gonzalez echegaray, joaquin - arqueologia y evangelio.pdf

Embed Size (px)

Citation preview

  • Joaqun Gonzlez Echegaray

    Arqueologa

    evang elios

    Verbo Divino

  • Joaqun Gonzlez Echegaray

    Arqueologa

    evangelios

    EDITORIAL VERBO DIVINO Avda. de Pamplona, 41

    31200 ESTELLA (Navarra) 1994

  • Dibujos: Alberto Daz. Joaqun Gonzlez Echegaray - Editorial Verbo Divino, 1994. Printed in Spain. Fotocomposicin: Cometip, S. L., Plaza de los Fue-ros, 4. 31010 Baraain (Navarra). Impresin: Grficas Lizarra, S. L., Ctra. de Tafalla, km. 1. 31200 Estella (Navarra). Depsito Legal: NA. 19-1994. ISBN 84 7151 941 0

  • Contenido

    Prlogo 7

    1. Aproximacin histrica a Jess de Nazaret 9 1. Del Cristo de la fe al Jess de la historia 10 2. Evangelios e historia 12

    2. La Palestina de los aos 30 19 1. Herodes el Grande 21 2. Los sucesores de Herodes 23 3. Los territorios de las tetrarquas 26

    3. Diferentes culturas 33 1. Poblacin helenstica 35 2. El elemento judo 46

    4. Bajo las tropas de ocupacin 53 1. Los gobernadores romanos 54 2. Los soldados de la guarnicin 62 3. Los impuestos 68 4. Gobierno autnomo y opinin pblica 74

    5. Las ciudades de Jess 79 1. Cafarnan 79 2. Otras localidades de Galilea 87 3. Jerusaln 89 4. Otras localidades de Judea 97

    6. Los caminos 103 1. Viajar en los tiempos de Jess 104 2. La Via Maris 109 3. Otros itinerarios en el norte de Palestina 111 4. Subida a Jerusaln 113

    7. Rutas martimas 121 1. Gentes de mar 121 2. El lago 123 3. Singladuras 128

  • 6 Arqueologa y evangelios

    8. Interludio ecolgico 137 1. Por las colinas de Galilea 138 2. Entre las montaas de Judea 140

    9. Desierto y montaas sagradas 143 1. El desierto de Jud 144 2. El culto en la cima de los montes 150 3. El desierto y las montaas en los evangelios 152

    10. Lugares de culto 159 1. Las sinagogas 161 2. El templo 165 3. Lo que dicen los evangelios 172

    11. Salud y enfermedad 179 1. Los enfermos y tullidos 180 2. La Piscina Probtica 185

    12. Comidas e invitados 191 1. Comedores y equipos 192 2. Las comidas del evangelio 199

    13. Proceso criminal y ejecucin 213 1. La condena del sanedrn 213 2. Sentencia en el pretorio 219 3. Crucifixin en el Glgota 226

    14. Los ritos funerarios 233 1. Las tumbas 234 2. Costumbres mortuorias 240

    15. Testigos de la resurreccin 245 1. Una inscripcin griega en Nazaret 246 2. La pretendida violacin de la tumba de Jess 247

    Seleccin bibliogrfica 255

    ndice de mapas, planos y figuras 263 ndice de nombres propios 267

    ndice analtico 277

    ndice de citas bblicas 279

  • Prlogo

    Sucede con frecuencia que el resultado de los estudios arqueolgicos realizados en Tierra Santa apenas resulta accesible a los biblistas y menos an al pblico interesado, pero no especialista. Ello es debido a varias cau-sas. Una es la demora natural que lleva consigo el anlisis cientfico de los datos y materiales recogidos en las excavaciones y su posterior publicacin; otra quiz sea el hecho de que los primeros resultados aparecen en revistas muy especializadas de no fcil acceso para la generalidad. Slo al cabo de algunos aos, los datos se incorporan a libros de ms amplia divulgacin, pero aun stos a veces son de difcil localizacin, a lo que se une con fre-cuencia una cierta dificultad inherente a su lectura para el no iniciado. Esto suele ser fruto de un defecto del que adolecemos los profesionales de la arqueologa, que, encerrados en nuestra terminologa y estilo particular, no sabemos a veces explicar las cosas con suficiente claridad a los dems, sin que por eso nuestros estudios pierdan la debida categora y rigor cientfico. Finalmente, las investigaciones se suceden y multiplican con tal rapidez, que lo que hace pocos aos se aceptaba prcticamente por todos, hoy puede resultar ya anticuado, a la vista de datos de recentsima adquisicin, de mo-do que el no especialista se encuentra con que libros de tema arqueolgico, que ha logrado adquirir no sin cierta dificultad, ya no estn vigentes en todos los resultados y afirmaciones que presentan.

    Durante mis frecuentes estancias en Tierra Santa suelo ir a visitar los grandes yacimientos arqueolgicos, donde han realizado sus excavaciones famosos arquelogos, y lo hago a veces en compaa de biblistas espaoles de nuestro instituto de Jerusaln. Ello da origen a un fecundo intercambio de ideas y puntos de vista distintos entre colegas de diferentes campos, co-mo son la filologa y la arqueologa, y me doy cuenta, por una parte, del inters que en aqullos suscita la arqueologa, y, por otra, de las dificultades con que tropiezan en disponer de una bibliografa adecuada. Ellos son pre-cisamente quienes reiteradamente me han insistido en la conveniencia de que escribiera para un pblico relativamente amplio una obra dedicada con-cretamente al trasfondo arqueolgico de las narraciones evanglicas, sin du-da fundados, ms que en mis dotes pedaggicas para acometer una obra de esta naturaleza, en la falta de libros en espaol que renan tales caractersti-cas. Y esta es la justificacin que al lector presento antes de que comience a leer el libro.

    Quisiera, no obstante, hacerle tambin algunas aclaraciones previas acer-ca del enfoque concreto de la obra. Se trata de un libro fundamentalmente

  • 8 Arqueologa y evangelios

    sobre temas arqueolgicos, pero no destinado a los arquelogos profesiona-les, sino a un pblico ms amplio; por eso se omiten ciertos detalles tc-nicos. Naturalmente, para abordar un asunto de estas caractersticas resulta imprescindible tocar constantemente aspectos histricos, teolgicos, bbli-cos o rabnicos. La forma en que stos se hallan expuestos le puede parecer a un especialista de tales materias un tanto simplista y, en definitiva, pobre, pero debo recordarle que el objeto de la obra se centra en el mundo de la arqueologa, y desde l se enfoca todo lo dems.

    Tal vez alguien eche de menos aqu alusiones a la sbana santa y a otros temas similares, que han sido intencionadamente marginados. El estu-dio de las reliquias de la vida de Jess veneradas por el pueblo cristiano, muy abundantes por cierto, aunque no todas con el mismo grado de auten-ticidad o verosimilitud (sbana santa, sudario, madera de la Vera Cruz, san-to grial, columna de los azotes, pesebre, etc.), constituira por s mismo el objeto de otro libro distinto, en donde a las tcnicas arqueolgicas habra que unir la investigacin histrica a lo largo de la Edad Media, los anlisis cientficos, etc., todo lo cual se sale ampliamente de los lmites que nos he-mos fijado en nuestro caso.

    Por lo que a la presentacin del libro se refiere, hemos de decir que, con el fin de aligerar en lo posible su lectura, hemos omitido las notas bibliogr-ficas de pie de pgina, sustituyndolas por una bibliografa breve y orienta-tiva para cada captulo. Asimismo hemos prescindido en el texto de la refe-rencia precisa en las citas de autores u obras de la antigedad (Josefo, Tci-to, la Misn, etc.), que el lector puede encontrar en los libros generales se-alados en la bibliografa. Tan slo hemos conservado las citas bblicas, pro-curando incluso que stas sean bien abundantes para que el lector maneje, sobre todo, los evangelios, que constituyen el medio en que se desenvuelve esta obra. nicamente cuando copiamos literalmente el texto de algn autor clsico (por ejemplo Josefo), hemos dejado la correspondiente referencia bi-bliogrfica.

    Finalmente, y para una mayor comprensin y facilidad del lector, hemos procurado ilustrar la obra con bastantes mapas y planos, y con algunos di-bujos de piezas o de reconstrucciones interpretativas, que debo a la amabili-dad y talento artstico de mi buen amigo y colaborador don Alberto Daz.

    / . Gonzlez Echegaray Instituto Espaol

    Bblico y Arqueolgico de Jerusaln

    diciembre de 1993.

  • 1 Aproximacin histrica

    a Jess de Nazaret

    La arqueologa nos brinda toda una copiosa e imprescindi-ble serie de elementos para entender la historia antigua. A tra-vs de ella conocemos la realidad del pas donde se desarrollan los hechos, las ciudades y lugares que determinan la forma concreta y precisa en que stos sucedieron, el aspecto material de las casas donde viva la gente, el ajuar que constitua su patrimonio, los vestidos y adornos que llevaban las personas, los objetos de la vida cotidiana, las vas de comunicacin, etc. Adems, la arqueologa puede eventualmente descubrir ins-cripciones, donde aparezcan datos nuevos sobre personas o hechos que ayuden a comprender mejor los elementos aporta-dos por las fuentes puramente literarias. A la historia, sin la ayuda de la arqueologa, le falta el calor de lo cotidiano y el contacto directo con la realidad, pero la arqueologa sin la his-toria -es el caso de la prehistoria- carece en buena medida del trenzado de los hechos y sus causas, as como de la identifica-cin de personas con su vida y sus nombres.

    Naturalmente, para que los datos proporcionados por las excavaciones arqueolgicas puedan ilustrar y ayudar a penetrar y comprender un acontecimiento histrico, un personaje o una poca, es preciso contrastarlos con las fuentes literarias, con la historia escrita. El contexto arqueolgico, que subyace a la his-toria de Jess, slo puede adquirir consistencia y sentido con-trastndolo con las propias narraciones evanglicas, ya que s-tas son casi las nicas fuentes que poseemos sobre la historia de Jess, si exceptuamos citas aisladas de otros libros del Nue-vo Testamento y de la historiografa profana, como Tcito y Josefo, as como algunas tradiciones recogidas en ciertas fuen-tes literarias de la Iglesia primitiva.

    Por eso, creemos necesario presentar, antes de adentrarnos propiamente en el mundo de la arqueologa, un captulo don-de, en forma sencilla y resumida, se d a conocer al lector me-dio no familiarizado con el tema la situacin actual de las in-

  • 10 Aproximacin histrica a Jess de Nazaret

    vestigaciones en torno a la naturaleza y valor histrico de los cuatro evangelios.

    1. Del Cristo de la le Despus de los profundos y radicales estudios crticos rea-ai Jess de la historia lizados en este siglo sobre los evangelios, tanto por investiga-

    dores protestantes como catlicos, empezando por Dibelius y Bultmann y siguiendo por Taylor, Ksemann, Conzelmann, Boismard y tantos otros, sera absurdo dar la espalda a la reali-dad y seguir leyendo los evangelios como si se tratara de cua-tro versiones estrictamente histricas, narradas por testigos presenciales de los hechos, que han intentado contarlas con es-crupulosa fidelidad.

