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1 GLORIA FRANCO RUBIO, “AL COMPÁS DE LA MODA EN LOS SIGLOS MODERNOS (ESPAÑA SIGLO XVIII) ”, en María del Cristo González, Matteo Mancini, Gloria Franco Rubio, José Antonio Miranda, Juan Gutiérrez, Los gustos y la moda a lo largo de la Historia. Ediciones de la Universidad de Valladolid. Valladolid, 2014, pp. 115-175 "Siempre la moda fue de la moda. Quiero decir que siempre el mundo fue inclinado a los nuevos usos. Esto lo lleva de suyo la misma naturaleza. Todo lo viejo fastidia (...) Piensan algunos que la variación de las modas depende de que sucesivamente se va refinando más el gusto, o la inventiva de los hombres cada día es más delicada. ¡Notable engaño!. No agrada la moda nueva por mejor, sino por nueva. No agrada porque es nueva sino porque se juzga que lo es, y por lo común se juzga mal" (...) "Antes el gusto mandaba en la moda, ahora la moda manda en el gusto. Ya no se deja un modo de vestir porque fastidia, ni porque el nuevo parece, o más conveniente, o más airoso. Aunque aquel sea y parezca mejor, se deja porque así lo manda la moda (...) Malo sería que fuese tan inconstante el gusto; pero peor es que sin interesarse el gusto, haya tanta inconstancia (...) Nunca menudearon tanto las modas como ahora, ni con mucho. Antes la nueva invención esperaba que los hombres se disgustasen de la antecedente, y a que gustasen lo que se había arreglado en ella. Atendíase al gusto y se excusaba el gasto; ahora todo se atropella. Se aumenta el infinito gasto, aun sin contemplar el gusto" 1 . Aunque se trata de una cita larga, he querido iniciar este trabajo sobre la España del siglo XVIII tomando como referencia las palabras de Feijóo a propósito del tema que nos ocupa porque el benedictino, cuyas obras desataron la mayor polvareda en las polémicas de su época, fue uno de los autores que más tempranamente reflexionaron sobre la moda como un fenómeno sociológico, siendo plenamente consciente de una realidad social que, si bien no era una invención de su época, en los últimos tiempos y de forma cada vez más acelerada, estaba adquiriendo tales proporciones que producía consecuencias, muchas veces devastadoras, en todos los terrenos de la vida. Su percepción del fenómeno le hizo analizar de forma lúcida muchos de los aspectos que condicionan la moda como tendencia pasajera, desde la naturaleza novelera del ser humano, su rendición ante la novedad pareja con el desprecio hacia lo antiguo, hasta la importancia del gusto con sus posibilidades y limitaciones, la inconstancia en las inclinaciones humanas, o el gasto que supone la adopción de novedades hecha a la ligera. Sus comentarios son muy reveladores de una práctica cultural que iba camino de ser lo suficientemente potente como para modelar las costumbres y fijar las conductas por las que se orientaría la sociedad a partir de entonces. Al dictado de la moda. De forma habitual, y sin apenas darnos cuenta de ello, cuando oímos pronunciar la palabra moda la mayoría de nosotros asociamos ese término a la vestimenta y sus complementos, sin ser consciente de que la moda es un fenómeno mucho más complejo de lo que puede parecer a primera vista ya que abarca, prácticamente, todos los aspectos Este trabajo se inscribe en el marco del Proyecto de Investigación I+D, HAR2011-26435-C03-01 "El hecho cotidiano en la España Moderna: lo doméstico, entre lo privado y lo público. Historia comparada entre el interior y la periferia", financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación. 1 FEIJÓO Y MONTENEGRO, Benito, Teatro crítico universal. Madrid, 1779. Tomo II, Discurso VI, pp. 168-170 .

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GLORIA FRANCO RUBIO, “AL COMPÁS DE LA MODA EN LOS SIGLOS MODERNOS (ESPAÑA SIGLO XVIII)”, en María del Cristo González, Matteo Mancini, Gloria Franco Rubio, José Antonio Miranda, Juan Gutiérrez, Los gustos y la moda a lo largo de la Historia. Ediciones de la Universidad de Valladolid. Valladolid, 2014, pp. 115-175

"Siempre la moda fue de la moda. Quiero decir que siempre el mundo fue inclinado a los nuevos usos. Esto lo lleva de suyo la misma naturaleza. Todo lo viejo fastidia (...) Piensan algunos que la variación de las modas depende de que sucesivamente se va refinando más el gusto, o la inventiva de los hombres cada día es más delicada. ¡Notable engaño!. No agrada la moda nueva por mejor, sino por nueva. No agrada porque es nueva sino porque se juzga que lo es, y por lo común se juzga mal" (...) "Antes el gusto mandaba en la moda, ahora la moda manda en el gusto. Ya no se deja un modo de vestir porque fastidia, ni porque el nuevo parece, o más conveniente, o más airoso. Aunque aquel sea y parezca mejor, se deja porque así lo manda la moda (...) Malo sería que fuese tan inconstante el gusto; pero peor es que sin interesarse el gusto, haya tanta inconstancia (...) Nunca menudearon tanto las modas como ahora, ni con mucho. Antes la nueva invención esperaba que los hombres se disgustasen de la antecedente, y a que gustasen lo que se había arreglado en ella. Atendíase al gusto y se excusaba el gasto; ahora todo se atropella. Se aumenta el infinito gasto, aun sin contemplar el gusto"1.

Aunque se trata de una cita larga, he querido iniciar este trabajo sobre la España del siglo XVIII tomando como referencia las palabras de Feijóo a propósito del tema que nos ocupa porque el benedictino, cuyas obras desataron la mayor polvareda en las polémicas de su época, fue uno de los autores que más tempranamente reflexionaron sobre la moda como un fenómeno sociológico, siendo plenamente consciente de una realidad social que, si bien no era una invención de su época, en los últimos tiempos y de forma cada vez más acelerada, estaba adquiriendo tales proporciones que producía consecuencias, muchas veces devastadoras, en todos los terrenos de la vida. Su percepción del fenómeno le hizo analizar de forma lúcida muchos de los aspectos que condicionan la moda como tendencia pasajera, desde la naturaleza novelera del ser humano, su rendición ante la novedad pareja con el desprecio hacia lo antiguo, hasta la importancia del gusto con sus posibilidades y limitaciones, la inconstancia en las inclinaciones humanas, o el gasto que supone la adopción de novedades hecha a la ligera. Sus comentarios son muy reveladores de una práctica cultural que iba camino de ser lo suficientemente potente como para modelar las costumbres y fijar las conductas por las que se orientaría la sociedad a partir de entonces. Al dictado de la moda. De forma habitual, y sin apenas darnos cuenta de ello, cuando oímos pronunciar la palabra moda la mayoría de nosotros asociamos ese término a la vestimenta y sus complementos, sin ser consciente de que la moda es un fenómeno mucho más complejo de lo que puede parecer a primera vista ya que abarca, prácticamente, todos los aspectos

Este trabajo se inscribe en el marco del Proyecto de Investigación I+D, HAR2011-26435-C03-01 "El hecho cotidiano en la España Moderna: lo doméstico, entre lo privado y lo público. Historia comparada entre el interior y la periferia", financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación. 1 FEIJÓO Y MONTENEGRO, Benito, Teatro crítico universal. Madrid, 1779. Tomo II, Discurso VI, pp. 168-170 .

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de la vida. Razón por la cual, en estas páginas voy a referirme a la moda en una dimensión lo más amplia posible, de manera que conceptos tales como vivir a la moda, estar a la moda o seguir la moda nos remitan a una disposición ante la vida, a una actitud personal y psicológica en la que un individuo no solo se muestra receptivo a todo lo que implique novedad, al tiempo que rechaza lo antiguo, sino que ajusta la totalidad de su vida a una dinámica de constante variación. Como dice Georg Simmel "la moda mantiene en constante mutación las formas sociales, los vestidos, las valoraciones estéticas, en suma, el estilo todo que usa el hombre para expresarse"2. La moda supedita la identidad de una persona y su representación de muchas maneras más allá de la indumentaria. En efecto, condiciona el uso del lenguaje y el léxico; la gestualidad y la manera de utilizar ademanes y gestos; las costumbres y los hábitos; la conducta individual en todas las actividades que se hacen a lo largo del día a día de la vida, tanto de manera rutinaria como en determinadas circunstancias, desde las cruciales hasta las nimias; las relaciones sociales de todo tipo; las ideas, creencias y mentalidades y la forma de enfrentarse a ellas; el consumo y las formas de consumir; los gustos artísticos; las preferencias literarias y, en fin, todo aquello que denominamos cultura. Es por ello que afecta a todos los aspectos de la vida: costumbres, usos, vestimenta, alimentación, formas de relación social, modos de habitar, maneras de vivir la religiosidad y un largo etcétera. Desde esta perspectiva, contemplaremos dentro del fenómeno de la moda cualquier tipo de cambio que, por su esencia novedosa, se impone socialmente, arrinconando y/o despreciando por antiguo o por viejo lo que existía hasta ese momento y se consideraba válido socialmente. Aunque la moda representa lo nuevo y lo novedoso sus efectos tienen un carácter fugaz, efímero, pasajero y transitorio, perdiendo su esencia al ser reemplazada por algo distinto. Es claramente evanescente. La obsolescencia que le caracteriza hace que sea un fenómeno dinámico, en constante y continua transformación. Su mutabilidad, en opinión de Lipovetsky, nace del doble movimiento de imitación y de distinción, por parte de las clases inferiores hacia las superiores para parecerse a ellas y colmar sus ansias de respetabilidad social, y de las superiores por distinguirse de ésas para seguir remarcando las diferencias sociales3. Con la ironía que le caracterizaba, Oscar Wilde escribió que "nada es tan peligroso como ser demasiado moderno. Corre uno el riesgo de quedarse súbitamente anticuado". En opinión de Miguel Angel Furones "la moda nace para desvanecerse porque, de perdurar, atentaría contra su propia esencia: la exaltación de lo efímero"4. O, como diría Feijóo: "Desde aquel tiempo al nuestro se ha acelerado tanto el rápido movimiento de las modas que lo que entonces se celebró como graciosa extravagancia de un loco hoy pudiera pasar por madura reflexión de un hombre cuerdo"5 En consecuencia, hablar de la moda exige hacer mención y contemplar múltiples y variados aspectos que tienen que ver con la vivienda, para captar las novedades en las formas de habitar, de amueblar, de adornar y organizar los interiores domésticos6; con la alimentación para ver los tipos y clases de alimentos, su preparación y su disposición en la mesa, los objetos de uso -vajillas, cuberterías, fuentes, salseras, cristalería...- sin 2 SIMMEL, Georg, "Filosofía de la moda", en Cultura femenina y otros ensayos. México, 1961, p. 115. 3 LIPOVETSKY, Gilles, El imperio de lo efímero. La moda y su destino en las sociedades modernas. Barcelona, 1990. 4 FURONES, Miguel Angel, El País SModa. 4 de enero de 2014, p. 28 5 FEIJOO Y MONTENEGRO, Benito, opus cit. pp. 170-171. 6 ABAD ZARDOYA, Carmen, "La vivienda aragonesa de los siglos XVII y XVIII. Manifestaciones del lujo en la decoración de interiores". Artigrama. 19, 2009, pp. 409-425.

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olvidar su conversión en un punto de encuentro social cada vez mayor; con el vestido, con el modo de vestir, de peinarse y acicalarse hasta en los más mínimos detalles; en los modales y la gestualidad, al compás de la urbanidad y de la civilización; con las prácticas de sociabilidad, cada vez más versátiles; o en las formas lúdicas, de ocio y de entretenimiento. En resumen, remite y afecta a todo lo que supone maneras de vivir siguiendo las nuevas tendencias, o sea, al compás de la moda. La moda es un fenómeno social7 y cultural; tiene la suficiente fuerza como para influir en la cultura, intelectual y material, y afecta, de una manera u otra, en mayor o menor grado, a todos los grupos sociales, a todas las edades y a los dos sexos, mediatizando la conducta y la psicología de las personas. Algunos autores hablan de una verdadera "conspiración"8 de la moda que atenaza a sus usuarios de tal manera que fácilmente los convierte en víctimas dispuestas a sacrificarlo todo, familia, bienes, recursos, patrimonio, salud etc. en aras de ella9. Provoca alteraciones emocionales mediatizando hasta los cambios de humor; un hecho que no pasaba inadvertido a los ojos de nuestros antepasados, según podemos constatar en el Libro del agrado, obra de Eijoecente, un escritor español del siglo XVIII donde se refería a las mujeres -con cierta misoginia- diciendo que "será uno de sus objetos el pintarse como rueda de coche: ser caprichosas de tal modo, que no les dure un mismo humor más que un cuarto de hora"10 Es también una forma de dominación ideológica y política ya que está orientada a esclarecer, y consolidar, las jerarquías sociales, con un claro sentido de lo que significa la diferenciación y la distinción, y de lo que esto representa socialmente. En el Antiguo Régimen tenía una doble finalidad; por un lado, servía para reforzar las categorías socio-estamentales, viniendo a legitimar el hecho de que, en la pirámide social, cada grupo habría de comportarse de una manera determinada, pre-fijada, en consonancia a los cánones del pacto estamental. Los propios estados proporcionaban el respaldo legal necesario para reforzar esa jerarquización mediante las llamadas leyes suntuarias cuya finalidad estaba orientada a preservar el uso de determinadas vestimentas y atavíos a los grupos privilegiados, los cuales estaban legitimados para vestir los tejidos más ricos, utilizar las joyas más suntuosas y servirse de cualquier tipo de objeto considerado privativo para su grupo. Norbert Elías al analizar la sociedad cortesana abunda en la idea de lo importante que era para los privilegiados conservar para sí el carácter elitista, mantener su prestigio social mediante la realización de una conducta adecuada al rango que ostentaban, hacer posible su deseo de distanciamiento y prestigio respecto al resto de las sociedad. "El prestigio no es nada si no se acredita a través de la conducta. El enorme valor que se da a la testificación del prestigio tiene vital importancia para la identidad individual del cortesano"11. De esta manera, los grupos superiores crean y marcan las tendencias de la moda, sirviendo de guía al resto de la sociedad en una determinada orientación, indicándoles lo que debe o no consumirse, cómo, cuándo y dónde. Pero cuando el resto de la sociedad imita la moda de los grupos superiores éstos la abandonan, creando otra alternativa que

7 BARTHES, Roland, Sistema de la moda. Barcelona, 1978. ENTWISTLE, Joanne, El cuerpo y la moda. Una visión sociológica. Barcelona, 2002. GARCÍA WIDEMANN, Emilio J. y MONTOYA RAMIREZ, Mª Isabel (eds.), Moda y sociedad. Estudios sobre educación, lenguaje e historia del vestido. Granada, 1998. MONTOYA RAMIREZ, Mª Isabel (ed.), Moda y sociedad. La indumentaria. Estética y poder. Granada, 2002 8 COLERIDGE, Nicholas, La conspiración de la moda. Barcelona, 1989. 9 DESCAMPS, Marc Alain, Psicosociología de la moda. México, 1986. ERNER, Guillaume, Víctimas de la moda: cómo se crea, por qué la seguimos. Barcelona, 2010. 10 EIJOECENTE, Luis, Libro del agrado. Madrid, 1785 p. 61. 11 ELÍAS, Norbert, La sociedad cortesana. México, 1993, p. 137.

