
usuario podía cambiar de operador sin tener que comprar otro teléfono.
Tenía una cámara mejor y permitía que el usuario hablara más tiempo
sin volver a cargarlo . Y lo más importante : tenía todas las funciones
multitáctiles que Jobs había exigido que se retiraran del G1 dieciocho
meses antes . Motorola había lanzado el Droid sin ellas . Pero, una sema
na después de lanzar el Nexus One, Google sacó una actualización del
software para el Droid que añadía también la funcionalidad multitácti l .
Para Jobs, ésa fue la gota que colmó el vaso. Le había dicho a Google
que, si incluía la función multitáctil en sus teléfonos, los demandaría, y,
fiel a su palabra, presentó, al cabo de un mes, una demanda contra el
125
fabricante del Nexus One, HTC, en el tribunal federal de distrito de
Delaware. Empezó a buscar ostensiblemente oportunidades para atacar
a Google y a Android en público. Un mes después del lanzamiento del
Nexus One -y días después de que Jobs presentara su primer iPad-,
dejó a Google por los suelos en una reunión de empleados de Apple.
«Apple no entró en el sector de los motores de búsqueda. Entonces, ¿por
qué Google ha entrado en la telefonía? Google quiere matar el iPhone.
No se lo permitiremos. ¿Su mantra de "no seas malvado"? Caca de vaca.»
En octubre, al final de la conferencia trimestral de cierre, a la que
asistían inversores y analistas de Wall Street, Jobs se pasó cinco minutos
explicando con todo lujo de detalles por qué Android era un producto
inferior en todos los sentidos. Dijo que a los usuarios les resultaba dificil
de manejar, porque cada teléfono de Android funcionaba de manera
diferente. Afirmó que, por esa razón, era ditIcil desarrollar software para
él. Añadió que eso significaba que el software para Android no sería muy
bueno y no funcionaría bien. Sostuvo que el argumento de que Android
era mejor que el iPhone porque su plataforma era abierta y la de Apple,
cerrada, era «una cortina de humo para ocultar el auténtico problema:
¿qué es mejor para el cliente? » Dijo que el mercado respaldaba sus argu
mentos. «Va a ser un desastre tanto para los usuarios como para los de
sarrolladores. »
Sus comentarios más duros, que hizo una semana después de que
Apple demandara a HTC, han sido repetidos cientos de veces desde
que aparecieron en la biografia de Isaacson, a finales de 2 0 1 1 :
1 26
Nuestra denunda dice: «Google, lo que habéis hecho con el
iPhone es un plagio de cojones. Nos habéis copiado a lo bes
tia» . Un verdadero robo. Gastaré mi último aliento antes de
morir si es necesario, y gastaré hasta el último centavo de los
40.000 millones que Apple tiene en el banco para remediar esta
injusticia. Vay a destruir Android porque es un producto roba
do . Estoy dispuesto a ir a una guerra termonuclear por esto.
Están muertos de miedo porque saben que son culpables. Apar
te del buscador, los productos de Google -Android, Google
Docs- son una mierda.
En privado, J obs estaba igual de exaltado. En público, tenía un
largo historial de ocultar sus verdaderas intenciones. En 2004, dijo que
Apple no haría un teléfono mientras estaban trabajando en uno. Por lo
tanto, algunos se plantearon si su ataque despectivo contra Android
obedecía también a motivos ocultos . Pero, durante las reuniones del
equipo ejecutivo de Apple, Android era casi una obsesión para él. Fue
una de las razones de que comprara Quattro Wireless, a finales de 2009,
por 275 millones de dólares. Quattro fue una de las primeras empresas
especializadas en vender, crear y distribuir publicidad para los teléfonos
inteligentes. Google controlaba la publicidad en línea de ordenadores
de sobremesa y portátiles. Jobs no quería que ampliaran ese control
también al teléfono inteligente. «Me parece que pensaba que el conte
nido [ juegos y otras aplicaciones en teléfonos y tabletas] iba a contar con
el apoyo de la publicidad, y que los desarrolladores tenían que ganar
dinero -dijo Andy Miller, consejero delegado y cofundador de Quat
tro-. Pensaba que, si Apple no tenía un equipo propio y compartía los
beneficios, y todo el dinero de la publicidad procedía de Google y Ad
Works, los desarrolladores darían prioridad a trabajar para Android. Así
que eso es lo que se proponía hacer cuando cogió la baja [para el tras
plante de hígado] . Le dijo a Scott [ Forstall ] que eso era lo que quería
hacer, y Scott se reunió con nosotros. »
Miller dijo que trabajar para Jobs fue una experiencia asombrosa,
pero que pronto estuvo claro que Apple no estaba estructurada para tener
éxito como una empresa publicitaria, del mismo modo que Google tam
poco lo está para ser una empresa de productos de consumo. A día de hoy,
iAd genera, probablemente, unos 200 millones de dólares en ingresos
para Apple, según Miller. Es lo que Apple usa para financiar su recién
lanzado servicio gratuito de radio por Internet. Pero, a principios de
2010 , era dificil integrar las ventas de espacio publicitario en la cultura
de Apple. «Hacemos y vendemos las cosas más bellas del mundo.» Miller
recuerda que fue una de las experiencias más apasionantes y agotadoras de
su carrera. «Era un vicepresidente que respondía directamente ante Steve,
y tenía que hacer una presentación para él, Forstall, Eddy eue y Phil Schi
ller cada martes. Hacía una presentación cada semana para el líder del
mundo libre, y el nivel de estrés era enorme. Entretanto, Steve estaba cada
vez más enfermo. Empezamos a reunirnos en su casa. Nadie tomaba una
127
decisión [de publicidad] sin Steve, porque él comprendía la publicidad
mejor que nadie en la empresa. Quiero decir que era el hombre milagro.
Volvía sobre algo, una y otra vez. Pero [ estaba tan visiblemente enfermo
que] al cabo de un rato no podías mirarlo. Era espantoso. Pero Steve era
increíble de verdad. Creo que estuvo haciendo cosas hasta dos días antes
de morir. Lo peor de todo era que casi siempre tenía razón.»
Una ironía que suele olvidarse cuando se habla de la batalla entre Apple
y Google es que, pese a todas las querellas que ya han sido presentadas,
Apple no ha demandado todavía a la propia Google. Sólo ha presentado
demandas contra los fabricantes de los teléfonos Android, como Sam
sung, HTC y Motorola. En privado, Google y también los fabricantes
dan por sentado que Apple comprende que es más fácil convencer a un
juez y/o a un jurado de robo si los abogados pueden poner dos teléfonos
uno al lado del otro, como Apple hizo, con éxito, ante un j urado en
2012, en su pleito contra Samsung. Es mucho más dificil demostrar el
robo de software, en especial un software como Android, que operadores
y fabricantes pueden modificar a voluntad y que Google entrega gratui
tamente. Esto ha creado una extraña dinámica en la batalla entre Apple
y Google . Ha permitido que Google -sobre todo Schmidt, que sigue
siendo la cara más pública de la empresa- siga extrañamente alejada de
una batalla que, en realidad, tiene que ver con Google y su cúpula direc
tiva. Esta guerra es ya una de las peleas empresariales más sucias, largas y
públicas en una generación. Pero, cuando oyes hablar a Schmidt o a
cualquier otro ejecutivo de Google, parece como si la empresa fuera un
simple espectador. Schmidt ha sido tan hábil permaneciendo por encima
de la contienda que a veces parece un padre hablando a un niño que
tiene una rabieta cuando se refiere a Apple y Jobs.
A mediados de 2 0 1 1 , comentando la evolución de Android, me
dijo: «Larry y Sergey y yo mismo comprendemos el valor estratégico de
Android, pero no creo que ninguno de nosotros previera lo estratégico
que llegaría a ser. De vez en cuando se produce una tormenta perfecta.
La competencia comete errores. Acabas con el producto acertado en el
momento acertado. Realmente, no hay otras buenas opciones de pro
ductos. Todo sucede en un momento. Eso es lo que pasó con Android.»
128
A mediados de 2012 , le pedí que me explicara por qué Jobs tardó
tanto en comprender que Google era un competidor, y Schmidt dijo :
«Recuerda que, [en 2008 ] , para Google, [Android] era una empresa
pequeña. No era nada importante . Así que nosotros [Jobs y yo] la su
pervisábamos» .
No quiso contestar a mis preguntas sobre Jobs, diciendo que le
parecía impropio hablar de él en este contexto ahora que está muerto.
Pero en 2010 le dijo a Isaacson: «Steve tiene un modo particular de
dirigir Apple, que es el mismo que hace veinte años, y es que Apple es
una empresa brillante e innovadora en sistemas cerrados. No quieren
que nadie entre en su plataforma sin permiso. Lo bueno de una plata
forma cerrada es el control. Pero Google tiene la firme convicción de
que el planteamiento abierto es mejor porque conduce a más opciones,
más competencia y permite elegir al consumidor» .
A finales de 2012 , Schmidt dijo al Wall Street Journal: « [Nuestra
relación con Apple ] siempre ha sido un ahora sí, ahora no. Está claro que
habríamos preferido que usaran nuestros mapas. Echaron a YouTube de
la pantalla de inicio [de los iPhones y iPads ] ' No estoy del todo seguro
de por qué lo hicieron». Pero añadió que, cualesquiera que fueran sus
desacuerdos, ninguno de los conflictos de Google y Apple fue, ni de
lejos, tan malo como los medios lo pintaron. «A la prensa le gustaría
escribir sobre un modelo de rivalidad adolescente, en plan: "Yo tengo
un arma, tú tienes otra, ¿quién dispara primero?" La forma adulta de
llevar una empresa es dirigirla más bien como si fuera un país. Los países
tienen disputas, pero en la práctica son capaces de establecer intercam
bios comerciales fluidos entre sí, sin bombardearse mutuamente . »
Schmidt es veterano en esta clase de interacciones, y lo hace muy
bien. Cualquiera que haya trabajado con él te dirá que es uno de los eje
cutivos más duros y competitivos que hay. Pregúntale a Rubin cómo era
ser la víctima de unas cuantas charlas de «no la jodas» de Schmidt. «Nada
divertido», dice Rubin. Pero, en público, Schmidt parece cualquier cosa
menos el magnate de Silicon Valley ambicioso y competitivo que es en
realidad. Tiene aspecto de profesor de economía y habla igual que si lo
fuese. Viste habitualmente con pantalones caquis y suéter o una blazer
con corbata, y hace lo imposible para que los periodistas se sientan có
modos en su presencia. Con frecuencia, hace un seguimiento para estar
1 29
seguro, como suele decir, de que ha contestado una pregunta «con clari
dad» . Es uno de los raros ejecutivos que no tienen miedo de contestar
preguntas con franqueza. Sus respuestas están llenas de hechos, datos e
historia. Siempre dice las cosas con alguna intencionalidad, pero rara
mente parece evasivo. La mayoría de los consejeros delegados evitan a
toda costa hablar en detalle con los periodistas. Prefieren parecer evasivos
que perder la oportunidad de insistir en su tema. Schmidt prefiere abru
marlos con datos e información. No teme hablar de hechos que no pa
rezcan apoyar sus tesis. Se limita a ofrecer otros datos que sí que lo hacen.
La aparente timidez de Schmidt en público sirve a muchos objetivos.
No son pocos los que todavía no entienden cómo funciona Google :
cómo gana dinero y qué hace y qué no con toda la información que ve
sobre Internet y sus usuarios. Schmidt es tan bueno explicándolo todo
que, incluso después de ceder las funciones de consejero delegado al
cofundador Page, lo han llamado el explicador en jefe de Google. Estas
explicaciones solucionan dos problemas: mantienen el debate sobre Goo
gle centrado en los hechos. También hacen que Google parezca menos
ambiciosa y competitiva de lo que usuarios, clientes y competidores sien
ten la tentación de creer.
Ha sido algo asombrosamente efectivo, especialmente en relación
con Microsoft. Durante cinco años, Schmidt negó que Google compi
tiera con Microsoft Windows por el control de los ordenadores de so
bremesa, y, durante un tiempo, pareció que Microsoft se lo creía. No
obstante, en 2005, era Google, y no Microsoft, quien tenía la mayor
influencia sobre lo que los usuarios hacían con sus ordenadores. Schmidt
negaba que Google estuviera desarrollando una versión online de Mi
crosoft Office, y Microsoft pensaba que aquella tentativa representaba
una gran amenaza. Sin embargo, en 201 0, los grandes clientes comer
ciales, como la ciudad de Nueva York, empezaron a utilizar algunas de
las aplicaciones de Google para obligar a Microsoft a bajar los precios
del Office. Y Schmidt negó que Google estuviera desarrollando su pro
pio navegador de Internet (para competir con Microsoft, Apple y Mo
zilla, su socio de código abierto, que produce Firefox). Luego, en 2008,
lanzó Chrome, su propio navegador para Internet. Schmidt dijo, de un
modo muy razonable, que con el tiempo había visto claramente que una
empresa como Google, que dependía del acceso a un navegador de In-
1 30
ternet para que la gente pudiera usar sus productos, no debía ceder a
nadie el control del buscador. Pero habría parecido menos maquiavélico
si no hubiera negado los planes de Google con tanta fuerza durante
tanto tiempo.
Parece que Google se ha dedicado a un j uego similar con Apple en
sus ambiciones con los móviles. Dijeron a Apple y a Jobs que no iban
en serio respecto a Android, que quizá descartaran el proyecto, que
nunca competirían con el iPhone, hasta que un día se convirtieron en
sus rivales más encarnizados. Schmidt niega sistemáticamente que él o
alguien de Google hayan hecho nada deshonesto en sus tratos con
Apple, y probablemente es verdad. Como él mismo ha dicho, la inno
vación es sinónimo de desorden; durante un tiempo no estuvo claro que
Android fuera a tener éxito; Google necesitaba que su software estuvie
ra en los dispositivos móviles, y el iPhone y la relación de Google con
Jobs evolucionaron. Pero también es verdad que, ya en 2008, Schmidt,
junto con el resto del equipo ejecutivo sénior de Google, hablaban en
privado sobre lo que Google haría s i el iPhone llegaba a ser tan domi
nante en el mercado de los móviles como el iPod lo era en la música; es
decir, si la puerta de acceso a Internet para los móviles estaba en Apple .
«Era algo evidente de lo que nadie quería hablar en las reuniones de
Android -dijo Cedric Beust, ingeniero de Android-. Un mundo do
minado por el iPhone podía amenazar a Google económicamente [qui
zás obligándolos a pagar un peaje a Apple por el acceso móvil a Internet
a través de un dispositivo] . Pero, además, el modelo que Apple impulsa
tampoco es uno con el que los ingenieros y el resto de la gente en Goo
gle se sientan cómodos . No es la clase de futuro en el que quieren vivir.
Creo que veían que Apple podría ser incluso peor que Microsoft, por la
manera que tenían de excluir de su tienda de aplicaciones todo lo que
no les gustaba y tal . Me parece que estuvo a punto de suceder, pero
creo que el calendario de Android lo impidió y obligó a Apple a ser un
poco más humana y más humilde . »
Otros ejecutivos de Google dijeron que Page fue incluso más agre
sivo que Schmidt a la hora de empujar a Android a convertirse en la
solución móvil de Google, y luego, a principios de 2007, a competir con
el iPhone. Los ejecutivos más cercanos a Page dicen que no les sorpren
de : «A Larry no le apasiona realmente ser proveedor de tecnología para
1 3 1
nadie -explica uno de ellos-o Quiere construir productos y tener usua
rios y controlar nuestro destino como empresa . Así pues [ limitarse a ser
un proveedor de tecnología para Apple en el iPhone] no era realmente
una opción, aunque estoy seguro de que es lo que Apple habría preferi
do» . Con certeza, Schmidt no le contó nada de esto a Jobs -que en
Google estaban más preocupados por Apple que por Microsoft y que
iban más en serio con Android de lo que él dejaba entrever-o Tampoco
debía hacerlo. Pero sí que hace que te preguntes sobre las perspectivas de
acuerdo entre las dos empresas. Cada vez que Schmidt habla de la pelea
entre Apple y Google como si no pudiera entender por qué se volvió tan
desagradable, a Apple le debe parecer como si estuviera hurgando en una
herida.
1 32
6
A n droid p or todas p artes
En 2010, Apple Y Google se enfrentaban en todos los foros posibles: en
los tribunales, en los medios de comunicación y en el mercado. El au
mento de popularidad de Android fue sorprendente, y Rubin, Schmidt y
el resto del equipo de Google se frotaban las manos. En cada una de las
ocasiones que se les presentaron en 20 1 0, se explayaron detallando cómo
se acumulaban las activaciones de Android y cómo los teléfonos móviles
iban a cambiar el futuro de Google y del mundo. En una entrevista para
el New York Times en abril de 2010, Rubin llegó a predecir que Android
reinaría en todo el universo de los móviles. El año anterior su preocupa
ción había sido que Google abandonara Android y que su equipo tuviera
que buscar trabajo. Ahora, en cambio, proclamaba confiado: «[Android]
es una cuestión de cifras. Con tantos fabricantes de equipos originales
( OEM's en inglés) construyendo múltiples productos en múltiples cate
gorías, sólo es cuestión de tiempo» que Android supere a otras platafor
mas de teléfonos inteligentes como iPhone o BlackBerry.
Parecía que poco más importara en lo que se refería a Google . Eso
no era del todo cierto pero tampoco era una exageración. Android inició
el año 201 0 con 7 millones de usuarios. Al terminar ese año había cre
cido hasta los 67 millones, y cada día se añadían trescientos mil clientes
nuevos. Android aún no era rentable, pero se aproximaba rápidamente
a ello. Y, más importante todavía, se incrementaban los ingresos y bene
ficios de otras aplicaciones de Google como el buscador y YouTube,
logrando que cada vez más gente diera de alta cuentas en Google y la
empresa obtuviera así los datos de sus tarjetas de crédito. Cuanta más
gente usaba Android, más búsquedas hacía con Google y en más anun
cios hacía clie .
1 33
Google todavía conseguía la mayor parte de sus beneficios de las
búsquedas en ordenadores de sobremesa y portátiles. Pero todos los
altos directivos de la empresa sabían que ésa no sería la fuente de in
gresos dominante para siempre . Pronto empezaría a disminuir la gente
que adquiría ese tipo de dispositivo, y cada vez más personas compra
rían teléfonos inteligentes y otros aparatos móviles con conexión a
Internet. El crecimiento y los beneficios de Google tras esas cifras eran
sorprendentes . Cada anuncio en un teléfono móvil era más barato que
uno en un ordenador de sobremesa, pero su audiencia y los ingresos
potenciales asociados eran enormes. Las ventas de teléfonos móviles
quintuplican cada año las de ordenadores de sobremesa: 1 .800 millo
nes frente a 400 millones. Google acababa de desembarcar en ese mer
cado.
Gracias a Android, la audiencia potencial de los anuncios y aplica
ciones de Google se quintuplicó.
Todo había funcionado aproximadamente como Rubin creyó que
lo haría: los fabricantes y operadores querían competir con el iPhone, y
el éxito de Rubin con el Droid los convenció de que Android era su
mejor opción para hacerlo. Rubin aprovechó esta oportunidad presio
nando a sus ingenieros para que terminaran tres importantes actualiza
ciones del software de Android en 2010, a un ritmo frenético. A finales
de 2010 , Android no contaba únicamente con grandes éxitos como el
Droid, sino con muchos otros, como el Evo 4G de HTC y el Samsung
Galaxy S. Globalmente, a finales de 201 0 existían casi doscientos mode
los de teléfonos Android disponibles en cincuenta países, y tanto fabri
cantes como operadores esperaban turno para invertir en ellos sus mul
timillonarios presupuestos de marketing. Una encuesta electrónica entre
la audiencia de una conferencia tecnológica organizada por la revista
Fortune en julio de 2010 preguntaba: « ¿Quién dominará el mercado de
los teléfonos móviles inteligentes en cinco años?» El veredicto fue claro:
un 57 % respondió Android; un 37 %, iPhone.
A principios de 201 1 , Schmidt estaba maravillado, no únicamente
por cómo los teléfonos inteligentes habían modificado su tecnología,
sino por cómo se habían convertido en uno de los mayores avances de
la civilización. En un discurso en Alemania, afirmó:
1 34
Disponemos de un producto que te permite hablar con tu telé
fono en inglés y hacer que salga del aparato lo que has dicho en
la lengua materna de la persona con la que estás hablando. Para
mí eso es ciencia ficción. Imagínense un futuro cercano en el
que nunca olvidemos nada. Los ordenadores de bolsillo, con
nuestro permiso, lo recuerdan todo: dónde hemos estado, qué
hemos hecho, a quién hemos fotografiado. A mí me gustaba
perderme, deambular sin saber dónde estaba. Uno ya no puede
perderse . Conocemos nuestra posición exacta, y, por cierto,
también la conocen nuestros amigos si les damos permiso.
Cuando viajamos nunca estamos solos. Ahora nuestros amigos
viajan con nosotros. Siempre hay alguien con quien hablar o a
quien enviar una foto. Imposible aburrirse. Nunca nos queda
mos sin ideas porque tenemos toda la información del mundo
en la punta de los dedos. Y eso no ocurre únicamente con las
élites. Históricamente, ese tipo de tecnología sólo estaba al al
cance de los privilegiados y no de la gente normal . Si existía un
efecto cascada, necesitaba toda una generación para cuajar. Pero
esta vez la visión es accesible a todas las personas del planeta. Va
a ser emocionante ver lo inteligentes y capaces que son esas per
sonas que hasta ahora no tenían acceso a nuestro nivel de vida,
nuestras universidades, nuestra cultura. Cuando lleguen, nos
van a enseñar cosas. Y están llegando. Hay casi 1 .000 millones
de teléfonos inteligentes en el mundo, y en los mercados emer
gentes la tasa de crecimiento del producto es mucho mayor que
en cualquier otra parte. Estoy entusiasmado con ello.
El sector de las telecomunicaciones había estado muy preocupa
do por la posibilidad de que Rubin, como hizo Bill Gates en los años
noventa con Microsoft Windows, tratara de marginar a los fabricantes
de pe. Pero Rubin había insistido en que ése no era su plan, y parecía
que se atenía a su palabra . Rubin permitió a cada operador y fabrican
te añadir sus propias aplicaciones al sistema Android para diferenciar
se los unos de los otros . Y dio a los operadores e l 30 % de los ingresos
de la tienda de aplicaciones, que en cambio Apple se reservaba para
sí misma.
1 35
En un negocio tan rígido como el de la telefonía móvil, la estrategia
de Rubin resultaba realmente innovadora. Y lo era: crear tanta compe
tencia entre operadores y fabricantes como fuera posible . Luchando por
competir contra el iPhone, también competían entre ellos . Con anterio
ridad, los fabricantes diseñaban teléfonos que gustaran a los operadores
más que a los consumidores, porque, al menos en el caso de Estados
Unidos, dependían de las subvenciones de los primeros y de su apoyo en
el área de marketing para vender sus teléfonos . Pero quedó claro que,
para competir con el iPhone, tendrían que abandonar sus viejas costum
bres. Verizon y Motorola aprendieron la lección con el Droid. Ahora lo
esencial era hacer teléfonos que los consumidores quisieran comprar.
Operadores y fabricantes no hablaban demasiado de ello, pero sus
acciones los delataban. HTC adquirió una empresa de diseño, One & Co,
para que colaborara en la fabricación de teléfonos más atractivos. La im
portancia que dan al diseño en Samsung se parece tanto a la de Apple que
se convirtió en el centro permanente de sus demandas judiciales sobre
patentes. Los operadores empezaron a escuchar las quejas de los consu
midores. En otoño de 201 0, Vodafone trató de imponer muchas de sus
propias aplicaciones a los consumidores de algunos teléfonos inteligentes
HTC Android. Cuando éstos se dieron cuenta de que no podían elimi
narlas, la reacción fue tal que en una semana Vodafone había dado mar
cha atrás. Lanzó una actualización de software que eliminaba las aplica
ciones y devolvía los teléfonos a su estado original.
Cuando Rubin me explica esto en la sala de conferencias situada en
el vestíbulo de su despacho, parece un hombre que ha estado meditando
sobre esta evolución durante largo tiempo.
Lo que desapareció en 2008 [y obligó al sector a reflexionar]
fue el concepto de coto privado; desapareció por completo .
y [ a pesar de lo que muchos dicen] no fue culpa del iPhone.
Fue a causa de Internet. La aplicación asesina * que los consu
midores deseaban era disponer de Internet allá donde estuvie-
* En inglés, killer application o killer app es una aplicación informática que cambia
completamente la forma de competir en un mercado, convirtiéndose en imprescindi
ble y validando o descartando determinada tecnología. ( N. del T)
1 36
rano Hubiera sido poco inteligente [por parte de operadores y
fabricantes] competir con Internet. ¿Cómo hacer algo así? An
droid permitió a ambos sacar ventaja de Internet de forma con
trolada. Nuestro argumento fue: «Ustedes tienen costes. En
tendemos de qué costes se trata. Quieren diferenciarse y no
desean que su producto se convierta en una mercancía más. Por
eso vamos a darles esto y eso y aquello: la clave para resolver la
ecuación» .
E n cristiano : ninguno d e nosotros puede vencer a Apple por su
cuenta. Pero, si trabajamos j untos, cada uno centrado en aquello en lo
que realmente destaca, no sólo podemos vencer a Apple, sino que forta
leceremos nuestras empresas, haciéndolas más rentables que antes.
Las fuerzas del mercado que Rubin organizó y los incentivos que
estableció no siempre funcionaron a la perfección. A pesar de todos sus
esfuerzos, operadores y fabricantes tardaron en desplegar las actualiza
ciones de software de Android. Algunos teléfonos disponían de la última
versión de Android mientras que otros aún funcionaban con la previa e
incluso con la anterior a ésta. Eso implicaba que no todas las aplicaciones
de la tienda de Android funcionaban en todos los teléfonos, y hacía que
en ocasiones los consumidores pensaran que estaban comprando un
teléfono con el último y mejor software de Android, dándose cuenta a
posteriori de que eso no era cierto.
Sin embargo, la presión del mercado sobre la industria era mucho
mayor de lo que jamás había sido en el pasado. Rubin se aseguró de que
cada año hubiera al menos un modelo de teléfono que operadores y fa
bricantes no pudieran personalizar con su propio software, como, por
ejemplo, el HTC Nexus One y el Samsung Nexus S en 2010 . De ese
modo, si a los consumidores no les gustaban el HTC Sense, el Samsung
TouchWiz o cualquiera de las adaptaciones que esos u otros operadores
o fabricantes usaban para diferenciarse en el mercado, siempre disponían
de alternativas.
Y, lo que es más importante, en 2010 Android era suficientemente
bueno como para ofrecer a los consumidores algo que éstos habían em
pezado a desear: la posibilidad de elegir. Apple había controlado comple
tamente el mercado de teléfonos inteligentes de gama alta durante tres
1 37
años. Pero sólo disponía de un modelo, con un conjunto cerrado de ca
pacidades y posibilidades de personalización clisponibles, en Estados Uni
dos, únicamente a través del operador AT&T. En 2010, algunos teléfonos
Android no sólo eran visualmente tan atractivos como los iPhones, sino
que eran mejores en algunos aspectos . Sus baterías podían reemplazarse,
sus memorias se actualizaban y disponían de un software más personaliza
ble. Muchos de los teléfonos Android tenían pantallas más grandes que
las de los iPhones. Todos podían trabajar en modo multitarea, con más de
un programa funcionando a la vez, cosa que el iPhone no podía hacer.
Cualquier desarrollador de software con una idea podía hacer que su pro
grama apareciera en la lista de la tienda de aplicaciones de Android sin
haber sido previamente aprobada, a diferencia de Apple . Los teléfonos
Android eran mejores para ver vídeos porque disponían de un reproductor
que funcionaba con Adobe Flash. Apple había prohibido el uso de esta
tecnología por considerarla de poca calidad, pero, sin embargo, era el
estándar para la reproducción de vídeos en Internet. En Estados Unidos,
los teléfonos Android operaban tanto con la red T-Mobile como con Ve
rizon, lo que para muchos era de por sí una ventaja competitiva. AT&T
tenía el iPhone, pero éste era tan popular que la fiabilidad de la red se
resentía, con velocidades bajas de Internet y una tasa mayor de lo habitual
de llamadas fallidas.
Rubin hizo todo lo que pudo para argumentar a favor de Android
en todas partes. En 2010 , por primera vez en toda su carrera, todo el
mundo estaba ansioso por escucharlo . Recibía miles de peticiones de
entrevistas por parte de los medios, era asediado en las conferencias y
disfrutaba de línea directa con los consejeros delegados de todas las
compañías fabricantes y operadoras de teléfonos móviles en el mundo,
que querían que les ayudara a acertar con sus mensajes.
Fue una suerte que sus competidores de Apple y AT&T hicieran
todo lo posible por ayudarle . Semanas antes de que Jobs presentara el
iPhone 4, la web de tecnología Gizmodo estropeó el elemento sorpresa
que utiliza Apple en todos sus lanzamientos de producto. Un ingeniero
de Apple que realizaba de forma legítima un testeo de errores fuera de
la compañía olvidó su prototipo en un bar de la ciudad de Redwood.
Gizmodo lo consiguió y publicó fotografias del mismo. Más tarde, des
pués de su lanzamiento en junio, los revisores descubrieron que la ante-
1 38
na envolvente del iPhone 4 tenía un ángulo muerto. Eso forzó a Jobs a
convocar una rueda de prensa para minimizar los daños. Estos proble
mas se sumaban al descontento creciente de los consumidores con el
operador de red estadounidense AT&T, que había sido incapaz de ma
nejar el incremento de tráfico que el iPhone había causado en su red, de
modo que en 2010 sus clientes estaban furiosos y lo explicaban. Estas
tres historias se convirtieron en noticias internacionales en 2010 y fue
ron motivo de escarnio para los cómicos de los programas nocturnos.
Además, dieron a Rubin y a otros miembros de la comunidad Android
oportunidades ilimitadas para subrayar las diferencias entre la manera de
hacer de Apple y la de Android. Y las aprovecharon bien.
Resulta fácil de comprender, desde un punto de vista racional, por
qué Jobs estaba tan enfadado por la pérdida del prototipo. Tenía la sen
sación de que habían atracado a la mismísima Apple . Cuando el proto
tipo fue encontrado por otros clientes del bar, éstos llamaron primero a
Apple. Pero, al no obtener respuesta, se pusieron en contacto con algu
nos medios de comunicación. Gizmodo compró el prototipo por cinco
mil dólares, arguyendo que no sabía si era realmente un iPhone. Jobs
estaba preocupado porque las fotografias de Gizmodo costarían a la com
pañía millones en ventas perdidas y rumores en el mercado. Pocos se
animarían a comprar el iPhone que estaba en venta en ese momento
sabiendo cómo sería el nuevo y cuándo se lanzaría. Y Apple conseguiría
menos cobertura para la presentación del iPhone 4 ahora que ya no era
una novedad. Sin embargo, Apple y Jobs habían ganado tanto dinero y
poder en ese momento que no parecían víctimas sino matones. La ofici
na del sheriff de San Mateo abrió una investigación para determinar si
Gizmodo se había hecho con una propiedad privada de forma ilegal .
Tenían una orden de registro de la casa del periodista de Gizmodo y se
incautaron de su equipo informático. Parecía que Jobs lo había orques
tado todo porque apoyaba públicamente la investigación. El periodista
de Gizmodo quedó libre de cargos y le devolvieron el equipo informáti
co. Pero los periodistas se apresuraron a preguntar a Rubin por el tema,
y él se sintió felizmente obligado a responder. Cuando el periodista del
New York Times le preguntó qué haría él si encontraran en un bar uno
de los prototipos de Android, respondió: «Me gustaría que, si eso ocu
rriera, alguien escribiera sobre el tema. La transparencia elimina secre-
1 39
tos» . El mensaje implícito era inteligente : si poseer un iPhone te hace
sentir parte de un Estado totalitario, es porque la empresa que lo fabrica
está dirigida por un déspota. Prueba con Android.
En el mes de junio estalló el «Antennagate», y, con él, la duda sobre
si el iPhone era realmente el teléfono mejor diseñado y más hermoso del
mundo. Apple había ideado la manera de situar todas las antenas en la
parte exterior del aparato: tres tiras de metal finas y brillantes rodeaban
el perímetro del teléfono. Se suponía que eso mejoraba la recepción del
móvil. Jobs lo dijo bien claro cuando anunció que el iPhone era el ejem
plo perfecto de la complementariedad entre forma y función. Pero los
críticos descubrieron que si se cogía el teléfono de determinada manera
-especialmente en el caso de los zurdos-, era muy fácil que uno de los
dedos tapara el punto en que convergían dos extremos de la antena y se
degradara la señal. Jobs se vio obligado finalmente a convocar una rueda
de prensa para explicar cuál era el problema y ofrecer una solución: una
carcasa gratuita.
Pero J obs no pudo resistir la tentación de subrayar que los teléfonos
Android tenían problemas similares, y eso se volvió en su contra. Mu
chos miembros de la comunidad Android se burlaron públicamente de
la conocida arrogancia de Jobs en referencia a la belleza de los productos
de Apple. « ¿Sabes? He oído que el mensaje de voz más popular del iPho
ne 4 es: "Lo siento, no puedo responder a tu llamada, estoy sujetando
el teléfono". No creo que sea un problema con el Droid X», dijo Sanjay
Jha, el consejero delegado de Motorola, en una conferencia sobre tec
nología patrocinada por la revista Fortunc. Él y otros miembros de la
comunidad Android bautizaron jocosamente el problema como «la te
naza mortal del iPhone» .
Sin embargo, la comunidad Android aún se divirtió más con el «Co
nenectiongate» , los problemas del iPhone debidos a la falta de fiabilidad
de la red inalámbrica de AT&T. Los operadores disfrutan criticando las
redes de sus competidores, y los consumidores disfrutan criticando a sus
operadores, pero históricamente las diferencias reales entre servicios
inalámbricos habían sido anecdóticas. Con AT&T y el iPhone, los pro
blemas de conexión y calidad de las llamadas eran enormes comparados
con los de recepción de otros operadores, y parecieron empeorar duran
te 2009 y principios de 2010 . El problema era muy sencillo: antes del
140
iPhone nadie había construido un ordenador de bolsillo que pudiera no
sólo navegar por Internet sino visualizar vídeo en tiempo real . Por con
siguiente, las previsiones de AT&T sobre tráfico de datos estaban muy
lejos de lo necesario. Por otra parte, la solución era compleja. AT&T
necesitaría dos o tres años y casi 50 .000 millones de dólares para actua
lizar su red de forma que pudiera manejar el nuevo volumen de tráfico. Ésa no es una explicación satisfactoria para clientes que han firmado
contratos con cláusulas de permanencia de dos años y que pagan como
mínimo 1 00 dólares al mes por el servicio.
Pocos lo hubieran sabido manejar bien, y AT&T Y Apple lo hicie
ron mal . Apple culpó de todo el asunto a AT&T, aunque el propio
iPhone era la fuente de algunos de los problemas de conexión. Apple
rechazó cualquier modificación de la manera en la que el iPhone mane
jaba los datos, aunque eso hubiera ayudado. Mientras tanto, la opera
dora -por lo menos, al principio- respondió a la defensiva más que
proactivamente . A finales de 2009, Verizon estaba acorralando a AT&T
con una serie de «mapas anuncio» , afirmando que las irregularidades de
la red 3G de AT&T tenían la culpa de la mala calidad del servicio. Los
clientes de AT&T empezaron a pastear noticias sobre llamadas fallidas
con la etiqueta de Twitter #ATTFAIL. La compañía empeoró las cosas
denunciando a Verizon en lugar de defenderse con sus propios anuncios.