    Hoy en da sabemos que los evangelios reflejan, sobre to-do, la distinta situacin de las Iglesias cristianas del siglo I, con sus problemas peculiares de creencias, decepciones, exigencias morales, tensiones con la situacin ambiental, etc. En ellos, la figura central es, desde luego, el Cristo de la fe, el Seor resu-citado, pero no tal y como sus discpulos le vieron durante su vida mortal, cuando no entendan lo que estaba pasando (Me 9, 10 y 32; Le 18, 34 y 45; Jn 2, 21-22, etc.), sino en una visin retrospectiva desde su actual confesin de fe, de su experiencia pascual como testigos del Resucitado. Este testimonio, vivido en distintas comunidades, es el contenido de la versin actual de los evangelios, los cuales, como se sabe, datan, o de algo antes de la destruccin de Jerusaln por Tito en el ao 70 (Marcos), o de ligeramente despus (Mateo y Lucas), o ya de las postrimeras del siglo I (Juan), en donde se recogen tradi-ciones y fuentes escritas con anterioridad. De todas maneras, la distancia entre los hechos y su definitiva fijacin escrita no es muy grande. Baste pensar que se trata de algo as como si los acontecimientos transcurridos en Espaa durante la Rep-blica y la siguiente Guerra Civil se hubieran fijado por escrito en los aos 60, 80 y 90 respectivamente, es decir, en tiempos en los que an subsisten testigos presenciales de todos esos hechos.

    Pero, insistimos, los evangelistas no tratan propiamente de hacer una historia imparcial de los acontecimientos. Como al-gunos de nuestros escritores actuales, que tienen y defienden su ideologa en la interpretacin de los hechos, ellos tambin partan de su fe, y as vean a Jess como el Cristo y describan sus enseanzas y signos en funcin de esa fe.

    La labor del historiador sera, a travs de esos escritos, que, por otra parte, no son precisamente ficticios, ni en manera al-guna descubren intencin de falsedad o engao, reconstruir la realidad del Jess pre-pascual, es decir, la figura del Maestro antes de su revelacin a los discpulos como resucitado, tal y

  • 1. Del Cristo de la fe al Jess de la historia 11

    como le habran visto entonces las gentes, o, mejor, como le hubiera contemplado un historiador imparcial que tratara de reflejar con fidelidad su biografa. Este es el paso obligado del Cristo de la fe al Jess de Nazaret; y no es cientfico prescindir de este planteamiento y hacer tabla rasa de estas precisiones, mezclando los planos distintos de la realidad.

    Decamos que en los evangelios existen fuentes que cada autor ha manejado a su manera. Algunas de stas han sido identificadas, como la llamada fuente Q, una coleccin de dichos de Jess, que deba ser bastante conocida en la Iglesia primitiva. Por otra parte, las distintas tradiciones y fuentes han sido reelaboradas y actualizadas de acuerdo con la realidad existente en las Iglesias. Esto resulta, por ejemplo, particular-mente evidente en las parbolas de Jess, donde se ven con frecuencia como dos estratos literarios: uno primitivo, con un significado sobrio, y otro ms complejo, que, sin traicionar al primero, trata de acomodarlo a los problemas vivos de la Iglesia de entonces. Por ejemplo la explicacin de la parbo-la del sembrador (Mt 13, 18-23; Me 4, 13-20; y Le 8, 11-15), donde se aprecia ya una alegorizacin de la parbola y un tras-lado del sentido inicial simplemente escatolgico hacia una psicologizacin y moralizacin, propias de la comunidad erria poca en que se redactaron los evangelios.

    En otros casos se ve que la narracin ha sido articulada manejando distintas fuentes, reuniendo en una misma trama hechos en principio dispares, para darles un nuevo significado, de acuerdo, por supuesto, con la fe, sin traicionar la tradicin recibida, pero que evidentemente enmascara desde el punto de vista histrico una fra reconstruccin de los hechos. Algu-nos crticos han exagerado tanto este mtodo, conocido con el nombre de historia de las formas, que para ellos es difcil llegar ya al Jess histrico, y convierten la narracin evangli-ca en un autntico mosaico de piezas dispares, cada una de origen diverso, difcilmente identificables desde el punto de vista histrico. Otros -hoy la mayora- utilizan el mtodo con prudencia y, lejos de desbaratar el texto evanglico, han ha-llado en aqul una ayuda eficaz para penetrar en el sentido de ste, y se esfuerzan por comprender no slo la fe de la Iglesia primitiva, sino tambin por llegar al Jess histrico, que en el fondo no es ni puede ser algo radicalmente distinto del Cristo de la fe.

    No podemos seguir aqu insistiendo sobre este interesante tema, porque se sale fuera de la intencin del presente libro, e incluso de nuestro propio campo profesional. Por eso remiti-mos al lector interesado a distintas obras que existen en espa-ol, destinadas a un pblico no especializado, y que tratan con la debida amplitud el tema. Permtasenos, sin embargo, referir-

  • 12 Aproximacin histrica a Jess de Nazaret

    nos a un caso concreto que puede ilustrar cmo una investiga-cin literaria, siguiendo criterios puramente tericos, llega a excesos cuando vuelve la espalda a la realidad y a veces al sen-tido comn.

    Un conocido autor francs, por otra parte de gran solven-cia en el estudio de los evangelios, analiza las fuentes y la es-tructura literaria de Me 1, 21-39, donde se narran los hechos de Jess, primero en la sinagoga de Cafarnan y seguidamente en la casa de Pedro, donde aqul cura a la suegra de ste. Di-cho biblista reconoce la existencia de dos relatos totalmente independientes en su origen, y en cuanto al enlace entre am-bos, que supone una unidad de tiempo y lugar, le niega cual-quier fundamento histrico o topogrfico. Simplemente -dice-se trata de un burdo artificio literario, un acoplamiento bas-tante desafortunado. Termina as: Hemos de concluir que el vnculo existente entre ambos relatos (...) no es slido, ni pue-de pretender expresar una secuencia histrica segura: la jorna-da de Cafarnan es una composicin teolgica.

    Cualquier persona que conozca las ruinas halladas en lS" excavaciones de Cafarnan no podr menos de admirarse por esta interpretacin y dar la razn plenamente a Marcos, que dice llanamente: Al salir de la sinanoga, se fueron derechos a casa de Simn (Me 1, 29). En efecto, la sinagoga de Cafar-nan y la casa de Pedro se hallan en la misma calle, slo sepa-radas por una manzana de casas, de manera que la distancia entre ambas es de menos de 50 metros. Quien sabiendo los resultados de la arqueologa lee el texto evanglico, lo entiende perfectamente y comprende que los acontecimientos pudieron realizarse en el mismo da, uno a continuacin de otro, tal y como lo dice Marcos, y que el artificio no est en el texto evanglico, sino en el refinamiento excesivo de una crtica lite-raria, que desconoce a veces los resultados de otras ciencias histricas.

    2. Evangelios e historia Los evangelios no son libros puramente histricos, sino que han sido escritos para que creis que Jess es el Mesas, el hijo de Dios, y para que, creyendo, tengis en l vida eterna (Jn 20, 31); o, como se dice en otro pasaje evanglico: Para que llegues a comprender la autenticidad de las enseanzas que has recibido (Le 1, 4). Sin embargo, los evangelios relatan he-chos histricos, aunque condicionados a la principal finalidad de la obra, lo que supone una seleccin de los acontecimientos (Jn 20, 30), de acuerdo con unos criterios que pueden no coin-cidir con los de un posible bigrafo moderno de Jess, e inclu-so una adaptacin de algunos de tales relatos a dicha finalidad, dislocndolos en el espacio o acomodndolos en el tiempo.

  • 2. Evangelios e historia 13

    As, por ejemplo, los sinpticos colocan la expulsin de los mercaderes del templo en el nico viaje final de Jess a Jerusa-ln, mientras que Juan, que narra varios de estos viajes, sita la escena en el primero.

    Ya en la propia historiografa clsica greco-latina nos en-contramos con muchos conceptos que afectan al contenido histrico, los cuales resultan un tanto ajenos a nuestra nocin actual de historia. As, por ejemplo, es unnimemente ad-mitido que ciertos discursos, y sobre todo las arengas milita-res, que tanto espacio ocupan en muchas obras del gnero, no responden a palabras efectivamente pronunciadas por los lde-res en aquellos momentos, sino que se trata de composiciones libremente elaboradas por el autor de la obra y puestas en bo-ca de los personajes histricos para dar sentido a la trama de la historia. Son las palabras que debiera haber dicho el personaje segn la mente del autor y el curso posterior de los aconteci-mientos. Corresponden a formulaciones de la filosofa de la historia de la obra, ms que a palabras reales pronunciadas por un personaje histrico. Pinsese en los largos discursos que jalonan obras como La Guerra Juda de Flavio Josefo, o La Guerra de Yugurta de Salustio. Nadie estuvo all tomando nota en aquellas crticas circunstancias, ni era posible que un jefe militar, antes de entrar en combate, pudiera dirigirse al aire libre a un auditorio tan numeroso como un ejrcito de decenas de miles de soldados, que ocupaba kilmetros, incapaz de or; ni que lo hiciera con tan conspicuos argumentos, sino, a lo sumo, con frases simples y sueltas o con exhortaciones puntuales que ira transmitiendo a medida que desde el caballo pasaba rpidamente por delante de la formacin. Tampoco puede descartarse que en alguna de estas arengas se recojan ideas que el jefe realmente expres en reuniones previas con los mandos; pero en todo caso se trata de reconstrucciones he-chas por el historiador.

    Esto lo saba entonces todo el mundo, y no por eso la his-toriografa clsica estaba condenada a perder su prestigio, ni mucho menos. Desde luego, que ste no es el caso de los dis-cursos de Demstenes o de Cicern, pronunciados ante un au-ditorio mucho ms reducido, a veces en el interior de un edifi-cio, y otras en lugares al aire libre dispuestos para ello. Aun as, la versin que de estos discursos poseemos es la que deja-ron por escrito sus autores, que no tiene por qu ser exacta a la realmente pronunciada en el momento.

    No queremos establecer aqu ninguna comparacin con-creta entre lo expuesto y los discursos y dichos recogidos en el evangelio, ya que se trata de gneros literarios distintos. As, por ejemplo, el evangelio de Mateo, como ya hemos indicado, se basa en buena medida en la llamada fuente Q, que no es

  • 14 Aproximacin histrica a Jess de Nazaret

    una narracin de hechos, sino una verdadera coleccin de di-chos de Jess. Tan slo hemos presentado este ejemplo, ya bien conocido por los historiadores, para que las personas no iniciadas en estos estudios se den cuenta de que la propia his-toriografa profana adolece de grandes limitaciones en lo que se refiere al concepto ideal que nosotros tendramos de la verdadera historia.

    Hay quienes creen injusto el trato que la crtica literaria actual dispensa a los textos bblicos, como si se midieran por distinto rasero la historiografa profana y la bblica, siempre en detrimento de sta, a la que se exigira la comprobacin estric-ta de los hechos y se sometera a una crtica de excesivo rigor. Puede ser que en algn caso esto sea verdad y, de cualquier forma, ello, ms que molestar aL'creyente, debera producirle una satisfaccin. Pero, de hecho, en la mayora de los casos creemos que no es as.

    Por va de ejemplo vamos a referirnos a una obra profana, bien conocida por todos los que han estudiado humanidades, y que probablemente incluso alguno de los lectores la haya traducido parcialmente en sus aos de latn cuando estudiaba el bachillerato. Nos referimos a los Comentarios de la Guerra Civil de Julio Csar, obra que se considera continuacin de la no menos conocida Comentarios a la Guerra de las Galias. Todos damos por sentado que lo que all se contiene es una relacin puntual de los hechos acaecidos entre cesarianos y pompeyanos en los aos 49 y 48 a. C , debida a la pluma di-recta y veraz de uno de los protagonistas, el propio Csar. Sin embargo, podramos decir que la crtica literaria ha entrado a saco en esta obra, como en tantas otras. Resumiendo aqu a S. Mariner, diremos en primer lugar que ha habido crticos que han negado a Csar la paternidad de este Comentario, incluso ya en la poca romana, como el historiador Orosio que la atri-bua con evidente error a Suetonio. En la segunda mitad del siglo XIX negaban la paternidad cesariana autores de tanta no-ta como Mosner, Heidtmann y Wutke. Aunque estas posicio-nes extremas han sido abandonadas hoy en da, la crtica actual sigue an negando o poniendo en duda tal paternidad por lo que se refiere a ciertas partes de la obra, como la mayora del Libro II, segn han intentado demostrar R. y P. Menge y E. Meusel.