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les haga de nuevo ser diferentes, distintos, a los demás. Es por eso que la imitación, un rasgo inherente a la moda, supone en sí mismo un germen de destrucción; es lo que Simmel denominaba la tragedia de la moda, refiriéndose al hecho de que la moda es un fenómeno elitista y minoritario, de la que solo participa "una parte de la sociedad, mientras el resto se halla siempre camino de ella, sin alcanzarla nunca"12. A veces puede darse el caso de que algunas tendencias que se ponen en boga tengan un origen popular o incluso marginal, pero al ser asumida por las elites se difundan, previa adaptación al sistema, encontrando adeptos y propalándose al conjunto de la sociedad; un ejemplo lo encontramos en el majismo español del siglo XVIII, como luego veremos13. En palabras de Rolan Barthes "se sabe que la vestimenta no expresa a la persona sino que la constituye; o más bien es sabido que la persona no es otra cosa que esa imagen deseada en la que el vestido nos permite creer"14. Según esta idea la moda lleva implícitos unos valores en los cuales se sustenta para mantener diferencias; la aristocracia, como grupo privilegiado, debía mostrar su superioridad mediante su apariencia externa, debía hacer gala de ostentación, de riqueza, de gusto y de belleza, todas ellas cualidades que se le suponían por el hecho de ser noble, por tanto distinto, es decir, superior. Era una forma perfecta de exponer públicamente sus privilegios mediante los signos de preeminencia social a través del atavío externo. Ostentación versus simplicidad, profusión frente a sencillez, como líneas de demarcación entre los estamentos. Por su parte, la burguesía ascendente también reflejaba en su indumentaria los valores de sobriedad y discreción que defendía en su actividad cotidiana; frente a la suntuosidad a veces rayana en la exageración, la afectación y el colorido de los tejidos de los primeros, ella elige el color negro para dejar constancia de su moderación, su templanza y su circunspección. Un caso aparte lo constituyen los uniformes, vestimentas asociadas a determinados colectivos, sociales o profesionales, que en el siglo XVIII se amplían a un personal determinado como los empleados del rey, en el caso de los funcionarios y de los militares15, con el que dejaban claro su pertenencia a un mismo cuerpo que tenía una peculiar posición en la sociedad. En este sentido su singularización obtenía respaldo público, pero el uso del uniforme solo conforma una identidad parcial, en referencia al grupo mientras mantiene la pérdida de identidad individual. El ordenamiento legal, tanto civil como eclesiástico, operó como un eficaz instrumento de coacción sobre los individuos desarrollando estrategias de control y de persuasión para imponerse, sistematizando y filtrando las novedades que podrían ser aceptables, aunque no siempre tuviera capacidad para lograrlo. Al respecto son significativas las normas promulgadas por la autoridad real, con la connivencia de la religiosa -edictos episcopales-, a fin de corregir los excesos y defectos en las modas, especialmente en el caso de las vestimentas de las mujeres16 o de erradicar ciertas costumbres, como el cortejo, que analizaremos en su momento.

12 SIMMEL, Georg, opus cit. p. 120. 13 Esta capacidad de los sistemas políticos por absorber y fagocitar hasta lo marginal/radical para ponerlo a su servicio lo hemos constatado en la actualidad con los movimientos y estéticas rock, punk, rap y otros considerados outsiders. 14 Reproducido en REYES, David de los, "Sobre la moda. Apuntes para una reflexión". Revista Latina de Comunicación Social. 5. Mayo, 1998. 15 FERNANDEZ BASTARRECHE, Fernando, "Los cambios vestimentarios: de la uniformidad a la diferencia", en LORENZO ROJA, José F., SANCHEZ RODRIGUEZ, Mª José y MONTORO CANO, Estela (eds.), Lengua e Historia Social. La importancia de la moda. Granada, 2009, pp. 107-117. MOREL FATIO, Alfred, "El traje de golilla y el traje militar". La España Moderna. LXIX. 1984, pp. 131-134. 16 NOVISIMA RECOPILACIÓN de las Leyes de España. Madrid, 1804. Libro VI, Título XIII.

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Así mismo, es un medio de comunicación, que posee su propio lenguaje. Al decir de algunos la moda "instaura una gramática de la comunicación". A propósito del vestido, muchos autores lo han estudiado, e interpretado, como portador de un lenguaje singular, con un código propio que es necesario conocer para poder descifrarlo adecuadamente17. En palabras de Squiccirino "el vestido siempre significa algo, transmite importantes transformaciones en relación con la edad, con el sexo, con el grupo étnico al que el individuo pertenece, con su grado de religiosidad, de independencia y con su originalidad o excentricidad, así como con su concepción de la sexualidad del cuerpo"18. Incluso llega a dotarse de un léxico propio, tan cambiante como la misma moda a que acompaña, como podrá observarse en la moda española del siglo XVIII donde se adaptan palabras importadas del extranjero. Ese aumento creciente de los barbarismos, casi siempre galicismos, que supuso una verdadera invasión en el lenguaje fue un fenómeno observado por algunos españoles, algunos de los cuales manifestarían su preocupación públicamente, disparando las alertas, como los asistentes a la tertulia donde se origina y nace la Real Academia Española. No es casual que en el Diccionario de Autoridades la palabra abate, de origen italiano, fuera definida a partir del modo en que iba ataviado el sujeto así denominado, incorporándola al léxico cotidiano19. La moda guarda estrecha relación con el desarrollo económico, con la producción y el consumo, e igualmente con los avances técnicos y tecnológicos. Por consiguiente, hay que entenderla dentro de los parámetros económicos de la oferta y la demanda. En la economía del Antiguo Régimen la producción estaba encaminada fundamentalmente a satisfacer la demanda; sólo en momentos de prosperidad, en los ciclos alcistas, la producción de objetos, tanto necesarios como superfluos, sobre todo estos últimos, se disparaba, situándose por encima de la demanda y generando su aumento. Aunque en la mayoría de las veces sean objetos claramente accesorios tienen la suficiente fuerza como para quedar grabados en el imaginario social como deseables y, por tanto, susceptibles de ser adquiridos, al precio que sea. En esa tesitura la influencia de la moda en el consumo adquiere una gran importancia20. No es casualidad que Cadalso en sus Cartas marruecas21, ponga en boca de Gazel tres memoriales, uno redactado por las apuntadoras y armadoras de sombreros, y los dos restantes por los respectivos gremios de zapateros y de sastres. En ellos se referían a la moda, y de cómo su puntual seguimiento por parte de la sociedad española les había reportado muchos beneficios pero que había llegado un momento en el que no quedaba nada por inventar e innovar, por lo que solicitaban información sobre las tendencias que imperaban en Marruecos a fin de introducirlas en España. En el primer caso la atención se centraba en los turbantes, modelos a partir del cual podrían crearse sombreros "a la marrueca" que vinieran a sustituir a los ya trasnochados "a la Chambery", "a la prusiana", "a la Beauvau", "a la suiza" o "a la inglesa". Los zapateros catalanes, incluidos los remendones, los de viejo y los portaleros, se quejaban de la decadencia en

17 AVILA MARTÍN, Carmen y LINARES ALÉS, Francisco, "Léxico y discurso de la moda". Comunicar. 27, 2006, pp. 35-41. DIODATO, Luciana (ed.), Il linguaggio della moda. Soveria Mannelli, 2000: LURIE, Alison, El lenguaje de la moda: una interpretación de las formas de vestir. Barcelona, 1994. SQUICCIARINO, Nicola, El vestido habla: consideraciones psico-sociológicas de la indumentaria. Madrid, 1990. 18 SQUICCIARINO, Nicola, opus cit. p. 29. 19 La definición del Diccionario es como sigue: "Voz italiana introducida modernamente para denotar al que anda vestido con cuello clerical, casaca y capa corta". Vid. DICCIONARIO DE AUTORIDADES. Madrid, 1984 (edición facsimil, tomo I). 20 BAUDRILLARD, Jean, La sociedad de consumo. Sus mitos, sus estructuras. Madrid, 2009. 21 CADALSO, José de, Cartas marruecas. Carta LXIII, pp. 221-230.

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que estaban y pedían "un juego completo de botas, botines, zapatos, babuchas, chinelas, alpargatas y cualesquiera otra especie de calzamenta" para poder dinamizar el ramo. Los sastres, por su parte, se lamentaban del agotamiento en los modelos de "casacas, chupas y calzones, sobretodos, redingotes, cabriolets y capas", pidiendo diseños de los "calzones, calzoncillos y calzonazos" usados en Africa pues creían que "volverán a su más elevado auge nuestro crédito e interés si sacamos a la luz algo nuevo que pueda acomodarse a los calzones de nuestros europeos, aunque sea sacado de los calzones africanos"22. Pero la moda depende, igualmente, de la capacidad adquisitiva y de las expectativas sociales, psicológicas y culturales de la persona que acata sus reglas y pretende seguir sus dictados. En las sociedades pre-industriales, dada la escasa capacidad adquisitiva de la mayoría de la población, la ropa, el mobiliario y los enseres domésticos estaban asociados a la perdurabilidad, y no tenían ese carácter desechable al que estamos habituados hoy día. Lo normal era mantener en el mejor estado posible todos los objetos de uso hasta su total deterioro; era frecuente traspasarlos de padres a hijos, bien por herencia o donación, además de que existía un amplio mercado de segunda mano donde podía comprarse ropa usada, muebles que eran ya inservibles para sus actuales propietarios, u objetos que ya no iban a necesitarse más pero podrían ser útiles a terceras personas. La ropa se arreglaba, se remendaba o se recomponía su hechura para adaptarla a las necesidades del que fuera a vestirla. Lo mismo pasaba con los enseres domésticos y el mobiliario donde un elenco de oficios y profesiones como hojalateros, latoneros, mueblistas, y otro largo etcétera se ocupaban de pegar y reparar objetos, o de armar, desarmar, ensamblar y acomodar muebles a fin de prolongar su uso. La belleza es otro de los elementos fundamentales de la moda, aunque el gusto, la estética y los cánones por los que se rigen parten de una pluralidad y una variedad en consonancia al contexto socio-histórico donde se sitúa y a las preferencias de quien se dispone a hacerla suya. Como dice Marta Martín "el sentido de la belleza no es una condición material o una facultad estática sino una competencia adquirida que vamos alcanzando mediante hábitos y conocimientos a través de experiencias individuales, grupales y sociales"23. La sociedad del Antiguo Régimen consideraba la belleza como un atributo físico ligado a la belleza espiritual; lo mismo ocurría, de manera simbólica, con la posición ocupada en la jerarquía estamental, de ahí que las imágenes relativas a personas de superior condición, social o religiosa, siempre gozaran de la belleza. Por influencia religiosa, la belleza siempre había sido asociada al bien, y la fealdad a la maldad, como tradicionalmente nos ha mostrado la iconografía religiosa. La superioridad social (el caso de la realeza, cuyos retratos siempre tienen una fuerte dosis de idealización) o moral (los santos, santas, vírgenes) que se les atribuía a las personas les hacía merecedoras de ser representadas mediante una imagen donde quedara patente la belleza. De manera que ésta actuaba y se comportaba como una forma de capital social24. No es casual que muchos escritores dedicaran su tiempo a reflexionar sobre ella, desde Castiglione, que en El Cortesano (1528) habla de la belleza femenina, a Diderot, quien le dedica su Tratado sobre la belleza (1772). Asociado a la belleza tendríamos lo que se denomina el buen gusto; un concepto cuya significación y origen han sido objeto de estudio y debate por parte de muchos autores que han analizado cómo en los siglos XVII y XVIII se convirtió en objeto de

22 Ibidem, p. 227. 23 MARTÍN, Marta, "La tiranía de la apariencia en la sociedad de las representaciones". Revista Latina de Comunicación Social. 50, Mayo de 2012, p. 2 24 Ibidem.