En 2010, muchos consumidores estadounidenses compraron teléfo
nos Android sólo para no tener a AT&T como operador. Jobs había es
tado presionando a los ejecutivos de la operadora para acelerar las actua
li�aciones desde el lanzamiento del iPhone en 2007. Pero su poder era
limitado hasta el principio de 201 1 , cuando el periodo de exclusividad de
AT&T venciese y Verizon pudiera ofrecer también el iPhone. Consideró
la posibilidad de abandonar AT&T y pasarse a Verizon en muchas oca
siones, pero siempre terminó concluyendo que el cambio era demasiado
arriesgado. Hubiera requerido rediseñar el iPhone, ya que los teléfonos
de Verizon usaban estaciones base de mayor tamaño que los teléfonos de
AT&T, y no quedaba espacio libre en el iPhone para albergarlas. Las es
taciones base de Verizon eran conocidas por ser grandes consumidoras
de batería. En última instancia, en el momento álgido del problema, en
2009, no estaba nada claro que Verizon fuera capaz de manejar mejor el
tráfico que generaba el iPhone. «Se hablaba mucho en la compañía de
141
"por qué seguíamos con ese lastre [AT&T] " -recuerda Bob Borchers-.
Pero cada vez que lo comentábamos concluíamos que las incertidumbres
tecnológicas eran excesivas para que el cambio fuera seguro. »
Jobs no disimuló su indignación ante todos esos problemas en el año
2010 . De hecho, hablaba tanto del asunto que en otoño empezó a parecer
a la defensiva, engreído y pedante. En ese momento sus críticas no eran
únicamente para Android como opción de poca calidad para los consumi
dores, sino que cuestionaba públicamente las cifras de ventas y altas de
Google. No era sólo que tuviera la sensación de que Google lo había
apuñalado por la espalda, sino que estaba avergonzado por haber juzgado
mal el atractivo de Android. Dijo a sus ejecutivos que creía que, si no
frenaban el avance de Android, peligraba el futuro de Apple. Uno de los
ejecutivos que escuchó la charla de Jobs expresó los sentimientos de éste
de la siguiente manera: « [Android] amenazaba nuestra existencia. El ne
gocio de Apple dependía de la venta de sus dispositivos por un precio muy
superior al coste de fabricación para luego invertir el margen en el desa
rrollo de nuevos productos. La actitud de Android era completamente
distinta. Google tenía como objetivo hacer crecer la plataforma, sin repa
rar en el coste o el beneficio de los dispositivos . Se ganaba la vida con los
anuncios, no con el hardware» . En opinión de Jobs, ambos planteamien
tos no podían coexistir.
Jobs lanzó el iPhone en 2007 pensando no sólo que había creado
un dispositivo bello y revolucionario, sino que aprovechaba la platafor
ma de contenidos dominante en el mundo, iTunes. Gracias al iPod
-con más de 1 00 millones de unidades vendidas en el año 2007-
prácticamente todo el mundo que tuviera un ordenador manejaba y
compraba su música a través de ese software . Existían pocos incentivos
para usar otros reproductores de música que no fueran iPod, que ade
más incentivaba a las familias por la compra de más de una unidad.
Apple disponía de tres modelos de iPod, con una amplia gama de co
lores y memorias . Y se aseguró de que fuera un horror utilizar hard
ware o software de la competencia. La única manera fácil de meter
música en un iPod era la tienda de iTunes, a menos que uno quisiera
copiarla de sus propios CD. Muchos dispositivos que no eran Apple
142
tenían problemas para conectarse con iTunes y no reproducían todas
las canciones compradas a través de la tienda.
La simbiosis iPod-iTunes era digna de verse. Como Microsoft Win
dows en la década de 1990, se retroalimentaba, y en 2007 parecía ser
una fortaleza inexpugnable. Ésa era la razón por la que Apple tenía el
monopolio de los reproductores de música: más del 70 % de cuota de
mercado. En Apple todo el mundo sabía que la dinámica del mercado
global de teléfonos móviles era distinta de la que regía para los repro
ductores de música. El mercado era mucho mayor y estaba dominado por
algunas de las corporaciones más grandes del mundo. Sin embargo, cuan
do las ventas del iPhone despegaron, resultó dificil para Jobs y el resto de
Apple no preguntarse si la historia se estaba repitiendo y el iPhone podía
dominar rápidamente el mercado como lo había hecho el iPod.
Durante años, Apple se había preocupado por la posibilidad de que
cualquier competidor potencial que apareciera en el mercado -RIM,
Nokia, Walmart, Amazon, Dell, Microsoft y diversos operadores de redes
inalámbricas- rompiera la hegemonía del iPod. Sin embargo, ocurrió lo
contrario. Todos los que plantaron cara a Apple fracasaron. Mientras
tanto, el iPhone incrementaba el dominio de Apple . Había vinculado a
sus clientes al iPod, ligando toda su música a iTunes. La historia de amor
de los clientes de iPhone con la tienda de aplicaciones era algo similar. En
muy poco tiempo, los usuarios habían gastado de 50 a 1 00 dólares en
aplicaciones, lo que significaba que tendrían que volver a invertir ese di
nero si deseaban las mismas aplicaciones en Android u otra de las plata
formas de telefonía inteligente.
Pero en 201 0 también quedó claro que Rubin y Android jugaban a
un juego mucho más sofisticado que los anteriores competidores de
Apple. Para ellos, el núcleo no estaba en los ordenadores portátiles o
de sobremesa, sino en los millones de máquinas anónimas que funcio
naban 24 horas al día, 7 días por semana, en la gigantesca red de servi
dores de Google hoy conocida por todos como «la nube» . La conexión
y sincronización con el ordenador -como debía hacerse con iTunes
sólo era necesaria cuando los aparatos no tenían conexión inalámbrica o
cuando el ancho de banda era tan lento que no resultaba operativo. Pero
en 201 0 ninguna de las dos cosas seguían siendo un problema, lo que
llevó a Rubin y al equipo de Android a preguntarse: ¿por qué limitar a
143
los usuarios a una sola máquina cuando los chips inalámbricos y las es
taciones base que formaban parte de los teléfonos inteligentes les per
miten tener acceso a cualquier máquina?
Ahora Android se sincronizaba por conexión inalámbrica con cual
quier servidor de correo electrónico, contactos o agendas, estuvieran al
macenados en Google, Microsoft o Yahoo! o en la empresa donde traba
jaba el usuario. La música y las películas podían descargarse desde Amazon
y no sólo desde la tienda de iTunes. Spotify y Pandora ofrecían servicios
de suscripciones musicales por tarifas mensuales muy económicas. Los
desarrolladores se volvieron locos para garantizar que todos los programas
disponibles en la tienda de aplicaciones de Apple pudieran encontrarse
también en la tienda de Android. En lo que se refería al contenido limita
do a iTunes, Google y el resto de la industria de software desarrollaron
programas que facilitaban su extracción y uso en Google o donde fuera.
Con tantas maneras nuevas de descargar y disfrutar de contenidos
en los dispositivos Android, la penalización por no tener un Apple y no
disponer de conexión a la tienda iTunes disminuyó. Sin esta restricción,
miles de usuarios optaron por dispositivos Android, y Jobs estaba muy
preocupado por la posibilidad de que esa tendencia se acelerara, según
recuerda el equipo ejecutivo de Apple en ese momento. El monopolio
de iTunes como centro de contenidos había empezado a evaporarse .
Uno de los rasgos menos conocidos del genio de Jobs salía a la luz :
su visión esencial de la tecnología no había cambiado desde que fundó
Apple en 1 976 y creó el Macintosh en 1984. Mientras la mayoría de los
directivos de las empresas de tecnología punta luchaban para adaptarse
a un mundo en permanente cambio, Jobs nunca dudó de que los con
sumidores escogerían el producto más bello y mejor diseñado. Conti
nuaba creyendo que sólo él sabía lo que eso -algo absolutamente sub
jetivo- significaba. Y seguía pensando que la única manera de garantizar
el éxito de su visión era controlar íntegramente la experiencia del usua
rio: el software, el hardware y los contenidos a los que el cliente accedía.
Sin embargo, el crecimiento de Android ponía en duda todo eso.
J obs mantuvo siempre que su lucha con Android no se parecía en nada a
la que mantuvo con Bill Gates y Microsoft en la década de 1980. Pero
144
prácticamente todos los demás, en Apple y fuera de ella, lo veían asÍ .
Android y iPhone eran dos plataformas en guerra, y en ese tipo de con
flicto en general el ganador se lo lleva todo. Quien vence termina con el
75 % de la cuota de mercado y los beneficios, y quien pierde debe luchar
para continuar en el negocio.
Microsoft venció en la guerra contra Apple gracias a una distribu
ción extensiva de su software, lo que generó una mayor oferta de aplica
ciones que atrajo a más consumidores. Una vez los clientes habían in
vertido cientos de dólares en aplicaciones que sólo funcionaban con una
plataforma, el coste del cambio era mucho mayor. En última instancia,
todos comenzamos utilizando ordenadores que funcionaban con siste
ma operativo Microsoft DOS y luego Windows porque es lo que hacía
todo el mundo. No se trata de un comportamiento aborregado, sino de
algo completamente racional. Los ordenadores sólo resultaban útiles si
el trabajo que se hacía en uno de ellos se podía utilizar en otro. Ésta fue precisamente la estrategia de Android. En 2010, el ecosis
tema Android estaba lejos de ser sólido. La tienda de aplicaciones An
droid estaba mal organizada y a los desarrolladores les costaba ganar
dinero con ella. Apple, el pionero, llevaba tres años de ventaja, lo que le
había permitido vender casi 60 millones de iPhones, crear una tienda
con más de 200.000 aplicaciones y establecer un ecosistema de desarro
llo que había generado más de 1 .000 millones de dólares en dos años.
Pero como cualquier fabricante de teléfonos podía hacer un teléfono
Android, la plataforma Android crecía exponencialmente. A finales de
201 0, tenía la misma dimensión que la del iPhone, y parecía que era sólo
cuestión de tiempo que Google resolviera los problemas de su tienda de
aplicaciones.
Apple estaba más preocupada por la posibilidad de que Rubin pu
diera triunfar sin necesidad de atraer a demasiados clientes de iPhone. El
número de personas que cambiaría en los años siguientes, a nivel mun
dial, los teléfonos móviles por teléfonos inteligentes iba a ser tan enorme
que sólo tenía que centrarse en ese grupo -y no necesariamente en los
clientes de iPhone- para conseguir dominar el mercado de la telefonía
inteligente . Parecía imposible que Jobs perdiera dos batallas de la misma
manera con una generación de diferencia. Pero eran tantas las semejan
zas entre las dos contiendas que resultaba dificil no pensar en ello.
145
Siempre han existido buenas razones para creer que la lucha entre
Apple y Google podía no resolverse como lo había hecho la de Apple
contra Microsoft . Los desarrolladores parecían más capacitados para
elaborar software para ambas plataformas de lo que lo habían sido en
la década de 1 980 . Los costes de cambio entre plataformas eran tam
bién menores. En aquel entonces, un pe costaba más de 3 .000 dólares
y cada licencia de software más de 50 dólares. En esta ocasión, los
costes eran diez veces menores . Un teléfono nuevo asociado a un ope
rador cuesta hoy 200 dólares, y cada aplicación, menos de 3 dólares, si
no es gratuita. Y el resto de los implicados -los operadores- conti
núan estando muy interesados en asegurarse de que los consumidores
disponen de tantas formas de conectarse a sus redes y pagar por ello
como sea posible .
Lo que los directivos de Google y Apple han entendido siempre es
que, si la batalla termina en tablas -si de algún modo ambas plataformas
para móviles logran coexistir en armonía-, será una excepción histórica.
La cobertura mediática del j uicio antimonopolio contra Microsoft de
hace catorce años provocó un análisis en profundidad del modo en que
se había construido el monopolio de Windows en el mercado de los
ordenadores : si existe un número suficiente de usuarios de una platafor
ma tecnológica, se genera una especie de vórtice que obliga a todo el
mundo a usarla. Pero esas fuerzas económicas no han sido exclusivas del
caso Microsoft. Todas las grandes compañías tecnológicas han intentado
desde entonces crear un vórtice de ese tipo para sus negocios.
Así fue, por supuesto, cómo J obs dominó el mercado de los repro
ductores de música con el iPod. Y también fue así cómo Google en 2004
empezó a cuestionar el dominio de Microsoft en tecnología punta y situó
a Yahoo ! al borde del abismo. La enorme calidad del motor de búsqueda
de Google le aseguraba la mayor parte del tráfico . Eso le permitía dispo
ner de los mejores datos sobre los intereses de los usuarios. Esos datos
hacían que los anuncios relacionados con las búsquedas, que aparecían
en un lateral de las mismas, fueran muy eficaces. Este círculo virtuoso
fomentaba más tráfico, más datos y mejores anuncios. Los esfuerzos que
pudieran hacer Microsoft y Yahoo! para atraer tráfico con menores tarifas
publicitarias y un mejor resultado de las búsquedas eran inútiles: Google
siempre era capaz de ofrecer un trato mejor.
1 46
eBay hizo lo mismo con las dos docenas escasas de empresas de
subastas en línea que existían, como OnSale y uBid. Al permitir a com
pradores y vendedores comunicarse con facilidad y otorgarse valoracio
nes mutuas, creó una comunidad que se autocontrolaba. Eso disparó el
crecimiento de los que pujaban. Cuanto mayor era la comunidad que
pujaba en eBay, más fiables eran sus precios. Cuanto más fiables eran
éstos, más personas querían pujar. Y eso hacía que cada vez menos gen
te pujara en las páginas de la competencia. La red social Facebook es el
ejemplo más reciente del poder derivado de la dimensión de las platafor
mas . Su tecnología superior le permitió ofrecer a los usuarios mejores
funciones que su competidor MySpace . Mejores funciones hacían a Fa
cebook más útil . Cuanto más útil, más datos compartían sus usuarios.
Esos datos permitían a Facebook ofrecer nuevas funciones. Pronto la
gente se apuntaba a Facebook porque todo el mundo lo hacía.
Mientras la batalla de plataformas para móviles continúe, es proba
ble que los ecosistemas de Google y Apple sean capaces de coexistir a
largo plazo y generar grandes beneficios e innovación para ambas em
presas. Pero, en vista de la historia reciente, tendrán que luchar como si
eso no fuera a ocurrir. «Es como la batalla por el monopolio que los
chicos del cable y los de los teléfonos mantuvieron hace treinta o cua
renta años», dijo Jon Rubinstein, que fue largo tiempo alto ejecutivo de
Apple y anteriormente había sido consejero delegado de Palmo «Ésta
será la próxima generación. Todo el mundo (Apple, Google, Amazon y
Microsoft) está intentando construir su coto privado y controlar el ac
ceso al contenido y tal. Es realmente algo grande. » En otras palabras, no
es algo en lo que Apple o Google puedan permitirse una equivocación.
147
7
E l iPad lo camb ia todo. O tra vez
La respuesta de Jobs a la estrategia de Android en todas partes fue simple
y audaz: presentó el iPad. Si Google trataba de ganar la carrera de las
plataformas móviles en extensión, J obs quería que el mundo supiera que
él la ganaría en profundidad. Quizá más personas en el mundo optarían
por teléfonos Android que por iPhones . Pero los que tenían iPhones
también tendrían iPads, iPod Touches y toda una serie de otros produc
tos de Apple que funcionaban con el mismo software, todos ellos conec
tados con la misma tienda en línea y generando mayores beneficios para
todos los implicados.
Sólo alguien que tuviera la confianza en sí mismo que tenía Jobs
habría tenido lo que hay que tener para poner el listón tan alto. Pero por
eso resultaba tan cautivador. Lo único que Rubin tenía que hacer para
extender Android era incorporarlo a más y más máquinas. Del mismo
modo que Gates con Windows, no le preocupaba qué productos triun
farían y cuáles no, mientras en conjunto la plataforma Android siguiera
creciendo. Para que la estrategia de Jobs en Apple funcionara -que la
plataforma iOS creciera verticalmente-, necesitaba acertar en todas las
novedades. Cada nuevo producto Apple que se lanzara al mercado tenía
que ser un éxito, así como cada una de las actualizaciones de los produc
tos existentes. De hecho, cuando los ejecutivos tanto dentro como fue
ra de Apple se preguntaron si J obs estaba cometiendo el mismo error en
su lucha contra Android que había cometido en su lucha contra Micro
soft -si su plataforma era excesivamente rígida-, concluyeron que si
algo hacía era incrementar esta rigidez. A partir de 2010, Jobs tenía cada
vez más productos Apple ensamblados con tornillos especiales que difi-
1 49
cultaban la apertura de sus carcasas a cualquiera que estuviera armado
con un destornillador clásico. Parecía algo anecdótico, pero para los
integrantes de Silicon Valley el simbolismo estaba claro: uno de los men
sajes de Android a los consumidores era la flexibilidad del software y de
los aparatos . Jobs estaba dejando claro que Apple no estaba interesada
en los clientes «manitas» .
Minutos después de que Jobs presentara el iPad, el 27 de enero de
2010 , todo sugería que Apple había elevado enormemente el listón.
Cuando subió al estrado, seguía demacrado después de su trasplante de
hígado de hacía nueve meses, pero todos los detalles de la presentación
fueron impecables. Realmente admirable. Muchos sabían que Jobs iba a
presentar una tableta a pesar de lo que le había contado a Walt Mossberg
del Wall Street Journal siete años antes. «Resulta que mucha gente quie
re teclados . . . Miramos la tableta y pensamos que va a fallar» , dijo Jobs.
Obviamente, lo había reconsiderado. Durante meses se propagaron ru
mores de que Apple estaba desarrollando una tableta, y el consejero
delegado de uno de los socios editoriales de Jobs lo confirmó en televi
sión un día antes de la presentación . Sin embargo, el diseño del iPad era
tan meticuloso que sorprendió a todo el mundo.
Jobs aprovechó la sacudida que se produjo a nivel global. Presentó
su innovación al mundo de forma más pausada de lo habitual, como si
tratara de ayudar a su audiencia a completar un enorme rompecabezas.
Puso una diapositiva con fotos de un iPhone y un portátil Macbook, con
un signo de interrogación entre ambos, y preguntó: « ¿Existe espacio
para una tercera categoría de productos entre ambos? Nos hemos hecho
esta pregunta durante años. El listón está muy alto . Si se creara una
nueva categoría, debería demostrar que es mucho mejor en determina
das funciones clave . Mejor que los portátiles. Mejor que los teléfonos
inteligentes . . . De otro modo, su existencia no se justificaría» .
A continuación enunció y rebatió la que se había convertido en l a
respuesta habitual a esta pregunta: «Hay gente que cree que se trata de
un portátil ultraligero. El problema es que los portátiles ultraligeros
no son la mejor opción en nada. Son lentos. Tienen pantallas de baja
calidad. Y funcionan con el viejo y anticuado software de los ordena
dores [Windows ] . No son mejores que los portátiles. Sólo son más
baratos» .
1 50
Entonces, y sólo entonces -después de más de dos minutos de
preparación-, dijo lo que todo el mundo estaba esperando: «Creo que
tenemos la respuesta» . Y, con eso, una fotografia del iPad apareció ar
moniosamente en la diapositiva, entre el iPhone y el Macbook.
No fue sólo que la visión del iPad cautivara a todo el mundo. Mu
chos se preguntaron si estaban asistiendo a un inmenso error cometido
por el mayor emprendedor del mundo. La tableta pertenecía a la cate
goría de productos de electrónica de consumo más desacreditada a nivel
global . Los emprendedores habían tratado de desarrollar tabletas desde
el nacimiento de los pc. Se había intentado tantas veces que la opinión
generalizada es que era imposible.
Alan Kay, que para los frikis informáticos es lo que Neil Armstrong
para el programa espacial, esbozó un programa para el desarrollo del
Dynabook en 1968 y lo volcó en un documento de 1972 titulado : «Un
ordenador personal para niños de todas las edades» . Nunca se llevó a la
práctica, aunque hay que decir que Kay hizo algo aún más importante:
fue uno de los inventores de la interfaz gráfica de usuario en Xerox
PARCo El primer Macintosh y los últimos modelos de Microsoft Win
dows fueron posibles gracias al trabajo de Kay. Apple realizó un proto
tipo de algo que se llamó Bashful en 1983 pero nunca llegó a lanzarlo.
La primera tableta que tuvo cierto éxito en el mercado fue la de Jeff
Hawkins, el emprendedor que estaba detrás de PalmPilot a finales de la
década de 1990. Desarrolló el GRiDPad de Tandy, que fue lanzado en
1989. Funcionaba con un lápiz, pesaba algo más de dos kilos y costaba
aproximadamente 2 . 500 dólares. Los contables del ejército de Estados
Unidos lo usaban para llenar formularios electrónicos y tener mejor
control del inventario. Pronto surgieron competidores, como el NCR
3 125 . Pero ninguno de ellos hacía más que lo descrito, y eran tan caros
como un pc. El NCR costaba 4 .700 dólares.
GO Corp. tomó el relevo en el negocio de las tabletas con el EO en
1993 . La empresa había sido fundada en 1 987 por Jerry Kaplan, un
antiguo ejecutivo de Lotus Development Corporation; Robert Carr,
uno de los responsables científicos de Ashton-Tate (una empresa punte
ra de software) , y Kevin Doren, que había creado, junto a Kaplan, uno
de los primeros sintetizadores de música digitales. GO Corp. todavía es
bien conocida en Silicon Valley por la categoría de las personas que con-
1 5 1
trató y la sofisticación que poseían sus programas de software. El EO
incorporaba un teléfono celular, un fax, un módem, un micrófono, un
calendario y un procesador de texto. Los usuarios accedían a cada fun
ción en una pantalla táctil mediante un lápiz especial . En aquellos mo
mentos, cuando pocos eran los que tenían ordenadores portátiles y me
nos los ejecutivos que sabían teclear, la idea de una tableta electrónica
portátil que pudiera manejarse con un lápiz parecía exactamente lo que
el mundo de la empresa estaba esperando. Entre los trabajadores de GO
Corp . , estaban Omid Kordestani, uno de los primeros altos directivos
de Google, y Bill Campbell, vicepresidente de marketing de Apple en los
ochenta . Problemas económicos recurrentes forzaron a vender GO
Corp. a AT&T, que la liquidó en 1994.
Apple presentó la Newton en 1994. Esta innovadora PDA ( asistente
personal digital ) , se convirtió en el Edsel, el mayor fracaso de Ford, de
Silicon Val ley, un resumen de las razones por las que las tabletas nunca
podrían comercializarse . También se convirtió en el emblema de la era
«sin Jobs» de Apple, cuando sus altos ejecutivos John Sculley, Michael
Spindler y Gil Amelio, cada vez menos acertados, la llevaron práctica
mente a la bancarrota. La Newton era asequible -costaba menos de
1 .000 dólares-, pero salió al mercado como un dispositivo de bolsillo y
pesaba demasiado. La duración de su batería era mínima, y su caracterís
tica más publicitada, el reconocimiento de la escritura manual, no fun
cionaba bien. Fue uno de los primeros proyectos que Jobs eliminó cuan
do regresó en 1 997. En ese momento, si alguien deseaba un ordenador
que pudiera transportase, podía comprar un portáti l . De hecho, la Palm
Pilot y otros dispositivos similares se hicieron populares en los años que
siguieron porque no trataron de hacer gran cosa. Eran pequeños, baratos
y funcionaban durante mucho tiempo con sus pilas AAA. Pero realmente
eran calendarios electrónicos y libretas de direcciones, no tabletas.
El intento más reciente en la categoría de las tabletas fue protago
nizado por Bill Gates y Microsoft en 2002. Trabajando conjuntamente
con la mayor parte de las empresas que fabricaban los ordenadores de
sobremesa y los portátiles de Windows, lanzó una serie de máquinas con
un software que permitía, entre otras cosas, tomar notas mientras se
grababa un discurso, que se sincronizarían con la voz grabada del ora
dor. Tocar un punto de las notas escritas con el lápiz hacía que el dispo-
1 52
sitivo te llevara al lugar exacto de la grabación a que correspondía. Pero
no eran máquinas más ligeras que los portátiles . Sus baterías no duraban
más. No eran más baratas. Y todas funcionaban con Windows, que, a
pesar de haber sido modificado para las tabletas, no estaba pensado ori
ginalmente para ellas. En 2009 -a pesar de que los pe tableta seguían
en el mercado-, parecía que el Kindle de Amazon era el único disposi
tivo disponible asimilable al concepto de tableta. Amazon había lanzado
su poco elegante lector electrónico a finales de 2007, y su popularidad
iba en aumento. Pero no se trataba realmente de una tableta. Disponía
de una pantalla en blanco y negro que era fantástica para la lectura. Pero
sólo hacía eso. Apenas mostraba fotos y gráficos, y su conexión a Inter
net servía únicamente para descargar libros.
Por todas estas razones parecía que lanzar una tableta era arriesgado
para Jobs, sobre todo con Google pisándole los talones. Algw10S se pre
guntaron si no resultaba demasiado arriesgado. Pero al mismo tiempo
parecía el proyecto perfecto para él. Ya había reinventado el ordenador
personal, el reproductor de música portátil y el teléfono móvil. Los mejoró
y los popularizó, del mismo modo que Henry Ford reinventó el automóvil.
Y Jobs re inventó realmente la tableta con el iPad. Hacía casi todo lo
que un ordenador portátil podía hacer. Y pesaba una cuarta parte: ape
nas 700 gramos. Su batería duraba tres veces más: diez horas. Disponía
de una pantalla táctil como el iPhone y se ponía en marcha de la misma
manera, sin necesidad de arranque. Al disponer de un chip de teléfono
móvil y conexión inalámbrica, siempre estaba conectado a Internet. Las
conexiones de telefonía móvil para ordenador portátil eran el clásico
extra que resultaba caro. El iPad lo tenía todo por 600 dólares cuando
la mayoría de los ordenadores portátiles costaban el doble. Y los consu
midores no sufrían la curva de aprendizaje, ya que el software era prác
ticamente el mismo que el del iPhone. En él funcionaban las aplicaciones
del iPhone. Para los que no desearan utilizar el teclado virtual, se conec
taba sin problemas con teclados fisicos inalámbricos. Apple afirmó tam
bién que había reescrito su propio software de oficina -Pages, Numbers
y Keynote- para aprovechar la pantalla táctil .
Las razones de Jobs para apostar por el iPad no parecían ser de sen
tido común. Pero son muchos los que no compran un portátil para las
tareas para las que fue originalmente diseñado: trabajo de oficina, como
1 5 3
escribir, montar presentaciones o realizar análisis financieros con hojas
de cálculo. Lo usan fundamentalmente para comunicarse por correo
electrónico, mensajes, Twitter, LinkedIn y Facebook; para navegar por
Internet, y para acceder a medios como libros, películas, programas de
televisión, música, fotos, juegos y vídeos. Jobs dijo que todo eso se po
día hacer en un iPhone, pero la pantalla era demasiado pequeña para que
fuera cómodo. También se podía hacer en el portátil, pero el teclado y
el ratón integrado lo hacían excesivamente aparatoso y la corta vida de
sus baterías obligaba, a menudo, a estar conectado a la electricidad. Lo
que el mundo necesitaba, dijo, era un aparato que combinara lo mejor
de ambos; algo que fuera «más personal que un portátil y con más pres
taciones que un teléfono inteligente» .
Como padre del Macintosh, Jobs tenía más credibilidad que nadie
para reinventar el pe y cuestionar la opinión general sobre las tabletas.
Aun así, invirtió los cinco primeros minutos de su presentación en asegu
rarse de que todo el mundo entendiera que había valorado el tema desde
todos los ángulos posibles. Luego se dejó caer en la butaca de Le Corbu
sier que había en el estrado, y, durante los siguientes quince minutos,
como si estuviera en el salón de su casa, mostró al mundo cómo leía el
New York Timesy la revista Time, compraba entradas para el cine, miraba
fotografias de animales en el National Geographic, enviaba correos elec
trónicos, hojeaba álbumes de fotos, escuchaba a los Grateful Dead y a
Bob Dylan, navegaba hasta una fotografia por satélite de la Torre Eiffel,
encontraba un restaurante de sushi en San Francisco con Google Maps,
miraba el famoso vídeo del perro surfista en YouTube y veía escenas de
las películas Up y Star Trek. Luego presentó la tienda iBooks y demostró
que era más fácil y mejor leer un libro en un iPad que en un Kindle,
mientras afirmaba que Amazon había creado un buen dispositivo, pero
que «Apple iba a subirse a sus hombros e ir un poco más lejos» .
Técnicamente, en el iPad se navegaba como en el iPhone, pero la
diferencia en las expectativas del usuario era enorme. Jobs y otros parti
cipantes en la presentación, como el jefe de proyecto de iPhone/iPad,
Scott Forstall, volvieron sobre este punto una y otra vez . Los teléfonos
móviles siempre habían sido diseñados para caber en un bolsillo y se
usaban los dedos para navegar. Pero navegar con algo como el iPad, con
una pantalla de la dimensión de un ordenador portátil, siempre había
1 54
requerido un lápiz o un ratón integrado y un teclado. «Si ve algo que le
interesa, acerca la mano y hace clic. Totalmente natural. Ni siquiera hay
que pensar en ello. Tan sólo . . . hacerlo», dijo Forstall .
La reacción inmediata al iPad fue una sarta de ooohs y aaahs. Es famosa
la foto de Jobs en The Economist, sosteniendo el dispositivo, con gesto
bíblico. «THE BOOK OF JOBS. HOPE, HYPE AND APPLE'S iPAD» (El libro de
Jobs. Esperanza, publicidad y el iPad de Apple) , decía el titular. Sin em
bargo, la reacción en los días y meses que siguieron fue sorprendente
mente tibia. Se dieron quejas generalizadas sobre la falta de cámara en el
iPad, su imposibilidad para trabajar en modo multitarea y la imagen de
un producto de protección íntima femenina que su nombre sugería.
Sin embargo, la peor crítica fue algo a lo que Jobs creía haber res
pondido en su presentación. ¿Para qué lo necesito? Parece un iPhone
cuatro veces mayor. Schmidt, por citar uno de los competidores habi
tuales, dijo irónicamente: «No hago comentarios sobre los productos de
mis competidores, pero me gustaría que alguien me dijera la diferencia
entre un teléfono grande y una tableta» . Gates declaró: «Todavía creo
que será la mezcla de la voz, el lápiz y un teclado real la que triunfe . Es
un bonito dispositivo de lectura, pero no hay nada en el iPad que me
haga decir: "Oh, ojalá fuera de Microsoft"» . Reconoció haberse sentido
así con el iPhone. Y no sólo la competencia criticaba el iPad. La recono
cida web de noticias en línea Business Insider hizo el siguiente comenta
rio : «El iPad de Apple es el Newton de la década actual» . Otra web de
noticias igualmente conocida, MacRumors, apuntó que los anuncios del
iPad se parecían enormemente a los del Newton en 1 99 4 .
Con tanto en juego en su batalla con Google, J obs se indignó con
la recepción inicial que tuvo el iPad. La noche siguiente a la presentación
le dijo a Isaacson que «había recibido ochocientos mensajes de correo
electrónico en veinticuatro horas. La mayoría eran quejas. No hay puer
to USB . Falta esto o lo otro. Muchos son del tipo "jódete" . ¿Cómo se
puede decir algo así? Normalmente no respondo a la gente, pero esta vez
lo hice: "Tus padres estarán tan orgullosos de aquello en lo que te has
convertido" . A otros no les gusta el nombre del iPad. Y más, y más y
más . Estoy algo deprimido hoy. Es un poco frustrante» .
1 5 5
Pero la reacción escéptica del público tenía una explicación simple .
Nadie había tenido un dispositivo como el iPad antes y los primeros no
saldrían a la venta hasta al cabo de dos meses. Los consumidores sabían
instintivamente que necesitaban un teléfono y un portátil porque esta
ban en el mercado desde hacía tiempo. Las únicas tabletas que habían
visto eran aparatos que no querían tener. Incluso el equipo que trabaja
ba en el iPad dentro de Apple dudaba al principio. «Recuerdo que la
primera vez que lo vi , pensé que era una pérdida de tiempo, la verdad
-comentó Jeremy Wyld, un ingeniero de Apple que trabajó en el soft
ware del iPad y el iPhone-. Pensé : "Este chisme es ridículo". Wyld no
hablaba por hablar. Había sido uno de los primeros ingenieros del pro
yecto Newton en la década de 1 990, antes de abandonar Apple para
trabajar en proyectos de ingeniería en Excite y Pixo. Cuando vio el pri
mer iPad, lo único que pensó es que era un iPhone grande que ya no
cabía en el bolsillo. «Veo que cuando se hacen cosas de mayor tamaño,
no gustan a la gente . »
Pero cuando Wyld tuvo en las manos uno de los prototipos la expe
riencia cambió para siempre su opinión. «Me dejaron uno para jugar con
él y empecé por echar un vistazo a mis correos o algo así . . . y entonces
pensé : "Ahora lo pillo. Estoy harto de mirar el portátil por las mañanas
para revisar el correo. Esto es mucho más personal que un portátil . El
portátil es frío . La sensación de trabajar con el iPad mientras tomas un
café es mucho más agradable" . »
Lo que Wyld había descubierto era que, a pesar de que e l iPad pa
reciera un iPhone que había crecido, porque compartían software y te
nían pantalla tácti l , en realidad se trataba de un nuevo tipo de portátil
No se cambiaría un teléfono inteligente por un iPad, pero se prescindiría
del portáti l . Parecía que el iPhone grande merecía las críticas. Pero re
sultó que la pantalla grande, por simple que pareciera, era exactamente
lo que hacía del iPad un poderoso aparato.
La importancia de la pantalla grande parecía tan evidente para Joe
Hewitt -que escribió la aplicación de Facebook para iPhone en 2007 y
colaboró en la creación del buscador de Internet Firefox en 2002- que
el día después de la presentación del iPad escribió un post de novecien
tas palabras en un blog diciendo que el iPad era lo más importante que
Apple había hecho jamás. El año anterior, Hewitt había sido tremenda-
1 56
mente crítico con Apple por las políticas restrictivas de su tienda de
aplicaciones. Pero todos sus años desarrollando software para diferentes
aparatos y plataformas le decían que el iPad había resuelto un problema
fundamental .
«Pasé un año y medio tratando de reducir la página de una red social
masiva a algo manejable en un aparato pequeño con pantalla táctil» , dijo
sobre el reto de hacer que Facebook funcionara en el iPhone .
Mi objetivo inicial fue construir una pequeña lancha que acom
pañara al barco nodriza Facebook.com. Me gustaba la platafor
ma, y llegué a creer que era posible crear una versión de Face
book que fuera mejor que el original. De todas las plataformas
con las que he trabajado en mi vida, desde los ordenadores
portátiles a la web, el iPhone OS me produjo la mayor sensa
ción de empoderamiento y supuso para mí el listón más alto en
el diseño de la interfaz de usuario.