    Por otra parte, despus de los estudios de S. Reinach y A. Klotz, el autor de la obra utiliz varias fuentes escritas, bien sean los informes de los legados de Csar, bien los comunica-dos de ste al senado, convenientemente refundidos, aunque a veces de forma un tanto arbitraria, pues ya Stoffel, Constans y Fabre, y sobre todo Rambaud, han sealado que Csar haba acomodado los relatos con una clara intencin poltica. Este

  • 2. Evangelios e historia 15

    ltimo autor analiza incluso las tcnicas estilsticas usadas, ta-les como separacin y dispersin de relatos originariamente unidos, omisin de detalles, intromisin de ciertas explicacio-nes, etc.

    No vamos a proseguir ms all por este camino, ya que slo se trataba de un ejemplo de cuanto realiza la crtica litera-ria actual, no slo sobre los textos bblicos, sino sobre cual-quier otro texto literario antiguo. Sin embargo, nadie niega el valor histrico de la citada obra, ni de tantas otras sobre las que en buena medida se fundamenta nuestro conocimiento del mundo clsico.

    Los evangelios, aunque no sean propiamente una obra his-trica, contienen una amplia informacin, muy valiosa histri-camente, sobre los acontecimientos relacionados con Jess de Nazaret. No obstante, resulta hoy en da muy difcil escribir, fundndose en ellos, una biografa cientfica de Jess. La idea decimonnica, tantas veces intentada, de reconstruir la vida de Jess (Renn, Fillion...), y que llega hasta Ricciotti, est hoy en crisis, pues no sabemos, en realidad, cunto tiempo dur la vida pblica del Maestro, si dos, tres, cuatro o ms aos; ni siquiera conocemos con exactitud el ao en que muri, si el 30, el 31 o el 33 d. C ; ni podemos reconstruir el proceso de la mayora de los acontecimientos. Basta leer, por va de ejemplo, algunos pasajes paralelos en cada uno de los evangelios, y lue-go compararlos entre s, para caer en la cuenta de esta imposi-bilidad. Como caso tpico, aunque aqu de importancia secun-daria, pongamos las negaciones de Pedro en la noche de la pa-sin. Todos los evangelistas estn de acuerdo en que fueron tres las negaciones, y que tuvieron lugar en el atrio de la casa de uno de los sumos sacerdotes, a requerimiento en algunos casos de una criada. Pero no se puede ir ms all, pues Mateo dice que la primera negacin fue al responder a una criada mientras Pedro estaba sentado en el atrio de la casa de Caifas; la segunda contestando a otra criada al salir por la puerta; y la tercera por iniciativa de un grupo ante el que se delat como galileo por su acento. Mal que bien, estas circunstancias po-dran compaginarse con lo que dicen Marcos y Lucas, peroj al llegar a Juan, resulta que Pedro estaba en casa de Anas, que la primera pregunta fue de la portera, pero la segunda de un gru-po que estaba calentndose al fuego, y la tercera de un siervo del pontfice, pariente de aquel que perdi la oreja en la refrie-ga de Getseman.

    Mucha mayor trascendencia tienen los acontecimientos que siguen a la resurreccin. Segn Mateo, Jess se apareci a las tres mujeres en el camino de vuelta del sepulcro y les dio el mensaje de que los discpulos fueran a Galilea, lo que stos ejecutaron rpidamente, y all fue donde recibieron la visita de

  • 16 Aproximacin histrica a Jess de Nazaret

    Cristo sobre un monte. Marcos en su primera versin (Me 16, 5-8) no habla sino de la aparicin de un ngel y de la necesi-dad de ir a Galilea. En la segunda versin (Me 16, 9-20), que es una adicin posterior, trata de resumir lo que dicen los de-ms evangelistas, sin entrar en detalles, ni esforzarse mucho en compaginar los hechos. Pero Lucas manifiesta que las mujeres, cuyos nombres por otra parte no coinciden totalmente con los que da Marcos, tuvieron la aparicin de dos ngeles, los cuales no les dicen nada acerca de la marcha hacia Galilea. Los disc-pulos, pues, permanecen todo el tiempo en Jerusaln hasta la Ascensin, y all reciben las apariciones del Seor, quien tam-bin se haba presentado a Ttis discpulos que iban a la cercana aldea de Emas. Juan, por otra parte, habla de una aparicin a Mara Magdalena a solas, de otras dos apariciones a los disc-pulos en Jerusaln, y de una tercera junto al lago de Tibera-des.

    Los seculares intentos de concordancia entre las cuatro versiones evanglicas siempre han dado lugar a una narracin forzada, como ha sucedido cuando se ha tratado de refundir en un solo texto los cuatro evangelios, incluso slo los sinpti-cos, que son los ms parecidos entre s. Vase, por ejemplo, el pasaje llamado del joven rico. Lucas dice que era un hombre principal, y cuando Jess le indica que guarde los mandamien-tos, responde que ya viene hacindolo desde su juventud, prueba de que ya era un hombre maduro (Le 18, 18-23). Mar-cos se limita a decir que era un individuo, sin especificar ms, pero sigue manteniendo la respuesta del rico, que supone tra-tarse ya de un adulto (Me 10, 17-22). Mateo, sin embargo, uti-lizando la misma expresin, que ahora resulta contradictoria, dice que se trataba de un adolescente (Mt 19, 16-22), y suaviza la respuesta de Jess, que en los otros evangelios rechaza el apelativo bueno referido a l mismo, desvirtundolo al decir: Por qu me preguntas acerca de lo bueno? Uno es bueno, Dios. Y as podramos seguir, sin olvidar, como ya dijimos, que para los tres sinpticos Jess hace un solo viaje a Jerusaln durante su vida de predicacin, mientras que, para Juan, Jess est constantemente yendo y viniendo a la capital con motivo de las distintas fiestas.

    De todo esto se deduce la libertad con que los evangelis-tas utilizaron los hechos reales de la vida de Jess. Esto no quiere decir que sea ya imposible reconstruir la realidad de los acontecimientos y que haya que caer en un escepticismo por lo que se refiere a la historia del Nazareno. De Jess, adems de su doctrina cabalmente transmitida, conocemos ms hechos e incluso ms palabras autnticas -las llamadas ipsissima ver-ba- que de la mayora de los personajes de la antigedad. El problema reside en las claves para su identificacin precisa. A

  • 2. Evangelios e historia 17

    veces ignoramos si la forma en que aparece narrado un hecho responde exactamente a la realidad, o slo de una manera vaga; y ciertamente muchas de esas narraciones son rigurosa-mente histricas, aunque carezcamos del mtodo para com-probarlo. En este sentido hay que hacer ver a los biblistas que la aplicacin de la ciencia literaria al texto no es el nico mto-do para obtener ese resultado, ya que pueden existir otros, en-tre los cuales habr que reconocer un papel importante a la arqueologa.

    En este momento resultara muy difcil escribir una vida cientfica (no simplemente literario-religiosa) de Jess, dados los grandes problemas planteados y an no convenientemente resueltos. Por eso son ms prcticos los ensayos de aproxima-cin. Naturalmente, nos estamos refiriendo no a la teologa, que encuentra sus fuentes primordiales en el evangelio con to-da solvencia, sino a las ciencias histricas. De ah, la utilidad de realizar intentos, como el que este libro en un plano muy modesto pretende, de una aproximacin, en este caso ar-queolgica, a los evangelios.

  • 2 La Palestina

    de los aos 30

    Al hablar aqu de los aos 30, evidentemente no nos referi-mos, como es costumbre, a ese decenio de nuestro siglo XX, sino a los aos 30 del siglo I de nuestra era, al comienzo de los cuales tuvo lugar la muerte de Jess en Jerusaln, precedida de una etapa no muy larga -unos tres aos- de actividad pblica predicando y realizando curaciones.

    Palestina entonces formaba parte de un conjunto abigarra-do de pases que constituan la frontera oriental del imperio romano, con una poblacin muy mezclada, en donde no siem-pre predominaba el elemento semita. Todos ellos tenan en co-mn un fuerte barniz helenista, que se manifestaba principal-mente en el idioma, ya que el griego era la lingua franca de todos estos territorios. Tambin los cultos religiosos helnicos estaban muy divulgados, a veces en sincretismo con divinida-des y prcticas orientales. Pero, sobre todo, el estilo de vida, las costumbres, la arquitectura de las ciudades, las prcticas co-merciales, eran quiz la herencia ms visible de lo que haba sido el imperio macednico, primero en manos de Alejandro, e inmediatamente despus en las de sus sucesores, los reyes pto-lomaicos y selucidas, sin olvidar otros Estados que, integra-dos dentro de aquellas fronteras, constituan pequeos reinos independientes, pero tambin fuertemente helenizados.

    La poltica de Augusto desde que accedi al poder, por lo que a esta frontera se refiere, consisti en apoyar y hacer alian-zas con pequeos reyezuelos, totalmente sometidos a Roma, pero con una cierta autonoma aparente. Ellos suponan para el Estado romano una especie de muelle perifrico capaz de amortiguar las tensiones nacionalistas de toda aquella inmensa regin, as como los problemas cotidianos de carcter econ-mico, incluida la siempre conflictiva recaudacin de impuestos. Por otra parte, constituan una primera barrera de contencin para las aspiraciones imperialistas del gran enemigo de Roma en el oriente, el reino de los partos, que en ms de una ocasin

  • 20 La Palestina de los aos 30

    haba desbordado en los ltimos aos sus lmites territoriales, penetrando en dominio romano.

    Por eso, Augusto no tuvo intencin de aumentar los terri-torios directamente administrados por Roma, es decir, las pro-vincias imperiales de la zona como Siria, o senatoriales como Asia, administradas por magistrados romanos, y as dej proli-ferar junto a ellas pequeos reinos autnomos como Judea, Arabia, el Ponto, Galacia, Cilicia, Comagene y la llamada Pe-quea Armenia.

    Con el paso del tiempo, a lo largo del siglo I d. O , los sucesores de Augusto fueron lentamente cambiando de crite-rio, prefiriendo la administracin directa de los territorios a travs de la creacin de nuevas provincias. Justamente a esta circunstancia poltica obedece la situacin de Palestina en la poca de la muerte de Jess, con la coexistencia de autoridades locales como Herodes Antipas y el sanedrn, y de magistrados romanos como Pilato, enfrentados entre s. De ello hablaremos con mayor detenimiento algo ms tarde.

    Pero, junto a la finalidad defensiva, las regiones orientales del imperio aseguraban tambin el mantenimiento del comer-cio con los pases lejanos y ajenos a l. Muchos productos ex-ticos, altamente cotizados por la sociedad romana, tales como la seda de China, el marfil de la India o los perfumes de Ara-bia, llegaban en caravanas a travs del desierto y se comerciali-zaban y distribuan desde las ciudades orientales del imperio. De ah el inters por mantener el control romano sobre esos centros comerciales.