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controversia social25. Según Carmen Abad "las consideraciones en torno al gusto en decoración e indumentaria quedarán subsumidas en un mismo discurso, dominado por la creencia de que la ley de la moda, caprichosa y arbitraria, es la única causa que determina el sistema de preferencias"26. Feijóo titula uno de sus discursos Razón del gusto afirmando que éste "depende de dos principios distintos; esto es, unas veces del temperamento, otras de la aprehensión, digo, que cuando depende del temperamento, no cabe disputa sobre el gusto; pero sí cuando viene de la aprehensión"27. El Padre Sarmiento defiende la idea nueva de buen gusto en el seno de la querella entre antiguos y modernos. Por su parte, la tertulia que se congregaba alrededor del III Conde de Torrepalma se denominaba "Academia del Buen Gusto"; así mismo, el Caxón de sastre publicaba en 1781 un artículo sobre el buen gusto. La moda tiene importantes efectos en la construcción de la identidad personal, máxime cuando hablamos de una sociedad, como la estamental, donde las colectividades de todo tipo -corporaciones gremiales, vecindades, linajes, clientelas, hermandades religiosas, círculos profesionales- estaban por encima del sujeto, subsumiendo la individualidad. En esta tesitura, la apariencia se convierte en el principal instrumento para expresar la identidad; la apariencia remite al aspecto externo, evidencia el yo del individuo, su jerarquía social, su status, su rango, sirviéndole de cauce de proyección hacia el exterior, mediante la fijación de una determinada imagen en la cual la vestimenta aparece como uno de sus signos más emblemáticos28. Una imagen que nunca es neutra, sino todo lo contrario, puesto que lleva implícito un relato que trasluce la intencionalidad que se pretende proyectar y que establece conexiones con el imaginario del espectador mediante una serie de signos socialmente admitidos. De cómo la apariencia podía jugar en beneficio o perjuicio de alguien, daba constancia el Duende especulativo, uno de los periódicos de la época estudiada, en la siguiente frase: "muchas veces se logran bienes, y fortuna por la decencia del vestido, o se pierden por el descuido, y negligencia en el modo de vestirse"29. La importancia de la apariencia, de la simulación, como pieza vital en el juego social, la encontramos expresada, igualmente, en uno de los sainetes de Ramón de la Cruz: "Tenga una mujer buen guante, buen zapato, buena media, mantilla limpia y basquiña bien plegada y algo estrecha, que en la calle solo luce lo que se ve por fuera"30 Recientemente, en un periódico de gran tirada en nuestro país, un conocedor y analista de la moda como Lipovetsky afirmaba que "la pasión de la moda tiene que ver con el deseo de singularizarse, de mostrar quién se es"31. La necesidad de superar la 25 JACOBS, Helmut, Belleza y buen gusto. Las teorías de las artes en la literatura española del siglo XVIII. Madrid, 2001. 26 ABAD ZARDOYA, Carmen, "La dimensión cotidiana y social del buen gusto. Espacios y objetos de sociabilidad en el siglo de la civilización", en xxxxxxx. pp. 171-184. 27 FEIJÓO y MONTENEGRO, Benito, opus cit. Tomo VI, Discurso XI. 28 MARTÍNEZ ALCÁZAR, Elena, "La apariencia como identificadora social de la mujer española en la segunda mitad del setecientos". Congreso Internacional Imagen Apariencia. 19-21 de Noviembre 2008. ROCHE, Daniel, La culture des Apparences. Une histoire du vêtement (XVIIe-XVIIIe siècles). París, 1990. 29 EL DUENDE ESPECULATIVO. IX, p. 201. 30 CRUZ, Ramón de la, La Plaza Mayor de Madrid por Navidad. Madrid, 1765. 31 LIPOVETSKY, Gilles, El País SModa. 4 de enero de 2014, p. 24

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uniformización, de escapar al anonimato, y la búsqueda de la singularidad son las dos caras de un mismo proceso, en el cual la idea de la civilización cumplió un papel fundamental. En el horizonte social del siglo ilustrado aparece un arquetipo nuevo, un hombre distinto, el hombre civilizado, que se dota de una serie de atributos en su vida corriente que lo singularizan frente a los demás, diametralmente opuesto tanto al rústico y al bárbaro como al hombre común, capaz de adoptar los modales necesarios para convertirse en el ser refinado que exigían los nuevos tiempos32. Esa intención, esa meta, esa necesidad, de ser diferente se consigue mediante la distinción33, otra cualidad que también la encontramos asociada a una condición de superioridad sobre lo que no lo es, sobre la vulgaridad, sobre lo común. Ser distinguido entraña superioridad, significa estar por encima de los demás; implica una postura de rechazo a la igualdad, individual y social. La distinción puede ser natural o adquirida, en cuyo caso requiere un aprendizaje; hay muchas maneras de alcanzarla, y estar a la moda, o seguir las nuevas tendencias, puede ser una de ellas. La apariencia, junto a la simulación y la representación, tres elementos que, al debatirse entre el ser y el parecer, comportan a la moda un perfil efectista que aporta una gran teatralidad, individual y colectivamente hablando. Un fenómeno percibido por propios y extraños, como el viajero francés Bourgoing quien, a propósito de su asistencia al recién estrenado Paseo del Prado en Madrid, escribió: … “no se ven las que a mujeres uniformemente vestidas, cubiertas de grandes mantillas negras o blancas, que privan de una parte de sus rasgos, y hombres envueltos en sus vastas capas de color oscuro en su mayoría, de suerte que este Prado, con todo lo hermoso que es, parece por excelencia el teatro de la gravedad castellana”34

La moda nunca es un fenómeno ajeno a la realidad social donde se inserta, ni tampoco a la ideología dominante en una sociedad dada por lo que aparece mediatizada por una serie de connotaciones de todo tipo, sociales, morales, políticas y sexistas, algo muy presente en el Antiguo Régimen. Si en el aspecto moral debemos referirnos a cómo las nociones de honestidad, decoro y pudor estarían en la base de muchas de las consideraciones que se hacen sobre el atuendo y atavío, el comportamiento público o la manera de asistir a los oficios religiosos, los distintivos externos, en la ropa, operan como un vehículo de exclusión social, mostrando de forma pública la discriminación a que han sido sometidos por motivos étnicos, religiosos y morales, como los sambenitos de los procesados por la Inquisición o el vestuario de las prostitutas. La moda se ha construido tradicionalmente, y se sigue construyendo, en clave de género; imbuida de suspicacias misóginas refuerza los prejuicios sexistas. De forma casi generalizada, el discurso imperante se ha basado en el argumento de que son las mujeres las que han hecho de la moda un ídolo al que tributan plena adoración, las que se comportan como verdaderas esclavas ante ella, las que se han colocado a su servicio con tal dedicación que estarían dispuestas a sacrificarlo todo, desde la economía familiar hasta la salud, para seguir sus dictados. Un argumento que olvida el hecho de que los hombres, en esa concepción amplia de la moda a la que me estoy refiriendo, se 32 ALVAREZ BARRIENTOS, Joaquín, "La civilización como modelo de vida en el Madrid del siglo XVIII". Revista de dialectología y tradiciones populares. 56-1 (2001), pp. 147-162. ELÍAS, Norbert, El proceso de civilización. Investigaciones sociogénicas y psicogénicas. México, 1987. 33 BOURDIEU, Pierre, La distinción. Criterio y bases sociales del gusto. Madrid, 1991. 34 BOURGOING, Barón de, Un paseo por España durante la Revolución francesa. Su relato comprende desde 1777, momento en que vino a España en calidad de Secretario de la embajada francesa hasta 1795. Vid. GARCÍA MERCADAL, José, Viajes de extranjeros por España y Portugal. Tomo III: Siglo XVIII. Madrid, 1962, pp. 933- 1075, p. 974.

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comportan y le muestran tanta fidelidad como las mujeres. "La historia de las mujeres muestra que su vida exterior e interior, individual y colectivamente, ofrece tal monotonía, nivelación y homogeneidad, que necesitan entregarse más vivamente a la moda, donde todo es cambio y mutación para añadir a su vida algún atractivo"35; con esa palabra podemos constatar como el argumento se viene repitiendo hasta el punto de que prestigiosos teóricos de la moda como Simmel todavía formulen valoraciones como la que acabamos de leer, en las que se perciben connotaciones claramente sexistas. Que las mujeres se sometieran a la moda era algo "normal" a los ojos de los españoles del siglo XVIII, al considerarlo algo consustancial a la naturaleza femenina, un fenómeno incluso constatado por los extranjeros que visitaron España en aquella centuria, uno de los cuales dice de ellas que “tienen una afición singular por el adorno y sobre todo por las joyas; pero sin elección y sin medida; se cubrirían los dedos de sortijas y de anillos. La más pobre, como la más rica, no sale jamás sin una basquiña; es su gran falda de moaré o de tafetán que se ponen sobre todos sus otros vestidos, que son a menudo muy ricos…”36

Todos coincidían en señalar que esa afición las impulsaba a gastar compulsivamente, poniendo en peligro la economía doméstica o provocando la ruina de la familia; un hecho lamentable a nivel social que los reformistas del momento intentaban neutralizar aconsejándoles contención en el gasto y concienciándolas sobre los beneficios de que se volcaran a una dedicación útil y provechosa. Una de esas llamadas de atención nos la proporciona El Pensador al lanzar a la opinión pública la siguiente pregunta: "¿pero estas mujeres no comen, no visten, no calzan, no se engalana, y no arruinan muy pulidamente con sus vanidades a los padres y a los maridos? Pues asi como saben hacer esto, ¿por qué no saben aplicarse a alguna labor útil?"37

No obstante lo dicho, no había total unanimidad, ni todos los hombres coincidían con esta tesis; algunos individuos creyeron descubrir en ese comportamiento una consecuencia de la deficiente (o inexistente) educación femenina y así lo manifestaron en sus escritos. Es el caso del ex-jesuita Pedro de Montengón, quien en su novela Eudoxia, hija de Belisario, escrita en 1793 afirmaba que si las mujeres tuvieran la oportunidad de recibir una educación adecuada "no pondrían sus miras en el tocador, ni su único estudio en sus peinados y vestidos, ni se apasionarían tanto por extravagantes modas y adornos, más costosos de lo que pueden sufrir tal las circunstancias de su estado y condición, ni tendrían tanto celo y fomento del lujo"38 Un problema añadido surgía cuando eran los propios hombres quienes parecían rendirse ante ella, un hecho que llegó a escandalizar a muchos miembros de su mismo sexo como Feijóo quien, a propósito de los cuidados cosméticos masculinos, escribía:

35 SIMMEL, Georg, opus cit. p. 129. 36 PEYRON, Juan Francisco, Nuevo Viaje en España hecho en 1772-1773. Vid. GARCÍA MERCADAL, José, Viajes de extranjeros por España y Portugal. Tomo III: Siglo XVIII. Madrid, 1962, pp. 720-932, p. 879. 37 EL PENSADOR. Discurso XX "Vida ociosa de muchas de nuestras damas"., pp. 200-201. 38 reproducido por FRANCO RUBIO, Gloria, "Eudoxia, hija de Belisario de Pedro Montengón y la educación femenina en la España del siglo XVIII: la proyección literarias de una polémica". Arenal. Vol. 11, nº 1, enero-junio 2004, pp. 59-89.

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"Lo que es sumamente reprehensible es, que se haya introducido en los hombres el cuidado del afeite, propio hasta ahora privativamente de las mujeres. Oigo decir que ya los cortesanos tienen tocador, y pierden tanto tiempo en él como las damas. ¡Oh escándalo! ¡oh abominación! ¡oh bajeza!. Fatales son los españoles. De todos modos perdemos en el comercio con los extranjeros; pero sobre todo en el tráfico de costumbres. Tomamos de ellos las malas, y dejamos las buenas. Todas sus enfermedades morales son contagiosas respecto de nosotros"39.

La moda es, y se comporta, de una manera enormemente competitiva. Es una maestra en crear malentendidos y en originar rivalidades; a su sombra se desata la envidia, se favorece la emulación y se generan tensiones y piques entre las personas. A veces ni siquiera es importante el objeto por el que se lucha (una bata, una tela, un reloj...) sino el tener algo que se supone único o que da postín a su poseedor. Gabriel de Quijano lo ridiculiza con un ejemplo bastante curioso: "Yo me recuerdo de haber visto vender en la plaza una alcachofa fuera de tiempo por doce pesos duros, y esto solo por un pique de dos caballeros; y lo peor fue que aquel pobre infeliz que cayó en la trampa no sacó otra utilidad que el haberse mostrado obsequioso con una dama antojadiza"40. O una persona, como en el caso de los cortejos que se pusieron de moda en las sociedades galantes europeas en la segunda mitad de la centuria, y que recoge El Pensador: "El Don Cortejo es joven, rico, de buena familia, bien parecido, petimetre, y capaz, si solo se atiende a su figura, de ocasionar guerras civiles entre las damas. La que lo tiene al lado sabe que hay otras en campaña, que le envidian su conquista"41. La moda, especialmente la que se refería a la vestimenta y sus complementos, muy pronto encontró los instrumentos idóneos para publicitarse. Por un lado, comienza a ser descrita con regularidad por medio de figurines y bocetos que aparecen en revistas especializadas, casi siempre de inspiración extranjera42, cuya venta tenía asegurada una potencial clientela deseosa de vestir los nuevos diseños. En segundo lugar, a través de colecciones como la de Juan de la Cruz, denominada Colección de trajes de España tanto antiguos como modernos, publicada en 1777, donde recoge la vestimenta tradicional española correspondiente a las distintas provincias y regiones. Por último, y quizás el medio más importante, a través de anuncios insertados en las páginas de la prensa, a veces formando secciones propias. En el Diario de Madrid, por ejemplo, se informaba de la llegada de géneros extranjeros a una reputada tienda madrileña situada en la calle de la Montera entre los cuales había tejidos y pieles de diversos colores y calidades como filosedas, tafetanes, rasos, sargas, sedas; también se anunciaban cortes de vestidos, prendas confeccionadas, medias, zapatos y complementos como chales y

39 FEIJÓO Y MONTENEGRO, Benito, Teatro crítico universal. Madrid, 1779. Tomo II, Discurso VI, pp. 168-170, p. 179. 40 QUIJANO, Gabriel de, Vicios de las tertulias y concurrencias del tiempo, excesos y perjuicios de las conversaciones del día, llamadas por otro nombre, cortejos: descubiertos, demostrados y confutados en seis conversaciones entre un eclesiástico y una dama o señora distinguida. Barcelona, 1784, p. 167 41 EL PENSADOR. 1762. Pensamiento IV, pp. 22-23 42 En la prensa británica habían surgido tempranamente como revistas de modas el Ladies Mercury y The Female Spectator, que tuvo una gran acogida en el público durante los años 1744-46. En Francia se editó Le Journal des Dames, que se mantuvo publicado entre 1759-1778.