Sólo una cosa me impedía alcanzar ese listón: la pantalla era
demasiado pequeña . . . Necesitaba que soportara más de una
columna de información a la vez . No había espacio en la panta
lla para las herramientas precisas para hacer un trabajo creativo.
Las fotos eran demasiado pequeñas para la vista cansada de mis
padres. La web requería de mucho uso de los paneles y del
«zoom» para disfrutar leyendo. Y eso no sólo pasaba con Face
book, sino que la mayoría de las aplicaciones que utilizaba más
a menudo en mi iPhone, como Google Reader, Instapaper y
todas las herramientas de edición de imagen, vídeo y texto te
nían las mismas limitaciones. En resumen, muchas de las apli
caciones que eran juguetes divertidos en el iPhone se conver
tían en herramientas poderosas en el iPad, que conseguían que
te olvidaras de sus predecesores, los ordenadores portátiles.
Sólo había que inventarlas.
A diferencia del iPhone, que se desarrolló más deprisa de lo debido, el
viaje del iPad por los distintos equipos de desarrollo de hardware, soft
ware y diseño de Apple fue largo. Jobs dijo a Isaacson que todo empezó
1 5 7
en 2002 en la cena de celebración de cumpleaños de! marido de una
amiga. El homenajeado era uno de los ingenieros responsables de! soft
ware de la tableta que Microsoft acababa de lanzar al mercado, y alar
deaba sobre cómo e! aparato en cuestión iba a cambiar e! mundo. Eso
molestó a Gates, que estaba presente, porque tenía miedo de que e!
hombre estuviera ventilando secretos de la compañía. Y molestó a Jobs
porque no estaba dispuesto a que nadie de Microsoft se le subiera a las
barbas.
«Ese tipo me importunaba con todo eso de que Microsoft iba a
cambiar completamente e! mundo con e! software de esa tableta e iba
a eliminar de! mapa todos los portátiles, y aconsejaba a Apple que com
prara la licencia de! software de Microsoft -explicó Jobs a Isaacson-.
Pero estaba planteando e! aparato de forma totalmente equivocada. Te
nía un lápiz . En cuanto tienes un lápiz estás muerto. Esa cena fue algo
así como la décima vez que me hablaba de ello y me puso tan enfermo
que volví a casa y dije : "A la mierda. Vamos a enseñarle lo que es una
tableta como Dios manda" . »
El hombre a l que Jobs acudió, Tim Bucher, era alguien a quien
conocía desde hacía años, pero que se había incorporado a Apple e! año
anterior para dirigir la división de hardware de Macintosh. Tenía una
gran reputación como pensador creativo y como genio inventor. Ya ha
bía sido responsable de ingeniería para WebTV durante tres años y vice
presidente al cargo de los productos de consumo en Microsoft cuando
ésta adquirió WebTV en 1998 . Antes de incorporarse a Apple, había
creado una compañía de almacenaje virtual de gran éxito . Enseguida
dejó huella en Apple. Un día, en una reunión con Jobs, sacó un conjun
to de piezas que transportaba en una bolsa arriba y abajo y ensambló un
prototipo de! Mac mini ante sus ojos. Había conseguido que e! diseña
dor jefe, Jony Ive, diseñara la carcasa, y, usando piezas sobrantes de
portátiles, montó e! interior en su garaje . Había llevado e! resultado
consigo durante semanas hasta que llegó e! momento adecuado para
enseñárselo a J obs.
Una vez Jobs encargó a Bucher la investigación sobre cómo cons
truir una tableta, éste se puso a comprar docenas de las que se basaban
en Windows, realizadas por diversos fabricantes, y pasó horas en e! estu
dio de Ive con e! mismo Ive y Jobs criticándolas. «Su mantra más habi-
1 5 8
tual era: "Quiero leer el periódico" y siempre usaba el baño como ejem
plo. Nunca hubiera dicho: "Quiero dar una lección a Bill Gates" . Lo
suyo era más bien: "Esto es una birria. Nosotros podemos hacerlo mu
cho mejor. ¿Por qué lo han hecho así? ¿Por qué han hecho eso? Hagamos
algo completamente distinto a partir de cero" .»
De manera perversa, e l trabajo que parecía técnicamente más com
plejo -construir la pantalla multitáctil que hoy encontramos en todos
los teléfonos inteligentes y en todas las tabletas- fue el que progresó
más rápidamente, mientras que lo que en apariencia era más sencillo
-pensar cómo construir el resto del aparato- hizo que el proyecto
encallara.
Parte de lo que impulsó el trabajo en la pantalla multitáctil fue que
uno de los ingenieros del proyecto, Josh Strickton, había construido una
pantalla multitáctil rudimentaria para su tesina de máster en el MIT. En
el año 2003, junto a Steve Hotelling y Brian Huppi, que todavía siguen
en Apple, había encontrado la manera de presentar una versión mucho
más refinada de dicha tecnología a Fadell. Visualmente era un caos. Usa
ba la pantalla de uno de los prototipos de tableta. Pero los chips que
debían decirle a la pantalla que respondiera al tacto de los dedos se en
contraban en un tablero electrónico de dos patas separado y conectado a
dicha pantalla. Para dar energía al conjunto y posibilitar la navegación,
debía conectarse vía USB a un potente ordenador de sobremesa Mac Pro.
Hacer visible el resultado para todos los presentes en una sala de confe
rencias exigía conectar el Mac Pro a un proyector. El objetivo de la pre
sentación era dar la posibilidad al equipo encargado -conocido única
mente como el grupo Q79- de obtener de Apple los 2 millones de
dólares necesarios para convertir el gran tablero electrónico en un único
chip que pudiera colocarse en el interior del aparato.
La presentación fue bien. Mostraron el teclado virtual y el movi
miento de los dedos que desplegaba un conjunto de funciones que hoy
se asocian de forma inequívoca a la tecnología, y obtuvieron la aproba
ción de Fadell . El problema era que el hardware de la tableta no podía
utilizarse . Los procesadores ARM, eficientes desde el punto de vista ener
gético, que acabarían formando parte del iPhone y el iPad, no eran en ese
momento lo bastante potentes para permitir el funcionamiento de un
software que resultara atractivo para los clientes. La tableta necesitaba
1 59
un disco duro, que ocupaba demasiado espacio en la carcasa porque el
almacenamiento flash era excesivamente caro para lo que se necesitaba.
Eso dejaba una máquina sin teclado, que no era mucho más ligera, bara
ta o rápida que un ordenador portátil .
Jobs había deseado mostrar a Gates que podía construir una tableta
mejor y sin lápiz . Pero descubrió que el problema de Gates tenía poco
que ver con la falta de imaginación y mucho más con el hecho de que la
idea estaba más allá de la tecnología necesaria para llevarla a la práctica.
«Teníamos la idea de la tableta y teníamos la interfaz [ táctil ] y todo eso,
pero no existía una plataforma viable», comentó Strickton . De hecho, le
pareció tan evidente que el proyecto no iría a ninguna parte que dejó
Apple por una empresa de marketing para portátiles recién creada y
luego por un puesto de periodista especializado en ingeniería en el New
York Times. No se equivocaba. Apple congeló el proyecto durante un
año hasta que Jobs lo revivió para construir el iPhone.
Sólo cuando se lanzó el iPhone, en 2007, Jobs volvió a reconsiderar
la idea de la tableta. El diseñador jefe Jony Ive se había dedicado a ex
plorar el diseño de los portátiles. Estaba bloqueado en cómo construir
una máquina así de pequeña con un teclado articulado estético pero
funcional . De acuerdo con lo que dice Isaacson, Ive preguntó a Jobs si
podían simplemente abandonar la idea del teclado articulado y ponerlo
en la propia pantalla como se había hecho con el iPhone, y súbitamente
el flirteo de J obs con los portátiles ultraligeros derivó en el renacer del
proyecto de la tableta.
Pero no fue hasta el otoño de 2009 -meses antes del lanzamien
to- cuando Apple resolvió qué tipo de producto iba a ser el iPad. Iban
a construir una tableta, contra viento y marea. Jobs lo había estado in
tentando desde 2003, y ya pensaba en ello en 1 980 según algunos ví
deos suyos de la época. Además, la tecnología necesaria finalmente exis
tía: el ancho de banda era suficiente, los procesadores bastante potentes,
y las baterías duraban lo necesario para que la tableta fuera úti l . La
pantalla multitáctil había probado su popularidad en el iPhone, así que
la idea de usar una pantalla virtual para responder correos o escribir la
dirección de una página web ya no resultaba extraña. Y, como Apple
vendía tantos iPhones, los precios de los componentes necesarios para
las tabletas habían bajado a niveles asequibles.
1 60
La pregunta que quedaba sin respuesta cuando Jobs volvió a Apple
después de su operación de trasplante de hígado en verano de 2009 era
qué tipo de aparato sería la tableta. ¿Sería un iPhone con una pantalla
mayor o tendría su propia oferta de aplicaciones independiente? Inicial
mente, Jobs se inclinaba por la primera opción. Pensaba en la tableta
como mero aparato de consumo, comentó una persona de su confianza.
No hubiera permitido editar documentos u hojas de cálculo. Y no quería
convertirlo en un lector de libros como el Kindle, que llevaba en el mer
cado casi dos años. Pensaba que, de todos modos, la gente cada vez leía
menos, y que los que todavía lo hacían preferirían la versión en papel a
la electrónica.
Eddy Cue, responsable de iTunes, y Paul Schiller, director de mar
keting global de Apple, estaban entre los que hicieron de su misión
ayudar a Jobs a aclararse. Schiller logró que modificara su punto de
vista sobre lo que un «aparato de consumo» significaba realmente . Si
alguien hacía llegar a un usuario de iPad una presentación de Power
point o una hoja de cálculo, éste debía poder editarlas. Cue, al mismo
tiempo, hizo que Jobs cambiara de opinión sobre los libros electrónicos.
El Kindle, de Amazon, se estaba vendiendo mucho más de lo esperado.
A mediados de 2009, se habían vendido 1 ,5 millones de unidades. Y los
lectores se descargaban libros a un ritmo increíble .
Cue era muy consciente del riesgo competitivo que eso suponía.
Durante dos años, Apple había aumentado su competitividad con las
descargas del iTunes en música, cine y programas de televisión. Si ahora
aprobaba incluir libros y periódicos electrónicos, eso daría a Amazon un
impulso enorme. «La verdad es que si no hubiéramos tenido los acuer
dos sobre los libros, habría mucha gente que diría: "Bueno, no es real
mente competencia para el Kindle" . Necesitábamos los permisos de
publicación para que la gente pudiera proclamar con toda legitimidad :
"Puedo comprar algo mejor que un Kindle si dispongo de un iPad"»,
me dijo Jobs muy confiado . Como testigo ante el Departamento de
Justicia en el juicio antitrust contra Apple en j unio de 201 3, Cue expli
có la evolución de los libros electrónicos en el iPad de la siguiente ma
nera: «Cuando pude tocar el iPad por primera vez, quedé absolutamen
te convencido de que era nuestra gran oportunidad para construir el
mejor lector digital que el mercado hubiera visto nunca. Y fui a ver a
1 6 1
Steve y le dije por qué creía que [el iPad] iba a ser un gran dispositivo
para los libros electrónicos . . . , y tras algunas discusiones vino y me dijo,
sabes, creo que tienes razón, creo que es una gran idea; y luego empezó
a aportar sus propias ideas sobre lo que quería hacer y cómo podía me
jorarse como dispositivo de lectura y en la tienda» .
Cue dijo que el efecto «paso de página» que aparece en la aplicación
iBooks cuando se cambia de página fue idea de Jobs. y también lo fue
elegir Winnie the Pooh como libro gratuito que venía con la aplicación.
Pensó que era el que mejor mostraba las capacidades del iPad. «Tenía
preciosos dibujos en color que jamás se habían visto antes en un libro en
formato digital» , dijo Cue.
El problema, añadió Cue, fue que esa conversación tuvo lugar en
noviembre de 2009 . «íbamos a lanzar el iPad en enero. Y Steve dijo :
"Habría que hacerlo, pero tiene que estar terminado en enero: quiero
poder enseñarlo desde el escenario" . Y ése fue el reto que se me pre
sentó .»
El reto en cuestión tenía un significado especial para Cue. «Steve se
acercaba al final de su vida en el momento del lanzamiento del iPad y
estaba realmente orgulloso del aparato. Quería ser capaz de hacer lo que
me pedía para el lanzamiento porque sabía que era muy importante para
él . . . Me gusta cumplir con mi trabajo y estoy orgulloso cuando tengo
éxito, pero esto tenía un significado especial para mí .»
Cuando empezaron a venderse los primeros iPads en abril de 2010 ,
quedó claro que la aparente frialdad inicial del público había sido enga
ñosa. Apple vendió 450 .000 en la primera semana, 1 millón en el pri
mer mes y 1 9 millones en el primer año. La compañía tardó seis meses
en ponerse al ritmo de la demanda, dada la velocidad a la que sus clien
tes lo compraban, y en 201 1 el iPad había superado al reproductor de
DVD como el aparato electrónico de consumo más vendido de todos los
tiempos.
162
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«Señor Quinn, p or favor, no me ob ligue a sancionarle»
Para muchos, el momento cumbre de la lucha entre Apple y Google tuvo
lugar durante el verano de 2012 . Tras casi tres años de maniobras legales,
Apple se enfrentó a uno de sus enemigos en los tribunales. No era Goo
gle, pero se trataba de otro de sus objetivos: Samsung Electronics, de
Corea del Sur. Hubiera sido difícil ganar un juicio contra Google. Google
no era realmente responsable de la fabricación y venta de los teléfonos
Android, y de hecho Android se regalaba. Pero en ese momento Sam
sung era ya el mayor fabricante de teléfonos y tabletas Android. Era la
principal amenaza para la cuota de mercado del iPhone y el iPad. Apple
había demandado a tres de los fabricantes de teléfonos Android en todos
los países industrializados desde 2010 . Pero ninguno de los casos llegó
tan lejos como el de Samsung, que supuso un juicio con jurado en el
tribunal federal de San José.
Jobs había muerto sin poder ser testigo del proceso. Falleció en
octubre de 201 1 . Pero la posición de Apple tenía la misma fuerza. En su
alegato inicial en el juicio, Harold McElhinny, uno de los abogados
de Apple, detalló en tono casi melodramático los pecados de Samsung.
Apple había invertido cientos de millones en el desarrollo del iPhone y
el iPad. Sus empleados habían puesto sus corazones y sus almas en su
fabricación. Y, si el iPhone en particular no hubiera triunfado, el futuro
de Apple como empresa habría quedado en entredicho, afirmó. A pesar de
eso, «Samsung no copió únicamente el aspecto exterior del teléfono y la
tableta de Apple . Copió hasta el último detalle . . . Eso no pudo haber
sido accidental. La copia que realizó Samsung fue completamente inten
cionada», afirmó McElhinny. «Las ventas de Samsung han reducido las de
163
Apple, Y han generado un beneficio superior a los 2 .000 millones de
dólares, beneficio que, como demostrarán las pruebas, se ha conseguido
utilizando nuestra [de Apple ] propiedad intelectual» .
Los juicios en el mundo de la empresa pueden ser extremadamente
aburridos. Éste no lo fue . Algunas de las cuestiones legales específicas
eran abstrusas . Pero todo el mundo entiende que en teoría no se debe
copiar el trabajo de otro sin permiso. Y, dado que las dos compañías
tenían recursos para contratar a los mejores abogados defensores del
país para ganar el caso, ambas se vieron obligadas a debatir con empeño
cada uno de los aspectos del problema, con independencia de su mucha
o poca importancia. Ambas partes disponían de una docena de aboga
dos o más en la sala del tribunal y cientos trabajando en el caso. Las
disposiciones y los documentos relacionados con cada testigo ocupaban
media docena de archivadores . Un funcionario empujaba dichos archi
vadores, apilados en un carro, cada mañana a las siete hacia la sala del
tribunal . Ocupaban un metro y medio de alto por un metro y medio
de ancho y parecían el tabique chapucero ideado para un apartamento de
estudiante.
El tono se elevó tanto al inicio del juicio que la juez Lucy Koh ame
nazó con sancionar a John Quinn, cuyo bufete, Quinn Emanuel Urqu
hart & Sullivan, representaba a Samsung. Quinn quería mostrar al jura
do pruebas de que Apple había «copiado tan milimétricamente» a Sony
en su diseño del iPhone como Samsung había hecho con Apple. La idea
que Quinn quería poner de manifiesto, como constaba en el dossier de
la instrucción del j uicio, era que «Samsung había utilizado los mismos
conceptos de diseño de dominio público que Apple había tomado pres
tados de otros competidores, Sony entre ellos, para desarrollar el iPho
ne» . La juez Koh había excluido esa prueba porque había sido incorpo
rada fuera de plazo al proceso. Quinn no quiso ceder.
1 64
QUINN: ¿Puedo llamar su atención sobre el asunto que aparece
en las diapositivas once a diecinueve, que me disponía a
exponer?
KOH: No. Hemos reconsiderado este tema tres veces, ¿estamos?
Usted dio su opinión. Yo decidí. Debemos avanzar.
QUINN: Señoría. Se lo ruego al tribunal .
KOH : Samsung ha dispuesto de diez recursos de reposición.
Estoy yendo tan deprisa como puedo para dictar resolucio
nes que otorguen a su equipo el máximo tiempo posible
para preparar sus pruebas y a sus testigos .
QUINN: Señoría, he sido abogado durante treinta y seis años.
Nunca le he rogado al tribunal como lo hago ahora para
que se me permita argumentar sobre este tema. Esto tiene
relación con un punto crítico que ha formado parte del
caso desde su mismo origen . Ellos [Apple J dicen en los
documentos que presentaron ayer noche que no disponían
de esta prueba en los interrogatorios preliminares. Señoría,
la presentación de pruebas no es obligatoria en ningún in
terrogatorio, y, sin embargo, lo hicimos. Lo presentamos
todo: todas las imágenes que aparecen en esas diapositivas
se presentaron en febrero . . .
KOH: Le di . . .
QUINN: E n el requerimiento preliminar. . .
KOH : . . . una oportunidad más para cerrar este asunto ayer. ¿Vale?
Revisé lo que usted presentó ayer. Y ya lo hablamos.
QUINN: De acuerdo, señoría. ¿Cuál es el motivo . . . ?
KOH : Ha dispuesto de tres peticiones de reconsideración.
QUINN: . . . de este juicio? ¿Para qué? Quieren dar una impresión
completamente falsa, señoría, que parezca que nuestro di
seño es posterior a enero de 2007 [ cuando se presentó el
iPhone J y, señoría, lo que eso sugiere es que buscan excluir
la prueba indiscutible de que teníamos esa patente de dise
ño en 2006 [antes del lanzamiento del iPhoneJ . Y sacamos
este producto al mercado en febrero de 2007.
KOH : Señor Quinn, por favor. Hemos vuelto tres veces sobre
esto y necesitamos avanzar. Tenemos a un jurado esperan
do. Ha expresado su posición. Queda registrada de cara a
la apelación ¿De acuerdo?
QUINN: De acuerdo. ¿Puedo pedir al tribunal una explicación,
señoría? Ningún interrogatorio lo exigía. Lo entregamos
en el alegato preliminar. Les entregamos [a Apple J los do
cumentos . . .
165
KOH: Señor Quinn, por favor, no me obligue a sancionarle. Por
favor, por favor.
QUINN: Así que no tendré . . .
KOH : Ha dispuesto de tres mociones de reconsideración sobre
este tema. Ha tenido tres, o dos, o incluso cuatro opor
tunidades para cerrarlo ¿De acuerdo? Ahora, por favor,
siéntese.
El pulso no terminó ahí. Más tarde, ese mismo día, Samsung decidió
que, aunque el jurado no tuviera permiso para ver las pruebas, sí podía
hacerlo el resto del mundo. Entregó a la prensa una nota con todos los
documentos excluidos del juicio. McElhinny acusó a Samsung de inten
tar «influir» en el jurado, y añadió: «No sé exactamente cuál es la solu
ción o la sanción. Pero es cosa de la justicia. No he visto nada tan inten
cionado como eso en toda mi carrera» . Koh exigió al equipo de Quinn
una declaración jurada explicando lo sucedido. Habló con cada miem
bro del j urado de forma independiente para confirmar que no habían
leído nada nuevo sobre el caso. Finalmente, la disputa entre las partes
subió tanto de tono, apoyada en docenas de mociones que se añadían
cada noche para adelantarse a los puntos a dirimir al día siguiente, que
Koh insistió que todas ellas debían argumentarse delante del jurado y el
tribunal, y que el tiempo invertido en ello se deduciría del que disponían
las partes para hablar.
Apple llegó a permitir que tres de sus altos ejecutivos declararan.
Christopher Stringer, uno de los responsables de diseño industrial de la
compañía, Phil Schiller, responsable de marketing global, y Scott Fors
tall, responsable del software de iPhones y iPads, pasaron por el estrado
de los testigos. Stringer, que parecía un artista, con una melena a la al
tura de los hombros y un traje blanco de lino, habló sobre el maravillo
so proceso que él y los quince miembros del equipo de diseño utilizaron
para crear productos fantásticos . «Hay una mesa en la cocina. Es donde
nos sentimos bien. Donde nos comportamos de forma más familiar.
Lanzamos ideas y . . . es una mesa de debate brutalmente honesta. Esta
mos muy a gusto en ese sitio. Es donde surgen las ideas .»
Phil Schiller explicó cuáles eran la organización, coordinación y
disciplina necesarias para lanzar un producto como el iPhone o el iPad.
1 66
Dijo que en Estados Unidos había sido más dificil el primer año del iPad
que el del iPhone. En 2008, Apple gastó 97,5 millones de dólares en la
campaña publicitaria del iPhone en Estados Unidos, mientras en 2010
l a campaña del iPad alcanzó los 149,5 millones de dólares.
Scott Forstall habló de lo complejo que había sido reclutar al equipo
y del énfasis que había puesto en la importancia de cumplir los plazos.
También explicó cómo habían sido creados algunos de los programas de
software desarrollados por Apple. Habló del «deslizar para desbloquear»
que aparece cuando los iPhones y los iPads se ponen en marcha; de la
función tocar para ampliar, que afirmó haber inventado, y del efecto
visual de rebote de goma elástica que se produce cuando se ha llegado
al final de una lista o una página. Lucía un traje azul, algo que muy pocos
le habían visto llevar antes. Cuando le preguntaron por ello en una de
sus salidas a comer, respondió: «Sólo lo he llevado dos veces. La prime
ra, en la Casa Blanca. Hoy es la segunda» .
Todos insistieron en el mismo punto: s e sintieron sorprendidos,
ofendidos y enfadados cuando vieron los primeros teléfonos y tabletas
Android de Samsung. Schiller dijo que había estado preocupado por la
posibilidad de que los consumidores confundieran ambos aparatos, y
finalmente llegó a creer que realmente estaba sucediendo. Stringer fue
particularmente melodramático. «Nos habían fusilado. Saltaba a la vis
ta», respondió cuando le preguntaron por su reacción al ver los teléfonos
Android de Samsung por primera vez . «Hay que dar un gran salto en el
vacío a nivel imaginativo para crear algo completamente nuevo [ como
el iPhone] . Es un proceso en el que uno debe descartar todo lo que
sabe . . . porque si se presta atención a la competencia se termina siendo
un seguidor. Y eso no es lo que nosotros hacemos. Nosotros queremos
ser originales . Es un proceso muy complejo . Requiere una ingente can
tidad de tiempo, recursos y convicción. Por eso nos ofendió [ lo que
Samsung había hecho ] ' »
Quinn y e l resto de los abogados de Samsung trataron de probar
que el caso de Apple era una frivolidad . Dijeron que los inventos que
Apple acusaba a Samsung de haber copiado tenían o bien patentes in
válidas, o bien no eran patentables por tratarse de cosas evidentes . No
pueden patentarse formas y diseños que son necesarios para que algo
funcione. No se puede, por ejemplo, patentar un teléfono que es un
1 67
rectángulo con el altavoz en la parte superior y un micrófono en la
parte inferior. Señalaron que, aunque los teléfonos de Samsung eran
similares a los iPhones porque tenían la misma forma y disponían de
pantallas táctiles, también ponían en evidencia que Apple no había
inventado dichas pantallas .
Los abogados mostraron las diferencias obvias entre dispositivos,
que todo el mundo podía ver, como el lugar en que estaban las teclas y
lo que los usuarios veían cuando ponían en marcha el teléfono. Durante
su turno de repreguntas a los tres testigos de Apple, Charles Verhoeven,
abogado de Samsung, tuvo graves problemas para conseguir -sobre
todo en el caso de Stringer- que admitieran que los teléfonos Samsung
tenían pantallas de inicio diferentes y disponían de cuatro teclas virtuales
para navegar, mientras que los iPhones tenían un solo botón, que ade
más era fisico.
1 68
VERHOEVEN: ¿Recuerda, sí o no, cuando estudió los teléfonos
Samsung para formarse una opinión y poder prestar testi
monio ante el j urado, si tenían cuatro teclas virtuales en la
parte inferior de la pantalla?
STRlNGER: He visto muchos teléfonos Samsung. No recuerdo
exactamente los detalles de las teclas virtuales.
VERHOEVEN: Entonces, ¿recuerda o no si tienen teclas en su
parte inferior?
STRlNGER: Como ya le he dicho, he visto muchos teléfonos
Samsung. No sé si son todos iguales en términos de cómo
se sitúan las teclas virtuales en la parte inferior.
VERHOEVEN: ¿Ha visto alguna vez un teléfono Samsung que
tenga cuatro teclas virtuales en la parte inferior de la pan
talla?
STRINGER: Me gustaría que me mostrara el teléfono. Ésa puede
ser una pregunta trampa. No lo sé.
VERHOEVEN: Sólo le estoy preguntando . . . ¿Ha visto alguna vez
un teléfono Samsung que tenga cuatro teclas en la parte
inferior?
STRlNGER: Si me mostrara el teléfono podría asegurar si hay o
no cuatro teclas virtuales.
VERHOEVEN: Ésa no es la pregunta, señor. Mi pregunta es si ha
visto algún teléfono Samsung que tenga cuatro teclas en la
parte inferior de su pantalla.
STRlNGER: No puedo recordar si son tres o cuatro. No lo re
cuerdo.
VERHOEVEN : ¿ Ha visto algún teléfono inteligente que tenga
cuatro teclas virtuales en la parte inferior de su pantalla?
STRlNGER: Posiblemente.
VERHOEVEN: ¿Pensó que eran estéticas?
STRlNGER: Evidentemente, no se me quedaron en la cabeza.
VERHOEVEN: Bien, usted testificó sobre las teclas y cómo a veces
era necesario hacer cincuenta modelos distintos de una te
cla [como parte del proceso de diseño] . ¿Se acuerda de eso?
STRlNGER: Es correcto.
VERHOEVEN: ¿Cuántos modelos se hicieron de su botón de
inicio?
STRlNGER: No puedo darle un número exacto pero seguro que
fueron muchos .
VERHOEVEN: ¿Más de diez?
STRlNGER: Probablemente.
VERHOEVEN: ¿Más de cien?
STRlNGER: Quizá no.
VERHOEVEN: ¿Ésa es su mejor estimación?
STRlNGER: No es una estimación porque no lo sé .
VERHOEVEN: ¿Trabajó personalmente en los distintos modelos
del botón de inicio?
STRlNGER: Sí.
VERHOEVEN: y ¿por qué se hicieron tantos modelos distintos?
STRlNGER: Para que fuera perfecto.
VERHOEVEN: Porque los pequeños detalles importan, ¿verdad?
STRlNGER: Desde luego.
El caso resultaba fascinante, no sólo porque el demandante fuese
Apple, que se querellaba para proteger el iPhone y el iPad, sino porque
llevar algo a juicio era muy anti-Apple. Las grandes empresas, en general,
evitan los tribunales. Son lugares públicos donde todos los testimonios
1 69
que se dan se reflejan en las actas, bajo juramento y sujetos a contrain
terrogatorio. Sólo un 3 % de todos los casos de infracciones relacionadas
con patentes llegan a los tribunales. Y Apple es una de las compañías más
herméticas y controladoras del mundo. Los jurados son bastante impre
decibles en situaciones relacionadas con la ley, y tienden a serlo especial
mente en temas relacionados con negocios y tecnología. La cobertura de
prensa generada por disputas en las salas de los tribunales no suele ser
positiva para la moral y la concentración de los empleados. Y l levar un caso
a juicio cuesta cientos de miles de dólares en honorarios de abogados.
Samsung parecía tener una poderosa defensa, pero el jurado no es
tuvo de acuerdo. Tres semanas más tarde, el jurado, compuesto por
siete hombres y dos mujeres, empezó a deliberar. Las instrucciones que
les dio Koh se alargaron durante dos horas, y el informe que se les en
tregó tenía 1 09 páginas. Sin embargo, al cabo de veintidós horas -un
intervalo sorprendentemente corto para un caso tan complejo-, el ju
rado declaró a Samsung culpable de prácticamente todos los cargos.
Rechazó la reconvención de Samsung y la condenó a pagar a Apple más
de 1 .000 millones de dólares .
En la escuela nos dicen que las patentes son uno de los cimientos de la
economía innovadora de América. Que son difíciles de obtener, que están
blindadas y que se adjudican de forma clara. Las historias sobre cómo dos
chicos listos, con cerebro, empuje y valor crearon una empresa que cam
bió el mundo para mejor son siempre convincentes . Las historias de gen
te que les roba son tan desagradables de escuchar como las de los mato
nes de colegio. Apple fue en otro tiempo una de esas jóvenes y novedosas
compañías, y, durante todo el ataque a Android, Jobs hábilmente consi
guió envolverse en un manto de indignación moral . Tras su muerte, esa
indignación se convirtió en el germen de todo lo que Apple hacía y decía,
antes, durante y después del juicio contra Samsung. Tim Cook, conseje
ro delegado de Apple, lo dejó escrito en un memorando dirigido a todos
los empleados, horas después del veredicto contra Samsung.
170
Hoy ha sido un día importante para Apple y para todos los in
novadores del mundo. Nos costó decidirnos a ir a juicio, y sólo
lo hicimos tras pedir a Samsung en repetidas ocasiones que de
jara de copiar nuestro trabajo. Para nosotros, esta demanda ha
sido siempre por algo mucho más importante que el dinero o las
patentes. Es un tema de valores. Valoramos la originalidad y la
innovación, y nos pasamos la vida haciendo los mejores produc
tos del mundo. Y lo hacemos para satisfacer a nuestros clientes,
no para que nuestros competidores nos copien flagrantemente.
Tenemos una deuda de gratitud con el jurado que invirtió su
tiempo en escuchar nuestra historia. Nos encantó disponer por
fin de la oportunidad de contarla. Las numerosas pruebas pre
sentadas durante el juicio mostraron que la copia de Samsung
había ido mucho más lejos de lo que sabíamos. El jurado ha
hablado. Lo aplaudimos por haber decidido que el comporta
miento de Samsung era deliberado y por lanzar alto y claro el
mensaje de que robar está mal. Estoy muy orgulloso del trabajo
de cada uno de vosotros. Hoy han ganado los valores, y espero
que todo el mundo esté escuchando.
Una retórica brillante. Jobs llevaba muerto nueve meses, pero pare
cía que hubiera escrito él en persona esa nota. El público la compró. Las
horas y los días que siguieron al veredicto se convirtieron en un anticiclón
a nivel de relaciones públicas para Apple . Los medios de todo el mundo
escribieron hasta la saciedad sobre el caso, preguntándose cómo Samsung
y Google podrían recuperarse de un golpe así . Las acciones de Sam
sung cayeron más de un 6 % en las semanas que siguieron al veredicto.
Las de Apple, ya boyantes, subieron un 6 %. A mediados de septiembre
-días antes de la presentación del iPhone 5-, las acciones de Apple
habían alcanzado su máximo histórico y el valor de la empresa era de
656 .000 millones de dólares, el valor de capitalización más alto jamás
alcanzado por una gran empresa estadounidense.
Lo cierto es que existían pocos principios detrás de la demanda de
Apple. De acuerdo con las opiniones de los que trabajaron en el caso, lo
que querían era ganar, y todo lo que hicieron fue aplicar la táctica y es
trategia necesarias para lograr su objetivo. Pero, a pesar de la retórica de
Apple, no tiene nada de extraño. Muchos de los juicios de patentes son
así. Perseguir a Samsung en los tribunales fue, para Jobs y sus sucesores,
171
sólo otra forma de atacar a Android. La cuota de mercado de los teléfo
nos y tabletas Android de Samsung se estaba acercando a la del iPhone
y el iPad . La probabilidad de que Apple y Google estuvieran en una
guerra de plataformas del tipo «todo para el ganador» era alta. Apple
pensó que un juicio desagradable y prolongado podía frenar el progreso
de Samsung y Android .
De hecho, la ofensiva legal contra Samsung y Android fue una perla
de la mente mercenaria de Jobs, según uno de los abogados implicados
en el caso. No se trataba únicamente de que Apple hubiera demandado
a uno de los miembros de la comunidad Android en prácticamente todos
los países desarrollados de la tierra. Para hacerlo, Apple creó una de las
mayores compañías legales especializadas en patentes del mundo. Man
tuvo la reducida dimensión de su departamento legal interno. Sin embar
go, en el momento del juicio contra Samsung, los cuatro bufetes de
abogados externos con los que trabajaba tenían en nómina aproximada
mente a trescientos abogados que trabajaban en el caso prácticamente a
tiempo completo. Dicho abogado estimó que los honorarios serían apro
ximadamente de 200 millones de dólares anuales. En 2012, Apple tenía
pendientes unas cincuenta demandas en diez países distintos sólo contra
Samsung.
Y, aunque Apple alimentó la idea de que estaba arriesgando mucho
enfrentándose a Samsung en público, sus directivos sabían que el riesgo
no era en absoluto importante . Para una empresa con más de 1 00 .000
millones de dólares en el banco, los honorarios legales eran el chocola
te del loro . Además, Apple jugaba en casa . El tribunal federal de San
José está a apenas quince kilómetros de la sede central de Apple, pero a
ocho mil de la de Samsung. Durante las tres semanas en que se celebró
el juicio declarativo, en agosto de 2 0 1 2 , los medios de comunicación
de todo el mundo se llenaron de testimonios de los directivos de Apple
que acusaban a Samsung de copiar su trabajo y dañar a la compañía .
Eso, sin duda, ayudaría a vender más iPads y iPhones. Apple creía que,
incluso si perdía el juicio, saldría ganando. Legalmente, su situación no
sería distinta a la anterior al juicio, pero habría mandado un mensaje a
sus competidores: que Apple no se detendría ante nada -incluido un
temible j uicio con jurado- para machacar a quienes le plantasen cara
en el mercado.
1 72
Resulta cínico, quizás, entender Silicon Valley, y la innovación que
surge de las empresas que forman parte de él , de esta manera. Pero, en
la práctica, no se puede ser un emprendedor de éxito sin abogados que
protejan tus ideas. Y los abogados no sólo necesitan jugar la baza de la
defensa solicitando patentes difIciles de discutir, sino jugar en el mundo
de las patentes de forma agresiva para ganar; jugar a la ofensiva, por así
decirlo. A pesar de la creencia popular sobre lo dificil que es patentar
algo, prácticamente todos los inventos pueden patentarse con argucias
legales. Cualquier patente puede ser discutida en un juicio, y a menudo
lo son . Con la excepción de las patentes de fármacos -cuando lo que se
patenta es una molécula nueva y totalmente distinta-, las luchas en este
campo se alargan durante años. Cuando finalmente se resuelven, el ga
nador a menudo no es el auténtico inventor, sino el litigante con más
recursos para pagar a sus abogados.