    Las ciudades y regiones orientales romanas ejercan un gran atractivo sobre la vieja Roma, en otro tiempo austera, pues de all venan muchos de los productos que ahora se con-sideraban de moda en la capital del imperio. Esta moda com-prenda no slo las manufacturas y algunas materias primas, sino incluso ciertas ideas, entre las que destacaban las de carc-ter religioso, ya que la gente en Roma y en las grandes ciuda-des del imperio conoca y a veces admiraba las ideas religiosas judas, o los cultos mistricos procedentes de Egipto (Osiris e Isis), Siria (Adonis y Astart), Frigia (Atis y Cibeles), Persia (Mitra y Ahura Mazda), que se extendan por todas partes y conseguan adeptos sobre todo entre la juventud. Esta situa-cin llegar a tener su momento culminante en el siglo II d. C. El cristianismo precisamente se propagar por todo el imperio cabalgando a favor de esta corriente.

    Los magistrados romanos destinados al oriente gozaban de un cierto privilegio social y eran tal vez envidiados por otros que tenan que ejercer su carrera en pases occidentales, sin du-da ricos como la Galia o Hispania, pero sin el encanto y atrae-

  • 1. Herodes el Grande 21

    tivo del mundo oriental. De hecho, algunas de las grandes for-tunas en las familias romanas se haban hecho a costa del des-empeo de cargos en esa zona del imperio.

    Las misiones polticas en oriente tenan como desventaja la lejana y la necesidad de realizar los viajes en barco, sometidos a las restricciones y contingencias propias de la poca. En el siglo I d. C. haban ya desaparecido prcticamente los temibles piratas que sembraron el pnico en la navegacin un siglo an-tes, pero las condiciones del viaje seguan siendo difciles y aun peligrosas. Palestina no estaba dentro de las grandes rutas ma-rtimas, sino que se acceda a ella a travs de lneas secundarias, desde la costa del Lbano o desde Alejandra. En todo caso, el viaje supona casi unos 15 das de navegacin viniendo desde Italia, y cerca de dos meses en viaje de vuelta, a causa de la direccin de los vientos etesios durante el verano. Slo se po-da hacer con garantas desde finales de mayo a mediados de septiembre, pues en invierno no funcionaba el comercio mar-timo, y en los primeros meses de la primavera y durante la segunda parte del otoo resultaba un tanto arriesgado a causa de las inesperadas borrascas. Entre las rutas principales enton-ces existentes figuraba la de Roma-Sicilia-Grecia-Asia Menor, tocando, entre otros, los importantes puertos de Ostia, ap-les, o bien partiendo de Brndisi, y siguiendo despus a Corin-to, Tesalnica y Efeso. Igualmente era importante la ruta que desde Sicilia iba a Creta, Chipre y a la costa siria, haciendo escala, entre otros, en los puertos de Fnix, Rodas, Mira, Ata-lia y Seleucia. Tambin lo era la ruta de las costas del norte de frica, que tocaba los puertos de Cartago, Leptis Magna, Apolonia y Alejandra. Entre todas ellas haba rutas secunda-rias de enlace, que se hallaban a cargo de navieras con buques de cabotaje.

    1. Herodes el Grande En el contexto de este mundo oriental, Palestina jugaba un importante papel. Aunque el pas carece de buenos puertos na-turales y, por tanto, no es un centro distribuidor de comercio, su situacin estratgica asegura las comunicaciones, principal-mente por tierra, entre los dos antiguos reinos helenistas de Egipto y Siria. Esta condicin la tena el pas desde haca mu-chos siglos, cuando las grandes potencias del Prximo Oriente eran el Egipto faranico y los imperios mesopotmicos (Asi-ra, Babilonia...) o anatlicos (hititas), y en virtud de ella Pales-tina fue desde siempre tierra disputada y objeto de ambicin de los imperios.

    Todos los grandes polticos de la transicin romana entre la repblica y el imperio: Pompeyo, Csar, Antonio y Augus-to, supieron apreciar no slo la importancia excepcional de es-

  • 22 La Palestina de los aos 30

    te territorio, sino tambin el relieve de un personaje local, He-rodes, hijo de Antpatro, primer ministro de la monarqua as-monea, apoyndole para que, hundida irremisiblemente esa monarqua sacerdotal, se hiciera cargo del poder y fundara en el pas un nuevo reino vasallo de Roma o aliado (socius), como con evidente eufemismo decan los romanos.

    Herodes (40-4 a. C ) , hombre por otra parte muy heleniza-do, haba demostrado, adems, su odio al enemigo pblico de Roma, los partos, contra los cuales y su aliado Antgono haba luchado no slo con valenta y astucia, sino tambin con xito, contribuyendo a que retrocedieran hasta sus fronteras ms all del Eufrates. Esta condicin era un punto clave a los ojos de Roma para reafirmarle en el poder. Por otra parte, Herodes, a lo largo de su prolongada vida, haba demostrado ser un hom-bre fiel a Roma, ciudad que conoca personalmente y a donde mand para educarse a sus hijos y nietos. Era obsequioso has-ta convertirse en servilista cuando se trataba de halagar al po-der, pero a la vez astuto hasta el punto de que fue capaz de granjearse la amistad sucesiva de todos aquellos personajes ro-manos que tras las guerras civiles entre s fueron ocupando el poder.

    Concretamente, Augusto supo valorar sus cualidades y le apoy hasta conseguir que con l se estabilizara en Palestina un reino de no despreciables dimensiones que comprenda lo que hoy es el Estado de Israel (salvo el Negev) y los llamados territorios ocupados, ms una buena parte de Jordania en su zona ms frtil contigua al valle del Jordn. A todo ello se aada una zona de la Siria actual, en la regin del Haurn, al norte del Yarmuk entre el Goln y Jebel ed-Druz. Slo le fal-taba al territorio descrito para redondear sus fronteras una franja costera por el norte que iba desde Dor a Tiro, incluyen-do el Carmelo y la ciudad de Akko (San Juan de Acre), enton-ces llamada Ptolemaida, as como la zona de Beth Shean en el valle del Jordn en ambas orillas, con las ciudades de Escit-polis (la antigua Beth Shean) y Pella, y en la costa sur la ciu-dad de Ascaln. Estos territorios dependan directamente de la provincia romana de Siria. Pero, en su conjunto, desde los tiempos de Salomn no haba existido en el pas un reino is-raelita con un territorio ms amplio.

    Con razn, Herodes es conocido en la historia con el so-brenombre de El Grande, aunque en realidad este apelativo fue originariamente usado por Josefo en el sentido de El Mayor, para distinguirle de sus sucesores de igual nombre. En efecto, adems de unas dilatadas fronteras y un prestigio indudable en todo el oriente, Herodes engrandeci por dentro el pas, creando ciudades y puertos y, sobre todo, convirtiendo a su capital Jerusaln en una de las mayores urbes del mundo,

  • 2. Los sucesores de Herodes 23

    especialmente bella por su colosal templo, de nuevo recons-truido y totalmente transformado bajo la direccin del rey.

    Sin embargo, Herodes el Grande tuvo como gobernante graves defectos, en gran parte debidos a su psicologa. Adems de ser un dspota despiadado, era un paranoico, con una rara ambivalencia de sentimientos, entre.amor y odio, referida a sus personas ms allegadas, la cual al final sola terminar en cruel-dad inaudita. Era especialmente sensible a la posibilidad de que alguien pudiera arrebatarle el poder. Por eso hizo matar a su querida esposa Mariamme, de la familia asmonea, y que por ello legitimaba su corona; e igualmente a su cuado Aristbu-lo, e incluso asesin a sus propios hijos Alejandro, Aristbulo y Antpatro. En este contexto encaja perfectamente la matan-za de los inocentes narrada por el evangelista Mateo (Mt 2, 16-19), sin que aqu nos detengamos en ulteriores detalles, pues ste, como el resto de los llamados evangelios de la infan-cia, est narrado en un gnero literario de tipo midrsico o, mejor, dersico, que requiere una atencin especial en su anli-sis, aunque naturalmente ello no excluya el trasfondo histri-co.

    Slo cabe consignar aqu que Jess naci precisamente en los tiempos del rey Herodes (Mt 2, 1), muy poco antes de la muerte de ste, que tuvo lugar el ao 4 a. C , es decir, que Jess naci 4 5 aos antes de la era cristiana que, por errores de clculo del escritor Dionisio el Exiguo (siglo VI), est retra-sada unos aos sobre la verdadera fecha del nacimiento de Je-ss.

    2. Los sucesores de La muerte de Herodes fue acompaada de un episodio par-Herodes ticularmente dramtico, destinado a dejar constancia del ins-

    tinto criminal del rey. Segn cuenta Flavio Josefo, una clusula del testamento real consista en que, para comunicar oficial-mente al pueblo su muerte, se convocara en el estadio de Jeru-saln a los principales del pas, y que all mismo irrumpieran los soldados y mataran a los invitados. As, la muerte del tira-no no sera objeto de alegra, sino da obligado de luto para todo el pas.

    Herodes muri en su palacio de invierno de Jeric. De acuerdo con su testamento, fue llevado a Beln y sepultado solemnemente en su fortaleza-palacio llamada Herodium; pero la clusula que obligaba a la matanza en el estadio afortunada-mente no fue cumplida.

    El reino quedaba dividido entre tres de sus hijos: Arque-lao, que se llevaba la mejor parte con Judea y Samara; Hero-des Antipas, a quien correspondan Galilea y la Perea; y Fili-po, que se quedaba con las regiones de la Gaulantide, Traco-

  • 24 La Palestina de los aos 30

    ntide, Batanea y Aurantide. Adems, Salom, hermana de Herodes, recibi en posesin los enclaves de Yamnia y Azoto en la costa mediterrnea, as como de Fasael en el valle del Jordn. Otros territorios, como las ciudades de Hipos y Gada-ra con sus distritos, pasaron a engrosar la comarca de la Dec-polis, a la que en su da pertenecieron, y, por tanto, a depender directamente de la provincia imperial de Siria. Tambin Gaza, en la costa mediterrnea, al sur, pas a depender del goberna-dor de la citada provincia.

    Arquelao, que llevaba el ttulo honorfico de etnarca, era un hombre desptico como su padre, y fue recibido muy ne-

    Mt. Hermn

    Cesrea SIRIA

    TRACONITIDE

    AURANTIDE

    0 5 10 15 km.

  • 2. Los sucesores de Herodes 25

    1. Mapa de Palestina a la muerte de Herodes el Grande, con sus distintos territorios y administra-ciones: la tetrarqua de Arquelao, que despus se convirti en provincia romana, y que inclua Ju-dea, Samara e Idumea; la tetrarqua de Antipas, con Galilea y Perea; la de Filipo, con la Gaulanti-de, Tracontide, Batanea y Aurantide; los distritos de Salom: Yamnia, Azo-to y Fasael; y las regiones circundantes: Fenicia, Decpolis, que pertene-can a la provincia de Si-ria.

    gativamente por el pueblo. El evangelio participa tambin en esta postura hostil hacia el nuevo monarca (Mt 2, 22). La si-tuacin lleg a ser tan conflictiva, que se hizo precisa la inter-vencin de las tropas romanas, para lo cual el gobernador de Siria, Quintilio Varo, se puso al frente de tres legiones, proba-blemente la VI Ferrata, la X Fretensis^y la XII Fulminata, y penetr en Judea, consiguiendo al fin, tras no pocos esfuerzos, devolver la paz al pas. Por su parte, una legacin de notables judos, que haba sido enviada a Roma, consigui que el empe-rador depusiera al nuevo monarca, el cual precisamente acuda entonces a la capital del imperio para recibir oficialmente la confirmacin de su ttulo real. Era el ao 6 d. C. Es posible que una de las parbolas evanglicas est precisamente inspira-da en ese hecho (Le 19, 12-14). En consecuencia, la tetrarqua de Arquelao pas a ser administrada directamente por Roma, que envi de gobernador a un caballero romano de la clase media, llamado Coponio , con el ttulo de procurador, o tal vez de prefecto.