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pañuelos de seda. Asimismo, se informaba de cosas tan variadas como vinagrillos aromáticos de Sevilla o agua para la dentadura. En 1791 publicaba el anuncio de la serie Muestra de Trajes y muebles decentes y de buen gusto. La España del siglo XVIII se rinde ante la moda.- "Es quasi imposible que quien vive a la moda, no muera también a la moda"43. El dinamismo que impregnó todas las facetas de la vida de los españoles en el siglo XVIII tuvo como una de sus consecuencias más importantes la adopción de una serie de usos y costumbres "a la moda" que iban a chocar, indudablemente, con las formas tradicionales con que se habían conducido hombres y mujeres hasta entonces. Cadalso, una de las plumas más inteligentes de su época, con una gran dosis crítica, nos legó una perfecta imagen de cómo los individuos amigos de las novedades y detractores de lo anticuado, los snobs de la época, acomodaron sus actividades cotidianas a los estándares de las novedades que, según ellos, primaban entre las elites europeas, no teniendo el menor rubor en desechar todo lo que recordara a los viejos tiempos, para asumir todas y cada una de las novedades importadas del extranjero, ya fuesen objetos de uso -vestimenta, complementos, enseres domésticos- como hábitos y modales sociales. Las palabras del sagaz escritor ponen de manifiesto la otra cara de la España ilustrada, donde las formas de representación se imponen por encima de todo convirtiendo a una parte de la sociedad española en un verdadero teatro donde la ficción se mezcla con la realidad; donde una élite intelectual y política, concienciada y crítica ante la situación del país luchaba por cambiarlo introduciendo reformas en todos los terrenos, teniendo que medir sus fuerzas frente a otra parte de esa misma élite banal, irresponsable, superficial e inútil que de lo único que se preocupaba era de informarse sobre las novedades y seguir la moda. En su descripción pormenorizad podemos observar cómo era y de qué manera se desarrollaba la vida de uno de esos "poderosos", como él los llamaba: … ”despiértanle dos ayudas de cámara primorosamente peinados y vestidos; toma café de Moca exquisito en taza traída de la China por Londres; pónese una camisa de Holanda, luego una bata de mucho gusto tejida en León de Francia; lee un libro encuadernado en París; viste a la dirección de un sastre y peluquero franceses; sale con un coche que se ha pintado donde el libro se encuadernó; va a comer a vajilla labrada en París o Londres las viandas calientes y en platos de Sajonia o de China las frutas y dulces; paga a un maestro de música y otro de baile, ambos extranjeros; asiste a una ópera italiana o a una tragedia francesa…”44

La palabra moda se codifica por primera vez en un diccionario castellano de forma tardía en el tiempo. No aparece registrada como tal en el Tesoro de la Lengua Castellana o Española de Sebastián de Cobarruvias, a principios del XVII45 por lo que debe transcurrir todavía un siglo para que esté presente en el Diccionario de Autoridades donde aparece definida como "uso, modo u costumbre. Tómase regularmente por el que es nuevamente introducido, y con especialidad en los trages y modos de vestir"46. Por la misma época es cuando Feijoo le dedica el discurso al que se 43 EIJOECENTE, Luis, op. cit., p. 72 44 CADALSO, José, Cartas marruecas. Noches lúgubres. Barcelona, 2002. Edición de Joaquín Marco. Carta XLI, p. 168. 45 COBARRUVIAS, Sebastián de, Tesoro de la Lengua Castellana o Española. Madrid, 1611. 46 DICCIONARIO DE AUTORIDADES. Madrid, 1984 (Edición facsimil. Tomo II)

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hacía referencia al inicio del trabajo, y la define de la siguiente manera: "Es moda andar de esta o aquella manera, tener el cuero en esta o aquella positura, comer así o asado, hablar alto o bajo, usar de estas o aquellas voces, tomar el chocolate frío o caliente hacer esta o aquella materia de la conversación. Hasta el aplicarse a adquirir el conocimiento de esta o aquella materia se ha hecho de moda"47. En la actualidad, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua como "uso, modo o costumbre que está en boga durante algún tiempo, o en determinado país, con especialidad en los trajes, telas y adornos, principalmente los recién introducidos”48. La sociedad española siempre había vivido al compás de la moda, sufriendo sus influencias, en estrecha conexión con la que se daba en el resto de los países europeos. Si en tiempos de los Reyes Católicos la influencia musulmana era notoria tanto en la vestimenta y calzado como en la ornamentación de los interiores domésticos (artesonados) o en el mobiliario (adornado con técnica de taraceas), la apertura a Europa se traduciría en el creciente peso que fueron cobrando los estilos flamenco e italiano, cuya vigencia, con más o menos peso, se prolongó hasta la segunda mitad del siglo XVII. España nunca se mantuvo ajena a lo que sucedía en este terreno; había contribuido de forma activa a la construcción de la moda que había estado imperando en toda Europa durante los siglos anteriores, en parte como consecuencia del papel preponderante que la monarquía hispánica estuvo desempeñando en el tablero europeo como potencia hegemónica. Como una moneda de dos caras, la moda española estuvo, por un lado, imponiendo tendencias al tiempo que, por el otro, y como no podía ser menos, se mostraba permeable a las nuevas corrientes que iban y venían en los países de su entorno. Más tarde, el relevo de Francia en el juego de las hegemonías políticas difundió la moda francesa por todas partes y, como era de esperar, llegaría hasta la corte de Carlos II, verdadera antesala de lo que después ocurriría en el reinado de Felipe V. Lo que se criticaría en el siglo XVIII no era tanto la existencia de la moda en sí misma sino las nefastas consecuencias que podía acarrear a la sociedad española su tiranía y su imperio, llegando al punto de esclavizar a los consumidores, como podemos inferir de las palabras de un contemporáneo: “se ha introducido en el país una extranjera llamada Moda, cuyos padres, aunque al principio se creyó ser el Bien Parecer y la novedad, naturales de todo el mundo, se ha descubierto poco ha son la obscenidad y el descaro, oriundos del infierno”49

A juicio de algunos autores, el seguimiento de la moda podía arrastrar consigo importantes secuelas, como la adopción incondicional de todo tipo de novedades, haciendo que la fascinación por lo nuevo viniera acompañada de desprecio hacia lo antiguo, amenazando así con socavar los cimientos de la cultura genuinamente española, como podemos intuir de las siguientes palabras, puestas en boca de uno de esos "esclavos" aparecidas en las páginas de un periódico, que tiene mucho que ver con el antagonismo que surgirá entre lo castizo y lo extranjerizante, justamente en el momento en que se estaba forjando la identidad nacional: “Me voy civilizando y dejando las ridículas vejeces de mis costumbres antiguas. He encargado a mi zapatero me haga los zapatos muy ajustados y con tacón encarnado. A mi sastre le he

47 FEIJÓO Y MONTENEGRO, Benito, Teatro crítico universal. Madrid, 1779. Tomo II, Discurso VI, pp. 168-170, p. 174. 48 DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA. Madrid, 1992. Tomo II, p. 1385. 49 CLAVIJO Y FAJARDO, José, El Tribunal de las Damas. Madrid, 1755, pp. 4-5.

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prohibido formalmente me haga la casaca más larga que una chupa, y la chupa más larga que un chaleco. He recibido por peluquero a un pobrecito francés que gana su vida peinando a doblón de oro por peinado. También he recibido maestro de francés e italiano, no para aprender con designio de leer libros instructivos en estos idiomas, sino para echar unas frases italo-galicanas con estilo entre pedante y erudito...”50.

Del mismo modo, en otro periódico de la época se hace hincapié en lo ridículo que puede llegar a ser este comportamiento que, además de mostrar la distorsión de la realidad a que podían conducir uno de esos seguidores de la moda, hacían ver el ridículo y la extravagancia con que se manifestaban: … “sé de una que estuvo fuera como cosa de unos seis meses, y a la vuelta fue preciso rociar y dar algunas fumigaciones a sus hijas que creyendo que era su abuela, que venía a visitarlas desde el otro mundo, se accidentaron del susto. Tanta era ya la antigüedad del traje que traía”…51 Pero también hubo defensores de la moda o, al menos, quienes pensaban que lo ideal era permanecer en un punto medio entre un seguimiento indiscriminado y una ignorancia absoluta: "Así como es un defecto grande mudar trajes todos los meses sin más intención que dar gusto a la Señora Doña Moda, es también delito digno de aprehensión amar con ciego empeño aquellos estilos que ya por antiguos y no comunes son desagradables a la vista"52. La aceptación de la moda por parte de la sociedad española introdujo cambios significativos en la forma de pensar y actuar de sus habitantes, y no solo en el terreno económico sino también moral, hasta el punto de que clérigos, intelectuales, políticos y periodistas dieron la voz de alarma contra la proverbial tiranía de la moda que se estaba imponiendo como un fenómeno masivo en el seno de la sociedad, atacando indiscriminadamente a hombres y mujeres por estar convirtiéndose en amantes del lujo53 y esclavos de las novedades, aunque sus críticas tendrían un marcado carácter sexista. 1. La moda y el desorden social Entre las advertencias que más predicamento tuvieron en la sociedad española del siglo XVIII están las referidas a la moda como elemento de disolución del orden vigente. Sin embargo, como ya se ha dicho, instrumentalizada convenientemente desde el poder54, podía servir también para garantizar el orden vigente, actuando como barrera de contención en pos de la continuidad, del mantenimiento de la desigualdad estamental

50 EL PENSADOR. 1763. Pensamiento concretar la cita 51 El CENSOR. Discurso LVI. 52 LA PENSADORA GADITANA. Cádiz, 1786. Tomo III. Pensamiento XXVII, p. 211. 53 El lujo y su problemática, objeto de controversia social, económica y moral, en el siglo XVIII, tanto en Europa como en España, es un tema lo suficientemente complejo como para necesitar un tratamiento que, obviamente, excede el contenido de estas páginas, a pesar de estar estrechamente relacionado con el tema de la moda. 54 Las leyes suntuarias mantuvieron su vigencia a pesar de su incumplimiento real por parte de la sociedad, de ahí la machacona insistencia con que seguían siendo promulgadas, la cuestión de la seguridad pasó a primer plano y en el año de 1766 se dictaron dos decretos que marcaron un punto de inflexión en la política de Carlos III. El 22 de enero se prohibió el uso de sombrero ancho y capa a los empleados del servicio real, y en marzo se dictaba otro donde se prohibía el traje de capa larga y sombrero redondo para el embozo. El estallido del Motín de Madrid, con las consecuencias conocidas hizo que el bando quedara en papel mojado y sin aplicación.

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existente, en una época en la que el dinamismo de la sociedad había posibilitado nuevas y variadas formas de promoción social. De ahí las constantes llamadas de atención al acatamiento del orden vigente que se hacen permanentemente durante todo el siglo, desde diversas instancias, como la prensa, que jugaría un papel muy importante en la difusión de estas ideas. Podemos leerlas en el Correo de Madrid: "Una República bien ordenada ha mirado siempre como punto muy esencial la distribución de clases y empleos, condiciones para distribuirse, y trajes o vestidos con que distinguirse, y sin esta distribución, sin este concierto y sin este orden no serían los reinos y los pueblos más que confusión y obscuridad"55 (...) los seculares se reducen a nobles y plebeyos; y según esta distinción debe ser también la de sus vestidos y adornos, y ésta se ha de medir conforme a la diferencia de sus rentas y hacienda, o también según sus empleos. El uso de la seda, plata, oro y demás ornatos que denotan abundancia y riqueza, debe estar muy lejos de los plebeyos, quienes ni por lo exterior han de indicar lo que no son"56 (...) “¡No hay dolor que iguale al que siento cuando veo que un artesano o menestral olvidando su útil necesario y honrado estado con el que se beneficia a sí, y a su familia, se presenta vestido primorosamente, sin reflexionar que su mismo lucimiento le desluce, y le acredita de una conducta reprensible, por parecer lo que no es”57. En efecto; en una sociedad donde convivían personas privilegiadas con otras carentes de privilegios, el objetivo principal que podía asegurar su pervivencia estribaba en mantener y perpetuar el sistema a cualquier precio, evitando todo aquello que pudiera ser considerado como desorden social, tal y como insiste otro periódico de la época: “bien sería que como se toma medida para ajustar el vestido, se midiera la calidad de los sujetos para proporcionarles trajes: todos visten en el día de tal modo que por el vestido ninguno se conoce ni se sabe a qué clase pertenece, porque tan ostentoso es el de los hombres oscuros, como el de los ilustres. A estos es muy justo y aun preciso permitirles el fausto del vestido a proporción de la esfera que ocupen. A los de inferior fortuna conviene reducirlos a término de una decente moderación, tal que no se les falte a la exigencia de la necesidad, y que por el traje se conozca cada uno. ¿No es un desorden ver a un artesano o a un sirviente ostentarse con el mismo traje que un hombre principal, y que mujeres ordinarias los gasten como señoras?”58. Lo mismo podría decirse de las sátiras y críticas mordaces que se encuentran en la intensa producción escrita de la época, como las realizadas por el Padre Isla que vemos a continuación: "Una saya de estameña, basquiña de cordellate, enguarina de paño fino en los días recios, capa sobre la cabeza con su vuelta negra de izo o un embanico redondo de papel pintado; éstas eran sus galas. Ansina vivieron muy honradamente (las mujeres en el pasado); y no tu, que los días de fiesta pareces una condesa y tus hijas marquesicas, siendo ansi que no sois más que unas probes labradoras, sin considerar que causáis risa a las personas de meollo, porc'al fin, por más que la mona se vista de seda, mona se queda"...59 Todavía a finales de siglo encontramos viva esta polémica en las páginas de la prensa, como pone de relieve el Memorial Literario al insistir en el peligro que supone el

55 CORREO DE MADRID. 1790. VIII, nº 362, p. 77. 56 Ibidem, p. 79. 57 CORREO DE MADRID. 1788 58 DIARIO DE MADRID. 15 de mayo de 1797. 59 Padre Isla: Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campaza, alias Zotes. Madrid. Editora Nacional, 1978, t. II, pp. 582 y 619

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que la mayoría de la gente tuviera acceso a todo tipo de artículos suntuarios porque podía inducir a la confusión social estamental: "porque así en la corte como en las ciudades y pueblos de magnitud, la profusión introducida por el lujo ocasiona que se equivoque la gente común con la distinguida, el artista con el caballero, éste con el título y éste con el grande"60.