Esto ocurre hoy en día sobre todo en la industria de software, en la
que, a diferencia de la industria farmacéutica, una única patente no
puede ofrecer una protección eficaz . En nuestros días, cuando los abo
gados de patentes hablan con las empresas sobre su propiedad intelec
tual, la clasifican en dos grupos. Uno contiene los inventos reales de los
que la compañía está orgullosa . Luego está e l otro, mucho más volumi
noso -ideas antiguas complementadas con machihembrados de ideas
menores o muy evidentes que los abogados deben revisar-, que con
tiene lo que la empresa intenta patentar.
Estas discusiones no tratan únicamente sobre cómo mantener a los
depredadores alejados, sino sobre cómo actuar como depredador de la
competencia. Emprendedores, ejecutivos y abogados observan las pa
tentes del mismo modo en que Estados Unidos y la Unión Soviética se
observaban mutuamente durante la Guerra Fría: existen aliados y ene
migos. Ambos bandos están en una carrera armamentística. Querrían
dejar de fabricar armamento, pero no se fIan lo bastante del otro. Ambos
están preocupados porque creen que, si un bando obtiene ventaja, ata
cará. Así que, extrañamente, las partes buscan la seguridad que da la
paridad, a pesar de su inmenso coste.
Pocos entendían esta dinámica mejor que Jobs. Había intentado pro
teger de la copia las ideas que había tras el Macintosh a principios de la
década de 1980. Logró que Gates accediera a no desarrollar un software
1 73
parecido hasta un año después de que el Macintosh saliera al mercado en
enero de 1983 . El mayor problema que se produjo inmediatamente con
ese acuerdo fue que el Mac no se lanzó hasta un año más tarde, y el acuer
do no mencionaba la posibilidad de un retraso así. A pesar de la furia de
J obs, Gates tenía todo el derecho de contarle al mundo todo sobre el
sistema que se convertiría en Windows a finales de 1983. El problema más
a largo plazo fue ése, cuando Apple demandó a Microsoft, arguyendo que
ésta había violado la ley de derechos de autor al copiar el aspecto y el esti
lo del Macintosh. El tribunal no estuvo de acuerdo. A pesar de más de una
década de litigios, los tribunales dictaron que la legislación de derechos
de autor ofrecía poca protección a un programa de software cuyo código
no fuera un plagio. Sin embargo, Jobs no tenía otro recurso. En los pri
meros tiempos de la industria del software, no se podía proteger con pa
tentes el código de los programas .
Haciéndose eco de lo que algunos ejecutivos de Apple me han dicho,
uno de ellos, cuyo nombre no mencionaré, me comentó: «Steve estaba
muy enfadado por el hecho de que su compañía hubiera sido la primera en
innovar en esa categoría [hacer que los pe fueran más fáciles de manejar] . . .
y que, cuando Apple trató de detener [el intento de copia por parte de
Microsoft] , no hubiera tenido éxito. Por eso su idea sobre las patentes era:
"No patentamos cosas para ganar dinero con ellas. No patentamos cosas
para negociar con ellas. Tenemos patentes para proteger la innovación y la
inversión en innovación que hace la empresa". Y, para él, el mensaje se
reducía a un solo punto, que es que, si tienes patentes, puedes decirle a
alguien que deje de usar tu tecnología y denunciarlo si no lo hace» .
Nada ilustra mejor la obsesión de Jobs por las patentes como arma que
sus comentarios sobre ellas durante el lanzamiento del primer iPhone en
2007 y las reuniones privadas que mantuvo sobre el tema en 2006. En el
otoño de 2006, mientras los ingenieros de Apple se afanaban en tener
el iPhone listo para su presentación en enero, surgió la duda sobre qué
tecnologías debían patentarse en su lanzamiento en una de las reuniones
semanales que Jobs mantenía con sus ejecutivos sénior. Fue una discusión
corta. Antes de que nadie pudiera comenzar a considerar la cuestión,
Jobs la zanjó completa y definitivamente: «Vamos a patentarlo todo».
174
La onda expansiva en el seno de Apple fue inmediata. Pronto, los
ingenieros de la compañía fueron invitados a participar en las «sesiones
de divulgación de la invención» que tenían lugar mensualmente. Un día,
un grupo de ingenieros de software se reunió con tres abogados de pa
tentes, según publicó el New York Times. El primero de ellos analizó un
programa que estudiaba las preferencias del usuario mientras éste nave
gaba por las webs. «Ésa es una patente», dijo uno de los abogados, ga
rabateando notas. Otro ingeniero describió una pequeña modificación
en una aplicación muy popular. «Ésa es una patente» , dijo el abogado.
Otro ingeniero mencionó que su equipo había modernizado un soft
ware. «Ésa es otra», dijo el abogado.
Los agresivos procedimientos de solicitud fueron diseñados no sólo
con la máxima protección en mente, sino con el máximo sigilo. Dichos
procedimientos son públicos, y los competidores de Apple están siempre
alerta sobre ellos, como modo de adivinar qué hará la compañía a con
tinuación. Así que Jobs presentaba siempre muchos. De ese modo, el
público veía multitud de ideas, que parecían contradecirse las unas a las
otras, contó Andy Grignon, uno de los primeros ingenieros del proyec
to iPhone. Grignon dijo que su patente sobre uno de los diales de los
primeros iPhones -que convertía la rueda de hacer dic del iPod en un
dial de marcación- fue preparada en 2005 pero no se presentó hasta
2006. No sólo había pasado un año desde su concepción, sino casi un
año desde que Apple hubiera decidido no utilizarla en el iPhone. «Bási
camente tratábamos de patentarlo todo -comentó uno de los abogados
de Apple-. Y tratábamos de patentarlo de tantas maneras como fuera
posible, aunque se trataba de material sobre el que no existía garantía
alguna de que fuera a incorporase al producto», porque evitaría que otra
empresa tratara de patentar una idea que Apple había tenido antes.
Jobs hablaba de forma muy hábil sobre estos temas. A los siete mi
nutos y medio de empezar su presentación del primer iPhone, en enero
de 2007, se refirió a la pantalla táctil con estas palabras: «Hemos inven
tado una nueva tecnología llamada "multitáctil" que es fenomenal . Es
casi mágica. No necesita lápiz. Es mucho más precisa que cualquier otra
pantalla táctil que haya sido lanzada al mercado. No tiene en cuenta los
toques no intencionados. Es muy lista. Puedes operar en ella con varios
dedos . Y, sí, la hemos patentado» .
1 75
Provocó una carcajada general, pero Jobs tenía razones mucho más
tácticas en mente . Sabía que defender una patente se hace tanto con bra
vuconadas como con la ley en la mano. Apple estaba presentando un
producto en un sector -la telefonía móvil- repleto de enormes compa
ñías, muy potentes financieramente, sentadas encima de una enorme
cartera de patentes de su propiedad. Nokia era la empresa de telefonía
más grande del mundo. RIM era líder mundial en la fabricación de telé
fonos inteligentes para usos profesionales. Y Motorola había inventado
el teléfono móvil en 1973 . Si el iPhone triunfaba, esas y otras empresas
del sector de la telefonía móvil intentarían demandar a Apple por viola
ción de patentes como forma de frenar el ascenso del iPhone. J obs quería
asegurarse de que se lo pensaran dos veces, según dijo Nancy Heinen,
que fue asesora jurídica principal de Apple hasta 2006.
J obs no había inventado la tecnología multitáctil, y todo el mundo en
Apple lo sabía, pero la había mejorado al incorporarla al iPhone y añadien
do otras innovaciones, y quería proteger justamente esas innovaciones. Así
que estaba jugando al viejo juego de «a ver quién se aparta primero» : haces
que tus enemigos piensen que estás tan loco que no vas a ceder en abso
luto, con la esperanza de que así decidan no molestarse en provocarte .
«Recuerden, [ J obs] es el mejor vendedor del planeta», dijo Heinen.
No era necesario que hubiera inventado la tecnología multitácti l . Basta
ba con que convenciera a la industria de telefonía de que tenía el dinero
y la voluntad de defender esa aseveración en los tribunales durante mu
cho tiempo. «Estaba lanzando un mensaje : tengo un mazo y pienso
usarlo cada vez que os acerquéis demasiado -afirmó-o Es una estrate
gia empresarial . Había innovaciones reales en el iPhone, pero no éramos
los primeros en pescar en ese coto. Así que, si no eres el primero, tienes
que ser firme a la hora de dar cobertura a cualquier posible invento o
función o detallito, porque el entorno está abarrotado. No sabes lo que
va a sobrevivir [a la oficina de patentes y a las impugnaciones legales] y
no sabes qué otras cosas va a lanzar la competencia .»
El veredicto en el juicio de Apple contra Samsung fue acogido con gran
consternación por abogados, empresarios y ejecutivos, que acusaron a
Apple de manipular imprudentemente el proceso legal en su beneficio.
1 76
La economía estadounidense de la innovación no iba a sobrevivir mucho
tiempo a abusos parecidos, dijeron. El problema era que los adelantos
tecnológicos se sucedían a tal velocidad, especialmente en el campo del
software, que habían desbordado la capacidad de la oficina de patentes
de Estados Unidos para leer, analizar y dictaminar de forma creíbles so
bre patentes.
Había un fondo de verdad en todo esto. El número de solicitudes de
patentes había crecido de forma sostenida. En el año 2000, la U.S. Patent
and Trademark Office (USPTO) (Oficina de Patentes y Marcas de Esta
dos Unidos) recibió 3 1 5 .000 solicitudes. En 2010 fueron 520.000 y en
2012, 577.000. Y, a pesar de que el retraso de solicitudes pendientes de
tramitar se redujo en 2013 , fue tras una década de incrementos sosteni
dos. La agencia no había contratado a suficientes inspectores para man
tener el ritmo dada la carga de trabajo creciente. Para cuando llegó el
veredicto sobre Samsung, el tiempo de espera medio para una decisión
sobre patentes había subido de 25 meses en 2000 a 32,4 meses en 2012,
y las patentes pendientes de análisis se habían disparado, pasando de
1 58 .000 en 2000 a más de 600.000 en 2012 .
Además, las normas que permiten patentar un software son mucho
más flexibles que las que regulan las posibilidades de patentar un fármaco.
Cuando se trata de un fármaco, hay que crear realmente una nueva mo
lécula. En el caso del software, puede obtenerse una patente simplemen
te presentando una nueva manera de hacer algo, aunque haya muchas
formas distintas de desarrollar un software para hacerlo. Uno de los más
famosos y controvertidos ejemplos es el botón «Comprar ya en 1 -Clic»
de Amazon.com. Amazon lo tiene patentado, lo que significa que cual
quier otra web que quiera que sus consumidores puedan comprar con un
solo clic tiene que pagar a Amazon una licencia.
La patente de « l -Clic», denominada «el método y sistema para ha
cer una compra vía una red de comunicaciones», la solicitó Amazon en
1999 . En la actualidad, la compañía la ha licenciado por todo el mundo.
Incluso Apple tuvo que obtener una licencia para el método 1 -Clic en el
año 2000 para poder utilizarlo en su tienda en línea y, más tarde, en
iTunes. La patente ha resistido incluso a impugnaciones en los tribuna
les. En 2006 fue impugnada por un entusiasta de las patentes y actor de
Auckland (Nueva Zelanda), que encontró una técnica previa a la paten-
1 77
tada por Amazon, presentada un año antes por una compañía llamada
DigiCash. El actor, Peter Calveley, dijo a los periodistas que impugnó la
patente porque «se aburría» . La USPTO reexaminó la petición de Ama
zon, Amazon la modificó y la USPTO renovó la patente en 2010 .
De todos modos, hay algo engañoso en todo este ruido. La retórica
que subyace es que vivimos en una época sin precedentes. Eso es falso .
Si uno pasa tiempo suficiente hablando con historiadores y abogados de
patentes, descubrirá que las largas e interminables batallas sobre patentes
de tecnologías nuevas e importantes han sido bastante habituales desde
que la USPTO fue creada en 1 87! .
Nos vanagloriamos de nuestros emprendedores en los libros de his
toria, y eso está bien. Pero el proceso de destilación necesario para que
dichos títulos sean digeribles -y para convertir a los emprendedores en
héroes- a menudo olvida las confabulaciones, intrigas y trabajo sucio
asociado a la obtención de ese reconocimiento. Prácticamente todos los
emprendedores han terminado formando parte de los libros de historia
no sólo por el mérito de haber inventado algo, sino porque fueron ca
paces de defenderlo en los tribunales mejor que sus competidores.
Alexander Graham Bell y Elisha Gray litigaron durante una década
sobre quién tenía derecho a llamarse a sí mismo inventor del teléfono.
El derecho al título aún genera controversias entre los entusiastas de la
historia de la telefonía. Bell y Gray solicitaron sus patentes a la USPTO
el mismo día, pero la de Bel l fue la primera del día y la de Gray la núme
ro treinta y nueve . La USPTO no tuvo en cuenta que el tipo de patente
solicitada por Gray requería que la de Bell fuera apartada hasta que am
bas pudieran ser comparadas. A pesar de las casi seiscientas demandas
interpuestas al respecto, los tribunales se alinearon siempre con Bell.
Los hermanos Wright pasaron años defendiendo su patente sobre el
método de control de vuelo. El pleito más famoso, interpuesto contra
ellos por el pionero de la aviación Glenn H. Curtiss, duró cuatro años.
Las demandas sobre patentes contra los Wright podían haberse alargado
mucho más tiempo, pero estalló la Primera Guerra Mundial . El Gobier
no estadounidense necesitaba desesperadamente aviones de combate, y
finalmente forzó a la industria a poner en común sus patentes y conce
derse licencias cruzadas, de forma que dejaran de pelear entre ellos y
ayudaran a ganar la guerra.
178
En la década de 1950, el inventor del láser, Gordon Gould, no co
nocía bien el proceso para solicitar una patente. En lugar de realizar la
petición inmediatamente, Gould registró su cuaderno de notas. Cuando
finalmente presentó su solicitud, sus ideas ya habían sido patentadas por
otro fIsico, Charles Townes. Gould pasó los treinta años siguientes tra
tando de arrebatárselas y obtener los derechos legales de la tecnología
láser. El procedimiento fue tan caro que finalmente dedicó el 80 % de las
regalías a cubrir los gastos legales. «El lento tic-tac del reloj legal puede
agotar los recursos financieros y emocionales del inventor; grandes em
presas con recursos y sus abogados han puesto palos en las ruedas de
muchas reclamaciones de inventores independientes hasta que éstos han
perdido la voluntad y la posibilidad de seguir luchando», afirma Nick
Taylor en su libro Laser: The Inventor, the Nobel Laureate) and the Thir
ty-Year Patent War.
Una de las batallas más famosas sobre patentes fue también una de
las primeras, a mediados del siglo diecinueve. Isaac Singer, el hombre
que muchos de nosotros asociamos a la invención de la máquina de co
ser, estuvo involucrado en uno u otro litigio sobre patentes durante
veinte años. Por lo que parece, perdió tantos de esos juicios como los
que ganó. Él es recordado, y otros muchos inventores de máquinas de
coser no lo son. Eso puede suceder bien porque tenía dinero suficiente
para luchar durante mucho tiempo o porque era mejor que los demás a
la hora de dar a conocer el producto al público y comercializarlo.
Singer no fue ni siquiera el primero en patentar una máquina de
coser. De hecho, fue uno de los últimos. La primera patente correspon
dió al inventor Elias Howe, Jr. en 1 840. Su máquina era básica. Combi
naba sólo tres de los diez componentes que se asocian en general a las
máquinas de coser. Cosía en vertical mientras la aguja se movía en hori
zontal, lo cual no era muy práctico para coser líneas rectas cuando había
que sostener la pieza de tela en el aire y hacerla pasar a través de la má
quina. Las máquinas de coser modernas cosen horizontalmente mientras
la aguja trabaja en vertical, y eso permite a quien cose apoyar la pieza de
tela en una mesa.
Desde 1 840 o 1 850, se solicitaron aproximadamente siete patentes
más de máquinas de coser, pero pocas triunfaron a nivel comercial. Sólo
entonces -tras observar el fracaso de los otros- Singer sacó su máqui-
1 79
na al mercado en 1 850 . La ventaja de su máquina estaba en que tenía un
pedal de pie, que movía la tela mecánicamente y podía hacer novecientos
puntos por minuto. Una costurera típica podía realizar cuarenta.
Singer y Howe lucharon con ahínco durante la siguiente década. El
éxito de Singer enfureció a Howe, que sentía que éste únicamente había
mejorado sus ideas sin inventar nada nuevo. Esta acusación no preocupó
demasiado a su oponente. Singer era famoso por afirmar que estaba
«interesado en el dinero, no en el invento», según cuenta Adam Mos
soff, profesor de derecho y propiedad intelectual de la George Mason
University en su artículo «The Rise and Fall ofthe First American Patent
Thicket: The Sewing Machine War of the 1 850's» (Auge y caída de la
primera maraña estadounidenses, de patentes: la guerra de las máquinas
de coser de la década de 1 850) . Cuando Howe se presentó en la tienda de
Singer en Nueva York a reclamar sus regalías, Singer lo rechazó y lo
amenazó con tirarlo por las escaleras. «Singer era un hombre irascible
que llevó una vida muy pintoresca: era bígamo, se casó con al menos
cinco mujeres a lo largo de su vida usando nombres distintos, tuvo die
ciocho hijos fuera del matrimonio y poseía un temperamento violento
que a menudo aterrorizaba a sus familiares, socios empresariales y cole
gas de profesión», escribió Mossoff.
A mediados de 1850, 1 . M . Singer & Co. estaba metida en veinte
demandas distintas en Estados Unidos, como parte demandada en algu
nos casos y demandando a sus principales competidores en otros. De
hecho, Howe ganó algunos de los primeros juicios, pero eso sólo hizo
que Singer luchara con más energía. La batalla sólo se detuvo cuando a
los distintos fabricantes de máquinas de coser les quedó claro que se
ganarían mucho mejor la vida acabando con la guerra que siguiendo con
ella. La máquina de coser había revolucionado uno de los mayores mer
cados del mundo, el del vestido. Permitía producir en masa ropa de
vestir y venderla por una ínfima parte de su coste anterior. Eso provocó
un gran crecimiento en la demanda de prendas de vestir, lo que a su vez
provocó un aumento importante de la demanda de máquinas de coser.
La solución fue la misma que hoy se sugiere como salida de la ma
raña de patentes en la que se halla Apple. Las compañías demandantes,
incluidas Singer, Howe y dos empresas más, aparcaron sus diferencias y
crearon el primer consorcio de patentes de Estados Unidos. El grupo se
180
llamó Sewing Machine Combination (Agrupación de Máquinas de Co
ser), y todos los participantes acordaron tener el mismo acceso a la tec
nología que permitía realizar una máquina de coser básica, y luego crea
ron normas para acuerdos de licencias cruzadas que permitían a cada
compañía especializarse y continuar compitiendo con las demás .
Las semejanzas entre la batalla de patentes que mantuvieron Singer y
Howe y la que se vive hoy con los teléfonos inteligentes son sorprenden
tes. Resulta tentador distinguir las luchas actuales argumentando que el
software es mucho más dificil de entender. Pero los jueces y jurados de la
USPTO siempre han tenido que esforzarse para comprender las tecnolo
gías. En 1912 , el juez Learned Hand estaba revisando un caso de paten
tes en la industria biomédica que ponía en duda que la adrenalina pudie
ra patentarse . Dictaminó que sí podía, pero también se preguntó por qué
debía él decidir al respecto. «No puedo dejar de llamar la atención sobre
la extraordinaria condición de la ley que hace posible que un hombre sin
ningún conocimiento de los rudimentos de la química juzgue cuestiones
como ésa. La inmensa cantidad de tiempo que exige es el menor de los
problemas, ya que únicamente un químico capacitado puede juzgar estos
hechos» .
Lo que diferencia a las patentes de software en la actualidad es que,
a pesar de que hace treinta años que se busca una solución, la disputa
sobre los precedentes legales que determinan qué es una buena patente
y qué una mala sigue viva. En los primeros tiempos de la industria infor
mática la respuesta a esa pregunta era fácil: el software no era patentable.
No era percibido en sí mismo como un producto independiente del
ordenador. Los tribunales no pensaban que el software hiciera mucho
más que decirle a la máquina que llevara a cabo cálculos matemáticos
con mayor velocidad. La matemática, como parte de la naturaleza, no
era patentable.
Sin embargo, en 198 1 , a medida que el pe ganaba terreno en las
empresas y con la eclosión de toda una industria de emprendedores en
el campo del software, el Tribunal Supremo de Estados Unidos modifi
có ese aspecto en el caso de Diamond contra Diehr. Afirmó que un
programa de ordenador utilizado para calcular cuánto tiempo tardaría
181
una máquina en calentar y secar el caucho era patentable. El tribunal
falló que el software era más que una serie de ecuaciones matemáticas.
Se trataba de un proceso único para determinar la mejor manera de
moldear el caucho. La patente para moldear caucho sin usar software
había expirado hacía mucho tiempo. Pero el uso del software había crea
do una forma nueva, única y patentable de hacerlo.
Esta decisión fue crítica para los empresarios de Silicon Valley en la
década de 1990. Hasta ese momento la convención legal había sido la de
proteger el software con la ley de derechos de autor, dada la resistencia
de los tribunales a permitir que se patentara. Los abogados pensaban que
desarrollar un software es un proceso creativo como lo es escribir un libro
o componer una canción, y debía ser protegido de la misma manera. En
el idioma inglés, las letras se usan para formar palabras que expresan
ideas. En el caso del lenguaje musical, las notas permiten a los músicos
saber qué sonidos deben obtener al tocar sus instrumentos. En el caso del
lenguaje informático, el código del software permite indicar a las máqui
nas lo que deben hacer.
Sin embargo, en 1987, Quattro, un software de hoja de cálculo de
Borland, ensanchó los límites de la legislación en materia de copyright en
el software hasta convertirla en inútil . En aquellos tiempos existían múl
tiples programas de hoja de cálculo para pc, de los que Lotus 1 -2-3 era el
dominante y de mayor éxito. Quattro, en un esfuerzo por hacer su pro
ducto más fácil de usar, copió las palabras y la jerarquía de menú de Lotus.
No quería que sus clientes se confundieran al usar uno u otro programa
de forma alterna. No usaba ninguno de los códigos base de Lotus, sino
que se limitaba a proporcionar a los usuarios un «interfaz de emulación
de Lotus», que les permitía pasar de uno a otro programa.
Lotus interpuso una demanda, alegando que su sistema de menú
estaba protegido por la legislación de los derechos de autor. Pero, para
sorpresa de todos en Silicon Valley, perdió. El juez Norman Stahl, del
Tribunal de Apelación de Primera Instancia de New Hampshire, dicta
minó en 1995 que «en muchos aspectos, la jerarquía de comandos de
menú de Lotus se parece a las teclas utilizadas para controlar, por ejem
plo, un grabador de videocasetes (VCR). Un VCR es una máquina que nos
permite ver y grabar cintas de vídeo. Los usuarios manejan el VCR pre
sionando una serie de teclas que llevan las etiquetas "Record, Play, Re-
1 82
verse, Fast Forward, Pause, Stop/Eject" (grabar, reproducir, girar, avan
zar, pausa, detener/abrir) . El hecho de que las teclas estén etiquetadas
y en determinado orden no implica que sean una "expresión literaria" y
no las convierte en una "expresión" del "procedimiento de uso", en
abstracto, del VCR mediante un conjunto de teclas etiquetadas, sino que
las propias teclas son el "procedimiento de uso" del VCR» .
Las repercusiones fueron enormes. Las demandas de Apple contra
Microsoft, que aún seguían vivas en la década de 1 990 -mucho después
de que Jobs dejara la empresa-, chocaban de lleno con esa sentencia,
por ejemplo. Sin otra forma de proteger las creaciones de los emprende
dores, los abogados volvieron sus ojos al caso de Diamond contra Diehr
y comenzaron a usar las patentes como protección.
Sin embargo, utilizar patentes para proteger el software ha resultado
ser sólo un poco más efectivo que usar los derechos de autor. Uno de los
grandes problemas es puramente tecnológico: la base de datos de la
oficina de patentes admite búsquedas, pero se trata de un tipo de bús
queda mucho menos refinada que la de Google, por ejemplo. El motor
de búsqueda de Google no sólo encuentra lo que se pide, sino ítems
similares en los que deduce que uno puede estar interesado en función
de su historial de búsquedas. Eso significa que, cuando la oficina de
patentes trata de buscar patentes previas sobre una idea, a menudo pasa
por alto documentos importantes.
Dos años antes de que Apple empezara a trabajar en el iPhone -en
2003-, una empresa llamada Neonode obtuvo una patente por activar
un dispositivo portátil deslizando un dedo por la pantalla. Más tarde,
Apple obtuvo una patente por lo mismo, lo que todo el mundo conoce
como la función «deslizar para desbloquear» del iPhone y el iPad. La ofi
cina de patentes no sabía que ya había concedido esa patente porque
Apple y Neonode describieron la función de forma notablemente distinta.
La patente de Neonode describió el proceso como «deslizar el ob
jeto a través del área táctil sensitiva de izquierda a derecha» , en lugar de
«deslizar para desbloquear» . * A pesar de que la patente de Apple ha sido
* En el caso de Neonode se utiliza la palabraglide. Apple utiliza la palabra slide. Ambas significan «deslizar», pero la diferencia en el verbo es relevante en el momento de
comparar patentes. ( N. del T.)
1 8 3
impugnada en Europa, todavía es válida en Estados Unidos. Y Apple
mantiene que su patente y la de Neonode describen cosas diferentes.
«Los abogados de Apple afirman que desplazar un dedo en un movi
miento continuo no queda descrito en la patente previa», dijo el econo
mista James Bessen de la Universidad de Boston en una conferencia
sobre la reforma de las patentes que tuvo lugar en Santa Clara. «Estamos
en un mundo de palabras mágicas, de juegos de palabras. Los tribunales
y los redactores de patentes juegan a este tipo de juego.»
Mark Lemley, director del programa de derecho, ciencia y tecnolo
gía de la Universidad de Stanford, al que muchos consideran el mayor
experto en la reforma de la legislación de patentes de software, dice que
el problema está más concentrado en la oficina de patentes: la oficina no
ha dejado de pensar en el software tal como fue concebido originalmen
te: como un conjunto de procedimientos que hace funcionar un orde
nador. Nadie más piensa ya en el software de esa manera, afirma. La
gente categoriza la innovación en software en función de la solución que
da a determinado problema. La cuestión no es si el código en sí mismo
o el proceso que desencadena es único, sino si el software tomado como
un todo hace algo que es único.
«Dejamos que la gente se salga con la suya al plantear la innovación
en función del problema que resuelve, y no de la solución que han dado
a dicho problema. Es algo que no se permite en ningún otro campo
-afirmó-o No permitimos a nadie que reclame para sí una configura
ción de átomos que cure el cáncer. La solución tiene que ser un com
puesto químico concreto. »
1 84
9
¿ S e acuerdan de la convergencia? Está p as ando
Un año después del lanzamiento del iPad parecía increíble que Jobs se
hubiera preocupado siquiera un instante por el crecimiento de Android
en 2009 y 2010 . Android continuó creciendo a un ritmo asombroso,
pero las ventas del iPhone se aceleraron en la misma medida. Las ventas
trimestrales del iPhone 4, presentado en 2010 , doblaron las del iPhone
3GS. Las ventas del iPhone 4S, que se lanzó en 201 1 , doblaron las del
iPhone 4. En otoño de 201 1 , Apple vendía casi 40 millones de teléfonos
cada trimestre. A Google le iba bien. Decía que Android era rentable.
Pero todavía era dificil ver el impacto financiero del mismo en el global
de empresa. Mientras, en Apple, el iPhone y la tienda de aplicaciones
llevaban a la compañía a obtener bendicios récord. En 201 1 , Apple al
canzó los 33 .000 millones de dólares, tanto como Google y Microsoft
sumadas. En 2010, había sobrepasado a Microsoft para convertirse en la
mayor empresa tecnológica por su valor de capitalización bursátil . En
2 0 1 1 , sobrepasó a Exxon y se convirtió en la mayor empresa -sin más
de acuerdo con el mismo baremo. A finales de 201 1 , disponía de tantos
recursos -1 00.000 millones de dólares- que si hubiera usado ese dine
ro para convertirse en un banco, habría figurado entre los diez primeros
del mundo.
Hay algo todavía más sorprendente. A mediados de 20 1 1 , el iPad
estaba demostrando ser un producto más revolucionario que el iPhone
y, por supuesto, que el iPod. El iPod y iTunes habían cambiado la ma
nera en que la gente compraba y escuchaba música. El iPhone cambió
lo que la gente esperaba de su teléfono móvil. Pero el iPad estaba vol
viendo del revés cinco sectores distintos. Estaba cambiando la manera
1 85
en que los consumidores compraban y leían libros, periódicos y revistas.
y estaba cambiando la manera en que veían películas y programas de
televisión. Los ingresos provenientes de esas líneas de negocio alcanza
ban los 250 .000 millones de dólares, aproximadamente un 2 % del pro
ducto interior bruto.
El iPad no hubiera sido posible sin el iPhone. Habría sido demasiado
caro de producir e imposible de vender por 600 dólares en 2007. Los
chips ARM necesarios no eran suficientemente rápidos para hacer funcio
nar algo con una pantalla de ese tamaño. Y, sin todo el contenido dispo
nible en la tienda de aplicaciones, los consumidores no habrían sabido
qué hacer con él. O eso era lo que Apple pensaba. Pero en 201 1 , con la
tienda de aplicaciones en marcha y la curva de aprendizaje sobre el uso
de la pantalla táctil superada, el iPad producía al parecer un número infi
nito de nuevas maneras de consumir e interactuar con los contenidos.
Además, el iPad estaba revolucionando el negocio de los ordenado
res portátiles. Quitaba ventas a los PC de la misma manera que en la
década de 1980 los P C se comieron a los minicomputadores y servidores
de compañías como Digital Equipment e IBM. Algunos clientes de iPad
lo convirtieron en su tercera opción, como Jobs había predicho. Pero
muchos decidieron que sólo necesitaban dos, y empezaron a eliminar sus
ordenadores portátiles que operaban con programas de Microsoft, como
Dell, HP, Toshiba, Acer y Lenovo, a toda velocidad. El cambio fue tan
duro para Dell que a principios de 2 0 1 3 estaba tratando de salir de Bol
sa para hacer economías.
Jobs estaba particularmente satisfecho con esta evolución -dijo
alguien de su confianza-, aunque en el contexto de los terremotos que
el iPad estaba provocando éste era una simple anécdota. Treinta y cinco
años después de fundar Apple junto a Steve Wozniak, Jobs estaba ha
ciendo finalmente lo que había soñado: transformar lo que los consumi
dores y las empresas esperaban de sus ordenadores. Se suponía que en el
Macintosh -el primer ordenador de sobremesa en usar un ratón- de
bía haber sido el que lo consiguiera en 1 984. Se suponía que partiendo
de una máquina complicada -el pc- se había obtenido un producto de
gran consumo que cualquiera podía usar. Fracasó. Los Mac no desapa
recieron, pero Microsoft Windows y Office se anotaron el tanto de la
popularización del pc .
1 8 6
No obstante, en 201 1 , el mundo había cerrado el círculo. Sumando
los sistemas operativos de los ordenadores de sobremesa y de los móvi
les, Apple era ahora tan grande como Microsoft Windows y Windows
Mobile. Y había cierta justicia poética en el hecho de que Dell hubiera
recibido los peores golpes. Cuando Jobs regresó a Apple en 1 997, Mi
chael Dell declaró que no tenía ninguna confianza en la recuperación de
la empresa, y que si él fuera Jobs «cerraría la compañía y devolvería el
dinero a sus accionistas» . «Steve odiaba el hecho de que el Macintosh
no fuera el preferido desde el primer momento, que no todo el mundo
perdiera el culo por conseguir uno -comentó el confidente de Jobs-.
Así que hablamos mucho de cómo podíamos asegurarnos de que el iPad
iba por el buen camino. »
Andy Rubin y el equipo de Android en Google luchaban por seguir
el ritmo incesante de innovaciones de Apple . Pero en 2 0 1 1 se habían
visto superados en casi todos los frentes. Sí, había más dispositivos An
droid en uso que iPhones y iPads juntos. Pero la dimensión de la plata
forma era sólo uno de los muchos indicadores de dominio en la lucha de
Apple contra Google. Tanto con el iPhone como con el iPad, Apple
seguía teniendo los dispositivos más fantásticos y vanguardistas. Dispo
nía del mejor contenido para esos dispositivos. Su software era el más
fácil de usar. Y tenía la mejor plataforma para que los propietarios de
contenidos y los desarrolladores de software obtuvieran beneficios. Lo
que J obs comprendió -y los ejecutivos de Google estaban tratando de
entender- es que se trataba de algo más que una lucha sobre qué com
pañía dominaría el futuro de la tecnología. La batalla también dirimiría
quién dominaría el futuro de los medios de comunicación. El iPod era
un dispositivo muy bonito, pero lo que lo hizo popular fue que los con
sumidores de música podían usarlo fácilmente para comprarla. Las ven
tas de iPhone no despegaron hasta que Jobs lanzó la tienda de aplicacio
nes. y el iPad se popularizó sólo cuando Jobs convenció a las grandes
empresas de medios de comunicación para que permitieran a los consu
midores adquirir una oferta sin fin de libros, periódicos, revistas, pelícu
las y programas de televisión.
En realidad, cuanto más éxito tenía Apple, más se acercaban Google
y Android a su política de «lo controlamos todo» . Para que el software
de Android pareciera más atractivo y fácil de usar, Rubin contrató al
1 8 7
diseñador Matias Duarte, de Palm, a mediados de 2010 . Y para conse
guir que los teléfonos y las tabletas Android se vendieran mejor empezó
a decidir personalmente la forma en que debían diseñarse determinados
dispositivos . A pesar de que los dispositivos llamados Nexus los fabrican
empresas como Samsung, LG o HTC, muchas veces los diseña e incluso
comercializa Google.
Sin embargo, ésa no fue una adaptación fácil para la cultura de in
geniería que definía a Google y Android. Sólo cuando Google lanzó el
Nexus S a finales de 2010 consiguió un superventas. Y hasta que lanzó
el Nexus 7 en 2012 no tuvo una tableta superventas. Google no podía
competir con iTunes hasta que lanzó Google Play en 2012 , que combi
naba su tienda de aplicaciones Android con sus esfuerzos en la distribu
ción de películas, libros, juegos y programas de televisión.
Sería normal pensar que, con el paso de los años, Google debería
haber desarrollado cierta afinidad con las habilidades comerciales y de
marketing necesarias para hacer mella en la industria de los medios. Vir
tualmente todos sus ingresos provenían de la publicidad. Era la propie
taria de YouTube, que puede decirse que es el mayor distribuidor de
vídeos del mundo. Pero Google había triunfado porque había rechazado
estos flecos de su negocio. Había utilizado la tecnología para sacar el
máximo partido comercial de la publicidad y la distribución, y para con
vertir ambas en una máquina de hacer dinero.