    Herodes Antipas, que llevaba el ttulo de tetrarca (a dife-rencia de su padre que era monarca, l tena un poder compar-tido), era un hombre insidioso y dbil, adulador y hbil como su padre, pero sin la grandeza de l. Sus buenas relaciones con Roma, principalmente con el nuevo emperador Tiberio, que vea en l un delator y un confidente capaz de informarle de la situacin general, pero, sobre todo, del proceder de los magis-trados romanos en aquella zona de oriente, constituy una pe-sada y molesta carga para todos los gobernadores. De ah la tensa situacin entre Herodes y Pilato, a la que alude el evan-gelio (Le 23, 12). Esta extraa relacin entre el emperador y el tetrarca encaja bien con la suspicacia y resentimiento de Tibe-rio. Por otra parte, Herodes Antipas en su inmoderado afn de adulacin levant una nueva ciudad, convertida en capital de su reino, a- la que dio el nombre del emperador. Se llama, puesto que an subsiste, Tiberias o Tiberades, y de ella tom su nombre el lago en cuya orilla se encuentra, lago que iba a convertirse en escenario principal de la predicacin de Jess. Tambin erigi otra ciudad llamada Livias en honor de la ma-dre de Tiberio, la intrigante Livia, esposa que fue de Augusto.

    H o m b r e de instintos no controlados, acab creando pro-blemas muy graves para Roma. Su ilcita y caprichosa unin con Herodas, mujer de su otro hermano Herodes Filipo (dis-tinto del tetrarca), no slo le condujo a ordenar la prisin y muerte de Juan Bautista, el profeta admirado por el pueblo, que en su predicacin recriminaba el incesto de Antipas, segn se narra con gran detencin en los evangelios (Mt 14, 1-12; Me 6, 14-29; y Le 9, 7-9), sino que le llev a un peligroso conflicto poltico con Aretas IV, el rey de los nabateos. En efecto, la

  • 26 La Palestina de los aos 30

    mujer legtima de Herodes Antipas era la hija del rey nabateo y, vindose despechada por su marido, aprovech su estancia en el palacio de Maqueronte, cercano al territorio nabateo, pa-ra huir hacia su padre y contarle la situacin. Este, ofendido, declar la guerra al tetrarca. Como los caprichos de Antipas eran rdenes en Roma, el emperador mand al gobernador de la provincia de Siria, el legado pro-pretor L. Vitelio, que acu-diera con sus legiones y penetrara a travs del desierto hasta Petra, la capital nabatea, para castigar al rey Aretas. Vitelio, de muy mala gana, se puso al frente de dos legiones y atraves con toda la vistosidad de su ejrcito los territorios de la tetrar-qua de Antipas, lo que llen de satisfaccin a ste, al poder mostrar a sus subditos que nadie osaba resistir a sus caprichos. La penosa marcha de las tropas hacia Petra fue intencionada-mente lenta, y el gobernador, que se hallaba en Jerusaln con motivo de la pascua, al fin tuvo tanta suerte, que recibi la noticia de la muerte de Tiberio antes de que su ejrcito pene-trara en el Sik, la impresionante garganta entre montaas que conduce a la capital nabatea. Vitelio dio orden de retroceder y suspender la expedicin, retirndose de nuevo a Siria con sus tropas. A partir de entonces, cambiaron las tornas. Los infor-mes de los gobernadores romanos empezaron a tener mayor peso en Roma que las confidencias del reyezuelo. Al final, He-rodes Antipas acab destituido y desterrado a las Galias, adonde fue con l su fiel compaera Herodas. Era el ao 39 d. C. Los gobernadores romanos de la regin respiraron.

    Los evangelios ponen en la boca de Jess el calificativo de zorro referido al tetrarca (Le 13, 32). Por su carcter supers-ticioso y una cierta inclinacin a lo sobrenatural que ya haba demostrado con Juan (Me 6, 20), se interes y sigui a distan-cia la trayectoria de Jess (Mt 14, 1-2; Me 6, 14-16; Le 9, 7-9; 13, 31). Al final, el Maestro se vio acusado ante su tribunal en unas circunstancias extraas, pues no se hallaba entonces bajo su jurisdiccin territorial. La reaccin de Herodes Antipas es muy significativa: tena inters por presenciar algn milagro, y, al no ser atendido por Jess, le hizo objeto de burla y des-precio, pero no le conden (Le 23, 8-11).

    El tercero de los tetrarcas era Filipo, del que sabemos muy poco. Dur en su puesto hasta su muerte, acaecida en el 34 d. C. En el evangelio no sale su nombre ms que como referencia histrica (Le 3, 1), o al aludir a la ciudad de Cesrea, capital de su tetrarqua (Mt 16, 13; y Me 8, 27).

    3. Los territorios de las La tetrarqua de Filipo era un territorio complejo, que in-tetrarquas clua, por una parte, las fuentes del Jordn, bello paisaje al pie

  • 3. Los territorios de las tetrarquas 27

    del Hermn (2.759 m), por donde corren numerosos arroyos, a veces formando cascadas entre rocas y bosques. All se le-vantaba la capital del distrito, llamada Cesrea de Panias, ms comnmente conocida como Cesrea de Filipo. Algo ms al sur se hallaba entonces el pequeo lago Hule, hoy desecado artificialmente y convertido en tierras de cultivo. En l con-fluan todos los riachuelos y arroyos que vienen de las monta-as, y especialmente las principales corrientes fluviales que proceden de las tres fuentes del Jordn. Sus orillas eran terre-nos pantanosos, llenos de caas y juncos.

    De aqu parte el verdadero Jordn, con aguas impetuosas y claras, que va encajonndose entre rocas baslticas. La tetrar-qua quedaba ahora confinada por su orilla izquierda corres-pondiendo al territorio de Gaulantide, un paisaje ms bien austero. El Jordn desemboca al norte del bello lago de Gene-saret o de Tiberades. Los territorios de Filipo se extendan por el nordeste del lago, donde se hallaba la ciudad de Bet-saida. Es un terreno ms bien llano y verde, sobre todo junto a las riberas del lago, y algo ms montaoso en el interior, don-de se cultivaba la vid. La zona oriental y meridional del lago, que estaba incluida en el antiguo reino de Herodes el Grande, ahora -como hemos dicho- haba retornado al territorio se-miautnomo de la Decpolis, bajo el control directo del go-bernador romano de Siria. Comprenda las ciudades de Hipos y Gadara, y corresponde en la actualidad a los altos del Goln, meseta que se asoma por el oriente a poca distancia de las ori-llas del lago. Es buena tierra de pastos.

    Ms al este continuaban las posesiones de Filipo, en las re-giones entonces llamadas Tracontide, Batanea y Aurantide, que corresponden a las actuales de El-Ledja, En-Nutra -una llanura frtil- y finalmente a la zona montaosa de Jebel ed-Druz (1.839 m).

    *

    Por su parte, la tetrarqua de Herodes Antipas comprenda dos regiones muy diferenciadas entre s e incluso separadas te-rritorialmente por una parte de la Decpolis, que corresponda a las ya citadas ciudades libres de Gadara, Escitpolis y Pella. Estas dos regiones eran la Galilea, a occidente del lago, y la Perea, al oriente del bajo Jordn, pues este ro sale de nuevo por el sur del lago e inicia un largo curso, camino del Mar Muerto.

    Galilea es un bello pas, sin duda el ms hermoso de toda Palestina. Comprende dos comarcas: la alta y la baja Galilea. La primera, de paisaje muy quebrado con alturas de hasta 1.200

  • 28 La Palestina de los aos 30

    m, se encuentra al norte, mientras que la segunda, de colinas ms suaves, se sita al sur de la primera. Ambas constituyen un paisaje verde y pintoresco, acariciado por los vientos h-medos de poniente, que proceden del Mediterrneo.

    Entre las montaas aparecen los bellos poblados. En la Al-ta Galilea llaman la atencin algunas aldeas e incluso ciudades, edificadas sobre las cumbres, que pudieran inspirar la frase de Jess: No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte (Mt 5, 14). En la Baja Galilea hay que citar inevita-blemente la aldea de Nazaret, que hoy es ya una ciudad de 60.000 habitantes. El pas estaba entonces lleno de olivos, y era importante el cultivo del lino, adems de los viedos.

    Por el levante se desciende a travs de colinas y vaguadas hasta el lago. Por el medioda se extiende el hermoso valle de Esdreln o Yizreel, una llanura de grandes dimensiones y la ms rica de toda Palestina, que no se sabe con seguridad si perteneca a Galilea o a la tetrarqua de Arquelao. En uno de sus flancos se levanta solitario y vigilante el monte Tabor (588 m), del cual parece una rplica a menor tamao el Givat Ha-mor (515 m), tambin llamado Pequeo Tabor, ambos an dentro de la Galilea.

    La amplia llanura en su extremo sureste, antes de confun-dirse con el valle del Jordn, ciertamente no era del dominio de Antipas, pues, segn hemos indicado, integraba el territorio de la ciudad de Escitpolis (Beth Shean) en la Decpolis. A su vez, en su extremo noroeste -pues aqulla sigue una trayecto-ria oblicua con respecto a las coordenadas geogrficas y al eje de la mayora de los sistemas montaosos- se encuentra la costa mediterrnea y el Carmelo, que entonces perteneca a la Fenicia, formando parte de la provincia de Siria.

    En el siglo I d. C., la Galilea era un pas verdaderamente rico, como se deduce de las noticias y descripciones de Josefo, si bien iba percibindose en ella una creciente crisis econmi-ca, principalmente en el campo constituido por 204 pueblos, debido a la superpoblacin, siendo el nmero de sus habitan-tes de unos 360.000.

    Perea, cuya etimologa significa al otro lado del Jordn, comprenda, en efecto, la parte ms occidental de la actual TransJordania, con el profundo y relativamente ancho valle del ro, hoy en da muy frtil y poblado a causa de un cuidado sistema de riegos, y con una franja de la meseta contigua, bue-nos terrenos para el cultivo de secano de cereales, sobre todo en el sur, concretamente en la zona de Mdaba, aunque esta ciudad quedaba ya fuera del territorio. Entre la meseta de unos 800 m de altitud y el valle del Jordn, que ocupa la parte ms profunda de una fosa tectnica de 300 a 400 m bajo el nivel del

  • 3. Los territorios de las tetrarquas 29

    Mediterrneo, hay un declive abrupto, cortado en algunas zo-nas por los afluentes del Jordn. Es el caso del Yarmuk, al norte de Perea y fuera ya de su territorio, y dentro de ste, del Yabok, algo ms al sur, y finalmente del Arnn, que a travs de una impresionante garganta vierte ya sus aguas en el Mar Muerto. El ltimo bastin de la Perea al este del Mar Muerto, en una zona esteparia, era el palacio-fortaleza de Maqueronte, desde el que escap la esposa de Herodes Antipas, y donde, segn Josefo, tuvo lugar el banquete seguido de la danza de Salom y la degollacin de Juan el Bautista. Sus ruinas han sido excavadas en la actual Mukawir entre 1978 y 1981 por un equipo de arquelogos italianos del Estudio Franciscano de la Flagelacin de Jerusaln. Era un establecimiento de gran am-plitud, con un lujoso palacio con patios, peristilo, triclinios, termas y toda clase de dependencias anejas. En las mazmorras del mismo deba hallarse prisionero Juan el Bautista, arrestado mientras predicaba en el Jordn, algo ms al norte (Mt 4, 12; Me 1, 14; Le 3, 19-20).