2. La irrupción de la moda francesa: entre el rechazo y la fascinación. La mejora de las condiciones materiales gracias al ciclo económico alcista que se daría en buena parte de la centuria, dinamizó la sociedad de tal manera que la moda se convirtió en un activo social provocando cambios de todo tipo. El seguimiento de la moda llega a alcanzar cotas muy elevadas poniendo en jaque no solo a las economías familiares sino, al decir de algunos, la propia identidad nacional, que parecía quedar oscurecida, u oculta, por las cosas extranjeras. La adopción de lo extranjero se tradujo en un desprecio de lo antiguo, tanto si era bueno como si no, y la frivolidad en el gasto, consumiendo sin parar, hizo a los moralistas entrar en acción con sus discursos. El caso es que las ciudades, como los primeros focos donde triunfaría la moda, se convirtieron en escaparates del extranjero y todo aquel que no siguiera la moda era tachado de antiguo con una carga de descalificación y desprecio considerable. Fue, a todas luces, el advenimiento de Felipe V al trono de España lo que supuso una verdadera invasión que parecía arrinconar o hacer desaparecer todo lo español, hasta el punto de provocar un creciente malestar que terminó por poner en cuestión todo lo que venía de Francia, fuera o no pertinente hacerlo. En este sentido podemos decir que los españoles frente a lo francés se mantuvieron durante toda la centuria basculando entre dos emociones igualmente intensas, la fascinación y el rechazo, originando un verdadero debate al respecto en el que participaron las más cualificadas figuras, políticas e intelectuales, del momento. En este sentido el rechazo a lo francés y una crítica acerba a todo lo que significaba, constituye un verdadero hilo conductor en esta centuria, como veremos a continuación, comenzando por las palabras del padre Feijóo cuando escribe que "Francia es el país de las modas. De Francia lo es París, y de París un francés o una francesa, aquel o aquella a quien primero ocurrió la nueva invención (...) "Ahí es nada el mal que nos hacen los franceses con sus modas: cegar nuestro buen juicio con su extravagancia, sacarnos con sus invenciones infinito dinero, triunfar como dueños sobre nuestra deferencia, haciéndonos vasallos de su capricho, y en fin, reírse de nosotros como de unos monos ridículos, que

queriendo imitarlos, no acertamos con ello" (…) “Nunca se menudearon tanto las modas como ahora ni con mucho. Francia es el móvil de las modas. Las cotillas vinieron de Francia. Como con los polvos se hizo aparecer a las mujeres canas, los brazos puestos en mísera prisión hasta hacer las manos incomunicables con la cabeza, los hombros desquiciados de su propio sitio, los talles estrujados en una rigurosa tortura” 61. O del Padre Isla, que en las letrillas que se insertan a continuación, correspondientes a su obra Fray Gerundio de Campazas,criticaba el hecho de incorporar a la vida española todo lo proveniente de Francia, sin cortapisas de ninguna clase, satirizando sobre un gesto trivial como el estornudo o sobre el desprecio realizado hacia

60 MEMORIAL LITERARIO. Junio de 1789. 61 FEIJÓO Y MONTENEGRO, Benito, Teatro crítico universal. Madrid, 1779. Tomo II, Discurso VI, pp. 171-172.

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determinadas palabras, cuyo desuso estaba garantizado a partir del momento en que la moda las encontraba inadecuadas por obsoletas: … “yo conocí en Madrid una condesa que aprendió a estornudar a la francesa; y porque otra llamó a un criado chulo, dijo que aquel epíteto era nulo por no usarse en París aquel vocablo; que otra vez le llamase pobre diablo”…62

El mismo autor arremete contra la nueva tendencia que parecían querer seguir muchas mujeres al adoptar el apellido del marido en sustitución del propio; una costumbre inusual en España donde las mujeres siempre conservaban sus apellidos, independientemente del estado civil en que se encontraran: "Amaneció contenta con su doña y acostóse Madama de Borgoña pues aunque su apellido es de Velasco comenzó a causarle asco cuando supo que en Francia las casadas están acostumbradas a dejar para siempre su apellido, por casarse aun si con el marido; y suelen ser más fieles con el nombre las que menos lo son con el buen hombre"63

Torres Villarroel también es muy crítico con esa aceptación, sin más de la moda francesa que había llevado a los españoles a renegar de sus antiguos trajes, y aunque parece referirse a la vestimenta y atavío externo, ve más allá y lamenta la pérdida de usos y costumbres que habían caracterizado a la monarquía española tradicionalmente: "Ya se acabó esa felicísima escuela, especialmente desde el principio de este siglo, que empezaron los españoles a gastar cabelleras, pliegues y tacones, y con la elección del traje bebieron la lengua y las costumbres a los malos franceses; y habiendo venido a Castilla lo mejor de Francia, escogieron para su imitación las relajaciones, y arrinconaron la discreta política de aquel reino"64. En 1808 Capmany, con la perspectiva que le proporcionaba la observación del fenómeno de afrancesamiento de la sociedad española acaecido durante todo el siglo precedente, iba más lejos al afirmar con total rotundidad que la moda francesa había tenido resultados negativos y contraproducentes para las costumbres españolas: “pero hoy, con la inundación de libros, estilos y modas francesas se ha afeminado aquella severidad española, llevando por otra senda sus costumbres, con un género de aversión al orden de vida de sus padres; hoy que ni se leen nuestras historias, ni nuestras comedias, ni nuestros

62 Citado por DÍAZ PLAJA, Fernando, Historia de España en sus documentos. Siglo XVIII. Madrid, 1986, p. 176. 63 Ibidem. 64 MOLINA, Álvaro y VEGA, Jesusa, Vestir la identidad, construir la apariencia. La cuestión del traje en la España del siglo XVIII. Madrid, 2004, p. 217.

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romances y jácaras, tratándolo todo de barbarie e ignorancia hoy que es moda, gala y buena crianza celebrar todo lo que viene del otro lado de los pirineos”65 Por lo que juzgaba que la Guerra de la Independencia tendría un efecto salvífico y redentor en la sociedad al desentenderse de los elementos franceses para volver a lo auténticamente hispano: ... "con esta guerra volveremos a ser españoles rancios, a pesar de la insensata currutaquería, esto es, volveremos a ser valientes, formales y graves"66. La misma sensación nos la proporcionan las palabras del obispo de Cuenca, en pleno conflicto hispano-francés, al afirmar con una gran dosis de amargura que hasta ese momento en España “las mesas, las comidas y las horas, la servidumbre del café, los licores, todo era francés, todo publicaba su origen de Francia; y lo que más muestra nuestra galomanía es, que nada se vendía, si no se titulaba con alguna denominación de aquel país. Nada nos quedaba que imitar de aquella deshonrible nación”67. Un fenómeno que no pasaría inadvertido a los ojos de los extranjeros. Jardine, por ejemplo, un viajero inglés que visitó España y que tuvo ocasión de conocer a importantes personajes con los que, a su regreso, mantendría contacto a través de una activa correspondencia, tuvo ocasión de constatar el afrancesamiento de los grupos superiores españoles, juzgando que lo habían hecho dejándose llevar de la moda, sin tener otro tipo de consideraciones ni críticas, y ese esa emulación, tal cual, la que valora de una forma negativa: "las costumbres de las sociedades más refinadas y las clases más altas de este país resultan ya una copia demasiado fiel de las francesas, las cuales, como se sabe, no son ni delicadas ni sentimentales por naturaleza, sino que lo son artificialmente y por imperativos de la moda"68. 3. La moda en el lenguaje: la invasión de barbarismos Teniendo en cuenta que la moda extiende sus tentáculos en todas las facetas de la vida, no debemos prescindir de cómo fue introduciéndose también en el lenguaje a través de numerosos barbarismos, fundamentalmente galicismos. El nuevo léxico que se incorpora en la vida cotidiana de los españoles alcanza a todas las facetas de la vida, aunque tiene una especial significación en los vocablos que hacen referencia a la vestimenta. Términos como el deshabillé, una prenda femenina, de materiales ligeros, a modo de bata, o entre las prendas masculinas, sobre todo a finales de la centuria cuando se estaba produciendo la sustitución de la moda francesa por la inglesa, mucho más sencilla y funcional, encontramos términos como el frac, que venía a sustituir a la casaca, el chaleco a la chupa, el pantalón a los calzones, el redingot y la levita como piezas de sobretodo69. El mismo lenguaje nuevo se adoptaría en actividades personales,

65 CAPMANY, Antonio, Centinela contra franceses. Madrid, 1808. 66 Ibidem.. 67 VÉLEZ, Rafael de, Preservativo contra la irreligión o los planes de la filosofía. Madrid, 1812, p. 52. 68 JARDINE, Alexander, Cartas de España. Citado por MOLINA, Álvaro y VEGA, Jesusa, opus cit., p. 71. 69 ALMEDA MOLINA, Elena, "Vestir a la moda. Cambios léxicos en la indumentaria hacia 1812: petimetres y majos", en DURÁN LÓPEZ, Fernando, Hacia 1812 desde el siglo ilustrado. Madrid, 2013, pp. 309- 319.

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incluso íntimas, como el ceremonial del aseo, que ahora pasa a llamarse toileta, realizado en habitaciones de carácter íntimo como el boudoir femenino; el tour, para referirse a los viajes y un sinfín de otros barbarismos que muchos escritores, como Cadalso, se ocuparon de denunciar, como podemos ver a continuación: "esta mudanza de modas es muy incómoda, hasta para el uso de la palabra, uno de los mayores beneficios en que naturaleza nos dotó. Siendo tan frecuentes estas mutaciones, y tan arbitrarias, ningún español, por bien que hable su idioma este mes, puede decir: el mes que viene entenderé la lengua que me hablen mis vecinos, mis amigos, mis parientes y mis criados"70

El mismo autor, para hacer más patente su queja, en una de sus Cartas pondrá en boca de una petimetra toda una retahíla de términos extranjeros, ya hispanizados, para hacer una descripción pormenorizada, con mucha ironía, de un día cualquiera en la vida de estos personajes: "Hoy no ha sido día en mi apartamento hasta medio día y medio. Tomé dos tazas de té. Púseme un deshabillé y bonete de noche. Hice un tour en mi jardín, y leí cerca de ocho versos del segundo acto de Zaira. Vino Mr. Lavanda; empecé mi toileta. No estuvo el abate. Mandé pagar mi modista. Pasé a la sala de compañía. Me sequé toda sola. Entró un poco de mundo; jugué una partida de mediator. El maitre d'hotel avisó. Mi nuevo jefe de cocina es divino; el viene de arribar de París. La crapaudina, mi plato favorito está delicioso. Tomé café y licor. Otra partida de quince; perdí mi todo. Fui al espectáculo; la pieza que han dado es execrable; la pequeña pieza que han anunciado para lunes y viernes es muy galante, pero los actores son pitoyables; los vestidos horribles; las decoraciones tristes. La Mayorita cantó una cavatina pasablemente bien (...) Salí al tercer acto, y me volví de allí a casa. Tomé de la limonada. Entré en mi gabinete para escribirte ésta (carta). Mi hermano ... siente todavía furiosamente el siglo pasado; yo no le pondré jamás en estado de brillar; ahora quiere irse a su provincia. (...) adiós, mi querida amiga, hasta otra posta, porque me traen un dominó nuevo a ensayar"71. De la misma manera, también El Pensador expresa las mismas reticencias y formula idénticas críticas a la introducción indiscriminada de vocablos extranjeros en el lenguaje habitual respecto a objetos de reciente importación: "Una señora que habla con propiedad del bonete, del cabriolé y de collares, respetuosas y herraduras, cree haber llegado a la cumbre de la sabiduría y que puede brillar y dar el tono en las conversaciones. Los hombres, según los mismos pasos, para agradar a Vms. aprenden el mismo diccionario, se sirven de las mismas frases, hacen su conversación de asuntos frívolos y despreciables, y por este medio ellos y Vms. se hacen ridículos"72 4. La moda y las prácticas religiosas Nada escapaba a la moda, ni siquiera la religión. Que su influencia alcanzaba a todos los aspectos de la vida es algo que venimos reiterando a lo largo de estas páginas, de ahí que podamos observarla hasta en aspectos que en principio pudieran parecer alejados de ella, como sucede con las formas de vivir la religión o de entender la religiosidad. Llama la atención que una obra aparecida en 1729 escrita por Fulgencio Afán de Ribera, aparezca titulada como Virtud al uso y mística a la moda, poniendo de relieve el hecho que acabamos de comentar. El mismo Feijóo se hace eco de ello y lo critica duramente con las siguientes palabras:

70 CADALSO, José, Cartas marruecas, p. 153. 71 CADALSO, José, Cartas marruecas. pp. 151-152. 72 EL PENSADOR. Pensamiento VI, pp. 309 y 55

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"La devoción es una de las cosas en que más entra la moda. Hay oraciones de la moda, libros espirituales de la moda, ejercicios de la moda, y aún hay para la invocación santos de la moda (...) Los libros espirituales han de ser nuevas, y ya las incomparables obras de aquellos grandes maestros de espíritu de los tiempos pasados son despreciadas como trastos viejos. En los ejercicios espirituales cada día hay más novedades, no solo atemperadas a la necesidad de los penitentes, más también tal vez al genio de los directores. Los santos de devoción tampoco han de ser de los antiguos (...) En nada parece que es tan irracional la moda, o la mudanza de la moda, como en materias de virtud"73

El libro del agrado, citado anteriormente, también criticaba la pérdida del sentido religioso en las prácticas que se venían realizando, pero ya sin devoción sincera: "Ya hace tiempo que es moda hacer burla de un hombre que no come carne en viernes, que se arrodilla delante de Dios y que va a misa a otra cosa que a recibir la bendición, que toma agua bendita y que no tiene la vista ocupada en mirar a una y otra parte hasta registrar bien si hay alguna dama a quien hacer cortesía o con quien entablar conversación..."74

En realidad las festividades religiosas se habían convertido en un pretexto para estrenar ropa, acicalarse y vestir a la moda o para buscar ocasiones que propician relaciones galantes. En un periódico de la época, crítico con estas costumbres nuevas, se pretende resaltar este tipo de actitudes mediante la descripción de un supuesto personaje que describe cómo se había compuesto para ir a visitar a una dama el día de San Ignacio explicando que "salí de mi casa a las siete de la noche, peynado a lo cabriolet y vestido con un volante nuevo de tela a la moda, adornado con todas las campanillas que inventó París"75. Una idea que constatan los viajeros que visitaron España, como podemos ver a continuación, y que responde a las novedades adoptadas en las costumbres por influencia de la moda: "la Semana Santa es el carnaval femenino propiamente dicho. Bajo la máscara de la religión, la coquetería tiene campo libre (...) son días para reafirmar relaciones ya existentes o para entablar otras nuevas. Una mujer aburrida de su amante no puede encontrar mejor pretexto que el de decir que su conciencia se ha visto removida por la confesión (...) Otras interrumpen sus relaciones durante estos días, hasta confesarse y recibir la absolución; inmediatamente después las pueden reanudar"76. No olvidemos que la Tarasca, esa figura femenina que estaba presente en las procesiones del Corpus, en realidad se utilizaba como un verdadero figurín, ya que aparecía ataviada con la ropa y complementos que se acababan de poner de moda. Una costumbre que los personajes más críticos con estas manifestaciones "heterodoxas" de religiosidad se empeñaron en erradicar, y parece que fue una de las razones que llevaron a Carlos III a prohibirla en el año 1772. Que suponía una costumbre arraigada en la sociedad española lo constata la existencia de canciones populares como las que se presentan a continuación: "Cómo tomaste, Aldonza

73 FEIJÓO Y MONTENEGRO, Benito, Teatro crítico universal. Madrid, 1779. Tomo II, Discurso VI, pp. 177-178. 74 EIJOECENTE, Luis, Libro del agrado. Madrid, 1785 p. 61. 75 DUENDE ESPECULATIVO SOBRE LA VIDA CIVIL. 1761, nº XIV. 76 Citado por MARTÍN GAITE, Carmen, Usos amorosos del dieciocho español. Barcelona, 1987, p. 200.

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de la tarasca modelo, por eso llevas el pelo con trenzas de jirigonza"77 ..... "Si vas a los madriles día del Señor tráeme de la Tarasca la moda mejor"78

Por razones de moralidad, la iglesia también estaba habituada a dictar normas sobre la vestimenta considerada adecuada para permanecer en la iglesia asistiendo a los oficios religiosos. No es casual que la interpretación realizada por los eclesiásticos sobre el fenómeno de la moda condicionara su postura ante ella, tachándola de forma negativa, por lo que se sintieron impelidos a dictar numerosas medidas referentes al vestido; en este sentido es muy significativo el edicto promulgado por el Obispo de Orihuela en el año 1777 donde enumeraba las prendas con las que se podía concurrir a la iglesia, so pena de ser expulsados de ella; entre las vestimentas vetadas se incluía la mantilla blanca, el guardapies, basquiña y tocado elevado en la cabeza, mientras que a los hombres no se les permitía el uso de gorros, sombreros ni capa. Al respecto, son muy ilustrativas las palabras del padre Calatayud: … “el torpe adorno del rostro y de su cabeza, el calzado provocativo, el escote inmodesto y la venal exposición de sus pechos, con que se preparan (…) porque una dama brillante con coloridos y afeites en su semblante es un ídolo de Venus (…) la cual, a manera de una pava real, engreido el cuello y llena de pompa y vanidad en el ruedo de sus plumas vistosas, convida y despierta el apetito del hombre a lujuria…”79

Pero no se puede olvidar que era la propia monarquía quien exhortaba al celo eclesiástico y habilitaba a sus miembros a velar por la moralidad pública en la vestimenta. Asi lo vemos en una ley promulgada por Felipe V en 1723: … “y por cuanto son muy de mi Real desagrado las modas escandalosas en los trajes de las mujeres, y contra la modestia y decencia que en ellos se deben observar, ruego y encargo a todos los Obispos y Prelados de España, que con celo y discreción procuren corregir estos excesos, y recurran en caso necesario al mi Consejo, donde mando se les dé todo el auxilio conveniente”80 Carlos IV se mantuvo en la misma línea que sus predecesores promulgando en consonancia a la moral exigida por la iglesia católica. En 1799, a propósito de algunos disturbios acaecidos durante la semana santa a causa de que algunas mujeres se hubieran vestido de manera incorrecta -irreverente, según los clérigos- para asistir a las procesiones, dictó una real orden prohibiendo el uso de basquiñas que no fuesen negras, siendo éste el único color permitido al estar en consonancia con la gravedad y seriedad características de la liturgia que rememoraba la Pasión de Cristo81.

77 Citado por CORRAL, José del, Transformaciones de las costumbres madrileñas en tiempos de Carlos III. Madrid, 1988. p. 16. 78 Ibidem. 79 Padre Calatayud (1798) ojo 80 Pragmática de 15 noviembre 1723. Novisima Recopilación de las Leyes de España. Libro VI, Título XIII, Ley XI. 81 Real Orden de 14 de marzo de 1799. Novisima Recopilación de las Leyes de España. Libro VI. Título XIII. Ley XVIII.

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5. Vestir y engalanarse a la moda82 El vestido y el hecho de vestir el cuerpo va mucho más allá de la acción de cubrirlo, bien para mitigar los rigores del clima, bien por pudor, ya que originariamente el uso de una vestimenta, de un determinado atavío por parte de la humanidad ha venido cumpliendo originariamente una función ornamental y mágica en todas las civilizaciones. Esa dimensión simbólica de la vestimenta es lo que convierte al vestido en un hecho social y cultural, característico del contexto histórico que lo produce. Ya hemos incidido anteriormente en cómo, desde el punto de vista social el vestido marca las diferencias de todo tipo existentes entre los individuos, un rasgo que se fue sofisticando a medida que se avanzaba en el tiempo. Por un lado, refleja el orden estamental y el grupo social a que se pertenece, como sucede con los eclesiásticos que visten un hábito determinado en el caso de las órdenes religiosas o el traje talar en el caso del clero secular, o los ricos ropajes que vestían los nobles frente a las telas bastas que solían usar los campesinos. Así mismo, refleja la función social a desempeñar, así como el lugar, el momento del día y la actividad a realizar, como puede observarse en los uniformes, en el caso de los criados, pero también de los magistrados, estudiantes, funcionarios y militares. Igualmente responde a criterios de edad, una vez superada la etapa en que los niños vestían igual que los padres y poco a poco se generalice una tendencia a distinguir entre los grupos de edades; y de género, ya que muy pronto la mentalidad religiosa y los prejuicios morales determinaron cómo habrían de ser cubiertos los cuerpos, especialmente el femenino, en un intento de neutralizar su potente carga sexual. Ese mismo carácter simbólico con una fuerte carga social, se observa en el papel que cumplen tanto los tejidos, las hechuras y los colores como el valor de los accesorios y complementos, cada vez más sujetos a convenciones, transformando su primitiva utilidad en una función ornamental como ocurre en esta época con las hebillas, cinturones y otros complementos. Tradicionalmente los colores habían sido asignados a determinados grupos -el púrpura a la alta jerarquía eclesiástica, el amarillo a los judíos- pero, a nivel general, se puede afirmar que los grupos superiores solían vestir tejidos de un mayor colorido donde poder apreciar los ricos materiales y texturas con que se habían confeccionado, mientras que los grupos populares solían usar telas bastas y baratas, de colores oscuros, pardos y negros. Para la mayoría de la población, especialmente para los grupos populares la vestimenta seguía sometida a razones de necesidad, siendo un objeto preciso para protegerse de las inclemencias del frío y del calor y poco más; generalmente no se contaba más que con la ropa de diario, raída, zurcida y recosida hasta su desgaste total, que a menudo pasaba de una generación a otra, al margen de los criterios impuestos por la moda, inaccesible por razones económicas. Algunas veces se podía disponer de una muda, o segunda ropa, casi siempre de mejor calidad, especialmente confeccionada para celebrar

82 CARO BAROJA, julio, "Sobre trajes, costumbres y costumbrismo", en Carlos III y la Ilustración. Madrid, 1988, I, pp. 215-224. DESCALZO, Amalia, "Modos y modas en la España de la Ilustración", en La España del siglo XVIII y la filosofía de la felicidad y el orden. Madrid, 2002, pp. 167-191. FRANCO RUBIO, Gloria, La vida cotidiana en tiempos de Carlos III. Madrid, 2001. GÓMEZ-CENTURIÓN, Carlos y DESCALZO, Amalia, "El Real Guardarropa y la introducción de la moda francesa en la corte de Felipe V, en GÓMEZ-CENTURIÓN, Carlos y SANCHEZ BELÉN, Juan A. (eds.), La herencia de Borgoña. La hacienda de las Reales Casas durante el reinado de Felipe V. Madrid, 1998, pp. 159-187. LAVER, James, Breve historia del traje y de la moda. Madrid, 1988. MARTIN GAITE, Carmen, opus cit. MOLINA, Álvaro, Mujeres y hombres en la España ilustrada. Identidad, género y visualidad. Madrid, 2013. MOLINA, Álvaro y VEGA, Jesusa, opus cit. PLAZA ORELLANA, Rocío, Historia de la moda en España. El vestido femenino entre 1750 y 1850. Córdoba, 2009. VV.AA., Vida cotidiana en tiempos de Goya. Barcelona, 1996.

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festividades religiosas o laicas, o para asistir a las ocasiones y ceremonias importantes para la familia como bodas, bautizos y óbitos. En muchos hogares campesinos su elaboración responde al autoconsumo familiar, tratándose casi siempre de telas baratas y bastas. Mientras en las zonas rurales la población siguió apegada a su indumentaria tradicional, por razones económicas y culturales, los grupos populares de los ambientes urbanos se mostraron mucho más permeables al fenómeno de la moda, pretendiendo mimetizar en su forma de vestir el estilo de los grupos privilegiados y, aunque nunca llegaron a su altura ni en los tejidos ni en las hechuras, mostraron una mayor adaptabilidad a las innovaciones. Entre los grupos privilegiados, por el contrario, el seguimiento de la moda se convirtió prácticamente en una obligación, caracterizada por el uso de la indumentaria adecuada para cada lugar, momento y ocasión, con una constante renovación que acabará reflejándose en la profusión de géneros, la variedad de modelos, la riqueza de los tejidos y los múltiples complementos83. El viajero francés Jean François Peyron fue testigo de esa realidad contrastando la miseria de las clases populares de las zonas rurales españolas, observable en sus pobres vestimentas -según advierte "las mujeres (iban) sin medias y descalzas"- frente a la ostentación exagerada con que se vestían los grupos pudientes, como ha quedado de manifiesto en anteriores páginas. Como ya se ha señalado, el seguimiento de la moda era algo que escapaba a la mayoría de la población, que apenas podía reunir lo suficiente para comer o habitar una vivienda mínimamente adecuada, por lo que siguió siendo un fenómeno minoritario. Sólo en Madrid y en algunas otras ciudades de provincias podemos observar cambios respecto a la ropa y a la manera de vestir, siendo prácticamente imperceptibles para la mayoría de los españoles que solo los descubrían cuando desde sus lugares de origen a la Corte, quedando deslumbrados ante la riqueza y el lujo con que se adornaban hombres y mujeres. Obviamente, las diferencias regionales tienen también un capítulo aparte en el vestuario. Gracias a las noventa y seis láminas realizadas por Juan de la Cruz que fueron recogidas en la Colección de trajes de las provincias de España, publicada en 1777, hoy podemos conocer con todo lujo de detalles cómo era el vestido, calzado, tocado y complementos de la vestimenta española del siglo XVIII, en una extensa muestra de la variedad existente. El vestido, como tantos otros aspectos culturales, sufrió la influencia francesa desde el advenimiento de los Borbones al trono español. A pesar de que durante los primeros años Felipe V había vestido a la española, acabaría por imponerse el gusto francés, lo que comportó grandes innovaciones en el vestuario nacional, con el triunfo del trío formado por la casaca, la chupa y el calzón, que se convirtieron en la indumentaria cotidiana de los hombres; la chupa se vestía sobre la camisa, y era una prenda ajustada, con mangas, con una faldilla tan larga como la casaca a la que se añadieron bolsillos; hacia mediados de siglo pierde las mangas y evoluciona hacia el chaleco, haciéndose entonces más hincapié en el adorno de las camisas, con encajes de puntillas en cuellos y puños, la botonadura de oro y plata, las corbatas, corbatines y pañuelos de seda; la casaca se ponía encima de la anterior, su origen parece ser militar pero fue adaptada rápidamente a la vida civil, tenía mangas y faldillas que llegaban hasta las rodillas; iba abotonada de arriba abajo aunque lo normal era dejar sin abrochar la parte superior para dejar ver la chupa, el cuello, la corbata o el pañuelo, siempre llevaba bolsillos. Los calzones, más o menos ajustados, cubrían la parte inferior del cuerpo hasta las rodillas, solían ir prendidos con cinturones que remataban en historiadas hebillas, y medias de algodón o seda mantenidas a la pierna con ligas o cintas; en la cabeza pelucas, peluquines y sombreros de tres picos; zapatos de cuero y piel, con tacones adornados con hebillas de oro, plata y hasta piedras preciosas, y botas de montar; la capa, hasta ahora imprescindible, acorta su largura, cediendo el paso a