En la actualidad, Google sigue tratando de desarrollar esas habili
dades' pero durante 2012 y 2 0 1 3 ha continuado demostrando que le
queda un largo camino por andar. En 2012 , cuando Google presentó
con orgullo un dispositivo ovalado llamado Nexus Q -que transmitía
por vía inalámbrica música, programas de televisión y películas a cual
quier aparato de la casa-, la respuesta del público fue tan negativa que
Google decidió descartar completamente el proyecto y ni siquiera lo
sacó a la venta. Se suponía que el Nexus Q debía plantar cara a los dis
positivos dominantes de transmisión desarrollados por Apple y Roku.
Pero Google anunció que el Nexus Q iba a costar tres veces lo que valían
los de sus competidores, y que sólo funcionaría con las bibliotecas de
entretenimiento que éstos ya tuvieran o con el contenido de Google
suministrado por su propia tienda. Los consumidores no podrían, por
ejemplo, mirar Netflix o Hulu Plus con él. A mediados de 201 3 , Google
1 8 8
tomó la dirección contraria con Chromecast, un dispositivo de 35 dóla
res que convierte cualquier teléfono inteligente en un mando a distancia.
En 201 3 , también lanzó el Chromebook Pixel, un portátil con una
de las pantallas táctiles más nítidas que existían. Pero parecía más un
experimento que un producto real que alguien fuera a comprar. Con
ceptualmente, funcionaba como un teléfono inteligente o una tableta;
es decir, que la mayor parte de la información del usuario se almacenaba
en la nube y no en la tableta. Incluía un pequeño disco duro de 64 gigas,
carecía de lector de DVD, y el sistema operativo no era el de Microsoft o
el de Apple, sino el propio de Google en el que se basaba su explorador,
llamado Chrome . No era compatible con Microsoft Office.
Los consumidores podían haberse adaptado si el Pixel hubiera sido
más ligero que el típico portátil, su diseño hubiera sido más vanguardis
ta y funcional o su batería hubiera durado más. Las alternativas a Office
de Google se han vuelto muy competitivas. Pero el Pixel no era más li
gero, ni más bonito ni consumía menos batería. Y costaba 1 . 300 dólares,
el doble que un iPad con una pantalla similar.
Mirando hacia atrás, resulta extraño que fuera el iPad y no el iPhone el
que ayudara a las empresas de los medios de comunicación a ver un futu
ro del que querían formar parte en vez de combatirlo. Uno de los sueños
del iPhone ha sido siempre el de llegar a los consumidores allá donde
estén. Nada podía ser mejor para eso que un teléfono inteligente conec
tado a Internet. Ningún otro dispositivo podía llegar siempre al cliente,
en cualquier parte, no sólo cuando éste planeaba leer un libro o ver una
película, sino también en cualquier rato libre : mientras hacía cola, estaba
en el baño o se aburría en una reunión o un espectáculo. Sin embargo,
en esos tiempos, los ejecutivos de contenidos pensaban que la pantalla
era demasiado pequeña: no podían imaginarse a sus clientes viendo una
película o leyendo un libro en ella. Y los anunciantes no podían concebir
campañas llamativas de alto presupuesto en ese soporte .
Por el contrario, el iPad, con una pantalla del tamaño de algunas
revistas, ofrecía todo tipo de posibilidades. ¿Podían los editores ofrecer
suscripciones digitales por las que los consumidores pagaran y hacer que
comprendieran que esos contenidos no iban a ser gratuitos para siempre?
1 89
¿Podían los editores vender espacios publicitarios al mismo precio que
en las publicaciones impresas? ¿Podía Hollywood cambiar la manera en
que facturaba contenidos a los distribuidores por cable o por satélite,
haciendo el proceso más flexible y ofreciendo nuevas funcionalidades
in teractivas?
La respuesta a la mayor parte de esas preguntas resultó ser afirmativa.
En el momento en que Jobs murió, en octubre de 201 1 , los usuarios ya
podían leer prácticamente cualquier cosa en un iPad. Alimentado con li
bros, revistas, periódicos, películas y espectáculos de televisión desde iTu
nes y la tienda de aplicaciones, televisión en directo por cable y contenidos
de otros servicios en línea como Amazon, Netflix, Hulu y HBO, el iPad
se había convertido en el dispositivo de consumo de medios de comuni
cación más importante desde el nacimiento de la televisión. A través de
iTunes, estaban disponibles suscripciones a cientos de revistas. Podían
descargarse más de un millón de libros electrónicos a través de la aplica
ción Kindle de Amazon o la librería de iTunes. Prácticamente cualquier
película o espectáculo televisivo en el que se pudiera pensar podían verse
en alguno de los servicios de visualización en directo.
Las negociaciones de los ejecutivos de los medios de comunicación
con Apple al principio fueron un camino lleno de obstáculos. Los edito
res de periódicos y revistas estaban preocupados porque vender sus con
tenidos a través de iTunes daba a Apple acceso a sus listas de suscripto
res, quizá su activo más valioso. Los estudios de televisión como Viacom
y News Corp. temían que las operadoras de cable usaran el iPad para
expandir masivamente su audiencia e ingresos por publicidad pero no les
pagaran un céntimo por ello.
De hecho, durante dieciocho meses pareció que muy pocos proble
mas iban a resolverse. En 2010 y 201 1 , equipos independientes de eje
cutivos de Candé Nast y Time lne. peregrinaron mensualmente a la sede
central de Apple en California para explicar que jamás negociarían los
derechos sobre sus listas de suscriptores. Pero, después de aproximada
mente una docena de reuniones, parecía que Apple no había entendido
nada. Su única gran concesión fue acceder a añadir una frase sobre el
consentimiento explícito del cliente cada vez que la suscripción se hicie
ra a través de iTunes. En concreto, Apple preguntaría a los suscriptores:
« ¿Está de acuerdo en que compartamos el nombre, la dirección y el
190
restO de información de contacto que nos ha facilitado con el editor?»
Los ejecutivos de Candé Nast y Time lne. estaban convencidos de que
ésa era sólo una forma chapucera de rechazar sus peticiones. Sus inves
tigaciones revelaban que los suscriptores casi siempre responden que no
quieren cuando se les preguntan cosas de este tipo.
Sin embargo, la mayoría de los suscriptores dijeron que sí. En seis
meses, la mayor parte de los grandes editores de revistas y periódicos
estaban vendiendo suscripciones a sus contenidos en la tienda de Apple .
Tenían que pagar a Apple el 30 % de lo que las nuevas altas generaran,
pero, dado el coste de conseguir nuevas suscripciones por métodos ana
lógicos, parecía una ganga. Como media, cuesta entre 1 0 y 1 5 dólares
conseguir una nueva alta a una revista. A eso hay que añadir un dólar de
producción y distribución por cada ejemplar, mientras que una copia
digital apenas cuesta diez céntimos. «La respuesta inicial cuando se les
preguntó a los suscriptores si tenían alguna objeción [a que su informa
ción se compartiera] fue que no les importaba en más de un 5 0 % de los
casos, y hoy [ 20 1 3 ] supera el 90 %», afirma Scott Dadich, redactor jefe
de Wired. Formó parte del equipo negociador de Candé Nast como
director de diseño de la revista.
En el sector de la televisión, las discusiones fueron aún más acalora
das . A principios de 201 1 , Time Warner Cable, Cablevision y Comcast
crearon sencillas aplicaciones para iPad que permitían usar el dispositivo
como un televisor portátil en cualquier habitación del domicilio del
cliente. Las compañías de contenidos, como Viacom y News Corp . , di
jeron que ver sus espectáculos en cualquier cosa que no fuera un televi
sor degradaba su valor y violaba sus derechos de autor. Durante unos
cuantos meses, a partir de abril de 201 1 , Time Warner Cable eliminó
programas de News Corp. y Viacom, como Daily Show, de su aplicación
para iPad . Y, en junio, Viacom demandó a Cablevision por no eliminar
sus programas de las aplicaciones para iPad. En cierta medida, la posi
ción de Viacom parecía absurda. ¿Cómo era posible que una pantalla de
televisión muy pequeña fuera aceptable y un iPad no? Eso explica, sin
duda, por qué la demanda se resolvió con discreción tres meses más
tarde. Pero ilustra lo importante y revolucionario que fue el iPad.
Una vez superados los miedos iniciales que las empresas de medios
de comunicación tenían sobre el iPad, la mayoría se enamoraron de él .
191
En realidad, ofrecía varias opciones innovadoras y populares para el con
sumo de noticias y ocio, como pocos habían visto en el sector de los
medios en décadas. Las editoriales se apresuraron a hacer que sus títulos
estuvieran disponibles en formatos descargables . Revistas y periódicos se
apresuraron a desarrollar ediciones bien diseñadas para el iPad. Las ope
radoras de cable, como Comcast y Time Warner Cable, desarrollaron el
software para ver televisión desde cualquier parte que se ha mencionado
anteriormente. A mediados de 201 1 , una de las aplicaciones de iPad más
notorias era HBO GO, de la división HBO de la conservadora Time
Warner.
Con una suscripción por cable a HBO, HBO GO permitía a los
consumidores acceso libre a todos los episodios de todos los programas
que HBO hubiera emitido. Si alguien se había perdido un episodio de
Los Soprano, El show de Larry David o El séquito, podía encontrarlos allí,
por no mencionar las aproximadamente doscientas películas disponibles
para cualquier suscriptor de HBO en su televisión. Antes, los fans de un
programa se veían obligados a gastar cientos de dólares comprando DVD
si se habían perdido algún episodio o querían ver una serie que no ha
bían podido seguir. Lanzado a principios de 201 1 , HBO GO alcanzó los
4 millones de suscriptores en cuatro meses . Los usuarios se han estabili
zado en 7 millones, es decir, el 20 % del total de los 35 millones de sus
criptores de HBO. La pregunta que se hace con más frecuencia a Eric
Kessler, presidente de la compañía, es cuándo los consumidores podrán
disponer de HBO sin necesidad de cable .
El iPad también hizo saltar chispas entre las start-ups, que lo veían
no sólo como una forma más de leer o mirar, sino como un dispositivo
que cambiaría globalmente esa experiencia. Mike McCue, emprendedor
en el campo del software, y Evan Doll, veterano de Apple, crearon Flip
board en 2010 como respuesta a una pregunta simple : ¿qué pasaría si las
páginas web parecieran páginas bien diseñadas de una revista en vez de
una maraña de titulares en un monitor, cosa cada vez más habitual? ¿Qué
pasaría si se actualizaran en tiempo real y se personalizaran con los co
mentarios de Facebook y Twitter? «La web no está averiada, sólo nece
sita una puesta al día», suele decir McCue.
Era una idea atractiva : la World Wide Web había revolucionado el
mundo, pero, en los últimos veinte años, desde que Netscape se convir-
192
tió en el primer navegador de Internet, nunca había experimentado un
rediseño. Dado que la aparición del iPad había obligado a los usuarios a
modificar la manera en que interactuaban con sus pantallas, con los de
dos en vez de usar el ratón, ¿por qué no cambiar también las premisas
de diseño en las que se basaba el contenido con el que se interactuaba?
Y, más aún, decía McCue, ¿por qué no abordar las preocupaciones de
los anunciantes en dicho proceso de rediseño? Los anunciantes consi
deraban que la publicidad en las webs era un mal necesario más que
algo deseado . ¿Por qué no crear una plataforma que fuera realmente
atractiva y eficaz para ellos?
McCue era perro viejo en el juego de las start-ups. Había sido vice
presidente de tecnología de Netscape a mediados de la década de 1990,
antes de marcharse para cofundar Tellme Networks, una compañía que
desarrollaba software de respuesta automática de llamadas para empre
sas. Microsoft la compró en 2007 por 800 millones de dólares. Por
tanto, cuando McCue y Doll crearon Flipboard, tenían la credibilidad y
los contactos necesarios para que su idea suscitara interés. El mismo Jobs
se tomó su tiempo para revisar la aplicación antes de su lanzamiento, y
a finales de 201 1 se había convertido en la aplicación del año y una de
las empresas de nueva creación mejor valoradas de Silicon Val ley. Con
siguió el dinero y la atención de magnates del capital riesgo como John
Doerr. Del mismo modo llegaron currículums, y no únicamente de las
compañías de ingeniería informática punteras como Google, Apple o
Facebook, sino de empresas de medios de comunicación como Time
Ine. En ese mundo encontró McCue a Josh Quittner y lo contrató para
dirigir todas las alianzas de Flipboard con los medios . Además de ser un
escritor de primer nivel especializado en tecnología en Time, había sido
editor de Business 2.0 y había colaborado en el desarrollo de la aplicación
para iPad de Time Inc.
El iPad también posibilitó la creación de Atavist, un replanteamien
to de lo que debía ser una revista en la era digital . Cuando nació, en
201 0, los periodistas Evan Ratliff y Nick Thompson, junto con el pro
gramador Jefferson Rabb, se preguntaron si la nueva publicación debía
contener sólo texto, fotografias y gráficos o incluir audio y vídeo tam
bién. ¿Podía dejarse a los lectores elegir cuánto -mucho o poco- que
rían experimentar más allá de los textos? Los intentos anteriores de «en-
193
riquecer» el texto escrito habían resultado poco más que una pérdida de
tiempo. ¿Podían esas nuevas formas de experimentar las historias utili
zarse para garantizar que parecieran reales y fueran adictivas?
Los fundadores llamaron a su aventura Atavist porque estaban in
tentando insuflar nueva vida al periodismo narrativo y a la forma anti
cuada de contar historias . Estaba de moda pensar que el periodismo
narrativo desaparecería, pero Atavist demostró que eso no era así vol
viendo a definir el origen y la forma que debía tener ese tipo de perio
dismo. Sin embargo, no fue únicamente que los autores quisieran expe
rimentar con ese concepto, sino que Atavist se ofreció a pagarles de otro
modo. Tradicionalmente un escritor cobra por palabra. Puede ser dificil
vivir decentemente de ese modo. Un artículo de cuatro mil palabras,
incluyendo el tiempo de edición, puede suponer tres meses de trabajo y
generar sólo 8 .000 dólares . Pero Atavist creó un nuevo modelo de ne
gocio. Vendían descargas como parte de la nueva categoría Kindle Sin
gles de Amazon (un formato digital para obras cortas) y se repartían a
medias con sus escritores lo que quedaba una vez Amazon había cobra
do su parte . Uno de los reportajes de Atavist, de David Wolman, fue
nominado a un National Magazine Award en 2012 . Byliner, una startup
cofundada por antiguos editores de la revista Outside, trabajó conjunta
mente con el New York Times en el proyecto de John Branch «Snow
FalI» (nevada) , que obtuvo el Premio Pulitzer en 201 3 a la mejor cróni
ca. Ambos escritores ganaron mucho más dinero del que hubieran con
seguido publicando sus historias del modo tradicional .
Lo que realmente llamó la atención de los inversores y los medios
de comunicación tradicionales sobre Atavist fue, sin embargo, la sofis
ticación de su software. Rabb lo había diseñado para que trabajara con
todos los formatos de libros y revistas digitales que existían. Mientras
Amazon y Apple trataban de vincular a los autores a los formatos de su
propiedad -Amazon con Kindle y Apple con iBooks-, Atavist se con
virtió en un intermediario atractivo. Eric Schmidt de Google y los capi
talistas de riesgo Marc Andreesen, Peter Thiel y Sean Parker formaron
parte de un grupo de inversores externos a mediados de 2012 . A finales
de 2012 , los magnates mediáticos Barry Diller y Scott Rudin se unieron
para crear su propia start-up de libros electrónicos llamado Brightline.
Atavist, con su software, se convirtió en su editor digital exclusivo.
1 94
El impacto del iPad no se limitó a los medios. Pareció cambiarlo . . .
todo. Los pilotos del avión dejaron de llevar voluminosas maletas, cartas
de navegación, datos sobre el despegue y partes del tiempo. Todo cabía
en un iPad, y siempre estaba actualizado. Como los niños aprendían a
utilizar un iPad mucho antes que un ordenador personal, los profesores
empezaron a integrarlos en el currículum desde la guardería. Los médi
cos usaban el iPad en las rondas de hospital porque era más fácil de
sostener con una sola mano frente a la cama del enfermo que un pe y su
batería duraba todo el día. El iPad tenía un atractivo similar para los
platós de Hollywood, en medio del caos controlado de una filmación.
Eliminaba las pérdidas de tiempo provocadas por la distribución de cam
bios en el guión. Las grandes empresas adoraban el iPad, y, a finales de
201 1 , Apple confirmó que el 90 % de las 500 grandes empresas de Esta
dos Unidos que figuraban en la lista de la revista Fortune usaban el iPad
de un modo u otro. Convirtió a los jugadores profesionales de béisbol
en adictos a los datos, permitiendo a los lanzadores utilizar algoritmos
para saber qué lanzamiento esperar y a los jugadores de campo adivinar
dónde lanzaría la bola cada bateador. El iPad generó un nuevo tipo de
pintura virtual, convirtiéndose en un lienzo que sustituía a uno real .
La convergencia de tantos medios de comunicación en un solo dispositivo
ocurrió a tanta velocidad que, aunque los directivos de medios hubieran
querido resistir, habría resultado fútil . Uno de los tópicos del sector de la
comunicación en América es que siempre está pendiente de lo que miran
sus consumidores, y en 2012 un enorme número de ellos estaban miran
do iPads. En 2012, el 1 6 % de los estadounidenses tenía uno. Durante
treinta años, los medios habían estado soñando y buscando la manera de
sacar partido del inevitable choque entre el contenido digital y el circuito
integrado: el chip de silicio que permite que todo funcione, desde un
servidor al iPod más pequeño. Pero sus apuestas sobre cómo iba a pasar
fueron erróneas tan a menudo y de forma tan catastrófica que la mayoría
había abandonado la idea. Ahora digitalizaban a la desesperada todo lo
que podían para mantenerse a nivel de aquello que los consumidores es
taban dispuestos a pagar. La lista de grandes empresarios desconcertados
por esta convergencia de los medios no incluía sólo a soñadores de segun-
195
da, sino a algunos de los emprendedores y ejecutivos más inteligentes,
ricos y de mayor éxito a nivel mundial. Bill Gates invirtió más de 6 .000
millones de dólares de los recursos de Microsoft en participaciones en las
grandes compañías de cable y telecomunicaciones a finales de los noventa
y otros 425 millones en comprar WebTV. Esperaba aprovechar la posición
de dominio de Microsoft en ordenadores personales para obtener el con
trol sobre lo que vemos en nuestros televisores.
Antes, en esa misma década, el ca fundador de TCI J ohn Malone
había intentado provocar esa convergencia creando la mayor red de ca
ble de Estados Unidos, tomando posiciones en más de dos docenas de
operadoras de programación por cable -como CNN, TNT, Discovery
Channel- y luego fusionándolas todas en 1 993 con Bell Atlantic, una
de las grandes compañías de telefonía. Si el acuerdo no hubiera fracasa
do al cabo de cinco meses, habría dado a Malone el control sobre un
tercio de las televisiones de Estados Unidos. Incluso entonces, cuando
aún nadie hablaba sobre bandas anchas o conexiones inalámbricas, Ma
lone visualizaba un futuro en el que cada televisor tendría acceso a qui
nientos canales -comparados con las dos docenas que tenían en esos
tiempos- y un proveedor de servicios interactivos accesibles mediante
un descodificador muy avanzado. Es lo que ahora entendemos como
Internet, pero pocos hablaban de eso en aquellos tiempos. La osada
predicción de Malone espoleó a docenas de grandes compañías a acer
carse a la televisión interactiva. Uno de los casos más conocidos es el
Proyecto Orlando de 1994, un intento fallido por parte de Time Warner
en Florida que pretendía conectar cuatro mil viviendas con un sistema
de televisión por cable que les permitiera descargar vídeos bajo deman
da. El sueño de la convergencia fue la fuerza motora que impulsó explo
radores por marcación previos a Internet como Prodigy y Compuserve,
sin mencionar America Online, en los años ochenta.
Los que formaban parte de la industria de los medios de comunica
ción -y en particular Malone- creían que controlar la televisión en los
hogares sería crítico para la convergencia. Pensaban que el software y el
hardware que habían utilizado para los televisores funcionarían con la
misma facilidad en un ordenador. Silicon Valley -que en gran medida
era sinónimo de Microsoft y Bill Gates- creía que la misma tecnología
que funcionaba en los pe -Windows- lo haría en los televisores.
196
Puede que el ex vicepresidente Al Gore se refiriese a Malone como
el Darth Vader de la superautopista de la información por la agresividad
con que usó el tamaño y la posición dominante de TC!. Pero el pánico
que provocaba Malone palidecía en comparación con los problemas que
provocaron Gates y Microsoft. No sólo algunas empresas tecnológicas
de reciente creación como Netscape temían a Gates. También le tenían
miedo ejecutivos de compañías telefónicas y de cable, y todos los direc
tivos de periódicos, revistas, televisión y cine. Ya controlaba el extremo
final de la red a través de Windows. Si conseguía dominar suficientes
compañías de telefonía y líneas de cable para televisión, temían que pu
diera usar esos dos pilares para controlar el contenido que circulaba por
esas líneas . Ésta es la razón por la que el Gobierno obtuvo tanto apoyo
en su famoso juicio antimonopolio contra Microsoft a finales de la dé
cada de 1 990.
El cálculo sobre el volumen de negocio que iba a suponer toda la
política de acuerdos que rodeaba el suministro de contenidos digitales
no era complicado. Si podía evitarse que los consumidores robaran con
tenidos, minimizando los roces asociados a la compra de periódicos,
revistas, libros, programas de televisión y películas, los beneficios se
multiplicarían. Lo que los ejecutivos no pensaron fue en el tiempo que
pasaría hasta que la tecnología permitiera hacer algo así. No importaba
de dónde vinieran, si del sector tecnológico o de los medios de comuni
cación. Se anticiparon demasiado.
Cuando Gates vio los contenidos como la siguiente frontera a con
quistar con Microsoft Windows, la mayor parte de los hogares ni siquie
ra disponía de conexiones de banda ancha que permitieran combinar
contenidos de televisión e Internet. En Microsoft todos tenían conexio
nes de alta velocidad y veían venir el cambio. Y Gates creyó que sus in
versiones multimillonarias en operadoras de cable ayudarían a acelerar el
proceso. Pero la llegada de las conexiones de banda ancha a los hogares
fue tan lenta que acusar a Gates de haber intervenido resulta poco creí
ble. Pudo haber pasado de forma natural con la misma facilidad. En ese
momento, la mayoría de los ordenadores en los hogares estaban conec
tados a Internet a 56 Kbps, un 1 % de lo que la mayoría tienen hoy. La
mayoría de las viviendas tardaron cinco años más en disponer de banda
ancha y otros cinco antes de que la velocidad permitiera lo que Gates y
197
otros habían estado soñando. En realidad, si las inversiones que hizo
Microsoft ayudaron, la aceleración en la adopción de la banda ancha fue
más útil a sus competidores Apple y Google. Microsoft vendió sus par
ticipaciones en empresas mediáticas en 2009 por una suma indetermi
nada.
Las empresas de medios de comunicación trataron de aprovechar los
beneficios de la convergencia de distintas formas -negociando acuerdos,
y abrieron las compuertas a toda la serie de fusiones que serán recordadas
como algunos de los tratos peor concebidos de la historia de la empresa
en América. En el plazo de diez años, Time compró Warner Brothers por
1 5 .000 millones de dólares. A los accionistas de Time les llevó casi ocho
años volver al punto de equilibrio (dejar de perder dinero) . Mientras eso
sucedía, la compañía desembolsó 7 .000 millones de dólares para comprar
Turner Broadcasting, propietaria de la CNN y una gigantesca filmoteca.
Mucho antes de que se pudiera recuperar la inversión por esa compra, el
conglomerado acordó venderse a America Online en 2000, en el momen
to cumbre de la burbuja de Internet, por 1 64 .000 millones de acciones
de AOL. En 2009, cuando la compañía finalmente vendió su participa
ción en AOL, los accionistas de Time Warner en 2000 habían visto cómo
el valor de sus acciones se había reducido a 1 8 céntimos por título. A
principios del siglo XXI, la convergencia medios/tecnología estaba tan
desacreditada que hablar de ella en una conferencia hacía que los direc
tivos torcieran el gesto de forma visible.
Todos los vaivenes a ambos lados de la ecuación de la convergencia
hacían parecer menos, y no más, probable que ésta ocurriera de forma
amigable. En 2000, cuando los fans de la música empezaron a intercam
biar canciones a través de páginas ilegales como Napster, la industria no
acudió a Silicon Valley en busca de una solución, sino que envió a batallo
nes de abogados a cerrar las páginas de ese tipo y demandar a los usuarios,
muchos de los cuales hubieran pagado sin problema por poder escuchar
música de ese modo. Directivos como Edgar Bronfman que dirigía Uni
versal, y Michael Eisner, que dirigía Disney, acusaron a sus homónimos en
la industria tecnológica de dirigir, de hecho, un sindicato del crimen, del
mismo modo en que un grupo de mafiosos dirige y apoya el robo.
Los directivos de las empresas tecnológicas les recordaron una y
otra vez que los estudios de cine habían sentido el mismo miedo en los
198
años sesenta con la llegada de la televisión, el vídeo en los ochenta y el
DVD en los noventa, y que esas tecnologías los habían ayudado, de he
cho, a incrementar sus beneficios. Recordaron a los directivos de la
industria musical lo preocupados que estaban los magnates cinemato
gráficos pensando que la gente dejaría de ir al cine si podía ver películas
en casa, pero, en cambio, las nuevas tecnologías únicamente aumenta
ron el tiempo y el dinero destinado al ocio . Este argumento aumentó
el disgusto de los directivos del sector musical. Ni siquiera Jobs, una vez
cerrado el acuerdo que permitió vender música a través de la tienda
iTunes, donde podía comprarse legalmente, consiguió que la industria
del ocio dejara de lamentarse sobre la tecnología y la forma en que ésta
estaba destrozando sus carreras profesionales . Jobs y los integrantes de
Silicon Valley afirmaron haber salvado un sector que estaba siendo ex
poliado por la piratería. La industria argumentó, sin embargo, que,
dado que sus ingresos habían disminuido en un 50 % después del lanza
miento de iTunes y el iPod -porque la gente compraba canciones suel
tas en vez de álbumes completos-, no le quedaba otra salida.
En 2010 , no obstante, las empresas de medios de comunicación al
completo estaban sumidas en tal caos que la llegada de las nuevas tecno
logías -o lo que fuera- parecía mejor solución que el statu quo. Los
responsables de periódicos, revistas, editoriales y estudios habían visto
cómo los ingresos procedentes de la música se reducían a la mitad por
que sus directivos luchaban contra la tecnología en lugar de integrarla .
No querían que lo mismo ocurriera con sus empresas, y parecía que eso
iba a pasar si no asumían cierto nivel de riesgo. Internet ya había redu
cido significativamente la circulación de revistas y periódicos y los ingre
sos publicitarios. El Kindle de Amazon había creado un nuevo mercado,
de bajo precio, para los libros digitales, que no iba a desaparecer. Los
estadounidenses veían menos televisión porque dedicaban su tiempo de
ocio a ver vídeos en YouTube y otras páginas similares. Cuando estaban
viendo la televisión, los dispositivos TiVo (conocidos como DVR, graba
doras de vídeo digitales) permitían - y casi animaban - a los televiden
tes a saltarse los anuncios . Y las películas, que hasta hacía muy poco
habían sido una máquina de hacer dinero para los estudios, ahora se
compraban en Netflix y se enviaban en DVD, por correo electrónico o
simplemente se retransmitían en línea.
199
Scott Dadich, redactor jefe de Wired, admitió que había estado
pensando cómo se vería su publicación en una tableta desde que vio el
iPhone -incluso preparó una presentación sobre cómo se vería Wired
en una tableta de Apple-: «Para ser franco, lo que motivó este interés
[ en 2009 ] fue que teníamos miedo de que Wired desapareciera [ debido
a la recesión y los cambios en el consumo de medios de comunicación] .
Portfolio [una publicación hermana ya desaparecida] había salido con
ciento dos páginas. Wired no tenía muchas más. Teníamos que hacer
algo llamativo de forma que Wired pudiera diferenciarse» .
E l ecosistema Apple, con los iPods, los iPhones y los iPads, todos
conectados a la tienda iTunes, que resultaba muy fácil de usar, parecía
ofrecer un salvavidas . Para la industria de los medios, la palabra online
era un epíteto sinónimo de pérdida de beneficios, piratería y miedo a la
bancarrota. Pero todo lo que Apple tocaba en línea parecía convertirse
en oro. Los consumidores estaban acostumbrados a pagar por el conte
nido de los dispositivos de Apple, y no lo buscaban gratuitamente como
era su costumbre con cualquier otro contenido de Internet.
Durante años, los editores de periódicos y revistas habían intenta
do que sus consumidores pagaran por el contenido en línea y había
sido un desastre . Uno de los méritos por los que Jobs raramente es
recordado es por la creación del sistema que hay detrás de iTunes, que
resolvió ese problema. Las compañías de medios habían fracasado, no
porque el concepto fuera erróneo, sino porque los procesos de alta y
facturación eran muy complicados. Con iTunes, Jobs los hizo fáciles.
No resulta trivial conseguir de forma económica que los consumidores
gasten 99 centavos en una canción o una aplicación, lo hagan de forma
segura y con tanta facilidad como tocando un icono y tecleando una
contraseña. Sin embargo, hoy iTunes procesa millones de transacciones
diarias de una base de datos con casi 600 millones de números de tar
jetas de crédito.
Visto hoy, resulta dificil imaginar cómo alguien podía haber competido
con J obs en 201 1 . En octubre de 201 1 , cuando murió, su habilidad para
aprovechar con éxito las revoluciones de Silicon Valley y Hollywood los
habían convertido, a él y a Apple, en el empresario y la empresa más po-
200
de rosos del mundo. Controlaban el teléfono inteligente más popular y la
tableta de más éxito; unos dispositivos de los que, en el año en que él
murió, se vendían conjuntamente 1 34 millones de unidades. Eso suponía
un 37 % del volumen total de la industria global de pe. Y, lo que es más
importante, controlaban -como lo hicieron Gates y Windows en la dé
cada de 1990- el software que operaba en esos dispositivos y la forma
de funcionar de cada una de las aplicaciones en su plataforma.
Y usaban ese poder para premiar a sus amigos y castigar a los enemi
gos. Cuando Facebook trató de negociar con demasiada dureza con
Apple sobre su integración en la iOS del iPhone 5, Apple simplemente
llegó a un acuerdo con Twitter. Facebook fue mucho más complaciente
en la siguiente ronda de negociaciones. «Seguían recordando la forma en
que habían sido ridiculizados por Google en el tema de los mapas, y no
iban a dejar que volviera a sucederles», comentó alguien que participó en
las negociaciones. Los desarrolladores de software pueden no estar de
acuerdo con la forma de negociar agresiva de Apple . Pueden no estar
contentos viendo cómo Apple se queda el 30 % de los ingresos generados
por sus aplicaciones, sólo por tenerlas en iTunes. Pero también saben que
ganarían mucho menos dinero si no lo hicieran. Y juntos habían ganado
mucho dinero. A finales de 201 1 , incluso después de que Apple se que
dara con su parte, los desarrolladores habían ganado más de 4 .000 millo
nes de dólares con la tienda iTunes. En 201 1 , sus ingresos por la venta
de contenidos y aplicaciones eran iguales a la facturación global de la
corporación en 2003 : 6 .000 millones de dólares.
Quizás el ejemplo más notable del esfuerzo ingente que hizo Goo
gle por luchar contra ese monstruo fue su decisión de comprar Motoro
la por 1 2 . 500 millones de dólares a finales de 201 1 . Su posición oficial
sobre la operación fue que adquirían Motorola por su cartera de paten
tes. Eso era cierto. Disponer de suficientes patentes para frenar a los
competidores en caso de una demanda hace que éstos reconsideren la
conveniencia de denunciar una violación de patentes. Motorola inventó
el teléfono móvil moderno. Por ello, poseía algunas de las patentes más
valiosas del mundo. Mectaban virtualmente a cualquier dispositivo ina
lámbrico. Pero pocos fueron los que creyeron que Google había adqui
rido Motorola sólo por sus patentes. Motorola es uno de los mayores
fabricantes de teléfonos y tabletas del mundo. Eso permite a Google
201
disponer de un valioso seguro si, por ejemplo, las demandas de Apple en
algún lugar hacen que un tribunal bloquee las ventas de teléfonos An
droid, o incluso si Google necesita competir con otro miembro de su
mismo ecosistema. A pesar de que Rubin ha insistido en que sería un
suicidio utilizar a Motorola para competir contra otros teléfonos con
sistema Android, le da a Google un arma en caso de que la dinámica se
invierta y uno de los fabricantes de Android decida competir contra
Google .
Esa, por llamarla de algún modo, «doble línea» de Android es posi
blemente el mayor reto de Google en su lucha contra Apple. Lo bueno
de Android es que es gratuito y abierto, y da a los fabricantes de teléfo
nos y a los operadores mucho margen para rediseñar su aspecto y estilo.
Los fabricantes de pe nunca tuvieron esta flexibilidad con Windows .
Microsoft actuaba como propietario, y los fabricantes tenían pocas po
sibilidades de modificarlo. Pero la apertura de Android también es su
mayor problema potencial . Permite a los fabricantes abandonar el eco
sistema. Un fabricante como Samsung puede tomar el software de Goo
gle, modificarlo a su gusto y construir su propia solución de principio a
fin, del mismo modo que Apple lo ha hecho, de forma que los conteni
dos y las aplicaciones compradas para un teléfono o una tableta Samsung
sólo funcionen en uno de sus dispositivos. Cuando las tabletas y los te
léfonos Samsung Galaxy se convirtieron en líderes de mercado en 201 3,
parecía que ése era el camino que se iba a tomar. Samsung ya disponía
de sus propias aplicaciones para el correo y los contactos, la agenda y las
notas. Y no había tenido problemas para abrir su propia tienda de apli
caciones -la Samsung Media Hub-, que convivía con la de Google .
Google siempre ha mantenido que su control sobre las aplicaciones
propias y la tienda Google Play evitaría ese tipo de deserciones, como si
tuviera todas las cartas en la mano . La posición de Google ha sido:
« ¿Cómo vas a vender tu teléfono o tableta si no viene con YouTube, el
buscador de Google o Google Maps?» Eso fue cierto durante un tiempo.
Pero ya no lo es. El iPhone 5 se ha vendido mejor que cualquiera de sus
antecesores, a pesar de que no incluía YouTube y venía con Apple Maps
-una aplicación que demostró ser horrorosa- en vez de Google Maps.
Google hizo que sus aplicaciones estuvieran disponibles en la tienda de
aplicaciones de Apple y los usuarios se las descargaron.
202
Seguro que Samsung se está planteando esa misma opción. Cuenta
con la tableta y el teléfono inteligente más vendidos en el mundo. Sus
responsables se preguntan lo mismo que hizo Apple : ¿los consumidores
dejarán de comprar nuestros teléfonos y tabletas si no incluimos el soft
ware de Google en ellos y no les damos acceso a la tienda de Google? »
La respuesta más probable es que no. Amazon tiene una tienda de
aplicaciones igual de buena. Microsoft tiene un buscador que funciona
igual de bien. Existen más de media docena de buenas aplicaciones en el
campo de los mapas. Hoy Google necesita a Samsung tanto como Sam
sung necesita a Google. Sin las aplicaciones de Google en los teléfonos
Samsung -que hoy suponen la mitad de las ventas de Android-, la
mitad de la base publicitaria móvil de Google desaparece .