    *

    La tetrarqua ms extensa e importante era la de Arquelao, despus administrada directamente por Roma con el nombre de Judea, pero que, en realidad, comprenda los territorios tan-to de Judea, como de Samara e Idumea.

    Inclua la franja de la costa mediterrnea desde Cesrea del Mar hasta Jope o Yaffo, ambas ciudades inclusive. Son tierras de dunas junto al litoral y de llanuras frtiles algo ms al inte-rior, que se prolongaban tambin hacia el sur frente a los terri-torios de las ciudades ajenas de Yamnia, Azoto, Ascaln y Ga-za. Ms hacia el este, comienza en Judea una tierra de colinas, tambin verde, llamada la Sefela, que sirve de paso y transicin entre las llanuras costeras y la spera montaa de Jud. Esta zona intermedia falta, en cambio, ms al norte, donde las mon-taas de Samara o de Efran descienden bruscamente. La montaa de Samara es menos hosca que la de Jud. En aqulla predomina ms el verdor y en sus valles relativamente amplios se ven buenos campos de trigo y otros cereales. Por el contra-rio, la montaa de Jud es ms dura y pelada. En ambas se cultiva la vid y son abundantes los olivos. Las alturas ms co-nocidas son los montes Garizn (881 m) y Ebal (940 m) en la de Samara, y el Monte de los Olivos (815 m) y Jebel Jalis (987 m) en la de Judea.

    A causa del hmedo viento martimo del poniente, toda la vertiente occidental desde las cumbres montaosas hasta la costa es frtil cuando el suelo lo permite. Estos vientos son los que traen las lluvias de invierno (meses de enero y febrero) y

  • 30 La Palestina de los aos 30

    tambin las llamadas lluvias tardas en abril y las tempranas a finales de octubre y en noviembre. En Jerusaln, la media plu-viomtrica anual es de 600 mm, ms que en Pars (552 mm) y que en Madrid (442 mm). La lluvia cae con mucha intensidad, pero en menor nmero de das que en los paisajes atlnticos. Es, en definitiva, un clima del Mediterrneo sur, con un sol abrasador, que eleva las temperaturas en verano a cifras del orden de 30 C. Pese a ello, la montaa, debido a su altura y a la presencia de los indicados vientos, posee un fondo fro cuando o donde no da el sol, y las noches son frescas aun en verano.

    Frente al sistema mediterrneo descrito, que dulcifica hasta cierto punto el ambiente de la montaa de Jud, aunque no tanto como en la verde Galilea, hay pocas del ao en que predomina el viento del levante, es decir, del desierto. Enton-ces se produce un ambiente seco y clido, que hace subir enor-memente las temperaturas por encima de los 30 C. Es tpico de los meses del final de la primavera y del otoo. Esta lucha entre los dos vientos, que regulan el clima de la regin y facili-tan la prediccin del tiempo, est tambin recogida en el evan-gelio: Cuando veis levantarse una nube sobre el poniente, de-cs: Va a llover, y as es. Y cuando sents soplar el viento del sur, decs: Va a hacer calor, y as sucede. Hipcritas!, si sabis discernir el aspecto de la tierra y del cielo, cmo no discerns el tiempo presente? (Le 12, 54-56; cf. Mt 16, 2-3).

    Ms all de la lnea de cumbres hacia el levante, que se ha-lla al socaire de los vientos hmedos y de cara a los vientos secos, el paisaje cambia por completo. A ello se une un des-censo de altitud notable y en poco espacio, pues el valle del Jordn, como hemos dicho, se encuentra en una profunda fosa tectnica, en la cual el Mar Muerto, con sus 403 m bajo el nivel del Mediterrneo, constituye el punto ms hondo de to-da la superficie del planeta. El aire mediterrneo, que consigue atravesar la barrera de montaas, se reseca inmediatamente, pues hay ms de 1.400 m de diferencia entre las cotas extre-mas, lo que supone una subida de temperaturas de 14 C. Co-mo consecuencia, la vertiente oriental de la montaa, especial-mente de la montaa de Jud, es un desierto inhspito, donde las temperaturas pueden subir hasta los 50 C a la sombra. La idea impropia que algunas personas tienen del desierto como llanura no es aplicable a este caso, pues aqu el paisaje es muy quebrado, con peas desoladas y profundos barrancos, por donde slo corre el agua torrencial de la lluvia contadas horas de an ms contados das del invierno. Despus de las lluvias, una especie de terciopelo verde claro cubre la superficie del desierto por muy poco tiempo. Este paisaje contina por el bajo valle del Jordn y en las riberas del Mar Muerto, donde

  • 3. Los territorios de las tetrarquas 31

    slo la existencia de oasis, como el de Jeric o el de Engad, pone una nota exuberante y alegre en la tremenda aridez del contorno. Por aadidura, el Mar Muerto, como su nombre in-dica, es un lago de aguas salobres, lo que impide en l la vida. Carece, pues, de peces, y sus orillas son besadas directamente por el desierto.

  • 3 Diferentes culturas

    Estamos habituados a identificar los trminos de pas y cul-tura. As nos parece normal que en Francia vivan los franceses con su lengua propia y con su cultura ms o menos homog-nea, y que el nmero de inmigrantes extranjeros, an no total-mente asimilados, no pase de ser una minora. Esto sucede con distintos matices en Gran Bretaa, Alemania, Italia o Espaa.

    Cuando se habla de la Palestina de los tiempos de Jess, alguien podra pensar que, pese a la particin poltica del pas, all predominaba una cultura nica, la juda, con una sola len-gua, una religin, aunque con diferentes sectas, unas costum-bres comunes dentro de las variedades regionales, unas institu-ciones similares para todo el territorio. Nada ms lejos de la realidad. El elemento israelita no pasaba de ser una de las dife-rentes culturas existentes en el pas; si se quiere, la ms impor-tante, pero nada ms. Y esto puede decirse que no slo ha ocurrido en el siglo I, sino en cierto modo a lo largo de toda la historia de Israel.

    An hoy, cualquiera que visite el pas es consciente de este hecho, aunque tal vez pueda atribuirlo a la ausencia masiva de judos en el territorio durante muchos siglos, debido a los ava-tares polticos que han configurado el fenmeno de la dispo-ra. Sin embargo, y con diferentes matices, esto ha sido una constante en toda la historia bblica. Basta leer, por ejemplo, el libro de los Jueces o el libro 1 de Samuel para comprobar las diferencias entre los israelitas y los pueblos cananeos que vi-van en la misma tierra y con quienes estaban frecuentemente en lucha. La preponderancia poltica del elemento israelita so-bre las otras culturas en tiempos de la monarqua, es decir, entre los siglos X y VI a. C , no consigui borrar los influjos cananeos, especialmente en el orden religioso, como reiterada-mente aparece de manifiesto en el libro 2 de Samuel y en los libros de los Reyes. La cada de la monarqua del norte a fina-les del siglo VIII a. C. supone el exilio de una parte de la po-blacin israelita y, de acuerdo con la poltica asira, el desarrai-

  • go tnico. Ms tarde, el destierro a Babilonia de la ms repre-sentativa parte de la poblacin del reino de Jud a principios del siglo VI a. C. favoreci el desarrollo de los elementos no israelitas en la tierra. La vuelta del exilio setenta aos despus y las nuevas oleadas de inmigrantes judos, que en ocasiones fueron retornando, nunca consiguieron contrarrestar del todo la importancia cultural de la poblacin no juda del pas. Ni siquiera el renacimiento judo de la poca de los macabeos y su florecimiento durante la monarqua asmonea fueron capaces de borrar la cada vez ms numerosa poblacin no juda y su creciente influjo. La guerra contra Roma de los aos 66-73 d. C , que llev consigo la destruccin de Jerusaln, y la de los aos 132-135 d. C , con la fundacin de la nueva Aelia Capito-lina de corte pagano, para sustituir a la vieja Jerusaln, daran un golpe decisivo al judaismo palestino, que qued arrincona-do en ciertas reas, como Galilea. En realidad, hasta los mo-dernos acontecimientos que precedieron y llevaron a la procla-macin del Estado de Israel en 1948, no puede hablarse de una presencia masiva de judos en Palestina. Aun as, hoy en da la comunidad rabe del pas, incluyendo la de los llamados te-rritorios ocupados, se acerca a los 2 millones de individuos, sobre una poblacin juda de algo ms de 4 millones. La co-munidad rabe tiene su lengua propia y sus costumbres e insti-tuciones peculiares. Dentro de ella se inserta fundamentalmen-te la heterognea comunidad cristiana, con sus diversos ritos e iglesias, pero cuya poblacin total no llega a las 200.000 almas. Hay otras comunidades menores, como la drusa, la samarita-na, la bahab, con sus propias peculiaridades.

    En los tiempos de Jess, la presencia de paganos, llamados frecuente y abusivamente griegos, era muy notable, sin que poseamos elementos para reconstruir estadsticamente las pro-porciones de la poblacin. La lengua de stos era el griego en lo que se ha llamado dialecto koin. Se trataba de la lengua franca de todo el Prximo Oriente, mucho ms de lo que aho-ra pueda ser el ingls, y era conocida y hablada por la mayor parte de la poblacin, sobre todo en las ciudades.

    Tambin entre los llamados griegos, pero sobre todo entre los judos, se hablaba el arameo, lengua semtica muy extendi-da por todo el Prximo Oriente, y que haba llegado a ser el idioma oficial en los tiempos del imperio persa, a causa de su difusin. Las minoras judas ms integristas y conocedoras de la ley seguan hablando, al parecer, el hebreo. Por su parte, el latn en esta parte oriental del imperio nunca pas de ser sim-plemente lengua oficial con escassima incidencia en el uso co-tidiano. Desde luego, la lengua habitualmente hablada por Je-ss debi ser el arameo en el dialecto galileo, pero es posible que tambin entendiera el griego, sin descartar que a su vez

  • 1. Poblacin helenstica 35

    tuviera conocimientos del hebreo. Actualmente es normal, en-tre la gente de Palestina, que cualquiera hable o al menos se defienda en una o dos lenguas, adems de la suya propia.

    Hoy, al visitante de Jerusaln le suele llamar la atencin el hecho de que los nombres de las calles de la ciudad vieja apa-rezcan en rtulos escritos en tres lenguas: rabe, hebreo e in-gls. Es todo un smbolo de la multiplicidad de culturas. En la poca de Jess, esta multiplicidad era an mayor, y resulta un notable error por parte de ciertos estudiosos de la Biblia tratar de comprender el ambiente evanglico aferrados tan slo al co-nocimiento de la cultura judaica. A este respecto, es altamente significativo el dato evanglico de que el rtulo sobre la cruz con la causa de la condena de Jess estaba escrito en hebreo, latn y griego (Jn 19, 20). Por su parte, aos despus, al ser apresado Pablo en Jerusaln, los Hechos de los apstoles con-signan expresamente que, cuando ste hablaba con el tribuno, comandante de la guarnicin romana, lo haca en griego, pero, cuando se volva a los judos que le acusaban, les hablaba en arameo (Hch 21, 37-40).

    1. Poblacin helenstica La cultura griega, en realidad una simbiosis de elementos helensticos y semticos, donde predominaban la lengua griega y la religin pagana, era prcticamente la nica existente en las regiones palestinas no incluidas en las tetrarquas. Nos referi-mos a parte de la Fenicia, la Filistea y la Decpolis. Esta lti-ma, a pesar de su nombre que hace referencia a diez, com-prenda en la poca de Jess las ciudades de Hipos, Gadara, Din, Abila, Escitpolis, Pella, Gerasa y Filadelfia. Ms que una verdadera confederacin, era simplemente una regin donde existan ciudades autnomas helenistas con sus corres-pondientes territorios rurales, las cuales, como ya hemos di-cho, dependan directamente del gobernador romano de Siria.