83 FRANCO RUBIO, Gloria, opus cit., pp. 144-145.

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redingotes y cabriolé; las corbatas, corbatines y pañuelos multiplican su número y variedad. Estas prendas abandonan los colores oscuros, siendo confeccionadas en colores vivos y fuertes, con gran profusión de dorados. Entre los accesorios hay que destacar las cajas y cajitas para guardar tabaco, los anteojos o monóculos, el reloj de faltriquera y el bastón, con empuñadura de oro o plata84. Entre las mujeres triunfaron los vestidos de una pieza con grandes escotes, ajustados con la cotilla -una especie de corsé- en la parte superior del cuerpo; al tiempo que se mantienen los compuestos de dos piezas, formados por corpiños y camisas, y basquiñas de ricas telas; lazos, collares y gorgueras para adornar el cuello con una gran variedad de complementos como guantes, de seda, hilo, cabritilla y pellejo, guarnecidos de encajes, tafetán o galones, y también los manguitos de piel y tela; pañuelos, bolsos, abanicos en papel, tela, hueso, marfil, nácar, concha o plumas y hasta rosarios. Los zapatos, de tacón, en cuero y piel, o forrados en vistosas telas a juego con el vestuario. Además de cintas, gorros y sombreros para la cabeza el peinado ahora se convierte ahora en una cuestión primordial mediante el uso de enormes pelucas recogidas en coletas o sueltas, pero siempre realzando el volumen del cabello. La variedad se impone también en los espacios domésticos, que iba desde la bata y media bata, o el deshabillé, si utilizamos su término en francés. Se mantuvo el uso de las mantillas, prenda imprescindible para salir a la calle, aunque el negro iría perdiendo su monopolio en favor de otros colores. Indistintamente de los sexos, el uso de joyas estaba muy asentado entre hombres y mujeres. Entre las joyas masculinas sobresalen las botonaduras de oro, plata y diamantes en las casacas, chupas y chalecos, las hebillas de plata en cinturones y zapatos, los anillos con piedras preciosas, los relojes de bolsillo, en oro, plata y porcelana pintada o esmaltada, la empuñadura de los bastones, o las cadenas de los relojes. Las joyas femeninas más usuales eran aderezos -para el vestido, para el pelo-, manillas (pulseras), anillos y sortijas, collares, pendientes, broches, piochas, cruces, alfileres de oro y plata, con engarces de diamantes, brillantes, esmeraldas, topacios y otras piedras preciosas; de su afición por ellas hay sobrados testimonios, como el que se reproduce a continuación, donde se pone de relieve la intensidad del lujo que se luce indistintamente en las joyas y en el vestido y sus complementos: "Fui, pues, a la función, que hallé lucidísima y de un concurso poco común, pues hallé dieciocho señoras enjaezadas todas de un modo galán, vistoso. Las joyas brillaban por todas partes. Los tisúes, las telas ricas, als casacas, briales, basquiñas, guardapieses, el rizo de sus cabezas; en una palabra, el menor de sus ornatos, en general y en particular, había merecido aquel día un cuidado y estudio, que todavía no había visto en las funciones más autorizadas"85 Dada la escasa higiene existente y el mal olor que solían despedir los cuerpos, era imprescindible acudir a todo tipo de perfumes, normalmente elaborados con esencias de plantas como violetas, rosas, jazmín, narciso, bergamota, lirio y muguete. Los olores preferidos responden a aromas intensos, aunque el que estaba verdaderamente de moda consistía en una mezcla de almizcle y ámbar. La cosmética alcanzó un notable desarrollo, a base de múltiples ungüentos y afeites, con los que disimular la edad y todo tipo de defectos o cicatrices; lo normal era empolvar los rostros femeninos para dar sensación de blancura y palidez, que después se contrastaba con coloretes intensos. Tanto hombres como mujeres usaban polvos para blanquear los dientes86. 84 Ibidem, p. 146-147. 85 DUENDE ESPECULATIVO SOBRE LA VIDA CIVIL. 1761, nº XIV, p. 472. 86 ORTEGO AGUSTÍN, Angeles, "Discursos y prácticas sobre el cuerpo y la higiene en la Edad Moderna". Cuadernos de Historia Moderna. Anejo VIII, "Cosas de la vida. Vivencias y experiencias cotidianas en la Edad Moderna". 2009, pp. 67-92.

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Los numerosos avances de la industria textil en la época permitieron la diversificación de los tejidos en una enorme variedad de telas de diferentes calidades, desde los más ordinarios hasta los más suntuosos y ricos, como paños, bayetas, estameñas, franelas, batistas, percales, muselinas, calicós, fustanes, tafetán, rasos, damascos, terciopelos y tisús de oro y plata. La seda española, de gran calidad, fue desplazada por sedas extranjeras, y por fibras textiles más asequibles al conjunto de la población como el algodón. La lana y el lino fueron objeto de una permanente demanda durante todo el siglo. La muselina de algodón se acaba imponiendo en la ropa interior de las mujeres (camisas, enaguas) y hombres (camisas, calzones) pero también en otras prendas externas como cofias, mantillas, delantales, ceñidores, chales y bufandas femeninas, y pañuelos masculinos. En todas esas telas podían aplicarse variadas técnicas y así las vemos lisas, estampadas con motivos geométricos y vegetales, a cuadros, de rayas verticales u horizontales, o tornasoladas realzando la vistosidad de la tela y su belleza. Y a ello se añade las diferentes labores de aguja, cada vez más primorosas, realzadas por bordados, encajes y pasamanería. Lo verdaderamente novedoso era la multiplicación de los complementos con que de repente parecía vestir todo el mundo. Su profusión y su variedad marcaban el punto de medición de (poder) estar a la moda, de seguirla yestaba Una de las prendas indispensables en el atavío masculino era la corbata. El 21 de diciembre de 1792 leemos en el Diario de Barcelona que "Las corbatas se usaron tan largas en tiempos de nuestros padres y abuelos que dieron motivo a aquella corbata con que Arlequín quiso ridiculizarlas. Mudáronse los tiempos, cercenáronse las corbatas, vinieron luego corbatas de varios tamaños y hechuras; llegaron éstas a cansar y hoy usan los petimetres de ley unas corbatas no muy grandes con ondas, guarnecidas de festoncillos de diversos colores"87.

Los zapatos “Yo dudo si se ha fundado alguna obra pía donde les den de balde zapatos de seda a todas, basquiñas ricas, mantillas de esparto con encajes y blondas” 88 Las pelucas: … un peinado compuesto de multitud de bucles que imitaban a las tiendas de campaña y con los cuales se figuraba un campamento con un foso, calles, plazas, cuartel general, guardias avanzados y centinelas perdidos y en vez de penacho formó en la fachada una Venus hecha del mismo pelo, sentada en una concha marina, tirada por dos cisnes y acompañada de las Gracias…”89 Accesorios como el abanico y los lunares El lenguaje de los lunares según el Marqués de Valdeflores:

87 Reproducido en DÍAZ-PLAJA, Fernando, La vida cotidiana en la España de la Ilustración. Madrid, 1997, p. 78. 88 CRUZ, Ramón de la Cruz, El espejo de la moda. 89 EL PENSADOR. 1767. completar la cita

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…”los lunares puestos en la sien izquierda pueden denotar que la plaza está ocupada; puestos en la sien derecha, que está dispuesta a romper y tomar otro cortejo; y su falta en ambas sienes puede dar señal de que la plaza está vacante; los lunares pequeños, distribuidos diestramente por el rostro, pueden denotar el actual y momentáneo estado de los caprichos; por ejemplo, puestos junto al ojo derecho, querrán decir que está dada la orden para que el cortejo no mire con atención a tal o cual persona; puestos junto al ojo izquierdo, querrán decir que el cortejo puede mirar a donde quiera; puestos junto a la boca, al lado derecho querrán decir que no hable con fulano o zutano; puestos junto al izquierdo denotarán que aquel día el cortejo no ha estado muy mono … y, en fin, puestos debajo de la nariz, podrán denotar que el cortejo ha olido aún mal paso de la adjunta persona…”90

A finales de siglo, las fluctuaciones de los mercados influyó en las innovaciones de la moda poniendo en cuestión el predominio francés frente a las corrientes inglesas que se iban abriendo paso en el continente europeo, donde se primaba la comodidad y la austeridad junto a la hechura. Esto significó la adaptación al vestuario masculino del pantalón hasta los pies, sustituyendo al calzón, se acortaron casacas y chupas surgiendo el chaleco de ésta última prenda. En el vestuario femenino aparece el vestido camisa, de una pieza, con mangas cortas y pegadas, de una gran simpleza, acompañado del chal como prenda de abrigo. El algodón sería la tela predominante en esta época. 6. Los arquetipos de la moda: el petimetre y el majo.- El éxito de la moda, la evolución de la indumentaria y la aceptación unánime de su reglas por el conjunto de la sociedad explican el nacimiento de arquetipos sociales y su consolidación como modelo ideológico y cultural. Entre los hombres del siglo XVIII, para quienes la elegancia y la urbanidad eran conceptos plenamente asumidos en su vida cotidiana, el modelo ideal lo constituye el cortesano elegante, muy similar en todos los países europeos, incluida la sociedad española, donde el prototipo de la elegancia lo constituye el petimetre, que muy pronto encontrará su contrapunto en el majo. Alrededor de estos modelos, pertenecientes a dos grupos sociales distintos, veremos girar dos concepciones muy distintas sobre la vida, reflejándose en las maneras de vestir, pero también en las de divertirse, de comportarse en público, de relacionarse con las mujeres o con el resto de los hombres, de practicar la religión o de mostrar su patriotismo, chocando entre ellos en numerosas ocasiones. Aunque las dos figuras se perfilan y consolidan en Madrid, muy pronto su ejemplo irradió a otras provincias. El término petimetre o petit maître, designa con un barbarismo tomado de la lengua francesa, uno de los arquetipos de la moda, en referencia a su atuendo personal pero también a sus modales, costumbres, hábitos, conductas y gestualidad. El Diccionario de Autoridades lo incluye entre sus voces, definiéndolo como "el joven que cuida demasiada-mente de su compostura y de seguir las modas". En su origen los petimetres eran jóvenes que habían sido enviados por sus padres al extranjero para completar su formación y educación, costumbre de moda en toda Europa, que en numerosos casos no cubría su objetivo, ya que la mayoría de esos jóvenes, residentes en París, se fascinaban con los usos mundanos y con la sociedad galante francesa, dejando de lado otras cuestiones, por lo que a su vuelta lo único que querían era deslumbrar a sus compatriotas mostrándole el estilo de vida extranjero. Concedían mucha importancia, y mucho tiempo, al cuidado del aspecto personal, procurando estar al día en las últimas novedades parisinas, para poder lucir un atuendo recargado, sofisticado y cultivado en los más mínimos detalles. Partidario del cortejo, asiduo a las tertulias y reuniones galantes, sus conversaciones versaban sobre modales, gastronomía y moda. Presumían de mundanos y se jactaban de

90 VALDEFLORES, Marqués de, Diccionario del cortejo. Citado por Martín Gaite, p. 223.

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una gran experiencia por haber visitado otros países, lo que les llevaba a despreciar o ridiculizar los elementos tradicionales de la cultura española. Indiferentes en materia social, superficiales y frívolos, mantienen una disposición insustancial y materialista ante la vida, tratando de buscar la diversión por encima de todo. Acostumbraban a seguir los dictados de la moda con tal meticulosidad que podían llegar a la extravagancia, cambiando a menudo sus mudas, vistiendo calzones de variados colores y diseños, casacas, chupas ajustadas y gabanes amplios, salpicado de numerosos colgantes y adornos; se cubrían con sombreros puntiagudos o gorritos franceses, medias de seda y zapatos de hebillas. En su versión extrema recibió el nombre de currutaco91, un término ignorado en el Diccionario de Autoridades hasta 1781 en que lo incorpora refiriéndose a él como "el que es muy afectado en el uso riguroso de las modas"92. Tenían su versión femenina en la petimetra, a la que se supone contra-modelo de la mujer honesta y virtuosa que tanto exaltaban los moralistas y políticos. Según Eijoecente entre los objetivos que persigue el petimetre se encuentra …“tener el coche de más moda y el de mejor barniz, no admitir lacayos sino de gran talla y bella figura, hacerse a veces espantoso para con ellos, tratarlos con malas palabras y siempre con aspereza para que tengan respeto, no llamarlos otras veces más que por señas, preferir siempre los más insolentes, tener un cochero que sea como el viento y esté siempre pronto a atropellar a todos, cortejar a una cómica”93.