Andy Rubin ya no es el responsable en Google de preocuparse por
el futuro de Android. A principios de 2 0 1 3 , entregó las riendas de la
empresa a Sundar Pichai, que también había dirigido Google Chrome.
Pichai ha sido largo tiempo el favorito de Page y está bien considerado
como directivo experimentado. Eso es algo que Android necesita ahora
que ha crecido y tiene cientos de empleados en todo el mundo. Ese tipo
de liderazgo es algo que Rubin, que era más un emprendedor que un
ejecutivo, no disfrutaba ejerciendo, según cuentan sus amigos. En rea
lidad, cuando se le preguntó sobre su alianza cruzada con Samsung en
junio de 2013 , Pichai demostró su facilidad para enfrentarse a cuestiones
de esa envergadura. Dijo que la mejor manera de entender la relación
entre Google y Samsung era pensar en cómo Microsoft e Intel trabaja
ron juntos para dominar la industria de los pe: no siempre se echaban
piropos el uno al otro, pero trabajaban juntos fundamentalmente por
que ambos sabían que era la mejor manera de ganar más dinero. «Sam
sung es un socio muy cercano y debemos una parte importante del éxito
de Android a lo que han hecho. Pero también es justo decir que Sam
sung ha tenido mucho éxito en el sector de los móviles gracias a An
droid. Vemos una senda en la que podemos triunfar y también puede
hacerlo Samsung. No lo vemos como un juego de suma cero .»
La respuesta era cordial pero no pretendía ser conciliadora. Tam
bién resultaba cierta. Samsung está compitiendo con Google. De todos
modos, como Pichai anunció un mes antes, las dos compañías siguen
encontrando nuevas formas de colaborar. El teléfono inteligente insignia
203
de Samsung, el Galaxy S4, puede hoy comprarse en dos variantes: con o
sin las mejoras de software Android para Samsung. Es un buen trato.
Muchos consumidores adoran el S4 pero no soportan las mejoras de
Samsung. Ahora los consumidores pueden comprar un S4 con una ver
sión original de Android, es decir, esencialmente el mismo software que
viene con los teléfonos y tabletas Nexus que Google supervisa. Éste no
es el tipo de acuerdo al que llegan dos compañías que van a entrar en
guerra.
204
1 0
Camb i ar el mu ndo, p antalla a p antalla
La agitación que el iPhone creó en el entorno de los medios de comuni
cación y tecnológicos se aceleró con Android, y el iPad la amplió hasta
convertirla en una revolución en toda regla, que desató un huracán en
los años anteriores a la muerte de Jobs como pocos en Silicon Valley,
Nueva York o Hollywood habían visto antes en sus carreras. No se trata
ba únicamente de que las dos empresas más grandes e influyentes en sus
respectivos sectores -Apple y Google- lucharan a muerte. La revolu
ción de los móviles que habían iniciado puso súbitamente encima de la
mesa 250 .000 millones' de dólares en ingresos que aprovecharon media
docena de empresas.
Los que estaban mal situados para afrontar los cambios lo han tenido
dificil los últimos cinco años. Los editores de periódicos han visto caer
los ingresos por publicidad y difusión de la prensa escrita al nivel de hace
veinte años. El número de periodistas empleados en periódicos se ha re
ducido a la mitad en los últimos cinco años. Las editoriales están preocu
padas porque creen que van por el mismo camino. Amazon no está úni
camente bajando sus precios a niveles que impiden a los editores obtener
beneficios, sino que trata de seducir a sus autores más rentables. Los
ejecutivos de los estudios de cine sufren viendo cómo el negocio de los
DVD se evapora. Hoy, su capacidad para lograr una buena audiencia para
una mala película está siendo destruida por la reacción inmediata y muy
visible de los aficionados al cine en Facebook o Twitter. La industria de
la televisión está preocupada porque compañías tecnológicas como Net
flix y YouTube de Google compiten por su audiencia con contenidos
propios, presionando a la baja las cuotas de suscripción mensuales.
205
Pero la revolución móvil ha creado también nuevas oportunidades
para hacer dinero -sobre todo en televisión- y está permitiendo aso
ciaciones entre empresas que eran inimaginables. Las empresas tecnoló
gicas han dado grandes pasos en sus acuerdos con directores y produc
tores muy relevantes de la industria del ocio, cuando jamás antes habían
mostrado interés o afinidad alguna. Los mandamases de Hollywood
están hoy creando ingeniosas aplicaciones y asociándose con desarrolla
dores de software, a los que antes se referían como criminales por animar
al robo de sus contenidos. Realmente, Nueva York y Los Ángeles alar
dean hoy de prósperas comunidades de start-ups tecnológicas. Los Án
geles se aproxima con rapidez a las mil comunidades de ese tipo mientras
que Nueva York tiene aproximadamente siete mil. Agentes y producto
res de prestigio, que anteriormente no tenían razones para visitar el
norte de California, hacen hoy ese viaje una vez a la semana.
«Ya hemos lanzado cinco iniciativas emergentes [ para nuestros
clientes y para otros ] » , dice Michael Yanover, el jefe de desarrollo de
negocio de Creative Artists Agency ( CAA) en Hollywood. «Cada vez
que aparece una start-up, tiene que financiarse . Así que estamos cons
tantemente hablando con compañías de capital riesgo para obtener fi
nanciación, información y acceso al mercado. Nos reunimos con todas
las empresas emergentes interesantes y con las grandes compañías bien
establecidas. Trabajamos mucho con Amazon, por ejemplo, y también
con YouTube . Analizamos cualquier nueva iniciativa, ya sea Pinterest,
IntoNow o Shazam. Queremos ser parte de todo eso .»
Yanover, que parece estar en la cuarentena, pero no me quiere
decir su edad, ha estado meditando sobre el eje Silicon Val ley-Ho
llywood durante quince años. Tenía su propia start-up en Los Ángeles
cuando Macromedia, en San Francisco, lo reclutó para trabajar en la
primera explosión de contenidos web en la época de la burbuja de
Internet.
206
Hicimos algunos trabajos muy pioneros con Matt Stone y Trey
Parker, los responsables de South Park, y Tim Burton y James
L. Brooks para crear contenido en nuestra página que permitie
ra rentabilizar la inversión. No era televisión, pero sí una serie
de episodios como en televisión. Compramos Atom Films y
terminé dirigiendo todos los contenidos que no fueran juegos,
o sea, películas, animación, música, vídeos y hasta tarjetas de
felicitación.
Una de las cosas que hacía en Macromedia era trabajar con
Flash integrado. En ese punto, Flash era responsable de la ges
tión de todos los medios de calidad [video] en Internet. Pen
samos que la evolución natural de Flash [ hoy propiedad de
Adobe] era integrarse en los dispositivos móviles, en los des
codificadores, las consolas de juegos, etc . Así que lanzamos
una iniciativa llamada en clave Columbus [ Colón] , porque se
trataba del nuevo mundo, ¿no? Columbus trataba de la posibi
lidad de integrar Flash en todas partes, incluidos los teléfonos
móviles.
La experiencia de las aplicaciones para móviles en 2002 era
muy básica. Pero yo siempre tuve claro que todo terminaría
estando en nuestros teléfonos móviles. En mercados emergen
tes ya están saltándose el pe y yendo directamente al teléfono
móvil . Y se saltan las líneas fijas para ir directamente a las cone
xiones inalámbricas. Esos dos factores en sí mismos nos de
muestran que, oh, Dios mío, el teléfono móvil será el dispositi
vo en que el contenido será visualizado y emitido.
Sin embargo, muchos de los trabajos de creación de contenidos web
de Yanover tuvieron que guardarse en un cajón porque la tecnología no
estaba disponible. Muchos hogares ni siquiera disponían de banda an
cha, por no hablar de conexiones inalámbricas y dispositivos que tuvie
ran velocidad suficiente para visualizar vídeos. Se unió a CAA en 2003 y
representó a tantas empresas de móviles como pudo encontrar. «Y en
tonces llegó Steve Jobs con el iPhone», dice .
Y, de pronto, el mundo se abrió en canal y liberó a todos esos
desarrolladores y todas esas personas creativas del yugo de los
operadores y de la falta de flexibilidad y la caduca plataforma
que existía para el teléfono tradicional . Así que, cuando apare
ció el iPhone, fue como si Moisés llevara a su pueblo a través
del desierto hasta la tierra prometida. Fue un momento emo-
207
cionante. Y liberó a todo el mundo. Por supuesto hizo a Apple
mucho más fuerte . Pero fue liberador. Hoy es mucho más fácil .
Existe iOS y existe Android y es muy simple. Es lo que hay.
Experimental : es el calificativo que aplican las compañías tecnológicas a
su interés creciente en la industria de los medios de comunicación. Si eso
es cierto, se trata de un gran experimento. Netflix ha invertido dos años
y ha dedicado 1 00 millones de dólares a la producción de su éxito House
of Cards, con Kevin Spacey. Acaba de relanzar Arrested Development, la
comedia de Mitchell Hurwitz que terminó su andadura de tres tempora
das en Fox hace siete años. Tiene previstos otros veinte programas simi
lares. Google está gastando cientos de millones para impulsar la produc
ción de decenas de canales para YouTube, que lo convertirán, de hecho,
en la primera red de televisión por cable de Internet. Y Facebook, con un
número de afiliados que hoy representa la mitad del total de los que hay
en Internet -la mitad- se está convirtiendo en una parte importante
para conseguir financiación y distribución para películas. No se puede
financiar y distribuir un éxito de taquilla de Hollywood por Facebook,
pero sí una película independiente con un presupuesto de pocos millones
de dólares. Amazon, Hulu y Microsoft están también dando los primeros
pasos para financiar y distribuir contenidos profesionales.
Muchos piensan que es sólo cuestión de tiempo que Apple haga
algo grande en televisión, bien con otro dispositivo revolucionario o
utilizando sus inmensos recursos para convertir iTunes en la fuente más
actual y más completa de contenidos que jamás haya existido. Antes de
morir, Jobs contó a su biógrafo, Isaacson, que por fin había descubierto
cómo hacerlo. Todavía no ha habido ningún anuncio explosivo, pero,
con Airplay, Apple ya va convirtiendo el iPhone y el iPad en mandos a
distancia para una televisión personalizada. Uno puede empezar a ver
una película en el iPhone o el iPad mientras limpia la cocina y acabar de
verla en la televisión una vez terminada la tarea. 0, si prefiere la expe
riencia de dos pantallas, puede pasar la película a la televisión mientras
utiliza el iPhone o el iPad para comentarla con amigos en Twitter o en
Facebook . . . o utilizar el iPhone o el iPad para hacer algo completamen
te distinto.
208
Mientras tanto, las agencias de Hollywood de la vieja escuela, como
CAA y William Morris Endeavor (WME), no sólo venden los datos de
sus clientes a los grandes estudios, sino también a los desarrolladores
de aplicaciones. En 2011, con recursos del fabricante de chips Qualcomm,
CAA creó Moonshark, una empresa que produciría aplicaciones para
móvil de la misma manera en que la agencia agrupa guionistas, actores
y productores en largometrajes o espectáculos televisivos. Yanover pen
saba que las aplicaciones para móviles disponibles en el campo del ocio
eran geniales pero que podían serlo más si entraban en la maquinaria de
Hollywood de contar historias y producirlas. Los guionistas podían dar
nombres y una historia a los personajes de juegos famosos por ejemplo.
«Angry Birds ha sido fantástico, pero en realidad no es más que la pun
ta del iceberg. Es el principio de lo que va a suceder», comentaba Yano
ver. El año pasado, la compañía de inversiones tecnológicas Silver Lake
Capital adquirió un tercio de WME por una suma confidencial, en un
esfuerzo por afianzar su posición en las nuevas oportunidades producto
de la convergencia. TPG, mientras tanto, comprab� una parte de CAA.
«Antes, cuando yo empecé, las únicas cosas que hacía un agente eran
televisión, películas, libros y teatro -declaró Ari Emanuel, el consejero
delegado de WME, en una entrevista en directo el año pasado-o Hoy
existen múltiples puntos de distribución y lugares donde los artistas
pueden empezar a crear contenido. Los clientes empiezan generando un
juego, lo convierten en un libro y después en una película. La agencia
tiene hoy un departamento de medios. Se desarrollan aplicaciones. Es
muy dinámico.»
Pongamos un ejemplo. El último disco de Lady Gaga, Art Pop, no
saldrá al público inicialmente como un CD o un archivo de descarga digi
tal, sino como una aplicación para móvil . Su mánager, Troy Carter, tiene
mucho más en común con el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg,
que con los representantes tradicionales de las antiguas estrellas del rock.
Es sólo uno de los primeros en utilizar las redes sociales como instru
mento principal de marketing para su cliente. Además, se está convir
tiendo con rapidez en uno de más reconocidos ángeles inversores exper
tos en alta tecnología, con participaciones en aplicaciones como el
servicio musical Spotify, el servicio de taxis Uber o el servicio de noticias
Summly (que Yahoo! acaba de comprar) . «La industria de la música está
209
más sana que nunca, y es un momento fantástico para formar parte de
ello», explicó al periódico británico The Guardian a finales de 2 0 1 2 .
¿Cuándo fu e la última vez que s e escuchó algo así sobre l a industria de
la música?
Emanuel dice que, tanto desde su propio punto de vista como des
de el de sus clientes, no sólo todos los cambios han sido buenos, sino
que han creado una riqueza escandalosa: al tiempo que las compañías de
cable y las de televisión pujan por el trabajo de sus clientes, también lo
hacen media docena de compañías tecnológicas, que tienen suficientes
recursos a su alcance para superar la oferta de cualquiera de las primeras.
En realidad, si se suman los recursos disponibles de los balances de
Apple, Google, Amazon, Microsoft, Facebook y Netflix, la cifra se acer
ca a los 300.000 millones de dólares, suficiente para comprar todas las
grandes compañías de cable y emisoras de televisión sumadas. Emanuel
ha sido crítico con la falta de respeto de Silicon Valley a los derechos de
autor. Pero dice que Google especialmente está mejorando en este as
pecto. Y resulta dificil ignorar lo mucho que las compañías tecnológicas
pujan al alza sobre los precios de los servicios de sus clientes. Emanuel
dice que en 2009 existían 39 guiones de programas de televisión. En
2 0 1 1 eran 1 39 . No obstante, la calidad en la programación y las pujas
por el talento y la distribución han crecido a la par que la oferta. Se
acepta que la calidad en la programación televisiva es mejor hoy de lo
que lo ha sido nunca. Emanuel tiene la reputación de ser uno de los
negociadores más duros de Hollywood, y es acusado de no tener jamás
una palabra amable para nadie. Pero, sobre la avalancha de dinero de
Silicon Val ley que ha llegado a Hollywood, dice: «Es fantástico. Los
adoro».
Para Emanuel , la «dinámica» de desaparición de barreras entre Ho
llywood, Nueva York y Silicon Valley es, de hecho, un proceso de enten
dimiento mutuo. Hace cinco años las palabras «televisión» y «programa
televisivo» tenían significados claros. Ahora lo son mucho menos cuando
se usan coloquialmente. ¿Estás viendo la televisión si miras House ofCards
de Netflix exclusivamente en un teléfono inteligente o una tableta? Pare
ce que sí, pero, de hecho, estás viendo algo apoyado y distribuido por una
210
empresa tecnológica con sede en Los Gatos, no en Hollywood. Y estás
viendo algo que ha sido distribuido fuera de la infraestructura de cable y
emisoras de televisión. La única manera de ver House ofCards es disponer
de una conexión a Internet y una suscripción a Netflix.
¿Qué decir sobre la diferencia entre el contenido de la web y un
contenido producido profesionalmente? Antes estaba clara. Ahora, no
es raro que programas de éxito empiecen en YouTube antes de que los
compren grandes cadenas de televisión o de cable por sumas astronómi
cas. Eso es lo que sucedió con Burning Love y Web Therapy. Y ya no re
sulta extraño que las grandes cadenas saquen provecho del acceso a In
ternet e inviertan las reglas del juego. El pasado otoño, con la intención
.de generar audiencia y poner de moda una nueva serie llamada Go On,
la NBC emitió parte del capítulo piloto en YouTube seis semanas antes
del estreno oficial. Fox hizo lo mismo con Homeland y New Girl.
El hecho de que el límite entre tecnología y medios de comunica
ción se haya vuelto borroso está incluso cambiando la forma en que se
producen los programas de televisión, afirmó Michael Lynton, el jefe de
Sony en Estados Unidos durante una entrevista en la conferencia AH
Things D en 201 3 :
Antes resultaba muy dificil crear series dramáticas largas sin
final definido. Había que resumir todo lo ocurrido en cada
episodio, de forma que, si nunca habías visto el programa, pu
dieras saber qué estaba pasando. Esto era así porque era la
forma en que la gente estaba acostumbrada a ver televisión y
por la cuestión administrativa (que hacía que las series fueran
vendidas a las emisoras de televisión o de cable completas o por
partes, en función de sus presupuestos) . Cuando ( algunos tra
taron de poner a prueba esas normas) , la gente decía: «Me he
perdido dos o tres episodios . Esto no merece mi tiempo ni mi
esfuerzo».
Entonces aparecen PVR y Netflix, y la gente comenta:
«No pasa nada si me pierdo un par de episodios. Puedo poner
me al día» .
Personalmente, creo que una de las razones por las que se
está dando tal explosión de creatividad -ya sea en Mad Men,
2 1 1
Breaking Bad, House of Cards, Justified o Sons of Anarchy- está
en el hecho de que puedes crear series de trece capítulos en las
que los personajes se desarrollan durante las trece horas. Los
mejores guionistas se apuntan a eso porque piensan: «Vaya, no
puedo hacer eso en dos horas de película» . Los mejores direc
tores se suman. Durante mucho tiempo, la gente se ha pregun
tado cuándo afectaría toda esa tecnología al Iado creativo de las
cosas. Éste es el primer caso que he visto. Y en general la gente
piensa que es bueno.
Todo ese fenómeno se ha visto posibilitado o acelerado por el cre
cimiento explosivo de los teléfonos inteligentes y las tabletas en los últi
mos cinco años. Con 4 .000 millones aproximadamente, el número de
televisores a nivel mundial todavía duplica el de teléfonos inteligentes y
tabletas : 2 .000 millones. Pero, dadas las tasas de crecimiento actuales,
en cinco años habrá más tabletas y teléfonos inteligentes que televisores.
Las ventas de teléfonos inteligentes están creciendo un 25 % anual y las
tabletas como mínimo duplican sus ventas cada año. Mientras, las ventas
de televisores a nivel mundial están disminuyendo. Parte de eso se debe
a la recesión global . Pero parte es porque muchos jóvenes graduados ya
no se molestan en comprar uno.
El inversor Marc Andreessen dice que los teléfonos inteligentes y las
tabletas no sólo han aumentado el número de personas en el mundo que
consumen ocio, sino que han hecho crecer de forma exponencial el nú
mero de ocasiones y lugares a lo largo del día que se usan para ello.
«Llevas tu teléfono y puedes mirar la televisión o una película cuando
quieras. Lo mismo ocurre con las tabletas. Con un televisor, estás obli
gado a estar en casa, sentado, para ·verlo . »
Andreessen suena eufórico cuando habla de ello. Ha estado pensan
do sobre estos temas y viéndolos evolucionar durante más de veinte años,
y lo ha hecho desde uno de los observatorios privilegiados del mundo,
con acceso a personas e información únicamente al alcance de unos pocos
privilegiados de Silicon Valley. En este momento, él y su socio Ben Ho
rowitz son conocidos como dos de los más importantes inversores de
capital riesgo especializados en tecnología. Pero muchos han olvidado
que Andreessen también fue uno de los creadores de Mosaic, el primer
212
navegador de Internet, que se convirtió en Netscape Communications
en 1 994. Colaboró en la venta de la compañía a America Online por
4 .000 millones de dólares en 1 999, a pesar de haber perdido la guerra de
navegadores que mantenía con Microsoft. Luego, en 2000, fundó con
otros una de las primeras compañías de computación en la nube, Loud
cIoud. Estuvo a punto de arruinarse cuando estalló la burbuja de Inter
net. Pero él y Horowitz cambiaron el nombre de la empresa a Opsware,
la reformularon y la vendieron a Hewlett-Packard por 1 .600 millones de
dólares en 2007. Algunas de las personalidades más conocidas del mundo
del capital riesgo necesitaron una década o más para despegar. Andrees
sen y Horowitz llegaron a lo más alto en sólo cuatro años.
Andreessen dice :
En 1993 resultaba obvio lo que le ocurriría al mundo si todos
dispusieran de una conexión a Internet de alta velocidad y una
gran pantalla, porque en la Universidad de Illinois [ de la que él
fue alumno] ya disponíamos de ambas cosas. Pero l a única ra
zón por la que las teníamos era porque el Gobierno federal las
financiaba, y lo hacía únicamente con cuatro universidades.
Nuestra primera prueba de Netscape mostró cómo podía verse
Melrose Place [ la serie de televisión más famosa de la época] en
el navegador.
Realmente pienso que los móviles han sido lo más grande
que nuestro sector haya hecho jamás . Nuestra industria nació
hacia 1950, al terminar la Segunda Guerra Mundial [cuando
William Shockley inventó el transistor] . y los últimos sesenta
años han sido básicamente un prólogo que ha permitido al final
colocar un ordenador en las manos de todo el mundo. Nunca
tuvimos la capacidad como sector de hacer llegar un ordenador
a 5 .000 millones de personas [ las que hoy poseen un teléfono
móvil ] , y eso es precisamente lo que sucede hoy.
Nada ilustra mejor la fuerza de la revolución de los móviles que su im
pacto en el negocio de la televisión en Estados Unidos. Hace cinco años,
la idea de que alguien se diera de baja de la televisión por cable parecía
2 1 3
absurda. Los consumidores estaban preocupados por el incremento de
precios, pero todavía no había demasiado que ver en Internet. Hoy, no
pasa un mes sin que se pregunte a un emprendedor o ejecutivo de televi
sión por la viabilidad a largo plazo de un sistema que hace pagar a los
consumidores más de 1 00 dólares al mes por la programación por cable.
No son meras teorías. La amenaza a la estabilidad financiera de las ope
radoras de cable -y por extensión, a las emisoras de televisión- es real
y cobra más fuerza cada día.
Las soluciones para las televisiones por cable son complejas, pero los
orígenes del problema son simples: el sector ha sido víctima de su propio
éxito. Las cadenas de programación empezaron en serio en la década de
1950, pero no despegaron hasta las décadas de 1980 y 1 990, cuando el
cable pasó a estar al alcance de todos. Por mucha atención que las emi
soras de televisión generaran, su tecnología era peor que la del cable. Los
consumidores se veían limitados a menos de seis canales, y muchos esta
dounidenses vivían en zonas con una cobertura tan mala que tenían
suerte si lograban sintonizar uno solo. La apuesta del sector del cable era
que, lanzando señales de televisión por él, podrían ofrecer a los consu
midores muchos más canales, una recepción impecable y una gama de
programas sin límite . Los ejecutivos de esas empresas creían que la dife
rencia de calidad era tal que los consumidores incluso pagarían por ese
servicio. Mientras, el paisaje del sector se transformaba. Crecían las com
pras de televisores. Crecían las audiencias. Y nacían nuevos programas.
Mucho de lo que las compañías de cable predijeron resultó ser cier
to, permitiendo a empresas familiares como Comcast convertirse en una
de las compañías más grandes del mundo, y posibilitando que canales
como ESPN, FOX y HBO cobraran miles de millones de dólares al año
por sus contenidos. Entonces, hace aproximadamente una década, el
sector empezó a enganchar a los consumidores con «el paquete», una
combinación de servicio de televisión, Internet de banda ancha y telefo
nía. Eso también fue visionario. Permitió a las operadoras de cable com
petir con las compañías telefónicas por nuevos clientes. Eso ayudó al
sector no sólo a conseguir más suscriptores, sino a hacer que pagaran
más por sus servicios.
La banda ancha del cable es hoy tan rápida que ha permitido a los
proveedores de contenidos crecer apoyándose en ello. La industria del
214
cable fue pensada con la asunción de que los consumidores tenían teóri
camente la posibilidad de elegir si querían pagar por la televisión o que
darse con la antigua de libre acceso. De hecho, en la práctica no existía
tal elección. Pero ver un vídeo de Internet en una tableta, un teléfono
inteligente o incluso en el televisor vía una consola u otros aparatos como
la Apple TV o los que ofrece Roku, es una alternativa real . Y cada día
resulta más atractiva. Es dificil no ver la ironía. Está claro que cada vez es
mayor el contenido que consumimos en casa en un dispositivo móvil.
Pero esos dispositivos están conectados a una red inalámbrica que en
general se conecta a su vez a una línea de cable de banda ancha. El sector
del cable se está viendo obligado a reinventar su negocio por culpa de
Netflix, YouTube, iTunes de Apple, las películas y la música de Amazon,
y Facebook. Pero es su ancho de banda el que les ha permitido existir.
La diferencia entre lo que está disponible para ver en Internet y a
través de la televisión por cable sigue siendo inmensa. Pero mientras se
estrecha, la diferencia en el precio de una suscripción mensual al cable
(más de 1 00 dólares por familia) frente a, digamos, una suscripción a
Netflix (menos de 1 0 dólares) no se reduce. Los hijos del Baby Boom
(nacidos entre 1946 y 1964) pueden creer que resulta importante ver la
televisión en familia pero los hijos del milenio (nacidos entre 1980 y
1 99 5 ) creen que los primeros sólo tratan de racionalizar lo que sucede
cuando no se tiene lo que todo el mundo quiere: televisión sin compro
misos de programación. Se ha exagerado la importancia de lo que se
conoce como «cortar la cuerda», que ocurre cuando los hogares se dan
de baja de su suscripción a la televisión por cable y sólo se quedan con
la banda ancha. Pero es cierto que las suscripciones al cable ya no crecen,
y los nuevos hogares -formados por universitarios recién licenciados
toman esta opción cada vez menos . Este grupo tiene su propio nombre
en la industria: «cable nevers» (cable nunca).
Todo esto está llevando las relaciones de las operadoras de cable con los
proveedores de contenidos a un punto sin retorno. Por una parte, las
primeras siguen siendo las que pujan más por los contenidos, así que los
creadores temen hacer algo que rompa ese principio. Casi 4,5 dólares de
cada una de las facturas de cable es para ESPN por su programación
2 1 5
de deportes. Eso significa casi 3 .000 millones de dólares anuales prove
nientes de todos los suscriptores del cable . Es lo que ha permitido a
ESPN aceptar pagar a la National Football League (la liga nacional de
fútbol americano) 1 5 .200 millones de dólares hasta 202 1 para hacer el
programa Monday Night Football. Y no sólo los deportes dependen de
las cuotas de los suscriptores: cada episodio de Juego de tronos de HBO
cuesta 6 millones de dólares.
Por otra parte, las redes de medios de Internet están demostrando
que el dinero ya no tiene por qué venir de los suscriptores de cable .
Netflix no creó House ofCards. El estudio independiente Media Rights
Capital recibió ofertas de muchas cadenas, incluyendo HBO, Showtime
y AMC (que emite Mad Men). La de Netflix superó a las demás. Google
no paga por amor al arte a guionistas como Anthony Zuiker, creador de
CSI, para que generen contenido para YouTube . Piensa que la audiencia
de YouTube es tan grande que un buen espectáculo será rentable por los
ingresos de publicidad. El director de YouTube, Salar Kamangar, dijo en
una entrevista en la conferencia All Things D en 2012 que en la expe
riencia tradicional de YouTube, «hay que averiguar qué me preocupa y
qué voy a querer ver cada tres minutos» . El nuevo contenido será más
interactivo y más focalizado en nichos específicos. «Creemos que au
mentarán los minutos de visualización, creemos que mejorará la expe
riencia» , afirmó.
U na de las batallas más desagradables que se lidian hoy es la que
pretende determinar el derecho de una compañía llamada Aereo a existir.
En 2012 , Aereo comenzó a ofrecer a los consumidores del área de la
ciudad de Nueva York la posibilidad de disponer de los canales locales
de televisión en cualquier dispositivo por una cuota mensual entre 8 y
1 2 dólares. Aereo no paga a las cadenas o a las compañías de cable por
esas emisiones, pero permite a sus suscriptores ver en directo o grabar el
contenido de las televisiones locales en su teléfono o tableta dondequie
ra que estén, a través de una conexión fisica o inalámbrica a Internet. En
el momento del lanzamiento de Aereo, muchas cadenas permitían ver su
programación del día anterior de esa manera. Pero no la del mismo día.
Sin embargo, a mediados de 201 3 parecía que esa postura estaba cam
biando con rapidez. ABC afirmó que empezaría a ofrecer en vivo y en
directo programas del día en algunas de las ciudades en que opera Aereo,
2 1 6
como Nueva York, aunque no toda su programación estaba disponible
y sólo los usuarios con una suscripción al cable podían beneficiarse de
ella. Mientras usted lee esto, todas las otras cadenas deben de haber se
guido el mismo camino.
Parece que lo que hace Aereo debería ser ilegal . Las compañías de
cable pagan a las emisoras cientos de millones de dólares en cuotas anua
les para poder transmitir señales por su red. Aereo sale al aire sin pagar
un centavo. Sin embargo, de momento los jueces han dictaminado que,
a causa de una laguna en las leyes sobre propiedad intelectual, Aereo es
completamente legal. Las industrias de la televisión y el cable la deman
daron en el momento en que nació, en 20 1 2, pidiendo una orden judi
cial de cierre. Pero perdieron. Cuando uno se suscribe a Aereo, su hogar
queda asignado a una antena específica de la empresa en su servidor.
Como cada una de las viviendas recibe la señal desde una antena indivi
dual en su misma área, la recepción es legal . Ninguna ley dice que la
antena deba estar situada en la propia vivienda.
Eso es, por supuesto, una muy mala noticia para las operadoras de
cable y las cadenas de televisión, y van a usar cada dólar disponible para
continuar luchando. Las cuotas de retransmisión son una enorme fuen
te de ingresos para las cadenas de televisión . Mientras tanto, Aereo,
mediante una suscripción conjunta con Netflix y Hulu por 20 dólares
mensuales empieza a ser una alternativa interesante al pago de 1 00 dó
lares al mes por el servicio de cable. Una de las razones por las que los
usuarios del cable no han cambiado antes ha sido la ausencia de televi
sión en vivo, sobre todo la sección local de deportes.
Va a ser una batalla terrible, porque Aereo no es una start-up de
medio pelo, con inversores de capital riesgo fáciles de asustar. Barry
Diller, que hizo su carrera en Hollywood en ABC, Paramount y FOX
la respalda. Conoce y ha trabajado con la mayoría de los directivos de
las cadenas. Pero desde el principio de su andadura profesional siempre
estuvo más interesado en romper el statu qua que en hacer amigos.
«Sabía que se produciría controversia, pero no pude poner ni una pega
porque sentía que la ley estaba del lado de lo que Aereo hacía y eso me
intrigaba», comentó Diller a David Carr del New York Times en marzo
de 20 1 3 . Estos comentarios obtuvieron respuesta inmediata de Les
Moonves, director de la CBS: «Está claro que la intención de Aereo es
2 1 7
hacer dinero fácil con los cientos de millones de dólares que nosotros
invertimos en programación. Pagamos a la NFL (National Football
League ) 1 .000 millones de dólares al año. En este momento tenemos
muchos corresponsales en Roma. Creemos que es ilegal de forma clara
tomar nuestra señal y la de otras cadenas y revenderlas sin pagar por
ello. Está mal a todos los niveles» .
El futuro de HBO será también una buena muestra de cómo evolu
cionará la revolución móvil . Durante los últimos años, la empresa ha
adoptado con éxito los cambios tecnológicos con su popular aplicación
HBO GO, manteniendo su lealtad a las operadoras de cable que conti
núan siendo la puerta de entrada a su programación de alto nivel . Se
trata de una postura comprensible, una especie de diversificación. A pesar
de su creciente popularidad como marca, HBO jamás ha tenido que co
mercializar o mantener la relación con sus clientes. Ha mantenido la re
lación con las operadoras de cable y ellas se hacían responsables del resto.
Eso ha dado a HBO los recursos necesarios para comprar y producir los
programas de calidad por los que es conocida.
El problema de HBO está en que resulta cada vez menos claro que
esa diversificación pueda seguir funcionando. Netflix, con el éxito de
House of Cards y sus otros programas de factura propia, ha demostrado
que ya no se necesita una conexión por cable para ofrecer a los clientes
una programación de calidad. HBO conoce bien el modelo de Netflix.
Es muy parecido al que ella misma utilizó para convertirse en la cadena
de televisión por cable más importante del mundo: aprovechó las pelí
culas para construir una base de suscriptores que permitiera empezar a
trabajar en contenidos propios. La diferencia es que sólo se necesita una
conexión a Internet y 8 dólares al mes para tener acceso a la programa
ción de Netflix. En cambio, es necesaria una suscripción de primer nivel
a la televisión por cable, que cuesta más de 1 00 dólares al mes, para
obtener HBO.
HBO lo sabe, y en una entrevista en febrero de 2 0 1 3 su presidente,
Eric Kessler, anunció que había llegado a un acuerdo con Tivili, una
start-up con sólo tres años de vida liderada por dos estudiantes de Har
vard, para llevar HBO GO a muchos campus universitarios. Los estu
diantes no iban a necesitar los datos de la suscripción por cable de sus
padres para apuntarse. Podrían hacerlo sin coste a través de su cuenta de
2 18
Facebook. Kessler dijo que HBO no quería que se la asociara únicamen
te a un público de mediana edad -como había sucedido con los ya ex
tintos coches Oldsmobile-, y admitió que tenía muy claro que muchos
estudiantes universitarios verían hoy la mayor parte de los programas de
HBO a través de HBO GO. Pero también afirmó que creía que conti
nuarían ligados a esa programación, usando el cable, durante un futuro
largo.
Este tema es claramente un blanco móvil dentro de HBO. Seis se
manas más tarde -en el estreno de Juego de tronos en San Francisco, a
cincuenta kilómetros de la central de Netflix en Los Gatos- parecía que
HBO había tomado un curso opuesto al anterior. Su consejero delegado,
Richard Plepler afirmó que la cadena estaba pensando muy detenidamen
te si convenía permitir a que quienes no tenían una suscripción por cable
dispusieran de HBO. Los clientes podrían pagar 50 dólares al mes por su
conexión de banda ancha a Internet, y 1 0 o 1 5 dólares por el acceso a
HBO vinculado a esa conexión, dijo Plepler. «Tenemos que hacer núme
ros», añadió.
El pulso antagónico entre la industria del ocio y Silicon Valley en los
días de Napster, allá por el año 2000, no ha finalizado del todo. A prin
cipios de 2012 , el sector del ocio pensó que podía usar su influencia
como lobby para presionar a Washington y que éste introdujera de forma
discreta dos proyectos de ley en el Congreso para disponer de más capa
cidad de control sobre el contenido de las páginas web que violaran sus
derechos de autor. Pero esos proyectos de ley parecían más motivados
por un juego de poder nefasto en el seno del propio Hollywood que por
un deseo de frenar las actividades ilegales. Las grandes compañías tec
nológicas como Google, censuraron sus propias webs en protesta por las
leyes SOPA/PIPA. Algunas, como Wikipedia o Reddit, dejaron de fun
cionar. Y los proyectos de ley se retiraron rápidamente.