    Hipos, que corresponde a la actual localidad de Qal'at el-Husn, cerca de la ribera oriental del lago de Genesaret, era una ciudad pagana, y como tal aparece citada en las fuentes rabni-cas y en Josefo. Cuando la guerra del 66-73 d. C., los habitan-tes secuestraron a los pocos judos que en ella residan y die-ron muerte a la mayor parte de ellos.

    Gadara es la actual Umm el-Qeis, al sur del Yarmuk, y cuyo territorio llegaba hasta la orilla meridional del lago de Genesaret. Fue siempre una ciudad en lucha contra los judos, pese a haber sido conquistada por Alejandro Janeo y haber pertenecido al reino de Herodes el Grande hasta su muerte. Sin embargo, Josefo habla reiteradamente de las protestas de los gadarens ante Augusto contra la dominacin juda. Como Hipos, retorn a la Decpolis a la muerte de Herodes, y tam-

  • bien en ella se produjo una matanza de judos durante la gue-rra romano-juda conocida como Primera Revuelta (66-73 d. C ) . En el evangelio se dice que los habitantes de esta ciudad rogaron a Jess y a sus discpulos que abandonaran su territo-rio (Mt 8, 28-34). De estas dos ciudades se conservan las rui-nas, y en las de la segunda excava en la actualidad una misin arqueolgica alemana.

    Dium o Din posiblemente debe situarse en Tell el-Ashari, al norte del Yarmuk y unos 30 km al este del lago de Genesa-ret. Tambin sta fue conquistada por Alejandro Janeo, pero despus de su restitucin autonmica por Pompeyo no volvi a caer en manos judas. Acu moneda propia y se rega por la era pompeyana.

    Algo ms al sur y al otro lado del Yarmuk estaba la ciudad de Abila (hoy Tell Abil), igualmente incorporada al reino de Judea en los tiempos de Alejandro Janeo, y liberada por Pom-peyo. Desconocemos la cuanta de la colonia juda en ella exis-tente, pero la poblacin de la ciudad, casi en su totalidad, era pagana, como en el resto de las ciudades helenistas de la Dec-polis. Sus ruinas son excavadas en la actualidad por una misin arqueolgica norteamericana. Junto a esta ciudad y ligeramen-te al sur se citan Capitolias y Rafana, que posiblemente son la misma ciudad, que correspondera a Er-Rafeh, pero no es se-gura su inclusin en este territorio.

    Escitpolis, la antigua y moderna Beth Shean, es la nica ciudad decapolitana de Cisjordania. No sabemos con seguri-dad a qu debe su nombre griego: ciudad de los escitas, pero no puede descartarse que se tratara de una fundacin para ve-teranos mercenarios de origen escita en el ejrcito de los pto-lomeos. Cay en poder de los judos en tiempos de Juan Hir-cano y fue liberada por Pompeyo. La colonia juda en Escit-polis y su extenso y rico territorio est cifrada por F. Josefo en 13.000 individuos, a los cuales dieron muerte los ciudadanos helenistas durante la guerra del 66, a pesar de que se haban puesto de su lado y no del de los atacantes. Posiblemente el hecho de su situacin en Cisjordania favoreci la implantacin de una densa colonia juda, pero la ciudad como tal era pagana y de una importancia muy considerable, a juzgar por las mag-nficas ruinas que todava hoy se siguen excavando por ar-quelogos israeles.

    Pella corresponde al actual Khirbet Fahil en TransJordania, al comienzo de la subida desde el valle del Jordn a la meseta y aproximadamente al sureste de Escitpolis. All existen unas importantes ruinas que hoy en da excavan arquelogos aus-tralianos. Como la mayora de las otras ciudades de la Dec-polis, Pella cay en manos de Alejandro Janeo y fue despus

  • 1. Poblacin helenstica 37

    liberada por Pompeyo. Tambin fue atacada en la guerra del 66. Posea entonces una colonia juda, al parecer en su mayora cristiana, segn sabemos por Eusebio de Cesrea. Si no es fun-dacin del propio Alejandro Magno, s parece en todo caso de finales del siglo IV a. C. Acu moneda propia.

    Gerasa (hoy Jerash) es la gran ciudad de la Decpolis y, sin duda, una de las ciudades verdaderamente importantes de todo el imperio. Sus ruinas resultan impresionantes por su belleza y grandiosidad, y son objeto de excavaciones arqueolgicas des-de los aos 20 hasta nuestros das por instituciones de dis-tintos pases, entre los que figura tambin Espaa. La riqueza de esta ciudad se deba fundamentalmente al control que ejer-ca sobre el comercio caravanero del oriente a travs del de-sierto. Debi ser fundada por el propio Alejandro Magno y, como las anteriores, no se libr de la conquista del rey asmo-neo Alejandro Janeo, si bien ste muri precisamente mientras someta el territorio de la ciudad. Igualmente fue liberada por Pompeyo. La comunidad juda que habitaba la ciudad no de-bi ser numerosa y fue respetada por los ciudadanos durante la guerra del 66-73 d. C.

    Otra ciudad importante era Filadelfia, la actual Ammn. Sus ruinas son monumentales, en especial el bello teatro. Han sido excavadas por misiones arqueolgicas de algunos pases, incluida Espaa. Aunque se trata de la antigua capital de los ammonitas (Rabbat Ammn), fue refundada como ciudad he-lenstica por Ptolomeo II Filadelfo. Igual que la anterior, acu- moneda. Ignoramos si tena o no colonia juda, pero lo que s sabemos es que no cay en manos judas ni en los tiempos de la monarqua asmonea, ni con motivo de la guerra del 66 d. C , a pesar de haber sido atacada, segn nos refiere Josefo. Tambin tuvo serios conflictos con los judos de la vecina Pe-rea en el ao 44 d. C , por razones de fijacin de linderos.

    El territorio de la Decpolis como tal aparece mencionado tres veces en los evangelios (Mt 4, 25; Me 5, 20; y 7, 31), alu-diendo al hecho de que tambin entre su gente haba seguido-res de la palabra de Jess, sin duda pertenecientes a las comu-nidades judas de la regin.

    *

    Fuera de la Decpolis y dentro del distrito de Fenicia, en la costa mediterrnea, perteneciente, por tanto, igualmente a la provincia de Siria a pesar de ser tierra palestina, se hallaba la muy importante ciudad helenstica de Ptolemais (o Ptolemai-da), que corresponde a la antigua y actual Akko (San Juan de Acre). Antes de su conquista por Alejandro Magno, fue una

  • 38 Diferentes culturas conocida ciudad cananea. El nombre de Ptolemais le fue im-puesto por Ptolomeo II. En ella se acuaron monedas en todas las pocas desde Alejandro Magno hasta el perodo romano. Fue lugar estratgico para el acantonamiento de tropas durante las guerras entre los reyes helenistas egipcios (dinasta ptolo-maica) y los sirios (dinasta selucida), as como despus en poca romana. Sirvi asimismo de residencia real con carcter temporal en varias ocasiones. Nunca perteneci polticamente a territorio israelita desde los tiempos de Salomn. No obstan-te, la colonia juda all residente en la guerra del 66 d. O , que fue masacrada por la poblacin pagana, era de 2.000 indivi-duos. Las principales excavaciones arqueolgicas en la ciudad helenstica se realizaron en los aos 50 y 60 por arquelogos israeles e italianos.

    La otra ciudad importante, aunque no tanto como Ptole-mais, fue Dora, tambin sobre la costa mediterrnea, al sur del Carmelo. Era una ciudad pagana, que cay en manos de Ale-jandro Janeo, y que, como otras, fue liberada por Pompeyo. Acu moneda propia. La colonia juda de la ciudad era res-tringida, hasta el punto de que los ciudadanos paganos no tu-vieron la debida consideracin con ella, cometiendo algunos abusos y no respetando sus costumbres, segn nos cuenta Jo-sefo. Las ruinas de la ciudad y el puerto estn siendo excava-das en la actualidad por la Universidad Hebrea de Jerusaln, en colaboracin con otras entidades judas.

    Geba, en la salida de la llanura de Esdreln hacia el Medi-terrneo, fue otra ciudad helenstica que, a pesar de pertenecer a Herodes el Grande, a su muerte pas a ser dependiente de Siria. La poblacin era fundamentalmente pagana y estuvo al lado de Roma durante la guerra del 66 d. C. Fue repoblada por licenciados del ejrcito mercenario de Herodes. Es posible que corresponda al actual El-Harithiyeh, en las estribaciones del Carmelo.

    *

    Vayamos ya a las ciudades paganas insertas dentro del te-rritorio judo, comenzando por la tetrarqua de Filipo. Diga-mos de antemano que esta regin, conquistada por el rey judo Alejandro Janeo, y ampliamente dilatada en sus fronteras por Herodes el Grande, sufri la presin poltico-religiosa del pri-mero de estos reyes coaccionando a las gentes a adoptar la re-ligin judaica. Aun as, la mayora de la poblacin permaneci en sus creencias tradicionales, y slo la presencia creciente en el pas de colonos judos daba a estos territorios un cierto ca-

  • 1. Poblacin helenstica 39

    rcter judo. Las ciudades ms importantes ciertamente eran en su mayora paganas. La capital se llamaba Paneas (ciudad del dios Pan), cuyo nombre cambi Filipo por el de Cesrea, en honor a Augusto. La ciudad sigui siendo fundamentalmente pagana. Debi ser un gran conjunto urbano. Ahora est siendo excavada por arquelogos israeles. Hay a la vista algunos mo-numentos, como los santuarios rupestres de su dios patrono.

    Otra ciudad relativamente importante, aunque no de la ca-tegora de la anterior, fue Julias, refundada por Filipo en ho-nor de la hija de Augusto, sobre la antigua ciudad o pueblo de Betsaida. Su poblacin debi ser mixta judeo-pagana, conser-vando an en buena medida su antiguo nombre. Estaba situa-da a unos 2,5 km de la actual ribera norte del lago de Genesa-ret, al oriente de la desembocadura del Jordn, correspondien-do al lugar hoy en da llamado Et-Tell. Desde 1988 viene sien-do excavada por la Universidad de Haifa. Entre los materiales recogidos en las excavaciones destacan los elementos relacio-nados con la pesca. La ciudad estaba edificada en una terraza a 25 m de altitud sobre la llanura, y su extensin era de unas 8 ha, pero el casero urbano y los barrios perifricos pudieron extenderse en un rea mayor, sin que sepamos dnde se en-contraba exactamente el puerto, pues la ribera norte del lago ha debido sufrir modificaciones importantes. Las nuevas in-vestigaciones parecen excluir a la vecina localidad de El-Araj, con restos arqueolgicos no anteriores al siglo IV d. C , como el posible puerto de Betsaida, pese a lo que se haba supuesto y aparece escrito en varias publicaciones.

    Finalmente hemos de citar aqu la ciudad de Canata en la Aurantide, sobre las estribaciones del Jebel ed-Druz, con unas magnficas ruinas, aunque an no suficientemente estudiadas. Plinio cita esta ciudad como parte de la Decpolis, pero, dada su situacin, indudablemente perteneca a la tetrarqua de Fili-po en la poca que aqu nos ocupa, sin que tengamos noticia alguna de la cuanta de su colonia juda, que, en todo caso, habra de ser escasa, dadas las circunstancias. Acu moneda propia siguiendo la era pompeyana. De otras ciudades me-nores de la tetrarqua, cuyo nombre conocemos por distintas fuentes, nada podemos decir al respecto.