La percepción que de sí mismo tenía el petimetre nos la proporciona el Correo de Madrid poniendo en boca de uno de ellos las siguientes palabras: "Yo, a Dios gracias soy uno de los jóvenes, que en el teatro del gran mundo hacen más papel: yo paso por literato, por petimetre, por cortejante, por caballero, por rico y por todo lo que quiero, aunque en realidad ni soy uno ni otro, y no es eso lo peor, sino que no tengo disposición para poder ser alguna de las cosas dichas"94

Enfrente encontramos al majo95, el otro arquetipo, esta vez popular, que representa un movimiento claramente definido en la segunda mitad de la centuria, y definido por el Diccionario de Autoridades como “el hombre que afecta guapeza y valentía en las acciones o palabras. Comúnmente llaman assí a los que viven en los Arrabales desta Corte”, que parece haberse originado entre los trabajadores u oficiales de los gremios -yeseros, tallistas, albañiles, carpinteros, esparteros, zapateros- en los barrios madrileños de Lavapiés, Barquillo, el Rastro y Maravillas que muy pronto se convierten en los exponentes de una ideología fuertemente cargada de crítica social donde destaca su xenofobia frente al apego a lo genuinamente español, de lo que hacen constante gala; su atuendo se inspira en la tradición del caballero viril español y en la libertad de las prendas frente al afeminamiento y a la rigidez de la moda francesa, por la sencillez frente a la sofisticación; resalta por el trato zafio y los ademanes ordinarios y torpes frente a la cursilería y refinamiento de los elegantes, por el uso de un lenguaje vulgar frente a los barbarismos introducidos en el lenguaje de los modernos, por un talante insolente y

91 ZAMÁCOLA, Juan Antonio, Elementos de la ciencia contradanzaria para que los currutacos, pirracas y madamitas de nuevo cuño puedan aprender por principios a bailar las contradanzas por sí solos o con sillas de su casa. Madrid, 1796. Prólogo, p. VII 92 ANDIOC, René, "Personajes y rostros de fines del XVIII: el currutaco según Goya y la literatura de su tiempo", en Francisco de Goya. El rostro, espejo del alma. Seúl 2001, pp. 171-179. 93 EIJOECENTE, Luis, opus cit., pp. 59-60. 94 CORREO DE MADRID. 1790, nº 384, p. 254. 95 CARO BAROJA, Julio, "Los majos". Cuadernos hispanoamericanos. 299, 1975, pp. 281-349.

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bravucón frente a la prepotencia del otro grupo, y por una concepción del matrimonio basado en el recato y el honor, junto a grandes dosis de machismo, frente al fenómeno del cortejo, todo ello recubierto de un españolismo tradicional y xenófobo. El majismo forjó un tipo de hombre tan peculiar que algunas personas de la aristocracia se sintieron fascinados por su estilo, de manera que, actuando como unos verdaderos snobs, les tomaron como modelos, y les emularon poniendo de moda en sus círculos habituales este estilo plebeyos. El Barón de Bourgoing , un viajero francés que visitó España a finales de los ochenta lo describe de la siguiente manera: “son una especie de petimetres de baja estofa o mas bien bravucones con un aspecto de fanfarronería fría y grave. Sus facciones, semiocultas bajo un gorro de tela oscura llamada montera, revelan un carácter de severidad amenazadora o de enfado que parece desafiarlo todo y que no se dulcifica ni en presencia de la mujer amada. Los alguaciles no se atreven apenas con ellos. Si se intenta tratarlos, aunque sea con deferencia, una mirada fulminante y a veces una larga espada oculta bajo la amplia capa advierten que no es fácil someterlos a un trato familiar"96. En su versión femenina, la maja responde a mujeres populares madrileñas que podían ser costureras, lavanderas, taberneras o regatonas que gustaban de acompañar a los majos a las tabernas y botillerías, a los bailes, a las romerías, al teatro y a todo tipo de espectáculos. También se caracterizan por tener un peculiar estilo de vida, de vestirse y de comportarse en sociedad. ... "rivalizan con ellos hasta donde se lo permite la debilidad de sus recursos. Su lenguaje, su actitud, su porte, todo en ellas respira desvergüenza y libertinaje"97 (...) "viste saya amplia, larga hasta los tobillos y decorada con bandas o pasamanerías, volantes y sobrepuestos, camisa, corsé o jubón muy ajustado, marcando la hombrera, las costuras y la bocamanga, pañuelo de hombros, delantal, pelo recogido en cofia con caramba, medias y zapatos de hebilla"98.

La literatura no tardó en hacerse eco de este personaje recién sobrevenido a escena, dejándonos algunas descripciones interesantes como la que hace Ramón de la Cruz en uno de sus sainetes: … “yo soy una cierta maja De tan rara calidad Que no hay honor de majeza Que no haya tenido ya. He comerciado con naranjas En pepinos, morcillas y pan En pimientos, rabanitos Acerolas y mil cosas más. Sé decir las claridades No sé lo que es cortedad Y sé el minué del Barquillo De rechupete bailar”…99

7. las costumbres a la moda. 96 BOURGOING, Barón de, opus. cit. p. 1005. 97 Ibidem, pp. 1005-1006. 98 Citado por HERRANZ RODRÍGUEZ, Carmen, "Moda y tradición en tiempos de Goya", en VV.AA., La vida cotidiana en tiempos de Goya ... 99 CRUZ, Don Ramón de la, Las preciosas ridículas.

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- El cortejo y el chichisveo vid. martin gaite p. 88 El género literario del sainete100 representó una vía idónea para satirizar, criticas y arremeter contra una costumbre que chocaba frontalmente con el modo en que los españoles concebían las relaciones entre hombres y mujeres, especialmente tratándose de los casados. El temor a que una relación tan estrecha pudiera derivar en adulterio disparó las alarmas de los moralistas y eclesiásticos, condenando esta costumbre moderna, sin que quedaran al margen otras voces, de intelectuales y políticos, entre sus detractores. Ramón de la Cruz aludió a esta nueva moda en varias de sus obras, concretamente en ponerlo. González del Castillo, otro célebre sainetista, también centró alguno de ellos en este tema, como El cortejo sustituto (1796) donde el cortejo, dirigiéndose a una dama, le explica la naturaleza de sus servicios: "Señora; como mi empleo es tan vasto no es posible enteramente cumplir con empeños tantos. Con unas solo me obligo a llevarlas al teatro, al paseo, a la visita; y con otras me contrato para el tocador, la mesa, la tertulia y el estrado. Ya ve usted que solo así puedo servirlas con garbo, y aún, con todo, no me libro de arañazos y abanicazos"101 - La moda del chichisveo: "Debes, dama, también a lo que veo tener siempre al lado el chichisveo, el pique, el chichis, el bracero, que en tu casa se esté el día entero, y que aguante por fuerza (lo he advertido) gústele, o no le guste a tu marido,

100 GONZÁLEZ TROYANO, Alberto, Sobre el cortejo y algunos otros tópicos de la sociabilidad dieciochesca", en CARNERO, Guillermo, LÓPEZ, I.J. y RUBIO, E. (coords.), Ideas en sus paisajes. Homenaje al profesor Russel P. Sebold. Alicante, 1999, pp. 239-244. 101 Reproducido en MOLINA, Alvaro, opus cit. p. 318.

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pues esto es de la moda, y lo contrario a ti no te acomoda"102 - la moda del cortejo: Según el alemán Christian Augustt Fischer, que había visitado España a finales de los años noventa, esta moda estaba muy arraigada entre las españolas y hace el siguiente comentario: "Por lo general la palabra cortejo se emplea para todo amante, pero en concreto para el amante de la mujer casada (...) Aunque en muchos casos simplemente sirven para presumir, en otros sí gozan de los derechos de un esposo. Esta relación está regulada por unas leyes tan rígidas que ambas partes se aislan prácticamente de los demás de su sexo y la más mínima ocasión de sospecha se considera como un crimen. La dama controla su cortejo celosamente y habla solo con él, de modo que contesta con silencio o rechazo lleno de desprecio a los molestos avances de los forasteros ignorantes"103 autocrítica que se hace un cortejo: "Yo por vos he tolerado que me desuelle el barbero todos los días, por vos he desmentido mi sexo, ya al tocador -porque fuera mi peinado el más perfecto-, ya bordando en cañamazo a vuestro lado o ya haciendo bufonadas; por vos con todos mis parientes indispuesto vivo, por vos renuncié los más brillantes ascensos que fuera de aquí me daba la carrera que profeso. Por vos soy un animal que ni me aplico ni leo y sólo sé hablar de modas o murmurar, que son, cierto, en un hombre conocido muy apreciables talentos"104

102 Ceremonial de estrados. 1789, p. 40. 103 Reproducido en MOLINA, Alvaro: Mujeres y hombres en la España ilustrada. Identidad, género y visualidad. Madrid, 2013, p. 317 104 CRUZ, Ramón de la, Oposición al cortejo, p. 134 según M.G.

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"El Don Cortejo es joven, rico, de buena familia, bien parecido, petimetre, y capaz, si solo se atiende a su figura, de ocasionar guerras civiles entre las damas. La que lo tiene al lado sabe que hay otras en campaña, que le envidian su conquista" (El Pensador. 1762. Pensamiento IV, pp. 22-23) decoración de interiores. La moda en la decoración de interiores nos la expresa un sainete de Ramón de la Cruz: "... y ya ven los españoles que el papel y las indianas para vestir las paredes les hacen muchas ventajas a los cuadros de Velázquez, Cano, Ribera, que llaman el Españoleto, y otros pintorcillos de esa laya"105

Prejuicios sexistas … “levántase por la mañana una de estas que presume de tales y a quienes una cierta riqueza o el capricho de alguno ha puesto, como suele decirse, en chapines. La primera diligencia es tomar chocolate. Las que son aseadas suelen pedir agua para lavarse y se lavan en efecto"...106 "Las mujeres son más a propósito para comprar, y elegir aquellas cosas que a ellas deben servir de adorno, que no los hombres"107 (...) pretendo negar ... los extravagantes adornos que usa mi sexo, y disculpar a éste "No hay deseo más insaciable que el de las galas y compostura. Lo mismo que hoy se estima, disgusta mañana108. "Yo soy de poca edad, rica y bonita, tengo lo que suelen llamar salero, y toco y canto y bailo hasta el bolero, y ando que vuelo con la ropa altita; si entro en ella, revuelvo una visita, y más si hay militar o hay extranjero, voy a la tertulia y hallo peladero, a paseo, y me llevo la palmita. Soy marcial, hablo y trato con despejo, a los lindos los traigo en ejercicio, 105 CRUZ, Ramón de la, El petimetre. 106 El Pensador (1763) concretar la cita 107 El duende especulativo. IX, p. 191 108 Según dice Martín Gaite lo dice Josefa Amar pero no especifica dónde p. 215

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y dejo y tomo a mi placer cortejo, visto y peino con gracia y artificio"109 Conclusiones.- Cada persona y cada grupo social hace una construcción de su yo individual y de su yo colectivo proporcionándole unas señas de identidad entre las cuales la apariencia externa destaca por encima de todas, gracias a dos conceptos clave: la distinción y la representación. Cómo podía llevarse al extremo de llegar a la extravagancia lo vemos Muy parecida era la percepción = …”yo conocí una dama, que no tenía otro mérito que saber estirar su dedo meñique, y estaba rodeada de una tropa de admiradores”110 DELEITO Y PIÑUELA, José, La mujer, la casa y la moda. Madrid, 1966 DESCALZO LORENZO, Amalia, "El traje francés en la Corte de Felipe V". Anales del Museo Nacional de Antropología. 4, 19978, pp. 189-210.

En el siglo XVIII veremos que la moda llega a crear modelos ideales de hombres y mujeres: el hombre de bien de Cadalso111 La moda de pasear y sus escaparates Sobre la nueva costumbre de los paseos: ..."ensartadas las unas contra las otras en una hilera de escaparates (quiero decir coches), no tienen otro movimiento que sacudir un poco el abanico, y alguna pasajera sonrisa que devuelven a las reverencias: no puede guiarlas otra cosa que el deseo de ser vistas y formar a nuestros ojos un agradable cuadro de jardín... Este deseo las lleva de calle en calle, de visita en visita y de círculo en círculo como atontadas mariposas..."112 La moda del viaje: el Gran Tour "Entre los pocos, que en este país viajan por inclinación, y van a ver payses extrageros con el fin de aprender mundo, tratar con gentes, e iniciarse en los Ministerios Políticos, Militares, y en las demás Artes, y Ciencias, los más están entretenidos en examinar las modas de los trages, a fin de volver a su Patria con alguna nueva invención de peynado, forma de sombrero, o extraordinario modo de vestirse"113

109 FORNER, Juan Pablo, Definición de una niña de moda. Madrid, completar cita 110 EIJOECENTE, Luis de, Libro del agrado. 1785 111 CADALSO, José, Cartas marruecas, p. completar la cita 112 NIPHO, El amigo Martín Gaite p. 228. 113 Duenda Especulativo. IX. p. 205.

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La moda de visitar y conversar. El mundo de las tertulias - la moda de las visitas: en el Duende especulativo sobre la vida civil cuenta un individuo lo que había hecho el día de San Ignacio para festejar a una dama: "salí de mi casa a las siete de la noche, peinado a lo cabriolet y vestido con un volante nuevo de tela a la moda, adornado con todas las campanillas que inventó París"114 optica115

114 Duende especulativo... Madrid, 1761. nº XIV, p. 469 de Correa Calderón 115 RAMIREZ GÓNGORA, Manuel A., Óptica del cortejo. Madrid, 1788.