Sin embargo, lo que ocurrió tras el fiasco de la legislación SOPA/
PIPA fue tan interesante como el fracaso en sí mismo. En lugar de en
durecer sus posiciones como habían hecho en el pasado, los ejecutivos
de Hollywood y Silicon Valley encontraron una salida. Entre los prime
ros, algunos como Chase Carey, el director de operaciones de News
Corp. , estaban contritos, reconociendo públicamente que la industria
había sido tratada con mano dura. Mientras, compañías como Google
2 1 9
aceptaron buscar nuevas maneras de identificar contenidos piratas . Ari
Emanuel que había sido muy crítico públicamente con la industria tec
nológica -particularmente con Google- sobre este tema a mediados
de 2012, terminó el año hablando del progreso que se había hecho. Dijo
que Google le había demostrado que estaba poniendo en los últimos
lugares de sus resultados de búsqueda aquellas webs sospechosas de pi
ratería, sabiendo que eliminar una web de los diez primeros resultados
es casi como hacerla desaparecer. «Así que Silicon Valley y Hollywood
están trabajando bastante bien juntas en aspectos relacionados con los
contenidos y la distribución en los nuevos medios» , afirmó.
«Sigue sin ser fácil -dijo Michael Yanover-. Pero hemos salvado
el abismo con un puente más sólido que los anteriores. Creo que hemos
progresado mucho desde que empecé en este mundo. Hay respeto mu
tuo. La gente de Hollywood tuvo que aceptar la tecnología porque era
aceptarla o morir. Y creo que la gente de Silicon Valley ha empezado a
respetar y a comprender un poquito más lo que ocurre en Hollywood.
Gracias a Netflix, Hulu, YouTube y otros, han aprendido a respetar los
contenidos y a no tratarlos como un fungible, como hacían antes. Creo
que, más que nunca, ahora vamos finalmente a la par. »
Andreessen coincide: «Cada año, durante los últimos veinte, los con
sejeros delegados de los medios de comunicación me decían: "Algún día,
en Silicon Valley descubriréis que nos necesitáis, algún día tendréis que
empezar a pagarnos" . Y eso no sucedió durante diecinueve años. Y ahora,
literalmente, se ha hecho realidad. Por eso creo que ha habido un gran
cambio. Creo que esas industrias van a coincidir mucho más en el futuro
de lo que lo han hecho hasta ahora» .
Todo el mundo está de acuerdo en que el aspecto más importante
de la transición sigue siendo el de encontrar la manera de pagar el máxi
mo valor por los contenidos. Este tema todavía pone muy nervioso a
todo el mundo en Hollywood. Hollywood existe no sólo porque hace
películas y programas de televisión que la gente quiere ver, sino porque
sus ejecutivos han logrado con astucia dividir el mundo en submercados,
permitiendo a cada uno de ellos controlar la oferta de contenidos y el
proceso de venderlos una y otra vez a precios elevados. Sin esas opcio
nes, todo el mundo se preocupa de que resulte dificil garantizar que los
ingresos por contenidos sean suficientes para absorber el coste de reali-
220
zarlos. En la actualidad, sin embargo, lo que cambia es que las compa
ñías de Silicon Valley están pagando la factura . . . y demostrando que
gracias a sus innovaciones hay nuevas maneras de financiar, producir y
distribuir contenidos. Éste no es el tipo de reto que Hollywood puede
ignorar o eliminar con demandas judiciales como ha hecho con anterio
ridad.
A mediados de mayo de 201 3, al final de una maratoniana presentación
de apertura de su conferencia para desarrolladores de software, Google
dio una sorpresa a sus exhaustos oyentes. Tras tres horas de conferencia,
Larry Page, el reservado y tímido consejero delegado de la compañía,
apareció para hacer algunos comentarios y responder preguntas de la
audiencia.
Page no es un consejero delegado tipo estrella del rock como lo
fueron en su momento Steve Jobs y Bill Gates, o como continúan sién
dolo Mark Zuckerberg de Facebook y Larry Ellison de Oracle. De he
cho, la aparición de Page fue notable justamente por lo contrario: pocos
podían recordar la última vez que lo vieron sobre el escenario. Había
sido el consejero delegado de Google durante dos años y uno de sus
cofundadores. Pero durante los quince años de existencia de la empresa
-Google fue fundada en 1998- se había cuidado mucho de no estar
en el candelero. Dificilmente concede entrevistas o da discursos, a dife
rencia del consejero delegado anterior, Eric Schmidt. Por eso son mu
chos los que creen que Schmidt es todavía consejero delegado de la
compañía. Page había estado particularmente lejos de la escena pública
el año anterior porque, como reveló el día antes, había sufrido una en
fermedad que había paralizado parcialmente dos de sus cuerdas vocales.
El efecto fue mágico. En público, Page parece a menudo estar en
guardia y resulta muy envarado. Pero la poca fuerza de su voz lo hizo
parecer más humano, y sus comentarios, más íntimos. Las seis mil per
sonas que lo escuchaban en la sala y el millón que lo vieron en sus pan
tallas en todo el planeta quedaron cautivados mientras Page desgranaba
una visión global en que la tecnología había resuelto muchos de los
grandes problemas, desde los desplazamientos al hambre en el mundo.
También hizo algo que pocas veces hace: habló sobre sí mismo. Explicó
22 1
a la audiencia lo feliz que se sentía por haber tenido un padre que era un
chiflado como él. «De hecho me llevó a mí y a toda la familia cruzando
el país a una conferencia sobre robótica» , dijo Page. Pero Larry no lle
gaba a la edad mínima requerida para asistir a esa conferencia y fue re
chazado. Sin embargo, Page padre se mostró inflexible. «Pensaba que
era tan importante que su hijo asistiera a esa conferencia que fue una de
las pocas veces que lo hemos visto discutir con alguien. » Su padre, que
murió hace más de una década, convenció a los organizadores de la
conferencia de que hicieran una excepción.
Tomas tu teléfono y lo sujetas, es casi tan grande como la tele
visión o la pantalla que has estado mirando. Y tiene la misma
resolución. Así que, si eres miope, un teléfono inteligente y una
gran pantalla son casi la misma cosa. Lo que resulta impresio
nante . Completamente impresionante . . . No hemos visto ese
tipo de cambio en el sector de la informática en mucho tiempo,
probablemente desde el nacimiento del ordenador personal.
Pero, cuando pienso en ello, creo que hoy estamos todos aquí
porque compartimos un marcado optimismo sobre el potencial
de la tecnología para mejorar la vida de la gente, y la del mun
do, como parte de eso.
Siguió hablando durante diez minutos, y respondió a las preguntas
del público durante otros diez. En ese corto espacio de tiempo fue alter
nativamente optimista, visionario, arrogante y moralista. Sobre las luchas
de Google con Apple y otros competidores, dijo :
222
Saben, cada historia que leo sobre Google habla de nosotros
contra otra empresa o estupideces de ese tipo. Y no lo encuentro
nada interesante. Deberíamos estar creando grandes cosas que
no existen, ¿verdad? Ser negativo no ayuda a progresar. Y las
cosas más importantes no son un juego de suma cero. Existen
muchas oportunidades ahí fuera. Y podemos usar la tecnología
para hacer cosas realmente nuevas e importantes que hagan que
la vida de la gente sea mejor.
Eso fue más que una fiesta de presentación en sociedad para Page.
Sólo los ejecutivos de las compañías punteras que están ganando en el
mercado hacen discursos como ése . Y Page, por lo que parece, quería
que el mundo supiera que así es como se sentía. Los cínicos podían ha
ber dicho que era un «lo que es bueno para el mundo es bueno para
Google», una referencia a la famosa afirmación del presidente de Gene
ral Motors, Charles Wilson, en la década de 1950 sobre la empresa au
tomovilística. Después de todo, resulta dificil imaginar a Page, o a nadie
dentro de Google, calificar su guerra con Apple de poco interesante en
201 1 , cuando el iPad controlaba todo el mercado de las tabletas, o en 2007,
cuando Google luchaba por hacer que Android levantara el vuelo . . . o
cuando Apple y J obs acusaron falsamente a Google y a los fabricantes de
Android de copiar su trabajo. Page sabe que los cinco años de lucha con
Apple no han sido una mera pérdida de tiempo para ninguna de ambas
empresas. Las han ayudado a mejorar. Quizás Apple no hubiera tenido
una tienda de aplicaciones si Google no hubiera planeado la suya antes .
y los teléfonos Android y su software aún parecerían pensados para los
ingenieros y no para los consumidores si Google no se hubiera visto
forzado a competir contra Apple . La lista es interminable .
Pero, a mediados de 2013 , la guerra de plataformas para móviles
entre Google y Apple se decantaba claramente a favor de la primera.
Google parecía dominar la lucha como Apple lo había hecho en 201 1 y
los tres años posteriores a la presentación del iPhone . La cuota del mer
cado de móviles y tabletas Android seguía subiendo, alcanzando el 75 %
en teléfonos inteligentes y el 50 % en tabletas. Además, la competencia
había obligado a Apple a revisar a la baja algunos de los precios de sus
dispositivos, y eso estaba comiéndose los beneficios antes intocables de
la empresa. El valor de capitalización de Apple, que se había doblado
hasta alcanzar los más de 700 dólares por acción el año posterior a la
muerte de Jobs en 2 0 1 1 , había caído a la misma velocidad en el año si
guiente. En 2013 , Apple ya no era la compañía con el mayor valor de
capitalización del mundo. Y las acciones de Google no paraban de subir.
La pérdida por parte de Apple del primer puesto en el ranking fue,
por supuesto, únicamente un cambio simbólico. Lo que no era tan sim
bólico eran los muchos inversores enfadados que la bajada de cotización
de las acciones de Apple dejó por el camino. Durante cuatro años, las
223
acciones de la empresa habían estado entre las de mejor desempeño de
todos los tiempos, multiplicando por diez su valor desde los 80 dólares
de 2008. Pero los inversores que adquirieron acciones de Apple en el
otoño de 2012 -pensando, como otros muchos, que el precio objetivo
por acción llegaría a los 1 .000 dólares- vieron cómo su inversión se
depreciaba el 40 % mientras el resto de la Bolsa subía un 1 5 % aproxima
damente. Jobs nunca discutió el precio de sus acciones con los inverso
res. De hecho, raramente se encontró con ellos. Pero, a principios de
2013 , los inversores se negaron a ser ignorados y obligaron al consejero
delegado Tim Cook a comprometerse a repartir más de 1 00 .000 millo
nes de dólares en dividendos y recompras de acciones.
Realmente, cuando Page hizo sus comentarios, la diferencia de in
novaciones lanzadas por Apple y Google para dominar el mercado móvil
de Internet parecía absolutamente clara. En otoño de 2012, Apple había
lanzado el iPhone 5 , su producto mejor vendido de todos los tiempos,
y el iPad mini, que también fue un éxito a pesar de su menor margen de
beneficios. Pero habían pasado más de tres años desde el lanzamiento de
su producto más rompedor, el iPad. Y el dispositivo/televisor que Jobs
mencionó a Walter Isaacson para su biografia, y al que Cook también
había aludido, no aparecía por ninguna parte .
Mientras, Google había lanzado tal cantidad de software nuevo y
mejorado que resultaba sorprendente por su amplitud y profundidad.
Presentó Google Now, una aplicación para móviles que anticipaba y
mostraba de forma ingeniosa a los usuarios información que podían
necesitar durante un vuelo, como reservas de viaje , restaurantes y el
tiempo de tránsito esperado. Lanzó un servicio de música en streaming
para competir con Spotify, haciendo que muchos se preguntaran cómo
había conseguido batir a Apple -la creadora de iTunes- en ese merca
do. Creó una notable herramienta de edición automática de fotografia
para Google Plus. Utilizando la potencia de los miles de servidores de
Google, dicha herramienta pasaba por toda la biblioteca fotográfica se
leccionando y autoeditando las mejores fotos . Y mejoró el buscador de
voz de Google haciéndolo finalmente útil para las tareas diarias, al estilo
de los ordenadores activados por voz de Star Trek y otras películas de
ciencia ficción. Cuando esté totalmente desarrollada, dicen en Google,
serás capaz de preguntar cualquier cosa a tu ordenador portátil, teléfono
224
inteligente o tableta . . . y te dará la respuesta precisa. Estas mejoras hacen
que Siri, la tecnología de voz de Apple, parezca una broma. Y, en agos
to de 2 0 1 3, Google presentó el primer teléfono inteligente Motorola.
Incluso los productos que Google no tenía la intención de vender
inmediatamente estaban generando mucho alboroto. Demostró que su
software para vehículos sin conductor funcionaba. Demostró que Goo
gle Glass -un ordenador incorporado a unas gafas- podía de hecho
convertirse en una fusión de máquina y hombre .
Resulta tentador predecir que sólo es cuestión de tiempo que Apple
lance su propio dispositivo revolucionario. Es cierto que ésa es la mane
ra en que la competencia entre ambas compañías se ha desarrollado
hasta ahora. Lo que no está tan claro es que Apple pueda hacer eso sin
Jobs al timón. La empresa aseguró eso a sus inversores cuando sus ac
ciones y beneficios despegaron después de la muerte de Jobs. Pero más
tarde, en otoño de 2 0 1 2, la ausencia de Jobs empezó a notarse día a día.
Pongamos por ejemplo la publicidad de Apple. Ya no sorprende .
J obs revisaba personalmente cada campaña, y sus anuncios en televisión
eran verdaderos iconos. Pero los anuncios que aparecieron en los Juegos
Olímpicos de Londres en 201 2 -con un empleado del Genius Bar como
protagonista- eran tan malos que provocaron titulares. Realmente, los
mejores anuncios de telefonía de 2012 fueron los de Samsung, el mayor
fabricante de teléfonos Android de Google. Después de que Apple pre
sentara el iPhone 5, Samsung contraatacó con una batería de divertidos
anuncios que pintaban a los usuarios de iPhone como unos elitistas equi
vocados que hacían cola para obtener un teléfono que era inferior, en
todos los sentidos, al Galaxy S III .
Apple recibía también críticas por cómo se hacían sus teléfonos. El
New York Times, en una serie de reportajes sobre la «iEconomy» , pre
sentaba pruebas de que Apple estaba fabricando sus iPhones y iPads en
talleres explotadores en Asia, lo que forzó al consejero delegado Tim
Cook a reconocer que la empresa podía hacer más para obligar a sus
proveedores a mejorar las condiciones laborales de sus empleados. Un
año más tarde, tuvo que disculparse ante los clientes chinos de Apple por
la falta de respuesta de la empresa ante problemas técnicos y de servicio.
Pero quizás el ejemplo más notorio de la ausencia de Jobs fue el desas
tre de relaciones públicas que rodeó la nueva aplicación de mapas de Apple.
225
La compañía había hablado mucho del final de su acuerdo con Google en
el campo de los mapas. Google estaba usando su dominio de la tecnología
como un garrote en las negociaciones. Pero, cuando Apple presentó su
propia solución junto con el iPhone 5, la aplicación estaba llena de fallos.
Durante casi un mes, los chats y las redes sociales se llenaron con ejemplos
de errores increíbles -el monumento a Washington no estaba en dónde
debía, el puente de Brooklyn desaparecía y las indicaciones llevaban a los
conductores a lugares equivocados- que convirtieron la aplicación en
inservible y obligaron a Cook a disculparse con sus clientes y a continua
ción a despedir a muchos de los responsables, entre ellos el director de
software del iPhone, Scott Forstall. Eso hizo que muchos se preguntaran
si Jobs hubiera permitido que una chapuza así llegara al mercado.
El desastre de los mapas no sólo provocó que Apple tuviera mala
imagen, sino que convirtió a Google en un héroe. Google reescribió
rápidamente su propia aplicación, introduciendo muchas mejoras. Lue
go, cuando la actualizó, tres meses más tarde, los titulares en todo el
mundo hablaban de cuánto mejor era respecto a la de Apple. Diez mi
llones de usuarios descargaron la aplicación en cuarenta y ocho horas.
Tim Cook conoce todos los retos a los que se enfrenta y cree tener
la respuesta. «Todavía somos la compañía que va a hacer eso [ cambiar las
reglas del juego ] . Tenemos planes increíbles en los que hemos estado
trabajando durante algún tiempo. La cultura Apple sigue ahí y mucha de
su gente también. Sigue habiendo transformadores entre nosotros», afir
mó durante una entrevista en directo a finales de mayo de 201 3 . Se creía
que Apple estaba trabajando en una revisión completa del aspecto del
software del iPhone y el iPad. Cook no lo negó en la entrevista. Y conti
nuó diciendo generalidades sobre el interés de Apple en mejorar la expe
riencia televisiva.
Pero no había mucho más en los comentarios de Cook. En lugar de
usar el escenario -como había hecho Larry Page de Google- para
mostrar una visión amplia del futuro, parecía que su objetivo fuera decir
tan poco como fuera posible. Repitió «no quiero entrar en detalles» muy
a menudo. Eso es típico de muchos consejeros delegados en ese tipo de
situación. El problema de Cook es que no se le compara con la mayoría
de los consejeros delegados. Se le compara con el cofundador de Goo
gle, Larry Page y, por supuesto, con su predecesor, Steve Jobs.
226
Jobs era un maestro en momentos como ése . En 2010 , cuando se le
preguntó por qué el iPad era tan importante, afirmó: «Cuando éramos
una nación agrícola, todos los vehículos eran camiones, porque eso era
lo que se necesitaba para las granjas. Pero, cuando los vehículos empe
zaron a utilizarse en las ciudades, los coches se popularizaron. La trans
misión automática, la dirección asistida y cosas que no son importantes
en un camión se convirtieron en esenciales en los coches . . . Los pe serán
como los camiones. Seguirán existiendo, seguirán teniendo valor, pero
sólo los utilizará una de cada x personas». Jobs era igualmente vago en
lo que se refería a productos futuros, pero su visión era tan clara y con
vincente que no parecía importar.
Comparar a cualquiera con Steve Jobs es injusto. Y, durante sus dos
años como consejero delegado de Apple, Tim Cook se ha esmerado en
repetir que el mismo Jobs le dijo que no quería que dirigiera Apple
como creía que lo haría él ( J obs) , sino como el propio Cook creía que
debía hacerlo. Está bien que Jobs le permitiera esa libertad. Lo que no
está claro es el significado de ese gesto . Jobs ya no está, y los clientes,
distribuidores, inversores y fans quieren que Cook sea como él, aunque
no deseen admitirlo. No parecen dispuestos a permitirle esa carencia
hasta que no muestre al mundo el producto de su propia revolución .
Durante el turno de preguntas de la entrevista, Dan Benton, el conocido
inversor de fondos de riesgo, expresó esas preocupaciones con claridad.
« ¿Por qué no nos da su visión del futuro?» , preguntó, sugiriendo que
Google había sido mejor en su explicación de lo que estaba por venir.
Cook respondió: «Creemos en el elemento sorpresa». Quizá para cuan
do lean esto, Apple habrá vuelto a hacerlo.
227
N ota sobre mí
Este libro es la consecuencia de dos, siete o dieciséis años de trabajo,
dependiendo de cómo se cuenten. Desde 1 997, he estado escribiendo
sobre tecnología y los medios, primero para U.S. News & World Report
y Fortune, y desde 2006, para Wired. He escrito sobre la revolución del
móvil desde que lanzaron el iPhone en 2007. La información y la escri
tura de este proyecto han sido mi trabajo a tiempo completo desde
20 1 1 . Junto con reportajes anteriores, es el producto de más de cien
entrevistas. Esto se completó con mi lectura de miles de páginas de li
bros, artículos en periódicos y revistas, transcripciones de juicios y do
cumentos. También, con mi asistencia a docenas de presentaciones pú
blicas de Apple y Google, conferencias del sector y el proceso Apple
contra Samsung, por violación de patente, en 20 12 . Cuando no podía
asistir a las presentaciones y conferencias personalmente, confiaba en
fuentes de vídeo, contrastadas con vídeos no oficiales y otros informes.
Me he basado en las transcripciones de los tribunales para los juicios de
Apple contra Samsung Electronics y de Oracle America contra Google
-ambos en 2012-, incluso para los días en que asistí a ellos . Cuando
me baso en libros, artículos, transcripciones y vídeos para mi texto, doy
la referencia correspondiente en una nota. Cuando mi información pro
cede de entrevistas, no.
Para la historia de la ley de patentes -alrededor de un tercio del
capítulo 8-, me he basado en la investigación especializada y en la ayuda
en la redacción de Erin Biba, con quien trabajé cuando ella era correspon
sal en Wired y que ahora es columnista en Popular Science. Bryan Lufkin,
Katie M. Palmer, Elise Craig y Jason Kehe me ayudaron en la compro
bación de datos. Conocí a Bryan a través de mis contactos de Wired.
229
Él encontró a Katie, Elise y Jason. Soy plenamente responsable de todos
los errores y omisiones que pueda haber.
Escribir sobre cualquier empresa es dificil . Como todos nosotros,
cualquier empresa quiere que el mundo vea solamente sus triunfos, no
sus preocupaciones, luchas y fracasos. Por ello, es tarea del periodista
penetrar detrás de esa fachada y averiguar qué está pasando realmente.
Escribir sobre Apple presenta un reto todavía mayor. Más que cualquier
otra empresa, Apple hace lo imposible para que a los extraños les resulte
dificil ver detrás de la fachada. Hay aproximadamente media docena de
periodistas con los cuales coopera, ocasionalmente, en torno a los lan
zamientos de productos. También ha cooperado con mi amigo Steven
Levy para un libro sobre el iPod que se publicó en 2006. Y el propio
Jobs le pidió a Walter Isaacson que escribiera su aclamada biografia, que
se publicó a finales de 201 1 . Todos los demás libros escritos en los últi
mos veinte años que tenían que ver con Apple o Jobs lo han sido sin la
cooperación de ninguno de los dos, incluido este libro. Informé a Apple
sobre el proyecto al inicio y los mantuve informados hasta acabar el ori
ginal . Pero nadie de la compañía se ofreció a concederme una entrevista.
Google cooperó en cierto modo: no hizo que Larry Page y Sergey Brin
aceptaran una entrevista, pero muchos otros ejecutivos han estado dis
ponibles, a lo largo de los años, para este proyecto y para otros artículos
que he escrito, entre ellos su ex consejero delegado Eric Schmidt y el ex
jefe de Android, Andy Rubin.
Las fuentes más importantes de este libro no fueron entrevistas san
cionadas oficialmente. Fueron el gran número de ingenieros y ejecutivos
que trabajaron en estos proyectos, pero que luego han hecho otras cosas.
Todos ellos se sentían orgullosos del trabajo hecho y me dedicaron ama
blemente horas asegurándose de que refería con exactitud lo que había
pasado -una gran parte oficialmente-o Aunque Steve Jobs y los ejecu
tivos de Google, como Eric Schmidt, Larry Page, Sergey Brin y Andy
Rubin, se llevan todos los méritos por desarrollar el iPhone, el iPad y
todo lo que ha salido del proyecto Android y Google, estas otras perso
nas son los héroes invisibles de Silicon Valley. Sentían, igual que yo, que
formaban parte de la historia. No querían que se olvidara su trabajo. Yo
creía que sus historias eran dignas de contarse.
230
N otas
I nt roducc ión
12 El iPhone se ha convertido: presentaciones y estados financieros de Apple .
12 Apple es ahora el mayor: Philip Elmer-DeWitt, « Chart of the Day: Apple as
the World's No 1 pe Maker», CNN Money, 7/2/2 0 1 3 ; estados financieros
de Apple; Andrea Chang, "Global TB Shipments Fall in 2012, Recovery
not Expected UntiI 20 1 5 » , Los Angeles Times, 2/4/2 0 1 3 ; John Sousanis,
«World Vehicle Sales Surpass 80 Million in 2012» , WardsAuto, 1 /2/2 0 1 3 .
1 3 Para sorpresa d e Apple: Killian Bell, «Android Powers Almost 60% o f All
Mobile Devices Sold, iOS Just 1 9,3%», CultofAndroid.com, 1 0/5/201 3;
Jon Fingas, «Apple Counts 400 Million iOS Devices So Id as of June»,
Engadget.com, 12/9/2012 .
1 3 Durante el tercer trimestre de 2012: Philip Elmer DeWitt, «Chart of the
Day: Apple iPhone vs Samsung Galaxy Sales» , CNN Money, 1 6/3/2 0 1 3 .
1 4 Apple ha empezado incluso a sustituir: Shira Ovide, «Apple Boots Google
for Microsoft in Siri» , (blog Digits) , Wall Street Journal, 1 0/6/2012 .
16 Hoy, se venden 1 . 800 millones d e teléfonos móviles: «Worldwide Mobile
Phone Sales Fell in 20 1 2 : Gartnef» , Reuters, 1 3/2/2 0 1 3;
Mary Meeker y Liang Wu, «Internet Trends D 1 1 Conference» ,
www.kpcb.com/insights/20 1 3-internet-trends. 29/5/2 0 1 3 .
1 8 Aunque la mayoría n o piensa: «iTunes Continues to Dominate Music
Retailing, but Nearly 60 Percent of iTunes Music Buyers Also Use
Pandora» , comunicado de prensa de NPD Group, 1 8/9/2012 ; «As Digital
Video Gets Increasing Attention, DVD and Blu-ray Earn the Lion's Share of
Revenue», comunicado de prensa de NDP Group, 30/1 /20 1 3 ; Colin
Dixon, «How Valuable 1s Apple to tbe Movie Business? Not So much ! » ,
2 3 1
NScreenMedia, 25/4/2 0 1 3 ; Horace Dediu, «Measuring the iTunes Video
Store» , Horace Dediu, ASYMCO.com, 1 9/6/2013 ; Brian X.Chen, «Apple
and Netflix Dominate Online Video» ( blog Bits), The NeJV York Times,
19/6/20 1 3 .
1 . La m i s i ó n a l a L u n a
2 6 Sin embargo, Jobs n o tenía más remedio: Wikipedia, contrastado con los
estados financieros de Apple, Buster Heine, « 1 5 Years of Macworld History
in Just 1 0 Minutes» , CultofMac .com, 29/1/20 1 3 .
2 7 Esta vez, Jobs no sólo tenía: Fred Vogelstein, « The Untold Story: How the
iPhone Blew Up the Wireless Industry» , Wired, 9/1 /2008 .
31 Lo peor de todo: i bid.
32 Jobs se sentía personalmente ofendido: Kara Swisher, « Blast from D Past
Video: Apple's Steve Jobs at DI en 2003», AJ1ThingsD.com, 3/5/2010 .
33 Es difícil imaginar: « iPhone» , Wikipedia, contrastado con los estados
financieros de Apple .
33 En público, Jobs continuó con sus: Kara Swisherm « Blast from D Past:
Apple's Steve Jobs at D2 in 2004», AJ1ThingsD.com, 1 0/5/2010 .
34 La tensión entre los socios: Frank Rose, «Batde for the Soul of the MP3
Phone, Wired, 1 1/2005 .
34 Jobs logró atribuir la metedura de pata del Rokr: « iPod Sales per Quarter» ,
Wikipedia; contrastado con los estados financieros de Apple: Peter
Burrows, «Working with Steve Jobs» , Bloomberg BusinesSJVeek,
12/1 0/20 1 1 .
35 Dimey, empresa de la que era consejero: «Disney Teams with Sprint to Offer
National Wireless Service for Families» , 6/7/2005.
36 Cingular no estaba sólo jugando a la defensiva: «iPod Sales per Quarter» ,
Wikipedia; contrastado con los estados financieros de Apple .
40 Tampoco nadie había puesto nunca: Christine Erickson, «The Touching
History of Touchscreen Tech», Mashable.com, 9/1 1 /2012 ; Andrew
Cunningham, «How Today's Touchscreen Tech Put the World at Our
Fingertips», ArsTechnica.com, 1 7/4/2 0 1 3; Bent Stumpe y Christine
Sutton, «The Frist Capacitative Touch Screens at CERN», CERN Courier,
232
3 1 /3/2010; «Touchscreen Anicles in Phones», PhoneArena.com,
26/8/2008; Bill Buxton, «Multi-Touch Systems That 1 Have Known and
Loved», BillBuxton.com, 12/1/2007.
42 Para garantizar que la diminuta antena del iPhone: Vogelstein, « Untold
Story» .
44 Todo esto hizo que el proyecto del iPhone: Testimonio de Scott Forstall,
entonces vicepresidente sénior de Apple para el software de! iPhone, en e!
proceso de Apple contra Samsung) 3/8/2 0 1 2 .
44 Por medio de su amigo: Walter Isaacson, Stevc Jobs, Nueva York, Simon &
Schuster, 201 1 , 471 . ( Editado en español por Debate en 201 1 , con e!
título Steve Jobs. La biografía) .
46 «Steve no quería»: Forstall en Apple vs. Samsung.
48 Para sorpresa de Grignon: Discurso inaugural de Steve Jobs en la presentación del
iPhone, 9/1/2007, disponible en www.youtube.com/watch?v=t40EsIlOSc_s.
2 . E l i P h o n e es b u e n o . A n d ro i d s e rá mejor
49 Pero sí que existe una representación: Extraído de los estados financieros
de Google y de mis propias visitas allí, contrastado con los ejecutivos de
relaciones con los medios de Google. También, Paul Goldberger,
«Exclusive Preview: Google's New Built-from-Scratch Google-plex» ,
Vanity Fair, VF diario, 22/2/2 0 1 3 .
5 0 «Decidimos explícitamente»: Fred Voge!stein, « Google @ $ 1 6 5 : Are These
Guys for Real?» , Fortune) 1 3/12/2004, entrevista con Eric Schmidt en
Google (Mountainview, California) , 1 1/2004.
50 A lo largo de los años: Ari Lewy, «Benchmark to join Twitter en S.F.'s Mid
Market» , San Francisco Gate) 25/5/20 1 2 .
55 La manera más fácil: Adam Lashinsky, « Chaos by design», Fortune)
2/10/2006.
56 Larry Page nunca se ha mordido la lengua: Google Investor Relations,
«2012 Update from the consejero delegado», disponible en
http://investor.google.com/corporate/20 12/ceo-letter.html.
56 No era una exageración: Fred Voge!stein, «Search and Destroy», Fortune,
2/5/2005 .
233
5 7 «Ahora es difícil d e entender»: testimonio de Erick Schmidt e n Orade contra
Google, juicio por el copyright, 24/4/2012 .
5 8 Todos estos temores y frustraciones: Daniel Roth, «Google's Open Source
Android OS Will Free the Wireless Web» , Wired, 23/6/2008; Vogelstein,
«GOOGLE @ $ 165» .
59 Page escuchaba atentamente: Roth, « Google's Open Source» ; Steven
Levy. In the Plex: How Google Things, Works and Shapes Our Lives,
Simon & Schuster: Nueva York, 20 1 1 ), 2 14 .
62 Oficialmente, los tres: Fred Vogelstein, « Can Google Grow Up?» ,
Fortune, 8/1 2/2003.
63 Luego estaban las cuestiones legales: esto procede de una lectura de las
transcripciones y los reportajes del proceso de 2012, Orade contra Google,
por el copyright.
65 Esa idea estaba firmemente arraigada: J ohn Battelle, The Search:
How Google and !ts Rivals Rewrote the Rules of Business and
Transformed Our Culture, Portfolio, Nueva York, 2005, libro
electrónico, 1 8 8 1 - 1 92 1 .
65 Estaba claro que Google había creado: de los estados financieros
de Google, mis propias entrevistas y diversos reportajes.
66 Los ejecutivos de empresas: Matt Rosoff, «Other Than Facebook,
Microsoft's Investments Haven't Worked Out So Well» , Business
Insider, 8/5/20 1 2 .
66 «La visión que Google tiene de Android: Ken Auletta, Googled: The End
ofthe World as We Know It, Penguin Press, Nueva York, 2009, en libro
electrónico 4497.
67 Rubin creía que: testimonio de Andy Rubin, en el proceso Oracle
contra Google, 23/3/2012 .
68 Dijo que el iPhone era: discurso inaugural de Steve Jobs
en la presentación del iPhone, 9/1/2007, disponible en
www.youtube.com/watch?v=t4=EsIOSc_s.
69 En Apple, a finales de los años ochenta: J ohn Markoff, <<1, Robot:
234
The Man Behind the Google Phone» , The New York Times,
4/1 1 /2007.
3. Veint icuatro s e m a n a s , t re s d ía s
y tre s h o ra s p a ra e l l a n z a m i e nto
77 Pero Forstali se había: Adam Satariano, Peter Burrows y Brad Stone,
«Scott Forstall, the Sorcerer's Apprentice al Apple», Bloomberg
Businessweek, 1 2/1 1 /20 1 1 ; Jessica Lessin, «An Apple Exit over Maps»,
The Wall Street Journal, 29/12/2012 .
78 Fadell no oculta: Leo Kelion, «Tony Fadell: From iPod father to
thermostat start-up», BBC News, 29/ 1 1/20 1 2 .
80 Fadell fue realmente: Steven Levy, The Perfect Thing: How the iPod
Shuffles Commerce, Culture and Coolness, Simon & Schuster,
Nueva York, 2006, 54-74.
82 Forstall no podía ser: Satariano et al . , « Scott Forstall» .
83 Pese a estas rencillas: Christina Kinon, «Say What? Mike Stolen
during live Q&A on Fox» , New York Daily News, 30/6/2007.
La entrevista de Steven Levy en FOX News está disponible en
www.youtube.com/watch?v=uayBcHDxfWw.
83 Levy escribió sobre aquello: Steven Levy, «A Hungry Crowd Smells iPhone,
and Pounces» , Newsweek, 22/12/2007.
84 Mirando atrás, el lanzamiento del iPhone: estos dos párrafos proceden
de los estados financieros de Apple y de varios reportajes y reseñas
ampliamente disponibles en aquellos momentos.
84 Genera 4.500 millones de dólares: «Apple's consejero delegado Discusses
F2Q 1 3 Results - Earnings Call Transcript» , SeekingAlpha.com,
23/4/201 3 .
8 5 Delpués de la presentación, cuando: John Markoff, « Steve Jobs Walks
the Tightrope Again», The New York Times, 1 2/1/2007.
86 Apple ayudó a crear y luego aprovechó: del testimonio de Phil Schiller,
vicepresidente sénior de Apple para marketing internacional, en el proceso
de Apple v. Samsung, 3/8/2012 .
86 University Avenue y Kipling Street: la nueva tienda de Apple en Palo Alto
está en Florence Street con University Avenue.
235
4. C re ía q u e é ra mo s a m i go s
87 Las preocupaciones iniciales del equipo de Android: la información para los
dos párrafos siguientes procede de los testimonios y pruebas presentados en
el juicio de Orade contra Google; de Steven Levy, In the Plex: How Google
Thinks, Works and Shapes Our Lives, Simon & Schuster, Nueva York, 201 1 ,
2 1 3-237, Y d e mis propios artículos.
89 El primer día de Gundotra: Brad Stone, « Larry Page's Google 3 .0»,
Bloomberg Businessweek, 26/1/201 1 , y mis propios artículos.
89 Pero Gundotra prosperó: Levy, In the Plex, 2 1 9 .
95 Por ejemplo, e l trío: ibid, 2 1 8 .
96 El secretismo, las filtraciones y la maledicertcia: J ohn Markoff, «1, Robot:
The Man Behind the Google Phone», The New York Times, 4/1 1 /2007.