    Las ciudades de Cesrea (Panias) y Julias (Betsaida), sobre todo esta ltima, fueron visitadas por Jess. De la primera se habla en Mt 16, 13; Me 8, 27; aunque los textos se refieren ms bien al entorno de la ciudad. La segunda aparece siete veces citada en los evangelios (Me 6, 45; 8, 22; Le 9, 10; Jn 1, 44; y 12, 21), y es recriminada porque, a pesar de los milagros en ella realizados, no se haba convertido (Mt 11, 21; Le 10, 13).

    *

  • Pasamos ahora a la Galilea. Aqu la presin cultural juda fue mucho mayor que en la tetrarqua de Filipo. No slo se dej sentir con cierta intensidad la poltica judaizante de Ale-jandro Janeo, sino que surgi un movimiento inmigratorio de gentes procedentes de la Judea propiamente dicha, apoyado por las autoridades religiosas, con el fin de reafirmar el judais-mo en una regin que tradicionalmente haba sido muy paga-na, ya desde tiempos antiguos, pues Isaas se refiere a ella co-mo Galil ha-Goyim = El distrito de los gentiles (Is 8, 23 - 9, 1), en una expresin recogida en el evangelio para reafirmar an en tiempo de Jess ese rasgo de identidad (Mt 4, 12-15). Tampoco puede olvidarse el factor econmico, pues la rica Galilea atraa, sin duda, a las gentes de la spera montaa de Jud.

    En este contexto de la inmigracin juda en Galilea y de los asentamientos preferentemente en las villas y aldeas del campo hay que encajar la presencia en Nazaret del matrimonio Jos y Mara, procedentes de Beln de Jud, segn aparece en los evangelios de Mateo y Lucas. Jos, como otros muchos judos, formaron parte de ese plan de judaizacin de la bella Galilea.

    Pero las grandes ciudades del pas, una vez ms, seguan siendo paganas, aunque tal vez en ellas las colonias judas fue-ran aqu algo ms numerosas que en la Decpolis o en la te-trarqua de Filipo. La ms importante, y que durante muchos aos sirvi de capital, fue Sforis, en el corazn de la Baja Ga-lilea. Sus ruinas se encuentran en la localidad de Zippori y son actualmente objeto de excavacin y estudio por parte de sen-das misiones arqueolgicas norteamericanas. Destaca entre aqullas un esplndido teatro, que fue levantado precisamente en poca herodiana. Era una ciudad francamente importante, y de corte helenstico, con una poblacin que puede calcularse en unos 50.000 habitantes. Durante la poca de Herodes el Grande debi estar habitada en su mayora por judos heleni-zados, pero el ejrcito del gobernador de Siria, Quintilio Varo, penetr en ella en el ao 4 a. C. con motivo de los disturbios producidos en Palestina a la muerte de Herodes el Grande, e incendi la ciudad. Sus habitantes, judos revoltosos, fueron vendidos como esclavos. A partir de entonces, la mayora de la poblacin de esta ciudad, de nuevo reconstruida y ahora lla-mada la imperial (Autocratoris), debi ser predominante-mente pagana. No obstante, en los tiempos de la guerra del 66 d. C. los judos ya eran all mayora, aunque, dado su carcter helenizante, se pusieron del lado de los romanos, segn nos cuenta Flavio Josefo.

    La otra gran ciudad de Galilea era Tiberias (o Tiberades), fundada por Antipas entre el ao 20 y el 23 d. C. en honor del emperador Tiberio, y convertida desde entonces en capital de

  • 1. Poblacin helenstica 41

    la tetrarqua. Corresponde a la actual ciudad de su nombre en las riberas del lago. Acu moneda y tena una estructura pol-tica de carcter helenstico. Para su fundacin, Herodes Anti-pas recurri a elementos no judos, pues stos en su mayora se negaron a vivir en una ciudad edificada sobre tumbas, que contaminaban ritualmente a sus moradores. En efecto, Josefo nos dice que en los desmontes para la explanacin de la nueva urbe se descubrieron numerosas sepulturas. A pesar de ello, la colonia juda fue paulatinamente creciendo y en la poca de la guerra contra Roma se puso del lado de los sublevados. Sabe-mos que la ciudad posea un magnfico estadio y un palacio real en cuya fachada haba representados algunos animales, lo que de nuevo sent mal a los judos integristas, que no tolera-ban ninguna imagen de animal, de acuerdo con Ex 20, 4; Dt 4, 16-18; y 5, 8. Entre 1973 y 1974, varias instituciones cientficas israeles realizaron excavaciones al sur de la ciudad actual, donde se cree que la antigua ciudad ocupaba una extensin de unas 30 ha, pero la mayora de las ruinas halladas datan de finales de la poca romana, salvo una monumental puerta de ciudad, que puede datarse en el siglo I d. C , probablemente en la poca de la fundacin de sta.

    La regin de la Perea fue judaizada con bastante intensi-dad. La nica ciudad helenstica, situada en su demarcacin, de que tenemos noticias hasta ahora, es Livias, erigida por Anti-pas en honor de la esposa de Augusto. Est localizada al nor-deste del Mar Muerto, en Tell er-Rame, junto al Wadi Hesban.

    Tanto una como otra regin de la tetrarqua de Antipas fueron objeto de las andanzas de Jess durante su predicacin. La ciudad de Sforis no es citada por el evangelio, pero cabe pensar que sera muy visitada por Jess en su juventud, estan-do slo a 5 km de Nazaret. Ms an, dado que Jess, lo mis-mo que Jos, no eran agricultores, sino artesanos (Mt 13, 55; Me 6, 3), y que Nazaret era una aldea pequea y pobre donde no tendran habitualmente mucho trabajo, hay que suponer que en ocasiones se desplazaran a la gran ciudad para trabajar en ella y regresar en la noche a Nazaret.

    Tiberias es citada una sola vez en el evangelio, aludiendo a gentes que, provenientes de la ciudad en barcas, haban ido al norte del lago a or la predicacin de Jess (Jn 6, 23). Pero, de hecho, durante su vida pblica, no consta que Jess haya pre-dicado en ninguna de las dos grandes ciudades.

    *

    Dentro de la propia tetrarqua de Arquelao, que constitua el ncleo judo por excelencia, sorprende el nmero y la im-

  • 42 Diferentes culturas portancia de las ciudades helensticas. En primer lugar hay que citar a Samara, refundada por el propio Alejandro Magno con veteranos macedonios de su ejrcito. Herodes le cambi el nombre por el de Sebaste (Augusta) en honor al emperador, y la enriqueci sobremanera haciendo de ella una gran ciudad y asentando all a muchos de los licenciados mercenarios de su ejrcito. Pese a su tradicional nombre, nada tena que ver con la faccin poltico-religiosa de los samaritanos, que vivan ms bien en las aldeas de la comarca. En cambio, la poblacin de Samara / Sebaste era pagana prcticamente en su totalidad y, como hemos visto, de probada raigambre griega, hasta el pun-to de que incluso sirvi de cantera para el reclutamiento de soldados romanos con destino a la guarnicin de todo el pas, segn veremos en el captulo siguiente. Las ruinas de la ciudad an hoy en da resultan impresionantes. Las ltimas excavacio-nes se llevaron a cabo all en los aos 30, dirigidas por un dis-tinguido equipo ingls, norteamericano y judo. Era muy im-portante el templo erigido al emperador Augusto como divini-dad.

    Otra gran ciudad helenstica fue Cesrea del Mar, llamada antes Torre de Stratn. Fue, como casi todas, conquistada por Alejandro Janeo y liberada por Pompeyo. Perteneci al reino de Herodes, quien le dio la nueva denominacin en honor al emperador y la convirti en el gran puerto de Palestina. Cuan-do los romanos se hicieron cargo directamente de la adminis-tracin del pas a travs de los procuradores, se convirti en capital y residencia oficial de stos. A pesar de todo ello, la colonia juda de la ciudad, no siendo mayoritaria, s era sufi-cientemente numerosa. Ello provoc frecuentemente contien-das y hasta revueltas callejeras entre paganos y judos. Bajo el imperio de Nern se retiraron oficialmente los derechos ciuda-danos de la minora juda, y durante la guerra del 66 d. C. fueron masacrados all ms de 20.000 judos, si hemos de creer a Flavio Josefo. La cifra es significativa, pues indica lo populo-sa que era la ciudad, probablemente la ms importante de todo el pas, ya que los judos no eran ms que una minora. Las ruinas de Cesrea han sido excavadas entre los aos 50 y 60 por arquelogos israeles e italianos. En la actualidad, las in-vestigaciones, principalmente de carcter submarino, se con-centran en el estudio del puerto y son llevadas a cabo por la Universidad de Haifa.

    Otras ciudades helensticas de Judea eran Apolonia, Ant-patris y Fasael. La primea estaba en la costa, entre Cesrea y Jope; la segunda, algo ms al interior, aunque en la llanura, era una refundacin herodiana de la antigua Afek; la tercera se ha-llaba en el valle del Jordn, al norte de Jeric, y fue atribuida a Salom en la reparticin del reino de Herodes. En los aos 60,

  • 1. Poblacin helenstica 43

    el Departamento de Antigedades de Israel realiz excavacio-nes en Antpatris.

    En los evangelios no aparecen citadas todas estas ciudades, ni consta que fueran visitadas por Jess. En cambio, en los Hechos de los apstoles se habla de la ciudad de Samara y de la predicacin all del dicono Felipe, de origen helenista, as como de la visita de los apstoles Pedro y Juan (Hch 8, 5-25). Repetidas veces aparece Cesrea visitada igualmente por el di-cono Felipe (Hch 8, 40), que acabar viviendo en ella (Hch 21, 8); por el apstol Pedro (Hch 10, 1-48; 11, 11), y por Pablo, que no slo la visita en algunas ocasiones (Hch 18, 22; 21, 8-14), sino que permanecer preso en la ciudad durante dos aos (Hch 23, 23-36; y caps. 24-26). Tambin se habla de ella con motivo de la muerte all de Herodes Agripa (Hch 12, 19-23), y de la presencia en Jerusaln de cristianos procedentes de Cesa-rea (Hch 21, 16). Finalmente, se cita asimismo Antpatris, don-de Pablo pernoct en una ocasin (Hch 23, 31).

    *

    Debemos referirnos ahora finalmente a los territorios pa-lestinos de la costa mediterrnea al sur de Jope, pero que no formaban parte de la tetrarqua de Arquelao. En primer lugar hay que citar la ciudad helenstica de Yamnia (hoy Yavne, con su puerto de Yavne-Yam). Una vez ms, esta ciudad cay tam-bin en manos de Alejandro Janeo y fue liberada por Pom-peyo. Perteneci a Herodes, y ste la dej en herencia a su hermana Salom. Despus pas a Roma. Su poblacin era mix-ta, predominando ms el elemento pagano que el judo. En 1983 se realizaron all algunas excavaciones por parte del De-partamento de Antigedades de Israel, que pusieron a la vista ruinas de poca romana, como complemento de las excavacio-nes de los aos 60 referentes en este caso a la Edad del Bronce.

    Ms al sur est la vieja ciudad filistea de Azoto (Ashdod), tambin conquistada y prcticamente destruida por los judos en la poca asmonea, devuelta a su libertad por Pompeyo y reconstruida por el gobernador romano Gabinio. Tambin pa-s de las manos de Herodes a las de su hermana Salom, y de sta a la dependencia directa de Roma. Nunca fue ciudad ju-da, pero s debi tener una