97 No sólo fue aburrido: Ryan Block, « Live coverage of Google's Android
Gphone mobile OS announcement», Engadget.com, 5/1 1 /2007; Danny
Sullivan, « Gphone? The Google Phone Timeline», SearchEngineLand.com,
1 8/4/2007; Miguel Helft Y John Markoff, « Google Enters the Wireless
World», The New York Times, 5/1 1/2007.
97 Google consiguió más atertción: véase la presentación y demostración
del primer Android por Sergey Brin y Steve Horowitz en
www.youtube.com/watch?v=egxNkU5_hU.
1 00 Sin duda, otras iniciativas de Google: Ken Auletta, Googled: The End
ofthe World as We Know It, Penguin Press, Nueva York, 2009, en libro
electrónico 2842 .
1 0 1 No obstante, es posible que la razón más poderosa: Lev)', In the Plex, 2 1 3-237;
Auletta, Googled, en libro electrónico 1 1 8- 1 1 32; Brad Stone y Miguel
Helft, «Apple's Spat with Google 1s Getting Personal», The New York
Times, 1 3/3/2010 ; y mis propios artículos.
1 02 Un domingo por la mañana: del perfil de Vic Gundotra en Google Plus,
https://plus.google.com/+VicGundotra/posts/gcSStkKxXTw.
103 Pero, al llegar la primavera de 2008: Mis artículos y Levy, In the Plex,
2 13-237.
1 06 Una prueba que: para ver una demostración del Star7, visite
www.youtube .com/watch?v= 1 CsTH98S79q 1 .
236
5. Las consecuenc ias d e l a t ra i c i ó n
l OS Brin y Page se negaron: David A. Wise y Mark Malseed, The Google Story,
Delacorte, Nueva York, 2005 , e-book 1 593- 1 594.
l OS Schmidt fue contratado: declaración jurada de Lukovsky en Microsoft
contra Kay-Fu Lee, 2005; reclamación de Viacom presentada en 2007,
https://docs.google.com/viewer?url=http%3A%2F%2Fonline. wsj . com%2F
public%2Fresources%2Fdocuments%2FViacom=03 1207. pdf;
Saul Hansell, «Google and Yahoo Settle Dispute over Search Patent»,
The Nelv York Times] 1 0/S/2004; véanse también documentos de la IPa
de Google (para el acuerdo con Yahoo! ) .
1 1 1 El empujón definitivo: Steven Levy, In the Plex: How Google Thinks] Works
and Shapes Gur Lives] Nueva York, Simon & Schuster, 201 1 , 2 1 3-237.
1 1 3 Tenia un teclado deslizante: Walt Mossberg, « Google Answers the Phone» ,
AlIThingsD.Com, 1 4/1 0/200S .
1 1 3 Comparado con la presentación del iPhone: mi artículo y Levy, In the Plex] 227.
1 16 «Ponte en e/ lugar de Jobs»: la biografia de Isaacson fue la primera en
informar de que Jobs llevaba luchando contra el cáncer desde su primera
operación en 2005. La postura pública de Jobs hasta su muerte fue que el
cáncer estaba curado.
l IS Igual que Android] Google Voice: estos tres párrafos combinan mi propio
artículo con In the Plex] de Steven Levy, 2 1 3-237.
1 20 Casi toda la cobertura de los medios: son documentos disponibles
públicamente que las organizaciones de noticias se aseguraron por
medio de una petición amparada en la Ley de Libertad de Información;
véase www.apple .com/hotnews/apple-answers-fcc-questions. y
www.scribd.com/doc/l S9S 3640 /Google-Response-to.FCC.
1 2 1 La refriega por Google Voice: Fred Vogelstein, « How the androide
Ecosystem Threatens the iPhone» , Wired] 1 4/4/201 1 .
126 Nuestra demanda dice: Walter Isaacson, Steve Jobs] Simon & Schuster,
201 1 , 5 1 2 .
1 2 9 Pero en 2010 le dijo a : ibid, 5 1 3 .
129 A finales de 2012] Schmidt: Jessica E. Lessin, « Google's Explainer-in-Chief
Can't Explain Apple», The Wall Street Journal] 4/1 2/2012 .
237
1 30 Sin embargo, en 201 0, los grandes clientes comerciales: Wayne Rash,
«Microsoft, New York City Ink Deal for Cloud Application Licenses» ,
eWeek.com, 20/1 0/2010 .
1 30 Luego, en 2008, lanzó Chrome: Steven Lcvy, «Inside Chrome: The Secret
Project to Crush lE and Rcmakc the Web», Wired, 2/9/2008 .
6. A n d ro i d por todas p a rtes
1 3 3 « [Android] es» : Brad Stone, «Google's Andy Rubin on Everything
Android», blog Bits, NelV York Times, 27/4/2 0 1 0 .
1 33 Parecía que poco más: los datos provienen de los estados financieros de
Google, así como de las presentaciones anuales de Mark Meeker, antiguo
analista tecnológico de Wall Street, actualmente socio de la empresa de
capital riesgo Kleiner Perkins Caufield & Byers.
1 34 Una enctlesta electrónica: fui testigo directo de dicha encuesta en el curso
de la conferencia Brainstorm TECH, patrocinada por Fortune, que tuvo
lugar en Aspen en julio de 2010 .
1 3 5 «Disponemos de un producto que te permite»: extracto de l a presentación de
Schmidt en la conferencia anual de tecnología DLD, celebrada en Múnich
en enero de 20 1 1 , a la que asistí.
1 36 En otoño de 201 0, Vodafone trató de: «Customer Backlash Forces Vodafone
to Renege on Software Update», blog de Tecnología. The Guardian,
1 2/8/2010 .
1 39 Resulta fácil de comprender: Stone, «Google's Andy Rubin»;
Jesus Diaz, «This is the Apple's Next iPhone», Gizmodo, 1 9/4/20 10;
Rosa Golijan, «The Tale of Apple's New iPhone», Gizmodo, 4/6/2010;
Miguel Helft y Nick Bilton, «For Apple, Lost iPhone I s a Big Dea¡",
blog Bits, NelV York Times, 1 9/4/2010 ; David Carr, «Monetizing an
iPhonc Spectacle» , NelV York Times, 25/4/20 10 ; Jeff Bertolucci,
« Gizmodo-iPhone Saga: Court Documents Reveal Fascinating Details» ,
PC World, 1 5/5/2010 .
140 En el mes de junio: Brainstorm Fortune, Aspen, 2010; Matt Buchanan,
«Apple, Antennagate, and Why It's Time to Move On», Gizmodo,
1 9/7/10; Nick Bilton, «Fallout from the iPhone 4 Press Conference»,
blog Bits, NelV York Times, 1 9/7/2010 .
238
1 4 1 La compaiiía empeoró las cosas: Saul Hansell, «AT&T Declares Cold War on
Verizon», New York Times, 3/1 1 /2009.
1 4 1 En 2010) muchos conmmidores: Fred Voge!stein, «Bad Connection: Inside
the iPhone Network Meltdown», Wired, 1 9/7/2010 .
1 42 Jobs no disimuló: Jason Snell, « Job Speaks: The Complete Transcript» ,
Macworld, 18/10/2010 .
142 Gracias al iPod: Comunicado de prensa de Apple, 9/4/2007.
1 44 Jobs mantuvo siempre: Kara Swisher, « Full D8 Interview Video:
Apple CEO Steve Jobs», entrevista de Kara Swisher y Walt Mossberg
a Steve Jobs (vídeo), AlIThingsD.com, 7/6/2010, disponible en
www.allthingsd.com/20 1 00607 /full-d8-video-apple-ceo-steve.jobs .
145 Apple) el pionero, llevaba tres años: « Apple Says App Store Has Made
Deve!opers over $ 1 Billion», Applelnsider.com, 1 0/6/20 1 0 .
7 . E l i P a d l o c a m b i a todo. Otra vez
1 49 A partir de 2010, Jobs tenía: « Apple's Diabolical Plan to Screw Your
iPhone», iFixlt.com, 20/1/20 1 1 .
1 5 0 Remita que mucha gente quiere: Beth Callaghan, «Steve Jobs's Appearances
at D, the Full Video Sessions», AllThingsD.com, 5/1 0/20 1 1.
1 5 0 Presentó su innovación: véase e! discurso de presentación
de! iPad de Steve Jobs, de 27/1/2010, disponible en
www.youtube.com/watch?v=ITNbKCAFHJo.
1 5 1 Alan Kay) que para: Catharine Smith, « History ofTablet PCs»,
Huffington Post, 1 5/6/20 1 0 ; Jenny Davis, «The Tablet's Long History»
blog Geekdad) Wired) 29/10/ 1 1 ; «Tablet Time!ine», PCMag, enero de
2 0 1 3; Jerry Kaplan, Startup: A Silicon Valley Adventure, Nueva York,
Penguin, 1 996, 1 -36.
1 54 Como padre del Macintosh: véase e! discurso de presentación de! iPad
de Steve Jobs.
1 5 5 La reacción inmediata: «The Book of Jobs», Economist, 28/1/2010;
«Apple's Hard-to-Swallow Tablet», Wall Street Journal, 30/12/2009;
Claire Cain Miller, «The iPad's Name Makes Sorne Women Cringe»
blog Bits, New York Times, 27/1/20 1 0.
239
1 5 5 Sin embar;go, la peor crítica: Schmidt hizo estos comentarios en una sesión
con la prensa en el Foro Económico Mundial de Davos, 28/1/2010; Brent
Schendler, «Bill Gates Joins the iPad Army of Critics», CBS MoneyWatch,
1 0/2/2010; John McKinley, «Apple's iPad 1s This Decade's Newton»,
Business Insider, 27/1/2010; Arnold Kim, «Apple Gives a Nod to Newton
with New 'What is iPad?' Ad» , MacRumors, 1 2/5/2010 .
155 Con tanto en juego: Walter Isaacson, Steve Jobs. Simon & Schuster, Nueva
York, 2 0 1 1 , 495 (traducido en España con el título Steve Jobs: La biografía,
Barcelona, Debate, 201 1 ) .
1 5 7 «Pasé un año y medio» : Joe Hewitt, «iPad» > JoeHewitt.com, 28/1/2010 .
1 5 8 «Ese tipo me importunaba» : Isaacson, Steve Job, 467.
1 6 1 Cue explicó la evolución: John Paczkowski> «The Apple iBooks Origin
Story» , AllThingsD.com> 1 4/6/2 0 1 3 .
1 62 Cue dijo que el efecto «paso de página»: Peter Kafka, «Steve Jobs, Winnie
the Pooh and the iBook Launch», AllThingsD.com, 1 7/6/2 0 1 3 .
1 62 El problema, añadió Cue: Paczkowski, «The Apple iBooks Origin Story» .
1 62 Cuando empezaron a venderse los primeros iPads: estados financieros
trimestrales de Apple ( 10-Q) de abril de 2010, julio de 2010 , enero
de 201 1 Y abril de 201 1 ; estados financieros anuales de Apple ( 1 0-K) de
octubre de 2010 .
8 . « S e ñ o r Q u i n n , no m e o b l i g u e a s a n c i o n a rl e »
La primera parte de este capítulo incluye testimonios y escenas del juicio de
patentes entre Apple y Samsung en verano de 2 0 1 2 . Fui testigo directo de los
tres primeros días del proceso> y he completado y corregido mis notas con las
transcripciones del juicio.
1 70 Sólo un 3 %: Paul F. Morgan, « Guest Post: Microsoft contra i4i - Is the Sky
Really Falling?» , PatentlyO.com, 9/1/201 1 .
1 70 «Hoy ha sido un día importante»: Marc Gurman, «Tim Cook tells Apple
employees that today's victory 'is about values'» , 9to5Mac.com, 24/8/2012.
1 73 Pocos entendían esta dinámica: Walter Isaacson, Steve Jobs. Simon &
Schuster, Nueva York> 201 1 > 1 7 1 - 1 75 ( traducido en España con el título
Steve Jobs: La biografía, Barcelona, Debate> 201 1 ) .
240
1 74 Nada ilustra mejor la obsesión de Jobs: Charles Duhigg y Steve Lohr,
«The Patent, Used as a Sword», New York Times, 7/1 0/2012;
completado y cotejado con mis propias notas.
1 75 Jobs hablaba de forma muy hábil: véase el discurso de presentación
del iPhone de Steve Jobs, de 9/1 /2007, disponible en
www.youtube.com/watch?v=t40EsIOSc_s.
1 77 El número de solicitudes de patentes: Informes Anuales de la Oficina de Patentes
y Marcas, disponibles en www.uspto.gov/about/stratplan/ar/index.jsp.
1 77 La patente de «1-Clic»: véase la patente US59604 1 1 , propiedad de Amazon.
com, 28/9/1999; Steven Hutcheon, «Kiwi Actor v Amazon.com» , Sydney
Morning Herald, 23/5/2006.
1 78 Alexander Graham Bell: el Grupo de Historia de las Telecomunicaciones,
« The Telephone Patent Follies» , Museo Virtual de las Telecomunicaciones,
disponible en www.telcomhistory.org/vm/sciencePatentFollies.shtml .
178 Los hermanos Wright: Rose Eveleth, «Five Epic Patent Wars That Don't
Involve Apple», Smithsonian, 2 7/8/2012 ; «The Wright Story», Wright
Brothers.org.
1 79 En la década de 1 950, el inventor: Nick Taylor, Laser, The Inventor, the Nobel
Laureate, and the Thirty-Year Patent War, Nueva York, Simon Schuster,
2002 , 40.
1 79 Una de las batallas más famosas sobre patentes: entrevistas y correos
electrónicos de Adam Mossoff. Noviembre y diciembre de 2 0 1 2; Susan
Decker, «Apple Phone Patent War Like Sewing Machine Minus Vio!ence»,
Bloomberg News, 8/10/2012; Mary Bellis, «The Textile Revolution:
Sewing Machine Patent Battles & Improvements», About.com; David Zax,
«What Smartphone Makers Can Learn from the Sewing Machine Patent
War», blog Digits, Wall Street Journal, 28/ 1 0/20 1 0; Adam Mossoff, «The
Sewing Machine War: Howe v. Singer», Volokh.com, 1/5/2009; A1ex I .
Askaroff, «Elias Howe, Master Engineer», Sewalot.com; Adam Mossoff,
«The Rise and Fall of the First American Patent Thicket: The Sewing
Machine War of the 1 8 50s», Arizona Law Review 5 3 (201 1 ) : 165 -2 1 1 ;
Richard Cavendish, «The Singer Sewing Machine Is Patented» ,
HistoryToday.com, 200 1 ; Adam Mossoff, « How Many Patents Make a
'Patent War'?», IntellectualVentures.com, 1 5/ 1 1 /2 0 1 2 .
241
1 8 1 Lo que diferencia a las patentes de software: LeRoy L. Kondo, « Untangling
the Tangled Web: Federal Court Reform Through Specialization for
Internet Law and Other High Technology Cases», UCLA Journal of Law
and Technology, 2002 .
1 8 1 Sin embargo, en 1 981, con el PC: gran parte de la información sobre
este caso histórico proviene de BitLaw, que despliega una fantástica
secuencia de los hechos y explica cómo se relaciona todo, en
www.bitIaw.com/software-patent/history.html; y también la
entrevista de Erin Biba, en noviembre de 20 12 , con un abogado de
la Electronic Frontier Foundation ( EFF) .
1 82 Sin embargo, en 1 987, Quattro: Lotus Development Corporation
contra Borland International, Inc., Tribunal de Apelaciones
de Estados Unidos, primera instancia, 6/10/1994,
https://bulk.resource.org/courts.gov/c/F3/49/49 .F3d.807 .93-22 14.html.
1 8 3 Dos años antes de que Apple: presentación en la conferencia Soluciones al
Problema de las Patentes de Software, en la Universidad de Santa Clara,
1 6/ 1 1 /2012 ; Jason Mick, «Analysis: Neonode Patented Swipe-to-Unlock
3 Years Before Apple», DailyTech.com, 20/2/20 12 ; Liam Tung, «Apple
Secures Patent on iPhone's Slide-to-Unlock Feature», ZDNet.com,
6/2/2 0 1 3 .
1 84 Mark Lemley, director: presentación e n l a conferencia Soluciones al
Problema de las Patentes de Software; correo electrónico de Lemley,
12 de noviembre de 2012 .
9 . ¿ S e a c u e rd a n de l a co nvergenc ia? E stá p a s a n d o
1 8 5 Un año después: estados financieros de Apple, Google y Microsoft,
2 0 1 0 y 201 1 .
1 86 Los ingresos provenientes de esas líneas de negocio: datos provenientes de la
National Cable and Telecommunications Association, datos del Television
Bureau of Advertising y Jack W. Plunkett, Plunkett's Entertainment &
Media Industry Almanac 2012, Houston (Texas), Plunkett Research, 2 0 1 2 .
1 8 7 Sumando los sistemas operativos d e los ordenadores de sobremesa y d e los
móviles: «Gartner Says Worldwide Mobile Device Sales to End Users
Reached 1 .6 Billion Units in 2010» , nota de prensa de Gartner, 9/2/201 1 ;
«Gartner Says Worldwide PC, Tablet and Mobile Phone Combined
242
Shipments to Reach 2 .4 Billion Units in 2 0 1 3 » , nota de prensa d e Gartner,
4/4/2 0 1 3 ; Louis Columbus, «20 1 3 Roundup of Smartphones and Tablet
Forecasts & Market Estimates» , Forbes, 1 7/1/201 3 .
1 88 Un dispositivo ovalado llamado Nexus Q Fred Vogelstein, « It's Not an
Entertainment Gadget, It's Google's Bid to Control the Future» , Wired,
27/6/201 2 ; Florence Ion, « Google Finally Lists Nexus Q as Not for Sale
on Google Play» , ArsTechnica.com, 1 7/1/201 3 .
1 89 En 2013, también lanzó: David Pogue, «What I s the Point of Google's
Chromebook Pixel?» blog Pogue's Posts, New York Times, 2 8/2/2 0 1 3 .
1 90 más de u n millón de libros electrónicos: Rüdiger Wischenbart e t al . , The
Global eBook Market 2011, Sebastopol (California), O'Reilly Media, 201 1 .
190 Los estudios de televisión como: Eriq Gardner, «Viacom, Sues Cablevision
over iPad Streaming» , Hollywood Reporter, 2 3/6/20 1 1 .
1 94 Atavist demostró que eso no era así: David Carr, «Long-Form J ournalism
Finds a Home», New York Times, 27/3/2 0 1 1 ; David Carr, «Maturing as
Publisher and Platform», New York Times, 20/5/2012; David Carr,
«Media Chiefs Form Venture to E-publish», New York Times, 1 8/9/2012 .
195 Los pilotos del avión dejaron de llevar voluminosas maletas: « FAA
Approves i-Pad for Pilot's Flight planning», iPad News Daily, 1 4/2/20 1 1 ;
Nick Bilton, «United Pilots Get iPad Flight Manuals» , blog Bits,
New York Times, 2 3/8/201 1 ; Christina Bonnington, «Can the iPad
Rescue a Struggling American Education System?» , Wired, 6/3/2 0 1 3;
Katie Hafner, « Redefining Medicine with Apps and iPads», New York
Times, 8/1 0/2012 .
195 El iPad tenía un atractivo similar para los platós de Hollywood: Brian Stelter,
«Pitching Movies or Filming Shows, Hollywood Is Hooked on iPads»,
New York Times, 24/1 0/201 0 .
1 9 5 Lasgrandes empresas adoraban el iPad: Nick Wingfield, «Once Wary Apple
Warms App to Business Market», New York Times, 1 5/1 1/201 1 .
195 Convirtió a los jugadores profesionales: «Bowman Says at Bat Application
Sales May Triple on iPad» , Bloomberg, 2 3/3/2 0 1 2 .
195 En 2012, el 1 6 % d e los estadounidenses: Online Publishers Association,
«A Portrait ofToday's Tablet User: Wave 11», estudio desarrollado en
colaboración con Frank N. Magid Associates, junio de 2 0 1 2 .
243
1 9 5 La lista degrandes empresarios: Michael Kanellos, « Gates taking a seat in
your den» , CNET News, 5/1/2005; Matt Rosoff, «Other Than Facebook,
Microsoft's lnvestments Haven't Worked Out So Well» , Business
Insider, 8/5/2012 .
196 Antes, en esa misma década, el cofundador de TCI John Malone:
197 Cuando Cates vio los contenidos: Rosoff, « Other Than Facebook» .
198 Directivos como Edgar Bronfman: Evelyn Nussenbaum, «Technology and
Show Business Kiss and make Up» , NelV York Times, 26/4/2004.
1 99 La industria argumentó: Eric Pfanner, «Music Industry Sales Rise and
Digital Revenue Gets the Credit», NelV York Times, 26/2/2 0 1 3 .
20 1 Controlaban el teléfono inteligente más popular: «Gartner Says Worldwide pe
Shipments in the Fourth Quarter 20 1 1 Declined 1 .4 Percent», nota de
prensa de Gartner, 1 1/1/2012 ; «Smartphones Overtake Client PCs in
20 1 1 », nota de prensa de Canalys, 4/4/20 1 3 .
2 0 1 A finales de 201 1, incluso después de que Apple se quedara con su parte:
Daniel Eran Dilger, «Apple Has Now Paid $4 Billion to App Store
Developers», AppleInsider.com, 24/1/2 0 1 2 .
2 0 2 A pesar d e que Rubin ha insistido: Nilay Patel, « Google Building
'Firewall' Between Android and Motorola After Acquisition» , The Verge,
27/2/20 1 2 .
2 0 2 Cuando las tabletas y los teléfonos Samsung Calaxy: Michael Lev Ram,
« Samsung's Road to Global Domination», Fortune, 22/1 /201 3 .
203 Dijo que la mejor manera de entender: Mike Isaac, « Google's Sundar Pichai
Is Cool with Samsung's Android Dominance», entrevista de Walt
Moossberg a Sundar Pichai (vídeo), AlIThingsD.com, 30/5/2 0 1 3,
disponible en www.allthingsd.com/201 30530 / googles-sundar-pichai -is
cool-with-samsungs-android-dominance-video.
1 0 . C a m b i a r el m u n do, p a nta l l a a panta l l a
2 0 5 Los que estaban mal situados: The Pew Research Center's Project for
Excellence in Journalism, «The State od the News Media 2 0 1 3», Informe
anual sobre el periodismo en América, 1 8/3/201 3, disponible en
www.stateofthemedia.org.
244
206 Pero la revolución móvil ha creado también: Nadja Brandt, «Silicon Beach
Draws Startups», Bloombe1lJ Businessweek, 1 6/ 10/20 12 ; Leslie Gersing,
«Tech Start-Ups Choosing New York City Over Silicon Valley», CNBC,
22/2/20 1 2 .
208 Netflix ha invertido dos años: Julianne Pepitone, «Netflix's $ 1 00 Million
Bet on Must See TV», CNNMoney.com, 1 /2/2 0 1 3 .
208 Muchos piensan que es sólo cuestión de tiempo: Walter Isaacson, Steve Jobs.
Simon & Schuster, Nueva York, 20 1 1 , 5 54 ( traducido en España con el
título Steve Jobs: La Biografia, publicado por Editorial Debate) .
209 «Antes, cuando yo empecé»: entrevista de Conor Dignam a Ari Emanuel
en la Cumbre de Medios de Abu Dhabi, 1 0/ 10/20 12 , disponible en
www.youtube.com/watch?v=AjMST1m3DVc.
209 El último disco de Lady Gaga: Lisa O'Carroll, «Troy Center Interview: Lady
Gaga's Manager on the Future of Social Media» , Guardian, 4/1 1 /2012 .
210 Emanuel dice que tanto desde su propio punto de vista como desde la
perspectiva de sus clientes: entrevista de Dignam a Emanuel.
2 1 1 El hecho de que el límite entre tecnología y medios de comunicación: J ohn
Paczkowski, «Sony's Michael Lynton on How the Net and Social Media
Are Changing the Movie Business» , AlIThingsD.com, 1 2/2/2 0 1 3 ; Peter
Kafka, «Hollywood Goes Digital - but Not Too Digital: Sony Boss Michael
Lynton's Candid Dive into Media Interview», Michael Lynton entrevistado
por Peter Kafka (vídeo), AllThingsD .com, 26/2/2 0 1 3, disponible en
www.allthingsd.com/201 30226/hollywood-goes-digital-but-not-too
digital-sony-boss-michael-Iyntons-candid-dive-into-media-interview.
2 12 Todo ese fenómeno se ha visto posibilitado o acelerado: las cifras de televisión y
teléfonos inteligentes se basan en una estimación. De acuerdo con los datos
más recientes sobre ventas de televisiones a nivel mundial de Display
Search, he supuesto que la vida media de un televisor es de veinte años
y que se venden 200 millones cada año. He supuesto que la vida media
de un teléfono inteligente es de dos años. Gartner dice que se han vendido
2 .000 millones de unidades en los últimos dos años.
2 1 5 Todo esto está llevando: Richard Sandomir, «ESPN Extends Deal with N.F.L.
for $ 1 5 Billion» , New York Times, 8/9/2 0 1 1 ; Matthew Futterman, Sam
Schechner, y Suzanne Vranica, « NFL: The League That Runs TV», Wall
Street Journal, 1 5/ 1 2/20 1 1 .
245
2 1 6 Netftix no creó House of Cards: Brian Stelter, «A Drama's Streaming
Premiep" New York Times, 1 8/1/3 0 1 3; «Youtube Now Serving Videos
to 1 Billion People» , Associated Press, 2 1 /3/201 3 .
2 1 6 El director de YouTube, Salar Kamangar: Pe ter Kafka, «YouTube Boss
Salar Kamangar Takes On TV: The Ful! Dive into Media Interview», Salar
Kamangar entrevistado por Peter Kafka (video) , AllThingsD.com,
27/2/20 1 3, disponible en www.althingsd .com/20120227/youtube-boss
salar-kamangar-takes-on-tv-the-ful!-dive-into-media-interview.
2 1 7 Va a ser una batalla terrible: David Carro «Spreading Disruption, Shaking
Up Cable TV», New York Times, 1 7/3/201 3 ; JeffJohn Roberts, «The
Genie Is Out of the Bottle: Aereo's Court Victory and What It Means for
the TV Business», GigaOM, 1 /4/20 1 3 ; Peter Kafka, «Wall Street to the
TV Guys: Please Bail on Broadcast for Cable ! » , AllThingsD.com,
8/4/2 0 1 3 .
2 1 8 HBO lo sabe: «HBO's Eric Kessler at D: Dive into Media» , entrevista d e Kara
Swisher a Eric Kessler (vídeo), AllThingsD.com, 28/2/201 3, disponible en
www.allthingsd.com/video/hbos-eric-kessler-at-d-dive-into-media; Alistair
Barr y Liana Baker, « HBO consejero delegado Mulls Teaming with
Broadband Partners for HBOGO», Reuters, 2 1 /3/2 0 1 3; Peter Kafka,
«HBO Explains Why It Isn't Going a la Carte Anytime Soon»,
AlIThingsD.com, 22/3/2 0 1 3 .
2 2 1 A mediados d e mayo d e 2013: discurso d e Apertura d e Larry Page
en la conferencia l/O de Google de 2 0 1 3 , 1 5/5/2 0 1 3 , disponible en
www.youtube.com/watch?v=AfK8h73bb-o.
223 La cuota del mercado de móviles y tabletas Android: «Android Captures
Record 80 Percent Share of Global Smartphone Shipments in Q2 201 3" ,
nota de prensa de Strategy Analytics, 1 /8/2 0 1 3 ; «Smal! Tablets Drive Big
Share Gains for Android», nota de prensa de Canalys, 1 /8/2013 .
225 Apple recibía también críticas: Charles Duhigg y Keith Bradsher, « How the
US Lost Out on iPhone Work» , New York Times, 2 1/1/20 12 ; Duhigg y
Bradsher, « In China Human Costs Are Built into an iPad», New York
Times, 25/ 1 /201 2 ; Mark Gurman, «Tim Cook Responds to Claims of
Factory Worker Mistreatment: 'We Care About Every Worker in Our
Supply Chain'», 9t05mac.com, 26/1/2012 ; « Here's Apple consejero
delegado Tim Cook's Apology Letter in China», blog Digits, Wall Street
Journal, 1 /4/2 0 1 3 .
246
225 Pero quizás el ejemplo más notorio: Jessica Lessin, « An Apple Exit over
Maps» , Wall Street Journal, 29/1 0/2012 ; Liz Gannes, «Google Maps for
iPhone Had 1 0 Million Downloads in 48 Hours», AlIThingsD.com,
1 7/ 12/201 2 .
226 Tim Cook conoce todos los retos: Ina Fried, «Apple 's Tim Cook: The Full D 1 1
Interview», Tim Cook entrevistado por Walt Mossberg y Kara Swisher
(vídeo), AlIThingsD.com, 29/5/2 0 1 3, disponible en www.allthingsd.
com/20 1 30529 /apples-tim-cook-the-full-d1 1 -interview-video.
227 Jobs era un maestro: Peter Kaflca, «Apple consejero delegado Steve Jobs at
D8: The Full, Uncut Interview», Steve Jobs entrevistado por Walt Mossberg
y Kara Swisher (video), AlIThingsD.com, 7/6/2010, disponible en
www.allthingsd.com/20 1 00607/ steve-jobs-at-d8 -the-full-uncut-interview.
247
Agradecimientos
Escribir suele ser un acto solitario . Escribir un libro -por lo menos, uno
como éste- no es solitario en lo más mínimo. Docenas de personas han
participado en este viaje de tres años. Y me alegra tener este espacio para
darles las gracias.
Este libro nunca habría existido sin un montón de editores, diseña
dores y personal de la revista Wired) pasados y presentes. Allí escribí las
historias que forman la base de este proyecto. Quiero dar las gracias a
Chris Anderson, el anterior jefe de redacción de la revista; a sus ex direc
tores ejecutivos Bob Cohn y Thomas Goetz; a su actual jefe de redac
ción, Scott Dadich; a su actual director ejecutivo, Jason Tanz, a su actual
editor administrativo Jake Young, y a su editor de proyectos especiales,
Mark Robinson. Antes de ser director ejecutivo, Jason fue mi editor, lo
cual quiere decir que guió todos mis artículos en la revista.
Quiero darle las gracias al Writer's Grotto, de San Francisco, por
proporcionarme espacio para trabajar y por nutrir mi espíritu durante el
día. El Grotto, fundado hace diecinueve años por Po Bronson, Ethan
Watters, Todd Oppenheimer y otros, es un maravilloso grupo de unas
cinco docenas de escritores de ficción y no ficción que se han reunido
para compartir un espacio y crear una comunidad. Si no hubiera aterri
zado allí, habría intentado escribir el l ibro en casa o, solo, en algún
despacho, en algún sitio. No lo habría conseguido.
Mi agradecimiento también a Erin Biba, que investigó y escribió un
tercio del capítulo sobre patentes. La conocí cuando ella era corresponsal
de Wired. Ahora es columnista de Popular Science. Durante los primeros
veinticinco años de mi carrera, contrastaba los datos de mis artículos
exclusivamente . Pero, durante el tiempo que pasé en Wired) descubrí que
249
su departamento de comprobación de datos, dirigido por J oanna Pearls
tein, cuenta con los jóvenes escritores y reporteros más inteligentes y
fiables del periodismo. Le doy las gracias a uno de estos investigadores,
Bryan Lufkin, que se encargó del trabajo de ayudarme a comprobar los
datos del manuscrito y tuvo la sensatez de recurrir a sus colegas, Katie M.
Palmer, Elise Craig y Jason Kehe, cuando necesitaba ayuda.
No habría logrado hacer despegar este proyecto de no ser por los
consejos sobre el proceso de escritura y las generosas recomendaciones
de mis amigos Joe Nocera y Steven Levy. Mi amigo Jim Impoco leyó el
manuscrito y me ofreció sus comentarios. Trabajé para Jim quince años
atrás. Es uno de los mejores editores del mundo. Yukari Kane, que está
trabajando en su propio libro sobre Apple, desde el Grotto, me propor
cionó terapia diaria y gominolas. Nuestros libros son bastante diferentes,
de modo que podíamos apoyarnos mutuamente sin dejar que interfirie
ra la rivalidad.
Gracias, asimismo, a mi padre, John, que me ofreció un aliento in
cesante. Quizá no habría llegado a ser periodista de no ser por su insis
tencia en la importancia de la palabra escrita, mientras cenábamos. Tam
bién gracias a su esposa, Barbara, y a mi hermano Andrew y a su mujer,
Mónica, por escuchar mis quejas durante tres años. Ojalá mi madre vi
viera todavía para darle las gracias, pero muchos de los que estamos en
esta situación sentimos lo mismo. Gracias a mi amigo Eric Snoey por
todos esos cafés de la mañana y por asegurarse de que no me olvidaba de
mí mismo.
Es difícil imaginar un agente mejor que Liz Darhansoff, que aceptó
encargarse de mí cuando la propuesta para este libro apenas estaba for
mada. Fue dura conmigo cuando era necesario que lo fuera, fue mi te
rapeuta cuando fue necesario y me apoyó en todo momento.
También es dificil imaginar un editor/redactor mejor que Sarah
Crichton, que tiene su propio sello en Farrar, Straus and Giroux. Antes
de empezar este proyecto había oído docenas de historias de terror de
editores/redactores. Son muy parecidas a las que se oyen de los contra
tistas sobre promesas que se hacen y no se cumplen. No ha sido ésa mi
experiencia en absoluto. Todo lo que Sarah dijo que haría lo hizo . . . , y
más. Me siento privilegiado por haberla conocido y haber trabajado con
ella. Gracias también a su secretario, Dan Piepenbring; a la directora de
2 50
producción Mareike Grover, y al resto del personal de edición y marke
ting de FSG. Cerramos este libro rápidamente, y muchas personas a las
que todavía no conozco tuvieron que trabajar horas extras para que es
tuviera listo a tiempo.
Finalmente, quiero darle las gracias a mi esposa desde hace veintitrés
años, Evelyn Nussenbaum. Como estoy seguro que les ha sucedido a
muchos escritores, emprendí este proyecto pensando que, de alguna
manera, conseguiría llegar hasta el final sin apoyarme en exceso en mi
pareja. Me equivocaba. Me apoyé, y mucho, en Evelyn. Ella no sólo lo
llevó bien, sino que fue una fuente de estímulo sin fin. Se las arregló sin
mí durante dos vacaciones familiares y en la mayoría de los domingos
durante un año. Resolvió sin mí los ataques de epilepsia de nuestro hijo
y problemas familiares propios fuera de casa. Y manejó con elegancia la
montaña rusa de cambios de humor por los que pasan todos los autores
primerizos -quizá todos los autores-o Ella misma fue una fantástica
periodista durante veinte años, así que comprende el proceso de escribir
e informar. Pero eso sólo ayuda ligeramente a quien tiene que lidiar con
el agotamiento que supone ocuparse de una familia solo. Mi esposa es
una inspiración para mÍ.
2 5 1
N ota s obre el autor
Fred Vogelstein es redactor colaborador de la revista Wired) donde escri
be sobre los sectores tecnológicos y de los medios de comunicación. Ha
sido escritor en plantilla de Fortune) The Wall Street Journal y U.S. News
& World Report. Sus trabajos han aparecido también en The New York
Times Magazine) Los Angeles Times y The Washington Post.
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